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Desde las mujeres, la medicina y la fe
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Desde las mujeres, la medicina y la fe
Tres voces por el derecho a la vida
Autores:
María López Vigil
María Teresa Blandón
Dr. Oscar Flores
Edición:
María López Vigil
Revisión:
Isabel Mejía
Diseño gráfico:
Lluiman Morazán
Impresión:
Copy Express
Managua, Nicaragua, septiembre 2006
Católicas por el Derecho a Decidir Nicaragua:
cdd_nicaragua@yahoo.com
Esta publicación ha sido posible gracias
al apoyo de Ipas Centroamerica
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¿Quién mejor que ella
sabe lo que le conviene
Presentación
El cuerpo de las mujeres ha sido siempre materia de controversia a
lo largo de la
historia. Por un lado se cuestiona si somos capaces
de tomar decisiones acertadas con respecto a nuestro cuerpo. Y por
otro
lado se nos considera siempre aptas para asumir la responsabi-
lidad d de ser madres, no importando si tenemos 13, 18 ó 35 años.
Conocemos a muchas mujeres cuyas voces permanecen en el silencio
por temor a
que la religión, la sociedad, otras mujeres, y hasta el mis-
mo Dios, las cuestionen y culpen por no “haber tomado decisiones
acertadas” sobre su cuerpo:
• Mujeres que han tenido que cargar en su vientre a un hijo con malformaciones,
sin saber si al final vivirá.
• Mujeres que tienen que traer al mundo un hijo sin saber cómo lo
van a mantener, ya que el padre las abandonó.
• Mujeres que se sienten obligadas a traer al mundo a un hijo no de-
seado por ser fruto de una violación.
• Las muchas mujeres que ya no están con nosotras porque perdie-
ron su vida
dando a luz a un hijo y dejando huérfanos a otros.
• Las muchas mujeres que murieron por practicarse un aborto en
condiciones infrahumanas e insalubres.
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Son dramas que viven las mujeres en el día a día de nuestra Nicaragua.
La encrucijada entre la vida propia y la nueva vida que supone un
embarazo, es una decisión difícil para cualquier mujer. ¿Quién mejor
que ella sabe lo que le conviene
En esta publicación recogemos las palabras que, desde una perspectiva
feminista, médica y teológica, escuchamos en un encuentro de
Católicas por el Derecho a Decidir de Nicaragua, celebrado en gua en junio 2006. Lo publicamos en conjunto con el Foro Sexualidad
Maternidad y Derechos y lo ofrecemos como un material de re-
Manaflexión
que esperamos sirva a otras muchas mujeres.
Católicas por el Derecho a Decidir de Nicaragua es un grupo de jeres de diferentes especialidades y regiones del país, con una identidad
común: ser creyentes en el Dios de la Libertad y de la Vida. Nos
mu-
hemos reunido para transformar nuestra realidad, llena de profundas
desigualdades que tanto afectan a las mujeres, inspiradas en Jesús
de Nazaret, quien entregó su vida por la justicia, el amor y la equidad
entre los seres humanos.
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Hemos nacido recientemente en Nicaragua, con el acompañamien-amiento
de las Católicas por el Derecho a Decidir de México. En nuestro
trabajo cotidiano establecemos coordinaciones con diferentes movimientos
y organizaciones de mujeres, quienes han apoyado nuestro
esfuerzo, lo que nos ha permitido profundizar y apropiarnos de la
propuesta feminista.
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La palabra esencial en nuestro trabajo como católicas es ésta: DECIDIR.
Toda decisión
implica responsabilidad con la vida. La decisión sobre
interrumpir un embarazo o mantenerlo es una de las más importantes
decisiones que tomamos las mujeres. Estamos comprometidas
a decidir siempre de forma consciente y responsable por la vida,
ante
Dios y ante nuestra conciencia. Y estamos comprometidas a
acompañar a otras mujeres en sus dilemas y en sus decisiones.
Con estas voces por la vida, por la libertad y por la responsabilidad,
reafirmamos
el compromiso que tenemos con la vida y apostamos
porque las mujeres tomen sus decisiones cada vez más informadas,
cada
vez más conscientes de la confianza que Dios tiene en ellas.
María José Argüello
Católicas por el Derecho a Decidir Nicaragua
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María Teresa Blandón Gadea
Activista del movimiento feminista, fundadora del
Foro Sexualidad, Maternidad y Derechos,
Nicaragua.
Master en Género y Desarrollo.
Autora de diversos artículos publicados en revistas
nacionales e internacionales.
Fundadora de diversas iniciativas de articulación
de organizaciones y redes de mujeres en el nivel
nacional, regional e internacional para la defensa
de los derechos de las mujeres.
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Las Mujeres
Las mujeres podemos
ser madres, si tenemos libertad para decidir sobre
nuestras vidas.
Las feministas entendemos la maternidad como un hecho de gran importancia para la vida
de las mujeres. Para nosotras, ser madre es mucho más que llevar a término un embarazo;
es asumir la responsabilidad de cuidar y acompañar a un nuevo ser humano en el camino de
hacerse persona.
Aun en los casos en que las mujeres tengan condiciones materiales apropiadas para asumir el
cuido y crianza de un nuevo ser humano, cada mujer debe hacer su propio balance personal
para decidir si quiere y puede asumir esta responsabilidad que se prolongará durante muchos
años en su vida.
Por ello cuando hablamos de maternidad voluntaria, queremos decir que sólo a las mujeres
nos compete decidir si queremos ser madres o no; de la misma manera que los hombres deben
decidir si quieren ejercer la paternidad.
Hablamos de la maternidad como una posibilidad, como una opción, como una decisión
consciente y responsable y no como un destino inevitable que todas las mujeres debemos de
cumplir.
Criticamos y nos oponemos a las ideas que presentan la maternidad como un hecho sobrenatural,
al que todas las mujeres tenemos que someternos independientemente de nuestra voluntad y de
nuestras posibilidades.
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Nuestro cuestionamiento se basa en la realidad de miles de mujeres que ponen en evidencia la
falsedad de un discurso, que presenta a la maternidad como una situación ideal, mediante la
cual todas las mujeres alcanzamos la realización personal.
De hecho denunciamos que millones de mujeres ejercen la maternidad en condiciones frecuentemente
desventajosas y traumáticas, sobre todo en sociedades como la nuestra, atravesadas
por múltiples formas de discriminación en contra de las mujeres.
La maternidad como mandato hacia todas las mujeres, es uno de los pilares principales de las
sociedades patriarcales. En éstas, las mujeres somos consideradas más cercanas al mundo de los
instintos que al de la conciencia crítica. Por eso muchas voces repiten esta idea de que todas las
mujeres nacemos con un “instinto materno” que rige nuestras vidas.
En coherencia con esta ideología, algunas religiones durante siglos nos han educado en la creencia
de que todas las mujeres debemos ser madres en cumplimiento de un mandato divino,
bajo la amenaza de ser clasificadas como malas, pecadoras y egoístas si acaso nos resistimos a
cumplir este mandato.
Las sociedades más discriminatorias y violentas son precisamente las que más se empeñan en
presentar la maternidad como un destino ideal para las mujeres. También son las que recurren al
chantaje y la penalización para mantener a las mujeres fieles al mandato de la maternidad como
destino.
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En el ámbito del chantaje, múltiples son los argumentos que presentan a las mujeres que no
quieren ser madres como libertinas, egoístas, malas, y hasta mujeres de mentira. Por el lado
jurídico, el mecanismo por excelencia ha sido la penalización del aborto cuando se trata de una
decisión soberana de las propias mujeres.
No por casualidad donde el aborto es considerado un pecado, también es considerado un delito,
combinando dos efectivas formas de sanción a las mujeres que deciden interrumpir un embarazo:
el poder de ciertas religiones como tutoras de una determinada moral supuestamente
incuestionable y única; y por el Estado, que la legitima en el terreno jurídico.
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La coincidencia entre ésta moral amparada en la supuesta representación de lo divino, y el poder
del Estado como normador del delito, han logrado secuestrar durante siglos la libertad de
las mujeres sobre sus cuerpos.
Las feministas no hemos hecho otra cosa que descubrir desde nuestra experiencia personal y la
de miles de mujeres, las mentiras construidas en torno a la maternidad y el aborto y proponer
un modelo de maternidad y paternidad más humano y por ende más respetuoso de nuestros
derechos.
Ser madre no es lo mismo que embarazarse
Las mujeres sabemos que no es lo mismo embarazarse que ser madre.
Muchas mujeres han enfrentado el hecho de salir embarazadas por situaciones que no tienen
nada que ver con el deseo y la decisión personal.
Un sistema que nos mantiene en la ignorancia sobre la necesaria separación entre sexualidad y
reproducción; la falta de poder personal para decidir sobre el propio cuerpo; la falta de información
sobre métodos anticonceptivos, son algunos de los factores estructurales que ponen a
miles de mujeres ante la situación de un embarazo no deseado. Peor aun, en sociedades con
predomino de la violencia sexista, miles son las mujeres que quedan embarazadas producto de
un acto de violación.
Es precisamente la figura de la maternidad como mandato impuesto por la vía de la violencia
simbólica y física, la que produce y reproduce problemas como el del aborto inseguro, el abandono
de criaturas recién nacidas o la maternidad frustrante para las mujeres que no se encuentran
preparadas y que no tienen las condiciones apropiadas para ejercerla.
Aunque el mandato de la maternidad es superior al de la paternidad, en el caso de los hombres,
la capacidad de engendrar asociada al orgullo de ser hombre, genera y reproduce el ya extendido
problema de la paternidad inexistente.
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Las feministas nos hemos replanteado la maternidad no como una obligación, sino como una
decisión que forma parte de la libertad individual, reconocida como derecho fundamental en
la Constitución Política de Nicaragua y en un conjunto de instrumentos internacionales de derechos
humanos suscritos por nuestro país.
Placer sexual no es lo mismo que reproducción
Nuestras experiencias vitales analizadas por la ciencia nos han enseñado que la capacidad de
sentir placer está presente a lo largo de nuestras vidas, y que ello es un hecho normal y propio
de todos los seres humanos. También nos dice que la sexualidad en su sentido más amplio, es
una expresión de la comunicación humana que no solo es placentera, sino necesaria para el desarrollo
integral de las personas.
Aunque la reproducción por razones biológicas está vinculada con la sexualidad, ahora sabemos
que son dos procesos diferentes, que pueden o no tener un punto de convergencia en algún
momento de nuestras vidas. Así mismo, sabemos que al menos en un primer momento el encuentro
íntimo entre una mujer y un hombre está motivado por el legítimo derecho al placer
erótico.
Por el contrario, el deseo de llevar adelante un proyecto de maternidad y de paternidad, puede
estar presente o no en el marco de una relación, cualquiera que ésta sea. Ningún adolescente
o joven va a una primera relación sexual con la clara intención de convertirse en madre o padre.
Ambos van pensando en satisfacer un deseo recíproco.
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El placer erótico existe al margen de la reproducción. Las mujeres y los hombres tenemos derecho
a disfrutar de una sexualidad placentera, sin que necesariamente tenga consecuencias
reproductivas no deseadas.
Y aunque en los primeros años de este magnífico descubrimiento, muchas fueron las voces que
se opusieron y se oponen al uso de anticonceptivos seguros, lo cierto es que cada vez más personas
han logrado disfrutar de relaciones placenteras, sin tener la angustia de un embarazo no
deseado.
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En el plano más social, los principios básicos de la democracia afirman el derecho de hombres
y mujeres a la libertad y a la intimidad. En consecuencia, las leyes afirman nuestro derecho a
decidir como queremos vivir nuestra sexualidad, así como la decisión sobre la maternidad y la
paternidad.
¿Puede una sociedad machista respetar la maternidad
Si la maternidad y la paternidad son instituciones altamente valoradas por nuestra sociedad, deben
nacer de decisiones libres y responsables de hombres y de mujeres.
Las feministas nos preguntamos, ¿cómo se puede fundar una familia saludable e integrada, sobre
la base de chantajes, miedos y prejuicios ¿Qué hace el Estado y qué hacen todos los agentes
de socialización -incluyendo a las familias- para contribuir a que las mujeres ejerzamos nuestro
derecho a decidir con libertad y responsabilidad sobre la maternidad
Nuestra principal crítica a la sociedad machista, es que lejos de fomentar una actitud responsable
frente a la reproducción, alimenta mandatos, prejuicios y temores que contribuyen a devaluar
tanto la maternidad como la paternidad, aunque siempre en dimensiones diferentes.
La doble moral de nuestra sociedad se expresa entre otras cosas, en que mientras a los hombres
se les educa en un claro desprecio o subestimación de la paternidad y se les demanda en el mejor
de los casos una función de proveedores materiales, a las mujeres se les educa en la asunción de
la maternidad como sinónimo de sacrificio, entrega total y renunciar a sí mismas.
