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Tengo mucho que contarle - Luigi Pirandello

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III<br />

Mirina. El cirio bendito, el cirio «de la buena muerte», <strong>que</strong> a<strong>que</strong>lla santa mujer se<br />

habría traído de la iglesia de su pueblo natal, ahora cumplía su cometido.<br />

Lo había custodiado durante tantos años para sí misma, en el fondo del armario; y<br />

ahora ardía en un largo candelabro de plomo y vigilaba, con los recuerdos humildes y<br />

<strong>que</strong>ridos del pueblo lejano, deshaciéndose en lágrimas, detrás de la cabeza de la muerta,<br />

tumbada en el fondo del ataúd todavía abierto, en el lugar antes ocupado por la cama.<br />

Cada vez <strong>que</strong> recuerdo a mi primera esposa, evoco con extraordinaria lucidez esta<br />

visión fúnebre. La santa mujer tumbada en a<strong>que</strong>l ataúd es Amalia Sanni, la hermana<br />

mayor y (quisiera decir) la madre de Mirina. Vuelvo a ver la modestísima habitación y,<br />

además del cirio bendito, dos cirios más pe<strong>que</strong>ños <strong>que</strong> se consumen con mayor rapidez a<br />

los pies del ataúd, chisporroteando de vez en cuando.<br />

Yo estoy sentado cerca de la ventana y, como si la inesperada desgracia me hubiera<br />

aturdido más <strong>que</strong> dolido, miro a los parientes y a los amigos <strong>que</strong> han llegado para a<strong>que</strong>lla<br />

muerte: gente sabia y de bien, no quiero negarlo, pero <strong>que</strong> también pecaba de celo<br />

excesivo haciendo <strong>que</strong> me diera cuenta de la antipatía <strong>que</strong> sentían por mí. Claro, tenían<br />

sus razones, pero así no me ayudaban a recobrar la cordura, por<strong>que</strong> yo —al contrario—<br />

de sus miradas extraía razones para compadecerlos sinceramente.<br />

Yo amaba a Amalia Sanni como a una hermana. Ahora reconozco en ella solo una<br />

ofensa, esta: <strong>que</strong> su alma estaba completamente de acuerdo con la mía en concebir la<br />

vida. Pero no diría <strong>que</strong> ella estaba loca; diría como máximo <strong>que</strong> Amalia Sanni no fue<br />

sabia, como san Francisco. Por<strong>que</strong> no hay un camino intermedio: o se es santo o se es<br />

loco.<br />

Con cuidado ambos nos esforzábamos en despertar el alma de Mirina, sin por eso<br />

desperdiciar la frescura de su descontrolada y casi violenta vitalidad, sin mortificar su<br />

minúsculo cuerpecito de muñeca, lleno de vivacísimas gracias. Queríamos enseñar a una<br />

mariposa, no a cerrar las alas y dejar de volar, sino a no posarse en las flores venenosas.<br />

Sin entender <strong>que</strong>, para la mariposa, lo <strong>que</strong> a nosotros nos parecía veneno era el alimento<br />

mismo.<br />

Basta: no quiero alargarme narrando mi infeliz existencia conyugal con Mirina.<br />

Solamente diré <strong>que</strong> ella detestaba en mí lo <strong>que</strong> en su hermana admiraba. Y ahora esto me<br />

parece naturalísimo.<br />

De pronto, en la cámara mortuoria entró resoplando una de las primas de mi mujer,<br />

cuyo nombre ya no recuerdo: gorda, enana, con un gran par de gafas redondas <strong>que</strong> le<br />

agrandaban monstruosamente los ojos, pobrecita. Había salido al aire libre a recoger el<br />

mayor número posible de flores, cerca de la villa, y ahora venía a dejarlas sobre la<br />

muerta. Llevaba en el pelo despeinado el viento <strong>que</strong> gritaba fuera.<br />

Amable y piadoso a<strong>que</strong>l pensamiento: ahora lo reconozco; pero entonces…<br />

Recordaba <strong>que</strong>, pocos días atrás, Amalia, al ver <strong>que</strong> Mirina volvía a la villa con un gran<br />

ramo de flores, había exclamado, afligida:<br />

—¡Qué lástima! ¿Qué has hecho?<br />

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