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Instant Karma - Marissa Meyer

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es amor, odio... o el destino?

?

#1 New york time - autores mas vendidos


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Importante

Esta traducción no tuvo ningún costo a la hora de

obtenerla, por lo tanto te invitamos a que cuides este

sitio para que no lo cierren.

Así que por favor, NO subas CAPTURAS de los

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redes sociales ni etiquetes a l@s autor@s porque

estas hojas contienen el logo

de nuestro foro.


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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. Queda

totalmente prohibida la venta de este documento. Es

una traducción de fans para fans. Si el libro llega a

tu país, apoya al escritor comprándolo, también

haciendo una reseña, siguiéndole en sus redes

sociales y recomendando sus libros.

¡Disfruta la lectura!


Staff de

Kingdom of Darkness

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Traducción

Nightmare

Morgana

Raven

Black Viper

Lilith

Quimera

Edom

Soul Reaver

Black Swan

Fem Darkling

Evil Queen

Maeve

Moderadora

Maeve

Corrección

Final

Nightmare

Evil Queen

Black Viper

Soul Reaver

Maeve

Lilith

Quimera

Morgana

Revisión Final

Nightmare

Maeve

Quimera

Raven

Lectura Final

Maeve

Diseño

Raven

Corrección

Morgana

Raven

Black Viper

Edom

Soul Reaver

Black Swan

Maeve

Little Prowler

Quimera

Lilith


Indice

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Sinopsis

Dedicación

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Agradecimientos

Más sobre KoD


Sinopsis

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En este romance contemporáneo de jóvenes adultos, una chica es

repentinamente dotada con la habilidad de lanzar karma instantáneo a

los que la rodean, tanto buenos como malos.

La superdotada Prudence Barnett siempre juzga rápidamente a los

residentes perezosos, groseros y arrogantes de su ciudad costera. Sus

sueños de justicia kármica se cumplen cuando, después de una noche

con sus amigos, se despierta con la repentina habilidad de lanzar

karma instantáneo a los que la rodean. Pru vertiginosamente hace uso

del poder, castigando a todos, desde los vándalos públicos hasta los

que abuchean en el karaoke, pero hay una persona a la que sus poderes

le salen al revés constantemente: Quint Erickson, su vago compañero

de laboratorio y enemigo mortal. Pronto, Pru comienza a descubrir

verdades sobre Quint, sus compañeros e incluso ella misma que

revelan lo delgada que es la línea entre la virtud y la vanidad, la

generosidad y la avaricia... el amor y el odio.


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Para papá,

quién siempre llenaba nuestra casa con música.

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Quint Erickson llegó tarde.

Otra vez.

No debería sorprenderme. En realidad no me sorprende. Me sorprendería más

si por una vez llegara a tiempo. Pero, ¿en serio? ¿Hoy? ¿De todos los días?

Estoy hirviendo a fuego lento en mi asiento, mis dedos tocando la pizarra de

presentación que está doblada en nuestra mesa de laboratorio. Mi atención está

dividida entre mirar el reloj que esta sobre la puerta del aula o repetir en silencio

las palabras que he estado memorizando toda la semana.

Nuestras playas y aguas costeras son el hogar de algunas especies notables.

Peces, mamíferos, tortugas marinas y...

—Los tiburones —dice Maya Livingstone desde el frente de la sala—, han

sido severamente maltratados por Hollywood a lo largo de las décadas. ¡No son

los monstruos que los humanos los han hecho parecer!

—Además —añade su compañero de laboratorio, Ezra Kent, —¿Quién se

está comiendo a quién aquí? Quiero decir, ¿sabían que la gente realmente come

tiburón?

Maya lo mira, frunciendo el ceño. —La mayoría sólo sus aletas. Para que

quede claro.

—¡Por supuesto! Hacen sopa con ellas, —dice Ezra—. La sopa de aleta de

tiburón es, como una súper delicadeza, porque son masticables y crujientes al

mismo tiempo. ¡Hace que quieras probar más! quiero decir, la probaría

totalmente.

Algunos de nuestros compañeros fingen sentirse asqueados, aunque es obvio

que Ezra está tratando de obtener esta reacción exacta. La mayoría de la gente

lo llama EZ, lo que yo solía pensar que podría ser una referencia a numerosas

aventuras sexuales, pero ahora creo que es sólo porque tiene la reputación de

ser un bromista. Los profesores de nuestra escuela han aprendido a no sentarlo

a él y a Quint juntos.


—De todos modos, —dice Maya, tratando de llevar su charla al punto. Habla

de los horribles métodos con los que los cazadores atrapan a los tiburones y les

cortan las aletas, y luego los liberan de nuevo al agua. Sin sus aletas, se hunden

en el fondo del océano y se asfixian o son comidos vivos por otros depredadores.

Toda la clase hace muecas.

—¡Y luego los convierten en sopa! —añade Ezra, por si alguien se perdió esa

parte antes.

Pasa otro minuto. Me muerdo la parte interior de la mejilla, tratando de

calmar los nervios que se retuercen dentro de mí. El mismo despotrique

frustrado comienza a repetirse en mi cabeza, por octava millonésima vez este

año.

Quint. Erickson. Es. Él. Peor.

Incluso se lo recordé ayer. Recuerda Quint, la gran presentación de mañana.

¿Traerás el informe? Se supone que me ayudarás con la introducción. Así que,

por favor, por amor a todas las cosas buenas y justas de este mundo, esta vez,

no llegues tarde.

¿Su respuesta?

Un encogimiento de hombros.

Soy un tipo ocupado, Prudence. Pero haré lo que pueda.

Sí, claro. Porque tiene mucho que hacer antes de las 8:30 a.m. de un martes.

Sé que puedo manejar la introducción por mi cuenta. He estado ensayando

sin él, después de todo. Pero se supone que debe traer nuestros papeles. Los

papeles que el resto de la clase puede mirar mientras hablamos. Los papeles que

mantendrán sus aburridos y desinteresados ojos lejos de mí.

La clase empieza a aplaudir a medias y yo vuelvo a prestar atención. Junto

mis manos para uno y luego dos aplausos, antes de dejarlas caer a la mesa. Maya

y Ezra recogen su pizarra de presentación. Miro a Jude, en la primera fila, y

aunque solo puedo ver la parte de atrás de su cabeza, sé que su mirada no ha

abandonado a Maya desde que se puso de pie, y no la dejará hasta que se vuelva

a sentar y no tenga más remedio que mirar hacia otro lado o arriesgarse a llamar

su atención. Quiero mucho a mi hermano, pero su enamoramiento por Maya

Livingstone está bien documentado desde el quinto grado, y si soy sincera, ha


empezado a parecer un poco desesperado.

Tiene mi simpatía. Realmente la tiene. Ella es Maya Livingstone, después de

todo. Casi toda la clase de segundo año está enamorado de ella. Pero también

conozco a mi hermano. Nunca tendrá las agallas para invitarla a salir.

Por lo tanto, no hay esperanza.

Pobre chico.

Pero, volviendo a la pobre de mí. Maya y Ezra se están sentando en sus

asientos y todavía no hay señales de Quint. Ni rastro de los papeles que se

suponía que iba a traer con él.

En un acto de desesperación, saco mi pintalabios rojo de mi bolso y

rápidamente aplico una nueva capa, por si acaso ha empezado a desaparecer

desde que me lo puse antes de la clase. No me gusta usar mucho maquillaje,

pero un pintalabios atrevido es un estímulo instantáneo para mi confianza. Es

mi armadura. Mi arma.

Puedes hacerlo, me digo a mí misma. No necesitas a Quint.

Mi corazón ha empezado a trinar dentro de mi pecho. Mi respiración se está

acelerando. Vuelvo a meter el tubo de labial en mi bolsa y cojo mis tarjetas. No

creo que las necesite. He practicado tantas veces, que hablo de hábitats y

ambientalismo mientras duermo. Pero tenerlos conmigo me ayudan a calmar

mis nervios.

Al menos, creo que lo harán. Espero que lo hagan.

Hasta que tengo el repentino temor de que mis palmas sudorosas hagan mojar

la tinta, haciéndola ilegible, y que mis nervios vuelvan a subir a toda velocidad.

—Eso nos lleva a nuestra última presentación del año, —dice el Sr. Chávez,

dándome una mirada casi compasiva—. Lo siento, Prudence. Nos hemos

retrasado todo lo que hemos podido. Quizá Quint se nos una antes de que

termines.

Me obligo a dar una sonrisa. —Está bien. Planeé hacer la mayor parte de la

charla sola de todos modos.

No está nada bien. Pero ya no se puede hacer nada al respecto.


Me levanto lentamente, meto las tarjetas en el bolsillo, y recojo la pizarra de

presentación y la bolsa que traje llena de material extra. Mis manos están

temblando. Hago una pausa lo suficientemente larga para exhalar

completamente, para apretar los ojos, para repetir el estribillo que siempre me

digo a mí misma cuando tengo que hablar o actuar frente a la gente.

Son sólo diez minutos de tu vida, Prudence, y luego todo habrá terminado y

podrás seguir adelante. Sólo diez minutos. Puedes hacerlo.

Abro los ojos, cuadro los hombros y me dirijo al frente de la clase.

No es que sea terrible para hablar en público. De hecho, creo que soy bastante

buena en ello, una vez que empiezo sé cómo proyectar mi voz para que todos

puedan oírme. Siempre practico hasta el cansancio de antemano para no

tropezar con mis palabras, y trabajo duro para ser animada y entretenida.

Los momentos antes de empezar son terribles. Siempre estoy convencida de

que algo saldrá mal. O que mi mente se quedará en blanco y me olvidaré de

todo o e empezaré a sudar. Me volveré rojo brillante y me desmayaré.

Pero una vez que empiezo, normalmente estoy bien. Sólo tengo que empezar

. . . y entonces, antes de que me dé cuenta, todo habrá terminado.

Y escucharé lo que siempre escucho: Vaya, Prudence. Pareces tan natural

ahí arriba. Eres una gran presentadora. Bien hecho.

Palabras para calmar mi alma frenética.

Al menos, mis profesores suelen decir cosas así. El resto de mis compañeros

raramente se molestan en prestar mucha atención.

Lo cual está perfectamente bien para mí.

Me lleva unos segundos prepararme, equilibrar la pizarra de presentación en

la bandeja de la pizarra y poner mi bolsa sorpresa de golosinas a un lado. Luego

paso por encima de la pequeña mesa rodante con el modelo que traje antes de

empezar la clase, todavía cubierto por una sábana azul.

Con mis fichas en una mano, tomo el palo que el Sr. Chávez usa para señalar

los detalles en sus diapositivas de PowerPoint con la otra.

Sonrío a mis compañeros.


Intento llamar la atención de Jude, pero está garabateando en su cuaderno de

dibujo y no capta mis mensajes telepáticos.

Caramba hermano. Gracias por el apoyo.

El resto de la clase me mira fijamente, prácticamente en estado de coma por

aburrimiento.

Mi estómago se retuerce.

Solo comienza ya.

Son sólo diez minutos.

Vas a estar bien.

Tomo un respiro.

—Iba a tener materiales suplementarios para que ustedes los vieran, —

comienzo a decir. Mi voz se eleva y hago una pausa para aclarar mi garganta

antes de continuar—, para que puedan seguir la presentación. Pero se suponía

que Quint iba a traerlos y . . . no está aquí. —mis dientes rechinan. Quiero gritar

por la injusticia de esto. ¡Apareció el compañero de todos los demás! Pero el

mío simplemente no podía hacerlo.

—Así que bueno, —continúo, deslizando el palo dramáticamente por el

aire—. Aquí vamos de todos modos.

Paso por delante de la pizarra de presentación y exhalo un aliento

entrecortado.

Solo empieza.

Como practiqué, comienzo con presentación preparada.

—Una cosa que hemos aprendido en cuanto a biología marina, gracias a la

excepcional tutela del Sr. Chávez. —hago una pausa para señalar con

entusiasmo a nuestro profesor. Él me señala, con mucha menos emoción—, es

que tenemos mucha suerte de vivir aquí en Fortuna Beach y de tener acceso a

tan próspera vida marina. Nuestras playas y aguas costeras son el hogar de

muchas especies notables. Peces, mamíferos, tortugas marinas y tiburones. . .

—Los tiburones son peces, —dice Maya.


Me tenso y le disparo una mirada. Nada puede arruinar una presentación bien

ensayada como una interrupción innecesaria.

Las interrupciones son el enemigo.

Reafirmo mi sonrisa. Estoy tentada de empezar de nuevo, pero me obligo a

volver al camino. Peces, mamíferos, tortugas marinas y tiburones. . . —

Directamente a los ricos ecosistemas de plancton y vida vegetal que se

encuentran en la Bahía Orange. Estos recursos son un regalo, y es nuestra

responsabilidad no sólo disfrutarlos, sino protegerlos. ¡Por eso, para nuestro

proyecto semestral, Quint y yo decidimos centrar nuestros esfuerzos en —pausa

para el efecto dramático —“¡la conservación marina por medio del ecoturismo!"

Con una floritura, tomo la tela azul y la levanto para exhibirla, revelando mi

modelo artesanal de Main Street, el punto turístico de Fortuna Beach que corre

paralelo a la playa y al paseo marítimo.

No puedo resistirme en mirar alrededor para ver las reacciones de mis

compañeros. Algunos de los que están en las primeras filas están levantando la

cabeza para ver la maqueta, pero un buen número de ellos están mirando

fijamente a través de las ventanas que dan al sol o intentando enviar

discretamente mensajes de texto con sus teléfonos ocultos bajo las mesas del

laboratorio.

El Sr. Chávez, al menos, parece intrigado mientras estudia el modelo. Y Jude

ha levantado la vista, sabiendo de primera mano las largas e incansables horas

que he dedicado a la elaboración de esta presentación. Él tiene mi atención y

me da un sutil pero alentador pulgar hacia arriba.

Me muevo detrás de la mesa para poder pararme sobre el diorama y señalar

los rasgos más notables. Mi adrenalina se ha disparado y ya no siento que voy

a caer en una masa de pánico. Ahora tengo energía. —Nuestro nuevo centro

turístico será el Orange Bay Resort and Spa, que atenderá a una clientela de alto

nivel. Los visitantes que aprecian el lujo, anhelan la aventura, pero, ¡cielos! —

Chasqueo descaradamente mis dedos —también se preocupan por proteger

nuestro medio ambiente. —Golpeo el palo contra el edificio alto—. Con

materiales de construcción reciclados y numerosas características de

conservación de agua y ahorro de energía, este complejo será la comidilla de la

ciudad. Pero nuestros turistas no vienen aquí sólo a dormir. Vienen aquí a

explorar. Por eso Fortuna Beach necesita nuevas estaciones de alquiler de

bicicletas eléctricas situadas a ambos extremos del paseo marítimo, —Golpe


seco—. Pero lo que realmente va a atraer a la clientela, lo que realmente va a

hacer que Fortuna Beach se centre en destino de visita obligada para nuestros

viajeros conscientes de la ecología. . .

La puerta del aula se abre, golpeando fuertemente contra la pared.

Salto del susto.

—¡Lo siento, Sr. C! —dice una voz que hace que el vello de la nuca se me

erice. Mi sorpresa se desvanece, reemplazada por una rabia apenas contenida.

Mis nudillos se aprietan alrededor del puntero mientras deslizo mi mirada

hacia Quint Erickson. Se pasea entre las mesas y acepta un choque de manos de

Ezra, su saludo habitual diario.

Parte de mí desea que se hubiera detenido primero en la parte delantera y me

hubiera chocado los cinco. Habría sido una oportunidad perfecta para darle una

bofetada con el palo.

Apreté los dientes, frunciendo el ceño en la parte de atrás de su cabeza

mientras llegaba a nuestra mesa de laboratorio compartida en la fila de atrás y

dejaba caer su mochila encima. La cremallera es tan ruidosa como el motor de

un jet. Empieza a silbar —silbar— mientras escarba en el caos de papeles, libros

y bolígrafos y nueve meses de basura acumulada que guarda en esa cosa llamada

mochila.

Espero. Alguien en la clase tose. Por el rabillo del ojo veo a Jude empezando

a moverse, incómodo por mí. Excepto que, por alguna razón, no estoy

incómoda. Normalmente, una interrupción tan enorme como esta me convertiría

en un desastre nervioso, pero ahora mismo estoy demasiado ocupada

estrangulando el palo del puntero y pretendiendo que es el cuello de Quint.

Podría quedarme aquí todo el día, con o sin silencio incómodo, esperando que

Quint se dé cuenta de la interrupción que ha causado.

Pero, para mi interminable frustración, Quint parece felizmente inconsciente

de mi molestia. De detenerme justo en medio de nuestro informe. Del incómodo

silencio que ahora hay en el salón. No estoy segura de que sepa lo que significa

incómodo.

—¡Ajá! —anuncia victorioso, sacando una carpeta verde neón de la bolsa.

Incluso desde aquí puedo ver que una esquina está doblada. La abre y empieza

a sacar los informes. No puedo decir cuántas páginas. Tres o cuatro,


probablemente de doble cara, porque ¿quién desperdicia papel en un informe

sobre el medio ambiente?

Por lo menos, más vale que lo haya hecho a doble cara.

Quint reparte las páginas grapadas de los informes a nuestros compañeros, y

una carpeta de tres anillos para el Sr. Chávez. No hace el eficiente método de

"toma y pásalo" que yo habría hecho, posiblemente porque es el ser humano

más ineficiente del planeta. No, en cambio, él camina por los pasillos,

repartiéndolos uno por uno. Sonriendo. Podría ser un político cortejando a las

masas con ese paseo casual, esa sonrisa relajada. Una de las chicas incluso le

agita sus pestañas mientras toma el informe, murmurando un coqueto Gracias,

Quint.

Mis nudillos se han vuelto blancos alrededor del palo. Me imagino a Quint

golpeándose con una de las patas de la mesa o resbalándose con productos

químicos de laboratorio derramados y torciéndose un tobillo. O no, mejor aún,

imagino que en su tardanza, cogió la carpeta equivocada y acaba de repartir 32

copias de una carta de amor apasionada que escribió a nuestra directora, la Sra.

Jenkins. Ni siquiera él podría ser inmune a ese tipo de vergüenza, ¿verdad?

Nada de esto sucede, por supuesto. Mis sueños de justicia cósmica nunca se

hacen realidad. Pero mis nervios se han calmado un poco cuando Quint se dirige

al frente del aula y finalmente se digna a mirarme. El cambio es instantáneo, la

actitud defensiva que le invade, el levantamiento de su barbilla, el

oscurecimiento de sus ojos mientras nos preparamos para la batalla. Algo me

dice que se ha estado preparando para este momento desde que entró en la sala.

No es de extrañar que se tomara su tiempo para entregar los papeles.

Trato de sonreír, pero se siente más como un gruñido. —Me alegro de que te

hayas unido a nosotros.

Su mandíbula se mueve. —No me lo perdería. Compañera. —Sus ojos se

dirigen hacia el modelo y, por un momento, hay un toque de sorpresa en su cara.

Incluso podría estar impresionado.

Como bien debería estarlo. Impresionado, y también avergonzado de que sea

la primera vez que lo ve.

—Bonito modelo —murmura, tomando su lugar en el lado opuesto de mi

miniatura de la calle principal—, veo que has dejado fuera el centro de

rehabilitación que sugerí, pero. . .


—Tal vez si hubiera tenido más ayuda, podría haber atendido las peticiones

gratuitas.

Él deja salir un gemido bajo. —Cuidar de los animales que se lastiman como

resultado del turismo y el consumismo no es. . .

El Sr. Chávez tose fuerte en su puño, interrumpiendo la discusión. Nos mira

a los dos con cansancio. —Dos días más, chicos. Tienen que sufrir la compañía

del otro literalmente por sólo dos días más. ¿Podemos por favor pasar esta

presentación sin derramamiento de sangre?

—Por supuesto, Sr. Chávez —digo, al unísono con él—. Lo siento, Sr. C. —

dice Quint.

Le echo un vistazo. —¿Continúo o tienes algo que aportar?

Quint finge una reverencia, haciendo una floritura con una mano en mi

dirección. —El escenario es tuyo —dice, antes de añadir en voz baja—. No es

que lo vayas a compartir de todas formas.

Algunos de nuestros compañeros de la primera fila lo oyen y se ríen. Oh sí,

estoy histérica. La próxima vez, ustedes intenten trabajar con él y vean lo

divertido que es.

Relajo mi mandíbula otra vez.

Pero cuando vuelvo a la pizarra de presentación, mi mente se queda en

blanco.

¿Dónde estaba yo?

Oh, no. Oh no.

Esto es todo. Mi peor pesadilla. Sabía que esto pasaría. Sabía que lo olvidaría.

Y sé que todo es culpa de Quint.

El pánico inunda mi sistema cuando saco las tarjetas de aviso y las busco con

una sola mano. Resort y spa. . . alquiler de bicicletas eléctricas. . . Algunas

tarjetas se deslizan por el suelo. Mi cara de repente está tan caliente como el

fuego de una estufa.

Quint se agacha y recoge las cartas que se han caído. Agarro las tarjetas lejos

de él, mi corazón se acelera. Puedo sentir los ojos de la clase aburriéndose de

mí.


Odio a Quint. Su total desprecio por cualquiera que no sea él mismo. Su

negativa a llegar a tiempo. Su incapacidad para hacer algo útil.

—¿También podría decir algo? —dice Quint.

—¡Yo me encargo de esto! —Le respondo con una sonrisa.

—Está bien, de acuerdo. —Levanta las manos para protegerse—. Sólo digo.

Que esta también es mi presentación, ya sabes.

Bien. Porque hizo mucho para ayudarnos a prepararnos para ello.

—¿Qué es lo que realmente hará para que Fortuna Beach resalte? —Jude

susurra. Me quedo quieta y lo miro, tan agradecida con él como irritada por

Quint. Jude me muestra otro pulgar hacia arriba, y tal vez nuestra telepatía

gemela funcione hoy, porque estoy segura de que puedo oír sus palabras de

aliento. Tú te encargas de esto, Pru. Sólo relájate.

Mi ansiedad disminuye. Por millonésima vez me pregunto por qué el Sr.

Chávez tuvo que torturarnos con compañeros de laboratorio asignados cuando

Jude y yo habríamos sido un equipo tan impresionante. El segundo año hubiera

sido un paseo por el parque si no hubiera sido por la biología marina y Quint

Erickson.


Gracias, le respondo a Jude, dejando mis notas aun lado. Todo lo que

necesitaba era ese recordatorio, y las palabras volvieron a inundarme. Continúo

con mi discurso, intentando hacer lo mejor para ignorar la presencia de Quint.

Al menos algunos de nuestros compañeros han prestado atención a los papeles

que repartió, así que no todos siguen mirando. —Como decía, lo que realmente

va a atraer a una nueva variedad de entusiastas viajeros conscientes del medio

ambiente es nuestra fenomenal variedad de eventos y aventuras. Los visitantes

pueden ir al fondo del océano a bordo de submarinos privados. Habrá

excursiones en kayak a la Isla Adelai donde podrás ayudar a etiquetar, rastrear

e incluso nombrar tu propia foca. Y, en lo personal mi favorito, seremos

anfitriones de fiestas semanales en la playa.

Algunas de las miradas vidriosas de mis compañeros de clase se centran en

esto. Ezra incluso deja escapar un grito, por supuesto que lo haría.

Con el apoyo, sigo adelante. —Así es. Fortuna Beach pronto será famosa por

sus habituales fiestas en la playa, en las que se puede comer mariscos de origen

sostenible y aperitivos orgánicos mientras hablas con otras personas con la

misma conciencia ecológica que ustedes. ¿La mejor parte? Todos los asistentes

a la fiesta reciben una bolsa de basura y un recogedor a su llegada, y al final de

la noche, después de llenar esa bolsa con la basura que han recogido en nuestras

playas, pueden cambiarla por una bolsa reutilizable llena de regalos

seleccionados a mano. Cosas como. . . —dejé el palo y alcancé la bolsa que

estaba en el suelo—. ¡Una botella de agua de aluminio sin BPA! —Saco la

botella y la lanzo a la multitud. Joseph apenas la coge, asustado—. ¡Pueden

llevárselos a cualquier parte! ¡También hay utensilios de bambú! ¡Un diario

hecho de materiales reciclados! ¡Barras de shampoo libre de plástico

empaquetado! —Tomo cada uno de los regalos. Mis compañeros

definitivamente están prestando atención ahora.

Una vez que todos los regalos se han ido, hago de la bolsa una bola y la lanzo

hacia el Sr. Chávez, pero sólo llega a la mitad del camino. Ezra le saca el aire

en su lugar. La gente está empezando a notar que cada uno de los regalos tiene

el nuevo logo y eslogan que se me ocurrió.


FORTUNA BEACH: ¡AMIGABLE CON EL MEDIO AMBIENTE,

AMBIENTALMENTE AMIGABLE!

—Estas ideas y las demás están detalladas en nuestro informe, —digo,

señalando uno de los papeles grapados en la mesa de laboratorio más cercana—

. Al menos, asumo que lo están. En realidad, no lo he visto, ya que algo me dice

que fue terminado unos diez minutos antes de la clase esta mañana. —Le sonrío

dulcemente a Quint.

Su expresión es firme. Molesto, pero también un poco engreído. —Supongo

que nunca lo sabrás.

Este comentario me provoca una sacudida de incertidumbre, que estoy segura

es exactamente lo que pretendía. El periódico también tiene mi nombre, después

de todo. Sabe que me volverá loca saber lo que hay en él, y si es bueno.

—Antes de terminar —digo, volviendo a la clase—, queremos tomar un

momento para agradecer al Sr. Chávez por enseñarnos tanto sobre este increíble

rincón del mundo en el que vivimos, y toda la increíble vida marina y los

ecosistemas al alcance en nuestro patio trasero. No sé el resto de ustedes, pero

sé que quiero ser parte de la solución, para asegurar que protegeremos y

mantendremos nuestros océanos limpios para nuestros hijos y nietos. Y por

suerte para nosotros, como creo que hemos logrado demostrar hoy: ¡Si nos

volvemos ecológicos, Fortuna Beach puede ¡volverse una parte fundamental en

nuestra sociedad! —Me froto los dedos, fingiendo que tengo un puñado de

dinero. Le había dicho a Quint cómo iba a concluir mi discurso. Se supone que

debe decirlo conmigo, pero por supuesto, no lo hace. Ni siquiera puede

molestarse en sostener el dinero imaginario—. Gracias por escuchar.

La clase empieza a aplaudir, pero Quint da un paso adelante y levanta una

mano. —Si pudiera añadir una cosa.

Me marchito. —¿Tienes que hacerlo?

Me muestra una sonrisa, antes de darme la espalda. —La sostenibilidad y el

turismo no suelen ir de la mano. Los aviones crean mucha contaminación, y la

gente tiende a producir mucha más basura cuando viaja que cuando se queda en

casa. Dicho esto, el turismo es bueno para la economía local y, bueno no se

extinguirá. Queremos que Fortuna Beach tenga una reputación dónde cuida de

sus visitantes, claro, pero también de su vida silvestre.

Suspiro. ¿No he dicho ya básicamente todo esto?


—Si leen el informe que tienen delante, —continúa Quint—, que estoy

seguro que ninguno de ustedes, excepto el Sr. Chávez, verá que una de nuestras

mayores iniciativas sería establecer el Centro de Rescate de Animales Marinos

de Fortuna Beach como un destino turístico de primer orden.

Se necesita toda mi fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco. Ha

estado insistiendo en esta idea del centro de rehabilitación todo el año. Pero,

¿quién quiere pasar sus vacaciones viendo delfines desnutridos en pequeñas y

tristes piscinas, cuando pueden ir a nadar con los delfines en la bahía real?

—Para que la gente entienda el efecto que sus acciones tienen en el medio

ambiente, necesitan ver de primera mano las consecuencias de esas acciones,

por lo que. . . —Hace una pausa—, creo que cualquier plan de ecoturismo debe

centrarse en la educación y el voluntariado. El informe explica todo eso con más

detalle. Gracias.

Me echa una mirada. Compartimos una mirada de mutuo desdén.

Pero. . . eso es todo. Se acabó. Este horrible proyecto chupa-almas está

finalmente terminado.

Soy libre.

—Gracias, Sr. Erickson, Srta. Barnett. —El Sr. Chávez está hojeando el

informe de Quint y no puedo evitar preguntarme si ha incluido alguna de mis

ideas. ¿El complejo turístico, las bicicletas, las fiestas en la playa? —Creo que

es bastante obvio, pero sólo para aclararlo, ¿podrían decirme cada uno de

ustedes sus contribuciones a este proyecto?

—Hice el modelo, —digo—, y la pizarra de presentación, y diseñé y pedí la

mercancía ecológica. También diría que fui la directora del proyecto durante

todo el tiempo.

Quint resopla.

El Sr. Chávez levanta una ceja. —¿No está de acuerdo, Sr. Erickson?

—Oh no —dice con un vehemente movimiento de cabeza—.

Definitivamente se las arregló. Demasiaaaada gestión.

Me pongo tiesa. Puedo sentir el estallido en mi lengua. ¡Alguien tenía que

hacerlo! ¡No es como si fueras a dar un paso adelante y hacer algo de esto!

Pero antes de que salga a la luz, el Sr. Chávez pregunta, —¿Y tú escribiste el


informe?

—Sí, señor, —dice Quint—. Y proporcione las fotografías.

Nuestro profesor hace un sonido como si fuera una información interesante,

pero mis labios se cierran consternados. ¿Proporcionó las fotografías? Lo

siento, pero un niño de segundo grado puede recortar fotos de la revista National

Geographic y pegarlas en una cartulina.

—Genial. Gracias a los dos.

Empezamos a dirigirnos a nuestra mesa de laboratorio, cada uno toma un

pasillo diferente para llegar, pero el Sr. Chávez me detiene.

—¿Prudence? Dejemos el palo del puntero en la parte delantera, ¿sí? Odiaría

que el Sr. Erickson fuera empalado cuando estamos tan cerca de fin de año.

La clase se ríe mientras llevo el palo al frente y lo pongo en la bandeja de la

pizarra, tratando de no sentirme avergonzada. Con las manos libres, recojo el

modelo y lo llevo a la mesa conmigo.

Quint tiene su cara tapada con una mano, cubriéndose la boca y mirándome

mientras me acerco. O, mirando al modelo que hice. Ojalá pudiera leerlo. Ojalá

pudiera ver la culpa que siente, sabiendo que no hizo nada para ayudar en esta

parte del proyecto. O al menos vergüenza por llegar tarde, en el día más

importante del año, dejándome a mi cargo.

Incluso me gustaría ver la vergüenza cuando se dé cuenta de que mi parte del

proyecto se le escapó por completo. O quizás alguna muestra de agradecimiento

por haber llevado nuestra supuesta asociación todo este año.

Dejé el modelo y me senté. Nuestros taburetes están empujados a los

extremos de la mesa, un instinto para mantener el mayor espacio posible entre

nosotros. Mi muslo derecho ha estado magullado durante meses por haber sido

aplastado contra la pata de la mesa.

Quint aparta la mirada del modelo. —Pensé que habíamos decidido no hacer

los viajes en barco a Adelai, ya que podrían ser perjudiciales para la población

de elefantes marinos.

Mantengo mi atención pegada al Sr. Chávez mientras toma su lugar en el

frente de la sala. —Si quieres que la gente se preocupe por los elefantes marinos,

tienes que mostrarles los elefantes marinos. Y no a los que están muertos y son


alimentados con botellas en una mesa médica.

Abre la boca y puedo sentir lo que va a decir. Me preparo para derribar

cualquier comentario estúpido que esté a punto de hacer. Mi furia está creciendo

de nuevo. Quiero gritar. ¿No podrías estar aquí? Sólo por hoy. . . ¿Una vez?

Pero Quint se detiene y sacude la cabeza, así que yo también mantengo mi

ira reprimida.

Nos quedamos en silencio, el modelo descansando entre nosotros, uno de los

informes está cerrado y grapado al alcance de mi mano, aunque me niego a

aceptarlo. Puedo ver la cubierta, sin embargo. Al menos mantuvo el título que

acordamos: Conservación a través del ecoturismo en Fortuna Beach, un informe

de Prudence Barnett y Quint Erickson. Biología Marina, y Sr. Chávez. Debajo

de nuestros nombres hay una fotografía desgarradora y triste de un animal

marino, tal vez una nutria o un león marino o incluso una foca, nunca puedo

distinguirlos. Está envuelto en una línea de pesca, enredado como una momia,

con laceraciones cortadas profundamente en su garganta y aletas. Sus ojos

negros miran a la cámara con la expresión más trágica que creo haber visto.

Trago saliva. Es efectivo para despertar emociones, eso lo reconozco.

—Veo que pones mi nombre primero, —le digo. No estoy segura de qué me

hace decirlo. No estoy segura de qué me hace decir la mitad de las cosas que

hago alrededor de Quint. Hay algo en él que me hace físicamente imposible

mantener la boca cerrada. Es como si siempre hubiera una bala más en mi

munición, y no puedo evitar hacer todos los disparos.

—Lo creas o no, sé cómo poner las cosas en orden alfabético, —murmura—

. Pasé el jardín de infancia, después de todo.

—Sorprendentemente, —respondo.

Él suspira.

El Sr. Chávez termina de tomar notas en su portapapeles y sonríe a la clase.

—Gracias a todos por un fantástico grupo de presentaciones. Estoy

impresionado con el trabajo tan duro que han hecho y la creatividad que he visto

este año. Tendré sus notas repartidas mañana. Por favor, pasen sus informes

finales de laboratorio al frente.

Las sillas se raspan y los papeles se barajan mientras mis compañeros

empiezan a escarbar en sus mochilas. Miro expectante a Quint.


Él me devuelve la mirada, confundido.

Levanto una ceja.

Sus ojos se abren de par en par. —¡Oh! —Acerca su mochila y empieza a

hurgar en el caos que hay dentro—. Lo olvidé por completo.

Malditas cifras.

—¿Te olvidaste de traerla? —digo. —¿O te olvidaste de hacerlo?

Hace una pausa con una mueca. —¿Ambos?

Pongo los ojos en blanco y él levanta una mano, su vergüenza momentánea

ya se evapora. —No necesitas decirlo.

—¿Decir qué? —Respondo, incluso mientras una ráfaga de palabras como

incompetente, perezoso e inútil circulan por mis pensamientos.

—Hablaré con el Sr. Chávez, —dice—. Le diré que es mi error y que puedo

enviarle el informe por correo electrónico esta noche. . .

—No te molestes. —Abro mi carpeta de biología, donde está el informe final

del laboratorio, escrito a máquina y con un gráfico circular de toxicología

ambiental. Me inclino sobre la mesa y lo paso por el pasillo.

Cuando miro atrás, Quint parece. . . ¿enfadado?

—¿Qué? —pregunto.

Hace un gesto hacia el papel, que ha desaparecido en la pila de tareas. —¿No

confiaste en mí para hacerlo?

Me giro para enfrentarme a él. —Y tenía razón en no hacerlo.

—¿Qué pasó con lo de ser un equipo? Tal vez en vez de hacerlo tú misma,

podrías habérmelo recordado. Lo habría hecho.

—No es mi trabajo recordarte que hagas tus deberes. O llegar a clase a

tiempo, para la clase.

—Yo estaba. . .

Le corté, levantando las manos con exasperación. —Lo que sea. No importa.

Agradezcamos que esta sociedad por fin haya terminado.


Hace un ruido en la parte de atrás de su garganta, y aunque creo que está de

acuerdo conmigo, aún me enoja. He llevado este equipo todo el año, haciendo

mucho más que mi parte del trabajo. En lo que a mí respecta, soy lo mejor que

le pudo haber pasado.

El Sr. Chávez se lleva los últimos papeles cuando pasan al frente. —Ahora,

sé que mañana es su último día del segundo año, y que están ansiosos por seguir

con sus vacaciones, pero esta noche sigue siendo una noche de escuela, lo que

significa, que aquí está su tarea. —La clase lanza un gemido unánime cuando

saca un marcador verde y empieza a garabatear en la pizarra—. Lo sé, lo sé.

Pero sólo piensen. Esta podría ser la última oportunidad que tengo de impartirles

mi sabiduría superior. Denme mi momento, ¿quieren?

Saco un bolígrafo y empiezo a copiar la tarea en mi cuaderno.

Quint no lo hace.

Cuando suena el timbre, es el primero en salir por la puerta.


—No me opongo a los deberes, en términos generales, —dice Jude, hojeando

ociosamente las páginas de su libro de biología marina—. ¿Pero los deberes en

el penúltimo día de clase? Esa es la marca de un señor tirano.

—Oh, deja de lloriquear, —dice Ari desde detrás de su menú. Pasa mucho

tiempo estudiando el menú cada vez que entramos, aunque siempre terminamos

pidiendo las mismas cosas—. Al menos tienes un descanso de verano. Nuestros

maestros nos dieron listas de lectura detalladas y planes de tareas para

“mantenernos ocupados” durante las vacaciones. Julio es el mes de la mitología

griega. Hurra.

Jude y yo la miramos con consternación. Los tres estamos sentados en una

cabina de la esquina de Encanto, nuestro lugar favorito en la calle principal. El

restaurante es una trampa para turistas, justo al lado de la calle principal, incluso

se pueden ver rastros de la playa a través de las ventanas delanteras, pero sólo

se llena los fines de semana, por lo que es el lugar ideal para pasar el rato

después de la escuela. En parte porque la fusión de la comida mexicana y

puertorriqueña es alucinante. Y en parte porque Carlos, el dueño, nos da

refrescos gratis y tantas patatas fritas y salsa como podamos comer sin

quejarnos de que ocupamos un valioso espacio en la cabina. Para ser honesta,

creo que le gusta tenernos cerca, aunque sólo pidamos comida entre las tres y

las seis para que podamos tener los especiales de aperitivos a mitad de precio.

— ¿Qué? —Ari pregunta, finalmente notando las miradas que Jude y yo le

echamos.

—Estudiaría la mitología Griega sobre el plancton cualquier día de la

semana—, dice Jude, señalando una ilustración del libro de texto.

Ari resopla en esa forma de "no te pongas así". Lo cual, admitámoslo, no

hacemos. Los tres hemos estado discutiendo sobre qué es peor: “asistir a la

prestigiosa escuela St. Agnes Prep o navegar en nuestro Fortuna Beach High”

desde que nos conocimos hace casi cuatro años. Es una típica situación de "la

hierba es más verde". Jude y yo siempre estamos celosos de los aparentemente

oscuros temas y planes de estudio de los que Ari se queja. Cosas como "Cómo


el comercio transcontinental de especias cambió la historia" o "La influencia

del paganismo en las tradiciones religiosas modernas". Mientras que Ari anhela

la normalidad de las películas para adolescentes que vienen con almuerzos de

baja calidad en la cafetería y no tener que usar un uniforme todos los días.

Lo cual, quiero decir, es bastante justo.

Una cosa que Ari no puede discutir, sin embargo, es que St Agnes tiene un

programa de música que es muy superior a todo lo que encontrarías en las

escuelas públicas. Si no fuera por sus clases dedicadas a la teoría y composición

musical, sospecho que Ari les habría rogado a sus padres que la dejaran

trasladarse.

Jude y yo volvemos a nuestros papeles mientras Ari se fija en dos mujeres

que comparten un postre en la mesa de al lado. Ari tiene su cuaderno frente a

ella y lleva su cara de tratar de hacer esta canción de trabajo lírico. Me imagino

una balada sobre el pudín de coco y el amor temprano. Casi todas las canciones

de Ari son sobre el amor temprano. Eso, o son sobre la angustia tumultuosa de

un amor que va mal. Nunca hay nada en medio. Aunque supongo que eso podría

decirse de casi todas las canciones.

Leí la tarea de nuevo, pensando que tal vez inspirará una idea. “Doscientas

cincuenta palabras sobre qué tipo de adaptación submarina sería útil en nuestro

entorno de la superficie”. No es una tarea difícil. Debería haberlo hecho hace

una hora. Pero después de las últimas noches que pasé terminando el proyecto

de ecoturismo, mi cerebro se siente como si lo hubieran puesto en una picadora

de carne.

—¡Eso es! ¡Tiburón peregrino! —dice Jude, poniendo un dedo sobre su libro.

La imagen muestra un tiburón positivamente horroroso, su enorme boca abierta,

revelando no dientes enormes y afilados, sino lo que parece ser su esqueleto o

caja torácica o algo que se extiende hacia atrás en su cuerpo. Me recuerda a la

escena en que Pinocho es tragado por la ballena—. Nada por el agua, recogiendo

cualquier trozo de comida que se le cruce en el camino.

—Y eso sería útil para ti, ¿cómo? —Pregunto.

—Eficiencia. Cualquier comida que pase por aquí podría ser barrida por mi

garganta. Nunca tendría que masticar o parar para comer. —Se detiene, una

mirada pensativa entra en sus ojos—. En realidad, eso sería un gran monstruo

de calabozo.


—Eso sería un monstruo asqueroso, —le digo.

Se encoge de hombros y anota en el cuaderno de dibujo que siempre está a

su codo. —Tú eres la que está obsesionada con la gestión del tiempo.

Tiene razón. Gruño y hojeo mi libro de texto por sexta vez mientras Jude

toma nuestro portátil compartido y lo tira hacia él. En lugar de abrir un nuevo

documento, simplemente borra mi nombre en la parte superior y lo reemplaza

con el suyo antes de empezar a escribir.

—Aquí vamos, abejitas obreras, —dice Carlos, llegando con una cesta de

tortillas, guacamole y dos tipos de salsa. Una salsa dulce a base de guayaba para

mí y para Jude, y una extra-ardiente pseudo-masoquista, ¿por-qué-alguien-seharía-esto-a-sí-mismo?

picante para Ari. —¿Su escuela no ha salido todavía?

—Mañana es nuestro último día, —dice Jude—. Ari salió la semana pasada.

—¿Significa eso que los veré más o menos?

—Más, —contesta Ari, sonriendo a él—. Vamos a vivir aquí este verano, si

te parece bien. —Ari ha estado enamorada de Carlos desde que empezamos a

venir aquí. Lo que puede parecer un poco raro, dado que debe tener cerca de

cuarenta años, excepto que se parece mucho a un joven Antonio Banderas. Eso,

además del acento puertorriqueño, además de que el hombre sabe cocinar.

¿Quién puede culpar a una chica por estar un poco enamorada?

—Ustedes tres son siempre bienvenidos, —dice—. Pero traten de no

aprovecharse demasiado de mi política de libre recarga, ¿sí?

Le agradecemos las papas fritas mientras se va a otra mesa.

Jude se sienta y se quita el polvo de las manos. —Hecho.

Levanto la vista de una foto de un pez rape. —¿Qué? ¿Ya?

—Son sólo doscientas cincuenta palabras. Y esta tarea no va a contar para

nada. Confía en mí, Pru, esta es sólo la manera del señor tirano de probar nuestra

lealtad. No lo pienses demasiado.

Frunzo el ceño. Él y yo sabemos que es imposible para mí no pensarlo

demasiado.

—Esa es buena, —dice Ari, señalando con su chip hacia el libro. Una mota

de salsa cae en la esquina de la página—. Ups, lo siento.


Limpio la mancha con mi servilleta. —No quiero ser un pez rape.

—La tarea no es decir lo que serías, —dice Jude—, sino qué tipo de

adaptación podría ser útil.

—Tendrías una linterna incorporada, —añade Ari—. Eso sería muy útil.

Tarareo, pensativa. No es terrible. Podría trabajar en algo sobre ser una luz

brillante en tiempos oscuros, lo que puede ser un poco poético para un artículo

científico, pero, aun así. —Vale, bien, —digo, tirando del portátil delante de mí.

Guardo el documento de Jude antes de empezar el mío.

Acabo de terminar mi primer párrafo cuando hay una conmoción en el frente

del restaurante. Miro para ver una mujer en una carretilla apilada con altavoces,

equipos electrónicos, un pequeño televisor, una pila de gruesas carpetas de tres

anillos y fajos de cuerdas.

—¡Lo lograste! —dice Carlos desde detrás de la barra, tan fuerte que de

repente todo el mundo está mirando a la mujer. Ella hace una pausa,

parpadeando en la luz tenue, dejando que sus ojos se ajusten al brillante sol de

la tarde. Carlos corre hacia ella y toma el carro—. Yo me encargo de eso. Pensé

que nos estableceríamos por aquí.

—Oh, gracias, —dice ella, empujando hacia atrás un largo flequillo de pelo

que ha sido teñido de rojo manzana. Además del flequillo que casi cubre sus

ojos, su cabello está atado en un nudo precipitado, mostrando su rubio natural

creciendo en las raíces. Lleva ropa que exige atención: botas vaqueras gastadas

y descoloridas; vaqueros oscuros que tienen tantos agujeros como vaqueros; una

camiseta de terciopelo burdeos; suficientes joyas para hundir un pequeño barco.

Está muy lejos de las chanclas y los shorts de surf que suelen poblar la calle

principal en esta época del año.

También es hermosa. Impresionante, en realidad. Pero es difícil de decir dado

el revestimiento del delineador negro y el lápiz labial púrpura manchado. Si es

de aquí, definitivamente la habríamos visto por aquí, pero estoy segura de que

nunca la había visto antes.

— ¿Qué tal esto? —dice Carlos, ignorando el hecho de que la mayoría de sus

clientes están mirándolos.

—Perfecto. Encantador, —dice la mujer con un poco de acento sureño.

Carlos a menudo presenta música en vivo los fines de semana, y están de pie en


la pequeña plataforma donde las bandas actúan. Se toma un segundo para

inspeccionar el área antes de apuntar a la pared—. ¿Es esa la única salida?

—Hay otro aquí detrás. —Carlos apunta a una estación de autobuses de la

esquina.

—Excelente. —La mujer pasa un tiempo girando en círculo, inspeccionando

los televisores que cuelgan por todo el restaurante, casi siempre mostrando

deportes—. Sí, genial. Esto funcionará. Bonito lugar el que tienes.

—Gracias. ¿Quieres ayuda para instalarte, o . . .?

—No, ya lo tengo. No es mi primera vez en el rodeo. —Ella lo ahuyenta.

—Está bien, de acuerdo. —Carlos da un paso atrás—. ¿Puedo ofrecerte un

trago?

—Oh. Uh . . . —Ella lo piensa por unos segundos—. ¿Shirley Temple?

Carlos se ríe. —Claro que sí.

Vuelve al bar, y la mujer empieza a mover las mesas y a preparar el equipo

que ha traído. Después de unos minutos, toma la pila de carpetas y se acerca a

la mesa más cercana. Nuestra mesa.

—Bueno, ¿no parecen unos jóvenes honrados de Fortuna Beach?, —dice ella,

tomando nuestros libros de texto y ordenadores.

—¿Qué pasa? —dice Ari, asintiendo con la cabeza a todas las cosas que trajo.

—¡Noche semanal de karaoke! —dice la mujer—. Bueno, esta es la primera,

pero esperamos que se convierta en algo semanal.

¿Karaoke? Inmediatamente me sobrecoge la visión de ancianos cantando y

mujeres de mediana edad graznando y un montón de borrachos que no pueden

llevar una melodía y . . . oh no. Demasiado para nuestra tranquila sesión de

estudio. Al menos el año escolar ha terminado.

—Soy Trish Roxby y seré su anfitriona, —continúa. Notando nuestras

expresiones poco entusiastas, ella mueve su pulgar hacia la barra—. ¿No se

dieron cuenta de las señales? Carlos me dijo que ha estado haciendo publicidad

desde hace un par de semanas.

Miro hacia la barra. Lleva un minuto, pero luego me doy cuenta. En la pizarra

de la puerta, encima de la lista de ofertas del día, con una letra desordenada,


alguien ha garabateado palabras: ÚNETE A NOSOTROS PARA EL

KARAOKE SEMANAL, TODOS LOS MARTES A LAS 6:00, A PARTIR DE

JUNIO.

—Entonces, ¿crees que te unirás esta noche? —pregunta Trish.

—No, —decimos Jude y yo al unísono.

Ari se muerde el labio inferior, mirando la carpeta.

Trish se ríe. —No es tan aterrador como suena. Lo prometo, puede ser muy

divertido. Además, a las chicas les gusta que les den una serenata, ya sabes.

Al darse cuenta de que está hablándole a él, Jude inmediatamente empieza a

retorcerse. —No. Esta es mi hermana gemela. —Inclina su cabeza hacia mí, y

luego hace un gesto entre él y Ari. —Y no estamos. . . —Se apaga.

—¿En serio? ¿Hermana gemela? —dice Trish, ignorando lo que él y Ari no

son. Ella mira entre Jude y yo por un momento, antes de asentir lentamente—.

Sí, está bien. Puedo verlo ahora.

Está mintiendo. Nadie cree que Jude y yo estemos emparentados, y mucho

menos que seamos gemelos. No nos parecemos en nada. Él mide 1,80 y es

delgado como nuestro padre. Yo mido 1,65 y tengo curvas como mamá. (A

nuestra abuela le encanta bromear con que tomé toda la "grasa de bebé" de Jude

cuando estábamos en el útero y la guardé para mí. Nunca encontré esa broma

particularmente divertida cuando éramos niños, y no ha mejorado con la edad.

(Insertar emoji de ojos en blanco aquí).

Jude es rubio y súper pálido. Como, pálido vampírico. Su piel se quema a los

30 segundos de entrar en la luz del sol, lo que hace que vivir en el sur de

California no sea lo ideal. Yo, por otro lado, soy morena y estaré con un

bronceado medio decente a finales de junio. Jude tiene pómulos. Yo tengo

hoyuelos. Jude tiene labios llenos que lo hacen parecerse un poco a un modelo

de Abercrombie, aunque odia cuando digo eso. ¿Y a mí? Bueno, al menos tengo

mi lápiz labial.

Trish se aclara la garganta torpemente. —Entonces, ¿has hecho karaoke

antes?

—No, —responde Ari—. Aunque he pensado en ello.


Jude y yo intercambiamos miradas porque, en realidad, hemos hecho karaoke

antes. Muchas veces. Cuando crecíamos, nuestros padres nos llevaban a un pub

gastronómico que tenía un karaoke familiar el primer domingo de cada mes.

Cantábamos una canción de los Beatles tras otra, y mi padre siempre terminaba

"su set", como él lo llamaba, con "Dear Prudence", y luego nos llamaba a todos

juntos para "Hey Jude". Al final, todo el restaurante cantaba "Naaaa na na . . .

nananana". Incluso Penny se uniría, aunque sólo tuviera dos o tres años y

probablemente no tuviera ni idea de lo que estaba pasando. Era algo mágico.

Una parte nostálgica de mí se ilumina al pensar en la interpretación

ligeramente desafinada de papá de "Penny Lane" o en los intentos exagerados

de mamá de "Hey Bulldog".

Pero hubo una vez, cuando no podía tener más de diez u once años, en que

un borracho del público gritó, ¡Quizás ese niño debería pasar menos tiempo

cantando y más tiempo haciendo abdominales!

Todos sabíamos de quién estaba hablando. Y, bueno, la magia se arruinó

bastante después de eso.

Ahora que lo pienso, ese pudo haber sido el comienzo de mi ansiedad de

hablar en público, y ese miedo generalizado de que todo el mundo me mirara,

me criticara, esperando que me avergonzara a mí misma.

—Bueno, chicos, piénsenlo, —dice Trish, poniendo la carpeta junto a las

papas. Toma un bolígrafo y unos trozos de papel de un bolsillo y los deja

también—, si encuentran una canción que quieran cantar, escríbanla aquí y

pásenmela, ¿de acuerdo? Y si la canción que quieres no está en el libro, me lo

haces saber. A veces puedo encontrarla en Internet. —Nos guiña un ojo y luego

se va a la mesa de al lado.

Todos pasamos unos segundos mirando la carpeta como si fuera una serpiente

venenosa.

—Sí, —murmura Jude, y empieza a tirar sus cosas en su mochila—. Eso no

va a pasar.

Yo me siento exactamente igual. No podrías pagarme para que me levante y

cante delante de un montón de extraños. O no extraños, para el caso. Fortuna

Beach no es una gran ciudad, y es imposible ir a cualquier parte sin encontrarse

con alguien que conoces. Incluso ahora, mirando a mi alrededor, veo al


peluquero de mi madre en el bar, y al gerente de la tienda de la esquina en una

de las mesas pequeñas.

Ari, sin embargo, sigue mirando la carpeta. Sus ojos brillan de anhelo.

He oído a Ari cantar. No es mala. Al menos, sé que puede mantenerse en

clave. Además de eso, quiere ser compositora. Ha soñado con ser compositora

desde que era una niña. Y todos sabemos que, para tener algún tipo de éxito,

habrá momentos en los que probablemente tenga que cantar.

—Deberías intentarlo, —digo, empujando la carpeta hacia ella.

Ella se estremece. —No lo sé. ¿Qué cantaría yo?

—Como, ¿alguna canción grabada en los últimos cien años? —dice Jude.

Le echa una mirada, aunque está claro que su comentario le agrada. Ari ama

la música. Toda la música. Es una Wikipedia andante de todo, desde el jazz de

los años 30 hasta el punk de los 80 y el indie moderno. De hecho, probablemente

nunca nos hubiéramos conocido si no fuera por su obsesión. Mis padres tienen

una tienda de discos a una cuadra de la calle principal, Ventures Vinyl, llamada

así por una popular banda de surf-rock de los sesenta. Ari empezó a comprar

allí cuando estábamos en la escuela secundaria. La asignación que le daban sus

padres era mucho más de lo que yo recibía, y cada mes traía el dinero que había

ahorrado y compraba todos los discos que pudiera.

Mis padres adoran a Ari. Bromean con que es su sexto hijo. Les gusta decir

que Ari los ha mantenido sin ayuda de nadie. . . el negocio estos últimos años,

lo que sería encantador si no tuviera miedo de que pudiera estar cerca de la

verdad.

—¿Podríamos hacer un dúo? —dice Ari, mirándome con esperanza.

Yo muerdo el instintivo y apasionado no, y en su lugar hago un gesto

desesperado a mi libro de texto. —Lo siento. Todavía estoy tratando de terminar

este trabajo.

Ella frunce el ceño. —Jude escribió el suyo en diez minutos. Vamos. . . ¿Tal

vez una canción de los Beatles? —No estoy segura de sí sugiere esto por lo

mucho que me gustan los Beatles, o porque son la única banda en la que se

puede confiar para saber la mayoría de las palabras. Creciendo alrededor de la

tienda de discos, mis hermanos y yo hemos sido inundados con una variedad de

música a lo largo de los años, pero nadie, a los ojos de mis padres, nunca


competirá con los Beatles. Incluso le pusieron a cada uno de sus cinco hijos el

nombre de una canción de los Beatles: "Hey Jude", "Dear Prudence", "Lucy in

the Sky with Diamonds", "Penny Lane" y "Eleanor Rigby".

Al darme cuenta de que Ari sigue esperando una respuesta, suspiro. —Tal

vez. No lo sé. Necesito terminar esto. —Mientras ella continúa hojeando el

cancionero, trato de volver a centrarme en el papel.

—Una Shirley Temple suena bastante bien, ―dice Jude—, ¿alguien más

quiere una?

—Un poco femenina, ¿no crees? —Me burlo.

Se encoge de hombros y se desliza fuera de la cabina. —Estoy bastante

cómodo en mi masculinidad.

—¡Quiero tu cereza! —Ari lo llama.

—Oye, es a mi hermano a quien estás coqueteando.

Jude hace una pausa, me mira, luego a Ari, y luego procede a ruborizarse de

rojo brillante.

Ella y yo nos reímos a carcajadas. Jude sacude la cabeza y camina hacia el

bar. Pongo mis manos sobre mi boca para gritarle, —¡Sí, tráenos un poco a

nosotras también!

Él saluda sin mirar para hacerme saber que me ha oído.

Se supone que no debemos cruzar la barandilla que divide la zona de los

veintiún y más del resto del restaurante, así que Jude se detiene en la barrera

invisible para darle al camarero nuestra orden.

Tengo un párrafo más en el reporte cuando Jude regresa, llevando tres vasos

altos llenos de refresco rosa y cerezas extra en cada uno. Sin preguntar, Ari coge

una cuchara y saca las cerezas de las mías y las de Jude y las echa en su propio

vaso.

—Hola a todos, y bienvenidos a nuestra primera noche semanal de karaoke,

—dice Carlos, hablando en un micrófono que Trish trajo consigo—. Soy Carlos

y dirijo este local. Aprecio mucho su atención y espero que todos se diviertan

esta noche. No sean tímidos. Todos somos amigos aquí, ¡así que suban y den lo

mejor de sí! Con esto, me complace presentarles a nuestra presentadora de

karaoke, Trish Roxby.


Hay un pequeño aplauso cuando Trish toma el micrófono y Carlos empieza

a regresar a la cocina.

—Espera, espera, ¿no vas a cantar? —dice Trish.

Carlos se da la vuelta, con los ojos muy abiertos por el horror. Se ríe

ligeramente. —¿Tal vez la próxima semana?

—Te tomo la palabra, —dice Trish.

—Dije tal vez, —dice Carlos, retrocediendo un poco más.

Trish sonríe a los clientes del restaurante. —Hola, amigos, estoy tan

emocionada de estar aquí esta noche. Sé que a nadie le gusta ir primero, así que

voy a empezar esta fiesta. Por favor, traigan esos papeles y díganme qué quieren

cantar esta noche, de lo contrario, no podrán escucharme en las próximas tres

horas.

Ella golpea algo en su máquina y un riff de guitarra resuena por los altavoces:

"I Love Rock and Roll" de Joan Jett.

Trato de no quejarme, pero. . . vamos. ¿Cómo se supone que me voy a

concentrar en terminar este trabajo con esa música de fondo? Esto es un

restaurante, no un concierto de rock.

—Así que, esto es inesperado, —dice Jude.

—Lo sé, —dice Ari, asintiendo apreciativamente—. Es realmente buena.

—Eso no, —dice Jude, dándome un codazo en el costado—. Pru, mira. Es

Quint.


Mi cabeza se dispara. Por un segundo estoy segura de que Jude me está

gastando una broma pesada. Pero no —ahí está él. Quint Erickson, merodeando

junto al cartel de "Siéntese usted mismo" justo en la puerta. Está con una chica

que no reconozco —asiática, pequeña, con su pelo atado en dos moños

desordenados detrás de sus orejas. Lleva pantalones cortos de mezclilla y una

camiseta descolorida que tiene una foto de Pie Grande con las palabras

"OCULTA Y BUSCA AL CAMPEÓN DEL MUNDO" impreso debajo.

A diferencia de Quint, que ve a Trish cantando con el corazón, la chica está

absorta por algo en su teléfono.

—Vaya, —dice Ari, inclinándose sobre la mesa y bajando la voz, aunque no

hay forma de que nadie pueda oírnos por la gutural exigencia de Trish Roxby

de poner otra moneda en la rocola, nena. —¿Ese es Quint? ¿El Quint?

Frunzo el ceño. —¿Qué quieres decir con el Quint?

—¿Qué? Él es todo de lo que has hablado este año.

Se me escapa una risa, dura y sin humor. —¡No lo es!

—En cierto modo sí lo es, —dice Jude—. No sé cuál de los dos está más

emocionado por el comienzo del verano. Tú, para que no tengas que lidiar más

con él, o yo, para que no tenga que escucharte quejarte de él.

—Es más lindo de lo que imaginé, —dice Ari.

—Oh sí, es un semental, —dice Jude—. Todos aman a Quint.

—Sólo porque su ridiculez apela al más bajo común denominador de la

sociedad. ―Jude resopla.

—Además —bajo mi voz—, no es tan atractivo. Esas cejas.

—¿Qué tienes en contra de sus cejas? —dice Ari, mirándome como si debiera

avergonzarme por sugerir tal cosa.


—Por favor. Son enormes, —digo—. Además, su cabeza tiene una forma

extraña. Es como . . . cuadrada.

—¿Muy prejuiciosa? —murmura Ari, lanzándome una mirada burlona que

se arrastra bajo mi piel.

—Sólo estoy diciendo.

No voy a ceder en este punto. Es cierto que Quint no es poco atractivo. Lo

sé. Cualquiera con ojos lo sabe. Pero no hay elegancia en sus rasgos. Tiene unos

aburridos y anodinos ojos marrones, y aunque estoy segura de que debe tener

pestañas, nunca me han llamado la atención. Y con su bronceado perpetuo, su

pelo corto y ondulado, y esa sonrisa idiota suya, se parece a cualquier otro chico

amante del surf en la ciudad. Es decir, completamente olvidable.

Volví a poner mis dedos en el teclado, negándome a dejar que Quint o el

karaoke o cualquier otra cosa desviara mi atención. Esta es la última tarea del

segundo año. Puedo hacer esto.

—¡Oye, Quint! —grita Jude, su mano se eleva en el aire en saludo.

Mi mandíbula se cae. —¡Traidor!

Jude se vuelve hacia mí, haciendo una mueca. —Lo siento, hermana. Él llamó

mi atención. Entré en pánico.

Respiro lentamente por mis fosas nasales y me atrevo a mirar hacia el frente

del restaurante. Seguro que Quint y su amiga se dirigen hacia nosotros. Quint

sonríe, como de costumbre. Es como uno de esos cachorros tontos que son

incapaces de darse cuenta cuando están rodeados de gente gato. Asumen que

todos están felices de verlos, todo el tiempo.

—Jude, ¿qué pasa? —dice Quint. Su atención se dirige a mí y se detiene en

mi libro de texto y mi ordenador, su sonrisa se endurece un poco. — Prudence.

Trabajando duro, como siempre.

—El trabajo de calidad no aparece de la nada, —digo.

Chasquea los dedos. —Sabes, solía pensar eso, pero después de un año de

trabajar contigo, empiezo a preguntármelo.

Mis ojos se estrechan. —Fue un placer encontrarme contigo. —Mi sarcasmo

es tan grueso que casi me ahogo con él. Vuelvo a mirar la pantalla. Me lleva un

segundo recordar cuál era la tarea.


—Quint, —dice Jude—, esta es nuestra amiga Araceli. Araceli, Quint.

—Hola, —dice Quint. Miro a través de mis pestañas mientras chocan los

puños. Con Quint iniciando, parece el saludo más suave y natural del mundo,

aunque no creo haber visto a Ari chocar los puños con nadie antes. —Encantado

de conocerte, Araceli. Bonito nombre. No vas a nuestra escuela, ¿verdad?

—No. Voy a St. Agnes, —responde—. Y puedes llamarme Ari.

Hago una cara, pero mi cabeza sigue baja para que nadie pueda verla.

—Y, oh, esta es Morgan. Ella va a la universidad comunitaria en Turtle Cove.

—Quint le hace un gesto a la chica, que se ha quedado a unos pasos y está

mirando el escenario con algo parecido a la consternación. Cuando Quint dice

su nombre, su enfoque gira hacia nosotros y produce una sonrisa incómoda.

—Encantada de conocerte, —dice, educada pero tibia.

Hay una ronda de incómodos "heys" y "holas", pero la atención de Morgan

ya ha vuelto al escenario, donde alguien está cantando una canción country,

cantando sobre cerveza fría y pollo frito.

—Morgan dice que la comida aquí es genial —dice Quint—. Quiere que

pruebe . . . ¿Qué son? Ton... Tol... —Él mira interrogativamente a Morgan.

—Tostones, —dice, devolviendo su atención a su teléfono. Parece enfadada

mientras golpea la pantalla con los pulgares, y tengo una visión de una

desagradable guerra de mensajes de texto entre ella y su novio.

—Son muy buenos, —dice Jude.

Quint hace un gesto en el montaje del karaoke. —No esperaba que la cena

viniera con entretenimiento gratis.

—Nosotros tampoco, —murmuro.

—Es una nueva cosa que el restaurante está intentando. —Ari empuja la

carpeta de canciones hacia el borde de la mesa. —¿Crees que cantarás?

Quint se ríe, sonando casi auto despreciativo. —No. Tendré piedad de la

pobre gente del paseo marítimo. No me gustaría asustar a los turistas tan

temprano en la temporada.


—Todos piensan que son terribles cantando, —dice Ari—, pero muy pocas

personas son tan malas como creen que son.

Quint inclina la cabeza hacia un lado y mira de Ari hacia mí. —Lo siento.

¿Eres amiga de ella?

—¿Perdón? —digo—. ¿Qué significa eso?

Se encoge de hombros. —Estoy tan acostumbrado a tus críticas que es

extraño que alguien me dé el beneficio de la duda.

—¡Oye, mira! —grita Jude—. ¡Es Carlos! Justo a tiempo para evitar un

momento dolorosamente incómodo.

Carlos pasa, llevando una bandeja de vasos vacíos. —Sólo estoy

comprobando mi mesa favorita. ¿Se van a unir a ellos? ¿Puedo traerles unos

tragos?

—Eh . . . —Quint mira a Morgan— Claro. Un trago suena bien. ¿Qué es

esto?—. Le hace un gesto a nuestras bebidas rojizas a juego.

—Shirley Temples, —dice Ari.

Quint parece confundido. —Es una actriz, ¿verdad?

Ari se anima. —¿Nunca has tomado una? Quiero decir, sí, era una actriz, una

estrella infantil. Pero la bebida . . . Deberías probar una. Piensa en la alegría en

un vaso.

—Piensa en la diabetes y en una severa falta de dignidad, —murmura

Morgan, todavía absorta en su desporticamiento de mensajes de texto.

Quint le echa una mirada casi divertida, teñida con algo de lástima. Me

molesta que reconozca esta mirada. Que se dirija a mí casi todos los días desde

el comienzo del año escolar.

—Acabo de darme cuenta de lo mucho que Prudence y tú se llevaran bien,

—dice.

Morgan levanta la vista, confundida, y sé que se pregunta quién es Prudence,

pero en vez de preguntar, dice — ¿Por qué sonó eso como un insulto?