Es así como miles de mujeres se ven obligadas a asumir toda la responsabilidad por el cuidado
vital de hijos e hijas, en un contexto social que lejos de apoyarlas, convierte a la maternidad en
un nuevo factor de discriminación en contra de las mujeres-madres.
Basta indagar sobre políticas de empleo y salario, políticas de seguridad social, políticas de educación,
políticas de capacitación y promoción, para saber por qué las mujeres y particularmente las
que son madres, en su mayoría se quedan a la cola de las oportunidades de superarse y mejorar
sus propias condiciones de vida.
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En nuestro país son miles las mujeres que ejercen la maternidad en condiciones de extrema pobreza,
viéndose en la desesperada situación de enviar a sus hijos e hijas a realizar duras tareas
que les impiden vivir su niñez de manera saludable. Son miles las mujeres que no logran realizarse
satisfactoriamente como madres, por que la dura lucha por la sobrevivencia no les permite
disfrutar ni de largo el crecimiento de sus hijos e hijas.
La realidad nos dice que hay muchas mujeres y también muchos hombres que no quieren ser
madres y padres. Es muy visible y creciente la cantidad de niñas y niños abandonados en las
calles y en centros asistenciales, vendidos para el comercio sexual, explotados como fuerza de
trabajo, muriéndose literalmente de hambre sin ninguna protección por parte de sus familias ni
del Estado, ni de las organizaciones que defienden “la vida desde la concepción”.
Los hombres en una sociedad machista como la nuestra, no fueron educados para el ejercicio de
una paternidad responsable y afectuosa. Casi el 40% de los hogares en Nicaragua están representados,
mantenidos y sostenidos únicamente por una mujer. Hay muchos hogares donde los
padres aun estando presentes, no ejercen una paternidad afectiva y por el contrario, se convierten
en los principales agresores de sus hijos y de sus hijas.
Mientras los hombres se despreocupan de la paternidad o la ejercen de manera intermitente, las
mujeres sí tenemos el mandato cultural de la maternidad como un destino de entrega total y de
sacrificio. Por encima de nuestros proyectos personales, negando cualquier diferencia entre las
mujeres, el sistema insiste en que todas debemos ser madres… para luego criticarnos duramente
cuando no cumplimos con el ideal de “la buena madre”.
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La pregunta continúa siendo: ¿cómo defender la “vida desde la concepción” y simultáneamente
fomentar y justificar el ejercicio de maternidades precarias, riesgosas y desdichadas tanto para
las madres como para los y las hijas.
La maternidad como un castigo impuesto a las mujeres
Los embarazos no deseados ocurren por desinformación, por miedo, por inexperiencia, por falta
de acceso a métodos contraceptivos, por falta de libertad de negociación con la pareja. También
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ocurren porque a las mujeres no nos han enseñado a tomar decisiones sobre nuestros cuerpos y
a los hombres no les han enseñado un ejercicio responsable de su sexualidad.
Muchos hombres no entienden de la misma manera que las mujeres la importancia de la reproducción
humana. Es generalizado el comportamiento de muchos hombres que luego de un
contacto sexual se desentienden de las consecuencias que conlleva un embarazo no deseado.
La permisividad que les concede la sociedad machista en el plano de la sexualidad y la reproducción,
los predispone a depositar en las mujeres toda la responsabilidad por los riesgos vinculados
a estos dos ámbitos de la vida.
Para los hombres, es fácil y hasta divertido insistirles a las mujeres hasta lograr un contacto erótico
y hacerlo sin ningún tipo de prevención. Y a las mujeres nos toca, como un rol socialmente
asignado, evitar el peligro de un embarazo no deseado resistiéndonos a nuestros propios deseos
y procurando contener el deseo de los hombres. Al menos en parte, en eso radica el concepto
tradicional de “honestidad” que nos reclama la sociedad patriarcal a las mujeres.
Muchos hombres recurren al chantaje, al acoso y la violencia descarnada para someter sexualmente
a las mujeres, vulnerando así todas las dimensiones de su derecho a la libertad, la dignidad
y la integridad. Lamentablemente los embarazos producto de la violencia son un hecho
demasiado frecuente en nuestras sociedades, lo que afecta de forma irreversible no solo a las
mujeres adultas, sino a las niñas y adolescentes.
El colmo es que muchos de los que dicen estar a favor de la vida, insisten en negarle a las niñas y
mujeres embarazadas producto de la violencia, la posibilidad de decidir si quieren llevar a término
ese embarazo, o prefieren interrumpirlo a fin de proteger su vida y su salud.
Mentiras de la sociedad machista sobre la maternidad
No es cierto que la ciencia está preparada para llevar a término todos los embarazos. Si bien se han
ampliado las posibilidades, ello no es una realidad en países tan discriminadores como los nuestros. La
pobreza mata a las mujeres y a los nacidos y por nacer.
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No es cierto que todo embarazo debe concluir inevitablemente en el nacimiento de un bebé.
Por diferentes razones hay millones de embarazos que terminan en abortos espontáneos. De
acuerdo con la ciencia médica de 100 embarazos, 15 pueden terminar en abortos espontáneos,
sin que se haya logrado descubrir , las causas de todos esos abortos.
No es cierto que todas las mujeres ni todos los hombres quieran ser padres y madres. Desde
el descubrimiento de los métodos anticonceptivos millones de mujeres y hombres en todo el
mundo evitan embarazos no deseados. Además, sabemos de muchas mujeres que se practican
intervenciones quirúrgicas para no volver a quedar embarazadas, a pesar de las presiones de
esposos, médicos, pastores y sacerdotes.
No es cierto que todas las mujeres son libres para tomar una decisión sobre la maternidad. Muchas
mujeres se ven presionadas para continuar teniendo embarazos que no desean. Conocemos
muchos casos de médicos que con argumentos tales como: “estás muy joven” o “¿y si te
volves a casar y querés tenerle un hijo a tu marido”… tratan de imponer a las mujeres su propia
concepción de la maternidad.
Todavía hay casos en que el personal médico demanda la autorización del marido para practicar
intervenciones quirúrgicas de esterilización a las mujeres, violentando con ello el principio de
igualdad que establece la ley.
Son muchos los maridos que amenazan a las mujeres con dejarlas si deciden “operarse”, con el
argumento de que lo que ellas quieren es engañarlos y serles infieles; utilizando el embarazo
como un mecanismo de control sobre la sexualidad de las mujeres.
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Y por si fuera poco, hay muchos pastores y sacerdotes que insisten en tratar de convencer a las
mujeres de que el número de hijos en proporcional a la bendición de Dios, bajo el supuesto que
al “tener todos los hijos que Dios les manda” están cumpliendo con su voluntad.
A pesar de todos los avances ocurridos durante el último siglo, el cuerpo de las mujeres continúa
siendo un territorio sobre el que los médicos, los jerarcas de algunas iglesias, los maridos, la familia
y hasta desconocidos se asumen con el derecho a decidir que es lo mejor para ellas.
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La complicidad de las sociedades machistas las lleva a construir redes de control y de sanción
para castigar a las mujeres que se rebelan y mantener sometidas a las otras. Acá encontramos el
origen de la penalización del aborto.
Si muchas mujeres pudieran hablar desde el fondo de su corazón, sin miedo y libres de culpa,
podrían desmentir a la sociedad patriarcal y afirmar que no es cierto que los hijos son siempre
una bendición. Un hijo producto de una violación, el hijo número siete, ocho o nueve de una
mujer pobre, un hijo con deformaciones congénitas viviendo en una familia pobre, no siempre
será recibido como un regalo.
El Estado patriarcal y neoliberal no está interesado en proteger una maternidad voluntaria y segura.
La economía de mercado actúa en contra de los pobres en general y en contra de las mujeres
que son todavía más pobres por que tienen menos oportunidades y porque cargan con su propia
pobreza y la de sus hijos.
Aquellas que son madres pobres, tienen muy pocas posibilidades de salir adelante junto a sus
hijos. Muchos empleadores despiden a las mujeres cuando están embarazadas; las madres no
tienen horarios especiales de trabajo; a las mujeres en edad reproductiva se les reducen las posibilidades
de formación y ascenso en los centros de trabajo.
El cuidado de hijos y de hijas como función principal de las mujeres - es un mandato cultural
que beneficia a los hombres, los cuales cuentan con más tiempo libre para dedicarlo a sus propias
necesidades. Para ellos la paternidad nunca resulta una responsabilidad trascendental que
trastoque sus metas personales. Para las mujeres es totalmente diferente: cualquier mujer está
obligada a ser “buena madre” en las circunstancias que sean, por encima de su edad, grados de
madurez, recursos, estado de salud y la propia voluntad.
Maternidad voluntaria y segura: un derecho de todas las mujeres
La maternidad voluntaria y el derecho al aborto es un derecho de todas mujeres, para las que se
embarazaron o no, para las que parieron voluntariamente o a la fuerza, para las que son madres
felices y para las que se han sentido desdichadas con una maternidad impuesta.
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Por eso, tenemos que hablar de la maternidad y del aborto desde el corazón y desde la razón,
desde la propia experiencia y desde la solidaridad con otras mujeres.
Las feministas afirmamos que si el aborto es un derecho, debemos denunciar a los fanáticos y
fundamentalistas que presentan el aborto como un asesinato y que culpabilizan a las mujeres
de forma intolerante, injusta e implacable desde argumentos carentes de humanismo y de sensibilidad.
El fundamento ético de los Derechos Humanos de las mujeres, parten de la realidad de las propias
mujeres, de los descubrimientos de la ciencia médica, que reconoce las razones por las cuales un
aborto es necesario para salvar la vida de mujeres embarazadas, en las nuevas interpretaciones de
hombres y mujeres de fe que pregonan un nuevo concepto de Dios y de su amor por las mujeres.
Hemos luchado para que los Estados democráticos reconozcan los derechos reproductivos, tanto
de las mujeres como de los hombres, incluyendo el derecho a una maternidad voluntariamente
elegida y realizado en condiciones seguras.
Las feministas creemos que las mujeres que no quieren ser madres, no son incompletas, ni malas,
ni raras, ni anormales. Son mujeres con los mismos derechos que las que incluyen la maternidad
dentro de su proyecto de vida.
Las feministas entendemos la maternidad y la paternidad no como hechos inevitables, sino como
un ejercicio de la libertad. Nuestra apuesta es que la sociedad respete el derecho de las mujeres
a decidir si quieren o no ser madres.
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La libertad para decidir requiere del reconocimiento de la autonomía de las mujeres, prevención
de la violencia contra las mujeres en cualquiera de sus formas, información confiable, acceso a
métodos anticonceptivos y a otros servicios de salud reproductiva con calidad.
Nuestras demandas incluyen una maternidad segura. Y esto significa que ninguna mujer tenga
que morir por alguna causa asociada a su embarazo. Para ello resulta indispensable la correcta
aplicación del aborto terapéutico reconocido en nuestra legislación desde hace más de cien
años.
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Cómo trazar nuestro propio camino y hacernos cargo….
El proceso por el que las mujeres logramos superar el miedo a tomar decisiones propias y autónomas
no es sencillo. Porque durante mucho tiempo nos enseñaron a no tomar decisiones y a
depender del criterio y voluntad de otros.
Ahora se trata de recuperarnos a nosotras mismas frente a una sociedad que nos trata como a
seres inferiores, sin capacidad de análisis y de comprensión de lo que nos pasa. Desde el hecho
común de usar el apellido del marido o de perder la nacionalidad cuando nos casamos, hasta
enseñarnos que no somos capaces de cuidarnos a nosotras mismas, por lo que es preciso vigilarnos
con rigor.
El desafío es aprender a decidir y no sólo ante un embarazo o un aborto, sino ante todos los
acontecimientos importantes de nuestras vidas: nuestra sexualidad, la maternidad, el dinero, la
profesión, nuestros proyectos de vida en general.
No nos queda de otra que empezar a cuestionar todo lo que nos inferioriza, nos disminuye, nos
niega capacidad de comprensión y de cambio. Hay que cuestionar todas esas ideas que nos presentan
como superficiales, tontas, mentirosas, dependientes de un hombre para que nos cuide,
nos proteja y nos dé razón de ser.
Hay que empezar a cuestionarnos y construir mensajes positivos sobre nosotras mismas. Y hay
que hacerlo en la vida cotidiana. No hay otro lugar donde hacerlo.
Hay que hacerlo en las relaciones entre nosotras, en las relaciones con nuestras hijas. No se nos
ocurra decirle “qué chavala más estúpida, ¿es que vos no sabés pensar”. ¿Cuántas mamás no han
dicho eso más de una vez, muchas veces Y lo dicen con tanta convicción, y le creemos tanto a
nuestra madre, que terminamos creyéndonos que somos tontas.
