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FOTORREPORTAJE festejos CARLOS IV_FOTORREPORTAJE festejos CARLOS IV

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Écija, a los

pies de

Carlos IV

Llegó el día felíz, único, y solo,

Y el mas grande, que vió la Andalucia:

Grande primero, porque el mismo Apolo

Sobre los quatro Eólicos, que guia,

El Trópico tocó de nuestro Polo;

Y grande luego, porque en este día,

Por dar nuevos asuntos á la Fama,

Écija á Carlos Quarto Rey aclama.

Por Miriam Flores Fernández


1789...

Écija se viste de gala para conmemorar la

subida al trono del nuevo monarca. Las

calles se llenan de ecijanos nerviosos, deseosos

de que llegue el día marcado para celebrar

a Carlos IV. La nobleza se viste con vestidos ponponsos

y caros, la muchedumbre con sus trajes

más decentes, cada rincón luce adornado, los

gremios exponen ante los vecinos más curiosos

sus trabajos finalizados, los niños corretean

entre las calles ansiosos y se respira un perfume

a unidad que perdudará por cuatro días. En esta

ciudad reina la fiesta, pues ya sea por motivos religiosos

como procesiones, canonizaciones de

santos, cultos de reliquias u otras causas aparentemente

importantes, desde el siglo XVI la Ciudad

del Sol es el escenario de grandes juergas.

Así pues, con motivo de la exaltación de la monarquía,

esa costumbre se intensificó a lo largo

del siglo XVIII.


A pesar de los múltiples inconvenientes que se

presentaron para la celebración de los festejos en

honor al nuevo rey -se aplazó la celebración de

las mismas hasta tres veces- el Ayuntamiento de

Écija realizó un gran esfuerzo económico para

celebrar los festejos. De hecho, la alcaldía utilizó

estos acontecimientos como una “válvula de escape”

a los problemas cotidianos. Por ello, no se

escatimó gasto alguno para que todo quedara con

la mayor vistosidad. Durante cuatro días, la antigua

Astigi no viviría en la misería, sino que solo

habría lugar para la alegría.

De tal modo, con motivo de la gran celebración

que tuvo lugar en los días 19, 20, 21 y 22 de junio

de 1789, y por ilustrar las cuarenta y cinco octavas

a modo de Relación editadas por el impresor

de la ciudad, don Benito Daza, vamos a realizar

un recorrido por los lugares más emblemáticos

que tuvieron protagonismo en las fiestas de la

proclamación de Carlos IV.


Calle Santa Cruz.

Mapa del recorrido que realizaron los caballeros.


Puerta Osuna.

Puerta Cerrada.

Puerta Palma.

Para organizar todo el evento se nombraron

a los comisarios, quienes fueron

el señor marqués de Quintana de las Torres,

Francisco Mantilla de los Ríos y

Francisco de Vera. Después de que se

cancelara la primera fecha propuesta,

se acordó que la celebración diera lugar

el 20 de junio a las cuatro de la tarde.

A esa hora se citó a todos los caballeros

capitulares, uniformemente vestidos de

casaca, calzón negros de seda y sombrero

del mismo color, para que recorrieran

la ciudad junto a dos compañías

militares con sus clarines y timbales. La

comitiva partió de la Plaza Mayor

(ahora la Plaza de España) por las calles

Odrerías, Caballeros, Puerta Real

del Puente, Corrales, Taquillos, Espíritu

Santo, Arco de Puerta Palma, Santa

Florentina, Arco de Sevilla, Carrera,

Puerta Cerrada, Conde, Palomar de

Capuchinos, Puerta Osuna, Cintería,

Juan de Perea, hasta salir por Santa

Bárbara de nuevo a la Plaza Mayor.

Además del pregón que se celebró con

intención de fomentar la participación

en los habitantes, en cada una de las entonces

cuatro puertas se publicó el programa

de la Real Proclama y se

arrojaron monedas de plata para regocijo

del pueblo.


Portada del Palacio de

Peñaflor.


El honor de tremolar el estandarte

real recayó sobre don Juan

Bautista Barradas, marqués de

Cortés, hijo primogénito de la

marquesa viuda de Peñaflor y su

función era la de Alférez mayor

de la ciudad. La casa de Peñaflor

fue la que costeó una gran fiesta

la noche del 20 de junio, a la que

solo se le permitió acudir a la nobleza,

en el colegio jesuita de la

época (ahora la Plaza de Abastos).

Por ello, don Benito Daza en

la Relación de sucesos alude con

cierto aire despectivo a dicho

acontecimiento.

Y Luego que el monarca de las luces

Permitió (consumada su carrera)

Que despegase lúgrubes capuces

Sobre nuestro Zenit la noche fiera:

Los siempre generosos Andaluces,

Que Ciudad constituyen verdadera

En el ex jesuítico Retrete

Dieron un general serio Vanquete.

Palacio de Peñaflor.



El marqués de Benamejí también

participó en la celebración de las

fiestas. Al paso de la comitiva

voló tórtolas blancas con un letrero

colgado donde se leía “Viva

Carlos” y tiró una gran cantidad

de monedas de plata al público

que se concentraba en el lugar.

