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Capítulo UnoJenan Ala Ghamdi sintió arcadas al observarcómo el hombre con el que iba a casarse se movíaentre la multitud mientras lo felicitaban. Cada vezque lo miraba, o que pensaba en él, las náuseas seapoderaban de ella. No comprendía cómo todavíano había vomitado sobre él.Lo único que la ayudaba a controlarse era laaversión que sentía ante la idea de volver al lugardonde se celebraba aquel compromiso no deseado.Le había costado más de una hora escapar delas hordas de invitados fisgones y refugiarse al fondodel enorme salón de baile. Había conseguidoescabullirse gracias a que se había negado a llevarel atuendo que su prometido le había enviado. Élpretendía presumir de su riqueza recién adquiridahaciendo que su adquisición fuera vestida con untraje recargado de adornos. Con la cantidad de joyasque él le había regalado, habría relucido con lamisma potencia de diez bolas de discoteca. Vestidacon un traje de noche de color negro, se fundióentre la oscuridad de los laterales del salón. Erauna victoria minúscula.¡Se estaba comprometiendo con Hassan Aal Ghaanem!3


El hombre que resultaba ser el rey de Saraya yque dominaba Zafrana, un reino vecino en el desiertoque era su tierra natal. No, ella no estabacomprometiéndose con él. Era parte de un trueque.De una venta. Esa noche era el principio delfin de su vida, y ella lo sabía. Lo que sucediera despuésde casarse con él, no se consideraría vida.No obstante, aunque su destino era inevitable,se había negado a que hicieran la celebración enSaraya, y ni siquiera en Zafrana, así que cuando élaceptó que fuera en la ciudad de Nueva York, dondeella residía, sintió que había alcanzado otro pequeñotriunfo.Había vivido en esa ciudad durante los últimosdoce años. Y dejaría de vivir en ella en cuanto comenzaraa cumplir su condena como esposa deHassan. Desde luego, no pensaba regresar a aquellaregión para pasar el resto de su vida ni un momentoantes de lo estrictamente necesario. Habíahuido de allí, decidida a no regresar jamás, exceptopara algunas visitas breves.Si esa fiesta se hubiera celebrado en su tierranatal no habría tenido ninguna difusión, debido alas medidas de seguridad impuestas por la clasegobernante. Sin embargo, en el corazón de la ciudadde Nueva York, y en un hotel tan famoso comoese, la fiesta de compromiso aparecería en los mediosde comunicación de todo el mundo.Hassan, como rey de un lugar recientementepróspero, gracias a que el rey Mohab Aal Ghaanemde Jareer iba a darle a Saraya el treinta por4


ciento de la riqueza petrolífera de su reino, se habíadedicado a despilfarrar después de haber pasadovarios años conteniéndose debido a las finanzaslimitadas del reino.Así que allí estaban, en el salón del hotel Plaza.Apartó la mirada de los quinientos invitados queocupaban el salón de baile y se fijó en sus manosdesnudas. Se había negado a aceptar las valiosísimasjoyas que pertenecían al tesoro real de Saraya.–¿Estás segura de esto, Jen?La voz de Zeena, su hermanastra pequeña, lahizo estremecer.Se volvió para mirarla y esbozó una sonrisa.–Lo estoy, Zee. Estoy segura de que la única soluciónal problema que tienen Zafrana y padre esque yo me case con ese viejo verde.Y el problema no era algo reciente, sino unoque venía de tiempos atrás.Había comenzado cuando su padre, Khalil AalGhamdi, había tenido que ocupar el trono de Zafranadespués de que falleciera el rey Zayd, su primosegundo. Abocado a un puesto para el que noestaba dotado, el artista soñador no había sido capazde convertirse en hombre de estado y se habíadejado influenciar por malos consejeros.A su regreso a Zafrana, después de graduarseen Economía y Empresariales en la UniversidadCornell, ella había constatado que la imprudenciade su padre había llevado al reino a un deterioroprogresivo. Había intentado aconsejarlo, pero habíachocado contra la tremenda oposición de su5


entorno. Solo le quedaban dos opciones: dedicartoda su vida a luchar o retirarse de la batalla y huirde esa región cuyo estilo de vida era tan distinto alsuyo. Había elegido marcharse.Y como resultado de su decisión, Zafrana estabatremendamente endeudada con Saraya y Hassanestaba a punto de anexionar el reino medianteun matrimonio. Al parecer, según le había explicadosu padre a ella, era la única manera de salvarZafrana.–No puedes casarte con él. ¡Es muy viejo!Jen contestó con ironía:–Sí, me he dado cuenta. Es difícil no hacerlocuando tu prometido es más viejo que tu propiopadre. Y soberanamente aburrido. Y pensar quecuando propusieron un matrimonio de estado menegué en rotundo a casarme con Najeeb.–¡A lo mejor estás a tiempo de cambiar de idea!Sé que quieres a Najeeb como a un hermano, perosi tienes que casarte con alguien, al menos, él esbuena persona. Y muy atractivo. ¡A lo mejor terminasqueriéndolo de otro modo!Jen miró a su hermana de diecisiete años y recordópor qué estaba haciendo aquello.–¿Crees que no habría elegido esa posibilidadsi todavía fuera posible? Najeeb se negaba a casarseconmigo solo para servir las ambiciones políticasde su padre. Y se marchó a una de esas misioneshumanitarias en un lugar desconocido. Poreso, Hassan decidió que él sería quien se casaríaconmigo.6


