1 LA REINA MARGARITA A DUMAS

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cuchillada la cabeza, tal como había dicho. Pero en la convulsión suprema el pico se abrió tres veces antes de quedar cerrado para siempre. —¿Habéis visto? —dijo Catalina aterrada—. Cuando no son tres gritos son tres suspiros. Tres y siempre tres. Los tres morirán. Todas estas almas antes de partir cuentan y cantan el número tres. Veamos ahora los signos de la cabeza. Entonces Catalina cortó la cresta del animal, abrió con precaución el cráneo y, separándolo de modo que quedaran al descubierto los lóbulos del cerebro, trató de hallar la forma de una letra en
las sanguinolentas sinuosidades que traza la división de la pulpa cerebral. —¡Siempre! —exclamó golpeándose con las dos manos—. ¡Siempre! Y esta vez el pronóstico es más claro que nunca. Ven a ver. Renato se acercó. —¿Qué letra es esta? —le preguntó la reina señalando un signo. —Una E —respondió Renato. —¿Cuántas veces está repetida? El perfumista las contó y dijo: —Cuatro. —¡Y ahora! ¡Y ahora!… ¿Qué es esto?… Ya, ya comprendo. Esto quiere decir Enrique IV. ¡Oh! —gruñó
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«La reina Margot» constituye el p
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Alexandre Dumas La Reina Margot Tri
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PRIMERA PARTE
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cuanto se oían las nueve campanada
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igor en las bodas de las princesas
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los cuales era el famoso Ambroise P
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hugonote, pero tampoco soy tonto, y
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momento de desahogo, Carlos IX hab
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Navarra se había atribuido a una p
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prolongaba más de lo común. Nada
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conversaciones, un joven barbilampi
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earnés [1] , su fama, a los veinti
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con el yerno de aquel a quien, ante
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hugonotes era la voz de su orgullo.
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pudo hallar. Tenía los cabellos ne
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deslizadas hasta el oído del rey e
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oculto designio parecía descubrirs
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«Lo he traído yo mismo». Margari
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temibles colaboradoras de esta rein
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costumbres fáciles de la época, l
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momento en que, no esperando ni rem
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espondió la señora de Sauve— ha
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—, me acusáis muy injustamente y
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Nada. Por el contrario, me habéis
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diciendo cosas imposibles y sobre t
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—En ese caso, ¿qué diríais?
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—Decidle que espere detrás de la
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al duque de Guisa: —Noctu pro mor
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Capítulo II LAS HABITACIONES DE LA
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advertencia, Robin! Espero que me d
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Pese a lo avanzado de la noche y a
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—¿Y Margarita? —Os espera. —
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los otros. Ninguna luz había queda
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impaciente, le salía al encuentro.
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de lo que estáis diciendo! ¿Os hu
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cuál era su contenido, pero, al ll
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instante. Luego, como si Margarita
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desprecio que vuestra presencia aqu
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de cera amarilla. Margarita disimul
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saber. Dirigió una rápida mirada
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nombre y me ha jurado fidelidad al
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—¡Sire, Sire! —exclamó Margar
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ecalcando el nombre— el duque de
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tengo como aliada. Nos han casado s
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azo al rey—; ¡permitidme que res
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que amorosa. —Sire… —murmuró
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con vos, como vos podéis contar co
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—Margarita es hoy neutral —dijo
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—Perfectamente, señora, y como e
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Pour qui gardes-tu tes yeux Et ton
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Capítulo III UN REY POETA OS días
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tal reacción a favor de la religi
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—¡Ah, ah! —comentó el rey, cu
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—Ignoro, Sire, si mis gentiles ho
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duque de Guisa quedóse asombrado.
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Coligny aguantó impasiblemente la
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después. En cuanto traspusieron la
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me rodean, exceptuando a mis nuevos
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Flandes y yo para Amboise. —¿Se
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que je n’oublie Continuer toujour
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pocos días a mi maestro de poesía
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de ti; y para no turbar mis relacio
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Coligny cuando este se inclinaba, l
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Carlos IX entró, como hemos dicho,
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palacio. Así, la habitación era u
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amamantado, pero que los libelos de
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Carlos alargó pausadamente el braz
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visible a las miradas penetrantes d
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como a un hijo, os dio albergue, os
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Y como Maurevel permaneciera mudo a
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—No conozco ninguno. Sin embargo,
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mañanas, a eso de las diez, pasa p
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—Tengo diez arcabuces en esta sal
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econocer a la víctima? —Ya os di
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que nunca, su canción favorita.
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como había anunciado el almirante,
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olsa y sus ansias. —¡Vaya! —se
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notable distinción. En cuanto al s
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dicho, contemplaba la posada de A l
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engañar. Si el dueño no me sirve
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aproximado tanto al posadero y a su
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conde y yo, atraídos por vuestro a
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cuarto de amo ocupado tendré dos c
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—Gregorio, mi arcabuz —dijo el
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—Paciencia, estimado compañero,
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caído un hugonote… y que… —
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Al oír este nombre, el hostelero s
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hablar mal y es Enrique de Navarra,
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Luego, conteniéndose, añadió:
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continuó el hombre con maliciosa s
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me voy al Louvre sin perder un segu
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Capítulo V DEL LOUVRE EN PARTICULA
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dijo Coconnas—, pero siento una a
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entrar en el Louvre, interrumpiendo
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del sinior de Güise. —Pesme…
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—Sí, con una carta. —¿Para el
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—Gracias —dijo La Mole sin dar
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momento para recibiros. Pero no imp
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hacía cada vez más oscuro. De pro
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estupor que provocó la risa de la
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uego. En un abrir y cerrar de ojos,
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ancho que su vestido de seda rozó
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—respondió La Mole. El paje, pre
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—Tal como lo estáis viendo. ¿Os
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señor conde? —¡Cómo no! —dij
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«Es bueno acostumbrar el alma al d
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luego de mirar alrededor, arriba y
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la Belle Etoile le atraía como un
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Hurière, la primera persona que vi
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Ambos se echaron a reír, haciendo
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dos en el Louvre con faisanes, perd
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obustez, algunos rasgos de su antig
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para ejecutar la gran empresa, tend
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—Habéis hecho bien —dijo la re
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hizo estremecerse al rey. —¿Qué
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primer acento de duda. —Hijo mío
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Tavannes que estaba acariciando un
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—Sí, los he visto; acabo de deja
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justicia? ¿Acaso no están en su p
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—¡Bonito santo —dijo el rey—
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—Todo va bien —le susurró al d
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Mientras tanto, en los aposentos de
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con los duques de Alençon y de Con
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—Señora —anunció—, es Renat
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estaba, con una mano en la frente,
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Claudia obedeció. Catalina le cogi
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—: Qué tal, maese Renato, ¿cóm
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lanzándose hacia donde estaba Clau
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igote con una pomada que acababa de
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—Ahora, Carlota —dijo la reina
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pata, estiró las piernas, apoyó e
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pero estas cien opulentas damas le
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—¿Y es? —Que no tengo querida.
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—¿Conque decididamente sois de l
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—No, seré yo quien vaya a su enc
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petrificado más por la cara del po
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efinada. Esto está bien para los n
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de La Mole. —Mejor haríamos habl
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trampas… ¡Tiene que ser influenc
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Pero esta vez la respuesta de La Hu
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acostaré vestido para estar listo
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hablarme con ese tono de mando? —
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precauciones que tomaban—, ¿sois
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Maurevel hizo lo mismo con la suya
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disfrazado de guerrero. Al oír est
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—repuso Coconnas estremeciéndose
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epugnan los ancianos, podréis eleg
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—¿Queréis hablarle? —¡Por mi
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—Estad tranquilo, sinior Maurefel
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campana de Saint-Germain d’Auxerr
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conejos, patos y pollos —replicó
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Hurière—. Esperadme. —¡Maldit
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una pistola en cada mano. —¡Oh!
