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el sueño de la aldea<br />
Héctor Manjarrez: las formas<br />
de la pasión<br />
héctor manjarrez<br />
‣<br />
Olmo Balam<br />
Los personajes de Héctor Manjarrez (Ciudad<br />
de México, 28 de octubre de 1945)<br />
recorren, aman y viven aventuras en ciudades,<br />
como el autor mismo a lo largo<br />
de su vida. Ya sea París, Londres o Belgrado,<br />
las ciudades de Manjarrez –pues las<br />
ha hecho suyas por medio de su potencia<br />
literaria y mnemónica– son lugares<br />
que le sirven de escenografía a sus relatos,<br />
pero también son organismos vivientes,<br />
entrelazados con el drama, el sexo,<br />
las comunidades hippies y los soñadores<br />
vagabundos, hijos de puta entrañables,<br />
la política y el humor, la revolución (con<br />
R también), los errores y horrores de la<br />
vanguardia y el espíritu juvenil, la unión<br />
y no la separación cartesiana de la mente<br />
y el cuerpo.<br />
El estilo que ha vuelto característica<br />
la obra de Manjarrez amalgama las<br />
flexiones de la jerga chilanga –lo que<br />
a veces lo colocaba entre los escritores<br />
de la Onda– y las del hombre culto, el<br />
hombre que ha leído mucho sin necesidad<br />
de contraer bodas con una facción<br />
literaria o con una teoría de la escritura.<br />
La capacidad para modular esos<br />
dos tonos le da a sus libros, cada uno<br />
más perfeccionado que el anterior, una<br />
voz entrañable y solemne a la vez.<br />
Ese estilo se dio con algunos experimentos<br />
iniciáticos en las últimas horas<br />
del festín vanguardista: los tres relatos<br />
de Acto propiciatorio (1970) y su primera<br />
novela, Lapsus (1971), un libro desafiante<br />
y en ocasiones ilegible que cuenta la<br />
historia de Huberto Haltter y Humberto<br />
Heggo a través de fragmentos <strong>escritos</strong> en<br />
español, francés, inglés, un largo aparato<br />
de notas al final del libro y dislocaciones<br />
joyceanas. Esa primera fase culminó<br />
en 1977 con el poemario El golpe avisa.<br />
Después vendrían las obras que corregirían<br />
ese primer amor loco por la rareza<br />
y la extravagancia para concentrarse en<br />
el que ha sido el tema de Manjarrez, eso<br />
que sus lectores solemos reconocer con<br />
el nombre de amor, pero que él llama la<br />
pasión por las personas amadas, sus manifestaciones<br />
en el erotismo, el romance,<br />
el desamparo y la familia. Pues no<br />
todos los amores son románticos.<br />
De ese segundo ciclo es el libro que le<br />
valió el Premio Xavier Villaurrutia, No<br />
todos los hombres son románticos (1983),<br />
conjunto de cuentos donde comienza a<br />
examinar ese dúo omnipresente en su<br />
obra: la ciudad y las mujeres. <strong>Posteriormente</strong><br />
publicó una segunda serie de<br />
poemas (la zona menos conocida de sus <strong>escritos</strong>),<br />
Canciones para los que se han<br />
separado (1985); la novela compuesta<br />
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por episodios semejantes a cuentos, Pasaban<br />
en silencio nuestros dioses (1987);<br />
un libro de ensayos literarios, El camino<br />
de los sentimientos (1990), que parece una<br />
galería con retratos de amigos íntimos<br />
–sean Kerouac, Cortázar, Gombrowicz,<br />
Kundera o Revueltas–; los relatos de Ya<br />
casi no tengo rostro (1996) y la novela El<br />
otro amor de su vida (1999). Recibió el<br />
siglo xxi con El horror es familiar (2001);<br />
Rainey, el asesino (2002); la novela sobre<br />
los engaños del arte contemporáneo, La<br />
maldita pintura (2004); un segundo libro<br />
de ensayos que también es un diario en<br />
torno al Bosque de Tlalpan y la(s) ciudad(es),<br />
El bosque en la ciudad (2007);<br />
una novela sobre la niñez, Yo te conozco<br />
(2009); y los cuentos de Anoche dormí<br />
en la montaña (2013).<br />
Punto y aparte merece su libro más<br />
reciente, un tour de force. París desaparece<br />
(2014), novela entrañable como<br />
pocas, superior en más de un momento<br />
a Rayuela en su retrato de la capital<br />
francesa anterior a 1968, y en la que<br />
aparecen burgueses, surrealistas, delincuentes<br />
de cuarta, el arte de la correspondencia;<br />
Giacometti, desarrapado como<br />
último artista sobre la tierra; el fantasma<br />
de André Breton y el protagonista<br />
–uno de los alter ego de Manjarrez–,<br />
todos ellos habitantes de una Arcadia<br />
de la que sólo queda el recuerdo y la<br />
risa. París aparece no como la Meca de<br />
los escritores latinoamericanos, desde Rubén<br />
Darío hasta el boom, sino como un<br />
momento extraordinario en la historia<br />
del arte, una ciudad-escenografía, cargada<br />
(o recargada) de historia, una zona<br />
del mundo en donde la gente crece entre<br />
catedrales y museos asombrosos.<br />
La “mexicanidad” para Manjarrez<br />
también resulta importante en su obra.<br />
Así como analiza a los ingleses y a los<br />
franceses tal cual lo haría un científico<br />
social o un etnógrafo (uno de sus personajes<br />
más memorables, Concha, es<br />
antropóloga), Manjarrez ha detectado<br />
en el habla mexicana el único atisbo<br />
(o atavismo) de lo que es ser mexicano.<br />
Producto explícito de esa visión es<br />
su Útil y muy ameno vocabulario para<br />
entender a los mexicanos (2011).<br />
Sería muy fácil decir que su narrativa<br />
ha ido trazando un ciclo que, por lo<br />
leído hasta ahora, lo devuelve a su primera<br />
novela. Mejor dicho, al joven novelista<br />
que fue atormentado y extasiado<br />
por el fragor de la vanguardia y la impaciencia<br />
por convertirse en escritor. En<br />
su septuagésimo aniversario vuelve constantemente<br />
a su juventud y se aventura<br />
a los bosques oscuros de la niñez, ese<br />
jardín irrecuperable que, sin embargo,<br />
le ofrece un nuevo reto como escritor y<br />
lector: recordar cómo era la infancia sin<br />
traicionar su espíritu original.<br />
Tras vivir su temprana juventud en<br />
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el sueño de la aldea<br />
París y su madurez en muchas otras<br />
ciudades, algunas más vinculadas a<br />
las mujeres y otras más a los hombres,<br />
Manjarrez se asentó definitivamente en la<br />
Ciudad de México, donde oficia como editor<br />
en la que ha sido su otra casa, era, y<br />
ejerce como profesor en la Universidad<br />
Autónoma Metropolitana, en el campus<br />
Xochimilco. De entre las varias ciudades<br />
que conforman la Ciudad de México,<br />
que a veces se cree la más grande del<br />
mundo, la que lo abriga actualmente<br />
es Tlalpan. En la puerta de su casa,<br />
ubicada rumbo al Ajusco, hay un farol<br />
que parece traído de París y una advertencia:<br />
“Use la aldaba.”<br />
la vanguardia<br />
y el festín del lenguaje<br />
Yo sufrí mucho porque mi “religión<br />
vanguardista” me decía que tenía que<br />
anteponer el lenguaje y el experimento<br />
a la narración. Así fue hasta que<br />
me di cuenta de que no me interesaba<br />
en realidad, lo que me interesaba<br />
era ver qué historias tenía yo en la<br />
cabeza.<br />
–¿Cómo ha sido la experiencia de escribir<br />
su obra a lo largo de casi cinco<br />
décadas?<br />
–He pasado por diferentes fases, no<br />
las tengo muy claras. Acto propiciatorio<br />
lo escribí a los 22 años y se publicó<br />
cuando yo tenía 24. Lo escribí cuando<br />
llevaba ya bastantes años fuera de México<br />
y fuera de mi idioma. O sea, oyendo<br />
a mi alrededor serbio o francés o inglés<br />
o turco o ese idioma parecido pero diferente<br />
que hablan en España. Lo mismo<br />
con Lapsus. En esa época me interesaba<br />
el lenguaje como le interesaba a<br />
casi todos los escritores de los sesenta,<br />
no sólo en español, también en inglés,<br />
como a Nabokov. Me interesaba<br />
qué podía hacer uno con el lenguaje,<br />
cómo podía uno extenderlo, ampliarlo,<br />
flexibilizarlo, rebotarlo, madrearlo.<br />
Qué sé yo. Y después, con los años, lo<br />
que me ha interesado es escribirlo con<br />
la menor cantidad de adornos, lo más<br />
desnudo posible, quitando comas, por<br />
ejemplo (me fascinaban las comas y<br />
los puntos y comas). Antes quería que<br />
el lenguaje fuese novedoso, extraño,<br />
sorprendente. Y ahora quiero que no<br />
se note mucho cómo escribo, escribir<br />
bien sin que se note.<br />
–¿Qué tanto le interesa ahora la<br />
experimentación como se hacía en esa<br />
época?<br />
–En los sesenta preponderaba el estilo,<br />
o lo que se llamó la escritura, para<br />
diferenciarla del estilo, que era y sigue<br />
siendo un engolamiento. Ahora me<br />
interesa siempre que el lenguaje esté<br />
al servicio de lo que estoy narrando.<br />
–Después de que se desvaneció o perdió<br />
importancia esa idea de La Escritura,<br />
7
¿ha notado usted que los escritores regresan<br />
a la narración?<br />
–No sé. Yo regresé a la narración hace<br />
muchos años. Yo sufrí mucho en los<br />
setenta porque mi ideología, o mi “religión<br />
vanguardista”, me decía que tenía<br />
que anteponer el lenguaje y el experimento<br />
a la narración. Así fue hasta que<br />
me di cuenta de que lo que me interesaba<br />
era ver qué historias tenía yo en<br />
mi cabeza y en mi experiencia y cuáles<br />
quería recordar o inventar.<br />
–¿A qué cree que se debió esa aversión<br />
a narrar?<br />
–Son cosas que pasan. Uno se da<br />
cuenta después de que lo que uno creyó<br />
que era una emoción y un descubrimiento,<br />
y que además, ¡oh, maravilla!,<br />
lo compartía con esa pintora, con ese<br />
escultor, con aquel grupo, con aquella<br />
actriz de teatro; uno se da cuenta de<br />
que eso era un lugar común que nos envolvía<br />
a todos. Nos entusiasmábamos<br />
con la idea de hacer cosas nuevas. Se<br />
fue produciendo una bola o varias bolas<br />
de nieve de las que salieron cosas<br />
muy buenas. Yo creo que el teatro de<br />
los años sesenta-ochenta en Polonia,<br />
en México y en Inglaterra, fue extraordinario,<br />
basado en eso, en hacer las<br />
cosas diferentes, en decir “¡Basta con<br />
lo que se hacía antes, hay que innovar,<br />
hay que renovar!” Y hay veces en las que<br />
uno nomás está siguiendo algo porque<br />
es parte del movimiento del agua. Y<br />
en realidad, el hecho de que el agua<br />
se mueva no quiere decir que esté pasando<br />
algo.<br />
–Hablando de esta época, ¿qué ha<br />
sido de esa izquierda que retrata en sus<br />
relatos, de esa euforia?<br />
–Yo no sé si hubo alguna vez euforia<br />
en México en la izquierda. Hubo euforia<br />
en Chile o en Argentina antes de las<br />
dictaduras y después de las dictaduras.<br />
En México, la izquierda siempre ha sido<br />
muy minoritaria, no muy inteligente<br />
que digamos, nunca ha planteado las<br />
cosas como para que uno las considere<br />
con seriedad como proyecto.<br />
–Literariamente, toda esta época marcada<br />
por la revolución, ¿cómo la ha integrado<br />
a su obra?<br />
–No sé, realmente. “Revolución”…<br />
Creo que usábamos la palabra “revolución”<br />
con una ligereza alegre e irresponsable.<br />
Digamos que mi cerebro era<br />
revolucionario pero mi corazón siempre<br />
fue reformista. ¿O era al revés…?<br />
Además, yo siempre fui antisoviético,<br />
anticubano desde 1968, antichino, y<br />
nunca me hice ilusiones sobre lo que<br />
era el socialismo real, habiendo vivido<br />
en Yugoslavia, el menos opresivo de los<br />
regímenes del Socialismo Real (que en<br />
realidad era irreal, como todas las religiones).<br />
Otras personas sí se hicieron<br />
ilusiones, o pensaron sobre todo que<br />
8
el sueño de la aldea<br />
el comunismo era reformable. El comunismo<br />
no es reformable. O te acogota<br />
y te aterra y te chantajea con sus<br />
nobles ideales –como dice Svetlana<br />
Alexiévich– o desaparece como la bruja<br />
horrorosa de los cuentos.<br />
–¿Cómo hace que la realidad, la<br />
historia, la memoria se integren a su<br />
literatura?<br />
–Yo no puedo hablar tajantemente<br />
de lo que sucede entre la memoria y la<br />
literatura. Escribo a partir de mi experiencia<br />
y de la experiencia de las<br />
gentes que he conocido y los lugares<br />
donde he vivido, pero también de lo<br />
que imagino. No tengo más control sobre<br />
lo que imagino (o sobre lo que recuerdo)<br />
que sobre el azar que me hace<br />
conocer a alguien un día caminando<br />
por Insurgentes.<br />
las ciudades y el amor<br />
El amor no me interesa particularmente,<br />
la verdad. Me interesan<br />
las personas, me interesa el<br />
deseo, me interesan las ilusiones<br />
que se hace la gente, la pasión y<br />
las formas de la pasión.<br />
–Después de tanto tiempo de vivir en<br />
México, ¿qué le evoca este país?<br />
–Asco, horror, miedo, simpatía y<br />
ternura.<br />
–Una de las constantes de su obra<br />
me parece que es el amor, un tema que<br />
usted ha abordado de diversas formas:<br />
en tríos amorosos, matrimonios fallidos,<br />
amistades que parecen más que amistades…<br />
¿Cuáles son las dificultades para<br />
escribir sobre el amor, teniendo en cuenta<br />
que es uno de los temas universales?<br />
–Me deja intrigado tu pregunta pues<br />
yo nunca he escrito sobre el amor. O sí,<br />
pero lo que pasa es que a mí el amor<br />
no me interesa particularmente, la verdad.<br />
Me interesan las personas, me<br />
interesa el deseo, me interesan las ilusiones<br />
que se hace la gente, la pasión<br />
y las formas de la pasión. Y justamente<br />
en lo que estoy pensando mucho ahora<br />
es en las personas por las que se sienten<br />
los amores más fuertes, que son los<br />
hijos y los amigos. Y a pesar de que<br />
los dos amores más grandes de mi vida<br />
son mis dos hijas, o justamente porque<br />
son mis hijas, no he escrito sobre<br />
ellas más que alusivamente. Pero me<br />
gustaría escribir más sobre los hijos<br />
en general, porque a final de cuentas<br />
son las personas a las que uno más<br />
ama, al menos en mi caso. Por otra parte,<br />
las aventuras amorosas más largas<br />
son las que uno tiene con sus amigos<br />
y amigas, no con sus amantes, salvo<br />
en el caso de aquellas personas que<br />
reúnen ambas condiciones.<br />
–Sobre otras ciudades, ¿existe hoy una<br />
ciudad que tenga la estatura que tuvo Pa<br />
9
ís como la retrató en su última novela?<br />
–Nueva York casi lo fue, pero creo<br />
que Nueva York ya se chingó, no pudo<br />
ser por mucho tiempo lo que era París<br />
desde fines del xviii y, digamos, hasta<br />
1968. Sigue siendo una ciudad indescriptiblemente<br />
hermosa, rica y llena de<br />
extranjeros. Pero creo que la destrucción<br />
que ha llevado a cabo el capitalismo<br />
actual en las ciudades es terrible<br />
porque las hace tan caras que no puede<br />
vivir gente pobre en ellas y no pueden vivir<br />
extranjeros en ellas, extranjeros que<br />
no tengan mucho dinero, quiero decir.<br />
Entonces tú no puedes tener una ciudad<br />
como el París de antes si tus pobres no<br />
viven en París, si viven en los suburbios.<br />
Y menos aún puedes tener un<br />
Manhattan como el que tenías hasta<br />
los setenta, ochenta incluso, porque ya<br />
nadie vive ahí si no tiene la suficiente<br />
lana. La gente se fue a Brooklyn, pero<br />
ahora Brooklyn es carísimo. ¿Y ahora<br />
a dónde se van a ir?<br />
–¿Y la Ciudad de México?<br />
–La Ciudad de México, al contrario,<br />
está recuperándose de una manera<br />
casi prodigiosa, por lo menos a mis<br />
ojos. Si andas caminando ves cómo la<br />
ciudad está reviviendo, cómo los barrios<br />
cambian, las gentes hacen cosas,<br />
hay muchísimos barrios muy vivos y<br />
donde hay diferentes clases y diferentes<br />
tipos de personas conviviendo. El<br />
país vive en el miedo y esta ciudad<br />
responde con vida.<br />
–La ciudad es también uno de sus<br />
grandes personajes –Londres, la Ciudad<br />
de México, París–. Ocurre en sus<br />
obras la unión entre las ciudades y los<br />
personajes. ¿Cómo actúa este organismo?<br />
–Cuando yo era adolescente, mi padre<br />
–que era un mal padre, pero un buen<br />
viajero y un buen amigo– me dijo: “Si<br />
quieres conocer una ciudad tienes que<br />
tener una novia en esa ciudad, y entonces<br />
conoces la ciudad a través de ella.”<br />
Obviamente eso era desde un punto de vista<br />
romántico-machista-durrelliano, pero<br />
aplica igualmente para las chavas. Por<br />
lo demás, yo me daba cuenta hace unas<br />
semanas de que hay ciudades donde<br />
mis relaciones más importantes han sido<br />
principalmente con hombres, ciudades<br />
que relaciono con mujeres y ciudades que<br />
relaciono con ambos. Por ejemplo, para<br />
mí San Francisco, Londres y Belgrado<br />
son ciudades que tienen que ver<br />
con mujeres. Madrid y París, más bien con<br />
hombres. Y luego hay ciudades como<br />
Managua, Nueva Orleans, Bogotá, Nueva<br />
York, que son de hombres y mujeres.<br />
En la Ciudad de México son hombres,<br />
mujeres y viejos y niños; es mi entorno<br />
desde que nací y nuevamente desde<br />
que volví hace muchos años.<br />
Yo recuerdo en Madrid una camaradería<br />
con otros latinoamericanos, argentinos,<br />
10
el sueño de la aldea<br />
chilenos, centroamericanos, mexicanos,<br />
que eran como yo: unos muertos de hambre<br />
que andaban en Madrid porque no<br />
podían andar en otra parte. Esto era en<br />
el pleno franquismo mierda y duro pero<br />
un poco menos bestia, en 1963. Entonces<br />
tener relaciones con una mujer en España,<br />
incluso de amistad, era impensable:<br />
todas eran vírgenes o santas o monjas.<br />
¿De dónde sacaron, el Destape español<br />
y Almodóvar, a tantas mujeres desbocadas<br />
y gays delirantes y jueces con vidas<br />
secretas? ¡De siglos de opresión que<br />
nos oprimían también a los fervientes<br />
latinoamericanos! Para esos muertos de<br />
hambre sin musas posibles sólo existía<br />
la camaradería de los escritores que se<br />
enseñan sus poemas y sus cuentos y<br />
se toman un chocolate a lo largo de cuatro<br />
horas o más, porque todo el mundo<br />
les es hostil o por lo menos indiferente.<br />
A Managua yo fui para ver qué pasaba<br />
cuando ocurría la Revolución Sandinista<br />
y todavía la Revolución era una<br />
cosa maravillosa. Se respiraba en el aire<br />
que la gente estaba contenta porque tenía<br />
el poder y la esperanza en sus manos.<br />
Las relaciones con hombres y mujeres,<br />
“los compitas”, eran muy emocionantes,<br />
muy vitales, muy vibrantes, en el<br />
sentido más sencillo de la palabra. Eso<br />
fue antes de que se empezaran a fosilizar<br />
las relaciones de los cuadros con<br />
(ejem) el pueblo, aunque ya empezaban<br />
los desplantes de caudillismo y caciquismo<br />
entre los Héroes de la Lucha.<br />
Decíamos entonces: la Revolución Sandinista<br />
tiene tres caminos: o el cubano<br />
o el mexicano o el propio, y ojalá que<br />
no siga ni el cubano, que es el partido lo<br />
que importa y tú te chingas, ni el mexicano,<br />
que es el de aquí nos corrompemos<br />
todos, compay. La ruta que tomó<br />
el sandinismo fue la propia: una mezcla<br />
de los dos caminos, la cuadradez<br />
machista-leninista y la corrupción a la<br />
mexicana juntas.<br />
el camino de la duda<br />
Cada libro es un entusiasmo, cada<br />
libro es una forma de padecimiento.<br />
Quizá lo más padre es que ya<br />
casi no sufro. Si no puedo escribir,<br />
no puedo escribir.<br />
–¿Usted cree en la tradición de los padres<br />
literarios? ¿Cuáles son los autores qué<br />
más lo han influido al escribir?<br />
–Yo no me veo padres literarios, pero sí<br />
primos, hermanos, amigos. ¡Y ex ídolos<br />
que por respeto no voy a nombrar! Dentro<br />
de la tradición mexicana, a mí me<br />
gustan mucho tres escritores que son<br />
muy diferentes de mí y entre sí, que<br />
son Martín Luis Guzmán, Salvador Elizondo<br />
y Salvador Novo.<br />
–¿Y otros artistas, músicos, compositores?<br />
11
–A mí me fascinó mucho tiempo la<br />
vanguardia del siglo xx en pintura; me<br />
desencanté de la vanguardia en música<br />
más o menos cuando me desencanté<br />
de la vanguardia en literatura, en algún<br />
momento hacia el fin de los setenta y<br />
principios de los ochenta. ¡De la pintura<br />
sí tardé más en desencantarme!<br />
Hubo un momento, creo que en 1994:<br />
estaba en la East Wing de la National<br />
Gallery de Washington, la sala construida<br />
para albergar el arte moderno. Y<br />
de repente empecé a ver que muchos de<br />
mis monstruos sagrados me parecían<br />
tan pobres: Rothko, Franz Klein, Jackson<br />
Pollock... Sigue habiendo cosas<br />
maravillosas en el arte del siglo xx, montones,<br />
pero dejé de verlas como una especie<br />
de progreso con respecto del arte<br />
del siglo xix, dejé de verlas como una<br />
valerosa ruptura con la Academia: ellos<br />
mismos formaron una Academia a pesar<br />
suyo, se repetían los unos a los otros<br />
en un montón de lugares comunes. Fue<br />
un golpe bastante duro darme cuenta<br />
de que ya no podía mirar ni de reojo<br />
esos cuadros sin que me dieran pena.<br />
Eso pasa con las vanguardias: envejecen<br />
y se ven patéticas. El siglo xx fue<br />
el siglo de las vanguardias en el arte<br />
y en la política. Hay que pensar muy<br />
bien lo que hicimos en esos años que<br />
van de la Revolución Mexicana, la Primera<br />
Guerra Mundial, la Revolución<br />
Soviética y el despertar de Japón y China,<br />
hasta la Edad del Terrorismo y la Crisis<br />
Permanente del Capitalismo, sistema<br />
que llegamos a suponer que era por lo<br />
menos eficiente. Y ahora que no tiene<br />
adversario enfrente, excepto esa abominación<br />
bifronte capitalista-comunista-despótica<br />
asiática que es China, vemos<br />
cómo machaca a la gente sin misericordia<br />
ni pausa.<br />
–¿Hay libros a los que vuelva constantemente?<br />
–Sí, pero leo páginas, no los releo<br />
enteros. Porque ya los leyó uno, ya fue<br />
uno deslumbrado. Sin embargo: Homero,<br />
Esquilo, Sófocles, Eurípides, Shakespeare.<br />
Sobre todo el padre de todo,<br />
él sí el Padre nuestro de cada día: no<br />
llevo cuenta de cuántas veces he leído<br />
la Ilíada y la Odisea.<br />
–¿Sobre qué está escribiendo ahora?<br />
–Sobre personas que me interesan,<br />
que me apasionan, como los ancianos,<br />
estoy tomando notas. En poco tiempo<br />
seré uno de ellos. En mis diarios llevo<br />
algunos apuntes sobre mi envejecimiento;<br />
espero que sean más interesantes<br />
que los apuntes que hice en mi juventud<br />
sobre mi juventud. Llevo más rato<br />
escribiendo sobre niños; es muy difícil<br />
escribir sobre niños, son seres muy<br />
complejos. Es muy difícil recordar cómo<br />
era uno cuando niño. De hecho creo que<br />
es casi imposible recordar cómo era<br />
12
el sueño de la aldea<br />
uno, porque el deseo de los niños es<br />
siempre ser mayor, siempre quieres tener<br />
un año más, ser como tu hermano mayor,<br />
complacer a tus padres: el Deseode-no-ser-quien-estás-siendo.<br />
Por eso<br />
Peter Pan es a la vez pueril e inmortal.<br />
Los niños y los viejos son los que me<br />
interesan ahorita como material del<br />
recuerdo y de la observación.<br />
–¿Qué es lo que más ha disfrutado en<br />
estos cincuenta años de escritura y lectura?<br />
–Cada libro que logro acabar de escribir<br />
es un entusiasmo, cada libro es una<br />
forma de padecimiento. Quizá lo más padre<br />
–lo mejor– es que ya casi no sufro. Si<br />
no puedo escribir, no puedo escribir. Si se<br />
prolonga eso de que no puedo escribir,<br />
ni siquiera un poco, o nada, entonces<br />
sí me empiezo a poner muy neurótico.<br />
Antes sí me angustiaba, sentía que mi<br />
vida tal vez no tenía ningún sentido. A<br />
estas alturas lo que me interesa es ver<br />
si mañana me sale o si no, pasado mañana,<br />
no hay prisa. No hay tanta prisa.<br />
¡Que 70 años no es nada!<br />
José Ramón Ruisánchez Serra<br />
Dijo Héctor Manjarrez, en 1989, pero lo<br />
sigo oyendo con nitidez, lo vuelve a decir<br />
cada vez que abro esta página: “yo<br />
empecé a escribir como escritor –como<br />
persona que se concibe a sí misma ante<br />
todo como escritor, antes que cualquier<br />
otra cosa– (...) en el año de 1963”. En<br />
esa etapa inicial de su carrera, agrega:<br />
“nunca escribí un cuento sin pensar<br />
antes cuán extraño debía de ser en la<br />
forma (...) Lo que me interesaba (y a los<br />
escritores, pintores, cineastas y músicos<br />
que eran mis amigos era crear formas<br />
raras en las cuales vaciaría posteriormente<br />
el contenido”. 1 Y un poco más<br />
adelante: “Entonces, como ahora, aquello<br />
que me parecía más extraordinario<br />
y disfrutable de James Joyce era ese<br />
maravilloso ojo suyo sobre los seres<br />
humanos, sus formas de hablar, de moverse,<br />
de pensar. Tal vez yo pensaba que<br />
este tipo de ojo sólo podía obtenerse, o recuperarse<br />
a través de técnicas insólitas.”<br />
Empiezo por este ensayo, el que cierra<br />
El camino de los sentimientos –como<br />
podría empezar por otros muchos textos,<br />
que son otros cabos para jalar la<br />
madeja de la obra de Manjarrez–, porque<br />
encuentro aquí una serie de rasgos<br />
importantes. El primero de todos<br />
es algo casi invisible, pero importante:<br />
más que afirmar, el yo de su ensayo<br />
cuenta. O mejor: su manera de afirmar<br />
es contando. Usa la narrativa para en<br />
1<br />
Héctor Manjarrez, El camino de los sentimientos,<br />
era, México, 1990.<br />
13
sayar, y lo hace poniéndose en estado de<br />
memoria. Y ése ya es un segundo rasgo.<br />
Mucho de lo que me resulta más cercano<br />
y entrañable de lo escrito por Manjarez,<br />
creo que justo lo que hace ya casi<br />
veinte años, tras leer Pasaban en silencio<br />
nuestros dioses, me hizo invitarlo a<br />
cenar sin conocerlo, lo que me lo vuelve<br />
imprescindible en lo personal y también<br />
como uno de los que trabajan en ese<br />
proyecto que sigue a medio hacer que<br />
es el mapa de la literatura mexicana.<br />
Lo que me hace envidiarlo más (más<br />
en caso de que no se oiga, viene subrayado,<br />
porque hay mucho más después<br />
de eso que me hace envidiarlo más), lo<br />
que me hace quererlo tanto, es lo que<br />
sabe hacer con la memoria. La memoria<br />
recordada o la memoria inventada<br />
o una sabia mezcla de las dos.<br />
El yo narrativo, la persona poética, el<br />
yo reflexivo de sus ensayos rememora y<br />
se implica en la rememoración: recuerda<br />
amorosamente. En muchos de sus<br />
mejores cuentos, muchas de sus novelas<br />
(incluso de las más imaginativas<br />
como La maldita pintura y Rainey el<br />
asesino), están inventados desde las potencias<br />
de la memoria. Y ni qué decir<br />
de ese género estratégicamente indeciso<br />
al que pertenece de un modo El<br />
bosque en la ciudad y de otro distinto<br />
París desaparece y de otro más Yo te<br />
conozco, que son memorias y son ensayos<br />
y son novelas (o bien que no son<br />
memorias ni ensayos ni novelas). En todos<br />
estos libros está este amor por quien<br />
fue, por aquéllos con quienes fue. Sólo<br />
con amor se puede decir yo de esa manera:<br />
“Yo empecé a escribir como escritor”,<br />
en la verdad pero también una página<br />
como ésta en la ficción de No todos los<br />
hombres son románticos:<br />
–¿Tú también eres jipi?<br />
–No sé. No creo. ¿Tus padres lo son?<br />
–Obviamente. Tú traes algo adentro,<br />
¿verdad?<br />
–Tal vez<br />
–Se te nota.<br />
–¿En?<br />
–No estás normal.<br />
–Pero ¿estoy bien?<br />
–Oh sí, genial. Me gusta estar contigo.<br />
A mi hermanito también. Eres bueno,<br />
lo aguantas.<br />
–Es muy encantador.<br />
–A mí también me cae bien, pero creo<br />
que abusa de la gente.<br />
–¿Tú no eras así a su edad?<br />
–No.<br />
–¿Te acuerdas?<br />
–Sí, claro. No hace mucho tiempo de<br />
eso.<br />
–¿Y qué hacías?<br />
–Platicaba. Siempre me ha gustado<br />
platicar.<br />
–Con tu hermano estuvimos platicando<br />
de la luna. 2<br />
2<br />
No todos los hombres son románticos,<br />
era, México, 1983.<br />
14
el sueño de la aldea<br />
La memoria que al mismo tiempo es<br />
intensa y delicada. Y simultáneamente<br />
suena en español y resuena en lengua<br />
extraña; muestra, como quería Benjamin,<br />
la huella del inglés y de sus articulaciones<br />
distintas. El inglés, pero<br />
también un inglés hablado en cierta<br />
época, un inglés que se recuerda y,<br />
por lo tanto, se recupera siempre como<br />
tiempo perdido: posesión por pérdida.<br />
Esa luna de la que hablan y que los<br />
ilumina mientras hablan es la precisa<br />
luna a la que el hombre está por llegar<br />
por primera vez. Es una luna histórica,<br />
pero al mismo tiempo una luna<br />
personalísima. Y así, en esos lugares<br />
íntimos, la Historia de H grandona se<br />
junta con su historia.<br />
Pero hay que decir que Manjarrez se<br />
impone también una memoria valiente,<br />
que ejerce en especial sobre los mismo<br />
puntos que le producen más amor:<br />
sobre el cuerpo que más ama o amó,<br />
el que encendió su deseo y le procuró<br />
placer. Y ahí dice también los espacios<br />
más mezquinos, dice el miedo, el odio,<br />
el asco, la fealdad inmediata o hasta<br />
simultánea con la belleza. Ahí dice<br />
valientemente pero sin dejar de amar.<br />
Y eso está cabrón, por decirlo zoometafóricamente.<br />
Por eso me gusta tanto el párrafo<br />
con el que abrí estas páginas. Escribí<br />
queriendo ser raro. Y confiesa que fue<br />
necesario atravesar el error de la heterodoxia<br />
obligatoria de los sesenta para<br />
encontrar su manera de compartir una<br />
verdad. La de las “formas de hablar y<br />
de moverse y de pensar”. El error no<br />
desaparece. El error se explora con la<br />
pluma en la llaga. Escribe las ganas<br />
de matar a alguien para robarle veinte<br />
monedas de plata. Escribe la venganza<br />
que se equivoca. Escribe la traición<br />
a la amistad por deseo.<br />
Manjarrez sabe que estas dos maneras<br />
de su memoria, la amorosa y la<br />
valiente, son una sola. Que juntas, aliadas,<br />
hacen que ardan sus páginas: nadie<br />
puede escribir con tanto dolor sobre lo<br />
que abruma y aburre y aplasta de París y<br />
de Londres y de ese país que ya no existe,<br />
la antigua Yugoslavia; nadie puede<br />
escribir con tanto dolor sobre una amistad<br />
que se quiere volver forma de vida y<br />
15
se quiebra por la colección de moderados<br />
egoísmos que atraviesan incluso a los<br />
más generosos; nadie puede decir tan<br />
bien de un escritor cercano, amado,<br />
necesario que tiene páginas pésimas.<br />
Además Manjarrez recuerda sin olvidar<br />
desde dónde recuerda. Recuerda<br />
sin olvidar que mucho de lo que recuerda<br />
se ha vuelto necesario, valioso,<br />
bello, porque ya no está, porque se<br />
ha perdido irremisiblemente y a veces,<br />
muchas veces, para bien. Héctor recuerda<br />
mostrando, sobre todo como fondo, el<br />
hic et nunc cambiados, contrastantes<br />
que acaso lo han invitado a volver a un<br />
paraje de la memoria. Pero cito de una<br />
página más, ahora del Bosque en la ciudad,<br />
para seguir:<br />
Se me olvidaba un momento muy hermoso<br />
de la primavera local: antes del<br />
florecimiento de las jacarandas, el de<br />
los duraznos. Me acuerdo del asombro<br />
y la emoción con aquel árbol, en mi<br />
dúplex de Calzada de Tlalpan, en los<br />
ochenta, que medía unos cuatro metros<br />
de alto y que nunca daba duraznos,<br />
pero nunca dejaba de dar flores.<br />
Los amigos venían a verlo. La gente<br />
entonces tenía tiempo (aunque tuviera<br />
hijos) para ir a mirar un durazno y<br />
tomarse unas chelas (que entonces se<br />
llamaban cheves) e improvisar algo<br />
delicioso para comer. 3<br />
Aquí está todo junto: la memoria amorosa<br />
y la valiente, que va pero se obliga<br />
también a regresar desde el pasado y narrar,<br />
ensayar, cantar, criticar el aquí. El<br />
presente es un lugar desde el que se va al<br />
pasado, pero también terminus, punto de<br />
llegada que se modifica desde el pasado<br />
y, sobre todo, gracias a la memoria.<br />
Y, por cierto, ese ir y venir está desde<br />
el primer cuento de Acto propiciatorio,<br />
de 1970, que recordábamos hace<br />
poco Paloma Villegas y yo. Un cuento<br />
en que una familia recibe a un cowboy<br />
que rueda desde la pantalla de la televisión<br />
a su casa de la Colonia Roma.<br />
Aunque esta colección no se haya reeditado,<br />
ya estaban en ella latiendo esos<br />
tiempos que se tocan, un ir y venir.<br />
Me falta decir algo importante, que<br />
acaso ya con las pocas citas que he<br />
leído resulte evidente. Manjarrez sabe<br />
encontrar no sólo las palabras justas,<br />
sino que también sabe resucitar en el<br />
momento necesario las que alguna vez<br />
se usaron para un sentir común, para un<br />
estar juntos: sabe decir cheves, sabe<br />
decir despacito, sabe decir bello. Pero<br />
también sabe decir más:<br />
Esta casa tiene una buganvilla<br />
un peral y otras plantas<br />
cuyos nombres desconocidos<br />
me infunden gran tranquilidad. 4<br />
3<br />
El bosque en la ciudad, era, México, 2007. 4<br />
Canciones para los que se han separado,<br />
16
el sueño de la aldea<br />
El horizonte de la palabra es siempre<br />
la imposibilidad de agotar con lo<br />
dicho la densidad, la riqueza, el misterio<br />
de lo real. Lo que lleva a escribir y,<br />
sobre todo, a seguir escribiendo. Pero<br />
también a la sabiduría de reconocer<br />
que, por más que se forje una precisión<br />
(y Manjarrez es prodigiosamente preciso),<br />
hay un momento en que hay que<br />
rendirse: y en estos versos el poeta se<br />
rinde de manera ejemplar, gozosa.<br />
La memoria está hecha de palabras<br />
sabidas y olvidadas. Repetidas, sobadas,<br />
gastadas. Nuevas. De palabras y<br />
del límite de las palabras. De silencios<br />
sabios. Elipsis elegidas.<br />
No es entonces coincidencia, abuso<br />
de confianza o de autoconfianza que<br />
haya concentrado saberes y, tongue in<br />
cheek, haya publicado también un Útil<br />
y muy ameno vocabulario para entender<br />
a los mexicanos. (La parte de entender<br />
a los mexicanos a lo mejor no he acabado<br />
de entender cómo usarla.)<br />
Hasta aquí me he limitado al espacio<br />
abarcable de ciertas páginas, sin pensar<br />
de manera cabal lo que es y hace<br />
un libro completo de Héctor Manjarrez.<br />
Primero que nada hay que decir<br />
algo que es obvio cuando uno se refiere<br />
al novelista –pero que no lo es necesariamente<br />
cuando uno piensa en el<br />
era, México, 1986.<br />
cuentista, el poeta, el ensayista–: Manjarrez<br />
planea la unidad y las unidades<br />
de sus libros cuidadosamente.<br />
Por ejemplo, su más reciente colección<br />
de cuentos, Anoche dormí en la<br />
montaña, no es solamente un volumen de<br />
textos breves y extraordinariamente bien<br />
<strong>escritos</strong>. Son textos que hablan entre<br />
sí, que se enriquecen, que quieren estar<br />
en el mismo libro. No solamente porque<br />
varios de ellos cuentan una Semana<br />
Santa huichola, y porque en ellos está<br />
Concha, la memorable protagonista de<br />
El otro amor de su vida. El resto de los<br />
cuentos no sucede en la Sierra Madre<br />
Occidental, sino en la Ciudad de México,<br />
en Managua, en Londres, en La<br />
Habana. Pero todas sus protagonistas<br />
son mujeres y en todos impera no la<br />
pregunta sobre “el eterno femenino”,<br />
sino la pregunta concreta sobre mujeres<br />
concretas, que han vivido en lugares y<br />
tiempos que las determinan en cierta<br />
medida, pero estas mujeres también,<br />
además de habitarlas, sortean esas determinaciones<br />
volviéndolas extraordinariamente<br />
singulares.<br />
Pero además de la unidad del libro<br />
mismo, encerrada entre sus pastas,<br />
Manjarrez crea unidades en sus libros<br />
de cuentos, en sus colecciones de ensayos:<br />
unidades que pueden llamarse “Infidelidad”,<br />
como la primera del libro<br />
que mencionaba; “Gracia”, como una<br />
17
de las partes de El camino de los sentimientos,<br />
o sencillamente estar encabezadas<br />
con número como en las tres partes<br />
de las colecciones de cuentos No todos<br />
los hombres son románticos y Ya casi<br />
no tengo rostro. Estas separaciones,<br />
incluso cuando son una mera cifra,<br />
invitan (o por lo menos me invitan) a<br />
pensar la comunidad entre dos o más<br />
textos. Invitan –después de haber gozado,<br />
sentido, paladeado las palabras<br />
que rescatan, la música que hacen poner,<br />
los cuadros que habitan y, sobre<br />
todo, los otros libros que reavivan– a<br />
pensar en la figura que forman.<br />
Del mismo modo que los trabajos de<br />
la memoria de los que he hablado antes<br />
modifican también el presente, estos<br />
títulos obligan a una activación temática<br />
de los textos que encabezan: sean un<br />
fragmento de una novela o un grupo de<br />
cuentos. Me hacen pensar en cómo lo<br />
que he leído se transforma e invita a la<br />
meditación sobre el tema que los une.<br />
El yo, la pasión sexual de los cuerpos,<br />
la juventud y el envejecimiento, el vivir<br />
en una ciudad a la que no le hago<br />
falta, el fracaso de una opción política<br />
más generosa pero que deja una huella<br />
en otra parte. Dos o más textos <strong>escritos</strong><br />
de manera cuidadosamente distinta,<br />
cristalizan por la unidad que los reúne.<br />
Incluso en el caso de las novelas, los<br />
capítulos invitan al guiño teatral y a<br />
ser leídos como los actos en una pieza.<br />
Pero no quiero terminar sin proponer<br />
una posible unidad que ofrece la<br />
obra misma; no como ese elefante en<br />
cuero y papel cebolla que iría del Acto<br />
propiciatorio y Lapsus de principios de<br />
la década de los setenta a la flamante<br />
París desaparece y lo que siga pasado<br />
mañana, que siempre sorprende, pero<br />
al mismo tiempo bebe de las mismas<br />
inagotables aguas elementales:<br />
Este corpus está atravesado por cuerpos.<br />
Desde los muy directamente dichos,<br />
como estos del temprano El golpe avisa:<br />
Debí, sí, debí beber tu sangre<br />
y mascarte el click por un ciego instante<br />
mudo<br />
antes de agotarnos, mucho antes del baño.<br />
Ahora tu cuerpo casi musculoso,<br />
grotescamente blanco, coñirrojo<br />
y pelirrubio, está tan inmaculado<br />
tan quant à soi<br />
como el mío. Que no te di casi nada<br />
es cierto. Que me diste el revival<br />
de un viejo aborto es tan estremecedor<br />
que lloro de no ponerme sentimental<br />
como tu ciudad. 5<br />
De nuevo, cuerpos, en plural. Porque<br />
incluso los intensos momentos de<br />
soledad son, sobre todo, de añoranza o<br />
de desgarramiento respecto a otro cuerpo.<br />
Concreto o por concretarse. Cuerpos<br />
5<br />
El golpe avisa, era, México, 1977.<br />
18
el sueño de la aldea<br />
puestos en palabra, pero en una palabra<br />
que por muy perfecta, por muy<br />
cimentada en las más altas cumbres<br />
de la cultura, mejor: gracias a que ha<br />
dormido en la montaña de la cultura,<br />
no abandona nunca a los cuerpos.<br />
Pero como dice Badiou: hay cuerpos,<br />
hay lengua y hay también verdades.<br />
Y la verdad requiere no sólo de la<br />
revelación deslumbrante –el brillo del<br />
amor, la herida de la belleza, la convicción–,<br />
sino de lo que Badiou llama<br />
fidelidad y yo he preferido llamar<br />
valentía. La obra de Manjarrez no es<br />
la de un sentimental ni la de un nostálgico<br />
ni la de un hedonista. Los sentimientos,<br />
la memoria y los placeres<br />
son siempre lo que está por pensarse,<br />
lo que desde su hacernos sentir, desde<br />
su habernos hecho sentir nos obliga a<br />
pensar.<br />
Para Manjarrez, además, el pensar<br />
exige un decir muy elevado. A nivel<br />
de la palabra elegida, a nivel de la perfección<br />
de cada texto, a nivel de la relación<br />
entre textos y al final, al final<br />
de su obra completa que es uno de los<br />
retratos de historia íntima más completos,<br />
más complejos, más conmovedores<br />
con los que contamos. Un decir<br />
que al mismo tiempo proteja la verdad<br />
de los cuerpos que lo originaron. Y en<br />
esa constelación veo la singularidad<br />
de su brillo.<br />
12397.<br />
Fórmulas para poblar un<br />
desierto<br />
Dante A. Saucedo<br />
Leah Goldberg preguntó alguna vez:<br />
1<br />
¿Cómo ha de poder un sólo pájaro<br />
sostener el cielo entero<br />
sobre sus débiles alas<br />
por sobre el desierto?<br />
Es una cuestión de números, pero también<br />
de geografías. De lugares extraños<br />
y deshabitados; de fugas, migraciones y<br />
soledad. Del peso que, aun en la mitad<br />
de un vuelo, el desierto puede comportar.<br />
¿Cuántos pájaros se necesitan para<br />
cruzarlo? ¿Cuántos para poblarlo?<br />
Durante su reclusión en la cárcel de<br />
Breslau, Rosa Luxemburgo se entretenía<br />
observando pájaros por su ventana<br />
y leyendo sobre ellos. En carta a Hans<br />
Diefenbach comenta una de esas lecturas:<br />
durante las migraciones, aves<br />
que usualmente son predadoras viajan<br />
juntas, ayudándose a huir. “Cuando<br />
leo algo así –escribe Luxemburgo–,<br />
empiezo a pensar que incluso la cárcel<br />
parece un lugar habitable.” Quizá<br />
la única manera de soportar el desierto<br />
sea viajar en grupo, mantenerse en fuga.<br />
19
¿Qué es un desierto? Un páramo ajeno<br />
y desolado, un trozo de tierra que nadie<br />
puede reclamar como propio, un espacio<br />
que sólo puede ser poblado en<br />
movimiento. El desierto amenaza no<br />
por su vacío o por lo implacable de su<br />
sol, sino porque permanece inapropiable.<br />
Resulta imposible trazar líneas o<br />
marcar límites y distancias sobre él:<br />
basta un segundo de viento para que<br />
las huellas desaparezcan en la arena.<br />
Un desierto no puede ser la patria de<br />
nadie y, por eso, la única forma de habitarlo<br />
es el exilio.<br />
¿Qué podrían hacer en un lugar así<br />
un pájaro, un camello, un nómada? Seguramente<br />
cruzarlo o huir de él; enfrentarse<br />
a su sórdida planicie para poder<br />
volver a casa o llegar, al menos, a un<br />
oasis. ¿Quién podría, en esas circunstancias,<br />
pensar en escribir? ¿Sería posible<br />
siquiera hacerlo? En 1976, Juan<br />
Gelman salió de su país, obligado por<br />
la persecución de la dictadura militar.<br />
Nunca volvió a su patria para habitarla<br />
y, aun así, nunca dejó de escribir. En<br />
el desierto, sólo la poesía podía aligerar<br />
sus alas:<br />
juan gelman<br />
2<br />
me desterraron de mi tierra/<br />
caminé por la tierra/<br />
me deportaron de mi lengua/<br />
mi lengua me acompañó/<br />
3<br />
Ricardo Piglia escribió que hay algo<br />
territorial en juego en las literaturas y<br />
su circulación, “una cuestión de mapas<br />
y fronteras, ciertas rutas que lleva<br />
tiempo recorrer. Y quizá algo de la calidad<br />
de los textos tiene que ver con<br />
la lentitud con la que llegan a su destino”.<br />
Todo esto es cierto, pero quizás<br />
haya también cierto tipo de textos que<br />
no se limiten a transitar y recorrer países.<br />
Si la “literatura del exilio” existe<br />
es porque hay escrituras capaces de<br />
desplazar los límites mismos, de dislocar<br />
las geografías y producir nuevos<br />
territorios.<br />
Un texto no es exiliar por el lugar<br />
20
el sueño de la aldea<br />
en el que se escribe, o por el sitio de<br />
origen de su autor, lo es porque produce<br />
un espacio completamente ajeno<br />
y extraño, un territorio que es, a la vez,<br />
el único que el texto mismo podría habitar.<br />
La poesía del exilio huye para<br />
producir una tierra por poblar; permanece<br />
en fuga, acompañada de sí<br />
misma, por que sólo así le es posible<br />
sobrevivir. Gelman conoció esta experiencia<br />
y logró condensarla en un brevísimo<br />
poema:<br />
no está en el mar mi casa / ni en el aire /<br />
en la gracia de tus palabras vivo<br />
Por eso, la poesía de Gelman es profundamente<br />
exiliar, pero nunca nostálgica.<br />
No puede serlo: su escritura<br />
desplaza geografías y territorios, y este<br />
temblor trastoca también lo que alguna<br />
vez fue su patria: “no era perfecto mi<br />
país antes del golpe militar. Pero era<br />
mi estar, las veces que temblé contra<br />
los muros del amor, las veces que fui<br />
niño, perro, hombre”. No obstante, “los<br />
límites del cielo cambiaron” y, con ellos,<br />
su país. Gelman no escribe para volver,<br />
si no para poder poblar el desierto<br />
que él mismo ha creado en su escritura.<br />
Para poder ser –otra vez– perro,<br />
hombre, pájaro, camello:<br />
en esta medianoche del exilio<br />
soy yo mismo una bestia /<br />
12397<br />
Poblar –lo sabemos desde siempre– significa<br />
crecer, multiplicarse. Por eso la<br />
poesía de Gelman está llena de animales,<br />
de pájaros y nombres: los de sus compañeros,<br />
los de sus amigos, pero también<br />
el suyo, desdoblado. En Hacia el sur<br />
(1981-1982) aparecen poemas de Julio<br />
Greco y José Galván, dos nombres falsos<br />
que señalan, en el nombre mismo<br />
del autor, una pequeñísima fractura que<br />
le ayuda a multiplicarse y acompañarse<br />
en el exilio.<br />
No son heterónimos. La escritura cambia<br />
poco y es posible leer el libro entero<br />
como si esos nombres no removieran<br />
nada. No son tampoco personajes de<br />
ficción, un producto de la genialidad<br />
del autor, de su última arrogancia. Son<br />
apenas indicios de un movimiento anterior<br />
a ellos mismos: el nombre del<br />
autor vuela en múltiples direcciones y<br />
Julio Greco, Juan Gelman o José Galván<br />
son apenas instantes en cada uno<br />
de esos trayectos. El autor no es nunca<br />
un sólo pájaro: se divide y se multiplica<br />
según una regla para la cual no<br />
hay aritmética posible. Juan Gelman<br />
crece y se dispersa para poder vivir sin<br />
tener que numerarse.<br />
En Com/posiciones (1984-1985), el autor<br />
vuelve a situar su nombre entre una<br />
multitud: Ibn Gabirol, Amós, Yehuda<br />
21
Alevi. Poetas, filósofos y profetas judíos,<br />
desterrados permanentes. Gelman<br />
justifica el título del volumen<br />
en una pequeña nota: “llamo com/<br />
posiciones a los poemas porque los he<br />
com/puesto, es decir, puse cosas de<br />
mí en los textos que grandes poetas<br />
escribieron hace siglos”. Pero en ese<br />
nombre se esconde también otro sentido:<br />
Spinoza –otro exiliado– llamaba<br />
composición al choque entre partículas,<br />
sustancias, átomos; el momento<br />
azaroso en el que los cuerpos se encuentran<br />
para articular sus alegrías.<br />
Porque vivir –lo sabemos– no es simplemente<br />
vagar solos por un desierto.<br />
Hay que saber multiplicarse y saber<br />
encontrarse con otros nombres, con<br />
los instantes de otras fugas. Julio Greco<br />
escribió esa experiencia, donde los<br />
cuerpos y las tierras se entrelazan y se<br />
desplazan mutuamente:<br />
esa mujer mezclaba la geografía tanto /<br />
(…) siempre había una selva / un tigre o<br />
tigra / una luna rosada (no de dedos<br />
rosados) / misterios vegetales y minerales<br />
Julio Greco puede amar, por ello, sin<br />
contar: “decir que esa mujer era dos mujeres<br />
es decir poquito”, escribió en algún<br />
instante; “debía tener 12 397 mujeres en<br />
su mujer”. Pero esa cifra no es un número.<br />
Es algo mucho más sutil y, quizás<br />
por ello, algo mucho más poderoso. Es<br />
un indicio, una sospecha, un cálculo.<br />
Una multitud incuantificable en la que<br />
caben mujeres, hombres, pájaros, caballos,<br />
bestias, piedras y granos de sal.<br />
12 397 es una fórmula de la matemática<br />
imposible que Gelman “como Greco”<br />
supo decir de múltiples maneras:<br />
Un hombre dividido por dos no da dos<br />
hombres.<br />
Quién carajo se atreve, en estas circunstancias,<br />
a multiplicar mi alma por uno.<br />
Es posible que la poesía de Gelman<br />
no haya vuelto nunca del exilio;<br />
su autor no dejó nunca de habitar una<br />
tierra extranjera y quizá no haya hecho<br />
otra cosa que intentar escribir esa<br />
experien cia. Es posible que al menos<br />
uno de sus exilios haya terminado. Tal<br />
vez el poeta descubrió una forma peculiar<br />
de acabar con él: trabajar con<br />
una lengua que le permitiera estar<br />
siempre en fuga.<br />
En Dibaxu (1983-1985) logra, con una<br />
sencillez inusitada, lo que todos los<br />
poetas han intentado, incluso sin saberlo:<br />
traducirse a sí mismos. El autor<br />
escribe en sefardí –el castellano de los<br />
judíos expulsados por los Reyes Católicos–<br />
e intenta verter la sutileza de la<br />
huida al español contemporáneo. En ese<br />
tránsito –el del desierto, el de la lengua,<br />
el del exilio– Gelman logró por fin encontrar<br />
una forma de vida; un cierto<br />
22
el sueño de la aldea<br />
modo de juntar memorias y olvidos;<br />
pájaros, fugas, migraciones, cuerpos:<br />
nil trigu di tu ventre<br />
volan páxarus<br />
qui cantan<br />
in lu qui va a venir /<br />
en el trigo de tu vientre<br />
vuelan pájaros<br />
que cantan<br />
en lo que va a venir /<br />
En la página non del libro aparece<br />
la versión castellana; en la par, escrita<br />
en cursivas, la sefardí. El original parece<br />
un fantasma, un doble espectral<br />
de su transcripción española. El poema<br />
se lee como si –aun estando allí antes<br />
de la traducción– su doble lo hubiera<br />
multiplicado, volviéndolo distinto de sí<br />
mismo. ¿Un poema multiplicado por dos<br />
da dos poemas? ¿Cuántas palabras pueblan<br />
el espacio entre los dos? ¿Cuántos<br />
pájaros lo cruzan? La fórmula de<br />
la poesía de Gelman, y de su vida, se<br />
halla en ese espacio.<br />
y, para explicarlas, dibujaron cien millas<br />
al este un archipiélago imaginario. Las<br />
islas, por supuesto, no fueron nunca descubiertas,<br />
pero quizá no hayan dejado,<br />
tampoco, de existir. ¿Qué otra cosa podría<br />
dar cuenta de nuestros flujos, nuestras<br />
extrañas corrientes, nuestros encuentros,<br />
nuestros nombres desdoblados?<br />
Deleuze escribió alguna vez que una<br />
isla no deja de ser desierta simplemente<br />
porque alguien vive en ella. Es posible<br />
que, para poblarla, sea necesario multiplicarse;<br />
ser una bestia o un pájaro,<br />
un archipiélago real y otro imaginario,<br />
comenzar una fuga con 12 397 o con la<br />
cifra justa. Encontrar una lengua para<br />
poder decir la huida; mostrar el espacio<br />
que la separa de sus posibles traducciones.<br />
Si es verdad que toda poesía se<br />
escribe en un idioma extranjero, es posible<br />
que vivamos siempre como exiliados<br />
en un desierto. Quizá la poesía<br />
del exilio –la de Gelman, la de Greco,<br />
la de Goldberg– no sea más que una<br />
fórmula para poder poblarlo.<br />
100 millas náuticas<br />
Herman Melville narra en The Encantadas<br />
que, hasta 1750, los mapas de navegación<br />
ingleses registraban un segundo<br />
grupo de islas al este de las Galápagos.<br />
Los bucaneros no podían explicar las<br />
extrañas corrientes que los rodeaban<br />
¿Quién habla en el poema?<br />
Guillermo Saavedra<br />
¿Quién habla en el poema? Al enunciarla,<br />
la pregunta se multiplica en una<br />
23
tríada de nuevas interrogaciones: ¿por<br />
qué quién y no qué?, ¿por qué habla<br />
y no escribe?, ¿qué clase de espacio,<br />
situación o realidad es el poema capaz<br />
de provocar que alguien se manifieste<br />
en ella verbalmente?<br />
Doy por incontestable, al menos de<br />
modo categórico, la tercera cuestión,<br />
pero es evidente que cualquier respuesta<br />
a la pregunta que nos convoca supone<br />
inevitablemente una puesta en relación<br />
de los tres elementos involucrados en<br />
ella: sujeto, voz y poema.<br />
Comienzo por tomar posición respecto<br />
de las dos primeras interrogaciones:<br />
1. Por un lado, no estoy del todo seguro<br />
de que haya necesaria o excluyentemente<br />
un quien, un sujeto humano<br />
–fragmentado o no, pero sujeto al fin–<br />
detrás de la particular realidad verbal<br />
que es el poema. Puede haberlo pero,<br />
sin dudas, no se trata tanto de una persona<br />
civil, ni psicológica como de un<br />
lugar de enunciación, una posición<br />
táctica que suele autoproclamarse Yo<br />
y que, como sabemos desde la célebre<br />
frase de Arthur Rimbaud en su carta a<br />
Georges Izambard, “es otro”.<br />
Pero sobre todo sospecho que, además<br />
de ese quién, de ese sujeto explícito<br />
o manifiesto, también se hace oír<br />
en el poema un qué, una esquirla o un<br />
resto de voz impersonal que podría<br />
atribuirse a la cultura, a la tradición,<br />
a la memoria de la especie o a lo real<br />
mismo buscando su oportunidad en la<br />
penumbra del lenguaje: aquello que<br />
Diana Bellessi llamó bellamente “la<br />
pequeña voz del mundo”.<br />
Para volver a Rimbaud y a la célebre<br />
carta ya mencionada: “Es falso<br />
decir: ‘Yo pienso’; debería decirse: ‘me<br />
piensan’.” O, como diría mucho más<br />
tarde el psicoanálisis de cuño lacaniano,<br />
“soy pensado” o “soy hablado”,<br />
poniendo en evidencia que el supuesto<br />
agente del pensamiento o del habla es,<br />
más bien, un paciente de dicho acto.<br />
2. Por otro lado, sí: tiendo a creer que<br />
lo que sucede en esa experiencia singular<br />
del lenguaje que es la poesía está<br />
más vinculado, quizá de modo atávico,<br />
al habla que a la escritura.<br />
Sobre todo si nos atenemos al campo<br />
más restringido de la poesía lírica<br />
–aquella que, desde mi punto de vista,<br />
supone la mayor radicalización de la<br />
experiencia poética–, dejando de lado<br />
la extensísima tradición de la épica, en<br />
la cual lo que se pone de manifiesto es,<br />
más que el trabajo de un poeta, el de<br />
un narrador que ha elegido el ropaje<br />
del verso, un atavío que puede llegar a<br />
lucir con ademanes más o menos inspirados,<br />
pero en cualquier caso sacrificando<br />
condensación e intensidad para<br />
ganar en extensión y exhaustividad, y<br />
renunciando, por así decirlo, a lo pro<br />
24
el sueño de la aldea<br />
pio e intransferible de la experiencia<br />
del instante, que es, a mi juicio, lo que<br />
pone en escena, de modo necesariamente<br />
fugaz, el poema –un ímpetu, como decía<br />
Henri Michaux, que no puede durar<br />
mucho.<br />
Y también habría que soslayar, entre<br />
otras prácticas de lenguaje que se<br />
alejan fuertemente de toda huella de<br />
la oralidad para poner el énfasis en la<br />
escritura, emprendimientos tales como<br />
la poesía concreta, que prefiere reclamar,<br />
para su realización, el espacio físico<br />
y plástico de la página, en lugar de<br />
la voz y, para su recepción, la vista en<br />
lugar del oído.<br />
Ahora bien, es la poesía la que ocurre<br />
en la voz –o, si se prefiere, sólo la voz<br />
puede sintonizar la situación poética,<br />
el sistema de relaciones o correspondencias<br />
que ésta pone en juego, en un<br />
momento dado del fluir de las cosas<br />
a través del tiempo–. Pero el poema,<br />
al menos tal como hoy lo conocemos,<br />
realidad tangible sobre una página,<br />
mantiene con el acontecimiento poético<br />
una relación testimonial: el poema<br />
es la huella de la voz que se manifiesta<br />
en el hecho de la poesía, el eco más<br />
o menos distante de aquel suceso.<br />
En este sentido, podría decirse que<br />
aquello que persiste en expresarse en<br />
el poema es de algún modo el fantasma<br />
de la voz que hizo posible la experiencia<br />
poética y que ésta, a su vez,<br />
reclamó con su espesor de urgencia, de<br />
actualidad fugaz e irrepetible, de temblor<br />
único, el pase del testigo: la escritura<br />
del poema, allí donde la voz de la<br />
experiencia se adelgaza o deshilvana<br />
puesto que, si la poesía es aquel caracol<br />
nocturno del que hablaba Lezama<br />
Lima, lo que de él persiste en el poema<br />
es su rastro de baba.<br />
Si se aceptan estas consideraciones,<br />
podría reformularse la pregunta inicial:<br />
¿qué rastros de qué voces persisten<br />
en hacernos llegar su testimonio<br />
en el poema y, en tal sentido, qué papel<br />
cabe al poeta en esa actividad testimonial,<br />
documentaria?<br />
Me apresuro a admitir que estas consideraciones<br />
descansan sobre un acto<br />
de fe o, si se prefiere, sobre el incómodo<br />
énfasis de una serie de sospechas que<br />
paso a enumerar:<br />
° La poesía ocurre en un exterior ajeno<br />
a la conciencia, a la voluntad y a la<br />
voz del poeta.<br />
° La poesía es un don del mundo que<br />
encuentra en la lengua un refugio provisional<br />
pero cierto.<br />
° El poema es la casa de palabras<br />
que el poeta logra construir (con ayuda<br />
de la tradición, de la cultura, de la<br />
sensibilidad de su época y de una sensibilidad<br />
e intuición propias) para un<br />
hecho de poesía.<br />
25
° En tal sentido, todo poema es una<br />
forma de traducción, un traslado de ese<br />
cuerpo vivo a la frigidez de la página.<br />
Desde esta perspectiva, podría leerse<br />
el progresivo despojamiento de ciertos<br />
moldes formales llevado a cabo por<br />
la poesía desde fines del siglo xix hasta<br />
la eclosión y apogeo de las diversas<br />
vanguardias estéticas del siglo xx<br />
como un intento de eliminar las mediaciones<br />
y distorsiones excesivas del<br />
aparato de la cultura: una forma como<br />
el soneto, por ejemplo, habría llegado a<br />
ser en sí misma demasiado significante<br />
como para acabar ahogando la singularidad<br />
del contenido poético específico<br />
de un poema.<br />
O, dicho de otro modo, para que la<br />
traducción no desvirtúe la voz de la experiencia<br />
poética ni la esconda hasta<br />
hacerla desaparecer, la casa que es el<br />
poema se ha ido reduciendo a lo esencial:<br />
lo que fuera en algún momento<br />
mansión lujosa ha devenido en precario<br />
rancho para que, desde su relativa<br />
intemperie –la intemperie sin fin de la<br />
que habla Juan L. Ortiz en sus inolvidables<br />
y recurridos versos–, el poema<br />
se mantenga, paradójicamente, mucho<br />
más vivo y audible en su relativa desprotección.<br />
De aquí podría deducirse que el poeta<br />
es el constructor (o desconstructor) de un<br />
espacio para dar cabida a la voz de la<br />
poesía y no el verdadero hablante del<br />
poema. Pero, incluso adoptando plenamente<br />
esta posición, es necesario señalar<br />
que el poeta es algo más que eso<br />
ya que si, por una parte, crea el ámbito<br />
formal para que la voz poética pueda<br />
discurrir u ocurrir en él, también,<br />
en su condición de lenguaraz entre un<br />
avatar del mundo y un lector capaz de<br />
recibirlo, tiene un papel activo en la<br />
elocución final del poema.<br />
Vale decir, al poeta cabe discernir<br />
lo singular de un rumor concreto proveniente<br />
del mundo; separar el ruido de<br />
las cosas sumidas en el caos para dejar<br />
oír aquello que, en su especificidad (y<br />
más allá de la tradición y de su propia<br />
experiencia psicológica como sujeto),<br />
está pidiendo el asilo del poema.<br />
Desde luego, ese proceso está siempre<br />
gravemente amenazado por la inteligencia,<br />
los supuestos saberes, el<br />
sentido común y, en general, por cierta<br />
pulsión racional, si se me permite el<br />
oxímoron, que pugna en el poeta por<br />
hacerse oír y que tiende a asfixiar la<br />
voz pura y perfectamente gratuita del<br />
acontecimiento poético en beneficio de<br />
una voz supuestamente pertinente, eficaz<br />
o edificante.<br />
Si puede hablarse de autoría en poesía,<br />
si hay un modo de presencia o participación<br />
del poeta en la realización<br />
del poema, ésta reside precisamente<br />
26
el sueño de la aldea<br />
en la capacidad de tomar buenas decisiones<br />
al respecto. El poeta sería, entonces,<br />
una suerte de mediador, de administrador<br />
de voces (incluida la propia), con<br />
el mandato de no normalizarlas sino,<br />
por el contrario, dejarlas expuestas, como<br />
se dice de una fractura, en su mayor<br />
extrañeza y excepcionalidad.<br />
Un intento de unir los puntos hasta<br />
aquí mencionados, como quien busca,<br />
a pesar de todo, trazar el contorno de<br />
una figura, dar una imagen concreta<br />
de algo que se aproxime a una certeza:<br />
° La poesía es un hecho o la vinculación<br />
de varios hechos fugaces e irrepetibles<br />
en un momento dado del devenir<br />
del mundo.<br />
° El poema es, a la vez, la huella y la<br />
casa de la poesía.<br />
° El poeta es el Teseo que recoge, desde<br />
el centro del laberinto de la experiencia<br />
poética, el hilo de Ariadna y<br />
es capaz de encontrar la salida.<br />
° La poesía es la manifestación de una<br />
voz que, agazapada en un rincón de la<br />
oscuridad de lo real, u olvidada en un<br />
repliegue de la cultura, o rediviva en<br />
el fondo de la mente del propio poeta,<br />
pide ser traducida y reformulada para<br />
hallar, de ese modo, un lugar entre las<br />
cosas sensibles y, en cierto casos, inteligibles.<br />
° En el poema coexisten, no siempre<br />
pacíficamente, la huella de la voz de la<br />
situación poética, la voz de la cultura<br />
intentando domesticarla en virtud de<br />
los parámetros vigentes en una época<br />
dada y la voz del poeta, quien intenta<br />
rescatar esa huella rindiendo mayor o<br />
menor tributo al paradigma cultural<br />
en curso pero intentando no traicionar<br />
el impulso, las calidades, texturas e intensidades<br />
de lo que le ha sido dado a<br />
través de una asociación casual, el estímulo<br />
de una lectura, un recuerdo o,<br />
mejor aún, el aguijón de un olvido.<br />
° Corolario: el poeta es el lenguaraz o,<br />
si se prefiere, el agente de primeros auxilios<br />
capaz de intentar una suerte de resucitación<br />
de la experiencia poética. No<br />
siempre lo consigue, como es sabido.<br />
Al releer todo lo anterior descubro,<br />
como san Agustín en relación al tiempo,<br />
que, si no me preguntan qué es la<br />
voz poética ni quién la pronuncia, creo<br />
tener una aceptable noción de ambas<br />
cosas; pero, en cuanto me lo pregunto,<br />
toda certeza al respecto se desvanece<br />
en mí por completo.<br />
No sé, en verdad, qué sea la voz en<br />
el poema.<br />
Sobre todo, no sé encontrarla en mis<br />
propios intentos poéticos, aunque a veces<br />
crea poder reconocerla en los otros,<br />
de un modo intuitivo, por simple inspección<br />
del espíritu, como decía Descartes<br />
(y, en este aspecto, quizá la mejor<br />
prueba de que se trata de una voz y no<br />
27
de una escritura poética es que, para<br />
discernir si estoy o no frente a algo digno<br />
de ser considerado un poema, debo<br />
leerlo en voz alta).<br />
A veces esa inspección me deja la<br />
sensación de que el poeta llegó a enhebrar<br />
el hilo de la voz pero no le hizo<br />
un nudo y está cosiendo en el aire, sin<br />
lograr zurcir, en su decir, mundo y palabra.<br />
En otros casos –César Vallejo es,<br />
para mí, emblemático en este sentido–,<br />
tengo la sensación que intentaba expresar<br />
más arriba de que la voz preexiste al<br />
poema, de que esa voz, poética, existía<br />
antes y persistirá después de que el<br />
poema se constituya como tal. Como<br />
si el poema fuese sólo un intervalo de<br />
altísima concentración de la voz pero<br />
ésta no se extinguiese al final del poema<br />
y pasase, simplemente, a emitirse<br />
en una frecuencia ajena a la escritura.<br />
Es decir, la voz poética continúa ahí<br />
después del poema, como una reverberación<br />
de algo material que no se ausentó,<br />
sólo dejó de ser audible. No estoy<br />
insinuando nada de orden esotérico ni<br />
paranormal sino refiriéndome a la clara<br />
percepción de un silencio que uno adivina<br />
cargado de omisiones, de un retiro<br />
de la palabra que no implica una<br />
desaparición de la experiencia sino el<br />
recurso que ésta tiene para manifestar<br />
su condición singularmente discreta.<br />
Como nuevo intento de aproximarme<br />
a la cuestión, apelo a mi propia, modesta<br />
experiencia. Lo que sospecho<br />
que sucede, en los que considero mis<br />
mejores momentos, aquellos que llevan<br />
a hablar de inspiración o de gran<br />
concentración, es que sé que no voy a<br />
encontrar mi voz pero sí su huella.<br />
Son momentos de lucidez, de sintonía,<br />
de puesta en foco, de altísima nitidez<br />
que me vuelven particularmente<br />
perceptivo a algo que, estando en mí,<br />
parece haber venido de fuera y, súbitamente,<br />
retirarse nuevamente dejando<br />
en mí su estela.<br />
Tal vez no casualmente, cada vez que<br />
he tenido esa suerte de epifanía, no me<br />
encontraba entregado gravemente a la<br />
escritura sino jugando con total despreocupación<br />
(así se me impuso la economía<br />
del poema largo en prosa para Caracol);<br />
entregado a aspectos técnicos de<br />
la escritura (fui anotando, en una página<br />
en blanco, el nombre de John Cage en<br />
sentido vertical cuando me apareció la<br />
necesidad de cruzar horizontalmente<br />
cada letra de ese nombre, con lo que<br />
luego comprendí que iba camino a convertirse<br />
en versos, en mi libro Tentativas<br />
sobre Cage); con la mente en blanco<br />
u ocupada en otra cosa (en tales circunstancias,<br />
probando el procesador<br />
de textos de una nueva computadora,<br />
irrumpieron ante mí, inopinadamente,<br />
28
el sueño de la aldea<br />
los dos primeros versos de El velador,<br />
que hablaban de la muerte de una madre,<br />
tragedia que por entonces no era,<br />
para mí, autobiográfica). Irónicamente,<br />
en el único caso en que intenté con<br />
deliberación interrogar una situación<br />
con un contenido semántico evidente<br />
y cercano como la crisis de diciembre<br />
de 2001, luego de la aparición de cuatro<br />
poemas que surgieron con voz nítida<br />
y propia en mi conciencia, el resto<br />
de lo que ya era un proyecto de libro,<br />
Desocupado, guardó silencio, se retiró<br />
drásticamente de mi imaginación<br />
poética y se mantiene ausente de ella<br />
hasta hoy.<br />
Si detrás de esta resistencia de la<br />
poesía a manifestarse con una dirección<br />
y una intención predeterminadas<br />
por mi voluntad de autor hay una lección,<br />
¿podría decirse que, al menos en<br />
mi caso, se cumple lo que pedía Chuan<br />
Tzú? ¿Hay que entrar en la jaula mientras<br />
los pájaros duermen?<br />
En última instancia, si es cierto, como<br />
vengo afirmando en estas páginas, que<br />
los asuntos y las materias de la poesía<br />
no nos pertenecen y que sólo nos es<br />
dado consignar sus rastros, ¿cuál es la<br />
dimensión de nuestra responsabilidad<br />
–de nuestro mérito, si se prefiere– en<br />
el poema que, de tanto en tanto, la poesía<br />
escribe a través de nosotros, sedicentes,<br />
escuálidos poetas? ¿Qué parte de<br />
nosotros está representada en la voz mixta<br />
que da como resultado un poema?<br />
Sin lugar a dudas, no somos meras<br />
cajas de resonancia de los ejercicios<br />
de un Ventrílocuo Superior. Lo prueba<br />
el hecho de que un poema firmado por<br />
Vicente Huidobro lleva inscrito el grano<br />
de una voz que asociamos sin dudar,<br />
inequívocamente, al poeta chileno; del<br />
mismo modo en que nos ocurre ante un<br />
poema de Luis Cernuda, de Antonio Cisneros<br />
o de Olga Orozco, por citar unos<br />
pocos casos en los cuales la personalidad<br />
poética, más allá de las biografías,<br />
de los prestigios y de las afinidades electivas<br />
de cada cual, es percibida por el<br />
lector/oyente a través de algo que tendemos<br />
a considerar la voz.<br />
Pero eso que confiere carta de identidad<br />
a unos y a otros, mayores o menores<br />
pero indudablemente poetas, ¿es la<br />
voz de la poesía misma o el modo personal<br />
en que cada uno de esos poetas<br />
logra interpretar esa voz, impersonal y<br />
ajena, cargándola de un matiz singular,<br />
de aquello que con reticencias podríamos<br />
volver a llamar estilo?<br />
Vuelvo a mí, no por narcisismo sino<br />
porque, con todas mis limitaciones,<br />
puedo dar cuenta de mis procesos con<br />
algo menos de impertinencia que al<br />
hablar de otros poetas. Cuando logro<br />
entonarme en una escritura que deja<br />
de atender a los mandatos del supues<br />
29
to buen gusto, de las buenas intenciones,<br />
de lo que está a la moda o de lo<br />
que, imagino, seducirá a un crítico o a<br />
un amigo lector, en esos casos, lo que<br />
habla en mí es la voz de la experiencia.<br />
No la de mi experiencia subjetiva sino<br />
la de la experiencia poética. Y si algo<br />
de mí queda en el poema al consignar<br />
esa voz es el reguero de atenciones discretas,<br />
discontinuas, que logro conceder<br />
a lo que ha logrado hablar en mí,<br />
a través de aquella voz.<br />
Sin duda ese rastro, ese zigzagueo<br />
de intuiciones anotadas se va haciendo,<br />
al menos a lo largo de un mismo<br />
libro, sistemático; encuentra un modo<br />
de responder con cierta regularidad a<br />
los imperativos de la experiencia que<br />
pretendo consignar. Y hago hincapié<br />
en esta palabra porque es allí, en la experiencia<br />
y no en la escritura misma,<br />
donde encuentro algo que podría admitir<br />
como el halo de una voz propia.<br />
El poema es posible como intento de<br />
recuperar esa experiencia en que la voz<br />
sonaba en mí como algo propio.<br />
¿Cómo hacer para que el poema preserve<br />
la autenticidad de lo que fue experiencia<br />
de la voz personal, de lo que se<br />
configuró en mí como consecuencia de<br />
un fenómeno exterior, de un recuerdo,<br />
una lectura, una conversación, una música,<br />
un dolor que me permitió vocalizar<br />
sin la necesidad del recurso a la imitación?<br />
No lo sé a ciencia cierta. Creo que,<br />
a veces, uno es privilegiado con una<br />
memoria auditiva más fina que en la<br />
mayoría de los casos. Y el poema se<br />
va escribiendo con atención cautelosa<br />
a la consistencia, el color, el fraseo de<br />
esa voz que a cada momento se pierde<br />
(como cuando uno intentaba sintonizar<br />
una emisora de onda corta en medio<br />
de la noche). En mi caso, es como<br />
si avanzase abriendo una brecha en la<br />
espesura con una tijerita de esas que<br />
usan los chicos en la primaria para<br />
hacer manualidades.<br />
La mayor parte del tiempo, escribir<br />
el poema es la experiencia del fracaso<br />
de recuperar (en la escritura) la experiencia<br />
del triunfo de la voz en el instante<br />
(de la vida). Pero sigo porque, en<br />
medio de ese fracaso, o quizá gracias<br />
a él –como si fracasar fuese un modo de<br />
ir descascarándome, de ir sacándome<br />
de encima las voces adquiridas, las imposturas<br />
ajenas, las interferencias–,<br />
en algunos momentos dejo de hundirme<br />
en el agua y logro pararme en una<br />
piedra.<br />
30
Piedad filial<br />
Clyo Mendoza Herrera<br />
Siempre he llorado. Nací llorando. Antes de nacer lloré<br />
a través de mi madre. Ella lloraba porque llovía o porque<br />
el sol le calentaba el vientre. Conforme fui creciendo<br />
dejó de consolarme. Dejamos de llorar, pero seguíamos<br />
creyendo en la tristeza.<br />
Camino todo el tiempo junto al acantilado<br />
con el deseo cardinal de nunca dejar mi cuerpo profundamente solo<br />
Quiero dar ese paso y caer<br />
que la caída sea tan natural como mi marcha<br />
Dijo Joseph Goebbels a su amigo Adolfo Hitler una noche<br />
en que tomaban juntos y hablaban de amor. Le dijo también<br />
que una mentira dicha mil veces se convierte en una gran<br />
verdad.<br />
Así me lo contó mi padre.<br />
*<br />
31
Una mañana mientras mi padre me hacía resolver un<br />
mapa cartesiano decidí que ya no quería acertar las<br />
cruces de sus planos, trazar cuadrantes, adivinar valores<br />
de letras postreras.<br />
Abandoné su incomprensible notación matricial y quise<br />
salir al encuentro de mi perro.<br />
Mi padre me detuvo de la manga<br />
–Ojalá te enamores –me dijo serio y luego lanzó su risa y<br />
su puño sobre la mesa.<br />
*<br />
Descubrió esa, la más brutal de las maldiciones gitanas, siendo niño,<br />
en una revista Reader’s Digest como aprendió a matar calandrias con<br />
sus puños galgos.<br />
–Ojalá te enamores.<br />
Mi muerte sigue la pauta de su puño en la madera.<br />
*<br />
Quise hundirme,<br />
caer en el acantilado amar a alguien hundirme.<br />
Amar en serio.<br />
Como los héroes en las habitaciones oscuras o como las aves que<br />
nunca se separan.<br />
32<br />
Tuve un tío que viajaba a ver a la gente que nadie reconoce.<br />
Quiso ser candidato a presidente del pueblo.<br />
Se dice que era querido, noble, honesto.
