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Rehabitando el sonido y el espacio: InConcerto en el edificio Patrimonial de la Previsora

"Al igual que el edificio patrimonial resiste al olvido de la historia, la música clásica se rebela ante la interpretación definitiva... La música, al igual que un edificio, es una formación facetada a la que se puede ingresar infinitas veces desde distintas miradas, sentires y oídos. Es la reinterpretación de ambos desde nuevas perspectivas que nos permiten volver a pensarlos, sentirlos, vivirlos y reimaginarlos desde su propio tiempo con la finalidad de resignificarlos en el nuestro" Artículo de Isadora Ponce, Coordinadora Artística de Fundación InConcerto, sobre la intervención musical en el proyecto MIO 2018 en el edificio patrimonial La Previsora, Quito-Ecuador.

"Al igual que el edificio patrimonial resiste al olvido de la historia, la música clásica se rebela ante la interpretación definitiva... La música, al igual que un edificio, es una formación facetada a la que se puede ingresar infinitas veces desde distintas miradas, sentires y oídos. Es la reinterpretación de ambos desde nuevas perspectivas que nos permiten volver a pensarlos, sentirlos, vivirlos y reimaginarlos desde su propio tiempo con la finalidad de resignificarlos en el nuestro"

Artículo de Isadora Ponce, Coordinadora Artística de Fundación InConcerto, sobre la intervención musical en el proyecto MIO 2018 en el edificio patrimonial La Previsora, Quito-Ecuador.

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FUNDACIÓN INCONCERTO | ENERO 2021

Rehabitando el sonido y el espacio:

InConcerto en el edificio Patrimonial de la Previsora *

Al igual que el edificio patrimonial que resiste

al olvido de la historia, la música clásica se

rebela ante la interpretación definitiva. La

opacidad y el misterio que encarna el sonido

nos lleva a volver sobre ella una y otra vez,

como si no pudiésemos controlar la necesidad

de comprender todos sus sentidos, de entender

el por qué de cada uno de sus elementos, de

lograr llegar a través de ellos al corazón de

esta. No obstante, nos vemos atrapados en

De los escombros brota el sonido, sonidos

que han vivido y sobrevivido en el tiempo:

guardados, contenidos, esperando de músicos

que les den vida, que construyan con ellos

microsentires. Simultáneamente el espacio

cambia al sonido; su silencio materializado

en fragmentos de vidrio, pared y piso que se

desprenden de su funcionalidad, como hojas

que buscan otra vida por fuera de sus ramas,

sacan a la música de su espacio establecido para

trazar nuevos argumentos que la acerquen a su

tiempo y al nuestro. Entre la fisura del tiempo,

los ladrillos sonoros reconstruyen el espacio

olvidado por nuestra memoria colectiva y en

él la anacronía del sonido.

el absurdo del deseo, pues la música, al igual

que un edificio, es una formación facetada

a la que se puede ingresar infinitas veces

desde distintas miradas, sentires y oídos. Es

la reinterpretación de ambos desde nuevas

perspectivas que nos permiten volver a

pensarlos, sentirlos, vivirlos y reimaginarlos

desde su propio tiempo con la finalidad de

resignificarlos en el nuestro.

Es en este aquí y ahora, en medio de paredes

y vidrios empolvados, de pasillos inconclusos,

de piedras, agua y luz que se percolan por

los agujeros de las superficies que dos

palimpsestos se encuentran y recorremos

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sus historias desde el presente. Poco a poco

la pantalla de los celulares deja de mediar

nuestra experiencia: tanto de sonidos como

de la arquitectura -los celulares se esfuman

frente a la necesidad de nuestros ojos de

encontrarnos cara a cara con lo material-.

desempeñando sus roles sociales de clientes y

trabajadores; el banco vuelve al presente en el

futuro de nuestra imaginación. El edificio se

constituye de nuevo como el espacio vivido,

sentido y percibido, en términos del filósofo

Henri Lefebvre. La relación del cuerpo con el

espacio se materializa: cada uno de nuestros

cuerpos es y tiene su espacio; el cuerpo se

produce en el espacio y a su vez este lo produce

(Lefebvre, 1991). Sonido, luz, cuerpo que

albergan el pasado y el futuro en el presente

vivo creado por el espacio sonoro y nuestro

encuentro con este.

