Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>YO</strong> <strong>ME</strong> <strong>HE</strong> <strong>LLEVADO</strong><br />
<strong>TU</strong> <strong>QUESO</strong><br />
Darrel BRISTOW-BOVEY<br />
1
Si la vida fuera una carrera de obstáculos, este libro no os ayudaría ni a saltar la primera valla.<br />
CARL LEWIS, atleta y medallista olímpico<br />
Primero voy a forrar este libro para que no se estropee y en el futuro, cuando tenga nietos,<br />
pienso leérselo como si fuera un cuento y decirles: «Esto es lo que os pasará si no termináis la<br />
carrera de Derecho.»<br />
JA<strong>ME</strong>S BYE, del bufete de abogados Bye, Bye, Baby & Co.<br />
Leer este libro no ha afectado mi vida en absoluto.<br />
JOHN ROBBIE, ex jugador de rugby y estrella de la radio y la televisión<br />
Ninguna selva amazónica ha sido dañada durante la elaboración de este libro.<br />
STING<br />
Darrel Bristow-Bovey es un escritor muy... persistente.<br />
CLARE O'DONOGHUE, directora de la revista Style<br />
Darrel Bristow-Bovey escribe con la originalidad y elegancia de autores como... ejem... como...<br />
JEREMY GORDIN, director del periódico Sunday Independent<br />
Siempre supe que Darrel escribiría un libro, pero nunca pensé que sería sobre queso. Cuando<br />
era pequeño no le interesaba demasiado. Le gustaba en los macarrones, claro, como a todos<br />
los niños, pero si hace veinte años alguien me hubiese dicho: «Roslyn, ¿sobre qué será el primer<br />
libro de tu hijo?.», yo no sé qué le habría contestado, pero desde luego queso no. Quizás<br />
helado. A Darrel le gustaban mucho los helados.<br />
ROSLYN BRISTOW-BOVEY madre del autor<br />
Todavía le debo una cerveza a Darrel, pero no pienso decir lo que él quiere que diga.<br />
JEREMY MAGGS, presentador de la versión surafricana de ¿Quiere ser millonario?.<br />
Creo que a Darrel Bristow-Bovey le falta un tornillo.<br />
Tim MODISE, locutor de radio<br />
No sé quién es.<br />
OPRAH WINFREY, presentadora de televisión<br />
Se aproxima un frente frío.<br />
Pippo BONTEMPO, hombre del tiempo italiano<br />
Este libro me impresionó tanto que encargué ejemplares para todos mis empleados, y esta Navidad<br />
voy a regalárselo a todos mis amigos.<br />
MARLENE FRYER, editora del libro<br />
A menudo he considerado cambiar mi vida, pero gracias a Darrel seguiré siendo como soy<br />
hasta el día de mi muerte.<br />
BILL, jubilado<br />
2
Introducción.-<br />
Este no es otro manual de autoayuda. De veras. Yo no os haría semejante cosa. ¿Por qué?..<br />
Pues porque los dichosos manuales acaban con la autoestima del más pintado. Son como las<br />
dietas, o la suscripción al gimnasio que nos regalan en nuestro cumpleaños: fingen que pretenden<br />
ayudarnos pero en el fondo se ríen de nosotros. Nos llenan la cabeza de promesas y<br />
esperanzas, pero al final nos dejan deprimidos y con los nervios hechos polvo.<br />
Como las dietas y los gimnasios, los manuales de autoayuda te venden la ilusión de que cabe<br />
hacer algo para mejorar como persona, que gracias a ellos es posible encontrar nuestro niño<br />
interior, adelgazar o ligar con azafatas o tipos estupendos que estén forrados y conduzcan<br />
unos cochazos increíbles. Si sigues sus preceptos, la fortuna te sonreirá y el universo entero se<br />
enamorará de ti, dicen. En teoría nos dan alas, pero cuidadito con ponerte a volar.<br />
Los manuales de autoayuda no funcionan, por una razón muy sencilla: porque esperan que el<br />
lector haga todo el esfuerzo. Sería más honesto que te vendieran un bolígrafo y un libro con<br />
las páginas en blanco. (Una propuesta que, por cierto, le hice a mi editora y que no tuvo el<br />
éxito esperado. Y eso que se lo di todo hecho; le llevé un paquete de folios y un boli que me<br />
agencié en recepción, pero nada.)<br />
Por mucho que prometan que es fácil, que no cuesta mucho, todos los manuales de autoayuda<br />
parten de la base de que el lector se esforzará. Por ejemplo, a simple vista puede parecer que<br />
las siete claves espirituales del éxito hayan conseguido condensar varios milenios de filosofía<br />
universal en siete bocaditos de fácil digestión. Sin embargo, y por muy ligeros que sean, nadie<br />
se libra de tragárselos. Hay que memorizar las siete claves (o anotarlas en la mano) y, lo que<br />
es peor, intentar ponerlas en práctica. Los autores de manuales siempre olvidan que si fuéramos<br />
capaces (o tuviéramos las más mínimas ganas) de hacer todas esas cosas que nos aconsejan,<br />
no necesitaríamos comprarnos sus dichosos libritos.<br />
Si sois como yo -y creo que todos en el fondo lo somos-, no os apetece esforzaros para convertiros<br />
en mejores personas. Los seres humanos son un poco como Siberia, la playa de Benidorm<br />
o el Domo del Milenio de Londres: no se puede hacer gran cosa para mejorarlos. Cuando<br />
uno se da cuenta del problema ya suele ser tarde, y no queda más remedio que tirarlo todo<br />
y empezar de cero. Personalmente, yo (que no soy Siberia, ni la playa de Benidorm, ni el Domo<br />
del Milenio de Londres -aunque mis amigos me dicen que de perfil me parezco un poco a<br />
este último-) paso olímpicamente.<br />
Por eso he escrito este libro: para decir que no hay nada malo en pensar así. Adelante, cantad<br />
conmigo: «Somos vagos, somos inútiles, no pensamos movernos... ¿qué pasa?.». Aunque no<br />
se reconozca, formamos el estrato más importante de la sociedad, la base sobre la cual se<br />
asienta cualquier pueblo civilizado. Somos esa mayoría que no acaba de creer en hacer sacrificios<br />
para conseguir una barriga más lisa o un espíritu más satisfecho. Siempre hemos estado<br />
ahí y lo seguiremos estando cuando esos fanáticos de una vida mejor hayan pasado a mejor<br />
vida.<br />
3
Es más, no tenemos de qué avergonzarnos. Somos lo mejor de este mundo de locos: nosotros<br />
no nos dedicamos a invadir países vecinos o a crear partidos políticos, ni a inventar monstruosidades<br />
como Gran Hermano o teléfonos móviles con la musiquita de El bueno, El Feo y El<br />
Malo. Sólo queremos que nos dejen en paz: comer bien, vivir bien y hacer el amor con gente<br />
guapa. Como mucho, puede que nos saltemos alguna norma de tráfico, pero nunca se nos ocurriría<br />
infringir las leyes de la naturaleza. Lo nuestro es dejarnos llevar tranquilamente por la<br />
evolución natural de la especie.<br />
Si no fuera por nosotros, el mundo sería mucho peor. Somos, por ejemplo, los principales responsables<br />
de cualquier tema de conversación interesante. El aforismo ingenioso, el pequeño<br />
cotilleo y el comentario mordaz fueron todos inventados por gente como nosotros: personas<br />
interesadas en obtener el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. De no ser por nosotros, todos<br />
estaríamos haciendo ejercicio, buscando la luz, afrontando el cambio y otras memeces por<br />
el estilo. Si no fuera por nosotros, el mundo se desintegraría de puro aburrimiento.<br />
Evidentemente no hay que confiarse demasiado. Como el estegosaurio o la fondue con sus tenedorcitos<br />
a juego -que ya nadie quiere, no nos engañemos-, si no logramos adaptarnos a estos<br />
nuevos tiempos, estamos condenados a la extinción. Steven Spielberg hará una película<br />
sobre nosotros. Necesitamos mantenernos atractivos para conservar nuestras parejas, y adquirir<br />
riqueza y salud para crecer y reproducirnos con el fin de pasar nuestros genes apáticos a<br />
generaciones venideras.<br />
Aquí es donde entra este libro. Si buscáis consejos fáciles para convertiros en personas fabulosas<br />
con una vida perfecta, ya podéis cerrarlo inmediatamente, porque no os va a interesar<br />
(aunque si queréis comprar unos cuantos ejemplares para regalar a vuestros amigos, no os cortéis).<br />
Éste es el manual para la gente que no quiere esforzarse; para los que no quieren ni levantarse<br />
del sofá. Si sois vagos de nacimiento, este manual os explicará cómo mejorar sin tener<br />
que hacer el más mínimo esfuerzo.<br />
Por no hacer, ni siquiera es preciso que lo leáis. Sólo con comprároslo y colocarlo en un sitio<br />
bien visible de la casa, os sentiréis más felices, inteligentes y deseables. Ello se debe a un revolucionario<br />
tratamiento que le hemos dado al papel, un compuesto químico al que hemos<br />
bautizado con el nombre de Osmósix y que puede ser perfectamente inhalado desde una posición<br />
horizontal. En los países del hemisferio norte, el Osmósix se identifica por un ligero olor<br />
a aceite de freír. En el hemisferio sur se caracteriza por un leve tufillo a roquefort.<br />
Además del Osmósix al final del libro os ofrecemos una serie de páginas en blanco. Aparte de<br />
servir para que el tomo parezca más grueso en las estanterías, estas páginas os permitirán fingir<br />
que leéis -en la playa o en el Metro-, cuando en realidad estéis descansando la vista y pensando<br />
en el último episodio de Sexo en Nueva York.<br />
Por cierto, si por casualidad se os ocurre compartir este manual con vuestra pareja, miembros<br />
de vuestra familia o colegas de trabajo, debo advertiros que Osmósix es un compuesto muy<br />
sofisticado que, cual lapa, se pega a la composición química de la primera persona que abra el<br />
libro y respire su intenso perfume. El Osmósix funcionará sólo con quien lo haya comprado,<br />
por lo que los maridos o las secretarias deberán adquirir su propio ejemplar. Obviamente esto<br />
no os hará muy felices pero sí a nosotros. De hecho, en el mundillo editorial, el olor a Osmósix<br />
nos recuerda mucho al de los billetes recién salidos del banco.<br />
4
Así que seguidme, hermanos y hermanas, y caminemos hacia un mundo más feliz (o un mundo<br />
en que, como mínimo, nuestra cobardía pase totalmente inadvertida). Y mientras avanzamos,<br />
recordad nuestro mantra, entonadlo en voz alta, imprimidlo y pegadlo en la nevera o la<br />
guantera del coche, o tatuároslo en el interior de los párpados para poder leerlo mientras dormís<br />
la siesta. Si queréis, podéis quitaros la camisa, sacar los tambores y cantarlo al ritmo de<br />
tam-tam (aunque si decidís saltar por ahí medio desnudos, os ruego que cerréis las persianas<br />
para que no os vean los vecinos).<br />
¿Listos?.. ¿No?.. Ay, perdón. Pensaba que ya os lo había dicho. Nuestro mantra es: «Todo se<br />
puede fingir.». Podéis añadir todos los oms, ahs y grititos que os dé la gana, pero lo básico es<br />
eso: todo se puede fingir (excepto la falta de sinceridad, supongo. Es difícil fingir falta de sinceridad.<br />
Ah, y tener un pelo bonito. Desgraciadamente o tienes un pelo bonito o no lo tienes.<br />
Pero aparte de eso, el mantra no falla).<br />
¿Preparados?. ¿Listos?. Pues adelante.<br />
Buscar y encontrar.-<br />
No es fácil ser vago en esta época (bueno, ni en esta ni en ninguna). Los súper ocupados no<br />
tienen ni la más remota idea de lo que cuesta no hacer nada. En efecto, amigos, requiere paciencia,<br />
dedicación y un firme rechazo a entrar en razones. Sólo nosotros somos conscientes<br />
de la disciplina y energía que se necesita para dedicarnos a nuestro arte (Dios, qué cruz la<br />
nuestra ... ).<br />
Hoy en día existe más presión que nunca para mejorar: para parecer más guapos, meditar mas,<br />
beber menos y elevarnos a la altura de los ángeles. De vértigo. Incluso yo, cuando era más joven<br />
y dinámico, caí en la trampa de recorrer el mundo en busca del secreto de una vida mejor.<br />
Viajé hasta Suramérica, al tórrido desierto de Atacama, en Chile, donde me habían dicho que<br />
vivía un hombre muy sabio. No podía perderme, me aseguró la gente del lugar, al tiempo que<br />
me indicaban una montaña y un estrecho sendero entre rocas y peñascos. Me dijeron que el<br />
sabio era un viejo con barba que se asomarla por detrás de una roca y, cuando yo llegara a la<br />
parte más empinada, me acribillaría con mangos maduros.<br />
-¿De dónde saca los mangos si vive en medio del desierto?. -quise saber. La gente del lugar<br />
bajó la cabeza y trazó dibujos en la arena con los dedos de los pies.<br />
-Los caminos del viejo de la montaña son inescrutables -me contestaron.<br />
Así que cogí una mochila y un impermeable y me dispuse a subir la montaña. Hacia un calor<br />
seco, lo cual era de esperar estando en el desierto. Cuando llegué a la parte más empinada, me<br />
cubrí la cabeza con el impermeable (porque a nadie le gusta que le acribillen con frutos tropicales),<br />
pero el viejo de la montaña no dio señales de vida. Así que ésta fue la primera lección<br />
que aprendí:<br />
Yo esperaba lo peor, pero ahora que lo peor no ha sucedido, me<br />
siento decepcionado. Así pues, soy el artífice de mi propio desencanto.<br />
5
Aunque la verdad es que ésa fue la segunda lección. La primera fue:<br />
Si subes por la cara más empinada de una montaña con un impermeable<br />
en la cabeza, no verás por dónde vas y te machacarás las<br />
espinillas.<br />
Así pues, me quité el impermeable y, mientras me frotaba las espinillas, vislumbré una cornisa<br />
en la roca. Allí sentado, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, había un viejo andrajoso<br />
con una barba igualmente andrajosa. Jadeando, caí de rodillas al suelo, en parte por respeto<br />
al viejo y en parte porque la cuestecita se las traía, el oxígeno escaseaba y ninguno de los<br />
lugareños había querido venderme hojas de coca. Cuando recuperé el aliento, llegué a esta<br />
importante conclusión (que escribí en la arena con el dedo, por si luego se me olvidaba):<br />
Si no tememos que nos arrojen frutos tropicales a la cabeza, veremos<br />
más claramente las riquezas que tenemos ante las narices.<br />
No estaba seguro de qué debía decirle al sabio de la montaña, quien seguía respirando profundamente<br />
con los ojos cerrados, como suelen hacer los sabios de la montaña y los animales en<br />
estado de hibernación. Finalmente, con mano temblorosa, le tiré un poco del taparrabos.<br />
El viejo de la montaña se sobresaltó y abrió unos ojos intensos y dorados como copas de<br />
whisky. Alzando la mirada al cielo, pronunció las siguientes palabras:<br />
-¿Qué demonios?.<br />
-Soy tu modesto peregrino -le contesté, poniéndome a sus pies.<br />
-¿Cómo has subido por la parte más empinada sin que yo te oyera?. -preguntó el viejo, que<br />
aprovechó mi postura para patearme la cabeza.<br />
Pese a la sorpresa no me ofendí, ya que tengo entendido que los viejos sabios pueden ser un<br />
poco ariscos. Una vez, mi buen amigo Chunko visitó a un sabio en las calurosas junglas de<br />
Laos: el viejo perdió los nervios después de una partida de ajedrez y apaleó a mi amigo con<br />
un junco de bambú. «A veces -me dijo Chunko- las lecciones de los sabios son un poco durillas.»<br />
Así pues, escribí otra lección en el polvo con el dedo:<br />
No temas descubrir que tus ídolos tienen los pies de barro, así no<br />
te dolerá tanto cuando te pateen en la cabeza.<br />
