REVISTA NUMERO 37 CANDÁS MARINERO
Noticias sobre Candás y su concejo Carreño en Asturias
Noticias sobre Candás y su concejo Carreño en Asturias
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Candás, Junio de 1938<br />
Un sudor frío se iba apoderando de su cuerpo. Oyó<br />
más disparos y sintió un impacto desgarrador que le<br />
penetraba en la espalda. Percibió un reguero de sangre<br />
arrollándole por el costado. La cabeza se le fue y terminó<br />
cayendo desplomado sobre las resbaladizas tejas. Notó<br />
el escupitajo en la cara y una voz rabiosa que se diluía en<br />
la neblina de la semiinconsciencia -“¡Rojo asqueroso. Te<br />
tenemos!”-. Un remolino lóbrego lo sumergió en la<br />
absoluta oscuridad.<br />
Como solía hacer últimamente buscó distracción<br />
en la cocina. Se puso a preparar la comida demasiado<br />
temprano con la intención de aplacar su incesante<br />
desasosiego. Igual que en días anteriores Rosaura había<br />
madrugado para asistir a la misa de la mañana. Rezó el<br />
rosario y pidió con vehemencia al Cristo por los suyos,<br />
los que tenía a su lado y los que la desgracia se llevó.<br />
Suplicó con énfasis que acogiese a su hijo Joaquín a su<br />
lado. La guerra lo había sacrificado en una trinchera del<br />
frente de Candamo. Era joven e idealista. Dejó viuda y un<br />
hijo a punto de nacer<br />
Y una madre<br />
enquistada en el luto que<br />
renegaba del trato de la<br />
vida en los momentos de<br />
desolación, para de<br />
seguido sobreponerse y<br />
resurgir del despojo del<br />
desaliento con el suficiente<br />
coraje para seguir tirando y<br />
resistir con denuedo las<br />
adversidades padecidas<br />
. Rogó también por<br />
Pinón<br />
otro de sus hijos preso en Ribadeo, implorando que<br />
lo mantuviera bien de salud. Al finalizar la misa regresó a<br />
casa. No corrían buenos tiempos. Con el final de la guerra<br />
había arraigado en el pueblo el odio, la codicia, el anhelo<br />
de venganza y en la mayoría de las casas un temor atroz a<br />
las represalias. Se percató cómo de un día para otro hubo<br />
feligresas que se mudaron de banco en la iglesia para no<br />
tenerla cerca. Y en la calle algunos convecinos eludían el<br />
saludo, la miraban de soslayo y murmuraban con<br />
desdén. Intentó sonsacar en las miradas el porqué sin<br />
conseguirlo. Estaban vacías. Sólo transmitían bajeza<br />
moral. Ella callaba pero podía imaginarse el motivo: un<br />
hijo muerto en el frente perdedor, otro preso por Galicia<br />
y un yerno escondido por el pueblo declarado en busca y<br />
captura por el hecho de ser republicano y haber<br />
formado parte de un comité popular de alimentación.<br />
Los siniestros guardianes de camisa azul, correaje,<br />
pistola al cinto y ‘viva España’ estaban ávidos de<br />
revanchas, torturas y ejecuciones. Eran los caínes de la<br />
posguerra. Había que andar con tiento.<br />
Su buena mano en la cocina conseguía solapar la<br />
escasez de alimentos y las carencias de dinero. Olía bien<br />
el pote que poco a poco iba impregnando su aroma por<br />
toda la casa. Se asomó a la ventana. Era incapaz de<br />
desprenderse de aquella aprensión que durante gran<br />
parte de la noche la tuvo en vela. Lucía un sol veraniego<br />
en un cielo casi despejado. Olía a mar el mediodía.<br />
Parecía que al fin descartaba los malos augurios cuando<br />
escuchó el griterío. Provenían de la calle de la sierra y se<br />
acercaban a La Baragaña. Lo supo al instante, se lo dijo el<br />
corazón. Todos sus aciagos presentimientos, sus trágicas<br />
conjeturas y sus angustias nocturnas se hicieron realidad<br />
de repente. Lo habían apresado. Era él. Su yerno<br />
Se asomó a la galería y gritó. Gritó sin contenerse.<br />
Gritó contra la sinrazón. Gritó con vehemencia contra la<br />
tortura y el asesinato. Contra la crueldad recién<br />
instaurada por el nuevo régimen. Gritó clamando piedad<br />
y justicia. Selmo no era merecedor de aquella atrocidad.<br />
Ni él, ni nadie.<br />
Un grupo de secuaces lo rodean. Van armados.<br />
Con pistolas y fusiles. En el centro del corro, medio<br />
aspado, avanza a duras penas el cautivo. Tiene la cara<br />
amoratada, desfigurada por los culatazos recibidos<br />
. El dorso de la camisa, mugriento de costra<br />
reseca y sangre fresca, evidencia la herida de bala.<br />
Apenas puede mantenerse en pie<br />
Se siente morir por momentos. Uno de los del<br />
mosquetón, jactancioso, le suelta un brazo de la<br />
improvisada cruz y lo levanta<br />
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