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La confesión de un<br />
expulsado<br />
Desde una cama de hospital, entre destellos de sensatez y delirio, Omar Chabán repasa<br />
el camino que lo llevó del Café Einstein a República Cromañón, del teatro avant-garde<br />
al rock barrial, y de la crianza árabe y la escuela alemana al centro de una pesadilla<br />
social sin fin. Por Pablo Plotkin • Fotografías de Fernando Gutierrez<br />
Chabán en el<br />
segundo piso del<br />
hospital Santojanni,<br />
a comienzos de<br />
diciembre.<br />
56 | Rolling Stone | Enero de 2014<br />
rollingstone.com.ar | Rolling Stone | 57
Omar Chabán<br />
“¿Cuánto tiempo pasó<br />
¿Treinta años<br />
¿Cuánto pasó ”<br />
En la habitacion 211 del hospital santojanni,<br />
en el barrio de Mataderos, Omar<br />
Chabán trata de ubicarse en el tiempo. Su<br />
confusión podría ser tanto producto del encierro y<br />
la enfermedad –un linfoma de Hodgkin que estuvo<br />
a punto de matarlo hace algunos meses– como<br />
de la dimensión trágica de Cromañón, tan abrumadora<br />
que es mejor alojarla en otra era.<br />
Esta tarde de comienzos de diciembre, Chabán<br />
luce bastante saludable y tiene cerca de veinte<br />
kilos de más en relación a su peso histórico,<br />
producto de la dieta que le indicaron los médicos<br />
y de la hinchazón generada por los corticoides.<br />
Conserva el pelo y la barba pese a la quimioterapia<br />
que le están aplicando, y se muestra sumamente<br />
orgulloso de eso (“Veo a otros pacientes<br />
pelados, revolcándose de dolor y vomitando”).<br />
Perdió el incisivo derecho y tiene la piel bronceada<br />
por el sol que entra por una ventana que<br />
da a un jardín del hospital, donde una palmera<br />
se agita desfasada entre el ruido de las máquinas<br />
y el vaho de los residuos patogénicos. Visto<br />
así, con la mirada un poco abatida, metiendo la<br />
cuchara en un flan servido en una taza de café,<br />
Omar parece un árabe que se alimenta en un refugio<br />
en el desierto. Como si, después de todos<br />
estos años de mutaciones y aislamiento, su configuración<br />
física se hubiera remitido a las variables<br />
genéticas y diluido las culturales, llevándolo<br />
a una especie de síntesis ancestral. Sin embargo,<br />
el hombre que empieza a hablar es el mismo que<br />
se paraba en la barra de Cemento a vocear ofertas<br />
de cerveza, o el que te hacía entrar cuando la<br />
policía acechaba sobre la calle Estados Unidos.<br />
Un tipo siempre a mitad de camino entre la sensatez<br />
y el delirio, entre el carisma y la altanería,<br />
entre lo sofisticado y lo popular.<br />
“Yo soy el mayor fracasado del éxito”, dice de<br />
pronto. “Siempre me echaron de todos lados: iba<br />
a la Goethe y me echaban, iba a hacer espectáculos<br />
y me echaban. Todo el mundo quería que<br />
me fuera del país. Y al final lo lograron, porque<br />
la cárcel es una isla.”<br />
En una misma conversación, el Chabán pre-<br />
58 | Rolling Stone | Enero de 2014<br />
2004 se funde con el hombre que carga el peso<br />
mayor de la condena pública y judicial de Cromañón.<br />
Por momentos parece que nada hubiera<br />
cambiado en él. Lo primero que quiere saber<br />
cuando llegamos es si estuvimos en el show de<br />
Rufus Wainwright en el Gran Rex. Cuando le digo<br />
que sí, hace un gesto de emoción y después se<br />
pone serio: “Contame todo”. Pero durante nuestras<br />
charlas, casi cualquier episodio del pasado<br />
deriva en un comentario sobre la noche trágica<br />
o el proceso que le siguió. Con una condena de<br />
diez años y nueve meses en curso, en situación<br />
de arresto domiciliario debido a la enfermedad,<br />
la perspectiva respecto de su participación en<br />
el estrago es básicamente la misma que desde<br />
el comienzo.<br />
“Yo asumo mi responsabilidad”, dice llevándose<br />
una mano al pecho. La declaración primero<br />
sorprende por lo franca y directa, pero cuando<br />
se le pide ampliar el concepto, repite el eslogan<br />
de “margaritas a los chanchos”, aludiendo<br />
a su vieja idea de haber alimentado una cultura<br />
libertaria que se le volvió en contra. “Soy anti-libertad”,<br />
dice ahora. “La libertad crea gente<br />
boluda y violenta.” Acepta su “negligencia” (“Negligencia<br />
es la palabra que nos cabe a todos en<br />
esta historia; toda la vida fui negligente, nunca<br />
pude controlar la violencia”), pero sigue justificando<br />
las acciones u omisiones que contribuyeron<br />
a provocar las 194 muertes. Para alguien<br />
que nunca dañó deliberadamente a nadie, vivir<br />
con esa carga debe ser algo tan inaudito que la<br />
única forma de sobrellevarla es construyendo<br />
“Soy el mayor<br />
fracasado del éxito.<br />
Me querían fuera del<br />
país y lo lograron: la<br />
cárcel es una isla.”<br />
Vida, encierro<br />
y mutaciones de<br />
Omar Chabán<br />
después de<br />
Cromañón<br />
El 30 de diciembre de 2004, Chabán<br />
dejó de ser un padrino díscolo de<br />
la contracultura rockera para<br />
convertirse, a ojos de la opinión<br />
pública, en el principal culpable<br />
de 194 muertes. Entre el penal de<br />
Marcos Paz, el arresto domiciliario y<br />
las audiencias del juicio, el trance se<br />
manifestó en su presencia física.<br />
una convicción blindada de inocencia.<br />
“El tiempo es pecado”, dice un poco crípticamente,<br />
refiriéndose a todos estos años. “Vivo en<br />
un pecado metafísico constante.”<br />
Cuando le insisto sobre los cambios internos<br />
que Cromañón activó en él, pierde por un instante<br />
la paciencia. “La pregunta está de más”,<br />
dictamina. “Si pensás lo que yo tuve que vivir...<br />
Naturalmente cargué todo el peso de Cromañón:<br />
fui el único entre los imputados que fue al juicio<br />