Quint sacude la cabeza. —Larga historia. —Asiente con la cabeza a Carlos—

. Tomaremos dos Shirley Temples.


—No. Paso, —dice Morgan—. Tomaré un café helado con leche de coco.

—Claro, —dice Carlos—. ¿Te unirás a mis clientes habituales aquí?

Quint mira nuestro puesto. Es una cabina grande. Podrían caber hasta ocho

personas si quisieran sentirse cómodas. Definitivamente podríamos acomodar a

dos más.

Pero su mirada se posa en mí y el gélido resplandor que le envío, y

milagrosamente capta la indirecta. —No, en realidad vamos a . . . —Se da la

vuelta. El restaurante se está llenando rápido, pero hay una mesa de dos pisos

justo al lado del escenario que acaba de ser abandonada, media canasta de

tortillas y algunas servilletas arrugadas dejadas atrás. —¿Está libre esa mesa?

—Claro que sí. La llevaré en autobús para ti. —Carlos le hace un gesto al

cancionero—. No sean tímidos, niños. Necesitamos más cantantes. Pongan esas

canciones, ¿de acuerdo? Te estoy mirando, Pru.

Quint hace un sonido en su garganta, algo entre la incredulidad y la diversión.

Hace que me pique la piel. —Gracioso, —dice mientras Carlos se dirige a la

barra.

—¿Qué es lo gracioso? —Pregunto.

—La idea de que cantes karaoke.

—Puedo cantar —digo a la defensiva, antes de sentirme obligada a añadir—

, algo así.

—Estoy seguro de que puedes, —dice Quint, sonriendo, porque ¿cuándo no

está sonriendo? —Es difícil imaginarte soltándote lo suficiente para hacerlo.

Soltándote.

No lo sabe, o quizá sí, pero Quint acaba de meter el pulgar en un sitio muy

doloroso. Tal vez viene con ser una perfeccionista. Quizá porque soy una

seguidora de las reglas, una superdotada, el tipo de persona que prefiere ser

anfitrión de un grupo de estudio que ir a una fiesta. Tal vez es porque mis padres

me dieron el desafortunado nombre de Prudence.

No me gusta que me digan que me suelte.

Puedo relajarme. Puedo divertirme. Quint Erickson no me conoce.


Jude, sin embargo, me conoce demasiado bien. Me está observando, su

expresión oscura de preocupación. Luego se vuelve hacia Quint y dice, tal vez

demasiado alto, —En realidad, Pru y yo solíamos hacer karaoke todo el tiempo

cuando éramos niños. Solía hacer una brillante interpretación de “Yellow

Submarine”

— ¿En serio? —dice Quint, sorprendido. Está mirando a Jude, pero entonces

su mirada se desliza hacia mí, y puedo decir que no tiene ni idea de cuánto me

hierve la sangre ahora mismo—. Pagaría dinero por ver eso.

—¿Cuánto? —Escupo.

Se detiene, como si no estuviera seguro de si estoy bromeando o no.

Aparece una camarera y hace un gesto hacia la pequeña mesa, ya despejada

de platos viejos, con dos vasos de agua helada. —Su mesa está lista.

—Gracias, —dice Quint. Parece aliviado de tener una escapatoria de esta

conversación. Estoy extasiada —Me alegro de verte, Jude. Encantado de

conocerte . . . Ari, ¿verdad? —Su enfoque vuelve a mí—. Supongo que te veré

en clase.

—No te olvides. —Golpeo el libro de texto—. Doscientas cincuenta palabras

sobre tu adaptación acuática preferida.

—Bien. Gracias por el recordatorio. ¿Ves? ¿Fue tan difícil?

—Parece tan inútil, —digo dulcemente—, ya que ambos sabemos que

seguirás escribiéndolo cinco minutos antes de que empiece la clase. Si es que

lo escribes.

Su sonrisa se mantiene firme, pero puedo ver que se está cansando.

―Siempre es un placer, Prudence. —Me saluda con un dedo antes de que él y

Morgan se dirijan a su mesa.

—Ugh, —gimoteo—. Ustedes saben que él se va a olvidar. ¿Y la peor parte?

El Sr. Chávez le dará un pase, como siempre lo hace. Es . . .

—Exasperante, —Ari y el loro Jude repiten juntos.

Me enfurece. —Bueno, lo es. —Enciendo el portátil. Me lleva un minuto

recordar sobre qué estaba escribiendo.

—No me maten por decir esto, —dice Ari—, ¿pero no parecía tan malo?


—No lo es, —dice Jude—. Un compañero de laboratorio terrible, tal vez,

pero aun así un buen tipo.

—"Terrible" es el eufemismo del año. Honestamente no sé qué hice para

merecer tal castigo kármico.

—¡Oh! —Los ojos de Ari brillan—. Eso me da una idea. —Lleva el

cancionero hacia ella y comienza a pasar las páginas.

Jude y yo nos miramos, pero no preguntes qué canción está buscando. Jude

agarra su bebida y la termina de un trago largo. —Tengo que irme. Se supone

que debo reunirme con los chicos a las siete para empezar a planear nuestra

próxima campaña. —Su frente se arruga mientras mira a Ari—. ¿De verdad

crees que vas a cantar? Porque probablemente podría quedarme, si necesitas

apoyo moral.

Ella le saluda con la mano. —Estaré bien. Ve a explorar tus mazmorras

infestadas de duendes o lo que sea.

—Infestadas de Kobold 1 , en realidad, —dice Jude, deslizándose de la

cabina—. Y también tengo algunas ideas geniales para trampas explosivas en

esta campaña. Además, ya sabes, probablemente habrá un dragón.

—Nunca se pueden tener demasiados dragones, —dice Ari, que aún está

escudriñando el libro de canciones.

Considero preguntar qué es un kobold, pero no estoy segura de tener el

espacio en mi cerebro para una de las explicaciones exageradas de Jude, así que

sólo sonrío. —No se llama Calabozos y Dragones por nada.

―¡La tienen! —dice Ari, girando el libro y señalando—. Sé que conoces esta

canción.

Espero que haya escogido algo de los Beatles, pero en vez de eso está

señalando el título de una canción de la carrera solista de John Lennon, "¡Karma

instantáneo! (Todos brillamos)".

—Oh sí, esa es buena, —dice Jude, inclinándose sobre la mesa para ver—.

Podrías lograrlo, Pru.

1

Kobold: tipo de espíritu menor que habitaba en cuadras, cuevas y casas. A cambio de su trabajo exigía un

poco de leche y los restos de comida, pero si al dueño de la casa se le olvidaba alimentarlo, se vengaba de

ellos haciendo toda clase de maldades.


—No voy a cantar.

Ari y Jude levantan sus cejas hacia mí.

—¿Qué?

Ari se encoge de hombros y aparta el libro de nuevo. —Sólo pensé que tal

vez querrías demostrar que Quint está equivocado.

Levanto un dedo enojada. —No tengo nada que probarle.

—Por supuesto que no, —dice Jude, poniendo su mochila sobre un hombro—

. Pero no hay nada malo en mostrarle a la gente que puedes hacer más que

conseguir una A directa. Que puedes realmente, ya sabes —da un paso atrás, tal

vez preocupado de que lo golpee, y susurra—, divertirte.

Lo miro fijamente. —Sí sé cómo divertirme.

—Lo sé, —dice Jude—. Pero incluso tú tienes que admitir que es un secreto

muy bien guardado.


Jude se va, y yo trato de concentrarme en mi trabajo. Sólo tengo unas pocas

frases más para terminar, pero es lento. Las palabras de Jude están en mi cabeza

y, para mi infinita molestia, también las de Quint. Suéltate. Diviértete.

Puedo sentir a Ari dándome una ocasional mirada incierta. Es la persona más

empática que he conocido y siempre sabe cuándo alguien está molesto. Pero

también sabe que hablaré cuando esté lista, y un codazo no la llevará a ninguna

parte. Así que trabajamos en silencio, yo terminando el trabajo, y ella anotando

las palabras en su cuaderno. Bueno, el silencio es un término relativo, dados los

varios niveles de destreza en el canto que continúan asaltando nuestros oídos.

Algunos de los cantantes son en realidad bastante buenos. Un tipo canta el

último single de Bruno Mars, y una de las mujeres de la mesa de al lado hace

una imitación de Cher que deja boquiabierta. Pero otros artistas no son tan

estelares. Hay mucho murmullo e incomodidad y miran torpemente a la pantalla

proyectando las palabras.

Tengo una teoría sobre el karaoke, una que desarrollé durante nuestras noches

de karaoke familiar. Nadie del público espera que la próxima Beyoncé aparezca

en el escenario, pero si vas a subir, al menos debes intentar ser entretenido. Si

tienes una gran voz de cantante, genial. Cierra la boca. Pero si no la tienes,

entonces tienes que compensarla de alguna manera. Baila. Sonríe. Haz contacto

visual con el público, que parezca que te estás divirtiendo, aunque estés

aterrorizado, y llevará tu actuación mucho más lejos de lo que crees.

—Ahí, —digo, cerrando la computadora—. Última tarea del año.

Compruébalo. —Tomo un trago de mi Shirley Temple, que he estado

descuidando. Sabe un poco aguado, pero el apuro de la deliciosa cereza

almibarada se siente como una recompensa bien merecida.

Apenas le he prestado atención a Ari, pero puedo decir que ha tenido algunas

ideas nuevas. Estoy a punto de preguntarle si está trabajando en algo nuevo, o

perfeccionando algo viejo, cuando escucho su nombre.

—Siguiente: ¡Araceli Escalante!


Las dos miramos hacia arriba, sorprendidas. Trish Roxby nos mira,

sosteniendo el micrófono. —Con un nombre así, creo que tenemos a nuestra

próxima superestrella llegando al escenario. ¡Sube, Araceli!

Ari me da una mirada nerviosa.

—¿Cuándo pusiste tu nombre ahí arriba? —Pregunto.

—Cuando estabas trabajando, —responde—. Aquí voy.

Se desliza fuera de la cabina y se acerca al pequeño escenario, sus

movimientos son rígidos y robóticos. Ni siquiera ha tomado el micrófono

todavía y ya me estoy agobiando por ella. Ahora estoy deseando haberle

contado mi teoría del karaoke.

La mayoría de los cantantes han elegido estar de pie durante su canción,

aunque hay un taburete junto al monitor para los que lo deseen. Ari toma el

taburete, empujándolo más cerca del soporte del micrófono. Creo que es la

elección equivocada —tienes más energía cuando estás de pie, más

movimiento— pero sé que es un consuelo y en este momento probablemente

sólo quiera pasar por esto sin que sus rodillas se doblen debajo de ella.

Su canción aparece en la pantalla del televisor que está pegada a la pared del

fondo: "A Kiss to Build a Dream On" de Louis Armstrong. No es una canción

que me resulte familiar, aunque eso no dice mucho.

Ari cierra los ojos mientras suena una melodía de piano de jazz. Los mantiene

cerrados mientras comienza a cantar. Su voz es dulce, casi frágil, y la canción

es muy suya. Romántica. Soñadora. Esperanzadora. Puedo sentir las emociones

de Ari pasando a través de ella y está claro que le encanta esta canción. La letra

y la melodía la afectan, y ella mantiene sus sentimientos en una burbuja,

precariamente cerca de estallar.

Es encantador escucharla, y estoy orgullosa de ella por tener el coraje de subir

allí, y de cantar no por una reacción de la audiencia, sino con su verdadero

corazón.

Por alguna razón, mis ojos se dirigen a Quint. Se ha alejado de mí, mirando

a Ari, mientras su amiga aún se desplaza por su teléfono. Noto que el pelo de

Quint está despeinado en la espalda, como si no se hubiera molestado en

peinarlo hoy.


Entonces Quint gira la cabeza. Su expresión es agria. Por un segundo creo

que se gira para mirarme, como si pudiera sentirme mirando, juzgando. Pero

no, está mirando la cabina que está al lado de la nuestra. Levanto mi cuello para

ver a dos chicos en edad universitaria, uno bajando los últimos restos de una

pinta de cerveza. El otro se pone las manos alrededor de la boca y grita, —

¡Dejadlo con la aburrida mierda del jazz!

Se me cae la mandíbula. ¿Perdón?

Sus amigos se ríen, y el de la cerveza levanta su vaso vacío en el aire. —Ven

aquí. Te daré un beso para que sueñes.

El otro tipo añade, —¡Quizás entonces podamos tocar música de verdad!

No puede ser. La están interrumpiendo. ¿Qué le pasa a la gente?

Le devuelvo mi atención a Ari. Sigue cantando, pero sus ojos están abiertos

y su voz ha tomado un rumbo incierto. Sus mejillas son de un rojo brillante.

Pienso en lo mucho que este momento probablemente significa para ella, y

mi puño se aprieta debajo de la mesa por cómo esos idiotas la han manchado.

Miro hacia atrás a las expresiones petulantes de los chicos. Me imagino a uno

de ellos ahogándose con una tortilla frita. El otro derramando salsa en su camisa

de Tommy Bahama. Honestamente, el universo, si alguna vez . . .

Algo pequeño vuela hacia la cabina, golpeando al primer tipo en el ojo. Grita

y se sujeta la palma de la mano en la cara. —¿Qué demonios? —ruge. Busca

una servilleta, pero no se da cuenta de que el borde de su propio vaso de cerveza

está encima. Él lo tira. El vaso se inclina y cae, enviando la cerveza que fluye

sobre el borde de la mesa y en sus dos vueltas. Hay una ráfaga de maldiciones

mientras intentan alejarse del creciente charco de sus asientos.

Ari suelta una risa ladradora. Los acordes de la canción siguen flotando a su

alrededor, pero ella ha dejado de cantar. Su mortificación se ha ido, reemplazada

por la gratitud, y por un segundo creo que fui yo. ¿Acabo de . . .?

Pero entonces Ari mira a Quint, y veo sus hombros temblar con una risa

contenida. Está girando una cuchara alrededor de su vaso, el hielo chocando

contra los lados.


Los chicos de la cabina de al lado siguen mirando alrededor, frotando en vano

sus pantalones empapados con las servilletas de papel de mala calidad. Uno de

ellos encuentra el proyectil y lo sostiene. Una cereza.

Carlos se acerca a ellos, tratando de actuar como el preocupado propietario

del restaurante, aunque hay una frialdad en su expresión que me hace pensar

que probablemente escuchó sus abucheos antes. Les pide disculpas y pone una

pila de servilletas sobre la mesa.

No ofrece reemplazar la cerveza perdida.

Ari termina la canción y sale corriendo del escenario como si estuviera en

llamas. Se deja caer de nuevo en nuestra cabina con un suspiro de alivio. —

¿Fue realmente terrible?

—¡No, por supuesto que no! —Digo, y lo digo en serio—. Estuviste genial.

Ignora a esos bufones.

Se acerca más a mí en la cabina. —¿Viste a Quint tirarles la cereza?

Asiento con la cabeza. Por mucho que no quiera, no tengo más remedio que

admitir. —Él estuvo bastante bien. —Pongo los ojos en blanco

dramáticamente—. Supongo que podría tener algunas cualidades redentoras.

Pero confía mí. Son pocas y están lejos entre sí.

Nos quedamos a escuchar un par de actos más. Sé que he escuchado mucha

música contemporánea, pero no podría decirte quién es el artista. ¿Ariana

Grande? ¿Taylor Swift? Entonces alguien se levanta y hace una canción de

Queen, así que al menos sé quiénes son.

—A continuación, para el placer de los oyentes, —dice Trish, comprobando

algo en la máquina de karaoke—, por favor, den la bienvenida al escenario . . .

¡Prudence!

Ari y yo le prestamos atención, pero también me vuelvo rápidamente hacia

Ari. —¿Pusiste mi nombre ahí arriba?

—¡No! —dice ella con vehemencia, levantando las manos—. ¡No lo haría!

No sin tu permiso, lo juro.

Gruño, pero no a Ari. Le creo. No es algo que ella haría.

¿Podría haber otra Prudence en el bar? ¿Qué posibilidades hay de eso? Aún

no he conocido a otra persona con mi nombre, y nadie va a subir al escenario.


—Jude debe haberse colado antes de irse, —digo.

—No tienes que hacerlo, —dice Ari—. Dile que has cambiado de opinión. O

que alguien puso tu nombre ahí arriba sin preguntar.

Mis ojos se fijan en los de Quint. Está mirando por encima del hombro,

sorprendido. Curioso.

Mi pulso empieza a acelerarse. Ari tiene razón. No tengo que subir ahí. No

puse mi nombre. No acepté esto.

Mis palmas se vuelven resbaladizas. Ni siquiera he dejado la cabina todavía

y ya siento como si los ojos de la gente estuvieran sobre mí. Esperando.

Juzgando. Probablemente sea sólo mi imaginación, pero saber eso no evita que

mi garganta se estreche.

—¿Prudence? —pregunta Trish, buscando en el público—. ¿Estás ahí fuera?

—¿Quieres que le diga que has cambiado de opinión? —pregunta Ari.

Sacudo la cabeza. —No. No, está bien. Es sólo una canción. Yo lo haré.

―Exhalo bruscamente y me deslizo fuera de la cabina.

—¡Espera!

Miro hacia atrás a Ari. Se inclina hacia adelante y alcanza su pulgar por la

esquina de mi boca, frotando fuerte por un segundo. —Tu lápiz labial estaba

embadurnado, —dice, volviendo a la cabina. Me da un guiño alentador. —Todo

mejor. Te ves muy bien.

—Gracias, Ari.

Me aclaro la garganta y me acerco al escenario, procurando no hacer contacto

visual con los matones de la cabina. O con Quint, para el caso. Me digo a mí

misma que no estoy nerviosa. Que no estoy positivamente aterrorizada.

Son sólo cuatro minutos de tu vida. Puedes hacerlo.

Pero por favor, deja que Jude haya elegido una canción decente . . .

Trish pone el soporte del micrófono delante de mí y yo miro el monitor,

mostrando la elección de la canción. Uf. Bien. No está mal. Jude aceptó la

sugerencia de Ari y me inscribió para cantar la canción de John Lennon, una

que me encanta y que definitivamente me sé de memoria.


Me lamo mis labios y sacudo los hombros, tratando de entrar en una

mentalidad de actuación. No soy una gran cantante, lo sé. Pero lo que me falta

en talento natural, puedo compensarlo con la presencia en el escenario. Soy

Prudence Barnett. No creo en la mediocridad ni en los intentos fallidos, y eso

incluye cantar una canción de karaoke en una trampa para turistas poco

iluminada de la calle principal. Sonreiré. Trabajaré con la multitud. Incluso

podría bailar. Me imagino que mi canto puede que no me haga ganar ningún

premio, pero eso no significa que no pueda divertirme.

Relájate. ¿Verdad, Quint? Veamos cómo te subes al escenario y te relajas.

Los primeros acordes de "¡Karma instantáneo!" resuenan en los altavoces.

No necesito que el monitor me dé la letra. Me doy la vuelta y empiezo a cantar.

"¡Karma instantáneo te va a atrapar!"

Ari grita alentadoramente. Le guiño el ojo y puedo sentirme metiéndome en

la canción. Mis caderas se balancean. Mi corazón se acelera, con la adrenalina

tanto como los nervios. Mis dedos se extienden como fuegos artificiales. Manos

de jazz. La música se construye y hago lo mejor para canalizar a John Lennon

y la pasión que trajo a su música. Mi brazo libre se extiende hacia el cielo, y

luego cae hacia la multitud, mi dedo apuntando, buscando. "¿Quién demonios

te crees que eres? ¿Una superestrella? ¡Claro que sí!" Intento gritarle a Carlos,

pero no lo encuentro, y pronto me encuentro señalando a Quint. Me sorprende

encontrarlo observándome con gran atención. Está sonriendo, pero de una

manera aturdida, casi desconcertada.

Con el pulso pataleando, giro mi atención hacia Ari, que está bailando dentro

de la cabina, balanceando sus brazos en el aire.

Tomo las baquetas imaginarias en mi mano y golpeo los platillos a tiempo

con el solo de batería que me lanza al coro. Me siento casi mareada mientras

canto. "Bueno, todos brillamos, como la luna . . . y las estrellas . . . ¡y el sol!"

La canción se desdibuja en acordes familiares y en la amada letra. Yo giro

mis hombros. Estiro mis dedos hacia el cielo. Me abro paso hasta el final. No

me atrevo a mirar a Quint de nuevo, pero puedo sentir su mirada en mí, y a pesar

de mi determinación de no dejar que su presencia me desconcierte, estoy

desconcertada. Lo que me hace estar aún más decida a parecer no nerviosa.

Porque una cosa sería que me ignorara, o que se avergonzara por mí.


Pero no. En esa fracción de segundo en que le llamé la atención, hubo algo

inesperado. No creo que fuera simple diversión, o incluso una simple sorpresa,

aunque definitivamente creo que yo le sorprendí. Había algo más que eso.

Algo casi . . . hipnótico.

Lo estoy pensando demasiado. Necesito dejar de pensar en todo y

concentrarme en la canción, pero estoy en piloto automático mientras la letra se

repite y comienza a desvanecerse. Como la luna y las estrellas y el sol . . .

Al final de la canción, hago una elaborada reverencia, con una floritura de mi

mano hacia Quint como la que me hizo en la clase de biología esa mañana.

Y, aun así, el grito de alegría de Quint es el más fuerte del bar. —¡Lo hiciste,

Pru!

El calor sube por mi cuello, quemando mis mejillas. No es una vergüenza,

exactamente. Más bien un subidón, un resplandor, de su aprobación no deseada,

no solicitada, totalmente innecesaria.

Cuando me alejo del micrófono, no puedo dejar de mirarlo. Todavía estoy

energizada por la canción, una sonrisa se extiende por mis labios. Él se

encuentra con mis ojos y por un momento —sólo un momento— creo, bien, que

tal vez esté medio decente. Tal vez podríamos ser amigos, incluso. Siempre y

cuando no tengamos que volver a trabajar juntos.

Para mi sorpresa, Quint levanta su copa, como si brindara por mí.

Que es cuando me doy cuenta de que estoy mirando.

El momento termina. La extraña conexión se rompe. Alejo mi atención de él

mientras vuelvo a la cabina.

Ari aplaude con entusiasmo. —¡Estuviste tan bien! —dice, con, no puedo

dejar de notar, una fuerte sensación de incredulidad—. ¡Todo el lugar estaba

hipnotizado!

Sus palabras me recuerdan la mirada que Quint me dio durante la canción y

yo me lanzo más profundamente. —De hecho, disfruté de eso más de lo que

pensé que lo haría.

Ella levanta la mano para chocar los cinco. Todavía estoy a unos metros,

pasando por la cabina donde los abucheadores estaban sentados, aunque ya se

han ido.


Me muevo para aceptar el choque de manos.

Me he olvidado de la bebida derramada.

Mi talón se desliza hacia adelante. Jadeo, lanzando mi peso para tratar de

recuperar el equilibrio. Demasiado tarde. Mis brazos se mueven hacia los lados.

Mis pies se salen fuera de control.

Caigo con fuerza.


Prince está tocando por los altavoces, pero nadie está cantando. En la parte

de atrás de mi cabeza se siente como si me hubieran golpeado con una tabla de

madera. El golpeteo dentro de mi cráneo está en perfecto ritmo con el del tambor

de "Raspberry Beret 2 ".

Se necesitan tres intentos separados para abrir los ojos, sólo para hacer que

me acosen los anuncios de tequila de neón y una televisión en la pared

mostrando uno de esos extraños videos de karaoke de los ochenta que no tienen

nada que ver con la canción. Me estremezco y se me cierran los ojos otra vez.

Ari está diciendo algo sobre llamar a una ambulancia. Carlos también está

hablando, suena confiado y tranquilo, pero no puedo entender lo que está

diciendo.

―¿Estás bien, Pru? —dice otra voz, una voz más profunda. Una que suena

muy parecida a la de . . . ¿Quint?

Pero Quint nunca antes me ha llamado Pru.

Una mano se desliza bajo la parte posterior de mi cabeza. Los dedos en mi

cabello. Mis ojos se abren de nuevo y la luz es menos intensa esta vez.

Quint Erickson está arrodillado a mi lado, mirándome con una expresión que

es extrañamente intensa, especialmente con esas cejas oscuras que se inclinaron

sobre su mirada. Es tan diferente de su habitual sonrisa tonta que me provoca

una risa dolorosa.

Parpadea. —¿Prudence? ¿Estás bien?

Los golpes en mi cabeza empeoran. Dejo de reírme.

—Bien. Estoy bien. Sólo . . . esta canción . . .

Él mira el monitor, como si hubiera olvidado que estaba la música

reproduciéndose en absoluto.

2

Raspberry Beret: Es el sencillo principal del album de 1985 de Prince & The Revolution, Around the World

in a Day. Fue el primer sencillo del álbum en los Estados Unidos y el segundo en el Reino Unido.


—No tiene sentido, —continúo— Nunca he encontrado Raspberry Beret en

una tienda de segunda mano. ¿Lo has hecho? —Aprieto los dientes ante otro

ataque de palpitaciones en la cabeza. Debería probablemente dejar de hablar.

El ceño fruncido de Quint se ha profundizado. —Puede que tengas una

contusión cerebral.

—No. —Me quejo—. Tal vez. Ow.

Me ayuda a sentarme.

Ari está en mi otro lado. Trish Roxby también está cerca, mordiéndose la uña

de su pulgar, junto con una camarera que está sosteniendo un vaso de agua que

probablemente sea para mí. Incluso la amiga de Quint, Morgan, finalmente ha

dejado su teléfono y está mirándome como si le importara a medias.

—Estoy bien —digo. Las palabras no se difuminan. Por lo menos, no creo

que lo hagan. Me da confianza, y las repito, más enfáticamente—. Estoy bien.

Ari me pone dos dedos delante de la cara. —¿Cuántos dedos estoy

levantando?

Le frunzo el ceño. —Doce, —dije inexpresiva. El latido en la parte posterior

de mi cabeza está empezando a disminuir, que es cuando me doy cuenta que

Quint todavía me sostiene, sus dedos están enredados en mi cabello.

El pánico me atraviesa y le quito el brazo. —Estoy bien.

Quint parece sorprendido, pero no particularmente herido.

—Tu amigo tiene razón —dice Carlos—, puede que tengas una contusión

cerebral. Deberíamos . . .

—No es mi amigo. —digo. Es un pequeño reflejo. Ya comencé, así que mejor

sigo adelante, levantando un dedo explicativo. —Además, he visto la forma en

que manejan los resultados del laboratorio. Perdóname si no tengo mucha

confianza en los diagnósticos del Dr. Erickson.

—Bueno, ella suena bien. —dice Ari.

Alcanzo la cornisa de una mesa y la uso para levantarme. Tan pronto como

me pongo de pie, una ola de mareos pasa por encima de mí. Mantengo mi agarré

firme sobre la mesa y aprieto los ojos.


Mi mano libre lo coloco alrededor de la parte posterior de mi cabeza. Hay un

bulto, pero al menos no estoy sangrando.

—Prudence, —dice Quint, todavía demasiado cerca—. Esto podría ser grave.

Me doy la vuelta tan rápido que las estrellas parpadean dentro y fuera de mi

visión, cortando mi precipitada respuesta. —Oh, ¿ahora decides tomarte algo

en serio? —digo a medida que las estrellas comienzan a disiparse.

Da un paso hacia atrás, exhala, y luego frota el puente de su nariz. —¿Por

qué me molesto?

—¿Por qué te molestas? No necesito tu ayuda.

Su expresión se endurece y levanta las manos en señal de rendición.

―Claramente, —dice. Sin embargo, en lugar de apartarse, pasa por delante de

mí, de repente tan cerca que presiono mi cadera contra el borde de la mesa con

una ráfaga de pánico. Quint agarra la pila de servilletas dejadas por esos

imbéciles y se da la vuelta sin reconocer, o quizás incluso notar, mi reacción. Él

arroja las servilletas sobre la bebida derramada en la que me resbalé y comienza

a limpiarla, empujando el papel empapado con el dedo del pie de su zapatilla.

—¿Pru? —Ari me toca el codo—. En serio, ¿deberíamos llamar a una

ambulancia? ¿O podría llevarte al hospital?

Suspiro. —Por favor, no. No estoy desconcertada o cualquier otra cosa. Me

duele un poco la cabeza, pero eso es todo. Sólo necesito un Tylenol.

—Si ella puede usar correctamente palabras como desconcertada,

probablemente esté bien, —dice Trish, y puedo decir que está intentando ser

útil—. ¿Tienes sed, cariño?

Ella sostiene el agua hacia mí, pero yo sacudo la cabeza. —No. Gracias.

Aunque creo que me voy a ir a casa. —Me vuelvo hacia Ari.

—Mi bicicleta está afuera, pero . . .

—Te llevaré. —dice, sin dejarme terminar.

Se agacha en nuestra cabina, recogiendo nuestras cosas.

—Gracias. —murmuro. Siento que debería decir algo, hacer algo. Carlos,

Trish, Quint y Morgan, están todavía parados ahí, mirándome. Bueno, Quint


está lanzando las servilletas mojadas en un cesto de basura y evitando verme,

pero el resto de ellos están mirando, expectantes. ¿Se supone que debo darles

abrazos o algo así?

Carlos me salva dejando caer una mano sobre mi hombro.

— ¿Me llamarás mañana, pasarás después de la escuela o algo? Hazme saber

que estás bien.

—Sí, por supuesto —digo— Um . . . la cosa del karaoke . . . —miro más allá

de él a dónde Trish—. En realidad, es una idea genial. Espero que sigas

haciéndolo.

—Todos los martes a las seis —dice Trish—. Ese es el plan, al menos.

Sigo a Ari hacia la puerta de atrás. Hago un punto manteniendo mis ojos

alejados de Quint, pero lo siento allí todo el tiempo. La punzada en mi estómago

se siente como culpa. Él sólo había estado tratando de ayudar. Probablemente

no debería haberle gritado.

Pero tenía todo el año para ayudar. Demasiado tarde.

Ari abre la puerta trasera, aterrizando en la grava del estacionamiento detrás

de Encanto. El sol acaba de ponerse y hay una refrescante brisa que llega del

océano, llena de sal y familiaridad. Me siento revivida instantáneamente, a pesar

del dolor sordo detrás de mi cráneo.

Ari conduce una camioneta azul turquesa de los años 60 —una bestia de

coche que fue un regalo de sus padres por sus dieciséis años. Ella trata de no

enfatizar mucho en ello, pero su familia tiene dinero. Su madre es una de las

más exitosas agentes inmobiliarias en el condado y ha hecho una pequeña

fortuna vendiendo casas de vacaciones de lujo a gente muy rica. Así que cuando

Ari comenzó a desmayarse por un coche antiguo poco práctico, no es de

sorprenderse que no lo muestre en su entrada. Lo que podría ser suficiente para

hacer que algunos adolescentes actúen como malcriados, pero su abuela, que

vive con ellos, parece mantener las riendas apretadas en eso. Ella sería la

primera en llamar Ari y bajarla de su pedestal si alguna vez empezara a actuar

como una mocosa malcriada, aunque con Ari, no creo que haya ningún motivo

de preocupación. Ella es la persona más amable y generosa que conozco.

Intento ayudar a Ari a cargar mi bicicleta en la parte de atrás del coche, pero

me insiste a que entre y lo tome con calma. El dolor de cabeza empezó a ponerse


mal otra vez, así que no discuto. Me desplomo en el asiento del pasajero y me

apoyo en el reposacabezas.

A veces pienso que Ari está intentando intencionadamente vivir su vida como

si estuviera en un documental de época. Ella usa mayormente ropa vintage,

como el jumpsuit amarillo mostaza que lleva puesto ahora, conduce un coche

antiguo, e incluso toca una guitarra antigua. Aunque ella sabe mucho más sobre

música contemporánea que yo, su verdadera pasión está en el apogeo del

cantautor de los años 70.

Con mi bicicleta asegurada, Ari cae en el asiento del conductor. Abrocho mi

cinturón de seguridad mientras ella cuidadosamente revisa sus espejos, aunque

no podrían haberse movido de cuando ella lo condujo aquí hace unas horas.

Todavía se está acostumbrando a conducir con la palanca de cambios, y sólo

remata el motor una vez que va a salir a la calle principal. Es una vasta mejora

desde que puso en marcha el coche y apretó el embrague unas cincuenta veces

seguidas antes de que pudiera hacer que se moviera. —¿Estás segura de que

estás bien? ¿Podría llevarte al hospital? ¿Llamar a tus padres? ¿Llamar a Jude?

—No, sólo quiero ir a casa.

Se muerde el labio inferior. —Estaba tan preocupada, Pru. Realmente te

desmayaste.

—Sólo por un segundo, ¿verdad?

—Sí, pero . . .

Puse mi mano sobre la de ella y dije, solemnemente, —Estoy bien. Te lo

prometo.

Su cara se ablanda antes de que sus palabras lo hagan. Después de un

segundo, ella asiente con la cabeza. Suspiro y miro por la ventana. Pasamos por

salones de helado y tiendas que son tan familiares como mi dormitorio. No me

había dado cuenta de lo tarde que era. El sol acaba de sumergirse por debajo del

horizonte, y la calle principal se ilumina como un set de filmación, las palmeras

envueltas con pequeñas luces blancas, los negocios pintados al pastel que brillan

bajo los antiguos faroles. En una semana más, esta ciudad estará llena de turistas

en vacaciones, trayendo algo parecido a una vida nocturna con ellos. Pero por

ahora, la calle se siente casi abandonada.


Nos alejamos de la calle principal, hacia los suburbios. Las primeras casas

del vecindario son las mansiones, en su mayoría casas de vacaciones para gente

que puede permitírselo, pero no mucho, frente a la playa. Pero pronto será sólo

otro vecindario. A una mezcolanza del estilo de la Misión y del estilo colonial

francés. Techos de tejas, paredes de estuco, persianas pintadas con colores

brillantes, cajas de ventanas rebosantes de petunias y geranios.

—Así que no te enojes —dice Ari, e inmediatamente me erizo con la

expectativa de estar loca—, pero pensé que Quint parecía estar bien.

Me relajo, dándome cuenta de que por alguna razón me he estado preparando

para un insulto. Pero Ari es demasiado dulce para criticar a alguien. Incluso,

evidentemente, Quint Erickson. Yo resoplo. —Todos piensan que Quint parece

estar bien, hasta que tienen que trabajar con él. —Hago una pausa,

considerando—. No es que piense que es un mal tipo. No es un idiota o un

matón o algo por el estilo. Pero él es tan . . . tan . . . —flexiono los dedos,

buscando la palabra correcta.

—¿Lindo?

Le lancé una mirada glacial. —Puedes hacerlo mejor.

Ella se ríe. —No me interesa.

Hay algo en la forma en que lo dice, como entre líneas hubiera algo no dicho.

Ella no está interesada, pero . . .

Las palabras permanecen en el aire entre nosotras. ¿Está insinuando que yo?

Qué asco.

Doblo mis brazos fuertemente sobre mi pecho. —Iba a decir inepto. Y

egoísta. Llega tarde a clase todo el tiempo, como lo que sea que esté haciendo

es mucho más importante que lo que estamos haciendo. Como si su tiempo fuera

más valioso, y está bien para que se paseara en diez minutos por la conferencia,

interrumpiendo al Sr. Chavez, haciéndonos a todos detenernos mientras se

instala, y él hace una estúpida broma sobre ello como . . . —Dejo caer mi voz

en imitación. —Aw, hombre, ese tráfico en Fortuna, ¿verdad? Cuando todos

nosotros sabemos que no hay tráfico en Fortuna.

—Así que no es puntual. Hay cosas peores.


Suspiro. —No lo entiendes. Nadie lo entiende. Tenerlo como pareja de

laboratorio ha sido muy doloroso.

Ari jadea de repente. El coche se desvía. Agarro mi cinturón de seguridad y

giro mi cabeza mientras los faros brillan a través de la ventana trasera. No sé

cuándo apareció el coche deportivo detrás de nosotras, pero están montando el

parachoques, peligrosamente cerca. Me inclino hacia adelante para mirar en el

espejo lateral.

—¡Había una señal de alto ahí atrás! —grita Ari.

El coche deportivo comienza a girar de un lado a otro, su motor reviviendo.

—¿Qué es lo que quiere? —Ari llora, ya al borde de la histeria. Aunque ella

tiene su licencia, su confianza detrás de la rueda todavía tiene un camino por

recorrer. Pero algo me dice que tener un coche errático en tu parte de atrás

asustaría incluso a la mayoría de los conductores experimentados.

—¿Creo que quiere pasarnos?

—¡No estamos en una autopista!

Estamos en una estrecha calle residencial, que se ha hecho más estrecha por

filas de vehículos estacionados en paralelo a ambos lados. El límite de velocidad

es sólo de veinticinco, lo que estoy segura que Ari ha estado siguiendo

precisamente. Ahora, en su ansiedad, su velocidad ha bajado a veinte.

Sospecho que esto sólo irrita más al conductor de atrás de nosotras.

Se apoyan sobre la bocina —extra grosero.

—¿Cuál es su problema? —Grito.

—Me estoy deteniendo, —dice Ari— ¿Tal vez . . . tal vez hay una mujer

dando a luz en el asiento del pasajero o algo así?

La miro con incredulidad. Dejo que Ari disculpe este comportamiento

inexcusable. —El hospital está por ahí —digo, sacudiendo mi pulgar en la otra

dirección.

Ari se estaciona hacia el lado de la carretera. Encuentra un lugar entre dos

coches aparcados y hace lo mejor que puede para abrirse camino —no es una


tarea fácil con lo larga que es la camioneta. Sin embargo, deja suficiente espacio

para que pase el otro coche.

El motor suena de nuevo y el coche deportivo pasa de largo. Vislumbro a una

mujer en la silla del pasajero con la ventana abajo y con un cigarrillo encendido.

Ella le muestra su dedo medio a Ari y siguen de largo.

La furia me invade.

Mis puños se aprietan, las uñas se clavan en las palmas de mis manos. Me

imagino la justicia kármica que los golpea. Un neumático reventado que haría

que se salgan de la carretera, se estrellen contra un poste telefónico, y . . .

BANG!

Ari y yo, las dos gritamos. Por un segundo creo que fue un disparo. Pero

entonces vemos el coche, casi una manzana más adelante, girando fuera de

control.

Voló un neumático.

Me pongo la mano en la boca. Se siente como ver un video en cámara lenta.

El coche gira ciento ochenta grados, milagrosamente no se encuentran los otros

vehículos estacionados en el lado del camino. Rueda sobre la acera,

deteniéndose sólo cuando el parachoques delantero se estrella contra —no un

poste telefónico— una palmera gigante. El capó se arruga como una lata de

aluminio.

Por un momento, Ari y yo estamos congeladas, boquiabiertas por el

accidente. Entonces Ari se apresura a desabrochar su cinturón de seguridad y

abrir de una patada su puerta. Ella está corriendo hacia el accidente antes de que

pueda pensar en moverme, es sólo para aflojar los puños.

Mis dedos me hormiguean, al borde del entumecimiento. Miro abajo, mi piel

se tiñó de naranja por la farola.

Coincidencia.

Sólo una extraña coincidencia.

De alguna manera encuentro los medios para desenterrar mi teléfono y llamar

a la policía, y para cuando le doy a la operadora la información, mi mano ha

dejado de temblar y Ari está caminando hacia mí. —Todos están bien —dice,

sin aliento.


—Los airbags se han disparado.

—Llamé a la policía. Estarán aquí pronto.

Ella asiente con la cabeza.

—¿Tú estás bien? —pregunto.

Ari se hunde en su asiento. —Creo que sí. Sólo me dio un susto de muerte.

—Yo igual. —Me acerco y le aprieto la mano.

Su expresión es de puro dolor cuando me mira. —Esto es . . . terrible, pero

cuando sucedió, como esa primera fracción de segundo después de que se

estrellaron, mi primer pensamiento fue . . . —Ella se aleja.

—Se lo merecen. —termino por ella.

Su cara se estremece con culpa.

—Ari, estaban siendo unos imbéciles. Y conducían de forma muy errática.

Odio decirlo, pero . . . les sirve para bien.

—No lo dices en serio.

En lugar de responder, porque estoy bastante segura de lo que quiero decir

retiro mi mano de la de ella. —Me alegro de que nadie esté seriamente herido

—digo—. Incluyéndonos a nosotras. ―Froto en la parte de atrás de mi cabeza,

donde el bulto parece estar bajando—. No creo que mi cabeza pueda soportar

otra colisión esta noche.


El dolor de cabeza desapareció casi por completo a la mañana siguiente, pero

hay un aturdimiento persistente que nubla el interior de mi cráneo mientras

imprimo el papel de rape, junto con el artículo de Jude sobre el tiburón

peregrino, y me visto.

—Último día —le susurro a mi reflejo en el espejo del baño. Las palabras son

como un mantra, que me motiván mientras me cepillo los dientes y desenredo

los nudos de mi pelo en un trabajo constante de cada mañana. Último día.

Último día. Último día.

He dormido casi una hora más de la que normalmente me levanto, y puedo

escuchar el caos de mi familia ya en pleno apogeo en el piso de abajo. Papá

tiene un disco de los Kinks en marcha y es una de sus animadas y optimistas

melodías, "Come Dancing". Papá tiene esta teoría de que empezar la mañana

con la música que te hace sentir bien automáticamente convertirá el día en uno

increíble. Quiero decir, creo que hay algo de razón en eso, y quiero empezar

con el pie derecho tan a menudo como sea posible, pero a veces sus alegres

melodías matinales son más chirriantes que inspiradores. Todos en la familia

han tratado de decirle eso en diferentes ocasiones, pero se olvida de las críticas.

Creo que él podría tener escogida la lista de reproducción de la mañana para

todo el verano.

Sobre la música, Ellie —cuatro años y llena de grandes emociones— está

gritando sobre quién sabe qué. Hay días en los que siento que la vida de Ellie

es sólo un gran berrinche. No, no me bañaré. No, no quiero ponerme calcetines.

No, odio las Galletas de peces de colores. Oye, Lucy se está comiendo mis

galletas de peces dorados, no es juuuustoooo.

Escucho un fuerte golpe y algo se estrella abajo, inmediatamente seguido por

el grito chillón de mi madre. —¡Lucy! dije ¡no en la casa!


― ¡Lo siento! —viene la disculpa de Lucy, que-no-suena-realmente-a-una.

Un segundo después, oigo el chirrido de las bisagras de la puerta trasera.

Lucy tiene trece años y está amargada por entrar al primer año después del

verano, donde estará oficialmente en el fondo de la jerarquía social,

probablemente la cambiaron al nacer con nuestro verdadero hermano. Al

menos, eso es lo que Jude y yo hemos teorizado. Lucy es popular, para empezar.

Como, extrañamente popular. Y no ese tipo de cliché de película de adolescente

popular. No usa tacones altos en la escuela, no pasa todo su tiempo libre en el

centro comercial, y no es ni tonta ni del promedio. Las personas solo la quieren.

Todo tipo de personas. De lo que yo puedo decir, en mi limitado conocimiento

en Fortuna Beach Middle los círculos sociales actuales de la escuela, ella tiene

una conexión bonita con muchos de ellos. Ella juega casi todos los deportes.

Ella tiene un conocimiento funcional de las reuniones de animadoras y

recaudadores de fondos y otros eventos escolares que Jude y yo hemos evitado

habitualmente. Algo . . . inquietante de ver.

Con él único grupo que no parece tener mucha conexión es con nosotros. No

tiene ningún interés en absoluto en la música—difícilmente la escucha en la

radio y a menudo se pone los auriculares, así que puede escuchar los últimos

podcasts de crímenes verdaderos en lugar del registro del día de papá. Ella es la

única en nuestra familia que ni siquiera ha intentado aprender un instrumento.

(Mientras que yo tomé piano durante dos años, y Jude le dio a la guitarra una

oportunidad real. Ninguno de los dos consiguió nada bueno y ambos nos

rendimos para el final de la escuela secundaria. (El pobre piano que mis padres

eligieron de la tienda de empeños está en nuestra casa dónde ha estado

recogiendo polvo en una esquina de nuestra sala de estar desde entonces.)

Y luego está Penny, de nueve años, que ama la música, pero no del tipo que,

a mis padres, han hecho lo mejor para lavarnos el cerebro a nosotros con el amor

por su música. En cambio, a ella le gusta el pop y el R & B y algunas

alternativas, el tipo de éxitos del Top 40 que no suelen aparecer en una tienda

de discos. Ella es la única razón por la que tengo conocimiento de la música

contemporánea en absoluto, y para ser honesta, mi familiaridad sigue siendo

bastante escasa. De hecho, si mis padres no nos hubieran arrastrado a ver


Yesterday, una película inspirada en los Beatles, probablemente todavía no

sabría quién es Ed Sheeran.

Irónicamente, Penny es también la única de los chicos Barnett que toca un

instrumento. Más o menos. Lleva tres años aprendiendo violín. Uno pensaría

que, incluso siendo una niña, ella habría hecho algunos progresos en tres años,

pero los sonidos que chirrían de esas cuerdas son tan sangrantes ahora como lo

fueron el día que empezó. Puedo oírla practicando en el dormitorio que

comparte con Lucy mientras me pongo el rojo más vivo del lápiz labial que

tengo. Necesito energía hoy. No estoy segura de que ella esté tratando de

seguirle la corriente a los Kinks o estudiando para una lección.

De cualquier manera, me está trayendo de vuelta mi dolor de cabeza. Resoplo

con irritación y empiezo a cerrar la puerta del baño.

Un pie aparece desde el pasillo, deteniendo la puerta en su camino. La hace

rebotar hacía mí.

—Oye —dice Jude, apoyándose en el marco de la puerta—. ¿Puedes sentir

la libertad en el aire?

Me golpeo los labios pensativamente. —Divertido. Sabe igual que a Crest 3

extra blanqueamiento. —Tapo mi lápiz labial y lo dejo caer en mi bolsa de

maquillaje. Pasando por delante de él, entro en mi habitación—. ¿Hiciste todos

tus planes para asediar The Goblin Cavern o lo que sea?

—La Isla de Gwendahayr, si realmente quieres saberlo. Estoy diseñándolo

para incluir una serie de ruinas antiguas dónde todas contienen pistas para un

hechizo realmente poderoso, pero si tratas de cantar en el orden equivocado, o

no has llegado a todos ellos todavía, entonces algo realmente horrible va a

suceder. No estoy seguro de qué, todavía. —Duda antes de añadir—. Tal vez

abra una caverna llena de duendes. —Me sigue, pero se queda en el borde de la

puerta.

Es una regla tácita en nuestra casa —nunca entres en un dormitorio sin una

invitación verbal. En general, nuestra familia tiende a carecer de límites firmes,

por lo que este es uno que Jude y yo protegemos a toda costa. La casa en la que

3 Crest: Marca de pasta de dientes y derivados.


vivimos no está equipada para los siete de nosotros. Sólo hay tres dormitorios

oficiales —la habitación principal para mis padres, Lucy y Penny en las literas,

y yo en el tercer dormitorio, con Jude abajo en el sótano acondicionado. Pero

con la "bebé" Ellie todavía durmiendo en una cama de niño en la habitación de

mis padres, y superando rápidamente, han hablado últimamente de tener que

hacer algunos reajustes. Me aterroriza que significa que voy a perder mi

santuario privado. Afortunadamente, mis padres han estado demasiado

ocupados con la tienda de discos como para molestarse con la reorganización y

la decoración, así que el status quo continúa. Por ahora.

—¿Cómo te fue el resto de la noche en el karaoke?

Le frunzo el ceño. —Muy amable de tu parte por preguntar, alguien puso mi

nombre para cantar "¡Karma instantáneo!" y no se molestó en decírmelo.

Se le arruga la frente. —¿En serio?

Frunzo los labios. —Por favor. Está bien. No estoy enojada. Fue en realidad

―muevo la cabeza a los lados—, algo divertido. Pero aún así. La próxima vez,

avísame, ¿vale?

—¿Qué? Yo no puse tu nombre.

Hago una pausa en el trenzado de mi cabello y lo miro. Realmente lo miro.

Parece legítimamente desconcertado.

Pero entonces, Ari también me había dicho que ella no fue.

—¿No lo hiciste?

—No. Yo no haría eso. No sin tu aprobación.

Envuelvo una banda alrededor del final de mi trenza, asegurándola en su

lugar. —Pero si tú no lo hiciste, y Ari no lo hizo . . .

Nos quedamos callados por un momento, antes de que Jude diga vacilante,

—¿Quint?


—No. —Había estado pensando lo mismo, pero tengo que descartarlo. Quint

no podría habernos oído hablar de esa canción. Y Carlos tampoco estaba por

ahí—. Tal vez la mujer ¿Quién dirigía el karaoke? Creo que nos escuchó y pensó

¿que necesitaba un empujón extra?

—No sería muy profesional.

—No. No lo sería —Agarro mi mochila de dónde la colgué en mi silla

anoche—. De todos modos, supongo que no es realmente importante. Canté.

Bailé. Era medio decente, si puedo decirlo yo misma.

—Siento habérmelo perdido.

—Apuesto a que sí. Imprimí tu trabajo para ti, por cierto. —Le entrego el

informe de una página.

—Gracias. Así que, oye —golpea los nudillos contra el marco de la puerta―.

Estaba pensando en ir a la hoguera de fin de año esta noche.

—¿Qué? ¿Tú? —La hoguera anual de la Preparatoria Fortuna Beach. La

fiesta es tan de Jude como mía. No fuimos los últimos años, a pesar de que

muchos estudiantes de primer año lo hicieron. Incluso recuerdo a algunos de

nuestros compañeros yendo cuando aún estábamos en la escuela secundaria—.

¿Por qué?

—Sólo pensé que debería ver de qué se trata. No lo descartes hasta que lo

intentes. ¿Crees que Ari y tú querrían ir?

Mi reacción visceral es "De ninguna manera, estamos bien, gracias". Pero

todavía estoy tratando de averiguar los motivos de Jude. Le entrecierro los ojos.

Él parece casual. Demasiado casual.

—Ooooh —digo, sentada en el borde de mi cama mientras tiro de mis

calcetines—. Es porque Maya estará allí, ¿no?

Me lanza una mirada no impresionada. —Lo creas o no, yo no vivo mi vida

según el horario de Maya Livingstone.

Mis cejas se levantan. No estoy convencida.


—Lo que sea —refunfuña—. No tengo nada mejor que hacer esta noche, y

sin ninguna tarea para mantenerte ocupada, sé que tú tampoco. Vamos. Vamos

a verlo.

Me lo imagino. Jude, Ari y yo bebiendo sodas junto a una enorme hoguera,

arena en los zapatos, el sol apuntándose a la cara, viendo como los Seniors 4 se

emborrachan con cerveza barata y se pelean entre ellos en las olas.

Mi total desinterés debe mostrarse en mi cara, porque Jude empieza a reírse.

—Voy a llevar un libro —dice—. Solo en caso de que sea horrible. En el peor

de los casos, vigilamos un lugar cerca de la comida y leeremos toda la noche.

Y le diré a Ari que traiga la guitarra.

Mi interpretación de la noche cambia, y veo a los tres de nosotros

holgazaneando, libros en una mano, s’mores 5 en la otra, mientras Ari canta su

nueva canción. Ahora en realidad suena como una noche encantadora.

—Bien, iré —digo, agarrando mi mochila—, pero no me voy a meter en el

agua.

—Ni siquiera iba a preguntarlo, —dice Jude. Él sabe que encuentro el océano

aterrador, sobre todo por los tiburones. También estaría mintiendo si no dijera

que la idea de ponerme un traje de baño delante de la mitad de los estudiantes

de nuestra escuela no me llenó con una abundancia de horror absoluto.

Bajamos las escaleras. Papá acaba de poner un nuevo disco, y las alegres

armonías de los Beach Boys empiezan a llenar la sala de estar. Miro a través de

la puerta y veo a papá balanceándose alrededor de la mesa de café. Intenta que

Penny baile con él, pero ella está tirada en el suelo, jugando un videojuego en

la tablet de él, haciendo un excelente trabajo al ignorarlo.

Generalmente trato de evitar la sala de estar, porque durante años se ha

convertido en una especie de chatarrería. Limpiar y organizar no ha sido

prioridad en la vida de mis padres desde hace tiempo, y todas las cosas aleatorias

con las que no sabemos qué hacer tienden a amontonarse en las esquinas de la

sala de estar. No sólo mi viejo teclado, sino también cajas de proyectos de

artesanía abandonados y pilas de revistas no leídas. Además, están los registros.

4

Seniors: Estudiantes de último año de la secundaria.

5

S´mores: Consiste en un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta Graham.


Tantos discos de vinilo, derramándose por todas las superficies, apilándose en

la antigua alfombra. Eso me estresa con sólo mirarlo.

Jude y yo giramos hacia el otro lado, hacia la cocina. Ellie y su rabieta

parecen haber terminado, gracias a Dios, por lo qué está sentada en el rincón

desayunando, lleva su vestido favorito con el mono de lentejuelas y se mete

cereales en la boca sin pensar. Con una revista delante de ella. No puede leer

todavía, pero le gusta mirar las fotos de animales en National Geographic Kids.

A través de la ventana espio a Lucy en el patio trasero, pateando un balón de

fútbol contra él en la parte de atrás de la casa.

Todos en la escuela primaria e intermedia terminaron ayer, haciendo de

Penny y Lucy el primer día oficial de vacaciones de verano. El preescolar de

Eleanor salió la semana pasada. Le doy un vistazo a Mamá, sentada frente a

Ellie con un vaso de jugo de tomate, su portátil, y un par de recibos esparcidos

a su alrededor, sugiere que ya se siente agotada por el cambio.

—Quería hacer panqueques para tu último día —dice cuando Jude y yo

entramos, antes de darnos un encogimiento de hombros indefenso—. Pero no

creo que vaya a suceder. ¿Tal vez este fin de semana?

—No te preocupes. —dice Jude, cogiendo un bol del armario.

Sobreviviría con gusto solo con cereales si nuestros padres lo permitieran

Enciendo la licuadora en el mostrador para hacer mi habitual batido matutino.

Saco la leche y la mantequilla de cacahuete, y luego giro para alcanzar el frutero.

Me congelo.

—¿Adónde se fueron todos los plátanos?

Nadie responde.

—¿Em, Mamá? ¿Compraste dos racimos de bananas, hace como, dos días?

Apenas levanta la vista de su pantalla. —No lo sé, cariño. Hay cinco niños

en crecimiento en esta familia.

Mientras habla, un movimiento me llama la atención. Ellie levantó su revista,

sosteniéndola frente a su cara.


—¿Ellie? —Digo con cautela, cruzando la habitación y arrebatandole la

revista de su mano, al mismo tiempo que empuja los últimos bocados de un

plátano en su boca. Sus mejillas se abultan y ella lucha por masticar. La cáscara

aún está en su mano. La segunda cáscara de plátano está junto a su tazón de

cereal vacío.

—¡Eleanor! ¿En serio? ¡Esto es muy grosero! ¡Mamá!

Mamá mira hacia arriba —mirándome, por supuesto. —Ella tiene cuatro

años, y es un plátano.

Empiezo a gemir, pero me muerdo la lengua. No es porque sea una banana.

Es el principio de la cosa. Me oyó decir que yo lo quería, es la única razón por

la que lo metió en su boca. Si hubiera sido Jude, ella se lo habría pasado a él en

bandeja de plata.

Vuelvo a tirar la revista sobre la mesa. —Bien —murmuro—. Encontraré otra

cosa.

Pero sigo hirviendo a fuego lento mientras empiezo a hurgar en el congelador,

esperando una bolsa de bayas congeladas. Doy un paso hacía atrás, y formo mis

manos en puños. Lanzo una mirada fulminante a Ellie por encima de mi

hombro, justo cuando se traga la banana. Ugh. Esa pequeña egoísta . . .

Un balón de fútbol viene navegando a la vista. Choca contra el vidrio de

mamá, y golpea contra la mesa. Mamá grita y cae jugo de tomate en la

superficie. Ella toma los montones más cercanos de recibos, mientras Ellie se

sienta congelada, con los ojos muy abiertos, sin hacer nada más que ver como

el río de jugo rojo se derrama sobre el borde de la mesa y directamente en su

regazo.

Pestañeo, teniendo recuerdos de los abucheos de los borrachos de Encanto

anoche. La cereza. La cerveza derramada. El déjà vu es extraño.

—¡Lucy! —Mamá grita.

Lucy está de pie en la puerta trasera, con las manos aún extendidas como si

hubiera un balón de fútbol invisible en ellos. Ella se ve desconcertada. —¡Yo

no lo hice!


Mamá hace un sonido de disgusto. —Oh, claro. ¡Estoy segura de que el

universo te lo arrancó de tus manos y lo lanzó a la mesa!

—Pero . . .

—¡No te quedes ahí parada! ¡Consigue una toalla!

Sé que se refiere a Lucy, pero Jude va un paso por delante de todos, trayendo

un fajo de toallas de papel para ayudar a absorber el desorden.

—¡Mamá! —La voz de Ellie se oye muy fuerte—. ¡Es mi vestido favorito!

—Lo sé, cariño —dice mamá, aunque puedo decir que apenas está

escuchando mientras comprueba la parte inferior de su ordenador para ver si

hay algo de jugo en él—. Pru, ¿podrías ayudar a tu hermana a cambiarse?

Escuchar mi nombre me sacude de mi aturdimiento. Es sólo un vaso

derramado. Es sólo un balón de fútbol. Es sólo una coincidencia.

Pero también es muy raro.

Mis dedos me cosquillean cuando suelto los puños y los estiro.

Doy vuelta a la mesa y Ellie levanta sus brazos complacientes para que le quite

el pegajoso vestido mojado.

—Es mi favorito —dice, haciendo pucheros—. ¿Se puede salvar?

La forma en que lo dice va más allá de lo melodramático, pero no puedo no

sentir un tirón de culpa. Aunque no sea mi culpa. Yo no estaba cerca de ese vaso

de jugo, o el balón de fútbol de hecho. Lucy realmente necesita aprender a ser

más cuidadosa.

—Le pondré un poco de Spray'n Wash 6 y esperaremos a ver que pasa con la

mancha, —digo—. Ve a elegir algo más para ponerte hoy.

Le lanza un ceño fruncido a Lucy, aunque es ignorado mientras Lucy ayuda

a mamá y a Jude a limpiar. Ellie refunfuña y lleva la tormenta arriba.

—Jude, voy a tirar esto a la lavadora, y luego deberíamos ponernos en marcha

—digo—. Es el último día. No deberíamos llegar tarde.

6 Spray’n Wash: Marca de productos para remover manchas en la ropa.


Él asiente con la cabeza y tira las toallas de papel manchadas de rojo a la

basura. —¿Quieres un bagel para el camino?

—Claro, gracias. —Me dirijo a la lavandería, cojo el quitamanchas del

contenedor de plástico que hay junto a la lavadora y lo extiendo en la tela

húmeda. La mancha recorre todo el vestido, desde justo por encima de la oreja

de la cabeza del mono brillante, hasta la parte inferior de la falda.

Probablemente es sólo mi imaginación, pero juro que la mancha está en la

forma exacta de un plátano.


Apenas he atravesado la puerta del aula cuando el Sr. Chávez me ladra

―trabajos en la mesa, por favor, y luego elige el proyecto final de grado que

está allí. —Señala a un montón de papeles en la mesa del frente.

Saqué mi informe sobre el rape 7 y lo pongo en la pila con los otros. Mientras

me dirijo hacia las mesas, me sorprende ver que mi mesa de laboratorio no está

vacía. Quint ya está ahí. Temprano. Antes que yo.

Me congelo. Honestamente no esperaba que Quint estuviera aquí hoy en

absoluto, aunque lo hubiera mencionado anoche. Siendo el último día antes de

las vacaciones de verano, asumí que estaría desaparecido, junto con la mitad de

la clase de segundo año y casi todos los de tercer y cuarto año.

Pero ahí está, hojeando una carpeta de tres anillos llena de protectores de

hojas transparentes. Es el informe que entregó ayer.

Nuestro informe.

Lo miro con recelo mientras me dirijo al escritorio del Sr. Chávez y recojo el

diorama de la calle principal. Lo escaneo para buscar indicación de mi nota,

pero no veo nada. Quint me mira mientras me acerco a nuestra mesa compartida

y pongo la maqueta en la esquina.

—¿Cómo te sientes? —pregunta.

La parte de atrás de mi cabeza palpita, apenas, en respuesta a su pregunta. No

me ha molestado en toda la mañana, puede ser por el recuerdo de mi caída me

hace sentir instintivamente el bulto en mi cráneo. Ya casi no existe.

—Eso depende —digo, mientras caigo en mi asiento—. ¿Cómo lo hicimos?

7

Rape: Es un pescado de los denominados demersales o blancos.


Se encoge de hombros y me muestra una gran nota adhesiva de color azul en

la parte delantera de la portada del informe. Presiona el papel sobre la mesa

entre nosotros.

Mi estómago cae mientras leo las palabras.

Prudence: B-

Quint: B+

En general: C

¿Qué? —digo, prácticamente gritando—. ¿Esto es una broma?

—Pensé que tal vez no estarías emocionada —dice Quint—. Dime, ¿es la C

la que más te molesta o que mi nota individual es más alta que la tuya?

—¡Ambas! —Me desplomo hacia adelante, leyendo las palabras que el Sr.

Chávez ha escrito debajo de las notas. Prudence: ejemplar trabajo, pero poca

ciencia aplicada. Quint: conceptos fuertes, pero ejecución desordenada y

escritura desenfocada. El proyecto muestra una falta general de cohesión y de

seguimiento de las ideas clave. Ambas notas se habrían beneficiado

enormemente con mejor comunicación y el trabajo en equipo.

—¿Qué? —Repito, seguido de un gruñido consternado desde detrás de mi

garganta. Sacudo la cabeza—. Sabía que debería haberlo escrito yo misma.

Quint se ríe. Es una risa sincera, una que atrae más que unas cuantas miradas.

—Por supuesto que eso es lo que sacas de esos comentarios. Claramente mi

participación fue el problema, incluso aunque . . . —Se inclina hacia adelante y

saca su B+.

Lo miro fijamente. —Eso tiene que ser un error.

—Naturalmente.

El latido de mi corazón está tambaleando en mi pecho. Mis respiraciones se

vuelven cortas. ¿Cómo es posible? Nunca he obtenido una C antes, en nada. ¡Y

mi modelo! Mi hermoso modelo, en el que trabajé tan duro, todas esas horas,

los detalles . . . ¿sólo me consiguió una B-?


Algo está mal. El Sr. Chávez se confundió sobre quién había hecho qué. Tenía

fatiga de decisión por revisar también muchos papeles para cuando llegó el

nuestro.

Esto no puede estar bien.

—Vale, pero en serio, aparte de las notas —dice Quint, recogiendo la nota

adhesiva y colocándola de nuevo en el frente del informe―. ¿Cómo está tu

cabeza?

Sé que es una pregunta legítima. Sé que probablemente no significa nada

cruel. Pero aún así, suena casi acusatorio, como si estuviera exagerando con

algo que él considera insignificante.

—Mi cabeza está bien —lo miro.

Empujo mi taburete lejos de la mesa y cojo la carpeta de tres anillos. Entonces

estoy caminando hacia el frente de la clase. Los pocos estudiantes que no han

decidido faltar hoy todavía se están filtrando, y Claudia se aparta de mí mientras

camino por el pasillo.

El Sr. Chávez me ve venir y yo veo el cambio en su postura, sus hombros, su

expresión. Un refuerzo, una expectativa, una total falta de sorpresa.

—Creo que ha habido un error —digo, sosteniendo la carpeta para que pueda

ver su propia inepta nota adhesiva—. Esto no puede ser cierto.

Suspira. —Tenía el presentimiento de que tendría noticias suyas, señorita

Barnett. —Dobla los dedos juntos—. Tu trabajo es fuerte eres una presentadora

excepcional, tus ideas son sólidas, el modelo era precioso. Si esto fuera una

clase de negocios, sería un trabajo de primera clase, seguro —hace una pausa,

su expresión un tanto simpática—. Pero esto no es una clase de negocios. Esto

es una clase de biología, y su tarea era presentar un tema relacionado con los

temas que hemos cubierto este año —se encoge de hombros—, ahora, el

ecoturismo y la biología ciertamente tienen muchas áreas de superposición, pero

no te dirigiste a ninguno de ellos. En su lugar, hablaste de las potenciales

ganancias y campañas de marketing. Ahora . . . si yo creyera que estuviste

involucrada con algo de lo que está en ese informe, eso habría mejorado sus

calificaciones individuales y combinadas significativamente. Pero tú y Quint


dejaron bastante claro que esto no fue tratado como una asignación de equipo.

—Él levanta las cejas—. ¿Es eso cierto?

Lo miro fijamente. No puedo discutir, y él lo sabe. Por supuesto que esto no

era una asignación de equipo. En mi opinión, es un milagro que Quint presentará

este informe en absoluto. Pero ¡no es mi culpa que me hayan emparejado con

él!

Siento el repentino ardor de las lágrimas detrás de mis ojos, nacido de la

frustración tanto como cualquier otra cosa. —Pero trabajé tan duro en esto

―digo, luchando y fallando para mantener mi voz uniforme—. He estado

investigando desde noviembre. Entrevisté a líderes comunitarios, comparando

los esfuerzos de mercados similares . . .

—Lo sé —dijo el Sr. Chávez, asintiendo con la cabeza. Parece triste y

cansado, lo que de alguna manera lo empeora—. Y lo siento mucho, pero

simplemente no cumplió con el alcance de la misión. Este era un proyecto de

ciencia, Prudence. No una campaña de marketing.