Lo asesinaron.<br />
Eso aseguró a gritos mi abuela.<br />
Lavó ella misma su cuerpo,<br />
como si fuera aún el niño de pecho.<br />
Lo miraba como al hijo que odias porque no deja de llorar,<br />
como al muerto al que se le reclama pero que no vuelve.<br />
Recogió las mantas de su campaña,<br />
las tendió como sábanas en todas las camas<br />
y convirtió su casa en un hostal.<br />
Una casa para qué.<br />
Sus hijos, se dio cuenta, no volverían nunca.<br />
Quise amar a alguien así: hundirme por hacerle justicia en cada uno<br />
de mis actos.<br />
Tratamos de curar su suerte<br />
devolverle la obsesión vital<br />
pero la víctima ya estaba reservada<br />
Fue una de las frases que se le escuchó a Ricardo<br />
Klement en una gélida playa argentina, cuando contaba a<br />
su mujer, en Alemania, acerca de su intento de rescatar a<br />
un perro.<br />
Así me lo contó mi padre.<br />
*<br />
*<br />
Pienso que mi madre desea caer en el mismo acantilado.<br />
33
Lo creo porque sus ojos rezuman agua. Rezuman agua<br />
como todas las cosas que llevan corriente. Creo que mi<br />
madre está luchando, pero sueña el mismo acantilado que<br />
yo. Mi madre vio en mí el miedo. Mi madre vio las alas que<br />
me sostenían titilando como cadena de oro. Por eso debe<br />
ser que cuando nos mirábamos largamente ambas<br />
empezábamos a llorar en abundancia.<br />
Evito a mi madre. Mi madre me evita a mí.<br />
*<br />
Una de esas cosas extrañas que hizo mi padre fue regalarme una navaja<br />
que tenía brújula, tijeras<br />
y una linterna con pilas de reloj.<br />
Los regalos de mi padre consistían en tener todo para no extraviarme.<br />
El día que me mataron llevaba la navaja.<br />
Balas<br />
Me hubiera gustado tener balas.<br />
Pero me dije: está bien, mira, todo va a estar bien,<br />
que es lo que me decía cuando estaba siendo cobarde.<br />
Igual sucedió, no pude evitarlo<br />
y caí<br />
con la boca reluciendo un agua nueva.<br />
34<br />
La palomilla tronó junto al foco,<br />
mi padre arrancó las flores de mi ventana<br />
y cuando terminó con su largo silencio
me enseñó a disparar.<br />
De este lado, en el vacío, todo se cumple.<br />
Colgó cartones como objetivos en los árboles<br />
donde nuevos mapas cartesianos se resuelven cada que él dispara<br />
pretendiendo que mi mano es su mano<br />
que su vida es mi vida.<br />
Padre: tu sangre no dibujó el plano para mi derrumbe, le digo.<br />
Pero no me escucha.<br />
*<br />
No quiero ser yo quien sepulte a nuestro hija muerta<br />
no quiero ponerla a tus pies<br />
ni quiero dormir cubriéndome de pena<br />
Lo poco que quiero, vida mía<br />
es asistir a este espectáculo sin rabia<br />
Repetirme que hay en el mundo niños vagabundos<br />
conquistando escombros<br />
y que ésta, nuestra hija,<br />
aunque no venció<br />
hubiera sido sin ti un ser sin resistencia<br />
*<br />
35
Eichmann juntó diez mil gitanos<br />
y los sembró de llamas<br />
–Ojalá te enamores<br />
gritaban las masas antes de caer en el lecho deslumbrante<br />
Eichmann miró hasta que el fuego estuvo en reposo.<br />
Sobre las venas mutadas en ceniza se leía:<br />
–Ojalá te enamores<br />
la más cruel de las maldiciones gitanas.<br />
Ay, qué inútiles son los juramentos de los nómadas,<br />
se dijo Eichmann.<br />
Volvió a su casa donde su mujer<br />
resolvió cambiarle el nombre<br />
para que la maldición no lo alcanzara:<br />
Ricardo Klement, el nuevo Eichmann,<br />
huyó semanas después<br />
perdidamente enamorado de su causa.<br />
Por ella, años más tarde, lo ahorcaron<br />
en un país al que habían volado las cenizas nómadas<br />
de aquellos gitanos.<br />
Así me lo contó mi padre.<br />
36
Henry McCarty<br />
Antonio Moreno Montero<br />
al tío Hugo Corzo, por el recuerdo de la última<br />
cabalgata que llevó a cabo con mi padre<br />
El hambre y la falta de agua empezaron a minar el físico del jinete, mientras<br />
su caballo ruano daba muestras de seguir al trote sin la necesidad de las espuelas.<br />
Si la fatiga podía doblegar el cuerpo, los poemas del profeta le fortalecían<br />
el espíritu. Extrajo de la alforja el libro Songs of innocence, de William<br />
Blake, forrado en piel de carnero, un poco abarquillado y en el frontis, hecho<br />
a cuchillo tal vez, con mucha precisión, había trazado la figura de un ángel<br />
impúdico. El libro había pertenecido a su padre, era el único patrimonio,<br />
obviando el apellido y el coraje, heredado de él. Leía el libro todos los días,<br />
poemas al azar, para no olvidarse que la voluntad humana es el principio y<br />
final de la libertad, la que permite que el hombre, desde su primer sol hasta<br />
el último, luche para no perder la inocencia. Era una escena que habría seducido<br />
a Sam Peckinpah, o a Sergio Leone, por el tenue barniz civilizatorio<br />
que sugiere, preñada de paradojas, la imagen de un jinete armado hasta los<br />
dientes que lee montado en una bestia sin riendas, aparentemente perdidos<br />
entre chamizos, breñales y árboles achaparrados siguiendo el camino hacia<br />
la muerte, bajo la luz de un sol implacable. Leyó en voz alta “The little boy<br />
found” (The little boy lost in the lonely fen, / Led by the wand’ring light, /<br />
Began to cry; but God, ever nigh, / Appear’d like his father in white.); y recordó<br />
sus días caminando de la mano de su padre por las calles bulliciosas<br />
del barrio irlandés de Nueva York.<br />
Henry McCarty era su nombre de pila, pero también respondía por Henry<br />
37
antonio moreno montero<br />
Antrim, William H. Bonney y al mote de Billy the Kid. 1 Se dirigía a Villa<br />
Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez; tenía planeado cruzar al pueblo la noche<br />
del día siguiente por uno de los atajos del Río Bravo. El chihuahuense<br />
Higinio Otero, uno de sus mejores amigos, había sido emboscado en un paraje<br />
solitario de la ribera del río Peñasco, cuando iba de camino a Blackwell<br />
Ranch. Le destrozaron la quijada; en la espalda tenía como diez orificios de<br />
bala. Por su vitalidad y resistencia, Otero no murió en el acto. Tras enterarse<br />
que su vida peligraba, McCarty galopó tres horas sin parar hacia la casa de<br />
la madre de Otero, en Carrizozo, donde agonizaba, pero el esfuerzo no resultó<br />
en vano después de todo. Le lloró en su lecho; una vez que supo el nombre<br />
del asesino, juró vengar la muerte de su amigo.<br />
McCarty prometió dar con el paradero de Charlie Sanquist, alias El<br />
Comemexicanas, a como diera lugar, sin importar los riesgos que implicaba<br />
38<br />
1<br />
Decidimos prescindir de las referencias y alegatos histórico-literarios en contra de Jorge<br />
Luis Borges, o mejor dicho, en contra del cuento “El asesino desinteresado Bill Harrigan”,<br />
incluido en Historia universal de la infamia, publicado por Editorial Tor en 1935, porque habría<br />
sido una tarea anodina y tal vez irrespetuosa para el lector. Nadie querría leer un relato-ensayo<br />
que se presumiera de corte revisionista y contestatario como pontifican los expertos en los<br />
Estudios Culturales y Subalternos (el profesor de la Universidad de Yale, Harold Bloom,<br />
muy a su manera, y muy bien dicho, ubica a estos especialistas dentro de la escuela del resentimiento,<br />
y con esos mismos placebos de la crítica cultural escriben de espaldas al fenómeno<br />
estético con más ruidos que nueces ensayos fácilmente sobornables), cuando a mitad del mismo<br />
destacaban verbos y adjetivos de indudable propósito adulatorio y con escasa novedad<br />
en las conjeturas, que esto es lo que cuenta, pero jamás el atisbo revisionista y respondón que<br />
mostraba desde el inicio el relato-ensayo en su primera versión, tratando de poner a Borges<br />
por los suelos. Si Emil M. Cioran diagnosticó (profetizar es un verbo esotérico) que la popularización<br />
y vulgarización del narrador argentino traería malas consecuencias para las generaciones<br />
venideras, fue porque todo mundo (a finales de la década de los sesenta) empezaba a<br />
citar a Borges, y lo que es peor aún: a imitarlo. Para alguien como yo, formado en un campo<br />
distinto del de la literatura, me dio la agronomía cierta habilidad para identificar al primer<br />
golpe de vista la fertilidad y calidad del suelo que piso, y la piscicultura la intuición de saber<br />
en qué época del año conviene soltar las truchas en los ríos. De no haber leído La guía<br />
fronteriza en su primera versión, y tampoco la oportunidad de haber conocido a su autor, al<br />
experto en teatro mexicano escrito por mujeres, y muchas veces galardonado en los Estados<br />
Unidos, México, Argentina, Chile y España, Ramón Ochoa, quien fue el que me sumergió<br />
en un mar de lecturas que antes eran ajenas a mi orientación profesional, creo yo que jamás<br />
habríamos sacado del nicho anónimo en que se encontraba La guía fronteriza, él como autor
henry mccarty<br />
desplazarse a Paso del Norte a mediados de junio de 1880. Sabía a lo que se<br />
arriesgaba, pensando en las broncas recientes con las autoridades estatales<br />
y en esa fama que le agobiaba al verse a sí mismo retratado en los boletines<br />
que ofrecían altas recompensas por su captura o por su cabeza. Razón por la que<br />
temía más a sus amigos cercanos que a los enemigos gratuitos, a sabiendas<br />
que éstos podían salir en cualquier momento de detrás de los árboles y de los<br />
caminos sinuosos; pero anticipar la traición de un amigo, imposible presagiarla.<br />
Sanquist, Otero y él habían sido buenos camaradas, tenían la misma<br />
edad y habían hecho juramentos al modo apache, pocos años atrás. ¿Cómo<br />
olvidar la noche en que Sanquist había sido bautizado con ese apodo por la<br />
mismísima prima de Otero?<br />
McCarty estaba consciente del peligro, mas había dado su palabra. Su<br />
latido cardiaco se elevó al pensar en la presencia de los soldados de Fort<br />
y yo como editor. No habría sido fácil dar con el paradero del Dr. Ramón Ochoa, nacido en<br />
una aldea de la sierra de Chihuahua en 1933, y avecindado en Ciudad Juárez por algunas<br />
décadas, sino hubiese llamado al Departamento de Español y Portugués de la Texas Tech<br />
University, donde él obtuvo un doctorado en filosofía en 1964. Realmente, de 1962 a 1994, pasaron<br />
32 años sin que su autor tuviera noticia alguna sobre La guía fronteriza, una selección<br />
de 14 relatos de personajes de carne y hueso que, en tiempos distintos, pasaron y/o residieron<br />
en el enclave fronterizo Ciudad Juárez-El Paso: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Benjamin<br />
Campbell, Ambrose Bierce, Al Capone, Jack Kerouac, Madame Blavlatsky, Henry McCarthy,<br />
Porfirio Barba Jacob, monseñor Manuel Talamás Camandari (nacido en Palestina), un<br />
grupo de abogadillos simpatizante de Hitler que no vale la pena recordar sus nombres, entre<br />
otros –de carne y hueso resulta una combinación óptima para los menjunjes apócrifos–. La<br />
Brautigan Library está localizada en Terracota, Iowa, y edificada en lo más alto de la colina<br />
de la granja del multimillonario Chad Mulligan, tan apasionado de los libros raros como de los<br />
bestiarios antiguos, tanto así que fundó esa biblioteca para darle cobijo a todos aquellos libros<br />
que hubieran sido rechazados por las editoriales –lo más simpático de esta vasta colección<br />
caprichosa lo revelan las cartas de rechazo, para usar una palabra decimonónica, escritas del<br />
modo más sencillo pero con donaire, fina diplomacia, brevedad y mala leche, so pretexto<br />
higiénico para seguir enriqueciendo la literatura y el mundo de los libros–. Llegué a la<br />
Brautigan Library buscando un libro sobre truchas de la alta montaña y otro sobre la apachería<br />
en Chihuahua, y di fortuitamente con el paradero de La guía fronteriza. El Dr. Ochoa<br />
goza ahora de las mieles del retiro académico en Provo, Utah, donde además ocupa un alto<br />
cargo dentro de la iglesia mormona, como predicador y albacea de almas en busca de sosiego<br />
y perfección. Por mi hallazgo, el Dr. Ochoa me otorgó todas las libertades para editarlo y<br />
reescribirlo a mi manera, de modo que, en cuanto al relato de Henry McCarthy, optamos por<br />
una sola línea argumental, evitando en lo posible repetir lo explorado por el maestro Borges:<br />
39
antonio moreno montero<br />
40<br />
Bliss y en los Texas Rangers merodeando la zona. En un sueño supo que su<br />
padre había sido asesinado por un confederado en 1862. El odio que sentía<br />
hacia los soldados era profundo, imposible domesticarlo. Tal vez el sueño era<br />
un pretexto. Bonney, Antrim o McCarty eran apellidos que no revelaban su<br />
verdadera identidad. Los que nacen de la roca en el desierto, nomenclatura<br />
que nada ni nadie puede alterar, están condenados a la aventura y a descreer<br />
de sus propios orígenes. Aunque el sobrenombre era redundante, prefería que<br />
lo llamaran Billy the Kid.<br />
La noche anterior, en Tularosa, Rudolph Burckhardt, alias Bobby Joe<br />
Leggett, le había dicho que Charlie Sanquist se encontraba cruzando el Río<br />
Grande y no pensaba retornar a Estados Unidos hasta que se tranquilizaran<br />
las aguas en Nuevo México. Charlie Sanquist había decidido pasar unas largas<br />
vacaciones en casa de Teresa Garrido, alias La Yegua. Burckhardt recibió<br />
un buen pago por esa información: la preciada Peacemaker .45 que había<br />
sido de Otero. El benefactor de Burckhardt no pensó en otra cosa más que<br />
partir al amanecer, con sus dos revólveres y un Winchester recién pavonado.<br />
No obstante, había olvidado abastecer las alforjas con provisiones.<br />
Desde la cima del Broad Canyon, conocido por los arrieros mexicanos<br />
como El Zopilote (nombre peyorativo basado en una leyenda negra, atribuida<br />
al explorador Juan de Oñate, que hoy ruborizaría a sus descendientes),<br />
el personaje del relato de Ochoa se desplaza de A hacia B para cometer una venganza, pero<br />
en el trayecto se topa con un par de arrieros provenientes de Paso del Norte de camino a<br />
Carrizozo, Nuevo México; el personaje decide tomar una decisión inesperada, por lo que su<br />
deseo de venganza es aplazado. Ochoa decidió reciclar la información desechada del relato<br />
para verterla en un ensayo posterior donde demuestra que Borges ayudó a deformar la figura<br />
de Billy el Niño de una manera alevosa y prejuiciada. Estas son las citas que irritaron a<br />
Ochoa. La primera: “Alguien observa que no hay marcas en su revólver. Billy the Kid se<br />
queda con la navaja de ese alguien, pero dice ‘que no vale la pena anotar mejicanos’.” La<br />
siguiente: “Algo de compadrito de Nueva York perduró en el cowboy; puso en los mejicanos<br />
el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas palabras que dijo fueron (malas)<br />
palabras en español. Aprendió el arte vagabundo de los troperos. Aprendió el otro, más difícil,<br />
de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras<br />
y los burdeles de México lo arrastraban.” Al distorsionar la figura del pistolero, Borges<br />
condiciona al lector para que acepte un sentimiento antimexicano inexistente, porque Billy<br />
the Kid hablaba un castellano perfecto, a decir de Ochoa, y lo aprendió con sus mejores amigos,<br />
que eran chihuahuenses.
henry mccarty<br />
McCarty divisó una columna de humo que se elevaba desde la planicie. Interrumpió<br />
la lectura e introdujo el libro de Blake en la alforja con una reverencia<br />
como si se tratara de un libro sagrado. Dedujo que podría ser un grupo de<br />
vaqueros carneando una res al lado de una fogata o de arrieros transportando<br />
baratijas. Los hombres habían decidido detener el paso de las bestias para<br />
comer y descansar.<br />
McCarty descartó que fueran abigeos, estaban a la vista; y no se habían<br />
alejado mucho del camino real que conducía a Albuquerque. El horizonte<br />
empezaba a pardear. Estaba cansado y tenía hambre. Había cabalgado diez<br />
horas ininterrumpidas.<br />
Calculó que llegaría hasta ellos en menos de una hora.<br />
De no haber sido por el ladrido de los perros, su llegada habría pasado<br />
inadvertida. Estaba preparado ante cualquier eventualidad. Ambas manos<br />
eran tan veloces como la víbora de cascabel. Vio a tres hombres que conversaban<br />
con animosidad frente a la fogata. A medida que avanzaba hacia ellos,<br />
con las riendas sueltas, saludó con la mano en alto y dijo unas palabras en<br />
inglés y otras en castellano. Dos de ellos estaban sentados sobre sus propias<br />
sillas de montar, acomodadas en el suelo; y el otro, de cuclillas; pero todos<br />
estaban amodorrados por el calor del fuego y el hambre que les perforaba<br />
el estómago. Parecían hombres de otra época asando largos pedazos de carne<br />
fresca, cruzada por varas. A un costado, apersogados de la carreta, tres<br />
caballos y un par de bueyes rumiaban un poco de pastura. Los hombres<br />
levantaron la vista al ver el jinete y le respondieron en castellano. El mayor<br />
de ellos era lampiño, liso como el vientre de un reptil, de ojos achinados, con<br />
un paliacate enroscado en el cuello. Le sugirió a McCarty que se apeara para<br />
que comiera y bebiera unos tragos de café. McCarty los juzgó como buenas<br />
personas, pese a que sabía de antemano que tanto ellos como él habían intercambiado<br />
identidades falsas al saludarse. Desensilló su caballo con tranquilidad,<br />
le quitó el freno, acto seguido le puso un cabestro, del cual ató una<br />
cuerda a la altura de los belfos y le dio larga para que el animal rebuscara la<br />
poca hierba que había entre unos cactos.<br />
–Qué bonito caballo –dijo Lampiño.<br />
Los demás coincidieron con un gruñido, emitido al unísono. McCarty se<br />
desocupó, pero su instinto le indicaba que estaba fuera de peligro, aunque no<br />
41
antonio moreno montero<br />
42<br />
dejaba de darle la espalda al grupo y ponía toda su atención hacia la carreta,<br />
entoldada, desde donde alguien, sin mucho esfuerzo, podía sacar el cañón de<br />
un Remington y perforarle el pecho.<br />
Los perros olfateaban sus botas y se las lamían como si él fuera el amo.<br />
McCarty se acuclilló para acariciarlos.<br />
–¿Qué les pasó a éstos? Si son bien bravos.<br />
–Les caíste bien, güero –dijo Lampiño.<br />
–Siempre me han gustado los perros, pero nunca he tenido uno –afirmó<br />
McCarty, sin tropezarse en las palabras.<br />
El más joven de los hombres le alcanzó un pedazo de carne.<br />
McCarty desenvainó su cuchillo y la cortó con precisión. Lampiño se<br />
asombró al ver cómo lo manipulaba. Cortó el pedazo en cuatro tajos. Con la<br />
punta del cuchillo, ensartó uno para llevárselo a la boca.<br />
–¿Puedo verlo cuando termines de usarlo? –preguntó Lampiño.<br />
McCarty respondió con un movimiento positivo de cabeza.<br />
Al escuchar risillas dentro de la carreta, su mano izquierda se movió<br />
como si fuera un animal al acecho. Amartilló uno de los revólveres; lo hizo<br />
tan rápido que los hombres alrededor suyo no se percataron del movimiento.<br />
De pronto, una mujer con la melena enmarañada, semidesnuda, cayó de bruces<br />
sobre la tierra. Tras incorporarse, empezó a insultar en inglés, mientras<br />
se cubría los pechos con ambas manos.<br />
–¿Pero qué te has creído? Por eso te traigo, para que cumplas todos mis<br />
caprichos. Y para de gritar. Porque si no te meto un tiro en el culo cuando yo<br />
baje –dijo un hombre desde el interior de la carreta.<br />
La mujer obedeció tragándose sus insultos. De la carreta salió un hombre<br />
de una estatura imponente, cuya corpulencia daba la impresión de incrementarla<br />
aún más. Era de tez roja y pelo azabache. Usaba grandes arracadas<br />
que lanzaban destellos al contacto con el reflejo de la luz de la hoguera. Parece<br />
un demonio, pensó McCarty, quien seguía en guardia por lo que pudiera<br />
pasar en esa escena nada romántica, desarrollada a diez metros de distancia,<br />
en una noche que empezaba a cerrarse como inexpugnable telón de fondo.<br />
Arracadas se acercó a la mujer y la aupó tomándola de la cintura.<br />
–Lo que tú quieres es carne de la buena y no miserias, ¿verdad? Eso<br />
quieres que diga –dijo entre risotadas–. Co me lo que quieras.
henry mccarty<br />
Los demás festejaron el chiste,<br />
menos McCarty, que se quedó tenso<br />
al ver uno de los desvaídos senos descubiertos<br />
de la dama. 2<br />
Arracadas tomó una vara repleta<br />
de carne, eligió una porción y masticó<br />
al modo salvaje, sin dejar de ver el horizonte<br />
que poco a poco se teñía de negro;<br />
luego, se inclinó para tomar una<br />
piedra y la tiró tan fuerte como pudo.<br />
Varias palomas torcaces levantaron el<br />
vuelo, espantadas por la certera pedrada.<br />
Con el alboroto, el ruano de McCarty<br />
relinchó.<br />
–Las huelo a leguas. Tienen un zureo inconfundible –le dijo Arracadas<br />
a Lampiño.<br />
Arracadas no se había percatado de la presencia de McCarty o fingía<br />
no verlo.<br />
2<br />
Esa noche que recibí la llamada del Dr. Ochoa, tan inesperada como por lo que revelaría,<br />
me disponía a saciar una botella de vino tinto español que él causalmente me había<br />
obsequiado; esperaba que el vino sosegara un poco el cansancio que me atenazaba las corvas<br />
y las espaldas, y me otorgara la suficiente dosis de lirismo para la charla. Había pasado todo el<br />
día en la Davis Library, de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, escudriñando<br />
un extenso archivo fotográfico sobre la negritud en México, de un valor incalculable. Particularmente,<br />
seguía la pista que me llevaría a develar los orígenes de la familia Campbell (afincada<br />
primero en la ciudad de Chihuahua y, después, en Ciudad Juárez), descendiente de<br />
esclavos de Alabama. Chispeante, el Dr. Ochoa me comentó que recién había entrevistado<br />
a dos ancianos en Hatch, Nuevo México (que presume ser la capital mundial del chile); los<br />
viejos habían nacido a principios del siglo xx y mantenían mucha información valiosa sobre el<br />
tema; le aseguraron que los padres de éstos habían conocido al rubio forajido y que les trató<br />
de vender sesenta reses a buen precio, incluyendo una potranca. Si los viejos esculcaban<br />
bien en los baúles con recuerdos familiares, podían dar con el contrato que habían firmado el<br />
padre de éstos y el supuesto forajido para no deshacer el compromiso. La compra no se concretó<br />
porque sus padres temían que las reses fueran robadas. Ochoa conoció a los ancianos<br />
cuando acudió a la inauguración de la primera y única biblioteca de Hatch –Dr. Ramón<br />
Ochoa Library–, fundada por gestiones de su hermana. Yo tomaba notas mientras él hablaba<br />
43
antonio moreno montero<br />
44<br />
–¿Cómo te llamas realmente amigo y de dónde eres? –preguntó Lampiño<br />
como para interesar a Arracadas.<br />
–Tobias McCarty, de Meade, Kansas –volvió a mentir. Ahora estaba de pie<br />
y se había alejado un par de metros de la hoguera; los demás lo veían a media luz.<br />
Arracadas escuchaba muy atento, de espaldas a McCarty, sin dejar de<br />
comer. La mujer, a su lado, mordisqueaba entre sollozos. McCarty empezó a<br />
imaginarse una escena horripilante: de ser provocado por esos hombres, les<br />
metería a todos una bala en la cabeza sin que se dieran cuenta, casi a quemarropa.<br />
A la mujer la dejaría viva o la haría suya dentro de la carreta. Del<br />
chorro de sangre que saldría de las cabezas se formaría en esa zona una fuente<br />
de color rojo intenso; los caballos y los animales del desierto saciarían una<br />
sed milenaria al tomar de ella. La mujer quedaría muda de terror al ver que<br />
la sangre de su amante se adhería a su cuerpo como una costra viva, luego se<br />
transformaría en un gusano que empezaría a devorarla con mucho apetito: empezando<br />
por los pies, la cintura y finalmente la cabeza. Para evitar esa muerte<br />
horrible, saldría corriendo poseída por un demonio lascivo, vagaría desnuda<br />
como si la charla formara parte de un seminario. Las aguas de la charla se dividieron en cuanto<br />
me dijo que esos mismos ancianos le habían revelado que Billy the Kid había nacido mujer.<br />
A la edad de ocho años, una niña espléndida, había sido ultrajada por el hermano de su madre,<br />
quien la siguió sometiendo en repetidas ocasiones, hasta que la niña le preparó una celada sin<br />
decirle nada a nadie. Después de dos años de suplicio (¿ella o él?), envenenó a su agresor con<br />
una tarta de manzana preparada con sus propias manos. Al poco tiempo empezó a vestirse a<br />
la usanza vaquera. El Dr. Ochoa también me afirmó que, a los 16 años, Billy the Kid abrazó<br />
el lesbianismo. De inmediato le insistí que me proporcionara sus fuentes bibliográficas<br />
para indagar por mi propia cuenta. Pero ignoró mi súplica. Jamás reveló gestos femeninos, me<br />
garantizó el Dr. sin constancia alguna. Intuí que del otro lado de la línea Ochoa tenía consigo<br />
una copia de la foto (la única de la que se tenga memoria de Henry McCarty, de cuyo relato<br />
debimos prescindir) y no le quitaría la vista; porque él, mientras hablábamos, me describía<br />
detalladamente la forma de sus caderas, sus rasgos físicos y sus manos delgadas, con una<br />
intensidad desbordante como si en ese momento Billy the Kid (¿ella o él?) estuviera sentado<br />
solo en un salón de clases sin techo y situado en medio de un inmenso desierto, rodeado de<br />
dunas y nubes algodonosas a punto de caerse de maduras de ese cielo imperturbable, formando<br />
una escena del gusto de V. Nabokov: entre el profesor rabo verde que habla sin parar<br />
y la chica provocativa, de falda a cuadros, blusa blanca y trenzas rubias, que se muerde los<br />
labios de impaciencia porque desea empezar las verdaderas clases de una vez por todas, una<br />
clase de equitación, realmente, montada como dios la trajo al mundo sobre el lomo de un<br />
caballo pura sangre que galopa con desenfreno hacia los vertederos del crepúsculo mayor.
henry mccarty<br />
como un espectro por los senderos que interconectan el inmenso desierto. La<br />
escena horripilante provenía de aquel impacto que tuvo hace dos años en Paso<br />
del Norte. Una mujer desnuda corría por la calle principal del pueblo, envuelta<br />
en llamas. La gente horrorizada, sin saber qué hacer, la veía como un<br />
espectáculo circense. Indignado por la algarabía, Otero sacó el revólver y le<br />
pegó un tiro en la cabeza para detener el sufrimiento. Tiempo después empezó<br />
a rumorarse que una mujer en llamas, justo a la medianoche, aparecía a mitad<br />
de la calle y caminaba rumbo al río, entre alaridos.<br />
Arracadas giró en redondo para ver de frente a McCarty y decir para todos:<br />
–Había poca concurrencia esa noche en la cantina de La paloma, en<br />
Chihuahua. La gente empezaba a tranquilizarse, después del asesinato de un<br />
hombre que estaba sentado frente a la barra tomándose un par de güisquis.<br />
El asesino no le dio oportunidad ni para defenderse. Menos mal que el difunto<br />
supo quién lo mató. Tuvo que verlo cuando se le acercó para dispararle<br />
a menos de cinco metros: su rostro quedó allí dibujado en el enorme espejo,<br />
pegado al fondo de la barra. La causa había sido por un lío de amores con<br />
mujer casada. Y tú estabas allí –se dirigió sólo a McCarty–, porque Higinio<br />
Otero te había convencido para que visitaras la ciudad donde él había nacido,<br />
conocieras las cantinas y casas de juego. Tú sí viste quién mató a ese<br />
hombre, pero no se lo dijiste a nadie. Déjame decirte que Higinio Otero no<br />
era mi amigo sino mi hermano del alma.<br />
McCarty recordó el incidente donde el hijo de un terrateniente muy<br />
afamado de Chihuahua había perdido la vida. Hubo cuatro detonaciones que<br />
cimbraron las lámparas del techo, uno de los proyectiles le perforó la nuca.<br />
Cuando la gente se puso en pie al escuchar los disparos, McCarty pudo ver a<br />
un hombre de una alzada poco común que sobresalía de entre los demás. No<br />
olvidaba todavía sus botas de cabritilla y el fuerte puntapié que le propinó a<br />
un parroquiano que, al ver el cadáver del infortunado, quiso despojarlo de su<br />
precioso revólver. No pasó mucho tiempo para que llegara un mexicano blanco,<br />
de barba cerrada, vestido como de gala. Supuso que era el padre de la víctima,<br />
el hacendado. Se postró ante el cadáver de su hijo y lo abrazó, sin derramar<br />
lágrima. Arracadas continuó el relato, narrando detalles que le dieron un giro<br />
radical a su vida porque nunca había recibido tanto dinero en tan poco tiempo.<br />
El hacendado se incorporó y habló dirigiéndose a toda la concurrencia:<br />
45
antonio moreno montero<br />
46<br />
–Le pongo precio a la cabeza del hombre que mató a mi hijo: 500 monedas<br />
de oro para aquel o aquellos que me traigan su cabeza. Pero quiero la<br />
cabeza solamente.<br />
No pasaron ni dos días para que el hacendado hiciera efectiva la promesa.<br />
Arracadas se presentó en el casco de la hacienda, con una caja de madera,<br />
envuelta en un mantel de cocina. El hacendado abrió la caja y descubrió la<br />
cabeza del asesino de su hijo.<br />
–¿Cómo sé que es él? –dijo el hacendado.<br />
–No hay duda, yo también trabajé para el hombre que pagó para que<br />
mataran a su hijo. Pero no es mi problema. Yo vine aquí a cumplir y recibir<br />
mi paga. Él me confesó, antes de degollarlo, que su patrón lo obligó a matar<br />
a su hijo, porque sólo así ajustarían cuentas pendientes. La razón la desconozco,<br />
aunque unos dicen que fue por celos. Tampoco Tiberio Sánchez creo<br />
que haya sabido la razón, él sólo obedeció órdenes.<br />
–¿Quién es Tiberio? –interrogó el hacendado.<br />
–El propietario de la cabeza que ahora usted tiene en su poder –dijo<br />
Arracadas.<br />
–¿Y quién era su patrón? –dijo el hacendado.<br />
–Vine por mi paga y no me gusta abrir la boca sin recibir nada a cambio.<br />
Pero sé que es su pariente –contestó Arracadas.<br />
–Sea quien sea, te exijo el mismo trabajo y la misma paga para realizarlo<br />
–dijo el hacendado.<br />
–No, patrón, por la misma cantidad, no. Que sean mil monedas. Y le prometo<br />
traerle la cabeza en un mes, a más tardar –dijo Arracadas–. Es difícil<br />
llegar hasta él. Con la ausencia de Tiberio, tomará medidas, pero buscaré<br />
la manera de acercarme. Si acepta, quiero un anticipo. La mitad ahora y el<br />
resto cuando venga con la inmundicia –añadió.<br />
–Trato hecho –contestó el hacendado.<br />
Arracadas no concluyó la historia. Sus palabras crearon un vórtice en<br />
la planicie y en la mente de los escuchas, menos en la de la mujer, que yacía<br />
dormida a un paso de la lumbre, tapada con una manta.<br />
–Existe la voluntad, pero el hombre es ajeno a lo que le impone su destino<br />
–pensó McCarty, estremeciéndose.<br />
McCarty identificó a Arracadas plenamente, reconoció que éste encar
henry mccarty<br />
naba la amistad más profunda y antigua de Higinio Otero, en Chihuahua. Dedujo<br />
que la providencia se lo había puesto en el camino. Recordó de golpe las<br />
locuras y peripecias contadas por el amigo mutuo. Aceptó que se había equivocado<br />
al querer desplazarse hacia Paso del Norte, donde, de haber puesto la<br />
nariz, lo habrían cazado como un búfalo. Todo por culpa de las tensiones de<br />
vivir a salto de mata, de pensar en tantas cosas al mismo tiempo, le habían<br />
impedido reconocerlo de buenas a primeras.<br />
Los dos amigos de Otero, abatido por Charlie Sanquist, alias El Comemexicanas,<br />
se dieron la mano, seguidamente un abrazo; McCarty, desaparecido<br />
entre las tenazas de Arracadas.<br />
Llegó la madrugada y ninguno de los hombres se desplomó de sueño o<br />
de cansancio. El aguardiente los mantuvo en vela; a Arracadas se le aflojó la<br />
lengua. No dejaron de brindar por Otero. Arracadas le dijo a McCarty que no<br />
era necesario trotar hasta Paso del Norte. Podían reconocerlo. Lo previno de<br />
dos posibilidades: que un civil le disparara para cobrar la nada despreciable<br />
recompensa ofrecida por las autoridades de Nuevo México o que los soldados<br />
de Fort Bliss, o los Rangers, trataran de detenerlo. Los demás habían<br />
enmudecido, resignados a escuchar la plática.<br />
A pregunta de McCarty, Arracadas dijo que Paso del Norte era una<br />
locura, vivía allí desde hacía dos años y ya se estaba hartando de su vida<br />
llevada al garete. Para darle cierto rumbo, se ocupaba, cada dos meses, de<br />
llevar baratijas o transportar encargos de Paso del Norte, o de El Paso, a Albuquerque.<br />
Le dejaba el suficiente dinero para no trabajar un par de meses.<br />
Vivía en un cuartucho aledaño al lupanar de La Yegua, Teresa Garrido, compartido<br />
con la mujer que seguía tendida a un costado de sus pies gigantescos.<br />
Volvió a insistirle que no cruzara el río, las cosas estaban complicadas<br />
para él. Arracadas le dio un trago largo a la botella de güisqui, antes de hacerle<br />
una pregunta.<br />
–La verdad, ¿qué te lleva a Paso del Norte? Ve, si quieres, pero no te<br />
lo recomiendo.<br />
–Voy a matar al asesino de Higinio. Se lo prometí y no debo fallarle.<br />
Arracadas soltó una carcajada y sus hombres lo secundaron, como siempre<br />
sucedía con ellos cada vez que el jefe se manifestaba en estridencias.<br />
–Me enteré de la muerte de Otero, como te acabo de decir, en la casa<br />
47
antonio moreno montero<br />
de La Yegua. Quise cruzar para verlo por última vez, despedirme, pero algo<br />
me detuvo. Lloré su muerte como si hubiera sido la de mi propio padre –rememoró<br />
Arracadas.<br />
McCarty sólo había tomado un par de tragos; era el único sobrio del grupo.<br />
A medida que escuchaba, empezó a tejer su propio desenlace, dado que<br />
Arracadas dejaba inconclusas las historias que contaba. El Comemexicanas era<br />
amante de La Yegua, así que ésta lo había escondido bajo sus largas faldas<br />
para que nadie lo encontrara; sin embargo, ambos desconocían que Arracadas<br />
era el hermano del alma de Otero. En menos de una semana, Arracadas<br />
se había enterado de lo ocurrido en Nuevo México, incluso ya conocía el nombre<br />
del asesino de su amigo. En esos días, sentado en el retrete, con un agujero<br />
en la cabeza, Sanquist perdía la vida, provocando la ira de su amante,<br />
que, enloquecida, juraba tomar venganza.<br />
Arracadas ordenó a Lampiño que trajera un recipiente de la carreta.<br />
–Con cuidado porque puede romperse. Recuerda que es un valioso regalo<br />
–dijo Arracadas.<br />
Lampiño dejó de hacer eses al regresar porque sostenía con ambas manos<br />
un frasco grande de cristal; lo que había dentro, a ojos de McCarty, parecía<br />
un sapo gigante, hinchado, flotando inerme en un líquido acuoso.<br />
–No es lo que crees –le dijo Arracadas–. Lo que ves allí perteneció a<br />
Sanquist. Es un regalo para ponerlo en la tumba de Otero. Estoy seguro que<br />
le agradará tanto como a nosotros.<br />
La mirada de McCarty se quedó fija en el horizonte que ya empezaba a<br />
clarear. Imaginó las calles bulliciosas de Paso del Norte y la mujer envuelta<br />
en llamas. Se sintió él mismo como un espectro que cabalga solo por las llanuras,<br />
condenado por un anonimato fugaz.<br />
McCarty se puso el sombrero y clavó la mirada en el suelo. Sabía que era el<br />
momento de partir. Se despojó de su cuchillo para dárselo a Lampiño como<br />
regalo, un gesto de reciprocidad entre caballeros.<br />
Ya montado en el ruano, le dijo a Lampiño:<br />
–Para que escalpes al hijo de puta que me mate a traición.<br />
Arracadas y Lampiño sonrieron, exhibiendo sus dientes podridos.<br />
48
Movimientos de la leche<br />
Andrea Alzati<br />
en aquellos días<br />
todas las fuentes<br />
de la ciudad<br />
escupían leche<br />
tan blanca<br />
que<br />
de haberlas<br />
visto de frente<br />
nos hubieran<br />
dejado ciegos<br />
el humo avanzaba<br />
lentamente<br />
como<br />
en una procesión religiosa<br />
y<br />
las preguntas<br />
se replicaban<br />
en miles de<br />
formas<br />
geométricas<br />
49
aún sin nombres<br />
en medio de un silencio<br />
de manteles largos<br />
y<br />
blanquísimos<br />
frente a una madre<br />
blanquísima<br />
el padre dijo:<br />
–hija, si no fueras mi hija me casaría contigo<br />
y la hija mostró<br />
el blanco<br />
de sus dientes<br />
en una mueca<br />
que<br />
bien pudo ser una sonrisa<br />
que opacara lo amargo<br />
como<br />
pudo ser su herida<br />
retorciéndose<br />
o de placer<br />
o de un terror<br />
absoluto<br />
con qué soltura puede un perro tirarse a la mitad de la calle.<br />
con qué facilidad<br />
puede una herida<br />
derramar cualquier líquido<br />
transparente<br />
50
ojo<br />
o de un blanco<br />
tan blanco<br />
que de haberlo<br />
visto de frente<br />
nos hubiera dejado ciegos,<br />
cieguísimos<br />
en aquellos días<br />
toda la calle era<br />
leche blanca<br />
ríos de<br />
leche tan blanca<br />
tan maternal<br />
que<br />
el instinto materno también mostraba su instinto de muerte<br />
–te daré tanta leche que no podrás respirar nunca–<br />
la ciudad era un río de<br />
leche dulce<br />
que<br />
asfixiaba a cualquiera<br />
no había dónde esconderse<br />
no había a dónde correr<br />
la leche entraba<br />
por cualquier orificio<br />
por pequeño que fuera<br />
por debajo de todas las puertas<br />
entraban ríos<br />
51
de leche<br />
hirviendo<br />
lo mojaba todo<br />
lo quemaba todo<br />
hasta el esófago<br />
más resistente<br />
tenía úlceras<br />
al rojo<br />
vivo<br />
la hija pensaba<br />
cómo<br />
cómo<br />
cómo<br />
¿cómo haré para<br />
que<br />
las cenizas<br />
de mi padre<br />
lleguen a donde<br />
me pidió<br />
claramente<br />
que<br />
tenían que llegar?<br />
a los once años cualquier petición funeraria es de una solemnidad<br />
inquebrantable.<br />
52<br />
la ciudad tragaba leche<br />
como<br />
tragaba cualquier
sustancia líquida<br />
de cualquier herida<br />
que siguiera abierta<br />
por convicción<br />
o<br />
por olvido<br />
la ciudad era eso:<br />
una herida hambrienta<br />
buscando a cualquier niña distraída<br />
para arrebatarle<br />
el último aire<br />
que<br />
le quedara en el pecho,<br />
un pecho<br />
todavía<br />
andrógino<br />
la ciudad era el lugar perfecto para la asfixia.<br />
la hija buscó piedras<br />
conchas de mar,<br />
un par de dados,<br />
miniaturas de plomo,<br />
vidrios erosionados de colores,<br />
objetos pequeños para levantar<br />
altares diminutos<br />
a la materia<br />
una serie<br />
de objetos<br />
53
chiquititos<br />
donde pudiera<br />
poner sus manos<br />
sentir con<br />
los dedos<br />
el peso de cada objeto<br />
por pequeño<br />
e insignificante<br />
que fuera<br />
la hija guardó semillas rojas<br />
contó del uno al ciento diez<br />
semillas rojas<br />
y las metió en<br />
una botella<br />
de vidrio<br />
verde<br />
la materia era el lugar perfecto para cifrarse.<br />
la hija guardó cajitas muy pequeñas<br />
adentro de otras cajas<br />
también pequeñas<br />
y<br />
lo mismo hizo ella:<br />
se guardó en una caja,<br />
en la esquina de una caja<br />
se dedicó devotamente<br />
a dormir<br />
el sueño es<br />
54
la única ceremonia<br />
que<br />
persiste<br />
de día o de noche<br />
dentro o fuera de las sábanas<br />
la hija se dedicó a dormir<br />
y<br />
a olvidarlo todo<br />
a olvidar su nombre y apellido<br />
a olvidar si era la hija o el hijo<br />
o si no era nada<br />
(si guardaba silencio<br />
el tiempo<br />
suficiente<br />
en realidad<br />
no<br />
era<br />
nada)<br />
la ciudad era el lugar perfecto para olvidarlo todo.<br />
en aquellos días<br />
los ríos de leche hirviendo<br />
eran el único alimento posible<br />
no había por qué esperar a<br />
que<br />
la leche estuviera tibia<br />
55
también a un líquido hirviendo<br />
el cuerpo<br />
se vuelve invulnerable<br />
el pecho dejó de ser un<br />
pecho andrógino,<br />
la asfixia<br />
y<br />
el mutismo<br />
en cambio<br />
serían siempre<br />
andróginos<br />
(las rodillas<br />
las orejas<br />
ciertos ángulos<br />
de las manos…)<br />
con qué facilidad se puede despreciar la leche materna.<br />
la hija buscó símbolos,<br />
figuras,<br />
trazos,<br />
nombres,<br />
sonidos donde sentarse<br />
a recuperar el habla<br />
56<br />
la ciudad arrojaba<br />
señales equivocadas<br />
a donde fuera que volteara:<br />
las letras de su nombre<br />
la fecha de tu nacimiento
la fecha del nacimiento de este otro nombre<br />
la dirección de este otro<br />
toda la ciudad<br />
se llenaba de señales<br />
que<br />
no señalaban nada excepto<br />
que<br />
la hija había perdido casi toda el habla<br />
la ciudad también era la hija<br />
derramando cualquier cosa<br />
sobre cualquier<br />
cuerpo<br />
había<br />
que<br />
derramarse si quería<br />
conservarse entera<br />
no hay un nombre para cada uno de ellos<br />
todos tenían el mismo nombre:<br />
instinto de vida<br />
instinto de muerte<br />
instinto de ríos de leche<br />
en aquellos días<br />
la ciudad exhalaba<br />
una atmósfera de playa<br />
grotesca, insostenible<br />
la playa<br />
es la muerte del padre<br />
57
levantándose en olas<br />
como<br />
un fin<br />
inalterable<br />
la playa era el lugar perfecto para la indeterminación.<br />
el mar es una muerte<br />
es una espuma<br />
que<br />
se queda adherida<br />
al cuerpo<br />
como<br />
un inquilino<br />
como<br />
un parásito<br />
como<br />
la palabra muerte<br />
se queda adherida<br />
a las venas<br />
en aquellos días<br />
el mar escupía<br />
peces plateados<br />
el mar era una muerte<br />
era una espuma, una leche<br />
que<br />
escupía peces<br />
espumas de peces<br />
que<br />
se adherían al<br />
58
cuerpo<br />
lo<br />
escamaban<br />
el mar era el lugar perfecto para la muerte.<br />
en aquellos días<br />
la hija se recogía<br />
en su propia compulsión hasta<br />
que<br />
solamente la compulsión<br />
la movía<br />
en aquellos días<br />
sus manos eran su boca<br />
su boca eran sus manos<br />
todos los movimientos<br />
de la leche sucedían<br />
entre sus manos<br />
y<br />
su boca<br />
la leche hirviendo<br />
brotaba de su pecho<br />
de todas sus heridas<br />
de todas las fuentes<br />
de la ciudad<br />
en aquellos días<br />
llovía leche hirviendo<br />
sobre la hija<br />
y ella creía<br />
59
que<br />
todo eso<br />
era inevitable<br />
la hija<br />
dormía en lo inevitable<br />
se arrodillaba ante lo inevitable<br />
se alimentaba de lo inevitable<br />
los movimientos de la leche<br />
eran inevitables<br />
todos los movimientos<br />
de la herida<br />
de la espuma<br />
de la leche<br />
no había forma de evitarlos<br />
en aquellos días<br />
la hija<br />
era<br />
su propio<br />
alimento<br />
60<br />
la hija<br />
inflamada<br />
de sí misma<br />
fue arrojada<br />
una<br />
vez<br />
más<br />
a la intemperie<br />
en aquellos días.