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—¡Voto al diablo! —gritó apre
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—Se ha tirado a la calle —dijo
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Maurevel. —¡A casa del almirante
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fugitivo cayó rodando como una lie
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estoy tomando gusto a la matanza. E
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abiertas en el muro. Cuando los tre
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multitud jadeante y apretada como u
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seguida llegó el señor de Besme,
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esperaré. Pero en verdad me muero
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El ruido sordo de la caída y las g
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penosamente, su mano ensangrentada
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—: ¡Manos a la obra, amigos, man
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de la mano, reanudó su carrera aga
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Detrás de él, los pasos y gritos
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Navarra, así como se había acorda
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atravesó un corredor y dos o tres
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—¡Ah! Sois vos quien me ha matad
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nuevo el hombro de su enemigo; algu
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Al ver aquel acero desnudo, o más
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—¡Miserables! —gritó. —¡Sa
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y se alejó de él. Cuando desapare
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Alençon una mirada tan fija y amen
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sangre que cubría el rostro del he
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párpados suspirando. Margarita dio
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—¡El señor de Guisa! —murmur
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me dio doce guardias para que me ac
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Germain d’Auxerre mientras Coconn
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—Querido, el duque de Alençon no
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habrá que arrojarlos al agua de re
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que fueron a reunirse con Maurevel.
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—¿Cómo? —Hoy es el día en qu
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Hurière. —Puesto que venís conm
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silencio de la noche, hicieron que
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alcón un hombre en calzoncillos y
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manos de Coconnas y soplando la mec
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cuando apareció en el balcón la j
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Y como, a fin de cuentas, maese La
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—Señor, no hemos venido aquí a
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del quicio de su ventana. Entre tan
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interesa. Y en tanto los hombres de
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espada en mano, comenzó no sólo a
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empujado por De Mouy hasta donde se
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provocara Maurevel se había propag
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—Pues bien, vengo a arreglar cuen
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Coconnas se irguió, pero no tan r
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correspondiente a la casa de Mercan
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diecisiete. Este último, pálido,
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Coconnas, por el contrario, para pa
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—Y yo os daré mi amor —dijo la
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Mercandon y su esposa vieron brilla
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el momento en que el muchacho tocab
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aplastado, sin que pudiera oír el
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Capítulo X MUERTE, MISA O BASTILLA
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que en aquella época usaban las mu
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incorporarse. —Señora —dijo La
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—¿Ignoráis acaso —continuó l
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que Margarita, con una aguja de oro
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le permitía su rango. —Sí, señ
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—Voy a ver —dijo Margarita—.
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preguntaros si está aquí… —¿
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Sauve, con una expresión de dolor
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vuestro perdón, porque no me atrev
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entraban y salían portadores de ó
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muerte del almirante y regresaba de
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—¡Oh, poco me importa, señora!
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habitaciones del rey, pero estaban
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la buena Madelón, está aquí! —
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Se oían crujir los techos, las gal
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del día, a la vista de todo el mun
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joven monarca en tono brutal—. Vo
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víctimas que les llevaban a cada m
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una marea terrible. —Sire —dijo
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cuya atonía se transformaba gradua
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lívido. —¡Muerte, misa o Bastil
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«Estoy perdido —pensó el rey de
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idea de tenderme un lazo; vos habé
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Y tendió la mano a su marido, que
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fuera?
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había dado término al terrible co
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seguía ofreciendo en cada una de s
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valor había permitido abrigar en l
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esposa eran extraños el uno para e
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suspiro y apoyó sus labios amorata
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propusieron por esposo. —Y cuando
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profundamente la cuestión. ¿Cómo
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Margarita comenzaba a comprender la
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elevaros ni sosteneros sino apoyán
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Francia. En fin, creo que, cuando l
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sus pasos. —Escuchad, Margarita
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Francia y vos… y vos… reina de
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el duque de Guisa la habían organi
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los católicos más destacados esta
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frente a la calle de Chaps, hoy lla
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su dialecto italiano—, parece que
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ella y valiente católica. Se ha di
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Majestad, la reina de Navarra. —
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—¡Cuando lo decía que estabas c
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Sauve durante la conversación. A c
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—¡Ah, duquesa, tengo muchas cosa
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a Vuestra Majestad… —En primer
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verdad, Margarita? —Sí, sí —d
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—Lo que a ti lo tranquiliza a mí
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—De religión. ¿Haces tú alguna
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espuesta? —No, hablabas en voz ta
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Enriqueta, porque todavía se halla
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—¡Burlona! No, lo juro que mis p
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saqueo de una casa que no está sep
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—¡Ay! Te comprendo tanto mejor c
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uno dormirá en el lado derecho y e
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pudo ser vista. Una vez en la habit
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—¿Cuál? —Que mires por el agu
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Yo miraba al perseguido. —¿Y el
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—Amistad sincera, siempre — res
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que le diera la reina madre y que c
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suyo encontró a La Mole vestido co
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ingratitud. —¡Oh, señora! —ex
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huésped, así como de curar sus he
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si Dios me conservaba la vida. Dios
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para sí—, ya me lo dijo el seño
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—Sí, señora. Estas palabras sal
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—¡Ya veis que es dichoso, señor
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acariciadoras o dolorosas. Guillonn
Page 552 and 553:
golpes. Llamaban a la puerta de la
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sabed al menos que os amo… —Sil
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son aún más peligrosos, recordé
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—Pero, no obstante, señora — r
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—La vida, entre otras cosas, ¿no
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probablemente, por lo menos así se
Page 564 and 565:
situada demasiado por encima de las
Page 566 and 567:
Margarita se quedó callada. —Oí
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tregua que vuestra presencia en la
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en la que Enrique reconoció al mom
Page 572 and 573:
Margarita saltó, con la agilidad d
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Capítulo XIV SEGUNDA NOCHE DE BODA
Page 576 and 577:
cualquiera que conociese a Catalina
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pero que hasta el más humilde gent
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insolente cabeza se volverá contra
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señora, por favor —dijo Margarit
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finos labios con silencioso furor.
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ascendían insensiblemente hasta el
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olvidando de que quizá no me corre
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a mi lado. —¡Ah! —dijo Enrique
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de deciros, por mucha diligencia qu
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Deseo a Vuestra Majestad toda suert
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su protectora y sin saber dónde ap
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guía en tan horrible noche. Dios m
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una mirada suplicante y, a pesar de
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apartaba del lecho conyugal había
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Luego hizo señas a la doncella, qu
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Capítulo XV LO QUE LA MUJER QUIERE
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una mano, aguardó con la mirada y
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—No, señora; pero como le estoy
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ordenó tal cosa. Hubo un momento d
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creer…? —preguntó Carlota. —
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italiana. —¿Y cómo son los celo
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despertó al primer toque de trompe
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volviéndose hacia ellos, les pidi
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de invitarme o se trata de una aten
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sonrisa—, podéis reuniros con Su
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«A vos, señor, corresponde explic
Page 628 and 629:
— cuando se es ambicioso y se tie
Page 630 and 631:
Mole, eficazmente catequizado por M
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mandó preparar y a no beber otra c
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habituales cortesanos. —Madre —
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mío —dijo Catalina—, si no tuv
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se mueren de fastidio los pobres. D
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con la profecía de Nostradamus, se
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siempre, siempre —murmuró Catali
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—Sí —dijo Catalina—, os conc
Page 646 and 647:
Catalina se detuvo. —¿De aquello
Page 648 and 649:
comerciantes cerraron sus tiendas y
Page 650 and 651:
efecto de un rayo de sol en una cel
Page 652 and 653:
durante la excursión. La Mole rebo
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Una capa de color cereza, de su inv
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parecía por eso menos satisfecho d
Page 658 and 659:
que sonrió con mucha amabilidad y
Page 660 and 661:
Inocentes, avanzando bajo el sol en
Page 662 and 663:
por Francisco I a sus sucesores, no
Page 664 and 665:
negarse a tomar parte en la comitiv
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—¡A misa, Enrique! ¡A misa! A l
Page 668 and 669:
—¡Oh! —respondió Margarita so
Page 670 and 671:
por su caballo. ¡Dios nos perdone!