–¿Ese hombre no tiene ni una pizca de decencia?¡Es dos años mayor que nuestro padre!–De hecho considera que hizo lo correcto alofrecer primero a su hijo mayor y príncipe de lacorona, y que puesto que ambos nos negamos acontraer matrimonio, tuvo que recurrir a esta opción.Te aseguro que cree que hace lo correcto.Zeena parecía a punto de llorar.–Si de veras tienes que hacerlo… –se estremeció–puede que no sea para mucho tiempo.–¿Confías en que él muera pronto y me libre demi condena? –negó con la cabeza al comprobaruna vez más que su hermana era una ingenua–.Zee, cariño, sé que cualquier persona de más decuarenta años es muy mayor para ti. Yo solo tengotreinta y cuando te sorprendes porque hago cosasque crees que solo están reservadas para los jóvenes,haces que me sienta vieja. Hassan es un hombrerobusto de sesenta y cinco años, y espero queviva otros treinta años más.Zeena comenzó a llorar y dijo con voz temblorosa:–Al menos, dime que solo será para aparentar.Jen suspiró, no sabía qué decirle a su hermana.Su padre había insinuado algo al respecto, peroella sospechaba que era para no sentirse todavíamás culpable por haberla entregado en matrimonio.Hassan ya controlaba todos los bienes y recursosde Zafrana, pero en su región importaba másla sangre que el dinero cuando se trataba de poderpolítico. Aquel matrimonio debía dar un herede-7


o, uno que también fuera el heredero del padrede ella, para que Hassan consiguiera todo el poderque deseaba tener sobre Zafrana. Tener un herederopermitiría que Hassan gobernara Zafranamientras el padre de ella siguiera con vida, y cuandoel padre muriera, Hassan sería el regente de Zafranahasta que el heredero alcanzara la mayoríade edad. Hassan lo tenía todo controlado.Zeena debió de ver la verdad en su mirada deresignación, porque las lágrimas le brotaban de losojos cada vez más deprisa.–Si lo que quiere es que saldemos las deudas, alo mejor podemos encontrar otra persona que laspague. Por ejemplo los otros miembros de la realezaque hay en la región. Seguramente otros reyescomo el rey Kamal y el rey Mohab nos ayudarán.Jen negó con la cabeza, deseando que aquelloterminara.–He hablado en persona con todos los poderososde la región, pero lo único que podían hacerKamal, Mohab, Amjad y Rashid era intentar queHassam les traspasara las deudas a ellos, y él senegó. Es todo lo que pueden hacer sin recurrir amedidas drásticas.–¿Y por qué no emplean esas medidas? ¡Es unmotivo importante!–No es tan fácil como eso, Zee. Esas personas secomprometieron a no implicar a sus reinos en losproblemas de otras naciones. Y desde que entra dinerogracias al petróleo, Hassan tiene importantesaliados extranjeros cuyos intereses se centran en8


Saraya y que se retirarían si otros reinos aplicaranembargos o iniciaran conflictos mayores allí. Asimismo,los reyes tienen alianzas tribales con Sarayay eso hace que todo sea más complicado.Jen era consciente de que todos los reyes deseabanacabar con Hassan, pero tenían las manos atadas.Estaban obligados a aceptar cualquier resoluciónpacífica, aunque desearan lo contrario. Dicharesolución pacífica eran ella y la deseada fertilidadde su vientre.–¿Así que es cierto? –preguntó Zeena–. ¿No hayotra salida?–No.La respuesta provocó que Zeena se tambalearay se lanzara a sus brazos sin parar de llorar.A Jen también se le humedecieron los ojos. Nohabía llorado desde que tenía siete años, tras lamuerte de su madre. Zeena y Fayza la admiraban.Ella había sido su modelo a seguir. Ese era el motivopor el que Jen había aceptado aquel matrimonio:proteger el futuro de sus hermanas.Le había dicho a Zeena que no había otra salidapara evitar que se sintiera culpable. Por supuesto,si lo hubiera querido, habría encontrado otrasalida: decirle a su padre y a Hassan que se negabaa casarse.Ella había emigrado a los Estados Unidos paraestudiar y encontrar su independencia, y así habíadejado de seguir el desarrollo de Zafrana, hastaque la situación había llegado a deteriorarse al máximo.Si las tribus principales no encontraban una9


