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Carole Mortimer - Publidisa

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<strong>Carole</strong> <strong>Mortimer</strong>El aristócrata protector


<strong>Carole</strong> <strong>Mortimer</strong>El aristócrata protector


Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.Núñez de Balboa, 5628001 Madrid© 2011 <strong>Carole</strong> <strong>Mortimer</strong>. Todos los derechos reservados.EL ARISTÓCRATA PROTECTOR, N.º 61 - enero 2012Título original: Taming the Last St ClairePublicada originalmente por Mills & Boon ® , Ltd., Londres.Publicada en español en 2012Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV.Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradaspor Harlequin Books S.A.® y son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.I.S.B.N.: 978-84-9010-398-2Editor responsable: Luis Pugni


Capítulo 1Vas a pasarte ahí toda la mañana, mirándomecon aire de superioridad, o vas a haceralgo útil y te vas a ofrecer a ayudarmea subir una de estas cajas?Gideon cerró los ojos. Contó hasta diez. Despacio.Respiró hondo. Espiró. Todavía más despacio.Y luego volvió a abrir los ojos.Joey McKinley seguía allí. De hecho, se habíaincorporado y ya no estaba inclinada sobre el maleterode su coche, que estaba aparcado dos plazasmás allá que el suyo, en el aparcamiento subterráneo,estaba golpeando el suelo de cementocon la punta de sus zapatos de tacón. Gideon habíasabido que aquella mujer iba a convertirse ensu cruz durante las cuatro siguientes semanas, siél se lo permitía.Joey McKinley tenía veintiocho años, estaturamedia, pelo corto y rojizo, retirado de su bonitorostro, unos retadores ojos verdes y la piel claray suave, la pequeña nariz salpicada de pecas yunos labios sensuales. La delgadez de su atlético


4cuerpo estaba enfatizada por un traje de chaquetanegro y una blusa de seda del mismo verde jadeque sus ojos.–¿Y? –lo retó la joven de nuevo, golpeando conmayor rapidez el suelo y arqueando las cejas.Gideon volvió a respirar y consideró las diferentesmaneras en las que podría causar dolor asu hermano mayor, Lucan, por haberlo colocadoen semejante situación. No quería hacerle dañode verdad, pero sí que sufriese un poco. Gideonno tendría ningún reparo al respecto. Era evidenteque a su hermano Lucan no le preocupaba lo másmínimo su bienestar, por eso lo había cargadocon aquella mujer sin pensárselo dos veces.Gideon llevaba las últimas treinta y seis horasdándole vueltas al tema. Desde que Lucan le habíainformado, en su boda, el sábado por la tarde,de que mientras Gideon ocupase temporalmenteel puesto de director general de st Claire Corporationmientras él y Lexie se marchaban de lunade miel, Joey McKinley ocuparía su puesto comorepresentante legal de la empresa.Gideon le había dicho a su hermano que eracapaz de compaginar ambos puestos, pero Lucanno le había hecho ni caso. También lo había ignoradocuando él le había confesado que tenía dudasacerca de poder trabajar con Joey McKinley.Gideon la respetaba como abogada, dado quesólo había oído comentarios positivos de otros


colegas acerca de su capacidad en las salas de justicia,pero en los demás aspectos, era capaz de ponerlelos pelos de punta.su cabeza era como un faro que iluminabacualquier habitación en la que estuviese, y teníauna risa ronca y sensual que hacía que todos loshombres la mirasen. Las dos veces anteriores queGideon la había visto, había ido con vestido. Laprimera, dos meses antes, en la boda de stephanie,hermana de ella, y Jordan, hermano de él, quehabía ido ataviada con un vestido ajustado de colorverde. Y la segunda, en la boda de Lucan yLexie, el sábado anterior, que se había puesto unvestido rojo que en vez de chocar con el color desu pelo, lo había realzado todavía más.Con el traje negro de esa mañana tenía que haberparecido profesional y seria, pero... no. Lachaqueta era corta y entallada, y se había dejadolos tres botones más altos de la blusa desabrochados,con lo que se veía la parte alta de los generosospechos. La falda también dejada al descubiertouna buena parte de sus torneadas piernas.En otras palabras, Joey McKinley era...–¡Los he visto más rápidos! –le gritó ella.... como una espina clavada.Gideon volvió a respirar para tranquilizarse.–¿siempre eres tan brusca?Qué pregunta tan tonta. La conocía lo suficientementebien como para saber que Joey siempre5


