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Testimonios de una escritura política<br />

Julio <strong>Cortázar</strong><br />

NICARAGUA TAN VIOLENTAMENTE DULCE<br />

dedicados a la cultura, entre los que se destaca por su gran difusión<br />

el suplemento Ventana, del diario Barricada, donde no sólo hay<br />

abundante material literario sino estético, con reproducciones de<br />

pinturas y trabajos críticos de alta calidad.<br />

Todo esto se refleja cada vez más vivamente en la respuesta<br />

popular a los actos culturales, a los que no se va por compromiso<br />

o para matar el tiempo, sino en busca de un diálogo directo con<br />

los poetas, los narradores y los artistas plásticos y musicales. Bien<br />

pudimos apreciarlo Gabriel García Márquez, Rogelio Sinán y yo la<br />

noche en que leímos algunos de nuestros textos ante un público<br />

que llenaba un parque popular de Managua; centenares de adultos,<br />

jóvenes y niños sentados en el césped siguieron con avidez cada<br />

palabra de la lectura. Personalmente no me gusta leer mis textos<br />

en voz alta ni escuchar los ajenos, supongo que por el mal hábito de<br />

la lectura solitaria, y esa noche tuve miedo de que el acto resultara<br />

demasiado largo, y que la gente se quedara solamente por cortesía:<br />

Pero cuando salíamos, un grupo de jóvenes se me acercó para<br />

decirme que estaban cordialmente enojados porque habíamos<br />

leído demasiado poco...<br />

Llego al final de estos fragmentos de recuerdos, y algunas<br />

imágenes sueltas buscan fijarse como despedida. Al igual que<br />

toda nuestra América el encanto de la inocencia popular, siempre<br />

mezclada con ironía y humor, no conoce límites. Como el cartel de<br />

una humilde tienda en los barrios orientales, donde se puede leer:<br />

Barbería Demetrio, técnica unisex, anuncio que le deja a uno pensativo.<br />

En una tienda se vende un cartel para poner en la oficina: En las<br />

horas de trabajo, las visitas al carajo. Vi una miserable choza de paja<br />

y latas viejas levantada en un descampado del centro de la ciudad,<br />

donde una anciana instalada en su hamaca espera pacientemente<br />

la llegada de quienes quieren comprarle sus buñuelos. En lo alto<br />

de la choza, un cartel dice inexplicablemente: C.I.T., y en el terreno<br />

baldío lleno de malezas y charcos, otro cartel indica: Parking reservado<br />

a la clientela de C.I.T.<br />

Por tantas cosas así, no puedo irme de Nicaragua sin que la<br />

ternura sea mi sentimiento dominante, esa ternura que me hace<br />

volver a ella cada vez que puedo. Y pienso una vez más en una frase<br />

del comandante Tomás Borge que tan bien resume lo que aquí no<br />

alcanzo a decir: “No se puede ser revolucionario sin ternura en los<br />

ojos y en las manos, sin amor a los pobres y a los niños”.<br />

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