Empecemos por no permitir que a las niñas les lleguen mensajes tan peyorativos, tan negativos,
tan descalificadores. Y hagamos lo mismo entre nosotras: afirmémonos siempre con mensajes
positivos, digámonos que somos capaces de tomar decisiones, de entender lo que nos pasa, de
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decidir lo que nos conviene o no, que somos capaces de desafiar las opiniones de otros, si no
respetan nuestros derechos o si no tienen en cuenta lo que más nos conviene.
Como esto es un proceso muy largo, tenemos que estar siempre consciente de las palabras que
usamos, de lo que le decimos a otras mujeres, de lo que nos decimos a nosotras mismas y de
lo que aceptamos o rechazamos de los mensajes de los otros. Esos otros pueden ser la propia
madre, el padre, el cura de la iglesia, el pastor, el hermano que tanto queremos, pero que de repente
nos sugiere cosas que no nos ayudan. Cosas como que trabajar o hablar a favor del aborto
terapéutico no está bien, porque qué va a pensar la familia, el barrio, la comunidad, que nos van
a llamar asesinas, malas madres…
¿Por qué vale mi vida
En toda esta discusión la gente pierde de vista que la vida de la mujer vale, más allá de su maternidad,
que vale en sí misma. En la cultura patriarcal está implícita la idea de que las mujeres
somos un instrumento “para otros”, para cuidar a otros, para la reproducción de otros seres humanos.
Mi vida, ¿por qué vale Si nací estéril, si no tuve hijos, si no quise tenerlos, ¿no tengo
derecho a la vida ¿Tenemos las mujeres derecho a la vida en las mismas condiciones que un
hombre tiene derecho a la vida Porque a ningún hombre se le mide por si es padre o no es padre,
ni se le justifica su derecho a la vida por su condición de paternidad. La vida de hombres y
de mujeres vale más allá de sus posibilidades reproductivas.
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¿Cómo sensibilizar a otras mujeres
Para hablar o trabajar a favor del aborto hay que informarse, conocer argumentos desde la ciencia,
desde los derechos, desde la fe. A mucha gente si le decís a secas “Usted tiene que estar a
favor del aborto porque es un derecho de las mujeres”, te va a rechazar. Pero si le explicás ese
caso concreto de una niña de nueve años, embarazada por violación, que puede morir por el
embarazo, te va a escuchar, va a entender. Y si le preguntás: ¿Y si fuera a su hija que le pasó eso,
te va a entender mejor.
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Hay casos concretos que resultan emblemáticos porque nos ayudan a ver el aborto no de forma
fría, sino desde un plano humanista, de sensibilidad, de criterio propio y sentido común. Preguntémosle
a esa gente: “¿Arriesgaría usted la vida de su hija o la de su nieta sabiendo que la
ciencia tiene recursos para preservar su vida”
En la defensa de la vida de las mujeres, en la defensa de su derecho a vivir más allá de su maternidad,
en la defensa del aborto nos confrontaremos con hombres y con mujeres. Y no sólo
mujeres ricas y fundamentalistas, sino también mujeres pobres con una religiosidad arraigada
en tradiciones y creencias. Hay mujeres con las que no vamos a poder coincidir en este tema.
Prioricemos ir abriendo brecha y sensibilizando a mujeres que de alguna manera tienen ya algún
punto de conexión con estas ideas, aunque tengan temores y dudas. Hay que afianzar el sentido
de respeto por la vida y la dignidad de las mujeres, los derechos que tenemos, la discriminación
que sufrimos, la violencia y la pobreza que padecemos en Nicaragua… No se trata de hablar
del aborto como que sencillamente queremos abortar. Lo que queremos es que la sociedad y
las políticas públicas respeten nuestro derecho a decidir y nos brinden los medios seguros para
prevenir y evitar embarazos no deseados y de riesgo.
El Estado y la sociedad deben responder por la vida de las niñas y de
las mujeres
Si el sistema ha fallado a las mujeres, si el Estado le ha fallado a las mujeres, si la sociedad machista
y violenta le ha fallado a las mujeres, el sistema, el Estado y la sociedad tienen la obligación ética,
humanista y legal de responder y respetar cuando nos vemos ante un embarazo no deseado.
Hay que responsabilizar al Estado y al resto de la sociedad. Si la sociedad es cómplice de la violencia,
si el Estado es cómplice de la violación sistemática a los derechos de las mujeres, tiene la
obligación de resarcirnos y respetarnos. Y el aborto terapéutico es parte de ese resarcimiento.
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Dr. Oscar Flores Mejía
Ginecólogo y Obstetra. Profesor de la Cátedra de
Ginecología y Obstetricia de Pre y Post Grado y
Ex decano de la Facultad de Medicina de la UNAN
Managua. Ex director del Hospital Fernando Vélez
Paíz, ex responsable de atención a las mujeres
MINSA.
Profesor de Ginecología y Obstetricia
Latinoamericano nombrado por la Federación
Latinoamericana de Ginecología y Obstétrica
(FLASOG). Asesor de la Sociedad Nicaragüense de
Ginecología y Obstetricia (SONIGOB).
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Los médicos
Los médicos debemos
decidir responsablemente
El tema del aborto, también el del aborto terapéutico, es siempre controversial, tanto entre
los médicos como entre la población. A los médicos nos toca tomar decisiones y una vez
tomadas, asumirlas. Lo hacemos desde nuestros conocimientos profesionales y desde nuestra
conciencia, aunque no quisiéramos tener que llegar nunca a tomar esa decisión.
Es nuestra responsabilidad
Cuando una mujer embarazada llega a nosotros, los médicos tenemos la responsabilidad de
informarla sobre los problemas y complicaciones que presenta su embarazo, si ése fuera el caso,
y explicarle por qué sería adecuado interrumpirlo. Después de darle toda esa información, debemos
esperar a que la mujer tome su decisión personal, que ya sería una decisión informada.
Si ella decide interrumpir el embarazo, es nuestra obligación acompañar su decisión, proporcionándole
el procedimiento y tratando cualquier consecuencia física o sicológica derivada de él.
Si el médico no estuviera de acuerdo con la interrupción del embarazo, decidido por la mujer,
por objeción de conciencia, tiene entonces la obligación de referirla a otro médico capacitado
para realizar tal procedimiento, que no tenga esa objeción de conciencia, pero en ningún
momento debe imponerle su punto de vista, mucho menos juzgarla o culpabilizarla. Todo médico
debe actuar con ética, respetando la integridad física y emocional de sus pacientes y los
Derechos Humanos y constitucionales de esa mujer. No darle una respuesta es atentar contra
sus Derechos Humanos. No dársela es no ser consecuente con la ética médica. Y si la mujer que
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acude a nosotros es una víctima más de las duras condiciones sociales que vivimos en nuestro
país y no le respondemos, la volvemos a hacer víctima. Ante una mujer pobre, tenemos una
doble responsabilidad.
Son muchos los casos de indicación médica para interrumpir embarazos: cardiopatías, diabetes
descompensada, problemas de salud mental, exposición a la rubéola durante el comienzo del
embarazo, malformaciones congénitas del feto, cáncer del cuello del útero, embarazo ectópico. .
. Como producto de las enfermedades y complicaciones de la madre o del producto, pueden nacer
bebés con problemas graves. Y nuestra responsabilidad como profesionales de la medicina
es traer al mundo no sólo seres vivos, sino seres vivos que sean capaces de valerse por sí mismos
y no sean una carga para su familia y para la sociedad. Hay niños con graves deficiencias que
sobreviven a sus progenitores. ¿Cómo traerlos responsablemente a este mundo si van a quedar
indefensos cuando sus padres mueran
Las normas que nos rigen
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En nuestro proceso de formación profesional se nos entrena en los procedimientos adecuados
para ofrecer los servicios de aborto terapéutico. Y para practicarlo nos regimos por directrices
internacionales que están determinadas por la Federación Centroamericana de Ginecología y
Obstetricia (FECASOG), la Federación Latinoamericana de Ginecología y Obstetricia (FLASOG)
y la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO). En estas sociedades médicas
todos están claros que la no legalización de la práctica del aborto terapéutico sólo conduce a que
el aborto se practique clandestinamente, lo que trae innumerables complicaciones médicas y
sólo conduce a que más mujeres enfermen y mueran o queden con secuelas invalidantes. En Nicaragua,
hasta hace unos años la primera causa de mortalidad materna eran las complicaciones
derivadas por abortos realizados en condiciones inseguras.
Las dos Federaciones, tanto la Latinoamericana como la mundial afirman: “Existe un amplio
consenso en el sentido de que el aborto es éticamente justificable cuando se efectúa por razones
médicas para proteger la vida y la salud de la madre. La mayoría lo considera justificado
en casos de incesto o estupro, así como cuando el feto está pronunciadamente mal formado
o cuando la vida de la madre se vea amenazada por una u otra enfermedad grave”. Y dicen
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también: “El aborto nunca deberá promoverse como método de planificación familiar…. Las
mujeres tienen derecho a elegir entre reproducirse o no, y en consecuencia, a tener acceso a
métodos legales de contracepción seguros, eficaces, aceptables y a precios asequibles”.
Afirman también: “La mayor parte del público, comprendidos los médicos, prefieren evitar la
interrupción del embarazo y lamentan tener que opinar sobre qué es lo mejor que puede hacerse
dadas circunstancias particulares en cada caso. Algunos médicos son del parecer que el
aborto no puede permitirse bajo ninguna circunstancia. El respeto a su autonomía significa
que no se debe obligar a ningún médico u otras profesionales pertenecientes a los equipos
médicos, a que aconsejen o practiquen abortos contra sus convicciones personales. Su carrera
profesional no debería verse perjudicada por este motivo. No obstante, cabrá a éstos
médicos la obligación de referir a estas mujeres a colegas suyos que no se opongan a la interrupción
del embarazo. Ni la sociedad, ni los miembros de los equipos de salud responsables
de asesorar a las mujeres, tendrán el derecho de imponer sus criterios religiosos o culturales
relativos al aborto a personas cuyas actitudes difieran de las suyas. El asesoramiento deberá
incluir información objetiva”.
Éstas son las normas que nos rigen en la práctica de nuestra profesión. En julio de 1999, la Federación
Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO) declaró: “Es obligación brindar y recibir
información apropiada. Una mujer tiene el derecho de tener acceso a un aborto inducido
quirúrgicamente por medicamentos y el servicio de salud tiene la obligación de prestar este
servicio de la manera más segura posible”.
Lo que dicen nuestras leyes
En Nicaragua el aborto terapéutico está aprobado en nuestra legislación, según consta en el
artículo 165 del Código Penal desde 1891, donde se lee: “El aborto terapéutico será determinado
científicamente con la intervención de tres facultativos por lo menos y con el consentimiento del cónyuge
o pariente más cercano a la mujer para los fines legales”.
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En el año 2000 hubo una nueva propuesta de reforma, aprobada en lo general y pendiente de
revisar en lo particular. Esta propuesta de reforma dice así: “El aborto terapéutico será determimi
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nado científicamente con la intervención de tres médicos especialistas del Ministerio de Salud y con
el consentimiento de la mujer. Éste no será punible en ningún caso”. Aunque ésta es la propuesta
aprobada en lo general por la Asamblea Nacional, existen ciertos grupos activos que exigen
que el aborto terapéutico sea penalizado en todos los casos y que sea eliminado el artículo del
Código Penal que lo legaliza, y que tiene más de cien años de estar en vigencia y de ser aplicado
en nuestro país. Existen datos estadísticos del número de abortos terapéuticos practicados en
Nicaragua.
Lo que opinamos los ginecólogos
La Sociedad de Ginecología y Obstetricia de Nicaragua (SONIGOB), preocupada por el activismo
beligerante de estos grupos, ha consultado con todos sus afiliados para presentar una propuesta
y una posición ante la sociedad, ante la Asamblea Nacional, ante el Ministerio de Salud y ante
nuestros mismos asociados. En el año 2001 se consultó a todos los ginecobstetras del país. Y
de 218 médicos ginecobstetras registrados en el Ministerio de Salud, los 198 que participaron
en la consulta, que representan el 95%, concluyeron: “Se debe mantener la figura del aborto
terapéutico en la legislación”.
No satisfechos aún con esta opinión generalizada, la SONIGOB realizó al año siguiente 15 talleres
con los ginecobstetras de todo el país para consensuar una definición las indicaciones para el
aborto terapéutico. La definición consensuada fue la siguiente:
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“Se entenderá por aborto terapéutico la interrupción del embarazo cuando a criterio de los facultativos
estén presentes al menos una de las siguientes condiciones:
1. Cuando compromete la vida o la salud de la mujer.
2. Cuando de continuar el embarazo dará lugar al nacimiento de un niño con malformaciones físicas
graves o con retrasos mentales.
