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Detrás de la puerta lloraba su mamá hasta
que nació su primera hija de seis, todas de
padres diferentes y su progenitor le volviera
a entregar la llave de la casa que jamás utilizó
porque ya tenía su vida propia que a ella se le
antojaba natural y buena. A la sazón las tenía
en la escuela a todas.
II
Todo marchaba bastante bien con mis
fuentes noticiosas hasta que apareció el
maldito hueco: “saben que vi un hueco en la
Séptima…”, comenté en voz alta en la
Redacción. “Ahí es donde se hacen…”, me
contestó una voz inidentificable del Taller de
Armada, el recinto más sibilino de todos los
diarios. “Me refiero a un hueco en la calle; de
esos que uno se puede caer adentro, no de los
otros…” insistí. “¡Ah un hoyo..!” “¡Eso, eso..!”,
contesté sin sospechar que años más tarde
sería copiado por el Chavo del Ocho.
Alguien de Fotomecánica, casi tan incisivos
como los anteriores, terció: “¿Y qué tiene de
raro un hueco nuevo en Bogotá? Eso es como
que naciera un chino en Pekín o mataran a un
negro en África”. Pero da el caso es que este
hueco es algo especial: mide seis metros de
largo por cuatro de ancho y es una caverna.
El Jefe de Redacción, como siempre, no dijo
nada, solo escuchó y envío a un fotógrafo a
inmortalizar el hueco Guinness.
“Era un simple reportero
callejero cazando
mariposas noticiosas”.
“Sí son capaces de
robarse un hueco”.
III
Me fui entonces a despachar la información
del hueco. Le pedí asesoría a la secretaria del
gerente que se las sabía todas. No tengo
idea –contestó- para mí son simples maricas.
En esas terció el Archivero: “Yo conozco a uno
de apellido Hoyos es hueco pero no es tan
grande como el tuyo…” Nunca supe qué
quiso decirme.
No hubo necesidad de despachar la información.
La voz tronante del jefe de redacción
me bajó de las nubes: “Oye tú estás loco:
acaba de llegar el fotógrafo y dice que no
había ningún hueco en la Séptima... bueno
huecos son los que sobran en la séptima pero
no del tamaño que dijiste”.
Casi me da un infarto: ¡Se habían robado mi
hueco!
Ahora sí empezaba a entender: en Bogotá sí
son capaces de robarse un hueco, pero nunca
creí que tal aserto llegara a concretarse.
Estábamos en los umbrales de nuevas teorías
que podían hacer añicos las de Einstein.
¿Y qué diablos pasaría con mi hueco? La
verdad es que le había cogido cariño y
perderlo así, de pronto, tan de improviso, tan
joven, en circunstancias que los huecos
duran marras en Bogotá.
Yo tengo huecos amigos que los conozco
desde hace veinte años. Quizás fue el
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