6decía lo primero que se le pasaba por la cabeza.algo que a él, que siempre medía sus palabras antesde hablar, le resultaba, como poco, perturbador.El siguiente comentario de Joey fue otro ejemplode su hosquedad:–Tal vez no tuviese que serlo si te dignases devez en cuando a ser menos altivo y volver al mundoreal con el resto de los mortales.Gideon se estremeció. sólo la había visto...¿Cuántas?... ¿Cuatro veces en total? La última habíasido dos días antes, en la boda de Lucan y Lexie,y la anterior, nueve semanas antes, en su despachode Pickard, Pickard y Wright, al que habíaido a informarla de que había conseguido sacar asu hermana gemela, stephanie, de una complicadasituación jurídica. Dos semanas después sela había encontrado en la preparación de la bodade su hermano gemelo, Jordan, y stephanie, yluego habían vuelto a verse en la boda una semanadespués.Gideon frunció el ceño al recordar su perplejidaddurante la ceremonia. Todo había ido comola seda antes de la boda y Gideon, que había sidoel testigo de su hermano, se había asegurado dellegar con Jordan a la boda con mucho tiempo deantelación. Gideon había tenido un nudo de emociónen la garganta, por su hermano, al ver llegara stephanie a la iglesia. Hasta que Gideon había


7visto la expresión de burla del rostro de Joey, queiba justo detrás de su gemela.aunque aquello no le sorprendiese. Joey y élse habían caído mal nada más verse. Pero lo quehabía dejado a Gideon de piedra había ocurridodespués, cuando todo el mundo se había sentadomientras los novios y sus testigos firmaban las actas,y un ángel se había puesto a cantar.Una sola voz había llenado la iglesia, una vozdulce, clara, perfecta.Gideon jamás había oído nada tan bello comoaquella voz. se había sentido aturdido, completamentecautivado por aquel melódico sonido, asíque había tardado uno o dos minutos en darsecuenta de que todos los invitados estaban mirandohacia el lado derecho de la iglesia, y entonceshabía visto que el «ángel» en cuestión era nimás ni menos que Joey McKinley.Joey no tenía ni idea de por qué Gideon stClaire sacaba siempre lo peor de ella. Hasta talpunto, que disfrutaba provocándolo. Tal vez fuesesu actitud de superioridad lo que la molestaba. Oel hecho de verlo siempre tan frío. Era un hombrecontenido desde la cabeza, con el pelo rubio cortadoa la perfección, pasando por los trajes a medidaque vestía, siempre acompañados de camisablanca y corbata de seda, hasta el coche deportivo


8que conducía. ¡si ella hubiese sido tan rica comodecían que era él, habría tenido por lo menos unFerrari rojo!O tal vez estuviese resentida con él porque unpar de meses antes había conseguido solucionarun problema muy delicado de su hermana. Cosaque ella, por mucho que lo había intentado, no habíalogrado hacer.En cualquier caso, no podía ser porque eramuy guapo, porque no parecía haberse fijado lomás mínimo en ella como mujer.Tenía el pelo de color miel, demasiado cortopara su gusto; los ojos marrones, intensos; los pómulos,marcados; los labios, sensuales; y unamandíbula arrogante y cuadrada.La primera vez que lo había visto, no se habíaatrevido, pero la segunda se había parado a estudiarlocon detenimiento y Joey estaba segura, ajuzgar por su manera de moverse, como un depredador,de que el cuerpo que había debajo deaquellos trajes de diseño era atlético y musculoso.Y todo eso significaba que Gideon st Claireestaba para comérselo. aunque seguro que si selo decía hería su reservada sensibilidad.Teniendo en cuenta lo guapo que era, a Joey lehabía extrañado que asistiese solo a la boda desus dos hermanos. Como, además, no parecía habersefijado en ella como mujer, Joey le habíapreguntado a su hermana si le gustaban los hom-


es en vez de las mujeres. su hermana le habíacontestado que no y se había pasado cinco minutossin poder parar de reírse.así que a don arrogante Reservado y sensualle gustaban las mujeres... ¡pero no ella!Bueno, le daba igual. Tal vez Gideon st Clairefuese uno de los hombres más atractivos que habíaconocido, pero su falta de interés por ella hacíaque Joey se pusiese siempre a la defensiva.–¿Tienes laringitis, o no te gustan las mañanas?–le preguntó.–¿Qué tal si dejas de hablar y me das tiempo acontestar? –le replicó él en tono tenso.Y a ella le pareció además que tenía una vozmuy sensual, lo que hizo que suspirase en silencio.Gideon no se movió para acercarse a ella.–señorita McKinley...–Joey.–¿Te importaría que te llamase Josephine?–En absoluto, siempre y cuando a ti no te importeque reaccione como reaccioné la última vezque alguien intentó hacer algo así –le contestó ellacon toda naturalidad–. Terminó con un ojo morado–añadió sonriendo.Él arqueó las cejas.–¿No te gusta el nombre de Josephine?–Es evidente que no.Gideon se dio cuenta de que aquello no ibabien. Había llegado a la conclusión, desde que9