—¡Sé que es un proyecto de ciencias! —Miro la carpeta en mis brazos. Esa

fotografía me está mirando fijamente, la de la foca o león marino o lo que fuera,

enredado en una red de pesca. Sus ojos tristes que hablan más de lo que las

palabras jamás podrían. Temblando, levanto la cabeza de nuevo para que la vea

el Sr. Chávez—. ¿Y usted le dio a Quint una mejor nota que a mí? Todo lo que

hizo fue tomar mis ideas y escribirlas, y de acuerdo con su nota aquí, ¡él ni

siquiera lo hizo muy bien!

El Sr. Chávez frunce el ceño y se balancea sobre sus talones. Él está

mirándome como si de repente hubiera empezado a hablar en otro lenguaje qué

no entendiera.

Ahí es cuando me doy cuenta de que la clase se ha quedado en silencio.

Todo el mundo nos está escuchando.

Y ya no estoy sola. Los ojos del Sr. Chavez se dirigen hacia un lado. Sigo la

mirada y veo a Quint de pie a mi lado, con los brazos cruzados. No puedo leer

su expresión, pero es casi como si le dijera a nuestro profesor, ¿Ves? Esto es lo

que que he tenido que soportar.


Enderezo mi columna vertebral y respiró tan fuerte que hace que la parte

trasera de mis fosas nasales palpiten, pero al menos evita que las lágrimas

caigan.

—Por favor —digo—. Nos dijo que este proyecto vale el treinta por ciento de

nuestra calificación, y no puedo permitir que baje mi promedio. Debe haber

alguna manera de arreglar esto. ¿Puedo hacerlo de nuevo?

—Srta. Barnett —dice el Sr. Chávez, sonando cauteloso—, ¿incluso leíste tu

informe?

Parpadeo. —¿Mi informe?

Golpea sus dedos contra la cubierta. —El nombre de Quint no es el único que

está ahí. Ahora, claramente, ustedes dos han luchado para trabajar juntos.

Probablemente han luchado más que cualquier otro equipo que he tenido en esta

clase. Pero seguro que al menos leíste el informe. ¿No es así?

No me muevo. No hablo.

La mirada del Sr. Chávez se desliza hacia Quint, llena de incredulidad,

entonces de vuelta a mí. Se ríe y se frota el puente de la nariz.

—Bien. Eso explica algunas cosas.

Miro el informe en mis manos, por primera vez . . . con curiosidad por lo que

hay dentro de él.

—Si te permito volver a hacerlo —dice nuestro profesor—, entonces necesito

ofrecer la misma oportunidad a todos.

—¿Y qué? —Extiendo mí mano hacia la clase, que todavía está medio

vacía—. Ninguno de ellos lo aceptará.

Frunce el ceño, aunque ambos sabemos que es verdad. Entonces él da otro

suspiro, más largo esta vez, y mira a Quint. —¿Y que hay de usted, Sr.

Erickson? ¿Está interesado en volver a presentar su proyecto?

—¡No! —Grito, al mismo tiempo que Quint empieza a reírse como si esto

fuera lo más divertido que ha escuchado. Le echo un vistazo, y trato de volver

mi hombro hacia él mientras me enfrento al Sr. Chávez otra vez. —No quise . .

. Me gustaría hacer el informe de nuevo. Sóla esta vez.


Nuestro profesor empieza a sacudir la cabeza, cuando Quint coge aliento y

añade, —Bueno, nop. Estoy bien. Perfectamente feliz con la C, gracias.

Le hago un gesto. —¿Ve?

El Sr. Chávez se encoge de hombros desesperadamente. —Entonces, no. Lo

siento.

Sus palabras se estrellan contra mí, y ahora siento que soy la única teniendo

dificultades para entender. — ¿No? Pero usted iba a . . .

—Ofrecerles a ambos la oportunidad de volver a presentarlo, si quieren. Y .

. . —levanta la voz, mirando a la clase—, a cualquier otra persona que sienta

que no completó la tarea con lo mejor de sus habilidades y le gustaría tener una

oportunidad más. Pero . . . este es un proyecto de equipo. O bien todo el equipo

trabaja para mejorar su puntuación, o no cuenta.

—¡Pero eso no es justo! —digo. El lloriqueo en mi voz hace que me de

escalofríos. Sueno como Ellie. Pero no puedo evitarlo. Quint dice que no lo

hará. No debería tener que confiar en él, una de las personas más perezosas que

he conocido, ¡sólo para salvar mí propia nota!

Detrás de mí, Quint se ríe, y le pongo los ojos brillantes. Rápidamente se

queda en silencio, luego se gira sobre su talón y vuelve a caminar a nuestra

mesa.

El Sr. Chávez comienza a garabatear algo en la pizarra. Bajó la voz cuando

me acerco. —Quiero un diferente compañero de equipo, entonces, —digo—, lo

haré con Jude.

Él sacude la cabeza. —Lo siento, Prudence. Te guste o no, Quint es tu

compañero de equipo.

—Pero yo no lo elegí. No debería ser castigada por su falta de motivación. Y

ya ha visto como siempre llega tarde. A él ciertamente no le importa esta clase

o la biología marina o ¡este proyecto!

El Sr. Chávez deja de escribir y se enfrenta a mí. Quiero creer que está

reconsiderando su posición, pero algo me dice que no es eso. Cuando habla, mi

irritación sólo continúa elevándose con cada palabra.


—En la vida —dice, hablando despacio—, rara vez podemos elegir la gente

con la que trabajamos. Nuestros jefes, nuestros compañeros, nuestros

estudiantes, nuestros compañeros de equipo. Diablos, ni siquiera podemos

elegir a nuestras familias, aparte de nuestros cónyuges. —Se encoge de

hombros—, pero tienes que manejarlo. Este proyecto consistía tanto en

encontrar una forma de trabajar juntos como si se tratara de biología marina. Y

lo siento, pero tú y Quint no hicieron eso. —Levanta la voz, hablandole a la

clase otra vez—. Cualquiera que quiera volver a presentar su proyecto puede

enviarmelo al correo electrónico y los revisaré para agosto quince, y debe incluir

un resumen de cómo fue dividido el trabajo.

Mis dientes se aprietan. Me doy cuenta de que estoy agarrando la carpeta,

apretandola contra mi pecho.

La atención del Sr. Chávez se centra de nuevo en mí, luego mira hacia abajo

a la carpeta, sin duda notando mis nudillos blanqueados. —¿Un consejo,

Prudence?

Trago saliva. No quiero oír lo que tiene que decir, pero ¿tengo otra opción?

—Esto es biología. Tal vez podrías pasar algo de tiempo aprendiendo sobre

los animales y los hábitats que tu plan se esfuerza tanto en proteger y podrás

decirle a la gente por qué debería importarle. Por qué los turistas deberían

preocuparse. Y . . . —hace girar el marcador hacia la carpeta—. ¿Tal vez

tomarse el tiempo para leer lo que su compañero escribió? Estoy seguro de que

esto te sorprenderá, porqué en realidad tiene algunas ideas bastante buenas.

Me da una mirada que roza el castigo, y luego se vuelve a la pizarra.

Claramente diciéndome que el tema está cerrado, vuelvo a la mesa, dónde

Quint está inclinado hacia atrás en las patas traseras de su taburete, sus dedos

atados detrás de su cabeza. Me imagino pateando el asiento desde abajo, pero

me abstengo.

—¿Qué te parece eso? —Quint dice jovialmente mientras me desplomo en el

asiento a su lado—. En realidad tengo algunas ideas bastante buenas. ¿Quién lo

diria?

No respondo. El pulso me palpita en los oídos.


Esto. Es. Muy. Injusto.

¿Tal vez pueda hablar con el director? ¿Seguramente esto no se puede

permitir?

Miro fijamente al Sr. Chávez mientras repasa la final con algunos otros

estudiantes. Nunca me he sentido tan traicionada por un maestro. Debajo del

escritorio, aprieto mis manos en puños. Me imagino el bolígrafo del Sr. Chávez

goteando y poniéndose azul oscuro llenándolo de tinta por toda su camisa. O

café derramado en su teclado. O . . .

—¡Buenos días, Sr. C! —grita Ezra, sorprendiendo fuertemente al Sr. Chávez

en la parte de atrás mientras se acerca a una papelera.

—¡Ay! —El Sr. Chavez grita, llevándose una mano a su boca.

—Ezra, baja el tono. Me hiciste morderme la lengua. —Sus dedos se alejan y

aunque es demasiado lejos para saberlo con seguridad, creo que podría haber

un poco de sangre ahí.

Huh.

No esperaba un daño físico, necesariamente, pero ¿Sabes qué? Me quedo

satisfecha.

—Lo siento, hombre. Olvidé que eres viejo y frágil. —Ezra se ríe mientras

se dirige a su mesa, donde Maya está mirando el periódico.

Me relajo otra vez en mí asiento. Sintiéndome un poco apaciguada, pero estoy

aún algo enfadada.

Ezra grita fuerte y le ofrece a Maya un golpe de puño. —¡B+! ¡Bien hecho!

Se me cae la mandíbula. —¿Incluso Ezra sacó una nota mejor que nosotros?

Todo lo que hizo fue hablar de ¡la palatabilidad de la sopa de aleta de tiburón!

No. Esto no lo puedo soportar.

Mientras tanto, Quint ha sacado su teléfono y está mirando sus fotos, tan

relajado como puede ser.


Mi mente está girando, y considero lo que dijo el Sr. Chávez sobre mí

modelo y mi presentación. No puedo entender lo que hice mal. ¿Más ciencia?

¿Más biología? ¿Más charla de hábitats locales? Yo hice todo eso.

¿No es así?

Aun así, bien o mal, hay una C observándome desde una nota adhesiva, y una

B- junto a mi nombre. Exhalo con fuerza a través de mis fosas nasales.

—¿Quint? —digo. Silenciosamente. Tranquilamente. Mirando a esa odiosa

nota adhesiva.

—¿Síp? —responde, exasperantemente alegre.

Trago. Debajo de la mesa, me clavo los dedos en los muslos. Una precaución.

Para no estrangularlo.

—Podrías . . . —me aclaro la garganta— por favor rehacer este proyecto

¿conmigo?

Por un momento, ambos estamos quietos. Quietos como estatuas. Puedo verlo

por el rabillo del ojo. Espera hasta que la pantalla de su teléfono se vuelve negra,

y aún así, hay silencio.

Mi enfoque se desliza a lo largo del borde de la mesa. A sus manos, y el

teléfono que tiene agarrado. Me veo obligada a girar la cabeza.

Lo suficiente. Sólo hasta que pueda ver sus ojos. Me está mirando fijamente.

Completamente inexpresivo.

Aguanto la respiración.

Finalmente, él sonrie, su voz grabada con sarcasmo, —oferta tentadora. Pero

. . . no.

—Oh, vamos —digo, girando para enfrentarlo completamente—. ¡Tienes que

hacerlo!

—Ciertamente no tengo que hacerlo.

—¡Pero ya oíste lo que dijo el Sr. Chávez! Tiene que ser trabajo en equipo.


Se ríe a carcajadas. —Oh, y ahora ¿se supone que debo creer que seremos un

equipo? —Sacude la cabeza—. No soy masoquista. Voy a pasar.

—Muy bien, clase —dice el Sr. Chávez, aplaudiendo para llamar nuestra

atención. —Consideren esto como un período libre mientras califico estos

trabajos.

La clase explota de alegría al saber que no va a dar un examen sorpresa de

última hora.

La mano de Quint se dispara al aire. No espera a que alguien hable cuándo

dice —¿Podemos cambiar de asiento?

La atención del Sr. Chávez se dirige hacia nuestra mesa, aterrizando siempre

tan brevemente en mí. —Está bien, sólo manténgalo en silencio, ¿de acuerdo?

Tengo trabajo que hacer.

Las patas de la silla de Quint raspan el suelo de linóleo. Sin decir nada.

Incluso me mira mientras recoge sus cosas. —Nos vemos el año que viene, —

dice, antes de ir a sentarse con Ezra.

Gruño mientras los dos chocan los cinco el uno con el otro sobre sus

calificaciones del proyecto.

Esto no puede estar pasando. Quint no puede estar a cargo de mi grado, mi

éxito, ¡mi futuro!

—Pru ¿Estás bien? —dice Jude, deslizándose en el asiento vacío de Quint.

Me vuelvo hacia él. Mis entrañas se sienten como una tormenta. —¿Cuánto

sacaron tu y Caleb en su informe?

Jude duda, antes de sacar el trabajo de su carpeta. Hay otra nota adhesiva

azul. Puras A+

Gimoteo con molestia. Entonces, dándome cuenta de cómo suena eso, le doy

a Jude una mirada de regaño. —Quiero decir, bien por ti.

—Muy convincente, hermana —Él mira hacía atrás en dónde está Quint—.

¿De verdad quieres intentar rehacerlo?


—Sí, pero Quint se niega. Aunque pensaré en algo. No puede evitar que

vuelva a presentar mi parte del proyecto, ¿o sí puede?

—¿Quint o el Sr. Chávez?

—Ambos —Cruzo los brazos, frunciendo el ceño—. Evidentemente, no

incluyen suficiente ciencia. Así que ahora mismo, mi plan es que esté plasmado

lleno de ciencia en este informe. Soñaré con Fortuna Beach, el sector del

turismo tan inmerso en la ciencia, que los residentes recibirán los títulos de

maestría por defecto.

—Excelente. Eso me ahorrará mucho dinero en el pago de matrículas.

Jude saca su cuaderno de bocetos y empieza a dibujar un grupo de elfos

ensangrentados y desgarrados por la guerra. No tiene problemas para relajarse,

ya que bueno no debería, con su nota adhesiva llenas de A.

Al final del período, el Sr. Chávez devuelve nuestros papeles. Nuestra última

e intrascendente tarea. En este trabajo obtengo una A+.

No hace nada para calmar mi rabia.

Tan pronto como suena la campana, dejo a Jude atrás mientras empieza a

guardar su cuaderno de bocetos. Quint y Ezra ya están a mitad de camino por la

puerta. Los persigo. —¡Espera! —digo, agarrandole el brazo a Quint.

¿Sus . . . bíceps?

Santo cielo.

Quint se gira hacia mí. Por un momento se asusta, pero su expresión se enfría

rápidamente. —Ahora sólo estás actuando desesperadamente.

Apenas lo oigo. ¿Qué hay debajo de esta camisa?

—¿Prudence?

Volviendo a la realidad, retiro mi mano. El calor se precipita en mis mejillas.

Los ojos de Quint se estrechan sospechosamente.

—Por favor —repito—. No puedo tener una C en mi expediente.


Sus labios se tuercen a un lado, como si mis pequeños problemas fueran muy

graciosos para él. —Haces que suene como si fueras a ir a la cárcel. Es sólo

biología de segundo año. Sobrevivirás.

—¡Escuché eso! —se queja el Sr. Chávez, que está ordenando su escritorio.

—¡Sr. Chávez, por favor! —digo—. Dígale que tiene que hacer esto

conmigo, o . . . decirme que puedo hacerlo por mi cuenta.

El Sr. Chávez mira hacia arriba y se encoge de hombros.

Argh!

—Mira —digo, volviendo a Quint—. Sé que no es el fin del mundo, pero

nunca antes había obtenido una C. Y ¡Trabajé muy duro en ese modelo! No

tienes ni idea de lo mucho que he puesto en este proyecto. —Mis ojos empiezan

a lagrimear, pillándome con la guardia baja. Los aprieto fuerte, tratando de

contener mis emociones antes de darle a Quint más munición para atacar a

Prudence Adicta al Trabajo.

—Tienes razón —dice.

Abro los ojos, sorprendida.

—No tengo ni idea de lo duro que has trabajado en ese proyecto —Da un

paso hacía atrás, encogiéndose de hombros—. Porque no confiaba lo

suficientemente para ayudar.

¿No estaba lo suficientemente confiado? Quiero gritar. ¡Ni siquiera lo

intentó!

—Además —añade—, tengo cosas más importantes que hacer con mi verano.

Resoplo. —¿Cómo qué? ¿Jugar a los videojuegos? ¿Ir a surfear?

—Sí —dice con una risa irónica—. Me conoces tan bien. —Él gira y

comienza a alejarse.

Siento que me he quedado sin opciones. La impotencia barre a través de mí,

encendiendo aún más mi ira. No me gusta sentirme indefensa.

Mientras miro fijamente la retirada de Quint, cierro las manos en puños e

imagino como la tierra se abre debajo de él y se lo traga.


—Oh, espere, ¿Sr. Erickson? —lo llama nuestro profesor.

Quint se detiene.

—Casi lo olvido. —El Sr. Chávez revisa sus papeles y coge una carpeta—.

Aquí está esa asignación de créditos extra. Gran trabajo aquí. Las fotos son

realmente impresionantes.

La cara de Quint se suaviza y toma la carpeta con una sonrisa.

—Gracias, Sr. C. Que tenga un buen verano.

Me quedo boquiabierta, aturdida, mientras Quint sale de la habitación.

¿Qué fue eso?

Me giro hacía el Sr. Chávez. —Espere. Lo dejo hacer una asignación de

créditos extras, pero ¿no puedo hacer algo para aumentar mi nota?

El Sr. Chávez suspira. —Tenía circunstancias atenuantes, Prudence.

—¿Qué circunstancias atenuantes?

Abre la boca, pero vacila. Luego se encoge de hombros. —Tal vez debería

intentar preguntarle a su compañero de laboratorio sobre ello.

Dejo escapar un rugido enfurecido, y luego vuelvo a la mesa para recoger mis

cosas. Jude me está observando, preocupado, con ambas manos detrás de las

correas de su mochila. Somos los únicos estudiantes que quedan en el salón de

clases.

—Ese fue un valiente esfuerzo —dice.

—No me hables —le respondo con un murmullo.

Siempre complaciente, Jude no dice nada más, solo espera mientras meto la

carpeta en mi bolso y agarro el modelo de calle.

Parece que el universo me está jugando una broma pesada.


El resto del día escolar no hubo incidentes. Está claro que los profesores están

tan ansiosos por las vacaciones de verano como nosotros, y la mayoría de ellos

se dedican a hacer llamadas por teléfono en estas últimas horas obligatorias. En

la clase de español, nos pasamos todo el período viendo una telenovela algo

cursi. En la de historia, jugamos lo que el Sr. Gruener llama juegos de mesa

"semi educativos": Riesgo, Acorazado o Colonos de Catan. En inglés, la Sra.

Whitefield nos lee un montón citas de Shakespeare. Hay muchos insultos y

humor sexual, que tiene que traducir del inglés antiguo para nosotros. Para

cuando la hora termina, mis compañeros de clase se están molestando y

llamándose cosas como “¡tú, forúnculo en relieve!" y "¡tú, loco con cara de

culo!"

En realidad, es un día muy divertido. Incluso me las arreglo para olvidarme

de lo catastrófico que fue la clase de biología por un tiempo.

Al salir de nuestra última clase, la Sra. Dunn nos regala unas bolsitas llenas

de ositos de goma y galletas de pescado, como niños de seis años yendo de

picnic. Supongo que es nuestro premio por molestarnos en venir el último día.

—¡Sayonara! ¡Farewell! ¡Adieu! 8 —canta mientras nos pasa las bolsas a la

salida de la puerta. — ¡Hagan buenas elecciones!

Encontré a Jude esperándome en la entrada de la escuela. Los estudiantes

están a la deriva en olas, electrizados con su repentina libertad. Las semanas se

extienden delante de nosotros, llenas de potencial. Playas soleadas, días de ocio

y maratones en Netflix, fiestas en la piscina y holgazanear en el paseo marítimo.

Jude, que tuvo a la Sra. Dunn más temprano ese día, está masticando la bolsita

de Goldfish 9 . Me siento a su lado y automáticamente entrego mis bocadillos,

ninguno de los cuales encuentro remotamente atractivos. Nos sentamos en un

silencio agradable. Es una de las cosas que más me gustan de ser gemela. Jude

y yo podemos sentarnos juntos durante horas, sin decir una sola palabra, y puedo

salir de allí sintiendo que acabamos de tener la más profunda conversación. No

8

¡Sayonara! ¡Farewell! ¡Adieu!: Despedidas en japonés, inglés y francés.

9

Goldfish: Galletas saladas con forma de pez.


hablamos de cosas sin importancia. No es necesario que nos divirtamos.

Nosotros podemos simplemente ser.

—¿Te sientes mejor? —pregunta. Y como esta es la primera vez que lo he

visto desde la clase de biología, sé inmediatamente de lo que está hablando.

—Ni siquiera un poco —respondo.

Él asiente con la cabeza. —Me lo imaginaba. —Terminando sus bocadillos,

él lanza la bolsita plástica al cubo de basura más cercano. Esta cae cerca.

Refunfuñando, se acerca y lo recoge.

Oigo el coche de Ari antes de verlo. Unos segundos después, la camioneta

azul se balancea en el estacionamiento, que nunca anda por encima del límite

de cinco millas por hora fijado en las señales. Se acerca al final de la escalera y

se asoma por la ventanilla abierta, tiene un tubito de papel para fiestas en su

boca. Ella sopla una vez, desenredando la boquilla de rayas plateadas con un

chillido, un sonido de celebración.

—¡Son libres! —grita.

—¡Libres de adultos! —responde Jude—. ¡Ya no trabajaremos más en sus

tareas poco memorables!

Entramos al auto, Jude y sus largas piernas al frente, y yo en la parte de atrás.

Hemos tenido esta tarde planeada durante semanas, decididos empezar bien este

verano. A medida que salimos del estacionamiento, juro que me olvidaré de

Quint y de nuestra miserable presentación para el resto del día. Me imagino que

puedo tener un día para deleitarme y relajarme en estas vacaciones de verano

antes de que me proponga resolver aquel problema. Ya se me ocurrirá algo

mañana.

Ari nos lleva directamente al paseo marítimo, donde podemos darnos un

atracón de helado en Salty Cow, una heladería de lujo conocida por mezclar

sabores inusuales como "lavanda y menta" y "semilla de amapola y cúrcuma".

Cuando llegamos, hay una fila que llega hasta la puerta, y la mirada impaciente

en algunas de las caras de los clientes me hace pensar que no se han movido

hace rato.

Intercambio miradas con Ari y Jude.


—Iré adentro y veré qué pasa —digo cuando los dos se ponen en la fila. Me

aprieto a través de la puerta—. Lo siento, no estoy tratando de pasar, sólo quiero

ver lo que está pasando.

Un hombre de pie con tres niños pequeños parece estar listo para explotar.

―Eso está sucediendo, —dice, haciendo un gesto de enojo hacia la cajera.

Una mujer está discutiendo, no, gritando a la pobre chica detrás del

mostrador, que parece que es apenas mayor que yo. La chica está a punto de

llorar, pero la mujer está implacable. ¿Qué tan incompetente puedes ser? ¡Es

sólo un helado, no la ciencia de los cohetes! ¡Puse este pedido hace un mes!

—Lo siento, —dice la chica, con la cara roja—. No tomé la orden. No sé lo

que ha pasado. No hay ningún registro . . .

No es la única que está al borde de las lágrimas. Una niña pequeña con dos

coletas y sus manos en la vitrina de helados, mirando entre la mujer enojada y

sus padres. —¿Por qué es qué tardan tanto? —se queja.

—¡Quiero hablar con su gerente! —grita la mujer.

No sé por qué la mujer está tan furiosa, y no estoy segura que importe. Como

ella dijo, es sólo helado, y claramente la pobre cajera está haciendo lo mejor que

puede. Al menos podría ser civilizada. Sin mencionar que está reteniendo a

estos pobres niños y a mí de conseguir nuestro helado.

Respiro hondo y me preparo para enfrentarme a la mujer. Tal vez si podemos

ser racionales, podemos conseguir el número de teléfono del gerente y podrá

venir y arreglar esto.

Aprieto mis manos a los lados.

Doy dos pasos hacia adelante.

—¿Qué está pasando aquí? —grita una voz severa.

Hago una pausa. La gente en la fila se aparta para que entre un oficial de

policía.

O . . . ¿podría dejar que él se encargue?

La mujer en el mostrador abre la boca, claramente para empezar a gritar de

nuevo, pero es cortada por todos los clientes. La presencia del oficial de policía

los anima y de repente todos están dispuestos a hablar en nombre de la cajera.


Esta mujer está siendo una molestia. Está siendo grosera y ridícula. ¡Ella tiene

que irse!

Por su parte, la mujer parece genuinamente sorprendida cuando ninguno,

especialmente los más cercanos a la fila que han escuchado toda la historia, no

vienen en su defensa.

—Lo siento, señora, pero parece que debo acompañarla fuera, —dice el

oficial.

Parece mortificada. Y aturdida. Y todavía enfadada. Con un gruñido, coge

una tarjeta de visita del mostrador y se burla de la chica que se está limpiando

las lágrimas de sus mejillas. —Estaré llamando a su gerente y le hablaré sobre

esto —dice, antes de salir furiosa de la heladería con un gran rugido de

aprobación.

Vuelvo con Jude y Ari, sacudiendo mis manos. Mis dedos tienen esa extraña

sensación de alfileres de nuevo por alguna razón. Les explico lo que pasó, y

pronto la fila comienza a moverse de nuevo.

Después de terminar el helado, pagamos de más por un surrey 10 en el quiosco

de alquiler y pasamos una hora pedaleando a lo largo del paseo marítimo bajo

su toldo amarillo limón, Ari tomando demasiadas fotos de nosotros haciendo

caras locas, y Jude y yo gritándole que deje de holgazanear y empiece a mover

las piernas.

Hasta que nos encontramos con un grupo de turistas que están tomando todo

el ancho del paseo marítimo y serpenteando a ritmo de tortuga.

Reducimos la velocidad del surrey para no chocar con ellos. Ari toca la

bocina de la bicicleta.

Uno de los turistas mira hacia atrás, se fija en nosotros, y luego va de vuelta

a su conversación. Ignorándonos por completo.

—¡Discúlpenos! —dice Jude— ¿Podrían dejarnos pasar?

No responden.

Ari toca la bocina de nuevo. Otra vez. Y todavía no ceden el camino.

10 Surrey: Tipo de carruaje impulsado por una bicicleta de 2 o 4 puestos


¿Qué diablos? ¿Creen que son los dueños de este paseo marítimo o algo?

¡Muévanse!

Mis nudillos se blanquean en el volante.

—¡Abran paso! ¡No podemos parar! ¡Salgan del camino! ―Alguien grita,

viniendo hacia nosotros desde la otra dirección.

Los turistas gritaron sorprendidos y se dispersaron cuando cinco adolescentes

en patinetas vienen corriendo hacia ellos. Una de las mujeres pierde su sandalia

y queda aplastada bajo una de las ruedas de la patineta. Un hombre se arrastra

hacia atrás tan rápido que pierde el equilibrio y se cae del borde del paseo

marítimo, aterrizando de trasero en la arena de abajo. Todos empiezan a gritar

a los desconsiderados vándalos adolescentes, mientras que Jude, Ari y yo nos

miramos el uno al otro y nos encojemos de hombros.

Pedaleamos rápidamente para pasar a los turistas antes de que puedan

reagruparse.

Después de devolver el surrey, pedimos una gigantesca orden de papas fritas

con ajo en el puesto de “pescado y patatas fritas” y nos sentamos en la acera,

pateando arena a las codiciosas gaviotas que se acercan, tratando de robar

nuestras papas fritas. Cuando una de ellas se acerca mucho, Ari chilla y se

agacha sobre una mesa de picnic, Jude arroja algunos de los trozos quemados

del fondo de la cesta para que los pájaros se peleen.

Un segundo después, uno de los empleados del stand ve lo que hacemos y

empieza a gritar porque “¡todo idiota sabe que no debe alimentar a la vida

silvestre!” Jude tiene una expresión de culpabilidad en su rostro. No le va bien

con el castigo.

Tan pronto como el empleado se da la vuelta, sacudo mi puño a su espalda.

Estoy bajando el brazo cuando una gaviota se abalanza y le quita el sombrero

de papel de la cabeza al empleado. Él grita y se agacha sorprendido mientras el

pájaro se aleja volando.

Observo como el pájaro y el sombrero desaparecen en la puesta de sol.

Bien

¿Soy sólo yo, o . . .?

Miro mi mano.


No. Eso es ridículo.

Cuando el sol comienza a hundirse hacia el horizonte, finalmente nos

dirigimos a la bahía donde se celebra la fiesta de la fogata cada año, un tramo

de costa a una milla al norte del centro. No sé cuánto tiempo ha durado la

tradición de las hogueras. ¿Cuántas clases han bailado borrachos alrededor de

las llamas? ¿Cuántos mayores han saltado completamente vestidos en las olas?

¿Cuántas sesiones de besuqueo han tenido lugar en las alcobas rocosas donde

la gente va a, bueno, besarse? Supuestamente. No lo sabría de primera mano,

pero se escuchan historias.

No somos los primeros en llegar, pero aún no hay muchas personas. Un par

de mayores están descargando neveras en la parte de atrás de una camioneta.

Un chico que reconozco de la clase de matemáticas está arreglando la leña para

el fuego. Los primeros en llegar ya están vigilando sus lugares, extendiendo

mantas y toallas en la playa, sacando pelotas de voleibol y latas de cerveza de

grandes bolsas de mano.

Elegimos un lugar no muy lejos de la hoguera, desenrollando la manta que

Ari trajo con ella y colocó unas cuantas sillas de playa de baja altura. En

cuestión de minutos, Jude es llamado por unos cuantos de nuestros compañeros

de clase y se acerca a charlar.

Ari se vuelve hacia mí. —Ya sé la respuesta a esto, pero sólo para estar

segura. ¿Quieres ir al agua?

Arrugo la nariz de disgusto.

—Eso es lo que yo pensaba. —De pie, me sorprende tirando de su vestido

estampado de cachemira sobre su cabeza, revelando un traje de baño rosa pálido

debajo. Claramente lo ha estado usando todo el día, y me asusta un poco darme

cuenta de que no tenía idea.

—Espera, ¿vas a nadar? —pregunto.

—No a nadar —dice ella—. Pero es una fiesta en la playa. Me imaginé que

al menos debería mojarme los pies. ¿Segura que no quieres unirte a mí?

—Segura. Gracias.

—Bien. ¿Vigilas mi guitarra?


Ella no espera a que yo responda, porque por supuesto que lo haré. Ari se

marcha hacia la orilla. No saluda a nadie y noto que algunas personas le dan

miradas curiosas, preguntándose si deberían reconocerla. Jude dice que ella no

lo dudó cuando la invitó a venir a esta fiesta, incluso aunque no conociera a

nadie. Me pregunto si ella espera conocer a más jóvenes de Fortuna Beach

mientras estamos aquí, tal vez para hacer algunos nuevos amigos.

Probablemente debería presentarle a algunos cuando vuelva, pero . . .

Miro alrededor, frunciendo el ceño. Honestamente, no conozco a mucha

gente de aquí, tampoco. Son casi todos mayores y menores, así que no. Y los

pocos estudiantes de segundo año que reconozco, como Maya y su grupo, no

somos exactamente amigas.

A pesar de que es una especie de nerd, que mira viejas temporadas de Star

Trek y tiene toda una estantería de muñecos Funko del Señor de los Anillos, a

la gente le gusta Jude. Tiene su propio tipo de encanto. Tiene una presencia

tranquilizadora y fácil de entender.

Sólo una razón más por la que nadie lo cree cuando decimos que somos

hermanos.

Así que, si Ari está interesada en hacer amigos, él está más equipado para

ayudar.

Alargando la mano, agarro la funda de la guitarra de Ari y la tiro más cerca

de mi lado.

—¿No vas a entrar al agua, Prude?

Levanto la vista para ver a Jackson Stult sonriéndome. Ahora que él tiene mi

atención, se ríe y hace un espectáculo de golpear su propia frente. —No importa,

esa fue una pregunta estúpida. Es decir, eres bastante alérgica a la diversión,

¿no?

—No, sólo soy alérgica a los imbéciles —digo, antes de agitar mi mano para

que se vaya—, Achoo 11 .

Se ríe y se despide de mano como si esto hubiera sido una deliciosa

interacción antes de vagar para unirse a algunos de sus igualmente

desagradables amigos en la playa.

11

Achoo: O achís, es una onomatopeya para imitar el estornudo y a veces para designarlo.


Sus palabras duelen, aunque sé que no deberían. Después de todo, esto es más

o menos todo lo que sé sobre Jackson Stult: Uno, se preocupa más por sus

vaqueros de diseño y sus camisetas de marca de lujo que cualquier otra persona

que haya conocido; y dos, hará cualquier cosa por reírse, aunque sea a costa de

otra persona. Lo que a menudo ocurre.

Me sentiría más ofendida si realmente le gustara.

Pero, aun así.

Aun así.

El aguijón está ahí.

Pero si arruinar mi noche era el plan de Jackson, entonces me niego a

permitirlo. Me recuesto en la manta, mirando las nubes naranjas brillantes que

se desplazan por encima de la cabeza. Trato de sumergirme en las cosas buenas

de este momento. La risa resuena en la playa. El constante romper de las olas.

El sabor de la sal y el olor a humo cuando el fuego se inicia. Estoy demasiado

lejos para sentir el calor de las llamas, pero la manta y la arena están calientes

por haber estado bajo los rayos del sol toda la tarde.

Estoy relajada.

Estoy contenta.

No pensaré en proyectos de biología.

No pensaré en matones sin carácter.

Ni siquiera pensaré en Quint Erickson.

Dejo salir una larga y lenta exhalación. Leí en algún sitio que la meditación

habitual puede ayudar a afinar tu enfoque, haciéndote más eficiente y

productiva a lo largo del tiempo. He estado tratando de practicar la meditación

desde entonces. Parece que sería muy fácil. Inhalar. Exhalar. Mantén tu enfoque

centrándote en tus respiraciones.

Pero siempre hay pensamientos que invaden la serenidad. Siempre hay

distracciones.

Como ahora mismo, y ese aterrador chillido que de repente corta al otro lado

de la playa.


Me siento sobre mis codos. Jackson lleva a Serena McGinney hacia el agua.

Se está riendo con la cabeza inclinada mientras que Serena pelea y lucha contra

él.

Ahora me siento más completamente, mi frente tensa. Todo el mundo sabe

que Serena tiene miedo del agua. Se hizo de conocimiento público cuando se

negó a participar en la clase de natación obligatoria en noveno grado, incluso

llegando a traer una nota de sus padres que la excusan de cualquier actividad en

la piscina. Ella no sólo tiene una ligera aversión, como yo. Es una fobia total.

Sus gritos se intensifican cuando Jackson llega a la orilla del agua.

La está llevando en estilo de damisela, y hasta ahora ella ha estado agitando

sus brazos y piernas, tratando de escapar. Pero ahora ella se gira y agarra sus

brazos alrededor de su cuello, gritando, —¡No te atrevas, no te atrevas!

Mis ojos se estrechan. Escucho a uno de sus amigos gritar ― ¡Sumérgela!

¡Hazlo!

Trago saliva. No creo que lo haga, pero no estoy segura.

—¡Vamos, apenas es hasta el tobillo! —dice Jackson. Complaciendo a su

público.

Está claro que Serena no cree que sea gracioso. Ella se ha puesto

drásticamente pálida, y aunque sé que debe estar odiando a Jackson en este

momento, sus brazos están agarrando su cuello como una prensa. —Jackson

¡suéltame, no seas idiota! ¡Bájame!

—¿Bajarte? —dice— ¿Estás segura?

Sus amigos ahora lo están apoyando. Un cántico enfermizo. Hazlo. Hazlo.

Hazlo.

Me pongo de pie y me pongo las manos alrededor de la boca.

—¡Déjala en paz, Jackson!

Sus ojos se encuentran con los míos, y sé que he cometido un error. Es un

desafío ahora. ¿Lo hará o no lo hará?

Me pongo las manos en la cadera e intento transmitir a través de ella ósmosis

que, si tiene alguna dignidad, la dejará sola.


Se ríe de nuevo, un sonido casi cruel. Entonces, en un solo fluido

movimiento, libera las piernas de Serena y usa su mano para alcanzar . . . y

desenganchar sus brazos de su cuello. Mientras ella está todavía luchando por

envolver sus piernas alrededor de él, él la lanza tan lejos como puede.

Su grito atraviesa mis oídos. Sus amigos lo animan.

No es tan profundo, pero cuando ella cae de espaldas con una salpicadura, el

agua se acerca a su cuello. Se pone de pie y sale corriendo del agua, con el

vestido cubierto de arena y pegado a los muslos. —¡Imbécil! —grita,

empujando a Jackson en el estómago mientras pasa corriendo por delante de él.

Apenas se mueve, se comienza a quitar la arena que se quedó en su camisa.

—Oye, esto se limpia en seco, —dice, con una voz llena de diversión.

Serena se aleja como una tormenta, tratando de tirar de la falda húmeda de

sus caderas. Cuando pasa a mi lado, veo furiosas lágrimas creciendo en sus ojos.

Mis dientes están apretados cuando me vuelvo hacia Jackson. Sus brazos se

levantan victoriosos. No muy lejos, todavía hasta las rodillas en el agua, Ari lo

está observando con evidente confusión.

—Amigo, —dice Sonia Calizo, asqueada, pero lo suficientemente fuerte

como para que casi toda la playa pueda oír—, casi se ahoga cuando era una

niña.

Jackson se burla. —No se va a ahogar. Dios mío. Apenas hay un metro de

profundidad.

—¿No podías ver lo asustada que estaba? —dice Ari. Yo estoy sorprendida.

No es propio de Ari confrontar a nadie, mucho menos a un total extraño. Pero

también tiene un agudo sentido de la justicia, así que tal vez no debería

sorprenderme en absoluto.

De cualquier manera, Jackson la ignora. Su expresión sigue regodeándose,

sin ningún remordimiento.

Exhalo y mientras Jackson da un paso hacia la orilla, me lo imagino

tropezando y cayendo de cara en la arena. Imagino esas bonitas y caras prendas

suyas cubiertas de sal, agua y arena.

Aprieto mi puño.

Jackson da otro paso y contengo la respiración, esperando.


No pasa nada. No se tropieza. No se cae.

Mis hombros se hunden. Me siento tonta por haber esperado algo, incluso por

un segundo, que las coincidencias de las últimas veinticuatro horas podrían

haber sido causadas por mí. Cómo por alguna razón cósmica . . . ¿retribución

que me ha dado el universo?

Sí, claro.

Aun así, la decepción se estrella sobre mí como una ola.

Como . . . como esa ola.

La risa de los amigos de Jackson se detiene cuando lo notan también. Una

ola, una de las más grandes que he visto nunca, se levanta detrás Jackson,

enmarcándolo bajo su espumosa corona.

Viendo las expresiones de sus amigos, se vuelve. Demasiado tarde. La ola lo

golpea, lo derriba. No se detiene ahí. Las tormentas de agua en la playa, mojan

las piernas de sus amigos y les llega hasta sus toallas y sillas, barriendo latas de

cerveza a su paso.

La ola sigue viniendo. Se dirige directamente hacia mí.

Mi mandíbula está floja. Ni siquiera se me pasa por la cabeza moverme

mientras veo cómo se rompe la ola. La espuma se enrosca en sí misma. Los

últimos vestigios de la fuerza de la ola comienzan a disminuir, por una ráfaga

de agua a un arrastre constante.

La orilla del agua, besada con espuma blanca, llega a una pulgada de mis

dedos y el borde de la funda de la guitarra de Ari. Se detiene, pareciendo dudar

por un breve momento, antes de volver al mar otra vez.

Sigo su curso, aturdida. Cuando miro hacia arriba, veo a Ari a los ojos. Se ve

igual de desconcertada, tal vez más. Porque lo más extraño no es que el agua

haya llegado tan lejos cerca de mí y sin embargo me dejó intacta. Lo más

extraño es que Ari estaba de pie tan cerca de Jackson, pero la ola la omitió por

completo.

De hecho, a pesar del enorme tamaño de la ola, las únicas personas que tocó

fueron a Jackson y sus amigos.


Mi cerebro tarda un minuto en ponerse al día con lo que acaba de pasar. Para

que la incredulidad se desmorone lentamente y se desvanezca para luego

reconstruirse en algo, bueno, casi creíble.

Mi mano se abre y flexiono los dedos, percibiendo cada articulación. Mi

palma está caliente. Mis nudillos se sienten tensos, como si hubieran estado

apretados durante horas, en lugar de sólo unos segundos.

A mi alrededor, la gente está gritando de la risa. Es histérico, ver a Jackson

levantarse de las olas. Está empapado de pies a cabeza. Su ropa se le pega como

una segunda piel, enyesada con arena fangosa. Un hilo de algas cuelga de su

hombro. Su cabello está enmarañado hasta la frente.

Su cara no tiene precio.

—¡Ja! —grita una chica—. ¡El karma es una perra!

Parpadeo y giro la cabeza. Es Serena. Su ropa también sigue mojada, pero

todo signo de lágrimas en su rostro se ha desvanecido. Está radiante. El color

ha vuelto a sus mejillas.

Karma.

Karma instantáneo.

—Santa mierda, —respiro cuando algo de esto empieza a tener sentido. Más

o menos. ¿Tiene esto sentido? ¿Puede ser esto real?

Considero la evidencia.

El accidente de coche.

El jugo de tomate derramado.

El Sr. Chávez mordiéndose el labio.


La heladería. Los turistas en el paseo marítimo. El empleado grosero en el

puesto de pescado y patatas fritas . . .

Y ahora esto. Una ola que vino de la nada, estrellándose sólo contra Jackson

y sus amigos imbéciles, incluso en esta playa tan concurrida.

Seguramente no puede ser una coincidencia. No todo, de todas formas.

Pero y si no es una coincidencia, entonces, ¿qué es?

La letra de John Lennon resuena en mi cabeza. Las murmuro en voz baja, mi

respiración casi nula, Instant karma’s gonna get you, gonna knock you right on

the head . . . 12

Me toco la parte de atrás de mi cabeza, donde todavía puedo sentir un

pequeño y doloroso bulto, por la caída. Repaso los acontecimientos de la noche

anterior. Viendo a Quint y a su amiga. Como esos tipos interrumpieron a Ari

mientras ella cantaba. Nuestra conversación sobre el karma. Cuando me llaman

por mi nombre, aunque hayan admitido que nadie lo hizo. Cantando y bailando.

Quint me lanza una mirada de desconcierto. Me resbalo por la cerveza

derramada en el suelo. Golpeando mi cabeza . . .

Si no es coincidencia, entonces eso significa que, de alguna manera, por

alguna razón . . . he sido yo. He estado causando estas cosas. Les he estado . . .

imponiendo karma instantáneo a las personas.

—¿Pru? ¿Estás bien?

Mi atención se eleva para ver a Ari paseando por la arena. Agarra una toalla

del respaldo de una de las sillas de playa y la envuelve alrededor de su cintura.

Ya está mayormente seca, aunque la arena se le pega a los tobillos.

—Sí, —digo, mi estómago revoloteando—. Eso fue raro, ¿verdad?

Se ríe. —Muy raro. Pero a la vez perfecto. ¿Siempre es así?

—Bastante. Jackson siempre ha sido un pesado. Es bueno ver que tiene su

merecido, por una sola vez. —Me inclino hacia ella, bajando la voz—. Te

apuesto lo que sea a que esa camisa cuesta un par de cientos de dólares. Intentará

actuar con calma, pero créeme, esto lo está matando.

12

Canción de Jonh Lenon que traducida seria: El karma instantáneo te va a atrapar, te va a golpear justo en

la cabeza . . .


Ari deja caer la toalla y se sienta en ella, saca un refresco de la pequeña nevera

que trajimos. Abre la lengüeta, y luego sostiene la lata hacia el agua, como en

un brindis. —Buen trabajo, océano. —Luego mira a su alrededor—. Sólo espero

que esa chica esté bien.

No respondo. Estoy distraída, mirando las toallas, las mantas y como las sillas

de la playa se han apoderado de la orilla. Estoy distraída por Jackson, que usa

la esquina de una toalla para sacar agua de sus oídos.

—Vuelvo enseguida. —Me doy la vuelta y camino por la arena, buscando

soledad a lo largo del camino lleno de piedras. Es demasiado pronto para que

las infames sesiones de besuqueo hayan comenzado, y resultó fácil para mí

encontrar un hueco vacío entre las altas rocas. Me apoyo en una y presiono mi

mano contra mi pecho. Mi corazón se acelera bajo mi piel.

—Esto es sólo una ilusión, —susurro—. Un cuento de hadas. Traído por el

estrés de fin de año, y todas esas fantasías de querer castigar a la gente cuando

se lo merecen, y . . . tal vez una ligera conmoción cerebral.

A pesar de mis palabras racionales, mi cerebro dispara una serie de

contraargumentos. La canción. El accidente de coche. La ola.

Pero cada vez que pienso, —que tal vez fui yo—, me castigo a mí misma

¿Realmente estoy considerando la posibilidad de que por haber cantado una

canción de karaoke ahora tengo . . . qué? ¿Poderes mágicos? ¿Algún tipo de

regalo cósmico? ¿La completamente absurda habilidad de otorgar la justicia del

universo?

—Coincidencias, —repito, comenzando a caminar. La arena se mete en mis

sandalias y me las quito de una patada. Avanzo de un lado a otro entre las

rocas—. Eso es todo lo que es. Un montón de extrañas coincidencias.

Pero . . .

Hago una pausa.

Demasiadas coincidencias tienen que significar algo.

Me aparto el pelo de la cara con ambas manos. Necesito estar segura.

Necesito pruebas.

Necesito ver si puedo hacerlo de nuevo, a propósito esta vez.


Me asomo a través de un hueco que hay en unas rocas, me muerdo el labio

inferior y observo a las personas en la playa. No estoy segura de lo que estoy

buscando. Inspiración, supongo. Alguien aquí debe merecer un castigo por

algo.

Mi mirada se posa en nada menos que en Quint. Está ayudando a algunos de

nuestros compañeros a montar una red de voleibol.

Ja. Perfecto. Si alguien merece una retribución cósmica por su

comportamiento este año, es definitivamente Quint Erickson.

Pienso en todas las veces que llegó tarde. Todas las veces que se retrasó.

Cómo me dejó sola para que me valiera por mí misma el día de la presentación.

Cómo se niega rotundamente a ayudarme a rehacer nuestro proyecto del

semestre.

Aprieto mi puño con fuerza.

Y espero.

—Hola, Quint, —dice una chica de nuestra clase, cuando se acerca a él. Me

animo. ¿Qué es lo que va a hacer? ¿Abofetearlo por un misterioso melodrama

que no conozco?

—¿Cómo va todo? —dice Quint, devolviéndole la sonrisa.

—Bien. Traje algunas galletas caseras. ¿Quieres una? —Ella sostiene una

lata.

—Diablos, sí, quiero una, —dice, y toma una galleta—. Gracias.

—Por supuesto. —Ella le sonríe antes de alejarse.

Estoy atónita.

Quiero decir, supongo que la galleta podría estar envenenada. Pero lo dudo.

Quint devora la galleta, y luego termina de clavar la red.

Sigo observando por otro minuto, totalmente confundida. Pronto se hace

evidente que nada horrible está a punto de ocurrirle a Quint. De hecho, una vez

que comienza el juego de voleibol, anota el primer punto para su equipo,

recibiendo una ronda de "whoops" y "chocadas de cinco".

Haciendo pucheros, finalmente relajo mi puño.


—Bien. Hay eso, —murmuro. La decepción es difícil de tragar, pero no estoy

segura de sí estoy más decepcionada del universo, o de mí misma, por casi creer

algo tan absurdo.

Relajo mis hombros, Ya es suficiente. Voy a pasar el resto de la noche

leyendo el libro que traje, comiendo s'mores, escuchando a Ari mientras intenta

armar la progresión de acordes correcta para su nueva canción. Me voy a relajar.

Agarro mis zapatos y empiezo a ponérmelos de nuevo.

—Por favor. Es tan nerd. Sabes que juega a Calabozos y Dragones, ¿verdad?

Me congelo. No tengo que mirar para saber que es Janine Ewing, su voz llega

fácilmente a este pequeño rincón. No puedo verla, o con quién está hablando,

pero sólo hay unos pocos chicos de los que podría estar hablando. Jude y sus

amigos, —Matt y César, también de segundo año, o Russell, un estudiante de

primer año que se unió a su grupo hace unos meses.

—¿En serio? —Dice otra voz femenina. ¿Katie?— ¿Ese extraño aun juega a

esos juegos de roll de los ochenta? ¿Que esos niños se creen los de stranger

things? 13

—Eso es, —dice Janine—. Es como . . . ¿En serio? ¿No tienes nada mejor

que hacer con tu tiempo?

Miro a través del hueco en las rocas para ver a Janine y Katie a pocos metros

del acantilado, recostadas en un surtido de toallas de playa con bikinis y gafas

de sol. Y . . . oh. Maya también está con ellas. Juntas, parecen un anuncio de

protección solar, y no de mala manera. Maya se parece especialmente a una

estrella de Hollywood. Es el tipo de chica que podría haber salido de un anuncio

de maquillaje. Piel oscura, bronceada por el sol, cabello negro, rizado y grueso

dejándoselo al natural, enmarcando su rostro, y un puñado de pecas que son tan

encantadoras que podrían inspirar sonetos enteros.

No es de extrañar que Jude no sea el único chico de la escuela que está

enamorado de ella.

—¿No es Demonios y Dragones una especie de juego de adoración al diablo?

―pregunta Katie.

13

Stranger Things: Serie de Netflix conocida por su nombre original


Pongo los ojos en blanco y, para el crédito de Maya, se desliza las gafas de

sol por la nariz y le da a Katie una mirada que sugiere que está de acuerdo

conmigo en lo innecesario que fue este comentario. —Calabozos y Dragones,

—dice—. Y estoy segura de que es un rumor iniciado por la misma gente que

pensaba que Harry Potter era malvado.

Y tengo que admitir que, aunque a menudo cuestiono la devoción sin sentido

de Jude por ella, Maya tiene sus momentos.

Ella vuelve a poner sus gafas en su sitio. —De todas formas. Déjalo. Me gusta

Jude.

Mis ojos se abren de par en par. Pausa. Rebobinar. ¿Le gusta Jude?

¿Quiere decir que a ella le gusta él?

Me mareo. Me esfuerzo para que mis oídos capten cada palabra que dicen. Si

pudiera ir a dónde Jude con pruebas empíricas de que sus sentimientos no son

no correspondidos después de todo, sería la ganadora del premio a la mejor

hermana del año.

—Por supuesto que te gusta, —dice Janine—. ¿A quién no? Es tan agradable.

—Tan agradable, —Katie está de acuerdo enfáticamente. Tan enfático que

casi suena como un insulto.

—Pero también es . . . —Janine se detiene. Le toma un largo momento

encontrar las palabras para regresar a la conversación—. Sólo, que, algo dentro

de ti te dice que es algo espeluznante.

Hago un sonido de burla. Jude no es espeluznante.

Me escondo detrás de la roca antes de que miren en mi dirección y me vean,

pero su conversación no vacila.

—A veces me mira fijamente, —reconoce Maya—. Solía pensar que era

halagador, pero . . . no lo sé. No quiero ser mala, pero uno pensaría que él

captaría la indirecta de que no estoy interesada, ¿verdad?

Me estremezco.

Demasiado para este plan.

—Se ve como una especie de obsesión, —añade Katie—. ¿Pero de una

manera dulce?


Vuelvo a mirar a través de las rocas, frunciendo el ceño. ¡Jude no está

obsesionado!

Al menos, no tan obsesionado.

Sólo está enamorado de ella. ¡No es un crimen! ¡Debería estar encantada de

haber llamado la atención de alguien tan amable y maravilloso como Jude!

—De nuevo, me gusta Jude, —dice Maya—. Pero me hace sentir un poco

culpable, saber cómo se siente cuando . . . bueno, nunca va a suceder.

—¡No tienes por qué sentirte culpable! —dice Janine—. No has hecho nada

malo.

—Sí, lo sé. Supongo que no es mi culpa que no esté interesada en él.

Katie la hace callar de repente, pero es con una risa casi cruel. —Shh, Maya,

Dios. Está justo ahí. Él te podría escuchar.

—¡Oh! —dice Maya, tapándose la boca con una mano—. No lo sabía.

Pero Janine sólo le da un codazo. —Oh, bueno. Tal vez entienda la indirecta.

Miro alrededor y veo pasar a Jude. Apenas alcanzo a ver su expresión cuando

se da la vuelta para volver a nuestro lugar en la playa, y no puedo decir si las ha

escuchado o no. No puedo decir si la oscuridad que atraviesa su rostro es

vergüenza, dolor . . . o si sólo son las sombras mientras el sol se hunde en el

horizonte.

En realidad no importa. Fue algo malo decirlo. Toda esa conversación parece

nacer de la crueldad, un diálogo innecesario destinado a burlarse de Jude, sin

otra razón que la de aumentar el inflado ego de Maya Livingstone.

Y que ella fuera mala con Jude, de todas las personas. Jude que es paciente,

reflexivo, amado por todos. Que no tiene enemigos. Que puede entrar en

cualquier conversación, sentarse en cualquier mesa para el almuerzo, asistir a

cualquier fiesta.

Y sí, tal vez juega D&D los fines de semana, y lee libros con dragones en las

portadas, y estaba legítimamente emocionado de ir a su primera Feria del

Renacimiento el verano pasado. Incluso llevaba una túnica y, en mi opinión,

también se veía muy caballeroso en ella. Pero odio pensar lo que Maya o sus

amigas dirían si alguna vez vieran las fotos.


Miro fijamente la parte superior de su cabeza como si tuviera dagas colgando.

¿Cómo se atreve a hacerle daño de esa manera?

Mi puño se cierra.

Esta vez, lo siento. La más pequeña, casi imperceptible sacudida en la base

de mi estómago. Como la sacudida de tus entrañas cuando haces un salto mortal

bajo el agua, pero más sutil.

Excepto que, aun así, no pasa nada.

Espero. Y espero.

El sol desaparece, proyectando el cielo en tonos violetas. Las primeras

estrellas comienzan a parpadear y a brillar. Los acantilados se iluminan con

destellos de naranja brillante de la hoguera.

Maya se sienta y alcanza el largo suéter junto a su toalla. La veo pasar sus

brazos por las mangas. Me siento amargada, y más que un poco molesta. Con

ella. Conmigo misma. Con el universo.

Suspiro y finalmente dejo la seguridad de mi refugio. Ya es suficiente. No he

heredado ningún poder mágico para restaurar el equilibrio del universo. Para

castigar a los malvados y a los indignos.

Es hora de seguir adelante.

Jude y Ari están en nuestras mantas compartidas. Ari está tocando algo en su

guitarra y un puñado de gente se ha parado a escuchar, algunos de ellos se

sentaron en la arena formando un pequeño círculo alrededor de ella. Pero Jude

está mirando hacia las olas, su postura es hosca. No tengo que verle la cara para

saber que está inquieto. Debe haber oído a Maya después de todo.

Hace que me enoje otra vez.

Empiezo a caminar hacia dónde están ellos, cuando escucho un grito. Un

sonido horrible y sobresaltado.

— ¡No! No, no, no. No puede ser.

Me doy la vuelta lentamente. Maya está de rodillas, cavando frenéticamente

en la arena.

—¿Qué? —dice Katie, retrocediendo mientras Maya levanta el borde de su

toalla—. ¿Qué es?


—Mi pendiente, —dice Maya—. ¡He perdido un pendiente! ¡Deja de mirar

y ayúdame a buscar!

Sus amigas todavía parecen un poco desconcertadas, pero no discuten. Las

tres pronto están arraigadas en la arena. De vez en cuando Maya se detiene para

palpar su oreja, luego revisa su suéter y se revisa el cabello. Pronto se hace

evidente que su búsqueda es en vano.

Una sonrisa se extiende por mis labios, y creo que he entendido algo.

Karma instantáneo.

Tal vez tiene que ser instantáneo. Una retribución inmediata por un delito.

No le pasó nada a Quint porque nuestra pelea había sido hace horas.

Pero Maya estaba siendo mala ahora.

Su expresión está dolorida, incluso bordeando a las lágrimas, para cuando

deja de buscar, y no siento ni la más mínima pena. Su pendiente podría haber

sido elegante y costoso. Puedo ver su pareja colgando de su otra oreja. Es un

pendiente en forma de gota, con una sola piedra en el centro de su diseño que

creo que podría ser un diamante. Tal vez pertenezcan a su madre, y se enojará

porque haya perdido el otro, O tal vez fue alguna sortija que le regalaron como

premio para conmemorar uno de los muchos logros de Maya— "Estudiante de

la semana" o "¡He donado sangre!" o algo así. No me importa. Ella hirió a mi

hermano, y merece pagar el precio.

Saltando de alegría, empiezo a caminar otra vez a dónde están mis amigos,

Hay un nuevo alboroto en mi paso. Me hormiguean los dedos, como si este

inesperado poder cósmico se arremolinara en mis venas.

Estoy tan distraída que casi no noto que la pelota de voleibol se dirige hacia

mí. Recobro el instinto y me agacho, gritando.

Una figura emerge en mi periferia, golpeando el balón y enviándolo de vuelta

a la red.

Miro hacia arriba, parpadeando, aun con los brazos protegiendo mi cabeza.

Los labios de Quint están apretados en una pequeña risa, y sus ojos bailan.

Está claro que hace todo lo posible para no reírse de mí. — ¿Qué creías que era,

un tiburón?


Dejo caer mis brazos a los lados. Intento reclamar mi dignidad de la mejor

manera posible, con un desdén palpable. —Estaba distraída, —digo, mirándolo

fijamente—. Me asusté.

Deja escapar una pequeña risita. —Necesitamos otro jugador. ¿No crees que

te interesaría?

Suelto una carcajada. Si hay un deporte al que estoy naturalmente dotada, aún

no he descubierto cuál es. Y definitivamente nada que nos hagan jugar en la

clase de gimnasia. —Ni siquiera un poquito. Pero gracias por . . . eso.

—¿Por rescatarte? —Dice, tan alto que cualquiera que esté cerca puede oírlo.

Se ve casi alegre—. ¿Podrías decirlo otra vez, pero más fuerte esta vez? —Se

inclina hacia mí, poniendo una mano alrededor de su oreja.

Mi mirada se profundiza.

—Adelante, —dice—. Creo que las palabras exactas que buscas son, Gracias

por salvarme la vida, Quint. ¡Eres el mejor!

Me burlo. Entonces una idea me golpea y sonrío, doy un paso hacia él. Debió

ver algo preocupante en mi cara, porque inmediatamente dio un paso atrás. Su

mirada de diversión cambio a una de desconfianza.

—Te daré las gracias después de que aceptes rehacer ese proyecto de biología

conmigo.

Se queja.

Detrás de él, una chica grita, —¡Quint, vamos! Todavía estás jugando,

¿verdad?

—Sí, sí, —dice, agitando una mano despectiva hacia ella. Miro a la chica.

Ella me está mirando, su boca se ha fruncido hacia un lado.

No te preocupes, quiero decírselo. Es todo tuyo.

Quint empieza a caminar hacia atrás, hacia la red. Levanta un dedo,

apuntando directamente hacia mí. —La respuesta sigue siendo no, —dice—.

Pero aprecio tu persistencia. —Se da la vuelta y vuelve al juego.

Exhalo con fuerza. Valió la pena intentarlo.

—¡Hey!, Prudence, —llama una voz. Me lleva un segundo darme cuenta de

que es Ezra Kent, quien está parado del otro lado de la red de voleibol,


esperando que el juego se reanude. Una vez que tiene mi atención, inclina su

barbilla hacia algo que está detrás de mí—. ¿Quién es la chica sexy con la

guitarra?

Parpadeo, y miro alrededor. Por un segundo he olvidado lo que estoy

haciendo, o a dónde iba. Luego veo a Ari sentada con las piernas cruzadas en

nuestra manta, la guitarra la posó en su regazo, pero no está tocando. Está

hablando con gente de la escuela. Una chica que conozco está en una banda de

jazz y un par de mayores con los que nunca he hablado. Jude también está allí,

pero está sentado un poco apartado del grupo, todavía enfurruñado. Sus pies

desnudos están enterrados en la arena.

Me doy la vuelta y miro a Ezra con cautela. —Alguien que está fuera de tu

alcance.

Se frota las manos exageradamente. —Me gustan los desafíos.

Me muestra una sonrisa de satisfacción —Y a ella le gusta la integridad, así

que no pierdas el tiempo.

Se ríe. —Aw, hombre. Te voy a echar de menos este verano.

—Eso te convierte en uno de nosotros, —murmuro, poniendo los ojos en

blanco. Estoy a punto de irme cuando un pensamiento me golpea.

Vacilo, dando la vuelta justo cuando Quint se está preparando para jugar.

—Oye, ¿Quint?

Se detiene y me mira. Me acerco para poder bajar la voz y una de sus enormes

cejas se levanta, como si mi mera presencia fuera motivo de sospecha.

—Sabes, Jude es medio decente en el voleibol. Por si todavía quieres otro

jugador.

Eso podría ser una mentira. Pero puede que no lo sea. Mi hermano y yo no

hemos tenido clase de gimnasia juntos desde el sexto grado, así que

honestamente no tengo idea de lo bueno que es en el voleibol.

Quint mira por detrás de mí hombro, espiando a mi hermano. —Sí, genial.

¡Oye, Jude! ¿Quieres jugar?

Me voy, haciendo lo posible por parecer casual para que Jude no sepa que yo

planeé esta invitación. Pero funciona. Un par de segundos después, Jude está


corriendo por la playa. Me asiente con la cabeza, quizás dándose cuenta de que

es la primera vez que nos vemos desde que llegamos aquí.

—¿Te va bien, hermana? —Pregunta al pasar. Conozco el trasfondo de la

pregunta. El verdadero significado. No quería venir a esta fiesta en primer lugar.

Básicamente nos arrastró a Ari y a mí.

Pero pienso en la ola que se estrelló sobre Jackson y la voz de pánico de Maya

mientras buscaba su pendiente perdido y la pequeña multitud de gente que se

ha parado a escuchar a Ari y su guitarra, y de repente estoy sonriendo. Una

verdadera sonrisa. Una sonrisa ridícula, encantadora y absolutamente llena de

gracia.

—¿Honestamente? Me lo estoy pasando genial. —Inclino mi cabeza hacia el

juego de voleibol—. ¿Vas a jugar?

—Sí, lo intentaré. Tratare de no hacer el ridículo.

—Tú tienes esto. —Le doy un golpe alentador en el hombro y tomamos

caminos separados.

La arena bajo mis pasos se ha ido quitando mientras camino de vuelta hacia

Ari, sintiendo que todo el poder del universo está a mi alcance.


Me despierto temprano a la mañana siguiente, el olor a leña se aferra a mi

cabello, prueba de que la fiesta de la hoguera fue real. Que no fue un sueño.

Hay una voz lógica en mi cerebro que insiste en que todo esto de la justicia

kármica es sólo una ilusión, pero hago lo posible por callar esa voz.

Me acuesto en la cama pensando en todas las veces que me he sentido

frustrada por las injusticias de la vida. A los estudiantes que holgazanean y aun

así se las arreglan para ganarse la aprobación del profesor. Los matones que

nunca parecen ser descubiertos. Los imbéciles que suben a la cima de la clase

social.

Bueno, ya no. Al menos no en Fortuna Beach.

Hay un nuevo juez en la ciudad.

Estoy mareada cuando me levanto y sigo mi rutina habitual de arreglar la

cama, cepillarme los dientes y vestirme. El día se siente lleno de potencial. Mi

vida se siente llena de potencial.

Reviso el reloj, son las: 6:55 a.m. es el primer día de vacaciones de verano.

Estoy vestida y lista, con lápiz labial y todo, y, aun así, el resto de la casa sigue

durmiendo. Sé que debería estar exhausta, ya que Jude y yo no llegamos a casa

hasta después de medianoche, pero estoy muy despierta.

Me siento en el borde de mi cama y tamborileo mis dedos contra mis rodillas.

Por lo general, me encanta esta hora del día, cuando soy la única de mi familia

despierta. La serenidad y la soledad se sienten como un raro regalo que hay que

apreciar. Siempre que es posible durante el año escolar, trato de levantarme

temprano para poder lograr algunas cosas sin que mis padres o hermanas me

molesten, pero ahora siento que estoy en el limbo.

No hay tareas. No hay proyectos. Nada que hacer.


Miro a mi estantería, pensando que tal vez leeré un rato, pero sé que no podré

concentrarme.

Mis ojos se posan en la pila de carpetas y cuadernos que vacié de mi mochila

la noche anterior, todos acomodados ordenadamente en la esquina de mi

escritorio.

La carpeta de Quint está en la parte superior, ese folder desolado asomándose

desde la cubierta.

La recojo. Esa odiosa nota adhesiva me saluda y hago una mueca. No quiero

abrirla. Una gran parte de mí quiere romper este informe en pedacitos y tirarlo

por la ventana, pero eso sería tirar basura, así que no lo hago. Sin embargo, me

enfrento a algo casi parecido al miedo mientras llevo el informe a mi cama y

me acomodo en mis almohadas.

¿Miedo de qué? sin embargo, ¿Que podría haberme equivocado todo este

tiempo? Ese Quint, en un giro sorprendente para todos, ¿podría haber hecho un

buen trabajo? ¿Que las palabras de estas páginas estén bien escritas,

investigadas a fondo y sean totalmente brillantes? ¿Qué tal vez yo era el eslabón

débil de nuestra sociedad?

He vuelto a leer las palabras del Sr. Chávez, pero esta vez me centro en su

crítica a Quint. Una ejecución desordenada. Escritura desenfocada. Así que,

de acuerdo. Ahí está eso. Sé que no es una gran obra literaria. Sé que hay

defectos.

Y, aun así, su calificación está por encima del mío, por encima del nuestro.

Me armé de valor y abrí la carpeta.