todos los días. Me comí todas las puteadas. Así<br />
que pedirme explicaciones a mí…”<br />
¿Fantaseás con la libertad<br />
Me da miedo. En una cárcel te cuidan, te dan<br />
cursos… Si lo tomás positivamente, es bárbara<br />
la cárcel. Hay escritores como [César] Aira que<br />
FOTOs: Telam (chaban en tigre y tribunales); DYN (Marcos paz); rolando andrade (chaban en 2007).<br />
dicen medio en chiste que les gustaría estar en<br />
una cárcel para tener tiempo para leer. Y las películas<br />
yanquis dicen lo mismo.<br />
¿Sentís que afuera estarías más expuesto a los<br />
peligros<br />
Está bueno, pará que lo voy a pensar… [Lo<br />
piensa un segundo] Sí, porque imaginate que yo<br />
toco algo y tiene algún bicho. La caca de gato,<br />
la caca de paloma, la caca de perro… La gente<br />
muere de eso. Y quizás ni lo sabe.<br />
2005 De una casa en el Delta lo<br />
traslada al penal. Se convierte en<br />
el único detenido en la causa.<br />
2006 En Marcos Paz,<br />
durante un período de más<br />
de dos años de preventiva.<br />
Durante un par de meses, habia pocas<br />
cosas tan fáciles en Buenos Aires como<br />
llegar a la cama de Omar Chabán en el<br />
hospital general de agudos. Al menos hasta comienzos<br />
de diciembre, lo único que tenías que<br />
hacer era ir en horario de visita, saludar con un<br />
“¡hola!” a los guardias de recepción (rara vez pedían<br />
documentos), subir las escaleras, tocar la<br />
puerta y esperar a que Omar te gritara: “¡Adelante!”.<br />
Ahí estaba, recostado en la cama 24 o sentado<br />
en una silla de ruedas, el principal condenado<br />
por una de las peores tragedias de la historia<br />
argentina. A simple vista, nadie del Servicio Penitenciario<br />
custodiaba los movimientos.<br />
Si Cromañón fue el emergente de un esquema<br />
basado en la ausencia de control (desde una<br />
habilitación mal emitida hasta una puerta de<br />
emergencia trabada, pasando por la sobreventa<br />
de tickets y el ingreso furtivo de pirotecnia),<br />
la vulnerabilidad de Chabán parecía, enfocada<br />
desde una mirada blanda, una especie de ironía<br />
del destino, aun contemplando la figura limítrofe<br />
del arresto domiciliario.<br />
Al comienzo de su estadía en el Santojanni, durante<br />
el invierno, Chabán sí contaba con custodia<br />
penitenciaria permanente, y fue una pesadilla.<br />
“Nunca me habían pegado en la cárcel, pero acá<br />
2007 En el invierno, todavía encerrado, se<br />
deja crecer una barba sufí mientras busca<br />
respuestas en la lectura y la espiritualidad.<br />
sí”, dice con un temblor repentino. “Había dos<br />
locos de mierda, dos guardias que están del tomate.<br />
Uno de ellos me humillaba mal, decía que<br />
tenía que hacer lo que él decía.”<br />
Desde que comenzó a cumplir la segunda parte<br />
de su condena, en diciembre de 2012 en el penal<br />
de Marcos Paz (donde ya había pasado un par de<br />
años antes de que comenzara el juicio), Chabán<br />
estuvo casi todo el tiempo en la enfermería. Por<br />
las noches deliraba de fiebre, tocando picos de<br />
cuarenta grados, pero nadie se lo tomaba muy<br />
en serio. Finalmente, la autoridad del penal impulsó<br />
su salida para internación y el 13 de junio<br />
fue derivado al Santojanni. Pesaba apenas cincuenta<br />
kilos y arrastraba un diagnóstico errado<br />
de tuberculosis biliar, la enfermedad de los<br />
presos, así que durante dos meses lo trataron<br />
con una medicación que sólo empeoró el cuadro.<br />
Era un fantasma, un rosario de huesos volcado<br />
en una cama municipal. Y para colmo estaban<br />
esos guardias.<br />
“Un día entro y lo veo a Omar tirado, casi desnudo,<br />
retorciéndose y pasando la lengua por el<br />
suelo”, cuenta Yamil, hermano menor de Chabán.<br />
“Los tipos no hacían más que mirarlo. Les digo:<br />
«¿¡Pero ustedes son bestias! ¿Por qué no llaman<br />
a una enfermera». «No podemos tocarlo»,<br />
me dicen ellos. «Sólo hacemos nuestro trabajo».”<br />
Una de esas noches, Omar salió de su habitación<br />
semidesnudo. Volando de fiebre, pasó junto a los<br />
guardias, que estaban dormidos, llegó al ascensor<br />
y, cuando alguien le preguntó qué estaba haciendo,<br />
comenzó a decir que el juzgado había dispuesto<br />
su libertad. El ruido despertó a los policías,<br />
que aprovecharon la situación para descargar su<br />
furia. “Lo tiraron al piso y le pegaron”, asegura<br />
Yamil. “Le quedaron varios moretones.”<br />
En agosto, cuando su hemograma contaba apenas<br />
siete mil plaquetas, los médicos finalmente<br />
acertaron el diagnóstico: padecía la enfermedad<br />
de Hodgkin en estadio IV (el más avanzado), un<br />
cáncer que ataca el sistema linfático, el mismo<br />
que mató a Gabo Manelli de Babasónicos. Según<br />
indicaba el informe del Cuerpo Médico Forense,<br />
Chabán tenía los días contados.<br />
Los profesionales del Santojanni dispusieron<br />
un régimen de recuperación de peso, transfusiones<br />
de sangre (el rock se movilizó fuertemente,<br />
en una campaña impulsada por los managers de<br />
La Renga y el Indio Solari, según cuenta Chabán<br />
agradecido) y un plan de quimioterapia. Sorpresivamente,<br />
empezó a responder favorablemente<br />
al tratamiento.<br />
“Es una enfermedad en la que influye mucho<br />
lo anímico”, dice Yamil. “En todo este tiempo me<br />
puse a pensar: ¿cómo es que un tipo tan sano<br />
como Omar, que nunca fumó, ni chupó, ni nada,<br />
se viene a agarrar esto No es casual que se le haya<br />
manifestado después de la sentencia. Todos los<br />
días iba al juicio a escuchar las barbaridades que<br />
2009 En Tribunales, durante una de las<br />
audiencias, dos meses antes de que lo<br />
condenen en primera instancia a 20 años.<br />
decían de él. ¿¡Para qué! ¿Sabés la mala sangre<br />