3. En caso de violación, incesto o estupro”.
Ésta es la posición oficial de la Sociedad de Ginecología y Obstetricia de Nicaragua.
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Pero, a pesar de la casi unanimidad de la Sociedad de Ginecología y Obstetricia, la minoría de
médicos que no está de acuerdo, tiene mucho poder. Y en base a sus concepciones religiosas,
que tratan de imponer al resto, utilizan epítetos muy severos e injustificados, realizan acciones
contra quienes no pensamos como ellos. En Nicaragua se requiere de un cierto grado de valentía
para defender públicamente la posición oficial de los profesionales de la medicina y hay algunos
que tienen miedo a pronunciarse. Temen ser señalados, que los tilden con determinado membrete,
que se desate contra ellos una acción poderosa y destructiva. En este país la integridad de
las personas es frágil y cualquiera puede inventarte cualquier cosa y hacerte responsable de algo.
Sobre todo, si te enfrentas a algunas instituciones poderosas.
La mujer es la que debe decidir
A pesar de tener bien definidas las indicaciones, hay que tener en cuenta que en medicina no
hay negro ni blanco. Tenemos la obligación de informar a la mujer sobre cuáles son los problemas
que tiene y los riesgos que corre, así como también los problemas y riesgos que puede tener
el niño que va a nacer y el futuro que le puede esperar, para que la mujer tome una decisión
informada. No podemos imponerle a la mujer nuestros criterios, la mujer es la que debe decidir.
Y si ella decide continuar con el embarazo, a pesar de los riesgos, debemos respetarla.
El caso de la niña Rosita
El aborto terapéutico que se le practicó a la niña Rosita entraba en la tercera condición que justifica
el aborto terapéutico. Sabemos que en Nicaragua hay centenares de Rositas. Niñas de diez,
doce años, que son violadas y además de esta tragedia, quedan embarazadas. Sus casos ameritan
un aborto terapéutico. Rosita salió embarazada a la edad de nueve años, como resultado
de una violación. Desde el punto de vista médico, no era adecuado que esta niña continuara
con ese embarazo y tuviera un hijo. ¿Una niña teniendo un niño No tenía esa niña ni el desarrollo
físico ni el psicológico para ser madre. Tampoco tenía condiciones económicas. En un caso
como el suyo, una niña de una familia pobre, también debemos hacernos esta reflexión: ¿está
en capacidad esta niña de brindarle a un niño el entorno necesario para que se desarrolle adecuadamente
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Practicarle un aborto terapéutico a Rosita fue tan difícil porque hay muchos médicos que no
están de acuerdo con la práctica de la interrupción de embarazo en ningún caso. En ninguno. Y
aunque ésa es una decisión respetable, no pueden imponérsela a los demás, ni pueden obligar
a nadie a que se rija por su punto de vista.
Yo creo que el derecho de uno empieza donde termina el derecho del otro y no debemos imponer
nuestros criterios a los otros. En Nicaragua es un principio constitucional, que el Estado
es laico. Esto significa que las leyes se tienen que establecer para todos, católicos, evangélicos,
musulmanes o ateos. La jerarquía de la iglesia católica entiende que existe un ser humano desde
el momento en que el espermatozoide se une con el óvulo. Desde el punto de vista médico, no
lo entendemos así y ante un embarazo riesgoso que está comenzando, debemos decidir a quién
vamos a privilegiar, si al producto o a la madre.
Hay tantos casos en que nos toca decidir…
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Como profesionales de la medicina, siempre estamos tomando decisiones. Debemos tomarlas.
Por ejemplo, si detectamos que una mujer tiene cáncer de cuello de útero y se embaraza, sabemos
que los tratamientos para el cáncer son radicales: o hay que hacer una cirugía y extirpar en
bloque el útero junto con el producto que está allí dentro, o hay que dar radiación y eso matará
al producto. Es una decisión que debemos tomar. Si privilegiamos la vida de la mujer aplicamos
el tratamiento. Si privilegiamos la vida del producto, tendremos que esperar que el feto se desarrolle,
hacerlo nacer por cesárea y después dar el tratamiento. Lo que sucederá es que, con
el tiempo transcurrido, el cáncer que era tratable médicamente, quirúrgicamente o por medio
de radiaciones, estará ya en una etapa invasora y habremos condenado a la mujer a morirse por
causa de ese cáncer.
Otro ejemplo es el del embarazo ectópico. Si el embrión se aloja en la trompa, al crecer romperá
la trompa, causará una hemorragia importante y la mujer puede morir y morirá también irremediablemente
el producto. Si no interrumpimos ese embarazo, la mujer puede morir o tendremos
que operarla en condiciones deplorables. Pero si actuamos correctamente, en cuanto establecemos
el diagnóstico extirpamos la trompa con el embrión y la mujer vivirá sin ningún problema.
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Otro ejemplo, desde el punto de vista del producto, y que es un caso muy crítico, es el de los
fetos anencefálicos, fetos a los que en su desarrollo no se les forma el cerebro ni el cráneo. Es un
defecto congénito. Estas criaturas no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir y estos embarazos
pueden provocar complicaciones a la madre si permitimos que el embarazo continúe. Quienes
se oponen a toda interrupción del embarazo, dejan a esa mujer continuar con su embarazo, y lo
finalizan por cesárea porque un feto así puede llevar a un trabajo de parto y parto complicado,
para que después el bebé muera en horas o en días. ¿Por qué no interrumpir ese embarazo inmediatamente
que se conoce esta deficiencia
También está el caso de los fetos que conocemos que van a nacer con síndrome de Down. Entre
las 14-16 semanas de embarazo podemos saber si esto va a ocurrir. Es una prueba que solemos
hacer en mujeres sobretodo las de más de 38 años. Porque los óvulos de la mujer envejecen con
la edad y el riesgo de que aparezca el síndrome de Down es mayor mientras más edad tiene la
mujer. Ante un caso así, la mujer debe de saberlo y decidir. Ante un caso así, debemos preguntarnos:
¿cuántas familias tienen la capacidad económica para darle a ese niño los cuidados especiales
que necesita Más si esa familia tiene ya otros hijos. Los niños con síndrome de Down dan
felicidad a su familia porque son muy cariñosos. Pero ¿cuántas madres pueden y quieren asumir
la responsabilidad de atender a un niño así Además, hay que pensar qué será de ellos cuando
sus padres no estén porque aún adultos seguirán siendo dependientes durante toda su vida.
Todas éstas son decisiones a las que nos enfrentamos. Si no actuamos profesionalmente y la mujer
tiene alguna complicación en su embarazo, podemos ser sujetos de una demanda de parte
de la mujer por no haber actuado correctamente. Si permitimos que los embarazos de riesgo
continúen, seremos responsables de la muerte de la mujer o de condenar a la familia a convivir
con un ser humano que tendrá complicaciones durante toda su vida. Hay quienes dicen que el
aborto terapéutico nunca es justificable porque todos estos casos pueden resolverse salvando a
la madre y a la criatura. No es cierto. ¿Cómo resolver, por ejemplo, un problema genético, de
cromosomas ¿O cómo resolver el grave quebranto económico que representará para una familia
criar una criatura con un defecto genético
El 15% de los embarazos se pierden por abortos espontáneos, como parte de la selección de
la especie, debido a malformaciones severas del producto que resultan incompatibles con la
vida. En general, se espera que toda mujer tenga tres o cuatro abortos de este tipo durante su
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vida, aun cuando no se dé cuenta de ellos. Malformaciones severas las produce, por ejemplo,
la rubéola padecida por la madre en el período inicial del embarazo. El bebé puede nacer con
defectos cardíacos, sordo, con daño renal serio y vivirá seis, ocho, diez años con esas patologías.
El haber padecido rubéola al comienzo del embarazo es motivo para practicar un aborto terapéutico.
Hoy, con la vacunación masiva contra la rubéola, esta indicación posiblemente tenderá
a desaparecer. También hay que tener en cuenta que Nicaragua no es el Primer Mundo, donde
existen tecnologías suficientes para poder ofrecerle a un recién nacido con problemas, todos los
tratamientos necesarios que garanticen su sobrevivencia con salud. Si en Nicaragua tenemos
problemas para alimentarnos y para conseguir medicamentos esenciales, ¿cómo vamos a poder
dar atención súper especializada a un bebé que nace con malformaciones serias, tenemos
como ejemplo el bebé nacido con el corazón fuera del tórax, que ocupó las paginas de los diarios
nacionales hace algunos meses atrás, no se le pudo salvar, murió.
Las complicaciones médico-legales
Dos casos recientes en Latinoamérica nos sirven para entender las complicaciones médico-legales
derivadas de no realizar el aborto terapéutico. Paulina Ramírez, niña mexicana, fue violada
a los 13 años y demandó al Estado por las maniobras dilatorias utilizadas para obstaculizar su
derecho a abortar y así obligarla a llevar a término el embarazo producto de una violación. Ganó
la demanda y el Estado fue obligado a darle una reparación económica y a circular información
sobre las leyes y sus reformas para que el sistema de salud resolviera otros casos similares de
manera distinta, apegados a la ley.
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Otro caso es el de Karen Yantoy, una muchacha peruana que quedó embarazada a los 17 años
de edad y su producto era un anencéfalico, sin cerebro. Las autoridades de salud no quisieron
hacer la interrupción del embarazo. La criatura vivió sólo cuatro días. Ella quedó con trastornos
siquiátricos, depresión e inestabilidad emocional provocada por este embarazo. Finalmente, le
ganó una demanda legal al Estado peruano, que se vio obligado a una compensación económica
por la negligencia con la que actuaron las autoridades de salud pública.
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Son dos ejemplos que muestran los extremos a los que se puede llegar por tratar de imponer
criterios que no son científicos. Recientemente se ha aprobado una ley que permite el aborto temi
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apéutico en Colombia. Nos debe llenar de alegría que criterios médicos más adecuados se estén
abriendo camino en los países de América Latina. La Ley debe abarcar a todos los ciudadanos y
no adaptarse a las creencias de un grupo de creyentes. Si en Nicaragua hay un Estado laico, los
criterios técnicos, científicos y legales son los que deben prevalecer como base para las legislaciones
que rigen la práctica profesional.
Todo embarazo tiene consecuencias
Las personas que se oponen a la interrupción del embarazo dicen que lo hacen porque hay que
salvar las dos vidas. ¿Qué decir ante esto En primer lugar, el embarazo no es nunca un evento
inocuo, siempre tiene repercusiones en la salud de la mujer. Siempre. En condiciones sociales
tan deficientes como las nuestras, son mayores las repercusiones. Y si no, fijémonos en las
mujeres que han tenido muchos hijos. Tienen 30 años, físicamente y clínicamente ya son de
40-45 años. Esto indica que han sufrido un proceso de deterioro derivado de tantos embarazos
acompañados de carencias de todo tipo. Si esa mujer tiene alguna enfermedad, una diabetes o
un problema cardíaco, por ejemplo, esos embarazos agravan esas enfermedades. A su vez, esas
enfermedades que padece han influido en el producto de sus embarazos. La diabetes, por ejemplo,
provoca niños con sobrepeso. Mucha gente se alegra cuando el bebé nace pesando ocho o
diez libras. Yo me aflijo, porque eso significa que esa mujer, si no desarrolló la diabetes durante
el embarazo, la va a desarrollar en algún momento de su vida, y muchos de esos niños serán más
frágiles y podrán tener algún retardo en su crecimiento.
Qué ocurre, qué es lo que está ocurriendo
En nuestra experiencia, nos vemos habitualmente ante dos situaciones. Mujeres que llegan solas
solicitando la interrupción del embarazo. O parejas que llegan solicitándolo. Lo más frecuente es
que la mujer llegue sola. Hemos visto casos en los que la mujer está de acuerdo y el hombre no.
En estos casos, siempre debe prevalecer la voluntad de la mujer.
En el Hospital de la mujer Bertha Calderón, de referencia nacional, hay bastante experiencia
y hay datos estadísticos de las interrupciones aprobadas oficialmente por una comisión
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médica. También hay este tipo de comisiones en los hospitales de las cabeceras departamentales,
aunque la mayoría de las solicitudes se han tramitado y respondido en el Bertha
Calderón. A nivel legal, no debería haber ningún problema, porque el aborto terapéutico
está vigente en nuestra legislación y existen instancias a las que se puede recurrir. Que en la
práctica funcionen de forma limitada se debe a la polémica que existe actualmente. Tampoco
funcionan como deberían porque la mayoría de las mujeres no tienen información o
no exigen que se respete su derecho. Sucede también que desde hace algunos años han
puesto al frente de los hospitales a médicos muy activos en la oposición a esta práctica médica
por motivaciones religiosas, los que a su vez colocan al frente de estas comisiones a
médicos con los mismos criterios religiosos y éstos no le dan curso a las solicitudes que les
llegan o les dan largas y pasa el tiempo y cuando dan una respuesta positiva, ya el embarazo
está tan avanzado que es tarde para hacer la interrupción. Con estas maniobras dilatorias
provocan que la mujer se desespere y termine haciéndose un aborto clandestino, con todos
los riesgos que conlleva.
