entre los jarros de hipocrás y los gigantescos embutidos, cabezas de sarracenos quedevorar. La mujer del boticario los comía como ellos, heroicamente, a pesar de sudetestable dentadura; por eso, todas las veces que el señor Homais hacía un viaje a laciudad no se olvidaba de llevarle panecillos, que compraba siempre en la fábrica de lacalle Massacre.-Encantado de verla -dijo tendiendo la mano a Emma para ayudarle a subir a «LaGolondrina».Después colgó los cheminota en las mallas de la red y se quedó con la cabezadescubierta y los brazos cruzados en una actitud pensativa y napoleónica.Pero cuando el ciego, como de costumbre, apareció al pie de la cuesta, Homaisexclamó:-No comprendo cómo la autoridad sigue tolerando cosas tan vergonzosas. Deberíanencerrar a esos desgraciados y obligarlos a hacer algún trabajo. El progreso, palabra dehonor, va a paso de tortuga. Estamos chapoteando en plena barbarie.El ciego tendía su sombrero, que se bamboleaba al lado de la puerta del coche como sifuera una bolsa de la tapicería desclavada.-¡Ahí tiene -dijo el farmacéutico- una afección escrofulosa!Y aunque conocía a aquel pobre diablo, fingió que lo veía por primera vez, murmurólas palabras de «córnea, córnea opaca, esclerótica, facies»; después le preguntó en untono paternal.-¿Hace mucho tiempo, amigo mío, que tienes esa espantosa enfermedad? En lugar deemborracharte en la taberna más te valdría seguir un régimen.Le aconsejaba que tomase buen vino, buena cerveza, buenos asados. El ciegocontinuaba su canción; por otra parte, parecía casi idiota. Por fin, el señor Homais abrióla bolsa.-Toma, ahí tienes un sueldo, devuélveme dos ochavos; no olvides mis consejos, teencontrarás mucho mejor.Hivert se permitió en voz alta expresar dudas sobre su eficacia. Pero el boticariocertificó que le curaría él mismo con una pomada antiflogística compuesta por él, y le diosus señas:-Señor Homais, cerca del mercado, suficientemente conocido.-Bueno, en premio -dijo Hivert-, vas a hacernos la comedia.El ciego se desplomó sobre sus piernas, y echando hacia atrás la cabeza al tiempo quegiraba sus ojos verdosos y sacaba la lengua, se frotaba el estómago con las dos manos,mientras que daba una especie de aullido sordo, como un perro hambriento. Emma, llenade asco, le envió por encima del hombro una moneda de cinco francos. Era toda sufortuna. Le parecía hermoso arrojarla así.Ya el coche había arrancado de nuevo cuando de pronto el señor Homais se asomó a laventanilla y gritó:-Nada de farináceos ni de lacticinios. Ropa interior de lana y vapores de bayas deenebro en las partes enfermas.El espectáculo de los objetos conocidos que desfilaban ante sus ojos poco a pocodistraía a Emma de su dolor presente. Una insoportable fatiga la abrumaba, y llegó a sucasa alelada, desanimada, casi dormida.-¡Sea lo que Dios quiera! -se decía.