que habrá acumulado durante ese año”<br />
La primera vez que lo visitamos, una<br />
tarde de noviembre, Chabán está casi<br />
eufórico. La noción que tiene sobre su enfermedad<br />
es difusa. De hecho, todavía cree haber<br />
tenido tuberculosis. La gente cercana atribuye<br />
este aparente desconocimiento a una mezcla de<br />
inmadurez emocional y un poder de negación<br />
considerable. Al principio se refiere a la quimioterapia<br />
como “suero”. “Creo que es justo ahí”, dice<br />
asomándose por la ventana, señalando el pabellón<br />
de enfrente. “Cada quince días me llevan a<br />
ponerme el suero allá.”<br />
Estamos en el mismo hospital al que llegó<br />
rollingstone.com.ar | Rolling Stone | 59
Omar Chabán<br />
Eduardo Vázquez, baterista de Callejeros, una<br />
madrugada de febrero de 2010 cargando a su<br />
mujer Wanda Taddei después de haberla prendido<br />
fuego. La habitación de Chabán tiene estructura<br />
para cinco pacientes, pero por la fragilidad<br />
de sus defensas, y también por cuestiones de seguridad,<br />
se resolvió mantenerlo aislado. Así que<br />
hay cuatro camas de hierro desocupadas y Omar<br />
utiliza una como sostén de materiales de dibujo,<br />
libros y condimentos para ensalada. Sobre una<br />
mesita rodante hay una botella de yodo, potes de<br />
mostaza, un celular primitivo, un cuaderno de<br />
notas y una vieja radio portátil. Se pasa el día escuchando<br />
la radio: Splendid, Blue, Metro. Consume<br />
unas siete horas de tango por día. Mientras<br />
piensa en su madre, postrada en un departamento<br />
de Olivos, escucha La Marcha Peronista por<br />
Hugo del Carril y llora. “La angustia que sentía<br />
por los muertos de Cromañón hoy la fui desplazando<br />
a las consecuencias que tuvo sobre mi<br />
familia: lo que he hecho sufrir a mi mamá, mis<br />
hermanos, mis sobrinos.”<br />
Por momentos parece tener una visión distorsionada<br />
de su relación con el afuera (dice que va<br />
a hacer una obra de teatro con Katja Alemann,<br />
una especie de autobiografía experimental), pero<br />
a la vez está muy informado. Su libreta de apuntes<br />
contiene páginas abigarradas con datos que<br />
capta de las transmisiones: dibujó, por ejemplo,<br />
un gráfico con la curva de aumento de la nafta.<br />
También lleva escrito un glosario de términos con<br />
cierta resonancia conceptual. A cada palabra le<br />
sigue una definición de dos renglones en caligrafía<br />
pareja: “Hipóstasis”, “Balcanizar”, “Serendipia”,<br />
“Maquila”... También tiene sobre la cama Mi<br />
vida querida, de la Premio Nobel Alice Munro,<br />
y la biografía de Leonard Cohen de Sylvie Simmons,<br />
Soy tu hombre, completamente marcada<br />
con resaltadores magenta, amarillo y verde.<br />
Todas las oraciones están encerradas en pequeños<br />
compartimientos de dos o tres palabras. Sus<br />
marcas, a las que es difícil adjudicarles un criterio,<br />
forman una especie de pared de ladrillos<br />
fluorescente en cada hoja. Es inevitable pensar<br />
que mientras trazaba esas líneas Omar tenía la<br />
mente en blanco, o en cualquier otra parte que<br />
no fuera la vida de Cohen.<br />
Ante todo, está plenamente satisfecho con el<br />
servicio del Santojanni, y a veces habla de sus<br />
virtudes como si se tratara de un all inclusive.<br />
Se manifiesta con una candidez conmovedora,<br />
como un chico fascinado frente a un mundo de<br />
abundancia. “Hasta que no lo ves, no sabés lo que<br />
es un hospital público. Mirá esto”, dice y busca<br />
en un rincón una vianda que le trajeron hace un<br />
rato: un sandwich envuelto en celofán con una<br />
cantidad enorme de jamón cocido. “Ves, es una<br />
cosa de locos. Y hace un rato me trajeron un plato<br />
así de remolacha. Le agregué mostaza y comí un<br />
montón. Es puro hierro.”<br />
Su humor es radiante hasta que, a las cuatro<br />
de la tarde, una enfermera entra para decirnos<br />
que el horario de visita terminó. Omar explota:<br />
“¡No! Ellos son periodistas, no tiene nada que ver.<br />
¡Tengo un permiso especial, estoy en situación de<br />
libertad condicional!” Mientras levanta el tono,<br />
la enfermera hace un gesto conciliador y sale de<br />
“La libertad crea<br />
gente violenta. Toda<br />
la vida fui negligente<br />
con la violencia: no<br />
pude controlarla.”<br />
la habitación. Chabán queda visiblemente nervioso.<br />
“No me tengo que cagar”, dice. “Estos hijos<br />
de puta me pegaron. No hay que retrasar, no hay<br />
que retrasar... Mirá, me pongo nervioso.”<br />
De nuevo, es el Chabán de siempre enfrentando<br />
la autoridad a los ponchazos, y también es la<br />
reacción asustada y excesiva de un hombre que<br />
se acostumbró a vivir acorralado.<br />
“Yo creé el<br />
marketing de lo<br />
mítico. Eso me<br />
diferenció de tipos<br />
como Grinbank.”<br />
Cualquiera que haya estado con el lo<br />
sabe: es una máquina de citar. La pregunta<br />
más mundana puede derivar en una<br />
respuesta que mezcla conceptos de psicoanálisis,<br />
filosofía y dramaturgia, en general de un modo<br />
compulsivo y atolondrado. Dice que en las fotos<br />
periodísticas trata de “salir neutro” por respeto<br />
a los familiares de las víctimas. “Sigo un criterio<br />
de Andy Warhol”, pontifica, “en un sentido de<br />
Brecht tomado por Godard. Godard es más Brecht<br />
que Brecht, eso ya te lo expliqué.” Cuando le<br />
pregunto si su formación cultural lo ayudó a sobrellevar<br />
todo este trance, asiente: “Omar Viola<br />
[creador del Parakultural] decía que el arte salva,<br />
y la referencia es a Walter Benjamin… Que a la<br />
vez toma conceptos de Heidegger, Marcuse, Habermas…<br />
Ahora estoy con Habermas; mirá que<br />
yo lo puteaba, eh”.<br />
La parábola existencial de Chabán es única.<br />
