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Adaptación del cuento popular de Perú<br />
(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
En las hermosas y lejanas tierras de<br />
Perú vivía una pareja joven que tenía<br />
cinco hijos pequeños.<br />
Su vida era bastante dura y no podían<br />
permitirse ningún lujo.
La familia salía adelante gracias al<br />
cultivo del maíz en un pequeño<br />
terreno que tenían muy cerca de su<br />
hogar.
Cada mañana, la mujer lo molía y<br />
hacía con él pan y tortas para dar<br />
de comer a sus chicos.
Si sobraba algo de la cosecha, lo<br />
vendía por la tarde en la aldea más<br />
cercana y regresaba con un par de<br />
monedas de plata a casa.
De tanto trabajar de sol a sol, la<br />
campesina estaba agotada.
Su marido, en cambio, no hacía<br />
nada. Se pasaba el tiempo<br />
holgazaneando y dando paseos por<br />
la montaña mientras los chiquillos<br />
estaban en la escuela o jugando al<br />
escondite.
Un día, la muchacha se sentó en el<br />
granero y se puso a limpiar, como siempre,<br />
las mazorcas que había recogido durante<br />
la jornada. Eran grandes y tenían un<br />
aspecto fantástico. Por unos momentos se<br />
sintió muy feliz, pero cuando se puso a<br />
hacer recuento, comprobó que no había<br />
suficiente cantidad para hacer pan para<br />
todos y mucho menos, para vender a los<br />
vecinos.
La pobre, desconsolada, se arrodilló y<br />
comenzó a llorar ¿Cómo iba a dar de<br />
cenar a sus cinco hijitos si no podía<br />
fabricar bastante harina?… Si al menos<br />
su marido la ayudara podrían unir<br />
fuerzas y cultivar más maíz, pero era un<br />
egoísta que solamente pensaba en sí<br />
mismo y en su propia comodidad. Miró<br />
al cielo y pidió al dios bueno que<br />
tuviera compasión y le diera fuerzas<br />
para continuar.
De repente, notó que en una esquina algo<br />
brillaba con intensidad. Se quedó muy<br />
extrañada pero ni siquiera se acercó; imaginó<br />
que se trataba de un rayo de sol que incidía<br />
sobre una caja de metal, de esas donde se<br />
guardan las herramientas.<br />
Se desahogó un rato más y se enjugó las<br />
lágrimas con el puño de su desgastada blusa.<br />
Al levantar la mirada, con los ojos todavía<br />
vidriosos, vio que el extraño brillo seguía allí,<br />
sin moverse del rincón del granero. Cayó en la<br />
cuenta de que era casi de noche, así que<br />
estaba claro que el sol no podía ser.
Un poco asustada, se acercó despacito a<br />
ver de qué se trataba. El fulgor era más<br />
intenso a medida que se aproximaba y<br />
hasta tuvo que mirar hacia otro lado para<br />
que no le deslumbrara. Su sorpresa fue<br />
inmensa cuando descubrió que era una<br />
enorme mazorca dorada ¡No se lo podía<br />
creer! Sus granos eran de oro puro y de<br />
ellos salían intensos haces de luz.
La campesina miró hacia arriba ¡El dios le había<br />
ayudado atendiendo a sus plegarias! Cogió la<br />
mazorca con delicadeza y salió en busca de su<br />
marido, que roncaba sobre una hamaca dejando<br />
pasar las horas.<br />
Con voz aún temblorosa le contó lo sucedido y el<br />
hombre, por primera vez en su vida, se avergonzó<br />
de su comportamiento. Comprendió que su esposa<br />
había cargado siempre con la responsabilidad de la<br />
casa, de los hijos y del duro trabajo en el campo ¡Era<br />
a ella y no a él a quien el dios divino había<br />
recompensado!
A partir de ese día, el muchacho<br />
cambió para siempre. Vendieron la<br />
mazorca de oro y ganaron mucho<br />
dinero. Después, arreglaron la casa,<br />
compraron un terreno más grande y sus<br />
niños crecieron sanos y felices. Nunca<br />
jamás volvió a faltarles de nada.