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La rebelión de las masas José Ortega y Gasset<br />
suspense. Parece que la situación debía ser ideal, pues cada vida queda en<br />
absoluta franquía para hacer lo que le venga en gana, para vacar a sí misma.<br />
Lo mismo cada pueblo. Europa ha aflojada su presión sobre el mundo. Pero<br />
el resultado ha sido contrario a lo que podía esperarse. Librada a sí misma,<br />
cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de<br />
llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsas<br />
ocupaciones, que nada íntimo, sincere, impone. Hoy es una cosa; mañana,<br />
otra, opuesta a la primera. Está perdida al encontrarse sola consigo. El<br />
egoísmo es laberíntico. Se comprende. Vivir es ir disparado hacia algo, es<br />
caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a<br />
que pongo ésta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá. Si me<br />
resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no<br />
voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un mismo lugar. Esto es el<br />
laberinto, un camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de<br />
puro no ser más que caminar por dentro de sí.<br />
Después de la guerra, el europeo se ha cerrado su interior, se ha<br />
quedado sin empresa para sí y para los demás. Por eso seguimos<br />
históricamente como hace diez años.<br />
No se manda en seco. El mando consiste en una presión que se ejerce<br />
sobre los demás. Pero no consiste sólo en esto. Si fuera esto sólo, sería<br />
violencia. No se olvide que mandar tiene doble efecto: se manda a alguien,<br />
pero se le manda algo. Y lo que se le manda es, a la postre, que participe en<br />
una empresa, en un gran destino histórico. Por eso no hay imperio sin<br />
programa de vida, precisamente sin un plan de vida imperial. Como dice el<br />
verso de Schiller:<br />
Cuando los reyes construyen, tienen que hacer los carreros.<br />
No conviene, pues, embarcarse en la opinión trivial que cree ver en la<br />
actuación de los grandes pueblos -como de los hombres- una inspiración<br />
puramente egoísta. No es tan fácil como se cree ser puro egoísta, y nadie<br />
siéndolo ha triunfado jamás. El egoísmo aparente de los grandes pueblos y<br />
de los grandes hombres es la dureza inevitable con que tiene que<br />
comportarse quien tiene su vida puesta a una empresa. Cuando de verdad se<br />
va a hacer algo y nos hemos entregado a un proyecto, no se nos puede pedir<br />
que estemos en disponibilidad para atender a los transeúntes y que nos<br />
dediquemos a pequeños altruismos de azar. Una de las cosas que más<br />
encantan a los viajeros cuando cruzan España es que si preguntan a alguien<br />
en la calle donde está una plaza o edificio, con frecuencia el preguntado<br />
deja el camino que lleva y generosamente se sacrifica por el extraño,<br />
conduciéndolo hasta el lugar que a éste interesa. Yo no niego que pueda<br />
haber en esta índole del buen celtíbero algún factor de generosidad, y me<br />
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La rebelión de las masas José Ortega y Gasset<br />
alegro de que el extranjero interprete así su conducta. Pero nunca al oírlo o<br />
leerlo he podido reprimir este recelo: es que el compatriota preguntado iba<br />
de verdad a alguna parte? Porque podría muy bien ocurrir que, en muchos<br />
cases, el español no va a nada, no tiene proyecto ni misión, sino que, más<br />
bien, sale a la vida para ver si las de otros llenan un poco la suya. En<br />
muchos cases me consta que mis compatriotas salen a la calle por ver si<br />
encuentran algún forastero a quien acompañar.<br />
Grave es que esta duda sobre el mando del mundo ejercido hasta<br />
ahora por Europa haya desmoralizado el resto de los pueblos, salve aquellos<br />
que por su juventud están aún en su prehistoria. Pero es mucho más grave<br />
que este piétinement sur place llegue a desmoralizar por completo al<br />
europeo mismo. No pienso así porque yo sea europeo o cosa parecida. No<br />
es que diga: si el europeo no ha de mandar en el futuro próximo, no me<br />
interesa la vida del mundo. Nada me importaría el cese del mando europeo<br />
si existiera hoy otro grupo de pueblos capaz de sustituirlo en el poder y la<br />
dirección del planeta. Pero ni siquiera esto pediría. Aceptaría que no<br />
mandase nadie si esto no trajese consigo la volatilización de todas las<br />
virtudes y dotes del hombre europeo.<br />
Ahora bien: esto último es irremisible. Si el europeo se habitúa a no<br />
mandar él, bastarán generación y media para que el viejo continente, y tras<br />
él el mundo todo, caiga en la inercia moral, en la esterilidad intelectual y en<br />
la barbarie omnímoda. Sólo la ilusión del imperio y la disciplina de<br />
responsabilidad que ella inspira pueden mantener en tensión las almas de<br />
Occidente. La ciencia, el arte, la técnica y todo lo demás viven de la<br />
atmósfera tónica que crea la conciencia de mando. Si ésta falta, el europeo<br />
se irá envileciendo. Ya no tendrán las mentes esa fe radical en sí mismas<br />
que las lanza enérgicas, audaces, tenaces, a la captura de grandes ideas,<br />
nuevas en todo orden. El europeo se hará definitivamente cotidiano.<br />
Incapaz de esfuerzo creador y lujoso, recaerá siempre en el ayer, en el<br />
hábito, en la rutina. Se hará una criatura chabacana, formulista, huera, como<br />
los griegos de la decadencia y como los de toda la historia bizantina.<br />
La vida creadora supone un régimen de alta higiene, de gran decoro,<br />
de constantes estímulos, que excitan la conciencia de la dignidad. La vida<br />
creadora es vida enérgica, y esta sólo es posible en una de estas dos<br />
situaciones: o siendo uno el que manda, o hallándose alojado en un mundo<br />
donde manda alguien a quien reconocemos pleno derecho para tal función;<br />
o mando yo, u obedezco. Pero obedecer no es aguantar -aguantar es<br />
envilecerse-, sino, al contrario, estimar al que manda y seguirlo,<br />
solidarizándose con él, situándose con fervor bajo el ondeo de su bandera.<br />
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