Aspiraba a ser un actor y director legitimado por<br />
la escena teatral avant-garde y terminó convirtiéndose<br />
en una suerte de padrino díscolo del rocanrol<br />
under, el punk mugriento y el pop barrial.<br />
Pero antes de ser un hijo bastardo de la contracultura<br />
ilustrada (un expulsado, según su propia<br />
mirada), Omar Emir fue el primogénito de<br />
Ezzeddin Chabán, nacido en Siria y radicado en<br />
Villa Ballester, y Angélica Halouma Hadid, paisana<br />
de familia mendocina. Ezzeddin y Angélica<br />
bautizaron a todos sus hijos con perfectos<br />
nombres arábigos (le siguieron Yamil y Fátima)<br />
y les dieron una educación musulmana blanda.<br />
Ezzeddin solía decirles que lo mejor era que se<br />
casaran con gente de su misma sangre, pero no<br />
era lo que abundaba en ese barrio del partido de<br />
San Martín, una de las zonas con mayor concentración<br />
de alemanes de Argentina. Ezzeddin era<br />
todo un personaje: admirador de la disciplina<br />
germana y justicialista de la primera hora (fue<br />
parte de la resistencia durante la proscripción de<br />
Perón, militando en la Unión Popular), el “turco”<br />
tocaba el laúd y el violín, hablaba tres idiomas<br />
(francés, árabe y castellano) y era conocido en<br />
Ballester tanto por sus ideas políticas como por<br />
su instinto comercial (en el barrio todavía funcionan<br />
la unidad básica que abrió en 1982 y el<br />
bazar Nasser, que hoy atiende Fátima, bautizado<br />
en homenaje al líder político egipcio). Orientados<br />
por la germanofilia del padre, los Chabán fueron<br />
inscriptos en el Hölters Schule, una escuela que<br />
por esa época, como muchas otras en aquellos<br />
años 60, repartía chirlos de lo lindo.<br />
En 1990, en una entrevista que le hizo para<br />
su columna “Buenos Aires me mata” del Sí! de<br />
Clarín, la periodista Laura Ramos le preguntó<br />
a Chabán de dónde había salido ese personaje<br />
raro que se había inventado. “Del resentimiento”,<br />
respondía él. “Iba a un colegio alemán, era<br />
árabe y me sentía inferior porque no era rubio.<br />
Es el viejo esquema: deseo las minas chetas con<br />
un sentido muy grasa. Después estudiaba teatro<br />
y era resentido porque tenía envidia de los<br />
que levantaban minas. Los profesores me humillaban<br />
mucho.”<br />
“Tácitamente había tres clases: A, B y C. Nosotros<br />
éramos clase B”, dice Yamil, que recuerda<br />
a su hermano como un rebelde precoz. En el<br />
Hölters, desde luego, todos tenían que llevar el<br />
pelo corto, y Omar insistía en dejárselo crecer.<br />
Un día, una de las autoridades se le acercó y le<br />
pegó tremendo grito: más le valía pasar por la<br />
peluquería. “Esa tarde, el muy turro fue y se lo<br />
cortó a cero”, recuerda Yamil. “Todos teníamos el<br />
corte americano, pero él como reacción decidió<br />
raparse. Parecía un presidiario. Al día siguiente<br />
el profesor lo buscó y había que verle la cara. Yo<br />
me moría de la vergüenza.”<br />
“Me quería hacer el John Lennon”, dice Omar.<br />
“Eran travesuras.”<br />
Mientras convida té y mate cocido en vasitos<br />
de telgopor, Chabán recuerda: “Mi vida empezó<br />
a los 18 años, cuando terminé la escuela”. Una<br />
de sus primeras experiencias en la noche fue al<br />
frente de un pequeño escuadrón de disc jockeys<br />
amateurs llamado Logos, en el que pasaba, a comienzos<br />
de los 70, temas de Creedence y Sérgio<br />
Mendes. Pero básicamente era un holgazán con<br />
aires de flâneur, y viajaba al Centro en busca de<br />
universos desconocidos y también de un lugar de<br />
pertenencia. Pasaba por el Di Tella, hacía base<br />
en Centro de Arte y Comunicación (CAyC) de la<br />
calle Viamonte, se metía en el Goethe. “Otra cosa<br />
muy importante en mi vida son las bibliotecas”,<br />
puntualiza. “Yo arrancaba a las once de la mañana,<br />
y vivía como si te dijera con 50 pesos por<br />
día. Con eso comía, todo. Y volvía con el tren a<br />
la 1 de la mañana.”<br />
Hizo un curso con Gabriel Chame, pero terminó<br />
despreciando el arte de clown por “la onda popular”<br />
que lo rodeaba. “Yo era un vago”, resume<br />
Omar. “Hasta los 29 años vivía con la plata que<br />
sacaba de la caja del bazar de mi viejo. Un día decidí<br />
ir a hacerme famoso en Alemania.” En su re-<br />
foto: alejandro elias/pagina 12<br />
lato autobiográfico volátil, ese viaje a Europa tiene<br />
todos los condimentos del rito iniciático, llegando<br />
a una Berlín en pleno brote cultural (hasta Bowie<br />
se había mudado a la ciudad). Cuando recuerda<br />
ese tiempo, Omar superpone imágenes: “Ahí me<br />
enamoro de una azafata. Alquilaba una habitación,<br />
el supermercado era muy barato y había un<br />
colombiano, un uruguayo y un alemán. Me molestaba<br />
un poco la idea de que tenías que ser el<br />
Che Guevara, y yo siempre fui de derecha. Descubrí<br />
el reggae, que es como el chamamé. Entonces<br />
una noche empecé a cantar una baguala a los gritos<br />
y me rajaron. Y dije: «¿Cómo ¿En Alemania<br />
también me rajan». Y ahí me empecé a bajonear.<br />
Un día me fui llorando por la calle.”<br />
Volvió a la Buenos Aires de comienzos de los<br />
80, con las Malvinas en el horizonte y la dictadura<br />
en decadencia. Era un tiempo en que su ánimo<br />
provocador podía encontrar un sentido renovado.<br />
“La revolución en la época de los milicos era<br />
reírse, la gente quería divertirse, quería joda. Yo<br />
a los milicos les gritaba en la calle. No me mataron<br />
porque... no sé. Pero caí preso mil veces. Me<br />
llevaban a Toxicomanía, me llevaban a la calle<br />
Moreno con las prostitutas... qué sé yo.”<br />
En pareja con la actriz Katja Alemann y a<br />
punto de cumplir los 30, Chabán decidió que<br />