Page 672 and 673:
compañero o, por lo menos, haberlo
Page 674 and 675:
eina madre, de manera que para acer
Page 676 and 677:
del patíbulo, alzado y estrenado p
Page 678 and 679:
eina; cerrando la marcha iban los p
Page 680 and 681:
terrible espectáculo. Entre el gru
Page 682 and 683:
señores —añadió el rey despué
Page 684 and 685:
Majestades para gozar hasta el fina
Page 686 and 687:
persona que buscaba al piamontés.
Page 688 and 689:
turno de abandonar el cortejo. La o
Page 690 and 691:
—¡Oh! —exclamó—. ¿Entonces
Page 692 and 693:
—Es una promesa muy prudente y os
Page 694 and 695:
pistoletazo, pero temo hacer mala p
Page 696 and 697:
isa a oídos de los dos gentiles ho
Page 698 and 699:
y ardientes, la boca entreabierta y
Page 700 and 701:
se quedaron inmóviles, mirándose
Page 702 and 703:
—¡Ay! ¡Ay! —murmuró la duque
Page 704 and 705:
Or, vis, gentil aubespin, vis sans
Page 706 and 707:
vuestros cadáveres, extended en vu
Page 708 and 709:
Se hizo transportar a los heridos a
Page 710 and 711:
sufrido una caída del caballo dura
Page 712 and 713:
visión se prolongaba con exceso. D
Page 714 and 715:
Surgió entonces en su espíritu, m
Page 716 and 717:
fin del fantasma. Durante dos o tre
Page 718 and 719:
presencia parecía desusada en el L
Page 720 and 721:
otra vez la cabeza. —¡Oh! ¡Oh!
Page 722 and 723:
—Precisamente. Tiene entrada en e
Page 724 and 725:
—Hasta la vista. —¿Cómo decí
Page 726 and 727:
El mismo fantasma que le perseguía
Page 728 and 729:
íes! Ven, ven. ¡Ah! Sigues acerc
Page 730 and 731:
sombrío furor, brotó una impercep
Page 732 and 733:
diciendo: —A partir de este momen
Page 734 and 735:
más corta de lo que podía esperar
Page 736 and 737:
Capítulo XVIII LOS APARECIDOS URAN
Page 738 and 739:
determinadas circunstancias convers
Page 740 and 741:
ser de ningún modo el príncipe en
Page 742 and 743:
Hemos dicho reclusión, porque es l
Page 744 and 745:
de su bolsa, es decir, de las dosci
Page 746 and 747:
musgo, como la piel de un leproso,
Page 748 and 749:
—Ya lo verás —respondió La Mo
Page 750 and 751:
—Señor —le dijo a Coconnas—,
Page 752 and 753:
sola —dijo maese Caboche moviendo
Page 754 and 755:
emoción que le avergonzaba y se de
Page 756 and 757:
—Lo reconozco —declaró Coconna
Page 758 and 759:
—¡Oh, la infiel! —exclamó La
Page 760 and 761:
de sorpresa. Al oírlo, el hombre l
Page 762 and 763:
ver aquella cabeza grotesca. —¡A
Page 764 and 765:
moríais ab-intestato [18] … —c
Page 766 and 767:
locura tuve la audacia de amenazaro
Page 768 and 769:
Y acercándose a un armario sacó u
Page 770 and 771:
Capítulo XIX LA CASA DE RENATO, EL
Page 772 and 773:
su aparente solidez, un desbordamie
Page 774 and 775: entre el friso y la ventana superio
Page 776 and 777: que las casas eran frecuentadas por
Page 778 and 779: químico. En esta venta al por meno
Page 780 and 781: mueble, ve y escucha cuanto ocurre
Page 782 and 783: visitantes vulgares. Los ibis egipc
Page 784 and 785: apenas por detrás de un negro nuba
Page 786 and 787: Dijo esto al mismo tiempo que desco
Page 788 and 789: piamontés, por fin—, sois un hom
Page 790 and 791: —le aconsejó Coconnas. —Hablad
Page 792 and 793: —, no lo hagas el niño ahora. Se
Page 794 and 795: Se acercó disimuladamente al tubo
Page 796 and 797: —Bautizo a esta figurita con el n
Page 798 and 799: vuestros labios sobre los de esta e
Page 800 and 801: todavía entreabierta la puerta por
Page 802 and 803: que aprecio mucho y que recomiendo
Page 804 and 805: algún abismo sulfuroso antes de qu
Page 806 and 807: Eneas bajando a los infiernos, Marg
Page 808 and 809: La Mole vio cómo arrugaba el ceño
Page 810 and 811: eina, encargándome que hable a vue
Page 812 and 813: coral: —¿Es verdad? —¡Voto al
Page 814 and 815: escalera exterior, arrastrando cons
Page 816 and 817: pisadas de los fugitivos por la esc
Page 818 and 819: —Hay —dijo Catalina— caracter
Page 820 and 821: azulado acero, mientras Renato iba
Page 822 and 823: seguida de un cambio de dinastía.
Page 826 and 827: arrojando el cuchillo—. Una maldi
Page 828 and 829: y me lo prestarás. Los dos saliero
Page 830 and 831: de Venecia, otro que fue adquirido
Page 832 and 833: cabeza inclinada, un dedo sobre los
Page 834 and 835: Catalina. —Creí que el rey de Na
Page 836 and 837: las nueve. —La señora de Sauve t
Page 838 and 839: frescos y sonrosados. Renato se ace
Page 840 and 841: Después de una pausa agregó: —N
Page 842 and 843: Capítulo XXI LAS HABITACIONES DE L
Page 844 and 845: completamente desconocida. Dicha ha
Page 846 and 847: Médicis. Examinando con atención
Page 848 and 849: su gratitud. La señora de Sauve es
Page 850 and 851: —Sí, por cierto, si fuese todav
Page 852 and 853: dejando caer su hermosa mano entre
Page 854 and 855: armonía, pero ahora que soy el mar
Page 856 and 857: que me exasperan y, por muy rey que
Page 858 and 859: llenaban de lágrimas al oír tal r
Page 860 and 861: cosa. ¡Dios mío! ¡Cuántas cosas
Page 862 and 863: idea sin duda de enseñar a Enrique
Page 864 and 865: esulte desagradable? —¿Yo? —di
Page 866 and 867: —Y no habéis cumplido vuestra pr
Page 868 and 869: vuelta por la alcoba como para sond
Page 870 and 871: Renato. Carlota se ruborizó porque
Page 872 and 873: sin hacer ruido. —Un momento, se
Page 874 and 875:
una palangana de metal, vertió agu
Page 876 and 877:
Capítulo XXII «SIRE, VOS SERÉIS
Page 878 and 879:
—¡Ah! ¡Ah! —dijo Enrique. —
Page 880 and 881:
forzada. —Sire —repuso fríamen
Page 882 and 883:
mitad de lo que he prometido. —Co
Page 884 and 885:
que no os pertenece, sobre todo cua
Page 886 and 887:
príncipe de Condé? —preguntó E
Page 888 and 889:
—Vuestra Majestad no sólo podía
Page 890 and 891:
Enrique sintió que se crispaban su
Page 892 and 893:
Carlota se estremeció; era una alu
Page 894 and 895:
Carlota dio un ligero grito y acerc
Page 896 and 897:
Capítulo XXIII EL NUEVO CONVERSO L
Page 898 and 899:
—¡Dios guarde a Su Majestad el r
Page 900 and 901:
—De Mouy —dijo—, no habréis
Page 902 and 903:
dijo Enrique con su fingida candide
Page 904 and 905:
aire más desilusionado del mundo
Page 906 and 907:
El duque miró atentamente al nuevo
Page 908 and 909:
Apenas hacía cinco minutos que se
Page 910 and 911:
—¿Pero sólo con los labios o co
Page 912 and 913:
a un caballero de mi estirpe, queri
Page 914 and 915:
Catalina… —¡Mentira, mentira!