Tres prosas<br />
Óscar González Saint<br />
la avenida<br />
Era verano. De madrugada sintió las patadas en el vientre. Escuchó el ruido<br />
de los camiones, a esas horas ya en la avenida. Estaba en el octavo mes de<br />
embarazo. Junto a ella se removió la niña. Amaneció una hora después. Se<br />
quedaron despiertas en la cama, jugando. Se levantaron tarde, desayunaron.<br />
Luego la niña subió a tender la cama, a juntar la ropa sucia. La casa era oscura,<br />
fresca. Por las ventanas entraba una luz blanca. Afuera el cielo era gris.<br />
El calor constante. Barrió la cocina, prendió el calentador. Oyó a la niña<br />
meterse a bañar. Luego trapeó el piso. Les cambió el agua a los canarios y<br />
regó las plantas. Arriba la niña veía la televisión. Amelia, gritó. Luego de un<br />
momento bajó la niña. Traía el cabello alborotado, suelto. Vaya a darle de comer<br />
al perro, le dijo. La niña obedeció. La vio subirse en un taburete para alcanzar<br />
la bolsa del alimento. Flaquita, pensó contenta. Escuchó las croquetas<br />
caer al plato y los gemidos de alegría del perro. Le dolía la espalda. Se sentó<br />
a descansar en la banca del patio. El cielo nublado no dejaba saber la hora.<br />
Había que preparar la comida. Había que seguir pintando la habitación y<br />
mover la cuna. Se pasó la mano por el vientre. Subía la humedad. Al rato la<br />
niña le dijo que iba al parque a pasear al perro. Adormilada por el trino de<br />
los canarios, le dijo que no se quitara los zapatos. Los helechos y los bejucos<br />
se movían con el viento, el calor no disminuía. A la niña le gustaba correr<br />
descalza por el parque: salía y regresaba con los pies negros de tierra, con<br />
la cara roja y el cabello alborotado. Entraba a la casa y escondía la sonrisa<br />
cuando la regañaba. No era un regaño con muchas ganas, más bien otro jue<br />
61
óscar gonzález saint<br />
go con la niña, que se lavaba los pies<br />
y las manos, se recogía la melena y<br />
ayudaba poniendo la mesa, cortando<br />
los limones para el agua, diciendo sí,<br />
mamá, cuando la mandaba a hacer alguna<br />
otra cosa.<br />
Se despertó sudando frío. Quiso<br />
levantarse pero sintió dolor en el<br />
vientre. Temblando se metió la mano<br />
entre las piernas: la falda estaba mojada.<br />
Luego una punzada más aguda le<br />
cruzó el cuerpo. Sintió que se rompía.<br />
Sintió que el aire se le iba. Aspiró profundo,<br />
se levantó corriendo contra el dolor, alcanzó el teléfono. Marcó el número<br />
de emergencia y salió a la calle para llamar entre el llanto a la niña.<br />
Los zapatos estaban junto a la entrada. Vio pasar al perro ya sin la correa.<br />
Escuchó allá en la avenida los gritos.<br />
62<br />
las visitas<br />
Llegaron pasadas las dos de la tarde. Era domingo. Con un empellón, entraron<br />
por la puerta de enfrente. Sentado en un sillón de brazos anchos, Emiliano<br />
Sanjosé levantó la vista del libro que tenía en las manos. Los miró de<br />
arriba abajo: de estatura similar, los dos vestidos con camisas lisas de manga<br />
corta, uno de azul oscuro, el otro de un verde pastel que al dueño de la casa<br />
le pareció de mal gusto. Saludaron con un movimiento de cabeza, mientras<br />
el de verde cerraba la puerta. Emiliano Sanjosé, dijo el de azul mirando a los<br />
ojos al hombre en el sillón. Lo dijo como afirmación más que pregunta. El<br />
del sillón sostuvo la mirada un momento. Luego volteó a ver por la puerta de<br />
vidrio a su derecha. En el jardín, la luz hacía más blancos los muros, deslumbrando<br />
hasta que los ojos se habituaban y se podía ver una mesa con sus<br />
sillas de plástico verde, algo deformes y comidas por el sol. Hace calor, dijo<br />
el de verde. Emiliano Sanjosé volvió a la lectura; un libro que hablaba sobre
los recuerdos como si fuesen los síntomas de una enfermedad que poco a<br />
poco nos abandona, y al final estamos sanos de ella porque ya no recordamos<br />
nada. Según el libro, uno nace, crece y no es consciente de sus recuerdos<br />
hasta cierta edad. Los recuerdos que uno tiene son ya la semilla de lo que<br />
vendrá más adelante. El primer recuerdo puede ser inocente y terrible, o no.<br />
Uno a esa edad temprana no es responsable de sus recuerdos, o no por completo.<br />
Es lo que viene después lo determinante: uno elige y toma caminos<br />
que a su vez llevan a otros caminos, los cuales vuelven, toman desviaciones,<br />
se entrecruzan, avanzan de improviso y siguen así hasta lograr un entramado<br />
que, con el paso de los años, no puede ser sino un mapa de la vida, tejido con<br />
recuerdos de las acciones un día, todos los días emprendidas. Luego uno va<br />
saliendo del camino, de todos los caminos para sentarse a mirar la distancia<br />
recorrida. La mira como a través de una lente o una variedad de lentes, que<br />
son sus recuerdos. Ya está enfermo, sentenciaba el texto.<br />
Emiliano Sanjosé dejó el libro en el brazo del sillón. Se levantó a abrir<br />
la ventana corrediza, entrecerrando los ojos frente al brillo del muro blanco.<br />
El marco de la ventana dio un breve rechinido y el aire húmedo entró desde<br />
el jardín. Escuchó en la cocina el sonido de cajones que se abrían, platos<br />
levantados de un lugar y puestos en otro, la puerta de la alacena abierta, el<br />
chasqueo eléctrico de la estufa al encenderse. Aspiró lentamente con los ojos<br />
cerrados. Los recuerdos primeros son apagados, se dijo, como si la oscuridad<br />
los fuera engullendo lentamente, sin detenerse. Como si la penumbra viniera<br />
desde atrás de la escena, digamos, y todo va siendo cubierto paulatinamente,<br />
tal vez absorbido sea la palabra correcta. Es la mayor diferencia con los recuerdos<br />
más recientes, que aparecen luminosos, o no tan oscuros. Los recuerdos<br />
son caminos dentro de uno mismo, que los recorre de modo interminable. La<br />
única cura está en el olvido.<br />
El hombre de azul salió de la cocina con las manos llenas, pasó al lado<br />
de Sanjosé y salió al jardín. Colocó sobre la mesa tres manteles individuales,<br />
sal, pimienta, servilletas, una botella de vino. Volvió a la cocina, a abrir y<br />
cerrar cajones. Algo siseaba en la estufa. Emiliano Sanjosé volvió al sillón,<br />
pero ya no abrió el libro, sino que se miró las palmas de las manos por un<br />
largo rato. El olor de la carne asada se extendió por la casa, un olor caliente<br />
mezclado con especias. De nuevo el de azul salió de la cocina, esta vez con<br />
tres prosas<br />
63
óscar gonzález saint<br />
una canasta pequeña de pan, un sacacorchos, tenedores y cuchillos serrados<br />
para la carne. Llevó después los vasos, dispuso la mesa con cuidado y se sentó<br />
a esperar. Al poco rato, de la cocina salió el de verde con un platón donde<br />
humeaba la comida: cortes, cebollas asadas, tiras de chorizo. Fue una vez más<br />
a la cocina y regresó con un bol lleno de puré de papa. El de azul destapó<br />
el vino. Comieron en silencio, espantando las moscas cada cierto tiempo. El<br />
muro blanco ya no cegaba, aunque el calor seguía. El hombre de azul señaló<br />
la botella con los últimos restos de vino. Otra, preguntó. Emiliano Sanjosé respondió<br />
con una mueca, como si la voz del hombre de azul le hubiera causado<br />
una arcada. Se reclinaron en los respaldos de las sillas y miraron la mesa.<br />
Después de un rato, el hombre de azul dio un suspiro. Se levantó seguido<br />
del otro. El olvido, Emiliano, se dijo Emiliano Sanjosé. Después de un rato,<br />
al salir de la casa, los dos hombres tiraron a una alcantarilla los cuchillos.<br />
64<br />
vuelo de gavilán<br />
para Luis Camey Torres<br />
Todo igual. Como si no se estuviera moviendo. Como en una película antigua,<br />
un horizonte incansable y repetido: las nubes rasgadas, el cielo azul<br />
despintado. Los cerros cada vez más pequeños en el espejo. El viento caliente.<br />
La estática en la radio. Durante muchos kilómetros no había nada en el<br />
cuadrante, retazos de comerciales, voces distorsionadas, estática, voces lejanas,<br />
fragmentos. El sol agrietaba la pintura y el óxido del coche. La carretera<br />
en línea recta, dos carriles tendidos a la distancia. A los lados, lo cercano era<br />
una mancha borrosa. A lo lejos el erial ondulante, resquebrajado. Luego polvo,<br />
tierra quemada. A veces biznagas, huizaches, alguna osamenta en pedazos.<br />
El coche olía a grasa para bisagra y sal. Los vidrios abajo no lo atenuaban.<br />
Se secó el sudor de la frente y miró en el espejo las patas de gallo, la piel<br />
cuarteada, las ojeras. Bajó los ojos a la mano izquierda sobre el volante, al<br />
color opaco del anillo. Se había levantado temprano. Antes de salir revisó el<br />
coche, pateó las llantas. Puso un litro de aceite, revisó el radiador. Puso la<br />
llanta de refacción en el asiento de atrás. Cargó un galón de agua en el piso,<br />
del lado del pasajero. La noche anterior había llenado la cajuela. No ha
ía amanecido cuando salió. Antes del<br />
mediodía las llantas rozaban contra el<br />
metal. Había pasado ya por los últimos<br />
pueblos, Huatambo, Culebrilla, San<br />
Carmel. En lo alto, los gavilanes daban<br />
vueltas como sombras densas. Pasaba<br />
los puestos de comida. No habría más<br />
hasta llegar. Miró al cielo entrecerrando<br />
los ojos. Soltó el acelerador. En el<br />
puesto pidió carne y frijoles, refugiado<br />
del sol bajo una sombra plástica.<br />
Dio el último trago a la botella y metió<br />
los dedos a la bolsa de la camisa. Puso<br />
la fotografía sobre la mesa. Pidió otra cerveza sin apartar los ojos: detrás de<br />
ella el polvo, un cielo limpio, el color sucio de los cerros, la franja horizontal<br />
de alguna carretera. Algún viaje. Dio vuelta a la foto, leyó en voz baja. Dibujó<br />
con los labios el nombre escrito en el reverso con caligrafía delicada, la fecha<br />
con números redondos inclinados a la derecha. Miró al horizonte y dio<br />
otro trago. La cerveza bajaba helada por la garganta. De golpe sintió el aire<br />
seco como un incendio. Respiró profundo, apuró la cerveza y pagó. Volvió a<br />
la carretera, al ruido del motor. Unos pocos kilómetros intentó de nuevo con la<br />
radio. Se conformó con pedazos de la transmisión. Bajaba el sol cuando se<br />
levantó el polvo. Las ventoleras se soltaban sin aviso. Terminó de subir el<br />
vidrio justo cuando la arena golpeó la carrocería con un siseo desigual. En la<br />
radio crujió otra vez la estática. El olor a sal le dolió entre los ojos, el calor<br />
se hizo denso como si viniera del asiento trasero. Por algún lugar se colaba<br />
el polvo. El interior se llenó de brillos diminutos, momentáneos. Sintió la<br />
tierra pegándose a las sienes, debajo de la nariz y en los brazos. Apretó con<br />
más fuerza el volante y se resignó al tufo hirviente. El ardor no comenzaba<br />
en la piel. Venía de lo profundo, lo cocinaba a fuego lento. Salió del remolino<br />
resoplando. Dejó pasar unos segundos y bajó el vidrio despacio, sintiendo en<br />
el aire renovado el primer aviso de la noche, el salitre como queriendo quedarse<br />
allá atrás, presente siempre.<br />
Háblale a Salo, le dijo al niño, que entró a la casa corriendo. Sintió el<br />
tres prosas<br />
65
óscar gonzález saint<br />
frío subirle por la espalda mojada. Las estrellas se alejaban de los cerros. Se<br />
recargó en el coche y esperó. Se sintió temblar. Comenzaba a sentirse enfermo.<br />
La casa tenía las luces encendidas. Por las ventanas se insinuaban las<br />
siluetas de la familia. Sintió el olor del cigarro antes de verlo: por la puerta<br />
principal salió un hombre de bigote canoso. Pásale a cenar, dijo. Vio el coche<br />
y le señaló con la cabeza: las marcas de llantas en la tierra terminaban<br />
en un cobertizo. Ven ahorita, ya luego vamos, insistió con calma. Escuchó las<br />
llantas rozar las salpicaderas. Tomaron café humeante que les sirvió una mujer<br />
callada, de mirada ausente. Se preguntó si sería muda. El viejo se alisó<br />
el bigote con la mano y prendió otro cigarro. Vamos a salir, le dijo a la mujer.<br />
Le pones la cama al señor y te vas con el niño a la recámara. Ya no salgan.<br />
La mujer dijo sí casi sin separar los labios. No levantó la mirada. Vamos entonces,<br />
dijo Salo ajustándose el sombrero. Salieron al cobertizo. Encendió el<br />
coche y lo dejó calentar. El viejo se acomodó en el asiento de al lado. Sonaron<br />
piedras bajo las llantas. La cerca de palo y alambre se extendía hacia la<br />
noche y el monte. La siguieron. El viejo movió la perilla del radio. Debajo de<br />
la estática, escondida, comenzó a sonar una canción indistinguible. Manejó<br />
hasta que en el retrovisor desaparecieron las luces de la casa. Volteó a ver<br />
al viejo. Hasta llegar al pozo, dijo Salo. Después de un rato volvió a hablar:<br />
aquí mero. Dejaron las puertas abiertas para que la canción los acompañara.<br />
Encendieron las lámparas y alumbraron las herramientas ya recargadas en<br />
la boca del pozo. Fueron hacia el coche. Antes de abrir la cajuela se quitó<br />
el anillo del dedo. Levantó la tapa. La sal comenzó a regarse a chorros en la<br />
tierra. Escucharon el quejido de los gavilanes ya en reposo. Una voz de tenor<br />
sonaba en la radio. Miraron todavía por un momento. Sorbió fuerte por la<br />
nariz y se secó los ojos. Te tardaste, dijo Salo. Comenzaron a cavar.<br />
66
Nadie la vio salir<br />
Kaleb Gómez<br />
Nadie la vio salir.<br />
La calle estaba<br />
translúcida y curiosamente sola.<br />
Tembló una vez su voz,<br />
como helada por un invierno íntimo.<br />
Tembló una sola vez y abandonó la casa.<br />
Por un instante<br />
su mano pudo asir la libertad,<br />
y la juzgó como una flor de plomo.<br />
para María Minero<br />
Salió de una ciudad<br />
cuajada de sereno y taxis rojos,<br />
inquieta como el agua entre sus manos,<br />
corrió buscando el sol de otros lugares,<br />
leyendas derramadas bajo lámparas viejas,<br />
puentes, ventanas rotas,<br />
otros caminos<br />
67
que recorrer a diario,<br />
personas y un horario que habitar.<br />
Quiso una hazaña digna<br />
de contarse a sí misma, con un nuevo<br />
álbum de fotos<br />
en plazas y edificios ignorados,<br />
un cuerpo nuevo<br />
con cicatrices nuevas<br />
que fuesen un dibujo de su espíritu.<br />
Tomó su libertad como una niña<br />
que trepa al sur de nuevas azoteas,<br />
y en el seguro azar de los tejados<br />
la sorprendió la noche.<br />
Allí durmió su voz, la luna estaba<br />
detenida en la yema de sus dedos,<br />
y logró ver debajo de sus pies<br />
la vida como un molino que gira<br />
sobre un cauce de perros y serpientes.<br />
Un día al despertar<br />
con el eco impreciso de una sonaja vieja<br />
tocándole las sienes,<br />
y con su propia mano abierta y detenida<br />
sobre la sábana de algunos años,<br />
halló el pulso de marzo debajo de su pecho.<br />
68
Dice que todas las calles son una.<br />
Dice que todos los soles son uno,<br />
unas veces más frío,<br />
otras veces más blanco.<br />
Que no sabe si es otra o es la misma<br />
persona todavía,<br />
que se fue de su casa, pero que aún es pronto<br />
para saber decirlo.<br />
Que algunas veces<br />
ha pensado en volver,<br />
pero jamás existe un camino de vuelta.<br />
Ahora está frente a mí<br />
y me cuenta un secreto.<br />
No tenía cara cuando lo encontraron.<br />
Quiero decir,<br />
era su rostro como cualquier rostro<br />
que hubiera visto el sol<br />
en los ojos del pueblo que lo viera nacer,<br />
sin el lujo del fuego<br />
ni afán de demagogia.<br />
La mañana lo halló pendiendo de los pies<br />
desde un puente con nombre de humanista,<br />
en la calle Progreso.<br />
No hay que decir la sangre derramada,<br />
69
esa ya la sabemos<br />
sobradamente.<br />
Quedó en su piel escrita la leyenda<br />
de las cuentas saldadas con mala ortografía,<br />
en lápiz de metal y una letra nerviosa.<br />
En sus bolsillos, el reflejo<br />
de un rey de bastos y una billetera<br />
sin nombres ni billetes,<br />
igual que los peatones<br />
que por allí pasaron, camino del trabajo<br />
o al volver de la noche<br />
nada dijeron.<br />
Llegaron los forenses, como es lógico,<br />
y un circo de sirenas y de cámaras.<br />
Pasado el mediodía lo bajaron.<br />
Nadie lo reclamó,<br />
y se quedó tendido<br />
de cara al sol, como un romano solo.<br />
Quiso la suerte,<br />
y así corroboró la autoridad,<br />
pasar del pavimento al anfiteatro,<br />
y no fue ni uno más en los periódicos.<br />
70
Desmadres y tareas críticas<br />
según Enrique Serna<br />
Wilfrido H. Corral<br />
comienza el desmadre<br />
Enrique Serna es conocido ampliamente como autor de una gran diversidad de<br />
novelas (históricas, picarescas, “políticas”, eróticas y/o de formación, como<br />
Fruta verde, de 2006) y cuentos fundacionales o parteaguas: “La vanagloria” y<br />
“Material de lectura”, de La ternura caníbal (2013), y “Borges y el ultraísmo”,<br />
de Amores de segunda mano (1994). Aquéllos son muestras fehacientes de la<br />
afinidad temática con su no ficción en conceptualización y resultados, y hay<br />
varios más. Otros relatos confrontados emblematizan y sintetizan la plantilla<br />
conceptual del Serna estudiado en este ensayo. El primero, no ficticio,<br />
es parte de un ensayo de hace unos veinte años titulado provocadoramente<br />
“Vejamen de la narrativa difícil” 1 que, al cotejar cómo Carlos Fuentes “ya<br />
iba equipado con la terminología que lo justificaría ante la crítica”, permite<br />
al joven narrador sustentar que la narrativa de su compatriota es artificial,<br />
un desborde o desmadre. Para Serna: “Las verdaderas revoluciones literarias<br />
ocurren a la inversa: primero surgen las obras que inauguran formas de<br />
expresión y luego vienen los profesores a explicar cómo están hechas. Con<br />
la novela del lenguaje se facilitó el trabajo de la crítica universitaria, que<br />
vio reflejado en la creación su propio andamiaje teórico y se limitó a cotejar<br />
la partitura conceptual (sea de Barthes, Todorov, Greimas o Julia Kristeva)<br />
1<br />
Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, Joaquín Mortiz, México, 1996, pp. 288-296.<br />
71
wilfrido h. corral<br />
con la servil ejecución del novelista.”<br />
Su preclara visión respecto a los<br />
giros y connivencias que notaba en<br />
la literariedad (sucintamente, lo que<br />
autoriza a distinguir el discurso literario<br />
de otros) debe ser templada<br />
adicional y categóricamente por el hecho<br />
de que los que nos dedicamos a la<br />
literatura no hacemos algo tan importante<br />
como curar el cáncer o terminar<br />
con el hambre.<br />
En el mejor de los casos, lo que<br />
podemos hacer es tratar de remediar<br />
enrique serna<br />
los problemas de nuestro mundillo,<br />
en el cual existe una leve posibilidad de que uno, crítico o no, tal vez tenga<br />
algún impacto. A pesar de que, como sabemos hoy, la “novela del lenguaje”<br />
languideció sin mayor repercusión pública, no es gratuita o totalmente<br />
errónea la nómina de Serna de los críticos altisonantes de esa época. Vale<br />
la pena recordar, entonces, que Serna habría tenido que distinguir con más<br />
precisión, porque con el paso de los años se ha llegado a percibir a Roland<br />
Barthes (para algunos el primer “bloguero”) y a Todorov como maestros de<br />
sensatez crítica y ética, en un momento anterior fascinados por la jerigonza.<br />
Y si Greimas siguió siendo el fundador de una crítica que no dejó de depender<br />
del mecanicismo estructuralista, la jerga de Kristeva cedió a preocupaciones<br />
críticas más amplias en que la literatura ya no es una excusa para<br />
una teoría. Otra manera de percibir esta progresión es preguntar qué habría<br />
dicho Serna si para 1996 se le hubiera prestado más atención a Derrida en el<br />
ámbito crítico de habla española.<br />
El segundo relato parte de la premisa de que para autores como Serna<br />
y buena parte de sus coetáneos, más dedicados que sus antecesores a la no<br />
ficción (calificarla de ensayística es insuficiente, como se verá), es obvio que<br />
en la simbiosis entre narradores y críticos los últimos son los parásitos y<br />
que es tan difícil escribir un libro malo como uno bueno, y mucho más fácil<br />
escribir una crítica despiadada. En una carta de 1853, Flaubert decía que “La<br />
72
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
critique littéraire est au dernier échelon de la littérature”, y el flujo y reflujo<br />
de los novelistas ante la crítica ha cambiado poco desde entonces. Así, en<br />
Corriente alterna, Octavio Paz aseveraba que la crítica era “el punto flaco de<br />
la literatura hispanoamericana”, aunque los críticos que él cree fortalecerían<br />
el campo no han tenido la repercusión o influencia que merecían, y el que<br />
más valía, Guillermo Sucre, dejó sólo un libro memorable. No obstante Paz<br />
concluye severamente: “La creación es crítica y la crítica creación. Así, a<br />
nuestra literatura le falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación.” 2 Desde<br />
sus inicios como prosista, Serna se ha dedicado a las faltas que notaba el<br />
poeta-crítico.<br />
Pero por olvidos o injusticias hay que hilar fino, porque no se trata de<br />
que los narradores más recientes se opongan a la crítica; es más, frecuentemente<br />
recurren a ficcionalizarla, tal vez porque por formación, preferencia<br />
estética o por el ambiente en que se mueven inevitablemente, conocen demasiado<br />
el campo o a sus partidarios o contrarios como para calcar o actualizar<br />
la opinión de Flaubert. También es evidente su distancia de una visión que<br />
no es exagerado calificar de creciente y occidental: la animadversión hacia<br />
la que se sigue llamando indistintamente “crítica literaria” o “teoría crítica”,<br />
predominantemente académica y basada en obtusos discursos autoindulgentes<br />
y pretensiones histórico-filosóficas, en la línea del Michel Foucault de<br />
la conferencia-diálogo “Qu’est-ce la critique? Critique et Aufklärung”, pero<br />
sin su ilustración. No sorprende entonces que en Las correcciones (2001; español<br />
2002) del estadunidense Jonathan Franzen, nacido el mismo año que<br />
Serna (1959), un académico desacreditado, Chip Lambert, abandone la teoría<br />
marxista para escribir guiones y va a la mítica librería Strand de Manhattan<br />
para deshacerse de los tomos “dialécticos” de su biblioteca.<br />
Las obras de Theodor W. Adorno, Jürgen Habermas, Fredric Jameson<br />
y otros, le habían costado casi cuatro mil dólares (hipérbole simbólica), pero<br />
al venderlos su valor es de sesenta y cinco. Luego de otras expediciones<br />
para vender sus libros y, según el narrador, recordar cómo esos estudios le<br />
habían prometido una crítica radical de la tardía sociedad capitalista, Lambert<br />
gasta su irrisorio dividendo en un caro filete de salmón noruego. Recor<br />
2<br />
Octavio Paz, Corriente alterna, Siglo xxi Editores, México, 1967, p. 44.<br />
73
wilfrido h. corral<br />
74<br />
dando que, aparte de Mario Vargas Llosa, no hay hoy un escritor canónico<br />
hispanoamericano que atraiga la atención sobre asuntos importantes, no es<br />
inconsecuente que en “Caracterización de la nueva generación”, fragmento<br />
de 1930, otra deidad neomarxista, Walter Benjamin, critique severamente la<br />
literatura consumista, más la falta de educación e inconsistencia de los nuevos<br />
de entonces, aseverando: “Esta [gente] no hace el menor esfuerzo para<br />
basar su actividad en ningún fundamento teórico en absoluto. No sólo son<br />
sordos a los llamados grandes asuntos, los de la política o visión del mundo;<br />
sino que son igualmente inocentes de alguna reflexión acerca de cuestiones<br />
artísticas” (el énfasis es mío). 3<br />
Evidentemente, también hay que recordar que no todo desarrollo cultural<br />
se puede enmarcar con diferencias generacionales y que el discurso<br />
intelectual es formado por los locales sociopolíticos y, frecuentemente, por<br />
los editores de los críticos, Benjamin incluido. En “Vejamen de la narrativa<br />
difícil”, Serna advierte: “Se me ha pedido hablar sobre las estrategias narrativas<br />
para el fin del milenio y creo que una de ellas consistiría en recoger las<br />
enseñanzas de los grandes narradores populares para luchar con la mercadotecnia<br />
editorial en su propio terreno. La disyuntiva no es hacer literatura<br />
ligera o pesada. El reto es cautivar sin complacer, contrarrestar con astucia<br />
la pereza de los lectores para llevarlos adonde no quieren ir…”. Conectando<br />
ese deseo con la crítica, no es baladí pensar en que –su obra conocida es<br />
menos fragmentada y, la póstuma, está revelando que su “proyecto” era algo<br />
bien pensado– se lleva a cabo algo similar con las antologías recientes de<br />
Barthes, por el momento en inglés. 4<br />
Si esos dos relatos no son necesaria o exclusivamente los polos de las<br />
negociaciones conceptuales del dinámico Serna, o prefiguran su actividad y<br />
actitud crítica futuras, sin duda son un subtexto principal de sus inquietudes<br />
críticas más recientes. Para llegar a ellas me ocuparé principalmente de<br />
3<br />
Walter Benjamin, Selected writings, Harvard University Press, Cambridge, 1999, vol. ii.<br />
4<br />
La diversidad y riqueza de intereses de Barthes en ‘A very fine gift’ and other writings on<br />
theory y ‘The scandal’ of marxism and other writings on politics es superior a la de Benjamin,<br />
siempre recordando que la recuperación y selección son de los traductores y/o editores. Las<br />
fuentes para Barthes son los cinco tomos (hasta hoy) de las Oeuvres complètes. Toda traducción<br />
es mía, excepto donde se indique lo contrario.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
cómo aparece la esfera cultural creada por esa crítica en las colecciones Las<br />
caricaturas me hacen llorar (1996) y Giros negros (2008), hasta su tratado no<br />
necesariamente culminante (sigue mordiendo la mano que nos da de comer)<br />
que es Genealogía de la soberbia intelectual (2013). Leídas detalladamente, las<br />
primeras compilaciones presentan una vasta crítica a varias representaciones<br />
de la cultura popular. Consecuentemente, el título Las caricaturas me hacen<br />
llorar se extrae de una popular canción homónima de los años sesenta, en la<br />
que Queta Garay se refiere a una enamorada que presencia una traición en<br />
un cine, con el Pato Donald proyectado en el fondo, imagen remedada en la<br />
portada de la primera edición del libro. En cambio, Genealogía de la soberbia<br />
se ocupa abundantemente de las humanidades, y de la literariedad en<br />
particular. Por ese desarrollo en su pensamiento, complemento el análisis<br />
con algunos textos no recogidos (son numerosos) que sigue publicando en<br />
columnas mensuales o quincenales, en revistas como Letras Libres y otras de<br />
similar prestigio, aunque no es extraño a las académicas.<br />
Como pretendo demostrar, Serna ejemplifica una nueva actitud entre los<br />
narradores que son sus contemporáneos (no todos sus pares), los que nacieron<br />
diez años antes o después que él, noción que expando en la introducción<br />
general a una compilación que analiza la novelística de sesenta y nueve de<br />
sus coetáneos, The contemporary spanish american novel: Bolaño and after<br />
(2013). Si no es necesario proveer un panorama de todos aquellos para contextualizar<br />
al mexicano, porque significaría vincularlo a una colectividad que<br />
no reconocería (volveré, por ejemplo, a las diferencias que quiere establecer<br />
implícitamente entre su obra y la de un narrador como César Aira, diez años<br />
mayor que él), vale la pena sintetizar el ambiente general, no mexicano, en<br />
que se mueve; y ese quehacer es precisamente una plantilla de Genealogía<br />
de la soberbia, y de una polémica que ocasionó al llegar su ensayo a España,<br />
discusión que trato oportunamente. Pero también es un giro centrado en la<br />
hipocresía intelectual, la crítica de cuyas bases se encuentra en su tercera<br />
novela, El miedo a los animales (1995), todavía la diatriba en clave más aguda,<br />
y polémica, contra el establishment literario mexicano de esos tiempos,<br />
alegoría sostenida innovadoramente por su armazón de novela de suspenso.<br />
Para analizar su no ficción en términos de la de los narradores del último<br />
tercio y cambio del siglo pasado, e incluso de los llamados “milenios”<br />
75
wilfrido h. corral<br />
76<br />
nacidos a mediados de los años setenta y principios de los ochenta, señalo<br />
un destiempo o desencuentro pertinente. En 1996, reconocido como el estreno<br />
temporal promedio de los narradores bisoños más representativos (y menores<br />
que él, que entonces no tenían obra no ficticia recogida), Serna publicó Las<br />
caricaturas me hacen llorar, selección de artículos y ensayos <strong>escritos</strong> entre<br />
1987 y 1996. Ese título tiene una carga semántica explicada parcialmente por<br />
su autor en los prólogos de las ediciones de 1996 y 2012. Si la colección practica<br />
genialmente el arte combinatorio que la diferencia de la no ficción de<br />
entonces (que tenía la política como sacramento y moneda), incluso con la<br />
segunda edición ha pasado desapercibida fuera de México. Tal es la probidad<br />
de Las caricaturas me hacen llorar, por no decir nada de la hibridez de<br />
su humor (nos hace reír, incómodamente), que los latinoamericanistas, y paradójicamente<br />
los beatos de los “estudios culturales”, no citan o (re)conocen.<br />
La reacción es parecida a la que ocurre con su primera novela, Uno soñaba<br />
que era rey (1989, revisada en 2000), que se puede leer como contrapunto<br />
o lectura revisionista de La región más transparente, de Carlos Fuentes, cuyos<br />
propósitos Serna supera técnicamente con base en su experiencia como<br />
guionista, o tal vez por haber escrito una vida de Jorge Negrete y haber recabado<br />
los testimonios de María Félix recogidos en Todas mis guerras, pares<br />
mediáticos de Fuentes; o por su interés en las telenovelas, el amarillismo y<br />
las vidas marginales que parece conocer mejor que cualquier otro autor de<br />
su época y cultura literaria. Se puede argüir, respecto a libros como Uno<br />
soñaba que era rey, que a pesar de alguna tirada estimable las publicaciones<br />
con editoras nacionales (Programas Educativos, en el caso de la primera<br />
edición de esa novela) rara vez se distribuyen debidamente; pero sería una<br />
justificación incompleta, porque Planeta publicó la segunda edición de Uno<br />
soñaba que era rey.<br />
Otra razón pertinente del desconocimiento de esa parte de la obra de Serna<br />
sigue siendo la falta de atención crítica e interés general en la prosa plurigenérica,<br />
paradójicamente cuando los especialistas y críticos hablan de la<br />
importancia de la interdisciplinaridad, sin tomar en cuenta que un riesgo de<br />
esos estudios es que una combinación emocionante de ejemplos les puede<br />
parecer a los lectores un eclecticismo desordenado. En 2008 publicó Giros<br />
negros, título prestado por los reporteros de la fuente policial para referirse
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
al submundo vil. En el preámbulo dice que su compilación reúne un mosaico<br />
de crónicas, ensayos y piezas de varia invención para escudriñar “los giros<br />
negros de la vida cultural, política y erótica, los bajos mundos de la farándula<br />
y la academia, las patologías neuróticas del hombre contemporáneo,<br />
las transgresiones mediocres, las claudicaciones del orgullo patrio”. (El énfasis<br />
es mío.) 5 En un breve autorretrato inelegante publicado poco después<br />
de Giros negros, explica: “Los trúhanes con voluntad de poder cuidaban al<br />
máximo su salud, mientras que yo, su enemigo ideológico, estaba hecho una<br />
piltrafa por jugar al poeta maldito” (el énfasis es mío). 6 Pero Serna no se reconocería<br />
en la progresión que propongo para su quehacer, acudiendo, con<br />
cierta razón, a su admiración por José Agustín y otros autores y temas de “La<br />
Onda” mexicana de los años sesenta, fundadores de otros tipos de desmadres<br />
culturales, además de su interés en esa época. 7<br />
¿por qué y cómo lee un novelista como crítico?<br />
Una diferencia principal entre un crítico académico de las corrientes prevalecientes<br />
desde los años ochenta, su triste “objetividad” (en contrapunto,<br />
piénsese en Barthes y su jouissance), y Serna, es que él abraza abiertamente<br />
sus propios entusiasmos y peculiaridades, como si su sustento fueran los líos<br />
intelectuales, privados o públicos. El mexicano elogia o culpa a la crítica<br />
de acuerdo a la destreza de sus autores, la profundidad de sus caracterizaciones<br />
y la proporción de su narración, la complejidad y pertenencia de los<br />
asuntos que trata y, tal vez con menos insistencia, la exactitud y frecuencia de<br />
las representación de personajes minoritarios o de sexualidades diferentes<br />
5<br />
Enrique Serna, Giros negros, Cal y Arena, México, 2008, p. 13.<br />
6<br />
Enrique Serna, “Así escribo”, en Nexos, México, febrero de 2009, núm. 374, p. 81.<br />
7<br />
Los sesenta merecen mucha atención en su prosa, aunque no llegaba a la adolescencia<br />
en esos años. Al reseñar una novela contemporánea (“Ana García Bergua. Una comedia<br />
nostálgica”, en Revista de la Universidad de México, octubre de 2012, núm. 104, pp. 88-89),<br />
dice: “Como los personajes de La bomba de San José frecuentan el mundillo cultural y<br />
farandulero de los años sesenta, no es difícil para cualquier lector más o menos informado<br />
identificar a los personajes de la vida real que García Bergua entremezcla con sus entes de<br />
ficción.” También está describiendo su propia capacidad y modus operandi, condiciones<br />
que no se transmiten fácilmente a los más o menos informados.<br />
77
wilfrido h. corral<br />
(que desarrolla o apuntala en su ficción). Pero más allá de revisar temas que<br />
preocupan a otros, el valor principal que busca en la prosa, el que puede superar<br />
a cualquier otra consideración es la legibilidad. Un matiz para ilustrar<br />
esa problemática radica en las ideas de Hans Blumenberg en La legibilidad<br />
del mundo, según las cuales “El mundo sólo es captable metafóricamente,<br />
proyectando cada uno su propio mundo sobre el mundo.”<br />
Para Blumenberg, la prueba de la omnipotencia de libros absolutos<br />
similares a los que Serna critica es la disolución del lector en ellos, y “La<br />
consumación de la legibilidad se basa en tener en consideración a los lectores,<br />
que son aquellos que la tendrían que poner en práctica. A éstos hace<br />
ya mucho que el autor les ha vuelto la espalda, exactamente igual que ha de<br />
apartarse, él mismo, de su obra, para que ésta pueda ser todo un mundo”. 8<br />
Pero desde el principio de su tratado Blumenberg advierte que “Sería un<br />
disparate hacer una utopía de la metáfora de la legibilidad del mundo.” Serna<br />
extiende esas preguntas a sí mismo y a sus lectores. Consecuentemente,<br />
no cree que sean un “deseo” de los lectores, porque sabe bien que la “legibilidad”<br />
es una categoría tautológica que se refiere a la calidad del placer que<br />
obtiene cada lector, inaplicable a otros, aun a un club de lectura. Es entonces<br />
que se carga a los críticos que hacen poco o nada por explicar las causas<br />
de su objetividad. Diferente de la actitud cultural de Serna, Blumenberg no<br />
considera, por ejemplo, que algunos lectores preferirían disfrutar a vampiros<br />
por, lo que son, en vez de disfrutarlos como metáforas de la depravación de<br />
la cultura del consumo.<br />
Aparte de que, como hizo en Las caricaturas me hacen llorar, Serna extiende<br />
el alcance de su no ficción más reciente a temas que en un momento<br />
se llamaron “universales” (sin exponerse a acusaciones de colonialismo o<br />
dependentismo, que no le importan), obligándose a historizar con una gama<br />
ecuménica de fuentes y tradiciones decididamente occidentales, en las lenguas<br />
que siguen dominando en la cultura latinoamericana (español, francés<br />
e inglés) o traducidas a éstas. Es decir, funciona sin el multiculturalismo<br />
anglófono, cuya ideología deductiva tiene como premisa los fracasos de Occidente<br />
y la presunta pureza de otras culturas, para hacer que su evidencia<br />
78<br />
8<br />
Hans Blumenberg, La legibilidad del mundo, Paidós, España, 2000, p. 327.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
quepa en su paradigma, sin dejar de<br />
ser irónico que la cultura más auto-crítica<br />
siga siendo la occidental. De ésta,<br />
la anglófona se viene preguntando<br />
sobre la función de la crítica por unos<br />
ciento cincuenta años, desde Matthew<br />
Arnold y pasando por T. S. Eliot. Por<br />
eso sorprenden la ligereza con que se<br />
sigue insistiendo en el “cambio de paradigma”<br />
y varios excesos y dogmas<br />
que he detallado en otros momentos<br />
(los seis ensayos de la primera parte<br />
de El error del acierto…). 9 Si se le<br />
preguntara al usuario de esos términos por el origen de ellos, o por su etimología,<br />
lo más probable sería una réplica con más germanía facilista.<br />
Ha sido fácil adaptar cierta nomenclatura para parecer inteligente porque<br />
la academia siembra campos de jerigonza con una cosechadora y los vende<br />
para nutrir a los universitarios. Es muy fácil hablar desde afuera y decir<br />
que se está hablando basura. Pero cuando se habla con otros, digamos en<br />
artículos versados en esa habla, uno necesita emplear esas palabras, porque<br />
para ellos significan algo específico. No es así para un público culto pero no<br />
especializado. Por eso, consciente de su mestizaje cultural, el centro ilustrativo<br />
no exclusivo de Serna es sin duda la cultura mexicana contemporánea (entiéndase<br />
todas las artes humanísticas), un inmenso desafío para el progreso<br />
de la no ficción de todo escritor de ese país, en gran parte por el peso del pasado<br />
encarnado en Alfonso Reyes y la sombra de los igualmente canónicos y<br />
prolíficos Octavio Paz y Carlos Fuentes (a quienes ha criticado), Carlos Monsiváis<br />
(para la cultura popular, también criticado oportunamente en El miedo<br />
a los animales), Gabriel Zaid (para la historia intelectual), Miguel-León<br />
Portilla (para la historia nacional) y pocos otros, todos los cuales aplican<br />
una guillotina crítico-literaria cuando es necesario. La producción de Serna<br />
contiene la misma sana ambición. ¿Por qué no lo conocemos más entonces?<br />
9<br />
Wilfrido H. Corral, El error del acierto (contra ciertos dogmas latinoramericanistas),<br />
Universidad de Valladolid, España, 2013.<br />
79
wilfrido h. corral<br />
Me detengo en este Serna, en parte por su desobediencia a ciertos maestros<br />
y por la necesidad de tener en cuenta algunos subterfugios al hablar de<br />
este tipo de prosa. A mediados de los noventa él vaticinaba que “lo peor<br />
que puede pasarle a la literatura en el próximo milenio es que se acentúe<br />
la falsa polarización entre narrativa light y narrativa para entendidos, como<br />
lo desean, en una delatora comunión de intereses, los literatos de cenáculo<br />
y los mercaderes de la edición” (“Vejamen de la narrativa difícil”), y tenía<br />
razón, porque esa opinión también parece ser un estribillo para los nuevos<br />
narradores. Piénsese en descubrimientos y recuperaciones tardías como los<br />
del colombiano Andrés Caicedo (1951-1977) y las notas de El libro negro de<br />
Andrés Caicedo. La huella de un lector voraz (2008), antecedido por la varia<br />
invención de El cuento de mi vida (2007), seguido por la “autobiografía cinemática”<br />
Mi cuerpo es una celda (2008), armada por Alberto Fuguet, de alguna<br />
manera su heredero manqué.<br />
Esas colecciones en verdad hacen que se supedite la ficción precursora<br />
de Caicedo, o que se la quiera poner en perspectiva, a actos a posteriori que<br />
obviamente se podrían dar con otros autores. Somera y francamente, la no<br />
ficción de narradores como Serna, no estrictamente él, sigue siendo espinosa<br />
de encontrar y publicar, y por ende de conceptualizar y jerarquizar. Ahora,<br />
hay narraciones no ficticias, descripciones de varios sistemas, libros de etiqueta,<br />
manuales, teorías y cavilaciones que no narran. Por esto vale rescatar<br />
una no ficción que sí narra y elucidarla con sus mejores patrones. En Serna<br />
hay mucha introspección y no pocas revelaciones verdaderamente íntimas,<br />
y no parece importarle quién sabía que a él no le importaba lo que decían<br />
otros. Su no ficción contiene la actitud de no incluir la queja “las cosas fueron<br />
mejor en mi día” como connotación, más la ventaja de que un escritor<br />
puede notar algo que los lectores no han percibido. No se convierte en una<br />
lección, sino en una orientación para que la mirada de los lectores se fije en<br />
eso por sí sola, y así lee un novelista como crítico.<br />
80<br />
enemigo público número uno<br />
No se puede decir que en Las caricaturas me hacen llorar el tono del autor<br />
posea muchos filtros, pues las muestras de su franqueza son vastas. En el to
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
davía poco estudiado “Vejamen de la narrativa difícil” manifiesta que “A pesar<br />
de la autoridad académica empeñada en hacernos comulgar con ruedas<br />
de molino, todavía existen narradores de calidad mundialmente reconocida<br />
que satisfacen todos los gustos, desde el más primitivo hasta el más exigente.<br />
Su existencia es una piedra en el zapato para quienes creen que la gran<br />
literatura está reñida con el gran público”. Esa afirmación está mucho más<br />
cargada de significado de lo que se puede suponer, más allá del alfilerazo a<br />
la escritura dogmática de academia. Para comenzar, recuérdese por lo menos<br />
un par de nociones críticas, una asociada hoy con la teoría de la recepción,<br />
referida a los “horizontes de expectativa”; y otra más, aliada al posestructuralismo:<br />
la codificación de los lectores y la lectura por medio de paratextos.<br />
Así, en el prólogo a la primera edición de Las caricaturas…, Serna afirma:<br />
La segunda parte, “Ruta crítica”, se compone de ensayos literarios en los que<br />
traté de revertir la tendencia de nuestra élite intelectual a demeritar la creatividad<br />
y el talento en favor de la erudición estéril. Algunos de ellos me han valido<br />
excomuniones y golpes bajos, pero si no los hubiera escrito me habría salido un<br />
herpes en el cerebro. Por su carácter polémico, probablemente llamarán la atención<br />
“La función decorativa de la cultura” y “Vejamen de la narrativa difícil”,<br />
pero lamentaría que su belicosidad distrajera al lector de los trabajos sobre Inés<br />
Arredondo, Virgilio Piñera, José Agustín (…), Manuel Puig y Patricia Higsmith,<br />
donde fundamento mis simpatías por algunos de los escritores que admiro en vez<br />
de exponer inconformidades o diferencias. (Énfasis míos.)<br />
En verdad se podría subrayar todo lo que asevera, pormenorizar cada<br />
idea (por ejemplo, la sexualidad “otra” en Piñera, Sarduy y sobre todo Highsmith)<br />
y nombre, los momentos embarazosos que señala, y no cabe duda<br />
de que valoriza el coraje o valor como virtud, porque sin la valentía las otras<br />
virtudes no son posibles. Pero también está admitiendo, como varios novelistas<br />
de Occidente desde hace un siglo, que un escritor no puede negar su<br />
papel de intelectual público (como argumentará con Vargas Llosa), y que al<br />
ser así, la riqueza y diversidad del mundo no puede reducirse a mirarse el<br />
ombligo siempre. Esa actitud es diferente de la “pasión crítica” o leer desde<br />
el rencor, que frecuentemente conduce a exabruptos.<br />
Leída a veinte años de su publicación inicial y en términos de su no ficción<br />
posterior, Las caricaturas… muestra la consistencia de sus propósitos, su ética<br />
81
wilfrido h. corral<br />
82<br />
personal y la de su actividad profesional, aunque no le guste a sus detractores.<br />
Vale, por lo mismo, una parada intermedia en la historia de su colección, que<br />
obliga a un ajuste en la recepción e incluso autoconcepto del autor. Cuando<br />
en 2012 se publica una segunda edición no aumentada de Las caricaturas…,<br />
cuya única revisión se encuentra en el prólogo, concluye, afinando poco el<br />
tono de la primera versión: “Sin asomo de arrepentimiento, ahora expongo mis<br />
pecados de juventud a una nueva generación de lectores, esperando encontrar<br />
de nuevo esa complicidad sin la cual no podría existir la literatura” (énfasis<br />
mío). Con ánimo crítico, me parece la mejor manera de corromper a los menores,<br />
término por el cual entiendo a los no iniciados, no importa su edad.<br />
Similarmente, Serna no pierde la oportunidad de poner los puntos sobre<br />
la íes, con su acostumbrada higiene mental. Así, en el prólogo de la<br />
segunda edición, que historiza con tonos muy personales el breve trasfondo<br />
que provee la primera, también resume la razón de ser y la acogida de su<br />
compilación, no sin antes expresar abiertamente un temor que resultó en su<br />
visión actual: “La experiencia de someter mi trabajo a la opinión pública me<br />
produjo, al mismo tiempo, una intensa emoción y crisis vocacional. Temí que<br />
si continuaba estudiando teoría literaria en vez de leer los libros que de verdad<br />
me importaban, acabaría pergeñando exégesis eruditas con impecable rigor<br />
metodológico, pero sin el menor vuelo imaginativo. No quería escribir para<br />
otros especialistas, sino ganarme la confianza y el respeto del lector común,<br />
para satisfacer una necesidad expresiva.” (Énfasis mío.) Como resultado, si<br />
sus novelas convirtieron a su persona en una estética, su no ficción trata de<br />
convertir sus ansiedades privadas en objetivos de integridad intelectual.<br />
Recuérdese también que los de Las caricaturas me hacen llorar son<br />
textos de una época más nacional, publicados en periódicos y revistas como<br />
La Jornada Semanal, Milenio y La Cultura en México, entre otros, justo antes<br />
de que la red mundial permitiera mayor acceso a ellos, como es el caso<br />
con los que publica en Letras Libres o Nexos, referentes culturales mexicanos<br />
encontrados, para los nacionales. A la vez, con la mención de Piñera, Puig y<br />
Agustín en ese primer prólogo, Serna da indicios de una estética originaria,<br />
no necesariamente fundacional, que permite confirmar que ha sido coherente<br />
con sus preferencias, no importa qué rebusquen sus críticos. El hecho es<br />
que desde Las criaturas… y sus palimpsestos Serna no ha tenido pelos en la
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
lengua o toma ansiolíticos, y no ha querido aceptar el tedio de algunos maestros<br />
iniciales que, como dice en varias entrevistas, se dedicaron a dictarle<br />
referencias bibliográficas. Tampoco anhela ser parte de la pedantería o de<br />
la injuria que abandona toda voluntad artística, tratando de explicarla por<br />
medio de nociones que sólo aprecian los presuntos iniciados. A veinticinco<br />
años de sus inicios como escritor indicaba: “Si dejara de beber por completo<br />
quizá dormiría mejor y escribiría más. Pero tampoco me entusiasma ser una<br />
gallina ponedora que se desvive por abultar su bibliografía, como ciertas<br />
glorias nacionales embalsamadas en vida…” 10<br />
Consecuentemente, fiel a una poética que sólo tenemos en fragmentos,<br />
desarma la inseguridad de los que no pueden o tienen miedo de hablar por sí<br />
mismos, con sus propias ideas y palabras, señalando por qué aquellos no han<br />
asimilado (no integrado) bien el pensamiento de las fuentes primarias con la<br />
misma autoridad y rigor que los atrajo a ellas. Serna no siempre tiene en mente<br />
una advertencia del comparatista Peter Brooks, quien manifiesta que cuando<br />
uno se involucra en actos de interpretación, en diálogos con otros que te llevan<br />
la contra y a quien necesitas persuadir, te metes en algo que tiene principios y<br />
procedimientos, y “En el mejor de los casos, en su momento más persuasivo,<br />
esta práctica debe ofrecer una crítica convincente de los actos de interpretación<br />
que son arbitrarios y mal fundados, basados en la imposición autoritaria<br />
de significados en vez de en una conceptualización cuidadosa”. 11<br />
Teniendo en cuenta que el trabajo del periodista cultural es nunca dar a<br />
los lectores una razón para dejar de leer antes de llegar al fin de sus <strong>escritos</strong>,<br />
y que las condiciones de ese trabajo exigen una voluntad de comprimir y un<br />
talento para la concisión, vale entonces acatar, aun con un grano de sal, la<br />
codificación del prólogo original de Serna y continuar con algunos ensayos<br />
emblemáticos (de hecho, el resto son artículos, perfiles o reseñas) que, dice,<br />
llamarán la atención, tal vez porque terminarán siendo programáticos. Uno<br />
de los dos ensayos extensos (el otro está dedicado a Puig), “La función decorativa<br />
de la cultura”, ya no sorprenderá, es una crítica y homenaje a Paz<br />
(a cuya figura vuelve en “La vanagloria”), que se adelanta con mucho a la<br />
10<br />
Enrique Serna, “Así escribo”, en Op. cit.<br />
11<br />
Peter Brooks, “Misunderstanding the humanities”, en The Chronicle Review, 2014,<br />
núm. 16.<br />
83
wilfrido h. corral<br />
postura encontrada de Roberto Bolaño respecto a la monumentalidad del<br />
ensayista y poeta mexicano. Siempre fiel a su misión de no dejar títere con<br />
cabeza en sus evaluaciones críticas, entre otras bon mots, discierne aguda y<br />
convincentemente de un consenso sobre el chileno al decir: “Bolaño creía<br />
dogmáticamente en las vanguardias, al grado de perdonarles la falta de talento,<br />
y su fe ciega en las bondades de la subversión creadora le impidió ver el lado<br />
grotesco de la vanidad insatisfecha, que en los malos escritores, sean conservadores<br />
o vanguardistas, alcanza proporciones monstruosas.” 12<br />
Como la mayoría de su crítica social, la meta final y mayor de Serna<br />
es el medio cultural de su país y su futuro, no armar una antología de sus<br />
catástrofes, y hasta la fecha no ha cedido un centímetro en su empeño, como<br />
se desprende de su extenso ensayo sobre José Revueltas, al cual volveré.<br />
Por eso no sorprende que esta segunda parte de Las caricaturas me hacen<br />
llorar también incluya “Tesoro moral para el crítico joven”, conectando con<br />
sus preocupaciones, que llegan hasta Genealogía de la soberbia intelectual.<br />
En 1981, en “La desgracia de ser escritor joven” [Notas de prensa, 1980-1984<br />
(Mondadori, Madrid, 1991), pp. 153-155], sin ningún virtuosismo García Márquez<br />
se apenaba de que los jóvenes escritores concursaran con “entusiasmo<br />
casi pueril” en concursos literarios nacionales en que en verdad, y paradójicamente,<br />
salen perdiendo al ganar. Según el maestro, quien no menciona a<br />
ningún narrador específico, con esos premios la editorial “no sólo comete un<br />
atraco contra el escritor novato, sino que es éste el que le sirve al editor para<br />
enriquecerse más con el menor esfuerzo”. Hay otra lección en su conclusión:<br />
“no hay desgracia más grande en este mundo que la de ser escritor joven. Sobre<br />
todo en estos tiempos infaustos en que está de moda ser famoso”. En los<br />
“mandamientos” de “Tesoro moral para el crítico joven”, Serna añade una<br />
advertencia cínica: “Adula con moderación al novelista funcionario que te<br />
dio un puesto de aviador. Hazle sentir que no escribirá su obra maestra hasta<br />
que te suba el sueldo.” Ambos escritores quieren decir que en una industria<br />
inestable motivada comercialmente, parte de ser un escritor es el esfuerzo<br />
constante por encontrar cómplices talentosos.<br />
Como arguye Susan Sontag en un ensayo de 1980 sobre Elías Canetti, es<br />
84<br />
12<br />
Enrique Serna, “La vanguardia sin obra”, en Letras libres, México, diciembre de 2013,<br />
núm. 180, p. 110.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
necesario que los admiradores talentosos superen la avidez para identificarse<br />
con algo superior al logro, superior a la recolecta de poder. Todos se olvidan<br />
de que no es la obra como tal la que le acarrea fama a un narrador. Por eso,<br />
en “Ecocidio literario”, más una nota sobre la novela histórica 1492: Vida y<br />
tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985), de Homero Aridjis, Serna se dedica<br />
a desmontar la metodología de una novela que “hará las delicias de un<br />
experto en narratología”, arguyendo que la mezcla de un discurso ficcional<br />
con otro testimonial “no puede ser más forzada”. Añade además que “En cuanto<br />
a los diálogos, la torpeza de Aridjis no tiene igual en la literatura mexicana” y<br />
que, sumada a la posterior Memorias del Nuevo Mundo (1988), ambas novelas<br />
le servirán a Aridjis para “viajar a Sevilla en 1992 con gastos pagados”.<br />
¿Qué hay detrás de esa crítica personal? En verdad una concepción de<br />
la historia de México y su discurso, porque al referirse a las fuentes de su<br />
compatriota, dice: “En efecto, le sirvieron para decir lo mismo sin la menor<br />
gracia.” Por otro lado, hay que tener en cuenta que ese mismo proceder<br />
híbrido es el que Serna emplea, aplicándolo a varios de sus narradores, en<br />
la que es quizá su novela más conocida, El seductor de la patria (1999). Alegórica,<br />
epistolar y existencial, deja atrás o ignora realidades para transmitir<br />
la inestabilidad del fallido caudillo Antonio López de Santa Anna, con el<br />
resultado de que el anti-héroe es una figura parcialmente amortajada y desmemoriada<br />
cuyos motivos más profundos son opacos, incluso para él mismo,<br />
y así su antibiógrafo acomoda en su novela la pose del escepticismo posmoderno<br />
y el Santa Anna “real” del empirismo tradicional.<br />
Paralelamente, permite pensar, con la ayuda del prólogo a la segunda<br />
edición de esta no ficción, que notas como “Bocas envenenadas” e “Intelectuales<br />
con caspa” 13 podrían ser palimpsestos de El miedo a los animales.<br />
Además, y como asevera respecto a su público virtual con su reconocida franqueza<br />
en el prólogo de la segunda edición de Las caricaturas me hacen llorar:<br />
“Como a fin de cuentas estaba dirigiéndome a una familia de inadaptados,<br />
sabía que no iban a reprocharme ningún exceso o disparate, siempre y cuando<br />
lograra despertar su interés. Para conseguirlo, procuraba combinar la<br />
provocación con el rigor, la ironía con la precisión verbal, una dualidad que<br />
13<br />
Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, Joaquín Mortiz, México, 1996.<br />
85
wilfrido h. corral<br />
reflejaba las fluctuaciones de mi propio carácter.” Por honesta que sea, esa<br />
combinatoria sigue siendo la plantilla de su no ficción, con las fluctuaciones<br />
del caso, como se comprueba en su segunda colección.<br />
tareas adicionales del crítico<br />
Giros negros no es exactamente un título que conduzca a creer que se trata<br />
de crítica literaria, y, de hecho, ninguna de sus ocho secciones está dedicada<br />
enteramente a ella o la alude con sus títulos. Si la cuarta, llamada “Radiografía<br />
del lenguaje”, la sexta, “Transgresores de oficio”, e incluso la séptima,<br />
“Delitos contra la salud mental”, podrían hacer pensar en textos sobre los<br />
críticos y su quehacer, es más exacto notar que esa tarea es un subtexto general<br />
de su libro. Es difícil saber si, debido a que para el momento en que<br />
se publica esta colección en 2008, Serna suponía que los excesos críticos<br />
estaban en su apogeo y habían ganado la guerra interpretativa, como ocurría<br />
en Estados Unidos y varios países europeos. Para contextualizar ese momento,<br />
permítaseme una referencia personal sobre un libro armado en ese país<br />
con la comparatista y brasileñista Daphne Patai, fundadora de programas de<br />
estudios sobre la mujer.<br />
Vincent Leitch, editor general de la enjundiosa y problemática Norton<br />
anthology of theory and criticism, 14 tiene mucho que ganar al decir que:<br />
Con sus 48 piezas [sic] escritas sobre tres décadas, Theory’s empire: an anthology<br />
of dissent, editada por Daphne Patai y Will H. Corral y publicada en 2005, sigue<br />
siendo la biblia de los argumentos antiteóricos (…) Se los reúne para criticar la<br />
teoría, defender el canon de las grandes obras y análisis literario, sostener una teoría<br />
del lenguaje racional y realista, y para vituperar [sic] la politización del estudio<br />
literario característico de mucha teoría contemporánea. El punto de vista general<br />
es conservador [sic], y típicamente mira hacia el pasado de tiempos y enfoques<br />
mejores (lo moderno versus lo posmoderno) [sic]. Como sugiere el título, la tesis de<br />
este enorme volumen es polémica: durante la era posmoderna la teoría ha dominado<br />
a los estudios literarios, creando en su marcha un imperio perdurable y una<br />
ortodoxia. Así, [aquí] se alinea a los críticos como inconformistas anti-imperialistas.<br />
Es un concepto revelador y autobombo.<br />
86<br />
14<br />
Bloomsbury, Londres/Nueva York, 2014.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
Si no fuera por su interés creado, simplificación, o por mantener ilusoriamente<br />
que en el siglo xxi hay un “renacimiento de teoría” (que implica<br />
que en algún momento murió), Leitch tendría algo de razón en la parte descriptiva,<br />
no en las últimas oraciones de la cita. Como viene haciendo Serna<br />
desde su primera colección, en su revisión del estado de la crítica no hay<br />
fobia, nostalgia, una visión única de lo posmoderno (como se desprende del<br />
prefacio de Leitch), ni interés creado o conservadurismo, sino un cuestionamiento<br />
de lo curricularmente consagrado. Si eso es ser disidente, se puede<br />
asumir ese talante con gusto. 15<br />
Pero se trata de América Latina, y de un pensador crítico dedicado a<br />
revelar los engendros y resultados negativos de desproporciones similares.<br />
Al leer sus libros en orden cronológico, lo más juicioso es ver sus cambios<br />
de idea como una faceta de su movilidad intelectual. Si se incluye la cultura<br />
popular a la que también sigue consagrado, se pueden analizar sus esfuerzos,<br />
en una época de excesos capitalistas, como una cruzada contra las distinciones<br />
entre cultura alta y cultura baja, forma y contenido, pensamiento<br />
y sentimiento (sobre todo respecto a la sexualidad), fantasía de juicios razonados,<br />
y en particular entre ética y estética. Incluso en su lugar de origen,<br />
como demuestra la anécdota de la novela de Franzen, en esos años el mundo<br />
intelectual abundaba en <strong>escritos</strong> sobre <strong>escritos</strong> acerca de la crítica de la<br />
crítica, llenos de superficialidad, y es dudoso que muchos lectores no especializados<br />
los leyeran. Es una actitud dilatada y, con las salvedades del caso,<br />
se encuentra también en En otro orden de cosas (2001), del argentino Rodolfo<br />
Enrique Fogwill, en que un exmaquinista, militante y obrero, se convierte en<br />
semi-intelectual, para “cavilar” sobre el significado de las palabras, con los<br />
años 1971-1982 de fondo. Una mayoría silenciosa intelectual (a la que Serna<br />
15<br />
Se dispone en español de buena parte de nuestra introducción general: “El imperio de<br />
la teoría”, en El Malpensante, marzo 16-abril 30 de 2005, núm. 61, pp.16-29. Calculadamente,<br />
Leitch no menciona que Theory’s empire critica severamente la conceptualización de su antología<br />
y las defensas posteriores de ella. Jason Potts y Daniel Stout, editores de Theory aside (Duke University<br />
Press, Durham, 2014), admiten que los reparos de Theory’s empire no son ofensivos y que,<br />
en el fondo, son benéficos. Pero apoyándose en perspectivas publicadas posteriormente, postulan<br />
que es un libro “anti-teórico”. Esas críticas continuas, y su similitud, comprobarían el<br />
efecto real de Theory’s empire en los más afectados, y una falta de originalidad; y dudo que<br />
los lectores habituales de Serna estén o quieran estar al tanto de polémicas especializadas.<br />
87
wilfrido h. corral<br />
88<br />
nunca podría o querría pertenecer), publicó<br />
entonces no objeciones sino “inquietudes”<br />
pusilánimes sobre la expresión<br />
verbal en publicaciones de poca difusión,<br />
marcadas frecuentemente con certeza inmerecida<br />
e indignación chapada a la antigua<br />
en torno a cómo el uso del lenguaje<br />
seguía decayendo. 16<br />
Sería entonces razonable preguntar si<br />
se necesitan más de esos <strong>escritos</strong> contrarios<br />
y si Serna no tenía ese modo en mente. El<br />
caso es que Giros negros es una mejor visión<br />
de cómo se puede llevar a cabo la crítica de la crítica, por una razón<br />
evidente. Su libro nos recuerda que pocos lectores están familiarizados con<br />
la jerigonza que los especialistas (que no son lo mismo que los expertos)<br />
usan como taquigrafía. Por otras razones, generalmente políticas, en los años<br />
treinta Benjamin notó una crisis en la crítica (había pensado fundar con<br />
Brecht una revista llamada Krisis und Kritik) y escribió varios textos breves<br />
(uno sobre la crítica “falsa”, más un borrador sobre la crítica como disciplina<br />