Hace unos treinta años era muy frecuente que los abortos clandestinos se practicaran introduciendo
por la vagina, hasta llegar a la cavidad uterina, varillas de paraguas o sondas en las
que se metía la varilla. Esto acarreaba muchos procesos infecciosos y era frecuente que cada
semana tuviéramos que operar a dos o tres mujeres, a las que no sólo había que extirparles el
útero, sino también los ovarios y las trompas, todo su aparato reproductor. Nos dolía mucho
porque eran muchachas de 17-18 años, pero había que eliminar el foco infeccioso si queríamos
que ella sobreviviera. Gran cantidad de recursos del presupuesto del hospital se gastaba
en atender este tipo de complicaciones. En la actualidad, ya son menos los casos que nos
llegan con esta gravedad.
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Nosotros consideramos que para practicar una interrupción del embarazo con total seguridad se
debe hacer antes de las 10-12 semanas. Después, hay más posibilidades de complicaciones. Un
producto de 20 semanas o más tiene que ser expulsado de la cavidad uterina previamente, para
después hacer la limpieza del útero. Cuando se hace la interrupción después de las 20 semanas, lo
consideramos la interrupción de un embarazo inmaduro. Es sólo hasta después de las 28 semanas
de gestación que lo consideramos un prematuro.
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Cuándo comienza la vida a ser humana
¿En qué momento comienza la vida a ser vida humana La jerarquía católica dice que cuando el
espermatozoide y el óvulo se unen. A ese momento lo llaman “concepción”. La unión del óvulo y
el espermatozoide se produce en la Trompa de Falopio. El óvulo ya fecundado hace un recorrido
que dura entre 6-7 días hasta llegar a la cavidad uterina, donde se implanta. Desde el punto de
vista de los ginecobstetras consideramos que el embarazo comienza con la implantación y no en
el momento de la concepción. Todas las organizaciones científicas y médicas a las que estamos
afiliados lo consideran así. Cuándo un cuerpo humano tiene un alma es un tema controversial
desde el punto de vista filosófico, teológico, pero no técnico, científico.
Existen diferentes concepciones sobre cuándo comienza la vida:
• desde que late el corazón y esto sucede alrededor de las 8 semanas de embarazo;
• cuando ya el cerebro tiene respuesta eléctrica y se puede hacer un electroencefalograma;
• cuando respira por sí mismo;
• cuando el producto es viable fuera del cuerpo de la mujer.
Las legislaciones de los diferentes países están elaboradas en dependencia de criterios que predominan.
Algunos países consideran que se puede interrumpir el embarazo legalmente hasta
las 27-28 semanas, cuando ya el producto pesa unas cuatro libras y cuando además existen
condiciones para que, trabajando muy intensamente con cuidados neonatales, se logre su sobrevivencia.
Hay otros países en los cuales la interrupción del embarazo se permite antes de las
20 semanas, cuando el producto pesa menos de 500 gramos. ¿Quién tiene la verdad
Los médicos estamos siempre ante dilemas
Cuando se habla de aborto terapéutico algunas personas tratan de engañar a los demás y se engañan
a sí mismas preguntando a quién privilegiar, si a la madre o si al niño. Pero si, por ejemplo,
una mujer en su primer embarazo está ya de 29-30 semanas y desarrolla una hipertensión y una
preclampsia, estamos claros que si esa preclampsia se agrava le producirá convulsiones y puede
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morir. Y estamos claros que el único tratamiento es interrumpir el embarazo y probablemente
perder la vida de ese producto. Si continúa con el embarazo, la mujer y el producto pueden
morir. En un caso así no tenemos que preguntarnos nada y no tenemos ningún remordimiento
de conciencia en interrumpir ese embarazo porque le estamos salvando la vida de la madre.
¿Cómo van a llamarnos asesinos por hacer eso
Siempre en nuestra profesión se nos plantean dilemas, conflictos y siempre tenemos que decidir
conforme a nuestro criterio y a nuestras leyes, tratando de hacer lo mejor posible. Y nos toca
decidir privilegiando a la madre porque sabemos que detrás de ella hay otros niños y niñas que
van a quedar en la orfandad. La información que disponemos, nos demuestra que generalmente
los hijos menores de un año de una madre que muere también mueren. Y los mayores quedan
abandonados, porque el padre reparte a los hijos entre la familia y se busca a otra compañera y
depende de que ella quiera atender a los hijos de la otra mujer, generalmente lo rechaza. Cuántos
de los niños de una mujer que muere por falta de atención irán a parar a las calles, a los semáforos,
cuántos serán delincuentes, cuántos no llegarán nunca a ser personas útiles a la sociedad.
Esto también es una cuestión de conciencia para un médico.
La venida de un hijo al mundo es un evento no sólo personal sino social. Está involucrada toda la
familia, que lo espera con determinadas expectativas.
Hacer el menor daño posible
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En medicina tenemos el principio de Hipócrates, que dice “Primun non nocere”, “Primero no hacer
daño”. Pero no es una buena traducción, porque se debería traducir: Primero actuar haciendo
el menor daño posible, y entre varios males elegir siempre el mal menor. Nos toca hacer el
menor daño posible, sabiendo que hay prácticas que debemos aplicar y que son irremediables,
si lo primero es actuar, dar respuesta. Si soy ortopedista y tengo una mujer diabética con una
necrosis en un dedo por falta de circulación y le amputo el pie, estoy haciendo un daño, pero
es indispensable para poder salvarle la vida. Pero no debo amputarle hasta el tobillo o hasta la
cadera. Nuestra responsabilidad es tratar de hacer siempre el menor daño posible.
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A veces se manipula la información que se le brinda a las mujeres, se les dice que un aborto
tiene como consecuencia la esterilidad. Pero si el procedimiento quirúrgico está correctamente
practicado, por personal bien entrenado y en el momento adecuado, esto no es cierto. El problema
de una futura esterilidad es por el aborto hecho en condiciones inseguras que producen
infecciones y complicaciones que sólo se resuelven con cirugía. A veces se les dice a las mujeres
que las consecuencias sicológicas y emocionales de abortar son enormes y las llevan a suicidarse.
Cada quien se conoce y sabe cómo puede reaccionar ante determinadas circunstancias de
su vida. Efectivamente, si tengo determinados conceptos religiosos, no voy a someterme a un
procedimiento a sabiendas de que me va a dejar con cargos de conciencia que me van a desequilibrar.
Por eso cada mujer debe tomar su decisión personal, analizando qué le conviene más, qué
quiere. Una mujer con una gran inestabilidad emocional y con ciertas ideas religiosas arraigadas,
no es buena candidata para practicarse una interrupción del embarazo.
“El grito silencioso”: una grosera manipulación
Existe un video titulado “El grito silencioso”, que es una grosera manipulación. En primer lugar, es
evidente que los fetos tienen reflejos cuando están en el útero materno. Bostezan, mueven las
manos, orinan, hacen muecas. Pero no lo hacen con conciencia, son sólo movimientos reflejos.
En segundo lugar, los fetos que se muestran ahí aparecen desmembrados, mutilados, son de
embarazos cercanos al término.
Empecé a trabajar en mi profesión hace más de 40 años. En aquel tiempo, si teníamos que interrumpir
un embarazo avanzado, por las razones que fuera, aplicábamos oxitocina para estimular
las contracciones uterinas y pasábamos hasta semanas administrándola hasta que lográbamos
que se modificara el cuello del útero y se expulsara el feto. Una vez que se expulsaba, hacíamos
un legrado para eliminar los restos que pudieran haber quedado en la cavidad uterina.
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Un médico que ve esos videos descubre enseguida que no son interrupciones de embarazos
tempranos, que son los recomendables y seguros, sino que se trata de embarazos en fetos de
más de cuatro meses. Esas interrupciones, con desmembramientos del feto, son algo superado
desde hace más de 40 años, procedimientos que a ningún médico ni siquiera se le ocurriría hacer
hoy porque se trata de una mala práctica médica. Tan mala que si algún médico hiciera una interrupción
de un embarazo tal como se muestra en ese video podría ser sujeto de una demanda lemi
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gal. A ningún médico se le ocurriría interrumpir de esa forma un embarazo, y no sólo por la vida
del feto, sino por los riesgos y complicaciones que esa mala práctica provocaría en la madre.
Al ver esas imágenes pienso: ¿Será que para filmarlas se cometieron esas pésimas prácticas médicas
¿Para hacer este tipo de propaganda se practicaron esas interrupciones, totalmente desaconsejadas
Lo dejo como un interrogante ¿. Si fue así, muy mal hacen quienes lo hicieron,
presentándolo como si de eso se trataran las interrupciones de embarazos observando una buena
práctica médica.
Por otro lado, esas imágenes son una manipulación en nombre de la religión. ¿Se habrán puesto
a analizar quienes las difunden, la desinformación y el horror que estas imágenes provocan en
los niños, las niñas y adolescentes a los que se las muestran Yo provengo de una familia católica,
creo en Dios y he tenido a mis hijos en colegios católicos. Pues bien, le pasaron ese video a mi
hija de 8 años de edad en el colegio. Y mi hija pasó una semana con pesadillas. Y cuando fui a
presentarle mi protesta al religioso que dirigía el colegio no se disculpó y sólo me dijo que serían
más selectivos en otra ocasión. No me dijo que no lo pasarían más.
En un debate reciente con médicos y teólogos en el que participé presentaron unos dibujos animados
contra el aborto, en los que se veían imágenes en las que chorreaba sangre en la parte
superior y llamas del fuego del infierno en la parte inferior. ¿Eso es lo que transmitimos a nuestra
población En ese momento, me dio risa lo burdo del mensaje, pero, ¿cuántas personas se impresionan
con esto y esto les impide pensar libremente Realmente, estos grupos no cuentan
con argumentos, sólo manipulaciones y engaños con los que abusan de la credibilidad que los
creyentes tenemos y de la ingenuidad de mucha gente.
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La Declaración de Derechos Humanos dice que para respetar la libertad de expresión y de información,
la comunicación debe ser veraz, completa y oportuna. Si hay que debatir sobre el
aborto hay que hacerlo en base a información científica veraz y no con manipulaciones para
impresionar y fomentar ideas erróneas, que además hacen daño. ¿Será que para quienes hacen
este tipo de propaganda el fin justifica los medios Para formar a las jóvenes, a los adolescentes,
hay que decirles las cosas como son, decirles la verdad, enseñarles la verdad para que se formen
con criterios propios científicos.
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No soy, no somos pro-aborto
Yo no acepto que me digan que soy, que somos, pro-aborto. Ningún médico es pro-aborto.
La práctica del aborto terapéutico es inherente a la práctica profesional de la ginecología y la
obstetricia. Es un procedimiento ético con nosotros mismos y con nuestras pacientes. Decirnos
pro-aborto es como si de un ortopedista dijéramos que es pro-amputaciones, porque en ocasiones
tiene que hacerlas para salvar la vida de una persona. Como médicos, siempre estamos decidiendo.
Hasta con los medicamentos. Ninguna medicina es totalmente inocua, siempre tiene
efectos benéficos y también perjudiciales y uno tiene que ponerlos en una balanza para tomar
una decisión y recetarlos, a sabiendas de que llevan aparejados efectos colaterales.
La penalización del aborto terapéutico lo único que traerá como consecuencia es que las mujeres
se lo hagan en condiciones inseguras. Y eso significa que lo practicará una persona sin conocimientos
suficientes, sin el debido entrenamiento, que lo hará en ambiente contaminado y sin
instrumental médico adecuado. Todo esto pone en peligro la vida de la mujer. Y estos abortos
clandestinos son una preocupación para los médicos en todos nuestros países de América Latina.
¿Cómo evitarlos No penalizando el aborto terapéutico, y promoviendo la educación sexual
para tomar decisiones de manera responsable, informada y procurar el acceso a métodos de
planificación familiar para elegir responsablemente cuándo y cuántos hijos traer a este mundo.
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María López Vigil
Escritora, teóloga y periodista.
Redactora Jefa de la Revista “Envío” , de la UCA de
Managua.
Autora de “Un tal Jesús”, una de las obras más
difundidas y polémicas de la teología de la
liberación.
Autora de “Historia de una Rosa”, un caso
emblemático que llevó a Nicaragua a debatir
colectivamente sobre el aborto.
