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Bombas (1)

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<strong>Bombas</strong><br />

ÉL<br />

Desde lejos he venido<br />

rodando como una tusa<br />

solo por venirte a ver<br />

niña ojitos de guatuza.<br />

Las mujeres de este tiempo<br />

son como el café molido,<br />

apenas tienen quince años<br />

ya quieren tener marido.<br />

La mujer que ama a dos hombres<br />

no es tonta sino entendida<br />

si una vela se le apaga<br />

la otra ya está encendida.<br />

Ayer me dijiste que hoy<br />

hoy me decís que mañana,<br />

cuando me digas que sí<br />

ya no voy a tener ganas.<br />

Las muchachas de este tiempo<br />

son como los blancos quesos;<br />

pintaditas de la cara<br />

y chorreadas del pescuezo.<br />

Las muchachas de Progreso<br />

no les gusta dar ni un beso,<br />

en cambio las de San Pedro<br />

hasta estiran el pescuezo.<br />

ELLA<br />

Si desde lejos llegaste<br />

a yo no me digas eso<br />

mejor andá restregate<br />

esas costras del pescuezo.<br />

Los muchachos de este tiempo<br />

son como el café tostado<br />

se la tiran de jailosos<br />

y andan todos acabados.<br />

Un hombre con dos mujeres<br />

de papo se pasa a veces<br />

no cumple con sus deberes<br />

y al final paga con creces.<br />

Yo no te he dicho que sí,<br />

indio curtido y mugroso;<br />

como bien lo ves a ti,<br />

no te quiero por piojoso.<br />

Los muchachos de este tiempo<br />

solo andan de aparentones<br />

con un arito en la oreja<br />

más parecen maricones.<br />

Las muchachas de la Ceiba<br />

son bonitas y graciosas<br />

en cambio las de este pueblo<br />

son picudas y babosas.<br />

Adivinanzas


Refranes<br />

Quien bien te quiere te hará llorar.<br />

Más frases sobre:<br />

La memoria es como el mal amigo; cuando más falta te hace, te falla<br />

. Cuando el hombre es celoso, molesta; cuando no lo es, irrita.<br />

Más vale feo y bueno que guapo y perverso.<br />

Cuando el hombre es celoso, molesta; cuando no lo es, irrita<br />

Más vale feo y bueno que guapo y perverso.<br />

La probabilidad de hacer mal se encuentra cien veces al día; la de hacer bien una vez al año.<br />

Ama a quien no te ama, responde a quien no te llama, andarás carrera vana.


Leyendas<br />

El duende del nanzal<br />

Por: Hector A. Castillo.<br />

Muchos, igual que yo, juran haberlo visto: un hombrecito, orejón y barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta<br />

por un gran sombrero aludo mucho más grande que él en circunferencia. Tenia su residencia en una cueva en las<br />

profundidades de una enorme roca en una de las lomas del cerro Capiro, en las orillas de Trujillo. Por eso los<br />

trujillanos, con razón, han bautizado aquel peñasco como La Piedra del Duende. Unos compañeros de escuela<br />

atestiguaban su existencia y temerosos del que se suponía un ser infernal, se mantenian alejados de los árboles de<br />

nance cercanos a la roca, de lo que para nosotros los adolescentes, era una fruta codiciada: los nances. Lo extraño<br />

es que a pesar de que corrían de boca en boca, tantos rumores de las apariciones del duende aquel, entre estos no<br />

había tan solo uno que dijera que el gnomo le había causado daño a nadie. La gente decía que era porque aquel era<br />

un gnomo bueno; si hubiera sido de los malos, decían los trujillanos, se habrían dado cuenta hace mucho tiempo<br />

porque, simplemente, tuvieran que haber sufrido la desaparición misteriosa de algunos de sus niños. Los duendes y<br />

los gitanos, según la leyenda, tienen predilección por los niños. Recuerdo las muchas veces que mi madre usando el<br />

pretexto del duende, logró hacernos desistir, a mi hermano y a mi, de que nos fuéramos a vagar a buscar nances a<br />

los potreros de la Piedra del Duende. Temerosos de ser secuestrados por vagos y desobedientes, por este, nos<br />

autoconfinabamos a las inmediaciones de nuestro hogar en donde le gustaba a mi preocupada madre tenernos. Con<br />

la imagen del duende en mi mente, le había cogido terror a Paco, un enano que vivía en el barrio de Rio Negro.<br />