fundamental para la historia literaria) o fragmentarios sobre historia<br />
literaria, la industria editorial y las formas de la crítica. En un fragmento<br />
programático de 1931, póstumo y recogido con otras notas aforísticas bajo la<br />
rúbrica “El carácter destructivo” (referido al suicidio), se dedica a la tarea<br />
del crítico y asevera:<br />
Respecto a la terrible idea equivocada que el atributo indispensable del crítico<br />
verdadero es “su propia opinión”: es asaz sin sentido enterarse de la opinión de<br />
alguien sobre algo cuando uno ni siquiera sabe quién es. Mientras más importante<br />
el crítico; lo más que evitará afirmar llanamente su propia opinión, y lo más<br />
16<br />
Antes de Franzen, Michael Young, el héroe inglés de la novela distópica Making history<br />
(1996), de Stephen Fry, que contiene algunas partes escritas como guión, es un letraherido<br />
tan amargado por los estudios literarios que se resigna a hacer un doctorado en historia porque,<br />
en efecto, le parece menos arriesgado. El “hacer historia” del título se refiere a la trama, en<br />
que se crea una cronología mundial alternativa más conservadora, especialmente en Estados<br />
Unidos. Michael deja la academia, vuelve a su pasado y se dedica a escribir canciones.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
que su perspicacia absorberá sus opiniones. En vez de dar su propia opinión, un<br />
gran crítico posibilita que otros formen sus opiniones en base de su análisis crítico.<br />
Es más, la definición de la figura del crítico no debe ser un asunto privado<br />
sino, en lo posible, un asunto objetivo, estratégico. Lo que debemos saber de un<br />
crítico es qué representa. Él nos debe decir esto.<br />
Son aserciones muy cargadas y no exentas de polémica o interrogantes<br />
respecto al carácter subjetivo de lo que se defiende como crítica personal<br />
en el ámbito anglófono hoy. El fragmento citado es más una ayuda para la<br />
memoria, porque Benjamin apunta que la sección “Técnica crítica” incluirá<br />
varios temas mayores: teoría de la cita crítica, elogio y censura, teoría de la<br />
polémica; y que la sección “La tarea del crítico” incluirá una crítica de las<br />
grandes figuras de entonces, una crítica de las sectas, crítica fisionómica,<br />
crítica estratégica, crítica dialéctica y los sucesos dentro de la obra misma.<br />
Barthes no hizo menos al notar la relación entre la ficción y la crítica en la<br />
práctica de sus contemporáneos. 17 Esos programas conceptuales podrían ser<br />
otro subtexto principal de la prosa de Serna, enfatizando que para el mexicano<br />
las tareas del novelista y del crítico son inseparables, porque ambos<br />
tratan de fijar una escala de valores e importancia, y utópicamente quieren<br />
rescatar un valor humano original de las abstracciones, estilos, formas y lenguajes,<br />
como de los asaltos y distracciones de presiones sociales pasajeras.<br />
víspera de la destrucción<br />
Aunque la música popular contemporánea tiende a ser una presencia constante<br />
en su prosa, en particular en los cuentos de Amores de segunda mano<br />
y en “Los reyes desnudos” de La ternura caníbal, no es seguro que Serna<br />
tuviera en mente la canción anglófona de protesta de los años sesenta que da<br />
el título a esta sección. Lo tangible es que, si en esos años comenzaban los<br />
cambios críticos que lo llevan a escribir Genealogía de la soberbia intelectual,<br />
sabía que el progreso de las ideas depende de su pasado, y como la<br />
suya es una genealogía desobediente, requería más de su autor todoterreno,<br />
17<br />
Roland Barthes, “A very fine gift” and other writings on theory, Seagull Books, Londres,<br />
2015, pp. 185-189.<br />
89
wilfrido h. corral<br />
sobre todo por su intención de revelar cómo la inteligencia imaginada por la<br />
crítica apunta a desinformar, chantajear, difamar y un sinnúmero de verbos<br />
de la misma ralea. Como observa Brooks, hay que deshacerse de la noción<br />
aquella según la cual al enseñar las humanidades uno se involucra en una<br />
formación que provee valores morales, o que habrá consecuencias benéficas<br />
al enseñar los grandes libros.<br />
Si decía al principio que en su no ficción más reciente Serna se ocupa<br />
ampliamente de las humanidades, también es cierto que no se ocupa del<br />
efecto directo de cómo se enseña a los estudiantes de literatura, sino del resultado<br />
de esa enseñanza en la crítica general. Es evidente que Genealogía<br />
de la soberbia postula que la crítica es una educación ética y de carácter<br />
aplicable al pensamiento crítico. El problema principal es que la “apropiación”<br />
cultural no está de moda, por lo menos desde que Edward Said propuso<br />
a fines de los años setenta que un recuento romántico del “Otro” facilita<br />
su conquista, dominación y explotación. Como resultado, lo que sí está de<br />
moda es el relativismo cultural, aunque en Nuestra América no hay señales<br />
certeras de que después de la visión modernista de fines del siglo xix se haya<br />
sazonado la cultura oriental con exotismo. Por eso Brooks recuerda que el<br />
profesor de literatura “no habla exactamente con su voz”, sino casi siempre<br />
como ventrílocuo de las ideas y las palabras de otros, y así se expone a acusaciones<br />
de negligencia.<br />
En vez de enseñar la sabiduría acumulada del pasado a través de los<br />
mejores libros (sin que importe su ideología) de la manera más plural posible,<br />
hoy se enseña selecciones de un menú a la carta que deja a los alumnos sin<br />
un entendimiento holístico de los debates y asuntos que formaron las culturas<br />
en que viven. Sin cuestionar la dispersión (aunque sostiene que los estudios<br />
culturales no son “teóricos”, por amorfos, y además por “faltarles los fundamentos<br />
históricos y precisiones de la ‘teoría’”), en la gráfica incluida en la<br />
guarda de su libro, Leitch 18 nota noventa y cuatro subdisciplinas y campos<br />
alrededor de doce temas mayores “que pueden cambiar esferas y fundirse en<br />
combinaciones originales”. Como demuestra Theory’s empire y las numero<br />
90<br />
18<br />
Vincent B. Leight, Literary criticism in the 21st century. Theory renaissance, Bloomsbury,<br />
Londres/Nueva York, 2014.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
sas reseñas positivas que ha recibido hasta hoy, no se puede ser tan optimista<br />
como Leitch respecto al futuro de la teoría. Además, hay un instinto organizador<br />
fatal: el deseo de juntar varios conceptos dispares en una sola teoría<br />
prolija. Bien decía Barthes, en una entrevista de 1970, que la teoría existe<br />
permanentemente en un tiempo prestado, porque no se la debe concebir<br />
como algo cerrado.<br />
Por esa situación nada como los mexicanismos en torno a “madre” para<br />
hablar del compromiso intelectual. “Me vale madre” es apto, pero “desmadre”<br />
se acerca más a una condición intelectual actual, y en nuestra lengua no hay<br />
mejor exponente de la franqueza que transmiten esas voces de Serna. Como<br />
vamos viendo, desde Las caricaturas me hacen llorar y Giros negros hasta<br />
Genealogía de la soberbia intelectual, sigue levantando ampollas. Leídas menudamente,<br />
la primera da la bienvenida a la cultura popular como objeto de<br />
estudio; Giros negros arriesga más, extendiendo el análisis a zonas oscuras<br />
de la sexualidad cotidiana y el lenguaje, sin enarbolar los estandartes de<br />
hibridez de los “estudios” (sic) “culturales” (sic). Genealogía de la soberbia<br />
intelectual, vale repetir, se ocupa abundantemente de los gestores de las humanidades<br />
y, por último, de la función de lo popular en ellas.<br />
Serna ejemplifica una actitud diferente de los narradores que son sus<br />
contemporáneos, los nacidos una década antes o después que él: expresarse<br />
sin filtros. Es redundante proporcionar un panorama 19 de aquéllos para contextualizar<br />
sus continuas batallas –significaría vincularlo a una colectividad<br />
que no reconoce, como las diferencias que establece explícitamente entre<br />
su obra y la de César Aira, diez años mayor que él–, mayor razón para enfatizar<br />
el ambiente extra nacional en que se mueven las diez secciones de<br />
su historia. Ese entorno es una de las plantillas de Genealogía…, y de una<br />
crítica débil y oficiosa, próxima al libelo, que ocasionó su ensayo en España,<br />
refutada por él y otros en la versión en línea de Letras Libres; aunque el hilo<br />
de la defensa es a veces demasiado animado o categórico, se arguye razonablemente<br />
que un expediente académico no garantiza ser buen crítico de<br />
nada, ni permite ataques ad hominem, porque una cosa es discrepar, disen<br />
19<br />
Véase Wilfrido Corral, Juan de Castro y Nicholas Birns (eds.), The contemporary Spanish<br />
American novel: Bolaño and after, Bloomsbury, Londres/Nueva York, 2013.<br />
91
wilfrido h. corral<br />
92<br />
tir, otra criminalizar a un crítico de la manera más vil. 20 Recordando que es<br />
un error común interpretar la sensibilidad de un autor como reflejo de una<br />
época, su estudio es, como dije, una crítica erudita de la falsedad intelectual<br />
novelizada subjetivamente en El miedo a los animales, algunas de cuyas<br />
fuentes no explica equitativamente en el prólogo a la segunda edición de<br />
Las caricaturas me hacen llorar: “De las rencillas ventiladas en esa sección<br />
extraje algunos rasgos de carácter para dibujar a los personajes de El miedo<br />
a los animales.” 21 Es más, en “Historia de una novela”, escrito el mismo año<br />
que esta novela, se cura en salud. 22<br />
En la época de Las caricaturas… se asentaban los contubernios intelectuales<br />
que lo llevan a escribir Genealogía… Serna sabe que el progreso<br />
de las ideas depende de su pasado, pero como la suya es una genealogía desobediente<br />
requería más de él, por su intención de revelar cómo la inteligencia<br />
imaginada por la crítica desinforma, chantajea, difama y un sinnúmero de verbos<br />
de semántica similar. Genealogía… se concentra en el incumplimiento<br />
de los principios de las humanidades, sin tratar su efecto en aquellos a quie<br />
20<br />
Véase, de Enrique Serna, “Respuesta a César Antonio Molina”, en Letras Libres, 7 de<br />
noviembre de 2014; y la nota anterior de Javier Munguía, “Para el escándalo de artepuristas”,<br />
Letras Libres, 23 de enero de 2014. En la reseña impresa para la misma revista, Armando<br />
González Torres afirma que Serna decepciona como historiador, opinando que “El método<br />
ensayístico de Serna consiste en reconstruir, con colorido y muchas licencias históricas,<br />
distintas atmósferas intelectuales y establecer analogías, a veces reveladoras, entre prácticas<br />
excluyentes y formas de esnobismo muy alejadas en el tiempo”. Hay algo de razón en<br />
este comentario. Pero si se considera el modus operandi de Serna, el énfasis debe ser en sus<br />
analogías reveladoras, que no tienen que apegarse a una estricta historia lineal.<br />
21<br />
Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, 2ª. ed., Terracota, México, 2012, pp.<br />
11-16.<br />
22<br />
Aunque la vigencia de la novela es innegable, sigue siendo la fuente de opiniones<br />
encontradas, desde su publicación inicial, cuando en su reseña (Vuelta, Diciembre de 1995,<br />
núm. 229, pp. 44-45) Christopher Domínguez Michael dice: “Tanto le pesa a Serna su impostura,<br />
que escribe textos autopromocionales donde habla de ‘autocrítica’. No hay tal”; hasta<br />
la más académica/primermundista de Hugo Méndez-Ramírez, “Política cultural y eurocentrismo<br />
en El miedo a los animales de Enrique Serna”, Revista Iberoamericana, abril-junio<br />
de 2010, núm. 231, pp. 393-407. Si Méndez-Ramírez trae a colación La Mafia (1968), de Luis<br />
Guillermo Piazza, Domínguez Michael rescata ¡Qué viva México!, de Rubén Salazar Mallén,<br />
también de 1968, que no depende de alusiones o sinónimos. Es un mundo complejo, porque<br />
Carlos Monsiváis, Domínguez Michael y Serna han coincidido en grupos y lugares afines.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
nes se las enseña sino en el resultado de<br />
esa instrucción en la exegética general.<br />
Si su enfoque lo distancia de otros valedores<br />
de las humanidades, sabe que la crítica<br />
tiene que ser parte de esa defensa, sin<br />
convertirse en apologista intransigente.<br />
Peter Brooks considera que la contrariedad<br />
de las discusiones anglófonas actuales<br />
sobre las humanidades tiene que ver<br />
con cómo un público general las percibe<br />
y con cómo las presentan los críticos. Los<br />
defensores de ellas, insiste Brooks, tienen<br />
que advertir que enseñarlas no es proporcionar una formación íntegra.<br />
Leer un gran libro no es transformar éticamente a los lectores, porque se<br />
puede leer libros “ejemplares” y salir a cometer un crimen.<br />
Serna no brega con la fragmentación e hiperespecialización que privilegian<br />
los programas universitarios anglófonos, de los cuales todavía surgen<br />
las ideas hegemónicas para nuestro Occidente, incluso las promulgadas por<br />
precipitaciones eruditas “poscoloniales”. Genealogía de la soberbia intelectual<br />
comienza aseverando que “la idea de que la gran literatura sólo puede<br />
cautivar a una élite refinada quedó desmentida desde los tiempos de la tragedia<br />
griega”, cuyos corolarios de esa afirmación son el emblema de las tres<br />
primeras secciones. Serna reconoce que, al ser parte del mundo intelectual,<br />
no puede negar las relaciones de poder implícitas en su propósito, así que no<br />
acude al virtuosismo de pontificar sobre el arribismo universitario que es<br />
frívolo y codicioso, y extremadamente definido por el egoísmo y el elitismo.<br />
Pero las rencillas personales de esos concursos no son el centro de su atención.<br />
Para su empresa Serna depende o, mejor dicho, confía en el tropo de<br />
Crítica sin Fronteras. No se crea que sólo con el auxilio de Foucault (para<br />
quien la crítica era el arte de no ser gobernado, revelar lo ilegítimo) podría<br />
determinar las relaciones entre literatura y poder, y sus ensayos anteriores<br />
dejan constancia de que no ha necesitado ese socorro. Para el autor de El<br />
seductor de la patria no es difícil notar en aquella tropología que los pobres<br />
son utilería en un drama crítico personal que pretende probar que la empa<br />
93
wilfrido h. corral<br />
tía, la fuerza moral y hasta el “profesionalismo” de los practicantes está por<br />
encima de todo. Como comprueba en la novena sección, “El genio de la bestia”,<br />
esas preocupaciones no son más que llamadas a una miseria humana<br />
exótica (su blanco es Mallarmé, para demostrar dramáticamente la ambición<br />
humanitaria del intelectual y su “intransigencia” cosmopolita), lo que para<br />
otro contexto Silviano Santiago ha llamado el “cosmopolitismo del pobre”. 23<br />
En el momento en que publica Genealogía de la soberbia intelectual,<br />
Serna afirma en una entrevista: “La crítica literaria se ejerce como una rama<br />
de las relaciones públicas y la mercadotecnia. Entonces la gente ya no cree<br />
en la crítica, entonces se hace muy difícil que entre el océano de autores se<br />
pueda separar el trigo de la paja. Se empieza a desconfiar de la crítica cuando<br />
uno se da cuenta de que desprecian en privado a los autores que elogian<br />
en público.” 24 (El énfasis es mío). Un problema obvio de esa aserción es que<br />
las nociones de privacidad son subjetivas (digamos lo que ahora aseveran<br />
varios antiguos amigos de Foucault de su simpatía tardía por el neoliberalismo)<br />
y sólo se puede formular teniendo un buen conocimiento de la privacidad<br />
que lo rodea a uno.<br />
Si Serna, a su manera, asume el lado democrático del gremio al que<br />
pertenece, no hay por qué no creerle, especialmente sabiendo que esa condición<br />
siempre ha sido su irritante, no algo que se le acaba de ocurrir. En la<br />
entrevista con Tejeda precisa: “Todos los países de habla española estamos<br />
muy encerrados en nuestras fronteras nacionales. También en México se comentan<br />
pocos libros de autores latinoamericanos o españoles. Se ha sido un<br />
poco mezquino y proteccionista. Debería de haber mayor apertura que, paradójicamente,<br />
sí hubo en los años sesenta, cuando había mayor avidez por<br />
saber lo que se escribía en Argentina, en Colombia o en España. Ahora me<br />
da la impresión de que no queremos ni siquiera enterarnos de lo que pasa en<br />
94<br />
23<br />
En O cosmopolitismo do pobre: crítica literaria e crítica cultural (Editora ufmg, Belo<br />
Horizonte, 2004), Santiago desarrolla la idea de que el discurso de la élite internacional en<br />
el plano de la economía nacional es una de las amenazas mayores para la igualdad cultural.<br />
Se resume su argumento en “El cosmopolitismo del pobre”, en Cuadernos de literatura, julio-diciembre<br />
de 2012, núm. 32, pp. 309-325.<br />
24<br />
Armando G. Tejeda, “Sexo y muerte, fuerzas que rigen nuestros impulsos: Enrique Serna”,<br />
en La Jornada, 12 de mayo de 2013, p. 2.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
otros países.” Tener esa conciencia también significa para él entender que<br />
una élite cultural no hace la menor concesión al gusto popular, porque esas<br />
predilecciones aparentemente innatas “frustran de entrada cualquier tentativa<br />
de reeducarlo”. Su democratización no especifica esa realidad paralela<br />
a los gustos intelectuales porque, como otros análisis, forzosamente la tiene<br />
que ver desde afuera. Pero tiene razón, especialmente porque ese tipo de<br />
nacionalismo se da entre la crítica. Por ejemplo, el dossier dedicado a “Políticas<br />
de la crítica” (pp. 9-101) de Pensamiento de los confines, núms. 28/29<br />
(primavera 2011-invierno 2012), describe la situación como si fuera exclusivamente<br />
argentina y girara en torno al compromiso político, que muy bien<br />
podría ser el caso. Con la excepción de las divagaciones políticas, tal vez, el<br />
problema es que no costará mucho encontrar similares limitaciones en los<br />
dictámenes y discusiones sobre la crítica en otros países latinoamericanos.<br />
Para llegar a esa antesala de sus conclusiones, Serna equipara la historia<br />
intelectual a la historia de las modas (no el sistema, como Barthes), concentrándose<br />
en las secciones anteriores en cómo los emperadores se ponen<br />
nuevos vestidos que los súbditos compran y se ponen ciegamente, especialmente<br />
en años recientes. En todo su recorrido hay que recordar las diferencias<br />
entre lo popular (por lo cual aboga) y lo populista, que pone en jaque<br />
mate e hila fino, con algunas posturas categóricas que impulsan su argumento<br />
contra la soberbia de sabihondos autoungidos. Aun teniendo en cuenta<br />
esos momentos contraproducentes y varias ironías (siempre respaldadas por<br />
su conocimiento histórico), el resultado definitivo es un argumento razonado,<br />
ciertamente novedoso y necesario, excelentemente investigado, escrito con<br />
enorme claridad, lógica y conocimiento de causa, y coadyuvado por citas<br />
convincentes sobre el desdén públicamente comprobable de varias sectas<br />
intelectuales o semi-intelectuales y la historia de sus engendros contemporáneos.<br />
De las diez secciones, la cuarta, “Privilegios de casta”, historiza la (in)<br />
dependencia intelectual, detallando los monopolios y pompa académicos, y<br />
en particular el desafío de la opinión pública con una noción indeterminada<br />
y problemática: “La novela pierde mucho cuando da la espalda a la opinión pública.”<br />
Por otro lado, mexicaniza el mecenazgo despótico, todo consecuente<br />
con su principio que “Los modernos gurús se comportan todavía como semi<br />
95
wilfrido h. corral<br />
96<br />
dioses condescendientes y no vacilan en sacar las garras cuando los fieles<br />
les quedan a deber un diezmo”. En la sección quinta discute cómo la tarea de<br />
domar al oso (el público) quedó en manos de los autores de best sellers, resultando<br />
en la criptografía que adoran los académicos, y “Por eso la literatura<br />
de escritores para escritores, la que subsidian las universidades y los institutos<br />
de bellas artes (...) produce la misma cantidad de productos desechables<br />
que la literatura comercial (y unos cuantos libros de valía, tan escasos como<br />
las obras maestras de la narrativa y el teatro popular)”.<br />
Esa opinión no lo convierte en un yihadista de lo popular, sino en un<br />
objetor de conciencias que conoce el espacio reducido y frecuentemente<br />
endogámico en que se da el trabajo intelectual. Si en varios momentos su crítica<br />
se aproxima peligrosamente a la animosidad, se edifica a cada rato con<br />
frases geniales, mostrando que un mérito real de su enfoque es que casi nadie<br />
se atreve a expresarse así, confirmando la noción orwelliana, según la cual<br />
si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper<br />
el pensamiento. La sexta sección, “El sabotaje interno”, echa sal en las heridas<br />
que ha abierto en las secciones anteriores y, si es innecesario (por ser<br />
hoy diferentemente notable), tratar con mucho interés el aspecto descuidado<br />
de los intelectuales, su argumento de que son monolingües, tal condición es<br />
más contemporánea que históricamente comprobable.<br />
Las secciones séptima y octava pormenorizan el esnobismo de las sectas<br />
intelectuales y las tareas que asumen, comprobando cómo las ideologías<br />
en torno al “público” en verdad no han logrado hacerlo más brillante, desobediente,<br />
escéptico o peligroso, sino que lo convierten en víctima de una<br />
cultura institucionalmente engañosa, aunque “La injusticia en la valoración<br />
del talento se traduce tarde o temprano en una pérdida de poder cultural<br />
efectivo, porque la credibilidad de cualquier árbitro sufre una merma considerable<br />
cuando engaña al público sistemáticamente”. Su espécimen es<br />
Juan Manuel de Prada como reseñador. En las secciones novena y décima<br />
las muestras son mexicanas y personalizadas, con consideraciones sobre el<br />
arte. Serna no cesa en su crítica y porfía en los debates acerca de literaturas<br />
cosmopolitas y nacionales, sobre todo en su país y en las percepciones extranjeras<br />
de las literaturas en español. Como he dicho, desde sus comienzos<br />
no ficticios, Serna ve en el lenguaje la solución a estos problemas y poco re
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
sume mejor esa fe que su aseveración en la última sección que “Un prosista<br />
elegante como Ortega y Gasset y un torturador del lenguaje como Heidegger<br />
llegaron por caminos distintos a formular conceptos muy similares”. Como<br />
se desprende de sus reflexiones, el crítico tendrá que entrelazar, en el nivel<br />
discursivo, que las afirmaciones (productos de aserciones) no son lo mismo<br />
que las proposiciones (objetos de creencias).<br />
Paradójicamente, cuando hoy los alumnos aumentan y se democratizan,<br />
las universidades se distancian más del mundo letrado y los académicos<br />
adaptan su atención a la cultura popular que, suponen, les interesa a aquéllos,<br />
cerrando así otros tipos de comunicación, violando varias razones de ser<br />
universitarias, como dejar que los alumnos consideren ideas incómodas o las<br />
que no les gustan, o que no piensen en que limitarse a sólo unas perspectivas<br />
también reduce su resistencia, tolerancia y entendimiento. Si un reclamo de<br />
Serna es que se ignora la cultura popular, resulta más productivo indagar<br />
por qué la secta de los “estudios culturales” la han fetichizado desde hace<br />
décadas, sin entenderla en cuerpo propio, convirtiéndola en relleno de sus<br />
excesos crítico-teóricos, mientras la gran ventaja de Serna radica en que desde<br />
sus primeras compilaciones ha sabido separar el grano de la paja. Aquí<br />
abarca demasiado, pero lo expresa tan patentemente que, de sus numerosos<br />
aciertos, se desprende la lección de que hay que ser más escépticos con la<br />
cooptación y preguntar qué existe en el mundo intelectual que todavía no podemos<br />
decir o escribir, y qué es lo que nos detiene. Detrás de su irreverencia<br />
hay un esfuerzo honesto por rehumanizar el arte con una querella directa<br />
contra sus comisarios antiguos y modernos. Al mismo tiempo, sabe que no se<br />
puede volver a 1956, cuando catorce mil personas llenaron un estadio para oír<br />
hablar a T. S. Eliot, también sabe que los intelectuales que critica no tienen<br />
catorce mil seguidores en Facebook.<br />
¿puede un novelista crítico abandonar la política?<br />
Desde ahora hay que decir que la respuesta es un rotundo “No”, y que la<br />
pregunta siempre debe ser cuál es la política debida o aceptada. Estar interesado<br />
en las ideas no distancia al intelectual del mundo, y ser parte del<br />
mundo y estar en él no vacía a nadie de las ideas. Pero Serna quiere mostrar<br />
97
wilfrido h. corral<br />
98<br />
una degeneración que conduce a una destrucción: la “vida de la mente” es<br />
hoy una industria con árbitros, guardias, sueldos y beneficios. Si esa condición<br />
no desvaloriza necesariamente las ideas, es su realidad material y, como<br />
después de todo los intelectuales son humanos aunque sean celebridades,<br />
pueden llegar a abaratar las ideas o a manipularlas. Ante la discusión anterior<br />
de los vaivenes de su no ficción, para autores latinoamericanos frontales<br />
como él, una pregunta que salta a la vista es qué hacen con la política. Volvamos<br />
a un maestro que reconoce. Como sabemos, Mario Vargas Llosa no deja de<br />
ser un imán para las polémicas sobre cuál debería ser la política de un novelista<br />
hispanoamericano o no, y Serna se ha expresado sobre el tema como pocos,<br />
especialmente si se considera que las reacciones ante los maestros tienden a<br />
ser las venias. Sus ideas acerca de la política del escritor se han acentuado en<br />
la última década en ensayos sobre Vargas Llosa y José Revueltas.<br />
Según Serna, en el folleto Literatura y política el peruano condena en<br />
bloque a los jóvenes novelistas del cambio de siglo inmediatamente pasado<br />
que han decidido rechazar la literatura politizada. A pesar de que ya había<br />
desmontado y destapado la fauna intelectual politizada en El miedo a los animales,<br />
está de acuerdo con los jóvenes, y con Vargas Llosa, pero matiza que las<br />
ideas políticas no están reñidas con la literatura de los jóvenes, sino que a ellos<br />
les parecen insoportables el maniqueísmo y la simplificación en que insisten<br />
algunos de los antiguos narradores. Según el mexicano, los santones de la vieja<br />
izquierda (Eduardo Galeano, Mario Benedetti e incluso Elena Poniatowska, ya<br />
impugnada en El miedo a los animales) “empiezan a ser objeto de escarnio por<br />
su inveterada costumbre de adherirse a las corrientes de opinión que pueden<br />
redituarles mayor popularidad”. 25 Serna tiene razón –como lo prueban varios<br />
pronunciamientos de este siglo de la mexicana y algunas admisiones del recientemente<br />
fallecido uruguayo– y, a la larga, estaría de acuerdo con Vargas<br />
Llosa respecto a la visión que éste tiene de sus coetáneos.<br />
La insuficiencia de varios críticos del peruano puede deberse a que es<br />
imposible de fijar como “conservador”; además, vale la pena hacer notar que,<br />
por enésima vez desde su discurso en Caracas en los años sesenta, a principios<br />
de este siglo instaba a los escritores a tratar la política como antído<br />
25<br />
Enrique Serna, “La ruptura del compromiso”, en Crítica, Universidad Autónoma de<br />
Puebla, Puebla, julio-agosto de 2004, núm. 105, p. 15.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
to a la indiferencia ciudadana por la vida pública. 26 Al respecto, el léxico<br />
de Serna incluye términos como “simulación”, “rebeldes acomodaticios”,<br />
“aprovecha”, “predicar el bien con fines publicitarios”; y, si castiga a los<br />
viejos narradores, considera que la resistencia de los jóvenes “no representa<br />
ninguna claudicación”. Es el tipo de lenguaje que le falta a los críticos del<br />
peruano, temerosos de criticar con crudeza sin recurrir a tremendismos. Y<br />
hay una lección mayor en la lectura de Serna: la manera de evitar los dogmatismos<br />
del tipo de crítica a la que se dirige en Genealogía de la soberbia<br />
intelectual y de abandonar las actitudes pusilánimes que no dejan que la<br />
crítica latinoamericana progresista progrese, estancada en gustos mórbidos<br />
y abracadabrantes compuestos de la vulgata marxista (“capitalismo”, “mercado”,<br />
“neoliberalismo”, etc.), nacionalismos críticos y otras imposturas que<br />
aseguran su declive.<br />
Roland Barthes revisa en varios ensayos, notas y entrevistas de los años<br />
cincuenta y sesenta, la dificultad de esclarecer lo que se entiende por crítica<br />
o literatura de izquierda. Aun considerando que Barthes de ninguna manera<br />
era un conservador, no sorprende que más de medio siglo después la izquierda<br />
latinoamericana siga estancada en la oscuridad de sus consignas, que<br />
Serna repasa para Revueltas, generalizando sobre sus practicantes. Cuando en<br />
1969 Barthes nota que “la crítica política y cultural son incapaces de unirse”,<br />
la palabra clave es “cultural”, porque en otros de esos <strong>escritos</strong> los subtextos<br />
son la tiranía corporativa y el carácter reacio de la izquierda. (Para entonces<br />
ya había criticado la crítica conservadora de Jean-Pierre Richard en 1955.)<br />
Según sus respuestas a una encuesta de 1952, las cinco preguntas necesarias<br />
para definir lo que es una literatura de izquierda son de forma y contenido,<br />
y la quinta reza así: “¿Está una obra de izquierda destinada a tener<br />
sólo un valor combativo inmediato o de hecho puede ser de izquierda para<br />
varias generaciones?” Respecto a la crítica de izquierda, en un sondeo de 1960,<br />
socráticamente pregunta, y contesta: “1. ¿Una opción política implica necesariamente<br />
una ideológica?”; “2. ¿Qué criterios ideológicos puede tener la izquierda?”;<br />
“3. ¿Hay una estética de izquierda?” Y concluye con otra pregunta<br />
26<br />
Mario Vargas Llosa, “Un mundo sin novelas”, en Letras Libres, México, octubre de 2000,<br />
núm. 22, pp. 38-44. Reviso el contexto mayor de su no ficción en Mario Vargas Llosa. La<br />
batalla en las ideas, Vervuert/Iberoamericana, Madrid/Frankfurt, 2012.<br />
99
wilfrido h. corral<br />
100<br />
irresoluta hasta hoy: “4. ¿No es peligrosa la politización de la crítica?” 27 En<br />
resumidas cuentas, Barthes se pregunta si en verdad es difícil establecer<br />
distinciones en estos asuntos, porque para él “es precisamente porque vivimos,<br />
todavía, en una democracia liberal, en la cual los artistas son (relativamente)<br />
libres, que su responsabilidad política debe ser abarcadora”.<br />
Ángel Rama, sin duda un crítico literario más sensato y de una política<br />
más realista que sus presuntos herederos, también vio claramente el problema<br />
en una carta de la época de su forzado exilio en Estados Unidos al periodista<br />
argentino Pepe Eliaschev: “Mientras no se abandonen los estereotipos<br />
y se piense la realidad, como pedía el viejito Marx, difícil que se entienda<br />
nada de este mundo. A diferencia de mis amigos Gabo y Julio (que acaba de<br />
escribir un artículo en favor mío) nunca he querido abandonar mi campo específico,<br />
la literatura, para transformarme en agitador político: quizá porque<br />
sé mucho más que ellos de política y economía” (énfasis mío). Rama sabía<br />
bien que reciclar nostalgias sólo aumenta su desuso y la mediocridad de los<br />
que se confinan a ellas, y la inapetencia de los que no quieren limitarse a<br />
una sola ideología. 28<br />
Similarmente, según Serna, “Cuando un escritor apolítico finge amar a<br />
la humanidad en abstracto, los lectores exigentes y críticos son los primeros<br />
en advertir la impostación de su voz”. Cuando Serna dice que tales silencios<br />
se tratan “de un fraude por partida doble, ya que desvirtúa el análisis político<br />
y corrompe a la vez la literatura”, lo más honesto que podrían hacer los<br />
críticos de Vargas Llosa es ponerse a la altura de su objeto de estudio. Serna<br />
concluye que los novelistas pueden conmover a la sociedad con más fuerza<br />
que los pensadores políticos: “por lo general, cuando el escritor conoce sus<br />
limitaciones y no pretende saber más que los sabios”.<br />
Si esa lectura de Vargas Llosa lo alentó a volver al tema de la política<br />
en la literatura, hace poco le dedicó al tema en Revueltas un ensayo en que<br />
se distancia del tono triunfalista en torno al centenario de su compatriota,<br />
acercándose, tal vez a pesar de sí, al Barthes de arriba. Según “José Revuel<br />
27<br />
Roland Barthes, “The ‘scandal’ of marxism” and other writings of politics, Seagull<br />
Books, Londres, 2015.<br />
28<br />
Ángel Rama, “A Pepe Eliascher”, en Ángel Rama, explorador de la cultura, Centro<br />
Cultural de España, Montevideo, 2010, pp. 102-104.
desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />
tas: el redentor escéptico”, los camaradas de aquel novelista (específicamente<br />
respecto a Los días terrenales) denotaron una grave intolerancia estética<br />
porque “no podían disociar los valores literarios de los dogmas políticos, ni<br />
conceder al arte una esfera autónoma”. 29 El contexto mayor, no discutido por<br />
Serna, es que ese problema se ha vuelto endémico en América Latina. Y si,<br />
según él, Revueltas “No alcanzó la madurez estilística, el pleno dominio del<br />
arte narrativo, hasta que se independizó intelectualmente de la castradora<br />
doctrina que le querían imponer los cuadros dirigentes de su partido”, otra<br />
realidad es que otros escritores latinoamericanos sufrieron similares emasculaciones<br />
durante las primeras tres décadas del siglo pasado. 30<br />
Los cultores de políticas de identidades anacrónicas y los reproductores<br />
de iconografías de la lucha de los pueblos son las figuras perfectas para<br />
ocupar el lucrativo lugar de continuador de la obra de narradores comprometidos<br />
de los años veinte y treinta, de la Revolución Cubana, el sandinismo y sus<br />
retoños actuales. Todo lo que hacen es tan reconocible, tan fácil de predecir y<br />
tan complaciente con su público, es decir, tan opuesto a lo que debería ser el<br />
arte de nuestro tiempo, que para el oficialismo intransigente resultan ser los<br />
artistas ideales. Por eso Serna opina que “Revueltas jamás cayó en esa trampa<br />
de la soberbia”, y su congruencia entre vida y obra eran virtudes raras<br />
en un medio “en donde muchos escritores mediocres, pero también algunos<br />
de [nuestros] mayores talentos, acaban sometidos parcial o totalmente a la<br />
maquinaria de cooptación, después de haberla combatido en la juventud”.<br />
Si es comprobable que “A menudo, el celo partidista de la izquierda<br />
crea una confusión entre el mérito cívico y el mérito literario que ha beneficiado<br />
a muchos escritores de segunda fila, incapaces, ellos sí, de arriesgarse<br />
a blasfemar contra los pontífices de su iglesia (Fidel Castro, Hugo Chávez,<br />
Marcos, amlo [Andrés Manuel López Obrador]) por el temor de ‘darle armas<br />
al enemigo’, o simplemente por miedo a perder lectores”, 31 el celo de Serna<br />
29<br />
Enrique Serna, “José Revueltas: el redentor escéptico”, en Crítica, Puebla, septiembre-octubre<br />
de 2014, núm. 161, pp. 107-124.<br />
30<br />
Véase, “Salvador y Palacio: política literaria, novela y psicoanálisis andino en los<br />
años treinta”, en mi Cartografía occidental de la novela hispanoamericana, Centro Cultural<br />
Benjamín Carrión, Quito, 2010, pp. 95-157.<br />
31<br />
Enrique Serna, “José Revueltas: el redentor escéptico”, en Op. cit.<br />
101
wilfrido h. corral<br />
sería mejor servido si mencionara nombres, y no sólo de novelistas. Otro<br />
problema con el tipo de izquierda que critica es que nunca piensa en autocriticarse,<br />
manteniendo un espíritu de encantamiento por los grandes gestos<br />
redentores, algo que ha heredado de las tradiciones socialistas a lo largo del<br />
siglo xx. Uno no puede tener nada en contra de la utopía, siempre y cuando<br />
haya aprendido de los errores del pasado y no sea, además, un discurso vacío<br />
pronunciado desde la comodidad académica. El parloteo desde una institución<br />
privilegiada no latinoamericana y sin conflictos sociales sólo ayuda a<br />
esos cómodos. Serna prefiere pensar en una izquierda que no transa, y que<br />
espera, porque en el habla de la antigua hay una falta de oxígeno y un exceso<br />
de niebla que desorienta.<br />
La poca disposición de Serna para acatar las convenciones genéricas<br />
también revela que su enfoque sobre sí mismo es un vehículo fundamental<br />
de su prosa, ficticia o no. Siempre está consciente, tal vez sospechoso, de los<br />
papeles que tiene: personaje y cuidador de sus <strong>escritos</strong>. Ningún crítico o novelista<br />
honesto y autoconsciente niega los mecanismos subconscientes que<br />
intervienen en sus <strong>escritos</strong>, o los intentos para refutar los hechos insistentes<br />
de su pasado, o los recelos artísticos que transmiten sus oraciones. Por eso<br />
sabe que una vez que uno se acostumbra a los procederes de los críticos, a<br />
las oportunidades que no desaprovechan, y a lo meticulosos que pueden ser<br />
para las venias, uno también comienza a notar el costo y el gran peso de esa<br />
carga colectiva. A la vez, con su práctica, muestra que aquellos comportamientos<br />
adquieren privilegios provisionales (no derechos) que, como tales,<br />
pueden ser detenidos, negados, ofrecidos a regañadientes o retirados. La virtud<br />
de su mejor prosa no ficticia, la fuente de su autoridad, a veces junto a la<br />
provisión de chismes intelectuales, es que se sabe la materia al revés y al derecho,<br />
como lector y como practicante, dificultando que se le pueda pedir más.<br />
102
Nunca te bajes en Niebla<br />
Miguel Terry Valdespino<br />
Después soñé que soñaba.<br />
Antonio Machado<br />
Yo, Teresa Miralles Williams, escritora de poesía y ficciones, con tres libros<br />
publicados y algunos premios de cierta importancia, voy a subir al último<br />
tren que sale rumbo a Niebla a las 11 y 48 de la noche.<br />
Mi viaje tiene mucho que ver con las pesadillas. Y cualquier ser humano,<br />
sea escritor o no, divide las pesadillas, casi siempre, en dos tipos: las que se<br />
llenan de absurdo, sangre y demonios; pero permiten que uno se despierte dando<br />
un grito de terror y sonriendo, y las que van dejando en el soñador la creencia<br />
de que el espanto acabará muy pronto y podrá abrir los ojos, sonreír, bostezar,<br />
levantarse de la cama y prepararse un café…, pero finalmente no sucede el<br />
milagro y entonces la pesadilla sigue su azote por los siglos de los siglos. No<br />
sé, lo digo sinceramente, en qué clase de las dos estoy sumergida ahora.<br />
Antes de subir los dos escalones que me llevan hasta la panza del quinto<br />
vagón, miro hacia atrás un segundo: aún se encuentran en la entrada del<br />
andén los dos hombres que me acompañaron hasta la estación: el que parece<br />
tener mayor jerarquía es tan alto como un jugador de baloncesto; el otro es<br />
mediano, rechoncho y parece mudo. Tienen el contraste propio de una pareja<br />
de comediantes. Aunque no son en realidad nada graciosos. Me observan con<br />
una pose retadora. Respirarán con alivio cuando por fin me aleje. La noche<br />
amenaza lluvia. Pero si ahora mismo estallara un aguacero, ninguno de los<br />
dos se movería de su sitio. Mientras camino, han vuelto a martillarme en la<br />
cabeza las palabras del que parece un basquetbolista:<br />
103
miguel terry valdespino<br />
104<br />
–Le advertimos por su bien, señora<br />
Miralles: a esta ciudad no vuelva nunca,<br />
hágase idea de que esta ciudad no existe,<br />
hágase idea que sus amigos poetas no<br />
quieren saber de usted, y por tanto no vale<br />
la pena que regrese para encontrarse con<br />
ellos en la librería El Pensamiento… ni<br />
en ninguna parte.<br />
Subo al vagón detrás de un grupo que<br />
forman un tipo con sombrero y camisa de<br />
cuadros, una mujer regordeta con una niña<br />
delgada que mastica caramelos, un rubio<br />
alto con los ojos hundidos, un rastafari con una guitarra y un muchacho con<br />
una boina y un libro en la mano: El cero y el infinito. Ninguno de los pasajeros<br />
me asombra o me impulsa a ponerme en guardia. A dos minutos de<br />
la arrancada, el vagón número cinco está casi vacío. Reviso el boletín que<br />
me entregaron y busco mi asiento. Me han dado el número 238, junto a una<br />
ventanilla, para que, en vez de sumergirme en turbias ideas, me entretenga<br />
en observar el paisaje nocturno, la luna entre los nubarrones y las casas y<br />
los pueblos que pasarán junto al tren como fugaces cadáveres iluminados.<br />
Pongo bajo el asiento mi maleta de cuero y en breve escucho el grito de<br />
arrancada. La locomotora pita agónicamente, como un animal obstinado, y<br />
se dispone a ponerse en movimiento. Los dos hombres levantan la mano y me<br />
dicen adiós. En verdad no es un adiós. Es un gesto de alivio. Adiós y nunca<br />
más retornes, criatura inútil. Adiós para siempre, poetisa perversa. No olvides<br />
que en esta ciudad no te amamos.<br />
El tren es viejo. Todos los trenes de este país lo son. Pero ser viejo lo<br />
pone a tono con el color de mi pesadilla. En un tren moderno las pesadillas<br />
no tendrían sentido, como tampoco las tendrían dentro de un avión. Ni los<br />
fantasmas ni los demonios viajan en trenes modernos ni en aviones. Se sentirían<br />
tan ridículos como un sacerdote en un desfile de modas. Sin embargo,<br />
el hecho de que esta alucinación transcurra en un fiambre de hierro, en una<br />
pieza obsoleta, le ofrece campo ideal a la pesadilla que comenzó a incubarse<br />
desde hace ya muchas horas.
nunca te bajes en niebla<br />
El tren avanza con lentitud. El andén y los dos hombres van quedando<br />
atrás. Misión cumplida, superiores: la poetisa Teresa Miralles, la perra puta<br />
Teresa Miralles va camino a Niebla. El tren gana velocidad, entra en un ritmo<br />
acompasado, y la locomotora pita impunemente, violando el sueño de media<br />
ciudad. Nadie ha venido a sentarse junto a mí. Aprovecho, abro las piernas,<br />
disfruto el espacio y la soledad que tendré hasta la estación siguiente, donde<br />
seguro subirá mi compañero de viaje. Ya dije que desconozco en qué clase<br />
de pesadilla estoy viajando, pero tengo la seguridad de que todo será coherente<br />
hasta la próxima estación, y estoy segura de que cuando suba mi compañero<br />
del 239 no tendrá orejas de marciano ni trompa de elefante. Entre la estación<br />
que voy dejando atrás y la siguiente, este tren no se volverá calabaza o una<br />
nave sideral. Sin embargo, de ahí en adelante vendrá una fatigosa incertidumbre,<br />
porque entonces yo deberé preguntarle a mi compañero, apenas se<br />
siente, qué tiempo falta para llegar a Niebla, y él o ella me responderá que<br />
nadie sabe dónde está Niebla, que si quiero interrogar a todos los pasajeros<br />
puedo hacerlo, pero nadie me responderá dónde rayos queda un caserío, una<br />
ciudad o una estación llamada Niebla.<br />
El tren ruge, embiste la ciudad, la atraviesa. A paso firme se aleja del<br />
centro. Su próxima parada será dentro de quince o veinte minutos. No quiero<br />
pensar en cómo surgió esta historia y, sin embargo, un impulso inexplicable<br />
me obliga a hacerlo.<br />
–La poetisa Teresa Miralles quiere leernos alguna cosa –señala un escritor<br />
en dirección a mí y entonces todas las caras se vuelven hacia la última<br />
fila de sillas–. ¿Qué vas a leer, Teresa?<br />
–Voy leer un poema de mi último libro.<br />
–¿Y cómo se llama ese libro?<br />
–Bestia en la nave que muere.<br />
–¡Vaya título, Teresa! Pero adelante, puedes leer.<br />
No. No quiero recordar. Me niego a revivir esa tragedia. Pero esta pesadilla<br />
no me lo permite. Observo a través del cristal: en pocos minutos la<br />
periferia irá mostrando sus sórdidos recovecos, sus criaturas noctámbulas,<br />
sus casuchas construidas con bandejas de aluminio, retazos de madera y<br />
pedazos de cartón tabla. Dios quiera que uno pueda olvidarse para siempre<br />
de noches y días como estos. Comienzo a cantar “A hard day nigth”. Sí. Han<br />
105
miguel terry valdespino<br />
106<br />
sido un día y una noche difíciles. No paso de cantar la primera estrofa de la<br />
canción de los Beatles y digo en voz alta el último verso de Bestia en la nave<br />
que muere, mi favorito: “No intentes decirme que nunca fuimos náufragos.”<br />
Un empleado con gorra y uniforme se ha detenido cerca de mí, con una<br />
maleta en la mano y un desconcierto más grande que ella. “¿Es suyo este<br />
equipaje, señora?” Niego rotundamente. “Parece que no tiene dueño.” Sonrío.<br />
El empleado no puede comprender por qué lo hago. Pero yo sí: la maleta<br />
abandonada es parte de un doble sueño: del que me tiene como protagonista<br />
y de uno que soñaba con frecuencia Luis Buñuel: el cineasta surrealista llevaba<br />
una maleta y la ponía sobre un tren que estaba por partir. De repente,<br />
sin aviso, el tren salía disparado, llevándose el equipaje. Buñuel terminaba<br />
gritando de impotencia y se despertaba sudoroso en la habitación de un hotel.<br />
Tal vez si grita ahora pueda despertarme. Yo sé que no lo hará.<br />
Las gotas comienzan a resbalar sobre el cristal de la ventanilla. Entre la<br />
velocidad del tren y la fuerza que cobra el aguacero, la ciudad se deshace y<br />
se recompone ante mis ojos cansados. Apagan las luces. Mala señal. Apagan<br />
las luces como hace muchas horas en la librería El Pensamiento.<br />
–El poeta Ramirito Núñez quiere decir algo… Parece que algo sobre el<br />
poema de Teresa. ¿No es así, Ramiro?<br />
–Los lamebotas existen desde hace siglos –dice en un tono demasiado<br />
grave el poeta Ramirito Núñez y se pone de pie de un salto, listo para combatir–.<br />
Y han existido para mal: algunos los llaman quintacolumnistas, como<br />
si fueran descendientes de los gloriosos luchadores de la República española.<br />
Pero no nos engañemos. Son artistas al servicio de las peores causas. Si<br />
escuchamos con detenimiento el poema de Teresa, veremos con claridad ese<br />
tumor maligno del que ahora estoy hablando… Compañeros, vivimos tiempos<br />
difíciles, ¿quién no lo sabe? Sin embargo la nave que Teresa Miralles da<br />
por hundida, está navegando con más fuerza que nunca.<br />
–No quise decir lo que estás diciendo. La poesía no se explica así.<br />
–Sí lo quisiste, Teresa.<br />
–No entiendes un carajo, Ramiro.<br />
–“No olvides que entre los fascistas / los menos fascistas / son también<br />
fascistas…” ¿Te acuerdas de ese poema, Teresa Quintacolumnista?<br />
–Conozco ese poema mejor que tú.
nunca te bajes en niebla<br />
–Pues lo conoces para mal.<br />
–¡No me jodas, pendejo!<br />
–¡No me jodas, reputa!<br />
Las luces se encienden. El empleado que cargaba la maleta de Buñuel<br />
cruza junto a mí. “No se preocupen, señores, la oscuridad regresa pronto<br />
para que duerman felices”, informa sin detenerse, “estamos llegando a<br />
Praga”. ¿Praga! ¿Una estación llamada Praga? La lluvia castiga sin piedad<br />
los cristales cuando el tren se detiene. Las dos puertas del vagón se abren<br />
y varios hombres y mujeres suben de prisa y empapados. No pueden evitar<br />
atropellarse. Buscan sus puestos. Repiten en voz alta el número que les toca.<br />
Alguien pronuncia el número 239. Es un hombre. Me invade un pequeño<br />
nerviosismo. Mi compañero se asoma al hueco que ocupará junto a mí y me<br />
saluda con discreción. No pasa de los 35, pero tiene un porte antiguo, como<br />
el de los actores del cine mudo, y una piel escandalosamente pálida. “Con su<br />
permiso, señorita”, dice el hombre amablemente antes de sentarse y poner<br />
su maletín sobre las piernas. Después saca un pañuelo y se dedica a secarse.<br />
“Esta lluvia es para frío”, asegura y guarda el pañuelo, sin que su afán por<br />
secarse finalmente se cumpla. “En París debe hacer frío… ¿Usted no se baja<br />
en París?” Es tiempo de decirle que sigo hasta Niebla, pero no lo hago. “Mi<br />
destino no es París”, le informo secamente. Hace un gesto afirmativo y se<br />
hunde en el asiento. Cinco minutos más tarde el empleado pasa revisando<br />
los boletines y nos mira como a una pareja de prófugos. “Siempre me ha gustado<br />
Praga, pero ahora es un lugar peligroso, ¡demasiado peligroso!”, dice mi<br />
compañero mientras observa alejarse al empleado. No sé qué está sucediendo<br />
en Praga. O quizás no quiero saberlo.<br />
Afuera ya no queda ciudad. Ahora reina la lluvia sobre un campo infinito<br />
de vegetación salvaje. Debería estar en guardia. Pero he vivido una jornada interminable<br />
y estoy agotada. Nada agota tanto como aprender una larga lección<br />
de miedo. Cuando se apague la luz intentaré dormir, aunque me corra de una<br />
pesadilla a otra. El tren es una flecha de acero que embiste los campos. La lluvia<br />
es interminable. Mi compañero de viaje cierra los ojos. La luz se apaga…<br />
–¡Por favor, señores, que alguien encienda la luz! –gritan desesperadamente<br />
en la penumbra de la librería El Pensamiento–. ¡Enciendan la luz!<br />
¿Nadie está oyendo? ¡Enciendan la luz!<br />
107
miguel terry valdespino<br />
108<br />
Nadie la enciende. Yo permanezco quieta, hecha un ovillo bajo la última<br />
hilera de sillas en la librería El Pensamiento. El tren ruge, se balancea<br />
estruendosamente hacia uno y otro lado. La librería también. Alguien grita<br />
gusanos, basuras, eso son ustedes, ¡duro con estos maricones y estas putas!<br />
Explotan otros gritos de rabia y otros gritos de miedo. Estallan todos los odios.<br />
Caen los libros, caen las sillas, caen los cuerpos ruidosamente. Se escuchan<br />
quejas, ayes, llantos histéricos y hasta un chillido de rata. El tren aúlla con<br />
un dolor humano y la luz se enciende…<br />
–¿Qué pasa ahora? –pregunta con timidez mi compañero de viaje.<br />
El tren comienza a perder velocidad hasta detenerse. Sigue lloviendo.<br />
No hemos llegado a ninguna estación y ahora el paisaje está iluminado de<br />
forma dantesca: una docena de patrullas de soldados alemanes, armados<br />
con perros y ametralladoras, esperan junto a los rieles. El empleado entra<br />
al pasillo con paso ligero. Pide por favor a todos que le prestemos atención.<br />
–Los alemanes están allá afuera. Van a subir. Por favor, señores, saquen<br />
sus documentos. Que nadie se ponga nervioso. En este vagón nadie<br />
es judío.<br />
El empleado desaparece. Los murmullos corren de un lado a otro. Mi<br />
compañero y yo nos miramos. Yo estoy en ascuas. Él tiene miedo. Sacamos<br />
nuestros documentos de identificación. No sé si los míos servirán para algo.<br />
Por el gesto de mi compañero, estoy segura de que piensa lo mismo respecto<br />
a los suyos. Un oficial alemán penetra. Lo escoltan dos soldados. Los murmullos<br />
crecen y cesan de golpe. El oficial se detiene en el centro del vagón<br />
y entonces canta con voz de barítono: “Siberia es hermosa en invierno, un<br />
lugar fabuloso para arrancar de la mente los malos espíritus.” Nadie se ríe.<br />
Nadie reacciona. Parece que el vagón está desierto. El oficial llega hasta nosotros<br />
y saluda marcialmente. Es rígido y más pálido que mi vecino del 239.<br />
Le extiendo mi documento, pero lo rechaza con una amabilidad inexplicable:<br />
–No, señorita, usted no… Las poetisas como usted son sagradas para<br />
nosotros.<br />
–¿Usted sabe quién soy?<br />
–La camarada Teresa Miralles Williams… ¡pobre de quien no la conozca!<br />
Los escritores son los ingenieros del alma humana –el tono del oficial<br />
pasa de amable–. La leo siempre… ¡y la admiro! Mi familia también la ad
nunca te bajes en niebla<br />
mira. Somos lectores insaciables de la mejor literatura. Bestia en la nave que<br />
muere es una obra maestra… ¿Este señor es su esposo?<br />
Mi compañero vuelve la cabeza hacia mí en busca de clemencia y apoyo.<br />
Se los doy a través de un golpecito en el brazo mientras extiende sus<br />
documentos.<br />
-No es mi esposo, es un amigo.<br />
–Si es su amigo, es nuestro amigo –decide el oficial mientras rechaza<br />
también con delicadeza la mano del pasajero 239–. Siempre que la leemos, señora<br />
Miralles, sentimos que usted escribe sus versos para la patria alemana.<br />
No entiendo la razón del elogio. Jamás he escrito para ninguna patria.<br />
Escribo sólo para los hombres, quizás para que puedan derrotar esas fronteras<br />
que lleva dentro cada uno.<br />
–Señorita Miralles… Señor –da un paso atrás y se cuadra el oficial alemán–,<br />
perdonen la molestia. Tengan un feliz viaje… y no olviden que Siberia<br />
es hermosa en invierno.<br />
El oficial y los soldados continúan revisando documentos, preguntan con<br />
malas intenciones, se aburren de registrar y bajan del vagón. El empleado<br />
estaba en lo cierto: nadie es judío en esta pieza. Tal vez en las restantes no<br />
sea igual. Pero nadie quiere saber qué pasa en las restantes. Yo tampoco.<br />
Mi compañero me codea discretamente, acerca su boca a mi oído y susurra<br />
tembloroso:<br />
–Gracias, señorita, no tengo cómo pagarle.<br />
–¿Podría decirme su nombre?<br />
–Simón Abeliansky.<br />
–¡Usted es judío!<br />
–Dicen que no lo parezco –expresa con voz cautelosa Simón Abeliansky.<br />
–El oficial no se dio cuenta.<br />
–Estos sabuesos siempre se dan cuenta. Sólo quiso congraciarse con usted.<br />
–¿Con una poetisa que protege a un judío?<br />
–A veces la vida es inexplicable.<br />
Simón Abeliansky tiene razón: ¡claro que lo supo! ¿De qué modo tan<br />
feliz me leería el oficial alemán como para impulsarlo a incumplir sus funciones?<br />
Después de media hora, el tren vuelve a ponerse en camino. Afuera,<br />
ante los perros y las ametralladoras, un puñado de judíos se va agrupando,<br />
109
miguel terry valdespino<br />
110<br />
unos a la izquierda, otros a la derecha, para viajar a un destino incierto. Estoy<br />
dispuesta a dormir a la Teresa de las pesadillas, porque la verdadera Teresa<br />
Miralles, la que sueña a la otra Teresa, sabe Dios dónde ahora duerme.<br />
Saco de la maleta una frazada y me cubro de la cintura hacia arriba. Simón<br />
Abeliansky observa mi maniobra sin pronunciar palabra. Ha dicho las suficientes.<br />
Un verdadero judío nunca molesta más allá de lo preciso. Apagan<br />
las luces. Una decisión bendita. El tren se sigue alejando del basquetbolista,<br />
de su colega rechoncho, del oficial alemán, de las patrullas armadas. Caigo<br />
por un agujero negro. No existo. Alguien me toca en el hombro. Demoro en<br />
atenderlo. Entonces escucho la voz del empleado.<br />
–Señorita Miralles… Buenos días… Son las 7 y 43… En pocos minutos<br />
estaremos llegando a la estación de Niebla.<br />
–¿Niebla! ¿Ha dicho usted Niebla! –aparto la frazada y miro hacia afuera:<br />
el sol trepa feliz en el horizonte. Ni rastro de la lluvia nocturna. Vuelvo la<br />
cabeza: mi compañero falta–. ¿No ha visto usted al hombre que estaba sentado…?<br />
–dejo inconclusa la pregunta.<br />
–Supongo que se ha bajado en París, señora Miralles. Casi todos quisieron<br />
quedarse en París. Por eso apenas quedamos usted, el maquinista y yo.<br />
Pero no se preocupe: ya Niebla está cerca.<br />
El empleado conoce mi nombre. No sé si es mala señal que en una pesadilla<br />
conozcan tu nombre. Me duele el bajo vientre. Llevo demasiado tiempo<br />
sin orinar. Tomo mi equipaje y salgo rumbo al baño. El empleado me sugiere<br />
asearme un poco y cepillarme los dientes. Parece mi madre. Niebla ya está<br />
muy cerca. Está por consumarse mi destino. ¿Podré despertar en mi cuarto,<br />
sonreír aliviada y colar un poco de café? ¿No podré despertar nunca? Voy hasta<br />
mi asiento y espero. Debería rezar o escribir algún poema urgente, o pasarle<br />
revista a mi vida. ¿Quién sabe si no voy a despertar? ¿Quién sabe si mi<br />
variante de pesadilla no es la peor? El tren va perdiendo velocidad. Por el<br />
pasillo viene el empleado. Llega hasta mí para entregarme una revista y un<br />
par de periódicos. Los tiro sobre el 239. No me interesa leer. Ahora no. El<br />
empleado se detiene al ver mi gesto.<br />
–La prensa dice maravillas de usted. La felicito por el premio. Ojalá que<br />
gane muchos otros.<br />
Reviso sorprendida uno de los periódicos. En la página seis encuentro
nunca te bajes en niebla<br />
una fotografía y un cintillo que me<br />
sobrecogen: otorgan a la poetisa teresa<br />
miralles williams el premio letras<br />
de oro. No logro reunir el aliento<br />
suficiente para pronunciar una sílaba<br />
siquiera. Debajo del cintillo una mujer<br />
canosa, con casi 70 años, observa<br />
sonriente y desafiante la cámara fotográfica.<br />
Cuenta la nota que, entre<br />
novelas y poemarios, ha escrito catorce<br />
libros y es una extraordinaria<br />
narradora y poetisa, una voz imprescindible<br />
dentro de la lengua castellana,<br />
y su poemario Bestia en la nave que muere es un clásico indispensable,<br />
que cuando cierta gente reaccionaria le pregunta a la poetisa si está censurado<br />
en su país ella responde: “En mi país no existen libros prohibidos.”<br />
Estrujo el periódico y lo dejo caer. Siento el impulso de quemarlo. Pero despierto.<br />
Simplemente despierto. Así de fácil. Y estoy tirada sobre un banco de<br />
mármol, sin ninguna clase de equipaje, y veo piernas que caminan de un lado<br />
a otro, sin jamás detenerse. Piernas que van, piernas que vienen, piernas<br />
que cruzan por mi lado. Alguien pronuncia mi nombre y después lo repite.<br />
Bostezo y me pongo de pie. Un policía pelado al rape se acerca y me ordena<br />
acompañarlo. Lo sigo por un pasillo angosto y entro detrás de él a una oficina<br />
repleta de buroes de bagazo y mal iluminada. Dos sillas están frente a nosotros.<br />
Pero el rapado ni siquiera me invita a sentar. Saca un papel que está<br />
bajo un teléfono y comienza a leerlo con reposada malicia:<br />
Yo, Teresa Miralles Williams, poetisa y narradora, me presento como testigo<br />
ante el oficial de guardia de esta Unidad para declarar que el día 8 de<br />
diciembre de 1988, en la librería El Pensamiento, a partir de las 9 y 35 de la<br />
noche, un grupo de poetas se reunieron allí para llevar a cabo lecturas de tipo<br />
subversivo. Lecturas que culminaron en una fuerte y violenta disputa entre<br />
todos los poetas presentes, casi todos borrachos o drogados en el momento de<br />
estallar la trifulca…<br />
–El resto de la declaración ya la conoce… ¿Está de acuerdo en firmarla?<br />
111
miguel terry valdespino<br />
112<br />
No me haga leerle todo de nuevo. Ésta es la novena vez que lo hago. No sea<br />
testaruda. Una simple firma y sus problemas se acaban.<br />
El policía me extiende un bolígrafo, lo tomo y estampo una firma temblorosa<br />
sobre una raya al final del papel.<br />
–Es usted una mujer muy valiente –dice mientras dobla mi declaración,<br />
la guarda en una gaveta y la cierra con llave–. A partir de este momento,<br />
tendremos que mirarla con mejores ojos.<br />
Siento pasos a mi espalda. Me vuelvo. Desde el umbral de la puerta<br />
me observan el basquetbolista y el tipo rechoncho, que trae en sus manos<br />
mi equipaje. El policía les ordena entrar y les imparte una orden definitiva:<br />
–El tren sale para Niebla dentro de cuarenta y dos minutos. En ese viaje<br />
se irá Teresa. Atiendan a la escritora como se merece. Hagan lo imposible porque<br />
se sienta una reina. Café, cigarros, filete, cerveza, jugo… Lo que pida.<br />
No pido nada. El basquetbolista, el tipo rechoncho y yo nos encaminamos<br />
a un parqueo. La noche está deliciosamente húmeda y respiro a mis<br />
anchas. La gozo a plenitud. Subimos a un auto que conduce el rechoncho sin<br />
pronunciar ni un monosílabo. Mientras viajamos rumbo a la estación, mantengo<br />
los ojos fijos en el parabrisas. Siento que la ciudad viene hacia mí, en<br />
un gesto semejante al del amigo que corre a abrazarnos. Es, seguramente, un<br />
gesto de cordialidad engañoso. Al bajar del automóvil, pregunto la hora. El<br />
basquetbolista responde mientras cruzamos la entrada de la Estación Central:<br />
“11 y 28… siéntese ahí, póngase cómoda, voy a traerle un café.” Ignoro<br />
su orden. Me acerco a un estanquillo de prensa cerrado y veo las doce páginas<br />
de un periódico desplegadas detrás de las paredes de vidrio. Un titular<br />
me detiene en seco. laureada escritora impartirá conferencias en parís. Mi<br />
rostro de 70 años, seguro y retador, mira hacia la cámara. Sigo en el sueño. No<br />
he salido de sus redes. Temo leer lo que está escrito debajo del titular y por<br />
eso continuo leyendo a distancia, evitando que las palabras puedan saltar<br />
hacia mí y penetrar por mis ojos como sables afilados. Soy una gran poetisa.<br />
La prensa de mi país lo jura.<br />
–Su café, señora Miralles –dice a mis espaldas el basquetbolista y me<br />
entrega un vaso desechable mediado de café–. Aquí lo hacen muy bien.<br />
Demoro en beberlo, quizás porque el calor que atraviesa el vaso me<br />
reporta la única sensación agradable que he sentido en largo tiempo.