Al principio, mientras leo el informe de Quint, me sorprende, incluso me

impresiona un poco. Las primeras observaciones son muy útiles y, bueno, la

primera impresión de su artículo no es en absoluto la que esperaba. En lugar de

usar la típica letra Times New Roman tamaño 12 a doble espacio que es estándar

en todos nuestros cursos, Quint ha diseñado el informe para que parezca como

un artículo de revista con dos columnas justificadas intercaladas con imágenes

de la vida silvestre y los hábitats marinos. Cada sección está dividida por un

título en negrita de color aguamarina, y los pie de foto están ordenados y

estilizados. Incluso incluyó un sutil pie de página beige en la parte inferior de

cada página: "Conservación marina a través del ecoturismo", de Prudence

Barnett y Quint Erickson.


El efecto en general es agradable. Con clase. Incluso profesional. No es para

nada lo que esperaba y siento un poco de arrepentimiento. ¿Cómo es que fue

capaz de hacer este tipo de calidad de trabajo todo este tiempo y yo no tenía ni

idea?

Y luego están las imágenes. Cada página tiene al menos una fotografía y son

tan impresionantes como horribles. Aves marinas empapadas de aceite negro.

Focas con cortes profundos a lo largo de sus costados. Leones marinos con

decenas de anzuelos atrapados en la piel. Nunca le he dado mucho crédito a la

idea de que una imagen vale más que mil palabras, pero tengo que admitir que

estas ilustraciones son muy efectivas. Mi estómago se retuerce cuando regreso

a la primera página.

Empiezo a leer el texto, y . . . mis opiniones empiezan a caer en picado.

Errores tipográficos. Errores ortográficos. Gestión de frases. Declaraciones

divagantes, casi incoherentes.

Horripilante. ¿Cómo pasó este tipo el noveno grado de inglés?

Las partes que puedo leer sin arrancarme los ojos y desear tener un lápiz rojo

en la mano son apasionadas, sin embargo, y sorprendentemente llenas de hechos

y estadísticas relevantes. Pasa mucho tiempo explicando cómo el

comportamiento humano ha afectado negativamente a nuestros ecosistemas

locales. Entra en detalles explícitos sobre la disminución de las poblaciones de

varias especies marinas y cómo están siendo impactadas por el desperdicio, la

contaminación y las prácticas de sobrepesca. Es mucho más de lo que yo habría

hecho. Después de todo, el informe es sobre el ecoturismo, no sobre el declive

medioambiental. Pero tengo que reconocerlo, hay mucha ciencia. Incluso

aprendo algunas cosas mientras leo, cosas que me hacen querer comprobar sus

fuentes y ver si son reales, incluyendo una serie de estadísticas que sugieren que

el ecoturismo en sí mismo, si no se vigila cuidadosamente, puede ser más

perjudicial que beneficioso para los mismos entornos que los visitantes esperan

conservar.

Mi estimación de Quint y su trabajo comienza a subir de nuevo, cuando

finalmente llego a la parte del documento sobre nuestras sugerencias para crear

una vibrante industria de ecoturismo en Fortuna Beach. Espero que el próximo

par de páginas me resulten familiares. Después de todo, esto es lo que

discutimos, en las pocas ocasiones en que el Sr. Chávez nos dio tiempo en clase

para trabajar en el proyecto juntos. Estoy deseando leer la versión de texto de


mi bien pensado plan. El resort. Las aventuras en el mar. Las fiestas de la playa.

Todas las cosas que harán que los turistas acudan en masa a Fortuna Beach en

nombre de la diversión, la exploración y una buena dosis de filantropía.

Excepto . . . que no hay nada de eso. No habla del complejo turístico. Deja

de lado mi brillante gama de excursiones en barco y de snorkel. ¡No hay ni una

palabra sobre el spa con tratamientos totalmente naturales y orgánicos!

En cambio, según Quint, los turistas vendrán a Fortuna Beach para . . . ser

voluntarios en un Centro de Rescate de Animales.

Gimo en voz alta y golpeo mi cabeza contra mi cabecera. Mi cráneo todavía

me duele, un recordatorio de mi caída la otra noche.

¿En serio? En todas nuestras conversaciones, Quint insistió en que nos

centráramos en el Centro de Rescate de Animales Marinos de Fortuna Beach.

Pensó que la gente que realmente se preocupaba por ayudar a nuestros océanos

le encantaría ir al Centro, a ayudar a cuidar de los animales, aprender acerca de

los que entran en la rehabilitación y descubrir cambios beneficiosos en el estilo

de vida que pueden hacer en un futuro.

Puse los ojos en blanco cada vez que lo mencionaba, al igual que ahora. ¿Por

qué nuestra comunidad pondría el dinero en la construcción de un Centro de

rehabilitación de animales cuando podemos tener un spa? ¡Queremos atraer a

millonarios, no a hippies!

Estoy echando humo mientras repaso los últimos párrafos y paso a la última

página. Al menos se molestó en incluir una bibliografía, aunque veo que no ha

acreditado las fuentes donde obtuvo la fotografía, lo cual es una blasfemia de

trabajo escolar en mi opinión.

Mi mirada se fija en una de las fuentes y me quedo quieta. A diferencia de

los otros listados, que son en su mayoría sitios web con un par de revistas y

libros, Quint ha incluido un tema de entrevista.

Rosa Erickson, fundadora y propietaria del Centro de Rescate de Animales

Marinos de Fortuna Beach. Entrevista realizada por Quint Erickson.

—Un momento, —murmuro, sentándome más derecha. —¿El centro de

rescate es un lugar real?

Cojo mi teléfono que está cargando en la mesita de noche y hago una

búsqueda rápida. Y ahí está . . . no es un sitio web oficial, sino un listado de


negocios con una dirección a un par de millas al norte del centro. Un poco más

de investigación y ese nombre también aparece. Rosa Erickson.

—¡Idiota! —Dejo caer el teléfono sobre las mantas, salgo de la cama y

empiezo a caminar. No sé si Rosa es la mamá, su tía o la abuela de Quint o qué

se yo, pero deben ser parientes. ¿Cómo pudo haber olvidado mencionar que este

centro de rescate en el que estaba tan decidido a incluir es un lugar real y

existente? ¿Y que tiene una conexión personal con él? Si hubiera sabido eso,

habría reelaborado por completo mi plan para el proyecto. Podríamos habernos

centrado en el impacto de los centros de rescate en una comunidad o hecho

algunas demostraciones prácticas del tipo de trabajo que hace el centro.

Podríamos haber invitado a esta tal Rosa para que viniera a hablar a la clase, o

tal vez incluso haber obtenido permiso para llevar a nuestros compañeros a una

increíble excursión.

¡Podríamos haber eliminado ese proyecto del parque!

¿Cómo pudo Quint mantener esto en secreto? Y, quizás más importante, ¿por

qué? ¿Por qué no me lo dijo?

Dejo de caminar y miro el informe con dagas de hielo. Lo había volteado

hacia el frente cuando salté de la cama, y ahí está esa nota adhesiva de nuevo.

Esa C, burlándose de mí.

Puedo entender mejor la nota del Sr. Chávez, al menos. No hay casi nada

entre mi modelo de calle y el documento de Quint que sugiera que éramos un

equipo, trabajando juntos en un proyecto cohesivo. Pero eso no es culpa mía, y

me niego a dejar que mi promedio de notas caiga porque Quint no se dignó a

ponerme al corriente de esta información tan relevante.

Cojo mi teléfono y compruebo la dirección del centro de rescate otra vez.

No me importa el Sr. Chávez y sus reglas. Voy a rehacer este proyecto y voy

a hacerlo tan brillante, que no tendrá otra opción que darme la calificación que

realmente merezco.


Papá está en la cocina, sentado en la mesa solo con una taza de café y el

último número de la revista Rolling Stone.

Él mira hacia arriba cuando entro, y luego mira la hora en el reloj de la cocina.

—¡Despierta antes de las ocho! ¿No estás en vacaciones de verano?

—Papá, ¿cuándo me has visto dormir después de pasadas las ocho en

vacaciones o de otro modo? —Deslizo una rebanada de pan en la tostadora. Hay

un nuevo montón de plátanos en la encimera, pero no me apetece jugar con la

licuadora esta mañana—. Tengo cosas que hacer, ya sabes.

—¿Las tienes? —Dice Papá, con una ligera risa—. No demasiado, espero.

Tu madre y yo tenemos algunas ideas de cómo puedes pasar tu tiempo este

verano.

Le frunzo el ceño, instantáneamente nerviosa. —¿Cómo qué?

—Bueno . . . —Utiliza una de esas tarjetas de suscripción para marcar su

lugar y cierra la revista—. Íbamos a esperar y discutir esto contigo en la cena,

pero ya que preguntaste pensamos que podría ser el momento para que tú y Jude

empiecen a ayudar en la tienda.

Lo miro fijamente. ¿Ayudar en la tienda?

¿La tienda de discos?

Los próximos tres meses pasan por mi mente, lleno de turistas despistados

que piensan que una tienda de vinilos de la vieja escuela es una novedad, y

también los odiosos "aficionados" a la música que le gusta despotricar sobre

cómo la música digital no tiene alma, frente a la gente que viene tratando de

vender la colección de su abuelo y no puede entender por qué sólo les pagamos

cincuenta centavos por una copia destartalada de Hotel California.

Miro a mi padre y sé que si comienzo a reír a carcajadas es la táctica

equivocada, así que en vez de eso digo simplemente, —Huh.

Eso es todo. Es todo lo que se me ocurre decir. Un Huh.


Mi padre, siente todo mi desinterés. Así que cambia su actitud de alegre y

esperanzado a castigador. —Es un negocio familiar, ¿sabes? Y eres parte de

esta familia.

—Sí, no, lo sé, —digo rápidamente—. Es sólo que . . . —Me entretengo,

buscando una excusa. Cualquier excusa. Cualquier excusa aparte de que no

tengo ningún deseo de pasar el verano detrás del mostrador de su sucia tienda

de discos, oliendo a naftalina y diciéndoles a los clientes habituales que, no, lo

siento, no hemos traído ningún nuevo hair metal 14 desde la semana pasada.

—Es sólo que . . . estaba . . . pensando en ser voluntaria, —me escucho decir.

Espera. ¿Qué?

Mi padre levanta una ceja y dice sarcásticamente, —¿Voluntaria? ¿Dónde?

¿En el paseo marítimo?

La indignación se enciende dentro de mi pecho. No puede ser tan

sorprendente que ofrezca mi tiempo a una causa digna. Durante toda la escuela

media fui tutora de un par de niños de jardín de infantes y de primer grado

después de la escuela, dos veces por semana, lo que significaba que me sentaba

y les leía libros ilustrados, pero, aun así. Creo en las buenas acciones y en la

caridad. Puede que no haya tenido mucho tiempo últimamente, pero la idea de

hacer algo filantrópico no debería levantar sospechas.

—No, no el paseo marítimo ―digo, burlándome de su consternación―. Es

este lugar llamado, umm, el Centro de Rescate de Fortuna Beach. Reciben

animales en apuros. Leones marinos y cosas así. Y los ayudan a mejorar. —Al

menos, asumo que eso es lo que hacen. He hojeado la mayoría de esas páginas

en el periódico de Quint y aún tengo una vaga noción del propósito de este

centro de rescate.

—Oh, —dice papá. Conozco ese oh. Puedo oír páginas de confusión escritas

en ese oh.

Oh, no me di cuenta de que te gustaban los animales. Oh, hace tanto tiempo

que no hablas de ningún tipo de voluntariado. Oh, pensé que planeabas pasar

todas tus vacaciones de verano con Ari, comiendo helado y contando los días

hasta que sea socialmente aceptable empezar a obsesionarse con las solicitudes

14

Hair metal: Es un género musical


de la universidad. (No antes del comienzo del tercer año, evidentemente, aunque

tengo una lista de control para cuando llegue el día.)

Pero papá no dice nada de eso. En su lugar, dice, —Nunca he oído hablar de

ello.

—No, yo tampoco. Un amigo me lo contó. —Me estremezco ante la idea de

que Quint sea un amigo, pero vuelvo a mi tostada, que acaba de estar lista, y me

concentro en untarla con mantequilla de cacahuete.

—¿Es para la escuela?

Dudo. —¿Más o menos? Y también, sólo . . . ya sabes. Pensé que sería bueno

hacer algo bueno para la comunidad, y por nuestros hábitats . . . locales . . .

marinos. —Dejé caer el cuchillo en el fregadero—. Pensé en ir allí hoy y ver si

podrían necesitarme. —Dudé, sonriendo con incertidumbre, antes de

preguntar—. ¿Está bien?

Sus cejas se fruncen en el medio. —Bueno —arrastra las palabras lentamente,

con incertidumbre. Puedo ver cómo se las está arreglando en su cabeza mientras

intenta determinar el mejor enfoque paternal. ¿Insistir en que su hija ayude en

el negocio familiar para construir una responsabilidad personal y una fuerte

ética de trabajo, o fomentar este inesperado interés en el altruismo y el bienestar

de los animales? Finalmente, se aclara la garganta—. Hagamos esto. Ve a hablar

con ellos hoy y mira si te parece bien, y yo hablaré con tu madre sobre ello, y

nos reuniremos de nuevo en la cena de esta noche. —Termina con un

asentimiento de satisfacción. Prácticamente puedo verle felicitándose por otro

dilema parental, conquistado. O, al menos, pospuesto hasta que mamá pueda

dar su opinión—. ¿Necesitas que te lleve?

—No, gracias. Iré en mi bicicleta. Está sólo a un par de millas de distancia.

Vuelve a asentir con la cabeza, pero luego parece reconsiderar algo. —Sabes,

Pru, antes estaba bromeando, sobre que pasaras tu tiempo en el paseo marítimo.

Has trabajado duro este año. Mereces relajarte durante tus vacaciones. Así que

. . . sé voluntaria en ese lugar de rescate o ven a pasar el rato en la tienda

conmigo o lo que sea que funcione. Pero no te olvides de salir y disfrutar del

sol a veces, también, ¿de acuerdo?

Me quedo mirándolo. Lo dice tan inocentemente, pero no puedo evitar sentir

que hay un pequeño ataque oculto en sus palabras. No trabajes tanto hasta el

punto de olvidar divertirte.


¿Por qué todos están tan preocupados de que no sepa cómo divertirme? ¿Para

relajarme? Sí, trabajo duro. Sí, creo en la practicidad y la eficiencia y en

sobresalir en las cosas que hago. ¿Qué hay de malo en eso?

Pero no lo digo. En su lugar, le doy a papá una sonrisa de oreja a oreja.

―Gracias por el consejo. Lo tendré en cuenta.

Lanza un suspiro. —Haz lo tuyo. —Vuelve a prestar atención a su café y a

su revista, disfrutando de sus últimos momentos de paz antes de que el resto de

mis hermanos empiecen a moverse.

Agarro mi tostada y salgo por la puerta. Aún no he decidido cómo me siento

con mi pequeña mentira piadosa cuando me pongo el casco de la bici y me meto

el último bocado de la tostada en la boca. Bajo ninguna circunstancia había

considerado ofrecer mis horas de verano en alguna organización sin fines de

lucro —al menos, asumo que el centro es sin fines de lucro, aunque eso no está

claro. De cualquier manera, si hubiera tenido la intención de ser voluntaria en

algún lugar, habría elegido algo como escribir boletines de noticias para nuestra

YMCA local o iniciar una pequeña biblioteca gratuita en la calle principal u

organizar la venta de pasteles para enviarle el dinero a algún niño en un país

empobrecido del tercer mundo para la escuela o . . . algo. ¿Pero no con las

tortugas marinas y las nutrias o lo que sea con lo que trabajan en este lugar?

Quiero decir, no tengo nada en contra de los animales marinos. Y necesito

arreglar nuestro proyecto para el Sr. Chávez, y esta parece una forma segura de

hacerlo.

Pero aun así. No es exactamente algo que me llene el corazón.

Tal vez, si las cosas no salen bien hoy, pueda idear un plan B. Encontrar

alguna otra organización en la que pueda ofrecer mi tiempo como voluntaria —

algo que se ajuste más a mis intereses— y decirles a mis padres que he habido

un cambio de planes.

Sería divertido organizar una pequeña biblioteca gratuita . . .

Hago una pausa, frunciendo el ceño ante este pensamiento. Algo me dice que

muy pocas personas estarían de acuerdo con este sentimiento. ¿Es posible que

mi idea de actividades divertidas, relajantes y placenteras esté realmente tan

lejos de la de los demás?

¿Entonces eso significa que algo anda mal conmigo o con ellos?


Sacudo la cabeza. Lo que sea que decida sobre el voluntariado, al menos se

verá bien en las solicitudes de la universidad. Un verano en un centro de rescate

de animales marinos puede no haber sido el plan original, pero puedo ver cómo

tendrá beneficios a largo plazo. Me imagino todos los ensayos de aplicación que

podré escribir explicando cómo me las arreglé para hacer del mundo un lugar

mejor a través de mi dedicación desinteresada. Mi futuro currículum estará un

paso por encima del de otros candidatos por haber pasado una parte de mi

tiempo en tan impresionante servicio.

Esto es bueno, me digo a mí misma repetidamente, mientras mis piernas

bombean contra los pedales de la bicicleta.

Esto es para bien.

De todas formas, es mejor que pasar un verano en la tienda de discos.

El viento salado es refrescante contra mis mejillas, soplando a través de mi

pelo. La mañana es cálida pero agradable. Paso a un montón de gente paseando

a sus perros, e incluso algunos niños chapoteando en los aspersores de su césped

delantero. Paso a un anciano cortando el césped y a un grupo de pintores de

casas montando andamios. Paso a más gente en bicicleta —algunos en traje,

otros en traje de baño. Nos regalamos sonrisas amigables.

Me detengo fuera de una tienda, esperando a que cambie el semáforo. El auto

a mi lado tiene las ventanillas bajadas y sonrío cuando suena "Good Day

Sunshine" por sus parlantes. Toco el manillar con los dedos, tarareando. Incluso

me imagino cantando esta canción en la noche de karaoke, —si volvemos para

la noche de karaoke.

Dejando a un lado los abucheos y las bebidas derramadas, fue divertido.

Sigo distraída, pensando que tal vez consideraría hacer un dúo con Ari,

cuando el semáforo para cruzar el tráfico se pone en amarillo. Ajusto los

pedales, preparándome para seguir, cuando miro hacia el estacionamiento de la

tienda en la que paré. Un brillante todoterreno está entrando en un

aparcamiento.

Mis ojos se estrechan como rayos láser.

Es el lugar de estacionamiento para discapacitados. Pero no hay ninguna

figura en su matrícula que indique que lo puede usar, ni ninguna etiqueta

colgando del espejo retrovisor.


Giro la rueda delantera de mi bicicleta hacia la acera. Examino el coche más

a fondo a medida que me acerco, buscando cualquier señal de que podrían

merecer este codiciado lugar justo al lado de la entrada. Ese lugar que se supone

que es usado sólo por aquellos que realmente lo necesitan.

La puerta del lado del conductor se abre y veo como un hombre de mediana

edad sale y se apresura a entrar en la tienda. Hasta donde puedo decir, no tiene

una discapacidad. Ni siquiera una cojera.

Y no hay ningún pasajero.

Sacudo la cabeza con disgusto. ¿Quién se cree que es? ¡Alguien que

realmente necesita ese lugar podría aparecer en cualquier momento! ¿Va a hacer

que una pobre abuela anciana luche por el aparcamiento con su andador o su

bastón?

Primero muevo mis dedos, sintiendo la sangre bombeando en ellos. Hay un

momento en el que creo, —me estoy engañando a mí misma, Prudence― esto

no va a funcionar.

Pero ignoro la duda y aprieto mi mano con fuerza.

En el momento en que lo hago, una gaviota vuela por encima y deja una

perfecta mancha blanca de excrementos en el parabrisas del todoterreno, justo

en la vista del conductor.

Se me escapa una sorpresiva risa, y me tapo la boca con la mano, justo en el

blanco.

El hombre sale de la tienda un segundo después, llevando nada más que una

bebida energética. Echa un vistazo a su coche y maldice.

Giro mi bicicleta y vuelvo a la calle, con todo mi cuerpo hormigueando de

satisfacción.

El paseo se vuelve más interesante después de eso. Soy como un radar,

buscando las injusticias del mundo. Mi nuevo poder se mueve en los extremos

de mis dedos, listo para ser liberado. Estoy hambrienta de otra oportunidad de

entrar en acción, y las oportunidades de repente están en todas partes.


Me cruzo con un par de chicos en edad de escuela media mientras abusan de

la máquina expendedora fuera de Ike’s Grocery.

Aprieto mi puño y sus refrescos robados les explotan en la cara.

Veo a una niña pequeña tirando piedras a una ardilla. Un segundo después se

golpea el dedo del pie y sale corriendo a llorarle a su madre.

Veo a un hombre en una parada de autobús diciéndole cosas inapropiadas a

una mujer que pasa corriendo. Ella lo ignora, y lo mira con cara de acero.

Cuando se inclina hacia delante para admirar su trasero, mi regalo es una costura

abierta en sus vaqueros y en su propio trasero.

Estoy en llamas. Estoy temblando de alegría. Estoy en un viaje de poder total

y lo sé, no había pedido este regalo, así que me imagino que debí haber hecho

algo para merecerlo.

Estoy a pocas cuadras del centro de rescate cuando paso por un cartel que

probablemente he pasado cientos de veces sin prestarle mucha atención.

Excepto que ahora hay una escalera apoyada en ella, y una persona de pie en la

plataforma, vestida con una sudadera holgada y un gorro verde, sosteniendo una

lata de pintura en aerosol. Paro mi bicicleta, un poco aturdida al pensar que

alguien se atrevería a destrozar una valla publicitaria a plena luz del día como

esta.

La valla publicitaria es un anuncio de Blue's Burgers, un lugar que se ha

convertido en un alimento básico en nuestra comunidad desde los años 60. A la

derecha de la enorme imagen hay un primer plano de una de sus hamburguesas

con queso, rebosante de pepinillos y lechuga y salsa especial cremosa. En el

fondo hay un pasto verde, con dos vacas con manchas blancas y negras,

pastando con satisfacción. El eslogan de Blue está impreso en burbujas de

dialogo sobre sus cabezas: SOMOS VACAS FELICES, ¡ASÍ QUE SERÁN

FELICES COMENSALES!

Pero el vándalo ha rociado una X sobre ese mensaje y está empezando a

garabatear algo sobre la foto de las vacas.


La indignación se enciende dentro de mí. Es un negocio de propiedad local.

Eso es propiedad pública. Y ahora alguien va a tener que limpiar esto o pagar

para que lo reemplacen.

Resoplo y aprieto el puño.

El vándalo busca un color diferente de pintura en aerosol y se resbala.

La escalera se sacude. Escucho un grito y me sorprendo al darme cuenta de

que es una mujer.

Entonces se cae.

Sucede en cámara lenta. Sus manos buscan la escalera y no encuentran nada.

Su cuerpo se desploma al menos tres metros hasta el suelo. Hay un trozo de

hierba y maleza, no de asfalto, pero, aun así —oigo el chasquido.

Mi intestino se retuerce, la bilis sube en mi boca por ese terrible ruido,

seguido de su grito de dolor.

Se le ha caído la gorra. Tiene el pelo negro y brillante recogido en dos moños

apretados detrás de las orejas.

Mi corazón tartamudea. Es Morgan, la amiga de Quint de la otra noche.

Dejo caer mi bicicleta contra un árbol y me preparo para cruzar la carretera

para ayudarla, pero un automóvil se ha detenido junto a la acera y una mujer ya

está corriendo, con teléfono celular en mano. —Dios mío, ¿estás bien?

¡Llamaré a una ambulancia!

Trago y doy un paso hacia atrás. Todavía me siento mal del estómago. El

sudor frío se ha acumulado en mi nuca y el casco de la bicicleta se siente muy

pesado, muy apretado. Ignoro la sensación y deslizo mi pierna sobre el asiento

de la bicicleta.

Giro y pedaleo tan rápido como puedo en el sentido contrario.


Voy a un parque cercano y me bajo de mi bicicleta antes de caerme en un

banco de madera. Arrancándome el casco, presiono mi frente contra mis manos.

Sigo viéndola una y otra vez. Ese momento en el que su pie se resbaló. Cuando

perdió el equilibrio. Cuando gritó y se cayó.

Yo lo hice. Yo lo hice.

Podría haberla matado.

Me lleva mucho tiempo antes de tranquilizarme. Mucho tiempo antes de que

mi corazón dejará de palpitar y pudiera pensar racionalmente en lo que acababa

de pasar.

Es un tiempo Aún más largo para que me convenza de que no, por supuesto

que no hice eso.

Los castigos que he estado repartiendo no han venido de mí. Puede que haya

pensado que algo debería pasarle a toda esa gente, pero el universo ha estado

decidiendo cuáles deberían ser esos castigos. Nunca habría hecho que alguien

se cayera de una escalera, ya sea que estuviera infringiendo la ley o no. Eso lo

hizo el universo.

Además, si alguien tiene la culpa, es la propia Morgan. Se puso en peligro al

subir allí. Probablemente no pensó en asegurarla. O tal vez es torpe por

naturaleza.

Además, se lo debe haber merecido. Ella estaba dañando a alguien más a

través de sus acciones. El sustento del dueño de un negocio local. La belleza de

nuestra pintoresca ciudad costera. Además, era tan arrogante cuando nos

conocimos en Encanto, la forma en que no dejaba de mirar su teléfono, incluso

cuando la gente actuaba.

El universo sabe lo que hace. Tiene que hacerlo. Es el universo.

Poco a poco, mis manos dejan de temblar.


Sé que intento justificar lo que pasó, pero ¿qué más puedo hacer? Tengo que

creer que el universo me respalda en esto.

Finalmente, después de unas cuantas respiraciones conscientes en las que

trato de exhalar toda mi energía negativa, me subo de nuevo a mi bicicleta.

Estoy más cerca del centro de rescate de lo que pensaba, y el resto del viaje

es simplemente bajar por una calle de dos carriles bordeada de árboles de ciprés

y arbustos de mora. No sólo no veo a nadie comportándose mal, sino que no

veo a nadie en absoluto. Es una calle tranquila, en la que creo que nunca he

estado. Está lo suficientemente lejos de la calle principal y de la playa como

para no atraer a los turistas. Puedo ver evidencia de un puñado de casas

escondidas entre los árboles, granjas con pollos, cabras y hectáreas de terrenos.

Casi paso por El Centro. En el último minuto aprieto el freno de mano y dejo

caer los pies en el pavimento.

No sé qué esperaba, pero el edificio no cumplía con mis expectativas. De

repente está claro por qué Quint no se molestó en incluir alguna foto en el

informe de este destino "turístico" de salvamento de animales del mundo real.

Supongo que había estado imaginando un acuario. Algo elegante y moderno,

con un gran número de aparcamientos para los autobuses llenos de niños que

llegan de excursión escolar. Me imaginaba un centro educativo, con placas que

exponían los delicados ecosistemas de nuestros océanos y cómo los humanos

pueden ayudar bebiendo menos agua embotellada y eligiendo comer pescado

capturado de forma sostenible. Había estado imaginando grandes tanques de

vidrio llenos de peces tropicales y el ocasional león marino rugiendo, o tal vez

incluso recintos gigantescos para ballenas y delfines. Y también una piscina de

mascotas en la que podrías deslizar tu nudillo por el rugoso lomo de una estrella

de mar o dejar que los erizos envuelvan sus agujas espinosas alrededor de tu

dedo.

Entonces me doy cuenta, cuando entro en el estacionamiento de grava, que

he estado imaginando el centro de conservación que sale en Buscando a Dory

de Pixar. Alta tecnología. Fantástica. Con mensajes educativos de Sigourney

Weaver 15 que se transmiten por los altavoces cada dos minutos. Lo cual podría

haber sido una expectativa poco realista. Después de todo, si Fortuna Beach

tuviera una institución como esa, lo habría sabido antes de hoy.

15

Susan Alexandra "Sigourney" Weaver actriz estadounidense.


Pero la realidad del Centro de Rescate de Animales Marinos de Fortuna

Beach es que... era pequeño. Y, al menos en el exterior, nada destacable.

El hedor a pescado muerto me golpeó antes de que dejara de pedalear. No

hay portabicicletas, así que la coloco contra una barandilla cerca de la entrada.

Me quito el casco, lo cuelgo del manillar y examino el pequeño edificio de dos

pisos. Es largo pero estrecho, con techo plano y paredes de hormigón. Muy

industrial. Muy utilitario. Muy poco acogedor. Al menos alguien ha hecho un

intento de iluminar la fachada con una capa de pintura color coral.

Dos camionetas blancas que están en el estacionamiento de grava tienen el

nombre y el número de teléfono del centro impreso en el costado, animando a

la gente a llamar si ven un animal varado o herido. Hay una pila de cajas contra

la valla, junto a una fila de cosas para perros, como las que se ven en la perrera.

Un par de cobertizos temporales de plástico están cerca, con las puertas cerradas

con candado. Puedo oír los ladridos, y me lleva un momento recordar que no

estoy en una perrera en absoluto. Deben ser las focas las que hacen el ruido, o

tal vez los leones marinos.

Por un momento, me pregunto qué estoy haciendo aquí. Tengo que escribir

un informe, —el mejor informe, algo que le gane al Sr. Chávez y a sus estúpidas

reglas, —y esta mañana estaba convencida de que este lugar era mi boleto para

hacer justamente eso. Me imagino la parte de Quint en el centro y rehacía mi

parte de la presentación para alinearla con el papel que escribió el. Si juego bien

mis cartas, podría incluso presentar el proyecto revisado sin que el Sr. Chávez

sepa que Quint no estaba involucrado. Porque... él de alguna manera está

involucrado. De una manera indirecta.

Creo que puedo hacer que funcione.

Vuelvo a estudiar el edificio, mi nariz se arruga cuando una nueva ráfaga de

mariscos en mal estado supera la primera ráfaga de sal y pescado.

Pero aún no me he comprometido a nada. Entraré y lo comprobaré, hablaré

con ellos, averiguaré quién es Rosa Erickson, y quién es ella para Quint, y

recogeré todo lo que pueda para utilizarlo en mi proyecto. Y entonces me iré de

aquí, nada más. En cuanto a lo que les diré a mis padres sobre mi nuevo puesto

de voluntario... bueno, cruzaré ese puente cuando llegue a él.

Me paso una capa de lápiz labial, aliso los pliegues de mi camisa y me dirijo

a la entrada, una puerta amarilla descolorida con una ranura de correo cerca del


fondo. Vacilo, preguntándome si debería llamar. Es un lugar de negocios, pero

hasta donde puedo decir, no está abierto al público.

Me adelanto y golpeo mis nudillos contra la puerta. Espero, pero todo lo que

oigo son los continuos gritos de cualquier animal marino que hace tanto ruido.

Después de unos segundos, reviso la perilla. Se abre y asomo la cabeza a una

pequeña habitación, que supongo que podría pasar por un vestíbulo, aunque es

más pequeña que mi dormitorio en casa. Una colección de moscas domésticas

zumba alrededor del único escritorio de madera que rebosa de papeles. Una

pared está cubierta de paneles de madera falsa, casi idénticos a los del sótano

que fue remodelado en los años 70. Hay una colección de fotografías

enmarcadas que muestran a hombres y mujeres sujetando mangueras y

empujando escobas y sonriendo a la cámara, o cogidos del brazo en la playa, o

examinando una tortuga marina en una mesa de metal.

En la pared opuesta hay una puerta abierta que conduce a un largo y estrecho

pasillo. Una rápida mirada me hace pensar en un establo de caballos, con una

serie de paredes bajas divididas en secciones, habitaciones separadas para los

animales. Pero en lugar de heno, este establo tiene suelo de linóleo y apesta a

pescado en lugar de fertilizante.

Al lado de la puerta hay un póster de una película enmarcada, el icónico

póster de la película Jaws 16 , y esas cosas.

Pero no, al examinarlo más de cerca veo que es una farsa. La cabeza del

tiburón gigante que se asoma desde las profundidades es en realidad una lancha

rápida gris vista desde arriba, y la niña nadadora ha sido reemplazada por un

tiburón de aspecto inofensivo. El título, Leyes, tiene un pie de foto: LOS

HUMANOS MATAN 11.400 TIBURONES POR HORA. LOS TIBURONES

MATAN 12 HUMANOS POR AÑO. PETICIÓN PARA CAMBIAR LAS

LEYES SOBRE LA MATANZA DE TIBURONES.

— ¿Por hora? —Murmuro. ¿Es posible que esa estadística sea real?

Tampoco puedo evitar estremecerme ante el segundo número. La idea de ser

atrapada en el océano por un gran blanco literalmente me ha mantenido

despierta por la noche, y nunca he visto Jaws.

16

Jaws: En español Fauces o Mandíbulas, es una película estadounidense de terror, suspense y aventuras de

1975.


Una sola hoja de papel blanco de oficina me llama la atención. Alguien ha

imprimido otro cartel de "Jaws" y lo ha pegado junto al cartel. Esta vez, el título

dice Pajitas, la nadadora ha sido reemplazada por una tortuga marina, y el

"monstruo" que sale de las profundidades para devorarla no es más que un

montón de pajitas de plástico en forma de cabeza de tiburón.

Me río. Eso es realmente muy inteligente.

El ladrido de los animales marinos aumenta repentinamente y me vuelvo

hacia una puerta trasera con mosquitera. Más allá hay un gran patio lleno de

vallas con cadenas y piscinas de plástico azul y.… bueno, he encontrado a los

ruidosos.

Me acerco al escritorio, con cuidado de no golpear las pilas de papel y me

acerco a la puerta mosquitera.

El patio no tiene tanques de lujo. No hay acuarios gigantes. Pero hay un

montón de focas. O tal vez leones marinos. ¿O nutrias? No lo sé, pero son

brillantes y relativamente lindos y se turnan para chapotear en las piscinas de

plástico o perseguirse unos a otros alrededor del hormigón que brilla con

charcos de agua por todas partes.

Me doy cuenta de que, mientras que algunas de las piscinas son pequeñas

piscinas de plástico para niños como las que compraría en la tienda de

variedades de la calle principal, hay otras piscinas más grandes construidas en

el suelo a lo largo del lado más alejado del patio. Una serie de toldos y tiendas

de campaña y lonas atadas a la parte superior de las vallas de enlace de cadena

ofrecen una sombra moteada cuando el sol se eleva por el lado del edificio. Unas

marañas de mangueras serpentean de plataforma en plataforma, y hay equipos

apilados en cada esquina: neveras y redes de piscina y cepillos de fregar y más

cubos de plástico de los que se ven en la ferretería local.

Una puerta se abre a mi derecha, haciéndome saltar. Dos mujeres, con

camisetas amarillas idénticas, emergen del extremo más alejado del edificio. Se

acercan a una de las piscinas para niños, que alberga a un animal solitario. El

animal observa a las mujeres acercarse, con sus bigotes moviéndose alrededor

de su nariz.

—¿Disculpen? —Digo, abriendo la puerta mosquitera. La puerta chirrea a su

paso.


Las mujeres giran hacia mí. Una de ellas parece tener la edad de mi madre,

con el pelo negro y recogido en una desordenada trenza. La otra es más mayor

y fornida, de unos 70 años, con el pelo blanco rizado en un moño y una hebra

de perlas alrededor del cuello que no van con la camiseta básica en absoluto.

— ¿Hola? —dice la mujer más joven—. ¿Puedo ayudarla?

—Sí, tal vez. Me llamo Prudence Barnett, y estoy haciendo un proyecto de

ecoturismo local. Esperaba aprender más sobre este centro. Lo que se hace aquí

y cómo se beneficia la vida silvestre local, y también a la comunidad. Tal vez

incluso podría... ¿ayudar? Como, ¿cómo voluntaria? Por unas horas... o hacerte

algunas preguntas, si no estás muy ¿ocupada?

La mujer mayor se ríe y se mete un portapapeles bajo el brazo. —Oh, cariño.

Siempre estamos ocupados. —Suspira y mira a la otra mujer—. Veré si puedo

desenterrar esos panfletos del año pasado para dártelos.

Pero la mujer de pelo oscuro la ignora. Sus ojos están en mí, su frente tensa. —

¿Dijiste que te llamas Prudence?

—Sí, señora. —Me atrevo a dar unos pasos lejos de la puerta. Miro la piscina

más cercana, que está detrás de una de las vallas. Los animales allí no parecen

notar que hay un extraño en medio de ellos. Eso, o simplemente no les importa.

—No tomaré demasiado de su...

—¿Vas al instituto Fortuna? —Interrumpe.

Hago una pausa. —Sí.

—Huh. —La mirada de la mujer se desliza sobre mí, de la cabeza a los pies,

pero no puedo decir lo que está tratando de evaluar—. Creo que podrías conocer

a mi hijo. Quint.

Me congelo. Mi expresión permanece neutral y profesional, pero por dentro

estoy conmocionada. ¿Esta es la madre de Quint? Y también... alguna vez ¿me

ha mencionado? ¿A su mamá?

Maldición. Sólo puedo imaginar todas las horribles acusaciones que me ha

lanzado. Si despotrica sobre mí la mitad de lo que yo he despotricado sobre él,

entonces va a ser una larga batalla cuesta arriba para estar en la lista buena de

esta mujer.


Considero brevemente la posibilidad de disculparme y excusarme para salir

corriendo, pero me mantengo firme. Mi sonrisa se ilumina, y trato de olvidar

que Quint y yo hemos sido enemigos mortales durante los últimos nueve meses.

Tal vez, sólo tal vez, todo lo que le dijo a su madre fue que éramos compañeros

de laboratorio, con la tarea de hacer nuestro proyecto de semestre juntos.

—Así es, —digo, con el tono más calmado posible—. Fuimos compañeros

de laboratorio este año en biología. ¿Tú debes ser Rosa?

—Sí. —dice ella. Parece un poco confundida—. Esta es nuestra gerente de la

oficina, Shauna.

Shauna me sonríe, con dos hoyuelos saliendo de su rostro. —Es un placer

conocer a una amiga de Quint. Me he estado preguntando cuándo empezaría a

traer chicas. Pensé que era sólo cuestión de tiempo.

Me río torpemente. Oh, si ella supiera. —Es un placer conocerlas a ambas.

— ¿Estás tomando clases de verano o algo así? —Pregunta Rosa.

—Oh, no. Yo sólo... —Hago una pausa. ¿Cuánto hay que decirle? —Sólo

estoy haciendo un poco de trabajo extra. Todo el mundo dice que debería dejar

de ser una superdotada, ¡pero no puedo evitarlo! Y.… bueno, la clase del Sr.

Chávez me dio una nueva apreciación de nuestra vida marina local. Me muero

por aprender más sobre esto.

Por primera vez, mi respuesta parece haber complacido a la madre de Quint.

—¿Sabes que no somos una instalación pública? —dice Shauna. Ella saca un

bolígrafo del portapapeles, golpeándolo contra unas páginas—. Pero seguro que

puedo ayudarte a programar una cita. Rosa, iré a revisar tu calendario de la

semana. —Se dirige al edificio, tarareando para sí misma.

—Lo siento, —le digo a Rosa—. No quise entrometerme. Si pudiera hacer

algunas preguntas sobre, digamos, los hábitats marinos locales, y tal vez, ¿cómo

el turismo impacta la vida de estos hermosos animales?

Rosa se ríe, pero le falta gracia. —Bueno, podría darte un montón de

información sobre eso, —dice con sequedad—. Pero Shauna tiene razón. Este

no es un buen día. Lo siento. Uno de mis voluntarios no apareció, y acabamos

de recuperar un león marino esta mañana, es la segunda vez que la traen, lo cual

es... —El gemido que hace está lleno de decepción. Pero entonces me da la

mano, dejando de lado su frustración—. No importa. Es una historia triste. ¿Tal


vez podamos programar una llamada telefónica? O aquí, te daré mi tarjeta y

tal vez podrías enviar tus preguntas por correo electrónico.

—Sí, —digo mientras Rosa pasa junto a mí en el vestíbulo. Empieza a

rebuscar en un cajón del escritorio—. Eso funcionaría. Sería genial, en realidad.

Encuentra una tarjeta y me la entrega, luego se retira, con dos dedos

presionando sus labios. Su ceño aprehensivo ha vuelto. —Sabes, —dice ella con

inseguridad—, Quint probablemente podría contarte tanto sobre este lugar

como yo. ¿Quizás podrías hablar con él?

Me río. No puedo evitarlo. Si está haciendo esta sugerencia, entonces no debe

saber los detalles de nuestra asociación menos que estelar después de todo.

—No, —digo, deseando poder arrebatar la risa tan pronto como salió—.

Quiero decir, estoy segura de que él... realmente creo que se verá mejor para mi

proyecto si puedo hablar con el... —Miro la tarjeta—. Propietario y director.

No, ya sabes, su hijo.

—Bueno, sea como sea, sé que tu profesor de biología apoya mucho el tiempo

de Quint aquí. Si decides volver, tal vez podamos hablar un poco sobre las

oportunidades de voluntariado que mencionaste. Honestamente, hace mucho

tiempo que no tenemos ayuda nueva, así que no estoy del todo segura de lo que

haría contigo. Pero con un poco de entrenamiento, sería bueno tener otro par de

manos.

—Bien, —digo, metiendo la tarjeta en mi bolsillo—. Voluntario. Sí. Siento

mucho que no haya nadie para... ¿entrenarme? Estoy segura de que eso requiere

mucho tiempo y esfuerzo. Sabes, probablemente debería dejarte volver al

trabajo. Pero seguro que te enviaré por correo electrónico algunas preguntas.

Gracias.

Sus ojos se arrugan en los bordes cuando sonríe, y es extraño cómo puede

parecer al mismo tiempo demasiado joven y demasiado vieja. Me encuentro

buscando un parecido con su hijo. Su pelo y su piel son más oscuros, y sus cejas

están razonablemente arregladas... aunque supongo que eso podría ser porque

se las arregla o por la genética. Es una mujer hermosa, y puedo ver vestigios de

su juventud. Creo que en algún momento se pareció más a Quint. Pero también

parece cansada, estresada. Como si hubiera un peso sobre sus hombros que no

se ha quitado en mucho tiempo.


Mientras que Quint emana una confianza despreocupada, como si no hubiera

nada en este mundo que pudiera preocuparle.

—Gracias por venir, —dice.

—Por supuesto. —Inclino la cabeza agradecida, retrocediendo hacia la

puerta—. Te dejaré...

Mi espalda se golpea contra algo y me tropiezo. Una mano me agarra el brazo

para estabilizarme.

Miro por encima del hombro y me congelo.

Él también, su mano sigue agarrando mi brazo.

—Oh. Quint, —digo, tratando de sonreír—. Vaya. ¡Qué pequeño es el

mundo!


— ¿P-Prudence? —Quint balbucea.

También lleva una camiseta amarilla, hasta ahora puedo ver el logo impreso

en el pecho. Las palabras FORTUNA BEACH SEA ANIMAL RESCUE

CENTER rodeadas por un anillo de tortugas, focas y delfines.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dije, aunque estoy observando fijamente la

respuesta.

Él trabaja aquí.

Pero eso significa que Quint Erickson tiene un trabajo. O, al menos, un

trabajo de voluntariado. Me pregunto si su madre le paga por estar aquí. De

alguna manera, esa idea parece más fácil de digerir. En cualquier caso, la total

falta de responsabilidad que mostró durante todo el año hace imposible imaginar

que mantenga su empleo por mucho más tiempo.

Tal vez su madre no ha tenido el corazón para despedirlo.

Quint levanta una ceja y su mano cae. Camina a mi alrededor, hacia el

vestíbulo, que de repente está abarrotado con los tres parados allí. —Trabajo

aquí, —dice. Luego sus ojos se entrecierran, primero con escepticismo y luego

en algo casi engreído—. Leíste el periódico, ¿no?

Cruzo los brazos. —Tal vez.

Ojalá su mamá no estuviera aquí para poder comenzar a gritarle de inmediato.

Todas mis molestias de la mañana regresaron. Cómo se volvió completamente

deshonesto en nuestro proyecto, sin siquiera molestarse en decirme la

información particularmente relevante y que podría haber sido útil que su madre

dirigía un Centro de Rescate de Animales.

—¿Y qué? ¿Viniste aquí para criticar mi ortografía?

—Ese no sería mi primer comentario, pero como lo mencionas... sabes que

Fortuna se escribe con una a, no con una e, ¿verdad?

Su mandíbula se aprieta. —Auto corrector—, dice vagamente.


—Corrección. —replico.

—¡Bien! —prácticamente grita—. Este fue un encuentro divertido. Gracias

por venir.

Su madre se aclara la garganta, atrayendo nuestras miradas hacia ella. Mira

expectante a Quint.

Sus hombros se encogen en algo parecido a una mueca, hace gestos perezosos

a su madre y a mí de regreso. —Mamá, esta es Prudence. Prudence, mi madre.

Creo que tal vez la he mencionado... una vez. O dos.

—Sí, en realidad nos conocimos hace unos minutos —dice Rosa. Ella me

sonríe—. Quint me ha dicho que estás excepcionalmente dedicada a tus tareas

escolares.

Quint parece casi incómodo con esta declaración. Ambos sabemos que

dedicada no es la palabra que usó para describirme. Mandona, tal vez. O

controladora. O imposible de complacer. Y si se siente cómodo maldiciendo

cuando está con su mamá, podría haber dicho cosas peores.

Estoy segura de que lo que sea que le haya dicho, definitivamente no fue algo

tan generoso como dedicada.

—¡Oh! —dice Rosa, sus ojos brillan repentinamente—. ¡Eso es! ¡Puedes

entrenarla!

Mi atención se centra en ella. —Espera, ¿qué?

—Es perfecto. Ya se conocen, han trabajado juntos... No sé por qué no se me

ocurrió antes —suspira y coloca un mechón suelto de su trenza detrás de la

oreja—. Mi cerebro está tan disperso estos días.

—Wow, wow —dice Quint, mirando de ella a mí y viceversa—. ¿De qué

estás hablando?

—Prudence —dice, señalándome—, vino hoy porque está haciendo un

trabajo extra para tu clase de ciencias, y quería obtener información de primera

mano, tal vez incluso pasar algún tiempo haciendo trabajo voluntario para

nosotros.

Quint me lanza una mirada, sonrío avergonzadamente de vuelta.


—Y no tengo tiempo para entrenar a nadie nuevo, pero sería bueno tener una

mano extra durante el verano. Entonces apareces y.… no sé. Parece un tanto

casual.

Quint enarca una ceja. —Crédito extra, ¿eh?

Me encojo de hombros. —Necesito subir ese grado de alguna manera.

—Oh, y Quint... —Rosa pone una mano en su hombro y su expresión se

desanima repentinamente—. Iba a enviarte un mensaje de texto cuando tuviera

un segundo, pero... bueno, Luna fue traída hoy. La encontraron en Devon's

Beach, horriblemente deshidratada.

Está claro que esta noticia está molestando a Quint. Sospecho que Luna es el

león marino que mencionó antes, pero me sorprende la reacción de Quint. Ni

siquiera intenta disfrazar su horror.

—¿Ella está…?

—Opal está con ella ahora. Está muy afectada. Sabes que estas primeras horas

son muy críticas...

Quint traga, luego asiente. —Ella peleará. Lo hizo la última vez.

Rosa, sin embargo, no parecía tan confiada. —Parece que todavía tiene

problemas para alimentarse. Estoy preocupada... —Hace un sonido en su

garganta, desesperada y angustiada—. Es posible que no seamos capaces de

rehabilitarla. Si se recupera, tendremos que considerar otras opciones. No lo sé.

Esperemos a ver qué averigua Opal.

Quint se pasa una mano por el cabello, haciendo que la parte delantera

sobresalga extrañamente por encima de su frente.

Un doloroso silencio cayó entre ellos.

Me acerco un poco. —Umm... ¿Quién es Luna?

Quint cierra los ojos, como si hubiera olvidado que yo estaba allí, o tal vez

solo esperaba que desapareciera mágicamente. —Nadie.

Pero Rosa responde —Es un león marino que fue encontrado varado en la

playa el año pasado. La tuvimos durante cinco meses y pensamos que estaba

lista para volver, así que la liberamos hace unas semanas. Pero... —Ella sacude

la cabeza—, la trajeron de nuevo esta mañana.


—¿Cómo sabes que es ella?

—Etiquetamos a todos nuestros animales, para poder rastrearlos incluso

después de que son devueltos al océano, —dice Rosa—. Y ella siempre fue una

de las favoritas de Quint. La reconocería incluso sin la etiqueta.

Quint le frunce el ceño, y luego vuelve su irritación hacia mí. —

Probablemente deberías irte —dice—. Tenemos cosas que hacer aquí, y estoy

seguro de que no tienes intención de ser voluntaria.

Me enderezo. —No sabes eso.

—Por favor. ¿Tú? ¿Trabajando con animales marinos?

—Quint... —dice Rosa en tono de advertencia, pero él la interrumpe.

—Es una idea terrible, mamá. Créeme. Morgan y yo podemos manejar bien

la alimentación y el lavado, especialmente ahora que estoy de descanso.

—Morgan no va a venir hoy —dice Rosa—. Tuvo un accidente esta mañana

y tuvo que ir al hospital.

—¿Hospital? —dice Quint

—Supongo que se rompió una pierna y estará fuera por algunas semanas, al

menos.

—¿Se rompió la pierna? ¿Cómo?

Rosa se encoge de hombros. —Dijo que estaba pintando y se cayó de una

escalera.

Mi corazón da un vuelco.

Espera. Morgan.

Oh, demonios.

—Vale, vale. —Quint agita las manos a su madre—. Yo me encargo. Ve a

ocuparte de las piscinas, empezaré con la comida.

—¿Y…? —Rosa inclina la cabeza hacia mí.

La voz de Quint se ensombrece. —Ya veremos.


Su madre debe saber que esto es todo lo que obtendrá de él ahora mismo,

también debe sentir la animosidad entre nosotros. Le lanza a Quint una sonrisa

de agradecimiento y vuelve a salir por la puerta. Veo a Shauna todavía afuera,

de pie junto a una de las piscinas y tomando notas en un portapapeles.

—Bueno —dice Quint, en el momento en que su madre no puede oír—.

Tengo mucho que hacer. Nos vemos, Prudence. ―Se vuelve para dirigirse por

el largo pasillo.

—¡Espera! —Le digo, siguiéndolo—. Voy a rehacer ese proyecto te guste o

no, así que no me iré de aquí hasta que tenga suficiente información basada en

la ciencia que pueda recopilar y diseñar el mejor plan de ecoturismo que el

estado de California haya visto.

Gira tan rápido que casi choco con él por segunda vez ese día. Sus gruesas

cejas están tensas, lo que hace que sus rasgos parezcan casi severos. Me

sorprende ver que está enfadado. No está irritado. No está ligeramente molesto.

Esta es la verdadera ira.

Quint Erickson no se enoja.

Doy un paso atrás, aunque no estoy orgullosa de ello.

—¿Alguna vez escuchas algo de lo que dicen los demás?

Pestañeo hacia él.

—En caso de que no estuvieras prestando atención, recibimos un nuevo

rescate hoy, lo que significa que mamá y la veterinaria ya tienen suficiente con

lo que lidiar. De repente nos queda poco personal, lo que me hace tener que

limpiar dos docenas de piscinas y alimentar casi un centenar de animales, tú y

yo sabemos que no viniste aquí hoy para poder tirar baldes de tripas de pescado.

Hago una mueca.

—Además de eso, el Sr. Chávez dejó muy claro que solo aceptaría revisiones

si son un esfuerzo de equipo, y no hay poder en el universo que pueda hacer que

pase un minuto más trabajando contigo.

Lo miro boquiabierta, sin palabras. Su respiración es irregular, sus mejillas

rojas. Es un lado de Quint que nunca había visto antes, me toma un segundo

darme cuenta de que no solo está enojado, aunque claramente he hecho algo

para molestarlo. No. Está estresado.


Relajado, sin-preocupaciones-en-el-mundo Quint Erickson se toma este

trabajo muy en serio.

Como no digo nada más, se da la vuelta y se va. Sus palabras resuenan a mi

alrededor. No hay poder en el universo...

Intento sacar mi propia ira. No puede simplemente alejarse. Tiene que

ayudarme con este proyecto. Al menos tiene que dejarme intentarlo.

Aprieto mi puño, tratando de invocar ese mismo poder, porque está

equivocado. Tal vez el universo podría persuadirlo de hacer este proyecto

conmigo. O al menos podría castigarlo por ser tan imbécil al respecto.

Me paro ahí, con los hombros tensos, el puño cerrado, y espero.

Hasta que...

Algo duro me golpea en la cabeza.

—¡Ay! —grito, dando vueltas. Una escoba de empuje que había estado

colgando de un par de clavijas en la pared un segundo antes de que se estrellara

contra el suelo. Me froto el lado de la cabeza donde me golpeó.

—¿Qué? —dice Quint. Me vuelvo para ver que ha dejado de caminar y me

mira frunciendo el ceño, como si pensara que podría haberme golpeado con la

escoba para llamar su atención.

Como si quisiera hacerlo.

—Esa escoba me acaba de atacar —digo.

Resopla, es un sonido burlón, y uno que encuentro claramente injusto.

Después de todo, sí me atacó. ¡Y me dolió!

Excepto que sé que no fue realmente la escoba. Fue algo mucho más grande.

¿Cuál es la gran idea, Universo?

—¿Debería llamar al médico? —pregunta.

Frunzo el ceño mientras recojo la escoba y la cuelgo de nuevo en las clavijas,

comprobando que está segura antes de alejarme precipitadamente. Cuando la

escoba no hace más movimientos bruscos, me enfrento de nuevo a Quint. —

Mira, sé que este último año ha sido miserable. No quiero rehacer este proyecto

más que tú. ¡Pero no puedo sacar una C!


—No es mi problema. —Empieza a girar de nuevo.

—¡Te haré un trato! —Prácticamente estoy gritando ahora.

Quint deja de caminar. Se masajea la frente. —No estoy interesado.

—Ayúdame con este informe. No mucho, sólo lo suficiente para demostrar

que lo hicimos juntos. Ya sabes, cuéntame más sobre el centro, y tal vez

podamos dedicar unos minutos a intercambiar ideas sobre cómo podemos

vincularlo al turismo local.

Pone los ojos en blanco. —Excelente. Una sesión de lluvia de ideas, mi

favorita.

—A cambio —digo, mi corazón se acelera—, trabajaré aquí durante... una

semana. Todos los días. Ni siquiera tienes que pagarme.

Me mira con recelo. —Sí, porque los voluntarios generalmente no reciben

pago. Lo sabes, ¿verdad?

Me estremezco. —Por supuesto que lo sé. Sólo digo que... estás corto de

personal, estás abrumado.

—No estoy abrumado.

—Tu madre parece estarlo.

A esto, no discute.

Pongo una mano en mi pecho. —Estoy aquí, puedo trabajar. Sabes que tengo

una fuerte ética de trabajo. Puedo —me preparo—. tirar tripas de pescado o lo

que necesites.

Me mira y, por primera vez, puedo decir que estoy progresando.

Intento mostrar una sonrisa. Me estoy acercando peligrosamente a la súplica,

pero lo único que importa es que diga que sí.

Pero no dice que sí. En cambio, dice —Cuatro semanas.

Me burlo. —¿Cuatro semanas? ¿Todos los días? Mmm no. Creo que podría

haber leyes sobre trabajo infantil.

—No todos los días. —Él considera—. Cuatro días a la semana.

—Dos.


—Eso es solo ocho días, que es solo un día más que tu oferta original.

Me encojo de hombros.

—Cuatro días a la semana, —repite—. Eso es lo que trabajó Morgan. Con

suerte, al final de tu estancia, ella regresará.

Tuerzo mis labios hacia un lado. Cuatro semanas. Con Quint.

Suena espantoso. Pero tengo que mantener mis ojos en el premio.

—¿Y a cambio?

Quint suspira. —Podemos rehacer el estúpido proyecto.

Una sonrisa se extiende por mis labios y estoy a dos segundos de un chillido

real cuando él da un paso gigante hacia mí y levanta un dedo entre nosotros. —

Pero esta vez, vamos a trabajar juntos.

Oh, por favor, quiero decir. ¿Va a darme una clase sobre el trabajo en equipo?

¿El chico que no se molestó en aparecer la mitad del tiempo?

Pero estoy tan cerca, así que decido que es mejor no mencionar esto. Veremos

cuán involucrado realmente pretende estar una vez que comencemos. Todo lo

que necesito es que apruebe el producto final, pero ahora no es el momento de

discutir los detalles.

—Muy bien —digo, aplaudiendo con las manos juntas—. Que el

entrenamiento comience. Hagamos esto.

Me mira durante lo que parece ser una eternidad, antes de que algo cambie

en su expresión. Sus labios se tuercen, sólo un poco. Sus ojos se oscurecen en

algo que parece casi cruel.

Me hace un gesto para que lo siga. —Ven entonces, será mejor que te

consigamos un delantal.


Preparación de alimentos. Quint me dice que comenzaremos con la

preparación de alimentos.

Quiero creer que eso significa que haremos sándwiches de queso para el

personal, pero algo me dice que no tendré tanta suerte. Caminamos por el largo

pasillo, pasamos a otra media docena de trabajadores con camisas amarillas a

juego. Estaba empezando a pensar que sólo éramos Quint, Rosa, Shauna y yo.

Ah, y esa persona Opal que se mencionó, que creo que podría ser el veterinario.

Me pregunto si las otras personas aquí son voluntarios o personal remunerado.

Parecen ocupados, sean lo que sean, cuidando a los animales dentro de los

pequeños cubículos que me recuerdan a los establos de caballos. Algunos de

ellos sonríen y asienten con la cabeza a Quint, también me miran con curiosidad,

pero en su mayor parte están concentrados en sus tareas.

Observo todo lo que puedo de El Centro, tratando de averiguar qué podría ser

útil, pero esto está lo más lejos de un destino turístico que puedo imaginar.

Algunas de las paredes tienen regaderas y todos los pisos tienen desagües.

Algunos incluso tienen pequeñas piscinas de plástico para niños. Hay cajas

llenas de mantas y toallas esparcidas por el pasillo, carros de metal cargados

con artículos de limpieza, tijeras, cajas de guantes de látex, tubos de plástico,

tazas de medir, arneses más un montón de herramientas y equipo médico

extraño.

La pared al lado de cada recinto tiene un pedazo de papel metido en una funda

de plástico con el nombre del animal adentro, junto con notas sobre su cuidado.

Intento leer un par, viendo cosas como el horario de alimentación y los

medicamentos enumerados allí, pero Quint me lleva rápidamente al final del

pasillo.


Nos encontramos en una pequeña habitación, no mucho más grande que un

armario, con tres grandes lavabos. Quint coge un delantal de lona de una clavija

en la pared y me lo entrega. Lo deslizo sobre mi cuello y me ato el cordón

alrededor de la cintura. El material resistente está cubierto de manchas de color

marrón oscuro en las que no quiero pensar.

Entonces Quint abre un frigorífico gigante y el hedor a pescado se multiplica

por diez.

Me tambaleo hacia atrás, con el estómago revuelto. Estoy mirando cubos de

peces muertos, con sus ojos negros y saltones.

Pongo una mano sobre mi boca y nariz. —Oh, asqueroso.

—¿Tienes dudas? —Quint dice, poniéndose un par de guantes de látex. Sin

esperar una respuesta, agarra un cubo y lo coloca en un mesón cercano—. Así

que, muchos de los animales que terminan aquí no han aprendido a alimentarse

solos.

—Parece un defecto de la evolución —murmuro, pensando en la ciencia de

noveno grado y toda esa charla sobre la supervivencia del más apto. No lo digo

en voz alta y no creo que Quint capte mi subtexto. Deje que los inteligentes que

descubrieron cómo devorar peces de la manera correcta vivan, y el resto puede

convertirse en comida para tiburones. Ciclo de la vida, ¿verdad?

Agarra un recipiente de acero inoxidable y lo coloca en una balanza eléctrica

al lado del cubo. —Bueno, a veces es porque se separaron de su madre

demasiado pronto, antes de que pudiera enseñarles a cazar correctamente por sí

mismos.

Me muerdo la lengua, odiando que haya tenido una explicación

perfectamente razonable y deprimente.

—Necesitan comerse el pescado de cabeza, porque si se lo comen de cola,

las escamas les rasguñarán la garganta. —trabaja mientras habla, sacando peces

muertos del cubo, inspeccionando cada uno antes de tirarlo en el bol—.

También revisamos cada pez para asegurarnos de que no hay cortes en su

cuerpo, que podrían introducir bacterias peligrosas para los animales. Luego los

clasificamos por tamaño. Este tazón va a Joy en la jaula cuatro, que es todavía

muy joven, así que obtiene peces pequeños y medianos, los peces más


grandes irán a los animales más maduros del patio. —Señala una etiqueta en el

tazón, que de hecho dice Joy - Jaula 4 - 5 libras.

—Parece bastante fácil —murmuro.

Una vez que la báscula alcanza las cinco libras, Quint abre el grifo y

comienza a colocar cada pez debajo del chorro de agua, usando sus manos

enguantadas para limpiar... lo que sea que esté limpiando. ¿Sal? ¿Arena?

¿Escamas?

—Por último, limpiamos las escamas —dice, y me acobardo. Esperaba que

no fuera así—. Principalmente para que no obstruyan los desagües y ensucien

el agua, eso es todo. Pasamos a la siguiente. —Pone el tazón de Joy en el

mostrador y alcanza otro, este etiquetado como Ladybug en la jaula cinco—. Se

alimentan de tres a cuatro veces al día dependiendo de sus necesidades. Tú y yo

prepararemos la comida para esta mañana, los voluntarios de la tarde se

encargarán del siguiente lote.

Una vez que el cuenco de Ladybug está listo, se detiene y me mira. —No

vas a vomitar, ¿verdad?

—No —digo desafiante, aunque sospecho que mi rostro ha adquirido un tinte

verdoso.

—¿Entonces que estás esperando? Dijiste que querías ayudar

—Sí, pero no puedo ayudar, por ejemplo... no lo sé. ¿Entrenar a una linda

foca para equilibrar una pelota en su nariz o algo así?

La mirada que me da está tan llena de burla, que me da un poco de vergüenza.

—Esto no es un circo. Rescatamos animales que están medio muertos,

hacemos todo lo posible por recuperarlos y luego los devolvemos a la

naturaleza. Eso es lo que hacemos aquí. Tú sabes eso, ¿verdad?

—¿Sí? —digo, aunque sólo me había hecho una vaga idea de todo esto.

—Entonces, ¿de qué serviría exactamente enseñarles trucos de circo?

—Relájate, Quint. Era una broma. —De repente estoy a la defensiva. Odio

cómo me habla, cómo me mira. Como si fuera una esnob remilgada que sólo

está aquí para conseguir un buen informe para mi trabajo y luego me iré. Como

si fuera el tipo de persona a la que no le importan las cosas.


Me preocupo por las cosas. Me preocupo por muchas cosas.

Es sólo que nunca antes me habían importado especialmente los animales

marinos.

Pero se echa hacia atrás un poco, por un segundo creo que incluso podría

parecer un poco culpable. Exhala bruscamente por la nariz y luego sacude la

cabeza. Cierra los ojos, la tensión en su expresión se desvanece. —Vaya —dice,

abriendo los ojos de nuevo—. Yo nunca pensé que tú me dirías que me relajara.

—Sí, bueno, estás siendo un poco intenso. Son sólo animales, ya sabes.

Me lanza una mirada, y no puedo decir lo que está pensando. Sea lo que sea,

parece dejarlo pasar. Le hace un gesto al cubo. —¿Vas a ayudar o no?

Trago saliva con fuerza. —¿Me das guantes?

Mete la mano en una caja clavada en la pared, saca otro par de guantes de

látex. Los tomo con avidez y me los pongo. Es la primera vez que uso guantes

de látex y odio la forma en que se adhieren a mí, pero cuando voy a buscar en

el cubo mi primer pez muerto, estoy más que agradecida de tenerlos. Aun así,

pienso que puedo sentir la viscosidad, las escamas resbaladizas. No puedo

ignorar los abultados ojos muertos o los labios gordos y sin vida de los peces.

No puedo apartar el asco de mi cara, incluso cuando siento a Quint mirándome,

juzgándome, riéndose de mí.

—Es increíble que no vengas a la escuela oliendo a pescado todos los días —

digo, después de haber terminado con el primer cubo.

—Honestamente, a veces me preocupo por eso —dice—, así que lo tomaré

como un cumplido. Definitivamente querrás darte una ducha después de trabajar

aquí durante unas horas. El olor se quedará contigo.

—¿Alguna vez te acostumbras?

—Sí, más o menos —dice—. Pero si no entro por unos días, me doy cuenta

de nuevo cuando regreso.

Mientras estamos trabajando, otro voluntario viene y apila los tazones

preparados en un carrito de metal antes de llevarlo por el pasillo. Observo,

consternada, cómo desaparece nuestro arduo trabajo.

—Aguarda, ¿no vamos a darles de comer?


—Estamos en el turno de preparación de comida, no en el turno de

alimentación.

Me vuelvo hacia él, horrorizada. —Pero ¿cómo puedo llegar a ser ese

voluntario? ¿El que llega a ver sus lindas caritas, todas excitadas por la comida?

—Para empezar, te presentas como voluntaria durante más de veinte minutos,

—dice Quint—. Si realmente aguantas esto durante cuatro semanas, podrás

alimentarlos eventualmente.

Arrugo la frente. Está claro que piensa que esta es una fase pasajera y no

puedo culparlo. A pesar de nuestro trato, no estoy segura de poder imaginar

volver a este lugar día tras día. Siento que ya he visto lo suficiente como para

incluir el Centro y su misión en mi plan de ecoturismo. No puedo esperar

exactamente que los turistas paguen por el placer de clasificar peces muertos

apestosos, pero alimentar a los animales parece tener algún atractivo.

¿Cómo conseguiría que Quint lo aprobara?