Y además, ¿quién sabe?, ¿por qué de un momento a otro no podría surgir unacontecimiento extraordinario? El mismo Lheureux podía morir.A las nueve de la mañana la despertó un ruido de voces en la plaza. Había unaaglomeración alrededor del mercado para leer un gran cartel pegado en uno de los postes,y vio a Justino que subía a un guardacantón y que rompía el cartel. Pero en este momentoel guarda rural le puso la mano en el cuello. El señor Homais salió de la farmacia y laseñora Lefrançois parecía estar perorando en medio de la muchedumbre.-¡Señora!, ¡señora! -exclamó Felicidad al entrar-, ¡qué infamia! Y la pobre chica,emocionada, le alargó un papel amarillo que acababa de arrancar en la puerta. Emma leyóen un abrir y cerrar de ojos que todo su mobiliario estaba en venta.Se miraron en silencio. No tenían, la sirvienta y el ama, ningún secreto la una para laotra. Por fin, Felicidad suspiró:-Yo en su lugar, señora, iría a ver al señor Guillaumin.--¿Tú crees?Y esta pregunta quería decir:-Tú que conoces la casa por el criado, ¿es que el amo ha hablado de mí alguna vez?-Sí, vaya, hará bien en ir.Se vistió, se puso el traje negro con capota de cuentas de azabache, y para que no laviesen (seguía habiendo mucha gente en la plaza), se encaminó hacia las afueras delpueblo, por el sendero a orilla del agua.Llegó toda sofocada ante la verja del notario; el cielo estaba oscuro y caía un poco denieve.Al ruido de la campanilla, Teodoro, en chaleco rojo, apareció en la escalinata; vino aabrirle casi familiarmente, como a una conocida, y la hizo pasar al comedor.Una amplia estufa de porcelana crepitaba bajo un cactus que llenaba la hornacina, y enmarcos de madera negra, colgados de la pared empapelada de color roble, estaban laEsmeralda de Steuben con la Putiphar de Shopin. La mesa servida, dos calientaplatos deplata, el pomo de cristal de las puertas, el suelo y los muebles, todo relucía con unalimpieza meticulosa, inglesa; los cristales estaban adornados en cada esquina con vidriosde color.-Este sí que es un comedor -pensaba Emma-, como el que me haría falta a mí.Entró el notario, apretando con el brazo izquierdo contra su cuerpo la bata de casa conpalmas bordadas, mientras que con la otra se quitaba y ponía rápidamente un birrete deterciopelo marrón, caído con presunción sobre e1 lado derecho por donde salían laspuntas de tres mechones rubios que, recogidos en el occipucio, contorneaban su cabezacalva.Después de ofrecerle asiento, se sentó a almorzar, pidiéndole muchas disculpas por ladescortesía.-Señor-empezó Emma-, yo quisiera pedirle...-¿Qué, señora? Dígame.Emma comenzó a exponerle su situación.El señor Guillaumin la conocía, pues estaba en relación con el comerciante de telas, encuya casa encontraba siempre capitales para los préstamos hipotecarios que se hacían ensu notaría.Por tanto, conocía, y mejor que ella, la larga historia de aquellos pagarés, mínimos alprincipio, que llevaban como endosantes nombres diversos, espaciados a largos
- Page 1 and 2:
Gustave FlaubertMADAME BOVARYPRIMER
- Page 3 and 4:
Su padre, el señor Charles-Denis-B
- Page 5 and 6:
historia, o bien un viejo tomo de A
- Page 7 and 8:
sus ropas sus largos brazos flacos,
- Page 9 and 10:
Carlos bajó a la sala, en la plant
- Page 11 and 12:
La madre de Carlos iba a verles de
- Page 13 and 14:
Se quejaba de sufrir mareos desde c
- Page 15 and 16:
De vez en cuando se oían latigazos
- Page 17 and 18:
La novia había suplicado a su padr
- Page 19 and 20:
Carlos estaba, pues, feliz y sin pr
- Page 21 and 22:
4. Obra maestra escrita por Chateau
- Page 23 and 24:
no sintieron verla marchar. La supe
- Page 25 and 26:
las negligencias de Emma, sacaba la
- Page 27 and 28:
CAPÍTULO VIIIA mansión, de constr
- Page 29 and 30:
Carlos fue a besarle en el hombro.-
- Page 31 and 32:
ella hasta el fondo de la galería,
- Page 33 and 34:
corazón era como ellos; al roce co
- Page 35 and 36:
aparador, Felicidad cogía cada noc
- Page 37 and 38:
Y se quedaba poniendo las tenazas a
- Page 39 and 40:
Palidecía y tenía palpitaciones.
- Page 41 and 42:
a pudrirse por arriba, y, a trechos
- Page 43 and 44:
-¡No son los pordioseros como él
- Page 45 and 46:
posadera ya no le escuchaba, presta
- Page 47 and 48:
-¡Oh!, muy pocos -contestó él-.