Cuando iba a ese barrio a visitar a mi tía Aurora, solía deslizarme a la casa vecina de Manuel Zepeda, a deleitarme<br />

con los ensayos de la marimba titulada Azul y Blanco, de la que era aquel su dueño y director. Completamente<br />

absorto en la actividad de los músicos ejecutando sus instrumentos, no me daba cuenta cuando Paco, que aparecía<br />

de a saber donde, conciente de que me mantenia aterrorizado, se venia por detrás de mi y acompañando con un<br />

estridente ruido que hacia al tronar la lengua con el cielo de la boca, me daba con los dedos indices, un hurgón<br />

simultáneo en los costados. Aquello bastaba para que saliera yo en desbandada, llevandome de encuentro todo lo<br />

que habia por delante. Estando tan joven, no estaba seguro de si era odio o temor, o ambos lo que le tenia a aquel<br />

infeliz enano; el caso es que lo detestaba porque veía en él un duende malo; asociaba yo a Paco con y muchas


veces sospeché que era él, el duende de la piedra. En aquellos días de mi niñez inquieta, lejos estaba yo de<br />

sospechar que muy luego me tocaría mi turno de encontrarme con el famoso duende de la piedra. Aquel día un<br />

grupo de compañeros, desafiantes habíamos decidido ir a recoger nances a la salida de la escuela, en los terrenos<br />

de la Piedra del Duende. Por una extraña coincidencia, era en esa zona en donde estaban los árboles de los nances<br />

más grandes y más dulces. Sacandolos del bolsón con que acostumbrábamos asistir a clases, nos metíamos los<br />

cuadernos y los libros entre la faja del pantalón y la barriga, para así poder usar los bolsones para los nances que<br />

eran el objetivo de nuestras travesuras. Siendo la hora como las cuatro de la tarde, estaba en su comienzo el<br />

acostumbrado coqueteo vespertino de los colores del crepúsculo tropical, con las ramas de los árboles que<br />

anticipando el misterio de la oscuridad que se aproxima- ba, parecian adelantarse a tomar formas caprichosas. Con<br />

la noche avanzando a pasos agigantados, teníamos que apurarnos para que no nos fuera esta a sorprender, y para<br />

evitar tener que contrastar con las horas del duende. Según los rumores, las horas preferidas de este eran la caída<br />

de la tarde, al anochecer. Estaba en medio de lo que, para nosotros los muchachos, era parte de la rutina nancera,<br />

que consistía en encaramarnos a los árboles para sacudir las ramas, cuando de repente desgarró el tímpano de mis<br />

oídos, un silbido espantoso. Un aterrador silbido que no podía proceder de ningún otro lugar más que de los labios<br />

del infernal duende. Se decía que los inconfundibles sonidos del duende eran su estruendoso silbido, acom pañado<br />

del monótono diptongo que los campesinos usan para arrear ganado. Desde la ventajosa posición que me ofrecía la<br />

altura de la rama en que me encontraba, podía mi vista abarcar más espacio que mis compañeros que estaban<br />

abajo recogiendo los nances. Recuerdo que al segundo silbido, volví mis aterrados ojos hacia la dirección desde<br />

donde este procedía, y fue entonces cuando lo vi. ¡Allí estaba! ¡Alli estaba el mismito duende! Venia trepando la<br />

loma dirigiendose a donde estábamos nosotros. Lo primero y lo último que le vi, fue el gran sombrero. Sin darme<br />

cuenta, me aventé de la rama aquella y hasta el día de hoy no me he podido explicar, como fue que no me reventé<br />

la vida. Emprendí una carrera desesperada dejando a mis compañeros atrás. Al oirme gritar: ¡el duende!, todos se<br />

espantaron y comenzaron a seguirme en mi desenfrenada carrera. Recuerdo que en el camino quedaba una cerca<br />

de alambre de peligrosas púas, que hasta el día de hoy, no me puedo imaginar ni como ni cuando la crucé. Fue<br />

aquella la última vez que fui a buscar nances a los terrenos de La Piedra del Duende. Jamás volví por aquellos<br />

lados. Para mi los nances de aquel maldito lugar habian quedado vedados de por vida.<br />