Por suerte, el viejo de la montaña enseguida dejó de patearme y se dispuso a volver a su siesta.<br />
-Maestro -imploré-. Estoy a vuestro servicio.<br />
6
-Pues si estás a mi servicio -me contestó ajustándose el taparrabos- ve a vigilar si vienen otros<br />
peregrinos. Aquí tengo mangos para una semana y no quiero que se me estropeen.<br />
-Pero maestro, yo he venido a aprender de vos.<br />
El viejo intentó pegarme de nuevo, pero yo le agarré de la pierna, se la retorcí y lo derribé.<br />
Mientras se reponía, me dio tiempo de escribir la siguiente lección en la arena:<br />
La sabiduría no cae del cielo como los mangos. A veces hay que<br />
sorprenderla y derribarla. No temas enfrentarte a la sabiduría: si<br />
lleva mucho tiempo sentada en una montaña con las piernas cruzadas,<br />
estará un poco deshidratada y será fácil de dominar.<br />
Vale, vale -masculló el viejo de la montaña-. Si me sueltas, contestaré a todas tus preguntas.<br />
Así pues, nos sentamos el uno frente al otro y la paz volvió a reinar entre nosotros.<br />
-¿Cómo llega uno a ser un sabio de la montaña?.<br />
El viejo se encogió de hombros y se atusó las barbas.<br />
-No es difícil -respondió, y a continuación me contó la historia de su vida-: Cuando yo era un<br />
joven como tú, también andaba en busca de la sabiduría. Un día conocí a un hombre que decía<br />
ser el filósofo Carlos Castaneda, aunque ahora que lo pienso, quizá fuera Carlos Santana.<br />
(Todo el mundo decía que era un tío muy listo y que tocaba muy bien la guitarra.) Pues bien,<br />
cuando el tal Carlos me dio un trozo de cactus para mascar, pensé: «Si este hombre es tan listo,<br />
¿por qué no le quita los pinchos antes de metérselo en la boca?.». Sin embargo, por aquel<br />
entonces yo era joven y me encantaban las drogas alucinógenas, así que me comí el cactus.<br />
Acto seguido me ocurrieron una serie de cosas extraordinarias. Primero, se me reveló el secreto<br />
de la vida y la muerte (que rápidamente escribí con el dedo en la arena, aunque ya sabes<br />
cuál es el problema: no te lo puedes llevar a casa). Luego, después de mi visión de la vida y la<br />
muerte, se me apareció un demonio terrorífico en forma de Snoopy.<br />
¿Snoopy?. -pregunté sorprendido.<br />
Sí, el perrito ése. No es tan inocente como parece. Snoopy me persiguió y yo salí huyendo. En<br />
esos momentos me encontraba en México y huí con esa bestia infernal pisándome los talones<br />
hasta llegar a Chile. Supongo que entonces el cactus dejó de hacerme efecto porque Snoopy<br />
desapareció. Como estaba muy cansado, decidí quedarme para reponer fuerzas. Te sorprenderá,<br />
pero los alquileres en Chile no son tan baratos como parece, por lo que cuando encontré<br />
esta cornisa en la montaña, no me lo pensé dos veces. Es bastante cómoda, menos cuando<br />
llueve o cuando las serpientes de cascabel vienen a refugiarse del frío de la noche y se me<br />
acurrucan en los sobacos.<br />
--Y llueve mucho?. -pregunté.<br />
7
-Hace veinte años que no cae una gota -me respondió con la sonrisa confiada de un hombre<br />
que ha invertido sabiamente en bienes inmuebles.<br />
-Pero ¿cómo se hizo sabio?. -insistí.<br />
-Ah, sí -contestó con indiferencia---. Llevaba ya un tiempo viviendo aquí, comiendo huevos<br />
de cóndor y preguntándome qué hacer. Estaba pensando en irme a la Patagonia a escribir un<br />
libro de viajes, o a Broadway a montar un musical, cuando oí unas voces que venían de la ladera<br />
de la montaña. Eran tres hombres del pueblo que subían con una cesta llena de provisiones,<br />
entre ellas un enorme queso de llama. El queso de llama es mi debilidad.<br />
-¿Ah, si?. Yo lo encuentro un poco ácido.<br />
Que va. Tienes que aprender a apreciar el buen queso, tío Bueno, pues me ofrecieron la comida<br />
a cambio de unas cuantas palabras de sabiduría. Yo les contesté que no sabia ninguna, que<br />
como máximo podía recitarles las dos primeras estrofas de Yesterday. Ellos asintieron, así que<br />
eso hice, y se marcharon tan contentos. Fue entonces cuando me di cuenta de que no sabían ni<br />
una palabra de inglés. Curiosamente no parecía importarles y cada día venia más gente del<br />
pueblo con cestas de comida y se sentaban a escuchar Yesterday o, cuando quería variar,<br />
Ob-la-di Ob-la-da.<br />
Tras oír esta historia, asentí y escribí la siguiente lección en la arena:<br />
En ocasiones no resulta necesario adquirir sabiduría mediante<br />
enseñanzas. A veces basta con hallarse próximos a la sabiduría.<br />
Ya veces ni siquiera es preciso que le encontremos el más mínimo<br />
sentido.<br />
Para seros sincero, ya empezaba a hartarme de escribir estas lecciones en la arena. También<br />
empezaba a dudar un poco de que valiera la pena seguir escuchando al viejo sabio de la montaña.<br />
Era hora de irme.<br />
-Una última cosa --dije-. ¿Por qué los mangos?.<br />
El viejo de la montaña me guiñó el ojo.<br />
-Todo el mundo necesita un truco publicitario -me contestó-. Conozco un tío que vende fruta<br />
y me trae un cesto cada semana. Viene en su Peugeot por una carretera que hay detrás de la<br />
montaña para que no lo vean los del pueblo. Últimamente quiere que me pase a los melocotones;<br />
son más caros, pero más blanditos y vienen en lata, por lo que se conservan más tiempo.<br />
Yo asentí e inicié el largo descenso al mundo habitado, con la sensación de que algo malo iba<br />
a pasar. Tenía razón: para ser un viejo decrépito, tenia bastante fuerza en los brazos: me lanzó<br />
unos cuantos melocotones a la cabeza. En parte comprendo su hostilidad (a nadie le gusta que<br />
le retuerzan la pierna), pero deseé que antes los hubiera sacado de la lata.<br />
8
Ojalá fuera éste el final de la historia, pero desgraciadamente no lo es. Durante unos cuantos<br />
años seguí dando tumbos por el mundo en busca de sabiduría. Cada vez me sentía menos entusiasmado<br />
hasta que por fin, un día, mientras me hallaba en plena tormenta en una barcaza en<br />
medio del Pacífico, pensé: «Ya estoy harto. Me vuelvo a casa: allí estaré calentito y podré ver<br />
la tele.»<br />
Así que me compré el billete de vuelta. Mientras mataba el tiempo en la librería del aeropuerto,<br />
me llamó la atención un libro en la estantería de best sellers. En la portada aparecía la foto<br />
de un hombre. «¡Un momento!. -pensé-. Yo a esa cara, la conozco.»<br />
Efectivamente, la conocía aunque la última vez que la habla visto estaba mucho más colorada<br />
y sucia. El libro se titulaba «Díselo a la Montaña”. Diez lecciones aprendidas durante mi camino<br />
de perfección», y en la portada llevaba un adhesivo en forma de estrella con la frase:<br />
«Más de un millón de ejemplares vendidos.». Al principio no quise abrirlo, pero finalmente<br />
me armé de valor. El primer capítulo empezaba con el siguiente epígrafe:<br />
«Si no tememos que nos arrojen frutos tropicales a la cabeza, veremos más claramente las riquezas<br />
que tenemos ante nuestras narices.»<br />
Cerré el libro y subí al avión. De camino a casa, memoricé la siguiente lección que no pienso<br />
olvidar ni escribir en la arena:<br />
Encuentra tu huevo.-<br />
Si careces de sabiduría propia, leer libros de autoayuda no te servirá<br />
de nada, así que deberás escribirlos tú mismo.<br />
Como habéis visto, a nosotros, los gurús de las montañas no nos sirven de nada. De hecho no<br />
sirven a nadie, pero para los que somos vagos por naturaleza son especialmente inútiles. Aunque<br />
sean gurús de verdad (en vez de chalados sin afeitar que viven al aire libre), os costará<br />
tanto encontrarlos que, cuando lo consigáis, estaréis hartos y con ganas de iros a casa. Por<br />
suerte, yo sé una historia que nos enseña todo lo que necesitamos aprender.<br />
Prestad atención. Se trata de una parábola simple que os llegará al corazón, os lo aseguro.<br />
Además, incorpora elementos tradicionales de una cultura en vías de extinción, lo cual tengo<br />
entendido que está muy de moda. La cultura a la que me refiero es la de los pueblos indígenas<br />
del sur de África. Podéis llamarlos bosquimanos o «Xam», o podéis usar el nombre que ellos<br />
emplean aunque entonces ni vosotros ni yo podremos pronunciarlo, por lo que no sabremos de<br />
qué narices estamos hablando. Bueno, la cuestión es que no cabe duda de que son la raza más<br />
antigua de este viejo continente y, por lo tanto, saben un par de cosas de la vida.<br />
Un día, durante un viaje en autobús, me senté al lado de un bosquimano: un viejecito muy<br />
arrugado que lucía una capa de piel de antílope como única vestimenta. Dicha indumentaria<br />
parecía tan precariamente sujeta a su cuerpo, que temía arrancársela al pasar a su lado para ir<br />
al aseo. Sin embargo, aparte de una vejiga a punto de estallar, el viejecito arrugado me dejó<br />
9
un regalo muy valioso: una fábula que ya he compartido con muchas personas. Ellos la encontraron<br />
útil y espero que vosotros también.<br />
La historia del huevo.-<br />
Hace muchas, muchas lunas, cuando los animales todavía reinaban sobre la Tierra y los<br />
humanos merodeaban por las montañas, había un joven llamado Xam Pu. .(Así se llamaba. Os<br />
lo juro. Pero si os distrae podemos llamarlo Xam).<br />
Xam era joven pero muy buen cazador. Era capaz de seguir el rastro de un avestruz por una<br />
llanura pedregosa con los ojos vendados con el taparrabos (cosa que siempre impresionaba a<br />
las chicas) y era muy hábil con la cerbatana. Por las noches solía jadear y resoplar en la cama<br />
y, cuando su madre le preguntaba: «¿Qué haces?.», él contestaba: «Estoy practicando el arte<br />
de la cerbatana. » Ella siempre le respondía: «Muy bien, pero pon las manos donde yo las<br />
vea».<br />
Xam soñaba con cazar un elefante del desierto, pues creía firmemente que un joven cazador<br />
sólo llegaba a ser un hombre de verdad cuando lograba seguir el rastro de aquel poderoso<br />
animal y conseguía matarlo.<br />
¿Te suena esta historia?. ¿Sueñas tú con cazar el elefante del desierto?. ¿Jadeas y resoplas en<br />
la cama?. Por supuesto, tu elefante del desierto quizá no sea un elefante de verdad. A estas alturas<br />
creo que podemos revelar, sin temor a estropear el final de la historia, que el elefante del<br />
desierto es una metáfora. Quizá no vivas cerca de un desierto. Quizá tu elefante sea un prestigioso<br />
coche alemán. O tal vez se trate del éxito, la fama y la admiración de tus compañeros. O<br />
quizá sea la señorita Gómez, tu profesora de historia en quinto. Hay tantos elefantes como tipos<br />
de queso. Bueno, seguramente aún más.<br />
Un día, unos chicos un poco mayores se dirigieron a Xam: «Vamos a partir en busca del elefante<br />
del desierto y no volveremos hasta dentro de varios días con sus respectivas noches.<br />
Queremos que vengas con nosotros. Eres muy hábil con la cerbatana y, nunca se sabe, tal vez<br />
nos topemos con un avestruz y una llanura pedregosa, aunque, si no te importa preferiríamos<br />
que prescindieras del numerito del taparrabos. »<br />
Con el corazón henchido de alegría, Xam fue a pedirle permiso a su madre. Y su madre dijo:<br />
«Ni hablar. »<br />
Y Xam dijo: «De acuerdo, pero ¿puedo quedarme a dormir en la cabaña de mi amigo Par<br />
Ket?.<br />
Y dijo su madre. «De acuerdo, pero si vuelves dentro de un mes arrastrando un elefante del<br />
desierto, vas a saber lo que es bueno. »<br />
Evidentemente Xam se juntó a los chicos un poco mayores y emprendió el viaje en busca del<br />
poderoso elefante del desierto. A pesar de que viajaban ligeros de equo como era común en<br />
esa época, cargaban con unos huevos de avestruz que habían vaciado y llenado de agua, y cerrándolos<br />
luego con un tapón de cuero. A medida que avanzaban por las amplias planicies,<br />
cada uno iba enterrando sus huevos de avestruz y dejando una señal en la arena.<br />
10
¿Acaso es así tu vida?. ¿Dejas atrás cosas importantes, tal vez incluso personas importantes,<br />
con la esperanza de volver a encontrarlas más adelante?. (Le he dado muchas vueltas, pero<br />
aún no entiendo muy bien qué significan las señales en la analogía. Sin embargo, no podía dejar<br />
de mencionarlas porque, tal como veremos, son fundamentales para la historia.)<br />
Como había salido de casa precipitadamente, Xam sólo había tenido tiempo de llevarse una<br />
cáscara de huevo de avestruz: una enorme que enterró bajo un baobab.<br />
Transcurrieron muchos días con sus respectivas noches, y los jóvenes siguieron avanzando<br />
por las ardientes arenas del desierto africano Sólo se detuvieron cuando llegaron al mar, y aun<br />
así ya se había metido hasta las rodillas cuando uno de ellos sugirió que era hora de dar media<br />
vuelta.<br />
Durante el viaje de regreso, vieron las huellas del poderoso elefante del desierto y se lanzaron<br />
en su búsqueda. Caminaron, y caminaron siguiendo el rastro. Unos días más tarde, uno de los<br />
chicos un poco mayor carraspeo, le dio unos golpecitos en la espalda a Xam y le preguntó.<br />
-Oye, ¿estás seguro de que vamos en la dirección correcta?.<br />
Todos se detuvieron y se miraron unos a otros.<br />
-¿Qué quieres decir?. -le preguntó Xam, un poco a la defensiva.<br />
-¿Sabemos seguro qué parte de la huella del elefante del desierto es la de delante y qué parte<br />
es la de detrás?.<br />
Los otros chicos volvieron a mirarse y luego miraron a Xam. Éste examinó la huella.<br />
-Bueno... --dijo lentamente y se calló porque no sabía qué decir.<br />
-¿Habías visto antes la huella de un elefante del desierto?. -insistieron los chicos.<br />
Xam, que hasta entonces había creído que alguno de los chicos los iba guiando, bajó la vista<br />
lentamente y la fijó en la arena.<br />
-No exactamente...<br />
A continuación se produjo una escena muy fea en la que hubo de todo: arañazos, patadas,<br />
mordiscos y hasta maldiciones Cuando se acabó, iniciaron la larga marcha de regreso a casa.<br />
-Podríamos seguir las huellas del elefante en la otra dirección -sugirió alguien en voz baja,<br />
aunque todo el mundo se alegró de que no lo repitiera.<br />
¿Alguna vez te ha ocurrido algo parecido?. ¿Has seguido a tu elefante hasta lo más profundo<br />
del desierto antes de descubrir que no sabias si ibas o venias?. ¿Si?. Entonces habrás recibido<br />
una paliza de tus amigos... ¿No?. Ah, bueno: eso significa que los has escogido bien.<br />
11
Así pues, los chicos reanudaron la marcha por el desierto. Mientras atravesaban una llanura<br />
pedregosa, a Xam le pareció ver la huella de un avestruz del desierto. Alzó la mirada, y estuvo<br />
a punto de decir algo. Sin embargo, al darse cuenta de que los otros chicos lo fulminaban con<br />
la mirada, decidió callarse la boca.<br />
De vez en cuando, una de los chicos reconocía una pila de piedrecitas o una rama retorcida,<br />
excavaba en la arena para sacar el huevo que había enterrado y se bebía el agua o la compartía<br />