—Entonces, —digo, tratando de actuar interesada—. ¿Cuántos baldes más

necesitamos limpiar?

—Todos ellos.

Me congelo, con una mano agarrando un cuerpo frío y resbaladizo. —¿Todos

ellos?, ¿Te refieres a todo lo que hay allí? —Utilizo el pescado para señalar el

frigorífico.

—Así es —dice. El cruel brillo de sus ojos ha vuelto—. Pasamos por

toneladas de pescado cada semana, nos lo traen en cajas de plástico.

Miro el refrigerador. El cubo. El pescado en mi mano. —Yupi.

Quint se ríe. —¿No es la glamorosa vida de un voluntario que tenías en

mente? Quizás estarías más preparado para, —piensa por un segundo— liderar

una tropa de Girl Scouts o algo así.

—Desafortunadamente, no creo que eso me lleve muy lejos con el Señor

Chávez.

Gruñe. —Dime, ¿te gustan los animales?


Abro la boca, pero dudo. No me desagradan, pero sé que no es lo mismo.

Finalmente, confieso —Teníamos un jerbo cuando era niña. Me agradaba

bastante.

Por un momento, Quint no se mueve. Solo sostiene mi mirada, como si

esperara algo más.

Luego echa la cabeza hacia atrás y se ríe. —Impresionante —dice—. eres una

ganadora.

Me enfado, aunque no hay mucho más qué decir, así que ambos volvemos al

trabajo. Ahora que sé que se espera que terminemos todos esos cubos, me obligo

a moverme más rápido. No importa lo disgustada que esté, no le daré a Quint

ningún motivo para llamarme vaga. Después de todo, esa es mi línea.

—Entonces —dice, una vez que terminamos nuestro quinto cubo—, los

animales más sanos obtienen el pescado entero, esos son los que han estado aquí

un tiempo y más o menos han descubierto lo que es comer. Pero cuando llegan

por primera vez, por lo general están tan débiles y deshidratados que necesitan

ayuda adicional. Lo que significa, pasó dos: batidos de pescado.

Yo palidezco. —Dime que eso no es lo que parece.

Sonríe y señala una licuadora de tamaño industrial. —Es exactamente lo que

parece.

Es repugnante, eso es lo que es. Quint y yo pasamos los siguientes cuarenta

minutos cortando cabezas y colas de aún más pescado, echándolos en una

licuadora junto con un poco de jarabe de maíz y Pedialyte, viendo cómo todo

se convierte en una masa de tripas, escamas y pequeños huesos afilados. El olor,

imposiblemente, empeora aún más. Para cuando estamos pasando el último lote

a otro voluntario, quien se lo dará a los rescates recientes, una vez más estoy

reconsiderando mi convicción. Esto no puede valer una buena nota. No todo el

verano de esto.

Le diré a papá que no funcionó. Encontraré otra forma de investigar los

hábitats de los animales y nuestros sensibles ecosistemas.

Quint limpia el mostrador, dándome miradas curiosas y perspicaces por el

rabillo del ojo. —¿Lista para el almuerzo?

Mi estómago se revuelve al pensar en la comida. Mi disgusto debe ser

evidente porque comienza a reírse de nuevo mientras tira la toalla a la basura.


Puedo decir que está disfrutando esto, la tortura que puede infligirme. —De

hecho, no puedo creer que sigas aquí.

—Dije que te ayudaría, ¿no? —Es molesto pensar que puede ver a través de

mí. Cómo me muero por correr hacia la salida a la primera oportunidad que

tenga, aun así, no lo he hecho. Tal vez para probarme algo a mí misma o a mis

padres o incluso al Sr. Chávez, aunque no puedo evitar sospechar que parte de

eso podría ser demostrar algo a Quint también.

Todavía me está mirando, sin tratar de ocultar su sospecha. Mirándome

fijamente, esperando a que ceda y admita que esto no es en absoluto para lo que

me inscribí. Que me voy a despedir ahora, gracias.

Pongo una mano en mi cadera, desafiándolo a poner a prueba mi resolución.

—¿Y bien? —digo, rompiendo el silencio—. ¿Y ahora qué? ¿Horneamos los

pastelitos de pulpo? ¿Tal vez un pastel de cangrejo?

Su mejilla se contrae. —El cangrejo es demasiado caro. Pero les gusta el

calamar.

Me atraganto silenciosamente. —Yum.

—¿Qué, nunca has comido calamares? Es delicioso.

—Todo es delicioso cuando lo fríes.

—Vamos. Si aún no te has asustado, supongo que debería darte el gran

recorrido.

Tengo la sensación de que todo esto ha sido una prueba y, de forma

sorprendente, parece que la he superado. Salimos al pasillo, Quint empieza a

explicar las diferentes salas y estaciones de trabajo. Aquí es donde se

inspeccionan los animales por primera vez: se les toman los signos vitales, se

les extrae sangre, se les revisan las heridas. Esta es la sala de cirugía.

Lavandería. Lavaplatos. Aquí es donde se mantienen los animales que están en

condiciones críticas, los que necesitan monitoreo constante. El depósito y

oficinas administrativas están arriba, junto con una sala de descanso y una

pequeña cocina porque, según Quint, mi apetito volverá eventualmente. No

estoy segura de creerle, pero está bien.

Todo es un poco desconcertante dado lo cortés que está siendo. Lo cortés que

estoy siendo.


Y luego me golpea.

Realmente hemos logrado algo juntos.

Claro, ese logro no fue más que hacer puré un montón de tripas de pescado,

pero, aun así, el hecho de que a veces quisiera estrangularlo parece algo enorme.

Todos los signos de Quint enojado han desaparecido. Ha vuelto a su viejo yo

casual. Bueno, no exactamente como su antiguo yo, el Quint Erickson que me

ha vuelto completamente loca todo el año. Es más como estar con un clon de

Quint. Nunca, ni en un millón de años, lo hubiera imaginado trabajando en un

lugar como este. En la playa, sí. Con una tabla de surf, seguro. Jugando

videojuegos en el sótano de su madre hasta los cuarenta, oh, definitivamente.

Pero este es un lado de Quint que no sabía que existía, que ni siquiera consideré

una posibilidad.

Su confianza aquí, su conocimiento, su habilidad para hacer lo que se necesita

hacer, es inquietante.

Y enloquecedor.

¿Por qué este tipo no podía ser mi compañero de laboratorio?

—¿Lista para conocer a algunos de los pacientes? —pregunta Quint, sin tener

en cuenta mi silenciosa conversación.

Sonrío tensamente. —He estado esperando todo el día.

Volvemos al corredor largo. La mayoría de los recintos tienen tres o cuatro

animales dentro, con los nombres de los pacientes escritos en una pequeña

pizarra al lado de cada puerta, aunque Quint no necesita mirarlos cuando

pasamos. —Podemos conseguir hasta doscientos animales en una sola

temporada —dice—, puede ser difícil encontrar nuevos nombres para todos

ellos, así que tendemos a ponerlos en grupos. Últimamente hemos estado en una

temporada de superhéroes, así que aquí tenemos a Peter Parker, Lois Lane y

Iron Man. Avenger y Hulk están en el patio.

—¿A tu madre se le ocurren los nombres?

—No, normalmente dejamos que el equipo de rescate los nombre, o a veces

quien los encuentre y nos llame. La gente se emociona mucho cuando llega a


nombrar al animal que encontró, y eso puede inspirar toda una nueva serie de

nombres. Este año alguien nombró a un elefante marino Vin Diesel, lo que

inspiró a todo un grupo lleno de películas de acción: Bruce Willis, Lara Croft,

James Bond... También tenemos un gran grupo de Harry Potter en este

momento, porque uno de los voluntarios es un megafan. Hasta ahora,

tenemos… —Inhala profundamente y sus ojos se elevan hacia el techo mientras

trata de contarlos todos—. Harry, Hagrid, Percy, George, Fred, Krum, Draco,

McGonagall, Dumbledore, Tom Riddle —hace una pausa para darme una

mirada reservada y susurra— siempre estaba intimidando a los demás. Y… —

se prepara y se agacha frente a una de las puertas. Un animal de aspecto triste

descansa de costado, mirándonos con ojos sin parpadear—. Luna Lovegood. —

Sacude la cabeza—. Se suponía que no debías volver aquí. ¿Qué ha pasado? —

vuelve a sacudir la cabeza—. Pobre chica, te ves terrible.

Miro al animal. No creo que tenga un aspecto tan terrible, sólo cansado. Y

definitivamente más delgado que muchos de los demás que hemos pasado.

—Ha perdido mucho peso desde que la soltamos —dice, como si leyera mi

mente y suspira—. Volver al paso uno.

—¿Intentarás liberarla de nuevo? ¿Después de que ella mejore?

—No lo sé. —Se pone de pie—. Nuestro objetivo es siempre devolverlos al

océano, pero si ella no puede sobrevivir por sí misma... —Se encoge de

hombros—. Supongo que veremos lo que piensa Opal.

—¿Opal es el veterinario?

Asiente. —Lo siento, creo que debería presentarte a más personas. —Su

expresión es vacilante, sé que está pensando que sería una pérdida de tiempo.

Sé que todavía no espera que vuelva.

Pero por primera vez en todo el día, me doy cuenta de que en realidad no

estoy ansiosa por escapar. Aparte de las tripas de pescado, en realidad ha sido

algo interesante.

—Entonces, los animales aquí, todos ... ¿qué?, ¿varados en la playa? ¿Y

alguien te llamó?

—Por lo general, sí. La gente puede darse cuenta de que algo anda mal.

Muchas veces es algo obvio, como si tienen heridas por la mordedura de un

tiburón o algo así, o tal vez tienen un montón de hilo de pescar enredado a su


alrededor. —La expresión de Quint se ensombrece—. Una vez rescatamos a un

león marino que tenía diecinueve anzuelos atrapados en la piel.

Me estremezco al recordar la foto de su informe.

—Eso es horrible. ¿Se recuperó?

—Lo hizo. Lo liberamos hace un par de años, lo llamamos Capitán Garfio.

Me río. —¿Había también un Peter Pan?

—No, —dice Quint, en un tono que sugiere que es una pregunta ridícula.

Pero luego sonríe y añade— pero teníamos un Mr. Smee y una Tinker Bell.

Cruzo los brazos sobre la corta pared que separa el recinto de los pasillos y

observo a Luna. —¿Qué son esas marcas en su lado?

—Así es como los diferenciamos. Es como un código. Hay una tabla en la

oficina que lo explica, pero casi cada marca es un número diferente. Les

afeitamos el pelaje, pero es más fácil hacer líneas rectas que curvas, así que

tienen una pequeña V en lugar del número cinco, y dos guiones en lugar de un

nueve, ese tipo de cosas.

Las marcas de Luna son dos flechas, cada una apuntando hacia su cabeza.

—¿Cuántos voluntarios hay? —Pregunto—. a diferencia del personal.

—Solo hay tres personas en el personal. Mamá, Shauna y Opal - Dr. Jindal.

Entonces tenemos… —Hace una pausa, y puedo decir que está contando en su

cabeza—. Dieciséis voluntarios, incluidos Morgan y yo. A mi mamá le

encantaría contratar a más personas, pero el dinero es... —se apaga—. Quiero

decir, dependemos bastante de las subvenciones del gobierno, que apenas

generan lo suficiente para alimentar a los animales, y mucho menos para pagar

a un montón de empleados. Pero los voluntarios son geniales. Es como una

familia, y todos realmente se preocupan por lo que estamos haciendo. —Hace

una pausa y me mira, puedo ver el indicio de acusación allí de nuevo: ¿qué estás

haciendo aquí? Pero pasa rápido—. Quiero decir, mira esos ojos. No puedes

evitar enamorarte, ¿verdad?

Me sobresalto. Mi corazón da un vuelco, y me toma un segundo darme cuenta

de que está gesticulando hacia Luna. Excepto que, cuando miro hacia abajo, sus

ojos están cerrados. Creo que podría estar durmiendo.

—Está bien, —dice Quint—. Necesito ir a trabajar. Te estoy liberando.


—Vaya, qué generoso —digo, pero estoy frunciendo el ceño—. ¿Pero por

qué no me dejas ayudarte?

Sacude la cabeza. —Puedo hacerlo más rápido por mi cuenta. Continuaremos

tu entrenamiento mañana. —Me mira de reojo cuando empezamos a caminar

hacia el vestíbulo—. Eso es, si todavía planeas volver. Porque si esto no es para

ti...

—Estaré aquí, —le digo firmemente—. Y para fines del verano, le

presentaremos un informe asesino al Sr. Chávez. Ese es el trato, ¿verdad?

La mandíbula de Quint parece tensarse, pero luego extiende la mano.

Trago, pero mi vacilación es breve. Tomo su mano y compartimos un

decidido apretón.


—¡Es tan asqueroso! —digo, dejándome caer en el sofá del estudio de Ari—

. Es literalmente puré de pescado. Además, ¡tuve que cortar cabezas de pescado!

Uf, me siento mal de sólo pensar en eso. Y luego, no puedes simplemente

dárselo a los animales, ¿verdad? Oh, no. Hay que dárselo a través de un tubo.

—Me estremezco.

Ari hace un sonido como si estuviera tratando de preocuparse por mis quejas,

pero sé que en su mayoría me ignora. Está sentada en el suelo con las piernas

cruzadas, su guitarra en su regazo, inclinada hacia adelante para estudiar algo

en su teléfono.

Suspiro y miro al techo.

—Pero tengo que volver —digo, tanto para mí como para Ari—. Si quiero

rehacer ese proyecto, tengo que volver. Durante cuatro semanas completas.

Ari toca unas cuantas cuerdas, luego frunce el ceño y niega con la cabeza.

Finalmente me mira. —¿Por qué no puedes conformarte con la C?

Le doy una mirada fulminante.

Se encoge de hombros. —Sólo digo, es lo que haría cualquier otra persona.

—Bueno, no es lo que yo haría. Una C me perseguirá por el resto de mi vida

si no la arreglo.

—¿Lo hará, sin embargo? —dice Ari dulcemente—. No es que vayas a

necesitar créditos en ciencias cuando te postules en la escuela de negocios.

Literalmente a nadie más que a ti le importa este proyecto o la calificación que

obtengas.

—Exactamente. Me importa, que es lo más importante.

Lo considera. —Supongo que es verdad. Así que eres oficialmente voluntaria

en un Centro de Rescate de Animales durante el próximo mes. Qué

desinteresada eres, querida Prudence.


—Oye, puedo ser desinteresada —digo, notando la sequedad en su tono.

Ríe. —Sé que puedes, pero ¿no ves la ironía? Haces esto sólo por el grado.

—¿Entonces… —¿Me incorporo, de repente a la defensiva—, las acciones

hacen que una persona sea buena, no los motivos?

—No estoy segura de estar de acuerdo con eso, —dice con nostalgia—. Pero

sería un buen tema para una canción. Bueno o malo, correcto o incorrecto... los

fines justifican los medios y viceversa... —Entra en su mirada soñadora de

compositora, pero pasa rápidamente. Se inclina de nuevo sobre el teléfono,

largos mechones de pelo castaño oscuro cayendo sobre su cara como una

cortina, los tira hacia atrás con una mano, retorciéndose el cabello una vez en la

nuca, antes de dejarlo caer sobre su hombro. Los mechones volverán en unos

minutos, así que considero ofrecerle mi diadema, pero ella nunca las usa, por lo

que no me molesto.

Las cejas de Ari se arrugan, tira de las mismas cuerdas una y otra vez.

Ronronea, frustrada. —Aparte de los batidos de pescado ¿cómo fue trabajar con

Quint?

Gruño. —Se siente como si me estuvieran castigando por algo. —Mi ceja se

arruga al considerarlo más—. Aunque supongo que no fue tan terrible como

podría haber sido.

Su ceja se levanta y agarro una almohada para tirarle. Se inclina hacia

adelante, protegiendo la guitarra. —Para. No estoy interesada en él. Sólo digo,

evidentemente, que puede ser un ser humano medio decente cuando hace algo

que le importa. —Porque me di cuenta de que le importa mucho el Centro—.

Eso todavía no excusa por todo el estrés que me hizo pasar este año. Y garantizo

que cuando llegue el momento de terminar este proyecto, nuevamente, va a

requerir tanto esfuerzo como la primera vez. Escenario ideal: Lo hago yo misma

y usamos la dirección de correo electrónico de Quint para enviarlo, así nuestro

profesor pensará que está involucrado.

—Pensé que habías dicho que parte de la razón por la que sacaste una mala

nota era la falta de trabajo en equipo.

Me burlo. —Otra vez, no es mi culpa. Tú trata de trabajar con él.

Ari se ríe. —Y, aun así, te has apuntado para hacer justamente eso.

—Lo sé —gimo y me estiro de lado.


Ari prueba las cuerdas de nuevo, tocando la misma melodía una y otra vez

hasta que deja escapar un gemido de frustración. —Está bien, esto claramente

no está bien. Quien escribió este arreglo no tenía idea de lo que estaba haciendo.

Se pone de pie y se dirige a sus estantes de discos de vinilo. Escanea los

lomos por un segundo antes de sacar un disco de su funda de papel y colocarlo

en el antiguo tocadiscos que ha vivido en esta habitación desde el día en que la

conocí. Probablemente ha vivido en esta habitación desde el día en que su

familia se mudó a esta casa. La colección de discos de Ari es otra cosa: una

pared entera de estantes empotrados, del piso al techo, cada uno lleno. Hay una

orden en el sistema, pero se me escapa ¿Géneros? ¿Eras? Sé que hay una sección

de música mexicana en alguna parte, porque Ari me presentó a una banda de

rock de los ochenta llamada La Maldita hace un tiempo, y resultaron ser

bastante impresionantes, pero no podría decir dónde viven sus discos en todo

esto.

Sin embargo, sé dónde encontrar a los Beatles.

Eso no es lo que Ari está poniendo ahora.

Comienza a sonar una hermosa melodía, pero me toma un minuto ubicarla

—¿Elton John?

Ari me calla. —Sólo escucha. Oh, me encanta esta intro. ¡Una flauta! ¿Quién

piensa en eso? Nunca habría pensado en eso. ¡Pero es tan perfecto!

Hago una mueca. Lo que digas, Ari. Pero no me presta atención.

En el disco, Elton John comienza a cantar sobre alguien llamado Daniel, que

viaja a España.

—Oh, oye, eso me recuerda —digo—. ¿Jude te habló sobre trabajar en la

tienda de discos?

—¡Sí, Prudence! Deja de hablar.

Aprieto mis labios. Ari toma su guitarra de nuevo, aunque no toca. Su

expresión está enfocada en una sola cosa mientras escucha la canción.

Mi mente regresa a El Centro y a todas las fotos del informe de Quint.

Anzuelos. Sedales. Mordeduras de tiburón. Ojos tristes y trágicos.

Pienso en Quint, en lo enojado que parecía al principio.


Y luego en la forma en que su rostro se iluminó cuando me contó sobre los

diferentes pacientes animales que han tenido este año.

Por alguna razón, me encuentro pensando en su sonrisa. Su sonrisa ansiosa y

omnipresente. Hoy parecía diferente de alguna manera. Más animado.

Por favor, Cerebro. ¿Realmente estamos desperdiciando un espacio valioso

para analizar las sonrisas de Quint? Ya basta.

Mis recuerdos se remontan a cómo Quint y los otros voluntarios parecían tan

ocupados y Rosa tan estresada. Y por qué no contratan más personal.

La canción termina, Ari salta para detener el disco antes de que pueda pasar

a la siguiente canción. Agarra su guitarra, y me doy cuenta de que está tratando

de averiguar cómo tocar la introducción, la parte de la flauta en el álbum.

—Creo que podrían estar en problemas, —digo.

Ari deja de tocar —¿Qué? ¿Quién?

—El Centro. La mamá de Quint parecía muy tensa, tal vez sea sólo porque

hoy no tenían personal, no lo sé. Solo tengo la sensación de que las cosas no

van tan bien allí. La mayor parte de su dinero proviene de subvenciones y parece

como si eso apenas fuera suficiente para mantenerlos a flote—. Masajeo mi

frente. —Sólo puedo imaginar lo que gastan en pescado, mucho menos en todo

lo demás que se necesita para mantener el lugar en funcionamiento.

—¿Hacen alguna recaudación de fondos? —pregunta.

—No lo sé. —Reflexiono sobre esto. Había todo ese papeleo en el vestíbulo.

¿Reportes financieros? ¿Información del donante? ¿Solicitudes de subvención?

Pero si están recaudando fondos, parece que están haciendo un trabajo terrible.

—¡Araceli! —grita su papá desde la cocina—. ¿Prudence se queda a cenar?

Ari me mira.

—¿La abuela está cocinando?

—No lo creo.


Hago puchero, a pesar de eso, sigue siendo la mejor oferta que he tenido. —

Sí, bien. Siempre que no sea pescado.

Ari deja su guitarra y corre al piso de abajo. Cuando regresa, me da un

asentimiento afirmativo. —Está pidiendo pizza, no hay mariscos involucrados.

Le doy un pulgar hacia arriba. —Entonces, ¿estás emocionada de trabajar en

la tienda de discos?

Da un pequeño chillido. —¿Estás bromeando? ¡Es el trabajo de mis sueños!

Bueno, el trabajo de verano de mis sueños, de todos modos. Empiezo la semana

que viene.

—Mejor tú que yo.

Levanta la aguja del tocadiscos. —Hablando de trabajos de ensueño, ¿sabías

que Elton John no escribió sus propias letras? Hizo la música, pero las palabras

fueron escritas casi en su totalidad por un tipo llamado Bernie Taupin. ¿Puedes

imaginar? Quiero tanto ser él.

Comienza la canción de nuevo, pero esta vez no toma la guitarra. En cambio,

se acuesta en el suelo y cierra los ojos, su rostro tenso por la concentración. La

introducción de la flauta toca y pronto se le une un teclado y la voz triste de

Elton.

—Escucha esto —dice Ari, sus dedos bailan en el aire. Puedo ver las luces

traseras rojas que se dirigen a España… Lanza la mano hacia arriba, reflejando

el aumento de la música, luego baja la mano en un puño vertiginoso—. ¡Allí!

¿Escuchaste ese s-siete? Un acorde dominante no-diatónico, pero luego se

resuelve directamente en La menor. Brillante. Honestamente, los pianistas

escriben los mejores acordes. —Presiona ambas palmas contra su frente y

suspira profundamente.

Literalmente no tengo ni idea de qué está hablando.

—Tal vez debería tocar el piano —dice.

—Tengo un teclado que podrías tener.

Gira la cabeza para mirarme. —¿De verdad?

—Claro. Está en nuestra sala de estar, abandonado y sin amor. Puedes

quedártelo. Quiero decir, no es de súper alta calidad. Probablemente tu madre

podría comprarte algo mucho mejor, pero si lo quieres...


Ari hace muecas. Odia que alguien mencione la riqueza de su familia, lo cual

creo que puedo entender. Ella no quiere ser juzgada por tener dinero más de lo

que yo quiero ser juzgada por no tenerlo.

—Me encantaría tenerlo, gracias —dice—. Prometo cuidarlo muy bien.

Ahora, cállate, escucha. Esta parte ...

Elton canta sobre las cicatrices que no sanarán, sobre los ojos que han muerto.

Ari se ve positivamente eufórica cuando ambas manos se disparan hacia arriba

nuevamente, apuntando al techo. Daniel, eres una estrella…

—Oh, —canta con nostalgia—. ¡Escucha esa nota alta! Está tocando la nota

tónica sobre un acorde de intercambio modal. Tan simple, pero tan brillante. Es

sólo… —Suspira, dejando caer sus manos hacia su corazón. Comienza a cantar

de nuevo, pero apenas puedo escucharla sobre la música.

Honestamente, encuentro estos temas de teoría musical de ella brillantes,

pero parece que está hablando otro idioma, uno no que definitivamente no

hablo. Sus descripciones musicales son aún más difíciles de entender que el

rápido español que habla con su familia, porque con la música, espera que

entienda lo que está hablando. Al menos tengo un conocimiento rudimentario

del español, ya que lo he tomado por tres años en la escuela, pero todo lo que

recuerdo de las lecciones de piano es cómo para tocar "Twinkle, Twinkle, Little

Star" (con emoción).

Mientras Elton sigue cantando, mi mente vaga de nuevo. Al ecoturismo. Al

Centro de rescate.

A Quint Erickson y su madre, cómo necesitan más personal y lo sucio que

estaba el edificio.

Lo que El Centro debe hacer es dejar de actuar como una organización sin

fines de lucro enfocada en ayudar a los animales pobres varados y comenzar a

actuar como un negocio. Necesitan a alguien con visión. Alguien que pueda

ayudarlos a ser rentables. Bueno, rentable para una organización sin fines de

lucro, al menos. Si eso tiene sentido... no lo sé, no importa, porque mis ruedas

están girando y de repente parece claro que...

Lo que necesita el Centro es alguien como yo.

—¡Eso es! —Me incorporo de repente y miro a Ari—. ¡Ecoturismo! Puedo...

yo... —frunzo el ceño—. ¿Estás llorando?


Ari, avergonzada de ser descubierta, se quita las lágrimas de las mejillas. —

No, —dice, acto seguido, sorbe—, ¡Sí! ¡No puedo evitarlo! Es tan triste.

Escucho la canción mientras suena el último verso.

Oh Dios, se parece a Daniel. Deben ser las nubes en mis ojos.

Me encojo de hombros. —¿Quién diablos es Daniel?

Ari comienza a reír. —¡No tengo idea!

Gimo y me levanto para apagar el tocadiscos, justo cuando suena la última

melodía de la flauta. —Entonces, todo el tiempo que Quint y yo estuvimos

trabajando en ese proyecto de biología, siguió hablando sobre este Centro de

Rescate de Animales. Bueno, creo que quizás tenía razón. ¿Y si el Centro

pudiera convertirse en un gran atractivo para los turistas? ¡Incluso podrían ganar

algo de dinero! Quiero decir, todavía serían una organización sin fines de lucro,

pero algunos directores ejecutivos de organizaciones sin fines de lucro son

millonarios. No es que se trate de dinero, sólo digo. Podría tomar lo que aprendí

haciendo ese estúpido informe y ... ¿y si ayudara al Centro de Rescate?

Ari se sienta y parpadea. Sus mejillas están teñidas de rosa, pero la oleada de

emociones provocadas por la canción parece desvanecerse. —Lo siento, ¿qué

estás diciendo?

—¡Voy a elaborar un plan de negocios para El Centro de Rescate!

Ari todavía parece confundida —Sabes que admiro tu ambición, pero has

estado allí exactamente durante un día.

—Lo que me da el perfecto punto de vista externo. No estoy atascada en el

trabajo diario ni en el cuidado. Lo que necesitan es una inyección de nuevas

ideas, algo que dé nueva vida a la organización y su misión. Algo que los hará...

ya sabes... valiosos.

—¿No crees que salvar la vida de los animales es valioso?

Pongo los ojos en blanco. —Suenas como Quint. Eso no es lo que quiero

decir. Necesitan una forma de ganar dinero, resulta que las focas y las tortugas

no tienen mucho dinero. —Me levanto y empiezo a caminar, frotándome las

manos de una manera que podría interpretarse como un poco maniática. Mi

cerebro se dispara en una docena de niveles diferentes, las posibilidades


explotan ante mí—. Es perfecto. Este puede ser un ejemplo del mundo real de

cómo el ecoturismo beneficia a los turistas, la comunidad, la economía local y

el medio ambiente. El documento prácticamente se escribe solo. Y si lo consigo,

si traigo una organización no lucrativa al borde de la bancarrota de vuelta,

¡imagínate lo bien que quedarán mis solicitudes para la universidad! Podré

elegir cualquier escuela de negocios que quiera.

—¿Sabes que están al borde de la quiebra o sólo especulas?

—Es una suposición fundamentada —digo—. Y deja de intentar hacer

estallar mi burbuja. Esto es genial. Vaya, estoy un poco emocionada de contarle

a Quint sobre esto. —Arrugo la frente—. Pero no le digas que dije eso.

—Tu secreto está a salvo.

Empiezo a caminar de nuevo. No puedo evitar sentir que el universo me ha

empujado hacia esto de alguna manera. Todas las señales apuntaban en esta

dirección, todas las fichas de dominó alineadas a la perfección. Siendo

compañera de Quint, la mala nota, Morgan cayendo de la escalera, hasta la

sugerencia de Rosa de que Quint me capacitara como voluntaria. Podría

haberme resistido al principio, pero ahora tiene sentido, especialmente dado que

todo está sucediendo tan pronto después del descubrimiento de mi nuevo poder

cósmico. Tiene que significar algo, algo más grande que yo, más grande que

Quint.

Quizás esto sea una señal de que me han encaminado hacia mi destino.

Ahora sólo tengo que seguir adelante y ver a dónde conduce.


Llego al Centro de Rescate muy temprano, como me han indicado, pero esta

vez tengo una carpeta debajo del brazo. Anoche apenas dormí. Mi mente estaba

inundada de ideas y me quedé despierta hasta muy tarde haciendo planes e

investigando organizaciones sin fines de lucro y métodos de recaudación de

fondos. Tengo ideas. Tantas ideas. Ahora me llevan a flote como un barril en el

agua. No estoy nada cansada cuando entro en el vestíbulo. Estoy electrizada.

Estoy lista para marcar la diferencia.

Pero mis pies se detienen tan pronto como entro por la puerta. Quint y su

madre están parados junto a un escritorio, junto con Shauna y otra mujer que

lleva una bata blanca de laboratorio ¿la Dra. Jindal? También hay otros dos

voluntarios cerca. Todos lucen hoscos, con los brazos cruzados sobre sus

camisas amarillas a juego.

Quint parpadea cuando me ve. —Regresaste, —dice claramente sorprendido.

Me erizo y empujo mis gafas de sol hasta la parte superior de mi cabeza. —

Por supuesto que volví. —Hago un espectáculo de mirar mi reloj, que Ari me

dio como regalo de cumpleaños el año pasado—. ¿Y no llegaste tarde por una

vez?

Casi sonríe. —Supongo que los milagros suceden.

—Gracias, Opal —dice Rosa, entregándole un papel a la veterinaria—.

Comenzaré a hacer llamadas a las instituciones hoy. —Se encoge de hombros

con tristeza ante los voluntarios que esperan—. Es hora de sacar los juguetes,

supongo. Ha pasado un tiempo. Espero que todas esas pelotas de playa no se

hayan desinflado.

Frunzo el ceño, inmóvil, mientras los voluntarios y la Dr. Jindal se alejan. —

¿Qué está pasando?

—Luna tiene un trastorno cognitivo —dice Quint—. Ella nunca podrá

alimentarse sola, lo que significa que no podemos enviarla de regreso al océano.


—Oh. —No me molesto en intentar ocultar mi confusión. Se necesita todo

en mí para no preguntar ¿Qué hay de malo en eso? Cuando claramente esto es

un gran problema para todos los demás—. ¿Entonces ella irá a un acuario o un

zoológico o algo así?

—Cuando esté lista, —dice Rosa—. Serán unos meses. Estoy tan feliz de

haberla encontrado y de que sobrevivirá. Es sólo que siempre esperamos que al

final sean liberados en su hábitat natural.

—Hay un lado positivo —dice Quint—. Cuando nuestros animales terminan

en zoológicos y acuarios, pueden enseñar a las personas sobre la vida silvestre

y la conservación. Se convierten, en cierto modo, en defensores de otros

animales y del Centro.

Todavía siento que me falta algo. Para mí, la idea de ir a un zoológico

encantador donde me alimentan con peces a mano todo el día y jugar en el agua

mientras niños adorables arrullan y aplauden suena como una vida mucho mejor

que intentar cazar mi cena y arriesgarme a terminar enredada en hilo de pescar.

Pero sé que probablemente soy la única persona aquí que se siente así, así que

me muerdo la lengua.

—Encontraremos un lugar agradable —dice Shauna, apretando el hombro de

Rosa—. El lugar más bonito adonde la llevarán, va a estar bien.

Shauna lleva puesta una joyería intensa hoy, después de haber cambiado el

hilo de perlas por pendientes de aro que son casi del tamaño de pelotas de

béisbol y un broche de diamantes de imitación con forma de mariposa que ha

prendido a su camiseta. Supongo que cuando tu trabajo viene con un uniforme

tan horrible como esas camisas amarillas, es natural querer mostrar tu sentido

personal del estilo. Para mí, es el lápiz labial. Para Shauna, evidentemente, es

bisutería deslumbrante. Al menos sus accesorios encajan con el lindo ambiente

de abuela que tiene.

—Entonces, ¿este podría ser un mal momento? —digo, acercándome al

escritorio—. Pero tenía algunas ideas para compartir contigo.

Rosa me mira. —¿Qué tipo de ideas?

—Sí —dice Quint, sonando cauteloso—. ¿Qué tipo de ideas?

—Sólo algunas cosas que se me ocurrieron. Sobre el negocio aquí y cómo se

manejan las cosas.


Quint resopla y mira al cielo, como pidiendo paciencia. —Por supuesto que

sí lo hiciste, —murmura.

No estoy segura de lo que quiere decir con eso.

—Principalmente sólo ideas para recaudar fondos, —continúo,

ignorándolo—. También algo de alcance comunitario. Cosas que creo que

ayudarán a atraer más atención al centro, a crear conciencia sobre los animales,

con la posibilidad de incluso aumentar los ingresos. Parecía que el dinero estaba

escaso.

Rosa suelta un gemido de cansancio. —La subestimación. —Abre las palmas

de las manos, agitando las manos sobre los montones de papel que se tambalean

en el escritorio—. Hemos intentado recaudar fondos a lo largo de los años. Es

un éxito o un fracaso. —Parece abatida, como si esto fuera un hecho del mundo

de las organizaciones sin fines de lucro. Y tal vez lo sea. Pero estoy convencida

de que no tiene por qué serlo. Al menos, no para este Centro—.

Afortunadamente hemos tenido un éxito mucho más consistente con las

subvenciones.

—Exacto —digo—. También lo he oído. Pero, bueno, ya sabes que Quint y

yo hicimos este proyecto para Biología este año. —Por alguna razón, me

encuentro evitando la mirada de Quint mientras digo esto. Siento que me mira,

que frunce el ceño, eso me pone nerviosa. Parte de ello porque no tengo ni idea

de por qué tiene que estar molesto—. Creo que puedo usar mi investigación

para ayudar a El Centro, que a su vez me ayudará con mi asignación de créditos

extra. Estoy pensando en esto como una relación simbiótica. Como los tiburones

y esos pequeños peces que les ayudan a limpiar los parásitos.

Sonrío, orgullosa de mí misma por recordar esa lección de la clase. No puedo

evitar echar un vistazo a Quint, parece radicalmente poco impresionado. Su voz

es plana cuando dice —En este escenario, ¿eres el tiburón o el pez tonto o el

parásito?

Sus palabras golpean fuerte y lo miro boquiabierto, incluso cuando Rosa lo

regaña —¡Quint!

Pero no la necesito para defenderme. Doy un paso hacia él. —Lo siento, pero

¿cuál es tu problema? Hice todo lo que me pediste ayer, me presenté hoy, a

tiempo, aunque claramente no esperabas que lo hiciera. Entonces, ¿de qué se

trata esto?


Sus ojos miran intensamente y abre la boca para hablar, pero luego vacila.

Mira a su madre y su expresión se ensombrece. Cruzando los brazos sobre el

pecho, sacude la cabeza. —Nada, me muero por escuchar estas ideas tuyas.

—Quint —dice Rosa de nuevo—. Estás siendo grosero. Y Dios sabe que

cualquier tipo de impulso financiero sería de gran ayuda aquí.

—Gracias —digo. Sostengo la mirada de Quint un segundo más antes de

volverme hacia Rosa. Aprieto con fuerza la carpeta y me lanzo al discurso que

practiqué una docena de veces frente a mi espejo anoche—. Considéreme su

nuevo asesor empresarial. Primero, quiero comenzar con un evento

comunitario, algo que podamos usar para involucrar realmente a los lugareños.

He vivido en Fortuna Beach toda mi vida y me acabo de enterar de este lugar,

así que está claro que nos falta visibilidad en la comunidad y eso debe

remediarse. Además, la gente quiere ser parte de algo. Les gusta pensar que

pueden marcar la diferencia a través de sus acciones. No se trata sólo de hacer

clic en el botón donar en Kickstarter, ¿verdad? Pero una vez que vean el gran

trabajo que está sucediendo aquí, sé que más personas también querrán

contribuir financieramente.

Rosa me para con una risa. —Bueno, Quint no exageró. Ciertamente eres

muy dedicada. Prudence, aprecio tu optimismo —se rasca la nuca—, pero tengo

que detenerte ahí, porque, para ser honesta, siento que lo hemos intentado todo,

y nada parece encajar. Tenemos recaudaciones de fondos todos los años, pero

el dinero parece evaporarse tan rápido como llega. Hemos tratado de organizar

eventos, y tuvimos esa página de Facebook en algún momento, aunque

probablemente ha pasado un tiempo desde que se ha actualizado —Se sacude a

sí misma, como si se diera cuenta de lo cínica que suena.

—La cosa es que nadie aquí tiene tiempo para nada de eso. Incluso yo,

especialmente yo. —Suspira y se pone de pie—. No quiero desanimarte. Tal

vez podamos hablar más en los próximos días. Pero ahora mismo, necesito

comprobar a Luna y a algunos de nuestros otros pacientes. Sé que ambos tienen

mucho trabajo que hacer hoy, también. Lo siento, Prudence. Odio dejarte

plantada, pero... —A pesar de sus palabras, la mirada que me da es la definición

de desalentada.

—Hablaremos más sobre esto más tarde, ¿de acuerdo?

No creo que lo diga en serio. No creo que intente disuadirme de que se le

ocurran ideas, pero parece exhausta cuando se va y su día apenas ha comenzado.


Tal vez esté tan abrumada con las tareas diarias de mantener este lugar en

funcionamiento, que no puede procesar la idea de agregar algo más a la mezcla.

Lo que significa que, si esto va a funcionar, mis planes no pueden girar en

torno a Rosa, al menos no más allá de obtener su aprobación.

Estoy lejos de desanimarme. De hecho, esto funcionará aún mejor. Realmente

no quería que ella mirara por encima de mi hombro de todos modos, ya que

estoy haciendo todo lo posible para darle una nueva vida a este lugar.

Mientras Rosa se dirige al pasillo, lo que ellos llaman el ala de cuidados

intensivos, siento una mano en mi hombro. Me sobresalto y me giro para ver a

Shauna sonriéndome, las arrugas pronunciadas alrededor de sus ojos.

—Ella está bajo mucho estrés, ha sido una temporada difícil, —dice—. Por

un lado, creo que algunas nuevas campañas de recaudación de fondos podrían

ayudar mucho. Espero que lo pruebes.

Asiento con la cabeza. —Gracias.

Shauna también se marcha, subiendo las escaleras hasta el segundo piso.

Golpeo el borde de la carpeta en mi palma y me vuelvo hacia Quint. Tiene

los ojos oscuros y los labios apretados.

—¿Qué? —chasqueo—. ¿Por qué me miras así? —mis mejillas ya se han

enrojecido y ni siquiera estamos discutiendo todavía, pero puedo sentir su

animosidad y me pone a la defensiva, aunque no tengo ni idea de por qué

estamos peleando.

—No hay razón —dice la mentira más descarada de todos los tiempos—.

Tengo trabajo por hacer —se vuelve y abre la puerta mosquitera.

Lo sigo, todavía agarrando mi carpeta. Quint agarra un cepillo de piscina que

estaba apoyado contra la pared y comienza a entrar en una de las piscinas para

niños. Ayer tenía leones marinos, pero desde entonces se ha vaciado. Me

pregunto con qué frecuencia hay que limpiar las piscinas. ¿Cuánto tiempo se

pasa cambiando de lugar a los animales? Quiero decir, ¿es posible que eso sea

necesario? Su hábitat natural es agua de mar gruesa y fangosa, después de todo.


—¿Cuál es tu problema? —pregunto. Un par de voluntarios están

alimentando con pescado a los animales en la piscina de al lado. Se vuelven a

Quint y a mí, sorprendidos, pero los dos los ignoramos—. Y dame una respuesta

real. ¡Pensé que estarías emocionado con esto!

—Oh sí, es emocionante. —Quint arroja un poco de jabón para platos

directamente en la piscina vacía—. Bien pensado, compañera. Me alegro de

tenerte en el equipo. —Coge el cepillo y empieza a fregar con furia.

Lanzo mi mano libre al aire. —¡Aún no has escuchado mis ideas! ¿No quieres

que este lugar gane más dinero? ¿Para tener éxito?

Deja de fregar, ambas manos agarran el mango del cepillo como si se

resistiera a arrojármelo. —Has estado aquí un día, Prudence. Un. Día. ¿Sabes

siquiera cómo diferenciar entre focas de puerto y leones marinos?

Parpadeo hacia él, desconcertado, luego miro a la piscina más cercana. A las

criaturas regordetas y de cuerpo brillante que se zambullen dentro y fuera del

agua. —Focas —digo, agitando la carpeta hacia ellos.

—Incorrecto.

Diablos.

—Los leones marinos son los que tienen aletas sobre las orejas, entre otras

cosas.

¿Qué? ¿Qué aletas?

Miro de nuevo.

Oh. Tienen unas cositas graciosas en las orejas. ¿Quién lo sabía?

—¿Sabes qué es un pinnípedo?

Mi nariz se arruga por la irritación. —No. ¡Pero apuesto a que puedo

deletrearlo mejor que tú!

Me fulmina con la mirada y, sí, lo sé, fue un golpe bajo. ¡Pero es que no

entiendo por qué actúa así!

—Un pinnípedo es un mamífero que evolucionó para tener aletas en lugar de

pies. Como, por ejemplo... ¡focas! ¡Y leones marinos!


Pongo una mano en mi cadera. —Así que no conozco la terminología. ¿Qué

importa eso?

—¿Y qué hay del tipo de pescado con el que trabajamos ayer? Ni siquiera lo

preguntaste.

—¡Es pescado! Fue asqueroso. Se lo comen. ¿A quién le importa?

—Importa porque no te importa. Todo lo que te importa es si puedes

intervenir y hacerte cargo de otro proyecto para demostrar a todos cuan —me

señala con la mano— brillante eres, o lo que sea. Pero no sabes nada sobre

estos animales o lo que estamos haciendo aquí. Mientras que mi madre ha

estado dirigiendo este lugar durante casi veinte años. ¿Qué te hace pensar que

lo conoces mejor que ella? ¿Que yo? ¿Qué los voluntarios que han estado

poniendo su corazón y su alma en este lugar durante años? ¡Oh espera! —Él

golpea su mano en su frente.

—¿Crees que deberíamos ganar más dinero? Vaya, Prudence, eres una genio.

¿Por qué no pensamos en eso?

Pone los ojos en blanco. Nunca me habían atacado con tanta burla, por un

momento me quedo sin palabras, aunque la sangre corría caliente bajo mi piel.

Quint vuelve a fregar la piscina. Los músculos de sus hombros están tensos, los

voluntarios del siguiente recinto han vaciado el cubo de pescado, pero puedo

verlos demorarse, inseguros de si necesitan intervenir en nuestra discusión o si

son demasiado entrometidos para alejarse.

—Bien, quizás tengas razón —digo, bajando la voz. Quint sigue fregando.

Siento que esta será la piscina más limpia y reluciente que estos animales hayan

experimentado para cuando termine con ella—. No sé mucho sobre este lugar.

Hasta ayer, ni siquiera sabía que existía. Pero acabo de pasar los últimos seis

meses investigando exactamente este tipo de cosas, cómo las organizaciones

que se preocupan por los animales y el medio ambiente pueden realmente ser

rentables. Es una industria en auge en este momento, y por lo que he visto en,

ciertamente, sólo un día, este centro no está tomando ventaja de esta

oportunidad en absoluto. ¡Ni siquiera actualizas tu página de Facebook! Quint,

de esto se trata exactamente nuestro artículo. La idea es que la gente pague

dinero por ser parte de algo bueno. Algo importante. Pero primero necesitamos

que la gente sepa que El Centro incluso existe. Necesitamos que se preocupen.


Sus ojos parpadean hacia mí. No hay señales de acceder

—¿Nosotros?

Frunzo el ceño ante la implicación de que claramente no soy parte de este

equipo, esta familia. —Tú. Tu mamá. Estos voluntarios. Mi punto es que puedo

ayudar.

—Correcto, porque escribiste un informe sobre ecoturismo. —Inclina la

cabeza—. Dime, ¿qué nota obtuviste de nuevo?

Gruño. Es un golpe bajo, siento que se está vengando de mí por el anterior

comentario sobre la ortografía.

—No obtuve una mala calificación porque no sé de qué estoy hablando, —

digo con los dientes apretados—. Obtuve una mala calificación porque... —Mi

atención se lanza de nuevo hacia el grupo de leones marinos. Están todos en la

piscina, pero tan pronto como miro, uno de ellos salta y en cuestión de segundos

el resto se ha abalanzado sobre él en la terraza de la piscina. Como el juego de

seguir al líder más lindo del mundo.

Trago. —Porque no sabía por qué importaba, —me escucho decir.

—Sé cómo nuestra comunidad puede ganar dinero concentrándose en el

ecoturismo, simplemente no expresé por qué es importante. Por qué estos

animales y sus hábitats son importantes.

—¿Y crees que son importantes? —Aplana el cepillo en el fondo de la piscina

y se apoya en el mango—. ¿De verdad crees que salvar a estos animales es una

causa que vale la pena? ¿O es sólo una casilla más para que compruebes tu lista

de logros? Una buena adición al currículum de Prudence Barnett.

Dejo escapar un gemido de frustración. —Mira, no voy a mentir y decir que

no quiero eso, pero en este caso, si lo logro, tú también. Tu mamá también. ¿No

puedes al menos dejarme intentarlo?

—Estoy seguro de que no podría detenerte incluso si quisiera.

—¿Por qué querrías hacerlo? —mi voz se eleva de nuevo. No quiero gritar,

pero, ash, ¿no puede al menos darme una oportunidad? Estoy tentada de quitarle

ese cepillo de la mano y golpearlo en la cabeza con él.


Exhala ruidosamente por la nariz e ignora mi pregunta. Empuja el cepillo

hacia un lado, agarra una manguera y comienza a enjuagar la pequeña piscina.

Pasan eones. La enjuaga tres veces antes de cerrar la manguera y atreverse a

mirarme de nuevo. Todavía estoy hirviendo y mis dedos clavándose en mi

cadera. Pero él, al menos, parece calmarse.

Casi no me atrevo a esperar que tal vez lo haya ganado, sólo cuando me doy

cuenta de eso, empiezo a cuestionarme por qué me molesto en conquistarlo.

Esta es la organización de su mamá. Ella es la única cuya opinión importa.

Pero no puedo luchar contra Quint en cada paso del camino. Puede que no lo

necesite, pero seguro que será más fácil si está a bordo.

—Está bien —dice finalmente. Su voz es áspera y siento que no es una

concesión fácil para él, no obstante, no me importa. El alivio ya está brotando

en mí—. Te escucharé, —continúa—. Pero no hoy, estamos muy ocupados en

este momento.

—Bien, no hay problema. Me pondré un delantal y luego puedo ayudar a

limpiar o algo.

Sus mejillas se mueven.

—Y tal vez podamos hablar de esto, —levanto la carpeta—. ¿mañana?

Quiero decir, cuanto antes podamos empezar, mejor, ¿correcto?

Suspira. Un sonido pesado, medio melodramático. —Sí, increíble —dice—.

No puedo esperar.


Encanto tiene lo que Carlos generosamente se refiere como un "patio" a lo

largo de la parte delantera del restaurante. En realidad, son sólo tres pequeñas

mesas de café en una pequeña sección acordonada de la acera, pero puede ser

un buen lugar para sentarse y observar a la gente. Aquí es donde me siento a

esperar a Quint. Tengo mi carpeta, además de un montón de material nuevo, en

su mayoría folletos en línea, estadísticas e informes de otras organizaciones sin

fines de lucro que encontré en internet. Descubrí una organización benéfica de

investigación del cáncer que recaudó casi mil millones de dólares en un año. ¡El

salario de su CEO era de $ 2,4 millones! No es que crea que voy a estar cerca

de eso, especialmente no durante sólo un verano, pero es bueno saber que se

puede lograr. Supongo que es un poco refrescante saber cuán generosa puede

ser la gente con su dinero y cómo realmente puede sumarse para hacer una gran

diferencia.

Bueno, no es que hayamos curado el cáncer todavía. Pero tengo que asumir

que la caridad ha hecho algo que valga la pena con toda esa masa.

Una vez que estoy lista para mi reunión con Quint, mis papeles perfectamente

organizados y una lista con viñetas de temas de conversación a mi lado, miro

mi reloj. Nos reunimos al mediodía, llegué cinco minutos antes.

Un camarero viene a ver cómo estoy, así que pido un agua con gas y unos

tostones, que es una especialidad puertorriqueña y el aperitivo característico de

Carlos. Se trata básicamente de plátanos, que son algo así como los plátanos

firmes, que han sido aplastados, fritos y salados, además son deliciosos.

Crujiente por fuera, tierno por dentro. Por si fuera poco, los sirve con

chimichurri y salsa de chipotle-mayonesa, mi boca se hace agua de sólo

pensarlo. Jude y yo solemos pedir platos separados porque son demasiado

buenos para compartirlos.

Considero pedir algo para Quint, pero eso puede ser extraño, así que no lo

hago. El camarero vuelve a desaparecer dentro. Me quito las gafas de sol y uso


la falda de mi vestido para limpiar una mancha. Poniéndolos de nuevo, me relajo

en mi asiento, esperando.

La temporada turística aún no ha comenzado, pero la ciudad ya se siente más

animada que hace un par de semanas. Los comerciantes están desempolvando

sus productos y lavando sus ventanas, colocando grandes estantes llenos de

productos del año pasado para atraer a todos los nuevos clientes que están

comenzando a llegar.

Agarro mi teléfono y reviso algunas publicaciones de las redes sociales, pero

nadie que me importe ha publicado nada nuevo, así que pronto me aburro.

El camarero saca mi agua y bebo casi la mitad del vaso de un trago. Me hace

cosquillas en la nariz por la carbonatación. Miro mi reloj de nuevo. Se siente

como si hubiera estado esperando mucho tiempo, pero solo son las 12:03.

Intento mantener la mente ocupada buscando personas en la calle que puedan

necesitar una confrontación kármica. Me doy cuenta de eso una vez que

empiezo a buscar irregularidades, parecen estar en todas partes: la chica que

pega el chicle en la parte inferior de la mesa de al lado. El hombre que no limpia

después de su perro.

Una sonrisa y un apretón de mis dedos, lo siguiente que sabes es que la chica

ha goteado salsa por la parte delantera de su vestido, y el hombre, distraído,

mete su propio zapato en la pila de excrementos.

Se convierte en un juego, buscando un comportamiento reprobable. Y hay

mucho que ver. Me pregunto si este extraño poder está atrayendo de alguna

manera a personas aborrecibles, poniéndolas en mi camino para que puedan

sentir la ira del universo, o si realmente hay tanta gente desconsiderada en este

mundo.

Hablando de desconsiderados…

Miro mi reloj. ¡Las 12:39!

Mis dientes se aprietan. He estado tan distraída repartiendo castigos a los que

me rodean, que apenas he tocado el plato de tostones que trajeron hace un

tiempo. Agarro uno ahora y me lo meto en la boca. He estado sentada aquí el

tiempo suficiente para que empiecen a enfriarse.

En mi opinión, esto también es culpa de Quint.


Trago, un poco dolorosamente.

Por un segundo, trato de usar la táctica de Ari y darle el beneficio de la duda.

¿Podría estar atrapado en el tráfico?

Mmm, no. A menos que haya algún festival o algo, el tráfico en Fortuna

Beach es prácticamente inexistente.

¿Quizás olvidó la hora? ¿O olvidó que se suponía que íbamos a encontrarnos?

Esto parece probable, pero difícilmente hace que esté bien.

¿Quizás está enfermo?

Por favor. Sería tan afortunada.

Honestamente, después de verlo ayer a las 8:00 am en El Centro, comencé a

pensar que tal vez me había equivocado con él. Quizás haya alguna parte de él

que pueda ser responsable, que se toma en serio sus obligaciones. Quizás no sea

un delincuente total.

Tan pronto como mi reloj marca la 1:00, lo que lo hace una hora tarde, siento

que mi molestia se desborda. Una cosa es llegar tarde a clase. Sí, hubiera sido

bueno tener un compañero de laboratorio confiable, pero sea lo que sea, hice el

trabajo yo misma. ¿Pero dejarme plantada así? ¿En mi día libre? Cuando he

puesto todo este trabajo para ayudar a su mamá y su Centro.

¡Es imperdonable!

Esta perorata continúa en mi cabeza otros diez… quince… veintidós minutos,

hasta que estoy a punto de gritarles a las enfurecidas gaviotas que graznan en

busca de comida que se haya caído.

Y entonces, lo veo.

Camina por la acera, sus ojos están ocultos por gafas de sol y la luz de la tarde

brilla en su cabello oscuro. Lleva sandalias, bañador y una camiseta blanca con

la imagen de un pulpo haciendo surf. No tiene prisa, de ninguna manera parece

ansioso o arrepentido. Parece relajado, demasiado relajado.

Cómo es que puedo tener expectativas tan altas, para mí y para los que me

rodean, mientras Quint puede ser tan ... tan Quint. Incluso he pasado el último

año bajando mis expectativas sobre él, poco a poco, y aun así se las arregla para

decepcionarme. Realmente le he pedido muy poco, sólo llega a tiempo para no


tener que explicarte la tarea todos los días. Simplemente lee el capítulo de

nuestro libro de texto de antemano para tener una idea de lo que estamos

hablando, toma algunas notas o medidas precisas o haz algo útil en lugar de

ponerlo todo sobre mis hombros.

De alguna manera, falló. Una y otra y otra vez. Y ahora esto, no sólo llegar

tarde, sino ser tan informal al respecto.

Estoy realmente furiosa cuando Quint me ve y sonríe a modo de saludo.

Sonrisas

¡Ese imbécil!

Mi mano se aprieta debajo de la mesa hasta que puedo sentir el pulso de mi

propia sangre en mis nudillos.

Quint hace una pausa, sus ojos se fijan en algo. Por favor, oh, por favor, deja

que una gaviota se acerque y deje caer una grande sobre su cabeza.

Deja que un niño coloque un cono de helado de chocolate a medio devorar

directamente en su trasero con estampado hawaiano. (No es que esté pensando

en su trasero. ¡Oh, qué asco, basta, cerebro!)

O.… o.… ash, no me importa, ¡sólo algo horrible!

Mientras miro, me duele la mano y las imágenes de venganza se arremolinan

en mi cabeza, Quint se agacha y toma algo de la acera. Entrecierro los ojos,

tratando de ver qué es.

Espera, ¿acaba de encontrar dinero?

Quint se acerca a un comerciante cercano que está barriendo su entrada y le

muestra el papel. El hombre sacude su cabeza. Quint se aleja, mira a ambos

lados de la acera, pero no hay nadie más a quien preguntar. Nadie con quien

hablar, da el equivalente facial de un encogimiento de hombros, luego comienza

a dirigirse hacia mí de nuevo.

Mi puño se relaja lentamente. ¿Qué está pasando aquí?

—Mira —dice, deslizándose en la silla frente a mí—. Acabo de encontrar

veinte dólares.

Miro boquiabierto el billete en su mano. ¿Qué?


Lo sostiene hacia mí. —Lo llamaremos nuestra primera donación anónima.

—sonríe—. ¿Ves? Ya estamos haciendo un buen equipo.

Mi cerebro se siente como si se estuviera apagando. No puedo procesar lo

que acaba de pasar, siento que el universo me traicionó. Tomo el billete, un

poco aturdida, y lo miro. Tal vez sea una falsificación y lo arrestarán si la usa.

No, es real. Sé que, por la razón que sea, fue recompensado, después de llegar

casi una hora y media tarde a nuestra reunión. ¿Eso fue obra del universo, o

simplemente una coincidencia?

Dejo el dinero en la mesa entre nosotros.

—Wow —le digo, un poco aturdida—. Bien, yo... empezaré un libro de

contabilidad.

—Sí, o esto simplemente puede pagar el almuerzo, estoy hambriento. —

Toma un tostón sin preguntar, lo moja en la salsa de chipotle y se lo echa a la

boca—. Mm, muy bueno —dice. No parece darse cuenta de que están fríos. Ya

sabes, porque han estado ahí durante más de una hora.

—Entonces —comienzo, mientras mi ira una vez más comienza a hervir—.

Sabes cómo decir la hora ¿verdad? ¿No dormiste durante esas lecciones en la

escuela primaria?

Levanta una ceja, se toma su tiempo para masticar. Finalmente traga y se

inclina sobre la mesa. —O —dice—, podrías intentar comenzar esta

conversación con algo como, “Vaya, Quint, seguro que llegas tarde hoy, ¿pasó

algo?”

Mi mandíbula se aprieta y me inclino hacia adelante. —O podrías comenzar

con una disculpa. Llevo aquí una hora y media, ¿crees que no tuve nada mejor

que hacer con mi tiempo que esperarte? ¿No podías enviar algún mensaje de

texto?

—No tengo tu número.

Señalo hacia las ventanas a nuestro lado. —Sabías dónde nos reuníamos,

podrías haber llamado al restaurante.

Esto parece darle una pausa. Se echa hacia atrás un poco, con la boca abierta,

pasan un par de segundos antes de que diga —No pensé en eso.


Resoplo con fuerza y cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Bueno, lo siento.

—Seguro, como sea. Solo espero que te lo estés pasando bien, superando tu

puntuación más alta en ... en Pac-Man, o lo que sea que estés haciendo.

Sus ojos se entrecierran, una mezcla entre divertido e irritado.

—¿Pac-Man?

Le hago un gesto con la mano. —Ari tiene un viejo ... no importa.

Niega con la cabeza. —Bueno, sí. Destruí totalmente mi récord de Pac-Man.

Ya sabes, justo después de que ayudé a nuestro equipo de rescate a desenredar

una nutria marina de una red de pesca. ¿Terminaste con estos? —No espera

una respuesta antes de engullir dos tostones más.

Lo cual es bueno, porque en realidad estoy sin palabras.

Quiero creer que se lo está inventando, aunque no creo que lo esté.

El camarero regresa y Quint pide una cerveza de raíz.

—Ella se pondrá bien —dice Quint una vez que nuestro mesero se ha ido de

nuevo—. La nutria, en caso de que te lo preguntes.

Me aclaro la garganta, negándome a sentir vergüenza. —Para que conste, no

había absolutamente ninguna forma de que supiera sobre eso.

—Sí, lo sé. —Quint se encoge de hombros—. Pero sólo por una vez, sería

bueno si no asumieras que soy un idiota.

—No creo que seas un idiota, sólo creo que eres…

Sonríe expectante. —Sigue, no herirás mis sentimientos.

—Irresponsable —digo.

Tararea pensativamente y se come los últimos tostones. —¿Eso es todo?

Se siente casi como si se estuviera burlando de mí, pero, vamos, soy quien

tuvo que aguantar sus travesuras inmaduras todo el año.

—Es suficiente —digo—. Una persona solo puede llegar tarde a clase tantas

veces antes de que sus prioridades se vuelvan bastante obvias.


Se toma su tiempo lamiendo la sal de sus dedos, nuestro camarero entrega la

cerveza de raíz y Quint pide un plato de nachos con pernil asado.

Tan pronto como estamos solos de nuevo, Quint me da una sonrisa que parece

casi como si se sintiera mal por mí. —Para que conste —dice, y de nuevo puedo

escuchar la burla en su tono, repitiendo mis palabras de antes—, Trabajo la

mayoría de las mañanas en El Centro, incluso durante el año escolar. Es por eso

que llego tan tarde, especialmente en la primavera, porque es cuando muchos

animales se separan de sus mamás y tienen que sobrevivir solos, lo que

simplemente no les va muy bien a todos, así que obtenemos una gran cantidad

de nuevos pacientes a la vez. Será más lento en otoño, no es que te importe.

Lo miro.

—El Señor Chávez lo sabe —dice Quint—. Él entiende que tengo

responsabilidades —extrayendo la palabra como si fuera la primera vez que la

dice—, y por eso me da un pase para cuando llegue tarde. A cambio, cada dos

semanas mi mamá firma un formulario indicando lo que hice en El Centro que

justifica mi ausencia a la escuela, y el Sr. Chávez me da crédito por ello. Es

una... ¿Cuál fue esa palabra elegante que usaste ayer? Ah, una relación

simbiótica. —Baja la voz con complicidad—. Entre tú y yo, creo que

probablemente soy el pez tonto.

Levanto la mano. —Espera, me estás diciendo que todo este tiempo me

dejaste creer que estabas durmiendo y… holgazaneando en la sala de juegos o

algo así, cuando en realidad ¿has estado fregando piscinas y haciendo puré de

pescado?

—No olvides el rescate de crías de nutria marina —dice.

Niego con la cabeza. —No dijiste que era un bebé.

Se encoge de hombros. —No lo fue esta vez.

Levanto las manos. —¿Por qué no me lo dijiste?

—Lo intenté.

—¿Cuándo?

—El otoño pasado, quizás después de la tercera o cuarta vez que llegué tarde.

Me di cuenta de que estabas enojada, así que comencé a explicártelo, pero tú

simplemente —agregó con la mano imitando a la reina de Inglaterra—, me


despediste. No querías escucharlo. De hecho, creo que tus palabras exactas

fueron “No quiero escucharlo”.

—Pero… ¡Pero eso no significa que no quisiera escucharlo!

Se ríe, —Sabes cómo funciona el lenguaje, ¿verdad?

—Cállate. —Lo pateo debajo de la mesa.

Su risa se convierte en una risa abierta. —Bien, bien. Quizás debería haberme

esforzado más. Pero estabas... quiero decir, vamos. Tú también me cabreaste.

Pensé, si no te molestas en darme una oportunidad, ¿por qué debería intentarlo?

—¡Porque se suponía que íbamos a ser compañeros!

Su sonrisa se desvanece y me da una mirada que es como una verificación

silenciosa de la realidad. —Prudence Barnett. Tú y yo nunca fuimos

compañeros y lo sabes.

Quiero discutir con esta afirmación. Lo hago.

No puedo.

Nunca fuimos compañeros, es la verdad.

Pero eso es tanto su culpa como la mía. Aprieto los dientes, pensando en esos

momentos horribles en los que me di cuenta de que él no estaría allí para nuestra

presentación. Que me había abandonado en el más vital de los días.

—Ni siquiera te molestaste en llegar para nuestra presentación —digo

sombríamente—. Después de que… prácticamente te rogara que llegaras a

tiempo, ni siquiera pudiste hacer eso.

—El Centro estaba falto de personal ese día, mi mamá me necesitaba para

ayudar.

Pero yo también te necesitaba, quiero decir. No puedo, no para él. En cambio,

muerdo el interior de mi mejilla y miro hacia otro lado, mirando hacia la acera.

El recuerdo de esa mañana trae de vuelta la misma rabia, el mismo pavor, Quint

debe poder decir que este argumento es diferente, porque cuando vuelve a

hablar, su voz tiene un matiz de preocupación detrás.

—Mira, sabía que estarías bien. Eres... —se calla, luego me hace un gesto.

Una mano dando vueltas en el aire.


Le devuelvo una mirada fría. ― ¿Soy qué?

—¡Eres buena! —dice con una risa incómoda—. Eres, como, la mejor

presentadora de la clase. No me necesitabas.

—¡Pero lo hacía! —grito.

Sorprendido, se recuesta en su asiento.

Exhalo ásperamente por las fosas nasales. Mis manos han comenzado a

temblar, necesito que lo entienda. ¿Todas las demás veces llegó tarde? Está

bien. Lo que sea, puedo lidiar con eso. Pero ese día. Ese día. Fue una traición.

¿No lo entiende?

—Odio hablar delante de la gente, —comienzo, pero luego hago una pausa.

Cierro los ojos con fuerza y meneo la cabeza rápidamente.

—No, eso no es… Una vez que esté allí, estará bien. ¿Pero de antemano?

¿Pensando en cómo todos me estarán mirando? Es aterrador. La única razón por

la que puedo hacerlo es porque practico, practico y practico, ¿y recuerdas? Te

dije que deberíamos reunirnos y practicar el discurso, dijiste que estabas

demasiado ocupado, aunque obviamente no querías gastar más de tu precioso

tiempo en ello, o tal vez simplemente no querías pasar más tiempo conmigo. Lo

que... lo entiendo, lo que sea. —Agito mis manos al aire—. ¡Pero no puedo

simplemente improvisar como tú! Así que tuve que hacerlo todo yo misma.

Tenía que planificar el discurso sin ti, tenía que ensayar sin ti, pero al menos…

al menos pensé que estarías ahí cuando llegara el momento. Pensé que traerías

nuestros papeles y entonces la gente no me estaría mirando, y también,

podrías...ya sabes, hacer lo que haces, —es mi turno de hacerle un gesto vago—

. Hacer reír a la gente, tranquilizarlos. Entonces podría dar nuestra presentación

y sería genial. ¡Excepto que no estabas allí! ¿Y darme cuenta de que no ibas a

estar allí? ¡Fue horrible!

Termino.

Realmente no he terminado, podría seguir. La forma en que interrumpió el

discurso, la forma en que se tomó su dulce momento repartiendo los papeles.

Pero me empiezan a picar los ojos y no me atrevo a seguir hablando.

No puedo mirarlo, así que me quedo mirando la mesa, rascándome la sien

con el bolígrafo.


Sólo cuando Quint se ríe, lo cual es tan exasperante como inesperado, me doy

cuenta de que he usado el lado de la tinta y simplemente escribí en mi cara.

Hago una mueca y lo froto con los dedos.

—Quería hacer eso —murmuro.

