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arca con sus amigos. La comunión con Jesucristo es lo único que capacita al hombre para<br />
superar todo miedo.<br />
No olvidemos que Jesús no reprende a los discípulos porque éstos teman al temporal,<br />
sino porque su fe en Dios a través del Mesías está todavía «en pañales».<br />
Ayuda a los marineros<br />
Dado que los israelitas no eran pueblo marinero, los comentaris¬tas sospechan un<br />
origen fenicio próximo o remoto, de este frag¬mento. Con todo hay que contar con israelitas<br />
de experiencia marina. Isaías nos habla de Jerusalén "como ciudad destrozada por la<br />
tempestad" (Is 54,11). Y el libro del Eclesiástico nos dibu¬ja la vida de los marineros llena de<br />
peligros (Sir 43,24).<br />
«Lo que es indudable es que el poeta o su informador ha conocido por experiencia<br />
sensaciones o impresiones de una tormenta marina. Es el material que el autor utiliza con<br />
singular acierto: el oleaje que se encrespa, el subir y bajar alterno y vertiginoso de la nave, el<br />
mareo, la pérdida de equilibrio, la inutilidad de la destreza marinera... también es notable<br />
cómo describe el cesar de la borrasca. Dios trasforma el ventarrón en brisa, y el oleaje<br />
enmudece; después Dios, como si fuera el timonel, guía la nave al puerto» (J. Alonso<br />
Schókel).<br />
Dios apacigua la tormenta<br />
La enseñanza es clara: sin Dios el mar da miedo. Con Dios no sólo cesa el miedo sino<br />
que se convierte en una experiencia gratificante: la suave brisa y la experiencia contemplativa<br />
son elementos que nos hablan de disfrute y de placer.<br />
En este mundo en que vivimos hay demasiadas puertas de bronce, demasiados cerrojos.<br />
Hay mucha gente encarcelada. Unos están en las cárceles fabricadas por los hombres<br />
pagando una condena. Otros llevan la cárcel consigo. Son esclavos de sus vicios, sus<br />
pasiones, su egoísmo.<br />
Esas son las tormentas que nos ahogan y nos hacen zozobrar. El Señor rompe todos los<br />
cerrojos, destruye las mazmorras, aniquila las cárceles. Nos hace personas libres, pero libres<br />
de verdad. El Señor, apaciguando la tormenta, nos da la libertad para poder realizarnos como<br />
personas; para poder orientar nuestros pasos hacia el bien; para buscarlo a Él de una manera<br />
gozosa y espontánea. Nos hace libres para gozar de la libertad.<br />
4. OREMOS CON LA PALABRA: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a<br />
DIOS?<br />
Señor, que apaciguaste la tormenta,<br />
siempre nos admira tu exquisito proceder.