Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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SE <strong>de</strong>tuvieron en la puerta.<br />
—Será mejor que vaya yo sola —advirtió A<strong><strong>de</strong>l</strong>a—.<br />
No habiendo clases esta tar<strong>de</strong> sería sospechoso que<br />
nos vieran a todos, mientras que, si alguien me pregunta,<br />
diciéndole que voy a por alguna cosa en mi taquilla,<br />
listos.<br />
—Vale, te esperamos en la puerta —convino Luc.<br />
A<strong><strong>de</strong>l</strong>a entró en el edificio <strong><strong>de</strong>l</strong> colegio. Había un extraño<br />
silencio. Era inquietante. Aulas vacías, los <strong>profesor</strong>es<br />
repasando exámenes, reuniéndose para hablar <strong>de</strong><br />
notas. Por no estar, ni siquiera estaba el be<strong><strong>de</strong>l</strong>, el señor<br />
José, que hacía <strong>de</strong> celador, se encargaba <strong><strong>de</strong>l</strong> or<strong>de</strong>n, <strong>de</strong><br />
abrir y cerrar las puertas, <strong>de</strong> arreglar esto y aquello y<br />
lo <strong>de</strong> más allá. La diferencia con las horas lectivas, en<br />
las que aquello era como un enorme estallido <strong>de</strong> energía,<br />
se hacía patente.<br />
Casi tuvo miedo.<br />
Sin saber por qué.<br />
Subió a su piso. Era bastante inusual tener taquillas,<br />
porque en los dos colegios en los que ya había estado