—Creadora de tendencias —murmura en respuesta. Luego toma una

servilleta, la sumerge en un vaso de agua helada y se inclina sobre la mesa—.

Aquí —dice, quitando la tinta de mi piel.

Cuando termina, deja caer la servilleta arrugada sobre la mesa. Nuestros ojos

se encuentran. No puedo leer su expresión, pero puedo decir que está

reflexionando sobre algo. Algo grande.

La mesa es pequeña. Probablemente podría inclinarse y...

—Lo siento —dice, sorprendiéndome por la dirección tan-no-buena en la que

mis pensamientos se dirigían—. No lo sabía. Pensé... Siempre pareces tan

confiada frente a la clase. No tenía ni idea.

Parece legítimamente arrepentido.

Inhala y continúa —¿Recuerdas la otra noche cuando estaban teniendo un

karaoke aquí?

Asiento con la cabeza. Apenas he pensado en el karaoke estos últimos días,

pero ahora los recuerdos vuelven. Los primeros poderosos acordes de Instant

Karma, la forma en que el restaurante se desvaneció mientras cantaba. Todos

menos Quint, por ese único momento, sus ojos se clavaron en mí, su sonrisa

medio asombrada...

Miro hacia la mesa, repentinamente nerviosa, y.… oh, Dios mío, me sonrojo.

¿Qué demonios?

—Estaba viendo a algunas de esas personas levantarse para cantar —dice

Quint, vuelvo a centrar mi atención en él—. Y pensé, literalmente, no puedo

imaginar nada más doloroso que cantar frente a una multitud así. Preferiría tener

un tratamiento de conducto. —se estremece exageradamente—. Entonces, lo

entiendo, de cierta manera, miedo escénico, o lo que sea. Y tienes razón, debería

haber estado allí, me lo pediste, —hace una pausa—. Lo siento mucho.


Nos sentamos en silencio por un rato, turistas y bañistas pasan por la acera.

Pájaros graznando cerca, con la esperanza de que dejemos algunas migajas de

comida.

—Tengo un truco, —digo en voz baja.

Las cejas de Quint se elevan.

—Cuando tengo que actuar frente a la gente, me digo a mí misma, son sólo

cinco minutos de mi vida. O diez, o veinte, o lo que sea. En el gran esquema de

las cosas, cinco minutos no es nada, ¿verdad? Y eso es todo lo que tengo que

superar, luego se terminará.

Su boca se arquea. —Si alguna vez decido hacer karaoke, lo cual es muy poco

probable, lo tendré en cuenta.

—La mayoría de las canciones duran menos de cuatro minutos.

Asiente y ahora sonríe. Su sonrisa me resulta familiar, pero no es muy

frecuente que yo la reciba.

Trago.

—Mira, Prudence, no quiero que este verano sea tan miserable como lo fue

la clase de biología durante todo el año. ¿Crees que tal vez podamos probar algo

diferente?

No aparto la mirada cuando la amenaza de las lágrimas comienza a

desvanecerse. —Bueno —digo—, eso parece mejor que la alternativa.


El camarero llega, intercambiando el plato de aperitivos vacío con un plato

gigante de nachos, con una pila de cerdo asado, queso derretido, y todos los

acompañamientos. Quint le da las gracias, y tan pronto como el camarero se va,

Quint empuja el plato hacia mí, por encima de algunos de mis papeles. —Puedes

tomar un poco si quieres.

—Gracias —murmuro—. Dado que te comiste mi comida.

Sonríe. Sabe tan bien como yo que, si yo quisiera terminar los tostones, se

habrían ido mucho antes de que él llegase.

Respiro y tomo una patata frita.

Quint gime en aprobación mientras da su primer mordisco, y lo baja con un

trago de su soda. —Mucho mejor que arroz y frijoles.

—¿Arroz y frijoles? Es una comparación extraña.

Se ríe. —Sólo hay, como, tres cosas en este menú que Morgan puede comer.

Prácticamente sólo viene aquí para los tostones, y son increíbles, pero un

hombre a veces necesita algo más. Así que comemos arroz y frijoles, pero de la

clase de ¿Puerto Rico? ¿Cómo se llama?

—Arroz con guisantes de paloma.

Chasquea los dedos —Exacto. Excepto que incluso eso usualmente está

hecho con jamón o tocino o algo así, así que pide la opción vegetariana. No está

mal, pero esto... —Señala hacia los nachos—. Oh Dios mío. Es tan bueno.

—¿Es vegetariana?

—Vegana. Y, quiero decir, ella siempre dice que está bien con gente

comiendo carne y lácteos delante de ella, pero... —Me da una mirada de

complicidad—. Créeme, ella está juzgando. Ella está juzgando con fuerza. Así

que he descubierto que es más fácil simplemente comprar lo que sea que ella

ordene.


—Supongo que eso explica el cartel —digo, imaginando las vacas en sus

verdes pastos, y la gran X dibujada sobre sus pensamientos felices. Aún así no

significa que lo que hizo esté bien, pero si ella se opone a consumir carne,

entonces por supuesto se opone al local de hamburguesas.

—¿Qué cartel?

Parpadeo, dándome cuenta de que Quint probablemente no sabe sobre el

grafiti —Oh. Estaba pensando en este cartel que vi, anunciando ¿Blue's

Burgers? Alguien lo había destrozado, y yo estaba pensando en cómo, ya sabes,

para mí, comer una hamburguesa con queso no es exactamente una cuestión de

moralidad. Pero Morgan probablemente no esté de acuerdo.

—Oh, ella no estaría de acuerdo de ninguna manera posible —dice Quint.

Luego se encoge de hombros —. Quiero decir, ella es genial. Me agrada

Morgan. Es muy inteligente y es muy divertido trabajar con ella. Pero cuando

se trata de la industria de la carne y el tratamiento humanitario de los animales,

ella es —se toma un segundo para buscar la palabra correcta antes de detenerse

en —apasionada.

Algo me dice que está usando apasionada para describir a Morgan de la

misma manera que usó dedicada para describirme.

—Supongo que es bueno saberlo —respondo—. Honestamente, la otra noche

parecía más bien grosera.

Hace una mueca —Lo hizo, ¿verdad? Sé que no debería disculparme por

otras personas o como sea, pero no suele ser así de desconectada. Había, como,

una gran petición online por ahí, tratando de que el gobierno cierre algunas

granjas industriales locales que han sido descubiertas usando prácticas

inhumanas. Así que estaba escribiendo correos electrónicos a todos nuestros

políticos y tratando de hacer estallar la noticia en las redes sociales.

¿Granjas industriales? ¿Esto está relacionado también con el incidente del

cartel publicitario?

Pero Blue's Burgers obtiene su carne de vacas que pastan hierba verde fresca

todo el día. Eso es lo que toda su publicidad nos ha estado diciendo durante

años. No tienen nada que ver con algunas granjas industriales fraudulentas.

E incluso si lo hicieran, Morgan igual cometió un crimen. El universo todavía

la castigo por ello.


Quint prosigue, pareciendo un poco avergonzado cuando agrega —No es que

ella no pudiera haberse detenido durante dos segundos para darle a tu amiga

atención o un aplauso o algo así. Y a ti también, ya que estamos en ello.

Me encojo de hombros, sintiéndome de repente cohibida. De nuevo, pensé en

su mirada sobre mí, la forma en que brindó con su Shirley Temple cuando salí

del escenario.

—Estuviste realmente bien, por cierto.

Las palabras de Quint tardan un momento en registrarse.

—No creo que haya dicho eso todavía —continúa—. Pero lo estuviste. —De

repente, se concentra en sus nachos, como si elegir un chip con la cantidad

perfecta de queso, cerdo y jalapeño fuera una situación de vida o muerte.

Me sonrojo de nuevo, pero esta vez se extiende por mi garganta y mi pecho.

—Gracias, —digo en voz baja. Aclarándome la garganta

—Pero sé que no tengo una gran voz para cantar. No tienes que...

—No, yo sé. Eso no es… —duda—. Quiero decir, tu voz está bien.

—Bien —digo con una risa errática —. Esta apenas un paso por encima de

lo tolerable.

—Eso no es lo que quise decir. Estabas... —Se queda en silencio.

—Me siento halagada —digo inexpresiva.

El niega con la cabeza —Solo estoy tratando de decir, qué estabas…—

Mueve la muñeca en el aire, tratando de convocar una palabra o tal vez tratando

de transmitir su significado a través de un gesto florido, pero el mensaje no se

traduce.

Probablemente debería apreciar la telepatía gemela que tengo con Jude.

Claramente, la comunicación es difícil.

—¿Yo estaba?

Sus dedos se detienen, luego se aprietan brevemente, antes de descender y

agarrar una ficha de la pila —No importa.


Mi rodilla comienza a rebotar ansiosamente debajo de la mesa. Me encuentro

mirándolo, incluso cuando gira la cabeza y fija su atención determinadamente

en la franja de playa que se puede ver más allá de los edificios al otro lado de la

calle.

Sus mejillas. También se ven más rojas que antes.

Lo que obviamente estoy imaginando. O tal vez se olvidó de ponerse

protector solar, un error de aficionado aquí en Fortuna Beach.

Eso debe ser.

—Parecías realmente confiada allí —dice, hablando un poco demasiado

rápido de repente.

—Soy una persona bastante segura en general.

—Créeme, lo he notado. Pero era más que... parecía que te estabas divirtiendo

mucho. Eso es todo.

Oh. Ahí está. La palabra con d. La nota de sorpresa. La implicación: ¡Guau!

¿Prudence Barnett sabe cómo divertirse? ¿Quién lo diría?

—Correcto. Porque todo lo que sé hacer es trabajar duro, sacar buenas notas

y estudiar.

Me fulmina con la mirada, y de esa manera, estamos enojados de nuevo. —

¿Honestamente? Me lo he preguntado.

Es dolorosa la forma en que ese comentario arde. No hay forma de que Quint

sepa que acaba de clavar una estaca en uno de mis lugares más débiles. Sé que

puedo ser un poco loca por el control. Sé que a veces me tomo las cosas

demasiado en serio. Sé que no soy bromista o el alma de la fiesta o una de esas

chicas geniales que son retratadas en las películas como la fantasía de todos los

chicos que hay.

Conozco las palabras que alguien como Quint usa para describir a alguien

como yo.

Aguafiestas. Tensa. Mojigata.

Pero está equivocado.


—Puedo divertirme —digo—. Y para tu información, tengo amigos a los que

les gusta pasar el rato conmigo. Personas que disfrutan legítimamente de mi

compañía. Tal vez no voy a surfear o.… o beber de barriles o lo que sea...

—Espera, espera, espera —dice Quint—. Eso no es lo que quise decir,

simplemente no importa, ¿de acuerdo? Olvidemos que dije algo.

Inhalo con fuerza por la nariz. Mi pulso se acelera, pero me obligo a calmar

mi ira y hacer que retroceda. Admito que tal vez, solo tal vez, fue una reacción

ligeramente exagerada. Aunque nunca le daría la satisfacción de saber eso.

—Bien —murmuro—. Está olvidado.

—Excelente.

—Bien.

Aaaaah...de repente, las cosas se ponen raras. Incómodas. Como si hubiera

algo que no ha dicho, pero ninguno de nosotros está dispuesto a decirlo y, para

ser honesta, no tengo idea de qué puede ser. Pero se cierne sobre nuestras

cabezas, desafiándonos a que nos demos cuenta.

—¡Bien! —vuelvo a decir, tan alto y repentino que Quint salta un poco—.

Entonces. Hablemos de estrategias de recaudación de fondos, ¿de acuerdo?

Tengo tantas ideas. Estoy llena de ideas. Mira. Hice una lista, organizada en

orden de menor a mayor costo inicial, pero luego, en este lado, anote lo que creo

que podrían ser los ingresos potenciales. —Doy la vuelta a la hoja del papel

superior y la sostengo hacia Quint. La escanea con la mirada mientras como

unos nachos más. Tomo mi bolígrafo y señalo el artículo superior: venta de

pasteles—. Obviamente, una venta de pasteles sería increíblemente barata y

fácil, pero ¿cuánto dinero podemos esperar ganar realmente vendiendo

brownies?

—No lo sé. A la gente realmente le gustan los brownies.

—Cierto. Y también tengo esta página de ideas complementarias, y bajo la

venta de pasteles, ¿pensé que podríamos hacer productos temáticos? Como

galletas con forma de delfines, ese tipo de cosas. Pero, de todos modos, creo

que podemos hacerlo mejor que una venta de pasteles. —Señalo algunos

elementos más de la lista—. Otras opciones rentables son crear una lista de

correo y trabajar en nuestro alcance educativo con las escuelas locales, y


definitivamente necesitamos intensificar las cosas en las redes sociales. El

único costo es nuestro tiempo. En el otro extremo, aquí abajo, tenemos cosas

como...

—¿Regalos con donaciones? —dice Quint.

—¡Sí! Como en nuestro proyecto. ¿Recuerdas? Bolsas de mano y botellas de

agua reutilizables, todas con el logotipo del centro. Solo un pequeño incentivo,

basado en varios montos de donación. Pero tendríamos que pagar para producir

esos artículos, y es mejor pedirlos al por mayor para que el precio por artículo

baje mucho.

—¿Viajes al campo?

—¡Correcto! Pensé, si podemos hacer que los niños se entusiasmen con El

Centro, entonces irán a casa y se lo dirán a sus padres. Podemos invitar a clases

para que vengan y vean a los animales, nos vean alimentarlos, tal vez hacer un

proyecto de manualidades divertido, como, encontré estos cazadores de tortugas

marinas en Pinterest que están hechos de papel de seda y son súper lindos, y

luego...

—Prudence. Espera.

Mis palabras se detienen.

—Antes de que podamos hacer algo de esto, necesitamos entender nuestro

mensaje. Nuestra misión. Quiero decir, sé por qué mi mamá inició El Centro y

por qué tantos voluntarios donan su tiempo allí, pero debemos poder

transmitirlo a personas que nunca han oído hablar de nosotros. Quien tal vez no

tenga idea de que estos animales están en peligro. Porque nadie nos va a dar

dinero si no sabe por qué es importante.

—Por supuesto que es importante, —digo, más que un poco confundida.

Quint se ríe. —Tú no crees que lo sea.

—Eso no es cierto. Estoy aquí, ¿no?

—Estás aquí porque quieres una mejor calificación en ese proyecto.

Se me eriza la piel y estaba a punto de discutir, cuando Quint levanta ambas

manos. —Escúchame un momento. Rescatamos y rehabilitamos animales

marinos. ¿Por qué?


—Porque... —Mi boca permanece abierta, pero no sale nada más—.

¿Porque... porque la gente piensa que son lindos?

Él pone los ojos en blanco. —Personas. ¿Pero no tú?

—No lo sé. No están mal.

—¿Alguna vez has visto una cría de nutria marina?

Pongo los ojos en blanco. —No, pero estoy segura de que son geniales. Sólo

digo que son animales marinos, no son cachorros.

—Ah. Así que eres una persona de perros.

Hago una mueca. —Amm, no.

Quint se ríe, reclinándose en su silla y balanceándose sobre las patas traseras.

Estoy tentada de sacar la silla de debajo de él. Sus dientes, noté por primera vez,

son extrañamente perfectos. Como dientes de modelo de pasta de dientes.

—Oh, basta —siseo—. No soy un monstruo. Puedo ver que los cachorros son

adorables y estoy segura de que las crías de nutria marina también lo son. Pero...

me gusta la gente. Me gustan los niños.

Se ve sorprendido por esto. —¿Lo haces?

—Bueno, seguro. Quiero decir, cuando no son parientes míos. Solía enseñar

lectura a los niños de jardín de infancia y eran los mejores.

Él me mira —Huh.

—No me digas huh, —le digo, señalándolo a la cara con un dedo —. Hago

más que estudiar, sabes.

Ladeo la cabeza hacia un lado y puedo ver que esta es información nueva

para él. Pero también puedo verlo luchar para no decir eso.

—Dijiste que te gustan los niños cuando no son parientes tuyos. ¿Jude no es

tu único hermano?

—Ojalá, tenemos tres hermanas menores. Lucy tiene trece años, Penny nueve

y Ellie cuatro.

—Ellie, —dice con curiosidad—. ¿Abreviatura de Eleanor?

Asiento con la cabeza.


—Guau. Tus padres estaban realmente comprometidos con el mundo de los

Beatles, ¿no es así?

Mis ojos se abren. Se da cuenta de la referencia muy rápido. —¿Conoces la

música de los Beatles?

—Por supuesto. Eran prácticamente todo lo que mi padre escuchaba cuando

yo era pequeño.

¿Su papá? Esta es la primera vez que escucho del padre de Quint. No

recuerdo haber visto un anillo de bodas en Rosa, pero tampoco estaba buscando

uno. Y con su línea de trabajo, es posible que se lo quite de todos modos.

Luego capto el subtexto de las palabras de Quint. Eso es todo lo que

escuchaba su padre cuando era niño.

¿Pero no ahora?

¿Falleció?

La curiosidad me invade, pero sé que no debería preguntar. En cambio, me

encojo de hombros, tratando de actuar con indiferencia. —Sí, bueno, me alegro

de que mis padres siguieran teniendo chicas, porque no hay muchos nombres

amigables con los hombres en las canciones de los Beatles. Quiero decir, está

Maxwell, que asesina a la gente con un martillo. O Rocky, a quien le disparan

en un salón... Hay pocas opciones.

Quint se ríe de nuevo, pero al menos esta vez no parece reírse de mí, lo cual

es un buen progreso. —Me encanta. Siempre quise un hermanito o una hermana.

—Todo el mundo dice eso, porque no tienen ni idea de lo molestos que son.

Se encoge de hombros. —Creo que sería un hermano mayor bastante

divertido.

Quiero discutir, hacer un agujero o dos en esa teoría, pero... tal vez tenga

razón. Quiero decir, Jude es un gran hermano mayor. Él es mucho más paciente

con nuestras hermanas que yo y está más dispuesto a jugar con ellas o ayudar

con la tarea o cuidar a las niñas. No es que sea una competencia, pero ambos

sabemos quién es el mejor hermano mayor.

—¿Tienes hermanos mayores? —Pregunto.


—Nop. Solo mi mamá y yo. —Hace una pausa antes de agregar—: Y porque

sé que te mueres por preguntar, mi papá está vivo. Se divorciaron cuando yo

tenía nueve años.

—Oh —digo, tratando de no dejar ver que definitivamente había estado

imaginando una gran tragedia infantil en la que su padre murió de una manera

repentina y horrible. Algo parecido al alivio me atravesó, aunque sé que el

divorcio también puede ser muy difícil para un niño.

—Vive en San Francisco con su nueva esposa —agrega Quint.

—Paso dos semanas con él todos los veranos y algunas vacaciones

importantes. No estoy triste. No estoy traumatizado. Está bien.

Apretó mis labios juntos. Es tentador burlarse de él por este discurso, que

claramente ha dado una o dos veces en el pasado, pero resisto el impulso.

Durante tres segundos enteros. —Y has gastado ¿Cuántos años en terapia

tratando de llegar a este punto de aceptación completa?

La mirada que me da es fulminante, pero de una manera bondadosa. Se me

ocurre algo desconcertante, que esta conversación se ha convertido en algo...

amistoso.

—Graciosa. —dice—. Entonces, ¿te gusta tu nombre? Siempre me lo he

preguntado.

Me encojo de hombros. —No me desagrada. Ha habido momentos en los

que lo odié, especialmente con un gemelo llamado Jude, porque los chistes

prácticamente se escriben solos. Prudence la mojigata y su extraño hermano,

Jude... Eso lo oí mucho en la escuela secundaria.

Quint hace una mueca —¿Tus padres no pensaron en eso?

—No estoy segura de cómo se lo pudieron perder. Pero “Dear Prudence” es

una canción hermosa, una de mis favoritas, de hecho. Como sea. La gente es

idiota. Estoy acostumbrada a eso.

—Te queda bien, ¿no?

Me pongo rígida, las palabras me golpean entre la caja torácica. Mis ojos se

entrecierran —¿Porque soy tan mojigata?

Parece sorprendido. —No, eso no es... ¿Por qué sigues haciendo eso?


Pongo los ojos en blanco. —Por favor. Sé lo que la gente piensa de mí. Lo

entiendo. No pierdo el tiempo. Me tomo las cosas demasiado en serio. Pero

tampoco soy un aguafiestas total. —Trago y de repente me resulta imposible

sostener su mirada. No lo digo en voz alta, pero este es uno de mis mayores

miedos. Que, en realidad, sea una aguafiestas total. Estos argumentos suenan a

la defensiva incluso en mi propia cabeza, y me doy cuenta de que me estoy

mordiendo el interior de la mejilla para evitar decirle algo grosero. Tal vez si

alguna vez hubieras llegado a tiempo a clase, hubieras tardado cinco segundos

en conocerme, en lugar de preguntarme qué te perdiste mientras copiabas mis

notas—. Sé que puedo ser intensa. Sé que no soy... simpática o coqueta o lo que

sea, pero...

—¡Está bien, detente! —Quint se inclina sobre la mesa—. Simplemente

pusiste, como, un trillón de palabras en mi boca que no dije. Lo siento. No me

di cuenta de que estaba tocando un nervio aquí.

—No tocaste un nervio.

—Prudence —parece desconcertado—. Hace diez minutos casi me quitas la

cabeza por sugerir que te estabas divirtiendo cantando karaoke. Espera. Solo

dame un segundo—. Saca su teléfono celular y escribe algo en él—. Prudente.

Adjetivo. Actuar con cuidado y pensar en el futuro —Gira el teléfono para que

pueda ver la definición de dictionary.com—. Te preocupas por los chismes. Sí,

te tomas las cosas en serio. Eso no es necesariamente algo malo.

Trago, sintiéndome a la vez avergonzada y.… extrañamente halagada.

—De todos modos, —dice, guardando el teléfono—. Es mejor que ser

nombrado por un viejo capitán de barco.

—¿Capitán del mar?

—Sí. Quint. —Me mira especulativamente—. ¿Capitán Quint?

Niego con la cabeza

—¿El cazador de tiburones de Jaws?

Me encojo de hombros.

—Espera. ¿Nunca has visto Jaws?

—Espera. ¿Tu madre, amante de los animales marinos, te puso el nombre de

un cazador de tiburones?


—Mi pregunta primero.

Le doy una mirada exasperada, luego giro el brazo en dirección al paseo

marítimo. —No, nunca he visto Jaws. Vivimos en la playa. Ya le tengo miedo

a los tiburones. ¿Por qué lo empeoraría?

Se pasó una mano por el pelo. —¡Exactamente! ¡Vivimos en la playa! ¡Es

como la mejor película de playa de todos los tiempos!

—No gracias. Estoy bien.

—No acepto eso. Es un clásico. Tienes que verlo.

—No tengo que verlo. Mi vida es perfectamente satisfactoria —Golpeo con

la palma de la mano la pila de papeles—. Además, ¿volveremos a esta discusión

en algún momento de hoy, o simplemente me atrajiste aquí para los nachos?

—Hablando de eso —Quint señala el plato, del que ha devorado al menos

dos tercios—. ¿Vas a pagarlo? Porque si no, podría necesitar esos veinte dólares

de vuelta.

Hago un sonido molesto, pero Quint inmediatamente comienza a reír de

nuevo —Bromeo. Yo pagare por esto, también pagare el plato de plátano.

—Qué generoso. Por supuesto, te comiste la mayoría.

Sus ojos brillan —Bueno. ¿Dónde lo dejamos?

Intento recordar nuestra conversación. Cubrimos las ventas de pasteles y las

redes sociales...

Quint chasquea los dedos —¿Alguna vez has buceado?

Lo miro. Claramente, solo está tratando de irritarme en este momento

—¿Bucear?

—Sí. Ya sabes, con el tubo y las gafas...

—Sé lo que es el buceo. Y no, no lo he hecho. ¿Qué tiene que ...

—Eso es lo que me imaginé, vamos hoy. ¿Probablemente no llevas un traje

de baño contigo? —Sus ojos viajaron por la parte superior de mi vestido, no de

una manera espeluznante, pero, aun así, parece darse cuenta de la implicación

y rápidamente vuelve a concentrarse en otra cosa.


—No, no tengo traje de baño conmigo, y no, no voy a bucear. ¿No te acabo

de decir que les tengo miedo a los tiburones?

Resopla — ¿Sabes cuáles son las posibilidades de ser atacado por un tiburón?

—¡Doce personas mueren cada año! —grito, recordando la estadística de ese

cartel en El Centro.

—¿De cuántos miles de millones de personas en el planeta?

Señalo hacia la playa. —Sí, pero ¿cuánto aumentan tus probabilidades

cuando realmente vas a nadar en agua con tiburones?

—Prudence, te protegeré de los tiburones.

Se me escapa una carcajada. —Gracias. De hecho, esperaba una

demostración de extremo machismo.

Sus cejas se disparan hacia arriba. —Prefiero la palabra caballerosidad, pero

sigue.

—¿Es esto porque te pusieron el nombre de un cazador de tiburones?

—Estás cambiando de tema. Lo digo en serio. Que tan lejos vives ¿Podemos

encontrarnos aquí en.… una hora?

—¡No! —Prácticamente estoy gritando—. Gah. Esto es como la clase de

biología de nuevo. —Tomo una de las carpetas y se la agito, apenas resistiendo

la tentación de arrojársela a la cara—. Tenemos cosas que hacer y todo lo que

siempre quieres es divertirte, y en poco tiempo, ¡yo estoy haciendo todo el

trabajo! Por favor, dime que toda esta tarde no ha sido una enorme pérdida de

tiempo.

En respuesta, Quint se acerca y me quita la carpeta de la mano.

—Por el amor de Dios, Prudence, sólo una vez, ¿no podrías dejar de discutir

conmigo? ¿Podrías confiar en que tal vez mi idea sea relevante?

—Tú idea de ir a bucear.

—¡Sí! Si vas a ayudar al Centro, debes comprender de qué se trata El Centro.

Eso significa comprender el agua aquí, los animales. Y no solo focas y leones

marinos, todo. Todo funciona en conjunto. Tienes que verlo de primera mano.

—Lo he visto de primera mano. ¡En el acuario!


—Prudence —Extiende su mano libre sobre la mesa y la coloca en mi

muñeca. Me sobresalto con el toque inesperado. Sus palmas son

sorprendentemente cálidas y sorprendentemente ásperas con callos —Puede

que sepas negocios, pero yo conozco El Centro. Y recuerda, esta vez, se supone

que debemos ser un equipo.

Trago. Ojalá dejara de echarme eso en cara.

Su mano no se separa en todo el tiempo que lo considero, y trato de no

ponerme nerviosa por ello, o por la pequeña parte de mí que se pregunta cómo

se sentiría levantar la palma y entrelazar nuestros dedos. Pero eso sería muy

raro. Incluso más extraño que este momento, que se extiende una y otra vez y...

—Bien. —murmure.

Empieza a sonreír. Él y sus dientes perfectos.

—Pero si un tiburón me devora, te juro por el primer número de The White

Álbum de mi padre que mi cadáver ensangrentado y medio devorado te

perseguirá hasta el fin de los tiempos.


Aunque he vivido junto al océano toda mi vida, nunca entendí la obsesión de

la gente con el agua. Incluso cuando éramos niños y nuestros padres nos traían

a mí, a Jude y a Lucy a la playa, me mojaba los dedos de los pies, salpicaba

unas cuantas veces, y luego pasaba el resto de nuestro viaje recogiendo conchas

y construyendo castillos de arena desde la seguridad de mi enredada toalla de

playa. Odiaba cómo la arena se metía en mi traje de baño, picando todas mis

partes innombrables. No me gustaba cómo el agua me empujaría y tiraría de mí

sí me alejaba demasiado. No me gustaba cómo todo el mundo bromeaba sobre

los tiburones, aunque cada año había noticias sobre ataques de tiburones en la

vida real.

Estoy segura de que la gente, como Quint, piensa que me he perdido algunas

de las cosas más maravillosas de vivir aquí. El surf. El bodyboarding 17 . El

buceo. Y, sí, el buceo. Pero me parece que el agua no es lo mío. No hay nada

malo en ello.

Así que estoy desconcertada por encontrarme poniéndome el traje de baño,

todavía prácticamente nuevo, aunque lo compré hace más de dos años, para ir a

bucear con Quint Erickson. Se siente un poco como si me hubieran engañado.

Mirando en el espejo de mi habitación, me golpea una ola de duda. No pienso

mucho en mi cuerpo en general, y cuando lo hago es con indiferencia. Sé que

no parezco un modelo de portada, y estoy de acuerdo con eso. Pienso en mis

curvas en términos tibios. Son blandas y suaves y son mías. Nunca pienso en

sexy, nunca pienso en voluptuoso, pero tampoco pienso en gorda o asquerosa,

como he escuchado a otras chicas hablar de sí mismas en el vestuario después

de la clase de gimnasia.

De repente, sin embargo, me siento acomplejada. Hace mucho tiempo que no

me pongo un traje de baño delante de mis compañeros, y la única vez que voy

a nadar es cuando estoy en casa de Ari, ya que ella tiene una piscina y, de nuevo,

el océano y yo no nos llevamos bien. Históricamente hablando.

17 Bodyboarding: El bodyboard es una actividad de carácter acuático, que consiste en el deslizamiento sobre

la superficie o pared de la ola con una tabla, normalmente de polietileno o polipropileno. Su tamaño puede

variar en función de la altura y peso del rider.


¿Y ahora voy a hacer buceo? ¿Con Quint? Es tan raro.

Mientras mi mano traza el lado recubierto de paneles de mi traje de baño, me

encuentro a mí misma preguntándome si sus sentimientos hacia las curvas son

tan tibios como los míos.

La pregunta me deja igual de rápido, reemplazada por mortificación de

porque me importaría, que incluso dudaría en ponerme un traje de baño ahora

cuando todo esto fue idea suya. ¿Qué importa? Es Quint.

Me pongo un vestido azul con volados sobre el traje y me pongo mis

sandalias. Agarro mi lápiz labial, por costumbre más que nada, pero dudo. ¿Es

raro ponerse lápiz labial para ir a bucear?

Refunfuñando, lo tiro de nuevo en mi bolso y me voy antes de poder

cuestionarme a mí misma.

Quint está esperando en la playa, justo donde acordamos. Se había quitado la

camiseta, pero ahora puedo ver que estaba usando una camisa de surf gris

debajo, y hay un inquietante aleteo de decepción cuando se me ocurre que no

va a estar sin camisa durante esta excursión.

¿Qué diablos, Prudence?

—Comenzaba a pensar que podrías abandonarme, —me dice.

Lanzo una sonrisa fulminante, —Consideré la posibilidad de hacerte esperar

una hora y media.

—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó, entregándome un equipo de buceo.

—Oh, ya sabes. Valoro las pequeñas cosas como la puntualidad. Además,

alguien ya rescató a todos los bebés de nutria, así que no tenía nada mejor que

hacer.

Él resoplo, —Sabes, en realidad eres bastante divertida.

Hice una pausa en la inspección de la máscara y el tubo para mirarlo a él.

Dándose cuenta de que se ha acercado a ese nervio de nuevo, Quint da un

paso atrás a la defensiva. —Lo cual es completamente esperado y no es

sorprendente en todos los sentidos.

Todavía estoy frunciendo el ceño, pero lo dejo pasar. —¿Estos han sido

desinfectados?


Se rie, como si estuviera bromeando. —Me alegro de que hayas venido. Esto

va a ser divertido.

No puedo decir si está bromeando o no, pero puedo decir que ha evitado por

completo responder a mi pregunta. Quiero presionar. Después de todo, no sé

dónde han estado estas cosas. Pero su reacción me hace sentir que es algo

ridículo estar preocupada por eso y ya me siento bastante incómoda.

—Prometiste que esto sería educativo, —dije en su lugar—. No hagas que

me arrepienta de esto.

—Divertido y educativo, —confirmó—. Te enseñaré cómo usarlos cuando

nos metamos en el agua. Sabes nadar, ¿verdad?

—Por supuesto que sé nadar.

—Tenía que preguntar. Te sorprendería saber cuánta gente no lo sabe. —Sus

ojos me revisan el vestido y siento una pequeña patada en la base de mi

estómago. ¿Me está mirando? Parece que está a punto de decir algo, pero luego

parece pensarlo mejor cuando se da la vuelta—. Vamos, hay un gran lugar un

poco más lejos arriba.

Lo sigo en silencio, nuestras sandalias volteando la arena. No es hasta que

veo las dos toallas de playa bien dobladas apiladas en una roca que me doy

cuenta de que olvidé traer las mías. Quint, que probablemente también lo noto,

no dice nada mientras se quita las sandalias y se dirige al agua.

Me quito las sandalias de los pies y las pongo al lado de las toallas. Mi

corazón ha empezado a latir de forma errática. Me doy cuenta de cómo no he

pensado mucho en esto.

Voy a estar en traje de baño. En el océano. Con Quint Erickson.

Solos.

¿Por qué esto empieza a parecer una cita?

No es una cita. Obviamente. No ha dicho ni hecho nada para dar a entender

que es una salida romántica, y.… quiero decir, es bastante claro que le

desagrado. Sólo está aquí porque básicamente le obligué a ayudarme con

nuestro proyecto, y en a la inversa, debo ayudar al Centro.

Y eso es lo mejor, porque no me gusta nada. No de esa manera. No de

cualquier manera.


Mi mente está confusa. Me cuesta apagarla.

Quint se mete en las olas hasta que está hasta el cuello, entonces me mira,

confundido —¿Estás bien? —grita.

—Sí. —le grité. Por si acaso, le doy el pulgar hacia arriba.

—¿Qué estás esperando?

Aprieto el equipo de buceo, como si estuviera sosteniendo un arma. Mi

vestido de verano se siente de repente como un escudo. Yo no quiero

quitármelo. No quiero estar aquí. No quiero hacer esto.

¿En qué estaba pensando?

Con las cejas arrugas, Quint empieza a caminar hacia mí. Parece

legítimamente preocupado. —Vale, no debería haberme burlado sobre los

tiburones. Pero lo he comprobado, y nunca ha habido un avistamiento de

tiburones a lo largo de este tramo de playa. Vas a estar bien.

—No es... —Sacudo la cabeza.

Inclina la cabeza hacia un lado, considerando... —¿Tienes miedo del agua?

—No, —dije, tal vez un poco demasiado a la defensiva, sólo después

comprendiendo que decir que sí habría sido una forma perfecta de conseguir

salir de esto.

—Prudence, está bien si lo estás. Pero deberías decir...

—¡No le tengo miedo al agua!

Levanta las manos, su equipo de buceo colgando de sus dedos. —Vale, vale.

Entonces, ¿cuál es el retraso?

Abro la boca, pero ¿qué puedo decir? ¿Que soy demasiado tímida para

quitarme el vestido? ¿Que no quiero que me vea en mi traje de baño, cuando la

mitad de la gente de nuestra ciudad prácticamente vive en sus trajes de baño en

esta época del año?

—Yo sólo... —Vuelvo a sacudir la cabeza—. Nada Lo que sea. —Dejé la

máscara y me di la vuelta porque es la única forma de privacidad en la playa.

Respiro profundamente y antes de que pueda convencerme a mí misma, antes

de que pueda hacer las cosas más raras de lo que ya son, saco mi vestido sobre


mi cabeza y lo coloco sobre la roca al lado de nuestras toallas. Tomo el equipo

de buceo y paso por Quint sin encontrarme con su mirada.

No tengo ni idea de si se molesta en mirarme. Mirarme como mirarme.

Y no quiero saberlo.

Nunca me he metido en el agua tan rápido.

La arena se mueve bajo mis pies desnudos. Las olas empujan mis piernas y

caderas, y pronto la espuma se arremolina alrededor de mi cintura.

—Mantén el tubo fuera del agua, —dice Quint, y saltó. No me di cuenta de

que estaba tan cerca de mí, y ahora su mano estaba debajo de la mía, levantando

el equipo lejos de las suaves olas—. Nada como una boca llena de agua de mar

para arruinar la experiencia.

Sonrío, sus ojos captando la luz que se refleja en el agua, y no son aburridos,

anodinos, marrones básicos ojos en absoluto. Son ricos y cautivadores.

Mi boca se seca.

Dios mío, ¿qué me está pasando? ¿Por qué estoy empezando a sentir como...

como...

Como el comienzo de un enamoramiento.

¡Ja! ¡No! No, en absoluto. Una tormenta de risas silenciosas surge a través

de mis pensamientos. Eso es absurdo.

Este es Quint Erickson. No es mi tipo. Él es polarmente opuesto a mi tipo.

Vale, no estoy del todo segura de cuál es mi tipo, pero sí sé no que no es él.

—¿Lista? —Quint se pone las gafas, y estoy agradecida de que mi histeria

interna se detuviera de forma abrupta. Debí parecer confundida, porque me

quitó las gafas y ajustó el accesorio del tubo de la boca—. Así, —dice, tirando

de la correa sobre mi cabeza, estirando la banda para que quede bajo mi cola de

caballo. Aguanté la respiración hasta que sus manos cayeron y tuve que ajustar

las gafas para que se vieran bien, formando un sello alrededor de mis ojos—.

Entonces esta parte va en tu boca, no sobre ella, sino dentro de tus labios, ¿vale?

Entonces todo lo que hay que hacer es mantener este extremo fuera del agua. Y

eso es todo. —Él sonríe de nuevo, antes de deslizar la boquilla entre sus labios,

haciendo que se hincharan. Haciendo que se viera ridículo.


Se inclina hacia adelante y se empuja hacia el agua, flotando a la superficie,

el tubo perforando el aire junto a su oreja.

—Consíguelo, Prudence, —susurra, antes de introducir la pieza en mi boca.

Se siente incómodo, el plástico empuja incómodamente contra mis encías.

Vale. Sólo tengo que acabar con esto y seguir adelante con mi día. Quint

estará satisfecho, no tendrá que gritarme sobre ser “un equipo” nunca más, y

podemos empezar con él un trabajo de verdad.

Salgo hasta que las olas llegan a mi pecho antes de inclinarme y poner mi

cara en el agua.

Se necesita un poco de entrenamiento mental para persuadir a mi cuerpo a

inhalar, y sigo comprobando que el otro extremo del tubo esta todavía fuera del

agua. Pero después de las primeras respiraciones, se vuelve más fácil, a pesar

de que cada instinto me recuerda que la respiración bajo el agua no es natural.

Miro a las profundidades.

Me veo... a mí.

Mis piernas, con un aspecto horriblemente pálido y un tinte verde de espuma

de mar.

Mi traje de baño, negro sólido.

Mis brillantes dedos pulidos de color rosa están cubiertos por las corrientes

de arena.

Me giro en círculo, notando un puñado de conchas dispersas a través del lecho

marino.

Es... bonito. Sereno. Me gusta cómo la luz que se filtra en el agua y arroja

remolinos alrededor de….

¡Oh, santo shish kebab!

Escupo mi boquilla y grito, pellizcándome la espalda. Mi cabeza sale del

agua.

—¡Quint!

Está al menos a 30 pies de distancia. Su cabeza se levanta y saca su boquilla

—¿Sí?


—¡Ven aquí! ¡Rápido!

No hace preguntas, sólo empieza a nadar hacia mí con perfectos trazos de

brazos de arrastre frontal, a diferencia del incómodo remo de perro que

considero mi especialidad.

—¡Mira, mira, mira! —digo, agarrándome de su brazo y señalando. Aún con

las gafas, sumerge la cabeza en el agua. Vuelvo a meter mi boquilla y me uno a

él, agarrándome a su brazo, porque por muy excitada que esté, también estoy

un poco asustada.

Él también lo ve.

Una tortuga marina, acurrucada en el fondo del océano. Es enorme. Por lo

menos cuatro pies de ancho, a menos que sea un truco del agua y la luz. Si sabe

que estamos aquí, nos está ignorando.

Quint se encuentra con mis ojos bajo el agua y compartimos una sonrisa

mutua y asombrosa. Al menos, yo estoy asombrada. Su sonrisa es algo más

parecido a un te lo dije.

Aunque no estoy segura que cree que me dijo.

Quint levanta la cabeza del agua. Yo sigo el ejemplo, sólo que luego se da

cuenta de que no tenía la boquilla puesta. Él toma un minuto para recuperar el

aliento, pero está radiante.

—Increíble, ¿verdad?

Escupí la pieza de buceo. —¿Qué tan loco es eso? Esta, como... ¡justo ahí!

Asiente con la cabeza. —Los veo aquí todo el tiempo.

Me quedo boquiabierta, casi tan aturdida por el avistamiento de la tortuga de

mar como para darme cuenta de que, para algunas personas, eso es una común

ocurrencia.

Todavía me aferro a él, como si fuera una balsa salvavidas que me mantiene

a flote. Me sorprende que no me haya sacudido.

Al lamer la sal de mis labios, desdoblo las manos y bajo mis pies de vuelta a

la arena. La corriente nos había arrastrado y la superficie estaba casi en mi

esternón ahora. Estamos sólo nosotros dos con gafas en la cabeza sonriéndonos

mutuamente como locos.


—Todavía me sorprende, —dice Quint—. Cuando estás mirando el agua

desde aquí arriba, nunca lo sabrías —Miro hacia abajo, y tiene razón. El agua

es clara, al menos yo siempre pensé que era clara, pero sólo puedo ver la vaga

y turbia forma de nuestros cuerpos. No hay nada de la claridad y el brillo que

era tan llamativo por debajo.

Agachamos la cabeza otra vez. La tortuga marina se había movido unos pocos

metros de distancia, pero seguía ahí, merodeando por el fondo del océano. Vi a

Quint sacar algo de un bolsillo de su traje de baño, cómo un teléfono, pero más

grande. Más grueso. Un teléfono que lleva una armadura de batalla.

Observo como se sumerge más profundamente, acercándose tanto a la tortuga

que en realidad me preocupo un poco por él. Nada alrededor unas pocas veces

y me doy cuenta de que estaba tomando fotos. La tortuga lo ignora. Empiezo a

pensar que Quint se desmayará si sostiene su aliento por más tiempo, cuando la

tortuga se gira, sorprendentemente rápido y elegante, y nada directamente hacia

mí. Me sobresalto y levanto mis piernas, dándole un amplio margen. Pasa por

debajo de mí y continúa su camino.

Quint y yo volvimos a salir. Esta jadeando, su pelo está pegado a su cara.

Tarda unos segundos drenar el agua de mar de su tubo, pero está sonriendo todo

el tiempo.

—¿Es eso una cámara? —Pregunto.

—No, sólo mi teléfono —responde, sosteniéndolo. Parece como un artilugio

elegante de uno de las películas favoritas de Jude de ciencia ficción—. Mi madre

me regaló una funda impermeable para mi cumpleaños. Estoy ahorrando para

un lente más amplio que funcione con él, pero es lo suficientemente bueno por

ahora. ¿Y qué? ¿Qué pensaste de tu primer avistamiento de vida silvestre?

Considero esto. He visto tortugas marinas en el zoológico, pero ver uno de

aquí, tan cerca de mí, es estimulante.

—¿Hay más? —Pregunto.

Se ríe. —Vamos a averiguarlo.


Esperaba que nuestro experimento de buceo durara unos quince, tal vez

veinte minutos, pero Quint y yo terminamos estando en el agua durante más de

dos horas. Para cuando finalmente llegamos a tierra, mis dedos se han arrugado,

tengo un corte en el tobillo de una roca viciosa, y me siento como si acabara de

viajar a un planeta extraterrestre y regreso para contarlo.

Quint conocía los mejores lugares para ir. Me llevó a algunos afloramientos

rocosos y señalo jardines subterráneos de algas. Vimos tantos peces, que mi

mente estaba mareada tratando de recordarlos a todos. Un caleidoscopio de

colores, que se lanza entrando y saliendo de las rocas, saltando alrededor de mis

rodillas, brillando como piedras preciosas. Para un gran final, que sospechaba

que Quint había estado planeando todo el tiempo, nadamos más lejos en la costa,

a un cultivo de grandes rocas que no se podían ver desde ninguna playa pública.

Las rocas estaban llenas de focas, gritando y ladrando y holgazaneando en el

sol de la tarde.

He vivido aquí toda mi vida. ¿Cómo no supe que esto estaba aquí, a sólo unas

pocas millas de mi casa?

Había olvidado mi anterior timidez mientras Quint y yo hacíamos el viaje de

vuelta a la playa. La marea había bajado y el camino hacia nuestras toallas

parecía interminable. La arena se aferraba a las plantas de mis pies. Quint seguía

mirándome, sonriendo, casi en secreto.

—¿Y? —dice mientras envuelve una de las toallas de playa alrededor de mi

cuerpo.

—Eso fue... —Lucho por las palabras. De repente me muero de sed, y puedo

sentir una quemadura de sol en mi espalda, pero todo palidece además de la

tarde que he tenido.

—Lo sé, —dice Quint, ahorrándome de tener que encontrar descriptores

adecuados—. Pero aquí viene la pregunta del millón de dólares. —Por la forma


en que lo dice, siento que toda esta tarde ha sido una acumulación de sus

próximas palabras.

Al instante me pongo en guardia y le miro, Hay líneas rojas profundas

alrededor de sus ojos, una perfecta silueta de sus gafas. Probablemente me veo

igual de tonta. Mi cabello se está encrespando alrededor de mi cara mientras

comienza a secarse. Pero después del día que hemos tenido, nada de eso parece

importar.

Quint me da una mirada de conocimiento, casi presumida —¿Es algo que

vale la pena salvar?

Me quedé quieta.

De repente, tiene sentido.

Porque nadie nos va a dar dinero si no saben por qué es importante.

Recuerdo que él dijo eso, pero no lo entendí hasta ahora. Siento una conexión

más fuerte con nuestro pequeño tramo de océano ahora más que nunca en mi

vida. Los mágicos bancos de peces, los caparazones que brillan a lo largo del

fondo del océano, las tortugas marinas. ¡He nadado con tortugas marinas

volteadas!

Y de repente, me importa.

¿Vale la pena salvarlo? ¿Vale la pena protegerlo?

Absolutamente.

—Punto hecho. —murmuro.

Él sonríe. Pasamos un tiempo secándonos las piernas, cepillando la arena de

nuestros pies. Me apresuro a tirar de mi vestido mientras se da la vuelta. Quint

se lleva mi toalla y el equipo de buceo, metiéndolos en una bolsa, y comenzamos

a subir por la playa, dirigiéndonos hacia el paseo marítimo.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

—Estoy muerta de hambre, —respondo automáticamente.

—Genial ¿Quizás podamos comer unos tacos mientras repasamos el resto de

tus ideas?


Está un par de pasos adelante de mí, su enfoque se volvió hacia el horizonte.

Ojalá pudiera ver su cara, porque esa vieja incertidumbre vuelve a surgir, tan

increíble ahora como antes.

No se supone que esto sea algo romántico. Quiero decir, no hay manera.

¿La hay?

—Yo... eh... dejé la carpeta en casa.

—¿Está lejos? —Me devuelve la mirada.

—No, —digo, quizás demasiado lentamente—. Vivimos en Sunset

—Bien. Caminaré contigo. ¿O puedo ir a buscarnos una mesa en algún lugar?

Está siendo tan informal. Lo cual es quizás la única razón por la que note lo

nerviosa que me he vuelto.

—En realidad, estoy un poco agotada. ¿Tal vez podamos hablar sobre eso

mañana? ¿En El Centro?

Si está decepcionado, lo esconde bien bajo un encogimiento de hombros,

totalmente desprovisto de emoción. —Suena bien.

Hacemos una pausa en el paseo marítimo. La playa está más concurrida aquí

y es muy probable que veamos a alguien que conocemos de la escuela, pero si

Quint tiene miedo de que le vean conmigo, dado que nuestro cabello esta

mojado y las gafas son a juego, no se nota. Cuando se hace evidente que está

yendo en una dirección y yo en la otra, ambos dudamos, parando

incómodamente.

—Bien, bueno. Mañana, entonces. —Empiezo a darme la vuelta.

—Oye, ¿podría oírte decirlo? —pregunta. Miro hacia atrás. Hay un brillo en

sus ojos—. ¿Sólo una vez?

—¿Decir qué?

—Sólo quiero que admitas que esto —él hace un gesto hacia el océano— no

fue una pérdida de tiempo. El hecho de que yo tuviera una buena idea —Se da

golpecitos en el pecho.

Cruzo los brazos y digo con voz robótica, —Esto no fue una pérdida de

tiempo. Tuviste una buena idea.


—Y te alegras de haber venido.

Suspiro y dejo caer el tono robótico. Honestamente, confieso, —Y Me alegro

de haber venido.

—Y nunca más dudarás o discutirás conmigo.

Apunto mi dedo a su nariz. —Demasiado lejos.

Sus dientes brillan. —Tenía que intentarlo. Oye, casi lo olvido. Tengo algo

para ti.

Empieza a escarbar en la bolsa, apartando las húmedas toallas y gafas

protectoras. Su mano emerge agarrando una camiseta amarilla, impresa con el

logo del Centro de Rescate de Animales Marinos de Fortuna Beach.

La tomo, sorprendida, pero no estoy segura de sí debería estar halagada de

recibirlo o molesta de que no me lo hayan dado en mi primer día. Después de

un segundo de inspeccionar la camisa, digo, —No estoy segura de que el

amarillo sea mi color.

—No estoy seguro de que sea el color de nadie, pero era la opción más barata

de la imprenta. —Todavía sonriendo, añade—, Además, podrías no estar en lo

correcto. Te veré el lunes, Prudence.

Sonrío y me despido con la mano.

A pesar de que estas camisas de voluntario son muy feas la acuno de manera

tonta en mi pecho durante todo el camino a casa.


Estoy en marcha, esbozando una nueva sección para nuestro proyecto

revisado de biología: ¡clases educativas de buceo para turistas! Los invitados

saldrían a bucear con un profesional capacitado que podría decirle qué peces y

animales están mirando, y explicar el delicado equilibrio de nuestros

ecosistemas de aguas costeras. El guía discutiría cosas como...

El chillido de un violín invade mis oídos. Grito, sorprendida y me cubro con

ambas manos.

—¡Penny! —grité a la habitación de al lado.

—¡Lo siento! —me grita, aunque su disculpa fue rápidamente seguida de otro

chillido proveniente de las cuerdas.

Suspirando, me levanto y cierro la puerta de mi habitación. Volviendo a mi

cama, puse mi ordenador en mi regazo, haciendo lo mejor para ignorar los

dolorosos sonidos de la habitación de al lado. ¿Por qué en la tierra mis padres

siguen pagando para que tome clases? Claramente no es algo importante, y

estoy segura de que tienen mejores cosas en las que gastar sus limitados fondos.

De acuerdo. ¿Dónde estaba?

El guía discutiría cosas como... bien. La cadena alimentaria y la importancia

de la biodiversidad. Cómo los depredadores como las nutrias marinas ayudan a

mantener la población de erizos de mar bajo control, que evita que los erizos de

mar se alimenten en exceso de algas, que luego pueden proporcionar alimento

y refugio para muchas otras especies. Hay factores ambientales más grandes

para...

La puerta de mi dormitorio se abre, dejando entrar no sólo los chirridos de

violín de Penny, sino también los chillidos de Eleanor, vestida con su pijama de

llamas favorita.

—¡Ellie, se supone que tienes que llamar a la puerta!

—¿Vendrás a jugar conmigo?


—No. Estoy ocupada. Cierra la puerta.

Su labio inferior sobresale. —Pero nadie jugará conmigo. Penny está

practicando su violín y Lucy está al teléfono y Mamá está viendo ese tonto

programa de horneado otra vez.

—No es mi problema. Ve a hablar con Jude.

—Se fue con papá a buscar la cena.

Me quejo y me levanto de la cama. La cara de Ellie se ilumina, pero se

desinfla tan pronto como la tomo por el hombro y la dirijo para salir por la

puerta. —La autosuficiencia es una habilidad importante que tienes que

empezar a desarrollar.

Hace un sonido frustrante y pisa fuerte. —¿Qué es lo que significa eso

siquiera?

—Significa, ve a jugar con tus muñecas.

—¡Jude siempre dice que sí, y tú siempre dices que no!

—Bueno, supongo que Jude es una persona más agradable que yo.

Mientras cerraba la puerta ella grita desde el otro lado, —¡Sí que lo es!

Hago mímicas de estar estrangulándola, y luego lanzo mis manos al aire. Ya

consideré la posibilidad de poner un cartel de NO MOLESTAR, pero de todas

maneras ella no puede leer todavía.

Vuelvo al informe y escaneo el último párrafo.

No está mal. Sigamos adelante.

Recuerdo vagamente al Sr. Chávez diciendo algo sobre cómo las plantas

marinas, como las algas, son más eficaces en limpiar la contaminación en el aire

que todas las selvas tropicales del mundo.

Pero no recuerdo los detalles, o cómo funciona.

Abro Internet y empiezo a escribir una búsqueda.

Pasos enojados se precipitaron por el pasillo, entonces Lucy grita justo desde

el frente de mi puerta —¡Mamá! ¿Harías que Ellie se fuera abajo? ¡Estoy

tratando de tener una conversación y ella no deja de molestarme!


—¡Estoy doblando ropa y viendo mi programa! —Mamá grita de vuelta.

—¡Sólo déjala jugar con tu maquillaje o algo así!

—¿Qué? ¡No! ¡Ella hará un desastre!

Caigo de espaldas y me tapo la cabeza con una almohada.

Quint estaba tan equivocado. Los hermanos son lo peor, mi vida sería

infinitamente mejor si sólo fuéramos Jude y yo.

Fuera de mi puerta, el violín seguía chirriando. Lucy seguía gritando. Ellie

había empezado a llorar en una falsa rabieta que llegaba a tocar cada nervio.

Mis dedos se movieron. Podría castigarlos a todos. Por ser tan groseros, tan

desconsiderados, tan ruidosos.

Pero justo antes de que mis dedos se cierren en un puño, hago una pausa y

me obligo a estirar la mano en su lugar. ¿Y si, por tratar de castigar a toda mi

familia a la vez por su barbaridad, el universo decide quemar nuestra casa o algo

así?

Refunfuñando, me levanto de la cama y voy en busca de mis auriculares para

opacar el ruido. Reviso mi escritorio, los cajones, mi bolsa de libros. No están

en ninguno de los lugares donde suelo ponerlos.

Resoplo, sabiendo exactamente quién los tiene.

El pasillo esta desierto. Entro al dormitorio compartido de Lucy y Penny y

escucho otro chirrido del violín. Paso el baño, donde Eleanor estaba sentada en

la alfombrilla, empezando a mirar a través de mi bolsa de maquillaje.

—No, —digo, arrebatándosela.

Ella grita. —¡Lucy dijo que podía!

Me acerqué a ella y tomé el kit de maquillaje de Lucy y se lo entregué a ella.

Su rostro se iluminó. Con la excepción de mis vívidos lápices labiales, el

maquillaje de Lucy, con sus destellos y un rizador de pestañas real, es

definitivamente preferible al mío o incluso al de mamá. Al menos según la niña

de cuatro años de la familia.

Con su propia habitación siendo utilizada como estación de tortura, Lucy se

ha instalado en la habitación de nuestros padres. Abro la puerta y la encuentro

tendida en la cama, con el teléfono celular en la oreja.


—¿Dónde están mis auriculares?

—Espera, —le dice al teléfono, antes de sostenerlo contra su pecho. Me lanzó

una mirada de odio—. ¿Qué?

—Mis auriculares. ¿Dónde están?

—¿Cómo voy a saberlo? Vete.

—Esta no es tu habitación.

—A mamá no le importa.

La ira hierve bajo mi piel ahora. ¿Le resulta tan difícil responder una pregunta

sencilla?

—Lucy, siempre los tomas sin preguntar. Entonces, ¿dónde están?

—¡No lo sé! —grita—. ¡Mira mi mochila!

Giro sobre mis talones. Apenas he retrocedido al pasillo cuando escuché a

Lucy refunfuñar a su amiga—: En serio, mis hermanas son tan insoportables.

Y sí, tal vez sea hipócrita, dado que me quejé exactamente de esto mismo

hace solo unos minutos, pero al menos tuve la decencia de guardar los

pensamientos para mí. De cualquier manera, he alcanzado mi límite de buena

voluntad.

Me detuve justo afuera de la puerta y apreté mi puño cerrado.

—¿Hola? ¿Jamie? ¿Hola? —dice Lucy, alzando la voz. Luego dejó escapar

un gemido exasperado—. Excelente. Y ahora mi batería está muerta. ¡Gracias,

familia!

Vuelvo a asomar la cabeza a la habitación con una sonrisa serena. —Eso debe

significar que tienes tiempo para buscar mis auriculares.

Los encuentra en su mochila y me los entrega con una mirada fría.

Acabo de regresar a mi habitación y me he acomodado en mi cama cuando

escucho que la puerta principal se abre en la planta baja.

—¡Estamos de vuelta! —Papá grita—. ¡Y traemos regalos de comida!

Mamá repite esto con su propio grito, como si papá hubiera necesitado un

traductor. —¡Chicas, es hora de cenar!


Ellie chilló y bajó corriendo las escaleras, lo que debe significar que papá y

Jude iban a buscar algo bueno, porque por lo general no son más que quejas

cuando la llaman para cenar. Penny, Lucy y yo lo seguimos con menos

entusiasmo. Lucy todavía tiene el ceño fruncido.

Penny parece inconsciente de que había habido algún conflicto. —¡Oh, Blue's

Burgers! —dijo cuando llegamos a la cocina—. ¡Sí!

Mamá y papá están en la barra, recogiendo servilletas de papel y sirviendo

bebidas. Jude está sacando cestas de papas fritas y hamburguesas con queso de

una colección de bolsas de papel blanco y las colocaba sobre la mesa. —Vaya,

Ellie, —dice Jude, con una genuina sonrisa—. Pareces una estrella de cine.

Ella sonríe, mostrando las rayas de sombra de ojos púrpura brillante

alrededor de sus ojos y mejillas. En realidad, parece que ha estado en una pelea

de bar con un hada madrina, pero parece tan satisfecha consigo misma que no

me atrevo a decirlo.

—Pensamos que deberíamos hacer nuestra parte para apoyar una de las

tiendas locales de nuestra comunidad, —dijo papá, sentándose y tomando una

de las hamburguesas de Jude—. Seguro que últimamente han recibido mucha

mala prensa, con todos esos carteles publicitarios pintados.

Mis cejas se elevaron mientras tomaba asiento. —¿Más de uno?

Papá asiente. —Cinco o seis, creo. Alguien escribió Mentiras en un montón

de ellos y dibujó caras tristes en las vacas. Supongo que ha habido rumores de

que Blue's obtiene su carne de algunas granjas horribles donde las vacas están

apiñadas y alimentadas con basura o lo que sea. Todo lo que sé es que Blue's

Burgers ha existido desde los años sesenta, y ahora son tan deliciosas como

cuando era niño. No sé por qué alguien iría tras ellos, de todos los lugares. Ya

es bastante difícil para un pequeño lugar familiar permanecer en el negocio sin

que la gente intente derribarlo.

—Honestamente. ¿Qué les pasa a algunas personas? —Mamá pregunta

mientras repartía servilletas

Desenvuelvo mi hamburguesa, rebosante de tomate y pepinillos y la salsa

secreta alucinante de Blue. Ya se me hacía la boca agua. Pero algo me detuvo.

Pensé en lo que dijo Quint, en cómo Morgan estaba solicitando que el gobierno

investigara una granja industrial, algo sobre el trato inhumano de los animales.

Pero eso no puede tener nada que ver con Blue's Burgers. Su ganado proviene


de alimentos orgánicos, alimentados con pasto... algo, algo... No sé, lo que digan

sus anuncios.

¿No es así?

E incluso si no lo hacen, ¿realmente me importa? No soy vegetariana. Ni

siquiera se me pasó por la cabeza ser otra cosa más que un omnívoro. Supongo

que los humanos están en la cima de la cadena alimenticia por una razón. Y no

es que mis padres puedan pagar la costosa carne de la carnicería, así que

probablemente mucha de la carne que he consumido a lo largo de los años

provenientes de esas granjas que los alimentan con basura o lo que sea, como

papá tan sucintamente sugirió.

Esta no es una causa que signifique nada para mí. Son solo vacas.

Son solo comida.

Pero para Morgan independientemente de cómo me sienta, esta causa

claramente significa algo para ella. Tanto que estaba dispuesta a subir a la cima

de una escalera destartalada para contárselo a la gente.

Una elección por la que ella pagó el precio.

—¿Todo bien, Pru? —pregunta mamá.

Parpadeo hacia ella. Sonrió —Sí, sí. —Intento sacar los pensamientos de mi

cabeza. Mi familia me miraba fijamente. Me aclaro la garganta—. Estaba

pensando en… um… este proyecto en el que he estado trabajando. ¿Sabías que

las nutrias marinas juegan un papel vital en el equilibrio de la salud de los

bosques de algas?

—¿Qué es un bosque de algas? —pregunta Penny.

Suspiré. —Es un bosque. De algas. Submarino.

Los ojos de Ellie se agrandan. —¿Hay bosques bajo el agua?

—Sí, más o menos. —le digo.

Mamá moja una papa frita en su salsa de tomate. —¿Aprendiste eso en tu

nuevo trabajo voluntario?

—Um. Sí —digo, porque no voy a mencionar cómo pasé la tarde buceando

con Quint Erickson. Jude ya me está mirando con sospecha.


—Debo decir que me sentí bastante disgustado cuando decidiste no venir a

trabajar a la tienda de discos, —dice papá—. ¿Pero parece que las cosas en este

Centro de Rescate van bien hasta ahora?

Me encojo de hombros. —No ha sido tan malo.

—Y Ari ha estado genial, ¿no es así? —pregunta mamá—. No he escuchado

nada más que cosas buenas.

—Oh sí. ¡Esa chica! —dice papá, recogiendo un pepinillo que se le cayó de

la hamburguesa—. ¡Creo que ella podría saber más sobre música que yo! Y, por

supuesto, estoy feliz de tener a Jude allí.

Jude sonríe, pero su boca está llena, así que no dice nada.

—Eso me recuerda, —digo, dejando la hamburguesa, sin comer, y

limpiándome las manos con una servilleta—. Le dije a Ari que le daría mi viejo

teclado. No les importa, ¿verdad?

Mamá y papá dejaron de masticar e intercambian miradas.

—¿Qué? —pregunté—. No lo estamos usando. Nadie aquí ni siquiera sabe

cómo tocar.

—Quizás Ellie quiera aprender, —sugirió Lucy, lo cual se sintió como una

sugerencia hecha solo para frustrarme. La miré con el ceño fruncido y luego

miré a Ellie.

—Ellie, ¿quieres aprender a tocar el piano?

Eleanor retuerce la boca con profunda y pensativa concentración. Toma un

sorbo de su leche, todavía pensando. Cuando deja la taza, finalmente

responde—: Quiero tocar la batería.

—¡Buena elección! —dice papá extasiado, mientras el resto de nosotros

hacemos muecas. Eso es todo lo que necesitamos para seguir después de las

lecciones de violín de Penny.

—De cualquier manera, —continúo—, Si Ellie o alguien decidiera que lo

quieren, estoy segura de que Ari se lo devolvería. Pero por ahora, les garantizo

que le sacará más provecho que nosotros.


—Aquí está la cosa, —dijo mamá, frotándose la boca con su propia

servilleta—. Nos hubiera encantado que Ari lo tuviera, si lo supiéramos, pero…

bueno. Ya no tenemos el teclado.

Parpadee hacia ella. —¿Qué?

Luego empujo mi asiento hacia atrás de la mesa. Ellie, a quien tenemos que

regañar constantemente para que se quede en la mesa durante la cena,

inmediatamente me señala y grita—: ¡No te vayas de la mesa!

La ignoro y cruzo el piso para asomarme a la sala de estar.

Efectivamente, el teclado se ha ido, dejando un gran agujero en medio del

desorden donde solía quedarse.

Giro hacia atrás. —¿A dónde se fue?

—Lo vendimos, —dijo mamá, levantando las manos en algo casi como una

disculpa, aunque no muy convincente—. No lo estabas usando. No pensé que

te darías cuenta.

Y ella tenía razón. Nunca me habría dado cuenta, si no hubiera querido

dárselo a Ari.

Me dejo caer en mi asiento. —Podrías haber preguntado.

—Y podrías haber practicado más cuando estabas tomando lecciones, —dice

papá, aunque no estaba convencida de que este argumento fuese relevante para

la conversación.

—Espero que Ari pueda encontrar un buen teclado, —dice mamá—.

Realmente es una chica dulce y apreciamos su ayuda en la tienda.

Entrecierre los ojos. —Le estás pagando, ¿verdad?

—¡Por supuesto! —dice papá, sonando ofendido. Pero había que preguntarlo.

Estoy bastante segura de que Ari trabajaría allí gratis, pero no voy a decirles

eso. Ella merece que le paguen por su tiempo.

—¿Y cómo está la tienda? —pregunta Lucy—. Financieramente, quiero

decir.

Su pregunta me sorprende. La franqueza de la misma. Todos sentimos que

la pregunta nos envió inmediatamente a un lugar delicado. Tuve que admitir


que, en cierto modo, admiro a Lucy por ser la que lo menciona, cuando incluso

Jude y yo preferimos seguir fingiendo que todo está bien.

De nuevo, mamá y papá se miran. Incluso Penny parece tensarse. Solo Ellie

ignora el tema, demasiado ocupada tratando de hacer una torre de papas fritas

en la mesa.

—Bien, —dice papá—. Lento. Pero siempre lo es en esta época del año. Se

acerca la temporada turística. Se recuperará.

Lo dice con confianza, pero ¿qué más va a decir? ¿La tienda de discos está

condenada y todos deberíamos empezar a entrar en pánico?

Entonces mamá sonríe y cambia de tema, preguntándole a Lucy cómo fue la

práctica de softbol ese mismo día.