nunca te bajes en niebla<br />
–No entiendo nada –le digo al basquetbolista después de beber un sorbo–.<br />
Juro que no entiendo nada.<br />
–Vivir la vida es difícil. Entenderla es imposible.<br />
–Hablo de entender esta pesadilla.<br />
–Si no trata de entenderla, será mejor para usted… y para todos nosotros.<br />
Siga mejor mi consejo: bájese en París y disfrute la ciudad. El hotel<br />
Meurice es una maravilla. Pruebe los platos y el champagne más caros… La<br />
cuenta va por nosotros.<br />
–¿Entonces no voy a Niebla?<br />
–Las poetisas grandes van a París… Y usted lo es.<br />
¡París? Es inútil que pretenda entender algo. Un vozarrón insolente se<br />
filtra por una bocina y llama a los pasajeros que deberán subir sin demora al<br />
último tren rumbo a Niebla. Bebo el resto del café, el basquetbolista toma mi<br />
maleta y vamos hacia el andén. Me duelen las rodillas y me pesan las piernas.<br />
El tipo rechoncho nos sigue en silencio. Lo escucho suspirar cansado.<br />
Un suspiro. Nada más. Es triste la palabra del mudo. Frente a los siete vagones<br />
del tren se han ido agrupando los que harán el viaje. El basquetbolista<br />
me entrega la maleta y me detengo a esperar que suban todos los pasajeros.<br />
–Y recuerde, señora Miralles: a esta ciudad regrese cuando guste…<br />
Aquí la queremos como usted se merece.<br />
Yo, Teresa Miralles Williams, escritora de poesía y ficciones, no sé con<br />
cuántos libros ni cuántos premios, levanto la vista en dirección a la puerta del<br />
último de los vagones y veo, donde concluye el segundo escalón, una maleta<br />
que parece abandonada. Nadie la toma. Nadie la mira. A nadie parece interesarle.<br />
Ha sido una jornada difícil. Apenas me siente en el 238, caeré rendida.<br />
Ahora yo, Teresa Miralles, mientras camino a paso de hormiga hacia el vagón<br />
número cinco, espero que de un momento a otro el grito de Buñuel me haga<br />
despertar, y para entonces no quiero acordarme de que al principio hubo una<br />
librería, una bestia, una nave, mil gritos de espanto…, o que cierta encumbrada<br />
poetisa me sueña mientras viaja hacia París, o que una escritora nombrada Teresa<br />
Miralles, con tres libros apenas y algunos premios de cierta importancia,<br />
pudiera estarme soñando, después de haber confesado a un oficial alemán que<br />
el hombre escandalosamente pálido que viaja junto a ella no es su esposo, ni<br />
un amigo… ni siquiera un hombre que profesa una religión decente.<br />
113
De ser numerosos<br />
George Oppen<br />
Versiones y nota de Hugo García Manríquez<br />
Durante su juventud, George Oppen (1908-1984) participó en varios proyectos literarios<br />
con poetas como Louis Zukofsky, William Carlos Williams y Charles Reznikoff;<br />
en 1934 publicó uno de sus primeros libros, Discrete series, prologado y saludado<br />
por Ezra Pound. Con la Depresión económica de fondo, su creciente participación<br />
política como organizador sindical, y su posterior registro en el Partido Comunista,<br />
Oppen deja la escritura, iniciando una prolongada pausa de casi tres décadas.<br />
Oppen participó en la Segunda Guerra Mundial, durante la cual resultó<br />
gravemente herido. En 1945 regresó como veterano de guerra condecorado y se mudó<br />
a California con su joven familia. Pero la cacería de brujas del macartismo alcanzó<br />
a los Oppen, que fueron cuestionados por su pasado activismo político. El<br />
acoso sólo aumentó y, en 1950, George, acompañado de esposa Mary y su pequeña<br />
hija, Linda, se exilió en la Ciudad de México por casi nueve años. Poco se sabe<br />
del periodo mexicano de los Oppen; su esposa Mary continuó con su obra artística<br />
como grabadora en La Esmeralda y George estableció un pequeño negocio<br />
de fabricación de muebles.<br />
Finalmente, a fines de los cincuenta, y en un ambiente político distinto,<br />
los Oppen regresaron a Estados Unidos. En 1962, después de una pausa de casi<br />
treinta años, George Oppen retoma la escritura y publica varios poemarios; en<br />
1968, aparece el célebre libro De ser numerosos (Of being numerous) que recibe<br />
el premio Pulitzer ese año, y del cual compartimos unos pasajes.<br />
Como atinadamente ha señalado Eliot Weinberger, la poesía de Oppen posee,<br />
hoy, un aura póstuma semejante a la que envuelve a la poesía de Paul Celan.<br />
Por sus versos despojados pero extrañamente conmovedores, transitan, en danza<br />
con el intelecto y la historia, las multitudes (¿de la Ciudad de México? ¿San<br />
Francisco?) y el individuo, llevados por el impulso por ser numerosos.<br />
114
1<br />
Hay cosas<br />
Entre ellas vivimos “y verlas<br />
Es conocernos a nosotros mismos”.<br />
Ocurrencia, parte<br />
De una serie infinita,<br />
Las tristes maravillas;<br />
Así contaron<br />
Un cuento sobre nuestra perversidad.<br />
No es nuestra perversidad.<br />
“Te acuerdas de aquel viejo pueblo al que fuimos y, sentados en la<br />
ventana en ruinas, intentamos imaginarnos –pertenecer– parte de aquellos<br />
tiempos –Está muerto y no lo está y no puede imaginarse su vida o su<br />
muerte; la tierra habla y la salamandra habla, llega la primavera y sólo<br />
lo oscurece.”<br />
1 // There are things / We live among ‘and to see them / Is to know ourselves’. // Occurrence,<br />
a part / Of an infinite series, // The sad marvels; // Of this was told / A tale of our wickedness.<br />
/ It is not our wickedness. // ‘You remember that old town we went to, and we sat in<br />
the ruined window, and we tried to imagine that we belonged to those times—It is dead and<br />
it is not dead, and you cannot imagine either its life or its death; the earth speaks and the<br />
salamander speaks, the Spring comes and only obscures it—’<br />
115
2<br />
Así se habló de la existencia de las cosas,<br />
Un panteón indomable<br />
Absoluto, pero dicen<br />
Árido.<br />
Una ciudad de las corporaciones<br />
Vidriada<br />
De sueños<br />
E imágenes–<br />
Y la dicha pura<br />
Del hecho mineral<br />
Aunque impenetrable<br />
Tal como el mundo, de ser materia,<br />
Es impenetrable.<br />
2 // So spoke of the existence of things, / An unmanageable pantheon // Absolute, but<br />
they say / Arid. // A city of the corporations // Glassed / In dreams // And images— // And<br />
the pure joy / Of the mineral fact // Tho it is impenetrable // As the world, if it is matter, / Is<br />
impenetrable.<br />
116
7<br />
Obsesionados, perplejos<br />
Por el naufragio<br />
Del singular<br />
Hemos elegido el significado<br />
De ser numerosos.<br />
9<br />
“Y si, al aumentar la intensidad de la mirada, la distancia entre uno<br />
y Ellos, el pueblo, no aumenta también.”<br />
Lo sé, por supuesto, lo sé, no puedo entrar a otro lugar<br />
Y con todo, soy uno de esos que con nada sino la forma de pensar<br />
propia del hombre y uno de sus dialectos y lo que me ha<br />
sucedido<br />
Ha hecho poesía<br />
Soñar con esa ribera<br />
7 // Obsessed, bewildered // By the shipwreck / Of the singular // We have chosen the<br />
meaning / Of being numerous.<br />
9 // ‘Whether, as the intensity of seeing increases, one’s distance from Them, the people,<br />
does not also increase’ / I know, of course I know, I can enter no other place // Yet I am one of those<br />
who from nothing but man’s way of thought and one of his dialects and what has happened<br />
to me / Have made poetry // To dream of that beach /<br />
117
Con tal de tenerla ante los ojos un instante,<br />
El singular absoluto<br />
Los lazos no terrenales<br />
Del singular<br />
Que es la radiante luz del naufragio<br />
14<br />
No puedo incluso ahora<br />
Desentenderme del todo<br />
De aquellos hombres<br />
Con quienes estuve en emplazamientos, en tiendas de campaña,<br />
En hospitales y pabellones y con quienes me oculté entre barrancos<br />
De caminos reventados en un país en ruinas,<br />
Entre ellos varios hombres<br />
Más capaces que yo–<br />
For the sake of an instant in the eyes, // The absolute singular // The unearthly bonds / Of<br />
the singular // Which is the bright light of shipwreck<br />
14 // I cannot even now / Altogether disengage myself / From those men // With whom I<br />
stood in emplacements, in mess tents, / In hospitals and sheds and hid in the gullies / Of blasted<br />
roads in a ruined country, // Among them many men / More capable than I— //<br />
118
Muykut y un sargento<br />
llamado Healy,<br />
El teniente aquel también–<br />
¿Cómo olvidar eso? Cómo hablar<br />
Vagamente de “El Pueblo”<br />
Que es la fuerza<br />
Detrás de los muros<br />
De las ciudades<br />
Donde sus autos<br />
Hacen eco como la historia<br />
Por avenidas amuralladas<br />
En las que hablar es imposible.<br />
17<br />
Las raíces de las palabras<br />
Oscurecen en los trenes subterráneos<br />
Muykut and a sergeant / Named Healy, /That lieutenant also— // How forget that? How talk<br />
/ Distantly of ‘The People’ // Who are that force / Within the walls / Of cities // Wherein their<br />
cars // Echo like history / Down walled avenues / In which one cannot speak.<br />
17 // The roots of words / Dim in the subways //<br />
119
Hay locura en el número<br />
De vivos<br />
“Un estado de la materia”<br />
No hay nadie aquí, sólo nosotros, gallinas<br />
Anti-ontología–<br />
Él quiere decir<br />
Que su vida es real,<br />
Nadie puede decir por qué<br />
No es fácil hablar<br />
El feroz balbuceo público<br />
De un habla sin raíces<br />
18<br />
Es el aire de lo atroz<br />
Un evento tan ordinario<br />
Como un presidente<br />
There is madness in the number / Of the living / ‘A state of matter’ // There is nobody here<br />
but us chickens // Anti-ontology– // He wants to say / His life is real, / No one can say why<br />
// It is not easy to speak // A ferocious mumbling, in public / Of rootless speech<br />
18 // It is the air of atrocity, / An event as ordinary / As a President. //<br />
120
Un jirón de humo, visible a la distancia<br />
donde gente arde.<br />
22<br />
Claridad<br />
En el sentido de transparencia,<br />
No creo que mucho más pueda ser explicado<br />
Claridad en el sentido de silencio.<br />
A plume of smoke, visible at a distance / In which people burn.<br />
22 // Clarity // In the sense of transparence, / I don’t mean that much can be explained //<br />
Clarity in the sense of silence.<br />
121
Piquito<br />
Gustavo Ferreyra<br />
Josefina me ha confesado (aunque “confesar” es un verbo que uso en verdad<br />
sin motivo porque ella habló sin ningún pudor y casi como al pasar) que ayer<br />
circuncidó a Roger Federer. Tremoluctancia arditis. Por unos momentos, llevado<br />
por su tono de voz, pleno de confianza, no me alarmé en lo más mínimo.<br />
Después de un rato, sin embargo, tomé a Maloy, mi muñeco preferido, luego,<br />
claro está, de Cachimbo, y con el dedo índice lo conminé a que me dijese<br />
algo al respecto. Creo que pretendía que me dijese su parecer. Levanté el<br />
dedo, imperioso, imperial incluso, revolviendo un poco el ano de alguno de<br />
los dioses, con lo cual mostraba lo confianzudo que puedo ser con lo alto, y<br />
sin embargo Maloy mantenía su reserva habitual. “Maloycito”, le decía, “Maloyzote”,<br />
insistía algo plañidero. “¡Burundarena!”, y respiraba con dificultad.<br />
El aire no llegaba a entrar en donde debía. El aire parecía perderse<br />
como si estuviese agujereada la tráquea o algún otro de los conductos. Me<br />
ofusqué y prendí los motores para aspirar lo que fuere que hubiera alrededor.<br />
Intentaba tomar algo más denso que el vacío que, finalmente, parecía rodearme.<br />
El otro día, en el cine, me ocurrió algo similar aunque en menor escala.<br />
¡Debo tener por fin el asma que mis papacitos temían! ¡Tantos cuidados!<br />
¡Tantas preocupaciones primorosas! A cada tosecita un zafarrancho de combate.<br />
¡Una tosecita y sacaban los tanques a la calle! Qué lindos estropicios<br />
para asustarla. ¡Había que desterrar el asma aunque nunca se la hubiera<br />
visto en mis territorios! Yo, desde ya, le cobré terror. Imaginaba vívidamente<br />
lo que me estaba destinado. ¡Y tal vez ahora...! Ya sin mis papacitos que la<br />
mantenían a raya, que la expulsaban de mi vecindario... El asma supo que<br />
122
esos dos portentos de generales ya no<br />
estaban y... Finalmente quizás... Por fin<br />
se haya logrado. Un logro más en mis<br />
alforjas parvularias. Porque, mientras<br />
trataba de que Maloy hablara, verdaderamente<br />
el aire se me negaba. Maloy<br />
mismo estaba impresionado. Tanto que<br />
me figuré que iba a traicionarse y me<br />
iba a aconsejar. Estuvo a punto, estoy<br />
seguro. ¡Con todo lo que sabe Maloy!<br />
Pero se reserva. No sé por qué se reserva.<br />
Podría aconsejar y no lo hace.<br />
Me miraba con los ojos desgarrados por<br />
la impresión pero no pudo quebrarse<br />
ese dique de contención que lo mantiene<br />
en la más estricta reserva. Sus<br />
ojos habían perdido su redondez y de<br />
todas maneras se callaba. Alguna vez<br />
va a hablar, estoy seguro. Pero no fue en<br />
esta oportunidad. Ni mi dedo en alto,<br />
en el ano de los dioses, ni mis aspiraciones<br />
truculentas lo arrancaron de su mutismo. ¡¿Cómo calificar la circuncisión<br />
de Federer que había hecho Josefina?! ¿Era terrible o no era nada terrible?<br />
Dos masas de agua tremendas chocaban en mi interior, la de la pasividad<br />
y la de la furia. La de la pasividad, aunque no se lo advierta fácilmente,<br />
también es una tremenda masa de agua, también es un inmenso poder. Tan<br />
enorme su poder que justamente permanece inmóvil, tan escandalosamente<br />
confiado en sí mismo. Es el agua que ha filtrado de antiquísimas furias, de<br />
furias que ni siquiera recuerdan los antepasados más remotos. Es agua que<br />
ha perdido hasta el último vestigio de espuma y sin embargo guarda en sí<br />
aquellas fuerzas. ¡Gran parte de mis furias se han ido a disolver allí casi sin<br />
consecuencias! ¿¡Qué soy yo en comparación con todos mis antepasados!?<br />
Todos esos seres que han vivido sobre la Tierra unos tras otros y que son<br />
parte de una sumatoria que no necesita en verdad de adiciones. ¡De seguro<br />
piquito<br />
123
gustavo ferreyra<br />
124<br />
que yo agiganto mis furias! Necesito creer en cierta paridad de fuerzas. ¡Qué<br />
tanto había manoseado el...! No llegaba a evaluar la gravedad del asunto.<br />
Una circuncisión. Me había llevado un lápiz a la boca y lo chupaba y lo mordía.<br />
Josefina y Roger Federer. Por momentos se me aparecía como una simple<br />
operación médica, sólo que Josefina es filósofa, por momentos me enardecía.<br />
Entonces respiraba aún peor. En un momento lo abracé a Cachimbo y lo<br />
puse contra mi corazón. Él ya sabe que debe estarse quietecito y sólo ser<br />
contra mi corazón. Cálido y blando como únicamente él puede serlo. Mi tiernecito<br />
Cachimbo. A veces me da miedo de ahogarlo. Soy demasiado efusivo.<br />
Pero yo respiraba con dificultad y él respiraba conmigo. El otro día en el cine<br />
también me ayudó. Por suerte lo había llevado a él no a Maloy. Antes llevaba<br />
a los dos y los sentaba en mi regazo para que vieran la película pero Josefina<br />
me pidió y casi me exigió y... Ahora llevo uno y lo tengo bastante escondido.<br />
Apenas si asoma la cabecita por algún lado. De todos modos, siquiera con un<br />
ojo, ven la película. El otro día Cachimbo la pudo ver más cómodamente porque<br />
el cine estaba plagado de viejos, que ya no ven nada con el rabillo del<br />
ojo. Josefina suele llevarme a ver películas que convocan a los vejestorios,<br />
pero el otro día fue el acabose. Y esta vez no se trataba de la manada de viejas<br />
solas sino más bien de parejas. ¿¡Habrán revivido los vejetes!? No sé, pero<br />
ahí estaban las parejas, diría, los matrimonios. En la película, un alemán<br />
viejo lleva las cenizas de su esposa muerta a Japón y se viste con las ropas<br />
de ella y... Hace unas danzas. En fin. Los viejos se enternecían que era un<br />
verdadero asco. Se apretaban las manos y soñaban con esa suerte de eternidad<br />
matrimonial que la película parecía prometer. Habían ido a ver precisamente<br />
eso y la película no los defraudaba. ¡Seguirían en el más allá simulando<br />
como acá! El olor a viejo hediondo me golpeaba en las narices y creo que<br />
también hería la sensibilidad de Cachimbo. Estaba rodeado. Miraba en derredor<br />
y sólo veía los tiernos matrimonios. En verdad que estaba casi asustado.<br />
Parecía una conspiración multitudinaria. Sólo un par de parejas se deshizo<br />
porque los viejos no aguantaron toda la película sin ir al baño y al regreso no<br />
encontraron el lugar junto a su mujer. Hubo una que lo chistaba y lo chistaba<br />
pero el marido no oía. O tal vez simulaba no oír. Cachimbo se reía. Asomaba<br />
la cabeza por mi camisa abierta. Creo que por fin se había acostumbrado al<br />
hedor de los viejos. Yo no. Seguía ofuscado. Y más se emocionaban, más
fuerte se hacía el olor. Cuando el viejo alemán aparece con las ropas de la<br />
muerta el olor se hizo intensísimo. Las glándulas de los vejetes (no las sexuales<br />
sino alguna más tontuela que se activa con la espiritualidad) funcionaron<br />
a pleno, hasta recalentarse. Mis naricitas se embotaron. Creo que expelí una<br />
suerte de bufido. La mancomunión de las almas me horrorizaba. Quería irme.<br />
Quería escapar. ¡Soy un muchachito!, quería gritar, enrostrárselo a todas<br />
esas caras arrugadas y luego salir a raje a buscar el aire de la calle. ¡El olor<br />
a viejo me hizo asmático! ¡Cual maestro, le enseñó a mi organismo a cerrar<br />
los bronquios! ¡Los vejetes vencieron a los espíritus de mis papacitos, que fueron<br />
carneados allí mismo, en el cine! Mis férreos papacitos que seguían mis pasos<br />
codo a codo. ¡Debo ser el primer asmático por hedor de viejo pero nadie<br />
va a reconocer mi pequeño drama! Debía irme pero Josefina me retenía. Ella<br />
miraba la película muy confortablemente y por el tajo de su pollera aparecía<br />
una de sus bellas piernas. Yo la miraba y asumía que era imposible que me<br />
fuera. Era el guardián de esas piernas. Era... quién sabe. No podía irme. Estaba<br />
también urgido por la vejiga pero ni por asomo me daba la posibilidad de<br />
ir al baño y regresar a la sala. Hubiera admitido con eso que formaba parte<br />
del conjunto prostático. Así que resistí hasta el final de la película. Casi jadeando<br />
por el asma y con un dolor en las entrañas que ya me llegaba claramente<br />
a los riñones, resistí hasta que el espíritu de la alemana se contorsiona<br />
ante el monte Fuji. Hasta que el viejo estira también la pata y hasta que...<br />
quién sabe, ya estoy bastante olvidado de los detalles. Apenas aparecieron<br />
los créditos me levanté pero estaba, digamos, barricado por las piernas de los<br />
viejos. Y las piernas de Josefina se descruzaron pero todavía se demoró en<br />
ponerse de pie. ¡No hay que correr, muchachito!, parecían decirme los cuerpos<br />
parsimoniosos, anquilosados, de los vejetes. ¡Todavía estás en nuestro poder!<br />
Y estoy en verdad marcado por ese poder porque me ha quedado el asma.<br />
Escapé por fin del cine pero no de los ahogos.<br />
Ya en la vereda del cine, algo amparados por un kiosco de revistas,<br />
saqué a Cachimbo de entre mis ropas y se lo pasé a Josefina, que lo guardó<br />
en la cartera con una sonrisa. “¿Le gustó?”, me preguntó por cortesía, como hace<br />
siempre que llevo al cine a Cachimbo o a Maloy. Yo nunca me defino por<br />
ellos y tiendo a figurarme que les gusta cualquier película, pero en esta ocasión,<br />
creo, hice un gesto escéptico. “¿Habrá entendido?” No sé por qué pre<br />
piquito<br />
125
gustavo ferreyra<br />
126<br />
guntó esto sabiendo que se trataba de<br />
Cachimbo, que prácticamente no sabe<br />
nada de nada. Suele simular que los<br />
confunde para no darles importancia.<br />
Pero los reconoce perfectamente. Al<br />
contrario de Maloy, Cachimbo debería<br />
ser enseñado. Yo debería ocuparme de<br />
eso pero me resisto a enseñar. No sabría<br />
qué enseñarle y en su ignorancia<br />
lo veo pleno. Cuando en alguna oportunidad<br />
levanté el dedito para impartir<br />
algún conocimiento, la duda me<br />
ganó antes siquiera de que dijese una<br />
palabra. En definitiva, me callo la boca ante él y no hago más que abrazarlo.<br />
No sé qué devendrá de esto pero así están las cosas. A esta altura, ya los ahogos<br />
me habían pasado y fuimos con Josefina a un bar. La película nos ocupó<br />
poco. Su opinión fue ambigua. Yo, según mi costumbre, casi no dije palabra.<br />
Estaba preocupado por Cachimbo ya que Josefina había corrido demasiado<br />
el cierre de la cartera y probablemente respiraba con dificultad. En un momento<br />
en que me pareció que se distraía, estiré la mano trémula y abrí un poco<br />
más el cierre y entonces me quedé más o menos tranquilo.<br />
De cualquier modo, la tranquilidad no es un lago en el cual uno desemboca<br />
como estadio poco menos que definitivo, más bien es un recodo en<br />
un río, un pequeño estanque azaroso que ni siquiera abarca todo su ancho.<br />
Apenas un poquito más allá, detrás de una piedras, corre el agua más o menos<br />
turbulenta. Y si no, como muestra, está el asunto de Roger Federer para corroerme<br />
las entrañas. Cuando me detengo a pensar en esto, como si mordiera<br />
la cuestión cual un perro que soluciona todo con las mandíbulas, me doy<br />
cuenta de que es inaudito. Tan inaudito que aflojo enseguida la mordida y<br />
dejo que el asunto corra. Tenemos la presunción de que si no pensamos en<br />
un asunto lo dejamos librado a su suerte pero todo está librado a su suerte,<br />
incluido nuestro pensamiento. De cualquier manera, por muchas explicaciones<br />
que me dé me tengo por desidioso cuando abandono un tema. Lo abandono<br />
y después me echo al río para atraparlo de vuelta. Voy y vengo como
un perro tonto y termino cansado. No hice nada en todo el día y a la noche a<br />
veces me duermo con un libro arriba de la cara. En fin. ¡Roger es un temible<br />
rival! ¡Ni hablar de esto! Es más, yo, con mi solo e introvertido piquito, no<br />
cualifico como rival. ¡Incluso, parece que el gran campeón hasta pasa la aspiradora<br />
en su casa! Me lleva a Josefina antes de que pueda levantar un dedito<br />
de protesta. Tal vez me deje a la carona de la mujer como prenda. En fin.<br />
En realidad, no creo que tuviera que molestarse con eso. ¡Esa carona sí que<br />
me pondría en vereda! De seguro, pasaría no sólo la aspiradora sino también<br />
el escobillón y mucho más. Me sacaría bueno en un abrir y cerrar de ojos.<br />
¡Tiene una tremenda autoridad sin necesidad de nada! Basta su presencia<br />
para que uno sepa a qué atenerse. Con ella, hasta jugaría al tenis maravillosamente,<br />
pondría la pelotita en donde debe ponerse. Es el gran secreto de<br />
Roger. Con ella, Nadal... Pero yo... ¡La guía de Josefina es muy blanda! ¡Soy<br />
el primero en reconocerlo! La muy sesentista me deja demasiado librado a<br />
mi propia molicie. Me permite este permanente repliegue sobre mí mismo,<br />
este estar repantigado sobre mi lindo discursito interior. Pobrecita Josefina,<br />
no puede clavarme las espuelas. Sabe que debería hacerlo pero no se lo<br />
permite un sustrato de su conciencia en el que actúa fuertemente la idea<br />
del daño. Esta idea la paraliza. En el fondo, debe tener ideas evolucionistas,<br />
como buena parte de la izquierda. No quiere aceptar que el daño tiene un rol<br />
imprescindible en la vida. No sabe dañar y entonces, en última instancia, no<br />
sabe vivir. Por esto es que intenté buscarme otra conducción. A espaldas de<br />
Josefina, a manera de engaño, pero, podríamos decir, por el bien de todos,<br />
intenté entregarme a la tutela de su hija, de Abril. Estoy seguro de que sería<br />
una conducción mucho más firme que la de Josefina. Y en verdad avancé en esa<br />
dirección, de algún modo le hice saber hace un par de meses que quería su<br />
tutela, su guía, su... Y creo que prometí mansedumbre o ¿cómo decirlo...? En<br />
fin. ¡Pero fui menospreciado! No me aceptó como discípulo, como párvulo,<br />
como conducido. Me rechazó de plano y sin darme ninguna razón, haciéndose<br />
la que no entendía mi propuesta. Es más, en medio de cierta confusión<br />
que ella alentó para negarse sin siquiera admitir que se estaba negando a<br />
algo, dejó traslucir que lo mío era puro orgullo, como si mi pedido de tutela<br />
fuera en definitiva una suerte de imposición. ¡Me quedé sin palabras!<br />
Yo pedía conducción y... Acaso, ¿las orgullosas masas alemanas tomaron al<br />
piquito<br />
127
gustavo ferreyra<br />
128<br />
simplón de Hitler de las axilas y lo metieron en el podio? Me parece que<br />
esta chica... No sé. Posiblemente malinterpretó mi pedido. Posiblemente me<br />
maljuzga porque ocupé su lugar en el nido. En fin. ¡Pero ella ya había volado!<br />
Y no había dejado ni siquiera unos plumones para que pudiera estar<br />
yo más cómodo. ¡Me tuve que venir con todas las plumitas de pichón que se<br />
habían desperdigado un poco en el antiguo nido! Pichonazo cargado hasta<br />
con su última plumita de infancia. Pichonazo con pico asesino pero cuyas<br />
plumas... No terminan de aparecerme las que me permitan volar, siguen saliéndome<br />
unos plumones suaves y lanudos y abrigados pero incapaces de<br />
elevarme. ¡Y mientras crezco y crezco! Dios mío, ¡¿habrá alas que alguna<br />
vez me levanten?! ¡Y yo que debería escapar! Debería escapar de acá. Donde<br />
soy juzgado por asesinato. Debería escapar con mis alas o colgado del cuello<br />
de una gran águila. Como fuera. Antes de que dicten la prisión preventiva.<br />
Escapar ya mismo del asesino que soy acá. A ti, cachafaz. Di. A ti. Sí, a ti.<br />
Di y sácame de acá. ¡Este acá es terrible! Soy asesino. Josefina circuncida a<br />
Roger Federer. ¡Te das cuenta! Debo irme. Es un mundo extraño. Nadie se<br />
asusta de mí. Abril sabe que soy un asesino. Debería estar al menos al borde<br />
del convencimiento. Y sin embargo no me teme en lo más mínimo. Menosprecia<br />
mi pedido de conducción con un desparpajo que podría enfurecerme.<br />
¿No lo piensa acaso? Me trata de todos modos con cierta displicencia. Y<br />
no es la única. Es inexplicable. El abogado que me puso Josefina logró la<br />
excarcelación mientras dura el proceso. Al menos hasta hoy, mañana no se<br />
sabe. Porque está pendiente la apelación del fiscal, de la viuda y quién sabe<br />
si no hay otras más o todas en realidad son una. El derecho es siempre un<br />
simulacro de religión. Pero mi libertad no significa mucho. Sólo dice que<br />
pertenezco a cierto estrato social y que mi abogado es bien caro. Nada más.<br />
De modo que... ¡aceptan que soy el asesino! ¡Aceptan todos que soy el asesino!<br />
Y de todas maneras a veces no creen. No quieren creer y no creen aun<br />
cuando acepten. (Esto debe ser un sueño.) La voluntad de creer es análoga a<br />
la voluntad de hacer. En realidad, quizás, es la misma voluntad. ¡Hay mucha<br />
voluntad en lo que se cree! Y ellas, Josefina y Abril, a veces se imponen<br />
no creer. Cualquier realidad es vencida en algún momento por la voluntad<br />
de creer. Sólo hay que darle tiempo a esta voluntad y, voluntariosamente, hace<br />
su camino. ¡Yo mismo a veces no creo en lo que sé! Es cuestión de dejar que
los que laboran por uno en el fuero interno<br />
tejan la mantita para echar aquí<br />
y allá. Tanto no cree Josefina que me<br />
dice muy tranquilamente que circuncidó<br />
a Roger Federer y que entonces<br />
tuvo el pene de él en sus manos y...<br />
¡Debería temerme! Debería saber que<br />
puedo blandir el pico... No debería<br />
confiarse en mis pobres plumones de<br />
pichonazo. No debería confiarse en<br />
esa esperma que la moja hasta correr<br />
por sus piernas una y otra vez. Pero se<br />
confía y no debe equivocarse. He llegado<br />
a saber que nadie se equivoca en<br />
el mundo excepto yo. De una u otra<br />
manera todos laboran positivamente en<br />
pos de lo que quieren, bueno o malo,<br />
para bien o para mal, excepto yo, que<br />
llevo ladrillos de aquí para allá y no<br />
los amontono en ningún lugar. ¡He dejado<br />
ladrillos en un radio de muchísimos<br />
kilómetros! Jamás nadie podría deducir que todos ellos fueron cargados<br />
por la misma persona ya que no hay obra ninguna. Ni siquiera un atisbo de<br />
obra. Y no hay tampoco misterio. No hay nada oculto, no existe un plan que se<br />
haya perdido o malogrado. Son los ladrillos que cargué por simulacro ante los<br />
ojos de mis padres, ante los ojos de Josefina. De vez en cuando cargaba un<br />
ladrillo y enfilaba para algún lado, para cualquiera, y cuando creía que ya<br />
no me veían o estaba demasiado cansado lo dejaba caer y a otra cosa. Frente<br />
a esto todos los demás me provocan admiración y casi pasmo. No me queda<br />
más remedio que aplaudir, a veces hasta que vivar. “¡Bravo! ¡Bravo!”, grito<br />
de pie ante cualquier construcción.<br />
Josefina me cubre. También me encubre. Acá, adentro del frasquito, no<br />
hay admisión de justicia de nuestra parte. Acá, adentro del frasquito, maté<br />
a un hombre y hay un proceso legal. ¿Y afuera? Afuera de la sueñocracia,<br />
piquito<br />
129
gustavo ferreyra<br />
130<br />
¿qué? Puedo creer que fuera de la sueñocracia no hay asesinato y tratar entonces<br />
de salir de acá. Es lo que quiero. Salir de acá. Y a la vez tengo mucho<br />
miedo porque acá tengo la esperanza de salir. En cambio, si salgo y allá fuera<br />
también existe el asesinato como en realidad estoy en el fondo seguro de que<br />
existe, entonces ¿qué? Y estoy seguro de haberlo asesinado. ¿Existe afuera<br />
el proceso legal? Puede que no. Puede que sí. Tendría que hacer un esfuerzo<br />
supremo por salir de acá y por supuesto no lo hago. Me aferro a la incertidumbre<br />
y por ende a la esperanza. La esperanza de, en la desesperación,<br />
más adelante hacer el esfuerzo de salir del frasquito. Contra la pesadilla hay<br />
que tener una última carta, que es despertarse, pero es eso, la última carta.<br />
Porque afuera de la pesadilla puede que haya otra y ésta ya sin esperanzas.<br />
La sueñocracia tiene sus ejércitos. Ejércitos brumosos que toman territorios<br />
sin alardear, sin proclamar victoria alguna. No hay nada más mudo,<br />
creo, más silencioso, que la victoria de los ejércitos de la sueñocracia. No<br />
echa al aire ninguna proclama. Pero en ocasiones avanzan sobre tanto territorio<br />
que la realidad se echa al mar en barcazas con la ilusión de retornar<br />
algún día. Los ejércitos de la sueñocracia no emiten ninguna ley y de todos<br />
modos imponen un dictum. Inevitablemente, sus soldados son amables con<br />
los nativos de los territorios conquistados y aprenden rápidamente la lengua<br />
del lugar. Son tolerantes con todos los dioses y suelen plegarse a los ritos.<br />
Alaban a cada individuo con el que se cruzan. A veces incluso, cuando no hay<br />
otros escuchando, lo ensalzan hasta el delirio y luego vuelven a las brumas.<br />
Deben alabar allí a sus verdaderos dioses, que nos son por completo desconocidos.<br />
Los ejércitos brumosos de la sueñocracia provienen del pasado<br />
y del futuro. Los que dicen venir del pasado provienen del futuro y los que<br />
dicen venir del futuro provienen del pasado. Pero en definitiva es probable<br />
que conformen una sola fuerza y que conozcan a los verdaderos dioses. La<br />
humanidad, supongo, va a llegar a conocerlos algún día. Entonces Jesús,<br />
Mahoma, Siddharta Gautama van a ser como Moloch y como Ares. La sueñocracia<br />
es enemiga acérrima de la realidad pero no de las verdades. Y entonces<br />
uno cede fácilmente: los halagos de sus tropas y sus verdades nos llevan<br />
a dejarnos caer en el frasquito.<br />
Le he dicho claramente al abogado: ¡no pueden juzgar a un párvulo! Se<br />
lo he dicho con indignación y él se ha reído con toda simpatía y hasta con
admiración. Esto, la primera vez porque la segunda vez que lo argüí me miró<br />
como si no me escuchara, completamente indiferente. Es un ser jirafoide en<br />
todo sentido, moral y físicamente. Es bien alto y con las caderas anchas, luego<br />
se va afinando hacia arriba y casi pareciera no tener hombros. La cabeza<br />
es más bien chata y ancha, con una nariz carnosa y prominente. No pareciera<br />
tener conocimientos profundos sobre nada pero se ha hecho un gran renombre<br />
y come evidentemente de las hojas más altas y nutritivas de los árboles.<br />
Uno, viendo su accionar, diría que es lento y sin embargo, como las jirafas, es<br />
posible que vaya rápido en realidad. Por momentos uno pareciera ser alguien<br />
entrañable para él, en otras ocasiones es tan gélido que desconcierta. Yo quisiera<br />
renegar de él pero me ha conseguido la excarcelación y hasta es posible<br />
que termine engatusando a todos y yo termine siendo absuelto. Es difícil de<br />
explicar quizás el orden de sus habilidades. Su falta de conocimientos posiblemente<br />
lo ayude. Los conocimientos en exceso muchas veces son como las<br />
piezas del ajedrez en ciertas posiciones: nuestras propias fuerzas nos encierran<br />
y nos impiden el movimiento. Uno quisiera, por ejemplo, deshacerse de<br />
un par de peones propios. Él debe mover con enorme soltura las piezas con<br />
las que cuenta. Y tal vez posea el don de agregar casillas al tablero. Lo que<br />
no cuenta en profundidad y en abigarramiento lo tiene en extensión. Agrega<br />
escaques, verdaderos pedazos de tablero, sin que se advierta por ello que las<br />
reglas se han modificado. Josefina me insta a la sinceridad con él pero yo<br />
evidentemente me escamoteo. No pienso decirle jamás, por ejemplo, en donde<br />
escondo el pico. Él tampoco me lo preguntó abiertamente pero ya van dos<br />
ocasiones en las que pareció sondearme al respecto. En realidad, no quería<br />
que le dijera nada concreto, solo quería tener cierta seguridad de que por<br />
ese lado no iba a tener una sorpresa desagradable. Y creo que puede estar<br />
seguro de ello. Porque lo esconde la que es para conmigo la más leal de las<br />
personas: mi madre. Lo esconde con toda fiereza. Ni a mí me ha dicho donde<br />
lo esconde. Hace un ademán terminante con su mano arrugada y pecosa.<br />
Son manos muy feas, como garras surgidas de la determinación y el deterioro.<br />
Son las manos eternas que me han protegido y que se han hecho garras<br />
por la angustia. Las estoy viendo con mis ojos de pichonazo. Muevo las alas<br />
lanudas e inútiles y mis ojos redondos y negros y abismalmente animales se<br />
salen de las órbitas viendo esas manos horribles, de las que dependo. Toda<br />
piquito<br />
131
gustavo ferreyra<br />
132<br />
vida depende en algún momento de<br />
unas manos que se han hecho horribles<br />
por la angustia. Pero esa angustia<br />
de las manos es el amor que ella me<br />
tenía. Es la devoción que sentía por<br />
mi piquito infantil, una devoción que<br />
estaba en los huesos y no en la carne<br />
y por esto continuaba en sus garras.<br />
No sé, en verdad, cómo pudo morir y<br />
dejarme. Con toda esa devoción en los<br />
huesos por su pichón y aun así no sostenerse<br />
con vida. Dios mío. No sostenerse<br />
con vida hasta que... La misma<br />
devoción por el pichonazo la nudo la<br />
debe al fin haber matado, el horror<br />
por no poder ser ella y ser yo al mismo<br />
tiempo debe haberle esclerosado<br />
los órganos, las venas. En fin. Algo de<br />
horror había en su cara cuando murió,<br />
podría jurarlo. Era horror por mí,<br />
por el pichonazo, no podía ser otra<br />
cosa. La propia muerte no le importaba.<br />
No era más que una vieja pelícano. Era una vieja pelícano absolutamente<br />
y en las membranas secas de los huesos llevaba la furia de la especie.<br />
El amor por mí no era más que la furia de la especie.<br />
Y sin embargo tengo el claro recuerdo de haber ido a su casa en los<br />
últimos tiempos para asegurarme de que el pico estaba bien a resguardo.<br />
Creo haber ido a verla exclusivamente para esto. Y veo su garramano siendo<br />
tajante. Y recuerdo su voz –y la recuerdo aun cuando haya perdido el recuerdo–<br />
diciéndome que mejor que no sepa el lugar exacto. Y creo que tal vez<br />
dijo “por las dudas”. Y que ese “por las dudas” se vinculaba a mi posible<br />
incontinencia o, también, a las posibles torturas que podía sufrir. “Por las<br />
dudas”, dijo. Y no obstante está muerta. Es un misterio.<br />
Como sea, le di a entender al abogado que no había que preocuparse
por el pico. Al menos, esto me pareció en su momento, esto es, que había<br />
sido todo lo explícito que se podía ser en esas circunstancias. No tengo, desde<br />
ya, pese a mis 33 años, la garra de un adulto como para hacer un ademán<br />
tajante. Si creen que un mochuelo puede... En fin. En el momento estaba seguro<br />
de que di a entender lo que quería pero después entré en duda. Entré en<br />
duda sobre mi gesto y luego entré en duda sobre mi entrar en duda. Porque<br />
casi siempre, después, entro en dudas. No estoy seguro de haber dicho lo<br />
que quería. Me doy cuenta de que empieza a difumarse lo que dije en lo que<br />
debería haber dicho y que es imposible escindirlo. La memoria se derrumba<br />
tan fácil que apenas si puede decirse que es algo. No sé si cuenta con un material<br />
más sólido que la fantasía y ambas son hijas de la voluntad. De manera<br />
que entré en dudas y las dudas se montan unas en otras. Las dudas son en<br />
mí el polvo del tiempo. Otros, la mayoría probablemente, van aceptando con<br />
displicencia las capas de tierra en sus miradas sin saber que están aceptando<br />
que el pasado se cubra de capas geológicas como ocurre con las antiguas<br />
civilizaciones. En cambio, yo, quizá porque cuento con mucho tiempo, entro<br />
en dudas y, mono curioso, me agacho a observar lo que ocurrió y quedo<br />
bastante perplejo. ¡No se sabe lo que ocurrió! Camino para un lado y otro y<br />
nada mejora. No sé lo que entendió el abogado, ni siquiera sé exactamente<br />
lo que hice o dije. Supongo que él sabe que soy el asesino y sin embargo no<br />
se lo he confirmado y él, de algún modo, tampoco me pide esa confirmación. No<br />
la quiere evidentemente. Esa ínfima pizca que falta para la confirmación es<br />
el espacio que necesita para que su moral ponga allí un pie y se convierta<br />
también en punto de apoyo de mi defensa. Por estrecho que sea ese espacio<br />
sirve para apuntalar algo bastante pesado. ¡Los corpachos de las jirafas se<br />
sostienen en patas finas y en cascos relativamente estrechos! El jirafoide<br />
no pide mucho para llevar el cuello muy alto. Estoy satisfecho con él y a la<br />
vez, ligeramente, lo detesto. Se lo he comentado más de una vez a Maloy y él<br />
está de acuerdo conmigo. Tampoco lo aprecia. Llevé a Maloy a más de una<br />
reunión con el abogado. A Cachimbo no lo llevé nunca porque es demasiado<br />
inocente; en verdad, no es que se engañe con nadie, sólo que no se molesta<br />
en juzgar a los demás. A priori, están exentos de la condena e incluidos en<br />
la genérica bondad del mundo, sean lo que fueren. Nietzscheano avant la<br />
lettre se figura que en la economía del mundo nadie puede ser dañino. Antes<br />
piquito<br />
133
gustavo ferreyra<br />
134<br />
que ocurra algo siquiera ya perdona todo. Por esto es que Cachimbo, que<br />
ama tanto la vida, está como por fuera de ella. No participa de las batallas<br />
de la vida y casi no se molesta en conocerlas ya que, fueran las que fueran,<br />
tienen para él su profunda razón de ser en el marco más universal del sin<br />
sentido. Sabiendo esto Cachimbo no sabe nada más. Debería ser enseñado<br />
de los detalles, por ejemplo, de las razones que me llevan a mí a actuar así<br />
o asá pero es inútil porque no agregaría nada a lo que ya sabe. Claro que de<br />
lo que sabe no podría decir palabra. Maloy en cambio conoce por agregación<br />
y perfectamente podría ser maestro. Por esto lo llevé a varias reuniones con<br />
el abogado. Para que juzgue por su propia cuenta. Lo llevé entre mis ropas,<br />
oculto por una campera, la cabecita –cabezota en realidad si la comparamos<br />
con su propio cuerpecito– asomada apenas para que respire y escuche mejor.<br />
Maloy es hábil para asomar la cabeza y permanecer de todos modos oculto,<br />
mucho más que Cachimbo. Me asombro a veces de cómo se acomoda y logra<br />
sostenerse en circunstancias difíciles. Sabe acomodar su terquedad, cosa<br />
que debería serme enseñada porque mi terquedad se va acercando siempre<br />
al abismo del ridículo. No me queda más remedio entonces que retroceder.<br />
Maloy sabe ser terco. La última vez lo llevé en una pequeña mochila porque<br />
hacía calor y tuve que ir a ver al abogado sin campera. ¡Mi mochilita parvularia<br />
que exaspera a Josefina! “No puedo ser la mujer de un niñito”, me dice.<br />
Yo me aferro malamente a mi mochilita, el gesto gruñón y cachorriento, pero<br />
en general cedo. ¡Cedo porque al fin me encanta ceder! ¡Me encanta ceder<br />
como un niñito! Dejo mi mochilita enganchada en un silla para que quede a<br />
la vista. ¡Mirar la silla es ver la dignidad de mi carácter! Porque alguien tan<br />
firme en la indignidad termina, por ello mismo, siendo digno. Soy un párvulo<br />
digno y cuelgo la mochilita en la silla para que sepan los demás a qué atenerse.<br />
En fin. La última vez que tuve cita con el abogado llevé a Maloy en la<br />
mochilita y la colgué también en el respaldo de la silla, a mis espaldas. Abrí<br />
el cierre de la mochilita y saqué un poco la cabeza de Maloy. El abogado<br />
estaba sentado y creo que no vio nada; o tal vez no vio a Maloy e imaginó que<br />
maniobraba para poner en funcionamiento un grabador, porque levantó las<br />
cejas con algo de disgusto. O con bastante disgusto en realidad porque me<br />
asusté de su gesto, temí por mí y estuve a punto de decirle: “es solamente<br />
mi muñeco”. Si no lo dije fue porque él empezó a hablar y arrojó sobre el
tapete una terrible posibilidad. El jirafoide<br />
casi siempre empieza así, con las<br />
amenazas tremendas que penden sobre<br />
mí y luego se explaya sobre sus logros.<br />
Estos logros desde ya me benefician y<br />
no obstante me molestan en alguna medida<br />
porque son triunfos del jirafoide. En<br />
general, tengo poca tolerancia frente a<br />
los triunfos de los demás pero los del<br />
jirafoide me son más antipáticos todavía.<br />
Me transmite buenas noticias y yo<br />
me siento casi herido, al menos me disgusto<br />
en ese momento, cuando lo escucho<br />
hablar. Cuando se calla, la buena<br />
noticia empieza a filtrar sus bálsamos<br />
bienhechores. Cuando salgo de la oficina<br />
del abogado la buena noticia verdaderamente<br />
me invade y se escinde casi<br />
por completo del jirafoide; la atribuyo<br />
a mi proverbial buena suerte, a la buena<br />
suerte inherente a un piquito de oro.<br />
Es mi triunfo el que atraviesa al jirafoide como una flecha a la niebla. El predestinado.<br />
No podía ser de otra manera porque mis papacitos empollaron el<br />
huevo empavesados en una fe horrible. Empollaban y mantenían sus cogotes<br />
tan enhiestos que parecían astas de banderas. El pico hacia el cielo como<br />
verdaderos fascistas, de esos que ya no se encuentran. Soldados del huevo,<br />
del futuro de sus genes. Soldados del destino. Y el destino fue creciendo<br />
conmigo con cada división y cada diversificación de la cigota. El destino fue<br />
tomando mis formas hasta que se confundió completamente con mi cuerpo,<br />
hasta que fuimos uno solo. Por esto es que soy desde ese ayer y para siempre<br />
el predestinado. Y cuando el abogado habla de sus logros no puedo sino<br />
enojarme. Son exaltaciones del ánimo completamente piquitenses que no<br />
podrían comprender del todo los que carecen de destino. Al hablar el abogado<br />
aparece su acción y al callarse aparece mi fortuna. Cuando él habla<br />
piquito<br />
135
gustavo ferreyra<br />
emerge la espuma de los días, la espuma de la subjetividad que se forma con<br />
todo ese bla bla que llega constantemente a nuestros oídos. La espuma con la<br />
que se divierte nuestra tontería. Las palabras del abogado no son más el batido<br />
de esa espuma. Cuando cesa el bla bla, la espuma, carente de batido, va<br />
decreciendo, y si apagáramos la radio y la televisión y acalláramos las voces<br />
a nuestro alrededor la espuma casi desaparecería y entonces, amigo, entonces...<br />
No es bonito el esqueleto de la realidad para los que se han hecho ya a<br />
la espuma. No son bonitos los huesos, excepto para los predestinados. En el<br />
aire de los huesos, y no en el aire de la espuma, están mis hados.<br />
No es que no advierta los méritos del abogado. Debe ser un hombre meritorio.<br />
Josefina no me va a poner en manos de un pelele. Josefina... ¡está rendida<br />
a los hados del Piquito! ¡La inteligencia cacarea contra los hados hasta<br />
que desfallece y se rinde! La inteligencia se fatiga y los hados siguen cantando.<br />
Ululan y ululan. Claro que el abogado sabe sacar ventajas de todo, como<br />
cualquier buen abogado. Y como jirafoide cuenta con grandes ventajas. Su<br />
carencia de hombros, por ejemplo, constituye una ventaja muy apreciable.<br />
Probablemente sea su mayor ventaja. Al carecer de hombros disimula por<br />
completo la propia voluntad. En apariencia, lo que habla y escribe no está<br />
dictado por una fuerza volitiva, personal, sino por fuerzas que actúan a través<br />
de él. ¡El juez debe estar engañándose bellamente! De seguro, y sin que<br />
él lo advierta en lo más mínimo, estará viendo en el abogado un médium a<br />
través del cual fluye lo que existe sin su concurso. ¡El juez debe estar creyendo,<br />
en el fondo, que el abogado no inventa ni crea nada! El juez debe<br />
estar dejándose llevar, en última instancia, por los hados de Piquito.<br />
136
La vigilia de la aldea<br />
De identidades e inminencias<br />
Luis Vicente de Aguinaga<br />
Jorge Ortega, Guía de forasteros, Bonobos/Conaculta, Toluca, 2014, 121 p.<br />
Conviene preguntar y preguntarse de vez<br />
en cuando con qué suerte ha corrido el<br />
clasicismo poético en México. En su día,<br />
Jorge Cuesta dijo con buen estilo y mejores<br />
argumentos que la poesía europea<br />
se implantó en México en el más universal<br />
de sus avatares, el petrarquista, de<br />
modo que su desarrollo posterior obedeció<br />
a ese origen como se obedece a un<br />
condicionamiento estructural, no como se<br />
responde a un mero incidente. Universal,<br />
el modo petrarquista lo fue por sus aspiraciones,<br />
desde luego, pero también<br />
por su influencia. Petrarquistas fueron<br />
Ronsard, Garcilaso, Shakespeare y Sor<br />
Juana, cada cual a su modo. No lo han<br />
sido menos Pedro Salinas, Pablo Neruda,<br />
Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines<br />
y Javier Sicilia. Cuando se afirma<br />
que determinada poesía moderna tiende<br />
al clasicismo, lo cierto es que tiende<br />
al petrarquismo.<br />
No estoy hablando de tal o cual academicismo<br />
literario. Muchos, generalmente<br />
con malas intenciones, califican<br />
de académicos a los poetas que juzgan<br />
conservadores o incluso timoratos. Pero,<br />
a decir verdad, ¿cómo podrían existir<br />
poetas académicos en México si no se<br />
han mantenido –en caso de haber existido<br />
alguna vez– auténticas academias de<br />
poesía, escuelas que fomenten el aprendizaje<br />
de los estilos, temas y preceptos<br />
que pueden, en rigor, llamarse clásicos?<br />
Al menos en México, la nobleza del clasicismo<br />
es la del autodidactismo. En el<br />
siglo xx y lo que ha transcurrido del xxi,<br />
los petrarquistas lo han sido porque han<br />
decidido aprender a serlo, y lo que<br />
han aprendido lo han aprendido por sus<br />
propios medios. De las generaciones<br />
más recientes de poetas mexicanos, casos<br />
como los de Jorge Fernández Granados,<br />
Marcos Davison, Jorge Ortega y<br />
Hernán Bravo Varela ilustran, con las<br />
diferencias propias de cada caso, este<br />
fenómeno.<br />
No ignoro que Ortega, estilista de mag<br />
137
nífica prosodia y brillante vocabulario,<br />
debe lidiar desde hace algunos años con<br />
su propia reputación de poeta barroco.<br />
Los lectores perezosos, poco habituados<br />
a escandir un verso, descifrar una figura<br />
o escuchar las resonancias de una sílaba<br />
tónica, etiquetan y caricaturizan<br />
con irresponsable facilidad. No faltan,<br />
así, quienes dan por sentado que todo<br />
cuanto escribe Ortega se ajusta, sin más,<br />
a un patrón de temas arcaizantes, frases<br />
conceptuosas y metros regulares. Lo cual<br />
es, por supuesto, falso, aunque significativo.<br />
Si entender la obra de un poeta<br />
es de por sí difícil, forzarse a leerla con<br />
los anteojos equivocados es condenarse<br />
a la incomprensión y el estereotipo. El<br />
propio autor, en su reciente y muy recomendable<br />
volumen de prosa crítica<br />
titulado El ancla y el arado, despeja<br />
ciertos equívocos a propósito de sus “inclinaciones<br />
de lector” y “lecturas formativas”:<br />
“Se ha dicho que mi poesía<br />
comporta algunos rasgos del llamado<br />
neobarroco, término tan vago como impreciso<br />
para designar las aportaciones<br />
que supuestamente ampara. Considerando<br />
que las poéticas están sujetas al proceso<br />
de mutación constante que implica<br />
la maduración humana del poeta, no me<br />
corresponde a mí aseverar dónde, o en<br />
qué ámbito estético o estilístico debo<br />
asentar mi proyecto de escritura. Es<br />
probable que la fama de mis inclinaciones<br />
de lector o de mis lecturas formativas<br />
haya emitido una falsa señal,<br />
ya que no solamente leo con gusto a<br />
quienes escriben como yo sino igualmente<br />
a quienes escriben desde las antípodas.”<br />
Los poemarios más recientes de Ortega<br />
me interesan particularmente. La<br />
serie formada por Estado del tiempo<br />
(2005), Devoción por la piedra (2011) y<br />
Guía de forasteros (2014) impresiona por<br />
su equilibrio, coherencia y hondura. Ortega,<br />
desde su primera juventud, ha sido<br />
un poeta de ambición clásica. En sus libros<br />
parecen cruzarse los caminos del retrato,<br />
el paisaje y la meditación introspectiva.<br />
Ortega es, en particular, un formidable<br />
retratista de paseantes y desconocidos.<br />
También es un viajero melancólico, ya<br />
que no triste, capaz de resumir un espacio<br />
en tres o cuatro líneas de tinta. Y al<br />
filo de sus poemas va dibujándose la figura<br />
de un solitario: la meditación, en<br />
Ortega, suele tener por tema la situación<br />
específica del sujeto, su lugar concreto<br />
en un mundo que va moviéndose bajo<br />
sus pies. Más que mirar, le importa observar<br />
(aunque se sabe llamado, más que<br />
a observar, a contemplar).<br />
Guía de forasteros es un libro extenso<br />
y sustancioso que supera con amplitud<br />
el centenar de páginas. El poema<br />
inicial es, de cierta forma, un prólogo y una<br />
poética. En él se describen las etapas del<br />
ascenso por un camino de montaña. La<br />
revelación del mar aguarda en lo alto.<br />
Pero, si se me permite decirlo así, el interés<br />
expresado en el poema radica en<br />
escalar, no en haber alcanzado la cima:<br />
“El poema se hace en el ascenso.” Una<br />
sintaxis digna de José Ángel Valente le<br />
hace decir a Ortega, en el último verso,<br />
138
que las pretensiones del poeta se desvanecen<br />
cuando escapa de sus manos “el<br />
resbaloso pez de las alturas”. Al mismo<br />
tiempo, ese “pez de las alturas” es afín<br />
a los “peces del aire altísimo” de José<br />
Gorostiza. Ortega no lo subraya, como<br />
es natural, pero en esa confluencia de<br />
dos maestros también radica una de las claves<br />
para entender sus poemas, concebidos<br />
como un espacio de confrontación<br />
y ajuste de referencias muy variadas.<br />
El poemario se organiza en seis apartados.<br />
El primero y el último contienen<br />
once poemas cada uno; los demás, diez.<br />
En la cantidad total de sesenta y dos<br />
poemas cabe sospechar una razón oculta:<br />
cada poema representa un minuto de<br />
la hora, cuando no un segundo del minuto,<br />
a excepción del primero y el último,<br />
que son el alfa y el omega, el instante<br />
del principio y el instante de la conclusión,<br />
ajenos al tiempo uno y el otro. El<br />
último poema del volumen, elocuentemente,<br />
se titula “Final del trayecto”.<br />
A mi juicio, lo anterior cobra toda su<br />
importancia cuando se advierte que dos<br />
temas predominan en Guía de forasteros:<br />
la inminencia y el cuestionamiento<br />
a propósito de la identidad personal.<br />
Ambas preocupaciones, por añadidura,<br />
se despliegan sobre un fondo de viajes y<br />
mudanzas. “Algo inaudito está por suceder,<br />
/ pero puede que no nos enteremos”,<br />
dice Ortega. En otro poema escribe:<br />
“Algo sucede mientras las apariencias<br />
se confían al curso de la lógica.” Y en<br />
otro, aún: “Algo quiere ser dicho.” Y<br />
en otro:<br />
Detrás del cerco abstracto de la noche,<br />
al margen de su cúpula gaseosa<br />
o más allá de aquellas fragosas latitudes en<br />
que se carbonizan los horarios<br />
brilla el lomo desnudo<br />
de un lugar imposible.<br />
Quiero decir con lo anterior que los<br />
temas principales del poemario se intensifican<br />
por obra del minutero que<br />
avanza figuradamente conforme se recorren<br />
las páginas. Ortega observa la<br />
naturaleza, recorre ciudades o carreteras<br />
distantes en indaga en los gestos de<br />
los desconocidos, y al hacerlo intuye que<br />
algo está pasando sin que lo sepamos<br />
y que algo más está por ocurrir. Oye<br />
silbar “un aire que está casi a punto /<br />
de contar un secreto” y adivina en las<br />
cosas “un sobresalto que ni quién perciba”.<br />
El poeta no siempre identifica el<br />
objetivo de sus búsquedas, pero cuando<br />
las presiente no duda en expresarlas<br />
como una carencia:<br />
Lo que no se ve.<br />
Lo que le falta a la Tierra<br />
para ser redonda.<br />
Eso que falta en el mundo –insinúa<br />
Ortega– es la identidad misma del poeta.<br />
Si no fuera temerario hablar de personajes<br />
en un libro de poemas, diría que<br />
un personaje va tomando forma en Guía<br />
de forasteros a fuerza de vagabundeos.<br />
Es un personaje que tiene, pues, los<br />
rasgos de un flâneur, de un caminante<br />
sin prisa, sin itinerario ni obligaciones<br />
aparentes. Aunque, por una parte, se<br />
juzgue apropiado etiquetarlo como un<br />
139
heredero (cuando no un prófugo) del<br />
Siglo de Oro, lo cierto es que Ortega es<br />
también un paseante meditativo y hedónico,<br />
un melancólico que se pierde<br />
por montes y senderos como Baudelaire<br />
se perdía por barrios, callejones y plazuelas.<br />
En última instancia, las divagaciones<br />
y paseos de Ortega por llanos,<br />
carreteras, playas y ciudades conducen<br />
a diferentes respuestas para una misma<br />
pregunta: ¿quién soy cuando estoy en<br />
otra parte?<br />
Abundan versos y estrofas en Guía<br />
de forasteros que servirían para ilustrar<br />
el clasicismo de su autor. Me limitaré<br />
a dar un solo ejemplo. En el poema<br />
“Escalera del agua”, casi al final, puede<br />
leerse: “Bajemos más despacio / a nuestra<br />
tumba.” Es fácil advertir que ambos<br />
versos constituyen un solo endecasílabo:<br />
“Bajemos más despacio a nuestra<br />
tumba.” No se trata, por lo demás, de<br />
un endecasílabo cualquiera, sino del<br />
verso 175 del Cántico espiritual de san<br />
Juan de la Cruz, aquí recreado con tonos<br />
epicúreos. El poeta se apoya en san<br />
Juan para decir, poco más, poco menos,<br />
que no tiene prisa de morir: bien puede<br />
la tumba esperar un poco más.<br />
Recurro de nuevo a la prosa crítica<br />
de Ortega: “El meollo del poema lírico<br />
acabó de madurar en el Romanticismo,<br />
estadio por el cual la subjetividad termina<br />
de gestionar su carta de nacionalidad<br />
en la conciencia artística de Occidente.”<br />
Si el flâneur al que me referí líneas<br />
arriba es eminentemente romántico, y si la<br />
extrapolación es la estrategia predilecta del<br />
Romanticismo, no habrá nada de malo en<br />
que yo extrapole la idea de Ortega para<br />
sostener que la subjetividad, en el caso<br />
particular de Guía de forasteros, parece<br />
adecuarse a un periplo vital que pasa<br />
por Cataluña, Venecia, Madrid y los desiertos<br />
de Norteamérica, pero que va en<br />
el fondo de fray Luis de León a García<br />
Lorca, de Roberto Juarroz a José Emilio<br />
