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—Esto es un desastre —murmuró Courtenay a su espalda,<br />
secándose las manos en los maltrechos pantalones—.<br />
Debería haberme dedicado a buscar oro en Australia.<br />
Semanas enteras oliendo a sardinas para llevarme<br />
la mitad de lo que iba a cobrar.<br />
—Así serás más prudente con tus gastos —voceó un<br />
compañero mientras descendía con la mercadería—.<br />
Esta vez nada de rameras, Courtenay.<br />
Gareth le hizo al aludido un enérgico corte de mangas,<br />
y Ben soltó una carcajada.<br />
—Lo que haga con mi dinero no es asunto tuyo,<br />
Workman —vociferó—. Y mira quién fue a hablar. Al<br />
menos yo estoy soltero.<br />
Los demás tomaron sus pertenencias y se reunieron<br />
alrededor de Sharkey, que les daba las últimas indicaciones.<br />
Ben se mantuvo a la distancia suficiente para<br />
escucharle decir:<br />
—Bien, muchachos. Esto es todo. Los compradores<br />
están al caer. Nos encontraremos esta noche en la taberna<br />
de Aaron, a las ocho. El que no acuda se queda sin su paga.<br />
Cuando todos se dispersaron, Benjamin oteó a su<br />
alrededor. Varios puestos que exhibían a unos metros<br />
enormes coles, y distintas clases de fruta y verdura le<br />
recordaron que tenía que saciar el hambre feroz que<br />
le estaba consumiendo el estómago, y se dirigió a una de<br />
las tiendas para hacerse con unas cuantas manzanas verdes<br />
y hermosas. El último detective que había contratado<br />
le había informado de que Natalie se había establecido<br />
cerca de Dublín, y que se dedicaba a la repostería.<br />
La capital era una ciudad grande, y necesitaría bastante<br />
tiempo para localizarla. Si es que lo hacía.<br />
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