Volví a coger mi hamburguesa y le doy un mordisco. Estoy segura de que

está delicioso, como siempre, pero por alguna razón, apenas puedo llevarlo a la

boca.


—Ugh. No puedo decirlo. No otra vez. Por favor, no me obligues.

Quint se apoya contra la pequeña pared. Puedo sentir su sonrisa de

suficiencia, lo siento mirándome, pero solo tengo ojos para la criatura en la

pecera. —Vamos, Prudence. Puedes hacerlo. Aquí, te ayudaré a empezar.

Repite después de mí. Quint, estabas...

Me tapo los ojos con las manos y meneo la cabeza con violencia. Pero no

dura mucho. Tengo que abrir los dedos. Tengo que echar un vistazo.

Oh cielos. Esa cara borrosa, la nariz crispada, las dulces patitas que se

acurrucan sobre su barriga mientras él rodaba por el suelo...

Gemí y me sentí cediendo —Bien. Quint. Estabas —hice una mueca,

conteniendo la palabra todo el tiempo que pude— en lo correcto.

Hace un gesto victorioso, moviendo el brazo.

—Las nutrias marinas son adorables. ¡Pero hiciste trampa! Dijiste que no era

un bebé.

—No es un bebé. Él es, como... no sé, probablemente de nuestra edad. Pero

en años de nutria. Sus bebés no son muy pequeños, pero son más pequeños que

eso. —Se inclinó hacia mí con complicidad.

—Hace un par de años estábamos cuidando a una nutria marina preñada

cuando dio a luz. El cachorro era del tamaño de una pelota de baloncesto. Una

pelota de baloncesto esponjosa y ridículamente linda.

—Para.

—Tuve que darle biberón un par de veces.

—Te odio.

—Lo sé.

Le eché un vistazo. Estaba mirando a la nutria marina, pero había una sonrisa

en sus labios.


Tragué y aparté la mirada. Estudié a la pequeña nutria mientras se dejaba caer

boca abajo y se acurrucaba sobre una toalla azul que le habían dejado en la

esquina. Sus heridas eran casi imperceptibles, unas pocas laceraciones a lo largo

de la espalda y de lado, un corte en la pata trasera. Nunca los habría visto si

Quint no los hubiera señalado. —¿Va a estar bien?

—Oh, sí, estará en el patio en poco tiempo y luego volverá al mar.

Finalmente nos alejamos del paciente más nuevo. Hoy tenemos el segundo

turno y el tiempo que tomó preparar la alimentación fue mucho más rápido que

antes. Quint y yo pasamos un poco más de una hora limpiando la cocina y

lavando los platos, y luego clasificando la última entrega de pescado para

preparar la comida de mañana.

—Entonces, ¿qué está haciendo Jude mientras estás aquí trabajando como

esclava? —Pregunta Quint mientras seca una colección de botellas y las coloca

en uno de los armarios.

—Está trabajando en la tienda de discos este verano.

Quint me mira sorprendido.

— ¿Ventures?

—Sí.

—¿De Verdad? Parece un poco... hípster. Para Jude.

Me reí, en parte porque la idea de que la tienda de mis padres fuese “hípster”,

me parece algo graciosa. —Oh, sí, Jude no encaja allí en absoluto. Pero nuestros

padres son los dueños de la tienda. ¿No lo sabías?

Me mira sorprendido. —No. Eso es genial. Han pasado años desde que entré.

—Tú y el noventa y ocho por ciento de la población de la ciudad —suspiro,

pensando en el optimismo acérrimo de mi papá, su certeza de que el negocio

comenzará a mejorar ahora que es casi temporada de turismo. Pero estoy

empezando a ver algunas grietas en su pensamiento

—¿Sabes que ha habido este resurgimiento de los discos de vinilo durante la

última década? De repente son geniales de nuevo, y los fanáticos despotrican


durante horas sobre la calidad de sonido superior y la capacidad de colección y

cómo la música digital... —curve los dedos dramáticamente— le ha quitado la

vida a la música.

Él se ríe.

—Pero, lamentablemente, el aumento en las ventas de vinilos se ha

producido al mismo tiempo que el valor de las propiedades de más rápido

aumento en la historia de Fortuna Beach. Mis padres realmente no hablan de

esas cosas con nosotros, pero a veces los escucho hablar de eso y puedo decir

que están preocupados. La tienda ha estado en ese lugar durante diecisiete años.

Puede que no sea el lugar más popular de la ciudad, pero hacen negocios

decentes y es una especie de hito, ¿verdad? Pero si el alquiler vuelve a subir...

—Niego con la cabeza y le doy a Quint una mirada de disculpa—. Lo siento.

No quise divagar.

Pero asiente con simpatía. —Es irónico, ¿verdad? La economía es genial,

pero siempre es una lucha para los pequeños negocios.

Suena casi sabio cuando dice esto, y me pregunto si estas son palabras que

su madre ha dicho en el pasado. Después de todo, más riqueza en la comunidad

debería beneficiar a todos. Pero si esa riqueza no se distribuye...

La cabeza me da vueltas. No puedo esperar a estudiar economía en la

universidad para que todo esto empiece a tener sentido.

—De todos modos, no quiero darles a mis padres toda la razón. Tuvieron la

oportunidad de comprar el edificio hace mucho tiempo, pero mi mamá acababa

de quedar embarazada nuevamente y no creían que pudieran llegar a fin de mes.

Pero si hubieran tomado decisiones diferentes, estarían sentados en una mina

de oro inmobiliaria en este momento en lugar de estresarse por el pago del

próximo mes.

Quint se encoge de hombros —Decisiones como esa se ven muy diferentes

en retrospectiva. Además, querían niños. No puedo culparlos por eso.

Hago una mueca —Ya tenían gemelos. ¿Realmente necesitaban tener tres

bebés más?

—Recuerda, yo soy el que está celoso de que tengas hermanos. No obtendrás

ninguna lástima de mí.


Dejo la última de las botellas en el armario y cierro la puerta antes de darle

una mirada evaluativa — ¿Quieres uno? Te daré mucho por Lucy.

—¿Es la pequeña?

—No, esa es Ellie. Lucy tiene trece años.

Él se estremeció —No creo que mis habilidades de hermano mayor estén

listas para un adolescente.

—Nadie lo está nunca. Ya sabes. A menos que ese adolescente sea yo. Era

una hija modelo.

—Tengo tantas ganas de burlarme de ti por esa afirmación —dice Quint

mientras colgamos nuestros delantales—, pero algo me dice que probablemente

sea cierto.

Subimos las escaleras hasta la sala de descanso del personal, que en su

mayoría está llena de una mesa larga y estrecha y sillas que no combinan. Mi

mochila colgaba de una clavija en la pared, la quité y busqué las mismas

carpetas y papeles que tenía conmigo para la reunión de ayer, aunque estuve

despierta dos horas anoche haciendo cambios.

Quint se acomodó en una de las sillas. Alguien trajo una caja de donas y pasó

unos momentos inspeccionando sus opciones antes de tomar una cubierta de

canela y azúcar. —Entonces, una vez que hayas terminado aquí, ¿convertirás tu

conocimiento empresarial en ayudar a tus padres? Podría tener una campaña

comunitaria: ¡Salvemos Ventures Vinyl!

Le entrego a Quint algunos de los papeles y me siento frente a él. —No lo sé.

Quiero decir... supongo que podría. Siempre lo he visto como un problema que

no es mío para solucionar.

—El Centro tampoco era problema tuyo.

—Sí, pero... —me silencie.

—Ah. Correcto. Solo estás aquí para obtener un crédito adicional.

—Eso no es cierto. —Hago una pausa—. Ya no más.

Una sonrisa destello en su rostro, pero rápidamente la esconde detrás de uno

de los papeles mientras comienza a leer mis notas. Seguí pensando en la tienda


de discos, preguntándome si podría marcar la diferencia. No trabajando como

empleado con salario mínimo, sino aplicando el mismo tipo de herramientas

que quiero usar para ayudar al centro. Márquetin. Publicidad. Redes sociales.

Sé que hay tiendas de discos a las que les está yendo muy bien, que no tienen

problemas para pagar sus facturas todos los meses.

¿Por qué Ventures Vinyl no podía ser uno de ellos?

—¿Prudence?

Mi atención vuelve a Quint. —Lo siento. Estaba distraída.

Una cosa a la vez, me dije. Ya dediqué mi verano al Centro de Rescate de

Animales Marinos de Fortuna Beach. La tienda de mis padres ha durado tanto

tiempo; sobrevivirá unos meses más.

—Esto parece familiar, —dice Quint. Estaba mirando la lista de ideas de

recaudación de fondos que recopilé hace un par de días mientras mordisqueaba

la dona.

—Sí, pero realmente no llegamos a discutir ninguna de estas opciones.

— ¿Una gala? —dice, leyendo el periódico—. ¿Qué pasa con las chicas y

las galas?

—Las galas son la forma de conseguir que gente elegante te dé mucho dinero.

Ofrece vino y aperitivos y tiene una subasta y hay tanta presión de grupo para

parecer generoso que los ricos se vuelven locos superando a los demás.

Él se lame el azúcar de las yemas de los dedos. —¿Y cuánto dinero nos

costaría organizar esta elegante gala?

Lo considero. —¿Cinco, diez mil dólares?

Me mira fijamente.

—Está bien, tal vez no una gala. —Tomo la lista duplicada que había

guardado para mí y la tachó—. ¿Qué hay de abrir El Centro al público?

Digamos, un día a la semana la gente puede entrar y ver a los animales, y

podríamos hacer que los voluntarios les cuenten sobre los problemas

ambientales y cómo pueden participar. Podrías cobrar la admisión... —Me

quedo sin palabras. Quint me está moviendo la cabeza.


—Solíamos hacer eso, —dijo, entrelazando sus manos detrás de la cabeza e

inclinándose tanto hacia atrás en la silla que es solo en puro desafío a la

gravedad que no se callera—. Estábamos abiertos al público los sábados y

domingos. Pero se necesitan muchos voluntarios para que funcione, y nuestro

personal se amargó porque no tuvo suficiente tiempo para hacer su trabajo real.

—Conseguiremos más voluntarios.

—¿Cómo?

—Los anunciaremos

—¿Con qué dinero?

Lanzo mis manos. —Está bien, veo lo que está pasando. Se trata de un ciclo

sin fin. Nadie sabe sobre el centro, por lo que no pueden apoyarlo. Y si nadie lo

apoya, el centro no gana dinero. ¡Y si el centro no genera dinero, no se pueden

organizar eventos, publicitar o hacer cosas que informen a más personas sobre

El Centro!

—Exactamente —Quint hace gestos a mi bloc de notas—. Afortunadamente,

tenemos a Prudence Barnett trabajando en ello. Eres la persona de las ideas.

¿Cuáles son tus ideas?

—He estado tratando de contarte sobre ellas durante tres días, pero cada vez

que lo hago, me ignoras o me obligas a practicar deportes acuáticos.

Quint arrugó la nariz. —El buceo no es exactamente un deporte.

Suspiro. —No estás siendo de mucha ayuda. —Toco mi boca con el extremo

del bolígrafo y contemplo todas las ideas de la lista. No le daré la satisfacción

de volver a decirlo, pero Quint podría tener razón. O, al menos, tiene un punto

válido, uno con el que he estado luchando desde que se me ocurrió la idea de

recaudar dinero para El Centro. Si hubiera dinero de sobra, tendríamos muchas

más opciones.

Realmente estoy empezando a entender el adagio: necesitas dinero para

ganar dinero.

Al darme cuenta de que Quint se ha quedado anormalmente callado, miré

arriba.

Su mirada esta fija en… ¿mis labios? ¿Mi lápiz labial está manchado? Moví

una mano a mi boca, en el momento exacto en que Quint se dio cuenta de que


lo estoy mirando e inmediatamente volvió su atención a la caja de donas.

Escogió otra, relleno de bayas y azúcar en polvo, pero esta vez la cortó a la

mitad en lugar de tomarla toda. Dio un gran mordisco, todavía sin mirarme. Una

capa de azúcar rocío su camisa amarilla.

Conscientemente bajo mi mano y aprieto mi agarre en la pluma. —Tu… un…

tu mamá dijo que has hecho eventos para recaudar fondos en el pasado. ¿Sabes

si mantuvieron registros de esos? ¿Quizás podamos echar un vistazo, ver qué

funcionó y qué no?

Piensa en esto mientras masticaba.

—Shauna probablemente tenga algo que podamos ver, —dice—. De lo que

recuerdo, la recaudación de fondos hace dinero, sólo que... nunca es suficiente.

Y tenemos algunos donantes a largo plazo, personas que nos emiten grandes

cheques todos los años. Pero otra vez…

—Nunca es suficiente, —terminé—. ¿Qué haces para cultivar esas

relaciones?

—¿Qué quieres decir?

—Por ejemplo, ¿tu mamá envía notas de agradecimiento escritas a mano a

esas personas? ¿Los invitan a recorridos especiales por El Centro? ¿Tal vez

podríamos dejar que ellos nombren algunos de los animales?

Quint me mira fijamente. —Pero esa gente ya nos está dando dinero.

—Sí, por ahora. Pero esas pocas cosas apenas costarían dinero y podrían

evitar que pierda una importante fuente de ingresos. Hay mil millones de

organizaciones benéficas diferentes por ahí. Si algo más les llama la atención y

empiezan a pensar que sus donaciones podrían marcar una diferencia en otros

lugares ...

La comprensión surge en los ojos de Quint. Agarró un bolígrafo y comenzó

a garabatear algo en la esquina del papel. —Se lo mencionaré a mamá, —dice—

. Pero realmente esto no ayuda a conseguir más dinero.

—No, pero es bueno saber que las personas que se involucran en el centro

tienden a quedarse. Tener donantes repetidos significa que no comenzará desde

el punto de partida todos los años. Entonces... ¿cómo conseguimos que la gente

done en primer lugar, y cómo conseguimos que se preocupen lo suficiente como

para querer seguir ayudando?


Quint no dice nada. Termina la rosquilla y se limpia la mano con una

servilleta.

—Realmente creo que tenemos que trabajar desde el ángulo local. —dije—.

Quiero decir, si alguien en Milwaukee quiere salvar a los animales marinos,

dará su dinero al Fondo Mundial para la Naturaleza o algo así. No se van a

molestar con el pequeño centro de rescate de Fortuna Beach. Pero la gente que

vive aquí y visita aquí… les importa. O debería hacerlo. Necesitamos establecer

el centro como parte de la comunidad.

Quint arruga la servilleta y la arroja a la basura en el rincón más alejado de

la habitación. No dice nada, y tengo la clara sensación de que está esperando

que le revele una gran y brillante estrategia.

Lo cual, supongo, es lo que le prometí. Pero, aunque he tenido muchas ideas,

ninguna parece ser suficiente.

Como si no tuvieran el potencial de traer suficientes donaciones que harían

que el gasto de tiempo o dinero valiera la pena.

Mi atención se fija en una línea de fotos enmarcadas en la pared detrás de

Quint. Las había notado antes, pero realmente no me había tomado el tiempo de

mirar. Mis ojos se entrecerraron pensando.

Empujando mi silla hacia atrás, me pare y caminé hacia ellas. Sentí los ojos

de Quint sobre mí mientras estudiaba la primera foto. Mi estómago se revuelve,

pero me obligo a no apartar la mirada. La imagen mostraba a un león marino

acostado en una piscina de plástico para niños, quizás una de las que he visto

en el patio, con una manta sobre su espalda. La carne alrededor de su boca está

perforada con tantos anzuelos que parece que acaba de asistir a una convención

de perforaciones corporales. —Eso es horrible, —susurro.

—Ese es el Capitán Garfio, —dice Quint.

Paso a la siguiente foto. Esta representa a un elefante marino en la playa, con

un hilo de pescar enredado alrededor de su garganta y una de sus aletas,

cortando tan profundamente que dejó una hilera de cortes. Estoy un poco

orgullosa de mí misma por poder decir que es un macho, aunque con los

elefantes marinos es realmente obvio, ya que solo los machos tienen el extraño

hocico en forma de trompa que les da su nombre. En mi opinión, son los menos

lindos de todos los animales que tratamos aquí, pero no puedo evitar sentir un

tirón en mi corazón al ver al pobre tipo con un dolor tan obvio.


La tercera foto muestra lo que a primera vista parece ser solo un montón de

basura en la playa: bolsas de plástico y redes de pesca. Solo al inspeccionarlo

más de cerca me di cuenta de que hay una tortuga marina enredada, casi

enterrada, debajo de todo. Mi mano se apretó mientras miraba, y desearía poder

castigar a la persona que arrojó su basura al océano o la dejó en la orilla. Pero

el universo permanece en silencio. No siento el suave golpe en la boca de mi

estómago, como lo he sentido cuando esta magia ha funcionado antes. Después

de todo, estos animales fueron heridos hace mucho tiempo. Esa basura podría

haberse tirado semanas, meses ... incluso años antes de que hiciera esto.

Entonces se me ocurrió una idea. Jadeo y me giro para enfrentar a Quint.

Debió ver algo en mi cara, porque dejó caer los pies al suelo y se sentó derecho,

listo para escuchar.

—¡Una limpieza de playa! —digo—. Organicemos una limpieza de playa.


En lugar de sentirse abrumada por una inspiración repentina como yo, Quint

parece escéptico.

—¿Quieres que la gente venga a recoger basura?

—¡Sí! ¿Recuerdas? La gente quiere ser parte de la solución, pero primero

tienes que mostrarles una manera fácil y conveniente de hacerlo.

—Qué generoso de su parte —dice inexpresivo.

—Lo digo en serio. —Golpeo a Quint en el hombro y me dejo caer en la silla

junto a él. Alcanzando la mesa, agarro mi cuaderno y lo jalo hacia mí. En la

parte superior de una página en blanco, escribo "Limpieza de Playas"— La

mayoría de la gente tiene buenas intenciones, simplemente carece de iniciativa.

Si hacemos que parezca divertido y fácil, y nos aseguramos de que haya algo

para ellos, podemos lograr que la gente haga prácticamente cualquier cosa.

Quint hace tictac en sus dedos. —Uno: Esa es una visión realmente pesimista

de la humanidad. Dos: No tenemos nada que ofrecer a la gente porque,

nuevamente, no hay dinero. Y tres: ¿Cómo, exactamente, se supone que la

limpieza de una playa generará dinero para el Centro? Porque. . . de vuelta al

número dos.

Lo ignoro. Mi mente corre a una velocidad de cien millas por hora. Ya estoy

tomando notas mientras las ideas y las posibilidades me atraviesan. Quint se

inclina hacia adelante, leyendo por encima de mi hombro.

—No necesitamos ofrecerles algo de valor monetario —digo, una vez que mi

explosión inicial de inspiración ha disminuido—, si hacemos que parezca algo

a gran escala, como algo que todos estarán haciendo, entonces la gente vendrá

solo por la presión de los demás. Después de todo, no querrás ser la única

persona de la comunidad que no se presente a ayudar, se puede decir mucho

sobre la vergüenza pública.

—De nuevo: visión pesimista de la humanidad.


—Pero también hay otras formas de recompensar a las personas. Quizás

podamos conseguir patrocinadores en las tiendas locales. Como . . . todos los

que llenen una bolsa de basura recibirán un cono de helado gratis de Salty Cow,

cosas así.

Quint gruñe, y aunque no lo dice en voz alta, puedo decir que cree que esto

tiene potencial.

—Y en cuanto a recaudar dinero para el Centro, tendremos un frasco de

donaciones para las personas que quieran donar, pero ese no es el objetivo

principal aquí. Este es el alcance comunitario. Después de todo, he vivido aquí

toda mi vida, pero cuando mencionaste el Centro, pensé que era algo que estabas

inventando. Así que ahora mismo, debemos concentrarnos en hacer correr la

voz. Quiénes somos, qué hacemos . . . ¿Quizás animar a las personas a que

vengan como voluntarios de vez en cuando? Tendremos una mesa con una hoja

de registro en la que las personas pueden inscribirse en la lista de correo.

—No tenemos una lista de correo.

—Oh, pero la haremos. —Le guiño un ojo. Se ve momentáneamente

sorprendido, pero ya he vuelto mi atención a la página—. Pero nada de eso hace

ninguna diferencia si no podemos hacer que la gente se presente. Tendremos

que ofrecer más que helado gratis si queremos que renuncien a unas pocas horas

preciosas de su fin de semana.

—De acuerdo.

Mi emoción se desborda tan rápido que tengo que morderme el labio. Quint

me lanza una mirada curiosa y una parte de mí quiere mantenerlo en suspenso,

pero la idea es tan buena, tan brillante.

Muevo mi silla hacia atrás para poder mirarlo de frente. Sintiendo que estoy

construyendo algo grande, también gira su cuerpo hacia mí.

—¿Con qué frecuencia liberamos animales en el océano en este momento?

Lo piensa y se encoge de hombros. —Tuvimos un lanzamiento hace casi dos

semanas. Probablemente estaremos listos para dejar ir a Pepper y Tyrion en

unos días más. . . —Deja de hablar y sus ojos se ensanchan—. Oh, Dios mío,

Prudence. Eso es genial.


Estoy radiante. —Le decimos a la gente que podrán venir y presenciar la

liberación de algunos de estos adorables animales de regreso al océano. Lo

convertiremos en una gran celebración, la gente hará cola para ver eso.

—Tienes razón, —dice Quint—. probablemente he estado en cientos de

lanzamientos desde que era niño, pero nunca se vuelve aburrido.

Me sorprende que me dé un escalofrío de felicidad al pensar en estar allí

cuando algunos de los animales de la planta inferior consigan regresar al agua.

Quint chasquea los dedos. —El Festival.

—¿Qué?

—El Festival de la Libertad para el 4 de julio. Es una semana desde el sábado,

y la playa siempre es un desastre después, así que deberíamos hacerlo el

domingo. Habrá toneladas de basura para limpiar, y podemos venderla como,

por ejemplo, tenemos estos animales que están listos para regresar al océano,

pero no es posible que podamos liberarlos con toda esta basura en todas partes.

Así que todos trabajamos juntos para limpiar la playa, y cuando terminemos,

celebramos con la gran liberación.

Le estoy sonriendo. —Es perfecto. Podemos anunciarlo en el festival. Incluso

podríamos jugar con el nombre. Algo como, "Este Día de la Independencia, no

solo celebre su libertad . . . celebre la de ellos", con una imagen de los animales

que liberaremos. Podemos tener folletos, carteles y cosas para el festival.

—Me encanta. —Quint levanta una mano para chocar los cinco, pero cuando

golpeo mi palma contra la suya, cierra sus dedos alrededor de los míos y les da

un apretón. Mi corazón da un vuelco—. Buena sesión de lluvia de ideas.

Me río. —Vamos equipo.

Sus ojos se arrugan en las esquinas y sé que está pensando en todas nuestras

tareas de laboratorio fallidas. Lo sé, porque también estoy pensando en ellas, y

me pregunto si es posible, que simplemente no le di a un nosotros —a nuestro

equipo— una oportunidad.

Quint me suelta la mano. —Puedo diseñar los folletos y los carteles.

Niego con la cabeza. —No, está bien. Yo puedo hacerlo. Y llamaré a algunas

empresas locales. Quizás podamos conseguir algunos patrocinadores para la


limpieza. Y también consultaré con el festival para ver si tienen espacio para

una carpa más y si tal vez nos den un descuento en la tarifa, dado que somos

una organización sin fines de lucro. Y ¡oh! ¡Pediré botones para dárselos a todos

los proveedores! Pueden decir algo como "¡Apoyo la vida salvaje de Fortuna

Beach! ¡Pregúntame cómo puedes tú también hacerlo!" —Empiezo a garabatear

mis pensamientos en el bloc de notas de nuevo. Vienen tan rápido que me

empieza a doler la muñeca cuando anoto todo.

—Está bien. —dice Quint, lentamente—. Entonces, ¿qué quieres que haga?

—Nada por ahora, puedo con esto. ¿Sabes qué más? Haré algunas pegatinas.

Me pregunto si podemos tenerlas aquí a tiempo. Pero podemos ponerlos en

todos los botes de basura del festival, como un lindo y pequeño estímulo—

—Prudence.

Lo miro. —¿Sí?

Abre las palmas de las manos, una pregunta en sus ojos.

Parpadeo. —¿Qué?

—Soy perfectamente capaz de diseñar folletos y carteles. Y botones y

pegatinas también.

Abro la boca para responder, pero dudo. Lo intento de nuevo. —Está bien.

Lo haré esta noche. Ordeno todo y luego…

—¿Mientras hago qué, exactamente?

Ya no suena feliz. En todo caso, está empezando a parecer loco.

Un poco exasperada, hago un gesto hacia la fila de ventanas que dan al patio

detrás del edificio, lleno de focas y leones marinos. En su mayor parte, sus

ladridos se han convertido en un ruido blanco, apenas perceptible, pero de vez

en cuando algo los excita en el patio y los hace estallar a todos a la vez en un

gran estruendo. —Tienes cosas que hacer aquí, ¿no? ¿Piscinas para limpiar o lo

que sea?

—Oh. ¿Así que solo soy el tipo del trabajo manual?

Mi frente se arruga. —¿De qué estás hablando? Sólo estoy diciendo que…

—Estás diciendo que no confías en mí.


Mi mandíbula se abre y se cierra de nuevo.

—Estás diciendo que puedes hacer un mejor trabajo. Por tu cuenta. Sin mi

ayuda.

Estoy atrapada. Sé que estoy atrapada. Sabe que estoy atrapada.

—Bueno . . . pero eso no es…

Las patas de su silla chirrían cuando se aparta de la mesa y se lanza a sus pies.

—Sabía que esto era una mala idea. Sabía que me arrepentiría de esto.

Lo miro boquiabierta. —Quint, basta. Esto es lo que hago. Yo planeo. Yo

preparo. Soy perfeccionista. Me gusta tener el control de las cosas. ¡Tú lo sabes!

Y en serio, ¿cuál es el problema? ¡Estás exagerando! Ve a ayudar a tu mamá o

. . . o haz cualquier otra cosa que hagas. Yo puedo con esto. Todos ganan.

—¡No! —Gira hacia mí—. ¿No lo entiendes? Este es el problema. ¡Tú eres

el problema!

El aire me abandona como si me hubieran dado una patada en el pecho.

Quint se pasa la mano por el pelo. —No . . . no tú —corrige. Dejando escapar

un sonido gutural, se acerca de nuevo y se agarra al respaldo de la silla que

abandonó—. Bueno. Te gusta tener el control. No confías en que otras personas

te ayuden porque tienes miedo de que lo arruinen. Entiendo eso . . . algo así.

Pero no acepté trabajar contigo durante este verano solo para repetir la clase de

biología de nuevo. Esto —hace un gesto entre nosotros— no va a funcionar.

¿Esto? ¿Qué quiere decir con esto?

¿El proyecto de biología? ¿La limpieza de la playa? ¿Él y yo?

—Lo siento —digo lentamente, con un filo de cuchillo en la voz, porque,

maldita sea, todavía me duele ese comentario de que tú-eres-el-problema—,

pero no entiendo de qué se trata. Hace dos minutos, pensé que teníamos un plan.

Finalmente estamos llegando a alguna parte. Y de repente . . . ¿qué? ¿Soy

demasiado fanática del control y no puedes soportar la idea de trabajar conmigo

o . . .?

—Mas o menos. Si. En realidad, de eso se trata exactamente.

Lo miro boquiabierta, consternada. El calor sube por mi cuello y cierro la

boca de golpe. Nos miramos el uno al otro, y creo que tal vez él esté dispuesto


a que ceda primero, pero esto es demasiado ridículo. Me ofrezco a hacer todo

el trabajo aquí. Para asegurar de que todo sea perfecto. Entonces, ¿qué pasa si

su orgullo está un poco herido? ¡Esto se trata de lo mejor para el Centro, no para

él!

Dándome la vuelta, empiezo a juntar los papeles, revolviéndolos de nuevo en

una pila ordenada lo más rápido que puedo. —Bien. Tampoco estaba

exactamente emocionada de volver a trabajar contigo.

—Prudence.

—No. Lo que sea. Les deseo a ti y al Centro toda la suerte del mundo.

Quint se acerca y me quita la pila de papel de las manos. —¿Dejarías de jugar

con los papeles y me escucharías?

—¿Por qué debería? —grito, poniéndome de pie—. ¿Para que pueda

escuchar más sobre lo difícil que soy? ¿Cuánto odiaste trabajar conmigo?

¡Novedades de última hora, Quint! ¡Los últimos nueve meses tampoco fueron

exactamente un placer para mí!

—¡Esa no es mi culpa! —grita en respuesta.

—¡Es completamente tu culpa! —Hago un sonido de enojo y aprieto los

puños con fuerza. Por favor, Universo. Por favor, haz descender tu ira sobre él.

Por hablarme de esta manera. Por hacerme sentir que algo anda mal conmigo.

Por rechazar mis ideas, mi ayuda, a mí—. ¡Si no fueras tan poco confiable e

irresponsable, entonces tal vez podría confiar en ti! Pero, ¿cómo puedo saber

que no lo arruinarás? —Golpeo con el pie, un poco petulante, pero no me

importa—. ¡Es mejor si lo hago por mi cuenta! —Le arrebato los papeles de las

manos. Un borde corta uno de mis dedos—. ¡Ay!

Vuelvo a arrojar los papeles a la mesa e inspecciono la herida. Claro, es solo

un corte de papel, pero es retorcido. Lancé una mirada disgustada hacia el techo,

el cielo, el universo. —¿En serio? —Grito.

Quint resopla y me da la espalda. Creo que se marchará con enojo, lo que me

enfurece más. ¡Se supone que soy yo la que se deba ir!

Pero no se va. En cambio, abre un cajón, hojea un minuto y luego regresa.

Lleva una caja de vendajes. No me mira mientras abre la caja, saca una tirita y

arranca el papel. Me lo tiende.


Lo arranco y lo pego alrededor de mi dedo. Todavía estoy hirviendo. Puedo

decir que él también lo está. Pero nuestras últimas palabras descaradas han

comenzado a disiparse en el silencio, y cuando Quint finalmente habla, su tono

es tranquilo, aunque todavía frustrado.

—Quería ayudar con nuestras asignaciones. Pero durante las dos primeras

semanas, estaba convencido de que era un compañero de laboratorio inútil.

Tomé notas y tú tomaste mejores. Dibujé gráficos y tú te fuiste a casa e hiciste

gráficos circulares digitales. Medí la sal para ese. . . ¿ese experimento con agua

salada hace mucho tiempo? E inmediatamente comenzaste a volver a medir.

Revisaste dos y tres veces todo lo que hice. En algún momento quedó claro que

nada de lo que hice iba a ser lo suficientemente bueno, así que ¿por qué seguir

intentándolo? —Se encoge de hombros hacia mí, pero el gesto es cualquier cosa

menos indiferente—. Dejé de ayudarte con las tareas del laboratorio porque no

querías ayuda.

Me quedo allí, sin decir una palabra, con la mandíbula apretada. Se siente

como si se estuviera gestando una nube de tormenta entre nosotros,

preparándose para soltar un rayo, aunque no sé a cuál de nosotros va a caer.

—Y sí —continúa—, sé que soy un asco en la ortografía y no soy un gran

escritor o lo que sea, pero no soy un inútil. Quiero decir, ¿cosas de diseño?

¿Cosas como folletos y carteles? De hecho, soy bastante bueno en eso. Viste el

papel, ¿no es así?

Mis hombros se aflojan, solo un poco, mientras pienso en su informe. Las

columnas, los pies de página, las fuentes.

—Sí, pero pensé . . .

Él espera, desafiándome a terminar esa frase.

Trago —Supuse que descargaste una plantilla gratuita o algo.

—Por supuesto que eso es lo que pensaste. —El niega con la cabeza. Suspira

profundamente. Y se derrumba en una silla. No la silla en la que estaba antes.

Deja ese vacío un muro entre nosotros.

Presiono la tirita, siento el pinchazo del corte debajo, y tímidamente me

vuelvo a colocar en mi silla también.

—No era una plantilla —dijo—, no soy completamente incompetente.


—No dije que fueras incompetente.

Me lanza una mirada cansada. —Si lo hiciste. Quizás no con palabras, pero

eso es lo que has estado diciendo todo el año.

Yo trago. La culpa está empezando a rascarme la garganta y me resulta difícil

aferrarme a mi propia ira cuando no puedo negar completamente lo que está

diciendo. La verdad es que pensé que era un incompetente. O al menos, incapaz

de trabajar según mis estándares. Y tal vez todavía me siento así.

—Mira, —digo, tratando de mantener mi tono uniforme—, no estoy tratando

de ser difícil. Solo sé que cuando hago algo yo misma, sabré exactamente lo que

obtengo. No tengo que estresarme por eso, y si se hará o no como quiero que

sea, o si será bueno, o si se hará a tiempo. Y sí, sé que mi vida probablemente

sería mucho más fácil si pudiera decir, ¿sabes qué? ¿A quién le importa? Son

solo folletos y carteles. No es gran cosa. Deja que alguien más lo maneje. Pero

no puedo. No puedo simplemente aceptar un. . . —Lucho por encontrar las

palabras adecuadas.

Quint las encuentra por mí. —¿Trabajo de mierda?

Me estremezco. —Estaba tratando de encontrar una forma agradable de

decirlo.

Cierra los ojos, claramente decepcionado.

—Para que conste —agrego—, el papel se veía realmente bien. Mejor,

probablemente, de lo que incluso yo lo hubiera hecho.

Sus labios se mueven hacia un lado sin humor. —Gracias por eso —

murmura—, estoy seguro de que no fue fácil para ti admitirlo. —Luego suspira

y me mira de nuevo—. Prudence, no te estoy pidiendo que aceptes un trabajo

de mierda. Te pido que aceptes que tal vez, solo tal vez, podría ser mejor en

algunas cosas que tú. ¿Ese tablero de presentación que habías inventado?

Definitivamente deberías haberme dejado encargarme de esa parte.

Arrugo la frente. —¿Qué le pasaba a mi tablero de presentación?

Me lanza una mirada, como si ni siquiera tuviera que preguntar. —Para

empezar, usaste la fuente Papyrus para los encabezados.

—¿Entonces? ¿Qué le pasa a Papyrus?

Hace un ruido de náuseas.


Cruzo los brazos, ofendida. —Ese tablero estaba bien.

—Lo siento, pero podría haberlo hecho mejor. Y luego podríamos haber

usado mis fotos también. Lo vinculé con el informe. Todo el proyecto hubiera

sido mucho mejor si no hubieras insistido en hacerlo todo tu misma. Y si no

puedes ver eso. . . —Sacude la cabeza, luego levanta las manos con

exasperación y vuelve a levantarse de la silla—. Lo que sea. Ahora solo estamos

dando vueltas.

—¿Tus fotos? —Yo digo, levantándome también. Miro hacia la pared, esos

cuadros enmarcados de nuevo. Aunque esas tres imágenes no estaban en el

informe, son similares a las que sí— Quint ¿Tú las tomaste?

Se vuelve hacia la pared, como si necesitara que le recordaran lo que hay allí.

—Pensé que lo sabías.

—¿Y los del periódico también?

No responde y no tiene por qué hacerlo.

Mi mirada recorre la línea de fotos, cada una enmarcada con esmero. Son

impresionantes, cada uno lleno de emociones que se clavan directamente en el

estómago. Podrían estar en una exhibición en una galería de arte.

Definitivamente se merecen algo mejor que esta sala de descanso de mala

calidad, al menos.

—¡Allí! ¡Eso! —dice Quint, señalando mi cara.

Me sobresalto, sorprendida. —¿Qué?

—Eso es lo que estoy pidiendo. Solo un poquito de agradecimiento. ¿Es tan

difícil?

Me río, pero suena un poco aturdido. Porque . . . tal vez lo sea.

Definitivamente estoy impresionada, lo cual es casi igual de extraño.

—Quint, estos son buenos. Realmente buenos.

Se encoge de hombros. —Nop. Quiero decir, el tema es bastante intenso, así

que . . .


—No, es más que eso. Tomé una clase de fotografía de una semana cuando

estaba en la escuela secundaria y la maestra siempre hablaba de luces, sombras

y ángulos y . . . no lo sé. No entendí casi nada. Realmente no tenía ojo para eso,

¿sabes? Pero estos . . .

—¡Ay caramba! Me sonrojas.

Me vuelvo hacia él, y aunque sonaba en broma, en realidad parece que lo he

hecho sentir incómodo.

—Eres un artista. —le digo, un poco desconcertada.

Él hace una carcajada cordial de un sonido. —Mmm no. Es solo un

pasatiempo. Quiero decir . . . no lo sé. Pensé que sería genial ser fotógrafo, tal

vez, algún día. Realmente me encantaría hacer fotografía submarina. —Agita

su mano—. Pero probablemente nunca sucederá.

Lentamente miro hacia arriba, encontrándome con sus ojos. Los ojos de este

chico que, resulta que casi no conozco. Nos sentamos uno al lado del otro

durante dos semestres completos y, sin embargo, se siente como si hubiera un

completo extraño parado frente a mí.

Un artista. Un voluntario. El tipo de persona que rescata nutrias marinas en

su tiempo libre.

Tiene las manos metidas en los bolsillos, y parece casi cohibido mientras

estudia sus propias fotos. Si bien las imágenes me dejaron sin aliento, puedo ver

que las está criticando mentalmente. Algo me dice que no tiene idea de lo

buenas que son.

Y la verdad es que tampoco podría decir con absoluta certeza que sean

buenas. No tengo ojo de artista. No sé sobre luces y sombras, ángulos y

dimensiones. Todo lo que sé es que cuando miro estas fotos, me atraviesan una

mezcla de emociones. Me hacen sentir.

—Lo siento, —digo—. Lamento no haber confiado en ti para ayudar con

nuestras asignaciones.

Le toma un segundo, pero cuando responde, su voz es ligera, casi jovial. El

bueno y relajado Quint. —Te perdono —dice. Tan fácil como eso—, pero

primero, ¿puedo tomar mi teléfono y grabarte diciendo eso de nuevo? Para

futura referencia.


Miro con el ceño fruncido, pero no hay calor detrás. Miro hacia atrás hacía

las fotos. —Podrías vender estas, ¿sabes?

El resopla.

—Lo digo en serio. De hecho . . . —señalo la imagen de la tortuga marina

atrapada en toda la basura—. Creo que esta es la imagen que deberíamos usar

en nuestros carteles para la limpieza de la playa. Aunque —me encojo de

hombros—, tú eres el diseñador, así que supongo que es tu decisión.


—¡Hola! Estoy con nuestro Centro de Rescate de Animales Marinos local.

Mañana organizaremos una fiesta de limpieza de la playa, aquí mismo, donde

soltaremos cuatro focas desde el puerto de regreso al océano. ¡Espero que te

unas a nosotros!

He dicho una versión de este discurso tantas veces que está empezando a

perder su significado. Las palabras se confunden. Se mezclan en mi boca. Pero

sigo sonriendo, sigo moviéndome. Tengo una bolsa llena de volantes azules

impresos con los detalles de la limpieza de la playa, y sí, Quint tiene cierta

razón. Es decir, lo acertamos, ya que insistí en que me dejara revisarlos antes

de que imprimiera todo el lote, y acabé detectando dos errores tipográficos y un

error ortográfico. Debo admitir, sin embargo, que el producto final es mucho

mejor de lo que habría hecho si los hubiera hecho yo misma.

Los folletos son llamativos. Sencillos pero eficaces. En la parte posterior,

Quint incluso incluyó breves biografías de las focas que liberaremos—dónde y

cómo fueron encontrados, qué les pasaba y notas sobre sus personalidades.

Además, cada uno tiene una foto. Incluso en blanco y negro y ligeramente

granulosas, las fotos son fantásticas y las reacciones de la gente parecen ser

universales. Un jadeo de sorpresa, seguido de un suave aww que se convierte

en un suspiro agridulce. Puede que la reacción no sea original, pero puedo decir

que es sincera. La gente se conmueve con las historias de estos animales. Espero

que eso se traduzca en asistencia y donaciones.

Hago una pausa para tomar un trago de agua de la botella en mi bolso. El

festival comenzó a las nueve de la mañana, pero los recién llegados todavía

pululan por la playa y seguirán llegando hasta la puesta del sol con la promesa

de un espectáculo de fuegos artificiales que se lanzará desde una barcaza en la

bahía.

Desde donde estoy, puedo ver la fila de autos que se extiende por Main Street

mientras la gente busca desesperadamente un estacionamiento el cual no hay

disponible. Los propietarios de viviendas hasta a dos millas de distancia estarán


recolectando algo de dinero hoy, lo que permitirá a las personas estacionarse en

sus jardines por veinte dólares el vehículo. Se instala una larga fila de tiendas

de campaña a lo largo de los acantilados y el paseo marítimo, que vende de todo,

desde comederos para pájaros hechos a mano hasta paquetes de especias. Me

inunda el olor a bloqueador solar y el chisporroteo de las salchichas de alguien

que vende salchichas en una pequeña parrilla de carbón. Se ha colocado una

cuerda para mantener un camino despejado para que la gente compre a los

vendedores, pero por lo demás, la playa está llena de mantas, toallas, sillas y

sombrillas. Es lo más concurrido que jamás lo he visto.

Veo a Jude más arriba en la orilla y él llama mi atención y me saluda. Ari

está un poco más allá de él, hablando con una mujer que vende camisetas y

pareos teñidos. Los recluté para ayudar a repartir volantes hoy, e incluso Ezra,

el mejor amigo de Quint, apareció para ayudar, aunque afirma que es solo

porque el fin de semana del 4 de julio es cuando aparecen todas las chicas lindas

del verano. Le recordé que hoy representa al centro y que por favor no acose

sexualmente a las turistas. Luego los armé a todos con las tiras de papel azules

y les expliqué tantos detalles de la limpieza de mañana como pude, tratando de

llenarles la cabeza con frases como alcance comunitario y concientización y

libertad para nuestra vida silvestre local. Es decir, hasta que Jude me silenció

con la mirada que ha ido perfeccionando a lo largo de los años. La que me

permite saber que he pasado de compartir información útil a lo que él llama

"Pru-explicación 18 ". Lo cual, según él, es casi tan malo como una macho

explicación 19 .

Considerándolo todo, me siento bien. Aunque Quint y yo hemos tenido

menos de dos semanas para armar este plan, estoy emocionada de que

finalmente esté sucediendo. Puedo sentir que será un éxito.

Además, tengo el universo de mi lado.

Le entrego algunos folletos a una familia numerosa que ha creado un

conjunto palaciego de toallas y toldos. Son claramente amantes incondicionales

de la playa, que han pensado en traer de todo, desde un altavoz Bluetooth

portátil hasta mini mesas y un cubo de hielo con una botella de champán rosa,

18

Pru-explicación: Del original Pru-splaining, que hace referencia a las explicaciones exageradas o en exceso

que hace Prudence, del proyecto para el festival.

19

Machoexplicación: Del original mansplaining, es un término informal que ya ha quedado registrado en el

diccionario Oxford. La fundación, que trabaja asesorada por la Real Academia Española para promover un

buen uso del español en los medios de comunicación, propone el neologismo "machoexplicación" como

alternativa válida a este hábito masculino.


aunque se supone que el alcohol no está permitido en la playa. Sin embargo, es

una regla que a nadie parece importarle lo suficiente hacerla cumplir. La familia

parece entusiasmada y dicen que les encantaría venir a la limpieza.

Prácticamente estoy saltando mientras me alejo.

Mi atención recae en Quint, y sólo una vez que lo veo me doy cuenta de que

una pequeña parte de mí lo ha estado buscando desde . . . bueno, desde que lo

perdí de vista la última vez. Tiene una cámara en la mano. No es un teléfono,

sino una cámara real, con una gran lente y pequeñas perillas en la parte superior

que hacen cosas que no entiendo. No es el tipo de cosas que una persona llevaría

a la escuela, estoy segura de que pesa una tonelada y probablemente sea

realmente frágil y, sin embargo, se siente extraño que nunca lo haya visto con

eso antes. Al verlo ahora, está claro que está en su elemento, ajustando la

configuración de la cámara con facilidad y confianza. Se agacha para tomar una

foto de algo en la arena y quiero desesperadamente saber qué es. Luego se pone

de pie, mira a su alrededor y toma una foto del horizonte. Y un grupo de niños

pinchando un cangrejo. Toma fotografías de paraguas, toallas vacías y neveras

portátiles abandonadas, de un surfista parado con su tabla mirando las olas.

Quint hace una pausa y gira casi en círculo completo, mirando a su alrededor

con lo que supongo que es un ojo de artista. Tal vez alineando ángulos o

considerando la iluminación.

Su atención aterriza en mí.

Me pongo rígida, avergonzada de que me pille mirando. Pero solo sonríe y

se acerca la cámara a los ojos. Pongo los ojos en blanco, pero le sigo el humor,

sosteniendo un signo de la paz y sonriendo para la cámara. Aunque está

demasiado lejos para ser real, imagino que escucho el clic del obturador.

Le saco la lengua.

Él sonríe. No puedo oírlo, pero mi memoria me proporciona una risa fácil y

sin esfuerzo.

—Tienes razón, —dice Ari, sorprendiéndome. No la había visto acercarse.

Mira a Quint con una sonrisa de complicidad—. Pensé que estabas exagerando

todo este tiempo, pero oh no. Él es repugnante.

—Nunca dije que fuera repugnante —murmuro.

—Estoy bastante segura de que lo hiciste.


—¿Necesitas más folletos? —Pregunto al ver sus manos vacías.

Saca otra pila de la bolsa que tengo en la cadera y se aleja.

Me aseguro de no buscar a Quint mientras me dirijo en la otra dirección.

Sonriente. Charlando. Contando a la gente todo sobre el centro y la celebración

de la liberación de animales de mañana.

Hasta que mi atención se centra en un niño, tal vez de diez años, en el

momento exacto en que pisa fuerte el castillo de arena de su hermana pequeña.

Yo jadeo. La indignación me atraviesa. Antes de que me dé cuenta de que lo

estoy haciendo, mi mano se ha cerrado en un puño enojado.

Un segundo después, el niño recibe un golpe en la cabeza con una pelota de

playa. Lo derriba en la arena.

Me estremezco. Quiero decir, no creo que le haya golpeado tan fuerte, pero,

aun así. Me siento especialmente mal por su pobre madre, que ahora tiene que

lidiar con dos niños que lloran.

Empiezo a aflojar mi puño, pero ahora que la oleada de poder cósmico se ha

precipitado a través de mí, es como si mi antena hubiera sido recalibrada. Soy

consciente de las personas que me rodean y de su comportamiento menos que

ejemplar.

Unos segundos más tarde, una chica universitaria hace fila en el puesto de

hielo raspado. A los pocos segundos de dar su primer mordisco, un enjambre de

moscas negras aterriza en el cono, atraídas por la dulzura almibarada. Cuando

trata de sacárselos de encima con disgusto, envía la mayor parte de su golosina

al suelo.

Luego veo a un hombre de mediana edad que toma uno de los volantes azules

de Jude. Pero tan pronto como mi hermano se da la vuelta, el hombre hace una

mueca, arruga el papel y lo tira por encima del hombro. Se queda atrapado en

la brisa y rebota en la arena unas cuantas veces antes de quedar atrapado contra

la hielera de alguien.

La molestia ruge dentro de mi pecho. ¡Ese periódico anuncia la limpieza de

una playa, idiota desconsiderado!

Ambos puños se aprietan esta vez.


De la nada, aparece una niña que camina hacia el hombre con nada más que

un pañal y un lazo rosa en su cabello ralo. La niña hace una pausa y mira al

hombre, con una mirada perpleja en su rostro. Él trata de rodearla, momento en

el que ella se inclina por la cintura y vomita sobre sus pies calzados con

sandalias.

Lleva sandalias, por lo que hay mucho contacto con los pies descalzos.

Grita de repulsión. Aparece la mamá de la niña, disculpándose

copiosamente... pero el daño ya está hecho.

Me río y hago una mueca de dolor al mismo tiempo.

Mientras tanto, Jude permanece ajeno, abriéndose paso entre la multitud, de

espaldas a mí y a la chincheta. Con una sonrisa satisfecha, empiezo a caminar

hacia el pedazo de papel arrugado que ha sido arrojado lejos de la nevera y está

rebotando como una maleza entre las hileras de toallas de playa.

Hay gente reunida por todos lados, pero si alguien ha notado el pedazo de

basura entre ellos, ninguno se ha molestado en recogerlo. Es una pequeña cosa,

tal vez, pero no puedo evitar sentirme exasperada por su pereza. Tomaría cinco

segundos para recogerlo. ¡Hay botes de basura colocados cada treinta pies a lo

largo del paseo marítimo!

Pisoteé detrás del papel, aunque el viento lo empuja cada vez más lejos de

mí. Finalmente estoy empezando a acercarme a él cuando un agarrador de brazo

largo aparece de la nada y sujeta el volante arrugado.

Hago una pausa y miro a una mujer. Parece tener aproximadamente la edad

de mi abuela, entre setenta y cien años. Es imposible saberlo. Lleva un detector

de metales en la mano izquierda y el agarrador en la derecha. Se cuelga un

cinturón alrededor de sus caderas con implementos para caminar por la playa y

recolectar basura. Guantes de goma, una paleta pequeña, una botella de agua

reutilizable, un gran saco de basura.

Ella me ve y me guiña un ojo. —Tengo este —dice, depositando el papel azul

arrugado en su bolsa de basura.

Luego se da vuelta y comienza a caminar por la playa, lejos de la multitud y

del festival, su detector de metales se balancea meticulosamente de un lado a

otro. Se detiene de vez en cuando para agarrar otro pedazo de arena y meterlo

en la bolsa.


Me recuesto sobre mis talones, desconcertada al darme cuenta de lo raro e

inesperado que fue ese espectáculo. Ver a alguien haciendo una buena acción

—no por la gloria ni por una recompensa— sino simplemente porque es lo

correcto para hacer.

Y sí, sé que recoger un poco de basura es una cosa pequeña. Quizás la

mayoría de la gente incluso lo consideraría intrascendente.

Pero ese acto me deja sintiéndome elevada y animada, especialmente cuando

parece que últimamente todo lo que he visto son extraños que son groseros y

desconsiderados.

Se me ocurre un pensamiento.

Miro mis manos, los labios torcidos en pensamiento. Que pasaría sí…

Quiero decir, Quint encontró ese billete de veinte dólares cuando intenté

castigarlo por llegar tan tarde. No sabía nada de la nutria marina . . . pero el

universo sí.

Así que tal vez . . .

Miro de nuevo a la mujer. Está cogiendo una lata de cerveza. Ella le da la

vuelta, vaciando los últimos restos de cerveza en la arena, antes de arrojarlo al

saco.

Esta vez, en lugar de apretar mi mano en un puño irritado, inhalo

profundamente y chasqueo los dedos.

En el segundo que lo hago, escucho un pitido.

Está muy lejos, pero sé que provino del detector de metales de la mujer.

Hace una pausa y balancea el detector de un lado a otro sobre el lugar. Suena

una y otra vez mientras se concentra en la ubicación exacta de cualquier tesoro

que esté enterrado allí. Mi corazón está acelerado, pero apenas parece curiosa.

Me pregunto cuántas veces un "tesoro" resulta ser nada más que una tapa de

botella enterrada, una lata de aluminio, un centavo.

Me acerco más, mordiéndome el labio inferior. Porque sé. Sé que no es

basura. Sé que no es solo un centavo.

La mujer se agacha y desengancha una pequeña pala de mano de su cinturón.

Ella comienza a cavar.


Tarda más de lo que creo. Se mueve lentamente, arrastrando un poco de arena

a la vez, de vez en cuando escaneando el detector sobre la pila para asegurarse

de que no se ha perdido lo que está enterrado allí.

Entonces ella se queda quieta.

Sus dedos se adentran en la arena y recogen algo. Es pequeño y brillante y,

por un segundo, me atraviesa la decepción. Quizás sea solo un centavo.

Pero luego brilla a la luz del sol y jadeo.

Una sonrisa se extiende por mi rostro.

Creo que es un pendiente.

Creo que tiene un diamante.

—¿Alguna vez has hecho detección de metales antes?

Grito. Literalmente, un completo y totalmente reaccionario grito sale de mi

boca mientras me doy la vuelta y le doy un golpe a Quint en el hombro.

—¡Ay! —dice, dando un paso atrás y frotando el lugar donde lo golpeé.

—¡Me has dado un susto de muerte! —Digo, presionando mi mano contra mi

pecho—. ¿Por qué estás tan cerca?

Me mira como si le acabara de preguntar por qué los peces nadan en el mar.

—Venía a ver cómo van las cosas. Lo siento. No fue mi intención asustarte

hasta la muerte.

Me está tomando el pelo, pero mi ritmo cardíaco aún no se ha calmado y no

tengo la fuerza de voluntad para enfadarme. O divertirme.

—¿Has . . . visto algo? —digo, de repente cohibida. ¿Qué debió haber

parecido? El chasquido de mis dedos, mirando a la beachcomber 20 como una

acosadora obsesionada. Y luego que ella encontrara algo tan precioso . . .

Pero Quint solo parece confundido. —Vi un puesto de gyros 21 allí atrás, y

ahora me muero de hambre. —Me mira, pero debe sentirse decepcionado

cuando ni siquiera esbozo una sonrisa— ¿Por qué? ¿Qué está pasando?

20

Persona que pasea por las playas en busca de objetos de valor o interés.

21

Gyros o gyro (griego: γύρος 'giro') es carne asada en un horno vertical. Por lo general, se sirve en un pan

pita, acompañado por verduras, papas fritas y salsas. Los más comunes son tomate, cebolla y la salsa tzatziki.


—¡Nada! Nada.

Sus cejas se elevan. Es curioso cómo sus cejas casi parecen hablar un idioma

propio, y creo que estoy comenzando a entenderlas. —Dos nada siempre

significan algo.

—Oh, ¿eres psicólogo ahora? —Miro por encima de mi hombro. La

beachcomber ha comenzado a alejarse, todavía balanceando su detector de un

lado a otro con tanta paciencia como antes. Me pregunto si me estoy imaginando

el rebote extra en su paso.

—¿Entonces? — dice Quint.

—¿Entonces qué?

—Entonces, ¿alguna vez has estado detectando metales antes?

—Oh. No. —Me meto un cabello suelto detrás de la oreja. Estoy mareada

con la nueva comprensión de que mi poder funciona en ambos sentidos.

Probablemente debería haberlo descubierto antes, con Quint y el dinero que

encontró, pero estaba demasiado irritada entonces.

Pero ahora —oh, las posibilidades— puedo castigar y recompensar. Tiene

perfecto sentido. Había estado tan ansiosa por corregir los errores antes que no

había considerado cómo fluye el karma en dos direcciones.

Me doy cuenta de que Quint me está mirando y un rubor se extiende por mi

cuello. Dirijo mi atención hacia él, tratando de concentrarme, tratando de actuar

con normalidad. —¿De qué estábamos hablando?

—Detección de metales —dice inexpresivo.

—Correcto. Si. No lo sé. Parece que llevaría mucho tiempo desenterrar

mucha basura.

Se encoge de hombros. —Tengo un tío al que le gustaba mucho. Fui con él

algunas veces. Fue algo divertido. Nunca sabes lo que encontrarás. Es sobre

todo mucha basura, pero en un viaje encontré un reloj. Conseguí cuarenta

dólares en la casa de empeños.

—Guau.

—No voy a mentir. Sentí como si hubiera desenterrado el tesoro de

Barbanegra.


—¿Alguna vez pensaste que podrías ser demasiado fácil de complacer?

Sus ojos brillan con un desafío. —¿Alguna vez pensaste que podrías ser

demasiado difícil de complacer?

Pongo los ojos en blanco. —No me gusta perder el tiempo. Tú lo sabes.

—El tiempo perdido de un hombre es de otro su…—Quint parece contemplar

durante mucho tiempo cómo terminar con este aforismo—, hobby, supongo.

Yo sonrío. —Podrías bordar eso en una almohada.

—Ha-ha. Simplemente creo que está bien estar emocionado cuando algo

bueno e inesperado se te presenta. Incluso si es solo un reloj. Diablos, incluso

si es solo un centavo. Todavía es, como . . . un buen augurio. ¿Correcto?

Quiero burlarme de él, y tal vez en el pasado lo hubiera hecho. Suena como

algo que diría la abuela de Ari, de quien he aprendido que es muy supersticiosa.

Buenos augurios, el lenguaje del universo, el poder de la intuición.

Excepto, tengo que creer en eso ahora, ¿no?

Me pregunto qué pensó la exploradora cuando desenterró ese pendiente.

¿Cree que no es más que una feliz coincidencia, o sabe, en un nivel más

profundo, que fue una recompensa, un agradecimiento cósmico por ayudar a

mantener limpia esta playa?

Niego con la cabeza. —Por lo general, ni siquiera me molesto en recoger un

centavo.

— ¿Un centavo de la suerte? ¿de verdad?

—Es solo un centavo.

Parece que por un segundo así es la cosa más triste que jamás haya escuchado.

Como si su decepción hacia mí no se pudiera expresar correctamente. Pero

luego su expresión se aclara. —Probablemente sea lo mejor. Quizás la persona

que viene después de ti realmente necesitaba encontrar un centavo de la suerte

ese día.

—Entonces, un centavo perdido es un regalo del universo, pero elegir no

recogerlo es como . . . ¿pagarlo por adelantado?

—¿Quiénes somos para cuestionar los poderes fácticos?

Tengo que morderme el interior de la mejilla para no reírme.


Desde mi caída en Encanto, soy los poderes fácticos. Es un pensamiento

embriagador.

—De todas formas. —Quint alcanza la bolsa a mi lado y saca una gran pila

de volantes—. Solo venía a buscar más de estos. —Usa sus dedos para abrirlos,

como hojeando un libro, luego golpea los papeles contra su palma. Creo que

podría estar demorando, pensando en algo más que decir—. Pero avísame

cuando tengas hambre. Esos gyros olían increíble.


Veo a Quint alejarse, extrañamente estoy hipnotizada por la forma en como

el sol brilla en su cabello. Mi interior se agita.

Noooooo, mi mente me advierte. ¿Por qué me está pasando esto? ¿Cómo es

que está pasando esto?

Quiero negarlo. Oh, desesperadamente quiero negarlo.

Pero la evidencia está ahí, en mi pequeño corazón traidor, que todavía late

por su presencia.

Santo cielo. Creo que puede que me esté empezando a gustar Quint Erickson.

Hago una mueca. Estoy tan molesta conmigo misma en este momento. ¿Estar

enamorada de Quint, el vago, irresponsable y tonto? ¡Es inadmisible!

Excepto… ¿Cuánto de esto es cierto? Lo he visto trabajando en El Centro.

No es un vago. No es un irresponsable. Está relajado, tranquilo y es divertido.

Todavía es encantador, es amigable con todos. Aún sigue siendo ágil para hacer

una broma.

Pero incluso si por algún extraño giro del destino, resulta que Quint es alguien

de mi tipo… no hay forma de que yo pueda ser el suyo.

¿Alguna vez pensaste que podrías ser demasiado difícil de complacer?

Mi estómago se revuelve. No creo que estuviera tratando de ser malo cuando

dijo eso, pero, aun así, recordar aquellas palabras me duele.

Me saca de mis pensamientos una conmoción en la playa. Me giro,

entrecerrando los ojos hacia el sol.

Un tronco ha aparecido en la orilla y algunos niños han abandonado sus tablas

de surf para reunirse a su alrededor. Escucho a una mamá gritar —¡No lo

toques! —Arrugo la frente. Mis pies me acercan unos pasos. Un par de adultos

están hablando, señalando. Alguien está arrullando el tronco, con expresión de

sorpresa, como si fuera… como si fuera un…


Un animal.

Como un animal indefenso, asustado y jodidamente adorable que acaba de

llegar a la orilla.

Empiezo a correr. No sé qué creo que voy a hacer, pero las fotografías de

Quint pasan por mí memoria como un carrete de tragedia y trauma. En las

semanas que he estado trabajando en El Centro de Rescate, he escuchado

innumerables historias sobre cómo se encontraron animales. Algunas de las

historias parecen inverosímiles, como la vez que una foca entró por la puerta

trasera de un pub local y fue encontrada colgando en una de las cabinas a la

mañana siguiente—pero la mayoría de las veces, los animales llegan a la playa,

justo como ahora. Si tienen suerte, alguien los ve y llama al Centro de Rescate.

Pero a veces la gente quiere ayudar. A veces quieren tocarlo.

A veces no termina bien—ni para el animal ni para la gente.

—¡Retrocedan! —Grito, mis talones levantan arena. Mi grito sobresalta a

todos los que se han reunido alrededor del animal. Un león marino, lo puedo

ver ahora. Mi respiración es irregular, pero mi mente se llena de repente con la

vista de la criatura. Es como en las fotos de Quint, y ahora puedo notar la

diferencia entre un animal sano y fuerte, de uno que está deshidratado y

hambriento y probablemente al borde de la muerte. Creo que algo puede estar

mal con sus ojos. Parecen turbios y hay un líquido amarillento espeso debajo de

uno. Su cuerpo se estremece cuando me acerco.

—¿Está muerto? —pregunta una niña, preparándose para pincharlo con un

palo.

Le arrebato el palo de la mano y ella hace un sonido indignado, pero la ignoro.

—Estoy con El Centro de Rescate de Animales Marinos —digo, señalando el

logo de mi camiseta amarilla. Inmediatamente, tengo autoridad. Tengo el

respeto de todos los que me rodean. De repente, soy la experta en esta situación

y puedo ver alivio en los ojos de algunos de los padres cuando se dan cuenta de

que alguien más ha asumido la responsabilidad.

En ese momento, me congelo.

¿Ahora qué hago?

Quint. Mi mente se abastece ansiosamente. Quint sabrá qué hacer.


Mis brazos todavía están extendidos, de pie frente al león marino como una

protectora… ¿Mamá… leona? Dios mío, ni siquiera tengo el vocabulario

adecuado para esta situación. Después de todo, hacer puré con tripas de pescado

todo el día no se presta a un banco completo de conocimiento sobre estos

animales.

—No lo toquen. —le digo a la multitud, mientras escaneo la playa en busca

de señales de Quint. Pero está tan lleno de gente Que podría estar en cualquier

parte.

—¿Es un niño? —alguien pregunta, a lo que otra persona responde—, ¿Cómo

puedes saberlo?

—No puedo, no lo sé. Pero sí sé que, si bien estos no son animales violentos,

pueden atacar cuando están asustados. Por favor, retrocedan. Denle algo de

espacio.

Nadie discute.

Veo un puesto de salvavidas y recuerdo que parte de la formación de

salvavidas local implica saber cómo manejar animales varados. A veces incluso

tienen perreras en sus unidades de almacenamiento para animales que necesitan

ser llevados para rehabilitación.

—¡Tú! —Apunto con el palo robado a la niña que quería pinchar al lobo

marino con él. Ella retrocede un paso con los ojos muy abiertos—. Estás a cargo.

Mantén a todos atrás al menos tres metros, ¿de acuerdo?

Su expresión se ilumina, luego se inunda con un sentido del deber. Es la

misma expresión de Penny cuando se le encarga una tarea importante. La niña

me asiente con determinación.

Le devuelvo el palo y me vuelvo hacia su madre. —Voy a ver si ese

salvavidas puede ayudarnos. ¿Puede llamar al Centro de Rescate? Pueden

enviar un camión para que venga a buscarlo. —Espero hasta que ha comenzado

a marcar el número que está impreso en la parte de atrás de mi camisa antes de

salir corriendo de nuevo. Me duelen las piernas y comienzo a sentir una punzada

por un costado del cuerpo, pero pronto estoy de pie en la base de la silla del

salvavidas.

Está vacío.


—¿Qué demonios? —protesto. ¿Se les permite incluso dejar sus puestos? Se

necesitan unos segundos de escaneo de la playa, segundos que parecen horas,

antes de que me dé cuenta de la camiseta blanca sin mangas y los pantalones

cortos rojos brillantes. El salvavidas está cerca de las olas, gritándole a un par

de niños que han pasado las boyas nadando. Corro hacia él—. ¡Necesito ayuda!

Él mira hacia arriba, sobresaltado, y me sorprende reconocer a un estudiante

de último año de la escuela, aunque no sé su nombre. —Hay un león marino

varado, —digo señalándolo—. Hay que llevarlo al Centro de Rescate de

Animales. ¿Tienes una perrera?

Sus ojos pasan rápidamente por encima de mí, pero no podemos ver al animal

desde donde estamos. La multitud a su alrededor se ha vuelto demasiado espesa.

Realmente espero que esa niña esté haciendo un buen trabajo manteniendo a

todos a raya.

Él mira hacia atrás para comprobar que los niños en el agua han comenzado

a nadar hacia la orilla, luego asiente hacia mí. —Estaré ahí. No dejes que nadie

lo toque.

Me burlo y vuelvo a señalar el logo de mi camiseta. —No se preocupe. Sé lo

que estoy haciendo.

Lo primero que noto cuando vuelvo al lobo marino es que tiene los ojos

cerrados. El terror me golpea. ¿Está muerto?

—No dejé que nadie lo tocara. —dice la niña, todavía agarrando el palo como

una guerrera.

—¡Aquí! —Su mamá grita, empujando su teléfono celular debajo de mi

nariz—. Quieren hablar contigo.

Tomo el teléfono. El sudor gotea por la parte posterior de mi cuello. Me

agacho a un par de pies del lobo marino, aliviada cuando sus ojos comienzan a

abrirse, todavía un poco nublados. Probablemente sea mi imaginación, pero

parece que el animal está feliz de volver a verme.

—¿Hola? —digo en el teléfono, mi voz se tensa.

—¿Prudence? —Es Rosa.