tenía que dejar de ser un mantenido. De Alemania<br />
había vuelto con algunas ideas y un nombre:<br />
Café Einstein, que por esos días era un reducto<br />
hip de la contracultura berlinesa. Una de las características<br />
que más le habían impresionado de<br />
la noche europea era que siempre pasaba algo, y<br />
las bandas tocaban todas las semanas. Los shows<br />
no eran eventos excepcionales. Con esa energía<br />
abrió su primer local. Fundado en 1982 en sociedad<br />
con sus amigos Sergio Aisenstein y Helmut<br />
Zieger (“Eramos un árabe, un judío y un nazi”,<br />
es su viejo chiste), el Café Einstein de Córdoba<br />
y Pueyrredón fue sede de presentaciones legendarias<br />
de Sumo, Soda Stereo, Virus, Los Twist.<br />
“Yo no tenía la onda del rock profundo de León<br />
Gieco o Charly García”, dice Chabán. “Yo nazco<br />
con el rock superficie de Los Twist y Sumo.” El<br />
Einstein fue un símbolo del despertar democrático,<br />
aunque Chabán, en una nota publicada en<br />
Crónica medio año antes del incendio de Cromañón,<br />
decía que por entonces ellos no pensaban en<br />
“la antinomia democracia-no democracia”. “Los<br />
ideales no estaban sostenidos por lo social, éramos<br />
medio wagnerianos”, definía.<br />
El Einstein cerró en 1984. Un año después,<br />
Chabán inauguró Cemento. Fue un proyecto de<br />
pareja. Katja –que poco después lo echaría de la<br />
casa, enamorada del pintor Diego Linares– puso<br />
el dinero y Omar la gestión. “Buscábamos un espacio<br />
de lo excelso, lo magnánimo. Los lugares<br />
eran pequeños y Cemento era grande. Allí queríamos<br />
vivir una comunión, la fiesta con la gente”,<br />
decía él en aquella entrevista con Crónica. Era<br />
un lugar en el que podía organizar espectáculos<br />
de rock (un mundo en el que Omar nunca dejó<br />
de sentirse un outsider, de algún modo) y a la vez<br />
desplegar sus experimentos teatrales. De los cientos<br />
de bandas y artistas performáticos que pasarían<br />
por ahí, destaca tres nombres que influyeron<br />
en la construcción de su personaje (“La gente a<br />
“Lo vi tirado,<br />
retorciéndose y<br />
pasando la lengua<br />
por el suelo”, dice<br />
Yamil Chabán.<br />
HOMBRE DE CEMENTO<br />
En los 90, el boliche de<br />
Chabán se convirtió en<br />
la gran plataforma de<br />
despegue de bandas.<br />
la que yo afané”): la bailarina y coreógrafa Ana<br />
Itelman (pionera de la danza contemporánea en<br />
Argentina), Batato Barea y Luca Prodan.<br />
Chabán nunca fue valorado como performer,<br />
pero su rol de gestor underground comenzó a<br />
crecer a la par de la consolidación de Cemento<br />
como plataforma de despegue de bandas. “¿Qué<br />
es lo que me diferencia de tipos como Grinbank,<br />
de los de Vorterix”, dice Omar con un gesto altivo.<br />
“Yo siempre le di bola al mito. Creé el marketing<br />
de lo mítico. Por ejemplo: Cemento lo habíamos<br />
hecho todo de cemento para poder usar<br />
agua, tierra, fuego… Elementos que en un teatro<br />
no se podían usar.”<br />
Después resume su aporte principal a la cultura<br />
rock argentina, antes de que todo se le fuera<br />
fatalmente de las manos: “Lo mío fue también<br />
una manera de enfrentar al Instituto Di Tella.<br />
¿Qué pasaba El Di Tella te daba guita para proyectos,<br />
pero no te generaba las condiciones para<br />
que vos hicieras guita. Entonces yo digo que lo<br />
único importante que hice en mi vida, lo único<br />
importante, es hacer que los grupos ganen guita.<br />
De lo otro puedo estar hablando veinte horas.<br />
Pero lo importante es que, a partir de Cemento,<br />
los grupos empiezan a ganar guita sin tener que<br />
chuparle el culo a nadie.”<br />
Durante toda esa larga década que siguió a la<br />
apertura de Cemento, con el rock nacional volviéndose<br />
cada vez más popular y profesional, Chabán<br />
se convirtió, a ojos de los medios y de buena<br />
60 | Rolling Stone | Enero de 2014<br />
rollingstone.com.ar | Rolling Stone | 61
Omar <strong>Chaban</strong><br />
parte del público de recitales, en un personaje<br />
pintoresco, equidistante del centro y la periferia<br />
de la escena. Claramente, era distinto de todos<br />
en su modo de llevar adelante el negocio. Más<br />
allá del buen trato con las bandas (el famoso reparto<br />
ganancial 70-30 a favor de los artistas, una<br />
ecuación largamente citada durante el juicio),<br />
ponía el cuerpo cuando era necesario, mostraba<br />
su extravagancia frente a las cámaras cuando le<br />
clausuraban el local, se cargaba histriónicamente<br />
la explotación de la barra de bebidas, te dejaba<br />
pasar si te faltaban algunos pesos para completar<br />
el valor de la entrada y abría las puertas a<br />
todo el mundo cuando olfateaba represión. Lo<br />
sintetizó Ciro Pertusi en una carta abierta después<br />
de la tragedia, en horas en que medio país<br />
pedía su cabeza: “Chabán me cuidó más que mi<br />
papá o mi mamá”.<br />
Todas éstas son verdades que chocan con el<br />
retrato monstruoso que se tejió de él en la última<br />
década, en parte explicable por el dolor y la<br />
“Yo acepto mi<br />
responsabilidad.<br />
Callejeros también.<br />
El público tiene que<br />
aceptar su parte.”<br />
búsqueda de justicia de los familiares, en parte<br />
alimentado por sus modos altaneros, en parte<br />
consecuencia de las consignas facilistas de las<br />
marchas y de algunos informes periodísticos. Con<br />
todo, la historia puede perfectamente redimir a<br />
Chabán, pero eso no lo hace menos responsable<br />
de la cadena criminal de descuidos que llevó a<br />
Cromañón. Un tetris colapsado que empieza en<br />
la gestión del entonces jefe de Gobierno Aníbal<br />
Ibarra y que termina en la cabeza zumbada de<br />
un fanático que le da fuego a una candela en un<br />