La Siguanaba.<br />

La Siguanaba, llamada comunmente La Siguanaba.La leyenda de la Sihuanaba dice que una mujer, originalmente<br />

llamada Sihuehuet (Mujer Hermosa), tenia un romance con el hijo del dios Tlaloc, del cual resulto embarazada.Ella


fue una mala madre, dejaba solo a su hijo para satisfacer a su amante.Cuando Tlaloc descubrió lo que estaba<br />

ocurriendo él maldijo a Sihuehuet.Ahora se llamará Sihuanaba (Mujer Horrible), ella sería hermosa a primera vista,<br />

pero cuando los hombres se le acercaran, ella daría vuelta y se convertiría en un aborrecimiento horrible.La<br />

forzaron a vagar por el campo, apareciendosele a los hombres que viajan solos por la noche.Dicen que es vista por<br />

la noche en los ríos de El Salvador, lavando ropa y siempre busca a su hijo, el Cipitio al cual le fue concedida la<br />

juventud eterna por el dios Tlaloc como su sufrimiento.Según lo que cuenta la leyenda, todos los trasnochadores<br />

están propensos a encontrarla. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres enamorados, a los don<br />

juanes que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier tanque de<br />

agua en altas horas de la noche.La ven bañándose con guacal de oro y peinándose con un peine del mismo metal, su<br />

bello cuerpo se trasluce a través del camisón. El hombre que la mira se vuelve loco por ella. Entonces, la Siguanaba<br />

lo llama, y se lo va llevando hasta embarrancarlo. Enseña la cara cuando ya se lo ha ganando.Para no perder su<br />

alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a Dios.Otra forma de librarse del influjo de<br />

la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo supremo y acercarse a ella lo más posible, tirarse al suelo cara al cielo,<br />

estirar la mano hasta tocarle el pelo, y luego halárselo. Así la Siguanaba se asusta y se tira al barranco.Otras<br />

versiones dicen que debe agarrarse de una mata de escobilla, y así, cuando ella tira de uno, al agarrase la víctima<br />

de la escobilla, ella siente que le halan el pelo. Esta última práctica es más efectiva, ya que es el antídoto propio<br />

que contrarresta el poder maléfico de esta mujer mágica.<br />

EL CADEJO<br />

El cadejo blanco existe en todo el país, de él se cuentan muchas historias, se dice que es un espíritu bueno, que es<br />

por ese motivo que protege a las personas que acompaña. "Es un guardián que permanentemente prptege al<br />

hombre".<br />

Don Sergio, un señor de 79 años, del barrio el Calvario de León, dice que salió el cadejo a la media noche, después<br />

de salir de echarse unos buenos tragos de cususa.<br />

Del barrio de Guadalupe se escuchan más testimonios sobre este misterioso animal. Doña Mariíta una anciana de 93<br />

años nos cuenta que, el cadejo es un animal que no a toda persona le sale y que protege a los caminantes<br />

nocturnos, y les digo esto, porque a mi papa el cadejo le salió y a mi hermano nunca, y los dos trasnochaban. Mi<br />

papa no tenía ningún vicio, pero le gustaba jugar billar, una noche venía sobre la calle de Guadalupe del biliar a la<br />

casa de mi mama, sintió que un perro le venia siguiendo los pasos. El perro venía tras él y entonces él se voltea y le<br />

dice: "Vállase este animal jodido que me anda siguiendo, oliéndome los pasos". El lo espantaba todo el tiempo,<br />

pero al llegar a casa el pero desaparecía y el misterioso animal a donde él iba lo acompañaba. Nunca le hizo algo<br />

