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Para un antologo, tratar con el pasado no<br />
significa tanto problema como la valoración del<br />
presente. Lo sabe todo el mundo, estamos condenados<br />
a no saber tomar distancia de nuestros<br />
contemporáneos, a quienes por tener demasiado<br />
cerca los encuadramos desde el prejuicio de las<br />
simpatías o las antipatías, la fiíerza del prestigio<br />
o la aún más aplastante fuerza del desprestigio,<br />
la admiración o la animadversión, y toda una<br />
serie de condicionantes.<br />
En uno de los ensayos de su libro Verdad y<br />
mentiras en la literatura, el novelista y ensayista<br />
húngaro Stephen Vizinczey explica esta fatalidad<br />
del siguiente modo: "Podemos ver a los personajes<br />
desde una perspectiva clara si nuestro ego<br />
no está implicado en sus creencias y acciones,<br />
er en sus hábitos y modo de vida; en otras palabras,<br />
si<br />
están alejados de nosotros en el tiempo y en<br />
el espacio. Puede haber grandes escritores contemporáneos,<br />
pero muy pocos grandes lectores<br />
contemporáneos; estamos demasiado inmersos<br />
en conflictos actuales, demasiado hipnotizados<br />
por las falsedades dominantes del presente, demasiado<br />
acostumbrados a lo que por casualidad<br />
está 'bien' o 'mal' en un momento dado, para<br />
poder alcanzar la perspicaz imparcialidad de la<br />
an literatura".<br />
A veces, como excepción, negando la preeminencia<br />
en del gusto que muchos aducen como<br />
•<br />
razón y fundamento de toda antología, aceptamos<br />
incluir aquello que nos disgusta, pero que<br />
parece necesario para un determinado tipo de<br />
lector que incluso podría no interesarnos salvo<br />
por el juicio adverso que verterá sobre nosotros.<br />
Tal fue el caso de Jorge Cuesta, en 1928, cuando<br />
incluyó a Amado Ñervo en su Antología de la<br />
poesía mexicana moderna, a quien calificó de un<br />
modo devastador:<br />
"Fue Ñervo una víctima de la sinceridad; no<br />
sin ironía puede pensarse que éste fue su heroísmo.<br />
Nadie mejor que él puede servir de pretexto<br />
para meditar sobre esa antítesis que se ha hecho<br />
de la vida y el arte. Para quienes predican su<br />
deshumanización 'y que rompa las amarras que<br />
a la vida lo sujetan', el ejemplo de este poeta<br />
es un argumento valioso: el hombre, allí, acabó<br />
P por destruir al artista".<br />
Cuando lo desaprobaron por haber dicho<br />
esto, Jorge Cuesta dijo aun más. En una carta<br />
de respuesta a su cuestionador Manuel Horta<br />
enfatizó: "Encuentro que tanto Amado Ñervo y<br />
Rafael López, que figuran en la antología, como<br />
Manuel Gutiérrez Nájera y José de I Núñez y<br />
Domínguez que no figuran en ella, me parecen<br />
detestables poetas", y acto seguido, con magistral<br />
retórica, procedió a argumentar su compromiso<br />
con el interés y no tanto con el gusto.<br />
Así, al insistir en su apreciación sobre Gutiérrez<br />
Nájera y Ñervo, remató con otra frase de desprecio:<br />
"Aquél no vive para mi, no atrae mi interés,<br />
y éste apenas cuando me esfuerzo y me<br />
violento. Y como siempre me parece un poeta<br />
inevitablemente mediocre, no debo de atribuir<br />
mi elección a la manifestación de mi gusto, sino,<br />
como también muy acertadamente se sospecha,<br />
a la conservación de mi interés."<br />
A diferencia de Cuesta, otros argumentan lo<br />
contrario, y señalan que como se trata de sus antologías<br />
ellos están en todo el derecho de que<br />
antes que a ninguno sea a ellos a quienes les<br />
guste leerla. Por lo tanto, no incluyen nada que<br />
no sea el fruto de su gusto individual y soberano,<br />
y el que quiera otra antología que vaya y la<br />
haga y que si puede también la publique, pero<br />
que ésta es la suya y nada más, que quede bien<br />
claro. Caso extraño de conclusión si consideramos<br />
que no se están refiriendo a su original o<br />
a su copia mecanográfica sino a la edición de<br />
al menos un millar de ejemplares más sobrantes<br />
para reposición.<br />
He aquí algunos de los tropiezos y los dilemas<br />
de esta tarea. Y he aquí algunas de las soluciones<br />
que han encontrado los antólogos. Otra<br />
reflexión sería plantear, a manera de cuestionamiento,<br />
qué es lo antológico y qué lo antologable,<br />
porque el problema parece radicar en estos dos<br />
puntos donde muy pocos se ponen de acuerdo.<br />
II<br />
Hemos visto, y la historia se repite cada día, que<br />
entre todas las posibilidades del antologo para<br />
reahzar su tarea hay dos posturas muy frecuentes:<br />
la primera, cada vez más desprestigiada, es<br />
darle un poco de razón al gusto popular; la segunda,<br />
cada vez más empleada, es negarle toda<br />
verdad a ese gusto colectivo y concederle la total<br />
autoridad al gusto único y personal, por arbitr^<br />
rio, limitado o prejuiciado que sea.<br />
En los últimos años, y sobre todo a partir de<br />
la segunda mitad de este siglo, la autoridad del<br />
gusto personal (que a veces se pretende justi|<br />
ficar como objetividad científica) es la actitua<br />
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