Hasta la vista, <strong>Beto</strong> SotoNicolás Canto GonzálezEl inicio de semana no pudo ser peor. El lunes muy tempranorecibí llamada de «Chichán» en calidad de heraldo de la malanueva: Edilberto Soto Angli, el entrañable <strong>Beto</strong> Soto como loconocíamos sus amigos, había concluido su viaje por el mundoel domingo por la tarde a su más puro estilo, de manera callada,sin discusiones con la vida. Edilberto murió como vivió: con eldon de la discreción bien entendida.Mi maldita costumbre de apagar el celular los domingosme impidió enterarme de la muerte de <strong>Beto</strong> Soto el día en queocurrió. Ya sólo alcance a Edilberto el lunes por la mañana enla iglesia de San Francisco, en donde sus familiares le ofrecieronuna misa. En el templo escuché el comentario en broma dealguien: seguramente <strong>Beto</strong> no dejó escrita su última voluntadpues esta habría sido que no lo trajeran ni muerto a la iglesia,enemigo como era de la cuestión religiosa.Conocí a Edilberto Soto a mediados de los años ochenta delsiglo pasado. Tengo de él una imagen recurrente: golpeandocomo un poseído las teclas de su vieja máquina de escribir, sudandoa mares bajo el sol calcinante de la sabana campechana ysoportando un calor por encima de los 38 grados centígrados.Edilberto escribía y parecía olvidarse del mundo, entregado porcompleto a la tarea de contar historias, cualquiera que estasfueren, la pasión del periodismo invadiéndolo todo, sufriendoy gozando al mismo tiempo. La imagen fiel del periodista.Andando el tiempo tuve la oportunidad de conocer de cercaa Edilberto Soto Angli. Fui testigo de su metamorfosis capilar,del pelo entrecano y al final totalmente blanco. Volvió a su tierranatal después de muchos años en el D.F. a quedarse en calidadde Director del periódico «El Nacional», en donde colaborécon él desde el día en que el diario salió a la luz pública, hastael último en que cerró sus páginas por discusiones bizantinasdel gobierno federal y el estatal. Antes de que eso ocurrieracolaboré con Edilberto como <strong>Jefe</strong> de la Sección Deportiva ymás adelante como Gerente de Publicidad.De «El Nacional Campeche» guardo buenos recuerdos enmis cuarenta años de periodista activo. Recuerdo las tardes enla redacción, que era cuando sobrevenía el trajín informativode lunes a domingo, ese olor inconfundible a papel, tinta y elentusiasmo desbordado ante la noticia que sería transmitidafresca y de primera mano a los lectores al día siguiente, entiempos en que los noticiarios televisivos locales eran una utopía.Las noches y las madrugadas, en el caso de la sección deportiva,con mi equipo de colaboradores, Ricardo del Río, ManuelCruz Bernés, Eduardo Sánchez , Ernesto Sánchez Pachecoy «el inge» Manuel, esperando el resultado de los juegos debéisbol de la Liga Mexicana y de los Piratas de Campeche, queno arrastraban la cobija ni daban pena como ahora, en dondela gran noticia es cuando logran ganar algún partido. Recuerdoun titular de esos días, la principal, la de ocho, la princesa, deuna edición dominical de la sección deportiva de «El Nacional»,parido por una mente calenturienta : ¡Roy Johnson la sacó!...anunciando un cuadrangular de «La locomotora de Arkansas»,que tan buenos recuerdos dejó entre la afición al béisbol… Yentre más de una dama campechana.Fueros esos buenos tiempos de periodismo en «El Nacional»,que en un principio logró colocarse como el número uno encirculación en el medio, sólo por poco tiempo pues finalmentey contra la voluntad de Edilberto terminó por convertirse enuna especie de órgano oficial de las actividades del gobernadoren turno. Y la baja en su circulación no se hizo esperar. El finalera algo previsible, disfrazado de incompatibilidad en el formatoentre «El Nacional Campeche» y «El Nacional» que se editaba enla Ciudad de México bajo la dirección de José Carreño Carlón.Paradójicamente Carreño Carlón, gran amigo de Edilberto, fuequién le propinó el golpe final a nuestro Nacional campechano.El siguiente y último paso fue la liquidación a los trabajadoresdel periódico y los nuevos caminos a seguir por quienes graciasal periodismo hemos sobrevivido durante tantos años y dadotecho, alimento, estudios y profesión a nuestros hijos. YoHop’ Ki’n • 2
ecogí las escasas pertenencias que había llevado al periódico,sin ruta segura y con el dinero de mi liquidación en la bolsa. Laprovidencia fue benigna: unos días más tarde mi amigo IsauroBalan May, el primer Director de la televisión oficial, me nombróSubdirector de Noticias.El mejor recuerdo laboral que tengo de Edilberto Soto, yesto lo digo muy en serio y con toda la honestidad posible, sedio cuando fui suspendido por primera y única vez en mi quehacerde periodista por órdenes del Director de «El Nacional»,que no era otro que <strong>Beto</strong> Soto. La suspensión fue totalmentejusta y creo que hasta necesaria. Aleccionadora, seguro. Cometíun error, acepté mi pecadillo venial y me fui a descansar tresdías a la casa, sólo que sin paga. Ese «calce», como se diríaen el argot, me sirvió de mucho y me enseñó la importanciade la humildad y la honestidad profesional. Nunca dejaré deagradecerle esto a <strong>Beto</strong> Soto. Así se lo dije en una ocasióntomando la copa en una taberna. Me parece que él no quedómuy convencido de mis convicciones laborales. Hoy elevo mivoz hasta el más allá para reiterarle mi agradecimiento por lalección existencial que me dio.Dejé de ver por años a