mal a mi papa".<br />

EL CADEJO NEGRO El cadejo existe. dice Don Paulo Silva, un señor de 98 años del barrio de Sutiava, que existen dos<br />

clases de cadejos nos dice Don Paulo con una hermmiosa jicara llena de Liste en su mano derecha. El blanco es<br />

bueno, camina detrás de los caminantes solitarios para protegerlos por la noche de otros espíritus burlones. Sin


embargo, el cadejo negro es un espíritu malo que trata de matar a los caminantes nocturnos como nos dice su<br />

relato Don Paulo: "En el barrio de Guadalupe a Bacilio, un muchacho recio y muy conocido por andar trasnochando,<br />

lo mató una noche el cadejo negro, lo encontraron en la esquina de los billares Darce. Tenía un vecino que era muy<br />

valiente, al darse cuenta lo que le pasó a su amigo dijo: "Yo quiero que el cadejo me mate. voy a ir a espiarlo<br />

mañana". Así fue salió con un machete a esperar al cadejo y se escondió en el mero Tamarindón cerquita del Río<br />

Chiquito, cuando el animal se le apareció. ra._. Ra... Ra... Ra... Se lo hechó encima. El pobre hombre amaneció<br />

muerto.<br />

En este mundo todos estamos rodeados del bien y el mal.<br />

LA SUCIA<br />

Dicen que cierta noche un joven de un pueblo de Santa Bárbara salió de su casa a visitar una muchacha que le<br />

gustaba, la verdad es que él estaba muy enamorado. Se quedó con la muchacha hasta pasadas de las 9:00 pm.<br />

Cuando regresaba a su casa, al cruzar por una quebrada (riachuelo) vio a una joven lavando su ropa por lo que<br />

debido a que era de noche y que no había nadie más alrededor trató de seducirla sin que la muchacha le<br />

correspondiera y manteniéndolo ignorado sin darle la cara.<br />

Él, abusivo y al sentir el desprecio de la joven, trató de abusar de ella, sujetándola con fuerza y trató de apartar la<br />

enorme cabellera que le cubría el rostro de la mujer sin resultado alguno. La mujer se soltó de él y apenas alcanzó<br />

a escuchar un ligero sollozo de ésta, pero el hombre no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de seducirla.<br />

Se disculpó por el forcejeo y le dijo que lo único que quería era un beso por lo que la mujer asintió con la cabeza y<br />

él se acercó a ella, apartando su pelo para dejar al descubierto su rostro y poderlo besar. Haciendo esto se escuchó<br />

el mayor alarido que garganta humana puede escuchar y el hombre salió corriendo volviéndose loco en el acto, y lo<br />

único que exclamaba era que había visto una mujer con cara de monstruo y con un aliento pestilente. Hoy en día se<br />

dice que esta mujer se le aparece a los hombres mujeriegos en sitios solitarios de su camino y es muy conocida<br />

como La sucia por su costumbre de aparecerse lavando ropa sucia.<br />

LOS CÍCLOPES<br />

Entre los indígenas de la aún poco explorada selva Misquita existe la creencia en un ser que se asemeja a los<br />

cíclopes de un solo ojo. La antropóloga Anne Chapman recogió en los años 70 relatos que tenían por protagonista a


esta criatura y los publicó en su libro Los hijos de la muerte: el universo mítico de los sTolupane-Jicaques de<br />

Honduras. Una de estas historias se remonta a mediados del siglo pasado y habla de un indio, Julián Velásquez, que<br />

no quiso ser bautizado. Vivía cerca de la laguna Seca (Departamento de Santa Marta), pero viajó hacia la costa<br />

atlántica en compañía de un brujo. Allí encontró a una tribu de antropófagos que poseían un sólo ojo. Julián fue<br />

capturado y estuvo prisionero junto con tres ladinos (como se denomina a blancos y mestizos) para ser engordados.<br />

