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Hicimos algo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sayuno, antes <strong>de</strong> salir al monte, nos preparamos con la ropa <strong>de</strong><br />
cuevear y salimos todos, incluido mi padre y el chofer <strong>de</strong> la guagua, hacia la cueva.<br />
Comenzamos a avanzar por un trillo <strong>de</strong> esos que solo cabe un pie tras otro, todos en fila<br />
india. Eulogio iba <strong>de</strong> primero acompañado <strong>de</strong> su fiel perro. Le seguía mi papa, a quien<br />
le gustaba la caza y había llevado su escopeta “por si acaso” e iba caminando <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />
Eulogio. Habíamos caminado ya un buen trecho y estabamos bastante internados en el<br />
bosque, cuando el perro <strong>de</strong> Eulogio empezó a ladrar frenéticamente. Mi Papa vió que<br />
que el perro tenía acosado y acorralado a un puerco jíbaro y le pregunta a Eulogio –<br />
que no había visto el puerco - ¿Es jíbaro? y contesta Eulogio:- No, es manso.<br />
Cabe aclarar que Eulogio, era un señor ya bastante mayor y al parecer su vista y oídos<br />
no estaban ya en plenas capacida<strong>de</strong>s.<br />
Pues seguimos caminando y llegamos a la entrada <strong>de</strong> la cueva que era<br />
una solapa bastante amplia y que se encontraba en un blanco farallón a unos 200<br />
metros subiendo el mogote. Dimos un recorrido por su interior y vimos que no había a<br />
simple vista, galerías o entradas, excepto una<br />
grieta vertical, muy estrecha, como efectivamente nos había dicho Acevedo.<br />
Por ahí <strong>de</strong>saparecimos todos <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> Eulogio, <strong>de</strong> mi padre y <strong>de</strong>l<br />
chofer, quienes se quedaron fuera sentados en la solapa <strong>de</strong> entrada, por diferentes<br />
motivos, entre ellos, que no cabían por la estrecha grieta (a mi padre le hubiera<br />
encantado seguirnos).<br />
Nosotros, como éramos todos jovencitos y casi todos <strong>de</strong>lgados, pasamos fácilmente.<br />
Después <strong>de</strong> pasar la grieta recorrimos todo lo que fue posible explorar. Digo todo,<br />
porque había galerías colaterales, algunas muy bajas<br />
y estrechas, por don<strong>de</strong> solo se podía pasar agachados. Pero lo más llamativo era que<br />
estas estaban totalmente vírgenes, repletas <strong>de</strong> formaciones secundarias <strong>de</strong> todo tipo,<br />
hasta los conocidos “espaguetis” y helictitas que cubrían todo el espacio y no había<br />
forma <strong>de</strong> avanzar si no era dañándo<strong>las</strong>, por lo que <strong>de</strong>cidimos, por supuesto, no tocar<br />
esas galerías.<br />
Avanzamos por la galería principal hasta un espacioso salón, impactante también por<br />
sus prístinas formaciones. Quedamos tan impresionados con este salón que lo<br />
bautizamos como el Salón <strong>de</strong> Protocolo. Al final <strong>de</strong> este había una pequeña grieta<br />
horizontal que queda entre <strong>las</strong> formaciones por la cual se pasa gran trabajo para pasar<br />
y la cueva continua su recorrido y siguen apareciendo salones <strong>de</strong> gran belleza con<br />
abundantes<br />
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