El-buen-doctor
Paul Kalanithi, joven y prometedor neurocirujano, recibió a los 35 años un devastador diagnóstico de cáncer de pulmón. Entonces decidió escribir este libro, en el que cuenta, por un lado, qué lo llevó a dejar sus estudios literarios para dedicarse a la medicina (y en particular a la investigación sobre el cerebro humano), y cómo tuvo que llegar a un acuerdo consigo mismo para dar cierre a su vida y afrontar la muerte con valentía. A la vez un recordatorio sobre la fragilidad de nuestra existencia y un alegato por la vida valiente y vigorosa, este libro está hecho para inspirar y conmover por igual.
Paul Kalanithi, joven y prometedor neurocirujano, recibió a los 35 años un devastador diagnóstico de cáncer de pulmón. Entonces decidió escribir este libro, en el que cuenta, por un lado, qué lo llevó a dejar sus estudios literarios para dedicarse a la medicina (y en particular a la investigación sobre el cerebro humano), y cómo tuvo que llegar a un acuerdo consigo mismo para dar cierre a su vida y afrontar la muerte con valentía. A la vez un recordatorio sobre la fragilidad de nuestra existencia y un alegato por la vida valiente y vigorosa, este libro está hecho para inspirar y conmover por igual.
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Introducción<br />
Webster temía a la muerte<br />
y vio hueso bajo piel;<br />
mil cedieron, no terrestres,<br />
con sonrisa de corcel.<br />
T. S. <strong>El</strong>iot,<br />
“Whispers of Immortality”<br />
Recorrí las imágenes de la tomografía, y el diagnóstico era obvio:<br />
los pulmones estaban cubiertos por innumerables tumores, la<br />
columna deformada y un lóbulo entero del hígado destruido.<br />
Cáncer, ampliamente diseminado. Yo era un residente de neurocirugía<br />
a principios de su último año de instrucción. En los<br />
seis últimos años había examinado muchos escáneres como<br />
ésos, con la remota esperanza de que algún procedimiento pudiera<br />
beneficiar al paciente. Pero estos otros escáneres eran<br />
distintos: eran míos.<br />
No me hallaba en el área de radiología, con mi uniforme médico<br />
y mi bata blanca. En cambio, llevaba puesto un camisón de<br />
paciente, estaba ligado a un bastón de suero y, en compañía<br />
de mi esposa, Lucy, una internista, utilizaba la computadora que<br />
la enfermera había dejado en mi cuarto. Repetí la secuencia:<br />
ventana del pulmón, ventana del hueso y ventana del hígado,