Edilberto Soto, que por diferenciascon bisoños funcionarios de Jorge Salomón Azar García seautoexilió a la Ciudad de México. Yo fui nombrado por SalomónDirector General de la COCATEC y tuve ahí oportunidadde dar empleo a periodistas que hasta ahora continúan en elcanal, nutriendo de talento, conocimientos y experiencia losnoticiarios de la televisora.Pasaría buen tiempo antes de que los caminos de Edilbertoy el mío volvieran a encontrarse. Fue en la revista «Edzná», yaen el gobierno de Antonio González Curi. Yo era articulista enese tiempo del periódico «El Sur» y por amistad y solidaridaddecidí unirme a la plantilla de articulistas de la revista dirigidapor <strong>Beto</strong>. De ahí Edilberto emprendió un proyecto casi suicidaque murió en el intento después de algunos meses: un tabloideque se publicaba de lunes a viernes y que sucumbió por inanicióny melancolía ante la competencia salvaje de muchos medios conmayores recursos económicos y mejores subsidios por su calidadde «periódicos diarios», aunque en la realidad en muchos casosno vendan al día más de doscientos o trescientos ejemplares.Vino después Hop’K’in, una de las pocas revistas en Campecheque le ha hecho justicia a sus articulistas. Con todos losretrasos del mundo por las precarias condiciones económicas,Edilberto Soto siempre pagó la nómina de los que ahí colaborábamosy vamos a seguir colaborando mientras el creador nonos recoja la licencia de conducir por estos abruptos y complicadoscaminos terrenales. Al menos eso espero. Sería este elmás lindo homenaje al recuerdo y a la trayectoria periodísticadel amigo <strong>Beto</strong> Soto.Edilberto Soto pecó de informal. Murió unos días antes deque se le entregara el Premio al Mérito Periodístico. Pocosperiodistas campechanos se lo merecen tanto como <strong>Beto</strong>. Lanzoal aire una propuesta que ojala pueda ser aceptada por quienestienen poder de decisión en esto: que le sea entregada esa medallapost-morten en el evento que se realiza cada 7 de junio(en Campeche aún considerado como el Día de la Libertad deExpresión). Ahí les dejo mi sugerencia con la esperanza de quesea tomada en cuenta. Una informalidad más de <strong>Beto</strong> Soto. Enbreve sería nombrado Presidente del Comité de Solidaridad conCuba. Le faltó tiempo al tiempo, y tiempo a <strong>Beto</strong>.LA MUERTE TIENE PERMISOCuando supe de la muerte de Edilberto Soto Angli, hicieronacto de presencia los recuerdos de muchas cosas vividas conél, en el terreno profesional pero también en el personal yparticularmente en el amistoso. Muchas veces compartí, comoél mismo solía decir, en una mesa de 90 por 90 o en una barrade taberna, también en su departamento frente a Puerta deTierra, pláticas amenas, interesantes con él. Edilberto, aunquenunca hizo alarde de ello, era un hombre culto, con una culturacallada, discreta, como era él, que sólo exteriorizaba con laspersonas con quienes tenía la suficiente confianza. Enemigo dela injusticia y la solemnidad, generoso al límite de sus bolsillossiempre magros, socialista romántico que aún veía en Fidel algran salvador de Cuba, sobreviviente de la matanza infame deTlatelolco, Edilberto caminó contento, acaso hasta feliz porel mundo, con la satisfacción enorme de no hacerle nunca maldeliberadamente a nadie. Fue Edilberto en esencia un hombrebueno, un excelente periodista y un gran amigo.En su carrera periodística, Edilberto Soto Angli fue personajedestacado a nivel nacional, incluso internacional comocorresponsal de diversos medios en otros países. Fue amigoy compañero de oficio de prácticamente todos los periodistasde su generación, entre ellos el gran Carlos Monsiváis, quiénalguna vez fue su colaborador. Así me platicaba la forma enque colaboraba «Monsi» con él: llegaba Edilberto a la casa deCarlos en la colonia «El Periodista», enclave de comunicadoresen la colonia Portales, en el D.F., y si no estaba Monsiváis salíala madre de este con el ansiado artículo y la mano extendida:$650 pesos de aquellos tiempos, el precio de las joyas escritaspor el periodista impar. Y la consigna de Monsi en la vozinapelable de la madre: si no había dinero, no había artículo.En los meses anteriores a su fallecimiento, Edilberto estuvoa punto de tomar la que yo considero hubiera sido la decisiónmás errónea de su vida: autoexiliarse al Distrito Federal, irritadopor el que consideraba trato poco amable que se le daba encírculos de gobierno a él y a su revista por parte de funcionariosde prensa. Finalmente las cosas se arreglaron y <strong>Beto</strong> se quedó.Nada tenía que hacer, a esas alturas de la vida, en el inhóspitoDistrito Federal. En una reunión urgente entre los colaboradoresde la revista le pedí me permitiera ser el puente entre él y esosfuncionarios para que las cosas se arreglaran y retomaran elcauce anterior, y así ocurrió por fortuna. Creo que esa fue unade las mejores cosas que pude hacer por el amigo que ahora yano está entre nosotros, pero que va a seguir viviendo mientrastodos los que lo quisimos tengamos la capacidad y la vocaciónde recordarlo. Y también, que quienes hemos realizado duranteya más de 7 años el milagro semanal, ahora quincenal,de lanzar a la luz pública la revista Hop’ K’in, por él fundada,sigamos adelante con ella.Este de continuar la tarea iniciada por él será, a no dudar,el mejor homenaje para Edilberto, a quién hoy le decimos consolidaridad gremial plena: hasta la vista, <strong>Beto</strong> Soto.Hop’ Ki’n • 3