Pacheco, de los poetas españoles llamados<br />
“culturalistas” (pienso en Gimferrer,<br />
Talens, Núñez, Carnero, Sánchez<br />
Robayna, Siles) a David Huerta. Como<br />
buen romántico, a decir verdad, Ortega<br />
entiende la identidad como una duplicidad.<br />
Cuando habla de subjetividad,<br />
sin duda se la plantea en los términos<br />
de Antonio Machado y Octavio Paz:<br />
Asomado a la calle doy conmigo<br />
pintado en la ventana.<br />
Cuál de los dos se observa, quién examina a<br />
quién,<br />
cuál es el relativo verdadero, cuál el ficticio<br />
a medias,<br />
qué lo ha traído aquí, qué tanto hurga<br />
en el andén de la premura ajena.<br />
Como suele pasar cuando se habla<br />
de poesía, llego al final del recorrido<br />
con la sospecha de haber dicho demasiado.<br />
Es probable que Guía de forasteros<br />
quepa, después de todo, en un solo<br />
verso, en un endecasílabo particularmente<br />
sonoro, con peculiares acentos<br />
en la quinta y séptima sílabas: “Voy por<br />
la intemperie tocando puertas.” En ese<br />
verso hay lugar para la identidad, para<br />
el viaje y para la tradición poética. Y lo<br />
140
hay también para la inminencia, para<br />
esa puerta, la indicada, la que se abrirá<br />
de un momento a otro.<br />
Cauces seguros hacia Paz<br />
Alejandro Silva Solís<br />
Anthony Stanton, El río reflexivo. Poesía y<br />
ensayo en Octavio Paz (1931-1958), fce/El<br />
Colegio de México, México, 2015, 528 p.<br />
En el piso del puente peatonal que une<br />
calzada de Tlalpan con metro Nativitas,<br />
vi a la venta el libro Nazaret. Pasé de<br />
largo y, mientras bajaba las escaleras<br />
para salir, me percaté de que se acercaba<br />
Navidad y de que el muchacho que<br />
atendía el puesto improvisado había decidido<br />
llevar ese libro porque la combinación<br />
de título y época aumentaba sus<br />
probabilidades de venderlo. Nada más<br />
alejado de un libro de temporada que<br />
El río reflexivo. Poesía y ensayo en Octavio<br />
Paz (1931-1958), de Anthony Stanton,<br />
el cual no se publicó durante los<br />
festejos del centenario de Octavio Paz,<br />
sino un año después, a fin de que sus<br />
páginas recibieran el cuidado necesario<br />
y de que vieran la luz lejos del aire<br />
enrarecido que se origina en las conmemoraciones<br />
a los escritores.<br />
El río reflexivo es una revisión y ampliación<br />
de los diversos artículos y libros<br />
que el crítico ha escrito sobre Paz a<br />
lo largo de, al menos, veinticinco años.<br />
Se estructura al concebir la sucesión de<br />
libros de Paz como un río reflexivo; es<br />
decir, como una fuente creativa que fluye<br />
sin interrupción pero que, al mismo<br />
tiempo, se detiene a reflexionar en su<br />
discurrir para orientarlo. Está organizado<br />
en tres partes: Las fuentes del manantial<br />
(1931-1943); Crecida (1943-1951);<br />
y Desembocadura (1952-1958). Cada una<br />
tiene dos secciones, una que se dedica<br />
a los ensayos y otra que se ocupa de la<br />
poesía. Las secciones se vinculan entre<br />
sí –de modo que los ensayos sirven<br />
para comprender la poesía y viceversa–<br />
pero no de manera mecánica sino<br />
mostrando su “intercomunicación, [sus]<br />
influencias recíprocas, desfases, coincidencias<br />
y contradicciones”.<br />
El río reflexivo consta, además, de un<br />
sumario (índice que consigna solamente<br />
las secciones mayores); las explicación<br />
de las siglas empleadas; una introducción;<br />
la bibliografía citada; el índice<br />
onomástico y el índice general (donde<br />
se indican los subtítulos de cada sección).<br />
Este aparato paratextual ayuda al<br />
lector a encontrar con rapidez un tema<br />
o nombre mencionados en el libro y a<br />
conocer la fuente en que se sustentan<br />
sus afirmaciones. Debido a la importancia<br />
de la armazón paratextual en El río<br />
reflexivo, es relevante afirmar que la bibliografía<br />
citada tiene veintidós páginas<br />
de fuentes que satisfacen al lector<br />
interesado en encontrar trabajos serios<br />
sobre la obra del poeta de Mixcoac). El<br />
cuidado editorial con que se elaboró El<br />
río reflexivo se nota: en 526 páginas en<br />
141
contré menos de cinco erratas. Incluso<br />
la fotografía de portada está bien elegida,<br />
pues refuerza la poética paciana. Es un<br />
óleo de Juan Soriano –con azules, rojos,<br />
verdes, blancos, rosas y anaranjados en<br />
combate–, cuyo título, Batalla de amor,<br />
nos recuerda la pasión que Paz imprimió<br />
a la mayoría de sus <strong>escritos</strong>.<br />
Basta hojear el libro mirando los márgenes<br />
de la falda, donde se localizan las<br />
notas a pie de página, para percatarse<br />
del trabajo de investigación que sustenta<br />
a El río reflexivo. No en balde Stanton<br />
tiene más de cuarenta años leyendo<br />
a Paz. Gracias a este trabajo que lo respalda,<br />
Stanton puede emitir su opinión<br />
sobre los libros que cita, sea para coincidir<br />
o disentir con ellos. Y Stanton resulta<br />
más divertido cuando expresa su<br />
desacuerdo. Citaré un ejemplo en que<br />
Stanton califica negativamente a otro libro:<br />
se da a raíz del ritmo de Piedra de<br />
Sol. En esta crítica, Stanton diverge de<br />
la opinión de José Reyes González Flores,<br />
en “El encantamiento de lo bello en<br />
Piedra de Sol”, para quien el poema es<br />
silencioso. Aquí las palabras de Stanton:<br />
“Un oído atento puede captar sin<br />
dificultad la enorme riqueza rítmica del<br />
poema y los distintos tipos de movimiento<br />
presentes en el mismo. Por eso<br />
resulta desconcertante (por no decir<br />
más) que alguien pueda opinar en 2010<br />
que Piedra de Sol ‘es un poema estático,<br />
inmóvil, lleno de silencio, mudo de<br />
la mudez estilística de Paz’.” No dilucidaré<br />
aquí si José Reyes tiene razón,<br />
pero diré, por un lado, que José Reyes<br />
no es el único que critica la seductora<br />
monotonía sonora del poema (también<br />
el poeta Óscar de Pablo la menciona)<br />
y, por otro, que el cuidado editorial del<br />
libro en que aparece el ensayo de José<br />
Reyes, Versus: otras miradas a Octavio<br />
Paz, es lamentable, entre otros graves<br />
descuidos está el que la información de<br />
los márgenes de cabeza no cambia con<br />
cada artículo, sino que presenta siempre<br />
el nombre del antologador y el título<br />
del libro.<br />
En lo que sigue me referiré a análisis<br />
de poemas o ensayos particulares que<br />
elabora Stanton en El río reflexivo, a fin<br />
de fundamentar mis opiniones. Piedra<br />
de Sol es uno de los poemas pacianos<br />
más cercanos a Stanton. El estudio que<br />
hace de Piedra de Sol es provechoso<br />
porque incluye datos poco conocidos,<br />
como el posible origen del título en un<br />
libro del poeta peruano César Moro:<br />
Pierre des soleils, o en estos versos de<br />
Vicente Aleixandre: “Piedra de sol inmensa:<br />
entero mundo,/y el ruiseñor tan<br />
débil que en su borde lo hechiza.” O<br />
la fecha exacta en que Paz terminó el<br />
poema: el 3 de junio de 1957, la cual<br />
Stanton observó en un manuscrito de<br />
Paz localizado en el Archivo Histórico<br />
del Fondo de Cultura Económica, cuya<br />
imagen aparece en la página 471 de El<br />
río reflexivo.<br />
En su lectura de Piedra de Sol Stanton<br />
se deja llevar por la emoción. Prueba<br />
de ello son las quince frases del poema<br />
que cita como ejemplo de versos que<br />
tienen el poder de permanecer en la<br />
142
memoria del lector. Con todo, Stanton no<br />
abandona su racionalidad y complementa<br />
las citas con esta reflexión acerca de Piedra<br />
de Sol como poema largo: “Lo importante<br />
es señalar que el desarrollo y el ensanchamiento<br />
coexisten con estas imágenes<br />
instantáneas de gran capacidad sintética.<br />
Hay un efecto contrapuntístico de reforzamiento<br />
mutuo entre la extensión narrativa<br />
y la intensidad aforística, entre<br />
el cuento y el canto.”<br />
El estilo de Stanton adolece de una<br />
característica propia del ensayo académico:<br />
señalar la novedad de la propia<br />
investigación afirmando que otros estudiosos<br />
no se han percatado de ese detalle.<br />
En este tenor, Stanton escribe: “Los<br />
críticos que hablan del orientalismo de<br />
Paz suelen referirse exclusivamente<br />
al periodo que comienza en 1962, año en<br />
que el poeta comienza una larga estadía<br />
en India como embajador de México,<br />
periodo que termina abruptamente con<br />
la renuncia por los sucesos del 2 de octubre.”<br />
Y luego dice que el primer periodo<br />
de Paz en India, que va de fines de<br />
1951 a principios de 1952, ha sido re legado<br />
de la atención crítica. Falla que, por su<br />
puesto, Stanton no comete: “La primera<br />
reacción [de Octavio Paz] ante India<br />
es más compleja y más negativa que la<br />
que tendrá el poeta en la década de 1960<br />
y por eso mismo merece estudiarse con<br />
detenimiento.” Estudio cuidadoso que<br />
Stanton lleva a cabo en su análisis de<br />
“Mutra” (poema de La estación violenta,<br />
el cual fue terminado en Delhi, en<br />
1952). Sin embargo, la contundencia de<br />
dicha afirmación se debilita porque Stanton<br />
no especifica los nombres de aquellos<br />
críticos que sólo hablan del orientalismo<br />
más conocido de Paz; así, más que informar<br />
al lector, el objetivo de dicha<br />
afirmación es sustentar su propia investigación.<br />
Pero esta “falla” se nos olvida gracias<br />
a párrafos como éste, en el que Stanton<br />
condensa la forma en que Paz percibe<br />
y transmite su primera experiencia de<br />
Oriente. En ese párrafo Stanton afirma<br />
que, en su primer encuentro con Oriente,<br />
Paz es: “Una conciencia asediada<br />
[que] registra una realidad desconocida,<br />
desbordante e incomprensible, y no<br />
vislumbra más que el mareo creciente<br />
provocado por el calor y también por lo<br />
sagrado, presente como un absoluto ahistórico<br />
que se multiplica infinitamente<br />
en la religiosidad de India, sobre todo en<br />
los avatares de los dioses.” Y Stanton<br />
nos atrapa de nuevo con este párrafo<br />
porque lo acompaña de una nota a pie<br />
en la que muestra el uso recurrente del<br />
versículo, por parte de Paz, para describir<br />
la caótica experiencia de India,<br />
en “Mutra” y en otros momentos de su<br />
producción literaria: “Lo llamativo es<br />
que el versículo irrumpe en la prosa de<br />
Vislumbres de la India como el único<br />
vehículo para rendir esa ‘realidad insólita’.”<br />
Uso del versículo que llega al<br />
paroxismo en algunos fragmentos de El<br />
mono gramático, poema y ensayo casi<br />
novela, que Paz publicó en español, en<br />
1972.<br />
Disiento de quien piense que El río<br />
143
eflexivo es elitista porque estudia las<br />
primeras ediciones de Paz. Por el contrario,<br />
me parece generoso que Stanton<br />
comparta ediciones poco conocidas de<br />
algunas obras pacianas, mismas que se<br />
pueden consultar en bibliotecas bien<br />
nutridas. En cambio, elitista podría ser<br />
otra nota del libro, originada también<br />
en el afán de Stanton por compartir al<br />
lector su experiencia en el estudio de<br />
la obra paciana. Estoy pensando en el<br />
hecho de que Stanton haya ido a la India<br />
y haya tenido en mente el poema<br />
“Mutra” al visitar el santuario de Mathura.<br />
Este viaje a la India es más excluyente<br />
(así como el que Stanton haya<br />
podido consultar cartas de Paz, aún<br />
inéditas) que el centrarse en las primeras<br />
ediciones, ya que es más fácil para<br />
un lector de bajos ingresos conocer las<br />
primeras ediciones de las obras de Paz<br />
que emprender un viaje al continente<br />
asiático o a las universidades del extranjero<br />
que resguardan las cartas de<br />
Paz. No obstante, dichos comentarios<br />
dejan de verse elitistas si cotejamos la<br />
interpretación de Stanton con el poema<br />
o ensayo, en este caso “Mutra”, y nos<br />
damos cuenta de que, en realidad, El<br />
río reflexivo nos aclara el texto paciano,<br />
nos lo acerca.<br />
Stanton también desliza su visión del<br />
análisis textual, al tiempo que avanza en<br />
su estudio de los poemas y ensayos de<br />
Paz. Tengo sus consejos como herramientas<br />
útiles para el oficio crítico, las cuales<br />
pueden usarse al trabajar en las obras.<br />
Entre estas visiones está la siguiente:<br />
“El texto sólo es comprensible cuando<br />
se lee en sus contextos”, que redacta a<br />
propósito de “Himno entre ruinas”, y<br />
de la importancia que Paz daba a sus<br />
libros, no como meras recopilaciones de<br />
poemas sino como obras únicas, estructuras<br />
en las que cada poema se relaciona<br />
con los demás para dotar al libro de<br />
un mensaje específico.<br />
Y en el contexto de los libros de Paz,<br />
el comentario de Stanton es cierto, puesto<br />
que sitúa “Himno entre ruinas” en<br />
los distintos libros en que ha aparecido<br />
(Libertad bajo palabra, en sus distintas<br />
ediciones, y La estación violenta), y<br />
descubre las relaciones que establece<br />
con los diversos poemas de esos libros.<br />
Por ejemplo: “Si en 1949 ‘Himno entre<br />
ruinas’ representaba la culminación de<br />
una obra [en la primera edición de Libertad<br />
bajo palabra], en 1958 [ya en La<br />
estación violenta] sólo puede tener la<br />
función contraria de punto de partida[.<br />
Este poema] se transforma de nuevo dos<br />
años después, cuando se publica la nueva<br />
edición de Libertad bajo palabra [libro<br />
en el que dialoga con otros poemas,<br />
como ‘Himno futuro’ y ‘Semillas para<br />
un himno’].”<br />
Stanton señala algunas debilidades en<br />
El arco y la lira, lo que nos demuestra que<br />
el académico que conoció personalmente<br />
a Paz y que cita sus palabras (“a mí me<br />
dijo en dos ocasiones que las primeras<br />
imágenes del poema [Piedra de Sol]<br />
habían brotado ‘a comienzos de 1957’”)<br />
ve sin prejuicios la obra de Paz, con<br />
la cual dialoga, señalando sus aciertos<br />
144
y contradicciones. Por ejemplo, indica<br />
la incongruencia presente en El arco y<br />
la lira entre una visión fenomenológica<br />
de la poesía, visión antihistórica, y una<br />
perspectiva existencialista, que es histórica:<br />
“Sin embargo, no estamos ante<br />
un análisis fenomenológico en un sentido<br />
riguroso. La fenomenología es una<br />
sola de las doctrinas presentes en El<br />
arco y la lira. De hecho, uno de los problemas<br />
que la crítica no suele enfrentar<br />
[de nuevo el ademán descalificador] es el<br />
de la naturaleza de esta síntesis ecléctica<br />
efectuada entre discursos y doctrinas<br />
acaso inconciliables entre sí, como<br />
lo son, por ejemplo, la fenomenología<br />
esencialista de Husserl (que carece de<br />
una noción de historicidad) y el existencialismo<br />
hermenéutico de Heidegger<br />
(para quien el ser es inseparable de<br />
la temporalidad y la historia).”<br />
Ahora bien, cabe señalar que Stanton<br />
es cauto al criticar la obra de Paz<br />
porque le cuesta trabajo hacerlo. Así,<br />
en otra de las críticas que Stanton formula<br />
a Paz, cuando nos muestra los yerros<br />
de “Poesía de soledad y poesía de comunión”,<br />
uno de los primeros ensayos<br />
del poeta. El estudioso escribe que ni<br />
san Juan de la Cruz estaba tan integrado<br />
a la comunidad ni la poesía de Quevedo<br />
puede reducirse a una de angustia<br />
existencial como el mexicano escribió.<br />
Sin embargo, luego de esta pertinente<br />
aclaración, Stanton matiza su ataque:<br />
“Mis críticas se refieren, por supuesto, a<br />
la objetividad histórica del cuadro presentado,<br />
objetividad nunca pretendida<br />
por el autor.” Discrepo con este retroceso,<br />
primero, porque ¿cómo puede saber<br />
Stanton lo que Paz pretendía?, y,<br />
segundo, porque no creo que Paz haya<br />
querido fundar su poética en una interpretación<br />
equivocada de la historia<br />
literaria. Esto es, si Paz hubiera sabido<br />
que su visión de la poesía de Quevedo<br />
y san Juan de la Cruz era errónea, ¿la habría<br />
utilizado como las zapatas sobre las<br />
cuales construiría su poética? No lo creo.<br />
Pienso, en cambio, que Paz confiaba en<br />
la veracidad de su cuadro histórico y<br />
que por esto lo usó como cimiento de<br />
su poética.<br />
En El río reflexivo Stanton evidencia<br />
que la escritura de El laberinto de<br />
la soledad se inscribe en un contexto<br />
ideológico que concebía el estudio de<br />
las culturas primitivas, incluyendo a las<br />
mesoamericanas, como fuente de renovación<br />
artística y teórica para Europa;<br />
pensamiento del que Paz formó parte,<br />
pues estaba en París en esos años (finales<br />
de los cuarenta) y fue parte, tardía,<br />
del surrealismo: “Estas lecturas transculturales<br />
(América vista por ojos europeos<br />
–incluso los ojos europeos de<br />
latinoamericanos residentes en París–<br />
como fuente de regeneración utópica<br />
para la decadente Europa) agregaron<br />
dimensiones de complejidad en el caso<br />
de El laberinto de la soledad, un libro<br />
sobre México, escrito en París, por un<br />
mexicano que formaba parte del grupo<br />
surrealista.” A esto hay que sumar que<br />
Stanton relaciona El arco y la lira con<br />
El laberinto de la soledad, pues afirma<br />
145
que la poética expresada en ambos es la<br />
anarquista: “Así, su interpretación de<br />
la Revolución mexicana en El laberinto<br />
anticipa su teoría poética en El arco y<br />
la lira. En ambas, la clave de la autenticidad<br />
es la revelación de la otredad<br />
constitutiva de uno. Pero esta revelación<br />
difícilmente puede prolongarse o convertirse<br />
en sistema. (…) En este sentido, la<br />
única teoría política compatible con un<br />
libro como El arco y la lira o con la lectura<br />
de la Revolución mexicana en El laberinto<br />
parecería ser el anarquismo puro.”<br />
Aseveración sujeta a críticas, a causa del<br />
liberalismo que Paz asumió al final de su<br />
vida. Reproche al que Stanton responde<br />
afirmando que nunca se extinguió en Paz<br />
la chispa de la rebeldía: “El liberalismo<br />
que Paz asumió como intelectual en las<br />
últimas décadas de su vida nunca pudo<br />
eliminar –afortunadamente– ese fondo<br />
rebelde, inconforme, disidente y utópico<br />
del poeta que seguía soñando con un<br />
mundo modelado en el deseo.” Afirmación<br />
aún más susceptible de objeciones.<br />
Uno de los aciertos de El río reflexivo<br />
es el que Stanton muestra los nexos<br />
que Paz establece entre sus libros con<br />
el propósito de ir construyendo la imagen<br />
de su evolución poética. Para esto,<br />
Paz retoma poemas de un libro a otro y, a<br />
veces, replica la estructura de uno en el<br />
otro. Cito in extenso una de los varios casos<br />
que Stanton nos presenta: “Vale la<br />
pena comparar las estructuras de estos<br />
libros (A la orilla del mundo de 1942 y<br />
Libertad bajo palabra de 1949). Ambos<br />
abren con una especie de poema-prólogo<br />
que es un arte poética. Cada uno tiene<br />
cinco grandes secciones, la última de<br />
las cuales (en la primera recopilación)<br />
tiene el mismo título que el libro. Este<br />
mismo nombre (‘A la orilla del mundo’)<br />
se retoma como título de la primera sección<br />
del libro de 1949, aunque el contenido<br />
es distinto. Cada uno de los dos libros se<br />
cierra con un poema fuerte, ambicioso,<br />
que es reflejo y desarrollo del poema<br />
inicial, al mismo tiempo que respuesta,<br />
creando de esta manera una estructura<br />
cíclica total. Es decir: la relación entre<br />
‘Palabra’ y ‘La poesía’ (en A la orilla del<br />
mundo) es análoga a la que existe entre<br />
‘La poesía’ e ‘Himno entre ruinas’ (en<br />
Libertada bajo palabra). Es importante<br />
señalar que el poema que cierra la recopilación<br />
de 1942 (‘La poesía’) es el mismo<br />
que abre la de 1949, dando a entender que<br />
ésta es continuación y superación de<br />
aquélla.”<br />
Anoté antes que Stanton demerita<br />
el trabajo de otros críticos para resaltar<br />
el suyo y debo matizar esta opinión,<br />
porque también recomienda estudios valiosos<br />
y poco conocidos. Para ejemplificar,<br />
citaré dos notas a pie, útiles para<br />
el interesado en profundizar en temas<br />
particulares de la obra paciana: “Para un<br />
estudio de los elementos románticos del<br />
temprano pensamiento de Paz” Stanton<br />
remite al lector al libro Octavio Paz,<br />
1931-1943: génesis de una poética romántica,<br />
de Adriana de Teresa Ochoa; y<br />
para conocer “otro análisis del poema<br />
[‘El prisionero’] que ahonda en las diferencias<br />
entre la lectura bretoniana de<br />
146
Sade y la de Paz, se puede” consultar<br />
el ensayo “Paz, Breton, Sade: en torno a<br />
la interpretación del poema ‘El prisionero’”,<br />
de Mónica Quijano, recopilado<br />
en La palabra entre el águila y el sol: el<br />
surrealismo y la obra de Octavio Paz.<br />
Hay que agregar que, aparte de ser ensayos<br />
sustanciales, estas sugerencias<br />
son recientes, lo que nos permite ver<br />
que en El río reflexivo se incorporó la<br />
bibliografía secundaria más actual.<br />
He escrito que Anthony Stanton es<br />
uno de los mejores estudiosos de la obra<br />
de Paz, y que en las notas de El río reflexivo<br />
nos brinda varios cauces de investigación,<br />
que Stanton ha recorrido<br />
en los años que lleva dedicándose al<br />
análisis de la obra paciana. Estas indicaciones<br />
de caminos posibles, como<br />
las que dan los controladores de vuelo<br />
en los aeropuertos internacionales a los<br />
pilotos, permitirán a los investigadores<br />
conocer hacia dónde dirigirse para volar<br />
con la seguridad de aterrizar en los<br />
lugares exactos de acuerdo a sus intereses.<br />
El río reflexivo es ya una obra de<br />
consulta necesaria para el interesado en<br />
la obra del primer Paz, debido al alcance<br />
de su investigación y a la perspicacia<br />
de sus interpretaciones. Digamos,<br />
finalmente, que si bien puede ser pesado<br />
leerlo de continuo, a causa de la<br />
seriedad de su estilo, quien se atreva a<br />
navegar este río no estará exento de placeres<br />
situados no ya en la exuberancia<br />
de la prosa, sino en la nitidez de una<br />
argumentación que nos lleva a buen<br />
puerto sin estorbos.<br />
Obligado a inventar<br />
Fernando Montenegro<br />
Emmanuel Carrère, El Reino, Anagrama,<br />
España, 2015, 520 p.<br />
Los hombres están hechos de tal modo<br />
que quieren el bien de sus amigos y el<br />
mal para sus enemigos. Que prefieren<br />
ser fuertes que débiles, ricos que pobres,<br />
grandes que pequeños, dominantes<br />
que dominados. Es así, es normal,<br />
nadie ha dicho que está mal. La sabiduría<br />
griega no lo dice, la piedad<br />
judía tampoco. Ahora bien, hay unos<br />
hombres que no sólo dicen, sino que<br />
hacen exactamente lo contrario. Al<br />
principio no se los comprende, no se<br />
ve la ventaja de esta extravagante<br />
inversión de los valores. Y después<br />
empiezan a comprenderlos. Se empieza<br />
a ver la ventaja, es decir, la alegría, la<br />
fuerza, la intensidad vital que extraen<br />
de esa conducta en apariencia aberrante.<br />
Y entonces ya sólo queda el<br />
deseo de hacer lo mismo que ellos.<br />
Emmanuel Carrère, El Reino<br />
Hacia el final de la primera temporada<br />
de True detective, una serie que Carrère<br />
debió haber consumido con cierto fervor,<br />
aunque también con el ceño fruncido,<br />
desaprobándola por momentos –por<br />
momentos es, ciertamente, cursi, superficial,<br />
efectista–, los protagonistas tienen<br />
una conversación acerca de la batalla más<br />
importante e inmemorial del universo:<br />
aquella que disputan la luz y la oscuridad.<br />
147
Es la última escena de la temporada,<br />
el último diálogo entre los dos detectives<br />
protagonistas, bajo un cielo tan<br />
estrellado, que pesa sobre sus almas.<br />
Allí uno de ellos sentencia: “me parece<br />
saber quien está ganando”.<br />
Carrère, como se conoce, es también<br />
guionista de televisión y comienza su<br />
última novela, El Reino, precisamente<br />
haciendo referencia a uno de sus trabajos.<br />
Se trata de la serie francesa The<br />
revenants, en la cual participaba como<br />
guionista principal (aunque también nos<br />
cuenta que renunció pronto a ese proyecto).<br />
Como su nombre lo deja entrever, se<br />
trataba de una serie sobre muertos que<br />
regresan. Muertos vivientes, si se quiere,<br />
pero no zombis. Muertos que regresan<br />
físicamente a la vida, reconstituidos a la<br />
perfección. Es decir, regresan no como<br />
fantasmas ni como monstruos, sino como<br />
eran en vida.<br />
Recuerdo una novela de Javier Marías<br />
que trabaja sobre esta cuestión. Sobre la<br />
inconveniencia de ese posible retorno,<br />
incluso cuando fuera deseado por los<br />
dolientes que deja atrás el difunto. En el<br />
caso de The revenants, como lo explica<br />
Carrère, se retorna rápidamente al personaje<br />
reviniente por excelencia: Jesús<br />
de Nazaret.<br />
Esta serie de televisión es el punto<br />
de partida de la novela. Y no es accidental.<br />
Hay algo en esta novela que se<br />
parece a una serie producida por Netflix<br />
o hbo. En realidad, se parece más<br />
a su trastienda, al making off, pues el<br />
autor nos da acceso a su archivo, incluso<br />
al estudio donde, en parte, escribe<br />
este expediente.<br />
La pregunta sobre cómo es posible<br />
que un acontecimiento como la resurrección<br />
(cierta o falsa) de un judío rebelde<br />
puede tener tal grado de influencia en las<br />
personas, dos mil años después de haberse<br />
suscitado, ocupa el centro de la obra.<br />
Para intentar contestarla, Carrère va a<br />
recurrir a una infinidad de elementos<br />
entre los que se encuentran los Evangelios,<br />
decenas de referencias eruditas<br />
–me refiero a estudios especializados<br />
sobre la época– y a su propia experiencia<br />
como cristiano, de la que mantiene<br />
unos diarios.<br />
La primera parte de la novela, que se<br />
instala en París entre 1990 y 1993, se ocupa<br />
del periodo cristiano del narrador (Carrère<br />
mismo). Allí se nos hace saber de<br />
su fuerte formación dentro del catolicismo<br />
y de un personaje curioso, Jacqueline,<br />
su madrina, una culta y devota<br />
cristiana que lo incita a explorar con<br />
profundidad los Evangelios. El narrador,<br />
resuelto a cultivar su espiritualidad,<br />
lee obsesivamente (debería decir<br />
con fe) aquellos textos, aunque en especial<br />
el Evangelio de Juan. Su lectura<br />
es tan minuciosa que consigue llenar<br />
decenas de cuadernos con apuntes diversos,<br />
reflexiones y, sobre todo, citas<br />
del Evangelio.<br />
Nos propone, entonces, una lección<br />
de lectura: “Ejercicio de atención, de paciencia<br />
y de humildad. Sobre todo de humildad.<br />
Porque si se admite, como yo<br />
admití aquel otoño, que el Evangelio no<br />
148
sólo es un texto fascinante desde el punto<br />
de vista histórico, literario y filosófico,<br />
sino la palabra de Dios, entonces<br />
hay que admitir que nada en él es accesorio<br />
o fortuito. Que el fragmento de<br />
versículo de apariencia más trivial esconde<br />
más riquezas que Homero, Shakespeare<br />
y Proust juntos. Si Juan nos<br />
dice, pongamos, que Jesús se trasladó<br />
de Nazaret a Cafarnaúm, es mucho más<br />
que una simple información anecdótica:<br />
es un viático precioso en el combate que<br />
es la vida del alma. Aunque sólo quedase<br />
del Evangelio este modesto versículo,<br />
la vida entera de un cristiano no<br />
bastaría para agotarlo.”<br />
Lo que está en juego en esta lectura<br />
es la fe. Pero la fe no como sinónimo<br />
de creencia ciega, sino, si me permiten,<br />
como ejercicio hermenéutico ¿En<br />
qué sentido?<br />
La hermenéutica filosófica, aquella<br />
postulada por Heidegger y Gadamer,<br />
buscaba que la tradición –la literatura<br />
clásica, nuestro pasado–, nos interpele.<br />
Gadamer piensa que la verdadera sabiduría<br />
radica en dejarse hablar por el<br />
pasado. Sin embargo, las tradiciones que le<br />
siguieron, como la estética de la recepción,<br />
intercambiaron el orden de importancia<br />
de ese diálogo, dándole un lugar<br />
dominante al lector, que va por el texto,<br />
imponiéndole los sentidos propios de su<br />
tiempo (sus prejuicios, diría Gadamer).<br />
Esto es en cierta medida inevitable,<br />
es cierto, pero también supone un riesgo:<br />
que durante la experiencia de lectura no<br />
podamos ver más allá de nuestras propias<br />
narices. Lo que parece proponer Carrère,<br />
en contraste, es que el acercamiento a un<br />
fenómeno tan complejo como la cristiandad<br />
–un acercamiento que, por otra<br />
parte, se realiza casi exclusivamente en<br />
la lectura de los Evangelios– tome siempre<br />
en consideración la fe como uno de<br />
sus elementos centrales.<br />
La fe cristiana, básicamente, consiste<br />
en la aceptación de que existe algo<br />
más grande que nosotros. Difícilmente<br />
un lector contemporáneo lee de ese<br />
modo, convencido de que el método lo<br />
guiará en la búsqueda de la verdad sobre<br />
el texto. Y es cierto: el crítico literario muchas<br />
veces, en su búsqueda por conquistar<br />
el sentido, cree saber más que el autor<br />
y más que el texto juntos. Nada puede estar<br />
más equivocado. El lector cristiano<br />
que se acerca a la Biblia, por su parte,<br />
no necesita buscar nada, pues el texto<br />
es ya su verdad.<br />
De allí que la pregunta de que parte<br />
El Reino (¿cómo es que se puede creer<br />
realmente en la resurrección de un hombre?)<br />
no lo lleva por el camino que usualmente<br />
han tomado diversas indagaciones<br />
históricas de los orígenes del cristianismo,<br />
como El código da Vinci, por<br />
dar el ejemplo más conocido. A decir<br />
verdad, casi toda la información histórica<br />
que se provee en la novela parece<br />
haber sido extraída de un documental<br />
de National Geographic. * No hay en esta<br />
*<br />
El propio autor confiesa sus fuentes. Una<br />
de ellas, un célebre documental francés llamado<br />
Corpus Christi.<br />
149
novela, y eso se agradece enormemente,<br />
teorías de la conspiración.<br />
Los tres siguientes capítulos de la<br />
novela exploran esta pregunta, aunque<br />
basándose fundamentalmente en los Evangelios.<br />
(No necesita textos apócrifos. Su<br />
pregunta es más importante.)<br />
Lo que mueve gran parte de esta parte<br />
de la narración es el enfoque sobre<br />
dos personajes históricos: san Pablo y<br />
su discípulo Lucas. En concreto, Carrère<br />
está interesado fundamentalmente<br />
en un pasaje contado en Hechos de los<br />
apóstoles (probablemente escrito por el<br />
propio Lucas), durante su viaje hacia<br />
Damasco. Éste es el momento en que<br />
se le presenta Jesús resucitado.<br />
Hasta ese momento Pablo se llamaba<br />
Saúl. Era de orígenes judíos, pero tenía<br />
fuertes influencias culturales helenísticas<br />
(sabía griego y escribió en esa<br />
lengua), como buena parte del este del<br />
Mediterráneo. La aparición de Cristo<br />
transforma su vida, al punto que se dedica<br />
a recorrer Asia tratando de llevar<br />
su mensaje a lo largo y ancho del Imperio.<br />
Pablo fue un personaje polémico<br />
para los judíos más conservadores,<br />
entre ellos Pedro, Santiago y Juan, los<br />
tres apóstoles más importantes del séquito<br />
de Jesucristo. La polémica consistía<br />
en que Pablo buscaba convertir al<br />
cristianismo a legiones de gentiles, los<br />
no judíos, a pesar de que el propio Jesús,<br />
y su iglesia, eran de esos orígenes.<br />
Esto incomodaba a Pedro que, a pesar<br />
de todo, era un judío que, en el fondo de<br />
su corazón, ansiaba la liberación del yugo<br />
romano que dominaba Judea por entonces.<br />
Jesús había sido fundamentalmente<br />
un líder anti-romano.<br />
El hecho de que Pablo de Tarso hubiera<br />
cristianizado a gentiles, sin obligarlos<br />
a convertirse a su vez al judaísmo,<br />
lo convirtió en enemigo para Jerusalén<br />
(donde fue encarcelado), pero también,<br />
posteriormente, para Roma, donde finalmente<br />
fue ejecutado por sedición. Esto<br />
es harto conocido. Lo que le interesa a<br />
Carrère es esa escisión en la vida de<br />
Saúl, llamado Pablo. Ese momento en<br />
donde deja de ser un individuo, para<br />
convertirse en otro, y llevar a tal extremo<br />
ese segundo papel que terminaría<br />
por fundar la Iglesia Católica.<br />
Ya en otras novelas Carrère había explorado<br />
esta cuestión. El bigote, por dar<br />
un ejemplo, trata sobre un hombre que<br />
atraviesa una crisis de fe (se ha rasurado<br />
el bigote y nadie repara en ello, incluso<br />
le dicen que nunca lo llevó), como<br />
si de repente le hubiesen revelado que<br />
la tierra no es redonda. O, si fuera cristiano,<br />
que Dios no existe.<br />
La novela más importante con la que<br />
el propio Carrère trabaja en El Reino es<br />
El adversario. Llama la atención, incluso,<br />
cómo su época cristiana (aquella<br />
explorada en el primer capítulo de la<br />
obra) tuvo como consecuencia la escritura<br />
sobre ella. Tuvo tanta influencia que,<br />
explica, los cuadernos de notas sobre Romand<br />
(el protagonista de esa novela),<br />
comparte una caja con sus apuntes sobre<br />
los Evangelios. Lo que más llama la<br />
atención de Romand no era que hubiera<br />
150
asesinado a su familia a sangre fría, incendiado<br />
su propia casa o mentido sobre<br />
su profesión durante veinte años (le<br />
había mentido incluso a su mujer), sino<br />
su capacidad para mentirse a sí mismo<br />
al respecto, su capacidad para escindirse,<br />
a tal punto de que se volvía irreconocible<br />
para sí. Se convertía en otro,<br />
en el adversario. Esto, parece implicar<br />
Carrère, es lo que le sucede a Pablo de<br />
Tarso: “En el camino a Damasco, Saúl<br />
había sufrido una mutación: se había<br />
transformado en Pablo, su contrario. El<br />
Pablo de antaño se había convertido<br />
en un monstruo para él, y Pablo se había<br />
convertido en un monstruo para el<br />
hombre que había sido antaño. Si el de<br />
ahora hubiera podido acercarse al de<br />
otro tiempo, éste le habría maldecido.<br />
Habría rogado a Dios que le matase, como<br />
los héroes de las películas de vampiros<br />
obligan a jurar a sus compañeros<br />
que les traspasarán el corazón con una<br />
estaca si llegan a morderles. Pero eso<br />
es lo que se dice antes. Una vez contaminado,<br />
sólo piensas en morder a tu<br />
vez, y en especial al que se acerca con<br />
la estaca para cumplir el deseo de alguien<br />
que ya no existo. Pienso que una<br />
pesadilla parecida hostigaba las noches<br />
de Pablo. ¿Si volviera a ser Saúl? ¿Si, de<br />
un modo tan inesperado y portentoso<br />
como se había transformado en Pablo,<br />
se convertía en alguien distinto a Pablo?<br />
¿Si este otro Pablo, que tendría la<br />
cara, la voz, la persuasión de Pablo, se<br />
presentaba un día ante los discípulos de<br />
Pablo para arrebatarles a Cristo?”<br />
Resulta interesante pensar que a Pablo<br />
le ocurrió algo parecido a lo que les<br />
ocurre a quienes se convierten en vampiros.<br />
O a quienes se infectan de un virus<br />
extraterrestre, de otro mundo, como<br />
si fuera un cuento de Phillip K. Dick,<br />
de quien Carrère escribió una fabulosa<br />
biografía (Yo estoy vivo, vosotros están<br />
muertos), y a quien se refiere constantemente<br />
en El Reino. En efecto, algo<br />
como extraído de una novela de ciencia<br />
ficción ocurre no sólo en la vida de<br />
Pablo de Tarso, sino en la de todo un<br />
imperio. De repente, un hombre (un imperio)<br />
cree que ha existido otro que ha<br />
resucitado de entre los muertos.<br />
Todas las civilizaciones han tenido<br />
su religión. Y todas han tenido una figura,<br />
como Jesús, que marca sus cimientos.<br />
Carrère mismo se encarga de comparar<br />
una y otra vez al cristianismo con el budismo,<br />
una y otra vez, y el camino al Nirvana<br />
de Buda con el de Jesucristo. Sin<br />
embargo no consigue explicarse la lógica<br />
con la que opera el Jesús bíblico, que es<br />
como una suerte de dispositivo que deconstruye<br />
el sistema de pensamiento judaico.<br />
Lo verdaderamente inquietante en<br />
los testimonios que nos llegan de Jesús<br />
tiene que ver, otra vez, con esa escisión<br />
que propone en su doctrina. Allí<br />
se les propone a los fieles mantenerse<br />
en la pobreza, dar asistencia a los maleantes,<br />
abstenerse del conocimiento o<br />
la sabiduría, escuchar a los niños, etc.<br />
Parece todo menos un camino a la iluminación,<br />
como lo propone el budismo.<br />
A decir verdad, el Reino de los Cielos<br />
151
está abierto para los ladrones y las prostitutas.<br />
Para “los últimos”. No se exige virtud en<br />
el verdadero cristiano, ni siquiera benevolencia<br />
para habitar el lecho del padre.<br />
Una de las objeciones que le tenían a<br />
Pablo, desde el bando de los judaizantes,<br />
era que no les exigía a los gentiles<br />
abandonar sus tradiciones, vinieran de<br />
donde vinieran. Para los judíos, por dar<br />
un ejemplo, la circuncisión es un ritual<br />
absolutamente necesario para formar parte<br />
del rebaño. Para Pedro y el resto de<br />
los apóstoles, resultaba inconcebible<br />
violarla. En este sentido, Pablo parecía<br />
acercarse más a Jesús. No sólo Carrère<br />
encuentra que el carácter de Pablo era<br />
quizá más parecido al de Jesús, que el<br />
de sus propios discípulos, sino que de<br />
una manera extraña pudo entender mejor<br />
que ellos el mensaje del Mesías.<br />
La doctrina que Pablo buscaba difundir,<br />
por otra parte, parecía ser más<br />
adecuada para los gentiles que para los<br />
propios judíos. Los judíos, al fin y al<br />
cabo, tenían una vasta tradición religiosa<br />
que incluía el Gran Templo de Jerusalén,<br />
una especie de materialización<br />
arquitectónica de su doctrina. Recordemos<br />
que buena parte de la tradición<br />
judía, hasta la fecha, tiene como elemento<br />
central la ocupación de Jerusalén.<br />
Jesús, por su parte, habla de un Reino<br />
interior, uno que no tiene sitio en la tierra<br />
sino en el cielo.<br />
Por supuesto que no se podría decir<br />
lo mismo de la Iglesia Católica que<br />
posteriormente tuvo ambiciones imperiales<br />
mucho más dramáticas que las del<br />
mundo judío. Así y todo, para los primeros<br />
cristianos esta propuesta tuvo graves<br />
implicaciones no sólo socialmente sino<br />
como sujetos. Quizá de allí surge la necesidad<br />
del propio Carrère de entender<br />
aquellos primeros años de la cristiandad<br />
desde el punto de vista de una novela.<br />
A decir verdad, Carrère le atribuye<br />
este movimiento a Lucas, discípulo de<br />
Pablo, a quien siguió y de quien escribió<br />
buena parte de su vida en los Hechos.<br />
Lucas, a los ojos del francés, se<br />
convierte en un novelista.<br />
Para empezar, habría que decir que<br />
Lucas no es judío, sino macedonio. Se<br />
había encontrado con Pablo de Tarso en<br />
Filipo, donde lo escuchó hablar sobre<br />
uno que había regresado de entre los<br />
muertos. Desde allí emprendió el viaje<br />
con él. Visitó Antioquía, Jerusalén,<br />
Roma. Algunos historiadores especulan<br />
con el hecho de que vio con sus propios<br />
ojos el incendio de Roma, a manos de<br />
Nerón (supuestamente). En otras palabras,<br />
había sido testigo en primera fila de<br />
la historia de los orígenes de la cristiandad<br />
y, sin embargo, re-escribir aquellos<br />
hechos, como ya lo habían hecho Marcos<br />
–a quien había leído y sobre quien<br />
practicó un palimpsesto–, no era suficiente:<br />
“El programa que se fija Lucas es<br />
un verdadero programa de historiador.<br />
Promete a Teófilo una investigación sobre<br />
el terreno, un informe fiable: algo serio.<br />
Ahora bien, apenas formulada esta exigencia,<br />
¿qué hace a partir de la línea<br />
siguiente? Una novela. Una auténtica<br />
novela.”<br />
152
¿Es posible esto? Desde un punto de<br />
vista histórico, por supuesto que no. La<br />
novela no existía como forma, y de la<br />
misma manera en que Jesús, Pablo y todos<br />
sus contemporáneos no sabían que<br />
vivían en el primer siglo de nuestra era,<br />
Lucas no podía estar escribiendo una. ¿De<br />
qué habla entonces Carrère? Se refiere,<br />
mayormente, al procedimiento de escritura.<br />
Uno puede enterarse de lo acaecido,<br />
del orden de los acontecimientos,<br />
de su lógica. Incluso de las motivaciones<br />
que habrían motivado, por ejemplo,<br />
a Nerón a quemar su propia ciudad.<br />
Pero sólo a través de la escritura, de<br />
lo que un novelista espera escribir, es<br />
decir, su punto de vista de las cosas. Y<br />
ese punto de vista no es solamente una<br />
opinión, una perspectiva, palabras que<br />
se usan con tanta gratuidad en nuestros<br />
tiempos. Aquel procedimiento es siempre<br />
un gesto profundamente político a<br />
través del cual procuramos entender el<br />
mundo y, si se media, transformarlo en<br />
función de ciertas convicciones.<br />
Para Lucas, especula Carrère, no era<br />
suficiente la versión de Jesús que había<br />
leído en Marcos (un testigo de primera<br />
mano) y ni siquiera lo que había escuchado<br />
de Pablo. Este evangelista necesitaba<br />
su propia variante del Mesías para<br />
entender qué había sucedido con él, con<br />
su interior, y con ese mundo del primer<br />
siglo que había girado de forma inesperada<br />
y dramática durante el curso de su<br />
existencia. Quizá también quería entender<br />
por qué un hombre como su maestro Saúl,<br />
o Pablo, dedicó su vida a difundir el mensaje<br />
de la resurrección de un hombre, asunto<br />
que le costó una muerta sangrienta.<br />
Éste es el mismo procedimiento que<br />
inspira a Carrère a indagar sobre la vida<br />
de aquellos a quienes había leído con<br />
tanto fervor entre 1990 y 1993, antes de<br />
escribir El adversario.<br />
Carrère sostiene que se puede observar<br />
a ese Lucas novelista en diferentes<br />
procedimientos y mecanismos que<br />
utiliza en su Evangelio (por ejemplo,<br />
el melodrama), pero fundamentalmente<br />
en el gesto central del novelista: la<br />
invención, cuando Lucas decide contar<br />
la escena de la anunciación, con la que<br />
prácticamente empieza su Evangelio.<br />
Allí introduce a un personaje inédito,<br />
Isabel, supuestamente prima de María,<br />
que también ha sido notificada sobre su<br />
embarazo por el ángel Gabriel. Esto hace<br />
pensar que Jesús y Juan son primos, lo<br />
cual, para Carrère, es un gesto de novelista<br />
o de guionista de cine. “Estaba en<br />
la cama, o en las termas, o se paseaba<br />
por el campo de Marte cuando la idea se<br />
le pasó por la cabeza: ¿y si Jesús y Juan<br />
fuesen primos? ¡Le vendría de perlas a<br />
su tarea de narrador!”<br />
Lo interesante de este fragmento no es<br />
solamente el hecho de que ofrece una respuesta<br />
satisfactoria para la difícil relación<br />
que tiene Lucas con Juan (enemigo<br />
este último de Pablo, su maestro), sino<br />
que pone en crisis todo lo que habíamos<br />
leído hasta allí. Salvo que, en nuestra<br />
lectura, nos sabemos protegidos por el<br />
manto de la ficción. De manera aún más<br />
grave, Carrère llama la atención sobre<br />
153
un fenómeno que ya había trastornado<br />
los sueños de Cervantes y de Borges:<br />
¿y si la ficción se volviese verdad?<br />
En el caso de Lucas, sin duda esto<br />
ocurrió (si aceptamos la versión de Carrère).<br />
La historia de occidente se construyó,<br />
en parte, sobre la base de aquellos<br />
textos. Y sin embargo en ellos no hay<br />
afán de desdibujar los hechos, sino al<br />
contrario, de traerlos a la existencia. Muy<br />
probablemente la historia de la cristiandad<br />
fue construida de ese modo. Así<br />
especulan los gurús de la teoría de la<br />
conspiración cuando afirman que la cristiandad<br />
no es más que una alegoría literario-astronómica<br />
de la pelea eterna<br />
entre luz y oscuridad. Posiblemente.<br />
Sin embargo, para figurárnosla, para<br />
en efecto poder enunciarla, nos vemos en<br />
la obligación de inventar un Reino que,<br />
como se lee en algún lugar del evangelio,<br />
es como una semilla de mostaza en<br />
medio de las tinieblas.<br />
Cruzvillegas:<br />
la autoconstrucción del yo<br />
Alberto López Cuenca<br />
Abraham Cruzvillegas, La voluntad de los<br />
objetos, Sexto Piso, México, 2014, 432 p.<br />
Afirmaba contundentemente Abraham<br />
Cruzvillegas en 2002 que no hablaba inglés:<br />
“Por desgracia o por fortuna, no<br />
hablo inglés, al menos no como quisiera.<br />
Esta circunstancia ha determinado<br />
mi relación con el arte, con el mundo<br />
del arte y con la historia del arte de un<br />
modo bastante particular...” Una simple<br />
búsqueda en Internet revela que Abraham<br />
ha mejorado su inglés desde que<br />
escribiera aquello y que su relación con<br />
el mundo del arte ha cambiado notablemente.<br />
Basta visitar la sala de turbinas<br />
de la londinense Tate Modern, ocupada<br />
hasta abril de 2016 por una instalación<br />
suya, un espacio envidiado por todo miembro<br />
que se precie del star system del arte<br />
global y por el que han desfilado contadas<br />
grandes marcas como Ai Weiwei,<br />
Louise Bourgeois o Bruce Nauman. La<br />
prestigiosa revista October, publicada<br />
por mit y en cuyo consejo editorial están<br />
las que han sido las estrellas más<br />
refulgentes de la teoría del arte anglosajona<br />
reciente, Rosalind Krauss, Hal<br />
Foster o Benjamin Buchloh, publicaba<br />
apenas el año pasado un extenso y celebratorio<br />
ensayo sobre el trabajo último<br />
de Cruzvillegas. Si esto es muestra insuficiente<br />
de su nueva relación con el<br />
mundo del arte, habría que añadir que<br />
nada menos que Harvard University Press<br />
pondrá en unos meses en las librerías The<br />
logic of disorder. The art and writing of<br />
Abraham Cruzvillegas, una recopilación<br />
de estudios sobre su trabajo y una traducción<br />
de algunos de sus textos. Para<br />
los niveles a los que nos acostumbra el<br />
establishment artístico contemporáneo,<br />
Cruzvillegas ha escrito bastante, publicado<br />
aún más y, lo más inusual de todo,<br />
merece la pena leerlo.<br />
La voluntad de los objetos es la última<br />
154
ecopilación de ensayos, crítica periodística,<br />
charlas y reflexiones inéditas del<br />
artista mexicano de moda. Cruzvillegas<br />
comenzó a ver impresos sus textos muy<br />
pronto. De los que se incluyen en esta<br />
recopilación el más añejo apareció en la<br />
revista Curare, en 1991, mientras que los<br />
más recientes están fechados en 2013.<br />
Ha publicado, eso sí, mucho más de lo<br />
que ha escrito, pues casi todo el material<br />
ya circuló antes en revistas como<br />
Velocidadcrítica, Casper, la citada Curare,<br />
el diario Reforma o en catálogos de<br />
exposiciones y la gran mayoría de ellos<br />
lo volvieron a hacer en una recopilación<br />
previa a ésta, Round de sombra<br />
(conaculta, 2006). Para un artista cuyo<br />
trabajo orbita de modo crucial en torno<br />
al reciclaje, la reutilización y el collage<br />
de materiales encontrados, bien puede<br />
entenderse que conciba su propia escritura<br />
como tal: “He tenido por mucho<br />
tiempo la manía de acumular y recoger<br />
basura, tal vez porque en ocasiones ha<br />
sido la materia prima de mi obra, otras<br />
veces simplemente porque me gusta el<br />
ánimo y la selectividad preciosista –utilitaria<br />
del pepenador y coleccionar desordenadamente,<br />
por pura acumulación.”<br />
Del mismo modo que en su obra rescata<br />
y reúne objetos encontrados, restos<br />
y “basura sin título”, la escritura de<br />
Cruzvillegas toma y combina retazos<br />
de historias familiares y cotidianas, de<br />
su infancia y adolescencia. Con esos<br />
fragmentos hace nuevas combinaciones<br />
con las que reflexiona sobre los<br />
asuntos más diversos, ya se trate de la<br />
dependencia petrolera del Estado mexicano,<br />
los asentamientos irregulares en el<br />
Ajus co, el estatuto actual de la artesanía,<br />
la expriencia de visitar un museo o el parasitismo<br />
de los curadores de arte contemporáneo.<br />
Su padre Rogelio, su abuela<br />
doña Helenita, su cuate El Balo o el vecino<br />
de la colonia La Pendiente, sostienen<br />
el andamiaje de su narración junto a muchos<br />
otros personajes. Ahí su escritura<br />
sobresale por sugerente y alegórica, una<br />
escritura que juzga sin posicionarse explícitamente.<br />
Un hábito de Cruzvillegas<br />
es indicar los nombres propios de sus<br />
vecinos, familiares y colegas del mundillo<br />
artístico del df, de ser posible también<br />
con seudónimo. No es algo casual,<br />
pues en sus textos planea recurrentemente<br />
la preocupación por la identidad,<br />
personal y social, y podría decirse que<br />
en gran medida no se presenta en ellos<br />
otra cosa que un ejercicio de creación<br />
mítica de los momentos que manifestarían<br />
la suya: “Contraria a la enunciación<br />
histórica, que asume la posesión o<br />
búsqueda de verdades, la procuración<br />
de genealogías genera más dudas, más<br />
incertidumbres. Evidentemente, rastrear<br />
las raíces –biológicas o ideológicas– que<br />
consolidan nuestras identidades individuales,<br />
conduce a verdades; quiero<br />
decir que esos discursos generan conocimiento,<br />
devienen lenguaje, ideas,<br />
formas.” Parece aquí darle la razón a<br />
aquello que escribiera Ortega y Gasset<br />
y que parece animar a este conjunto de<br />
textos: “Yo soy yo y mi circunstancia<br />
y si no la salvo a ella no me salvo yo.”<br />
155
Si bien Cruzvillegas recurre constantemente<br />
a la estrategia de repasar y recortar<br />
momentos del álbum biográfico a<br />
lo largo de sus textos, ésta se despliega<br />
muy hábilmente en “Autoconstrucción”,<br />
publicado en 2008, y en el que narra la<br />
historia de la construcción de la vivienda<br />
familiar desde mediados de los años<br />
sesenta en un asentamiento irregular<br />
en el sur del Distrito Federal. Ahí da<br />
entrada a la idea de “autoconstrucción”<br />
como el concepto que definirá su trabajo<br />
desde entonces: la obra desregulada<br />
y colaborativa, el paracaidismo habitacional,<br />
la apropiación y uso ingenioso<br />
de materiales abandonados. “Las premisas<br />
que me interesan –escribe– tienen<br />
que ver con la posibilidad de entender<br />
(o inventar) la realidad a partir de dimensionar<br />
cada sitio donde uno se encuentre<br />
como una posible plataforma de creación<br />
a partir de la recuperación de los<br />
materiales a mano; en este proyecto me<br />
refiero específicamente al sitio donde<br />
me desa rrollé y donde yo llegué a ser<br />
yo, o donde empecé a ser.” Reivindica<br />
aquí Cruzvillegas la autoconstrucción<br />
como metodología artística y desde ella<br />
cabe entender también su escritura: un<br />
ejercicio de (auto)construcción del yo.<br />
Sin embargo, no todos los textos incluidos<br />
en La voluntad de los objetos son<br />
tan legibles ni sugerentes. No es el caso<br />
de aquellos que tienden meramente a<br />
desglosar el santoral de artistas contemporáneos<br />
que han influido en la concepción<br />
del arte y la práctica de Cruzvillegas.<br />
Contribuciones como “My generation”,<br />
“Notas para documentos espaciales” ,<br />
“Sonrisas en el ½ tiempo” o “Un calcetín<br />
rojo en una caja amarilla” son un<br />
tanto tediosas. Letanías de nombres y<br />
descripciones de obras que no apuntan<br />
en una dirección precisa. De hecho, el<br />
ensayo que da título a la colección, “La<br />
voluntad de los objetos”, donde Cruzvillegas<br />
suelta su pluma más literaria,<br />
es un tanto forzado (¿quizás agravado<br />
esto porque el texto se tradujo originalmente<br />
al inglés y el que aparece aquí<br />
es una adaptación de aquél?). En él<br />
vuelve sobre una idea que ya quedaba<br />
bien asentada en el anecdotario de su<br />
vida cotidiana. Aquí se hace reiterativa:<br />
“Eficiencia. Producción. Consumo. Delirio.<br />
Un chicle se masca hasta que pierde<br />
el sabor, hasta que se pone duro, hasta<br />
que las mandíbulas se acalambran, hasta<br />
que ya no hace bombas, hasta que se<br />
acaba. Pero sucede que no se acaba. El<br />
chicle vive y se convierte en una mancha<br />
en el suelo, en una molestia bajo<br />
mi suela desgastada, en materia bajo la<br />
mesa, pegado sobre la corteza de un árbol,<br />
junto a una infinidad de colegas suyos.<br />
Luego tal vez se transforme en polvo, luego<br />
lo respiramos, junto con el plomo y las<br />
otras materias –gases y cochinadas– que<br />
flotan en nuestro entorno. Y ahí no se<br />
acaba: nuestro organismo lo transforma<br />
en sangre, en sudor, en lágrima, en pelo o<br />
simplemente en caca. Y su proceso continúa<br />
infinitamente como se descubrió hace<br />
mucho, desde los hilozoístas, que pensaban<br />
que todo está vivo. Todo está vivo.”<br />
Aunque la mayoría de los textos re<br />
156
unidos en La voluntad de los objetos se<br />
publicó después del 2000, son especialmente<br />
relevantes aquellos que narran<br />
retrospectivamente, con una evidente<br />
pretensión historiográfica, la configuración<br />
de una nueva escena del arte<br />
contemporáneo ligada a la experimentación<br />
y las estrategias del arte conceptual<br />
en el Distrito Federal en la década<br />
de 1990 (a este respecto, destacan “Tratado<br />
de libre comer”, “Indisciplinariedad”<br />
y “Temístocles 44: ¡¿Qué parió?!”).<br />
Por supuesto, el relato que se presenta de<br />
ese periodo aparece en primera persona y<br />
funciona en gran medida como una celebración<br />
del escenario en el que el propio<br />
Cruzvillegas configura su singular biografía<br />
artística: desde los ahora míticos<br />
seminarios de los viernes en los que entre<br />
1987 y 1991 se reúne con Gabriel Orozco,<br />
Damián Ortega, Gabriel Kuri y Jerónimo<br />
López para discutir textos y sus propios<br />
proyectos (tan mítico ya el hecho que<br />
la Galería Kurimanzutto, que los representa,<br />
lo ha capitalizado dedicándole<br />
una exposición curada por Guillermo<br />
Santamarina este 2016: xylañynu. Taller<br />
de los viernes) hasta su participación en<br />
exposiciones alternativas a la escena<br />
pictoricista neomexicanista de finales<br />
de los años ochenta y principios de los<br />
noventa, su fugaz paso por el espacio<br />
Temístocles 44 o su labor como profesor<br />
en la escuela nacional de pintura, escultura<br />
y grabado, “La Esmeralda”, desde<br />
1999. En esos ensayos se presentan los<br />
términos y los eventos mediante los que<br />
Cruzvillegas despliega su propia genealogía<br />
como artista. De ahí que cuando<br />
enumera reuniones, fiestas o los participantes<br />
de una exposición el “y yo”<br />
sea una expresion habitual. Desde su<br />
publicación en 1999, “Tratado de Libre<br />
Comer” me pareció un texto útil dada<br />
la escasa bibliografía que revisaba con<br />
un mínimo de detalle el periodo. Más de<br />
quince años después, su narrativa autoexplicatoria<br />
ha de ser confrontada con<br />
otras posturas, especialmente mediante<br />
la lectura de los trabajos de Olivier<br />
Debroise, “Puertos de entrada: el arte<br />
mexicano se globaliza, 1987-1992”, en La<br />
era de la discrepancia (2006), Mónica<br />
Mayer, Escandalario. Los artistas y la<br />
distribución del arte (2006), o algunos aspectos<br />
de las investigaciones de Issa<br />
María Benítez, Rubén Gallo o Daniel<br />
Montero. La actual lectura de esos textos<br />
de Cruzvillegas tienen más interés<br />
por su carácter testimonial que por la<br />
condición historiográfico que se les pudo<br />
pretender.<br />
Ése no es necesariamente un demérito.<br />
De hecho, a su modo, esos textos apuntan<br />
a uno de los grandes temas en el<br />
trasfondo de la (auto)construcción del<br />
yo artístico de Cruzvillegas y, por extensión,<br />
de la escena de las artes plásticas<br />
en la Ciudad de México desde la<br />
década de 1990. ¿Cómo se configura ésta,<br />
desplazando a la pintura del protagonismo<br />
artístico defeño? De nuevo, en<br />
“Autoconstrucción”, el que quizá sea<br />
el texto mejor armado del compendio,<br />