"Los matan con cuchillo, degollados; la carne la comen frita y la echan con manteca en una botella", cuenta un<br />

informante de Chapman. Julián Velásquez logró escapar de la infame tribu. Nunca más se ha oído hablar de tales<br />

cíclopes.<br />

informacion sacada de leyendas de Honduras.<br />

Cuentos<br />

El Anillo<br />

Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían<br />

educado bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven<br />

daba muestras de su inmenso amor por Jesucristo.<br />

A las cinco de la mañana comenzó el bullicio en las calles de Tegucigalpa. Don Francisco<br />

Espinoza se despedía de su esposa Doña Rosita con un cariñoso abrazo: “Cuida mucho a Leticia,<br />

ella es el tesoro más grande que nos ha dado Dios”, le dijo.<br />

La pequeña niña era en verdad un tesoro para aquella familia adinerada de la capital. Don<br />

Chico, como llamaban cariñosamente al jefe de familia, era un hábil comerciante. Había logrado<br />

amasar una fortuna trabajando honestamente y cuando nació la niña fue todo un<br />

acontecimiento social.<br />

Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado<br />

bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su<br />

inmenso amor por Jesucristo.


Era muy espiritual y sus compañeras de estudios se burlaban de ella cuando les predicaba,<br />

pero finalmente llegaron a respetarla y a consultarle cuando tenían problemas. “Que el espíritu<br />

Santo esté con ustedes todos los días de su vida”, les decía.<br />

El clima era excelente, el sol brillaba con toda su intensidad sobre la capital. Leticia recorría las<br />

principales calles en compañía de su novio, un joven llamado Daniel, a quien conoció en la<br />

iglesia. Tomados de las manos llegaron a La Concordia, el parque maya más lindo de<br />

Centroamérica.<br />

Una banda de palomas de Castilla se posó sobre los árboles cercanos y una a una fueron<br />

bajando al suelo cuando la muchacha comenzó a arrojarles granos de maicillo. Cuando las<br />

palomitas terminaron de comer, Daniel aprovechó la paz que reinaba en el parque para<br />

entregarle a su novia una cajita forrada con terciopelo rojo; al abrirla ella se quedó muda de<br />

asombro: era un bellísimo anillo de compromiso.<br />

Doña Rosita y su hija esperaban ansiosas sentadas en el sofá de la amplia sala; una llave giró el<br />

pomo de la puerta y apareció don Francisco llegando de su trabajo. Al verlas tan serias<br />

preguntó: “¿Qué pasa aquí mujeres? ¿Por qué tanto misterio?”. Las dos se pusieron de pie y<br />

abrazaron al buen señor: “Mirá, papá, Daniel me juró su amor entregándome el anillo de<br />

compromiso”, dijo Leticia.<br />

“Estamos muy felices”, expresó doña Rosita, “pronto fijaremos el día de la boda, ¿qué te<br />

parece?”. Abrazando a las dos mujeres con infinita ternura, don Francisco manifestó: “Gracias<br />

Señor, sabemos que el matrimonio es una bendición tuya y hoy llega a nuestro hogar”.<br />

Acto seguido elevaron una oración de gracias. “Muéstrame bien ese anillo”, dijo don Chico.<br />

“¡Qué belleza hija! Cómo se ve que Daniel te ama, es una verdadera joya”. Mientras cenaban<br />

Leticia no dejaba de ver el hermoso anillo de brillantes, señal inequívoca de su compromiso<br />

matrimonial con aquel hombre que también amaba a Jesucristo. Estaba tan emocionada que al<br />

levantarse de la silla exclamó: “No lo puedo creer papá, me voy a casar con el hombre que Dios<br />

escogió para mí”.<br />

En ese instante sucedió algo inesperado, la joven se puso pálida, temblorosa, sus padres se<br />

levantaron de sus asientos rápidamente en el instante en que ella estaba a punto de caer.<br />

