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ESCAPULARIO julio agosto 2019

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C aminos de fe<br />

Ser cristiano no es fácil<br />

N<br />

os ha tocado vivir un tiempo secularizado. En un mundo en que el<br />

fenómeno del “ateísmo” está a la orden del día. En una situación de<br />

este tipo la escala de los valores se relativiza. La convivencia social se presenta<br />

algo delicada, por no decir bastante difícil. Por otra parte, todos los humanos<br />

formamos la Gran Familia de Dios<br />

Aquí resplandece la gran novedad del cristianismo. La gran tragedia de la<br />

humanidad es el pecado. Pero Dios se compadeció de nosotros y nos envió a<br />

su Hijo Jesucristo. Todos los cristianos nos incorporamos por la fe y los sacramentos<br />

a Jesucristo muerto y resucitado. Llegamos a ser hijos de Dios en El<br />

Hijo. La Gran familia de los hijos de Dios.<br />

Quien ha presentado de una manera clara este misterio es San Pablo, a<br />

quien tanto le costó encontrase con Cristo en el Camino de Damasco. Vamos<br />

a exponer según sus palabras a los que viven según la carme, siguiendo sus<br />

propios apetitos egoístas, y los que se conducen según la exigencias y la dignidad<br />

de hijos de Dios. Seguimos al gran San Pablo:<br />

“Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,<br />

hechicería, enemistades, discordias, envidia, cólera, ambiciones, divisiones,<br />

disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo,<br />

como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios”<br />

(Ga 5,19-21).<br />

“En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,<br />

bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley.<br />

Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los<br />

deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu” (Ga 5,22-25).<br />

Sólo Jesucristo muerto y resucitado nos puede<br />

fortalecer, para llevar una vida nueva, bajo el impulso<br />

del Espíritu de Dios. Como el mismo Jesús<br />

hacía en su vida terrena, que se entregaba a la<br />

oración de cara a su Padre. Como lo vemos en<br />

el Huerto de los olivos, antes de sufrir su Pasión,<br />

Muerte y Resurrección. Sigamos su ejemplo<br />

(cf. Mt 26,41).<br />

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