lugar techado. En el medio, funcionarios, policías<br />
coimeros y una banda de rock enamorada de la<br />
autogestión pero alejada de ciertas nociones básicas<br />
de cuidado. Entre todos ellos, Chabán fue<br />
el que más claramente vio el peligro (aunque no<br />
la magnitud), sobre todo después de dos principios<br />
de incendio ocurridos días antes del 30 de<br />
diciembre. Fue el que puteó al público e imploró<br />
para que no encendieran bengalas, porque iban a<br />
terminar todos muertos. Pero era Chabán, el delirante,<br />
un aristócrata de los bajos fondos, un clown<br />
renegado haciendo de empresario, y el Estado se<br />
había deshecho de sus herramientas básicas de<br />
control para dejar todo en manos de la suerte. Y<br />
de gente como Omar y los Callejeros.<br />
Chabán fue, probablemente, el imputado que<br />
más estudió la causa. Y su foco de atención u obsesión<br />
fue variando alrededor de tres ejes, al menos.<br />
Uno: la famosa puerta de emergencia. El 17 de<br />
diciembre, apenas dos semanas antes de la tragedia,<br />
Chabán acató el pedido del dueño del complejo<br />
Central Park, Rafael Levy (hoy procesado<br />
y esperando sentencia), de cerrar con candado la<br />
puerta que daba al estacionamiento del hotel; ahí<br />
“concentraron” los Callejeros para ese triplete de<br />
recitales de fin de año (“Les encantaba ese hotel,<br />
para ellos era el Sheraton”, dice Analía Fangano,<br />
ex abogada de la banda). Chabán insiste en que<br />
era una puerta “alternativa”, que no figuraba en<br />
los planos, y en ese detalle técnico se basó buena<br />
parte de la estrategia de su defensa. El problema<br />
es que, después de cerrar el candado, no apagó<br />
el cartel luminoso de salida de emergencia. Y<br />
contra esa señal que ya no llevaba a ninguna parte<br />
se amontonaron decenas de víctimas.<br />
Otro foco al que siempre apuntó son los bengaleros,<br />
los autores materiales del incendio. Una<br />
línea de investigación que nunca prosperó. “Acá<br />
había una ideología de la bengala”, dice Chabán.<br />
“Una cosa viril y machista. Yo acepto mi responsabilidad<br />
en Cromañón, Callejeros también, pero<br />
el público es responsable con nosotros. No penalmente,<br />
pero sí a nivel social. ¿Por qué nunca<br />
nadie habla de ellos”<br />
Y por último, la composición química de la<br />
mediasombra, que era ignífuga pero que, al entrar<br />
en combustión con el resto de los materiales<br />
–una capa de espuma de poliuretano y otra de<br />
guata– produjo “emanaciones de cianuro de hidrógeno,<br />
dióxido de carbono, monóxido de carbono,<br />
óxido de nitrógeno y vapores de isocianato”,<br />
según figura en el expediente.<br />
Chabán puede pasarse un rato largo hablando<br />
del material, del momento en que lo recibió (estaba<br />
casualmente con Pato Fontanet y el manager<br />
Diego Argañaraz) y de cómo el vendedor de la<br />
A un año de la sentencia, así<br />
vive el resto de los condenados<br />
Pato duerme en el pabellón psiquiátrico, Vázquez convive con Mangeri y los otros Callejeros rearman la banda. Cómo<br />
viven sus condenas los juzgados por Cromañón mientras la Corte reevalúa la sentencia Por Gabriela Pepe<br />
Diciembre volvió a sacudir<br />
a los protagonistas<br />
de la tragedia de<br />
República Cromañón. A un año<br />
de que los catorce condenados<br />
fueran enviados a la cárcel, el<br />
procurador fiscal Eduardo Casal<br />
pidió a la Corte que revise la<br />
sentencia dictada por la Cámara<br />
de Casación y solicitó el cambio<br />
de calificación legal a estrago<br />
doloso (en lugar de culposo),<br />
lo que implicaría un importante<br />
aumento de las penas para los<br />
responsables. La situación de los<br />
detenidos está ahora en manos<br />
de la Corte Suprema, que deberá<br />
decidir, en primer lugar, si acepta<br />
o no abocarse a estudiar la causa<br />
y, luego, qué suerte correrá cada<br />
uno.<br />
LA BANDA<br />
En el Complejo Penitenciario de<br />
Ezeiza, los Callejeros se reparten<br />
en distintos pabellones. Eduardo<br />
Vázquez, también condenado por<br />
el homicidio de Wanda Taddei,<br />
está alojado en el pabellón H1,<br />
que comparte con el portero<br />
Jorge Mangeri, acusado de haber<br />
asesinado a Angeles Rawson,<br />
y el gremialista José Pedraza,<br />
condenado por el crimen de<br />
Mariano Ferreyra, entre otros. El<br />
pabellón J alberga a los demás<br />
miembros de la banda: Elio<br />
Delgado, Christian Torrejón,<br />
Maximilano Djerfy, Juan Carbone<br />
y el manager Diego Argañaraz,<br />
quienes superaron en la cárcel<br />
las divisiones que habían tenido<br />
afuera, durante el juicio. En los<br />
primeros tiempos en el penal,<br />
Delgado escribió en una carta<br />
abierta: “Después de haber<br />
estado varios años separados,<br />
luego del accidente del Cabeza<br />
(Vázquez), por motivos<br />
personales e internos, divididos<br />
en cuatro bandas diferentes<br />
sin tener ningún diálogo, y con<br />
proyectos musicales, siguiendo<br />
el rol y vocación de músicos, hoy<br />
luchamos por nuestra pronta y<br />
justa libertad para volver a ser<br />
reintegrados en la sociedad. Este<br />
es mi relato de lo que vivimos<br />
con mis ranchos, a pesar de las<br />
diferentes historias personales<br />
que cada uno tenemos”. El<br />
escenógrafo Daniel Cardell, que<br />
había sido condenado a tres años<br />
de prisión, apenas estuvo ocho<br />
meses junto a sus ex compañeros<br />
de banda, y salió en libertad<br />
condicional el 19 de agosto<br />
pasado. La banda suele tocar sus<br />
viejos hits en los festivales que se<br />
celebran en la cárcel.<br />
Lejos de sus ex compañeros está<br />
Pato. Luego de ser trasladado<br />
a Ezeiza, en junio, desde una<br />