Portada del Palacio de Benamejí.


Torre mirador del Palacio de Benamejí.

Patio de entrada del Palacio de Benamejí.

Interior del Palacio de Benamejí


Las fiestas permitieron también que se realizaran labores

sociales y a cada uno de los veinte conventos el marqués

de Benamejí repartió cuatro fanegas de trigo, dos

arrobas de aceite y un carnero, aunque este se sustituía

por dos arrobas de bacalao en aquellos conventos que

realizaban la cuaresma. Asimismo, dio reales a cada uno

de los pobres de la cárcel, ocho a cada uno de los pobres

del Hospital de los Venerables y cien a las niñas huérfanas.

Por orden de aparición: Santa Florentina, San José del Carmen, Santo Domingo,

Nuestra Señora de la Merced, El Hospitalito, Santa Inés, Las Filipensas, Los Descalzos,

Las Teresas, La Victoria, El Humilladero, Capuchinos, Santísima Trinidad

y San Francisco.


Esta labor social se expandió

hasta las parroquias, donde los

mercaderes repartieron raciones

de pan y carne. Por supuesto que

el homenaje al nuevo monarca no

estuvo exento de manifestaciones

de carácter religioso, con sermones

y oficios de Acción de Gracias.

El encargado del sermón

principal fue el cura de la iglesia

de Santiago. Según, la Relación

editada por Benito Daza, el sermón

fue “la octava maravilla, diciendo

el orador mucho en breve

rato”.

Iglesia de Santiago.


Interior Iglesia de Santiago.


Fachada Iglesia de San Francisco.


Otros oficios religiosos fueron

impartidos por el cuerpo de escribanos

y procuradores, quienes

lo celebraron en el convento de

San Francisco. Unos y otros se

realizaron con la ostentación,

sermón y presencia del Ayuntamiento.

Altar mayor de la Iglesia de San Francisco.


Esta tradicional fiesta barroca

supuso la transformación de la

ciudad que, por unos días, se convirtió

en un verdadero escenario

de un gran teatro al aire libre

donde participan todos los estamentos

de la sociedad. Esto se

logró por medio de arquitecturas

efímeras que transformaron por

cuatro días a Écija. La ciudad se

metamorfeó fingiendo un bienestar

económico que no tenía. Para

ello se recurrió a levantar arcos,

pirámides y se engalanaron las

fachadas con reposteros que

ocultaban el deterioro que sufría

el caserío.

En la plaza se agolpó el gentío que se repartía entre los balcones, destinados a las personas más distinguidas.

Las gradas estaban destinadas a los hombres, mientras que las mujeres ocupaban los balcones.

Los arcos de triunfo de la Plaza Mayor fueron costeados por los diferentes gremios, como el de los albañiles

y carpinteros, mientras que los de las calles Platerías y Conde (dos de las calles principales que desembocan

en la plaza central) fueron levantados por el gremio de plateros. Mirador Casa Benamejí (edificio derecha).


Calle Platería desde la Plaza

de España.

Calle Conde desde Plaza de España.

Miradores desde la Plaza de España.



Donde se tuvo más esmero fue en la

fachada de las Casas Capitulares.

Desde los primeros días de enero se

había ejecutado un proyecto iconográfico

y decorativo financiado por el

marqués de Quintana de las Torres.

De noble, y ordenada Arquitectura

En las Reales Casas, Edificio

Dedicado a la gran Judicatura,

Por un bello alegórico artificio

Se levantó con gala, y hermosura

El milagro del Arte, un Frontispicio,

Que bien pudiera competir él solo,

Con el que consagró Delfos a Apolo.


La fachada del Ayuntamiento se ocultó por medio de una arquitectura efímera que imitaba materiales

ricos. Además, se fingieron esculturas de tradición clásica por medio de la pintura, alusivas a alegorías

referidas a los nuevos monarcas. También aparecieron grandes medallones con las armas, blasones y

bustos de antepasados reales. Sin embargo, lo más llamativo fue el frontispicio que presidió el espacio

central de la fachada que se remataba con un gran Sol, emblema oficial de Écija y en referencia al “brillo”

del reinado del nuevo monarca. Asimismo, se situó un dosel majestuoso que cobijaba los retratos de

Carlos y María Luisa.

Plaza de España.



Ahora, tres siglos después,

arrumbado en el almacén de la

Biblioteca Municipal de Écija, se

encuentra el retrato del gran

Carlos IV. Poco imaginarían los

fieles ecijanos cómo y dónde acabaría

el cuadro de aquel monarca

al que celebraron a finales

del siglo XVIII. A pesar de todos

los problemas e inconvenientes

que se presentaron por parte del

Síndico Personero, Francisco de

Vera, las fiestas de la proclamación

se realizaron con el máximo

esplendor y sin producirse ningún

altercado. Por aquellas fechas

nadie podía imaginar el

camino que tomaría la política de

Carlos IV y que acabaría, años

más tarde, con la caída del Antiguo

Régimen.

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