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Cuentos de la selva

Projeto editorial integral Eduardo Rodrigues Vianna Imagem da capa Flamingos. Fotografia em domínio público, licença Creative Commons 0. CADERNOS DO MUNDO INTEIRO didaticos.cadernosdomundointeiro.com.br 2018 Jundiaí, SP

Projeto editorial integral
Eduardo Rodrigues Vianna
Imagem da capa
Flamingos. Fotografia em domínio público,
licença Creative Commons 0.
CADERNOS DO MUNDO INTEIRO
didaticos.cadernosdomundointeiro.com.br
2018
Jundiaí, SP

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rarse en el espejo <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro<br />

más raro y más feo que pue<strong>de</strong> darse, todo pe<strong>la</strong>do, todo rabón<br />

y temb<strong>la</strong>ndo <strong>de</strong> frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor<br />

con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el<br />

tronco <strong>de</strong> un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió<br />

en el fondo, tiritando <strong>de</strong> frío y <strong>de</strong> vergüenza.<br />

Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:<br />

— ¿Dón<strong>de</strong> estará Pedrito? — <strong>de</strong>cían. Y l<strong>la</strong>maban — ¡Pedrito!<br />

¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!<br />

Pero Pedrito no se movía <strong>de</strong> su cueva, ni respondía nada,<br />

mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no<br />

apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto,<br />

y los chicos se echaron a llorar.<br />

Todas <strong>la</strong>s tar<strong>de</strong>s, a <strong>la</strong> hora <strong>de</strong>l té, se acordaban siempre<br />

<strong>de</strong>l loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan<br />

mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito! Nunca más lo verían<br />

porque había muerto.<br />

Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su<br />

cueva sin <strong>de</strong>jarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza<br />

<strong>de</strong> verse pe<strong>la</strong>do como un ratón. De noche bajaba a comer<br />

y subía en seguida. De madrugada <strong>de</strong>scendía <strong>de</strong> nuevo, muy<br />

ligero, iba a mirarse en el espejo <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocinera, siempre muy<br />

triste porque <strong>la</strong>s plumas tardaban mucho en crecer.<br />

Hasta que por fin un día, o una tar<strong>de</strong>, <strong>la</strong> familia sentada<br />

a <strong>la</strong> mesa a <strong>la</strong> hora <strong>de</strong>l té vio entrar a Pedrito muy tranquilo,<br />

ba<strong>la</strong>nceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían<br />

morir, morir <strong>de</strong> gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas<br />

plumas.<br />

— ¡Pedrito, lorito! — le <strong>de</strong>cían — ¡Qué te pasó, Pedrito!<br />

¡Qué plumas bril<strong>la</strong>ntes que tiene el lorito!<br />

Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy<br />

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