clínica de Córdoba, donde<br />
estaba internado haciendo un<br />
tratamiento, el cantante quedó<br />
alojado en el pabellón psiquiátrico<br />
de la cárcel: hace terapia entre<br />
tres y cuatro veces por semana,<br />
además de musicoterapia, y toma<br />
unas diez pastillas por día. Su<br />
novia, Estefanía Miguel, lo visita<br />
todos los fines de semana y, cada<br />
quince días, le lleva a su hijo,<br />
Homero, que tiene poco más de<br />
un año.<br />
EL ENCARGADO<br />
“Rezo todas las noches por mi<br />
familia, por mis hijos, por los más<br />
necesitados, por la recuperación<br />
de Omar. Pido sabiduría, y que<br />
Dios me acompañe en la salud”,<br />
dice Raúl Villarreal desde el<br />
módulo 3 del pabellón 2 de<br />
la cárcel de Marcos Paz, a la<br />
que llegó con una condena de<br />
seis años de prisión. El TOC<br />
24 lo había sentenciado a un<br />
año de cárcel por el cohecho<br />
activo (pago de coimas), pero<br />
Casación lo revirtió. “No celebré<br />
“Esto lo voy<br />
a pelear hasta<br />
donde sea, no es<br />
justo”, dice Raúl<br />
Villarreal.<br />
en aquel momento del juicio,<br />
no había nada que festejar. Lo<br />
único que pedí, siempre, es que<br />
ojalá los chicos encuentren la<br />
paz. Después me mandaron a<br />
la cárcel, pero yo esto lo voy a<br />
pelear hasta donde sea, no es<br />
justo”, remarca quien fue mano<br />
derecha y amigo de Chabán por<br />
más de 20 años. En Marcos Paz,<br />
Villarreal reparte su tiempo en<br />
talleres de formación profesional<br />
(hizo de administración de<br />
microemprendimientos y de<br />
jurisprudencia) y de fabricación<br />
de artesanías y juguetes para<br />
jardines de infantes. Desde<br />
adentro aconseja a nuevos artistas<br />
que están afuera y, de vez en<br />
cuando, arma algún festival de<br />
música para los internos. Habla<br />
por teléfono con su familia casi<br />
todos los días, llama a su amigo<br />
Chabán, lo visitan hijos y nietos,<br />
y cada tanto, recibe noticias de<br />
sus compañeros de causa, los<br />
integrantes de Callejeros. “No<br />
hay ningún tipo de rencores<br />
entre nosotros. Ellos eran tan<br />
chicos… Y después fueron muy<br />
mal asesorados, cometieron<br />
imprudencias, un poco por el<br />
sentir revolucionario de juventud,<br />
otro poco por nerviosismo”,<br />
reflexiona Villarreal.<br />
EL POLICIA<br />
También en Marcos Paz,<br />
aunque en el módulo IV, está<br />
el ex subcomisario Carlos Díaz,<br />
condenado a ocho años de<br />
cárcel por el cohecho pasivo.<br />
El ex policía había solicitado el<br />
beneficio del arresto domiciliario,<br />
ya que tiene diabetes, está ciego<br />
del ojo izquierdo y sufre un<br />
severo límite en el derecho, pero<br />
el Tribunal Oral se lo negó. Díaz<br />
también toca la guitarra en la<br />
cárcel.<br />
LOS FUNCIONARIOS<br />
En el mismo pabellón de Pato<br />
Fontanet en Ezeiza, conocido<br />
como Unidad 20, está el ex<br />
funcionario Gustavo Torres,<br />
quien asumió como director de<br />
Fiscalización y Control de la<br />
Ciudad apenas tres meses antes<br />
de la tragedia. Cuando Fontanet<br />
llegó a Ezeiza, Torres se acercó<br />
a conversar con él, pero Pato<br />
prefirió no mantener contacto<br />
con su compañero de banquillo.<br />
En la Unidad 31 de Ezeiza está<br />
alojada Fabiana Fiszbin, ex<br />
subsecretaria de Gestión<br />
Comunal y la funcionaria de<br />
mayor rango condenada por el<br />
incendio. Comparte pabellón<br />
con mujeres condenadas por<br />
tráfico de drogas y hasta por<br />
homicidio. Hace terapia y<br />
conversa con un rabino una vez<br />
por mes. Deprimida, angustiada<br />
por el problema de salud que<br />
aqueja a uno de sus dos hijos<br />
adolescentes, trabaja y estudia<br />
para matar el tiempo de encierro.<br />
Su amiga Vilma Ibarra, quien<br />
la llevó a trabajar al gobierno<br />
porteño, la visitó algunas<br />
veces tras su detención. Tiene<br />
esperanzas de que la Corte revise<br />
el fallo y la deje en libertad.<br />
Su ex subalterna, Ana María<br />
Fernández, ya fue beneficiada.<br />
La Cámara de Casación le<br />
concedió la prisión domiciliaria<br />
en julio de 2012, para que pudiera<br />
criar y amamantar al<br />
bebé que tuvo a mediados<br />
de ese año.<br />
62 | Rolling Stone | Enero de 2014
Omar Chabán<br />
empresa Fonac-Sonoflex<br />
acercó la llama de un encendedor<br />
para mostrarle<br />
que no ardía. “Es justo<br />
lo que necesito”, recuerda<br />
haber dicho él. También<br />
puede hablar de su confusión<br />
durante las horas posteriores<br />
al incendio, preguntándose<br />
por qué había<br />
muerto tanta gente si no<br />
había visto fuego, hasta<br />
que recibió el informe<br />
del inti (Insituto Nacional<br />
de Tecnología Industrial)<br />
en el que explicaba<br />
cómo su boliche se había<br />
convertido en una cámara<br />
de gas. Puede relatar con<br />
lujo de detalle, también,<br />
el instante en que ese disparo<br />
de candela abría una<br />
rendija en la mediasombra<br />
y rodaba por la tela como<br />
una pelotita de metegol incandescente,<br />
largando un<br />
humo blanco antes de que<br />
el calor quemara el resto de<br />
los materiales y una explosión<br />
negra dejara Cromañón<br />
a oscuras.<br />
Pero todo eso es algo de<br />
lo que ya casi nadie quiere hablar. El juicio terminó,<br />
los condenados están presos y Chabán cree<br />
que Cromañón hoy es un tema marginal, superado<br />
por otras tragedias. O tal vez esa idea sea<br />
una forma de alivio. El tiempo desde entonces<br />
transcurrió de manera extraña para él. Hay escenas<br />
que recuerda –o reconstruyó– con una precisión<br />
casi irreal y hay veces en que su memoria<br />
parece haber sido reseteada. “No me acuerdo lo<br />