A medida que el concierto se desenvuelve,

transitamos el edificio guiados por el compás

de la música; recorremos el pergamino de

sus materiales que han sido borrados por el

tiempo para reescribir sobre ellos nuevas

ideas. Sin embargo, sus superficies de

hojarasca develan sus múltiples capas que

contienen impresa su historia. A través de

melodías pasadas se dibuja el ensueño de otro

tiempo, en el que las ruinas de los pasillos se

convierten en gente transitando, hablando,

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A su vez, la música nos sitúa en la

multiplicidad del tiempo desde su

organización no lineal. La escenografía única

e incierta hace audible universos sonoros que

a primera vista parecen tan lejanos como

aquel banco majestuoso. Tanto los sonidos,

como los patrones geométricos, extraen

simbólica y afectivamente la experiencia

subjetiva de dos siglos que se plasman en

la textura de su timbre, color y forma. Las

notas de C. Gesualdo esbozan una idea

del Renacimiento que se mezcla con el Art

Deco del edificio neoclásico; siglo XVI y

XX circulando alrededor de nuestro tiempo,

modificándose unos con otros. Después

del silencio, el sonido se recompone, la

simetría de las formas espaciales y sonoras

se sincronizan en una misma temporalidad:

el siglo XX. La música de Bartok nos habla

de un tiempo moderno que habita múltiples

microcosmos en el que no existe disyuntiva.

Hungría resuena en la heterogeneidad de sus

voces que danzan entre la mística y la belleza

inquietante y solemne, a la vez que transitan

laberintos de dolor y soledad. Finalmente,

ritmos familiares permean el edificio y la

gente empieza a mover el cuerpo al son de

albazos y yaravies. Nuestros cuerpos escuchan

bailando, reaccionan inconscientemente al

sonido. La música nos recuerda cómo las

formas de escuchar vienen acompañadas

de disposiciones sensoriales y corporales

atravesadas por la cultura. Desconocemos

el autor y la composición, sin embargo el

entendimiento lingüístico no hace falta:

cada cuerpo es el propio metrónomo y tiene

escrito su propio tiempo. Rodrigo y Simón

nos cuentan que lo que lo que acabamos de

escuchar es un yaraví y un albacito recopilado

por Juan Agustín Guerrero en el siglo XIX, sin

embargo, algunas de estas melodías datan de

épocas precolombinas. La modernidad y sus

múltiples narraciones temporales transitan el

mismo espacio y se mezclan con la nuestra.

Al igual que cada uno de estos ritmos, las

temporalidades son una propia constelación

cuyo interior amalgama un universo de

múltiples asociaciones, conjugaciones y

repeticiones en el que todos compartimos la

universalidad del sentir.

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Y así, en medio de luz, el polvo y el eco de la

ciudad que habita fuera del edificio escondido

entre tejas y balcones coloniales, las manos

sonoras de Rodrigo y Simón juegan con

la plasticidad del tiempo; el tiempo de lo

cotidiano danza con lo extraordinario y la

historia se rompe en su sentido teleológico.

Se produce un espacio nuevo para recorrer

la historia de la ciudad, de la música y de

nosotros en su andar. El tiempo y el espacio

convergen en el sonido; nuestro encuentro

con la música nos localiza en una posición

multidimensional como traductores entre

mundos. La mano que toca y transforma

el material, el odio que escucha, el ojo

que mira, el cuerpo que habita, la luz que

irrumpe; el espacio y el sonido florecen y se

designan mutuamente yendo más allá de sus

características materiales a los sentimientos

que producen en el cuerpo. Vida y deterioro,

silencio y sonido. La fantasía emerge en

la música clásica y la arquitectura, dos

quehaceres humanos en el que los materiales,

los cuerpos y los sentires se entretejen en

un textil afectivo que nos dan cuenta de dos

esferas distintas en forma y contenido de ser y

habitar el mundo.

Referencias:

Lefebvre, Henri, “The Production of Space”,

T. J Press, Great Britain, 1991.

* Artículo de Isadora Ponce, Coordinadora Artística de la Fundación InConcerto, sobre la intervención musical

en el edificio patrimonial La Previsora, Quito-Ecuador, 2018.

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