10Lucan había hablado con él el sábado por la noche,de que la única solución a aquel problemaera hablar con Joey y explicarle por qué pensabaque no iban a poder trabajar juntos. En cualquiercaso, seguro que ella también era consciente deque lo veían todo de manera diferente.Y le había parecido un plan razonable. Hastaque se había encontrado con ella en persona. sólohabía necesitado un par de minutos de conversaciónpara darse cuenta de que su conclusión habíasido la correcta. No obstante, también sabía quesi sugería que no iban a poder trabajar juntos durantetodo un mes, Joey McKinley se empeñaríaen hacer exactamente lo contrario.Por una vez en su ordenada vida, Gideon no teníani idea de qué hacer para lograr su objetivo.sólo sabía que no podría trabajar cerca de aquellajoven durante cuatro semanas y mantenerse cuerdoal mismo tiempo.Ni aunque cantase como un ángel...El hecho de que Lucan hubiese anunciado queiba a tomarse un mes entero para la luna de miel,durante el cual iba a estar completamente incomunicado,ya era insólito en sí mismo.aunque Gideon no tendría que haberse sorprendido.sus dos hermanos estaban actuando demanera impredecible desde que habían conocidoa sus mujeres y se habían casado con ellas. Y noera que a él no le gustasen stephanie y Lexie, le


11gustaban. Era el cambio de sus hermanos lo quelo desconcertaba.Jordan era un actor de éxito que había salidocon muchas actrices bellas y modelos durante losúltimos diez años, y se había enamorado de aquellafisioterapeuta dos meses antes. Tanto que habíaadaptado los horarios de rodaje de su últimapelícula a los horarios de la clínica que stephaniehabía abierto en Los Ángeles.Y Lucan nunca se había tomado más de un parde días libres hasta que había conocido y se habíaenamorado de Lexie. De hecho, siempre había estadoal frente de la empresa que él mismo habíalevantado y que se había convertido en una de lasmás importantes del mundo.Los tres hermanos st Claire tenían en común sumotivación en el trabajo: Gideon como abogado,Jordan como actor y Lucan como empresario.Pero eso había cambiado en los dos últimosmeses. Y Gideon, que era un hombre que preferíael orden y la continuidad, todavía estaba intentandoacostumbrarse. algo que le iba a costar aúnmás estando a todas horas con la pesada de JoeyMcKinley.–De acuerdo. Entonces, Joey –le dijo–. Estoyseguro de que a Pickard, Pickard y Wright, a JasonPickard en particular, le ha dado mucha penaverte marchar.–¿Marchar adónde exactamente?


12Gideon la miró con impaciencia.–Venir aquí, por supuesto.Joey lo miró sorprendida.–Lo siento, pero vas a tener que explicarme loque quieres decir. sobre todo, el comentario deJason Pickard, en particular –le respondió ella entono frío.a Gideon no le gustaba tener aquella conversaciónprivada en un aparcamiento público, dondepodía oírlos cualquier trabajador de la empresa.Eran poco más de las ocho de la mañana y casitodo el mundo llegaba a partir de las nueve, perono sería profesional que alguien viese al directoren funciones hablando con una mujer desconocidaen el aparcamiento.Gideon llegó a su lado en tres zancadas y enseguidaaspiró el suave pero embriagador aroma desu perfume. La elección le sorprendió. se habíaimaginado que una mujer con una personalidad tanfuerte llevaría un perfume a juego con ella. No lepegaba una fragancia delicada y sutilmente sensual.apretó los labios.–sólo quería expresarte mi comprensión antela inaceptable idea de Lucan de pedirte que dejestu puesto en Pickard, Pickard y Wright para venira trabajar aquí sólo cuatro semanas.Joey se distrajo un momento al ver moverse aGideon con la gracia de un gato montés.Volvió a pensar que era un desperdicio, un hom-


13bre así con una camisa abrochada de arriba abajo.Con que se esforzase sólo un poco, sería un hombre,además de guapo, devastador para cualquiermujer con sangre en las venas.Con el pelo un poco más largo parecería másjoven y estaría más sexy. Y lo mismo si se quitaseesos trajes. Con unos vaqueros desgastados y unacamiseta negra ajustada, que se pegase a sus musculososbrazos y pecho, cualquier mujer tendríaun orgasmo sólo con mirarlo.Joey sonrió para sí misma, imaginando la expresiónde horror que pondría Gideon si llegase aimaginarse lo que estaba pensando de él.–¿Hay algo que te hace gracia?a Joey le hacía gracia imaginarse a un Gideonst Claire más relajado y sexy, aunque darse cuentade lo mucho que podría llegar a atraerle ya no lepareciese tan gracioso.Intentó centrarse y lo miró a la cara. aquel hombreno era su tipo. a ella le gustaban los hombresque se atrevían a probar cosas nuevas. Gideondaba la impresión de ser de los que, como mucho,corrían el riesgo de cambiar los calcetines negrospor unos grises.Joey respiró hondo.–No me he marchado de Pickard, Pickard yWright; los socios principales me han dado unmes de excedencia para poder ayudar a Lucan.–¿Y cuándo lo organizó todo Lucan? –le pre-

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