con un amigo. Sin embargo, nadie le ofrecía agua a Xam quien vivía del líquido que obtenía<br />
al estrujar pequeños lagartos y escorpiones. No estaba mal, pero no era lo mismo que un huevo<br />
gigante lleno de agua. Además, sacarle jugo a un escorpión no tiene nada de divertido: no<br />
se retuercen tanto como los lagartos pero tienen bastante mal genio. En esos momentos recordó<br />
que su madre lo estaría esperando en la cueva y deseó no haberse marchado.<br />
Entonces, cuando llegaban a la parte más tórrida y árida del desierto, se desató una gran tormenta<br />
de viento que lo cubrió todo con una gruesa capa de arena. Todas las señales quedaron<br />
ocultas y nadie fue capaz de encontrar sus huevos de avestruz.<br />
Siguieron caminando bajo un sol cada día más abrasador hasta que una mañana Xam vislumbró<br />
las ramas enroscadas de un baobab: su baobab. Atravesó corriendo la arena caliente, se<br />
arrodilló bajo el árbol y comenzó a cavar hasta que encontró el huevo enorme que se había<br />
llevado de casa. Al levantarlo, notó que pesaba menos que antes. Enseguida comprendió por<br />
qué., el tapón de cuero se había desprendido y toda el agua se había derramado en la arena.<br />
Supongo que esto también te habrá ocurrido a ti alguna vez. A mi me ocurrió. Seguro que en<br />
algún momento no has masticado lo suficiente tu trozo de cuero y, por culpa de ello, se te ha<br />
desprendido del huevo de avestruz en el peor momento. Pero espera: ésta es la parte más importante.<br />
Escucha y verás cómo Xam afrontó la situación.<br />
A pesar de sentirse desdichado por no haber hallado agua, Xam no quiso que sus compañeros<br />
se burlaran de él o lo agobiaran más, así que volvió a tapar el huevo con mucho cuidado y se<br />
lo llevó a donde estaban sus amigos. Todos lo miraron a la espera de que él se pusiera a beber<br />
el agua con actitud desafiante. Sin embargo, no lo hizo. Simplemente se lo puso bajo el brazo<br />
y, sin decir ni pío reanudó la marcha con el resto.<br />
A medida que caminaban, los otros lo vigilaban por el rabillo del ojo, esperando que echara<br />
un trago del huevo. Pero se equivocaban. De vez en cuando se pasaba el huevo de un brazo al<br />
otro, como sí le pesara bastante, pero seguía sin beber ni decir nada.<br />
Los otros estaban perplejos Se preguntaban: «¿Por qué no bebe del huevo de avestruz?.».<br />
Hasta que uno de ellos dijo:<br />
-Quizá sabe algo que nosotros no sabemos. Tal vez sabe que estamos muy lejos de casa y que<br />
necesitará el huevo más adelante para sobrevivir en el viaje de regreso por este desierto.<br />
Otro aventuró:<br />
-Quizás está siendo noble. puede que no quiera beber mientras nosotros pasamos sed.<br />
12
Otro añadió.<br />
- Quizás está esperando a compartir el agua con nosotros cuando la necesitemos más...<br />
Y todos pensaban:<br />
«Quizá me dé agua si lo trato bien. ¡Quiero agua!.»<br />
Así que todos empezaron a comportarse de manera distinta: volvieron a hablarle, compartieron<br />
con él sus trocitos de carne de antílope seca y le ayudaron a cazar lagartos y escorpiones<br />
para extraerles el jugo. Uno de los chicos mayores incluso le ofreció: « Cuando lleguemos a<br />
casa, ¿te gustaría salir con mi hermana?. Es más joven de lo que parece. »<br />
Todos se ofrecían a llevarle el huevo de avestruz, pero Xam, por muy mal rastreador de elefantes<br />
que fuera, no era tonto y siempre declinaba muy educadamente. Y claro, cuanto menos<br />
hablaba, más convencidos estaban los demás de que guardaba un gran secreto.<br />
Al llegar a casa, el resto de la comunidad enseguida reparo en que los chicos un poco mayores<br />
estaban pendientes de todo lo que hacía o decía Xam. Observaron que siempre compartían la<br />
comida con él, y se ofrecían para barrerle las piedrecitas y ramas que había en el suelo antes<br />
de acostarse.<br />
Notaron esto y muchos otros detalles, con lo cual su respeto por Xam fue en aumento. Con el<br />
paso del tiempo, Xam se convirtió en el hombre más respetado y poderoso de la comunidad.<br />
Así, Aam vivió feliz y comió perdiz (bueno, avestruz) hasta el día de su muerte.<br />
Así pues, ¿qué lección podemos extraer de la fábula de Xam y el huevo de avestruz?. La respuesta<br />
es que esta historia no contiene una sola lección, sino todos los secretos de la vida.<br />
¿Por qué?. Pues porque demuestra que no es necesario que caces tu elefante del desierto para<br />
tener éxito en la vida. No tienes por qué ganar la maratón, ni encontrar a Moby Dick ni acostarte<br />
con Jennifer López (que puede estar muy buena pero a lo mejor en la cama no vale un<br />
pimiento). La verdad es que no es preciso que consigas nada en la vida: sólo tienes que saber<br />
fingirlo.<br />
Dentro de todos nosotros se halla nuestro yo verdadero, un yo que está vacío como la cáscara<br />
de huevo de la historia. Nosotros sólo hemos de aceptar ese vacío y dar a los demás la oportunidad<br />
de llenarlo mentalmente. Los demás, no lo olvidéis, son mucho más inseguros que nosotros.<br />
Ellos rellenarán el hueco, y si lo hacen, no importará lo bien o mal que hagáis las cosas.<br />
En conclusión, amigos, esto es lo que todos debemos hacer: encontrar nuestro huevo interior.<br />
Encuentra tu pareja.-<br />
El huevo interior puede ayudarnos en muchas situaciones. Tomemos el amor, por ejemplo. O<br />
esa sensación de calorcito y picor que llamamos amor delante de nuestras parejas. Todo el<br />
13
mundo busca amor, o como mínimo algo que alivie esa comezón. Tal como dice la canción, el<br />
amor es una cosa maravillosa.<br />
(No como el whisky, que es una maravilla de cosa. De todos modos el amor es mejor que el<br />
whisky porque... en, un momento, lo había anotado en algún sitio... Ah, sí... porque con el<br />
whisky a veces puedes quedarte sin hielo, y entonces tienes que ir a pedírselo al vecino. También<br />
ocurre a menudo que, mientras disfrutas de tu copa, te olvidas de qué hora es porque<br />
pierdes la noción del tiempo, así que sin querer lo despiertas y entonces el tío te grita y te recuerda<br />
que le devuelvas el suplemento dominical que le robaste del buzón el otro día y al final<br />
tú le contestas que le vas a quemar la casa -porque el whisky siempre te envalentona- y, sin<br />
saber cómo, la situación se descontrola. El amor no provoca nada semejante. Bueno, quizás<br />
algo semejante, pero casi nunca acabas a gritos con el vecino, a no ser que estés haciendo el<br />
amor de forma demasiado entusiasta mientras él está tratando de ver el concurso de Miss Universo<br />
por la tele.)<br />
A lo que íbamos: el amor es bueno. Todo el mundo habla bien del tema, especialmente Shakespeare,<br />
a quien al parecer le gustaba bastante. Según él, el amor es una roja, roja, rosa. O<br />
quizás eso lo escribió otro, no estoy seguro. Sea como fuere, está claro que el amor puede ser<br />
muy beneficioso, ya que él nos mueve a rechazar esa última copa antes de conducir, nos obliga<br />
a lavarnos los dientes antes de acostarnos, o nos disuade de hacer el payaso en las cenas del<br />
trabajo.<br />
Además, según los expertos, el sentimiento amoroso ayuda a reducir el nivel de colesterol.<br />
(Según mi experiencia, ello se debe a que mis seres queridos no me dejan desayunar huevos<br />
fritos con tocino pero, bueno, si lo dicen los expertos ... )<br />
No se puede negar que el amor también tiene efectos perjudiciales, puesto que ha inspirado<br />
muchos de los discos de Céline Dion y la mayoría de las declaraciones de Michael Jackson, y<br />
es responsable de la existencia de los abogados especializados en divorcios, de las tartas de<br />
bodas de seis pisos y del día de San Valentín. Pero no nos detengamos en lo negativo.<br />
Lo más difícil del amor es encontrar a alguien que te deje darle un revolcón y susurrarle tonterías<br />
al oído. Éste ha sido el problema de los seres humanos durante siglos. Para las mujeres<br />
siempre ha sido difícil, ya que a lo largo de la historia han tenido que gritar socorro en torreones<br />
medievales, pasar miedo en cuevas de dragones o desnudarse en tugurios de mala muerte<br />
a la espera de que los rescatara un caballero andante o un acaudalado ejecutivo japonés. Sin<br />
embargo, también resulta complicado para los hombres, sobre todo para los que -como yo y<br />
seguramente como vosotros- no somos caballeros andantes ni acaudalados ejecutivos japoneses.<br />
(Confieso que este capítulo está dedicado en su mayor parte a todos los hombres del mundo,<br />
aunque las mujeres también podéis leerlo. Si no lo hacéis, es decir si os lo saltáis y pasáis a la<br />
siguiente sección, acabaréis el libro antes que vuestra pareja que, con un poco de suerte, en estos<br />
momentos está acostado a vuestro lado leyendo su propio ejemplar. Este libro ha sido diseñado<br />
cuidadosamente para ser terminado simultáneamente -ya que me parece mas íntimo-,<br />
14
pero si os empeñáis en seguir la ruta independiente, os ruego tan sólo que no le estropeéis al<br />
pobre hombre la sorpresa final.)<br />
En lo que respecta al tema de buscar pareja, las recomendaciones han sido muchas y muy variadas<br />
a lo largo de la historia.<br />
-<br />
Consíguete un buen garrote, unas pieles como Dios manda y vete de una vez por todas de la<br />
cueva de tus padres -le dijeron al hombre australopiteco.<br />
-Consíguete un feudo y una aldea llena de leales vasallos con cuyas novias puedas acostarte<br />
en su noche de bodas -le dijeron al hombre medieval. (Por cierto, siempre he soñado, con una<br />
loción para después del afeitado que se llame Droit de Seigneur [«Derecho de Pernada», pero<br />
no lo divulgues]. ¿Por qué no se ha fabricado aún».)<br />
-Consíguete un trabajo, un coche y un traje azul marino -le dijeron al hombre de los años cincuenta.<br />
-Consíguete una melena y unas drogas -le dijeron al hombre de los años sesenta. (De hecho,<br />
lo de las drogas vale para cualquier época desde entonces hasta el presente.)<br />
-Consíguete un poco de ritmo en el cuerpo, unos collares llamativos, una barba y patillas, y<br />
una camisa de un tejido sintético altamente inflamable -le dijeron al hombre de los setenta-.<br />
Ah, y no te olvides de las drogas.<br />
-Consíguete un fax, un teléfono inalámbrico, una suscripción al gimnasio, un trabajo que resulte<br />
imposible de explicar, un coche por encima de tus posibilidades y, por supuesto, las drogas<br />
de rigor -le dijeron al hombre de los ochenta. (Lo del «coche por encima de tus posibilidades»<br />
también sirve desde entonces hasta el presente.)<br />
-Consíguete una suscripción a una revista femenina, tu propio reflexólogo, un profesor particular<br />
de gimnasia, una gama de cosméticos para hombres, un trabajo con el que te sientas realizado,<br />
una afición para dar rienda suelta a tu creatividad, un móvil que no debas contestar si<br />
no te apetece, la capacidad de cocinar al menos tres platos que no sean tostadas o huevos fritos,<br />
un corte de pelo perfecto y un camello que haga entregas a domicilio -le dijeron al hombre<br />
de los noventa.<br />
Habréis observado que la lista de requisitos se ha ido incrementando con el paso de los años.<br />
Y eso no se debe a que las mujeres se hayan vuelto mucho más exigentes, ya que si os fijáis<br />
en los tipos impresentables y repugnantes que se ven del brazo de chicas despampanantes,<br />
compartiréis mi sospecha de que las mujeres apenas les piden nada a esos hombres que seleccionan<br />
de manera inexplicable. No, la lista de demandas ha aumentado porque ésas son las<br />
exigencias que nos estamos haciendo nosotros mismos. Increíble, pero cierto.<br />
Fuimos nosotros los que empezamos a decir: «Sí, cariño, tienes razón. Es verdad que somos<br />
seres simples y superficiales. Es cierto que tenemos que añadir color a nuestro vestuario y<br />
profundidad a nuestra vida para poder así adorar a la diosa que hay en ti. ¡Mírame: cocino platos<br />
que incluyen la palabra "balsámico" en su nombre, y al mismo tiempo gano un buen suel-<br />
15
do, e incluso voy al gimnasio para no tener barriga!. ¡Compruébalo, si hasta puedo explicarte<br />
lo que es el feng-shui, e incluso pronunciarlo correctamente (creo)!. ¡Ámame: ¿no ves que<br />
hasta puedo opinar sobre decoración?!. Por favor, ¿me prestas Conversaciones con Dios<br />
cuando termines de leerlo?.»<br />
Y las mujeres pensaron: «Por Dios.». Porque no imaginaban que nosotros nos tragáramos<br />
esas pamplinas. Ni siquiera ellas mismas las creen. Sin embargo, ante tal oferta de desarme<br />
unilateral, no dudaron y respondieron al unísono: «¡Perfecto!.»<br />
De no haber contestado eso, habrían sido tontas. Y desde luego, las mujeres pueden ser muchas<br />
cosas, pero no tontas. Es como si los rusos hubieran llamado a Reagan en los años<br />
ochenta y le hubiesen dicho: «Camarada, lo hemos pensado mejor y hemos decidido que mantener<br />
estas armas y misiles nucleares representa demasiado esfuerzo, así que vamos a desmantelarlas<br />
y tirarlas al mar. A no ser que vosotros las queráis. ¿Os va bien que os las enviemos<br />
por correo?. Así podréis añadirlas a vuestro arsenal. Incluso pagaremos el franqueo. Ah, y de<br />
paso, también dejaremos de beber vodka. ¿Qué os parece?.»<br />
Resulta improbable que Reagan respondiera: «No, tranquis. Echaría de menos el tener otra<br />
superpotencia por aquí. Además, hay muchas partes de nuestra relación que no hemos explorado.<br />
Hace tiempo que queríamos probar la guerra biológica.»<br />
O sea, que no es de extrañar que ellas aceptaran nuestra oferta, pero el resultado ha sido fatal<br />
para nosotros. Porque, ¡sorpresa!., LA COSA NO FUNCIONA. O al menos no para los hombres.<br />
Mejorar es demasiado esfuerzo, sobre todo cuando cada cromosoma Y te está recordando:<br />
«¡Esto no es una mejora!. ¡Eras (un hombre) mejor cuando usabas aceite de oliva en aerosol!.<br />
¡Eras (un hombre) muchísimo mejor cuando creías que el sushi era un dibujo animado<br />
japonés!.»<br />
Representa demasiado esfuerzo, y para colmo suele salirte mal, con lo que acabas sintiéndote<br />
fracasado y tu vida sexual se resiente. Y aunque te salga bien, las recompensas apenas valen<br />
la pena. Los hombres nos deprimimos y nos sentimos poco hombres y acabamos sublimando<br />
nuestros deseos haciendo otras cosas que acaban siendo menos atractivas aún. Por ejemplo, en<br />
vez de pasarnos el domingo viendo fútbol, nos lo pasamos viendo carreras de Fórmula 1 y<br />
fingiendo que nos interesan.<br />
En vez de admitir: «No quiero hablar de nuestra relación», decimos: «Me encantaría hablar de<br />
nuestra relación, pero según mis biorritmos en estos momentos estoy en una fase muy emotiva<br />
y no quisiera estropear este instante tan positivo con una rabieta que me lleve a salir dando un<br />
portazo y, quién sabe, tal vez acabar en un bar viendo striptease y bebiendo como un cosaco.»<br />
Y las mujeres tampoco están satisfechas. ¿Por qué?. Pues porque, por alguna extraña razón, a<br />