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Las mujeres
Las mujeres podemos
decidir sobre la vida con libertad y ante Dios
A
menudo escuchamos ideas sobre el embarazo y su interrupción desde el punto de vista
médico, legal, social, feminista… que nos convencen, que nos hacen pensar, que compartimos.
Pero, después en la mente y en el corazón de muchas mujeres queda con frecuencia
una “cosita” por ahí dentro, que les sigue produciendo angustia, temor, dudas. “Sí, me dijo el
doctor que debo interrumpir este embarazo, la realidad me indica que lo mejor es abortar, que
no hay problema, que estamos a tiempo, que es un procedimiento seguro…pero esto que voy
a hacer es un pecado y Dios me va a castigar de alguna manera”. Y aparece o el temor al infierno
o al castigo de Dios con la esterilidad. Aparece el miedo, el miedo al juicio de Dios, el miedo a
Dios. Podemos tener despenalizado el aborto en el consultorio médico, en nuestros discursos,
hasta en las leyes, pero la religión lo mantiene penalizado en nuestras conciencias. La raíz de esa
“pena” es muy profunda y poco hablamos sobre ella. Poder hablar sobre el aborto contrastando
nuestras ideas con las ideas religiosas aprendidas es señal de que estamos avanzando.
Qué idea tenemos de Dios
Frente al dilema que representa siempre la interrupción de un embarazo, aun cuando haya razones
para decidir en esa dirección, hay tres ideas religiosas que son las que más nos bloquean
y nos “penalizan”. Son ideas aprendidas, que nos han sido transmitidas desde niñas y que hemos
aceptado como verdaderas sin suficiente reflexión propia, sin sospechar de ellas, sin revisarlas
ni debatirlas.
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La primera es la misma idea que tenemos de Dios. La idea de Dios como un juez severo, castigador,
que espía nuestros actos, que conoce nuestros pensamientos aún los más secretos, para
premiarlos o castigarlos, la idea de un Dios del que toda nuestra vida depende, hasta en sus más
mínimos detalles, nos impide pensar con libertad sobre la vida.
Para pensar con libertad sobre nuestra vida y sobre la vida de los demás, y para hacernos responsables
de decidir sobre la vida, tendríamos que revisar nuestra idea de Dios. Tendríamos que
mirar hacia atrás en nuestra historia para descubrir con qué idea de Dios crecimos, quién nos la
enseñó, cómo hemos ido desarrollando o transformando esa idea. La idea de un Dios dueño y
señor absoluto de la vida, que ordena y manda sobre nuestra vida y que nos pone a prueba continuamente
para que aceptemos su señorío, está, naturalmente, en contradicción, con la idea de
que somos responsables de nuestra propia vida “como si Dios no existiera”. Parece una paradoja,
pero actuar responsablemente con nuestra vida “como si Dios no existiera” es expresión de una
fe madura.
La idea de un Dios providencial, de quien depende absolutamente todo, permanece a menudo
ahí, a lo largo de nuestra vida, fija, intocada, intocable. No la contrastamos nunca con lo que
la ciencia nos enseña o con lo que dicen otras religiones y otras teologías más modernas, más
integrales, más humanistas. Es una idea que no sólo no nos permite libertad para decidir sobre
la vida, sino que está en contradicción con el ideal de la democracia y de los derechos humanos.
Porque un Dios Rey y Soberano sólo admite súbditos y exige sumisión. Porque con un Dios así
no se dialoga, sólo se le obedece. Y se le teme. Ese Dios impone su voluntad, nos pone a prueba.
“No sabemos cuáles son sus caminos” y “Él sabrá por qué hace lo que hace” y lo único que nos
queda es “que se haga su voluntad”.
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Con esa idea de Dios al que nos sometemos y del que somos dependientes, nos insertamos en la
realidad, en la sociedad y en nuestras propias vidas, desprovistas de derechos, sin capacidad de
decidir, sin ciudadanía. Y si ésa es la idea de Dios que prevalece en nuestra mente y en nuestro
corazón, con facilidad la trasladaremos a quienes tienen poder, a quienes en la vida social son
jefes y autoridades y a quienes en la familia “mandan”. Con esa idea, nos costará mucho más entender
que tenemos derechos y responsabilidades ante la vida y por eso mismo, ante cualquier
embarazo, con el que comienza una vida.
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¿Qué idea tenemos de Jesús
Otra idea religiosa que pesa en nuestras conciencias y “penaliza” el aborto nos llega específicamente
de la teología católica tradicional. Es una idea que nos bloquea para reflexionar libremente
ante un embarazo cuando éste pone en riesgo la vida de la mujer o cuando representa una
prueba desproporcionada para las fuerzas de la familia o de la mujer, porque el niño va a nacer
con una malformación o incluso, cuando el embarazo es fruto de la violencia sexual.
Se trata de esa idea aprendida que nos dice que agradar a Dios es sufrir, aguantar el sufrimiento,
sacrificarse. Esa idea de que lo que nos “salva” es el dolor, que sólo si sufrimos y aceptamos
el sufrimiento cumplimos la voluntad de Dios. La idea de que Dios nos envía “pruebas” difíciles,
que nos hacen sufrir, y que aceptarlas es lo que nos hace buenas. ¿Y por qué lo pensamos así
Porque nos han enseñado y hemos aprendido que Jesús “vino” al mundo a sufrir y que sufriendo
y muriendo nos salvó. Que el dolor salva. Y que todo eso sucedió, porque ese sufrimiento y esa
muerte eran la voluntad de Dios y la muerte de Jesús era lo que Dios quería.
Con esta teología sacrificial, con esta forma de entender la vida y el mensaje de Jesús y con esta
reducción del cristianismo al sacrificio sangriento del hijo de un Dios que necesitaba todo ese
dolor para “lavar pecados”, nos costará sentirnos libres, y sin culpa, para decidir interrumpir un
embarazo que arriesga nuestra vida, que pone a prueba nuestra salud o nuestras limitaciones
económicas o sicológicas, nuestros miedos, nuestro futuro, nuestros proyectos. Con esta forma
de pensar, asumiremos que el sufrimiento que el embarazo y un nuevo hijo representan son una
“prueba de Dios” que debemos aceptar generosamente. Con esta idea, tendremos “todos los
hijos que Dios me mande”. Y si me voy a morir en el parto, “Dios sabrá por qué lo hace”. Y si viene
un ser con graves malformaciones, bienvenido sea, “porque es una prueba de Dios”. Y después
diré: “Qué feliz me ha hecho esta maternidad, es una bendición de Dios”… aunque quizas nunca
escucharemos a las que esa “prueba divina” les llenó su vida de angustia, dolor y desesperación.
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El sentimiento de culpa
Muchas veces hemos escuchado que, a pesar de todas estas ideas religiosas aprendidas y enraizadas,
si una mujer se ve en la necesidad, buscará cómo hacerse un aborto y ninguna de estas
ideas la detendrá. Puede ser cierto. Es cierto. Pero tal vez abortará y cargará con un sentimiento
de culpa toda su vida. O tendrá miedo toda su vida, miedo del castigo de Dios. Muchas mujeres
dicen: “Tengo que hacerlo y Dios me lo perdonará”. Pero Dios no tiene que perdonarle nada.
Porque Dios la acompaña en esa decisión, que si es una decisión responsable, es una decisión
sagrada, tan sagrada como la de continuar con el embarazo. Porque esa decisión es expresión de
responsabilidad con la vida y por la vida. Y la vida nos la regaló Dios, el mismo Dios que también
nos regaló la libertad para decidir sobre la vida.
Y lo que agrada a Dios es siempre la vida, la felicidad. Para la vida nos hizo. Y Dios quería que
Jesús viviera. Y su muerte no fue la voluntad de Dios, sino la de los poderosos de su tiempo, la
de los sacerdotes y los romanos.
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En un taller, una mujer en Estelí decía: “Yo acompañé a mi hija cuando decidió abortar. No había
riesgo de salud ni violación ni nada, pero estaba en riesgo que pudiera terminar su carrera.
Quería terminar de estudiar y después ser madre. Eso era lo que ella quería. Lo platicamos
y yo la acompañé. Pero nunca más me he atrevido a entrar a la iglesia, yo siento que Dios me
rechaza”. ¿Qué pasa La decisión de esta muchacha, que su madre respaldó, es una decisión
personal que muchos religiosos dirían que es una suprema expresión de egoísmo: poner por
delante de un hijo “que Dios le manda” los propios estudios, preferir una carrera a la maternidad,
pensar más en ella que en otro. Es significativo que, a pesar de la compasión con la que acompañó
a su hija, esta mujer piensa que Dios no es compasivo y la juzga, piensa y siente que Dios no
estuvo de acuerdo con lo que ella y su hija decidieron hacer. Tras su angustia hay, naturalmente,
características de su personalidad, pero hay también toda una teología. Seguramente si ella sintiera
y pensara a Dios como Madre, como Mujer, no como Hombre, como Juez, tal vez no sentiría
esa angustia que llena innecesariamente de dolor su vida. Esos sufrimientos evitables, alimentados
por los sentimientos de culpa, son los que “penalizan” más dramáticamente el aborto.
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¿Quién sabe de Dios
La tercera idea que cargamos en la conciencia y que nos bloquea para pensar, debatir y decidir
sobre el embarazo, para continuar con él o para interrumpirlo, es que creemos que de Dios quien
sabe son los obispos, los sacerdotes, los pastores. Creemos que nosotras no sabemos, que ellos
sí porque han estudiado y por eso conocen de las cosas de Dios. ¿Cuántas mujeres no le piden
permiso al sacerdote hasta para usar anticonceptivos Como si usarlos fuera pecado, como si él
supiera más que la propia conciencia de la mujer…y que el médico que se los aconsejó.
Hemos comprado la idea de que quiénes saben lo que Dios permite o prohíbe, quiénes saben lo
que hay que hacer para no ofender a Dios y para agradarlo son los sacerdotes, los pastores. ¿Por
qué les damos tanto poder y precisamente “ese” poder, el mayor de todos, ¿por qué les damos el
monopolio de Dios ¿Por qué, si tal vez ese hombre se hizo cura o pastor porque en su familia eran
un montón de hijos y uno se metió al seminario para salir adelante y estudiar y viajar y subir de
estatus ¿Por qué, si tal vez, aunque es cura es una persona que vive su vida egoístamente o abusa
de su poder o no se comporta con justicia O tal vez es un cura magnífico, pero, ¿sabrá de anticonceptivos
¿Y sabrá más de Dios que yo, que también llevo a Dios en mi mente y en mi corazón y
hablo con Dios y siento su presencia y su presencia me acompaña
Mientras entreguemos el monopolio de “las cosas de Dios” a las jerarquías de las iglesias, mientras
pensemos que lo que Dios quiere o no quiere lo saben en exclusiva las autoridades jerárquicas
de las iglesias, autoridades que son todas masculinas, no seremos libres las mujeres para
reflexionar y decidir sobre el embarazo y el aborto. Las mujeres debemos de recuperar palabras
para hablar de Dios con autoridad, con compasión, con inteligencia. Nos han quitado muchas
palabras a lo largo de la historia. Las instituciones eclesiásticas nos han quitado también las palabras
con las que hablar del misterio de Dios, que no cabe en ningún dogma, en ninguna ley, en
ninguna religión. No debemos permitirlo.
¿Qué pasaría si en una misa, en el momento de las oraciones de los fieles formuláramos oraciones
como éstas: “Señor, te rogamos por todas las mujeres que están ante el dilema de un embarazo
no deseado para que tengan libertad para decidir sobre la vida e interrumpir ese embarazo”;
“Señor, te rogamos para que ilumines la mente de todos los religiosos que llaman asesinas a las
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mujeres que abortan decidiendo sobre la vida, para que sus palabras no sean de juicio, sino de
amor y compasión” ¿Qué pasaría Tenemos que recuperar la palabra si queremos humanizar
las relaciones entre hombres y mujeres, si queremos cristianizarlas. Y eso significa hacerlas más
equitativas y hacernos todas y todos más libres y más felices.
Con mucha frecuencia el mensaje de los sacerdotes y pastores no se orienta a que nos sintamos
“bien”, sino a todo lo contrario, a que nos sintamos mal, a fortalecer en nosotras sentimientos de
culpa, de miedo a Dios. Es una forma de ejercer el poder, de ejercer control sobre las conciencias.
También desde el miedo se construye poder. La religión siempre ha ejercido un poder tremendo
sobre las conciencias, más que las leyes u otras instituciones. Para enfrentar esa maquinaria, el
proceso empieza queriéndonos a nosotras mismas, sabiéndonos queridas por Dios, pensando a
Dios como Madre amorosa que confía en nosotras y no como un Juez severo listo a castigarnos.
