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que uno de los presentes evidenciaba síntomas de un interés más que común. Este<br />

caballero, al que llamaré Hermann, era muy original en todo sentido —salvo, quizá, en el<br />

hecho muy general de ser un perfecto tonto—. Había llegado a gozar en cierto sector de la<br />

universidad de gran reputación como profundo pensador metafísico y, según creo, como<br />

discurridor lógico. Asimismo disfrutaba de gran renombre como duelista, aun en G...n; he<br />

olvidado el número exacto de víctimas que habían sucumbido a sus manos, pero eran<br />

varias. No cabe dudar de que era hombre valiente, pero su orgullo se fundaba<br />

principalmente en el minucioso conocimiento de la etiqueta del duelo y la exquisitez de su<br />

sentido del honor. Estas cosas constituían una manía que habría de acompañarlo hasta su<br />

muerte. Para Ritzner, siempre a la búsqueda de lo grotesco, aquellas peculiaridades le<br />

habían ofrecido ya amplio campo para sus bromas. Y aunque yo lo ignoraba, no tardé en<br />

darme cuenta esta vez de que mi amigo se traía entre manos alguna de las suyas, y que<br />

Hermann era el destinatario.<br />

A medida que el barón adelantaba en su discurso —o más bien monólogo— advertí que<br />

la excitación de su auditor iba en aumento. Por fin intervino, objetando un punto sobre el<br />

cual Ritzner insistía entusiastamente, y dio detalladas razones para su oposición. A éstas<br />

contestó también en detalle el barón, sin alterar su tono de exagerado entusiasmo,<br />

terminando sus palabras con algo que me pareció de pésimo gusto, es decir, con un<br />

sarcasmo y una reflexión irónica.<br />

La manía de Hermann se manifestó entonces en toda su fuerza. Fácil era advertirlo en<br />

la estudiada minuciosidad de su réplica. Me acuerdo perfectamente de sus últimas palabras:<br />

—Permítame decir, barón Von Jung, que, si bien sus opiniones son en general<br />

correctas, en varios puntos me parecen ignominiosas para usted y para la universidad de la<br />

cual forma parte. Ciertos puntos no merecen siquiera que los refute seriamente. Y aun diría<br />

más, señor mío, si no temiera ofenderlo (y aquí sonrió amablemente); diría que sus<br />

opiniones no son las que cabe esperar de un caballero.<br />

Cuando Hermann hubo pronunciado esta equívoca frase, todos los ojos se volvieron<br />

hacia el barón. Éste se puso pálido y luego muy rojo; dejando caer el pañuelo, se agachó<br />

para recogerlo, momento en el cual alcancé a atisbar en su rostro una expresión que no<br />

podía ser apreciada por ninguno de los asistentes. Aquel rostro estaba radiante y mostraba<br />

el aire zumbón que constituía su verdadero carácter, pero que jamás le había visto asumir,<br />

salvo cuando estábamos a solas y él se permitía una completa libertad.<br />

Un instante después se puso en pie, enfrentando a Hermann; jamás he vuelto a ver tan<br />

instantáneo cambio de expresión. Hasta pensé por un momento que me había equivocado y<br />

que el barón procedía con la más absoluta seriedad. Parecía contenerse para no estallar, y su<br />

rostro estaba blanco como el de un cadáver. Guardó silencio breve tiempo, como si luchara<br />

por dominar sus emociones. Luego, pareciendo haberlo logrado en parte, alzó un vaso que<br />

había a su alcance y, mientras lo aferraba con fuerza, le oímos decir:<br />

—El lenguaje que ha creído usted adecuado utilizar para dirigirse a mí, Mynheer<br />

Hermann, es tan objetable que no tengo tiempo ni paciencia para señalárselo en detalle. De<br />

todos modos, decir que mis opiniones no son las que cabe esperar de un caballero<br />

constituye una observación tan ofensiva que sólo me permite adoptar una línea de conducta.<br />

La cortesía, empero, no me permite olvidar que estos señores y usted mismo son mis<br />

huéspedes. Me perdonará, pues, que, teniendo en cuenta esta consideración, me aparte<br />

ligeramente de lo que se acostumbra entre caballeros en casos análogos de afrenta personal.<br />

Perdóneme por imponer un ligero trabajo a su imaginación, si le pido que considere por un<br />

instante que el reflejo de su persona en ese espejo es Mynheer Hermann en persona.

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