interminables, llenos de alegrías melancólicas y de zalamerías parlanchinas. En lasoledad de su vida, trasplantó a aquella cabeza infantil todas sus frustraciones. Soñabacon posiciones elevadas, le veía ya alto, guapo, inteligente, situado, ingeniero decaminos, canales y puertos o magistrado. Le enseñó a leer a incluso, con un viejo pianoque tenía, aprendió a cantar dos o tres pequeñas romanzas. Pero a todo esto el señorBovary, poco interesado por las letras, decía que todo aquello no valía la pena.4. Las ideas pedagógicas del Emilio de Rousseau siguen vigentes y el padre de Carlos Bovary las asumecomo programa para la educación de su hijo, al que incorpora sus propias ideas pintorescas.¿Tendrían algún. día con qué mantenerle en las escuelas del estado, comprarle un cargoo un traspaso de una tienda? Por otra parte, un hombre con tupé(5) triunfa siempre en elmundo. La señora Bovary se mordía los labios mientras que el niño andaba suelto por elpueblo.5. Un caradura.Se iba con los labradores y espantaba a terronazos los cuervos que volaban. Comíamoras a lo largo de las cunetas, guardaba los pavos con una vara, segaba las mieses,corría por el bosque, jugaba a la rayuela en el pórtico de la iglesia y en las grandes fiestaspedía al sacristán que le dejase tocar las campanas, para colgarse con todo su peso de lacuerda grande y sentirse transportado por ella en su vaivén.Así creció como un roble, adquiriendo fuertes manos y bellos colores.A los doce años, su madre consiguió que comenzara sus estudios. Encargaron de ellosal cura. Pero las lecciones eran tan cortas y tan mal aprovechadas, que no podían servir degran cosa. Era en los momentos perdidos cuando se las daba, en la sacristía, de pie,deprisa, entre un bautizo y un entierro; o bien el cura mandaba buscar a su alumnodespués del Angelus, cuando no tenía que salir. Subían a su cuarto, se instalaban los dosjuntos: los moscardones y las mariposas nocturnas revoloteaban alrededor de la luz.Hacía calor, el chico se dormía, y el bueno del preceptor, amodorrado, con las manossobre el vientre, no tardaba en roncar con la boca abierta. Otras veces, cuando el señorcura, al regresar de llevar el Viático a un enfermo de los alrededores, veía a Carlosvagando por el campo, le llamaba, le sermoneaba un cuarto de hora y aprovechaba laocasión para hacerle conjugar un verbo al pie de un árbol. Hasta que venía ainterrumpirles la lluvia o un conocido que pasaba. Por lo demás, el cura estaba contentode su discípulo e incluso decía que tenía buena memoria.Carlos no podía quedarse así. La señora Bovary tomó una decisión. Avergonzado, omás bien cansado, su marido cedió sin resistencia y se aguardó un año más hasta que elchico hiciera la Primera Comunión.Pasaron otros seis meses, y al año siguiente, por fin, mandaron a Carlos al Colegio deRouen, adonde le llevó su padre en persona, a finales de octubre, por la feria de SanRomán.Hoy ninguno de nosotros podría recordar nada de él. Era un chico de temperamentomoderado, que jugaba en los recreos, trabajaba en las horas de estudio, estaba atento enclase, dormía bien en el dormitorio general, comía bien en el refectorio. Tenía por tutor aun ferretero mayorista de la calle Ganterie, que le sacaba una vez al mes, los domingos,después de cerrar su tienda, le hacía pasearse por el puerto para ver los barcos y despuésle volvía a acompañar al colegio, antes de la cena. Todos los jueves por la noche escribíauna larga carta a su madre, con tinta roja y tres lacres; después repasaba sus apuntes de
historia, o bien un viejo tomo de Anacharsis(6) que andaba por la sala de estudios. En elpaseo charlaba con el criado, que era del campo como él.6. Anacharsis en Grèce es el título de un libro escrito por el padre Barthélemy, en 1708, y que constituyeuna reconstitución hábil de la vida pública y privada de los griegos en el siglo IV a. C.A fuerza de aplicación, se mantuvo siempre hacia la mitad de la clase; una vez inclusoganó un primer accéssit de historia natural. Pero, al terminar el tercer año, sus padres leretiraron del colegio para hacerle estudiar medicina, convencidos de que podía por sí soloterminar el bachillerato.Su madre le buscó una habitación en un cuarto piso, que daba a l'Eau-de-Robec, en casade un tintorero conocido. Ultimó los detalles de la pensión, se procuró unos muebles, unamesa y dos sillas, mandó buscar a su casa una vieja cama de cerezo silvestre y compróademás una pequeña estufa de hierro junto con la leña necesaria para que su pobre hijo secalentara. Al cabo de una semana se marchó, después de hacer mil recomendaciones a suhijo para que se comportase bien, ahora que iba a «quedarse solo».El programa de asignaturas que leyó en el tablón de anuncios le hizo el efecto de unmazazo: clases de anatomía, patología, fisiología, farmacia, química, y botánica, y declínica y terapéutica, sin contar la higiene y la materia médica, nombres todos cuyasetimologías ignoraba y que eran otras tantas puertas de santuarios llenos de augustastinieblas.No se enteró de nada de todo aquello por más que escuchaba, no captaba nada. Sinembargo, trabajaba, tenía los cuadernos forrados, seguía todas las clases, no perdía unasola visita. Cumplía con su tarea cotidiana como un caballo de noria que da vueltas conlos ojos vendados sin saber lo que hace.Para evitarle gastos, su madre le mandaba cada semana, por el recadero, un trozo deternera asada al horno, con lo que comía a mediodía cuando volvía del hospital dandopatadas a la pared. Después había que salir corriendo para las lecciones, al anfiteatro, alhospicio, y volver a casa recorriendo todas las calles. Por la noche, después de la frugalcena de su patrón, volvía a su habitación y reanudaba su trabajo con las ropas mojadasque humeaban sobre su cuerpo delante de la estufa al rojo.En las hermosas tardes de verano, a la hora en que las calles tibias están vacías, cuandolas criadas juegan al volante(7) en el umbral de las puertas, abría la ventana y seasomaba. El río que hace de este barrio de Rouen como una innoble pequeña Venecia,corría a11á abajo, amarillo, violeta, o azul, entre puentes, y algunos obreros agachados ala orilla se lavaban los brazos en el agua.7 Se juega con raquetas, como el tenis, y consiste en lanzar y devolver una pelota ligera de corcho o demadera, provisto de unas plumas en corona.De lo alto de los desvanes salían unas varas de las que colgaban madejas de algodónpuestas a secar al aire. Énfrente, por encima de los tejados, se extendía el cielo abierto ypuro, con el sol rojizo del ocaso. ¡Qué bien se debía de estar allí! !Qué frescor bajo elbosque de hayas! Y el muchacho abría las ventanas de la nariz para aspirar los buenosolores del campo, que no llegaban hasta él.Adelgazó, creció y su cara tomó una especie de expresión doliente que le hizo casiinteresante.
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-Usted en aquel tiempo era para mí
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Y como el pasante seguía firme en
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