EL VIEJO CUENTO DE LA CARIDAD Y LA JUSTICIA
EL VIEJO CUENTO DE LA CARIDAD Y LA JUSTICIA
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ellos, también les interesa esa ayuda, que no altera la estructura de dominación, y<br />
favorece a corto plazo los intereses de los que la reciben. Se trata en suma, de un juego<br />
en que existe complicidad entre clases dominantes de los países ricos y de los pobres.<br />
En esa complicidad es en donde puede estar la explicación de la lentitud con la<br />
que se trata de resolver la confrontación. La verdad es que la confrontación entre países<br />
no existe, y la ayuda internacional recibida por las clases dominantes de los países en<br />
desarrollo es desviada hacia sus propios fines, al mismo tiempo que sirve como pago del<br />
silencio de los que la reciben. Por ello, la, demagogia reivindicatoria debe distinguirse<br />
claramente de los planteamientos reales, que sólo podrán darse cuando los gobiernos de<br />
los países en vías de desarrollo sean verdaderamente representativos.<br />
Entre tanto, seguirá el dialogo de sordos, o el bimonólogo, presentándose como<br />
soluciones lo que son actos de caridad y olvidándose de que únicas soluciones han de<br />
venir de la justicia.<br />
Pero lo más aterrador es que si el abismo entre ricos y pobres va aumentando<br />
cada vez más, también tiende a aumentar lo radical de las soluciones. La crisis no se<br />
puede disfrazar con la capa de una simple confrontación ideológica. Hay en ella, es cierto,<br />
elementos que se derivan del mal funcionamiento de los sistemas de mercado o de<br />
economía dirigida, pues la crítica es posible tanto a uno como al otro en ciertos respectos;<br />
pero ignorar los elementos universales de la crisis sólo puede llevar a alejar todavía mas<br />
su solución. La crisis ecológica es bien cierta, y en ella hay que incluir tanto el avance de<br />
los desiertos, o el agotamiento de los recursos como los efectos del crecimiento<br />
demográfico exagerado. El desarrollo de la técnica bélica introduce igualmente un factor<br />
de creciente desequilibrio, por el costo gigantesco que implica y por el esfuerzo que<br />
requiere de las economías, lo mismo que por la amenaza de destrucción que hace<br />
planear sobre la humanidad.<br />
Pero lo que nos llena de preocupación es el principio mismo de la negociación,<br />
basado en la concepción de respeto exagerado a la soberanía de los Estados, que actúan<br />
como unidades autónomas y egoístas.<br />
La magnitud de los problemas del mundo exige el abandono de esas<br />
concepciones pasadas de moda. Debe superarse la idea de una soberanía puntillosa, y<br />
entrar en la nueva época de la solidaridad internacional, entendiendo que la solución de<br />
los problemas debe enfocarse con políticas a largo plazo, que traen siempre consigo<br />
renuncias de derechos para algunos: Y los que más tienen son los que más deben<br />
renunciar. Limitarse a hablar de igualdad a los que mueren de hambre, es volver a repetir<br />
esos viejos cuentos de las damas caritativas ensortijadas: Lo que hace falta es justicia.