Si así vamos avanzando, lo que digan sacerdotes y pastores no nos afectará. Nos sentiremos tan
dignas, tan capaces, tan amigas de Dios, que esas amenazas no nos afectarán. Habrán perdido
poder sobre nosotras. Es muy difícil que sacerdotes y pastores cambien. Debemos cambiar nosotras
iniciando un proceso personal de reflexión, de información reflexionada, de intercambio
entre nosotras, también de lecturas y debates, que nos permitan transformar la idea de Dios y así
arrebatarle a los clérigos varones el monopolio que pretenden tener sobre Dios.
Transgredir dogmas e ideas religiosas tradicionales es también seguir a Jesús de Nazaret, un judío
que transgredió una y otra vez ideas, actitudes y normas de su religión cuando hacían daño
a las personas, cuando excluían. Jesús, un judío que “revolucionó” la idea de Dios que tenían
sus contemporáneos. Transgredir las injustas normas de la iglesia puede ser también un acto de
profunda libertad, de expresión de la fe cristiana, de amor a Dios.
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Si somos cristianas…
Si somos cristianas, católicas o evangélicas de cualquier denominación, o si no somos creyentes,
pero nos tocó vivir en un país como el nuestro, forjado en una cultura cristiana, debemos hacer un
esfuerzo por recuperar el mensaje de Jesús de Nazaret, que es el inspirador del cristianismo. Y Jesús
de Nazaret no es monopolio de las iglesias institucionalizadas en su nombre, que a lo largo de la
historia han traicionado tantas veces su mensaje excluyendo, castigando, condenando, juzgando.
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Jesús de Nazaret no vino al mundo a sufrir. Jesús vivió en un momento concreto de la historia, en
un país concreto, en una situación concreta, en la que había conflictos sociales y culturales entre
quienes tenían poder y quienes no lo tenían y estaban despojados de su dignidad. Por denunciar
esos conflictos y por ponerse de parte de quienes no tenían poder lo mataron. Jesús no vino a
morir. Lo mataron. Si decimos “lo mataron” estaremos situando a Jesús en la historia, haremos
histórico y concreto el mensaje que él proclamó y que causó un escándalo tan grande entre los
poderosos de su tiempo que lo mataron. Si decimos “vino a morir” estaremos hablando de una
teología que hace de Dios un ser sanguinario que envía a “su hijo” a sufrir y de Jesús un “Dios disfrazado
de hombre” que vino al mundo a cumplir una misión previamente escrita en todos sus
detalles por Dios en el cielo.
Según cuál de estas dos concepciones seleccionemos, serán distintas las consecuencias en el
modo cómo asumimos la vida y la fe. La idea que vincula a Dios con el castigo y a Jesús con el
sufrimiento que agrada a Dios es la más frecuente y se desprende de los dogmas que hemos
aprendido, hasta sin darnos cuenta de cómo y cuándo los aprendíamos. Son ideas que debemos
de revisar y sobre las que debemos reflexionar para no vernos atrapadas por ellas.
¿Qué idea tenemos de la Biblia
Vivimos en un tiempo y en un mundo en el que la democracia, los Derechos Humanos, la libertad
individual son valores que apreciamos y que decimos defender. Sin embargo, la Biblia
está escrita en un tiempo en el que estos valores no existían. ¿Habla la Biblia de democracia
No, no podía hablar. ¿Habla de conciencia ecológica, medioambiental No, no podía hablar.
La Biblia es una expresión cultural de un pueblo concreto, el pueblo hebreo, muy distante y
distinto del nuestro, expresión cultural de un mundo organizado entre reyes y súbditos. El
concepto de democracia no existía. Ni se imaginaba. Tampoco el de la convivencia amigable
con el medio ambiente. Jesús mismo habló siempre de su proyecto como “el Reino de Dios”,
aunque yo creo que en la pista de la “cultura democrática” ya estaba porque siempre insistió en
que todos éramos hermanos, hijos e hijas de Dios, en que a nadie llamáramos maestro o jefe,
en que mandar era servir y no ser servido.
Si crecimos con la Biblia, debemos amar esos libros. Son libros “de familia”. Pero así como, maduramente,
sabemos tomar distancia de las ideas que aprendimos en nuestra familia cuando
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las contrastamos con otras ideas y nos damos cuenta de que están superadas, que son arcaicas,
pero eso no nos quita el amor por nuestra familia, debemos aprender también a tomar distancia
de muchos de los conceptos de la Biblia. Esta distancia nos permitirá apreciarla mejor y entender
más adecuadamente los valores de este libro de nuestra “familia cultural”.
Debemos decidir nosotras
Tenemos que ubicar a Jesús en la historia para entender las verdaderas dimensiones de su mensaje.
Tenemos que transformar la idea de Dios con la que hemos vivido para empezar a ser responsables
de nuestra vida libremente. Y tenemos que colocar la Biblia en su lugar para poder
entenderla y para saber que no hay en ella respuestas ni indicaciones para todo ni para muchos
de nuestros problemas actuales. Y si esto es así, nos toca ser responsables sin necesidad de buscar
en cada momento en la Biblia la autorización o el consejo para hacer esto o lo otro.
Jesús de Nazaret no enseñó nada sobre el aborto. Ni lo mencionó. No deja de ser significativo
que Jesús, que denunció con tanta firmeza a quienes atropellaban la vida humana, despreciando
a los enfermos y excluyéndolos, condenando a las mujeres y marginándolas, que defendió
a los niños, a los leprosos, a las tullidas, a todos quienes tenían en riesgo su vida, jamás habló
del aborto. Tampoco Pablo, tan exagerado en normas de conducta, habló del aborto. Tampoco
el resto de quienes escribieron los libros del Nuevo Testamento, que son los libros de la Biblia
cristiana.
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¿Qué hacer ante este vacío de mensajes específicos sobre el aborto ¿Preguntarle al cura, al pastor,
dejarnos llevar por sus ideas Lo más cristiano es ser responsable con la vida ante cada caso
de embarazo, especialmente si es un embarazo no deseado o fruto de la violencia o que pone
en riesgo nuestra vida, la vida de una niña, el futuro de una familia. Nos corresponde a nosotras
hallar la mejor solución y la más justa respuesta ante nuestra conciencia y ante Dios. Porque las
Escrituras no nos dan ninguna orientación, debemos buscarla y encontrarla nosotras mismas
con nuestra inteligencia y con nuestro corazón: con reflexión y con compasión. Con responsabilidad.
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Decidir siempre por la vida
Ante cualquier embarazo, nuestra reflexión se va a situar siempre ante dos valores: vivir y decidir.
Ante dos Derechos Humanos fundamentales: el derecho a la vida y el derecho a la libertad. Acostumbramos
relacionar estos dos derechos, estos dos valores, con Dios.
Dios quiere la vida y no la muerte. Dios quiere la libertad y no la esclavitud. Pero no podemos
olvidar que en nombre de Dios se ha matado y se mata. Y en nombre de Dios se esclavizó y se
esclaviza. Repasemos la historia de la humanidad y lo comprobaremos.
En el tema del aborto pretenden dividir a la gente en los Pro-Vida y las Pro-Aborto. Los Pro-Vida
afirman que todo aborto es un crimen. Y que abortar es matar. Y pretenden hacer creer que hay
grupos de mujeres, las feministas, que pertenecen a “la cultura de la muerte” y que promueven
la práctica masiva, y hasta festiva, del aborto.
Pero una decisión responsable ante un embarazo, tanto para continuarlo como para interrumpirlo,
debemos enfocarlo siempre como un dilema entre vida y vida, es una decisión por la vida.
No es lo mismo existir que vivir. Cuando Jesús de Nazaret explicó los “planes de Dios” decía: “Que
tengan vida y vida en abundancia”. Esa “vida en abundancia” es lo que hoy llamamos “calidad de
vida”: salud, educación, afecto, necesidades básicas cubiertas, seguridad emocional y material,
oportunidades…Vivir es tener todo eso, vivir no es sólo existir.
El dilema de la interrupción de un embarazo no debemos situarlo nunca entre vida y muerte,
como pretenden algunos religiosos. Debemos situarlo siempre en una elección entre vida y vida.
La decisión debe ser siempre por la vida. Y eso no significará que la vida que debe privilegiarse
es la del embrión que comienza a vivir. Cuando entendamos que Dios nos dio la vida y también
la libertad para decidir sobre la vida, con independencia de mandatos y de miedos, de la Biblia,
de curas y pastores, tal vez nos sentiremos más libres para decidir.
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Donde Dios es Varón, los varones se creen dioses
La raíz más profunda de la violencia contra las mujeres es de origen religiosa. Tan profunda esa
raíz que ni la tenemos ya en cuenta. Tan antigua que la hemos olvidado. La raíz está en la idea de
que Dios es Varón. Esa idea acompaña a la humanidad desde hace unos cuatro mil años, cuando
la Diosa fue desplazada por dioses guerreros y conquistadores. Entonces, lo femenino dejó de
ser sagrado. Y fue considerado inferior, y hasta peligroso y pecaminoso.
La Biblia hebrea es una clara expresión de estas ideas. Los libros de la Biblia fueron escritos en
la cultura del Dios Varón. Además, todos los libros de la Biblia fueron escritos sólo por varones.
Jesús de Nazaret vivió también sumergido en esa cultura. Y nosotras en esa cultura vivimos. Es lo
que llamamos cultura “patriarcal”. En esa cultura, todo lo masculino es superior y de mayor valor.
Es una idea que hace daño, que excluye, y que genera violencia, porque donde Dios es Varón los
varones se creen dioses.
Para reforzar esta idea, los representantes de Dios son todos varones en el catolicismo y casi
todos varones en otras denominaciones evangélicas y también en otras religiones. No vamos
a decir que eso es malo. Digamos que es limitado. Un pájaro necesita dos alas para volar. Para
ver toda la belleza del mundo, sus perspectivas y sus colores necesitamos de los dos ojos. En la
religión que hemos aprendido volamos con una sola ala. Y falta el ojo de la mujer en la Biblia.
Esto nos debe llevar a “sospechar” de la Biblia, a leerla tomando distancia, asumiendo sus vacíos
y completándolos nosotras a partir de nuestra realidad y de nuestra conciencia informada.
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En la mente de la humanidad Dios nació mujer. Porque los seres humanos veían con asombro y
veneración cómo la nueva vida surgía del cuerpo de las mujeres. Por eso, Dios, quien da vida a
todas las criaturas, tenía rostro de Mujer. El Dios de la Vida era Diosa y se le invocaba con nombre
de Mujer. La Biblia fue escrita cuando ya, con la agricultura, la acumulación de excedentes,
las guerras tribales y las conquistas militares, se había impuesto la idea del Dios Varón, cuando
ya se había consumado la desmemoria de la Diosa Mujer. El primer libro de la Biblia, el Génesis,
expresa estas ideas con el mito de Adán y Eva en el paraíso. En ese relato, la “vuelta a la tortilla”
es tan total que la mujer nace del hombre, que Dios hace que Adán dé a luz a Eva de su costilla.
¡El mundo al revés! Es uno de los mitos patriarcales más enraizados en nuestra conciencia, un
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mito que nos ha costado a las mujeres discriminaciones, recriminaciones y violencias de todo
tipo a lo largo de la historia.
Necesitamos recuperar a Dios con rostro de Mujer
La teología de la liberación, que transformó tantas conciencias, tantas comunidades y tantas
personas en América Latina en los años 60, 70, 80, apenas tuvo en cuenta la injusticia contra
las mujeres. Se fijó en la injusticia social. Pobres-ricos fue su idea central. Las mujeres éramos
parte del pueblo oprimido y pobre que necesitaba una liberación. Se habló más de Moisés que
de Miriam. Y Dios siguió siendo Varón. Si no, miren la bellísima Misa Campesina Nicaragüense,
que dio la vuelta al mundo. En ella vemos a Dios patroleando carreteras, lustrando zapatos, en
las gasolineras, chequeando llantas. Nunca lavando, nunca echando tortillas, nunca dando
de mamar. Nunca Mujer.
La teología de la liberación nos habló del pecado estructural. Y entendimos que el “hambre” era
pecado y que una sociedad con una mayoría hambrienta estaba en pecado. La teología de la liberación
nos enseñó que para seguir a Jesús de Nazaret teníamos que hacer opción preferencial
por los pobres. No porque los pobres sean buenos, sino porque son pobres y Dios quiere que
dejen de serlo para que haya justicia y equidad. Hoy debemos entender que la violencia contra
las mujeres es un pecado estructural. Y que es violencia contra las mujeres declarar que “abortar
es matar” sin considerar cada caso, cada historia, cada dilema, cada vida. Hoy debemos asumir
la opción preferencial por las mujeres, no porque las mujeres seamos buenas, sino porque histórica
y culturalmente hemos estado subordinadas. Y Dios quiere que dejemos de estarlo para que
haya justicia, equidad y felicidad. Y Dios quiere también que recuperemos su rostro femenino,
su rostro de Mujer.