las mujeres les gustan los hombres. Durante siglos les hemos gustado tal como somos. No, yo<br />
tampoco lo entiendo. Es uno de esos misterios de la vida, como el funcionamiento del mando<br />
a distancia o el hecho de que los semáforos cambien todos al mismo tiempo: hay que aceptarlos<br />
como un acto de fe. Si nos paramos a cuestionarlos se produce el caos. Y eso es exactamente<br />
lo que hemos hecho: cuestionarlos, intentar mejorar. (Lo cual me devuelve a mi tesis:<br />
no intentéis mejorar. ¡No vale la pena!.)<br />
16
Ahora que no sabemos los hombres que las mujeres hablan aprendido a amar con resentimiento<br />
y a resentir con amor, ellas se encuentran tan confusas y apáticas como nosotros. Para las<br />
pobres es aún peor, porque ellas finalmente han conseguido lo que querían, y ¡horror!. han<br />
descubierto que NO ES LO QUE QUERIAN. Ahora mismo están pensando: «¿De verdad, en<br />
lo más profundo de mi ser, quiero compartir mi vida con alguien a quien le interesa el romance<br />
entre Ally McBeal y el personaje de Robert Downey Jr.?. ¿Acaso no prefería pasar la noche<br />
con el propio Robert Downey Jr.?. Sé que se droga y no está mucho en casa, pero no sé<br />
por qué, me resulta de lo más atractivo.»<br />
Por eso mi consejo para los hombres del nuevo milenio es sencillo y minimalista como un<br />
mueble escandinavo (una analogía que por desgracia comprenderán perfectamente la mayoría<br />
de los hombres del nuevo milenio). Mi consejo es: busca tu huevo interior.<br />
Lo repito: busca tu huevo interior.<br />
Bueno, vale. Sé que acabas de empezar y quizá necesites más explicación. ¿Recuerdas a Xam<br />
y su huevo de avestruz?. ¿Te acuerdas de cómo lo conservó y todos se preguntaron cuál era su<br />
secreto?. Si el huevo de avestruz hubiese estado lleno de agua, y Xam se la hubiese bebido, o<br />
compartido, o dudado de qué hacer con ella, no se habría convertido en el hombre más poderoso<br />
de la tribu. Un secreto sólo tiene fuerza cuando es secreto.<br />
Si cuidamos de ese huevo de avestruz que todos llevamos dentro, si lo protegemos y nos negamos<br />
en redondo a explorar su interior, los demás empezarán a imaginarse su contenido. Las<br />
mujeres, especialmente, prefieren sus propias imágenes de quienes somos. (Con razón, ya que<br />
lo que ellas se imaginan es infinitamente más interesante y atractivo que nuestra identidad real.)<br />
Escuchad, pues, mis palabras: en vez de intentar mejorar, cosechad los beneficios de dejar que<br />
los demás hagan esas mejoras. Cultivad la mirada cómplice, la sonrisa misteriosa y el ceño<br />
fruncido de forma repentina, como si recordarais palabras oídas hace mucho tiempo de boca<br />
de alguien totalmente distinto. Mientras no os quedéis con cara de bobos, y mientras no os<br />
riáis de todas sus gracias, poco a poco ellas intuirán profundidades y dimensiones en vuestro<br />
carácter que jamás habríais imaginado (y no digamos conseguido mediante un programa chapucero<br />
de automejora).<br />
Os voy a contar una anécdota para ilustrar los peligros de hablar demasiado. Mi amigo Chunko<br />
es un optimista empedernido en el tema de mujeres y, lo que es peor, debo admitir que tiene<br />
iniciativa. Se pasa gran parte de su tiempo en tiendas y jugando a los bolos a la espera de<br />
conocer chicas. (¿Por qué jugando a los bolos, os preguntaréis?. No tengo ni idea. He dicho<br />
que Chunko tenía iniciativa, no inteligencia.)<br />
El año pasado se pasó horas y más horas en la librería del barrio, sin ningún resultado. «Las<br />
mujeres no frecuentan la sección de pesca deportiva -refunfuñaba-. Y si te quedas en la sección<br />
de manuales de autoayuda, sólo conoces al tipo de mujer que lee manuales de autoayuda.»<br />
17
Su última idea fueron los supermercados. Yo me burlé, pero él me ofreció un argumento muy<br />
convincente: «Si me acompañas, luego te invito a otra copa.». Así pues, un sábado por la mañana<br />
atacamos el súper del barrio.<br />
-Lo que tenemos que hacer es perfeccionar nuestra técnica de conquista -declaró Chunko.<br />
Yo me aposté en la sección de alimentos frescos, pensando que las frutas y verduras podían<br />
dar mucho pie para ligar. Enseguida apareció la primera candidata, una chica de aspecto presentable<br />
y pelo limpio. Mientras yo pululaba por allí, ella cogió una papaya y me dio la impresión<br />
de que me sonreía. Yo le di gracias al Señor: las papayas son un tema ideal para iniciar<br />
una conversación con una chica.<br />
Me acerqué un poco y solté:<br />
-Son propias de los países tropicales, pero en domesticidad también viven en climas templados<br />
y aprenden a repetir palabras y frases enteras.<br />
La chica me miró a la cara y su sonrisa se desvaneció.<br />
-Creo que se equivoca -replicó-. Me parece que ha intentado ligar conmigo hablando de la papaya,<br />
un fruto tropical de forma generalmente oblonga y pulpa amarilla y dulce. Sin embargo,<br />
usted se ha referido al papagayo, un ave del orden de las psitaciformes, pico fuerte y curvo,<br />
plumaje amarillento en la cabeza y verde en el cuerpo.<br />
¿Cómo reaccionar ante semejante respuesta?. ¿Creéis que debería haber sonreído misteriosamente<br />
y haberme alejado con disimulo, sin dejar claro si estaba o no hablando de papayas?.<br />
¿O debería haber tartamudeado algo como: «¿Ah, sí?. No sabía yo que los papagayos tuvieran<br />
el plumaje amarillento en la cabeza... Qué interesante.». Os dejo adivinar por qué opción me<br />
decanté. Yo sólo soy el autor de este libro: no alguien capaz de seguir todas sus enseñanzas.<br />
Mi único consuelo -consuelo de tontos, lo sé- es que en la sección de alimentos congelados, a<br />
Chunko tampoco le iban muy bien las cosas. Mientras revoloteaba junto a las croquetas congeladas,<br />
se fijó en una mujer con un vestido un poco escotado. Cuando ella iba a coger una<br />
bandeja de muslos de pollo, él se las apañó para que sus manos toparan.<br />
La mujer retiró la suya rápidamente.<br />
-Esto... --dijo Chunko- yo...<br />
Ella se apiadó de él y le ofreció una escapatoria:<br />
-¿Quiere usted los muslos?.<br />
Chunko sonrió de oreja a oreja. A mi se me heló la sangre, pero no pude hacer nada. Cuando<br />
Chunko quiere decir algo, no hay quien lo calle.<br />
-No, gracias -contestó, mirándole el escote y guiñándole el ojo-. Prefiero las pechugas.<br />
18
Conservar la pareja.-<br />
Ahora que lo pienso, esta anécdota no resulta muy esclarecedora. Bueno, qué más da. De todos<br />
modos, si me haces caso y sigues mi consejo, descubrirás que en poco tiempo habrás cazado<br />
a tu pareja. Pero no te duermas en los laureles, hermano. Más difícil que conseguirla es<br />
conservarla. Busca en tu interior, palpa la suave superficie de tu huevo, dale unos toquecitos y<br />
oye cómo suena a hueco.<br />
Mi primer consejo es que esperes un poco para llevar a casa a tu última conquista (aunque sin<br />
pasarte, porque si no acabará imaginándose que guardas mujeres desmembradas en el congelador.<br />
O peor aún, una esposa). Y cuando finalmente la invites, asegúrate de que todo está<br />
limpio y ordenado. Si insistes en tener elementos decorativos, es importante que sean enigmáticos,<br />
como una colección de mariposas o un lagarto disecado, o misteriosamente impersonales,<br />
como un tablero de ajedrez con piezas de marfil tallado.<br />
No te olvides de esconder tu maravillosa colección de latas de cerveza de todo el mundo, o<br />
ese póster tan gracioso con todas las posturas sexuales, o la Playstation con sus respectivos<br />
cartuchos de juegos. Lo mismo digo de cualquier foto de ti y tus amigos sacada en:<br />
a) un estadio de fútbol; b) una despedida de soltero, especialmente si debes explicar que eres<br />
«el que lleva el cubo de basura en la cabeza»; c) cualquier circunstancia en que luzcas pantalones<br />
cortos (sea partido de fútbol, excursión a la montaña o la playa). A no ser que tengas la<br />
copa de la Champions en la mano, evita cualquier imagen tuya en la que muestres las piernas.<br />
Por el contrario, siempre resulta aceptable dejar en lugar visible tu foto enmarcada recibiendo<br />
un Oscar o el Nobel de la Paz, sobre todo si está un poco escorada hacia la pared en señal de<br />
modestia y si luego respondes a las preguntas de ella con un gesto de indiferencia y una sonrisa<br />
de confusión en los labios. Pero, ojo, esto sólo sirve si has ganado un Oscar o un Nobel de<br />
verdad (nada de esas estatuillas de plástico que regala la gente «Al más juerguista» o «Al mejor<br />
eructo»).<br />
Además, el silencio y el misterio siempre son atrayentes. Yo aún diría más: la gente atractiva<br />
siempre es silenciosa. Pensad en hombres silenciosos: Clint Eastwood, Batman, o aquel malo<br />
de James Bond con los dientes de acero. Ahora piensa en los que hablan por los codos: Woody<br />
Allen, el cerdito Porky, o ese pesado de la oficina que se pasa el día explicando cómo la última<br />
entrega de La Guerra de las Galaxias explorará el paso de Darth Vader al lado oscuro.<br />
Está claro, ¿no?.<br />
Sé listo. Cuando ella te pregunte «¿En qué estás pensando?.». (cosa que sin duda hará), considera<br />
tu respuesta con cuidado.<br />
No digas: «En ti», porque es patético y no tiene ni pizca de misterio.<br />
No digas tampoco: «En lo mucho que te quiero», porque además de ser mentira, desperdiciarás<br />
una de las últimas cartas que te quedan por jugar. Un día la necesitarás para salir de algún<br />
apuro, y entonces te alegrarás de haberla reservado.<br />
19
Podrías decir: «Pensaba en lo mucho que me apetece arrancarte la ropa con los dientes y retozar<br />
contigo sobre la alfombra.». Pero cuidado con lo que desees.<br />
Tampoco te recomiendo que seas sincero. «En la hora del partido del sábado» o «En ese ruidito<br />
que hace el motor cuando voy a más de ciento veinte» son respuestas que revelan demasiado.<br />
No te arriesgues ni des demasiadas pistas. Mira por la ventana y suelta algo así como: «Y<br />
pensar que a Mozart/Einstein/Indira Gandhi los iluminó la misma luna ... »<br />
Alto. No pienses que va a creerte. Ella sabe perfectamente que no estás pensando en el tiempo,<br />
el espacio y los misterios del universo, pero eso es lo de menos. A ver si te queda claro:<br />
ella no quiere saber lo que estás pensando. Lo que desea es una hoja en blanco donde poder<br />
dibujar al hombre de sus sueños. Así pues, amigos, cantad conmigo: «Aceptemos nuestro<br />
huevo interior.»<br />
Encuentra tu maya interior.-<br />
A estas alturas creo que empieza a quedar clara la idea de los huevos de avestruz interiores.<br />
Cuesta un poco pillarle el truco, pero cuando lo tengáis dominado, tendréis el mundo a vuestros<br />
pies. No obstante, andaos con cuidado: el peligro acecha. Hay mucha gente que no sabe<br />
aceptar el concepto del huevo/hueco interior. Lo temen tanto que no cesarán hasta rellenarlo,<br />
sin importarles con qué.<br />
Sed cautelosos, colegas. Si os confiáis demasiado, a la primera de cambio os pueden rellenar<br />
el huevo con todo tipo de porquerías. ¿A qué me refiero?. No seáis tontos: está claro a qué me<br />
refiero. Basta con ir a la librería de la esquina y echar un vistazo a lo que se ofrece. Por todas<br />
partes hay nuevos temas con que llenar nuestro vacío interior. Adonde mires verás un recién<br />
descubierto río de sabiduría esperando penetrar en ti, siempre que lo permitas.<br />
Cada temporada sale algo nuevo. Lo último ha sido el feng-shui, que es la cosa más absurda<br />
del mundo. Para los que no lo sepan, resulta que la última moda en Occidente es una serie de<br />
libros minúsculos y mal editados que nos enseñan a colocar el mobiliario del mismo modo<br />
que lo hacen en China. Por favor.<br />
Por todas partes la gente se dedica a colgar espejos en el recibidor, o a descolgarlos, ya no me<br />
acuerdo. Sé de una mujer que cubría las esquinas de la mesa del comedor con plastilina para<br />
(juro que no me lo invento) «redondearlas, lo cual permite que la energía fluya libremente por<br />
la casa». Señora, si realmente hubiera energía fluyendo libremente por la casa, lo que necesitaría<br />
es un electricista, un exorcista o un pararrayos.<br />
¿Y quién dice que los orientales sean expertos en conseguir el éxito a través de la decoración?.<br />
Dudo mucho que el Ministerio de Defensa japonés empleara el feng-shui cuando a sus<br />
generales se les ocurrió la genial idea de Pearl Harbor.<br />
Y en cuanto a los chinos, ¿os imagináis al presidente Mao colocando simétricamente los<br />
adornos y puntos de luz antes de apuntar ideas en su libretita roja?. A ver:<br />
1 . Mandar a los intelectuales a trabajar en los arrozales. 2. De paso, darles una buena paliza.<br />
20
3. Colgar carteles con mi cara. 4. Comprobar si el sofá está perpendicular a la pared. ¿O tenía<br />
que quedar paralelo?. Ya no me acuerdo.<br />
5. Sacar a un intelectual de los arrozales para que escribalas reglas de colocar sofás, así no me<br />
olvidaré la próxima vez. 6. Pegarle un tiro al intelectual para que nadie más, aparte de mi, sepa<br />
las reglas de colocar sofás.<br />
Además, aquí las cosas son diferentes. Lo que funciona perfectamente en una pagoda japonesa,<br />
por ejemplo, puede que no resulte tan bien en una casa occidental. Hazme caso, no<br />
se te ocurra construir tu casa como una pagoda japonesa. ¿Has visto las dimensiones<br />
que tienen?. Te pasarás la vida pegándote contra el marco de las puertas, apoyándote<br />
en las paredes y cayéndote fuera porque están hechas de papel. Para colmo, en el mobiliario<br />
japonés falta mi mueble favorito: la butaca con respaldo redinable, apoyapies<br />
graduable y receptáculo para cerveza en el apoyabrazos.<br />
Deberíamos haber aprendido la lección después de la moda del bonsái, pero no. Y ya que<br />
hablamos de Oriente, la próxima persona que me mire con mala cara cuando rechazo los palillos<br />
en un restaurante chino, se va a enterar de quién soy yo. Sólo pienso decirlo una vez: la<br />
razón por la cual en Occidente comemos con tenedor es que hace siglos descubrimos que cuatro<br />
puntas afiladas resultan más eficaces para manipular la comida que dos palos romos.<br />
Cuando elijo el tenedor no estoy siendo cerrado, sino que me limito a aprovechar los avances<br />
tecnológicos, maldita sea.<br />
Sin embargo, el feng-shui no es el único relleno de huevo: hay muchísimos más. El otro día,<br />
sin ir más lejos, encontré otro. Estaba curioseando en la librería del barrio --quizá la misma<br />
donde comprasteis este libro cuando se me acercó una joven con un libro de la sección Novedades<br />
editoriales. ¿Ha leído esto?. -me preguntó, seductora---. Le cambiará la vida. Aquí tiene<br />
toda la sabiduría perdida de los antiguos mayas.<br />
El libro se titulaba Las Profecías del Aguacate o Pisadas de Tucán o algo por el estilo. Me<br />