donde claramente se advierte un proceso<br />
de investigación intenso, Cruzville<br />
157
gas señala cómo a partir de los asentamientos<br />
de migrantes que se apropiaron<br />
de las tierras del Pedregal, entre ellos<br />
sus padres, se gestó poco a poco –como<br />
en todo el país– un movimiento que reclamaba<br />
la tenencia de la tierra y que<br />
se articulaba mediante plantones y la<br />
organización vecinal. Numerosos grupos<br />
de vecinos en la misma situación<br />
se aglutinarían en la Coordinadora Nacional<br />
del Movimiento Urbano Popular<br />
(conamup). “Para mí –rememora Cruzvillegas–,<br />
uno de los momentos más impactantes<br />
y conmovedores de aquellos<br />
tiempos fue la gigantesca marcha de la<br />
conamup hacia el df, a principios de los<br />
años ochenta: era una interminable columna<br />
de familias –campesinas y urbanas–<br />
exigiendo el reconocimiento de un derecho<br />
del que ya se había tomado posesión.” De<br />
ahí se desprende una poderosa alegoría,<br />
la de la propia trayectoria de Cruzvillegas<br />
como artista. ¿Cómo llegan él<br />
y tantos otros, nacidos en familias de “bajos<br />
recursos” o de burócratas de clase media,<br />
a copar la escena del arte contemporáneo<br />
mexicano y, aún más, a figurar en<br />
el ranking de artistas contemporáneos<br />
de presencia global? En el imaginario<br />
popular mediático, el arte sigue estando<br />
ligado a una actividad de señoritos<br />
acomodados, los Paz, Cuevas, Fuentes...<br />
una élite cultural ociosa que lo es sobre<br />
todo por ser, antes, económica. ¿Cómo<br />
se llega entonces de chalán en la construcción<br />
familiar en un asentamiento<br />
irregular en el Ajusco a exponer en la<br />
sala de turbinas de la Tate Modern? En<br />
el periodo que describe Cruzvillegas se<br />
entreteje una serie de fenómenos que<br />
aún deben ser investigados y conectados<br />
más elaboradamente para no caer en el<br />
inútil argumento del triunfo del artista<br />
genial: el de la paulatina democratización<br />
de la educación artística, el del auge<br />
de la autogestión en el contexto del neoliberalismo<br />
abrazado por México en los<br />
años noventa, el del papel del capital<br />
privado en la conformación de la escena<br />
del arte contemporáneo, el de la<br />
internacionalización en la formación y<br />
la movilidad de los artistas. Se trata de<br />
un periodo donde soprendentemente<br />
las prácticas artísticas, precariamente<br />
sostenidas y aún amparadas preponderantemente<br />
por el Estado, que ni por<br />
asomo dan para vivir, pueden llevar a<br />
algunos de la periferia al mainstream.<br />
Si se aprende inglés, claro.<br />
Sobre cosas acordadas<br />
hace veinte años<br />
María José González Camarena<br />
Hugo García Manríquez, Anti-Humboldt.<br />
Una lectura del Tratado de Libre Comercio de<br />
América del Norte, Aldus/Limitus, México,<br />
2014, 170 p.<br />
La lectura de Anti-Humboldt requiere<br />
ser accionada. Aunque se entienda que<br />
cualquier lectura debe accionarse para<br />
suceder, Anti-Humboldt es una estruc<br />
158
tura trastocada y descontextualizada. La<br />
distorsión de un documento jurídico que,<br />
al pasar por la mano del poeta-procesador<br />
de textos, exige circular en él de forma<br />
distinta. En “Preámbulo” se advierte<br />
un discurso cercado por agua, charcos<br />
de agua; sólo saldrán a flote algunas<br />
palabras, como islas. Un dispositivo reversible,<br />
perfectamente usable en ambas<br />
direcciones: un lado en inglés y<br />
otro en español. La lectura deviene el<br />
acontecer de un paisaje rayano y sus<br />
migraciones.<br />
¿Qué pasa cuando lo nombrado y estipulado,<br />
que define una realidad, deja<br />
de tener relación con ella? ¿Cómo afecta<br />
la imposibilidad de nombrar algo la<br />
construcción misma de ese algo? Cualquier<br />
enunciado está fracturado: el simple<br />
hecho de su existencia crea vacíos.<br />
Grietas que se forman a partir del espacio<br />
entre el objeto y el concepto, esa<br />
porción de lo enunciado a la que no es<br />
posible acceder. Al nombrar las cosas,<br />
invariablemente se corre el riesgo de la<br />
indeterminación: México se encuentra<br />
ahí, en medio de la invisibilidad.<br />
El hueco que existe entre el lenguaje<br />
y la realidad que define siempre ha<br />
interesado a la poesía, vista como un<br />
medio hacia la renovación del lenguaje;<br />
la manera en que lo utiliza le permite<br />
jugar con sus cualidades plásticas y representativas.<br />
Análogamente, la intención<br />
de Hugo García Manríquez consiste<br />
en poner de manifiesto, en una realidad<br />
concreta, la dislocación que se abre entre<br />
las legislaciones que rigen un país<br />
y el modo en que se vive en él. La deficiencia<br />
de las jurisdicción mexicana<br />
opera como una máquina de guerra empecinada<br />
en horadar el territorio entero.<br />
Una bacteria que va consumiendo<br />
el cuerpo que habita.<br />
No estaría de acuerdo en que meramente<br />
se le llame libro al objeto que<br />
resulta del proceso García Manríquez/<br />
tlc. Fuera de que se use como pronta<br />
abreviación para referirnos a él o –erróneamente–<br />
por costumbre, el producto<br />
final es sólo una parte del resultado que<br />
significó todo el proyecto. Por lo mismo,<br />
más allá de ser un libro, es un conjunto<br />
de acciones que van desde la transcripción<br />
del documento hasta la realización<br />
del ejercicio poético, utilizando un instrumento<br />
que involucra personas, lugares,<br />
tiempo, traslados, animales y objetos:<br />
también se acciona sobre una realidad<br />
social.<br />
Es inevitable leer Anti-Humboldt y<br />
no asociarlo con esa dimensión de la<br />
“otra-literatura”. Una práctica que inicia<br />
con desplazamientos e implicaciones visuales<br />
sobre la palabra, hasta desprenderla<br />
de su soporte-página y pasearla<br />
por un sinfín de medios. La experimentación<br />
ha complejizado los mecanismos<br />
y formas en que es posible trabajar el<br />
lenguaje: estamos en un momento donde<br />
el aceleramiento tecnológico revoluciona<br />
constantemente la manera en que lo<br />
empleamos y consumimos. No es que<br />
abogue por la desaparición del libro, pero<br />
es importante tener claro que el libro,<br />
en tanto tecnología, ha dejado de ser<br />
159
desde hace tiempo el único contenedor<br />
posible para un texto. En este aspecto,<br />
aunque Anti-Humboldt utilice una forma<br />
tradicional, García Manríquez está consciente<br />
de las implicaciones físicas de su<br />
obra: invisibiliza palabras y construye<br />
una frontera que, al ser transgredida,<br />
obliga a invertir el libro, a usar otro idioma<br />
y a situarnos en otro contexto.<br />
La apropiación es uno de los recursos<br />
aprovechados por esta otra-literatura. Al<br />
acercarnos a la idea de apropiación –o<br />
a su primo lejano, el plagio– con frecuencia<br />
se termina discutiendo sobre<br />
conceptos como autoría y originalidad.<br />
Hay que notar que el enriquecimiento<br />
de la apropiación radica en qué y cómo<br />
se use aquello de lo que se esté uno apropiando.<br />
Al recurrir a un texto de carácter<br />
legislativo, se entiende que el lenguaje<br />
contenido en él ya supone implicaciones<br />
sobre una realidad tangible. García Manríquez<br />
usa esta brecha, entre lo legislado<br />
y su objeto, para exhibir la condición<br />
negativa del lenguaje: la imposibilidad<br />
de desprenderlo completamente de su<br />
subjetividad y, por consiguiente, la imposibilidad<br />
de otorgarle un significado<br />
único, plural o común. La opacidad de<br />
las palabras no es carencia de significado<br />
sino su complemento; la estructura construida,<br />
al desvanecerlas y ponerlas en<br />
movimiento, permite que transmitan cualquier<br />
mensaje, incluso ninguno: las hace<br />
portadoras de su misma negación.<br />
Por sí solas las palabras no pueden<br />
decir nada nuevo. Su singularidad radica<br />
en la forma en que las disponemos sobre<br />
el soporte. A-H es un ingenioso artefacto<br />
que, al usar palabras previamente tratadas,<br />
revierte la máquina de guerra contra<br />
sí misma obteniendo una resignificación<br />
del lenguaje: G. M. lo usa como materia<br />
prima, lo procesa y, lo que nos entrega,<br />
estrictamente, es un cuerpo textual inédito<br />
donde la figura del autor no deja<br />
de desaparecer. En este ejercicio, no<br />
creo que tenga mucho sentido polemizar<br />
en torno a la autoría. Lo que se utiliza del<br />
tlc es sólo una selección y, dentro de esta<br />
selección, el autor manipula deliberadamente<br />
las palabras. Sería más problemático<br />
usar el documento completo, ya<br />
que está escrito por miles de manos y<br />
todo se reduce a que el Estado sustenta<br />
sus derechos. También es interesante en<br />
caso de que pretenda tener la misma validez<br />
para tres países y en tres idiomas<br />
distintos, cosa que genera un foramen<br />
profundo: ¿qué se gana y qué se pierde<br />
en cada desplazamiento?, ¿qué efectos<br />
produce la migración del lenguaje?<br />
G. M. entrega una estructura que nos<br />
fuerza a colaborar, a tomar decisiones: a<br />
decir o no, a leer o no. Propone realizar<br />
un ejercicio sencillo: jugar a la migra.<br />
Nos da un mapa que debe ser recorrido<br />
mientras la maquinaria pesada interfiere<br />
y obstruye su circulación. Al incitar<br />
consigue la reacción: quizá reconozcamos<br />
que todo enunciado es político. O<br />
quizá no, y es siempre una buena alternativa.<br />
Igual que siempre, habrá gente a<br />
la que le guste transitar en un texto de<br />
manera ortodoxa, que prefiera escribir<br />
a mano o que opte por seguir leyendo so<br />
160
e papel. Y esto también es necesario.<br />
Se puede estar en contra o a favor del<br />
plagio, considerar o no poesía lo escrito<br />
por un bot. Propuestas como Anti-Humboldt<br />
ponen en circulación asuntos concernientes<br />
al azar de la literatura.<br />
Finalmente, ¿qué es lo que dice A-H?,<br />
¿consigue decir algo? G. M. propone un<br />
afterimage, pone a disposición de cualquier<br />
usuario el tratamiento que hace<br />
del lenguaje. Las letras aproximándose<br />
alejan a las que permanecen camufladas<br />
en la página. Como si la palabra que<br />
se nos otorga borrara todas las demás.<br />
Algo en ese sobrevenir siempre se queda<br />
en el camino.<br />
Quiroga de nuevo visitado<br />
Judith Castañeda Suarí<br />
Horacio Quiroga, Cuentos para leer sin<br />
compasión, conaculta, México, 2015, 378 p.<br />
I<br />
Propongo, para una obra clásica, un entorno<br />
más semejante a algo probable que<br />
a la generalización, un escenario donde,<br />
como para escribir, no existe una receta<br />
que deban seguir quienes se acercan<br />
a la lectura. En él, las novedades que<br />
llenan las librerías semana a semana,<br />
mes con mes, ocupan el primer plano,<br />
espacio donde es importante llamar la<br />
atención de posibles compradores. Envueltos<br />
en tal dinámica, los aparadores<br />
cambian su apariencia muy pronto<br />
mientras, afuera, las personas asomadas<br />
a estos anaqueles se vuelven testigos<br />
del viaje de un título, el cual inicia<br />
tras los cristales frontales y, después de<br />
hacer un alto en alguna de las mesas<br />
interiores, concluye en el área que el<br />
comercio le asigna según su temática.<br />
En esta ráfaga, muchas veces no hay<br />
sitio para los clásicos. Se les conoce porque<br />
su autor, o título, se repite dentro<br />
del salón de clases y forma parte de tareas<br />
o exámenes, hecho que por lo general provoca<br />
un sentimiento de aversión entre los<br />
alumnos que, de manera obligatoria, deben<br />
enfrentarse a textos que consideran<br />
difíciles, aburridos, y son testimonio de<br />
tiempos antiguos, de formas de escribir<br />
ahora lejanas. Tal situación se suma al<br />
movimiento de títulos nuevos en las estanterías<br />
para hacer que los clásicos, si<br />
se puede, pasen todavía más inadvertidos.<br />
Por eso creo que es bueno colocar este<br />
tipo de obras en el escaparate de las novedades,<br />
reeditándolas o conformando<br />
una nueva antología con lo más representativo<br />
de su autor, lo que acaba de<br />
hacer conaculta con Cuentos para leer<br />
sin compasión, de Horacio Quiroga.<br />
II<br />
Leo a Horacio Quiroga como si fuera<br />
nuevo; para mí lo es. A veces me detengo<br />
y regreso a párrafos anteriores, si es<br />
necesario, por el ritmo, por la estructuración<br />
del relato, por una palabra ex<br />
161
traña. De forma paralela, acudo tanto<br />
al diccionario como a los datos biográficos<br />
del escritor uruguayo y me entero<br />
de las muertes que rodearon su vida desde<br />
temprano, de las actividades que fueron<br />
moldeándola, actividades ajenas a<br />
la literatura que, sin embargo, la nutrieron:<br />
el cultivo de algodón, su gusto por<br />
el cine, la destilación de naranjas, un<br />
puesto consular en la provincia de Misiones,<br />
Argentina. También conozco el<br />
ninguneo de otros autores, quienes tienen<br />
una visión distinta de la literatura,<br />
una más intelectual, por así llamarla:<br />
Kipling y Poe escribieron ya, y mejor,<br />
los cuentos que escribe Quiroga, dicen.<br />
Por mi parte, descubro en Cuentos<br />
para leer sin compasión textos ordenados<br />
en secuencia cronológica, dos de ellos<br />
dirigidos a un lector infantil (“El loro<br />
pelado”, “La abeja haragana”), y cotejo<br />
esas fechas con el año de publicación<br />
del libro que los contiene. En esta búsqueda<br />
tropiezo con cuentos que tienen<br />
años de distancia entre sí y, con respecto<br />
a su inclusión en dicho libro, diferentes<br />
en cuanto a su temática y extensión.<br />
Sin embargo, por poco que tengan en<br />
común, a la mayoría de ellos los recorre<br />
un hilo de sabor amargo, un veneno.<br />
Es la tragedia; eso inamovible y pétreo<br />
que asfixia la vida de Horacio Quiroga<br />
se ha hecho líquido para filtrarse en su<br />
escritura desde el cuento inaugural de<br />
esta antología, “Mi cuarta septicemia.<br />
Memorias de un estreptococo”, cuento<br />
no recopilado en libro donde, adoptando<br />
el punto de vista de una infección, el<br />
autor nos entrega la historia de una muerte<br />
accidental y pronta, irremediable.<br />
Habiendo notado este caudal subterráneo,<br />
la pregunta es: ¿a quién se dirige<br />
el título de la antología perteneciente a<br />
la colección Clásicos para Hoy? ¿A sus<br />
personajes, al lector? Quizás a los dos,<br />
ya que no hay compasión casi para nadie:<br />
los lectores, en un momento dado,<br />
sólo podemos asistir a un hecho atroz,<br />
observar con los ojos abiertos por el<br />
asombro algo que el personaje deberá<br />
sufrir sin importar con cuánta fuerza se<br />
oponga a ello.<br />
III<br />
En principio, los cuentos que integran<br />
este libro pueden separarse en dos grupos:<br />
el de los que guardan relación con<br />
un entorno silvestre y el de los ajenos a<br />
dicho ambiente. Entre los primeros se<br />
encuentran “El almohadón de pluma”,<br />
“Cuento para novios”, “El solitario” y<br />
“La meningitis y su sombra”, por mencionar<br />
algunos.<br />
Muchos de esos textos exudan el tufo<br />
de lo trágico, incluso del horror. Una muestra<br />
de ello es la conocida historia donde<br />
una joven esposa, Alicia, va perdiendo<br />
cada vez más rápido su vitalidad, vitalidad<br />
que le es succionada desde el almohadón<br />
por un animal monstruoso y enorme, lo<br />
que desemboca en un deceso más semejante<br />
a un golpe final, ocasionado por una<br />
enfermedad al comienzo inexplicable. La<br />
muerte, de igual forma, también puede<br />
presentarse como el punto culminante<br />
162
de un hartazgo velado por reclamos en<br />
apariencia tranquilos, hartazgo en aumento<br />
sin embargo, si hemos de atender<br />
al final de “El solitario”, cuento cuya<br />
primera aparición data de 1913 y luego,<br />
en 1917, forma parte de los Cuentos de<br />
amor de locura y de muerte.<br />
Como en “El almohadón de pluma”,<br />
sus páginas delinean para nosotros la<br />
historia de un matrimonio; sólo que en<br />
este caso los sentimientos son diferentes.<br />
Kassim es un joyero hábil, “artista<br />
aun”, escribe Quiroga. Este joyero, con<br />
“más arranque y habilidad comercial hubiera<br />
sido rico. Pero a los treinta y cinco<br />
años proseguía en su pieza, aderezada<br />
en taller bajo la ventana”. Frente a él<br />
está María; ambiciosa, llega a los 20 años<br />
soltera y debe conformarse con Kassim,<br />
alguien “de cuerpo mezquino, rostro<br />
exangüe sombreado por rala barba negra”,<br />
inferior a lo que su belleza debió<br />
otorgarle; alguien que, en definitiva, no<br />
la hubiera atraído de no ser por su propia<br />
edad, si bien temprana en nuestra<br />
época para una unión matrimonial, tardía<br />
en aquella sociedad de principios del<br />
siglo xx. El trabajo de Kassim como joyero<br />
será el catalizador que ha de precipitar<br />
el cuento hacia el final; sólo que,<br />
a diferencia de “El almohadón de pluma”,<br />
éste no terminará con una muerte<br />
a consecuencia de una enfermedad<br />
inexplicable.<br />
“Entregaron luego a Kassim, para<br />
montar, un solitario, el brillante más admirable<br />
que hubiera pasado por sus manos”,<br />
dice el autor, y esa piedra que va a<br />
montarse no en un anillo, como supone<br />
María, sino en un alfiler, multiplica la<br />
ambición de la joven, quien ya se probó<br />
un prendedor y fue con él al teatro,<br />
pese a las negativas de Kassim –“Haces<br />
mal… Podrían verte. Perderían toda<br />
confianza en mí”–, y ahora llega al punto<br />
de exigirle a su esposo que le dé el<br />
brillante, “un agua admirable”. Bueno,<br />
veremos si es posible, son las palabras<br />
del joyero, aunque al final no significarán<br />
un obsequio o mejor dicho, un robo:<br />
ese alfiler acabará hundido, “firme y<br />
perpendicular como un clavo”, en el<br />
pecho de María.<br />
Un horror inesperado como el de “El<br />
solitario”, presentido apenas hacia el final,<br />
lo encontramos también en “La gallina<br />
degollada”. En este cuento de 1909<br />
se nos muestran los alcances de lo que<br />
llamamos destino o, más bien, fatalidad,<br />
pues pareciera que la descendencia del<br />
matrimonio Mazzini-Ferraz está condenada<br />
a la putrefacción o a la muerte.<br />
Horacio Quiroga pone en brazos de<br />
sus personajes a cuatro hijos que van<br />
de los doce a los ocho años de edad, nombrándolos,<br />
de manera directa y sin compasión,<br />
idiotas. Tenían la lengua entre<br />
los labios, los ojos estúpidos y volvían la<br />
cabeza con la boca abierta, los describe<br />
el autor en el primer párrafo, y nosotros<br />
vemos una especie de sombra, de masa<br />
sin forma que pasa los días, la existencia,<br />
mirando sin ver en realidad, con<br />
los ojos en la pared o en el techo, donde<br />
sea, no importa, sólo a la espera de<br />
algo. Esta masa casi vegetal se anima a la<br />
163
hora de comer y en presencia de colores<br />
brillantes, como el rojo, siendo también<br />
capaz de “cierta facultad imitativa”, características<br />
que hacia final del cuento<br />
darán paso a la fatalidad, a eso imposible<br />
de evadir que caerá sobre Bertita, la hija<br />
menor del matrimonio, la sana, la única<br />
que se libró de las convulsiones que a los<br />
casi dos años dejaran a sus hermanos en<br />
estado de “la más honda animalidad”.<br />
A pesar del horror entretejido en el<br />
desenlace de estos cuentos, el escritor<br />
uruguayo vela esas escenas a su lector<br />
al dirigir su atención hacia otro punto:<br />
en “El almohadón de pluma” es la explicación<br />
acerca de los parásitos de las<br />
aves que “diminutos en el medio habitual,<br />
llegan a adquirir en ciertas condiciones<br />
proporciones enormes”; en “El<br />
solitario” tenemos no el cuerpo herido<br />
de la mujer del joyero, sino el alfiler:<br />
“La joya, sacudida por la convulsión<br />
del ganglio herido, tembló un instante<br />
desequilibrada. Kassim esperó un<br />
momento, y cuando el solitario quedó<br />
por fin perfectamente inmóvil, se retiró<br />
cerrando tras de sí la puerta sin hacer<br />
ruido”; en el caso de “La gallina degollada”<br />
es Mazzini, esposo de Berta, quien la<br />
aleja diciéndole ¡No entres! ¡No entres!,<br />
además del piso inundado de sangre y<br />
el paralelo que tiende Quiroga entre la<br />
sirvienta degollando a una gallina y los<br />
cuatro hijos mayores apretándole el cuello<br />
a la menor, apartando sus bucles como<br />
si de plumas se tratara y llevándola a<br />
la cocina, “donde esa mañana se había<br />
desangrado a la gallina”.<br />
Aunque no todos los cuentos ajenos<br />
a la atmósfera del monte desembocan en<br />
la muerte, hay alguno, seguro, inspirado<br />
en su empleo como funcionario público<br />
(“Polea loca”, escrito en 1917 e incluido<br />
en el libro Anaconda, de 1921, donde un<br />
gobernador deja pasar dos años y medio<br />
sin responder su correspondencia,<br />
sin siquiera abrirla). Hay un fantaseo<br />
romántico con una actriz de cine (“Miss<br />
Dorothy Phillips, mi esposa”), un amor<br />
consumado y real después de una enfermedad<br />
(“La meningitis y su sombra”),<br />
incluso hay humor. Dentro de los textos<br />
con esta última característica se encuentran<br />
“Cuento para novios” y “Dieta<br />
de amor”. Pero aquí lo humorístico no<br />
arranca carcajadas a los lectores, más<br />
bien sonrisas chuecas, condimentadas<br />
con cierta resignación pues existe el<br />
presentimiento, junto al del propio personaje,<br />
de lo que depara el tiempo venidero:<br />
despertar a cada instante, pelear<br />
con el cónyuge y amanecer en el sillón<br />
de un corredor debido al llanto de un<br />
hijo de muy corta edad para el soltero<br />
de “Cuento para novios”; morir de inanición<br />
al comer sólo “sopas ligeras y<br />
una liviana taza de té”, como si se tratara<br />
de una prueba a fin de merecer a<br />
una joven para el narrador en primera<br />
persona de “Dieta de amor”, contenido<br />
en Anaconda, al igual que “Polea<br />
loca”. Este narrador tiene la seguridad<br />
de que un día van a encontrarlo muerto<br />
y va un poco más allá al advertir: “Que<br />
los que lleguen a leerme huyan, pues,<br />
de toda muchacha mona cuya intención<br />
164
manifiesta es entrar en una casa que ostenta<br />
una gran chapa de bronce. Puede<br />
hallarse allí un gran amor, pero puede<br />
haber también muchas tazas de té. Y yo<br />
sé lo que es esto” –en esa chapa puede<br />
leerse Doctor Swindenborg, físico dietético.<br />
Si bien en varios de los relatos anteriores<br />
existen el horror y la tragedia,<br />
creo que estas características están mucho<br />
más latentes en el segundo grupo<br />
de cuentos, el de los enmarcados por<br />
un entorno silvestre. Y no es porque el<br />
autor haya descorrido el velo que apartó<br />
nuestra mirada del asesinato de “La<br />
gallina degollada”, por mencionar uno,<br />
al hacer más explícitas sus descripciones,<br />
sino porque las muertes en este conjunto<br />
se vuelven pequeñas, insignificantes<br />
si se las compara con la extensión<br />
del paisaje.<br />
Así, tenemos un entorno hilvanado a<br />
fuerza de marañas verdinegras que, además,<br />
se convierte en testigo silencioso de<br />
la vida de sus habitantes, rodeándolos<br />
con indiferencia mientras un hombre, a<br />
causa de un accidente, agoniza con lentitud,<br />
el machete clavado en el vientre.<br />
Este mismo paisaje amortajará a un segundo<br />
hombre, el de “A la deriva”, quien<br />
recibe una mordedura de víbora y antes<br />
de cesar de respirar, como nos dice Quiroga<br />
con sencillez, se liga el tobillo, va<br />
con su mujer, Dorotea, le pide caña, bebida<br />
que le sabe a agua, observa la hinchazón<br />
de su pierna, siente cómo los<br />
relámpagos de dolor se alargan hasta<br />
la ingle, para luego abordar su canoa<br />
e ir en busca de su compadre, Alves.<br />
Más tarde, solo de nuevo sobre el Paraná,<br />
“que corre allí en el fondo de una<br />
inmensa hoya, cuyas paredes, altas de<br />
cien metros, encajonan fúnebremente<br />
el río”, lo invadirán un bienestar y una<br />
“somnolencia llena de recuerdos”; es<br />
decir, la esperanza de recuperarse, vana<br />
sin embargo, tanto como alucinada es la<br />
alegría del padre que abraza al espejismo<br />
de su hijo –muerto desde las diez de<br />
la mañana– al caminar de vuelta a casa<br />
en el cuento de 1928.<br />
Ninguno de estos personajes posee<br />
un nombre. Se llaman el hijo, el padre,<br />
el hombre. Son diminutos y representan<br />
a cualquiera, pues a cualquiera puede<br />
tragárselo la selva sin dejar ni migajas,<br />
como si nunca hubiera nacido. Aunque<br />
no todo se desvanece; en ocasiones puede<br />
quedar el bagazo.<br />
Como tal podemos considerar a algunos<br />
de los personajes de “Los destiladores<br />
de naranja” y “Los desterrados”,<br />
cuento éste que da título al volumen que<br />
los reúne, publicado por primera vez en<br />
1926. Horacio Quiroga los llama ex hombres,<br />
ex sabios; pero antes fueron el<br />
químico Rivet, el doctor Else. Ambos<br />
aparecen en más de un texto, dándole<br />
a “Los desterrados” una unidad mayor a<br />
la de otros libros, y la selva los devora<br />
a través del alcohol, dejándolos, luego<br />
de haber dotado de una organización a<br />
laboratorios y hospitales “que en veinte<br />
años no hubieran conseguido otros tantos<br />
profesionales”, reducidos a un guiñapo que<br />
viste bombachas de soldado paraguayo y<br />
165
una boina mugrienta, que no hace nada<br />
sino alabar la dureza de su bastón, beber,<br />
y en el delirium tremens, confunde<br />
con una enorme rata a su hija, maestra<br />
de escuela en Santo Pipó, y la mata. Tal<br />
es el caso del doctor Else. La caña los<br />
perdió, pero saben mucho, dice el manco<br />
de los ex sabios, qué hiciste papá, no<br />
tomes más, papá, le suplica al doctor<br />
Else su hija antes de morir, palabras<br />
lejanas de una moraleja pues ante el cadáver<br />
de la joven, el ex hombre, si queremos<br />
usar los términos de Quiroga, se<br />
ve otra vez acosado por los monstruos<br />
de la fauna alcohólica.<br />
No hay esperanza en la selva; no la<br />
hay ahora y no la habrá después. En<br />
cambio, persistirán los peligros; ese es<br />
el temor del viudo Subercasaux en “El<br />
desierto”, cuento de 1923. El propio Quiroga,<br />
seguro, comparte dicho temor cuando<br />
queda viudo, en 1915, tras el suicidio de<br />
su primera esposa, Ana María Cirés. Entonces,<br />
como su personaje, el autor queda<br />
al cuidado de sus dos hijos, Eglé, de escasos<br />
cuatro años, y Darío, un año menor.<br />
Si bien no es autobiográfico, “El desierto”<br />
contiene, además del paralelo<br />
de la viudez del hombre con una hija<br />
y un hijo pequeños y una personalidad<br />
a un tiempo áspera y tierna, si atendemos<br />
a quienes han dedicado investigaciones<br />
a Quiroga (aunque no es difícil<br />
imaginárselo mientras enseña a Darío y<br />
a Eglé las dificultades de la selva, o diciéndoles<br />
“mis chiquitos” y recibiendo<br />
como respuesta el “piapiá” que aparece<br />
en más de uno de sus cuentos, palabra<br />
que a mi parecer irradia una gran ternura,<br />
como si de pequeñas aves piando<br />
se tratara), el miedo a la desesperada<br />
situación en la cual se verán los niños si<br />
él llegara a faltar. ¡Pero no tendrán qué<br />
comer!, se lamenta Subercasaux, grave<br />
debido a una infección en el dedo meñique<br />
del pie derecho, causada por un<br />
pique, especie de pulga, más inofensivo<br />
que las víboras “y los mismos barigüís”.<br />
Dicha infección se le complicará<br />
al hundir los pies descalzos en un río<br />
de agua turbia, habitualmente de fondo<br />
claro a los ojos hasta dos metros, y terminará<br />
matándolo.<br />
La sinceridad de “El desierto” es<br />
sólo una muestra del pensamiento de su<br />
autor, para quien aquella es la primera<br />
condición en una obra de arte, según<br />
escribe en el cuento “Miss Dorothy Phillips,<br />
mi esposa”. Esta sinceridad lo hace<br />
trasplantar el enmarañado ambiente de<br />
la selva a sus <strong>escritos</strong>. Y no importa si<br />
éstos agradan o disgustan, lo primero es<br />
la fidelidad al entorno que está plasmando,<br />
a sus personajes. Por eso me parece<br />
injusto el ninguneo que recibe, pues si<br />
bien pertenece a otra visión de la literatura,<br />
no por ello es menos valioso su<br />
trabajo.<br />
166
Alberto Blanco y la poesía<br />
visual de la imaginación<br />
Rodolfo Mata<br />
Alberto Blanco, Poesía visual, Ediciones<br />
del Lirio/conaculta, México, 2015, 117 p.<br />
Alberto Blanco es un poeta de rupturas<br />
sutiles. Su alejamiento del ruido de<br />
la gestión social de la poesía y de las<br />
componendas entre los poetas es ejemplar<br />
y se refleja primordialmente en la<br />
concentración en su trabajo. Su obra es<br />
hoy vasta y variada, con más de treinta<br />
libros, sin contar las traducciones y las<br />
exposiciones, pues también se ha desarrollado<br />
como artista plástico y ha<br />
realizado trabajos en colaboración con<br />
fotógrafos, pintores y escultores. Asimismo,<br />
sus ensayos sobre poesía, artes<br />
plásticas y música son parte de su perfil<br />
artístico como poeta crítico.<br />
Poesía visual resuena como un eco<br />
singular de Visual poetry / Poesía visual<br />
(2011), catálogo editado por The Athenaeum,<br />
Music & Arts Library, que da<br />
cuenta de una exposición retrospectiva<br />
del trabajo de Alberto Blanco en el<br />
terreno de los libros de artista. Según<br />
sus palabras en la “Presentación”, las<br />
veintiocho piezas que se exhibieron visitan<br />
las tradiciones de los libros iluminados,<br />
los libros surrealistas, los collages,<br />
el arte abstracto, el pop, el arte povera y<br />
el arte conceptual, e incluyen escultura,<br />
textiles, impresiones digitales, reciclados<br />
y typewriting poetry. Todas las obras<br />
tienen en común una relación fuerte con<br />
sus libros de poesía o con poemas específicos,<br />
y con la presencia del papel. No<br />
me detengo en ellos, pues no acabaría.<br />
Lo que me interesa es la identidad que<br />
guardan algunos de sus títulos en tensión<br />
con el contraste de sus contenidos,<br />
contraste que se irá develando conforme<br />
avance en mi exposición.<br />
Mi primera impresión es que, en Poesía<br />
visual, Alberto enfatiza una visualidad<br />
diferente de la del catálogo homólogo,<br />
es decir, una visualidad no tan visual<br />
como la que acostumbramos hoy como<br />
miembros de la especie homo-videns, sino<br />
una visualidad que se proyecta ante<br />
el ojo de la mente. Pongo un ejemplo que<br />
me produjo una delectación maravillosa<br />
en el paladar de la imaginación. El poema<br />
“Banderolas” nos presenta un paisaje<br />
que comienza: “Desde un balcón<br />
soñado que cintila / sobre los vapores de<br />
Venecia / la niña de mi pupila / busca<br />
Grecia // Bajo las aguas / que guardan<br />
los vitrales / y doran las imágenes sagradas<br />
// en la lenta procesión por los canales<br />
// peinando el oro viejo de san Marcos /<br />
palomas de mármol decadente / miran<br />
pasar los barcos / entre la gente.” Vemos<br />
Venecia, con el autor junto a su niña-pupila,<br />
pero lo hacemos desde un “balcón<br />
soñado”. Esta dimensión imaginaria del<br />
sueño, que es gemela de la realidad del ensueño,<br />
se ve confirmada en la estrofa final:<br />
“Que Venecia será / una perla en la<br />
frente / y su oriente la única ciudad / en<br />
el Mar Adriático de la mente.” Vemos<br />
entonces –con otra visión que parece<br />
167
provenir de las luces de la razón– que<br />
Alberto sitúa su fantasía poética en el<br />
“Mar Adriático de la mente”. Es decir,<br />
el panorama desde el “balcón soñado”<br />
está contenido en el “Mar Adriático de<br />
la mente” y esto confirma que la calidad<br />
visual del poema está justo ahí, en<br />
la retina de la imaginación.<br />
Sin embargo, parece haber un detalle<br />
más tras este poema, pues en El corazón<br />
del instante –reunión de doce libros de<br />
Alberto, publicada por el fce en 1998–<br />
hay una referencia escrita al margen que<br />
ahora ha sido omitida: “Antonio Canal,<br />
Canaletto.” Si leemos el poema en Poesía<br />
visual, el paisaje surge totalmente de<br />
la imaginación; pero si nos remitimos<br />
a El corazón del instante, vinculamos<br />
nuestra imaginación con las pinturas de<br />
este famoso artista del siglo xviii, que<br />
dedicó varios de sus lienzos a la ciudad<br />
de Venecia. Un paso más en la persecución<br />
de este diálogo entre el universo<br />
verbal y el pictórico se encuentra en el<br />
detalle de que “Banderolas” está incluido<br />
en la sección titulada “La parábola<br />
de Cromos” de El corazón del instante.<br />
Esta sección pareciera corresponder a<br />
una reproducción parcial de Cromos (1987),<br />
pues este libro tiene la peculiaridad de<br />
confrontar poemas con reproducciones<br />
de cuadros de diferentes pintores. Sin<br />
embargo, al revisarlo veo que no incluye<br />
el poema “Banderolas” ni, en su índice<br />
de pintores, el nombre de Canaletto. Entonces,<br />
la conexión entre el título de<br />
la sección y el del libro se limita a la<br />
alusión. Quizás ése sea el motivo para<br />
que el primero sea una parábola del<br />
segundo.<br />
No sé qué cuadro específico de Canaletto<br />
habrá elegido Alberto para escribir<br />
el poema. ¿Habrá en él banderolas<br />
que se agiten con el viento? No lo sé y<br />
quizás la referencia a la obra del pintor<br />
sólo se dé a nivel general. De cualquier<br />
manera, este detalle no parece ser tan<br />
importante pues, como el mismo autor<br />
explica en la “Nota preliminar” a El<br />
corazón del instante, los poemas no son<br />
recreaciones de las obras sino “creaciones<br />
paralelas”. Intento entonces buscar<br />
las banderolas en otro lugar y creo poder<br />
verlas en las sombras de los bloques<br />
textuales en la página. Las ocho estrofas<br />
que componen el poema son cuartetos<br />
que, si se agrupan en parejas, cada<br />
pareja representa una banderola compuesta<br />
por dos trapecios unidos por sus<br />
bases menores, como si el trapecio de<br />
arriba encontrara su imagen especular<br />
en el de abajo. Este reflejarse también<br />
aparece en un verso del poema como<br />
un fenómeno propiciado por las aguas en<br />
los canales venecianos: “Inversas cúpulas<br />
de otras edades / temblando de frío<br />
en esa hora / de ardientes oscuridades /<br />
que el cielo añora.”<br />
Con “Un día en la tierra” –que pertenece<br />
a la misma sección “El corazón del<br />
instante” de Poesía visual, la primera<br />
del libro– me sucede algo peculiar. Comienzo<br />
al revés, no fijando mi atención<br />
en las imágenes mentales sino en la<br />
materialidad visual del impreso, y leo<br />
el poema linealmente, en cascada. Veo<br />
168
loques de tres líneas en dos columnas<br />
que se mueven hacia abajo alternando<br />
como en cuadrícula ajedrecística. Veo<br />
en ello un elemento visual claro, proveniente<br />
de la sombra de los bloques<br />
textuales en la página y comienzo: “Allí<br />
donde se tocan / el tiempo exterior / y el<br />
mar interior // Hay un puente de madera /<br />
a cuya sombra los amantes / se multiplican<br />
en el acto.” Creo por un momento<br />
en una narración pero me rebelo, trato<br />
de hacer una prueba por la vía de la<br />
lectura no-lineal de la poesía visual y<br />
salto: “Una algarabía de tigres / en el<br />
cielo ardiente / del último verano.” Y<br />
vuelvo a saltar: “Un deseo que se reconoce<br />
/ en las formas palpitantes / de otro<br />
espejismo humano.” Finalmente llego a la<br />
estrofa final que sirve de basamento de<br />
unión de las dos columnas: “Planetas /<br />
frutos que reposan / como los senos de<br />
una mujer dormida / en la plenitud de la<br />
belleza sin nombre / un mundo a salvo<br />
del hombre / la tierra en paz.” Todo hace<br />
sentido. No he podido escapar de cierto<br />
tipo de narración. Regreso y releo el<br />
poema completo que es una celebración<br />
de la intimidad del hombre con la naturaleza,<br />
hombre como ser individual<br />
integrado en ella y no como humanidad<br />
intrusiva que la destruye. Quizás Alberto<br />
nos quiso decir: “Un día en la tierra<br />
el hombre fue así.” Pero mi curiosidad<br />
me hace regresar a preguntarme por qué<br />
mi lectura rebelde funcionó. Lo que sucede<br />
es que cada estrofa está concebida<br />
como una oración completa, no encadenada<br />
gramaticalmente con la siguiente,<br />
que puede funcionar como un manojo<br />
de impresiones plausibles de ser yuxtapuestas,<br />
impresiones que se viven o se<br />
pueden vivir simultáneamente y cuyo<br />
cierre se encuentra en la estrofa final<br />
que es su límite. Si hago una búsqueda<br />
similar a la que hice con “Banderolas”,<br />
me encuentro con el nombre del pintor expresionista<br />
alemán August Macke como<br />
referencia difusa. Es decir, no puedo saber<br />
qué pintura específica de Macke fue<br />
considerada en el proceso creativo (en<br />
Cromos no figura ningún poema ni pintura<br />
que se relacionen), pero estoy seguro<br />
de que hay un diálogo con el temperamento<br />
artístico del pintor.<br />
Dos aspectos me han ido quedando<br />
claros en la lectura de Poesía visual.<br />
Primero, Alberto otorga un lugar fundamental<br />
a la visualidad de la imagen literaria,<br />
a la fanopea, como le decía Ezra<br />
Pound. Segundo, su dicción poética tiene<br />
algo narrativo, algo de parábola, algo<br />
de sintaxis compleja controlada por el<br />
poeta y no únicamente juegos verbales<br />
que son delegados primordialmente a<br />
la interpretación constructiva del lector.<br />
Tal vez el poema que más se acerca<br />
a la experiencia de la dispersión de<br />
la palabra en la página es “Palomas”,<br />
cuya referencia es Pablo Picasso, y que<br />
consiste en versos distribuidos sobre el<br />
papel, simulando el vuelo de las palomas,<br />
versos que raramente están compuestos<br />
por una sola palabra.<br />
Me he detenido mucho sobre estos<br />
tres poemas pero en casi todos los de<br />
la sección “El corazón del instante” se<br />
169
pueden hallar referencias similares a<br />
pintores como Arcimboldo, Kupka, Alberto<br />
Gironella, El Greco y otros. Sólo<br />
“Chimeneas de Asnières”, que semeja<br />
justamente el fálico símbolo de la modernidad<br />
con su corona de humo, me<br />
deja en la duda, pues no lo encuentro en<br />
el libro El corazón del instante, aunque<br />
intuyo que tras él están Seurat y Van<br />
Gogh. Algunos textos más pertenecen<br />
a otros libros reunidos en El corazón<br />
del instante, como es el caso de “El alfarero”,<br />
cuya silueta parece la sombra<br />
de un tibor. Leyéndolo, inmediatamente<br />
pensamos que alude a un artesano pero,<br />
al descubrir que pertenece a El libro de<br />
los pájaros, nos damos cuenta de que se<br />
trata de un ave. A estas alturas de mi<br />
experiencia lectora puedo mencionar<br />
una tercera característica de la poesía<br />
visual de Alberto: la utilización de las<br />
sombras del texto o, para hablar como<br />
quizás lo haría un editor, “la manchas<br />
textuales”, como recurso unas veces figurativo,<br />
otras veces rítmico.<br />
“La hora y la neblina”, segunda sección<br />
de Poesía visual, contiene poemas<br />
tomados en su mayoría de la segunda<br />
reunión de doce libros que lleva un título<br />
homónimo. Lo primero que me salta a<br />
la vista es la presencia de referentes fílmicos<br />
en varios títulos: “Vagas estrellas<br />
de la Osa Mayor” (Visconti), “Trono de<br />
sangre” (Kurosawa), “Rosebud” (Orson<br />
Welles), “La ciudad blanca” (Alain Tanner),<br />
“Kaspar Hauser” (Herzog), etc. ¿Es<br />
esta otra manera de ser visual culturalmente,<br />
mentalmente? ¿Las películas<br />
comienzan a correr en nuestro imaginario?<br />
Tal vez sí, al menos me sucedió<br />
con “Kaspar Hauser”, que comenzó a<br />
proyectarse en mi mente mientras leía<br />
“Las hojas de las hayas murmuran suavemente<br />
con el primer viento del otoño<br />
como si de verdad supiesen lo que les<br />
espera”. En este caso, la mancha del<br />
poema semeja una hoja cuyo peciolo<br />
está compuesto por tres signos de admiración.<br />
Otros poemas recurren a la figuración:<br />
“La obsidiana” es un cuchillo<br />
pétreo; “El mármol” es un pecho de la<br />
estatua cuya sangre se congeló en sus<br />
vetas en la madrugada; y “Arborescencia”<br />
es el follaje de un árbol cuyo tronco<br />
es el vano entre dos pilas de versos<br />
de diferentes longitudes, que serían las<br />
ramas a ambos lados.<br />
A esta misma sección pertenece “La<br />
poesía”, composición reproducida en la<br />
portada del libro, que tiene una gracia<br />
sin igual por su sencillez y su sorpresa.<br />
El verso inicial nos dice “La poesía” y<br />
va seguido de otro, dislocado levemente<br />
hacia abajo y hacia la derecha, que<br />
completa la frase: “nos sigue”. Este verso<br />
va a ser repetido diez veces más, desperdigadas<br />
en la página. Sentimos entonces<br />
que la poesía nos acecha. Sin embargo,<br />
esta paranoia imaginaria desaparece<br />
cuando leemos los dos últimos versos<br />
al final de la página: “ayudando / a vivir”.<br />
La persecución se convierte en<br />
apoyo constante, maravilla del existir.<br />
“Textil” ya nos muestra una técnica<br />
diferente de las anteriores pues juega<br />
con la descomposición de las palabras.<br />
170
Las sombras tipográficas ahora están hechas<br />
con letras, resultado de fragmentar<br />
cadenas de palabras (palabras sin espacios<br />
entre ellas) en partes que no corresponden<br />
a divisiones silábicas sino a la<br />
conformación de veintidós sombras de<br />
texto triangulares. Un fondo rectangular<br />
de puntos une estas sombras, que se distribuyen<br />
en cinco renglones. El primer<br />
renglón tiene tres sombras, el segundo,<br />
dos, el tercero, tres, y así sucesivamente.<br />
Haciendo un pequeño esfuerzo se leen<br />
las palabras o frases: “fibra de henequén”,<br />
“plástico”, “estropajo”, “lino”,<br />
“cola de caballo”, “seda”, “ramia”, “hilo<br />
de papel”, “palma de jipijapa”, “oro”,<br />
“lengua de vaca”, etc. Todas están relacionadas<br />
de alguna manera con las<br />
artes plásticas. La impresión producida<br />
metafóricamente es que están trenzadas:<br />
el poema es un textil, un tejido,<br />
un texto.<br />
La tercera sección, que se titula “A<br />
la luz de siempre”, tiene más poemas<br />
que las dos anteriores, veinticinco de<br />
los cuales son inéditos. Por su técnica<br />
diferente, llama la atención “Sextina”,<br />
nombre de un tipo de composición de<br />
treinta y nueve versos de arte mayor, organizados<br />
en seis estrofas de seis versos<br />
cada una, más una estrofa final de tres<br />
versos. La palabra “sextina” justamente<br />
contiene siete letras que Alberto repite<br />
para formar las siete estrofas de la<br />
sextina. Es decir, la primera estrofa es<br />
un bloque de seis líneas compuestas de<br />
puras “eses”; la segunda es un bloque<br />
de seis líneas de puras “es”; la tercera<br />
es de puras “equis” y así sucesivamente,<br />
hasta que la estrofa final son tres líneas<br />
de “as”. “Lluvia” también es singular,<br />
porque los veinte versos del poema están<br />
insertados en un cuadrado lleno de<br />
pequeñas diagonales tipográficas. Así,<br />
todos los espacios que separan las palabras<br />
tienen diagonales, dando la impresión<br />
de que el poema está en medio<br />
de un chubasco. Inmediatamente, por<br />
mi mente cruza el caligrama “Il pleut”,<br />
de Apollinaire, otra forma de presentar<br />
la lluvia gráficamente. Sin embargo, en<br />
algunos versos Alberto subraya lo que<br />
pienso que es la poética principal del<br />
libro: “no para la vista / sino para la imaginación<br />
(…) no para el paladar / sino<br />
para el entendimiento”. <strong>Posteriormente</strong>,<br />
Alberto me confesó que tras el poema<br />
está la pieza de rock “Rainmaker”,<br />
del grupo Traffic, uno de sus favoritos.<br />
Todas las referencias contribuyen a la riqueza<br />
del poema, unas evidentes, otras<br />
develadas –como esta última–, otras ocultas<br />
y en espera de quien las descubra.<br />
Por último, quiero mencionar “Número”,<br />
poema basado en el desafío que se<br />
hace al lector para que encuentre la lógica<br />
de su armado: una línea de letras<br />
que se ensancha hacia sus extremos y<br />
se angosta hacia su centro esconde palabras<br />
que hay que descifrar por medio<br />
de saltos de lectura.<br />
Muchos otros poemas merecerían ser<br />
mencionados pero debo concluir esta<br />
breve reseña. Me resta sólo subrayar que<br />
Poesía visual, de Alberto Blanco, nos<br />
hace conscientes de una dimensión de<br />
171
la visualidad en poesía que había sido<br />
relegada por el propio ímpetu de ruptura<br />
del género y que es la visualidad<br />
mental producida por el propio lenguaje,<br />
pues no en balde hablamos de “imágenes<br />
poéticas”. Si muchos de sus recursos técnicos<br />
no son “sorprendentes”, ya que han<br />
sido utilizados antes por muchos poetas,<br />
el ocultamiento de las referencias previamente<br />
incluidas en sus libros El corazón<br />
del instante y Cromos surge como<br />
algo que no había visto antes. ¿Por qué<br />
en una época como la nuestra en que es<br />
tan sencillo poner en diálogo palabras<br />
e imágenes Alberto opta por obliterar<br />
las imágenes que ya había usado? Porque<br />
en el juego de la poesía visual hace<br />
falta subrayar la visualidad mental producida<br />
por el lenguaje y no sólo la visualidad<br />
material de las grafías que le dan<br />
cuerpo en el papel. El lenguaje es algo<br />
complejo, pero feliz, es la fuente de la<br />
poesía. Esta reseña carece de imágenes<br />
por esa misma razón.<br />
Geografía en disolución<br />
Alejandro Badillo<br />
Eduardo Antonio Parra (comp.), Norte. Una<br />
antología, Era / Fondo Editorial de Nuevo<br />
León / Universidad Autónoma de Sinaloa,<br />
México, 2015, 329 p.<br />
¿Cómo delimitar una geografía literaria?<br />
¿Cómo encontrar puntos en común en<br />
los cuentos de cuarenta y nueve narradores<br />
sólo partiendo de su lugar de nacimiento<br />
o identificación con un territorio?<br />
Me parece que, con cada nueva antología<br />
que se sustenta en el lugar de origen de<br />
los autores, queda en evidencia la inutilidad<br />
de tomar al pie de la letra este<br />
atributo como motivo principal de una<br />
reunión de textos. En el prólogo del libro,<br />
Eduardo Antonio Parra –a la sazón<br />
nacido en León, Guanajuato– habla de<br />
pulsiones y escenarios que sólo pueden<br />
capturar los escritores norteños: “Otra<br />
intención es la de dejar en claro que la<br />
narrativa norteña forma parte de una<br />
tradición sustentada en una genealogía<br />
de autores que, por lo menos desde los<br />
albores del siglo xx, reflejan en sus relatos<br />
no sólo las obsesiones literarias<br />
personales que han dado forma y contenido<br />
a sus obras, sino también a las<br />
características de su ser norteño, adquiridas<br />
desde la infancia y la adolescencia,<br />
que pueden advertirse en ciertos<br />
giros del lenguaje, en las alusiones al<br />
entorno o en el carácter de los personajes.”<br />
Después de la lectura de Norte,<br />
es evidente que esta intención queda<br />
a la mitad ya que la narrativa del país,<br />
en especial el cuento, es desde hace<br />
mucho un territorio que evade lo gregario<br />
para instalarse en una búsqueda<br />
individual que, acaso, es influida por problemáticas<br />
recientes como el narcotráfico<br />
y la violencia. Ese “ser norteño” del que<br />
habla Parra y que quizá se puede vincular<br />
con lo coloquial, lo atrabancado<br />
y directo, la referencia a los paisajes<br />
172
desérticos y a un realismo que roza lo<br />
documental, lo podemos encontrar en<br />
algunos de los primeros autores recopilados<br />
en el volumen; sin embargo esta<br />
cohesión se disuelve conforme avanzamos<br />
en el tiempo y desaparece casi por<br />
completo en los autores que empezaron<br />
a publicar en el nuevo siglo. Incluso se<br />
podría discutir en qué medida conservaron<br />
sus orígenes autores norteños que<br />
pronto migraron a la ciudad de México<br />
ya que, durante gran parte del siglo xx,<br />
la capital del país concentraba la actividad<br />
cultural, periodística y literaria.<br />
Norte. Una antología se justifica, como<br />
lo apunté, con coordenadas geográficas<br />
y temporales. En la primera se tomó<br />
en cuenta a escritores nacidos en estados<br />
fronterizos como Nuevo León, Sonora,<br />
Tamaulipas y Baja California. Además,<br />
incluye a los nacidos en lugares lejanos<br />
como Guerrero y Jalisco (Julián Herbert<br />
y Luis Felipe Lomelí), pero que migraron<br />
hacia el norte. Sinaloa y Durango,<br />
aunque no son estados fronterizos, también<br />
fueron considerados. ¿Por qué no<br />
Zacatecas o San Luis Potosí? El compilador<br />
no lo explica. En el aspecto cronológico,<br />
se abarca desde Martín Luis<br />
Guzmán (1887-1976) hasta Luis Panini<br />
(1978). Esta gran línea del tiempo permite<br />
atisbar la gran cantidad de intereses<br />
narrativos cuya fragmentación es más<br />
perceptible conforme nos acercamos al<br />
final del siglo xx.<br />
Para criticar Norte. Una antología hay<br />
que entender, primero, que es una selección<br />
personal de un escritor que utiliza<br />
criterios no académicos. También hay<br />
que destacar que sólo se revela un parte<br />
de la narrativa y no su totalidad. ¿Se<br />
podría hacer una antología con fragmentos<br />
de novelas para incluir a aquellos autores<br />
que, por azares del destino, no practicaron<br />
la narrativa corta? También hay que<br />
separar el concepto de literatura con el<br />
de narrativa, gazapo en el que incurren<br />
algunos críticos y lectores. Formuladas<br />
estas apreciaciones, queda por hacer un<br />
repaso de la selección de Eduardo Antonio<br />
Parra. El compilador tiene toda la<br />
libertad de elaborar su convocatoria y<br />
las ausencias (algunos han mencionado<br />
a autores como Eve Gil, Carlos Velázquez,<br />
Eduardo Ruiz Sosa, entre otros)<br />
no tiene sentido discutirlas, ya que una<br />
antología no es un censo o un ejercicio<br />
democrático. Lo que sí se puede hacer<br />
es señalar y ponderar los cuentos publicados<br />
para –desde la trinchera del crítico–<br />
ofrecer al lector una imagen del libro<br />
y entablar un diálogo con la obra.<br />
El primer autor incluido, Martín Luis<br />
Guzmán, representa lo mejor de la novela<br />
de la Revolución Mexicana. “La fiesta<br />
de las balas” es una excepción en la<br />
antología, pues estamos hablando de un<br />
fragmento de novela, en este caso El<br />
águila y la serpiente. Es criticable incluir<br />
esta pieza no por su calidad sino<br />
porque, a diferencia del cuento, no se<br />
puede juzgar la obra completa. Esto, a<br />
mi parecer, genera cierta gratuidad en<br />
el criterio de selección. Sin embargo, la<br />
alta calidad literaria del autor solventa,<br />
a mi parecer, los escollos del género.<br />
173
“La fiesta de las balas” cuenta los pormenores<br />
de un fusilamiento masivo ordenado<br />
por un general revolucionario. Los<br />
preparativos que demoran la acción final<br />
crean una tensión que convierte a este<br />
fragmento en una pieza redonda que no<br />
deja muchos cabos sueltos. Este elemento,<br />
sin olvidar la gran factura prosística<br />
de Guzmán, vuelve pertinente su presencia<br />
en el libro. El segundo autor, Alfonso<br />
Reyes, un clásico de la literatura<br />
mexicana muy poco leído, muestra en<br />
“El hombrecito del plato” una aproximación<br />
lúdica y humorística al tema extraterrestre.<br />
El cuento, muy breve, es además<br />
una rareza por la época en la que fue escrito.<br />
Este texto resalta también en el<br />
grupo de escritores que convoca Parra,<br />
cuya escritura estuvo determinada por<br />
el realismo impuesto gracias a los cánones<br />
de comienzo de siglo y por la importancia<br />
de la Revolución Mexicana<br />
como telón de fondo. De entre los autores<br />
cercanos a este evento destacan<br />
Nellie Campobello y José Revueltas.<br />
La primera, olvidada por muchos años,<br />
participa con “El muerto”, cuento que<br />
pertenece a Cartucho. Relatos de la lucha<br />
en el norte de México. En este texto,<br />
como en toda su obra, la autora parte<br />
del testimonio para fabricar pequeñas<br />
viñetas, estampas de la vida durante la<br />
Revolución que mezclan, con mucha<br />
fortuna, la crudeza de la muerte con el<br />
asombro de la poesía. Revueltas, otro<br />
explorador del lenguaje y de la condición<br />
humana, participa con “Barra<br />
de Navidad”. Creo que, analizando la<br />
cuentística del autor, tendrían méritos<br />
cuentos más redondos, en donde se explota<br />
más un universo mítico y demoledor,<br />
como “Dios en la tierra”. Sin embargo el<br />
compilador, quizá por capturar la atención<br />
de jóvenes lectores –asunto que<br />
también menciona en el prólogo–, opta<br />
por este cuento más accesible para quien<br />
se acerca por primera vez a la narrativa<br />
de Revueltas.<br />
El grupo que sigue a esta, por así llamarla,<br />
primera generación, es desigual y<br />
se advierten algunas apuestas, para mi<br />
gusto fallidas. Los autores nacidos entre<br />
1920 y 1960 son nombres fundamentales,<br />
con una gran apuesta estilística como<br />
Jesús Gardea y Daniel Sada. Ambos autores,<br />
además, recrearon en clave simbólica,<br />
poética, los escenarios del norte del país.<br />
Gardea, quien practicó en igual medida<br />
la novela corta y el cuento, es uno<br />
de los narradores que llevaron al límite<br />
la exploración del lenguaje. Desde Los<br />
viernes de Lautaro (1979) hasta Tropa de<br />
sombras (2003) –sin olvidar los libros<br />
póstumos que, por desgracia, no se han<br />
publicado– dibujó, en trazos cada vez<br />
más complicados, el aislamiento, el calor<br />
y la desolación del norte. “Como en el<br />
mundo”, cuento de su primer libro, nos<br />
muestra a un Gardea que aún no explota<br />
todas las dimensiones de su lenguaje<br />
pero que ya anuncia, con este texto, su<br />
personaje arquetípico: un hombre consumido<br />
por el tiempo, que levita entre la<br />
tierra y los fantasmas que evoca el desierto.<br />
Daniel Sada, más visible para el<br />
mundo editorial, comparte la experimen<br />
174
tación de Gardea a través del ritmo de<br />
la prosa antes que la creación de imágenes<br />
deslumbrantes. En “Cualquier<br />
altibajo” se utiliza de trasfondo un juego<br />
de beisbol para llevarlo al territorio<br />
del corrido, la leyenda y, por supuesto,<br />
la artesanía verbal valorada por muchos<br />
críticos y pocos lectores. Federico Campbell,<br />
Ignacio Solares, Élmer Mendoza y<br />
Víctor Hugo Rascón Banda son incluidos<br />
con cuentos de bajo perfil. Me parece que<br />
el compilador los integra, simplemente,<br />
por la importancia de sus nombres dentro<br />
de la geografía literaria sin atender necesariamente<br />
a la calidad de los cuentos<br />
publicados. Algunos textos transcurren,<br />
casi con desgana, hasta un final que se<br />
antoja previsible. No hay mayor complejidad<br />
narrativa y el único enfoque es contar<br />
una historia sin distracciones y con<br />
una técnica solvente pero muy simple.<br />
Creo que es en este aspecto en el que<br />
naufragan muchas antologías narrativas:<br />
con el afán de incluir nombres que pertenecen,<br />
por así decirlo, a un canon, se<br />
utiliza una mirada condescendiente, pues<br />
los compiladores saben que esos convocados<br />
son mejores con obras de largo aliento<br />
pero que tienen que estar en una reunión<br />
de cuentos por un compromiso implícito.<br />
Dentro de este grupo generacional debe<br />
resaltarse la narrativa de César López<br />
Cuadras –autor, para muchos, desconocido–<br />
que muestra en “El león que fue a<br />
misa de siete” un espléndido relato que<br />
mezcla la fábula, la parodia y un humor<br />
sutil que desemboca en un final que evade<br />
