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REVISTA NUMERO 37 CANDÁS MARINERO

Noticias sobre Candás y su concejo Carreño en Asturias

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Candás, Junio de 1938<br />

Atruena la voz en la entrada requiriendo la<br />

presencia de Rosaura. La vaharada fétida que surge de la<br />

boca tras el gruñido propaga su nauseabundo olor por el<br />

vestíbulo. Trata Clementa de no amilanarse y mantener la<br />

compostura. Balbucea de miedo al decirles que su madre<br />

no se encuentra bien, que no puede caminar, que pasarán<br />

mañana por donde ellos digan. De nada le vale lo<br />

argumentado, ni que su madre sea una persona mayor.<br />

Son carroñeros como las hienas y se recrean en la<br />

crueldad. La orden está dictada. La decisión tomada.<br />

Finalmente se las llevan a las dos, a la madre y a la hija.<br />

Rosaura jamás volverá a pisar el suelo de su casa.<br />

La habitación está<br />

en penumbra, iluminada<br />

apenas por una luz de<br />

bombilla. Son varias las<br />

mujeres allí retenidas. El<br />

temor las mantiene en<br />

un silencio sepulcral sólo<br />

alterado por los alaridos<br />

provenientes del sótano.<br />

Alaridos de hombres y<br />

mujeres<br />

Gritos<br />

espeluznantes que<br />

claman y se rebelan<br />

contra la tortura a la que<br />

están siendo sometidos<br />

Cada cierto tiempo un par de camisas azules con<br />

pistola al cinto entra y se lleva a una de las mujeres.<br />

Ninguna de ellas regresa a la habitación. Rosaura y<br />

Clementa se acurrucan en una de las esquinas. La espera<br />

es un auténtico suplicio. Los pensamientos se agolpan<br />

alocados en sus cabezas y el pavor por el desenlace las va<br />

paralizando hasta dejarlas petrificadas, encogidas,<br />

incapaces de reaccionar. Entran de nuevo los carceleros.<br />

Esta vez se dirigen hacia ellas, se acercan a Rosaura y<br />

entre los dos la levantan. Clementa eleva su mano para<br />

suplicarles que no la lleven, que la dejen a su lado. Es<br />

inútil. De un manotazo se la vuelven a bajar a la vez que<br />

se llevan a su madre. El instinto de supervivencia le hace<br />

reaccionar y se escabulle tras ellos. Desaparecen por el<br />

pasillo y ella fuera de sí entra en una estancia habilitada<br />

como despacho. Un hombre trajeado, de buen porte, no<br />

mucho mayor que ella se le queda mirando sorprendido<br />

por su presencia. Debe de estar bien visto y tener un cargo<br />

importante entre los nuevos dirigentes locales. Antes de<br />

que él pueda hablar le solicita caridad y ayuda. Le implora<br />

sumisa que libere a su madre y las ponga a las dos a salvo.<br />

Que son inocentes y no han hecho mal a nadie. El hombre,<br />

sin saber muy bien porqué, quizá la mirada le conmueve,<br />

le señala a su izquierda la puerta del guardarropa donde<br />

puede esconderse durante la noche. Vuelve a posar sus<br />

ojos en los de ella y se encoge de hombros a la vez que<br />

pronuncia un “lo siento” y le dice que no está en su mano<br />

el poder transgredir las órdenes determinadas por<br />

instancias superiores para el devenir de su madre<br />

Cuando al día siguiente Tomasa, avisada de la<br />

detención por un hermano de Rosaura, se acerque<br />

sobresaltada al puesto de interrogación a interesarse<br />

por su suegra, acompañada de su hija mayor muerta de<br />

miedo -apenas doce años y de nombre como su güela-,<br />

tropezará con Clementa deambulando por los pasillos<br />

desorientada y abstraída, envejecida de repente por la<br />

angustia padecida. Con el paso de los meses las visitas<br />

nocturnas a las casas, las detenciones y los asesinatos,<br />

darán paso en el pueblo a una convivencia de fingida<br />

normalidad asentada en el horror establecido. En las<br />

sobremesas familiares de cartilla de racionamiento, les<br />

contará Clementa a sus hermanos la pesadilla acaecida<br />

aquella tarde-noche en la casa Genarín,<br />

mencionándoles la providencial presencia de aquel<br />

hombre que le salvó la vida. En los cuchicheos de portal<br />

se dará por hecho que era secretario del ayuntamiento<br />

y que durante años cortejó a una mujer respetable de<br />

Candás. Con el tiempo encontrará Clementa trabajo de<br />

sirvienta en la casa de verano de una familia pudiente<br />

de Oviedo y el resto de su vida se negará con firmeza a<br />

dar detalles o entrevistas del suplicio soportado.<br />

La llevan a empellones por el pasillo. Un<br />

estremecimiento le recorre la espalda. Le sudan las<br />

manos pero poco a poco va recuperando la<br />

compostura. El sufrimiento acarreado por las<br />

desgracias padecidas le ha ido forjando un carácter<br />

atribulado haciendo de la resignación un parapeto<br />

contra el dolor.<br />

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