“Hija, ¿qué tienes? ¡Hija!... Dios santo, ¿qué es esto?”. Cuando el médico de la familia llegó de<br />

emergencia en una ambulancia no se pudo hacer nada, Leticia estaba muerta. Amigos,<br />

familiares y miembros de la iglesia acudieron a la vela de Leticia, sus ex compañeras de colegio<br />

y de universidad estaban ahí presentes lamentando lo sucedido. Daniel se culpaba. “Se<br />

emocionó tanto con ese anillo, yo tengo la culpa”, se reprochaba.<br />

El sepelio se programó para las tres de la tarde del día siguiente. La joven se miraba tan linda<br />

en el ataúd, la mamá la había maquillado, le puso las manos sobre el pecho y en uno de sus<br />

dedos brillaba intensamente el anillo de compromiso. “¿Viste el anillo? Es de brillantes”,<br />

preguntó Dagoberto Urrutia. “Sí, ya lo vi”, contestó Mario Manzanares.<br />

En el cementerio general hubo llanto y dolor, dos pastores religiosos hicieron uso de la palabra


ponderando las virtudes de la difunta. La tarde llegó y al final todo quedó en silencio. Horas<br />

después, saltando sobre las tumbas del cementerio, dos hombres que llevaban palas y piochas<br />

llegaron hasta la tumba de Leticia y comenzaron a excavar. Pronto llegaron hasta el ataúd y lo<br />

subieron con lazos a la superficie, con desatornillador lograron abrir la tapa, admirando la<br />

belleza de la recién fallecida.<br />

“El anillo, dijo Dagoberto, este anillo vale una fortuna”. “No se lo puedo quitar. ¿Qué hacemos?”,<br />

dijo el cómplice. “Aquí no hay de otra que cortarle el dedo para sacar el anillo, déjame eso a mí”.<br />

Cuando Dagoberto hirió con su navaja el dedo de la muerta, ésta abrió sus ojos. Con el pánico<br />

reflejado en sus rostros, los dos hombres quedaron petrificados. “Ayúdenme, sáquenme de<br />

aquí, se los suplico”, dijo Leticia.<br />

Casi a la media noche tocaron a la puerta de la residencia de don Francisco.<br />

Él y su esposa se levantaron presurosos, pensaban que se trataba de algún familiar que no<br />

había podido asistir a las honras fúnebres. Doña Rosita se desmayó al ver a su hija acompañada<br />

por aquellos hombres. Cuando la señora se recuperó se enteró de la extraña historia, se dieron<br />

cuenta que Leticia había sido víctima de un ataque catatónico, donde la víctima parece estar<br />

muerta.<br />

Los ladrones no fueron denunciados y don Francisco los recompensó, habían salvado la vida de<br />

su hija. Extraña historia, ¿verdad? Todo lo relatado fue real y sucedió en Tegucigalpa en 1948.<br />

El Cadejo<br />

Vení temprano le decía Juan a su padre que por sus largas borracheras no paraba en su casa ni de día,<br />

ni de noche. A lo cual contestaba este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te<br />

engendró y padre respeto por Dios quiero yo".<br />

Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero<br />

negro, varias cadenas de perro y se escondió a su espera.<br />

Como siempre y de madrugada apareció su padre con tremenda borrachera, aprovechó Juan y<br />

poniéndose el cuero y sonando las cadenas quiso darle una lección.


"Por asustarme y contradecirme "cadejos" quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus<br />

necesidades ayudarás".<br />

Espeluznante y fantástico animal que la gente supersticiosa lo señala como un enorme perro, de ojos<br />

encendidos, de pelo muy largo y enmarañado, que desde tempranas horas de la noche salía a asustar a<br />

las personas, en especial a los que andaban en malos pasos o niños desobedientes, o a espantar<br />

caballos, gallinas y hacer otras diabluras más.<br />

Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a los que<br />

hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas criaturas: el "Cadejos".<br />

Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de magia, arrastrando enormes e<br />

invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando largos y puntiagudos colmillos y<br />

lanzando fuego por la boca, ojos y orejas. Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían<br />

decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.<br />

Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a deshoras de<br />

la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más de una ocasión<br />

regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el "espanto del Cadejos", con la vista casi<br />

torcida al revés, y además, todos "mojados" y "untados" por haber visto al maléfico perro negro.<br />

Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el<br />

resultado de una maldición. Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:<br />

Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y, llegando a<br />

deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y amenazaba de<br />

muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le pegaba salvajemente a<br />

su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de la familia decidió un día darle un<br />

buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.<br />

Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto oscuro y<br />

solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.<br />

Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo, luego<br />

avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de ultratumba.<br />

El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición, casi le da<br />

un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que los tantos años<br />

vividos ya no le pesaran.<br />

La estremecedora aparición continuó sal iéndole al encuentro en el mismo paraje, cada vez que su<br />

papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo hacía abandonar<br />

su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.<br />

Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante<br />

aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al espanto,<br />

pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que muy temeroso le<br />

gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.<br />

El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma, profirió<br />

una maldición al muchacho: "De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se cumplió y aquel<br />

hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es tanto con su negrura.<br />

Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror de la gente:<br />

ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.<br />

Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie. Al contrario, muchos supersticiosos<br />

aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para defenderlos del peligro.<br />

Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta golpear a este perro en tinieblas,<br />

éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido corre seno peligro de una agresión.<br />

¿Será cierto o no la anterior versión?<br />

Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles oscuras<br />

de San Juan del Murciélago.<br />

Relato hecho por: Nelly Peña


"Tiene un orígen vulgar pero con la edad va cogiendo prestigio y decoro".<br />

"Fue el tercer hijo varón parrandero y vago de un gamonal de Escazú.<br />

Siempre hechado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía<br />

a parrandear. El padre furioso, y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a la fuerza al monte, a<br />

"tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces ocurrió: el padre le maldijo:"Echado<br />

y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén". Y súbitamente se transformó en ese perro<br />

grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado de los parranderos que viven lejos y les acompaña con su<br />

trotecillo ligero, triste y advertidor".<br />

"¿No has oído su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios<br />

aldeanos? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el aletear<br />

del Angel del Misterio".<br />

Fabulas<br />

EL CIERVO, EL MANANTIAL Y EL LEÓN<br />

Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial. Después de beber vio su sombra en el agua. Al contemplar<br />

su hermosa y variada cornamenta sintióse orgulloso, pero quedó desconcertado de sus piernas débiles y finas.<br />

Sumido aún en estos pensamientos apareció un león, que empezó a perseguirlo. Echó a correr y le ganó una<br />

gran distancia, pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas y la del León, en su corazón.<br />

Mientras el campo fue liso, el ciervo guardó la ventaja que le salvaba; pero al entrar<br />

al bosque, sus cuernos se engancharon a las ramas, y no pudiendo escapar fue<br />

atrapado por el león. A punto de morir exclamó para sí mismo:<br />

“Desdichado. Mis pies, que pensaba me traicionaban, eran los que me salvaban, y<br />

mis cuernos, en los que ponía toda mi confianza son los que me pierden.<br />

Moraleja: Frecuentemente, viéndonos en peligro, los amigos de quienes<br />

desconfiamos nos salvan, y aquellos con quienes contamos firmemente son los que<br />

nos traicionan.


LA CIGARRA Y LA LECHUZA<br />

Importunaba una cigarra con su ruido insoportable a la lechuza, acostumbraba a buscar su alimento en las<br />

tinieblas y a dormir de día en el hueco de una rama. Rogóle la lechuza que se callara, y aquélla se puso a<br />

cantar con más fuerza; volvió a suplicar de nuevo, y la cigarra se excitó más todavía.<br />

Viendo la lechuza que ya no le quedaba ningún recurso y que sus ruegos eran despreciados, atacó a la<br />

habladora con este engaño:<br />

—Ya que no me dejan dormir tus cantos, que parecen sonidos de la cítara de Apolo, tengo el deseo de beber el<br />

néctar que Palas me ha regalado ha poco; si no te molesta, ven, lo beberemos juntos.<br />

La cigarra, abrasada por la sed, en cuanto oyó alabar su voz voló ávida a la cita. Salió la lechuza de su nido,<br />

persiguió a la incauta y le dio muerte.<br />

Moraleja: Quien no sabe ser complaciente encuentra casi siempre el castigo de su soberbia.

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