Page 916 and 917:
Apenas hubo cerrado la puerta, no p
Page 918 and 919:
la puerta que mantenía entreabiert
Page 920 and 921:
—Sí, yo, hablad pues. —No sé
Page 922 and 923:
De Mouy siguió callado. —¿Dudá
Page 924 and 925:
—Más despacio, valiente De Mouy,
Page 926 and 927:
—¿Y por qué no? Ya sabéis que
Page 928 and 929:
cuñado rechaza vuestro ofrecimient
Page 930 and 931:
¿Puedo tener alguna esperanza? —
Page 932 and 933:
«esta noche», sabréis que están
Page 934 and 935:
pediros. —¿Qué? —Un salvocond
Page 936 and 937:
sus ojos se fijaron en el traje de
Page 938 and 939:
¿Quién anda ahí?, digo yo. ¡Pue
Page 940 and 941:
—Está a vuestra disposición, se
Page 942 and 943:
—Entonces me lo habrán asesinado
Page 944 and 945:
Capítulo XXIV LA CALLE TIZON Y LA
Page 946 and 947:
pesar de su inquietud. Tranquilizad
Page 948 and 949:
carruaje mientras una blanca mano,
Page 950 and 951:
desaparecido, y acabo dé encontrar
Page 952 and 953:
—Y no me quejo, señora —dijo L
Page 954 and 955:
verdadera novela. —Contádmela.
Page 956 and 957:
—Exactamente igual. Decía solame
Page 958 and 959:
infierno tal vez. Lo que yo sé es
Page 960 and 961:
he buscado en todos los sitios dond
Page 962 and 963:
—Qui ad lecticam meam stant? —
Page 964 and 965:
significado. La litera volvió a po
Page 966 and 967:
Al abrirse apareció un portero big
Page 968 and 969:
puerta con alero, troneras y dos es
Page 970 and 971:
Como esta vez no estaba ocupada su
Page 972 and 973:
una puertecita de la calle Argenson
Page 974 and 975:
tiendas de la plaza Baudoyer, y ent
Page 976 and 977:
por las calles con puñetazos y pun
Page 978 and 979:
¡Pestes! ¿No tengo bastante buena
Page 980 and 981:
Tiene todo el aire de ser la reina
Page 982 and 983:
acompañados por una canción tan f
Page 984 and 985:
—¿No eras tú quién ha desapare
Page 986 and 987:
se lanzó hacia la puerta y empezó
Page 988 and 989:
Capítulo XXV LA CAPA COLOR CEREZA
Page 990 and 991:
De Mouy se dejó llevar sin respond
Page 992 and 993:
Margarita sonrió. —Señor De Mou
Page 994 and 995:
Y De Mouy, con una actitud respetuo
Page 996 and 997:
—Imposible, señora. ¿Oís? —
Page 998 and 999:
debía ser profundamente observador
Page 1000 and 1001:
posible manos a la obra, me deis pr
Page 1002 and 1003:
—Con De Mouy. —¿Y para qué lo
Page 1004 and 1005:
ien. ¿Qué diríais si me vengara
Page 1006 and 1007:
—exclamó la reina—; pero ¿qu
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—¡Un hombre! —dijo Margarita o
Page 1010 and 1011:
desde el momento que no se trata de
Page 1012 and 1013:
—Sí, aquí, a esta habitación
Page 1014 and 1015:
un hugonote perdonado siempre que h
Page 1016 and 1017:
mío; por ellas se dice que las par
Page 1018 and 1019:
compromiso, De Mouy, porque el duqu
Page 1020 and 1021:
como amigos. —¿Y dónde os esper
Page 1022 and 1023:
nada aun en el caso de que, violand
Page 1024 and 1025:
es vuestro deseo, haré lo posible
Page 1026 and 1027:
poderosamente Coconnas. —¿Qué o
Page 1028 and 1029:
tonterías ni mi infortunio. Vuelve
Page 1030 and 1031:
Mole. —¡O amorosamente, si quer
Page 1032 and 1033:
—¿Del señor De Mouy? —Sí.
Page 1034 and 1035:
Margarita escuchó sonriendo estas
Page 1036 and 1037:
completo? —Sí, pero todavía, Di
Page 1038 and 1039:
época y en esta corte. Y ahora, un
Page 1040 and 1041:
ser el primero de mis servidores se
Page 1042 and 1043:
—Pero yo, que estoy a su servicio
Page 1044 and 1045:
Margarita querida! Pues agregan tal
Page 1046 and 1047:
—Pues bien —dijo Margarita—,
Page 1048 and 1049:
—¡Pero no osaréis resistir! —
Page 1050 and 1051:
Capítulo XXVII LA MANO DE DIOS L s
Page 1052 and 1053:
pesadez de cabeza, acompañada de m
Page 1054 and 1055:
diálogo con el señor De Mouy. Se
Page 1056 and 1057:
que dolor de cabeza y debilidad…
Page 1058 and 1059:
alejaban las pisadas vacilantes de
Page 1060 and 1061:
únicamente lo que ella quisiera. S
Page 1062 and 1063:
De pronto se abrió la puerta. —S
Page 1064 and 1065:
enfermo y, si no recuerdo mal, os q
Page 1066 and 1067:
cuando todo el mundo estuvo acostad
Page 1068 and 1069:
entreabierta, la mejilla apoyada co
Page 1070 and 1071:
enviara a Carlota. Cogió con la pu
Page 1072 and 1073:
Capítulo XXVIII UNA CARTA DE ROMA
Page 1074 and 1075:
apreciaba su gravedad. —Espero qu
Page 1076 and 1077:
alegría, que la baronesa comprendi
Page 1078 and 1079:
importantes. Y se acomodó sin prot
Page 1080 and 1081:
—¿Será posible? —¡Palabra de
Page 1082 and 1083:
—Como lo oyes. Realmente, Margari
Page 1084 and 1085:
momento, lo confieso, reina mía, t
Page 1086 and 1087:
detalles. —¡Oh! A fe mía, no te
Page 1088 and 1089:
seguía a nuestro correo… —¿Qu
Page 1090 and 1091:
es cierto?, y mañana en la cacerí
Page 1092 and 1093:
Margarita satisfecha por la proposi
Page 1094 and 1095:
—¡Ah, señora! Temo que no me lo
Page 1096 and 1097:
Capítulo XXIX LA CACERÍA UANDO al
Page 1098 and 1099:
con la fusta a sus dos perros favor
Page 1100 and 1101:
ojales en su jubón, que no tiene m
Page 1102 and 1103:
dolor. —Carlos —continuó Catal
Page 1104 and 1105:
aquí, bajo nuestra mirada, en el L
Page 1106 and 1107:
arresto aunque no se ponga en vigor
Page 1108 and 1109:
tocando sus trompetas, los caballos
Page 1110 and 1111:
oído estas palabras: —El correo
Page 1112 and 1113:
—¿No hay que esperar respuesta,
Page 1114 and 1115:
la conversación, que no advirtió
Page 1116 and 1117:
Como estaba impaciente, para que pa
Page 1118 and 1119:
de caza español afilado cono una n
Page 1120 and 1121:
hombre a quien su capitán de guard
Page 1122 and 1123:
como no encontraréis otra en vuest
Page 1124 and 1125:
—Entonces obedeceré. —¿Y cóm
Page 1126 and 1127:
ango. —¡Atenciones!… ¡Rango!