quedé sin palabras y le lancé una mirada asesina mientras negaba con la cabeza, porque si hay<br />
algo que no soporto es la moda del perdedor.<br />
Moda del perdedor.-<br />
Yo llamo «la moda del perdedor» a la reciente obsesión de admirar a los perdedores de la historia.<br />
Hoy en día la gente ensalza cualquier mezcolanza de creencias, siempre y cuando provengan<br />
de los incas, o los etruscos, o cualquier cultura que haya desaparecido de la faz de la<br />
Tierra sin apenas dejar rastro. No lo entiendo.<br />
Sea cual fuere el encanto misterioso de estos pueblos, la verdad pura y dura es que perdieron<br />
la partida. No cabe duda; en la gran partida de la historia, sacaron la carta más baja.<br />
A ver, decidme, aparte del uso de la cocaína y el sacrificio humano, ¿qué nos pueden enseñar<br />
los incas?. ¿A ser conquistados por una cuadrilla de españoles barbudos?. Si esas civilizaciones<br />
eran tan avanzadas, ¿por qué demonios se extinguieron?. Construir pirámides en la selva<br />
está muy bien, pero mejor les habrían ido las cosas si hubieran descubierto la rueda, ¿o no?.<br />
21
(Soy consciente de que la historia da muchas vueltas y que un día cambiará nuestra suerte.<br />
Quien sabe, quizá la cultura occidental quedará eclipsada por el renacimiento de las comunidades<br />
de Burundi o Papúa Nueva Guinea. Me parece bien, pero al menos yo no espero que la<br />
eufórica población papú se ponga a escribir libros nostálgicos recordando que, a principios del<br />
siglo XXI, los pueblos occidentales inventaron los reality shows y adoraron a la diosa Christina<br />
Aguilera.)<br />
Actualmente los perdedores de hoy son los mayas. Uno no puede ni tomarse un cortado en el<br />
café-librería más próximo sin toparse con gente hojeando el último libro sobre la sabiduría de<br />
los antiguos y nobles mayas. ¡Oohh, pero qué listos eran y qué vida tan comunitaria llevaban!.<br />
Qué edificios tan maravillosos construyeron y qué bien se les daba medir el tiempo. ¿Sabíais<br />
que fabricaron relojes de sol y descifraron los movimientos de las estrellas?.<br />
Pues claro que descifraron los movimientos de las estrellas. ¿Qué más podía hacer un pobre<br />
maya por la noche?. ¿Ver la tele?. ¿Leer un libro?.<br />
Los mayas están muy de moda últimamente porque predijeron que el fin del mundo llegaría el<br />
domingo 23 de diciembre de 2O12, justamente el día que vence mi hipoteca. Pero no hablemos<br />
de mí. Después de la leve decepción que supuso el año 2OOO y Nostradamus, y todo el<br />
rollo del nuevo milenio, los defensores de las teorías de conspiración iban como locos buscando<br />
otro nuevo apocalipsis.<br />
Gracias a los mayas ya tenemos una, nueva hecatombe: 2O12, el Armagedón nuestro de cada<br />
día. Y si los mayas predijeron que el mundo se acabarla en 2O12 -a pesar de que casi todo lo<br />
demás que hicieron fue un fracaso y su civilización fue devorada por la selva---, ¿quién soy<br />
yo para ponerlo en duda?.<br />
Ello significa que por todas partes nos atacan, animándonos a comprender la civilización maya<br />
o a encontrar nuestro maya interior. Haced oídos sordos, hijos míos, puesto que se trata de<br />
otro vil truco para llenar vuestro huevo. Peor aún, es una idiotez. Recordad: puede que seamos<br />
vagos, pero no idiotas. Sólo los más listos logran sobrevivir siendo tan vagos como nosotros.<br />
Volvamos a la maravillosa civilización maya, si os parece. Observemos más de cerca ese modelo<br />
de sapiencia que tanto interés despierta. Los mayas, según dicen, gozaban de una vibrante<br />
cultura deportiva, similar a la nuestra. Hasta aquí todo perfecto. Eran muy aficionados a un<br />
juego de pelota cuyas reglas se han perdido, porque los mayas no sabían escribir en un idioma<br />
que nosotros comprendamos. Aunque me da en la nariz que tampoco eran muy amantes de las<br />
reglas.<br />
En ciertas ocasiones especiales la ciudad entera se reunía a ver el partido. Una vez finalizado,<br />
el equipo ganador recibía un masaje y unas hojas de coca, y el perdedor un cordial apretón de<br />
manos y la pena de muerte. De nuevo, los detalles de la ejecución no quedan muy claros, pero<br />
los datos existentes apuntan a que entre las recompensas del equipo ganador se hallaba el privilegio<br />
de consumir los corazones aún palpitantes de los perdedores. Desgraciadamente, la<br />
suerte de los entrenadores sigue siendo una incógnita.<br />
22
Tampoco es para tanto, pensaréis vosotros. Quizá las cosas no irían tan mal si todo el mundo<br />
(sobre todo nuestros empresarios y deportistas) tuviese semejante incentivo para ganar. Tal<br />
vez tengáis razón, pero seguid leyendo, por favor.<br />
Otra diversión maya muy espectacular eran los concursos para ver quién era capaz de beber<br />
más. Gracias al ingenio y a la visión de futuro que le ha hecho famoso, el pueblo maya logró<br />
solucionar el fastidioso problema de como seguir bebiendo cuando el cuerpo ya tenía bastante.<br />
En el momento en que el mecanismo del vómito se ponía en funcionamiento (señal de «es<br />
hora de dejar la fíesta» para la mayoría de los seres humanos incluyendo a algunos parlamentarios),<br />
los mayas sacaban sus embudos de hoja de plátano y continuaban ingiriendo su trago<br />
favorito en forma de enema. (Supongo que de ahí viene la célebre frase: «Arriba, abajo, al<br />
centro y adentro.»)<br />
En definitiva, ¿qué conclusión sacamos de todos estos datos antropológicos?. ¿A qué tipo de<br />
personas pretenden que imitemos?. Yo os lo diré: a unos fanáticos del deporte con tendencias<br />
homicidas y un alcoholismo galopante. ¿Y sabéis qué?. Pues que no hace falta remontarse a<br />
miles de años para encontrarlos; en la actualidad existen comunidades enteras de «mayas». Se<br />
llaman residencias de estudiantes. Yo las viví en persona y me mareo sólo de pensarlo.<br />
Permitidme que os dé otro dato sobre los mayas. Un día, tras miles de años de llamémosle civilización,<br />
decidieron levantar sus bártulos y abandonar sus ciudades. Así, sin más. Se zamparon<br />
el último corazón, recogieron sus embudos de hoja de plátano y se internaron en la selva<br />
para no volver jamás. Ha habido muchas teorías que intentan explicar este éxodo masivo. Una<br />
de ellas alude al desmoronamiento de la jerarquía religiosa y política, combinada con el temor<br />
a una invasión externa. Yo lo dudo mucho. En mi modesta opinión, no fue el miedo a ser conquistados<br />
lo que provocó la huida de los mayas. Lo que pasó es que simplemente se hartaron<br />
de ser mayas. Y la verdad es que no me extraña No fue el enemigo externo el que destruyó su<br />
civilización, sino el «enemigo» interno.<br />
Mi consejo a quienes buscan su maya interior es el siguiente: no os molestéis en hacerlo. Ya<br />
os encontrará él cuando necesite dinero.<br />
Moda del disparate.-<br />
No sólo los perdedores están de moda. Los fabricantes de manuales de autoayuda y sus asesores<br />
financieros siempre están conspirando para vendernos algo con que llenar nuestro huevo<br />
interior. Y como saben perfectamente que lo que nos venden es absurdo, no sólo no lo ocultan,<br />
sino que hacen de ello una virtud.<br />
-Toda mujer es una diosa -me dijo hace poco una mujer, lanzándome una mirada altiva. (Supongo<br />
que intentaba parecer una diosa, aunque a mi, no sé por qué, me recordó más a una jirafa<br />
estreñida.) La susodicha estaba leyendo un libro titulado Mujeres que Aman Demasiado<br />
Corren con los Lobos. Creo que el subtítulo era Cómo dejar de ser codependiente y descubrir<br />
tu diosa interior, pero no estoy seguro.<br />
23
-Pero si toda mujer es una diosa -dije yo muy despacito para que me entendiera-, ¿qué significa<br />
exactamente ser una diosa?. Cuando se usa para definir a todas las mujeres, la palabra pierde<br />
su significado. ¿Por qué no llamarse simplemente «mujeres»?.<br />
-Estás aplicando una lógica masculina a una experiencia intuitiva -replicó la diosa.<br />
La conversación empezaba a ser de besugos, pero decidí continuar.<br />
-¿Y qué me dices de la capacidad de autosuperación?. ¿Cabe esta posibilidad siendo diosas?.<br />
Porque si no es así, ¿para qué leéis tantos manuales de autoayuda?. -persistí, aunque ya empezaba<br />
a dolerme la cabeza-. ¿Hay diferentes niveles de divinidad?. Por ejemplo, ¿hay diosas<br />
corrientes y mujeres que, como tú, sois diosas más avanzadas?.<br />
Ella me miró con desprecio.<br />
-Está claro que eres incapaz de comprender el conocimiento no racional.<br />
Al final lo dejé correr. Es imposible mantener una conversación con alguien así. Si Neale Donald<br />
Waisch hubiera escrito Conversaciones con una diosa, en lugar de su best seller Conversaciones<br />
con Dios, no habría vendido ni un sólo ejemplar. El libro en si habría sido igualmente<br />
malo, aunque todos sabemos que la base del éxito de los libros de autoayuda no es precisamente<br />
la calidad. (Al menos eso espero.)<br />
Mi teoría es que ciertas personas se recrean en el sin sentido de las cosas sin sentido. No sé si<br />
habéis leído un libro titulado Todo lo que sé lo aprendí en el parvulario. No os lo recomiendo.<br />
Un tal Robert FuIghum, consumió varios bosques para publicar un elogio a los lápices<br />
de colores y las profundas enseñanzas que podemos extraer del cuento de la ratita presumida<br />
(os lo juro).<br />
El hombre no lo podía decir más claro: si sois el tipo de gente que lee manuales de autoayuda,<br />
puedo contaros lo mismo que le contarla a un niño de cuatro años y os quedaréis tan contentos.<br />
La única diferencia entre vosotros y un niño de cuatro años es que vosotros os vais a gastar<br />
dinero en mi libro.<br />
Y no me hagáis hablar de ese cabeza de chorlito, Deepak Chopra. Cuando oí el nombre de<br />
Deepak Chopra por primera vez, pensé que era un rapero de Los Ángeles. Sin embargo, después<br />
de leer uno de sus libros, descubrí que, comparada con Deepak Chopra, la obra de Tupac<br />
Shakur es un modelo de sensatez, responsabilidad y belleza lírica. No me gusta burlarme de<br />
mis colegas escritores, pero en este caso no pasa nada, porque Deepak Chopra no escribe: utiliza<br />
el lenguaje como instrumento de tortura.<br />
Para muestra, un botón: «Ahora llegamos a una fase en la que el que busca se convierte en el<br />
que ve. Porque el que busca ha descubierto que lo que buscaba el que busca era al que busca,<br />
y habiendo encontrado al que busca, el que busca se torna el que ve.»<br />
24
Ni el más fanático Chopráfilo puede justificar algo así. Y no digamos lo siguiente: «La única<br />
diferencia entre tú y un árbol -nos informa con perspicacia- es el contenido informativo y<br />
energético de vuestros respectivos cuerpos.»<br />
Felicidades. Ésa es también la única diferencia entre yo, un árbol y George W Bush. Pero<br />
¿qué digo?. No es la única diferencia. Un árbol tiene hojas, y raíces que absorben el agua de la<br />
tierra y un tronco para que orinen los perros. Y George W Bush... Ahora que lo pienso, George<br />
W Bush se parece bastante a un árbol. Ay, ya no sé qué digo. Cuando leo demasiado a<br />
Deepak, se me hinchan las meninges.<br />
¿Comprendéis ahora la dificultad de escribir un libro que satirice los manuales de autoayuda?.<br />
Cuando uno se mete en el género de la autoayuda, la línea entre lo satírico y lo real es finísima.<br />
¿Quién se ha llevado mis llaves?.-<br />
Supongo que en estos momentos te estarás preguntando: «¿Por qué se titula este libro Yo me<br />
he llevado tu queso?.». Puede que incluso se lo estés preguntando a tu pareja, que con un<br />
poco de suerte, sigue en la cama contigo, leyendo su propio ejemplar del libro. Y puede que<br />
ella te conteste: «Ni idea. Yo no veo queso por ninguna parte. Además, ¿por qué iba alguien a<br />
llevárselo?.»<br />
La respuesta no es, como ya habrán sugerido algunos cínicos y escépticos, que este libro sea<br />
una maniobra barata para aprovecharnos de la popularidad de un reciente best seller del género<br />
de los manuales de autoayuda. En absoluto. La respuesta a tu pregunta te llegará en breve.<br />
Ten paciencia y deja que el Osmósix te vaya haciendo efecto.<br />
Mientras tanto, me gustaría ofrecerte unas palabras de consejo con respecto al tema de afrontar<br />
el cambio. Éste es el tema de moda en la actualidad, y yo comprendo que te preocupe. Si<br />
eres como yo -y si has leído hasta aquí, supongo que lo eres- el tipo de cambio que más te molesta<br />
es el que cada mañana te hace gritar como un energúmeno: «¿QUIÉN SE HA LLEVA-<br />
DO MIS LLAVES?.»<br />
Porque, seamos sinceros, los grandes cambios no nos afectan demasiado. Por ejemplo, ¿qué<br />
pasa si nuestra empresa, que antes se especializaba en la fabricación de yoyos, ahora se siente<br />
presionada por las fuerzas del mercado y se pone a fabricar sistemas antirrobo?. Pues ¿qué va<br />
a pasar?. O lo aceptamos, o dejamos de trabajar y nos quedamos en casa, empinando el codo o<br />
viendo la tele todo el día (no sé qué es peor), hasta que nos damos cuenta de que, en realidad,<br />
lo que siempre hablamos soñado era ser diseñador de moda o actor porno. Ése es nuestro destino<br />
y, a no ser que seamos unos zopencos incapaces de planear el futuro con más de cinco<br />
minutos de antelación, lo que nos digan los demás no nos va a servir de nada.<br />
Sin embargo, no son los temas importantes los que provocan más estrés. Son los pequeños detalles,<br />
como salir por la mañana a toda prisa para evitar un atasco y descubrir -¡otra vez!.- que<br />
alguien se ha llevado tus llaves. Hablo en serio: es algo que pasa constantemente y nos afecta<br />
a todos. Por ejemplo, yo siempre dejo las llaves en un sitio donde resulten fáciles de encontrar,<br />
como el bolsillo de los pantalones que llevaba el día anterior, o entre los cojines del sofá,<br />
25
o (si he estado trabajando hasta tarde) en el congelador de la nevera, al lado de los cubitos. Y<br />
cada mañana, sin excepción, no las encuentro por ningún lado. ¡Alguien se ha llevado mis llaves!.<br />
Esto ya me causa estrés. Aunque el estrés sube varios puntos cuando mi pareja me suelta: «Te<br />
he dicho miles de veces que dejes las llaves en el gancho de las llaves. Así siempre sabrás<br />
dónde están.». A lo que yo contesto: «No tengo gancho para las llaves. ¿Acaso lo has visto?.<br />
No, ¿verdad?. Porque no hay ninguno.». Entonces ella me responde: «Pues deberías tenerlo.<br />
Mírame a mí: yo nunca pierdo las llaves.»<br />
Eso me hace perder aún más tiempo, porque ahora, además de encontrar mis propias llaves,<br />
tengo que buscar las de mi pareja disimuladamente y escondérselas en un sitio donde no las<br />
encuentre.<br />
Por supuesto, es un plan condenado al fracaso. Las mujeres poseen un don innato del que los<br />
hombres carecen: el de encontrar objetos perdidos sin apenas esforzarse (igual que los perros-policía<br />
encuentran maría en las maletas de un aeropuerto internacional).<br />