solución pronto, y puesto que sus intereses estabanamenazados por la inminente toma del poderpor parte de Saraya, era posible que estallara unaguerra civil.No podía permitir que sus hermanas se enfrentarana un futuro que no se habían buscado. SiHassan no conseguía casarse con ella, pediría lamano de una de sus hermanas. Y su padre se veríaobligado a entregársela. Tenía que casarse conaquel viejo y salvarlas. Y junto a ellas, al resto de lafamilia y al reino.Besó a Zeena en la frente y dijo:–No te preocupes por mí, Zee. Me conoces. Soyuna superviviente, una vencedora, y encontraré lamanera de…En ese momento, se le nubló la vista. Era comosi todo hubiese desaparecido, excepto un hombre.El hombre más atractivo que había visto nunca.–¿De qué?Jen pestañeó como si acabara de salir de untrance. Durante unos segundos no pudo recordardónde estaba, ni por qué estaba abrazada a Zeenamientras su hermana la miraba.Se fijó en el hombre que contemplaba el salónde baile desde la puerta, era como si su presenciaanulara todo lo demás. Entonces, se movió y lagente se apartó para dejarlo pasar.–¿Quién es ese?Zeena miraba al hombre boquiabierta. Todo elmundo lo miraba como hipnotizado.–No tengo ni idea.10


–¿Quieres que vaya a averiguarlo?Jen arqueó una ceja.–¿Y cómo piensas hacer tal cosa?–Me acercaré, me presentaré como la hermanade la novia y se lo preguntaré.–Gracias, cariño, pero si te acercas a él es probableque te quedes sin habla.Zeena miró a al hombre que cada vez estabamás cerca de ellas y suspiró:–Sí, probablemente si me mirase me quedaríade piedra.–Yo iré –dijo enderezando la espalda.Buscó a Jameel Aal Hashem, su primo por partede madre, y conocedor de todos los cotilleos sobrelos famosos. Estaba segura de que aquel hombremisterioso no había escapado a su curiosidad.Y tenía razón. Antes de preguntarle, Jameel leseñaló al extraño y le contó quién era. Numair AlAswad, conocido como la Pantera Negra del grupoempresarial Castillo Negro.Al saber su nombre ya sabía más sobre él de loque podía saber Jameel. Desde que se movía en elmundo empresarial había topado constantementecon la empresa que él había fundado y que dominabael mercado en todos los campos que hacíangirar al mundo.Como socio principal, Numair era líder entrelos más destacados hombres de ciencia, finanzas ytecnología que eran responsables del impresionanteéxito de la multinacional Castillo Negro, yuno de los hombres más ricos y poderosos del pla-11


neta. Por si fuera poco, era el hombre más atractivoque jamás había pisado la Tierra.Sin embargo, se sabía muy poco de su vida privada.Solamente que provenía de Damhoor, unreino de la misma región; que había emigrado alos Estados Unidos en su niñez; y que sus padreshabían fallecido hacía mucho tiempo; por lo queella sabía, nunca se había casado.En un momento dado, cuando Jameel estabadiciendo maravillas de él, Numair se volvió y losmiró fijamente. Sobre todo a ella. Su mirada chocócon la de Jen con la fuerza de un rayo.Antes de que pudiera respirar de nuevo, algunaspersonas se cruzaron entre ellos, y ella aprovechópara murmurarle algo a Jameel y marcharsepara no volver a cruzarse con Numair.Estaba segura de que Numair no se había molestadoen buscarla y regresó a su refugio. Queríaseguir observando a Numair sin ser vista. La imagende su magnífico atractivo era el único recuerdoque quería guardar de esa horrible noche.Al llegar a su rincón se sobresaltó de nuevo.Tanto que tropezó y se le cayó el bolso, desperdigándosetodo el contenido. Cuando se agachó arecogerlo, sintió que una sombra lo oscurecíatodo. No necesitaba mirar para saber quién era. Laimplacable corriente eléctrica que sentía le bastabapara saberlo.Numair.A Jen el corazón le latía con fuerza. Él se agachódelante de ella, y al agarrar el bolso y recoger12


sus cosas, sus manos frías y callosas rozaron las deella. Era como si le hubieran disparado otros milvoltios.En el momento en el que Numair le devolvía elbolso, Jen alzó la vista y perdió el equilibrio. Sinembargo, él la asió fuerte y evitó que se cayera.Al sentir el poder de su atractivo masculino, seestremeció. Era como un dios. Un dios forjado porel calor y la dureza del desierto. Quizás no había vividomucho tiempo allí, pero su herencia estabagrabada en cada línea de su rostro. Todo él parecíahaber sido esculpido por una fuerza divina.Llevaba un traje negro de seda que se adaptabaperfectamente a su cuerpo, revelando que erafuerte y musculoso. Todo un ejemplar de virilidady masculinidad.Cuando él se enderezó, Jen vio que era alto,mucho más que ella, y que su cabello era negroazabache, sus ojos verde esmeralda, la piel tersa ymorena y los labios tremendamente sensuales. Resultabaimpresionante.13

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