el lugar común. Esos autores, medio<br />
olvidados por las grandes editoriales y<br />
a veces rescatados por alguna institución<br />
de gobierno, no son comparsas de<br />
sus compañeros más renombrados; merecen<br />
un amplio estudio y una difusión<br />
mucho mayor que la que han tenido.<br />
El tercer grupo, compuesto por muchos<br />
nombres, de los nacidos entre 1960<br />
y finales de la década de los setenta, es<br />
también irregular, aunque varios de ellos,<br />
sobre todo los más jóvenes, aún están madurando<br />
su escritura y falta ver sus frutos.<br />
Este bloque generacional es el que<br />
pone en jaque la construcción del “ser<br />
norteño” del que habla Parra en el prólogo.<br />
Hay varios factores que inciden<br />
en que, más allá de la calidad, haya una<br />
fragmentación constante en los intereses<br />
y estilos. Como teorías plausibles se<br />
puede mencionar la migración de los autores,<br />
influencias literarias cada vez más<br />
diversas, algunas incluso encontradas.<br />
A pesar de que un autor nacido en el norte,<br />
que comenzó a publicar a finales del<br />
siglo xx y ya no tuvo la imperiosa necesidad<br />
de migrar a la ciudad de México para<br />
entrar en contacto con el mundo cultural,<br />
hay que recordar que la migración no es<br />
necesariamente física sino intelectual,<br />
de interacción con libros, información,<br />
influencias. Alguien puede escribir desde<br />
Sonora o Chihuahua y pertenecer a<br />
una cartografía muy lejana. Estos elementos,<br />
para mi gusto, han contribuido a<br />
este fenómeno. Con algunas excepciones,<br />
el tema de estos nuevos autores es la<br />
violencia con distintos matices: urbana,<br />
familiar y, como es previsible, la gene<br />
175
ada por la delincuencia organizada. Sin<br />
embargo esto no los hace distintos a los escritores<br />
del resto del país, ya que la violencia<br />
ha permeado grandes zonas de México.<br />
En esta generación son visibles la escritura<br />
de Julián Herbert, Luis Felipe Lomelí y<br />
César Silva Márquez. Los tres, con distintas<br />
apuestas, buscan aproximarse a<br />
lo violento, a la amarga realidad social,<br />
desde construcciones artificiales que lindan,<br />
sobre todo en Herbert, con lo poético.<br />
Un cuento sorprendente de un autor<br />
coetáneo es “Señor de señores”, de Miguel<br />
Tapia, poco citado en antologías y<br />
encuentros. Este relato es una muestra<br />
de la revitalización que puede tener el<br />
tema del narcotráfico, muchas veces<br />
tratado de forma simplona, cuando hay<br />
una voluntad de crear un estilo y no limitarse<br />
a contar una historia. En “Señor<br />
de señores” hay un diálogo entre<br />
el mito bíblico y el poder que subyuga<br />
a los desheredados. Usando el formato<br />
de los versículos de la Biblia, con<br />
una trasposición de nombres y títulos,<br />
Miguel Tapia construye una autoridad<br />
inplacable que aplasta a sus enemigos<br />
y recompensa a quienes obedecen sus<br />
órdenes. Semejante aproximación, que<br />
recuerda a la propuesta de escritores<br />
como Yuri Herrera, no trivializa el problema<br />
del narcotráfico sino que lo lleva<br />
a aguas más profundas, interrogándonos<br />
de qué manera los nuevos poderes<br />
inciden y moldean el imaginario social.<br />
El último norteño de la lista, Luis Panini,<br />
se acerca más al texto conceptual,<br />
que abreva de lo posmoderno. En<br />
“Gran pantalla” la violencia se justifica<br />
a sí misma y el contexto es la jungla<br />
urbana. El absurdo es la única regla y<br />
se nutre de la cultura pop, el individualismo<br />
que no conoce límites.<br />
Una antología es una lista, una geografía<br />
que revela apuestas que se cumplen<br />
o fracasan en un futuro que aún<br />
no podemos bosquejar. Quedará para la<br />
discusión si la llamada “narrativa del norte”<br />
o “narrativa del desierto” tiene futuro<br />
como grupo compacto, con búsquedas<br />
similares o una memoria compartida,<br />
como aún la quieren ver algunos nostálgicos<br />
o sucumbirá, como tantas otras<br />
narrativas regionales, ante el embate de<br />
un mercado editorial cada vez más homogenizado.<br />
Quizá sólo quede en mera<br />
etiqueta de un momento preciso. Mi<br />
profecía, a contracorriente de Eduardo<br />
Antonio Parra, es que las fronteras literarias<br />
serán cada vez más difusas hasta<br />
desaparecer. Los autores del norte, así<br />
como los del resto del país –gracias a<br />
internet y a las tecnologías de comunicación<br />
como las redes sociales–, ya<br />
for man parte de un mundo global en el<br />
que los territorios físicos pierden paulatinamente<br />
su importancia.<br />
176
La simpatía como<br />
forma de la crítica<br />
Fernando Fernández<br />
Ignacio Ortiz Monasterio, Compás de cuatro<br />
tiempos, Ediciones La Rana / Casa de Muñecas<br />
Editorial, México, 2015, 70 p.<br />
Es indudable que puede practicarse una<br />
crítica sin que medie la simpatía; en<br />
realidad, con frecuencia presenciamos<br />
ese fenómeno: artículos y aun ensayos<br />
elogiosos, no pocas veces colmados de<br />
inteligentes argumentos, que no provocan<br />
en nosotros sino la más perfecta<br />
indiferencia. Lo que no creo que sea<br />
posible es hacer una crítica profunda y<br />
duradera sin que vaya acompañada de<br />
ese sentimiento que el diccionario define<br />
como “inclinación afectiva entre personas,<br />
generalmente espontánea y mutua”.<br />
Es ese género de crítica el que me entusiasma<br />
y me sirve como lector. Lejos<br />
estoy de decir que soy capaz de practicarla<br />
con éxito yo mismo, pero bien<br />
que puedo intentarlo, como haré en los<br />
párrafos que siguen.<br />
Conste que bien me doy cuenta de<br />
que la definición del diccionario utiliza<br />
la palabra “personas” –porque le resulta<br />
esencial para describir el término<br />
y le parece connatural a su significado–.<br />
¿Cómo aplicar entonces ese sentimiento<br />
a la relación que se establece<br />
entre cualquiera de nosotros, es decir<br />
una persona, digamos un lector, y un<br />
objeto, por ejemplo un libro de cuentos?<br />
La respuesta es fácil, aunque ahora no<br />
se me ocurra ofrecerla si no es con otra<br />
pregunta: y es que, bien mirado, ¿no<br />
tiene un libro, de los que nos agradan,<br />
una personalidad y un carácter propios<br />
que nos hacen pensar que son algo<br />
más que tinta y papel?<br />
Habrá quien, siquiera momentáneamente,<br />
se manifieste de acuerdo conmigo<br />
–aunque sólo sea por amabilidad,<br />
o por permitirme seguir adelante para<br />
ver si acabo de una vez por todas– pero<br />
que no dejará pasar, sin señalármela, la<br />
palabra “mutua” que aparece también<br />
en la definición del diccionario, la cual<br />
dice, muy a las claras, que la simpatía es<br />
la “inclinación afectiva entre personas,<br />
generalmente espontánea y mutua”. ¿Puede<br />
ser mutua la simpatía entre un libro y<br />
la persona que lo lee? Acaso por el hábito<br />
socrático, latente siempre en nosotros,<br />
no puedo responder tampoco en<br />
esta ocasión si no es con otra pregunta:<br />
y es que ¿cuántas veces no hemos sentido<br />
que cierto relato tiene algo que nos<br />
sirve precisamente a nosotros, que es<br />
a nosotros a quienes habla? Quizás no<br />
sea imposible extender algo las cosas y<br />
decir que ciertas obras sienten algo por<br />
nosotros, por ejemplo una cierta “inclinación<br />
afectiva espontánea”.<br />
Digo todo esto porque, más allá de la<br />
simpatía que me une a la persona de<br />
Ignacio Ortiz Monasterio, que ha sido,<br />
como exige la definición, por un lado “inclinación”<br />
y por el otro “afectiva”, y sin<br />
ninguna duda (exactamente como se dio<br />
en el sentido más estricto e histórico en<br />
177
tre nosotros) “espontánea y mutua”, su<br />
primer libro llegó a mis manos cuando<br />
lo necesitaba, precisamente cuando podía<br />
hablarme, en el momento en que me<br />
ofreció su simpatía y se abrió para mí,<br />
como un amigo o algo más.<br />
Ese relato no fue el primero que leí,<br />
de los cuatro que conforman su bello Compás<br />
de cuatro tiempos, sino el segundo o el<br />
tercero, porque primero me abrí paso por<br />
el cuento que inaugura la pequeña serie,<br />
el que se llama “¡Colisión!” Ya en<br />
él percibí las característica básicas de<br />
la literatura de Ortiz Monasterio: una<br />
sencillez no poco elaborada, que trabaja<br />
a partir de singulares experiencias<br />
en un lenguaje ya personal, que a pesar<br />
de su frescura y su sentido del humor<br />
posee una elegante dosis de desengaño<br />
y melancolía.<br />
Fue en el momento en que llegué al<br />
cuento llamado “Retrato de mujer con<br />
mascota” cuando, empapado de simpatía<br />
–es decir de inclinación afectiva espontánea<br />
y mutua–, me embarqué en el<br />
delicado y compasivo relato de los últimos<br />
días de la perrita callejera Anastasia,<br />
y sentí a fondo las calidades del<br />
lenguaje y el pensamiento de Ortiz Monasterio.<br />
Como hablamos de personas,<br />
de la persona que lee y de la persona<br />
que transmite lo que ha vivido, sea el<br />
autor o su obra por interpósita persona,<br />
me veo obligado a referir un pequeño suceso<br />
íntimo para dejar establecido hasta<br />
dónde fue un asunto personal el que me<br />
hizo leer con tanta simpatía ese cuento:<br />
a finales de agosto pasado, murió un<br />
animalito con el que viví los últimos<br />
cuatro años de mi vida, y su pérdida, ya<br />
que teníamos una coexistencia rica en<br />
comunicación, perfectamente adaptada<br />
a una rutina fructífera para ambos,<br />
fue dolorosa para mí.<br />
Dicho esto, puedo contar que al leer<br />
“Retrato de mascota con mujer” sentí<br />
que el relato mismo mostraba su inclinación<br />
por mi persona, de manera natural<br />
y no pedida, y fue gracias a él que<br />
pude ver la profundidad de mis propios<br />
sentimientos; la compasión que produjo<br />
en mí el personaje del cuento de Ortiz<br />
Monasterio me ayudó a definir la muy<br />
honda que sentía yo mismo por mi propia<br />
compañera recientemente perdida.<br />
¿Y cómo no, a través de la conmovedora<br />
historia de la perra Anastasia, recogida<br />
en la calle a punto de morir, empapada<br />
de lluvia, enclenque y coja, con las<br />
ubres largas y secas, como de quien<br />
acaba de parir en las peores condiciones,<br />
sin huella de ninguna de sus crías,<br />
abandonada en un pedazo de césped<br />
asilvestrado y cualquiera, a un lado de<br />
los autos que corren? ¿Y cómo no, a través<br />
de la intensa relación que se establece<br />
entre Anastasia y la Antonia del<br />
relato, quien fue, como pide el epígrafe<br />
de Unamuno que encabeza el texto,<br />
como una diosa para ella?<br />
He tenido la idea de escribir un relato<br />
sobre mi propia convivencia con<br />
aquel animalito, algo más que aquellos<br />
deliciosos apuntes de Miguel Delibes<br />
sobre sus perros de caza y compañía, y<br />
acaso más bien como ese bellísimo libro<br />
178
llamado Mi perra Tulip, del memorioso<br />
editor Ackerley, por referirme a los dos<br />
primeros ejemplos de literatura sobre<br />
animales que acuden a mi cabeza. No<br />
sé si lo haré; por ahora, he dado con el<br />
cuento de Ortiz Monasterio y me ha parecido<br />
que en su contenida y hermosa<br />
reflexión sobre el amor incondicional<br />
con que corresponden los animales al<br />
amor que les damos por nuestra parte,<br />
por cierto sin ningún miedo, está el<br />
sentido todo de la tentativa.<br />
Alguien podría reprochar que uno de<br />
los cuentos, el que se llama “Sima y sol”,<br />
tiene diferencias notorias que lo acaban<br />
apartando de los otros tres. Acaso tenga<br />
razón: por la fibra narrativa que está<br />
en los otros y que está ausente en este<br />
relato, que es más reflexivo y estático.<br />
Nada hay en los otros cuentos del encierro<br />
de que se habla en sus páginas, encierro<br />
que es el del personaje que narra,<br />
metido en una habitación de estudiante,<br />
lejos de su país y de su idioma, en<br />
un viaje hacia la introspección, y una<br />
suerte de oscuridad que contrasta con<br />
el contenido luminoso y abierto de los<br />
otros tres relatos. Pero, si lo pensamos<br />
mejor, no creo que haya tanta distancia<br />
entre ellos: bien veo que ese cuento es<br />
como una colmena ardua y concentrada<br />
en donde se ha fabricado, como en un<br />
encierro genésico, el hilo fino con que<br />
Ortiz Monasterio ha trazado las otras<br />
tres, delicadas, historias.<br />
Sin abusar del que voy a llamar, quizás<br />
de manera imprecisa, el método<br />
biográfico, diré que algunas de las virtudes<br />
que reconozco en la persona de<br />
Ignacio Ortiz Monasterio las veo trasladadas<br />
a sus cuentos. Me gustaría detenerme<br />
en algunas de ellas, pero me<br />
conformaré con una sola: el sentido del<br />
humor. Es el que aparece ya en las primeras<br />
páginas del libro, en el relato “¡Colisión!”<br />
que mencioné antes, cuando su<br />
autor describe el Datsun modelo 1982,<br />
hatchback, en el que viaja el narrador con<br />
dos compañeras de universidad cuando<br />
se produce el siniestro a que alude su<br />
título; es el mismo humor que matiza<br />
suavemente las últimas, en el cuento<br />
“Un colibrí en casa”, que me lleva a<br />
la imaginería austera, finamente irónica,<br />
de los cartones humorísticos de mi<br />
amigo Ros.<br />
Pero veamos un caso en concreto de<br />
ese humor. En por lo menos dos de los<br />
cuatro textos de Compás de cuatro tiempos<br />
ocurre una suerte de desplazamiento<br />
nominal, si puedo llamarlo así, de los<br />
personajes, que en el cuento de Anastasia<br />
está dado con claridad: uno sobreentiende,<br />
leyéndolo, quiénes son la<br />
Antonia y el Eduardo del relato, de apellidos<br />
Ortiz y Monasterio, y un Ignacio,<br />
que nos damos cuenta de que debe de<br />
ser el narrador, casi con toda seguridad<br />
el hijo de esa pareja, y que puede reconocerse<br />
desplazado a una discreta<br />
tercera persona…<br />
Me parece que esa virtud alcanza un<br />
desarrollo delicioso precisamente en el<br />
cuento que cierra el conjunto, “Un colibrí<br />
en casa”, donde Ortiz Monasterio,<br />
citando el recurso de la narrativa del siglo<br />
179
xix, si es que no me equivoco, típico por<br />
cierto en las novelas rusas, donde aparece<br />
de pronto un conde (y aquí una letra<br />
mayúscula, en el lugar de su nombre,<br />
y luego un asterisco [*]), llega a vivir a<br />
la ciudad de (y aquí otra letra mayúscula,<br />
en el lugar de su nombre, y luego<br />
un asterisco)… Es un recurso que tiene<br />
diversas intenciones, por supuesto,<br />
entre otras la de mantener en secreto, o<br />
en un plano de discreción suficiente, los<br />
datos exactos de los personajes de quienes,<br />
desde la omnisciencia de los autores,<br />
vamos acaso a saberlo casi todo.<br />
Citando, quiero decir, ese recurso, Ortiz<br />
Monasterio bautiza a los personajes<br />
de su relato de esa manera –quiero decir<br />
el matrimonio que recibe en casa<br />
a un colibrí rescatado, al igual que la<br />
perra Anastasia, de una muerte segura<br />
en la calle–. Por eso, quienes acogen al<br />
indefenso pajarito se llaman, ella “B”,<br />
y luego tres puntos suspensivos flotados,<br />
como si fueran asteriscos, y él “I”<br />
(“I” de “Ignacio”, nos gusta pensar a<br />
nosotros) y luego tres puntos suspensivos<br />
flotados…<br />
Una prueba del delicioso sentido del<br />
humor de este escritor es que cuando la<br />
pareja bautiza al colibrí, que se ha quedado<br />
a vivir con ellos, al menos en tanto<br />
se recupera, Ortiz Monasterio cuenta<br />
que lo bautizan como Ch (es decir con<br />
las letras ce y hache) y a continuación,<br />
mostrándose irónico, y fiel al recurso (en<br />
esa fidelidad están su ironía y el humor<br />
delicados y magníficos), añade los tres<br />
puntos suspensivos flotados… Confieso<br />
que en ese preciso instante solté<br />
la carcajada más sincera, afectuosa y<br />
colmada de simpatía de todas las que<br />
acompañaron mi lectura de su libro.<br />
Quisiera decir mucho, pero me limito<br />
a estos apuntes por cuestiones de espacio<br />
y tiempo. Sólo añadiría algo más: que<br />
me supo a poco, que las apenas cincuenta<br />
o sesenta páginas de Compás de cuatro<br />
tiempos me parecieron poco y que ahora<br />
me gustaría leer más de esta pluma<br />
inteligente, honda y compasiva. También,<br />
que auguro que un espléndido narrador<br />
está preparándose para darnos una sorpresa.<br />
Extraños placeres: la obsesión<br />
lingüística de Wolfson<br />
Víctor Roberto Carrancá<br />
Gabriel Wolfson, Profesores, conaculta,<br />
México, 2015, 94 p.<br />
La línea entre la prosa y la poesía: frontera<br />
inevitable (sea solamente ficción de<br />
críticos, sirena cantada por marinos igual<br />
de esquivos que sus musas), es desvelo de<br />
muchos escritores que, como Gabriel<br />
Wolfson, se obsesionan con desmenuzar<br />
el lenguaje, hacerlo propio, transformar<br />
la narrativa en cavilación sintáctica, batalla<br />
entre el significado y el significante.<br />
Profesores, libro de cuentos (o metacuentos,<br />
o cuentos imposibles, o re<br />
180
flexiones sobre la imposibilidad de los<br />
cuentos) del escritor Gabriel Wolfson,<br />
disputa con esa capacidad analítica,<br />
llevada a lo inclasificable, de la actividad<br />
literaria. La obra corresponde a un<br />
autor fascinado con las palabras. Wolfson<br />
se ciñe como un diletante, igual un musicólogo,<br />
del verdadero sentido de una<br />
frase. La cuentística se vuelve hostilidad<br />
semántica, agujero negro, enfermedad y<br />
cura.<br />
“Durmiendo con el enemigo”, me remonto<br />
al título de alguna película trivial<br />
porque es justo lo que hace este escritor:<br />
yacer con las palabras, presumirlas<br />
aliadas, subestimarlas a pesar de que nos<br />
mantienen en vela, ojos abiertos, expectantes,<br />
sedientos. Wolfson no es un escritor<br />
sencillo, tampoco cuentista de prosa<br />
inhibida. Se trata, más bien, de un cazador<br />
de epifanías lingüísticas, de revelaciones<br />
que se postergan hasta lo inevitable. La<br />
trama de un relato, la argucia cuentística,<br />
avanza a la par de las digresiones<br />
gramaticales, de la trampa del lenguaje.<br />
Caemos, pues, fuerte y directo, en este<br />
pozo que refleja nuestras obsesiones<br />
(de naturaleza distinta, claro está, pero<br />
obsesiones al fin), y que contrapone esa<br />
conceptualización de que el cuento es<br />
unidad-efecto, vuelta de tuerca, exposición<br />
prosaica. Wolfson es, por el contrario,<br />
rompimiento de reglas, aniquilación<br />
de estructuras.<br />
Lo anterior se aprecia desde “Rima”,<br />
el primero de los tres cuentos (o metacuentos,<br />
o cuentos imposibles, o reflexiones<br />
sobre la imposibilidad de los<br />
cuentos) que conforman Profesores. Aquí,<br />
la enfermedad lingüística, la obsesión<br />
gramatical, son el personaje de la historia<br />
y Jota Ce, profesor que acaba de<br />
perder su empleo, el recipiente de una<br />
trama que no logra desenvolverse por<br />
la búsqueda de ese sentido. Las frases,<br />
los hexasílabos, el rimo y la rima, son el<br />
obstáculo de la anécdota, un llamado a<br />
no pasar por alto los pequeños detalles,<br />
a buscar en las esquinas, “en el rincón<br />
más apartado de la casa”, al insecto<br />
narrativo, el parásito literario, la enfermedad<br />
de quien va más allá de lo que<br />
nuestras ideas acomodan en torno al<br />
desarrollo de una historia.<br />
“Rima” nos comprueba que el ejercicio<br />
literario no parte de una idea precisa,<br />
que no deviene en un punto definido en<br />
el espacio temático, sino que se desarrolla<br />
conforme avanza. Crece al rodar,<br />
como bola de nieve. Las dudas, entonces,<br />
se apilan como cartas, las preguntas<br />
forman torres que se balancean por<br />
el viento: ¿qué sucede con Jota Ce?, o,<br />
en todo caso, ¿qué se supone que debería<br />
suceder con Jota Ce? Su reflexión,<br />
por tanto, es minuciosa. El entorno en<br />
el que se desenvuelve es una metáfora de<br />
su existencia trunca: “Atrás de la puerta,<br />
y no atrás del clóset o del baño, es<br />
el rincón más apartado de la casa: frase<br />
ideal para un examen, piensa Jota: arguméntese<br />
a favor de la aseveración anterior.<br />
Eso tendría que decir el examen,<br />
desarrolle un argumento que sostenga<br />
la aseveración anterior. El problema es<br />
que Jota ya no tiene alumnos y ha de<br />
181
esolverlo él: atrás de la puerta es el<br />
rincón más apartado de la casa porque<br />
la puerta es un límite de la casa, una<br />
función de la casa y no un conjunto que,<br />
aun si al interior de la casa, constituyera<br />
un ente distinto a la casa.”<br />
A pesar del discurso metalingüístico,<br />
Profesores expone, como una unidad<br />
temática, el asunto magisterial desde<br />
distintas perspectivas. Los personajes<br />
de los tres cuentos se vinculan con el<br />
medio educativo; sin embargo, éstos fungen,<br />
únicamente, como modelo crítico:<br />
las reflexiones que giran en torno a ellos<br />
(y a partir de ellos) convierten un tópico<br />
controvertible en algo trivial, accesorio.<br />
Lo sustancial está en lo narrativo,<br />
en la imposibilidad de la anécdota. De<br />
ahí que el episodio concerniente a Jota<br />
Ce se detenga en las reflexiones de este<br />
personaje, en el devaneo gramatical que<br />
le ayuda a deconstruir su escenario: el<br />
edificio en donde vive, las personas que<br />
cohabitan en éste, las actividades que los<br />
ocupan: “Pero en este lugar, dice Jota<br />
a un hipotético auditorio, me permite<br />
odiar a la vecina al mismo tiempo que<br />
me impide saber quién es.”<br />
Jota Ce no es un conocedor sensorial,<br />
no elucubra a través de los sentidos;<br />
lo hace, en realidad, por medio de<br />
significantes: el sonido de unos pasos<br />
determina si un inquilino está ausente,<br />
si parte al trabajo o si ya ha regresado;<br />
lo anterior, a pesar de que este personaje<br />
nunca ha visto a sus vecinos, que<br />
jamás ha cruzado palabra con alguno de<br />
ellos. Lo suyo es especulación, simulacro,<br />
quimera: “Si escucha ruidos y hay<br />
luz, las nueve de la mañana.”<br />
En “Ve”, las disertaciones sintácticas<br />
son todavía más contundentes. Desde el<br />
inicio del relato, sabemos que el narrador<br />
recibe una carta. Por lo mismo, la<br />
trama se desarrolla desde ese “otro” e,<br />
incluso, sobre lo que se conjetura sobre<br />
aquél. Las hipótesis versan, entonces,<br />
sobre qué debería suceder, nunca<br />
sobre lo cierto. Una punta del iceberg a<br />
partir de la cual se conserva la potencialidad<br />
del personaje: en este caso de<br />
“A” (de anónimo, de anodino, anacrónico),<br />
cuya perspectiva crece por medio<br />
de esa metanarrativa epistolar: “Digo<br />
A por comodidad. Es más fácil decir A<br />
que decir antiguo, arnoldo, abeja, aritmética.<br />
A se llama Arnoldo, nombre que<br />
no lo convence mucho, así que si yo escribo<br />
una carta pongo Querido A. Por<br />
comodidad y por respeto a las manías<br />
ajenas; A. (Y esta será la única vez que<br />
la palabra arnoldo aparezca en lo que<br />
yo diga.)”<br />
Es difícil no encontrar asideros externos.<br />
Autores que presenten un punto<br />
de comparación con la obra de Gabriel<br />
Wolfson. En el caso de Profesores, me<br />
viene a la cabeza el ejercicio inacabado<br />
de Pablo Palacios. Su obra reiterativa,<br />
cazadora de inventiva lingüística.<br />
Su libro de cuentos, Un hombre muerto a<br />
puntapiés, presenta relatos que se empatan<br />
con este discurso espiral, que repercute<br />
en el ejercicio mismo de lo escrito,<br />
así como en aquello que debería escribirse.<br />
En Wolfson hay un eco de “Las<br />
182
mujeres miran las estrellas” o “Relato<br />
de la muy sensible desgracia acaecida<br />
en la persona del joven Z”. Su disertación<br />
alcanza, incluso, la pulcritud estilística<br />
(dotada de esa irascibilidad del<br />
lenguaje) que Palacios experimentó en<br />
dos novelas: Débora y La vida del ahorcado.<br />
Ambas son obras de lo imposible,<br />
ditirambos que dan vuelta sobre sí mismos<br />
al tratar de desentrañar el sentido<br />
literal de lo que se escribe. Se trata, al<br />
igual que en Profesores, de colocar la<br />
prosa en una plancha para cadáveres,<br />
a fin de realizar una necropsia: visualizamos<br />
lo absurdo, lo extremo e inconmensurable<br />
del lenguaje.<br />
A todo esto, la lógica siempre reclama<br />
asideros. De ahí que el libro no se<br />
resuma a una reflexión inconexa, sino<br />
que también busque elucubrar un sentido<br />
crítico del aspecto magisterial. Profesores<br />
es, en parte, la trama medular<br />
de los relatos que abordan el aspecto<br />
académico, visto también desde las obsesiones<br />
de los académicos, portavoces<br />
de esa entelequia lingüística, ofuscados<br />
tejedores del sentido de una frase, un<br />
axioma, un pensamiento: Jota Ce, A, el<br />
Contador, personajes homogéneos en<br />
ese sentido de que se cuentan “desde el<br />
otro”, igual de irreales que las misivas<br />
que envían, que las presencias inasibles<br />
que los rodean, se trate de personas<br />
o mascotas como en el caso de Rufino:<br />
“Podría decirte, escribiría el viejo, escribe<br />
A, que Dora tiene unas manos muy<br />
grandes y carnosas, lo cual noté inicialmente<br />
porque Dora me ayuda en muchas<br />
de mis actividades cotidianas. Aquí seguiría<br />
varias líneas que describieran<br />
algunos rasgos físicos de Dora, pero quien<br />
escribiera esto, escribe A, tendría que seleccionar<br />
términos imprecisos, palabras<br />
que pudieran caer en uno u otro lado,<br />
como creo que es quizá, escribe A, la<br />
palabra ‘carnosas’. A piensa en otras posibles<br />
opciones de as que podría echar<br />
mano quien finalmente escribiera la historia.”<br />
“Parte” es, en la misma línea, un discurso<br />
sosegado que vincula a un hombre<br />
con una joven, la segunda como plataforma<br />
de lo narrable, como aspiración de<br />
lo que debe (y puede) contarse, situación<br />
que se elucubra como cualquier<br />
otro misterio: partiendo de hechos supuestos,<br />
de conjeturas, de otros misterios,<br />
de partes y nunca totalidades. Sara<br />
acude a casa del Contador, donde debe<br />
alimentar a una mascota, Rufino, un animal<br />
del que nada se nos describe. Esta<br />
presencia puede ser cualquier cosa,<br />
igual un gato que un ente desconocido<br />
como en “El mico” de Francisco Tario.<br />
La obligación de alimentarlo es pasaje<br />
a divagaciones, igual de inasibles que<br />
en el resto de las historias: la superposición<br />
de posibilidades, de historias<br />
narrables, de vínculos entre lo que es y<br />
debió ser. “La cosa es simple: tomar las<br />
llaves, ir al departamento, abrir y entrar,<br />
prender las luces, abrir la alacena<br />
encima del fregadero y sacar la bolsa<br />
de alimento. Sara ya no conocerá el interior<br />
de la alacena, entre otras cosas<br />
porque el Contador, antes de irse, deci<br />
183
184<br />
de dejar una enorme bolsa de alimento<br />
junto al traste de Rufino Romero.”<br />
Sara es, como el resto de los personajes<br />
indirectos de los cuentos, reflejo<br />
de emociones truncas, de pensamientos<br />
suicidas. Es el “qué será” que no fue. La<br />
presencia de Rufino, por igual, enarbola<br />
el misterio que engrandece el departamento<br />
del Contador: el espacio literario<br />
en donde ocurre lo que, en realidad,<br />
no ocurrió.<br />
La literatura de Gabriel Wolfson es<br />
osada. No concede ni otorga. Las situaciones<br />
son, aun así, tan (aparentemente)<br />
triviales, que nos sentimos inmersos<br />
en un entorno kafkiano. Algo similar<br />
sucede con la “Trilogía involuntaria”,<br />
de Mario Levrero, compuesta por La<br />
ciudad, París y El lugar. Tres novelas<br />
que nos adentran en laberintos discursivos<br />
como lo hacen los tres cuentos de<br />
Wolfson. De igual manera, a pesar de que<br />
las historias se desarrollan en México,<br />
el escritor posee ese hálito de universalidad<br />
(después de todo, otro de sus<br />
temas es la falta de pertenencia), característico,<br />
también, en Levrero. Tal<br />
vez por eso, como apresurado resumen,<br />
pueda pensarse que la intención del<br />
escritor se resume en las palabras que<br />
el profesor Ancona profiere en “Rima”,<br />
una frase que domina la vida de este<br />
individuo, a pesar de que desconoce<br />
cómo debe utilizarse: “No se quién soy<br />
pero sé de lo que huyo” (así, sin coma).<br />
No sé quién es Gabriel Wolfson. Tampoco<br />
sé de qué huye. Pero estoy seguro<br />
de que, al menos, ha logrado encontrar<br />
una voz única dentro de la literatura latinoamericana<br />
contemporánea.<br />
Obsesión por las naderías<br />
Gerardo Lino<br />
Luigi Amara, Nu)n(ca, Sexto Piso/conaculta/<br />
Gobierno de Coahuila, México, 2015, 103 p.<br />
Cuando no se tiene nada que decir, aparece<br />
por azar un objeto inopinado, cuya<br />
existencia hubiera pasado inadvertida<br />
en otra ocasión, y por motivos inconscientes<br />
se torna incitante.<br />
Luigi Amara refiere en este libro tal<br />
hallazgo: la fotografía de una mujer de<br />
espaldas –viene reproducida en la página<br />
inicial y aparte en una estampa–.<br />
Una joven adulta está vestida con cierto<br />
lujo, propio de la pequeña burguesía<br />
del siglo xix; ostenta un peinado que recoge<br />
su cabellera, una peineta corta, un<br />
collar de cuentas oscuras. Es una toma<br />
inusual: oculta su cara: vemos parte de<br />
su espalda, del hombro derecho hasta<br />
el omóplato y su nuca: así quiso tomarla<br />
el fotógrafo, Onésipe Aguado, hacia<br />
1862.<br />
Entremos en el poema. Primero se<br />
nota una cualidad: es un libro en el mejor<br />
sentido, por su estructura unitaria. A<br />
diferencia de tantos, que son compilaciones<br />
de textos dispersos, yuxtapuestos<br />
más por una voluntad de publicarse,<br />
un ansia de salir a lo público a como dé
lugar, cuyo feo nombre lo dice, “poemario”<br />
–empleado mal por muchos y<br />
entendido cual debe por los menos–,<br />
este es un libro de poemas, una serie<br />
dedicada a un tema y sus variaciones,<br />
que en este caso, sí, es un solo poema.<br />
Con un estilo diáfano, versos irregulares<br />
pero medidos según la condición<br />
de cada uno, con sus debidas cesuras y<br />
espaciamientos pertinentes, la voz que<br />
refiere va presentándonos el asunto de<br />
esta foto: la mujer tomada de espaldas,<br />
sea por algún capricho de la modelo o<br />
por el juego elaborado del artista. Desde<br />
el comienzo, luego de decir que dar<br />
la espalda manifiesta un estilo, un gesto,<br />
una actitud ante las miradas, Amara<br />
cede a la tentación de hablar de enigmas,<br />
cosas no reveladas, misterios. Por ahí<br />
empieza una sensación de desasosiego:<br />
no el que la voz trata de transmitir, sino<br />
el de que el uso de tales términos nos<br />
decepcione progresivamente.<br />
Mentar el misterio casi siempre implica<br />
no comunicarlo.<br />
A pesar de ello, uno va intrigándose,<br />
esperando ver qué ha visto el poeta<br />
ante esta imagen. Y el lector acude a ella<br />
a cada rato para constatar lo que está dicho,<br />
para acercarse a ella –la imagen–,<br />
aunque muy pronto se nota que Amara<br />
está pensando en ella como si fuera<br />
una mujer verdadera, alguien que está<br />
ahí todavía y no ya muerta hace más de<br />
un siglo. Ocurre que ha trasladado sus<br />
suposiciones sobre la modelo fotografiada<br />
a otras presencias conocidas por<br />
él o de plano ausencias, mujeres que no<br />
pudieron ser, elusivas, alejándose del<br />
deseoso.<br />
Entonces uno lo acepta. Como suele<br />
decirse entre bromas, él la vio primero,<br />
la ha hecho suya a su modo, hasta donde<br />
esa imagen se lo permite, incluida la<br />
fantasía de la aproximación, del anhelo<br />
de ver su rostro o de poder comprender<br />
quién es. Así nos va enunciando los momentos,<br />
las dudas, las suposiciones que<br />
su deseo de saber le va otorgando a la<br />
figura. Hasta que se ha convertido para<br />
él, para esa voz, para el poeta, en una<br />
obsesión ineludible.<br />
Pongamos algunas líneas:<br />
Esa suerte de desnudamiento<br />
–más que accidente, una cuidada<br />
rasgadura–<br />
por donde asoma la almendra<br />
del hombro, el bosque blanco<br />
de vértebras,<br />
el engañoso y tenue laberinto<br />
Ahí la voz es asertiva, dice de modo<br />
explícito lo que le parece que el ademán<br />
insinúa, nos da una visión más allá<br />
de la evidencia y así podemos compartirla.<br />
Ojalá así fuese el libro por entero:<br />
esta imagen para mí es esto y lo de<br />
más allá. Pero el poeta titubea, no en<br />
su estilo, sino en aquello que pudiera<br />
afirmar de sus figuraciones, en eso que<br />
supone que la mujer pensaba o quería<br />
o era. Viene una serie salpicada aquí y<br />
allá de expresiones dubitativas –aparte<br />
del “como” comparativo que se le escurre<br />
con facilidad–, plagadas de “quizás”<br />
y sobre todo de la frase “tal vez”.<br />
185
Tal vez, como un papel arrugado<br />
o como una flor muerta que apretamos<br />
descontroladamente con el puño,<br />
sus labios descreían de la sonrisa<br />
De suyo, el solapista lo señala con un<br />
complaciente: “Rendido ante la infinitud<br />
del tal vez”… Estos debilitamientos de la<br />
visión del poeta son resarcidos, no obstante,<br />
por metáforas o imágenes que indican<br />
y validan su propia incertidumbre. De<br />
hecho, ya la foto ha dejado de importarle<br />
y mucho menos piensa ya en esa<br />
mujer: son sus obsesiones previas, involuntarias,<br />
activas, las que lo hacen<br />
dirimir su escritura hacia otros derroteros,<br />
otros abordajes.<br />
A través de sus asuntos personales,<br />
usando la enigmática fotografía de pretexto,<br />
Amara nos lleva por los vericuetos<br />
de sus propias preguntas acerca de<br />
las pulsiones, de la razón de la existencia,<br />
el sentido de la muerte. Entonces,<br />
pasando ya la mitad del libro, comienza<br />
ahora sí a escucharse la voz con aserciones<br />
o todavía con cuestionamientos<br />
de otra especie –sin dejar las repeticiones<br />
de ese tal vez, si bien menos frecuentes–:<br />
la “misteriosa”, la deseable,<br />
la controvertible, se ha transformado<br />
en un símbolo de lo horrible, del miedo<br />
y del acabamiento de lo vivo –lo había<br />
anunciado en las páginas iniciales: “esta<br />
mujer no puede ser / un monstruo”.<br />
Es como esos relatos que empiezan<br />
por en medio.<br />
Así, puede leerse: “un sí formándose<br />
en el humus / hirviente del rechazo”.<br />
O:<br />
la que después de revolcarse<br />
en la amargura,<br />
mira con ojos de crimen,<br />
con la sonrisa insoportable<br />
de una idiota.<br />
Tal asertividad rescata el valor de la<br />
serie. Sus cuestionamientos parecen inanes<br />
ante sus afirmaciones, así sea que<br />
destruya la verdad de aquella mujer y<br />
sobre todo de esa foto: vale esto que el<br />
veedor percibe en cuanto real para sí<br />
mismo después de tantas confusiones,<br />
dudas metafísicas, fantasmagorías de<br />
lo incierto, regodeos en el temor de no<br />
saber a ciencia cierta, especulaciones:<br />
pues el poema debería ser, más allá de<br />
sus contingentes circunloquios, un objeto<br />
redondo, una epifanía de aquello que<br />
nos falta: lo necesario –lo inevitable y<br />
fatal.<br />
Volvamos sobre ciertos defectos. Hay<br />
enunciados que por ser reflexivos, entendiendo<br />
que a la voz le hace falta discernir<br />
sus inquietudes, a veces se pasan<br />
al lado de lo ensayístico, sin que esto<br />
ahora sea un error –ya sabemos que los<br />
géneros se licuaron hace décadas–. Lo<br />
malo es que de pronto parecen dejar<br />
de cantar –así haya sido lento y en voz<br />
baja, casi murmurante su emisión– y se<br />
quedan del lado de lo meramente discursivo.<br />
Tal es la cualidad del enigma:<br />
no la belleza de lo dado,<br />
sino la que ha de inferirse;<br />
¿Se confundió Luigi Amara al poner<br />
estos renglones con un tratado? ¿Creyó<br />
186
el profe que estaba dando clase?, ¿una<br />
ponencia? Eso sí: bien escrita, o bien<br />
pronunciada. Y el poema, el canto, el<br />
estremecimiento… Y sin embargo los<br />
hay. Ya he dicho que, avanzando de la<br />
mitad hacia el final del libro, los cantos<br />
adquieren la condición de cantos; incluso<br />
con sus dejos de timidez, van aventurándose<br />
a lo que de una vez y para<br />
siempre su intuición captó a primera vista,<br />
cuando lo enfangó en subterfugios escriturales<br />
esa fotografía, esa mujer, otras<br />
mujeres y Magritte –al que usa con la<br />
obviedad del caso.<br />
Para llegar, entonces, a dilucidar esa<br />
intuición primigenia, el poeta tuvo que<br />
fletarse, sí, arriesgarse a dejarnos ver<br />
ciertos versos poco afortunados, con tal<br />
de llegar a las lindes de su asunto: o esta<br />
foto sólo es un divertimento o encierra de<br />
verdad un enigma. Al cabo, nunca sabremos<br />
quién fue esa mujer y poco nos<br />
debe importar el artista, cuyo nombre<br />
completo fue Onésipe Aguado de las<br />
Marismas (en serio: así se consigna en<br />
la página legal). Importa pues, a pesar<br />
de titubeos, discursividades, alocuciones<br />
librescas y otros ripios –inclusive el<br />
título impronunciable–, que Luigi Amara<br />
haya llegado a escribir y dejarnos leer,<br />
por ejemplo, esto:<br />
Cejas de hollín y polvo<br />
debajo de la peluca majestuosa,<br />
sombras que apenas disimulan<br />
sus párpados ausentes,<br />
y esa plasta de maquillaje<br />
por cuyas grietas se vislumbra<br />
la estofa de la nada que la anima,<br />
Entre las relecturas que hice de este<br />
libro para acercármele –¿de qué se trata<br />
esto?, ¿cuál es el caso?, ¿por qué no<br />
me golpea?–, hubo una ocasión que me<br />
hizo recordar estos versos de Borges,<br />
que acaso justifican la busca y la extenuación,<br />
el pequeño verso que vale una<br />
vida y lo mucho que un poeta deberá<br />
explorar por si algo se le da –a Luigi<br />
Amara, sin dudarlo, le queda tanto por<br />
escribir:<br />
Mis padres me engendraron para el juego<br />
arriesgado y hermoso de la vida,<br />
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.<br />
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida<br />
no fue su joven voluntad. Mi mente,<br />
se aplicó a las simétricas porfías<br />
del arte, que entreteje naderías.<br />
El tigre medirá un metro<br />
Juan Carlos Reyes<br />
Antonio Ramos Revillas, Los últimos hijos,<br />
conaculta/Almadía, México, 2015, 259 p.<br />
el hijo que valga más que yo<br />
Es bien sabido que los epígrafes en la<br />
literatura pueden ir de lo presuntuoso a<br />
lo hermético. En este caso, el que Ramos<br />
Revillas emplea con mucho tino<br />
para su novela, es un fiel reflejo del tema<br />
central de la novela: el último verso del<br />
187
poema “Obra maestra”, de Ramón López<br />
Velarde. Paternidad, dolor, gozo, esperanza<br />
en el hijo que tovadía no existe,<br />
angustia por la pérdida aún por ocurrir.<br />
Al mismo tiempo, creo que sería una<br />
simpleza decir que el único tema de la<br />
última novela de Antonio Ramos Revillas<br />
(1977), Los últimos hijos, es la paternidad.<br />
Puede ser la columna vertebral<br />
de la obra, pero ubicarla como único<br />
centro dejaría de lado otros temas como<br />
la venganza, la muerte, la presión social<br />
u otros temas sugestivos. Por ejemplo,<br />
la burbuja desde la que sus personajes<br />
hablan con distancia y apatía de la<br />
suciedad y el fango que se cuelan en<br />
su –sólo en aparencia– impoluta vida.<br />
La trama de la novela puede resumirse<br />
como si de una película se tratara.<br />
Una pareja, Alberto e Irene, pierde<br />
a su hijo nonato: el dolor los envuelve<br />
pero recula poco a poco y se vuelca en<br />
el amor a un gato. Antes de lograr olvidar<br />
un poco la tragedia, la pareja pasa<br />
por una etapa en la que no importa si<br />
su hijo es de carne y hueso: compran<br />
un pequeño robot que emula las primeras<br />
acciones de un infante recién nacido:<br />
un reborn. La habitación de ese<br />
pequeño robot-juguete-hijo es la única<br />
que los ladrones que entran una noche<br />
a su casa respetan. La pareja se siente<br />
ultrajada más aún cuando los ladrones<br />
vuelven para intimidarlos con un video<br />
del robo en el que muestran cómo maltrataron<br />
al gato-hijo, su respeto por el<br />
cuarto del reborn, y cómo se cagaron<br />
–literalmente– por la casa entera. Entran<br />
a escena policías, detectives privados,<br />
“policías y ladrones”. Alberto<br />
encuentra, por medio del detective, la<br />
casa de los ladrones y se escabulle por<br />
una colonia maloliente para secuestrar<br />
a su hija, una pequeña niña casi recién<br />
nacida. La pareja escapa con la niña al<br />
pueblo de la nana de Irene, El Sartejonal.<br />
La vida se detiene hasta que la niña enferma<br />
y muere. Alberto regresa el cadáver<br />
a la cama de sus verdaderos padres, no<br />
sabe si a manera de disculpa o venganza.<br />
Me parece que es la historia, la trama,<br />
lo que sostiene la novela de Ramos<br />
Revillas, ya que se puede afirmar<br />
que no tiene gran pericia en el lenguaje,<br />
y lo digo no como un reclamo, ya que<br />
no creo que esa sea la intención, ni del<br />
autor ni de su novela. El autor sabe su<br />
oficio y lo cumple: contar una historia<br />
de manera fluida y a ratos con buenos<br />
destellos de intriga, dolor y desesperación.<br />
El autor desarrolla una prosa consistente<br />
que, en varias páginas, logra<br />
un sólido pulso narrativo. La gran duda<br />
que me asalta es si Ramos Revillas está<br />
consciente de lo que no dice, de lo que<br />
queda suspendido en su propio lenguaje,<br />
pues es allí donde se encuentra lo<br />
mejor de la novela. Por las entrevistas<br />
que le han hecho al autor –o por lo menos<br />
las que he tenido oportunidad de<br />
leer–, no muestra éste conciencia del<br />
entramado de ideas que podrían estar<br />
detrás de la historia. No me queda claro<br />
si su narrador personaje no se detiene<br />
a pensar en varios asuntos simplemente<br />
por prisa o porque no los ve pasar.<br />
188
Si en algunos casos se puede escribir<br />
sobre un libro sin referirse directamente<br />
a su trama, es porque ahí no es<br />
donde se encuentra la médula de la escritura<br />
sino en sus temas, sus preguntas,<br />
en aquellos complejos recovecos<br />
que las palabras resguardan. En este<br />
caso, sería imposible no hablar de la<br />
trama de la novela, ya que es ahí el lugar<br />
en el que de verdad ocurren las cosas.<br />
De este asunto obtengo uno de los rasgos<br />
formales más característicos de la<br />
prosa de Antonio, un constante ocurrir<br />
que se pausa para pequeñas reflexiones<br />
sobre lo ocurrido en el vuelo. El autor<br />
mismo define su texto como “una novela<br />
sobre la paternidad, la pérdida<br />
de los hijos, pero también un thriller,<br />
una road novel”. Sí, sin duda, Los últimos<br />
hijos es una novela centrada en las<br />
acciones. Tal vez sea por ello que por<br />
momentos parece que estás leyendo el<br />
argumento de una serie de televisión<br />
contemporánea, una de ésas en la que<br />
hay ladrones, narcos, detectives privados,<br />
abultadas cuentas bancarias frente<br />
a tópicos sobre la pobreza: viejas nanas,<br />
pueblos polvorientos, niños con los mocos<br />
escurridos. Tal vez por ello también<br />
varios de los capítulos de la novela terminan<br />
a la manera de un episodio televisivo.<br />
Por ejemplo: “Me acerqué al cidí,<br />
lo recogí; en una hoja de libreta pegada<br />
con cinta, leí una frase que conocía:<br />
‘Ja, ja, ja’. Y una ame naza. Los ladrones<br />
habían vuelto a visitarnos.” O “A<br />
la cuarta semana, el asesor de riesgos<br />
nos informó que los había encontrado.”<br />
En este mismo tenor, noto que cuando<br />
requiere hacer algún movimiento temporal,<br />
no lo hace sin dejarle claro al<br />
lector de dónde es que proviene dicho<br />
desplazamiento. Regularmente utiliza<br />
objetos que disparan estos recuerdos<br />
(“…los focos encendidos mal aluzaban<br />
las paredes en donde las fotografías de<br />
nuestra boda seguían indemnes”) y,<br />
por supuesto, habla de su boda y una<br />
época en la que antes fueron felices.<br />
O también, “Irene señaló una charola<br />
de alpaca que habíamos comprado durante<br />
nuestra luna de miel en Taxco”,<br />
volviendo a aquellos días en los que un<br />
minúsculo feto muerto no había demolido<br />
su existencia.<br />
Los personajes de Los últimos hijos<br />
son comunes y corrientes, y eso los vuelve<br />
interesantes. El parecido que tienen<br />
con una clase media arribista increíblemente<br />
extendida por todo el país los hace<br />
atractivos por identificables: el que esté<br />
libre de deuda que tire la primera piedra.<br />
Alberto e Irene desean la vida soñada:<br />
un auto del año, una casa en un<br />
fraccionamiento –cerrado y con caseta,<br />
por supuesto-, una cuenta medianamente<br />
abultada, un hijito para llevarlo a<br />
la mejor escuela que puedan pagar, y<br />
ahorros para que, cuando tenga edad,<br />
poder ir a Disney. Amparo, la nana, y<br />
el resto de los personajes que viven en<br />
El Sartejonal, son entes desdibujados,<br />
cuya importancia en la trama se reduce<br />
a extras parados bajo las luces calientes:<br />
escenario o desierto, da igual.<br />
Los ladrones son, paradójicamente, un<br />
189
conjunto uniforme y al mismo tiempo una<br />
masa sin forma. Esto a pesar de que están<br />
identificados cada uno por su nombre ya<br />
que son, como el propio detective privado<br />
–Carlos Becerril–, lugares comunes<br />
encarnados. El jefe de la “familia<br />
ladrona” se llama Horacio Palomares,<br />
su hijo José Luis, su hija Carolina y su<br />
yerno Martín. Por supuesto que, como<br />
“todos” los ladrones, todos los “sujetos<br />
de barrio” tienen apodos tan ridículos<br />
como previsibles: El Tieso, El Choche,<br />
y La Tura.<br />
El bebé es una entidad flotante y compleja,<br />
ya que lo construyen una diversidad<br />
de componentes (el bebé que han<br />
perdido antes de nacer, el reborn que<br />
intentan eventualmente criar) y Betsabé,<br />
la hija que le han robado a Carolina,<br />
integrante de la banda de ladrones<br />
que entraron a su casa. Evidentemente,<br />
sobre este personaje tan poco dramático,<br />
en términos de acción, recaen,<br />
desde mi lectura, diversos significados.<br />
Por un lado, es la clara materialización<br />
de un estilo de vida que han perdido<br />
al ser sujetos de un robo; por el otro,<br />
es un objeto de deseo jamás asequible;<br />
y, por último, un individuo en el que se<br />
conjugan dolor y venganza, temas en los<br />
que el novelista profundiza a lo largo<br />
del texto.<br />
para avanzar, necesita ser padre<br />
La novela nos deja claro que existe una<br />
clara arquitectura social y cultural respecto<br />
a tener hijos, porque habría que<br />
decir que existen diferentes visiones<br />
dignas de tomarse en cuenta cuando de<br />
paternidad y maternidad se habla. Bastaría,<br />
como ejemplo, con pedir en el<br />
trabajo un permiso por “paternidad”.<br />
Es innegable que tanto hombres como<br />
mujeres recibimos una “educación estructural”<br />
sobre lo que significa ser padres,<br />
así como ser hombres y mujeres.<br />
Como bien lo dice Alberto: “Quería poseer<br />
un hijo, sangre de mi sangre, porque<br />
me habían dicho que aquél era el verdadero<br />
amor y necesitaba experimentarlo.”<br />
Yo no tengo hijos, así que no quiero<br />
recurrir a la fácil descalificación ni a<br />
la compleja discusión sobre la realidad<br />
del incondicional amor a los hijos.<br />
Ramos Revillas habla desde diversos<br />
lugares de los hijos como la máxima<br />
fuente y reserva de amor en el mundo,<br />
como el siguiente paso lógico en un “buen<br />
matrimonio”, como la marca sobre la<br />
tierra que se volverá nuestro legado.<br />
Toda obra y toda acción que el individuo<br />
realice antes de tener un hijo posee<br />
significado por sí misma, después se<br />
convierte en un esfuerzo por tu hijo, en<br />
un fresco que se va pintando conforme<br />
pasan los años, en un supuesto legado<br />
con el que se tiene que lidiar constantemente<br />
para que cumpla con su “papel”,<br />
para que sea aquello que se espera de<br />
él. Pero no pensamos que, como lo dice<br />
el autor, ni el hijo será mejor por tener<br />
padre, ni el padre será mejor por tener<br />
hijo: “Porque seguirás siendo un hijo<br />
de la chingada. Porque ni siquiera los<br />
hijos nos vuelven mejores personas.”<br />
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A lo largo de la novela el lector se ve<br />
en la necesidad de preguntarse constantemente<br />
–por lo menos uno sin hijos–<br />
si la felicidad, si el por muchos<br />
anhelado sentimiento de tener al fin una<br />
vida “completa”, sólo viene de la mano<br />
de un hijo. Alberto lucha con ese sentimiento<br />
decenas de veces y, cuando<br />
pierde a su hijo, también pierde la esperanza<br />
de plenitud: “adiós a sentirte padre,<br />
adiós a sentirte completo”, aunque poco<br />
tiempo después, una vez que ya tiene<br />
un hijo, no importa cómo –robado, tomado<br />
prestado o raptado–, el peso de<br />
la responsabilidad lo abruma: “Veníamos<br />
huyendo y, de pronto, Betsabé nos<br />
chupaba la existencia: en realidad nos<br />
hacía sus víctimas. Estábamos ahí sólo<br />
para ella, para mirarla abrir los ojos, oír<br />
sus lloriqueos. Sin Amparo, aquello habría<br />
sido mucho más dificil.” Se dice que<br />
perder un hijo es terrible, que tenerlo<br />
es grandioso, y que hay que desearlo<br />
porque otros esperan que así sea, desearlo<br />
porque inconscientemente sabes<br />
que ésa será la única huella imprescindible<br />
que dejes sobre la tierra. ¿Duda,<br />
desconcierto, incredulidad?<br />
El autor plantea en su novela otra<br />
idea que me parece sumamente interesante:<br />
la falta de hijos. No como castigo<br />
o pérdida, sino como elección. Pareciera<br />
que no tener hijos es una moda, dice<br />
el narrador. Aunque no se profundiza<br />
mucho en la idea, es evidente que la<br />
reflexión puede ser extensa y tal vez indescifrable.<br />
El autor lo dice así: “¿Por<br />
qué quería tener un hijo? ¿Para qué?<br />
Me reí de mí: qué poco contemporáneo<br />
eres, tener hijos es del pasado: ahora es<br />
adoptar mascotas, celulares, viajar por el<br />
mundo, vivir para uno, no para alimentar<br />
a otros: ahorrar para la jubilación,<br />
morir solo, aceptar la inmensa soledad<br />
sin nombre que hay en el mundo.” Yo<br />
podría aventurar que quizá somos parte<br />
de una generación víctima de un individualismo<br />
exacerbado, la cual se muestra<br />
tan infantilizada –comics, videojuegos,<br />
superhéroes, figuras de acción–, que<br />
no puede lidiar, en tanto dejarlo todo<br />
de lado, al enfrentar la vida como adultos,<br />
para arriesgarse a tener algo tan<br />
preciado y vivir todos los días con el<br />
miedo a perderlo. Tal vez no queremos<br />
otro niño al que tener que prestarle los<br />
juguetes.<br />
su cola, a fuerza de golpear contra los<br />
barrotes, sangra de un sólo sitio<br />
Ahora dos asuntos que no pasan desapercibidos<br />
en el texto de Antonio Ramos<br />
Revillas. En primer lugar aparecen<br />
a lo largo de la trama varios lugares<br />
comunes que hacen trastabillar algunos<br />
de los capítulos, ya que detienen<br />
o interrumpen una lectura fluida del<br />
texto. Aunado esto a que dichos lugares<br />
comunes provienen de un imaginario<br />
enraizado en la percepción que de<br />
las clases sociales se tiene. Entiendo<br />
que Alberto, el personaje principal, es<br />
un hombre de clase media acomodada<br />
que bien puede pensar eso, pero seguramente<br />
habría manera de salvarse de<br />
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esas empantanadas repeticiones socioculturales.<br />
Por ejemplo, la relación entre<br />
Amparo, la nana, e Irene parece salida<br />
de una telenovela. Es la mujer del<br />
campo que vino a trabajar a la ciudad<br />
y se encuentra con unos padres que<br />
no hacen caso a su hija; así que ella,<br />
con todo el amor que le ha sobrado por<br />
nunca haber sido madre, la cría como<br />
a su hija, y la propia niña le tiene un<br />
cariño casi, o tal vez mayor, como el<br />
que le tiene a su madre siempre ausente.<br />
En otro momento, en un video que<br />
los ladrones le hacen llegar a Alberto,<br />
uno de ellos dice: “Este huevudo lee<br />
mucho”, y otro contesta “Por pendejo”.<br />
Así, el narrador no sólo separa a los “ladrones”<br />
de los hombres que se ganan<br />
la vida de manera honesta –entre todas<br />
las comillas que gusten–, sino que también<br />
pretende hacer evidente, por medio<br />
de ese recurso fácil, la idea de que<br />
para la gente “pobre” cualquier gesto<br />
de gusto por cierta cultura, la lectura<br />
en este caso, es catalogado como inservible<br />
y “para pendejos”. Y así otros<br />
más: el papá de Carolina no quiere que<br />
estudie, a pesar de que ella, una buena<br />
chica atrapada en las garras de una<br />
familia de ladrones, quiere aprender<br />
radiología. O, para anotar un último<br />
ejemplo que no hace falta glosar: “En<br />
El Sartejonal no había internet, aunque<br />
sí televisión vía satélite... No tenían<br />
agua potable, pero sí televisión.”<br />
En segundo lugar, si algo no me<br />
queda claro de Los últimos hijos, es la<br />
construcción de sus personajes, especialmente<br />
Alberto e Irene: una pareja<br />
con una vida “clasemediera”, a decir<br />
de la contraportada. Creo que los personajes<br />
me llegan a parecer antipáticos<br />
por la postura que adoptan ante<br />
“la pobreza”, ante “los ladrones”, ante<br />
“los pobres”. Justifico el uso de las comillas<br />
por mi propia duda, porque no<br />
estoy convencido de que sea intención<br />
del autor que sus personajes se muestren<br />
al mismo tiempo atemorizados,<br />
profundamente lastimados, al borde de<br />
un precipicio emocional, mientras que<br />
no dejan de ser –por más que lo intenten–<br />
individuos que muestran constantemente<br />
una superioridad intrínseca<br />
hacia casi todos los demás personajes<br />
de la novela. Dice Alberto: “Apreté los<br />
dientes del enojo, porque sentía que la<br />
vida era demasiado injusta conmigo.<br />
Ahí estaba esa niña que crecería para<br />
ser ladrona. Usaría ropa sucia. Gatearía<br />
en aquel piso podrido. Pasaría fríos.<br />
Hambre.” Se presentan así personajes<br />
ensimismados que hablan de otros con<br />
displicencia y condescendencia: “Hasta<br />
los ladrones desean terminar su día<br />
con comida caliente frente a ellos.”<br />
Otro ejemplo sería la postura que Alberto<br />
tiene ante sus “trabajos” durante<br />
la época que pasan escondidos en el<br />
pueblo de la nana Amparo. “Iba y venía<br />
con mi bicicleta. No me importaba<br />
esforzarme, sudar. Incluso esa actividad<br />
física resulta curiosa, interesante:<br />
pedalear por la sierra” –dice Alberto,<br />
tomando su trabajo en la gasolinera o<br />
en el matadero de animales como un<br />
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pasatiempo para matar el ocio mientras<br />
se esconde.<br />
Los últimos hijos es una novela que<br />
nos hace preguntarnos qué tan preparados<br />
estamos para sortear decisiones<br />
que desencajarán nuestra existencia. Preguntas<br />
que pondrán en duda nuestra<br />
capacidad de empatía por el dolor ajeno,<br />
nuestro deseo de venganza hacia la<br />
propia vida que no cumple expectativas<br />
que ni siquiera eran, desde un principio,<br />
propias. Antonio Ramos Revillas<br />
escribió una novela capaz de satisfacer<br />
narrativamente, siempre y cuando se<br />
busque una historia que entretenga y<br />
evolucione conforme avanza, pero que<br />
en otros momentos se opaque ante lugares<br />
comunes y personajes unidimensionales<br />
y repetitivos. Finalmente, la paternidad<br />
sometida por el dolor y la venganza, el<br />
desconcierto ingente ante lo que somos<br />
capaces de hacer con tal de alcanzar<br />
aquello que nos hemos impuesto como<br />
deseo.<br />
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