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Revista Nueva Imagen Edición No. 31.

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Detrás de la puerta lloraba su mamá hasta

que nació su primera hija de seis, todas de

padres diferentes y su progenitor le volviera

a entregar la llave de la casa que jamás utilizó

porque ya tenía su vida propia que a ella se le

antojaba natural y buena. A la sazón las tenía

en la escuela a todas.

II

Todo marchaba bastante bien con mis

fuentes noticiosas hasta que apareció el

maldito hueco: “saben que vi un hueco en la

Séptima…”, comenté en voz alta en la

Redacción. “Ahí es donde se hacen…”, me

contestó una voz inidentificable del Taller de

Armada, el recinto más sibilino de todos los

diarios. “Me refiero a un hueco en la calle; de

esos que uno se puede caer adentro, no de los

otros…” insistí. “¡Ah un hoyo..!” “¡Eso, eso..!”,

contesté sin sospechar que años más tarde

sería copiado por el Chavo del Ocho.

Alguien de Fotomecánica, casi tan incisivos

como los anteriores, terció: “¿Y qué tiene de

raro un hueco nuevo en Bogotá? Eso es como

que naciera un chino en Pekín o mataran a un

negro en África”. Pero da el caso es que este

hueco es algo especial: mide seis metros de

largo por cuatro de ancho y es una caverna.

El Jefe de Redacción, como siempre, no dijo

nada, solo escuchó y envío a un fotógrafo a

inmortalizar el hueco Guinness.

“Era un simple reportero

callejero cazando

mariposas noticiosas”.

“Sí son capaces de

robarse un hueco”.

III

Me fui entonces a despachar la información

del hueco. Le pedí asesoría a la secretaria del

gerente que se las sabía todas. No tengo

idea –contestó- para mí son simples maricas.

En esas terció el Archivero: “Yo conozco a uno

de apellido Hoyos es hueco pero no es tan

grande como el tuyo…” Nunca supe qué

quiso decirme.

No hubo necesidad de despachar la información.

La voz tronante del jefe de redacción

me bajó de las nubes: “Oye tú estás loco:

acaba de llegar el fotógrafo y dice que no

había ningún hueco en la Séptima... bueno

huecos son los que sobran en la séptima pero

no del tamaño que dijiste”.

Casi me da un infarto: ¡Se habían robado mi

hueco!

Ahora sí empezaba a entender: en Bogotá sí

son capaces de robarse un hueco, pero nunca

creí que tal aserto llegara a concretarse.

Estábamos en los umbrales de nuevas teorías

que podían hacer añicos las de Einstein.

¿Y qué diablos pasaría con mi hueco? La

verdad es que le había cogido cariño y

perderlo así, de pronto, tan de improviso, tan

joven, en circunstancias que los huecos

duran marras en Bogotá.

Yo tengo huecos amigos que los conozco

desde hace veinte años. Quizás fue el

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