Page 1128 and 1129:
una orden como esta y se trata de u
Page 1130 and 1131:
agregue de mi puño y letra «vivo
Page 1132 and 1133:
una Majestad. —¡Valiente Majesta
Page 1134 and 1135:
los cerrojos a la de Enrique. Adió
Page 1136 and 1137:
Capítulo XXXI CAZA MAYOR L montero
Page 1138 and 1139:
Todos los demás cazadores siguiero
Page 1140 and 1141:
presa. Al cabo de un cuarto de hora
Page 1142 and 1143:
puede ahogarnos. Escuchad, creo que
Page 1144 and 1145:
Todo el mundo, excepto Carlos y alg
Page 1146 and 1147:
visiblemente contrariado de que su
Page 1148 and 1149:
Apenas acababa de hacerse esta refl
Page 1150 and 1151:
Navarra apareció entre los árbole
Page 1152 and 1153:
les hizo señas de que no se alejar
Page 1154 and 1155:
de los más fuertes, y a unos veint
Page 1156 and 1157:
se introdujo en el bosque. Pero al
Page 1158 and 1159:
por mantener sujetos a dos mastines
Page 1160 and 1161:
con sus cotas de malla hasta el ani
Page 1162 and 1163:
—¡Por mil demonios! —gritó el
Page 1164 and 1165:
—¡Las riendas, Sire, soltad las
Page 1166 and 1167:
mientras que una mano con guantelet
Page 1168 and 1169:
—. ¡Vaya un famoso tirador! ¿Qu
Page 1170 and 1171:
Y, agachándose, sacó su cuchillo
Page 1172 and 1173:
Capítulo I FRATERNIDAD L salvar la
Page 1174 and 1175:
Todas estas ideas acudieron a su me
Page 1176 and 1177:
movimiento de sorpresa. —Sí —l
Page 1178 and 1179:
haceros excluye toda reserva y toda
Page 1180 and 1181:
echazado, pues, todos los ofrecimie
Page 1182 and 1183:
Enrique de Navarra que, tras vacila
Page 1184 and 1185:
—Sí, de hermano —repitió Enri
Page 1186 and 1187:
al rey mi hermano todo lo que pasa.
Page 1188 and 1189:
os lo advierte: si obráis así, pe
Page 1190 and 1191:
hugonotes os quieren; vuestro exter
Page 1192 and 1193:
consideraré dichoso. —¡Reinar e
Page 1194 and 1195:
Bastilla. —Sí, sí —dijo Franc
Page 1196 and 1197:
Catalina en el cuarto del duque de
Page 1198 and 1199:
que os la ofrezca. Enrique se extas
Page 1200 and 1201:
y un corazón. Únicamente debo cui
Page 1202 and 1203:
nodriza de que un hombre había pas
Page 1204 and 1205:
ninguna otra. Cuando creyó que no
Page 1206 and 1207:
dar otra señal que un grito. El re
Page 1208 and 1209:
gabinete que conocía tan bien. Per
Page 1210 and 1211:
perdidos —dijo Enriqueta. Coconna
Page 1212 and 1213:
Enriquito. Ven conmigo, la acabará
Page 1214 and 1215:
—¿Quién es este caballero? ¿No
Page 1216 and 1217:
con alguien. —Vamos, vamos, date
Page 1218 and 1219:
Lo que no sé —dijo el rey hacien
Page 1220 and 1221:
espondió el piamontés. —Buscad
Page 1222 and 1223:
Roi-de-Sicile y nosotros debemos ac
Page 1224 and 1225:
—Es verdad, y sin embargo todo el
Page 1226 and 1227:
esperaba, encerrado en su alcoba, l
Page 1228 and 1229:
ciudad. El duque de Alençon perman
Page 1230 and 1231:
compañía de Guillonne. —He llam
Page 1232 and 1233:
—Tanto mejor; retiraos. Guillonne
Page 1234 and 1235:
Leed, leed, Carlota. —Pero escuch
Page 1236 and 1237:
estuviese orando entre dientes—.
Page 1238 and 1239:
levantó, rígida, pálida, con los
Page 1240 and 1241:
tiempo de tropezar con La Mole en e
Page 1242 and 1243:
no supo qué hacer. Dio dos o tres
Page 1244 and 1245:
fieles pistolas colgadas del cintur
Page 1246 and 1247:
—Diría, capitán, que el asunto
Page 1248 and 1249:
—dijo uno de los hombres—. Esta
Page 1250 and 1251:
habitación —dijo Orthon defendie
Page 1252 and 1253:
—¡Oh! —dijo el teniente—. Me
Page 1254 and 1255:
Maurevel. Este se puso de rodillas
Page 1256 and 1257:
De Mouy dudó un instante sobre lo
Page 1258 and 1259:
Catalina cogió una vela, se calzó
Page 1260 and 1261:
hombres que yacían en un charco de
Page 1262 and 1263:
arresto firmada por el rey. Catalin
Page 1264 and 1265:
Mouy en las habitaciones de mi cuñ
Page 1266 and 1267:
conturbaban su mente. Catalina, des
Page 1268 and 1269:
Capítulo IV LA NOCHE DE LOS REYES
Page 1270 and 1271:
—Voy a presentarte a alguien, Enr
Page 1272 and 1273:
Sería extraño. —¿El qué? —N
Page 1274 and 1275:
ey— y deteneos cuando os lo orden
Page 1276 and 1277:
personaje, llamó a uno de sus dos
Page 1278 and 1279:
puedo visitar a mi cuñada? ¿Acaso
Page 1280 and 1281:
—Y, sin embargo —dijo el rey—
Page 1282 and 1283:
quería resolver sus asuntos en fam
Page 1284 and 1285:
presa entre los barrotes, sólo pod
Page 1286 and 1287:
Margarita un idilio de Teócrito, y
Page 1288 and 1289:
taburete que le hundió el sombrero
Page 1290 and 1291:
—Preparan alguna sorpresa —dijo
Page 1292 and 1293:
los muebles en desorden y todo lo q
Page 1294 and 1295:
preguntó el duque de Guisa. —¡P
Page 1296 and 1297:
—dijo el duque de Anjou—, pero
Page 1298 and 1299:
de un jardín rodeado de altas pare
Page 1300 and 1301:
umbral dijo—: Mira. Se acercó En
Page 1302 and 1303:
de la abeja sobre el lirio. Sin emb
Page 1304 and 1305:
Enrique miró a Carlos con asombro.
Page 1306 and 1307:
Enrique. Los dos hombres pasaron al
Page 1308 and 1309:
Enriquito, aconsejad a María que n
Page 1310 and 1311:
señor —dijo Enrique—, es demas
Page 1312 and 1313:
despiértame, porque tenemos que es
Page 1314 and 1315:
hacia el rey de Navarra, le dijo:
Page 1316 and 1317:
Carlos señaló a Enrique a través
Page 1318 and 1319:
Capítulo VI EL REGRESO AL LOUVRE U
Page 1320 and 1321:
aquel momento el azar, contra el qu
Page 1322 and 1323:
Majestad. Catalina sonrió. —Sí,
Page 1324 and 1325:
principal del Louvre. Llevaba allí
Page 1326 and 1327:
inquieta del bearnés. —¡Ah! ¿E
Page 1328 and 1329:
Vuestra Majestad se engaña; no se
Page 1330 and 1331:
nombre, que le recordaba uno de los
Page 1332 and 1333:
que nadie haya visto algún detalle
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dijo mientras su dueña le cogía d
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convenceros de que nadie os espía
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ojizas cubrían el suelo; un mueble
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espionaje. —¡Ah, hermano mío!
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—, porque le había citado para p
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Enrique. —En efecto, puesto que y
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ecado de parte de Margarita. —Si
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duquesa de Nevers por el rey, el du
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hizo señas a Guillonne de que se a
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azones de un espíritu tan profundo
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sin que sea detenido a interrogado.