- Page 49 and 50:
vivido, Yonville, donde estaban, ex
- Page 51 and 52:
le deleitaba. Nada le faltaba ahora
- Page 53 and 54:
En aquel momento, el señor León s
- Page 55 and 56:
Las tapias de las huertas, rematada
- Page 57 and 58:
No venía mucha gente a estas velad
- Page 59 and 60:
Mientras que ella lo contemplaba, g
- Page 61 and 62:
La conversación fue lánguida; Mad
- Page 63 and 64:
un plato mal servido o por una puer
- Page 65 and 66:
salpicada de manchas amarillas que
- Page 67 and 68:
Berta fue a caer al pie de la cómo
- Page 69 and 70:
Cuando llegó a lo alto de la escal
- Page 71 and 72:
-Es cierto -respondió Carlos-; per
- Page 73 and 74:
Frecuentemente le daban desmayos. U
- Page 75 and 76:
alumno con los ojos abiertos, respi
- Page 77 and 78:
De los dos extremos del pueblo lleg
- Page 79 and 80:
poco estirados hacia los pómulos,
- Page 81 and 82:
Madame Bovary volvió a tomar el br
- Page 83 and 84:
¡Oh!, usted se calumnia -dijo Emma
- Page 85 and 86:
parecía completamente absorto en l
- Page 87 and 88:
Una ráfaga de viento que llegó po
- Page 89 and 90:
alcohol. Además, para las estadís
- Page 91 and 92:
través de los cristales, en la som
- Page 93 and 94:
-¡Vamos, siga intentando! -repuso
- Page 95 and 96:
la existencia ordinaria no aparecí
- Page 97 and 98:
-¡Ah!, ¡muy bien!, ¡muy bien! Yo
- Page 99 and 100:
-¿Tienes tus pistolas?-¿Para qué
- Page 101 and 102:
En efecto, la niña se estaba revol
- Page 103 and 104:
temblorosa, ni la mente en tanta te
- Page 105 and 106:
Y le contaban casos de personas que
- Page 107 and 108:
temperamento. Míreme a mí, por ej
- Page 109 and 110:
-¿Qué puedo hacer yo? -exclamó
- Page 111 and 112:
quedó unos minutos palpando en el
- Page 113 and 114:
-¡Vamos!, ¡pobre angel mío, áni
- Page 115 and 116:
-Y tenga esto -dijo la señora Bova
- Page 117 and 118:
-Porque, al fin y al cabo -exclamab
- Page 119 and 120:
dedo y dejó caer desde arriba una
- Page 121 and 122:
Yonville, había tenido que atraves
- Page 123 and 124:
enfermedad de Emma, éste, aprovech
- Page 125 and 126: mundano a los pies de María, por e
- Page 127 and 128: -¡Cartigat(3) ridendo mores, seño
- Page 129 and 130: Madame Bovary compró un sombrero,
- Page 131 and 132: -Sin embargo, él jura vengarse de
- Page 133 and 134: -¿Le gusta esto? -dijo él inclin
- Page 135 and 136: Ella no se alteró a primera vista;
- Page 137 and 138: -Usted en aquel tiempo era para mí
- Page 139 and 140: Ella respondió con una señal de c
- Page 141 and 142: -Esta sencilla losa cubre a Pedro d
- Page 143 and 144: pararse. A veces lo intentaba a inm
- Page 145 and 146: Emma no pensaba ya en preguntar par
- Page 147 and 148: Cuando quitaron el mantel, Bovary n
- Page 149 and 150: Pero, cuando se marchó la suegra,
- Page 151 and 152: Cuando desde lo alto de la cuesta d
- Page 153 and 154: explicaciones como para volver loco
- Page 155 and 156: falda. Además, ¿no era «una muje
- Page 157 and 158: Había incluso días en que, apenas
- Page 159 and 160: -Necesito dinero.Ella declaró que
- Page 161 and 162: -¡Eh!, señora, ¡ya está bien!,
- Page 163 and 164: CAPÍTULO VIEn los viajes que hací
- Page 165 and 166: Y como el pasante seguía firme en
- Page 167 and 168: Y el buen hombre se fue sin decir p
- Page 169 and 170: a falta de otras, le tomaría sin d
- Page 171 and 172: Ahora sentía un cansancio incesant
- Page 173 and 174: -¿Pero dónde encontrarlo? --dijo
- Page 175: -He visitado a tres personas... ¡i
- Page 179 and 180: -¡Usted se aprovecha descaradament
- Page 181 and 182: desconchados de la pared, dos tizon
- Page 183 and 184: hacerte querer. Pero nosotros reanu
- Page 185 and 186: Justino regresó. Ella golpeó el c
- Page 187 and 188: Loco, balbuciente, a punto de despl
- Page 189 and 190: de su talento no lo hubiera hecho t
- Page 191 and 192: mujer, se habría llevado consigo a
- Page 193 and 194: Carlos, sintiéndose más débil qu
- Page 195 and 196: El reloj de la iglesia dio las dos.
- Page 197 and 198: cabellera y su vestido le temblaba
- Page 199 and 200: hombre con gruesa chaqueta oscura s
- Page 201 and 202: las doce. El pueblo, como de costum
- Page 203 and 204: los que se permitía a los vagabund
- Page 205 and 206: soberano una petición en que le su