ganamos dos guerras atómicas. ¿Nos divertirnos tanto en casa que nos hemosolvidado del mundo? ¿Acaso somos tan ricos y el resto del mundo tan pobreque no nos preocupamos de ellos? He oído rumores. El mundo padecehambre, pero nosotros estamos bien alimentados. ¿Es cierto que el mundotrabaja duramente mientras nosotros jugamos? ¿Es por eso que se nos odiatanto? También he oído rumores sobre el odio, hace muchísimo tiempo.¿Sabes tú por qué? ¡Yo no, desde luego! Quizá los libros puedan sacarnos amedias del agujero. Tal vez pudieran impedirnos que cometiéramos los mismosfunestos errores. No esos estúpidos en tu sala de estar hablando de, Dios,Millie, ¿no te das cuenta? Una hora al día, horas con estos libros, y tal vez...Sonó el teléfono. Mildred descolgó el aparato.-¡Ann! -Se echó a reír.- ¡Sí, el Payaso Blanco actúa esta noche!Montag se encaminó a la cocina y dejó el libro abajo.«Montag -se dijo-, eres verdaderamente estúpido ¿Adónde vamos desde aquí?¿Devolveremos los libros, los olvidamos?»Abrió el libro, no obstante la risa de Mildred.«¡Pobre Millie! -pensó-. ¡Pobre Montag! También para ti carece de sentido.Pero, ¿dónde puedes conseguir ayuda, dónde encontrar a un maestro a estasalturas?»Aguardó. Montag cerró los ojos. Sí, desde luego. Volvió a encontrarsepensando en el verde parque un año atrás. Últimamente, aquel pensamientohabía acudido muchas veces a su mente, pero, en aquel momento, recordó conclaridad aquel día en el parque de la ciudad, cuando vio a aquel viejo vestidode negro que ocultaba algo, con rapidez, bajo su chaqueta.El viejo se levantó de un salto, como si se dispusiese a echar a correr. YMontag dijo:-¡Espere!-¡No he hecho nada! -gritó el viejo, tembloroso-Nadie ha dicho lo contrario.Sin decir una palabra, permanecieron sentados momento bajo la suave luzverdosa; y, luego, habló del tiempo, respondiendo el viejo con voz. descolorida.Fue un extraño encuentro. El viejo admitió ser un profesor de Literatura retiradoque, cuarenta años atrás, se quedó sin trabajo cuando la última universidad deArtes Liberales cerró por falta de estudiantes. Se llamaba Faber, y, cuando porfin dejó de temer a Montag, habló con voz llena de cadencia, contemplando elcielo, los árboles y el exuberante parque; y al cabo de una hora dijo algo aMontag, y éste se dio cuenta de que era un poema sin rima. Después, el viejoaún se mostró más audaz y dijo algo, y también se trataba de un poema. Faber
apoyó una mano sobre el bolsillo izquierdo de su chaqueta y pronunció laspalabras con suavidad, y Montag comprendió que, si alargaba la mano, sacaríadel bolsillo del viejo un libro de poesías. Pero no lo hizo. Sus manospermanecieron sobre sus rodillas, entumecidas e inútiles.-No hablo de cosas, señor -dijo Faber-. Hablo del significado de las cosas. Mesiento aquí y sé que estoy vivo.En realidad, eso fue todo. Una hora de monólogo, un poema, un comentario; y,luego, sin ni siquiera aludir el hecho de que Montag era bombero, Faber, concierto temblor, escribió su dirección en un pedacito de papel.-Para su archivo -dijo-, en el caso de que decida enojarse conmigo.-No estoy enojado -dijo Montag sorprendido-.Mildred rió estridentemente en el vestíbulo.Montag fue al armario de su dormitorio y buscó en su pequeño archivo, en lacarpeta titulada: FUTURAS INVESTIGACIONES (?). El nombre de Faberestaba allí. Montag no lo había entregado, ni borrado.Marcó el número de un teléfono secundario. En el otro extremo de la línea, elaltavoz repitió el nombre de Faber una docena de veces antes de que elprofesor contestara con voz débil. Montag se identificó y fue correspondido conun prolongado silencio.-Dígame, Mr. Montag.-Profesor Faber, quiero hacerle una pregunta bastante extraña, ¿Cuántosejemplares de la Biblia quedan en este país?-¡No sé de qué me está hablando!-quiero saber si queda algún ejemplar.-¡Esto es una trampa! ¡No puedo hablar con el primero que me llama porteléfono!-¿Cuántos ejemplares de Shakespeare y de Platón?-¡Ninguno! Lo sabe tan bien como yo. ¡Ninguno!Faber colgó.Montag dejó el aparato. Ninguno. Ya lo sabía, de luego, por las listas delcuartel de bomberos. Pero, sin embargo, quiso oírlo de labios del propio Faber.En el vestíbulo, el rostro de Mildred estaba lleno de excitación.
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Pero había llegado al río.Lo toc
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miraría por la ventana del coberti
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Y se sorprendió de saber cuán seg
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Granger puse el televisor en marcha
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-Estamos acostumbrados a eso. Todos
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para nosotros, y se dedicó a mil a
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Resultaba increíble. Sólo un gest
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Montag miró hacia el río. «Iremo
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para dejar que Granger pasara; pero