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podéis estar tranquilo… Nada dir
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Capítulo VII EL CORDÓN DE LA REIN
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vuestra vigilancia, los culpables,
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de él. De todo choque surge un rui
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econocer la capa de uno de mis gent
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Majestad que me llevase consigo ano
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Catalina. ¿No me he conducido como
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—Pero —dijo Catalina—, por es
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señor de Maurevel… —añadió C
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lugar? —No —contestó Catalina.
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—Insisto en que hacéis mal. Enri
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veros para decir a Vuestra Majestad
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—¡En la vuestra! —Sí, en la m
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—Bien, bien —dijo Catalina con
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Catalina—. ¿Qué queréis? Decí
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de Margarita. —En efecto —asint
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poniendo su mano en el hombro de Ca
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estaría nada mal que complicáramo
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Capítulo VIII PROYECTOS DE VENGANZ
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estaba refugiado no dejaría de esc
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—Peor todavía, Enriquito, peor;
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hombres? —Nada vi, señor. Vuestr
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estupefacción. —Confiesa, Enriqu
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de Francia y un príncipe soberano,
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un fatuo que se ha vanagloriado cal
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—¿Y sale? —Antes de que yo lle
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ocupándose aquel día sin que él
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de que su amigo le hiciera tal preg
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Cuando La Mole, después de revolve
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—Así es —dijo Coconnas. —Ent
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algo? —No, por el momento no, per
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francés. —¿Pero cómo podéis e
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—Veamos, respondedme francamente:
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hombres y huyó sin que nadie viera
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—La reina Catalina sabe que sois
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proyectil y desató el papel que es
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—¿Y cómo queréis que huya? —
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—¡Jamás! ¡De ninguna manera!
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como si una orden superior lo hubie
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demás permanecieron inmóviles.
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Margarita con toda la naturalidad.
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—¡Huid! —dijo la reina—. Hui
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Los cuatro príncipes, sin duda imp
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por el corredor.
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una ceremonia penosa de soportar, s
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Enrique de Navarra, aprovechará la
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embajadores han llegado y el viaje
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—Yo no tengo la culpa de que esta
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mejor madre del mundo, cuyos consej
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planteaba semejante cuestión. —A
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encontró? —Pareció creer lo que
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años apenas cumplidos habéis gana
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para él suponía aquello una espec
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Margarita, que no había tenido not
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fina ironía— me parece que no co
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espuestas tenéis para mis objecion
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entonces había visto a Carlos en p
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fuese el rey… —No, no, madre.
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todos los cielos!, su muerte será
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ocurriera una desgracia, dejando vu
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que estas palabras. Se quedó atón
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y esto antes de dos días; si agreg
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en el suelo, y, lanzando un grito t
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—¡Ah! —dijo el médico Ambrois
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Michel. Le había escrito la víspe
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políticas. —¿De veras? —Sí,
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ciencia. —Es que también la cien
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cogido ni qué use ha podido darle.
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aparentemente la expresión iremos
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desmayado dos veces. La reina madre
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un niño o a un enfermo, salió de
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una hoja de acero destinada a revel
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—Aquí están. Catalina entregó
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estaba dispuesto; cogió con una ma
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signos, la lámina de acero volvió
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Durante este tiempo, Renato se arro
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—Sin embargo, decíais que la san
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es el que mantiene desde ayer al re
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ey. Mientras se probaba todo aquell
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del honor. Coconnas puso en los suc
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lugar de ceder a su primer impulso,
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mazmorra? Tanto mejor, eso le hará
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saber dónde se halla, reuniré mis
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que les mantenía alejados. En cuan
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de Alençon participaba a medias en
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vida. Así, pues, al día siguiente
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sus días, si no enteramente llenos
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entrevista que fuera distinta de aq
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con su habitual reserva, llamaba a
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quería preguntaros vuestro parecer
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habéis tenido noticias suyas, señ
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asgos me han parecido bastante desf
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cuerda que os envié? ¡Oh! Si es a
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cuarto—, mostraos bien ahora: mov
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Maurevel ha hablado y si su presenc
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días una carta del señor De Mouy.
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espuesta. Sin duda tendréis en los
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nadie. La Mole se inclinó respetuo
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varios destacamentos de jinetes pro
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corona, que tenía la riqueza y el
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escena que provocó la crisis por l
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envueltos en amplias capas que se r
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intrépido jefe de los hugonotes qu
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lengua y, con una voz cuya emoción
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—¡Viva el rey de Polonia! Lasco
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juzgando que después de haber goza
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quo nunc sine ullá mord Lutetiá c
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contemplan del mismo modo? La reina
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viejo de barba blanca vestido de te
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Enrique no estuvo tranquilo hasta q
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madre. La encontró tan sombría y
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antecámara un correo dispuesto par
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cazar con Enrique, o hablaba de caz
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Cierto que ya era algo saber que La
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duquesa a su amigo, durante los dí
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nueve y media en la calle Tizon. No
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—Sí, por cierto. ¡Dios mío!, c
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—¡Gracias! —Seguí, pues, a es
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había visto. En fin, cansado de aq
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—Señor Coconnas, sois un majader
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Mole que, con el recuadro de la pue
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creáis una palabra de lo que digo.
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—Vamos, vamos, reina mía —dijo
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entero. —¿Y por qué, en lugar d
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andadas… Pero ¿qué importa? Est
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—Pues bien, vagaré y pasearé co
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la conmovedora historia de Orestes
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maestra, Coconnas se la leyó en vo
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Orestes se están muriendo de hambr
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entendían, sino que conspiraban ju
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Todo el mundo esperaba un acontecim
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hombre, inofensivo en apariencia, s
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calle de Naples, a un caballero emb
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Louvre. Si lo dan una respuesta, la
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No poderle matar aquí, sin otro te
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oro que le habían sido prometidos
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preguntó Catalina—. ¿Buscas aca
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—No, señora. Al saber el rey de
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todos los movimientos del muchacho;
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adversarios. Un niño se convertía
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prisa. Como había previsto, Orthon
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pretendía hacer recaer sobre él.
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Era todavía demasiado niño para t
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—Vamos, niño —dijo Catalina. Y
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losa de un sepulcro. Las miradas de
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Orthon, viendo que la cólera subí
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—Gracias, señora —dijo Orthon
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atir de las aguas del Sena, que por
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Un corazón fiel, un alma abnegada,
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Catalina regresó a sus habitacione
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iba Enrique, que, al enterarse por
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hombre de montaña y no de llanura,
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carta de amor a quien todos sabemos
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—No alquilo habitaciones de seño
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—¿Aquí o en vuestro cuarto? —
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—Se tratará de algún asunto de
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eina Catalina se presentó cuando
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irse, De Mouy; se ha expresado clar
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quinientos hombres, señor, y os se
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día a día de su enfermedad y las
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Enrique hizo el gesto con que duran
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plazo de cinco o seis días más pa
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a tener pelea. —Sí —dijo La Mo
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Mole cogiendo al rey del brazo y ll
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La Mole saltó primero por la venta
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posada de A la Belle Etoile. Se ve
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El día que detengan a Coconnas os
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—¿Cómo demonios quieres que ent
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tramaba contra su marido, y pasó a
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momento vuestro único, vuestro ver
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permiso para entrar en el aposento
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la alcoba del rey de Navarra y, res
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acontecimientos, pensé que el rey
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—Os escuchamos —dijo Carlos—.
