Rafael Vega y Melquíades Álvarez fueron los homenajeados del grupo de amigos del barrio candasín, fieles a su cena anual de septiembre Melquíades Álvarez Hevia y Rafael Vega Cuervo, la noche del viernes, en Candás, antes de la cena. 20
No era una foto cualquiera. Ni era la única expuesta en la sala. Había más, muchas más, decenas de ellas. Formaban parte de una muestra evocadora del Candás de antes organizada por la asociación ‘Candás Marinero’. Le sobrevino al entrar. Notó un influjo irrefrenable que lo encaminaba hacia ella. Pasó de refilón al lado de las otras fotografías, dedicándoles apenas una mirada presurosa carente de interés. No supo explicarse su actitud. Nunca le había ocurrido. Siempre que asistía a exposiciones fotográficas solía observarlas con parsimonia, disfrutando de las percepciones que las imágenes le suscitaban y más, como en esta ocasión, si se trataba de gente del pueblo, de ancestros ligados de una u otra manera a la mar, a la pesca y a la industria conservera de ella derivada. Llegó junto a la pared. Allí, en el saliente de la columna, estaba expuesta la foto que había obrado en su voluntad como si fuera portadora de una energía afectiva capaz de imbuirle aquella corazonada que le apremiaba a acercarse. De situarse a su vera y contemplarla. Un hormigueo le zigzagueó en el estómago, preludio de las sensaciones que estaba por experimentar. Formato veinte por treinta. Color sepia. Siete mujeres jóvenes posaban en lo que a su parecer era La Nozaleda. Cuatro sentadas en un bordillo. Tres, por detrás, semi-agachadas. Ropa de domingo. El pelo a la moda de entonces, media melena ondulada o rizada. Todas ellas posaban con una sonrisa fresca que les iluminaba la cara. Transmitían alegría, ganas de disfrutar de la vida. Se centró en la mujer de la derecha del bordillo. Apenas posó los ojos en ella se respingó por entero sin poder evitarlo. Parecía observarlo en profundidad, con mirada acentuadamente dulce. Sus ojos eran como una puerta al pasado, como una invitación a penetrar en los recuerdos de un periodo ya lejano para él. Remembranzas de hechos que en el tiempo de la foto aun no habían ocurrido. Acontecimientos que a la mujer aún le quedaban por vivir. Formaban, por entonces, parte de su futuro. Se había quedado prendido de la foto. Rescatando vivencias diluidas entre la rutina que provoca el transcurrir de los años. Son escasos los recuerdos de la niñez, difusos en la línea que enmarca la conciencia. No obstante hay dos que siempre asoman en los momentos precisos A veces en las noches de duermevela, a veces paseando, y siempre cuando la moral se torna gacha y uno rebusca en el baúl esperando encontrar en él aquel cariño que por veces tanto extraña Son ambos recuerdos nítidos, anhelados cuando se prolongan en la ausencia. Noche de reyes, casi, casi, de madrugada 21