Vida y libertad
Para poder pensar libremente nosotras mismas sobre el aborto y para poder decidir responsable
y libremente sobre el embarazo, para reflexionar con otras mujeres sobre un tema que siempre
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será delicado, debemos revisar nuestra idea de Dios, la idea que tenemos de Jesús, también la
idea que tenemos de la Biblia.
El tema es delicado porque si hablamos de embarazo y de aborto estamos hablando de temas
esenciales, que siempre relacionamos con Dios: estamos hablando de vida y de libertad. Hablar
del aborto y del embarazo para aprender a decidir responsablemente es un camino no fácil, pero
que nos lleva de cabeza y de corazón a estos dos temas: vida y libertad. Qué pensamos sobre la
vida y la libertad va a depender mucho de lo que pensamos sobre Dios, de la idea que tenemos
de Dios.
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Dependerá también de la idea que tenemos del pecado. Pecado es hacer daño. Y lo mismo que no
podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestros prójimos y prójimas a quienes
sí vemos, tampoco podemos hacer daño a Dios a quien no vemos, el daño lo hacemos a quienes
nos rodean y vemos. Pecado es hacer daño a otros y a otras, también hacernos daño a nosotras
mismas. El embarazo no debe ser nunca un castigo, una prueba, mucho menos un daño contra
nuestra vida. Decidir sobre un embarazo nunca será pecado si esa decisión es responsable. Y si
somos responsables al decidir por nuestros propios embarazos y al acompañar a otras mujeres en
sus decisiones, veremos que cada caso es diferente. Ser responsable es también valorar cada historia,
cada circunstancia, cada personalidad, cada situación física, sicológica, social, económica.
Naturalmente, si el Dios en quien creemos es un Dios severo, todo será pecado, pero si el Dios en
quien creemos es un Dios de amor, que nos quiere libres y respalda nuestra libertad, tendremos un
horizonte más amplio para reflexionar y para decidir. Nos ayudará mucho pensar en Jesús, imaginarnos
qué diría Jesús en este caso y en este otro, qué haría, que aconsejaría. Naturalmente, si el
Jesús en quien creemos vino a este mundo a sufrir y a padecer, tal vez exigirá que suframos. Pero si
es el Jesús compasivo y amplio, que no cumplía con las leyes religiosas de su tiempo cuando hacían
sufrir a las mujeres, pensaremos desde puntos de vista más humanistas y libres.
El aborto masculino
En la medida en que vayamos transformando nuestras ideas religiosas, nuestra idea de Dios,
nuestra idea de Jesús, nuestra idea de la Biblia, nuestra idea del pecado, entenderemos también
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que es el aborto masculino lo que debe ser denunciado, lo que resulta un pecado, lo que debemos
luchar por erradicar en nuestra sociedad.
Los hombres abortan cuando engendran la vida irresponsablemente. Abortan cuando abandonan
a las mujeres que embarazaron. Abortan la infancia de las niñas cuando las violan y las embarazan.
Abortan cuando engendran hijos a los que no les dan su apellido, su afecto, a los que
no les dan alimentos, a los que a veces ni conocen ni siquiera quieren conocer. Cuántas mujeres
y hombres viven toda su vida sin conocer nunca quién fue su padre. Cuántas mujeres sacan adelante
a sus hijos, abandonadas por los hombres que los engendraron. Y cuántos hombres son
los que obligan a las mujeres a abortar porque no quieren responsabilidades, porque no quieren
problemas, porque no quieren que se sepa….
Estas variadas formas del aborto masculino son las que ofenden a Dios, porque hacen daño a
otras personas, a veces daños irreparables y de por vida.
Nuestro desafío
Las mujeres, feministas o no, creyentes o no, tenemos el desafío de recuperar el rostro femenino
de Dios y de recuperar la identidad feminista de Jesús de Nazaret. Al hacerlo contribuiremos a
que las mujeres, creyentes o no, se sientan más libres, más dignas y con mayor capacidad para
decidir sobre la vida y sobre sus embarazos, y a que la sociedad camine hacia esa utopía que es
que todos los niños y niñas nazcan en este mundo siendo deseados.
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Dra. Ligia Altamirano
Gineco-obstetra.
Ex presidenta de la Federación Centroamericana de
Sociedades de Ginecología y Obstetricia (FECASOG)
y de la Sociedad Nicaragüense de Ginecología y
Obstetricia (SONIGOB).
Ex Jefa de Servicios de Cuidados Intensivos del
Hospital de la Mujer Bertha Calderón Roque.
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Testimonio
de una mujer, médica,
feminista y católica
Yo siento que Dios me dijo:
“Date cuenta de este
problema y hacé algo”
En 1984 me gradué de médica ginecóloga. En el Hospital Bertha Calderón, tal vez porque
nació con el nombre de Hospital de la Mujer, no maltrataban a las pacientes que llegaban
con complicaciones por el aborto, no las insultaban. Tal vez también porque eran los años de la
revolución, que había contribuido a que la gente tuviera un poquito más de conciencia y de sensibilidad.
Pero en otros hospitales y antes de aquellos años, el trato a las mujeres que llegaban
con complicaciones por el aborto era lamentable. Cuando estuve haciendo mi servicio social en
Granada, en 1979, llegó una paciente con esas complicaciones y cuando yo dí mi opinión sobre
cómo manejarla, el médico especialista me dijo: “Estás loca, si ése no es el primero que se hace,
esa mujer se hace abortos a cada rato, todos los años viene con uno, su mamá se los hace, ya
nos tiene aburridos, ya es tiempo de que se muera”. La mujer se murió. Se llamaba María Auxiliadora.
Me impactó tanto su muerte que escribí una historia que nunca publiqué. La titulé “María
Auxiliadora, ora pro nobis”.
Mi investigación sobre el aborto inducido fue la primera que se hizo en Nicaragua. La hice en
1986 en el hospital Berta Calderón, donde trabajaba como ginecóloga de la Unidad de Cuidados
Intensivos. La investigación ganó el primer lugar en las Jornadas Nacionales de Salud.
En aquel tiempo nadie hablaba de esto. Se hablaba de mortalidad materna: que por causa del
parto, que por una hemorragia, que por eclampsia… Pero nadie hablaba del aborto inducido
por su nombre y su apellido. Aborto inducido, aborto provocado. No se hablaba, cuchicheaban,
comentaban, chismeaban y dejaban morir a las mujeres en los hospitales. Y nadie hablaba de
esto.
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Fue una noche, de turno en la Unidad de Cuidados Intensivos, cuando decidí hacer la investigación.
Tenía la sala llena: ocho mujeres graves y todas por complicaciones relacionadas con el
aborto. Tomé conciencia de algo que veía a diario: casi todas las mujeres llegaban a la sala por
complicaciones graves provocadas por abortos: el útero perforado, choque séptico causado por
pedazos de alambre eléctrico o ramas con espinas en el intestino o en el abdomen, que ellas
mismas se metían. Daba para hacer un museo las cosas que les sacaba a esas mujeres de sus
cuerpos. Revisé el libro de ingresos y me di cuenta que algunos diagnósticos de choque séptico
disimulaban que la causa era un aborto. Busqué los expedientes de todas las pacientes que habían
ingresado durante los dos años anteriores. Todas por aborto.
En la investigación impactaron mucho las estadísticas de los costos: un aborto bien practicado costaba
132 córdobas con 43 centavos, 17 dólares de entonces. Y nosotros habíamos gastado miles y
miles de dólares en atender las complicaciones de los abortos mal practicados; así como recursos
humanos que se necesitaban en otras salas y todo tipo de procedimientos: cirugías, diálisis, laparoscopias,
esterilizaciones…En una época tan difícil y de tanta escasez como fueron aquellos años
80 esto me pareció escandaloso.
Esa investigación me cambió. Cuando uno entra en contacto con este problema y ve todos los
desastres que causa: dolor, sufrimiento, un drama que no es sólo personal sino familiar. Cuando
una ve cómo se mueren, y cómo se destroza una familia, una cambia. Es difícil entrar en este
tema y salirse de él. La sociedad se encargó de que no me saliera porque la investigación impactó
mucho a mucha gente. Nunca se había analizado. Nunca siquiera se le había enseñado al mundo
médico lo que estaba pasando y todo el dolor que se puede evitar con una buena ley. Continué
haciendo investigación y compilé información sobre el aborto inducido durante diez años.
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En el Hospital Bertha Calderón hubo un Comité de Análisis de Interrupción del Embarazo. Yo fui
su primera presidenta. Ahí decidíamos las indicaciones para interrumpir un embarazo en base a
la legislación sobre el aborto terapéutico, a la que se le hizo su reglamentación después de una
jornada de reflexión con los ginecólogos. La norma para tratar el aborto terapéutico se escribió
después de mi investigación. En el año 90, cuando doña Violeta llegó al gobierno, me contaron
que quemaron todos los documentos de la norma en los patios traseros del Ministerio de Salud.
Hoy, el Ministerio sabe muy bien que esa norma existe, que no ha salido un decreto que la revoque,
que está vigente y que si un médico la cumple está protegido por una Ley del Ministerio.
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Como médica siempre he estado cerca de este problema. Pero mi primer contacto con el aborto
lo tuve a los siete años. Mi mama tenía una venta de ésas que fueron famosas en la Managua
de los años 60, porque abrían a las cinco de la mañana y allí en la venta podías desayunar. A esa
hora pasaba la gente comprando el litro de leche, la bolsa de café, los frijoles, la barra de pan y
allí mismo la gente comía. Se llamaba “Pulpería San Miguel” y era una de las más grandes y de las
mejores surtidas de Managua. Como mi mamá la abría tan temprano y allí vivíamos nosotros, era
difícil seguir durmiendo con el ruido de los clientes.
Un día en esas horas tan tempranas de la mañana, yo estaba sentada en la puerta de la venta y
entró una mujer. Y aunque yo era una niña pequeña, capté que todos los clientes la veían con
cara de desprecio y empezaron a hacer señas de que la mujer hedía. Y era verdad: tenía un mal
olor, como a cosa podrida, a carne muerta. La mujer andaba de chinelas plásticas, de calcetines
blancos de hombre, con una falda larga, que no se usaba en aquellos tiempos, con una camisa
de hombre manga larga y con un pañuelo amarrado en la cabeza. Era un espectáculo. La gente
se le apartó y ella avanzó hacia el mostrador, compró medio litro de leche y una barra de pan y
alargó su flaco brazo blanco con la mano empuñada para pagar, pero mi mamá le dijo:”No niña,
ahí déjalo”. La mujer se volteó para salir, en ese momento nuestras miradas se cruzaron, yo me la
quedé viendo y ella a mí. Fue una mirada en un hálito de vida, y sin embargo tan intensa ya que
contenía todas las tristezas y las derrotas de esta vida, una mirada como de un espectro fantasmal,
y en ese momento tuve la certeza de que esa mujer se iba a morir. Cuando salió le pregunté
a mi mamá si esa mujer estaba enferma y me dijo que sí. Le pregunté qué enfermedad tenía y me
dijo: “Un aborto”. Mi mama creyó que yo no iba a entender, o que la palabra se me iba a olvidar,
o que por ser una pequeña niña educándose en un exclusivo colegio católico, nunca iba a estar
en contacto con esa palabra. Seguí preguntando: ¿“Se va a morir” Sí, fue la respuesta. Entonces,
yo quedé viendo a mi mamá y le dije: “¿Sabés, mamá Cuando yo sea grande voy a ser doctora y
doctora de mujeres”. Aquella mujer se murió. Y Dios me hizo doctora de mujeres.
Años después, Dios me hizo encontrar a muchas otras mujeres muriéndose por abortos, me hizo
conocer de muchas mujeres sufriendo por abortos, siendo violadas, robadas y abusadas mientras
se les practicaban abortos clandestinos. La palabra se presentó una y otra vez, en historias
de un inframundo de horror, en historias de pacientes, amigas, conocidas y familiares, inclusive
en el seno mismo de mi familia se vivió el drama humano del aborto.
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Yo pienso que cada persona tiene una misión en la vida. Creo que para algo Dios me hizo conocer
de este problema y me puso tanto en contacto con él. Yo siento que Dios me dijo: “Vos estás
ahí, date cuenta de este problema y hacé algo”. Hice lo que tenía que hacer. Si no lo hubiera hecho,
sería una más de esa gente que pasa de largo ante los problemas de los demás, que voltea
la cara, que hace como que no los vé, o peor, que se convierte en juez y verdugo de una tragedia,
si yo no hubiera puesto el tema sobre la agenda nacional de discusión sería una más que no tiene
compasión por su prójima.
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Católicas por el Derecho a Decidir Nicaragua
Foro Sexualidad, Maternidad y Derechos
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