Y ni se os ocurra decirme que no me ahogue en un vaso de agua. Precisamente la preocupación<br />
por las nimiedades es lo que nos permite funcionar con normalidad. Si no nos deprimiésemos<br />
porque nuestro equipo ha perdido el partido del sábado, toda esa capacidad de depresión<br />
se quedaría flotando en el ambiente y seguramente acabaría vinculándose a un tema importante,<br />
como el efecto invernadero, la caza de ballenas o el éxito internacional de Eminem.<br />
Por supuesto, las llaves no tienen por qué ser llaves. A veces se trata de un calcetín desparejado,<br />
o mi encendedor, o esa lata de cerveza que guardo en el cajón de la verdura de la nevera,<br />
astutamente camuflada bajo aquella lechuga que está allí desde 1998, y que he reservado con<br />
ese solo propósito. No sé por qué, pero todas estas cosas también desaparecen continuamente.<br />
No importa. Mi consejo es: aceptad esas pequeñas contrariedades. Las pequeñas contrariedades<br />
se pueden resolver y además nos libran de tener que pensar en temas importantes que nos<br />
pueden agobiar y deprimir y que nunca podremos solucionar solos.<br />
Soy consciente de que la costumbre dicta que te transmita estos consejos en forma de fábula.<br />
Pongamos -y de nuevo quisiera subrayar que no estoy pensando en ningún manual de autoayuda<br />
en particular- que tenemos cuatro pequeños personajes que viven en un laberinto.<br />
Dos de ellos son ratones porque los ratones viven en laberintos, y los otros dos son liliputienses,<br />
unos seres humanos del tamaño de ratones. Si te parece inverosímil, lo lamento. Los liliputienses<br />
y los ratones vivían muy felices al principio de esta fábula, porque todos sabían<br />
dónde encontrar queso en cantidad. ¡Ah, el queso!.<br />
Pero un día se despertaron y descubrieron que el queso ya no estaba. Los dos ratones, como<br />
eran ratones, se internaron en el laberinto en busca de Queso Nuevo (aunque yo sospecho que<br />
era el mismo queso de antes que alguien se había llevado de su sitio). Los dos liliputienses, al<br />
ser personas, supongo, se pusieron a despotricar y preguntarse qué le había sucedido a su queso.<br />
26
Tal vez penséis que la moraleja de esta historia es: ¡afrontad el cambio, adaptaos a las nuevas<br />
circunstancias sin queso, internaos en el laberinto y buscad más queso!. Nada de eso. Tal como<br />
ilustra la fábula, ésa es la reacción del ratón.<br />
Decidme, hermanos: ¿nosotros qué somos?. ¿Hombres o ratones?. Aquí la única pregunta importante<br />
es: ¿Quién demonios se ha llevado mis llaves?. (o en el caso de la parábola, el queso).<br />
Si resulta que hay un ladrón compulsivo de queso por ahí suelto, el tío -o la tía- no va a<br />
parar tan fácilmente. Una vez que se haya aficionado a llevarse el queso ajeno, el muy ladino<br />
volverá a las andadas una y otra vez si alguien no le para los pies. Y para colmo se reirá de<br />
nosotros a nuestras espaldas.<br />
Si insistís en lanzaros a la busca de más queso, os arriesgáis a entrar en un circulo vicioso de<br />
sufrimiento. ¿Recordáis a Xam. y su elefante del desierto?. Pues el queso es como el elefante.<br />
Podríais pasaros meses siguiendo a ese queso del desierto y cuando lo hallaseis, no sabríais<br />
qué hacer con él. En resumen, que si no encontráis vuestro queso, pues a otra cosa mariposa.<br />
Buscad otro tema que podáis fingir que es importante: si hacéis ver que lo es, lo será. Lo importante<br />
no es el objetivo en si, sino que seáis capaces de cumplirlo.<br />
Recordad: es posible cambiar los objetivos y fabricar el éxito. Todo se puede fingir.<br />
Pero volvamos a nuestra fábula. Tal como os decía, la reacción de los liliputienses fue la adecuada.<br />
Lo que hay que hacer es buscar a la persona que se ha llevado el queso. Una vez la<br />
hayáis encontrado, podéis atarla de pies y manos y torturarla con tenedorcitos para fondue<br />
hasta que os diga dónde lo ha metido. Otra posibilidad es obligarla a robar el queso de los ratones<br />
y traéroslo.<br />
Por eso, cuando no encuentro mis llaves por la mañana y mi pareja me agobia diciendo que es<br />
culpa mía, una estrategia que siempre me resulta muy útil es ponerme hecho una furia y empezar<br />
a gritar: «¿Quién se ha llevado mis llaves?. ¿Has sido tú?.»<br />
Si gritas un buen rato, al final ella se olvida de echarte la culpa y se pone manos a la obra.<br />
Tras un rápido vistazo localiza inmediatamente tus llaves en el fondo de la pecera, donde las<br />
dejaste ayer por la noche cuando llegaste a casa pensando que era un sitio donde se verían con<br />
facilidad desde cualquier punto del salón. Entonces ella las señala con el dedo y te suelta un<br />
comentario sarcástico:<br />
«Pues sí, Darrel. ¡Yo me he llevado tus llaves!.»<br />
Me importa un bledo. Que sea todo lo sarcástica que le dé la gana. Al menos ha dejado de fastidiarme<br />
y, además, ¡he recuperado mis llaves!.<br />
Ahora que tengo mis llaves y un poco de tiempo para pensar, me pregunto si mi analogía de<br />
los ratones ha sido útil, o si tan siquiera tiene algo que ver con lo que intentaba deciros. En<br />
confianza, debo confesaros que no se me da muy bien este asunto de las analogías simplistas.<br />
Quien haya comprado este libro esperando obtener ayuda para afrontar la reconversión de su<br />
empresa de yoyós supongo que ahora mismo estará arrancando las páginas y usándolas como<br />
servilletas o papel higiénico. Me lo imagino llamando a sus colegas reconvertidos y diciéndoles:<br />
-«Eh, tíos, ¿habéis leído Yo me he llevado tu queso?-. ¿Ah, si?. ¿Por qué no vamos a casa<br />
27
de ese desgraciado y le damos una buena lección?. Yo traigo las nudilleras y los bates de<br />
béisbol. ¿Qué os parece, muchachos?. ¿Que por qué hablo como un gángster de película americana?.<br />
Perdón, no me había dado cuenta.»<br />
Aunque obviamente ésta no será mi defensa si me ataca una jauría de ejecutivos en paro, mi<br />
opinión sobre el tema es muy sencilla: si me necesitáis a mi o a otra persona para que os cuente<br />
una historieta penosa con moralejas tan evidentes como «El cambio ocurre», «Adáptate al<br />
cambio con rapidez». «Si no te mueves con el cambio, te quedarás atrás», francamente, no<br />
merecíais el empleo que teníais. Y por el bien de la economía del país, tampoco deberían daros<br />
otro.<br />
Mi consejo sobre cómo enfrentar el cambio es que cojas un tarro de cristal y lo pongas en un<br />
sitio bien visible de la cocina. Cada noche, cuando llegues a casa y hayas escondido tus llaves,<br />
coge las monedas de tu bolsillo y mete en el tarro las de mayor valor. Te recomiendo que te<br />
deshagas de las de menor valor dándoselas a los pobres o al cuidador de coches. Mi amigo<br />
Chunko guarda las monedas en un viejo calcetín de deporte que coloca debajo de la almohada<br />
y que usa como arma de autodefensa. (Lo necesita, porque su mujer aún no le ha perdonado<br />
que se fuera a ligar al supermercado del barrio.)<br />
Recordad: el cambio es inevitable, pero hay que controlarlo. Si no lo hacéis, os deformará la<br />
cartera y os creará un bulto muy feo en los pantalones.<br />
Ser o no ser.-<br />
Actualmente una gran fuente de preocupaciones para la gente joven que intenta abrirse camino<br />
en la vida es el bombardeo de consejos despreocupados que reciben por parte de todo el<br />
mundo: desde profesionales hasta amigos y parientes, tan bienintencionados como equivocados.<br />
Los consejos de los demás son un poco como el banco de ejercicios abdominales que os comprasteis<br />
siguiendo un impulso irracional una madrugada en que combatíais el insomnio viendo<br />
la teletienda: algo que se guarda un tiempo sin prestarle demasiada atención y finalmente acaba<br />
regalándose. Eso es lo único que se puede hacer con un banco de ejercicios abdominales o<br />
con los consejos de la gente, ya que uno nunca los usa para sí mismo.<br />
Y es que los malos consejos abundan. Un ejemplo claro son los miles de dichos y refranes de<br />
sabiduría popular que llevan empleándose durante siglos y siglos. Una generación no les hace<br />
ni caso, la siguiente los descubre e intenta pasárselos a la posterior, quien a su vez no les hace<br />
caso y así sucesivamente.<br />
Son frases que nunca se cuestionan. Sin embargo, yo me pregunto por qué insistimos en declarar<br />
que una puntada a tiempo ahorra ciento cuando, según los estudios científicos más recientes,<br />
la media suele ser de cincuenta y dos. ¿Y qué padre con dos dedos de frente le cuenta<br />
a su hijo que en todas partes cuecen habas?. Es la forma más rápida de cargarse el mito de la<br />
infalibilidad de los padres. Lo único que tiene que hacer el enano es echar un vistazo en casa<br />
de sus amigos, en el colegio o en el parque para descubrir que sus padres mienten como bellacos.<br />
Tal como sus abuelos les mintieron a ellos.<br />
28
Las mentiras no acaban aquí. A no ser que esté borracho, quien ríe el último no ríe mejor, sino<br />
que normalmente para de reír en cuanto se da cuenta de que se está riendo solo y que todos lo<br />
miran con reprobación. Y la próxima vez que te digan que a quien madruga Dios lo ayuda,<br />
puedes contestarles que no te parece que a tus colegas de trabajo que llegan más temprano les<br />
vaya mucho mejor. A lo mejor Dios se ha hartado de verlos leer el diario. ¿Y a quién se le<br />
ocurrió la tontería de que la lluvia en Sevilla es una pura maravilla?. ¿Qué quieren decir?. Todo<br />
el mundo sabe que en Sevilla hay muchas maravillas, como la Giralda y el Alcázar, pero<br />
que yo sepa, la poca lluvia que tienen es de lo más normalita. A menos que yo haya estado en<br />
los lugares equivocados.<br />
Lo que quiero decir es que la gente suelta consejos a troche y moche sin ningún respeto por la<br />
verdad. ¿Cuántas veces os han dicho: «Ánimo. Ya verás como ahora las cosas irán a mejor»?.<br />
Y se quedan tan satisfechos, cuando es evidente que os están mintiendo descaradamente. Todos<br />
sabemos que las desgracias nunca vienen solas y que las cosas seguramente irán a peor.<br />
Os lo digo yo: si se les da la ocasión, las cosas pueden empeorar más rápido que una película<br />
de James Cameron.<br />
Otro consejo que me indigna es el famoso «Sé tú mismo». ¡Menuda barbaridad!. La civilización<br />
y todas las normas básicas de convivencia humana se basan en el hecho de no ser nosotros<br />
mismos. ¿Es que no han leído El Señor de las Moscas?. ¿No se han peleado nunca con<br />
alguien por un sitio para aparcar?. Podemos usar trajes de Ermenegildo Zegna, pero en el fondo<br />
todos somos animales.<br />
Dejando de lado el debate sobre la naturaleza humana, ser uno mismo es una ruta sembrada de<br />
peligros. La mayoría de nosotros, en el fondo, somos unos gallinas hipócritas, malhumorados<br />
y quejicas, con sentimientos contradictorios, escasos principios y ciertos gustos en música que<br />
nunca confesaríamos en público. ¿Por qué íbamos a querer ser esas personas?. En un mundo<br />
de gente que parece mucho más interesante que nosotros, ¿por qué tenemos que insistir en ser<br />
nosotros mismos?. Si ser tú mismo fuera tan fantástico, habría legiones intentando ser como<br />
tú.<br />
Lo que realmente hace indigesto este consejo es que suele darse a la gente que ha demostrado<br />
claramente que ser ellos mismos era la peor decisión, dadas las circunstancias. Si tú le has pedido<br />
a una chica para salir y ella no sólo te ha rechazado de plano, sino que se ha esmerado en<br />
enumerar cada una de las razones por las que tu aspecto es tan lamentable, está claro que ser<br />
tú mismo no te servirá de nada.<br />
Peor aún es la gente que dice: «Sé tú mismo», sin pararse a pensar a quién se lo dice. No me<br />
sorprendería nada que el joven Jeffrey Dahmer -el asesino en serie y coleccionista de piezas<br />
anatómicas- fuera a la escuela, preocupado por una serie de sueños extraños que estaba teniendo,<br />
y el maestro le soltara lo siguiente (mientras pensaba en lo que haría en las vacaciones<br />
de verano): «Jovencito, el mejor consejo que puedo darle es que sea usted mismo.»<br />
En definitiva, mi mensaje es: no tenéis por qué ser siempre vosotros mismos. Sed otras personas<br />
si es necesario. Por ejemplo, si eres Slobodan Milosevic, ¿por qué no decides ser alguien<br />
que no sea un repulsivo genocida?. Si eres George W Bush... Bueno, mejor me callo. Me he<br />
prometido a mí mismo que no haría más chistes sobre George W Bush en este libro.<br />
29
¡Ojo!. No estoy diciendo que debas tratar de mejorar. Eso supone tiempo y esfuerzo, casi nunca<br />
funciona y al final uno siempre acaba siendo el mismo. Simplemente te sugiero que seas<br />
otra persona de vez en cuando, ya que el mundo es demasiado variado para poder sobrevivir<br />
en él siendo siempre igual. «Soy enorme --dijo Walt Whitman-. Abarco multitudes.».<br />
(Aunque ahora no estoy seguro de si fue Walt Whitman o James Bond en esa escena de Goldfinger<br />
en que Sean Connery está amarrado a una mesa y lo amenazan con un rayo láser.)<br />
Si no tienes más voluntad que un felpudo y no posees ningún talento o interés especial, bienvenido:<br />
eres uno de los nuestros. Somos millones de personas, con billones de antepasados y<br />
trillones de descendientes en el futuro. En mi modesta opinión, en la historia universal ha<br />
habido tan sólo siete u ocho personas originales a quien todos los demás se han dedicado a<br />
imitar con más o menos fortuna. (Ahora esperáis que os revele quiénes son esas personas, pero<br />
me niego. Os diré, sin embargo, que ninguno de ellos es John Lennon. Ni Shirley MacLaine.<br />
Ni nadie a quien conozcáis personalmente.)<br />
Si habéis comprendido el concepto del huevo interior, os habréis dado cuenta de que todo es<br />
posible. Es decir, todo es «fingible». Podéis ser lo que decidáis.<br />
Ser Oprah.-<br />
«Podéis ser lo que decidáis.». Al escribir estas palabras me he dado cuenta de que me sonaban,<br />
y enseguida he caído: las he oído en cada emisión de «Oprah», el programa de televisión<br />
de Oprah. Winfrey. Oprah, quien hoy en día está considerada una de las mujeres más poderosas<br />
de América, disfruta repitiendo que podemos ser lo que decidamos, por muy pobres,<br />
oprimidos o negros del Sur que seamos. Nos lo dice para recordarnos que hubo un tiempo en<br />
que ella también fue pobre, oprimida y negra del Sur, aunque ahora le salgan los dólares hasta<br />
por las orejas.<br />
Si ves el programa de Oprah te da la impresión de que su vida empezó cuando se quitó los grilletes<br />
untándose las muñecas con manteca de cerdo y huyó Misisipí arriba en un barco de vapor.<br />
Cuando veo a Oprah por la tele, me entran ganas de recordarle que el haber actuado en El<br />
Color Púrpura de Steven Spielberg no significa que realmente haya vivido en la época de la<br />
esclavitud.<br />
En su programa, Oprah. tiene una sección llamada «No te olvides del espíritu», y yo, la verdad<br />
