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las zonas de acceso restringido como si fuera un lugareño,<br />

ignoró las invitaciones para aparcar en los lugares indicados<br />

y se deslizó hacia las agujas de la catedral. Al pasar por<br />

Place Billard y la Rue des Changes, el ruido sordo del<br />

motor Testastretta interrumpió el silencio monástico de la<br />

ciudad. Se dirigió furtivamente al borde de la acera del<br />

lado sur de la catedral y fijó el estribo de apoyo de la motocicleta<br />

en un área para aparcar con terminales de pago<br />

electrónico. Era mediodía, a juzgar por el poderoso aroma<br />

de los moules marinières y la sopa de cebolla procedente<br />

de un restaurante situado justo enfrente. Pensó que<br />

quizá debería almorzar después de su visita, pues hacía<br />

tiempo que no disfrutaba de una buena comida.<br />

Echó un vistazo al panorama familiar de las dos torres<br />

desiguales, rematadas con chapiteles. Se quitó el casco en<br />

un gesto caballeresco mientras caminaba bajo la sombra<br />

del imponente portal del oeste. Sus ojos intentaron adaptarse<br />

a esa oscuridad casi hermética. Desde distintos ángulos<br />

llegaban a sus oídos susurros en diferentes idiomas:<br />

bandadas de turistas observaban boquiabiertas la belleza<br />

de la vidriera situada sobre sus cabezas. Will creía que<br />

estaba allí para ver lo mismo que ellos, pero atrajo su<br />

mirada algo que no recordaba haber notado en ninguna<br />

de sus anteriores visitas a la catedral, y eso que habían sido<br />

cerca de una docena a lo largo de los años. Habían quitado<br />

muchos de los asientos y sus ojos se fijaron, absortos, en<br />

el enorme círculo de mármol negro y blanco incrustado<br />

en el piso de la gran nave gótica, entre las columnas. Salpicado<br />

por el extraño brillo coloreado de los cristales del<br />

vitral, el <strong>laberinto</strong> dominaba todo el ámbito de la enorme<br />

iglesia. Pudo distinguir claramente el diseño de la flor, en<br />

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