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EL VIEJO CUENTO DE LA CARIDAD Y LA JUSTICIA

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<strong>EL</strong> <strong>VIEJO</strong> <strong>CUENTO</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>CARIDAD</strong> Y <strong>LA</strong> <strong>JUSTICIA</strong><br />

POR MO<strong>DE</strong>STO SEARA VÁZQUEZ<br />

Con la admisión del Zimbabwe, liberado de la imposición minoritaria blanca, la<br />

Organización de Naciones Unidas pasa a tener 153 miembros, que se reúnen en una<br />

Asamblea General Extraordinaria en Nueva York, para estudiar el problema económico<br />

del mundo y tratar, una vez más, de encontrar una solución.<br />

Se están haciendo allí los planteamientos trágicos que hemos escuchado tantas<br />

veces: y las cifras de la miseria seguirán fluyendo en los mismos discursos, pronunciados<br />

por la misma gente. Se insistirá, igual que siempre, en la necesidad de un diálogo, el<br />

diálogo Norte-Sur, el diálogo entre la riqueza y la pobreza: pero lo único seguro es que en<br />

lugar de diálogo no habrá más que bimonólogo, y no es lo mismo dialogar que monologar<br />

en paralelo. Lo primero implica correspondencia en las razones, intercambio de opiniones,<br />

intento de acomodo y comprensión mutua; lo segundo no es más que la afirmación o la<br />

reafirmación de las propias posturas, y lleva más la intención de imponer los propios<br />

puntos de vista que de comprender los ajenos.<br />

Seguramente no habrá divergencias en cuanto al inventario de los problemas, e<br />

incluso podría afirmarse que los inventarios hechos en los Países ricos y desarrollados<br />

son más completos que los que se hagan en los países en vías de desarrollo, como<br />

consecuencia lógica de los superiores medios de que disponen. Pero la dificultad no está<br />

en saber cuáles son los problemas, ni siquiera en la individualización de las soluciones,<br />

sino en la voluntad de aplicarlas.<br />

Podríamos ahorrarnos, tantos lamentos como frustraciones, si entendiéramos<br />

desde un principio, que la confrontación Norte-Sur, o riqueza pobreza no puede<br />

resolverse según las fórmulas que se pretenden imponer. Ni la ayuda internacional ni la<br />

asistencia técnica hacen otra cosa que ayudar a perpetuar la dependencia económica y la<br />

subyugación política, y si a los países ricos les resulta más práctico conceder una<br />

pequeña parte del pastel, en forma de prestamos que muchas veces no son más que una<br />

forma de financiación de sus propias ventas, también en los países pobres resulta más<br />

cómodo aceptar esa ayuda, de efectos inmediatos, que plantear a más largo plazo las<br />

soluciones reales, con un plan que lleve a la redistribución de la riqueza mediante, entre<br />

otras cosas, una modificación de los términos de intercambio.<br />

Los países ricos seguirán defendiendo como fórmula de mejorar la situación<br />

económica mundial, una liberación del comercio, que por si misma lo único que hace es<br />

facilitar el predominio de los más fuertes económicamente, y no querrán reconocer que no<br />

puede haber igualdad cuando las relaciones económicas se plantean en términos de<br />

confrontación entre sujetos fuertes y sujetos débiles. Desde los países pobres se seguirá<br />

pretendiendo que nos encontramos en una confrontación internacional, una especie de<br />

lucha de clases internacionales, y con ello se estará ocultando la verdadera naturaleza del<br />

problema, puesto que la explotación trasciende las fronteras, y los países no son los<br />

verdaderos sujetos de la confrontación, sino las clases. La discusión no es puramente<br />

teórica, como que tiene efectos prácticos fundamentales, pues al disfrazar a la naturaleza<br />

del problema, se falsea su solución.<br />

Así, si a los países ricos les resulta más conveniente la asistencia económica o<br />

técnica, a los que hablan en nombre de los pobres, es decir a las clases dominantes de


ellos, también les interesa esa ayuda, que no altera la estructura de dominación, y<br />

favorece a corto plazo los intereses de los que la reciben. Se trata en suma, de un juego<br />

en que existe complicidad entre clases dominantes de los países ricos y de los pobres.<br />

En esa complicidad es en donde puede estar la explicación de la lentitud con la<br />

que se trata de resolver la confrontación. La verdad es que la confrontación entre países<br />

no existe, y la ayuda internacional recibida por las clases dominantes de los países en<br />

desarrollo es desviada hacia sus propios fines, al mismo tiempo que sirve como pago del<br />

silencio de los que la reciben. Por ello, la, demagogia reivindicatoria debe distinguirse<br />

claramente de los planteamientos reales, que sólo podrán darse cuando los gobiernos de<br />

los países en vías de desarrollo sean verdaderamente representativos.<br />

Entre tanto, seguirá el dialogo de sordos, o el bimonólogo, presentándose como<br />

soluciones lo que son actos de caridad y olvidándose de que únicas soluciones han de<br />

venir de la justicia.<br />

Pero lo más aterrador es que si el abismo entre ricos y pobres va aumentando<br />

cada vez más, también tiende a aumentar lo radical de las soluciones. La crisis no se<br />

puede disfrazar con la capa de una simple confrontación ideológica. Hay en ella, es cierto,<br />

elementos que se derivan del mal funcionamiento de los sistemas de mercado o de<br />

economía dirigida, pues la crítica es posible tanto a uno como al otro en ciertos respectos;<br />

pero ignorar los elementos universales de la crisis sólo puede llevar a alejar todavía mas<br />

su solución. La crisis ecológica es bien cierta, y en ella hay que incluir tanto el avance de<br />

los desiertos, o el agotamiento de los recursos como los efectos del crecimiento<br />

demográfico exagerado. El desarrollo de la técnica bélica introduce igualmente un factor<br />

de creciente desequilibrio, por el costo gigantesco que implica y por el esfuerzo que<br />

requiere de las economías, lo mismo que por la amenaza de destrucción que hace<br />

planear sobre la humanidad.<br />

Pero lo que nos llena de preocupación es el principio mismo de la negociación,<br />

basado en la concepción de respeto exagerado a la soberanía de los Estados, que actúan<br />

como unidades autónomas y egoístas.<br />

La magnitud de los problemas del mundo exige el abandono de esas<br />

concepciones pasadas de moda. Debe superarse la idea de una soberanía puntillosa, y<br />

entrar en la nueva época de la solidaridad internacional, entendiendo que la solución de<br />

los problemas debe enfocarse con políticas a largo plazo, que traen siempre consigo<br />

renuncias de derechos para algunos: Y los que más tienen son los que más deben<br />

renunciar. Limitarse a hablar de igualdad a los que mueren de hambre, es volver a repetir<br />

esos viejos cuentos de las damas caritativas ensortijadas: Lo que hace falta es justicia.

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