es que no lo entiendo. ¿Qué quiere decir?. Que sales de excursión y, por la noche, cuando<br />
vuelves a la tienda de campaña te pones a rebuscar en la mochila pensando: «A ver: linterna,<br />
cerillas, mosquitera, saco de dormir.. Oye, ¿dónde habré metido el espíritu?. No me digas que<br />
me lo he vuelto a olvidar. ¿¿¿QUIÉN DEMONIOS SE HA <strong>LLEVADO</strong> MI ESPÍRI<strong>TU</strong>?.?.?.»<br />
O tal vez se refiere a que llegas a la pregunta final de «¿Quiere ser millonario?.», y el presentador<br />
te suelta: «Por un millón de dólares, Tiburcia: ¿cómo se denomina el alma racional de la<br />
persona, aquella parte que vivirá más allá de su muerte?.». Y después del programa te arrastras<br />
por los pasillos con el rostro demudado y murmurando: «No puede ser: me olvidé del espíritu,<br />
me olvidé del espíritu ... »<br />
30
Lo que no se puede negar es que Oprah, es un lince en el tema del huevo interior. Fijaos bien<br />
cómo se queda tan fresca mientras informa a todos esos infelices que ellos, con un poco de fe,<br />
podrían ser ella. Que sí, cariño, que si sigues tus instintos tú también puedes acabar sentado<br />
junto a Curan, charlando con Denzel Washington, Julia Roberts o esa consejera matrimonial<br />
de cuyo nombre no quiero, ni puedo, acordarme. Y lo dice tan tranquila, sin inmutarse lo más<br />
mínimo. Esa mujer mira al público a los ojos, le dice algo que claramente es una patraña, y se<br />
queda encantado. ¿Y por qué digo que es una patraña?. Porque nadie puede ser Oprah. Ni siquiera<br />
Oprah es Oprah, El fenómeno Oprah es simplemente algo que tenía que ocurrir y<br />
Oprah no es más que una persona que fue lo bastante lista para dejar que ese algo tomara su<br />
forma.<br />
Oprah -como tantos otros entrevistadores televisivos- no aporta su personalidad al programa<br />
ni tiene nada de que hablar con sus invitados famosos, aparte de anécdotas y referencias a<br />
otros famosos. Simplemente se dedica a estar presente y dejar que el concepto Oprah exista.<br />
Ella y sus copias de otras latitudes se convierten en el huevo vacío para que un público agradecido<br />
lo rellene con lo que prefiera.<br />
Tú también puedes ser como ella. ¿Cómo?. No, no me refiero a atracarse de bocadillos y pastelitos,<br />
sino a dejaros llevar como hace ella. Aunque no lo parezca (a simple vista parece más<br />
inmóvil que una ballena varada), Oprah se deja llevar por la corriente de la vida. Sin querer<br />
sonar como Deepak Chopra, yo diría que fluye sin ser un ente fluido. (Acabo de releer la frase<br />
y si que suena como Deepak Chopra. Creo que he leído demasiados manuales de autoayuda.)<br />
Oprah Winfrey acepta plenamente su huevo interior, y aunque por fuera da la impresión de<br />
ser una charlatana o rellenahuevos, en el fondo es simplemente como a ti y a mí nos gustaría<br />
ser. Cuando aparece en la pantalla, no está pensando en angelitos y el camino hacia la luz, sino<br />
en a quién debería contratar para que escriba su próximo manual de autoayuda, en cómo<br />
conseguir que Jim Carrey se esté quietecito en el asiento, en retozar con Denzel Washington<br />
en la alfombra del plato o en comprarse un avión particular para que la próxima vez que haga<br />
un viaje no tenga que sentarse al lado de esa gente que podría ser como ella. Ella finge que no<br />
es así, pero nosotros sabemos la verdad.<br />
Fíjate que sólo de pensar en Oprah. me ha entrado hambre. Siempre asocio a Oprah con comida<br />
porque tengo una foto de ella pegada a la puerta de la nevera. junto a la foto hay un<br />
mensaje escrito con esas letras imantadas que últimamente se han puesto de moda y que algunos<br />
fastidiosos usan para componer poemas de pésima calidad. (Creo que la gente los escribe<br />
para impedir que me acerque a sus neveras, ya que no hay nada peor que el concepto de poesía<br />
que tienen los demás. Digo «poesía» sólo por cortesía. Siempre tengo que controlarme para<br />
no agarrar a los perpetradores de cursilerías por el cuello de la camisa y decirles: «Toma,<br />
aquí tienes lápiz y papel. Si quieres escribir poesía, siéntate y escríbela como Dios manda, no<br />
mientras bebes de la botella y te rascas la barriga. Y cuando hayas acabado, guarda el papelito<br />
en un cajón o en una caja de zapatos, donde no pueda causar daño.». Me entran ganas de añadir:<br />
«Ah, por cierto, eso de colocar tres palabras seguidas que acaben por la misma sílaba no<br />
es escribir poesía.»).<br />
Bueno, dejemos el tema de la poesía magnética para neveras. ¿De qué hablábamos?. Ah, sí,<br />
del mensaje que hay en la mía, junto a la foto de Oprah. El mensaje es el siguiente: «La grasa<br />
no es obstáculo para el éxito, siempre y cuando sepas fingir.»<br />
31
Lo cual me lleva al tema del próximo capítulo.<br />
Cuerpos danone,-<br />
El cuerpo es un tema peliagudo. Creo que he dejado bien patente que soy un hombre tranquilo<br />
que pone mucho esfuerzo en no esforzarse mucho. No obstante, como la mayoría de los que<br />
estáis leyendo este libro en este momento, soy humano y, por tanto, víctima de la maldita vanidad.<br />
El otro día, sin ir más lejos, bajé la guardia un momento y me convencieron para que me quitara<br />
la camisa en público. Las circunstancias exactas carecen de importancia, aunque os diré<br />
que algunos de los elementos presentes eran: una baraja de cartas, unas latas de cerveza y<br />
unas pizzas a medio comer.<br />
Sin asomo de delicadeza --de ésa que hace que los hombres esbocen una sonrisa educada y<br />
eviten mirar a los ojos de una chica gorda cuando aparece en camiseta y bermudas-, las mujeres<br />
del grupo no disimularon su horror. Se quedaron tan boquiabiertas que algunas mandíbulas<br />
hicieron ruido. «No sabía que bebieses tanta cerveza», soltó una. «Qué pena, y ni siquiera<br />
llegaba a los cuarenta», comentó otra. Una joven madre les tapó los ojos a sus retoños y se<br />
apresuró a sacarlos de la escena del crimen.<br />
Las risitas crueles se prolongaron durante toda la tarde a pesar de que no sólo me había vuelto<br />
a poner la camisa, sino que también me había envuelto con un mantel a cuadros. Fue humillante.<br />
Sin embargo, lo peor de todo fue recordar que hubo una época en que incidentes semejantes<br />
me habrían avergonzado tanto como para decidir tomar medidas al respecto.<br />
El problema de semejantes resoluciones es que suelen comenzar por el gimnasio, unos lugares<br />
que odio entrañablemente. Para mi hacer ejercicio es comer en un self-service y el aerobic me<br />
suena a marca de bolígrafos. Además, nunca he logrado mantener una conversación con un<br />
ser vivo en un gimnasio. La gente que frecuenta esos sitios es más delgada y atlética que yo,<br />
lo cual me intimida y, lo confieso, me da una rabia horrorosa. Vale, hay gente que está peor,<br />
pero ¿a quién le apetece charlar con una pandilla de gordos?.<br />
A veces he sentido la tentación de hacer ejercicio en casa, pero no por mucho tiempo. La simple<br />
idea de cansarme en mi propio hogar transgrede todos mis principios, especialmente el de<br />
tomar cerveza sentado en el sofá. Ni siquiera me gusta hacer bricolaje o trabajitos por la casa;<br />
el día en que se me fundió la bombilla del dormitorio, trasladé la cama a la cocina para poder<br />
leer a la luz de la nevera. Era bastante cómodo, aunque una vez me olvidé de cerrar la puerta y<br />
me desperté con los párpados congelados. (Algunos de vosotros os estaréis preguntando si no<br />
era más esfuerzo llevar la cama a la cocina que cambiar la bombilla. Es posible que tengáis<br />
razón, pero no es eso lo que cuenta. Lo fundamental es que yo haría cualquier cosa con tal de<br />
proteger mi vagancia.)<br />
Desgraciadamente, resulta muy difícil escapar de los aparatos de gimnasia, ya que si uno no<br />
va a comprarlos, ellos vienen a ti. Si yo mismo no he sucumbido es más por casualidad y buena<br />
suerte que por fuerza de voluntad. Normalmente dichos aparatos se anuncian en canales ti-<br />
32
po Teletienda o en publirreportajes nocturnos. Y yo soy especialmente susceptible a estos últimos,<br />
porque a esas horas es cuando más veo la tele y más aburrido estoy.<br />
Los publirreportajes -bautizados en inglés con la infame expresión infomercials- suelen emitirse<br />
por todo el mundo y son maquiavélicamente persuasivos. ¿Por qué?. Pues porque son de<br />
origen norteamericano y los norteamericanos, como todos sabemos, dominan el arte de vender.<br />
Por eso adornan sus infomercials con antiguas Miss América, oscuras medallistas olímpicas<br />
y animadoras de equipos de fútbol americano. Uno ve a estas mujeres de sonrisa dentífrica<br />
y piensa: «Dios, qué rubias y neumáticas. Qué bien están, para la edad que tienen y su evidente<br />
adicción a las drogas.». De inmediato uno llega a la conclusión:<br />
«Quién sabe, si me compro este juego de cuchillos de titanio tal vez lograré tener el cuerpo de<br />
un californiano.»<br />
Seguramente yo también habría caído en la trampa de los aparatos de gimnasia si no hubiera<br />
tenido una noche libre durante un viaje de trabajo a Amsterdam. Ya sé lo que estáis pensando,<br />
pero a pesar de ser un hombre con una noche libre durante un viaje de trabajo en Amsterdam,<br />
no salí de la habitación del hotel. En lugar de eso asalté el minibar e hice zapping por la televisión<br />
holandesa. ¿Y sabéis lo que encontré en la televisión holandesa después de medianoche?.<br />
Algo totalmente improbable: un publirreportaje italiano que anunciaba un aparato de<br />
gimnasia.<br />
Fue muy instructivo. Mientras los americanos nos venden aparatos como el Alpine Skier y el<br />
Fitness Flier -objetos de metal ligero que parecen piezas de arte abstracto y adornan muchos<br />
armarios trasteros del país-, los italianos nos enternecen al seguir depositando su fe en un.<br />
producto llamado Vibromass.<br />
Vibromass es aquella máquina, totalmente olvidada en el resto del mundo, que consiste en<br />
unas bandas elásticas para la cintura y muslos, y que mediante vibraciones promete acabar<br />
con nuestra celulitis (y de paso con nuestros ahorros). El publirreportaje lo presentaba una<br />
viejecita italiana que le había dado tanto al lápiz de ojos que recordaba a una orca asesina. No<br />
quiero ser descortés, pero daba miedo.<br />
La viejecita parecía muy satisfecha de aparecer en la televisión holandesa a las dos de la mañana,<br />
cosa que expresaba atizando con una vara las enormes nalgas de una chica vestida con<br />
un ajustado atuendo de gimnasia. Aquí se apreciaban claramente las diferencias culturales.<br />
Mientras los americanos prefieren emplear una modelo que represente el «Después» en sus<br />
demostraciones de aparatos para adelgazar, los italianos parecen decantarse por la versión correspondiente<br />
al «Antes». Es curioso. De todas formas, era bastante duro de ver, especialmente<br />
tan tarde, en una habitación de hotel en una ciudad desconocida y sin estar lo bastante borracho<br />
para gastarme la herencia de mis futuros hijos en canales eróticos.<br />
«Si abusas de la máquina -advirtió la bruja italiana mientras una banda elástica amasaba el<br />
hemisferio inferior de la rolliza modelo- te puede doler.». Acto seguido, le colocó las bandas<br />
sobre la cara. «¡También sirve para hacer masajes faciales!.», exclamó la mamma, mientras la<br />
nariz y boca de la pobre chica cambiaban de sitio. Cada vez más pálida, la chica tuvo que soportar<br />
otro asalto de la vara. «¡Adelgaza los muslos!. --declaró su torturadora-. ¡Y sirve para<br />
33
todas las edades!.». Con aire amenazador, la señora acercó su rostro claroscuro a la cámara.<br />
«Gracias a Vibromass -susurró con aire libidinoso- ¡veo a los hombres con otros ojos!.»<br />
Aquella experiencia alejó para siempre la posibilidad de que se me ocurriera adquirir aparatos<br />
semejantes. No obstante, hermanos y hermanas, seguí siendo débil. Soñaba con cambiar, con<br />
remodelar mi cuerpo, no amorfo, pero sí corriente. SI, quería un cuerpo nuevo: un cuerpo como<br />
el de los anuncios de Danone.<br />
(Nota al editor: ¿Cuenta esto como publicidad?. ¿Crees que los de Danone me pagarán por lo<br />
que he puesto?. Yo no tengo ningún orgullo: aceptaré su dinero encantado. Si quieren, incluso<br />
puedo cambiar el titulo del libro a ¿Quién se ha llevado mi danone?.)<br />
Sin embargo, mucho peor que el ejercicio físico son las dietas. Me avergüenza confesarlo pero<br />
es así: yo he hecho régimen. Y eso que mis dietas no son demasiado ambiciosas: normalmente<br />
se basan en dejar de comer los caramelitos que me traen con el café en la pizzería de la<br />
esquina. Incluso yo soy capaz de resistir la tentación cuando te traen esos caramelos pegajosos.<br />
Lo malo es cuando te traen chocolatinas de las buenas, porque entonces no hay quién que<br />
se resista. La vida es demasiado corta para privarte de una chocolatina.<br />
Total, que la cosa se puso grave. Una noche estaba yo en el bar de la esquina, el Billares Unidos,<br />
a puntísimo de caer en la trampa de pedir una cerveza light cuando de pronto vi la Luz.<br />
(Hay una camarera en el Billares Unidos que se llama Luz, pero no me refiero a ella, sino a la<br />
Luz de la Verdad: la que ilumina a un hombre cuando toca fondo. Curiosamente tocar fondo<br />
suele estar relacionado con las idas y venidas de esta camarera, pero ya os aseguro que no me<br />
refiero a ella.)<br />
Pensé: «Pero ¿qué hago?. ¿Acaso esta cerveza light va a hacerme feliz?. ¿Es posible que mi<br />
sueño de tener una barriga musculosa en lugar de este barrigón sea mi elefante del desierto?.<br />
¡Debo buscar mi huevo interior y aceptarlo!. ¡Debo convertir mi debilidad en una virtud!.»<br />
«Ya basta --decidí-. Basta de la tiranía de los flacos. Basta de esconderme y pasar vergüenza y<br />
acabar envolviéndome la barriga con papel de plata. (Por cierto, cuando te envuelves la barriga<br />
con papel de plata, ¿el lado brillante hay que ponerlo hacia dentro o hacia fuera?. Bueno,<br />
no hace falta que me contestéis. Ya no me interesa.) ¡Soy un hombre, caray, y tener barriga es<br />
un derecho irrevocable!. ¿Qué más da si mi estómago no parece una tabla de lavar, sino una<br />
lavadora industrial?. Además, vivo muy lejos de la playa, y siempre puedo llevar camisas holgadas.»<br />
Así es como me reconcilié con mi yo más débil. Y la cosa no queda así; desde estas páginas<br />
invito a todos los hombres de buena voluntad a que se unan a mí (no en matrimonio sino en<br />
espíritu) y que marchen a mi lado para defender la Liga de la Liberación de la Tripa. De<br />
hecho, ya he empezado a organizar la primera manifestación del Orgullo Barriguil para principios<br />
del año que viene. (Aunque me temo que no estaré presente. Las manifestaciones no<br />
me entusiasman; sólo pensar en el frío que hace en febrero y ya me pongo a estornudar. De<br />