que pasó en los últimos meses”, dice volviendo a<br />
la golpiza de los guardias y las noches de fiebre.<br />
“Menos mal que casi no tengo recuerdos.”<br />
La ultima vez que lo voy a ver antes de<br />
cerrar esta nota, el jueves 12 de diciembre,<br />
Chabán está enfocado y sereno. Ayer<br />
recibió un permiso especial para ir a visitar a su<br />
madre. Fue con Yamil y Fátima hasta el departamento<br />
de Olivos, compraron comida árabe y<br />
almorzaron todos juntos. A Angélica, que padece<br />
una enfermedad degenerativa, le costó reconocerlo,<br />
pero después de un rato volvieron a sentirse<br />
una familia, como antes de que Cromañón<br />
se tragara todo.<br />
Omar dice que le queda algo así como un mes<br />
de quimioterapia intensiva, y que después podrá<br />
seguir cumpliendo la condena en su casa, “un<br />
departamento modernoso” del Centro. Los últimos<br />
análisis mostraron una remisión importante<br />
de la enfermedad. Es un milagro si se lo<br />
contrapone al informe forense de hace algunos<br />
meses, que lo presentaban como un agonizante.<br />
El temor de su defensa y su entorno es que una<br />
mejora radical lo devuelva a la cárcel, pero tratándose<br />
de un Hodgkin, meterlo en una celda<br />
1 4<br />
LAS MIL Y UNA NOCHES Chabán, un busca<br />
de la vanguardia cultural. En 1979, en un<br />
film en Super 8 (1); junto a Sumo en el Café<br />
Einstein (2), que abrió en el 82 con Helmut<br />
Zieger y Sergio Aisenstein, acá en escena<br />
con Chabán (3); con Katja Alemann, su<br />
pareja y socia en el proyecto Cemento (4).<br />
2<br />
“Conmigo los<br />
grupos empiezan a<br />
ganar guita. Eso es<br />
lo único importante<br />
que hice en mi vida.”<br />
3<br />
sería casi condenarlo a muerte.<br />
Puesto a proyectar una hipotética vida en libertad,<br />
se imagina dando clases de teatro y dirigiendo.<br />
Reflexiona un segundo y afirma: “Yo soy<br />
el mejor director de teatro argentino”. Luego aclara:<br />
“Para propuestas raras”. No se cansa de soltar<br />
frases de esta índole. Se define como un “zen<br />
agnóstico”, aunque le encanta la religión, y como<br />
un “ninfómano asexuado”. Dice que no necesita<br />
de los métodos de meditación para conectar con<br />
lo trascendental. Le digo que él siempre tuvo un<br />
vuelo natural, una suerte de delirio. “Es que soy<br />
un genio, y sólo me relaciono con genios”, explica<br />
antes de enumerar una lista de nombres de<br />
los 80. Le pregunto si en algún momento sintió<br />
que había dejado de rodearse de genios. “Nunca,<br />
no puedo.” Y ejemplifica: “El Pity, genio. Cagó<br />
al rock, lo destruyó, pero es un genio.” ¿Los de<br />
La 25 “Genios. Muy buena gente.” ¿Los Callejeros<br />
“Unos tipos buenísimos. Nunca hablamos<br />
de plata con ellos. Una vez los invité a comer a<br />
Todos Contentos, en el Barrio Chino, y comieron<br />
sushi por primera vez.”<br />
Cuando le pregunto cómo se lleva con el rótulo<br />
de empresario, se compara<br />
con Bill Gates. “Esos<br />
tipos laburan descalzos,<br />
duermen la siesta, es así...<br />
Ese es el criterio que hay<br />
que aplicar. El autoritarismo<br />
no va. El problema que<br />
tuvo Cristina fue el autoritarismo.<br />
Ahora hizo unas<br />
leyes buenísimas, porque<br />
está más floja. El poder no<br />
tiene que ser viril, puede ser<br />
débil. Menem era débil, no<br />
reprimió a nadie, y fijate…<br />
Fue un tiempo muy bueno.<br />
Como ahora. Vivimos una<br />
época utópica: restaurantes,<br />
teatro internacional...<br />
Es impresionante.”<br />
¿Te considerás un empresario<br />
hábil<br />
Demasiado.<br />
¿Demasiado hábil<br />
Astuto. Astucia árabe.<br />
Te voy a decir cómo hice<br />
guita yo: sin pensar en la<br />
guita. Tengo ese concepto<br />
de Onassis: el que quiere<br />
hacer guita, no piensa en<br />
la guita.<br />
¿Pero hiciste fortuna<br />
No. Yo hice lo que quise.<br />
Eso es lo importante.<br />
Esa omnipotencia puede virar a vulnerabilidad<br />
de un momento a otro. De pronto recuerda<br />
la angustia de cuando lo condenaron en primera<br />
instancia a veinte años de cárcel. “Temblaba”,<br />
dice mostrando las manos. Evoca con remordimiento<br />
los días en que un par de familiares de<br />
víctimas fueron a tirarle huevos a la casa de Ballester,<br />
y la angustia que eso provocó en su madre.<br />
Sigue sintiéndose un perseguido. Le digo que no<br />
se atormente, que está pagando su responsabilidad,<br />
que los familiares sólo reclamaban justicia.<br />
“Ellos quieren el núcleo neurótico, no les alcanza<br />
con la condena”, dice Chabán, súbitamente<br />
tenso. “Pero no lo van a vencer. Porque después<br />
de los 50 años el núcleo neurótico no cambia.<br />
Lo dice Freud.”<br />
Un rato más tarde, vuelve sobre el tema haciendo<br />
una extraña elipsis: “Yo aprendí mucho<br />
de Schwarzenegger y Stallone. En las peleas, ellos<br />
querían parar. Pero les pegan, les pegan y, al final,<br />
el tipo pega un solo golpe y el otro cae.” No queda<br />
del todo claro cómo relaciona eso con su situación,<br />
o sí, y es mejor no hacerse demasiadas preguntas.<br />
A esta altura Omar, como muchos, parece<br />
estar librando una batalla espiritual contra la<br />
parte de sí mismo que se le volvió en contra. Y<br />
mágicamente encuentra una síntesis: “La mejor<br />
estrategia para vencer a alguien, dicen los chinos,<br />
es no hacer nada.”<br />
Entonces un guardia entra para decir que terminó<br />
el horario de visita. Esta vez Chabán reacciona<br />
con absoluta serenidad. Saluda y, antes<br />
de volver a quedarse solo, pone las noticias en la<br />
radio y se sienta a merendar en la cama.<br />
fotoS: gentileza hermanos correa (1); rafael bueno/escenas de los 80/fundacion proa (3); archivo la nacion (4)<br />
64 | Rolling Stone | Enero de 2014