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así, sin mi permiso, va de cabeza
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por ese maldito asunto de Maurevel,
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ey de Navarra, ¿qué fin tenía la
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de San Bartolomé? —El señor de
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—Pues bien, madre mía, no veo qu
Page 1714 and 1715:
está en libertad. —Señor —dij
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horas después de la escena que aca
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que no fuera Carlos IX, se llegó d
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como hermano que no deseo más sino
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contrario, le desesperaba. —Pero,
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conformarse con no ser más que mi
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entonces hacia el cazador y, al hal
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—Sí —continuó Carlos—, fue
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un modo más claro a su hermano que
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esolución. Os añado que esta reso
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—No, en absoluto, no os preocupé
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—Es una gran bondad por parte de
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—Sí, pero las cosas han cambiado
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Pero el duque no tenía más que un
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salieran de la tierra y esos treint
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preguntó si yo tenía algunos libr
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madre para saber que, por lo genera
Page 1748 and 1749:
lector tuvo conocimiento de la mane
Page 1750 and 1751:
fueron inútiles y Enrique pareció
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montad el mejor caballo de vuestras
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—Lo estaréis —dijo Margarita r
Page 1756 and 1757:
eina lo comprendió todo y se preci
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cierto es que el asunto se presenta
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hablemos más de esto. Pero si acas
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Capítulo XVIII EL LIBRO DE CETRER
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acre perfume y el duque de Alençon
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manos? —Sí —dijo Catalina. —
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—Han sido tomadas todas las medid
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tirano de Lucques. —¿Y qué debo
Page 1772 and 1773:
veo a Enriquito en el patio… Dád
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Navarra, haciéndole asistir a los
Page 1776 and 1777:
Alençon—, el canalla me estaba t
Page 1778 and 1779:
egresó a su habitación. Al entrar
Page 1780 and 1781:
tras otra sus joyas, ni que recorri
Page 1782 and 1783:
de viaje. Tras esto, y dadas las ó
Page 1784 and 1785:
pasar las hojas…». Un sudor frí
Page 1786 and 1787:
duque sin ponerle ninguna dificulta
Page 1788 and 1789:
mismo que el duque había dejado en
Page 1790 and 1791:
los cabellos erizados y preso de te
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Capítulo XIX LA CAZA CON HALCONES
Page 1794 and 1795:
muerte de mi hermano, la dinastía
Page 1796 and 1797:
puesto demasiado ardor en su lectur
Page 1798 and 1799:
Saint-Germain, donde encontrará un
Page 1800 and 1801:
que nos unen, Vuestra Majestad me e
Page 1802 and 1803:
—Buena idea —dijo el rey—; qu
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inquietud. Hubiera deseado que aque
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—Me matarán con su maldito odio
Page 1808 and 1809:
confundía en la penumbra. Obedecie
Page 1810 and 1811:
Margarita. Enrique estaba pálido p
Page 1812 and 1813:
armarios, de los estantes a las sil
Page 1814 and 1815:
de personajes tejidos en los más d
Page 1816 and 1817:
hacia ella como una flecha. La garz
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La lucha fue interesante. Los dos p
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tamaño de una alondra y el halcón
Page 1822 and 1823:
—¡Mirad! ¡Mirad! ¡Pico de Hier
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ojos turbios—. Me pareció como s
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saliera fuego de su boca. Los monte
Page 1828 and 1829:
Capítulo XX EL PABELLÓN DE FRANCI
Page 1830 and 1831:
el camino ocurra. En medio de este
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pudiésemos dejar nuestros dos caba
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Coconnas a hacer lo que no quiere;
Page 1836 and 1837:
levantándose lentamente y apoyando
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¡Preparaos! Coconnas se levantó t
Page 1840 and 1841:
—Está bien —dijo La Mole—, q
Page 1842 and 1843:
solamente con las rodillas. —¡El
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De Mouy es un señor que habla con
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—Escápate tú, querido, no os lo
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—Pues en marcha. —¡Bien dicho!
Page 1850 and 1851:
—¡Qué diablos, señores, no tir
Page 1852 and 1853:
Francisco I? —dijo Coconnas a La
Page 1854 and 1855:
solo tiro. Los soldados habían con
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pabellón, sino desperdigados por e
Page 1858 and 1859:
conducía al río Enrique y Margari
Page 1860 and 1861:
Capítulo XXI INVESTIGACIONES L esp
Page 1862 and 1863:
«Se nos escapará otra vez —pens
Page 1864 and 1865:
parque, de modo, señor, que, cuand
Page 1866 and 1867:
ey Carlos! —Yo no soy rey de los
Page 1868 and 1869:
de Nancey—, algunos de nuestros h
Page 1870 and 1871:
—Y hasta hubiésemos podido huir
Page 1872 and 1873:
—No está —dijo el duque furios
Page 1874 and 1875:
—¡Silencio! —ordenó Carlos—
Page 1876 and 1877:
iendas, abrió los brazos y cayó h
Page 1878 and 1879:
pasó luego tan cerca de La Mole qu
Page 1880 and 1881:
—Haced llamar a Ambroise Paré
Page 1882 and 1883:
Carlos echó hacia atrás la cabeza
Page 1884 and 1885:
contestad, Enrique. —La mitad sol
Page 1886 and 1887:
ella o de quienes la rodean. Ya sab
Page 1888 and 1889:
—En un hombre que se asombraría
Page 1890 and 1891:
—Tan seguro como de la segunda.
Page 1892 and 1893:
—¿Puedo entonces irme de París?
Page 1894 and 1895:
—Señor —dijo Enrique—, Vuest
Page 1896 and 1897:
Capítulo XXII ACTEON L quedarse so
Page 1898 and 1899:
algo más aliviado. Cogió de nuevo
Page 1900 and 1901:
su propia grandeza, los reyes no so
Page 1902 and 1903:
demás, podía distinguirse parte d
Page 1904 and 1905:
cumplir la orden de su amo. —¡Oh
Page 1906 and 1907:
Renato, con una vela en la mano, se
Page 1908 and 1909:
que me ayudara. —Yo mismo os ayud
Page 1910 and 1911:
tragado carbones encendidos, dolore
Page 1912 and 1913:
no pasó inadvertido al rey. —¿S
Page 1914 and 1915:
poco importa el tiempo que tarde en
Page 1916 and 1917:
etrocediendo y contemplando al enve
Page 1918 and 1919:
pluma y mojándola en el tintero, e
Page 1920 and 1921:
madrugada y he debido de ponerme ma
Page 1922 and 1923:
Capítulo XXIII EL BOSQUE DE VINCEN
Page 1924 and 1925:
de Médicis. El prisionero atraves
Page 1926 and 1927:
aspecto lúgubre. Enrique miró en
Page 1928 and 1929:
—Es el desagüe, señor. —¿Llu
Page 1930 and 1931:
arrestar a esos pobres caballeros;
Page 1932 and 1933:
vería obligado a guardar silencio
Page 1934 and 1935:
no sea más que para que entre un p
Page 1936 and 1937:
conviene tanto como a mí el estar
Page 1938 and 1939:
cerradas con barrotes de hierro ent
Page 1940 and 1941:
quitóse las sortijas y arrancó el
Page 1942 and 1943:
—¡Señor!… —dijo el gobernad
Page 1944 and 1945:
le veríais, venid… Un hombre hon
Page 1946 and 1947:
—Sí, le di cien escudos. —Buen
Page 1948 and 1949:
temporada al duque de Alençon. La
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oían con terror los guardias que e
Page 1952 and 1953:
el efecto por la causa. Por consigu
Page 1954 and 1955:
La alcoba del rey se llenó rápida
Page 1956 and 1957:
temblaba por la de su amante. Por e
Page 1958 and 1959:
un modo tan singular, que la conver
Page 1960 and 1961:
aproximó al lecho y alargó hacia
Page 1962 and 1963:
síntomas en lugar de tratar la enf
Page 1964 and 1965:
y mirando a su madre. —Reside en
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invisibles. —¡Imposible, a fe m
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—¿Qué hermano? —El duque de A
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el corazón y las entrañas? —Sí
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comprendo nada. —He dicho que no
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L en lugar de una M. —¿De modo
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—¿No me lo diréis por compromis
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quiere decirlo, le obligaremos a ha
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Carlos. —Escuchadme, Carlos, es t
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Louvre. —¡Ah, ya comprendo! —d
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mentía. —Tal vez vos ignoráis q
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eina de Navarra, cayendo de rodilla
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La joven miró a su hermano y se es
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carcajada estridente—. Es una lá
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con tal de salvar el honor de la fa
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Capítulo XXV ESCUDOS INVISIBLES L
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observarían, y que en resumidas cu
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hechas a Renato y de una o de varia
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seguía el mismo camino, sino otro
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El procurador se guardó el papel e
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tantas escenas de embriagadora dich
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—Sí. —¿Y nuestros presos? —
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humana y trescientos mil escudos…
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tocado que le sienta muy bien, a ig
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—Al mismo precio hubiera hallado
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suponer… —¡Bribona! Merecería
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—¿Y si lo reconocen en los alred
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de prisión, habrá que comenzarlo
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Capítulo XXVI LOS JUECES STUPENDO,
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menos a juzgar por la idea que me h
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haberme sido infiel para que yo me
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seguía sus alegres pensamientos si
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—Pero —agregó La Mole— sólo
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—Sin duda…, y vosotros también
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—¿Y cuándo os parece que tendr
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Coconnas esperó que apareciera el
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En efecto, se oyó un ruido a sus e
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no se le notase que era patizambo.
