los dueños de la 5

4 MI BELGRANO RIVER - Marzo de 2017
Continuación de la pág. 3
El Negro ostenta fulgurantes marcas en la historia de
River. Sin embargo, podría haber tenido una muy importante
que por una mala jugada del destino no consiguió:
el haber vestido toda su carrera una única camiseta,
el manto sagrado. Lo que lo hubiese convertido
junto a Mostaza en el único jugador de la historia en
lograrlo. A principios del 2000 se vio obligado a tener
que irse del club ya que Ramón no quería tenerlo en
el plantel. El riojano, sin motivo alguno, siempre se la
hizo difícil e intentó ponerle palos en la rueda. Contra
su voluntad, Astrada debió emigrar al Gremio una temporada.
A los días de haber firmado con el club brasileño,
Ramón renunció a su cargo luego de una derrota
de verano contra Boca. Los dirigentes lo llamaron a
Leo al instante para preguntarle qué necesitaba para
volver, pero ya era tarde. Tuvo que esperar un año para
regresar. Para colmo, la experiencia en el conjunto de
Porto Alegre no fue demasiado buena, por el contrario.
Te tuviste que ir por Ramón y a los
días se fue él. Si no era por eso
hubieses jugado toda tu carrera
en River. ¿Te quedó esa espina?
Tengo la tranquilidad de que busqué todos los medios
para quedarme en River. Nunca estuve convencido de
irme al Gremio. Era reiniciar mi carrera en un fútbol totalmente
diferente. En River tenía una ascendencia muy
grande sobre el grupo. En Gremio sabía que no iba a
llegar a tener esa misma incidencia porque no me conocían.
Hice todo lo posible para quedarme en River.
Cuando me fui me enteré el real motivo por el cual no
me pude quedar. Ramón me había asegurado que estaba
todo arreglado para que me quede porque me quería tener
en cuenta. Me junté con los dirigentes para que me
firmen un contrato por tres años para estar tranquilo de
la cabeza y prepararme solo en lo futbolístico sin tener
que estar pensando de que al año me tenía que sentar de
nuevo a renovar. Ni pedía una suba sino que me firmen
por el mismo número que el contrato anterior. Me dijeron
que era imposible. Entonces ahí sí les exigí que me
vendieran. Gremio sí me firmaba por tres años y me triplicaba
lo que ganaba. No podía creer que ahí que no me
conocían me lo hagan y en el club donde me inicié me
digan que no sin hacer el mínimo esfuerzo sin subirme
un solo peso. A los diez días de haber llegado a Brasil, ya
habiendo firmado el contrato, me llamaron los directivos
preguntándome que quería para volver a River, justo después
que se fue Ramón. Me aseguraban que me arreglaban
el contrato por tres años que pedía antes de tener que
irme. Me quise volver pero Gremio no aceptó. La hice
instalar a mi mujer y mi hija en Brasil y a los diez días
me quería volver. Me quería matar mi señora.
No te fue muy bien en Gremio
porque tu corazón quería estar
en River.
No rendí por la negación que tenía de ir. Los primeros
seis meses no me pude adaptar. Cuando tenía la posibilidad
me venía el fin de semana a Bs. As. Estuve dos meses
sin poder competir porque no me daban el permiso de
trabajo. Luego arranqué jugando bien pero me lesioné el
aductor y estuve un mes y medio parado. Del año, estuve
8 meses sin jugar. Fui perdiendo ritmo. Me costó acomodarme
y fui perdiendo lugar. Nunca generé un problema,
entrenaba siempre, ayudaba a mis compañeros, eso hizo
que me respeten como persona y tenga ascendencia en el
grupo. Fue un año de frustración pero en lo personal fue
una experiencia importante de vida que me hizo crecer
mucho.
En el 2003, a los 33 años, Leo le puso punto final a
su extraordinaria carrera como jugador. Luego de tantos
años de exigencias y presiones, hubiese sido lo más
normal que se tome unas considerables vacaciones
bien lejos del voraz ambiente del fútbol para recuperar
energías mentales y físicas. Nada de eso sucedió.
Competitivo al extremo y líder por naturaleza, inmediatamente
necesitaba otro gran desafío para afrontar. Así
fue que al muy poco tiempo estaba nuevamente en River,
pero como flamante entrenador. Siendo sumamente
joven para el cargo, 34 años, se embarcaba en una
nueva aventura, dónde sino que en el club de su vida.
¿Te costó cambiar rápidamente el
chip de jugador a entrenador?
El cambio no me costó aunque no pensé que iba a ser
todo tan rápido. Iba a tratar de ser lo más natural y frontal
posible. No iba a cambiar mi forma de vida o mi forma
de pensar en cuanto a la toma de decisiones. Si tomaba la
decisión de no tener en cuenta a un jugador, poder conversar
con él para sentirme aliviado y darle al otro la libertad
de que siga desarrollando su camino. Eso lo tenía
todo muy claro desde antes de saber que iba a ser el DT
de River. Cuando sos entrenador trabajás en base a los
jugadores que tenés pensando en tener un buen funcionamiento,
tratando de corregir pequeñas cosas. Al principio
te pasa de no darle cierta información al jugador porque
vos la sabés y crees que él la tiene que saber. Uno inconscientemente
le dice al jugador “vos tenés que hacer esto”
y lo deja de entrenar pensando que ese jugador sos vos. A
mí eso me lo hizo notar el preparador físico Flavio Pérez.
Me dijo que estaba dando por hecho cosas que los jugadores
no sabían o resoluciones que sabía que eran de tal
forma y los jugadores tenían que pensarlas tres veces. El
jugador no tiene la cabeza del entrenador y por eso cuesta,
porque uno piensa que ellos tienen que saber todo, y
no tienen por qué saberlo. Es uno el que les tiene que dar
las herramientas y las armas para que puedan ejecutar
según la forma de pensar de ellos.
Alguna vez dijo Nelson Vivas que cuando se retiró
como jugador y se propuso ser entrenador, sentía que
tenía muchos conocimientos y conceptos que había ido
adquiriendo pero todos totalmente desordenados en su
cabeza. Lo que debía hacer era armar el rompecabezas
poniendo las piezas en su lugar y a eso agregarle su
impronta.
¿Te pasó algo similar o de entrada
ya tenías una idea bien clara?
Tenía una idea clara y era la filosofía de juego histórica
de River. El hecho de haber consumido durante tantos
años esa misma escuela, me hacía saber la responsabilidad
que tenía como entrenador de estar dirigiendo al
más grande. Tenía que mantener una línea y era la misma
que fui aprendiendo en el transcurso de toda mi carrera.
Después tuve que ir modificando porque ir a trabajar a
Rosario Central, por ejemplo, es totalmente diferente a
River. Hay que amoldarse a la filosofía de la institución y
ver el material con el que contás. A partir de ahí empecé
a abrir más la cabeza.
Continúa en la pág. 5
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