todos modos, vosotros seguid con el plan: me han dicho que habrá comida en cantidad".)<br />
34
En resumen, nuestras barrigas son el fruto de una esforzada dedicación, por no mencionar el<br />
dinero y la herencia genética: no las rechacemos. Vamos, cantemos todos juntos: «Somos<br />
gordos, somos pesados, somos más. No... no... no nos moverán ... »<br />
Conclusión.-<br />
Llega la hora de la despedida. No, no lloréis, puesto que es ley de vida: las rosas se marchitan,<br />
las golondrinas emigran y -aunque parezca imposible un día de éstos Robert Redford dejará<br />
de hacer de guapo de la peli. Todo sigue su ciclo vital, y yo empiezo a notar el aire fresco del<br />
otoño. Además, no me dieron un gran adelanto por escribir este libro, con lo cual o me pongo<br />
a buscar otro trabajo o los del estanco de la esquina van a venir a requisarme los cigarrillos.<br />
A veces el universo funciona de forma misteriosa. Hay un vejete que vive al lado de mi casa.<br />
(No es el vecino al que le pido hielo y cuyo suplemento dominical me agencio de vez en<br />
cuando; ésos son los Katze, que viven en el número 27. El hombre que vive en la casa de al<br />
lado no compra el periódico del domingo.) Nunca había mantenido una conversación larga<br />
con él, porque siempre me había parecido un poco raro. Resulta que el hombre tiene un perro<br />
de yeso pintado en el jardín y a menudo le lleva huesos o platitos de galletas; y en invierno,<br />
termos de café o sopa caliente. A veces, cuando me he quedado. trabajando hasta tarde, me<br />
cuelo en su jardín y le escondo el perro debajo de un arbusto o me llevo su comida. El pobre<br />
hombre se vuelve loco; se pone a dar saltos y gritar: «¿Quién ha estado tocando mi perro?.».<br />
Ya sé que es una tontería, pero a mi me hace gracia.<br />
Aparte de eso, no habíamos tenido demasiada relación. De vez en cuando nos saludábamos<br />
desde nuestros jardines y él me decía:<br />
-¿Oyó a los gatos ayer por la noche?. ¡Menuda pelea!.<br />
-No -le contestaba yo.<br />
-Claro... como pone usted la música tan alta -replicaba él, y se metía en casa sin decir más.<br />
Ahora que lo pienso, no me caía demasiado bien. Pero resulta que, mientras escribía este manual,<br />
me pasó algo muy curioso. Una tarde vi al viejo en el jardín con un libro en la mano: estaba<br />
leyéndoselo en voz alta a su perro de yeso. Al ver el título del libro, se me heló la sangre<br />
en las venas. Era el best seller Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom.<br />
Después de aquel incidente, dejé de salir al jardín durante un tiempo, aunque no podía esconderme<br />
para siempre. Mi vecino -llamémosle Bill, ya que así se llamaba se dedicó a merodear<br />
cerca de la valla del jardín esperando que yo apareciera. Un día me pescó mientras sacaba una<br />
caja de botellas vacías.<br />
-¡Oiga, joven!. -me dijo-. ¿Por qué no viene un día a casa a tomar té?.<br />
-¿Té?. -contesté yo.<br />
35
-Bueno, vale, pues que sea whisky -respondió al ver mis botellas vacías-. ¿Qué tal el martes?.<br />
El martes es un buen día, ¿no?.<br />
Yo no pensaba ir, pero finalmente llegó el martes y todavía estaba preguntándome qué demonios<br />
poner en esta conclusión. Las conclusiones, no sé por qué, parece que pidan soluciones o,<br />
como mínimo, resoluciones. Sin embargo, yo no tenía ninguna solución o resolución, no porque<br />
fuera demasiado vago para encontrarlas (o al menos no sólo por eso), sino porque en mi<br />
opinión las soluciones y resoluciones son justamente las responsables de todos los problemas<br />
de este mundo. En efecto: si ponemos la oreja para escuchar al huevo interior, esa voz débil y<br />
machacona que se oye, como el oleaje dentro de un vaso de whisky, dice: «¡No hay soluciones!.<br />
¡No hay soluciones!.». (Aunque a mi, personalmente, el oleaje dentro de un vaso de<br />
whisky suele decirme: «Bébeme, bébeme», lo cual sospecho que viene a ser lo mismo.)<br />
Total, que tanto pensar en whisky, al final me encontré frente a la casa de Bill, llamando a la<br />
puerta. El vejete apareció vestido con una ropa un poco hippie y un bastón que a veces se olvidaba<br />
de usar.<br />
-Pase, pase -me dijo-. ¿Ha traído la grabadora?. No importa, puede tomar apuntes.<br />
El plan de Bill era evidente: su intención era legar su sabiduría al resto del mundo. Se sentó en<br />
una silla, juntó las yemas de los dedos y miró al techo como si estuviera reflexionando profundamente.<br />
A continuación comenzó a soltar frases del estilo: «¿Sabe lo que siempre he pensado?.<br />
Pues que, para poder perdonar a los demás, antes hay que aprender a perdonarnos a nosotros<br />
mismos.». O bien: «A mi parecer, deberíamos aceptar el pasado como pasado, sin negarlo<br />
o descartarlo.». O: «Admitamos lo que somos capaces de hacer y lo que somos incapaces<br />
de hacer.»<br />
Al principio yo me limité a asentir educadamente y decir: «Ajá», y el tipo de cosas que dice la<br />
gente cuando no sabe qué decir. No obstante, cuando finalmente declaró: «El amor es el único<br />
acto racional», ya no pude más.<br />
-Oiga -le interrumpí-. ¿No fue el profesor de ese libro quien dijo todo eso?.<br />
Bill lo pensó por unos instantes, y al final decidió legarme su propia sabiduría. Casi todo lo<br />
que me dijo entonces yo ya lo había oído antes, sobre todo de boca de mi padre. Mi padre era<br />
una verdadera fuente de sabiduría. «Nunca mezcles bebidas alcohólicas -solía decir-, busca un<br />
profesional que se ocupe de ello.». O: «Nunca lleves calcetines blancos, a no ser que seas un<br />
jugador de tenis o un recién nacido.». Y también: «Nunca te fíes de los hombres bajitos.»<br />
Al cabo de poco tiempo, a Bill comenzaron a agotársele los consejos y el whisky, así que yo<br />
me levanté para irme.<br />
-¿Sabe qué?. -me dijo con un cierto tono de desesperación-. A veces el universo funciona de<br />
forma misteriosa.<br />
Yo consideré aquella reflexión. Sí, era verdad, ya que sigo sin entender cómo la luz puede ser<br />
una partícula y una onda al mismo tiempo. Tampoco he averiguado nunca en qué dirección se<br />
36
escurre el agua si el desagüe está justo en el ecuador. Tal vez las máximas de Bill acabarían<br />
sirviéndome de algo.<br />
-Siga -le dije, al tiempo que sacaba un bolígrafo y fingía que tomaba apuntes. Aquello lo dejó<br />
paralizado. Es posible que el universo funcione de forma misteriosa, así pero es más fácil<br />
decirlo que demostrarlo con ejemplos concretos.<br />
-Por ejemplo, ¿por qué el teléfono puede pasarse todo el día sin sonar y de repente te llaman<br />
dos personas al mismo tiempo?.<br />
-Mmm... -dije yo.<br />
---Ah... Eh... ¿Y ha pensado alguna vez cuál sería el nivel del mar si no existieran las esponjas?.<br />
De pronto el viejo me dio pena. Me levanté de la silla y le puse una mano sobre el hombro.<br />
Sin embargo, a ninguno de los dos nos hizo ninguna gracia, por lo que inmediatamente retiré<br />
la mano y me volví a sentar.<br />
-Bill, ¿por qué no nos tuteamos?. -dije con amabilidad-. Y veamos, ¿quién dice que si eres<br />
mayor tienes que ser sabio?. La sabiduría es para la gente que quiere vender libros.<br />
Bill me dirigió una mirada agradecida, y nos quedamos un buen rato en silencio.<br />
-Los masagetas eran un pueblo escita que vivió en las tierras situadas al este del mar Caspio<br />
alrededor del 6OO antes de Cristo -le conté a Bill-. Veneraban a sus mayores: los cuidaban,<br />
respetaban sus opiniones y nunca les exigían que impartieran lecciones o máximas inteligentes.<br />
Aceptaban que la gente mayor ya había hecho bastante con envejecer. La vejez misma ya<br />
es de por sí un buen ejemplo.<br />
-Conque los masagetas, ¿eh?. -asintió Bill con aire pensativo-. Quizá yo debería haber sido un<br />
masageta.<br />
-No creas -tuve que añadir---. Veneraban a sus mayores hasta cierto punto, después organizaban<br />
una buena fiesta de cumpleaños, y en un momento dado de la noche (supongo que después<br />
de los discursos y la primera ronda de bebidas), mataban al pobre anciano, lo asaban y lo<br />
añadían al banquete.<br />
-Vaya.<br />
-Si, no todo eran diversiones y sabiduría en la época tribal -le informé.<br />
-Salvajes --concluyó Bill.<br />
-Pues de los mayas ni te cuento -proseguí-. La vida es muy simple, Bill. Lo importante es que<br />
estás vivo, no sufres de incontinencia, no te dedicas a la caza de ballenas y puedes ver la tele<br />
cuando te dé la gana. Además, tienes tu perro, acuérdate.<br />
37
Bill asintió.<br />
-No te agobies tanto -le aconsejé-. Deja la sabiduría para los que creen que su vida está vacía<br />
sin ella. Son gente triste, Bill. Gente desesperada. Tú y yo podemos sobrevivir sin eso.<br />
-Entonces recordé que hoy en día sólo te escuchan si hablas en aforismos y añadí-: Si lo piensas,<br />
la sabiduría no es más que otra palabra para definir una buena vida.<br />
No sé muy bien qué significaba, pero a Bill pareció convencerle. Después de aquello nos llevamos<br />
perfectamente y cuando se acabó el whisky y me deslicé hasta la puerta, me dio la sensación<br />
de que éramos viejos amigos. Mientras me decía adiós con la mano, yo me volví, lo<br />
miré a los ojos y le recordé el título de un famoso manual de autoayuda:<br />
-Yo estoy bien, tú estás bien.<br />
Fue uno de esos momentos que uno nunca olvida por mucho que lo intente.<br />
Quizá Bill fue un regalo del cielo para ayudarme a escribir este último capítulo. (Si en efecto<br />
lo es, qué deprimente. Imaginaos vivir toda una vida con sus fracasos, traumas, y cortes de pelo<br />
decepcionantes, simplemente para que el pesado del vecino pueda acabar su libro a tiempo<br />
para la campaña de Navidad.) Total, que después de llegar a casa y ocultar las llaves bajo una<br />
baldosa floja de la cocina, me puse a cavilar. Tú y yo hemos recorrido un largo camino<br />
-bueno, larguillo- y me temo que quizá no he sido justo. A lo largo del libro me he referido a<br />
nosotros como «vagos», pero quizás ésa no sea la palabra más adecuada. Simplemente ocurre<br />
que no queremos hacer esfuerzos innecesarios, siendo la palabra a subrayar «innecesarios»,<br />
no «esfuerzos».<br />
En resumen, este mundo está repleto de sandeces, dislates y simples estupideces, y cuesta muchísimo<br />
abrirse paso entre ellos. Es casi imposible no acabar tan cansado que uno se deje caer<br />
y la ola de necedades lo arrolle la estupidez adopta muchos disfraces (de funcionario, de Spice<br />
Girl en solitario o de periodista del corazón) y una de las tendencias de ésta y próximas temporadas<br />
es vestirse de sabiduría.<br />
Nuestro trabajo -el tuyo y el mío- es rechazar la estupidez, dejarla atrás y, si podemos, hacernos<br />
ricos por el camino. Yo he puesto mi granito de arena escribiendo este libro (y vendiéndolo).<br />
Ahora el resto depende de los lectores. Y no me preguntes cómo, porque no lo sé.<br />
Quería terminar el libro con una explicación del título, pero ahora creo que ya no interesa. Ya<br />
habéis visto que no hay ningún queso y, de haberlo habido, yo me lo habría comido ya, en vez<br />
de llevármelo a algún sitio. Lo del queso no era más que un truco para conseguir que leyeseis<br />
el libro hasta el final. Aquí estáis, así que supongo que ha funcionado.<br />
Epílogo.-<br />
Ahora Bill y yo somos buenos vecinos. Nos saludamos cada mañana con cierto afecto, aunque,<br />
evidentemente, es difícil cambiar una costumbre. Cuando me quedo trabajando hasta tarde,<br />
todavía me entran ganas de colarme en su jardín y esconderle el perro de yeso o la comida<br />
38
que le deja. Ayer por la mañana, por ejemplo, Bill me despertó con sus gritos y maldiciones<br />
mientras rebuscaba entre los arbustos.<br />
-¡Calma, calma!. -le grité, asomándome a la ventana.<br />
Bill alzó la vista y nuestras miradas se cruzaron una vez más.<br />
-Tranquilo -le dije---. He sido yo. Yo me he llevado tu hueso.<br />
Instrucciones para las páginas en blanco.-<br />
Os habréis fijado en que las últimas páginas de este libro están en blanco. A no ser que los<br />
dependientes de la librería se hayan dedicado a hacer el gracioso con el rotulador, estarán libres<br />
de garabatos, graffiti, gráficos, listas de la compra y comentarios soeces. No os sintáis<br />
engañados: estas páginas no son un timo, sino una oportunidad de oro.<br />
Las páginas en blanco de un libro son el equivalente literario a los minutos en blanco de vuestra<br />
agenda. Siento, pues, que mi deber sería sugeriros algunos posibles usos instructivos para<br />
estas páginas: anotando pensamientos filosóficos, o tomando notas para ese ciclo de sonetos<br />
épicos que revolucionará la historia de la poesía, etcétera... No obstante, creo que se puede<br />
hacer un uso más simple y efectivo de estas páginas.<br />
Por ejemplo:<br />
Puede que estés leyendo este libro un día de calor y vayas vestido con prendas de abrigo que<br />
te pusiste esta mañana pensando que por la tarde refrescaría En tal caso, estas páginas resultarán<br />
ideales para secarte el sudor de la frente. No dudes en hacerlo, ya que una cara sudorosa<br />
se asocia normalmente con los luchadores de sumo y no queda muy bien que digamos. Te<br />
aseguro que no vas a ligar nada si andas por ahí sudando como un cerdo (y yo no voy a vender<br />
nada si la gente te ve leyendo mi libro).<br />
• Si arrancas las páginas podrás usarlas para confeccionar posavasos o para hacer confeti casero.<br />
• Tal vez quieras emplear estas hojas para escribir una lista de todo lo que has aprendido en<br />
las páginas precedentes. Cada mañana puedes levantarte, silbar alegremente y repasar los consejos<br />
utilísimos que te he dado. No pienso hacerte un resumen de lo que deberías haber aprendido,<br />
pero sí puedo apuntar algunas sugerencias:<br />
• Cuando la vida te dé un mango, úsalo para preparar sangría.<br />
• Si no quieres ser tonto, deja de hacer tonterías.<br />
• La vida es como una caja de bombones: cuesta mucho, si te la zampas demasiado rápido<br />
te pones enfermo y si te ven con ella, siempre te piden una parte.<br />
• Piensa antes de hablar. Lee antes de pensar. Lávate las manos antes de leer.<br />
39
• Una puntada a tiempo ahorra cincuenta, o sesenta como mucho.<br />
• Yo estoy bien.<br />
• No pierdas tiempo pensando si el vaso está medio lleno o medio vacío. Si el vaso va<br />
más o menos por la mitad, pide otra ronda.<br />
• En la vida, como en las tertulias de sobremesa, sólo los sinvergüenzas dicen todo lo<br />
que sienten y sólo los pelmazos sienten todo lo que dicen.<br />
• No te creas lo del «Just do it» (simplemente, hazlo). Las cosas hay que pensarlas. Más<br />
bien di: «Ya veremos» o «Puede que lo haga o puede que no». O mejor no digas nada.<br />
• Y Vete de la fiesta cinco minutos antes de que se te acaben los temas de conversación.<br />
Os deseo lo mejor, amigos. Si notáis que os fallan las fuerzas, hojead este libro de nuevo y recordad:<br />
«Todo se puede fingir.»<br />
40