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sus recomendaciones leí, por ejemplo, La montaña má -
gica, de Thomas Mann, y La divina comedia, de Dante.
¿Y no tuvo lo que se denomina lecturas infantiles y
ju veniles?
No, por la misma dificultad que ya le expliqué.
Cuando me nombraron directora de Museos de Cien -
cias de la UNAM, tuve dos motivos por los cuales pensa -
ba que no debía aceptar: porque sufro migraña y
porque mi ritmo de lectura es muy inferior con res -
pecto a la mayoría de los lectores ávidos y profesio -
nales. Sin embargo, lo pensé bien y acabé aceptando.
Después de todo, soy autora de varios libros y hasta
miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Esa
dificultad natural no me impide por supuesto trabajar
y cuando leo lo hago con mucha pasión. Mi trabajo en
la Academia es estimado y no creo que mis colegas estén
arrepentidos de haberme elegido.
¿Qué encontraba en los libros de texto de la escuela?
Eran todos en francés. Me gustaba cuando llegaban
y estaban nuevos; entonces los forraba, pero ya des -
pués se convertían en un tormento. En la universidad
no me pasó eso; más bien me parecían fantásticos, y
leía y estudiaba con mucho entusiasmo antes de ir a
cla ses. Entre más sabe uno, más aprende. Entre más
se lee, más necesidad hay de leer. Esto seguramente ya
lo ha experimentado usted, pero a mí me lo hizo ver,
con mucha claridad, Jorge Flores. Yo me hice buena
alumna gracias a que leí con mucha atención los libros
de texto.
En su caso, por lo que me cuenta, leer y escribir no
fue ron actividades simultáneas.
Es que escribir también era un tormento. Yo siempre
saqué cero en francés. Los once años que estuve
en el Liceo Franco Mexicano saqué cero en francés,
aun que en matemáticas obtenía diez. Obviamente te -
nía progresos, pero aprobaba porque era buenísima
en matemáticas. Gracias a los maestros de matemáticas,
que apreciaban mi talento para su materia, yo
pude avanzar en la escuela. Si no hubiera sido por
ellos, quién sabe lo que habría pasado.
¿Las matemáticas son una forma de lectura?
Sí, o, más bien, son otro lenguaje.
¿Cree usted que se necesite una disposición especial
para ser lector, del mismo modo que otros son
futbolistas, toreros, etcétera?
Pienso que sí, que hay gente especialmente dotada
para eso. Tengo un hermano que lee un libro o más a
la semana. A veces se queda toda la noche hasta que
lo acaba, mientras que yo soy incapaz de esas proezas.
Sin embargo también creo que cualquier persona
puede disfrutar la lectura intensa e inmensamente, del
mismo modo que aunque no sea uno músico profesional,
disfruta la música. No se necesita ser escritor o
poeta para disfrutar las obras literarias y experimentar
un gran placer. Yo sé que soy absolutamente incapaz
de escribir un poema, pero disfruto intensamente la
lectura de poesía.
Desde luego, esto no quiere decir que uno pueda
dis frutar todas las cosas. Hay cosas que, si están fuera
de nuestro interés, se pueden convertir en una tortura.
No sé, por ejemplo, si cualquiera puede disfrutar
los to ros, por la violencia que tiene esta fiesta o tradición;
sin embargo, hay una parte, la histórica, que a mí
en lo par ticular sí me interesa. Y reconozco, también,
que hay actividades que no me gustan. Una vez me in -
v i taron a un desayuno de señoras y me pareció abo mi -
nable, porque una de ellas, que daba consejos para la
Ilustraciones: Lourdes Domínguez.
el BiBliotecario 9