catálogo de la muestra (.PDF) - fernando fazzolari

En el nombre del padre, 1991 Ay patria mía, 1992
y sus últimas horas en Jerusalén,
“En el nombre del Padre” aludía
en principio al padre bíblico.
Las obras de Fazzolari, ahora dominadas
por gamas diversas de
azul, sugieren el desamparo humano
frente a la divinidad y, a la
vez, una búsqueda de ella.
Para los que siguen teniendo fe,
Dios no deja a nadie, ni siquiera a
quienes lo dejan. Fazzolari no ha
dejado al Padre pero duda sobre
el modo de acercarse a él, de al-
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canzarlo.
Para el artista, Padre es “ese sentimiento
de lo desconocido”, “lo
intuido como existente pero que
jamás tomó cuerpo”, un “objeto
difícil hasta de añorar por carecer
de imagen”. Opera por remisiones
indirectas: el mar, una isla, hileras
de pinos, tigres, seres solitarios,
el fuego, el diluvio.
El ascetismo de “Historia de una
pasión” ha desaparecido en beneficio
de la libre pluralidad de sus
obras anteriores, pero esta se da
en el marco de un deliberado recato
y una tendencia a lo majestuoso,
dos elementos que le otorgan
espiritualidad y resonancia. Es
que intenta “resolver los enigmas
de un cielo donde lo desconocido
concentra la mayor cantidad de
datos”, y poder “volver a ver el universo
completo, la ilusión, el cielo
entero”.
Fazzolari, en realidad, se aparta
del ámbito estrictamente religio-
so. El Padre con mayúscula deriva
en el padre con minúscula, el
cielo entero en la tierra parcelada,
y el universo completo en el mundo
inacabado que el pintor señalaba
ya en 1985. Al buscar a Dios,
sugiere Fazzolari, buscamos al
hombre; al tratar de conocer a
Dios, tratamos de conocer al
hombre; y al hombre queremos
llegar cuando deseamos llegar a
Dios. “En el nombre del Padre” es
también, en consecuencia, “en el
nombre de la humanidad”. No en
vano el poema inserto en el catálogo
de su muestra de 1991 termina
con cuatro palabras definitorias:
“Yo soy el niño”.
Así, en el nombre de la humanidad,
que se sucede como infancia
renovada y muerte incesante,
como vida ardua y pasión cotidiana,
vuelven en estas telas sus obsesiones
acerca del hombre y su
circunstancia inestable, patética,
esperanzada, pero también de su
condición lírica, su empuje creador,
su trascendencia natural.
La obra con la que obtuvo en
1992 una de las dos menciones
especiales de la Bienal Konex era
una instalación. Un sector de nichos
de cementerio se ofrecía al
espectador en una reproducción
de asombrosa similitud. Sin embargo,
los nichos no llevaban las
clásicas menciones de nombres,
fechas y sentencias piadosas, sino
frases inopinadas –tan comu-
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