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que ya sabéis quién soy. —¿Dó
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incrédulamente. —¡Ah! ¿Conque
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—Escribid —ordenó el president
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sortilegio contra la vida del rey.
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una mujer? —Sí. —Lo que no qui
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—¿Dónde los habéis visto? —E
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—¿Y por qué razón había de te
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Los guardias se apoderaron de los d
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Capítulo XXVII EL TORMENTO DE LOS
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media voz, fueron seguidas de un si
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—¿Están degollando a alguien aq
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delante con paso acompasado y lleva
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más lúgubres que pueden ofrecerse
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instintivamente. Cuando se disponí
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lugar un poste con una plancha de c
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sino después de la tortura y eran
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tamaña violencia. —¡Miserables!
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la ciudad de París. Un doloroso as
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—No —respondió Coconnas resuel
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El juez frunció el ceño. —¡Vay
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Oída la orden, Caboche dio otro go
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—Si cometí un crimen tendiendo u
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¡Dios mío! ¡Qué hubiera ocurrid
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Catalina exigía vuestra muerte. Su
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que pasar hábilmente del caballete
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críticos momentos.
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Coconnas aspiraba con fruición el
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ayudantes se alejaron para ir a bus
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hacia el altar, había cogido el pu
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entonces que todos los hombres somo
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Annibal le cogió en sus brazos y l
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Enriqueta trataba de arrastrar suav
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madre con su hijo, cogió suavement
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juro por mi alma, Hyacinte, que la
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dadme un recuerdo cualquiera que pu
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Capítulo XXIX LA PLAZA DE SAINT-JE
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del vehículo y cuyos ojos erraban
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estúpido cual si le mirase desde u
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pecho. —¡Animo! —le dijo Cocon
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—Buen hombre —dijo Coconnas—,
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lleno de espectadores. Por todas la
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Mole—, ¿no la ves? Coconnas gir
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—Sí —dijo el piamontés, y vol
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pedido. Este relicario os abrirá l
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—le dijo—, hazme otro favor aú
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Capítulo XXX LA PICOTA NOCHECIÓ s
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último impulso de compasión hacia
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azo del señor de Nancey, se dirigi
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Ninguna de las dos mujeres le vio e
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tentada de reunir todas sus fuerzas
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lamento tener que morir? Pues míra
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mirando a Enriqueta, que ni le hab
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Se contempló en un espejo. «Mi he
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umbral. —¿Sois vos…? —dijo l
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obligado a levantar mi capa, ¿qué
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la puertecita falsa y, cogiendo del
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En aquel momento se apagó la luz q
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dijo— si he osado llegar hasta el
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escalera de pocos peldaños que par
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cabezas inclinadas y puestas junto
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atrevida, tan insolente en la felic
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modo que habían salido. En la puer
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Capítulo XXXI SUDOR SANGUÍNEO OCO
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había eximido de toda obediencia a
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ápidamente la antecámara, entró
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Coconnas, vuestros sufrimientos fí
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satisfacción que las denuncias dic
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voluntad de su hijo; tan fuera de s
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¿Desde cuándo la que os ha dado e
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señora, y coged un libro; debe de
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olor a ajo. Pronto el libro quedó
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—Yo —dijo Carlos.
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su mirada penetrante adivinaba a Ca
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almendros en flor, a un hombre sobr
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Todos los pañuelos blancos volvier
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Enrique se acercó a ella diciéndo
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Catalina se detuvo. —¿Qué? —Q
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—Sin duda —dijo Catalina—, pe
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—Hace dos años que estoy proscri
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dos soldados que le estaban esperan
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ganado siempre? —Subid, pues, a v
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Enrique se quedó tan asustado al v
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impresiones que sienten quienes les
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desdichado rey ocultó su pálida f
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—, sus súbditos no consentirán
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¡Ay, Enriquito, me lo matarán!
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—Sí, sin duda, os lo he prometid
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todos; más vale que le dejes en la
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vengada, sólo a Dios corresponde h
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Capítulo XXXIV EL REY HA MUERTO.
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corresponde, no quiero que encuentr
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los ejércitos, las llaves del teso
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Venid, Francisco, venid —dijo la
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apareció un pálido rostro. En med
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El perfumista se estiró cuanto pud
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por diferentes rutas. —¡Oh! ¡De
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no lo olvidéis nunca. —Pierde cu
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—¿Qué quieres, Carlos mío? —
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esperaba encontrar a De Mouy. De pr
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saltando del caballo. —¡Mi herma
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Capítulo XXXV EPÍLOGO ABÍA trans
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París estaba muy tranquilo y la re
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—A juzgar por las apariencias, vi
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—Ahora lo estoy por completo. —
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amigo suyo en una casa próxima a l
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illete perdido en el pasillo del Lo
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vigilan en la sombra. —Tres son m
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Lo único eterno es mi amor. Acabab
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—¡Un momento! Aquí no se puede
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cinturón de cuero de Maurevel, la
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Un grito le sirvió para orientarse
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ir a estallar, atosigado y jadeante
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mismo tiempo, Enrique atravesaba co
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de la Croix-du-Trahoir, es decir, f
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su amante. —¿Y el marido dónde
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amado, apoyó sus labios sobre la f
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esplandecía entre los sombríos pl
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Montecristo (1845). Dumas nació en
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Notas
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[2] ¿Por qué cuando quiero / mord
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[3] Ronsard, sé que si no me ves /
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[4] El arte de hacer versos, indíg
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[5] Para mantener la fe, / soy bell
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[7] Y pasó la diosa. (N. del T.)
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[9] Áyax, hijo de Telamón y Perib
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[11] Zapato de una sola suela y de
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[13] Aquí yace… —pero no es as
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[15] Autorización dada por algunos
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[17] Hombres que hacen los más hum
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[19] Toda carne es hierba. (N. del
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[21] ¿Qué es eso? (N. del Ed.)
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[23] ¡Vete al infierno! (N. del Ed
Page 2305 and 2306:
[25] Llevaba un gran miriñaque, pr
Page 2307 and 2308:
[27] Dicho de colocar plantas: En f
Page 2309 and 2310:
[29] Especie de dosel o palio hecho
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[31] «A todo le doy encanto». (N.
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valor y entereza. (N. del Ed.)
Page 2315 and 2316:
quedaría en su lugar su amigo Dam
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[34] Orestes, perseguido por las Er
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[36] Vuestra inesperada presencia e
Page 2321 and 2322:
[38] ¡Por Dios! Expresión italian
Page 2323 and 2324:
Atenas. (N. del Ed.)
Page 2325 and 2326:
[41] Personaje considerado durante
Page 2327 and 2328:
[43] La hiedra, en Francia, es el s
Page 2329 and 2330:
[45] Hipertrofia de las amígdalas
Page 2331:
[47] Reí, pero heme aquí desarmad
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1 LA REINA MARGARITA A DUMAS

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