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tercer libro cincuenta sombras liberadas

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10Tengo el corazón acelerado y la sangre me retumba en los oídos; el alcohol que fluye por mi cuerpoamplifica el sonido.—¿Está…? —Doy un respingo, incapaz de acabar la frase, y miro a Ryan con los ojos muy abiertos,aterrorizada. Ni siquiera puedo mirar a la figura tirada en el suelo.—No, señora. Solo inconsciente.Siento un gran alivio. Oh, gracias a Dios.—¿Y tú? ¿Estás bien? —le pregunto a Ryan. Me doy cuenta de que no sé su nombre de pila. Resoplacomo si hubiera corrido un maratón. Se limpia la boca para quitarse un resto de sangre y veo que se le estáformando un cardenal en la mejilla.—Ha sido duro de pelar, pero estoy bien, señora Grey. —Me sonríe para tranquilizarme. Si le conocieramejor diría que incluso tiene cierto aire de suficiencia.—¿Y Gail? Quiero decir, la señora Jones… —Oh, no… ¿Estará bien? ¿Le habrá hecho algún daño?—Estoy aquí, Ana. —Miro detrás de mí y la veo en camisón y bata, con el pelo suelto, la cara cenicienta ylos ojos muy abiertos. Como los míos, supongo—. Ryan me despertó e insistió en que me metiera aquí —diceseñalando detrás de ella el despacho de Taylor—. Estoy bien. ¿Está usted bien?Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación delpánico que hay junto al despacho de Taylor. ¿Quién podía saber que la íbamos a necesitar tan pronto?Christian insistió en instalarla poco después de nuestro compromiso. Y yo puse los ojos en blanco. Ahora, alver a Gail de pie en el umbral, me alegro de la previsión de Christian.Un crujido procedente de la puerta del vestíbulo me distrae. Está colgando de sus goznes. Pero ¿qué le hapasado?—¿Estaba solo? —le pregunto a Ryan.—Sí, señora. No estaría usted ahí de pie de no ser así, se lo aseguro. —Ryan parece vagamente ofendido.—¿Cómo entró? —sigo preguntando ignorando su tono.—Por el ascensor de servicio. Los tiene bien puestos, señora.Miro la figura tirada de Jack. Lleva algún tipo de uniforme… Un mono, creo.—¿Cuándo?—Hace unos diez minutos. Lo vi en el monitor de seguridad. Llevaba guantes… algo un poco extraño enagosto. Le reconocí y decidí dejarle entrar. Así le tendríamos. Usted no se hallaba en casa y Gail estaba enlugar seguro, así que me dije que era ahora o nunca. —Ryan parece de nuevo muy orgulloso de sí mismo ySawyer le mira con el ceño fruncido por la desaprobación.¿Guantes? Eso me sorprende y vuelvo a mirar a Jack. Sí, lleva unos guantes de piel marrón. ¡Quéespeluznante!—¿Y ahora qué? —pregunto intentando olvidar los distintos pensamientos que están surgiendo en mi

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