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Extracto del libro - Acantilado

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mi vida con franz kafkahablando como si escuchaba. No miraban asustados, comose ha afirmado alguna vez de él. Más bien había en ellos unaexpresión de asombro. Tenía los ojos marrones, tímidos, yresplandecían cuando hablaba. En ellos aparecía de vez encuando una chispa de humor, que sin embargo era menosirónica que pícara, como si supiera cosas que las demás personasdesconocían. Pero carecía por completo de sentido <strong>del</strong>a solemnidad. Tenía por lo general una manera muy vivade hablar, y le gustaba hacerlo. Su forma de expresarse en elcurso de una conversación era tan plástica como sus obras.Cuando conseguía describir especialmente bien lo que sele pasaba por la mente, aquello al parecer le llenaba de lamisma satisfacción que siente un artesano frente al trabajobien hecho. Sus muñecas eran <strong>del</strong>gadas y sus dedos largosy etéreos. Aquellos dedos cobraban vida cuando contabauna historia, y acompañaban sus palabras conversando tambiénellos. No hablaba tanto con las manos como con los dedos.A menudo nos divertía proyectar sombras en la paredcon las manos, para lo que él poseía una habilidad extraordinaria.Kafka estaba siempre de buen humor. Le gustabajugar. Era un compañero de juegos nato, siempre dispuestoa cualquier broma. No creo que las depresiones fueransu característica más acusada. No se sucedían con regularidad,y en la mayor parte de los casos tenían un motivo directo,que se podía determinar con exactitud. Por ejemplo,cuando volvía a casa de la ciudad. Entonces a menudo estabamás que deprimido. Todo su ser se rebelaba. Fue durantela época de la inflación. Kafka sufría mucho por las condicionesde vida externas, aunque consigo mismo procedíacon mucho rigor. En su opinión, no tenía ningún derecho adesentenderse de lo que ocurría a su alrededor. Para él, elcamino hasta la ciudad suponía siempre una especie de subidaal Gólgota, un esfuerzo que casi lo aniquilaba. Era capaz

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