Revista Pablo-convertido (1)
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Desde la aparicion de las bombillas de luz en el mundo todo cambio rotundamente. Muchas
personas creen que el inventor de la bombilla fue Thomas Edison, pero éste verdaderamente lo
que consiguió fue perfeccionar el invento de Joseph Swan y que funcionase con más
efectividad y durante mucho más tiempo. Ambos pretendían lo mismo: transformar la
electricidad en luz mediante un instrumento que mejorase los resultados de la ya
existente lámpara de arco eléctrico inventada en 1811, por Humphrey Davy (1778 – 1829).
Se ensayó con diferentes filamentos metálicos incandescentes, e incluso con otros de
procedencia vegetal como el algodón o fibra de bambú carbonizado y encerrado
herméticamente al vacío en el interior de un globo de vidrio, estableciéndose la conexión
mediante dos hilos de platino. La vida útil de aquella bombilla era efímera, un par de cientos
de horas, y el rendimiento escaso: daba poca luz y además ésta no se mantenía constante sino
que parpadeaba y decrecía en intensidad. El principal problema con el que tropezaron los
inventores de la bombilla eléctrica, Edison y Swan, fue cómo impedir que los filamentos se
fundieran por el calor. En 1883 se intentó con filamentos elaborados con una solución de
celulosa.
En 1905, se probó con carbón metalizado capaz de resistir altas temperaturas y proporcionar
una luminosidad aceptable: cuatro lumen por vatio. Pero el rendimiento era pobre y la duración
de la bombilla muy escasa. La solución definitiva se encontró en los filamentos metálicos:
primero el osmio y luego el tantalio. En 1909 la bombilla quedó casi configurada con
el filamento de wolframio.
Las primeras bombillas eran de fabricación artesanal, por lo que se trataba de un producto caro.
Hoy se fabrican en serie mediante máquinas automatizadas que producen miles de bombillas
por hora. Como curiosidad, existe una bombilla que lleva encendida más de 115 años (ver
noticia completa aquí). Está funcionando sin interrupción desde el año desde 1901 y se
encuentra en un cuartel de bomberos de California, en Estados Unidos.
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Es sin duda uno de los inventos más importantes de la historia de la humanidad, quizá solo
superado por la rueda. No en vano, utilizamos su imagen cuando queremos representar que
alguien ha ideado una genialidad. La generalización de la bombilla transformó nuestro mundo:
cambió radicalmente nuestros hábitos al llevar la luz allí donde antes se dependía del sol,
dándonos el control de nuestros ciclos diarios; prolongó las jornadas laborales, siendo el
pistoletazo de salida a nuevos negocios, y promovió la creación de densas redes eléctricas en
multitud de países.
Como otros muchos grandes avances, es incorrecto atribuir la idea de la bombilla a una sola
persona. No, Thomas Edison no inventó la bombilla. Lo que hizo el famoso empresario
estadounidense fue terminar de perfeccionar un concepto que ya había generado varios intentos
antes. El 27 de enero de 1880, hace hoy justo 135 años, Edison obtenía la patente número
285.898, una bombilla incandescente con filamento de carbono y el vacío en su interior. Con
sus 40 horas de duración, fue la primera bombilla comercialmente viable.
Cuando Edison y sus investigadores entraron en escena, se centraron en optimizar el filamento.
Comenzaron probando con carbono, luego con platino y después con carbono de nuevo. Es por
esto que patento la que fue la primera bombilla incandescente con perspectiva comercial:
contaba con un filamento de carbono y el vacío en el interior del receptáculo de cristal, una
combinación que le daba unas 40 horas de vida útil. Estas primeras bombillas tenían una vida
útil demasiado corta, eran demasiado caras o consumían demasiada energía.
Su competidor, y posterior socio, el británico Joseph Swan había patentado el año anterior su
propia versión, también con filamento de carbono, pero sin vacío, que no duraba más de unas
14 horas.
La contribución de Edison no quedó aquí, sino que desarrolló toda una serie de inventos que
hicieron factible la generalización del uso de la bombilla. Basándose en el sistema de
distribución de gas que ya existía, ideó un sistema de distribución eléctrica utilizando tubos y
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cables. Además, mejoró los sistemas existentes de generación eléctrica y creó el primer
contador para medir cuánta electricidad consumía un usuario.
Es en esta época, en 1901, cuando se enciende por primera vez una de las bombillas más
famosas del mundo. Se encuentra en el parque de bomberos de Liversm ore, en California, y
en junio de este año hará 114 que luce casi sin interrupción. Decimos casi porque durante sus
primeros años, y antes de convertirse en leyenda, sufrió un traslado y la renovación del edificio
donde se encuentra, y estuvo apagada durante cortos periodos de tiempo, además de
protagonizar algún que otro apagón. Sin embargo, su vida útil no deja de ser impresionante:
alrededor de un millón de horas de luz. La bombilla se ha convertido en un punto de atracción
turística, e incluso se puede vigilar su brillo a través de internet gracias a una webcam.
Así que comenzaron a explorar otras opciones para iluminar el mundo. Después de algunos
años comenzó a ganar popularidad un tipo de bombillas en las que no hay filamento
incandescente, sino una corriente eléctrica que atraviesa un tubo casi al vacío o lleno de algún
tipo de gas. Es la base de las luces de neón, las de sodio o los fluorescentes (a finales del siglo
XIX tanto Edison como Tesla experimentaron con las luces fluorescentes, aunque sin
resultados comerciales).
Hoy en día son los LED los que han recogido el testigo de otras tecnologías como el modo más
eficiente de dar luz a nuestras casas y calles. Están basados en el uso de un semiconductor para
transformar la electricidad en luz y su eficiencia, unida al hecho de que emiten en una dirección
específica, reduciendo la necesidad de reflectores y pantallas, los han convertido en la opción
preferida hoy en día. Su historia tampoco estuvo exenta de desafíos, puesto que su coloración
es caprichosa: los LED rojos fueron los primeros en llegar en 1962, seguidos de los amarillos
y los verdes. El azul, necesario para completar el espectro y conseguir la luz blanca, llegó por
fin en 1990, un logro que valió a sus creadores el Nobel de Física en 2014.
El desarrollo de estos nuevos métodos de iluminación condenó a la bombilla incandescente a
la obsolescencia. En 2009 la Unión Europea aprobaba una directiva en la que establecía los
plazos para que los Estados miembros dejasen de producir y comercializar este tipo de
bombillas: entre el 1 de septiembre de ese año y el 1 de septiembre de 2012 todos los modelos
de bombilla incandescente iban quedando fuera del mercado, en una medida que prometía hasta
un 15% de ahorro en el recibo de la luz en una familia media.
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Sin embargo, esto no supuso su desaparición inmediata, y aún hoy pueden encontrarse estas
bombillas en muchos hogares europeos, a la espera de ser sustituidas por otras opciones más
eficientes. El final de un objeto, o una idea, que dio sus primeros pasos hace más de dos siglos
pero cuyo viaje tomó velocidad de crucero un 27 de enero de la mano de Thomas Edison.
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