—Si. Hola. Hay un león marino varado en la playa, al norte de…


—Lo sé, lo sé, —dice Rosa—. Escucha. No hay forma de que un vehículo de

recuperación pueda entrar allí. Con el tráfico entrando en el centro de la ciudad

en este momento, tomaría horas.

Mi corazón se aprieta. El lobo marino ha vuelto a cerrar los ojos.

No creo que tengamos horas.

—¿Qué debo hacer? —digo, el pánico se apodera de mí. De repente, esto se

siente como lo más importante de mi vida. Esta criatura. Este animal indefenso,

inocente y herido. Recuerdo que Quint me dijo, tal vez en mi tercer día en El

Centro, que no todas las criaturas que traían sobreviven. Aproximadamente el

10 por ciento muere dentro de las primeras veinticuatro horas, ya demasiado

lejos para ser rehabilitado, sin importar lo que hagan.

Pero esa no es una opción. Tengo que salvar este.

—Si puedes encontrar algo para transportarlo, —dice Rosa—, tal vez alguien

tenga un vehículo que pueda usar. Sería mucho más fácil para ti sacar un

automóvil del centro de la ciudad de lo que sería para nosotros llegar a ti.

Una conmoción atrae mi atención hacia arriba y veo al salvavidas corriendo

hacia nosotros con una gran caja en la mano.

—¿Prudence? —dice Rosa.

—Está bien, —le digo, una nueva convicción feroz se apodera de mi—.

Llegaremos a ti.

—Estaremos listos cuando llegues.

Termino la llamada y le tiro el teléfono a la mujer. Ella se revuelve, apenas

atrapándolo antes de que caiga a la arena.

—¡Pru! —Quint irrumpe entre la multitud, su rostro enrojecido como si

acabara de correr una milla—. Escuché que hay un… — Se congela en seco, su

atención aterrizando en el león marino. Le toma dos segundos evaluar la

situación y, antes de que me dé cuenta, se está haciendo cargo, robando mis

responsabilidades profesionales con unas cuantas órdenes confiadas bien

ladradas a la multitud. ¿Tú, ves ese cubo ahí? Ve a llenarlo de agua.

Sí, el agua del océano está bien.


Y necesito toallas mojadas. ¿Podemos tomar prestada las tuyas? Vamos a

traer ese paraguas aquí, darle un poco de sombra —tenemos que tratar de

evitar que se sobrecaliente tanto como sea posible.

Experimento un momento de irritación porque está robando mi autoridad,

pero es sofocado por una oleada de alivio. Es lo opuesto a la clase de biología,

donde siempre era yo quien daba órdenes y le decía qué hacer. El cambio no me

pone furiosa, especialmente en esta situación, y… honestamente, verlo hacerse

cargo es algo sexy.

Trago saliva, repentinamente nerviosa.

—¿Quint? —dice el salvavidas.

Quint lo mira y el reconocimiento llena su rostro. —¡Steven! ¡Oye! ¿Cómo

está tu verano?

—Ocupado. —dice Steven.

Los miro boquiabierta. —¡Disculpen! —digo, estupefacta, y hago un gesto

hacia el lobo marino—. Por favor, concéntrate.

Quint me lanza una mirada y que me dice: —Oye, no puedo evitar ser amigo

de literalmente todas las personas de nuestra escuela.

—¿Qué podemos hacer?

Miro hacia arriba para ver a Ari, Jude y Ezra. Una sonrisa se abre a través de

mi rostro. Todos llevan camisas amarillas a juego y juntos parecemos un grupo

de rescate oficial.

Al ver los montones de papeles azules en sus manos, se me ocurre que no

podría haber planeado una mejor publicidad.

—Jude, ayuda a Quint y, eh… a Steven. —le digo, tomando sus volantes y

dividiéndolos entre Ari y Ezra—. Repartan estos.

Mientras Quint, Jude y el salvavidas enrollan suavemente al león marino

sobre una manta para que pueda ser llevado a la jaula que los espera, me alejo

de su trabajo y me enfrento a la multitud. La gente a nuestro alrededor está

tomando fotos con sus teléfonos, mirando con ojos ansiosos y preocupados.

Aspiro profundamente. No tengo tiempo para ensayar, pero tampoco tengo

tiempo para ponerme nerviosa.


—Amigos, estamos aquí desde el Centro de Rescate de Animales Marinos de

Fortuna Beach. —digo—. Obviamente, no teníamos idea de que este animal iba

a ser arrastrado a tierra durante nuestro festival de hoy, pero este es un excelente

ejemplo del tipo de trabajo que hacemos. El Centro de Rescate trabaja

incansablemente para rescatar animales marinos que están heridos y varados—

incluidos leones marinos como este pequeño, pero también elefantes marinos,

focas de puerto, lobos marinos, tortugas marinas e incluso nutrias.

—¿Qué pasa con los delfines? —pregunta la niña del palo.

Le sonrío. —Desafortunadamente, nuestra instalación es demasiado pequeña

para cuidar delfines, pero en el pasado, hemos trabajado para rescatar y

transportar delfines a un Centro más grande cerca de San Francisco.

Sus ojos se agrandan. —Genial.

—Cuando los animales llegan a nuestro cuidado, los alimentamos y

rehidratamos. Nuestro veterinario del personal se ocupa de sus heridas. La

rehabilitación puede llevar semanas o incluso meses. Pero nuestro objetivo, con

cada uno de nuestros pacientes, es tratarlos hasta que estén lo suficientemente

sanos y fuertes para que regresen a su hábitat natural. —Lanzo mi mano hacia

las olas.

Con el león marino asegurado sobre las mantas, Quint y los demás se

preparan para llevarlo a la caja. —Nuestra esperanza es que este hermoso león

marino no esté con nosotros en El Centro por mucho tiempo, pero muy pronto

lo traerán de regreso aquí, a su hogar. De hecho, en esta época del año,

devolvemos al océano animales rehabilitados casi todas las semanas. Y si

quieren ser parte de uno de esos lanzamientos, los invitamos a que se unan a

nosotros. ¡Mañana por la tarde, aquí mismo! Estamos organizando una limpieza

en la playa para toda la comunidad a partir de las diez a.m. y una vez que esta

playa esté limpia y sea segura para nuestros amigos animales, liberaremos

cuatro focas que recientemente recibieron un certificado de buena salud. Me

encantaría verlos a todos aquí, ayudando a apoyar nuestra playa, nuestra

organización y estas hermosas criaturas. —El lobo marino me mira desde el

interior de la jaula, sus ojos temerosos y confusos. Quint se agacha frente a él

para tomar algunas fotos con su cámara, antes de que el salvavidas cierre la

rejilla y la asegure.

Para mi sorpresa, la multitud aplaude.


Yo los imito. —¡Tomen un volante si aún no lo tiene, y podrán aprender más

sobre la celebración de limpieza y las liberaciones de mañana! Y si no pueden

asistir, ¡aceptaremos donaciones monetarias! Gente, estos animales comen

mucho pescado, que no es barato.

Hay algunas risas, pero con el león marino ya fuera de vista, algunos de los

miembros menos interesados de la multitud ya están regresando a dónde estaban

antes.

—Buen discurso. —dice Quint, colocando una mano sobre la caja. Se pasa

una manga por la frente húmeda—. ¿Qué tan lejos está el vehículo de

recuperación?

Parpadeo hacia él, y debe ver la horrible comprensión corriendo a través de

mí. Sus ojos se llenan de entendimiento. —No van a enviar uno.

—Tráfico, —tartamudeo —. Tu mamá dijo que sería más fácil si tuviéramos

un vehículo en el que pudiéramos llevarlo…

Quint se vuelve hacia el salvavidas. —¿Tienes un coche?

—Ninguno hombre. Vine en mi bicicleta. —Señalo un portabicicletas lleno

en el paseo marítimo.

—Tengo el carro. —dice Ari—. Debería servir.

Me vuelvo hacia ella. Sus ojos están muy abiertos y brillantes por la

preocupación, y me golpea un tirón repentino, casi doloroso, detrás de mi

corazón. —Gracias, Ari. ¿Dónde está estacionado?

Ella señala, y puedo ver el auto turquesa desde aquí. Llegó lo suficientemente

temprano para conseguir un lugar privilegiado, no a media cuadra de la playa.

—Sácalo. —dice el salvavidas—. Te haremos retroceder hasta aquí. Yo te

ayudaré a guiarlo. —Él asiente con la cabeza hacia Quint—. Mantén a la

multitud atrás, ¿de acuerdo?

Mientras esperamos, me arrodillo junto a la caja. El león marino descansa su

cabeza y vuelve a cerrar los ojos. Estoy aterrorizada por eso. El miedo se está

apoderando de mí.

—Estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, —susurro—. Por favor, no

mueras, ¿de acuerdo?


Si me escucha, no muestra ninguna señal.

Una mano roza entre mis omóplatos. Quint se agacha a mi lado y lo miro, su

rostro contraído con la misma preocupación. Me pregunto cuántas veces habrá

pasado por esto. Cuántos rescates ha visto. Me pregunto cuántos ha visto morir,

después de esforzarse tanto por salvarlos.

No creo que pueda soportarlo.

—He visto cosas peores. —dice, alejando su mano de mí y pasándola

distraídamente por la correa de su cámara—. Creo que estará bien. —Sus ojos

se deslizan hacia mí—. Podrás colocarle un nombre, ya sabes.

Mi corazón se tambalea ante el pensamiento. Ya siento una responsabilidad

hacia esta criatura, aunque no han pasado más de veinte minutos desde que la

vi por primera vez. Nombrarlo parece un privilegio para el que no estoy

preparada.

—Todavía no. —susurro—. Necesito saber que todo estará bien primero.

Él asiente con la cabeza y sé que lo entiende.

—¿Puedes decir si es hembra o macho?

El niega con la cabeza. —No cuando son tan jóvenes. Cuando crezcan, los

machos desarrollarán una cresta en la cabeza que las hembras no tienen.

Además, son más grandes y su pelaje tiende a ser más oscuro. Pero es demasiado

pronto para decirlo. —Me mira—. Sin embargo, Opal lo inspeccionará en El

Centro. Ella podrá decírnoslo.

Estoy asimilando esta información cuando escucho una serie de bocinazos

cortos, casi corteses. Miro hacia arriba para ver la camioneta conduciendo

lentamente por la playa. Jude y Ezra están reteniendo a la multitud mientras Ari

se dirige hacia nosotros. Para alguien que apenas se siente cómodo conduciendo

en carreteras residenciales, sé que debe estar completamente asustada. Pero

tiene su cara de valiente, puedo decirlo incluso con el parabrisas dividiéndonos.

Creo que yo también podría tener mi cara de valiente.

Para mi sorpresa, Quint toma mi mano y la aprieta apresuradamente.

Entonces el toque se ha ido, tan rápido como llegó. No me mira mientras se

pone de pie. —Venga. Llevemos a tu león marino al Centro.


Estoy en el asiento del pasajero, dándole instrucciones a Ari, mientras Quint,

Ezra y Jude se apiñan en la parte de atrás del carro. Rosa tenía razón. Pasamos

hordas de vehículos que intentan entrar al centro para el festival. Durante mucho

tiempo, somos el único automóvil que se dirige en la otra dirección.

—Es como huir un apocalipsis zombie. —reflexiona Jude.

Nadie responde, y después de unos segundos Ezra se inclina hacia adelante

apoyando la barbilla en mi espaldar. —Me gusta tu coche. ¿'un 62 Falcon?

Ari lo mira por el espejo retrovisor. —Uh. Si. Así es.

—¿Alguna vez pensaste en ponerle un V8? ¿Tener más caballos de fuerza?

—Uh. —Ari frunce el ceño mientras intenta concentrarse en conducir—. No.

Nunca pensé en eso. —Cambia a una marcha más alta, pero el movimiento es

incómodo, lo que hace que el auto se mueva un par de veces. Hago una mueca,

sintiéndome mal por el león marino en la parte de atrás.

—Déjame saber si lo haces. —Ezra frota sus dedos a lo largo de la tapicería

de color crema entre Ari y yo—. Le ayudo a Marcus a arreglar autos los fines

de semana en su Garaje. No me importaría pasar algún tiempo bajo este capó.

Frunzo el ceño y lo miro por encima del hombro, incapaz de saber si está

hablando con eufemismos o no. —Entonces, ¿cuál es tu trabajo principal? —

Pregunto.

Ezra me mira, sorprendido, como si se hubiera olvidado de que yo también

estaba allí. —¿Qué?

—Dijiste que le ayudabas a Marcus, lo que implica que es tu segundo trabajo.

Entonces, ¿cuál es tu primer trabajo?

Me mira un segundo más, antes de que una lenta sonrisa se extienda por su

rostro. —Viviendo la vida fácil, Prudence. Es un trabajo de tiempo completo.

Pongo los ojos en blanco y él vuelve su atención a Ari. —Te vi en la fiesta

de la hoguera ¿Eras la de la guitarra?


—Sí, esa era yo. —dice Ari.

—Eres bastante buena. No reconocí las canciones que estabas tocando.

—Oh. Escribí la mayoría de ellas. Quiero decir, algunas de ellas. No todas.

Creo que interpreté a Janis Joplin esa noche y a Carole King, si mal no

recuerdo… Esas definitivamente no las escribí yo. Obviamente. —Miro a Ari.

Ella se está sonrojando. Mi mirada vuelve a Ezra, quien parece ajeno a lo

nerviosa que la está poniendo. Nunca he pensado mucho en el aspecto de Ezra

Kent, supongo que tampoco había pensado mucho en el de Quint… hasta hace

poco. Supongo que a Ezra se le podría llamar lindo, de una manera poco

convencional. Es delgado, pálido y pecoso, con cabello rojo que es solo un tinte

demasiado oscuro para ser llamado pelirrojo. Lo lleva largo, justo hasta debajo

de las orejas. Tiene la sonrisa de un fuckboy.

Eso, lo noto ahora por primera vez.

Me pregunto cuándo Ari empezó a darse cuenta… porque de repente estoy

segura de que lo ha hecho.

Me aclaro la garganta. —EZ, ¿estás usando el cinturón de seguridad?

Ari jadea y se desvía hacia el arcén antes de frenar de golpe. Quint maldice e

inmediatamente se da la vuelta para asegurarse de que la perrera en la parte de

atrás esté bien.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —dice Ari, sin aliento y los ojos desorbitados—.

¡Pero tienes que usar el cinturón de seguridad!

—Bien, bien. Calma. —Ezra se sienta y se coloca el cinturón de seguridad

alrededor de sí mismo, colocándolo en su lugar—. Ya listo, estamos asegurados

y a salvo.

Un nuevo silencio cae a nuestro alrededor mientras Ari vuelve a la carretera.

—Entonces Quint… —dice Jude—. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando como

voluntario en El Centro?

Miro por el retrovisor lateral del coche. Cuando Quint se inclina de la manera

correcta, puedo vislumbrar su boca mientras habla.

—Prácticamente crecí allí —dice—. No se me permitió comenzar a ser

voluntario oficialmente hasta los catorce años. Pero he estado ayudando desde

que era pequeño.


—¿También trabajas allí durante el año escolar?

—Sí. La primavera es nuestra temporada alta, cuando aceptamos animales

casi todos los días. Nos quedamos cortos de personal rápidamente. Sin embargo,

en su mayor parte los profesores han sido muy buenos al respecto.

—Dicen que la vida es la mejor maestra. —dice Ari.

—¿Y tú a que escuela vas? —pregunta Ezra.

—St. Agnes. —responde ella.

Ezra da un silbido bajo. —Siempre me han gustado las chicas de uniforme.

Las mejillas de Ari se vuelven carmesí de nuevo.

Me vuelvo para mirar a Ezra. —¿No tienes filtro?

Él me mira. —¿Qué quieres decir?

Niego con la cabeza.

La conversación gira de regreso al Centro de Rescate. Quint parece

sorprendido cuando Jude y Ari comienzan a acribillarlo con preguntas sobre los

animales y el cuidado que reciben y lo que hacemos como voluntarios. Puedo

sentirlo lanzándome miradas divertidas, pero sigo mirando por la ventana,

viendo las palmeras pasar.

Es cierto que apenas les he hablado del Centro y de mi tiempo como

voluntaria. Honestamente, no ha habido mucho que contar. Planear la limpieza

ha sido como mucho, lo más emocionante que he hecho, y ahora rescatar a este

león marino, por supuesto. Aparte de eso, han sido casi cuatro semanas seguidas

de fregar y mezclar, mezclar y restregar.

Pero ahora puedo sentir que se vuelven curiosos, como esa gente en la playa.

Cuando te encuentras cara a cara con una de estas criaturas, te involucras.

Quieres ayudar.

Yo quiero ayudar. Más que nada, quiero ayudar a este pobre animal en la parte

trasera del auto de Ari.

Ari se atreve a conducir cinco millas por hora por encima del límite de

velocidad, que es prácticamente una carrera de resistencia para ella. El Centro

no está lejos, pero parece que tardamos un mes en llegar. Mi corazón está en mi

garganta. El león marino está en silencio, y ese silencio es angustioso.


Finalmente entramos en el lote de grava frente al Centro. Rosa y la Dr. Jindal

están esperando, y los próximos minutos son un borrón de actividad. Mis

amigos y yo pasamos a un segundo plano cuando se levanta la perrera de la

parte trasera del automóvil y se lo llevan al Centro. Sé que lo llevarán

directamente a la sala de exámenes. Los seguimos vacilantes, haciendo todo lo

posible por mantenernos fuera del camino, deteniéndonos en el estrecho pasillo

mientras el león marino —todavía vivo, aunque apenas— recibe líquidos.

Mientras se inspeccionan sus ojos y heridas. Mientras Quint prepara una

fórmula de proteínas y electrolitos. Los deliciosos batidos de pescado vendrán

después.

Noto que la nariz de Jude se arruga, y me toma un momento recordar que esta

es la primera vez que él y Ari están aquí. La primera vez que han sido golpeados

por el abrumador hedor a pescado. Es curioso, durante las últimas semanas, casi

me he acostumbrado. Nunca podría haber predicho eso en mi primer día aquí.

Cuando está claro que no hay nada que pueda hacer para ayudar, me ofrezco

a darles un recorrido. Estamos todos juntos en el patio, admirando las focas del

puerto tomando el sol en el cálido cemento. Los leones marinos se persiguen

dentro y fuera del agua. Los elefantes marinos agitan sus aletas contra sus

espaldas, arrojándose arena imaginaria sobre sí mismos, un mecanismo

instintivo para mantenerse frescos en la naturaleza.

Todo el mundo está embelesado. Bueno, Ezra ha estado aquí antes, pero Jude

y Ari están impresionados. Ari arrulla de alegría por lo adorables que son. Pero

cuando se agacha junto a una de las puertas cerradas para empezar a hablar con

una foca llamada Kelpie, me siento terrible por tener que poner mi mano en su

hombro y convencerla de que se retire.

—Se supone que no debemos interactuar con ellos. —digo con tristeza,

recordando cuándo Quint me explicó esto en uno de mis primeros días.

Ari me mira desconcertada. Estoy segura que es la misma mirada que le di a

Quint en ese momento.

—Intentan disuadirnos de unirnos a los animales tanto como sea posible —

le explico—. Y para evitar que se unan a nosotros. Se supone que no debemos

hablar con ellos o jugar con ellos o interactuar con ellos en lo absoluto, aparte

de lo que tenemos que hacer para cuidarlos.


—Pero son tan lindos —dice Ari, mirando hacia abajo a Kelpie—. ¿Cómo

puedes soportarlo?

Honestamente, no me había importado mucho antes. Quint me dijo que no

me vinculara con ellos, así que no lo hice. No ha sido un problema. —Es más

fácil si piensas en ellos como animales salvajes —digo—. No son mascotas. El

objetivo es devolverlos al océano, y si han sido domesticados, podría ser más

difícil para ellos sobrevivir allí. Además, no queremos que se sientan demasiado

cómodos con la gente. Si se acercan a un humano en la playa o algo así, ¿quién

sabe qué podría pasar?

Puedo ver comprensión en sus rostros, pero todavía están nublados por la

decepción. No los culpo. ¿Por qué pasaría alguien tanto tiempo aquí si ni

siquiera pueden interactuar con los animales?

Pienso en el león marino en esa sala de examen, en el que ya estoy pensando

como mi león marino, y puedo decir que será mucho más difícil no vincularme

con él. Diablos, ya estoy apegada.

Pero al mismo tiempo, deseo desesperadamente que todo esté bien. Para

hacerse fuerte. Para volver a casa.

—Eso es una lástima —dice Ari, alejándose del recinto dónde algunos de los

leones marinos han comenzado a amontonarse unos encima de otros—.

Supongo que me he estado imaginando tú aquí… no lo sé. Acurrucándote con

ellos o algo así.

Me río. —No exactamente.

Entonces recuerdo.

—En realidad —digo, mi corazón se levanta—, déjame presentarte a Luna.

Los llevo de vuelta al interior, a uno de los recintos. Ha sido creado

específicamente para Luna, el león marino que fue traído por segunda vez el

primer día que llegué al Centro. A diferencia de los animales de otros corrales,

a ella le han dado un puñado de juguetes. Un par de pelotas, el juguete chirriante

de un perro, un trozo de cuerda. —Esta es Luna —les digo—. Es súper

juguetona y muy inteligente. Y a diferencia de los demás, se nos anima a jugar

con ella. Quieren acostumbrarla a la presencia de personas tanto como sea

posible.


—¿Para qué? —pregunta Ezra, inclinándose sobre la pared. Coge la cuerda

y la lanza hacia Luna. Aterriza a unos centímetros de su nariz. Pero parece que

tal vez se está despertando de una siesta y no lo hace. Ella solo mira la cuerda,

bosteza, luego parpadea hacia Ezra, sin sentirse impresionada—. Juguetona,

¿eh?

—Está cansada —digo—. Luna tiene un trastorno cognitivo. Nunca podrá

alimentarse sola en la naturaleza, así que no podemos enviarla de regreso. La

van a llevar a un zoológico o algo así.

—¿Muerde? —pregunta Ari.

—No la he visto morder a nadie todavía —digo—, pero los voluntarios son

mordidos aquí con bastante frecuencia, así que nunca se sabe. —Abro la puerta,

entro y recojo la pelota. Lo giro hacia Luna. Ella lo mira por un segundo, luego

rueda sobre su estómago y toma la pelota en su mandíbula. Ella la mastica por

un segundo, antes de lanzarlo hacia mí. Lo detengo con el dedo del pie, lo recojo

y lo vuelvo a lanzar. Esta vez se levanta sobre sus aletas y me la devuelve.

Sonrío. No sé si alguno de los otros voluntarios ha estado trabajando con ella

para aprender trucos, pero es la primera vez que juego a atrapar la pelota con un

león marino y por el momento, por simple que parezca, es mágico.

—¿Prudence?

Cojo la pelota de otro rebote y giro. Quint se ha unido a nosotros, sus ojos

brillan al verme en el corral con Luna. —¿Pasándola bien?

—Sí, en realidad.

—Lo descubrimos —dice Ezra, colocando los codos casualmente sobre la

pared—. La clave para lograr que Prudence se relaje es ser una foca.

Me tenso. —Ella es un león marino. —digo un poco sombríamente.

Jude me mira, luego a Ezra. Abre la boca y puedo sentir que se prepara para

salir en mi defensa, pero, para mi sorpresa, Quint habla primero.

—No seas un idiota, EZ.

Ezra parece sinceramente confundido. —¿Estoy siendo un idiota?

—Algo así. Prudence es genial. De todos modos, vine a darles una

actualización.


Ezra mira de Quint a mí. Sucede que atraigo su atención mientras me está

dando una mirada reflexiva, valorando. Trago saliva y salgo del recinto de Luna.

—¿Va a estar bien?

Quint sabe de inmediato de quién estoy hablando. Antes de que pueda

responder, Luna ladra molesta porque estoy abandonando nuestro juego.

—Lo siento —le digo, lanzándole la pelota—. Volveré más tarde, ¿de

acuerdo? —Me enfrento a Quint, preparándome para cualquier noticia que

tenga que darnos—. ¿Bien?

—Es un él —dice—, y creemos que se pondrá bien.

Mi corazón se levanta y sé que no soy la única. Todos estamos

comprometidos con este animal ahora, y una oleada de alegría recorre a todo

nuestro grupo. Incluso Ezra sisea emocionado. —Sí.

Quint levanta las manos, una advertencia. —Nada está garantizado. Por lo

general, hay un período de veinticuatro horas en el que los consideramos en

estado crítico. Podría dar un giro drástico y ponerse muy mal. Pero Opal es

optimista.

Exhalo lo que podría ser la primera exhalación completa que libere en mucho

tiempo.

—Entonces —continúa, mirándome—. Necesitamos un nombre para su

papeleo. ¿Has pensado en uno?

—No —digo con una risa de alivio—. He estado tratando de no pensar en

eso hasta estar segura. —Muerdo mi mejilla. Sé que esto no es gran cosa.

Nombran tantos animales en este lugar que al final de la temporada alta los

nombrarán casi con cualquier cosa. Quint dijo que una vez llamó a una tortuga

marina "Pickle" porque había comido un sándwich para el almuerzo ese día.

Pero es muy importante para mí.

Aunque sabía que estaba sufriendo, me miro con algo casi como confianza.

Y escucho la voz de John Lennon en mi cabeza. ¿Por qué diablos estamos aquí?

Seguramente no vivir con dolor y miedo…

—¿Qué hay de Lennon? —Sugiero—. ¿Cómo, John Lennon?

Quint lo considera. Sus labios se contraen en las comisuras. —He escuchado

cosas mucho peores.


Desde que Jude y Ari me ayudaron con el festival, es justo que me levante

temprano a la mañana siguiente para ayudarles a abrir la tienda de discos antes

de que tenga que ir a preparar la limpieza en la playa. Jude no es una persona

mañanera. Se ha estado quejando todo el verano sobre cómo llegar a la tienda a

las 8:00 a.m. para que pueda revisar el stock, organizar los contenedores y

limpiar cualquier huella dactilar de las ventanas del cristal frontal y que podría

ser una forma de castigo impuesto por papá por no estar al día con sus lecciones

de guitarra hace años

Papá, sin embargo, está tan contento como siempre cuando abre la puerta y

nos deja entrar. La primera orden del día de papá, como en casa, es elegir un

disco para reproducirlo a través del sistema de sonido.

—¿Alguna solicitud?

Jude bosteza y atiborra los últimos bocados de un gofre tostado en su boca.

Considero en pedir a The Beatles, pero sé que eso suena como un disco rayado

(¿entiendes?), así que me encojo de hombros y le digo a papá que ponga lo que

quiera. Un minuto después, la voz sensual de Jim Morrison canta desde los

altavoces.

—Muy bien, mi pequeña ayudante —dice papá, bailando a través de los

pasillos de la tienda—. Estás de guardia con la escoba, asegúrate de limpiar la

acera de enfrente también. La gente arrastra una cantidad impresionante de

arena desde la playa. Jude, ¿quieres abrir esas cajas que llegaron ayer? Deberían

ser nuevas.

—¿Quieres cambiar? —pregunto. Jude refunfuña, sacude la cabeza y

desaparece en el cuarto de atrás. Encuentro la escoba y empiezo a barrer. Ari

llega unos cuantos minutos más tarde con una bandeja de mochas de Java Jive.

Incluso trajo uno para papá, quien presiona ambas manos en su corazón cuando

se lo entrega.

—Contratarte fue la mejor decisión que he tomado nunca —dice, tomando

café—. Ahora a trabajar.


—Sí, sí. —dice ella. Coge el limpiador de cristales y algunas de toallas de

papel del armario de suministros y me sigue fuera en la entrada principal.

Papá tiene razón, no me había dado cuenta antes, pero hay una tonelada de

arena aquí. Estamos a más de una cuadra de la playa, ¿cómo es que siquiera

ocurre?

—¿Cómo está nuestro pequeño amigo león marino? —Ari pregunta mientras

chorrea un poco del limpiador en la puerta de cristal.

—Bien, hasta donde yo sé. Iré a ver cómo está más tarde, pero parecia estar

bien cuando me fui ayer. Además, llamé al Chronicle anoche para darles la

primicia sobre el animal marino que llegó a la costa durante el gran festival, con

un bonito enlace de la fiesta de limpieza de hoy y la liberación de los animales.

Ari se ríe. —Por supuesto que lo hiciste.

—No digo que me alegre de que Lennon haya llegado a la costa, pero me

llevaré toda la publicidad que podamos conseguir.

Ari retrocede para revisar la puerta en busca de manchas de sobra antes de

pasar a la gran ventana. —Tu plan para ayudar al Centro de rescate parece ir

bastante bien.

—Acabamos de empezar, pero, sí, las cosas parecen estar yendo bien.

Ari tararea pensativa. —Tal vez podrías usar algo de tu magia para ayudar a

este lugar también. —baja la voz, aunque sé que no se nos puede escuchar por

dentro, especialmente The Doors recordando Love Street—. No le digas a tu

padre que dije esto, realmente me encanta trabajar aquí, pero nos vendría bien

algo de buena publicidad. O tal vez una remodelación o algo así.

Dejo de barrer para poder ver la parte delantera de la tienda. He estado aquí

tantas veces a lo largo de los años, que ya no me detengo a mirar, pero Ari tiene

razón. La pintura amarilla se está astillando en la pared de estuco, el letrero de

neón "VENTURES VINYL" ha tenido algunas letras quemadas por quién sabe

cuánto tiempo, y desde afuera, la tienda parece un poco anticuada. Pero no de

una manera vintage muy genial, sino de una vieja y cansada.

La única gracia salvadora es el escaparate que Jude hizo hace una semana,

con un montón de álbumes con temas rojos, blancos y azules preparados para

las vacaciones. Luego tomó algunos discos que fueron rayados o rotos, les pintó

fuegos artificiales y los colgó del techo con una cinta. No doy a mi hermano el


suficiente crédito para este tipo de cosas, pero en realidad puede ser bastante

creativo. Su arte definitivamente se expande más allá de los dibujos de

monstruos míticos.

¿Cómo se vería la tienda con una capa fresca de pintura azul marino? Y tal

vez una puerta naranja brillante que de la bienvenida. Oooh, ¡podríamos tener

una gran reapertura con fiesta!

Me estremezco, hago lo mejor que puedo para detener los pensamientos antes

de que lleguen, pero es imposible. Tengo mis manos llenas salvando un negocio

justo ahora, no puedo manejar dos.

—Quizás Jude y tú deberían hablar con papá —digo—, si tienen ideas para

impulsar el negocio, estoy segura de que estaría abierto a escucharlos.

Ari se vuelve hacia mí, de repente parece un poco tímida, pero también

emocionada. —En realidad, tuve una, pero… no sé, podría ser raro. No sé si es

buena idea o no.

—Soy toda oídos.

—Bueno, la idea me la dio Carlos, haciendo la cosa de karaoke. ¿Y si la

tienda empezara a abrir semanalmente las noches con unos microfonos?

Mi ceja se arruga cuando miro a través de las ventanas. —Um...

—Aquí no —dice Ari, agitando el fajo de toallas de papel en la tienda—. Sé

que no hay espacio para ello. Pero pensé que podríamos asociarnos con uno de

los restaurantes del paseo marítimo. Nos gustaría actuar como patrocinadores.

Podríamos conseguir algún botín con el logotipo de la tienda, tal vez con púas

de guitarra o parachoques, ¿pegatinas o algo así? Y repartir cupones para que la

gente obtenga un diez por ciento de descuento en su compra —. se encoge de

hombros—. ¿Qué te parece?

Sonrío. —Creo que vale la pena intentarlo, ¿serías la anfitrióna de esas

noches de micrófono abierto?

Se acobarda. —No sé sobre el hospedaje, aunque estoy segura de que serías

realmente genial en eso.

Sonrío, porque es un cumplido, pero por dentro estoy preguntándome cuántas

veces tendría que ser el anfitrión de un concierto antes cuando dejaba de tener

pánico cada vez que subía al escenario. —Si sirve de algo, creo que tú también


serías genial. —Termino de barrer la acera—. Deberías decírselo a papá, a ver

que piensa. —Frunzo el ceño—. Eso me recuerda que te dije que podías tener

mi viejo teclado. Le pregunté a mis padres, y resulta que lo vendieron, ya que

sólo estaba acumulando polvo, lo siento mucho.

—Oh, está bien —dice—. Revisaré en Brass and Keys uno de estos días. Si

decido conseguir uno en absoluto.

Brass and Keys es la tienda de música local, otro lugar que conoce Ari por su

nombre. Algo me dice que cualquier teclado que ella comprara allí sería mucho

más agradable que el que mi familia recogió en la casa de empeños hace años,

de todos modos.

Reviso mi reloj. —Probablemente debería irme, si llego tarde, estoy segura

de que Quint nunca me dejará vivir.

Vuelvo a la tienda y pongo la escoba de nuevo en el almacén. Jude está

sacando nuevos álbumes de vinilo de una caja de cartón, cada una todavía

envuelta con celofán.

Reconozco al artista de la portada. Sadashiv, un cantante pop británico que

se ha hecho súper famoso en los últimos años por modernizar los viejos

estándares. Su popularidad posiblemente está relacionada con el hecho de que

es increíblemente guapo. Creo que incluso fue "El hombre más sexy" de la

revista People el año pasado, aunque estoy bastante segura de que todavía es un

adolescente.

Por supuesto, sólo sé algo de esto porque tanto Penny como Lucy están

obsesionadas con él, al igual que un montón de chicas en la escuela.

—Vaya —digo, mirando por encima del hombro de Jude—. No sabía que los

artistas contemporáneos siguen sacando discos de vinilo.

—Oh sí —dice Jude, colocando los discos para poder poner las etiquetas de

precios en ellos—. Es lo más moderno que se puede hacer en este momento.

Estos. —toca la pila de discos de Sadashiv— serán vendidos fácilmente, —deja

caer su voz en un susurro—. Cuando Ari y yo le dijimos a papá que este tipo

tenía un nuevo álbum, sus palabras exactas fueron “¿Sada quién?” —Jude pone

los ojos en blanco—. Pensarías que, con cinco niños, le sería más fácil

mantenerse al día.


—A la gente le gusta lo que le gusta. Oye, tengo que irme. Gracias de nuevo

por tu ayuda en el festival de ayer.

—Hasta luego, hermana. Buena suerte hoy.

—¿Papá? —llamo, volviendo al área principal de la tienda.

—Aquí.

Está en el mostrador, con sus gafas de lectura mientras verifica algo en un

libro de contabilidad escrito a mano.

—Tengo que irme. ¿Puedo dejar algunos folletos aquí? —saco lo que resta

de nuestros volantes azules y los pongo en el mostrador—. Tal vez si alguien

viene esta mañana se pueda decidir sobre la limpieza.

—No sólo les diré lo de la limpieza —dice, tirando de las gafas hasta la punta

de la nariz—. Voy a amenazar para venderles sólo discos de Vainilla Ice hasta

que prometan ir.

—¿Quizás nada tan dramático?

El timbre de la puerta suena, me doy la vuelta, preparada para despedirme de

Ari

Pero no es ella la que entra.

Me congelo.

Es Maya, Maya Livingstone. Lleva una sudadera de la UCLA que le cae casi

hasta las rodillas, mallas rosa pálido y sandalias, a pesar de eso parece una

modelo. No estoy segura de si me siento celosa o impresionada. Sobre todo,

estoy desconcertada, ¿qué hace ella aquí?

—¡Bienvenida! —dice papá—. Echa un vistazo a tu alrededor. Déjeme saber

si puedo ayudarte a encontrar algo. Y por favor —agarra un volante del

mostrador—, asegúrate de comprobar la limpieza de la playa que se está

llevando a cabo.

Pongo mi mano sobre la suya. —Está bien, papá —me obligo a sonreír—.

Hola, Maya.

—Oh, hola, Prudence —dice, parpadeando hacia mí—. No sabía que

trabajaras aquí.


—No lo hago, en realidad. Sólo estoy ayudando esta mañana. Uh, este es mi

padre.

—¡Bienvenida, amiga de Prudence!

Ella se ríe torpemente mientras se abre paso a través de las filas de discos. —

Gracias. Um, sé que acaba de salir, creo que ayer, ¿por casualidad tienes el

nuevo disco de Sadashiv?

Papá la mira. —¿Sada quién?

Pongo los ojos en blanco.

Maya empieza a repetir. —Sada . . .

—No le hagas caso —digo. Entonces, me preparo para lo que, seguro que

será un encuentro realmente incómodo, me pongo las manos alrededor de mi

boca y grito—: ¡Hey, Jude! Tenemos un cliente que quiere el nuevo álbum de

Sadashiv.

Hay un ruido de fondo y luego aparece Jude con el disco en la mano. — ¿Ves,

papá? Te dije que esto se… —Jude ve a Maya y se queda quieto. Sus ojos se

abren de par en par — …vendería rápido. ¡Maya! ¡Hola!

Ella sonríe, pero hay un poco de temor en la mirada, me pregunto si está

pensando en lo que dijo sobre Jude en la fiesta de la hoguera, preguntándose

qué puede o no, haber escuchado.

Me preparo, flexionando los dedos. Si ella dice algo, aunque sea algo

remotamente hiriente para Jude, llamaré a toda la fuerza del universo y la

aplastare como a un insecto.

Pero entonces la mirada de Maya cae en el disco y se ilumina. Corriendo

hacia adelante, ella se lo quita, acunando el álbum con ambas manos, mirando

el glorioso rostro de Sadashiv. Quien es un artista británico de ascendencia

india, con el cabello negro rizado y las pestañas tan gruesas que parece que lleva

perpetuo delineador de ojos. Y eso es sólo el principio. He oído que Penny y

Lucy tiene conversaciones enteras durante la cena sobre sus labios, sus

pómulos, incluso sus orejas. Quiero decir, ¿en serio? ¿Qué es eso?

—¡He estado esperando esto durante meses! —dice Maya, presionando el

álbum en su pecho—. Estoy tan feliz de que lo tengan.


—¿Ves? ¡Discos de vinilo! —dice papá, golpeando la palma de su mano en

el mostrador—. Sabía que volverían, incluso los niños pequeños, llevo años

diciéndolo.

Estoy ansiosa por ponerme en marcha, realmente no quiero llegar tarde a la

limpieza, pero las mejillas de Jude se han ruborizado y estoy indecisa por

dejarlo. ¿Necesita apoyo moral ahora mismo? Es difícil saberlo cuando no

puede apartar los ojos de Maya el tiempo suficiente.

Jude se aclara la garganta. —¿Hay… algo más en lo que pueda ayudarte?

Maya le sonríe, y puedo ver a Jude ponerse más nervioso. —No, esto es todo

por lo que he venido. Gracias, Jude. No tenía idea de que trabajabas aquí. ¡Qué

genial trabajo de verano!

Se ríe, sigue ruborizándose, y dice un montón de nada mientras la llama y le

cobra.

—Bueno, si alguien me necesita —dice Maya, retrocediendo desde el

mostrador, todavía agarrando el álbum contra su pecho—, estaré en casa,

escuchando esto en repetición.

—¡Espera! Toma un volante —dice papá, sacudiendo uno de los papeles

frente a ella—. ¡La fiesta de limpieza de la playa es hoy! —me hace un guiño

entusiasta—. Prudence se encarga de ello.

—¿En serio? —Maya toma el volante, un poco cautelosa—. En realidad,

perdí algo en la playa, al comienzo del verano.

Finjo ignorancia. — ¿Oh?

—Sí. Es… —vacila y mira hacia abajo al volante—. ¿Sabes qué? Puede que

me pase por allí.

—Bueno, no llegues tarde. No quieres perderte la buena basura —digo, sin

estar totalmente convencida de que ella vendrá.

—Fue divertido verte, Prudence. Jude —saluda.

Jude le devuelve el saludo, con los ojos soñadores, pero ella ya le da la

espalda. Ari entra por la puerta principal, pasando junto a Maya por el pasillo.

Maya hace una pausa y chasquea los dedos. —Oh, ¡hey! ¿Eres la chica que

estaba en la fiesta de la hoguera? ¿Con la guitarra?


Ari tiene una mirada de sorpresa. —Vaya, eres la segunda persona en dos

días que me ha reconocido por eso.

Maya sonríe. —¡Estuviste increíble! Escuché esa canción que dice algo sobre

copos de nieve en la orilla.

—The Winter Beach Blues —dice Ari, emocionada—. Es una de mis

favoritas.

—Nunca la había escuchado antes, pero era tan hermosa, ¿de quién es?

Ari inmediatamente comienza a encogerse dentro de su caparazón, pisando

nerviosamente las tablas del suelo de madera. —Um…

—Es una canción original de Araceli Escalante —digo.

Maya parece desconcertada. —¿Araceli Escalante? —mira a Jude, luego a

papá—. ¿Tienen alguno de sus álbumes?

Todos nos reímos, y tomo por el codo a Ari. —Ella es Ari —digo—. Es una

compositora, esa canción era una de las suyas.

—¡Oh! —Maya aplaude con una mano en su mejilla—. ¡Eso es genial! Ojalá

pudiera tocar un instrumento. O cantar. O escribir cualquier cosa. Estoy tan

celosa.

Y ahora ella oficialmente esta colocando nerviosos a mis dos mejores amigos.

La miro, sintiéndome un poco desconcertada.

Está actuando tan normal, tan agradable.

No es que normalmente sea como una esnob suprema o algo así, pero no

puedo ignorar las cosas que dijo sobre Jude. Como ella lo descartó

completamente. Como ella sugirió que él estaba de alguna manera debajo de

ella. Me cuesta recordar sus palabras exactas de esa noche porque todo es

borroso. Aun así, sé que no me lo imaginé.

—Bueno, si alguna vez grabas algo —añade Maya—, me encantaría tener

alguna copia.

Nos saluda a todos de nuevo, luego se va, creando un extraño vacío en su

ausencia, como si todo el aire fuera aspirado fuera de la tienda. El efecto Maya

Livingstone. Estiro mis dedos, un poco decepcionada de no haber tenido la


oportunidad de usar mi poder contra ella esta vez. Que probablemente me hace

una persona horrible y resentida.

¿Qué dijo en la playa? Me devano los sesos para recordar los detalles, pero

todo lo que puedo recordar con seguridad es a Katie haciendo ese comentario

inútil de que D&D es un demoníaco juego de adoración al diablo, y cómo Maya

la derribó.

Pero había más que eso, tenía que haberlo.

¿Ella lo llamó nerd? ¿O era Janine?

Alguien dijo que era espeluznante y obsesionado. Alguien definitivamente

insinuó que Jude estaba obsesionado con Maya. Pero ¿fue ella o una de sus

amigas?

Pero definitivamente Maya dijo que no estaba interesada en él, ¡y lo dijo al

alcance del oído de Jude! Eso no está bien. Eso es de personas que no tienen

corazón. Y… y…

Fue honesta.

Supongo…

Ella estaba siendo honesta, si realmente no sabía que Jude estaba allí y podía

oírla…

—Me gusta —dice papá, interrumpiendo mi incómodo tren de pensamientos.

Aplaude como si acabara de completar un día de trabajo—. Ustedes sí que

tienen buenos amigos.

Me doy una sacudida antes de que mi cerebro pueda entrar a otra madriguera

de conejo sin fondo. —En realidad, realmente necesito irme. —digo.

—¡Sí, ve! —ordena mi padre—. Haz de este mundo un mejor lugar, si te

encuentras con algún turista, mándanoslo, ¿de acuerdo? Las multitudes están

empezando a llegar por la temporada y podríamos mejorar el negocio.

Asiento con la cabeza, pero no lo escucho. Mi atención está en Jude. —

¿Estás bien?

Se ve aturdido y pensativo mientras se inclina hacia atrás contra el mostrador.

—No me parezco en nada a Sadashiv.


Trato de no reírme de esta declaración tan obvia, porque Jude se ve

extrañamente molesto por este pedazo de información. Le doy una mirada

comprensiva.

—Jude, se supone que es el hombre más sexy del mundo. Tal vez intenta no

ser tan duro contigo mismo.


Quint me está mirando con descaro mientras corro por la playa hacia donde

ya ha montado un par de mesas y llevado un montón de cajas de suministros.

Hace un gran espectáculo comprobando un reloj inexistente.

—Prudence Barnett, llegas tarde —dice—. Sabes, mi tiempo también es

valioso, ¿qué pasó con creer en la puntualidad?

Le frunzo el ceño. —Muy lindo. Mi única tardanza difícilmente excusa un

año entero de la tuya.

—Tal vez, pero es un comienzo.

Doy una palmada, escaneando las pilas de cajas. —¿Qué tenemos que hacer?

—Ayudarme a montar la tienda. —Trae una gran carpa blanca y estacas para

ayudar a asegurarla en la arena. Nos lleva unos pocos minutos para que se

apoye. Quint incluso hizo una pancarta que ata a los postes traseros de la tienda,

leyendo “LIBERTAD PARA NOSOTROS, LIBERTAD PARA NUESTRA

VIDA SILVESTRE”. Debajo, en letras más pequeñas, dice: “¡Aprendan más

sobre el Centro de Rescate Animal Marino de Fortuna Beach!”

Terminamos de preparar las bolsas de basura reutilizables, agarradores y

guantes con minutos de sobra. Miro a mi alrededor, esperando ver una gran

multitud de gente dirigiéndose hacia nosotros, listos para iniciar esta épica fiesta

de limpieza de la playa.

En cambio, lo que noto cuando finalmente me tomo el tiempo de escudriñar

la playa es ligeramente inquietante.

Veo papeles azules.

Muchos de ellos.

—Estoy notando una falla en nuestro gran plan. —digo, dandole un codazo

a Quint—. ¿Por qué parece que la mitad de la basura aquí afuera hoy esta…


—Nuestros volantes —asiente con la cabeza, frunciendo el ceño ante la

ironía—. Me di cuenta de eso también.

—La gente es idiota.

—Por lo menos estamos aquí limpiando, conseguiremos un montón de

plásticos y basura de la playa, sigue siendo una victoria.

Subo la cremallera de mi sudadera con capucha hasta el cuello. El viento es

algo brutal hoy. Espero que no perdamos nuestra fuerza de trabajo antes de que

la gran liberación ocurra. Fortuna Beach es soleada y cálida los trescientos

veinte días del año, lo que significa que todos somos unos cobardes en los otros

cuarenta y cinco días. La gente se escabulle para cubrirse al menor indicio de

lluvia e incluso un frente frío inesperado puede convertir Main Street en una

ciudad fantasma.

Mis nervios empiezan a acelerarse cuando diez minutos después de la hora

de inicio, todavía somos sólo Quint y yo. Mantenemos nuestra conversación y

nos ocupamos de ordenar las pilas de juguetes y bolsas.

Sé que él también lo está pensando.

¿Y si se trata de un gigantesco fracaso? ¿Y si no viene nadie?

Y entonces, a los quince minutos de la hora, vienen. Primero, sólo un puñado

de curiosos playeros, pero luego ellos siguen viniendo. Gente que conozco y

también mucha que no.

Claro, la multitud no es nada comparada con la del festival de ayer, aun así,

sigue creciendo. Y, lo mejor de todo, es que las personas en realidad parecen un

poco emocionadas de estar aquí ayudando.

Suspiro de alivio.

La gente está aquí. Están aprendiendo sobre El Centro y sus pacientes. Están

ayudando.

Con algo de suerte, también donarán algo de dinero.

Quint y yo tratamos de saludar a todos, hablándoles del Centro mientras

repartimos bolsas y guantes de látex. La gente comienza a extenderse por la

orilla, recorriendo la playa en busca de basura y los restos del festival de ayer.

Me complace ver a un montón de familias allí con niños, que parecen tan

entusiastas de recoger basura como lo son de recoger conchas y rocas.


Hemos puesto un gran tarro de donaciones en la mesa del frente de la tienda,

a medida que pasan los minutos, me encuentro constantemente comprobándolo.

Me doy cuenta con alegría de que ha comenzado a reunir un surtido de billetes

verdes y cambio. Me gustaría poder estimar cuánto dinero hay dentro, pero es

imposible saberlo. ¿Son de veinte o de diez? Tendré que esperar para cuando

hagamos el recuento después del evento.

—¿Todo listo para la gran celebración del lanzamiento? —le pregunto a

Quint mientras abro otra caja de guantes.

—Los pacientes están siendo preparados en El Centro mientras nosotros

hablamos —dice Quint—. Van a liberarlos en una hora.

—Perfecto.

—Tengo que admitirlo, Prudence, combinar la limpieza con la liberación de

un animal fue brillante. Todo el mundo sigue preguntando en qué momento se

hará la liberación. ¿Supongo que pusieron una historia en el periódico sobre ello

esta mañana?

Me encojo de hombros. —Podría haber llamado al Chronicle para decirles

sobre el hallazgo de Lennon ayer, y aproveché la oportunidad para promover

este evento.

Me da una mirada de reojo, radiante. —Tienes un don para este tipo de cosas,

¿no es así?

Me encojo de hombros otra vez. —Tenemos que trabajar con nuestras

fortalezas porque nadie puede resistirse a una cara bonita.

—Sé que yo no puedo. —sus ojos se arrugan en las esquinas, parece que

mantiene mi mirada un segundo más de lo necesario antes de darse la vuelta y

sacar otra pila de bolsas de una caja de cartón.

El calor se extiende por mi cuerpo. Muerdo con fuerza el interior de mi

mejilla para evitar sonreír, porque sé que no quiso decir nada de eso.

Escaneo a la multitud, buscando a la gente que conozco, Ari y Jude dijeron

que intentarían venir después de sus turnos, pero no creo que lo logren.

Reconozco a algunos chicos de la escuela. No amigos, pero conocidos, o sólo

gente que he visto en los pasillos. También veo a mi profesora de inglés de

octavo grado y una de las bibliotecarias de la Biblioteca Pública e incluso a

Carlos, a quien nunca he visto fuera de Encanto antes.


Alrededor de las once en punto hay lo que casi podría ser considerado como

un subidón. Quint y yo repartimos bolsas de mano a diestra y siniestra,

dirigiendo a la gente dónde tirar su basura y reciclar cuando sus bolsas están

llenas, y animándolos a que se aventuren más lejos en la playa hasta donde los

primeros voluntarios no han regresado de hacerlo todavía.

—Esta es sin duda, ¡la mejor fiesta de playa en la que he estado!

Miro hacia arriba, sorprendida. Mis padres están caminando hacia la tienda

de campaña, sonriendo. Papá está sosteniendo la mano de Ellie, y Penny está

ahí también, agarrando algo entre sus puños.

— ¡Hey! —digo, yendo a saludarlos. Mamá me atrae para un abrazo—. ¿Qué

están haciendo aquí? Papá, ¿por qué no estás en la tienda?

—Queríamos sorprenderte —dice—. Además, Jude y Ari pueden manejarlo.

Sé que probablemente prefieras que vengan a verte a ti en vez de tu viejo, pero

¿qué puedo decir? Tu madre y yo nos morimos por ver en qué has estado

trabajando tan duro las últimas semanas.

—¡Mira lo que encontré! —dice Penny, mostrándome la colección de

cascarones rotos que tiene en sus manos.

—¡Encontré uno de ellos! —Ellie interviene, tratando de mirar en las palmas

de las manos de Penny. Señala una cáscara rota—. Esa.

—Sí, Ellie encontró ésa —reconoce Penny.

Les sonrío a los das. Penny es el tipo de niña que aprecia las cosas simples

de la vida que casi siempre me hacen poner los ojos en blanco, pero hoy, casi

puedo entender lo que ella ve en esos pedazos rotos y coloridos.

¿Y Ellie? Bueno, ella tomará cualquier excusa para escarbar en la arena. Noto

que lleva su brillante vestido de mono de nuevo, y que todavía hay una débil

mancha de jugo de tomate que probablemente nunca salga. Verla me da una

incómoda sensación de culpa.

—Me alegro de que hayan venido —digo—. ¿No viene Lucy?

—Entrenamiento de softbol —dice papá, encogiéndose de hombros—. Esa

chica.


Esa chica es un estribillo común en nuestra casa, uno que puede referirse a

cualquiera de nosotros por cualquier motivo bajo el sol. En este caso, sé que

papá está comentando sobre la larga lista de compromisos sociales y actividades

extracurriculares de Lucy, pero también podría usar a esa chica para referirse a

los collages que a Penny le gusta hacer con las páginas de diccionarios y

enciclopedias antiguas (que a menudo dejan un desastre enorme a su paso), o

Ellie gritando porque no puede encontrar el moño exacto que quiere usar, o

incluso mi insistencia en que organicemos nuestro gabinete de especias

alfabéticamente porque claramente esa es la única forma lógica de hacerlo.

Esa chica.

—Oh bueno —digo—. ¿Están aquí para ayudar con la limpieza?

—¡Por supuesto! —grita mamá—. Lo que estás haciendo es algo tan grande.

Estamos muy orgullosos de ti, Prudence.

—Parece que tú también tienes una gran participación —dice papá—. Estoy

impresionado.

Me vuelvo hacia la mesa para recoger algunos suministros para ellos y espío

a Quint mirándonos. Rápidamente se da la vuelta, ocupándose de organizar las

cajas de guantes.

Dudo, tratando de recordar si alguna vez me quejé con Penny sobre mi

terrible compañero de laboratorio. Seguramente hablaría conmigo si sumaba

dos y dos. Pero no puedo no presentarlos, ¿verdad?

Me aclaro la garganta. —Um, ¿mamá? ¿Papá? Este es Quint.

La cabeza de Quint se gira bruscamente, su sonrisa ya se dibuja en su rostro.

Él los saluda con mucha cortesía. Sr. Barnett, Sra. Barnett, es un placer

conocerlos.

Admira la colección de conchas de Penny.

Le pregunta a Ellie sobre el vestido de mono y exclama con la cantidad justa

de asombro cuando ella le muestra cómo las lentejuelas cambian de color

cuando las cepillas hacia arriba y hacia abajo.

Observo toda la interacción, sintiéndome sumamente incómoda, aunque no

sé por qué. Esto se siente importante de alguna manera, pero no sé si me importa

si a mi familia le gusta Quint o no, o si a él le agradan o no.


No debería importar de cualquier manera.

No importa.

De verdad. No, en lo más mínimo.

—Así que —dice papá, fingiendo fruncir el ceño—, eres la razón por la que

mi hija ha estado trabajando muy duro este verano y no divirtiéndose. ¿No saben

ustedes que se supone que las vacaciones de verano se deben pasar haciendo el

tonto? Nada de estas… —hace gestos a la playa— …¡tonterías para hacer el

bien!

Mamá pone los ojos en blanco y agarra el codo de papá. —Él sólo está

burlándose. Creemos que esto es genial.

Quint me mira de reojo. —Lo creas o no, esto en realidad ha sido divertido.

Para mí, al menos.

Mi corazón se acelera cuando me doy cuenta, por primera vez, de que esto,

en realidad, ha sido muy divertido para mí también. La planificación, la

organización, me gusta eso.

Y Quint… bueno. Su compañía no ha sido ni de cerca tan intolerable como

solía ser.

Quint y yo los despedimos mientras los cuatro se van con sus bolsas. Ellie

insiste en usar el agarrador primero, aunque su coordinación mano-ojo no es lo

suficientemente buena para usarla correctamente. Puedo oír a mi madre

lanzando un desafío, quienquiera que recoja la mayor cantidad de basura elige

lo que vayamos a cenar. Ellie grita “skabetti” y corre por la playa.

—¿Y dices que no te gusta tener hermanos pequeños?

Me estremezco. —A veces no son tan malos.

—Me parecieron estupendas.

No puedo mirarlo, de lo contrario seguro que vería la forma en la que mi

corazón se desborda ante este simple comentario.

Casi hemos llenado dos contenedores de basura gigantes cuando alguien más

aparece en los bordes de la tienda. —Hola, Quint, Prudence.

Me doy la vuelta.


Maya está inclinada sobre la mesa, sosteniendo el volante azul que mi padre

le entregó en la tienda de discos esa mañana.

Mis labios se separan por la sorpresa. No puedo creer que haya venido.

—Hola, Maya —dice Quint, radiante—. ¿Vienes a ayudar? —Él sostiene una

bolsa vacía hacia ella.

Una mirada de incertidumbre aparece en su cara, pero rápidamente la oculta

con una sonrisa, aunque sin entusiasmo. —En realidad tenía una pregunta.

—Dispara. —Quint deja la bolsa y se acerca a ella. Como si fuera atraído a

su órbita.

Me erizo, luego me siento inmediatamente molesta conmigo misma por ello.

—Perdí algo hace un tiempo, en la fiesta de la hoguera —se tuerce las

manos—. Me preguntaba si tal vez uno de sus los voluntarios lo recogieron.

— ¿Qué era?

—Un pendiente. Un pendiente de diamante.

Desvío mi atención a otra caja de cartón y despego la cinta que tiene encima.

Por supuesto que es por eso por lo que ella está aquí. No para ayudar, sino

para ver si encontramos sus joyas desaparecidas.

Es extraño cómo esto me consuela, sabiendo que no está aquí para ayudar

con la limpieza. Sé que no debería sentirme así, pero todavía estoy impactada

por lo amable que fue con Jude y Ari esta mañana. Es difícil reconciliar mis

recuerdos nebulosos de la hoguera.

—Oh, qué pena —dice Quint. Él sabe —todos sabemos— que es poco

probable que algo así aparezca. La arena en la playa cambia todos los días. Algo

tan pequeño como un pendiente podría perderse y desaparecer en cuestión de

horas, ser arrastrado al mar o enterrado por el resto del tiempo.

Aunque algo me dice que eso no le pasó al pendiente de Maya, tengo la

sensación de que esa Exploradora Playera que vi ayer recogió su pendiente. No

pude ver bien la joya que encontró, pero sí recuerdo cómo brillaba al sol.

Recojo la cinta y la arrojo hacia uno de los botes de basura fuera de la tienda.

Rebota por el costado y aterriza en la arena.


Resoplo.

Al menos es una buena excusa para no mirar a Maya. Sé que tengo la culpa

escrita en mi rostro, incluso si… quiero decir, en realidad no hice nada. Fue el

universo. Castigos y recompensas. Karma.

—Lo siento mucho —dice Quint—. No creo que nadie entregara algo como

eso. Hey, Prudence.

Me congelo en medio de recoger la cinta.

—¿Alguien ha entregado un pendiente?

—Como este, —añade Maya, obligándome a hacer contacto visual con ella.

Tiene una pequeña caja en la mano y dentro de ella hay un solo pendiente. Una

delicada filigrana de oro rodea un solitario diamante. Un gran diamante. Más

grande que la piedra del anillo de bodas de mi madre.

Sin embargo, lo que me sorprende del pendiente es su parte trasera. Es del

tipo que tiene una parte trasera con palanca que se ajusta contra el gancho,

cerrando el lazo para evitar que el arete se caiga.

Tengo un par así y sé que, a menos que se rompa la palanca, es prácticamente

imposible perderlos.

A menos que el karma así lo desee.

—Um, no —tartamudeo, con una sonrisa de disculpa—. No he visto nada

como eso.

—Puedo avisar a los voluntarios para que estén atentos a ello —dice Quint—

. ¿Dónde estabas cuando lo perdiste?

—Justo allí, por los acantilados —dice Maya—. Por favor, avísenme si

alguien lo encuentra. Estos pendientes pertenecieron a mi abuela. Eran… —

hace una pausa y mis hombros se tensan. La emoción llena su voz cuando

continúa—. Ella falleció el año pasado, estos aretes fueron lo último que me

dio, y…yo… he estado aquí casi todos los días desde la fiesta, buscando…

La culpa me araña el interior de la garganta.

No hice nada malo, el que ella perdiera ese pendiente fue su culpa. ¡Una

retribución del universo!


—Quiero decir, todavía tengo uno. Así que eso es algo —dice Maya con una

débil sonrisa—. Pero no es lo mismo.

—Lo siento mucho —dice Quint—. Te haré saber si aparece.

—Gracias, Quint —se detiene, a mirárme—. Además… verlos a ustedes dos

trabajando juntos y aparentemente, sin asesinarse, es realmente extraño. Siento

que acabo de entrar en una Dimensión Desconocida.

Quint se ríe mientras me mira. —Sí, nosotros también.

—Bueno, es inspirador —dice Maya. Luego, para mi sorpresa, toma una de

las bolsas—. ¿Entonces supongo que haré mi parte?

Se dirige a la playa, en dirección a los acantilados, miro fijamente hasta que

se agacha para recoger un volante azul y lo mete en la bolsa.

—Hombre —dice Quint—. Eso tiene que ser horrible, perder algo tan

sentimental. Mi abuelo me dio una vieja pelota de béisbol, firmado por todo el

equipo de los Dodgers de Los Ángeles en 1965. Si algo le pasara, estaría

destrozado.

Respiro profundamente para tratar de quitarme el peso de mi pecho. —Sí,

horrible.

—Disculpe, ¿es usted Prudence Barnett? —Giro para ver a un hombre en

vaqueros y una sudadera azul de Fortuna Beach. Una gran cámara cuelga de su

cuello.

—Sí, soy yo.

—Hola, soy Jason Nguyen del Chronicle. Hablamos por teléfono anoche.

—¡Oh sí! ¡Hola! Gracias por venir.

—No me lo perdería, es un gran evento. Me encantaría hacer una historia de

seguimiento para publicarla en el periódico de mañana. Tal vez también un

artículo más largo sobre El Centro para el próximo domingo. ¿Te importa si te

hago unas cuantas preguntas?

—Oh, wow. Eso es maravilloso. Sí, por supuesto, pero… —miro a Quint,

que parece asombrado de que nuestro pequeño evento haya atraído la atención

de un periodista de verdad—. Probablemente tenga más sentido que hables con

Quint. Su madre fundó El Centro y ha sido voluntario allí más tiempo que yo.


Además, si necesitas algún suplemento como fotos para las piezas, él podría

mostrarte algunas verdaderamente asombrosas.

La sorpresa de Quint se desvanece, reemplazado por la vergüenza.

—Eso sería perfecto —dice el periodista. Él y Quint se dirigen a la playa, y,

aunque trato de no mirarlos, no puedo evitar hacerlo a escondidas cuando no

estoy ocupada respondiendo preguntas de los voluntarios del día. Quint habla

con tanta pasión, su lenguaje corporal exuberante, sus expresiones van desde la

angustia (imagino que está contando historias sobre los estados tristes en los

que se han encontrado algunos de los animales) hasta el éxtasis a medida que la

conversación se convierte en cosas menos lamentables. Las personalidades

únicas de los pacientes y cómo se siente devolverlos al océano. Mientras habla,

el periodista toma muchas notas, ocasionalmente hace una foto de los

voluntarios y la basura que estamos recolectando.

Para el mediodía, la playa se ve tan impecable como si la humanidad nunca

hubiera puesto un pie aquí para empezar. Ayudamos a los voluntarios a vaciar

sus bolsas en los contenedores, clasificando la basura de lo reciclable. Me

sorprende cuando algunos de los voluntarios realmente han empezado a entrar

en el ritmo de esta cosa del altruismo, incluso salta para ayudarnos.

Finalmente, Quint hace una proclamación de que todo el mundo ha hecho un

gran trabajo, les agradece su ayuda. Mientras doy mi discurso preparado sobre

El Centro y su misión (que sólo me llevó seis minutos de mi vida, que

cronometré hace unos días), Quint llama a su madre y le dice que traiga el

remolque.

Es hora de liberar a algunos animales para que vuelvan a sus hogares.


Una bocina me llama la atención hacia el paseo marítimo. La furgoneta, con

el logo del Centro, se extiende sobre la arena. El ánimo de los voluntarios sube.

Puedo oír el chasquido de la cámara de Jason.

Quint ayuda a guiar a su madre mientras se da la vuelta para que la parte

trasera de la camioneta esté de cara al agua. Parece que sería una maniobra

simple, pero conducir en las arenas siempre cambiantes es difícil, cada verano

hay historias de gente que pierde sus vehículos en el océano porque estaban

conduciendo demasiado cerca y sus ruedas se atascaron en la arena mojada.

Rosa es cautelosa, además, probablemente ha hecho esto cientos de veces.

Cuando la camioneta se detiene, la multitud se mueve con entusiasmo,

teléfonos y cámaras preparados. Quint y yo tenemos que hacerle recordar a todo

el mundo se queden atrás para que las focas tengan un camino abierto para ir al

océano. Me han dicho que la mayoría de los animales liberados no pierden

tiempo una vez que ven las olas que chocan, están entusiasmados por voltear su

camino hacia el agua y desaparecer en la acogedora bahía. Pero de vez en

cuando, según Quint, hay un animal que es más curioso sobre los voluntarios y

cualquier persona que se encuentre en la playa ese día. Los animales a veces

quieren inspeccionar o rodar por la arena como si estuvieran tratando de

entretener a quien sea que esté mirando. Lo cual es un recuerdo adorable para

todos los involucrados, pero también puede causar algunas dificultades para la

tripulación de liberación mientras intentan forzar al animal a entrar a donde se

supone que debe ir.

Rosa y Shauna salen de la camioneta. Rosa saluda a la multitud con una

amplia y casi vertiginosa sonrisa.

—Wow —respira—. Esta es, por lejos, la mayor cantidad de gente que alguna

vez tuvimos para presenciar una de nuestras liberaciones. He estado haciendo

este trabajo durante casi veinte años, pero esta es la primera vez que una de

nuestras celebraciones de liberación han sido un asunto público. Estoy tan feliz


de que todos ustedes podrían unirse a nosotros hoy, y les agradezco desde el

fondo de mi corazón por ayudar a hacer nuestra playa más limpia y segura para

estos increíbles animales. Creo que, después de ver lo felices que son van a

volver a su hábitat natural, será muy emocionante. —nos hace un gesto a Quint

y a mí—. Y quiero dar un agradecimiento enorme a mi hijo, Quint, y a nuestra

nueva voluntaria, Prudence, que hicieron que este evento ocurriera.

Hago un gesto incómodo a la multitud. La gente aplaude con gracia, aunque

con un poco de impaciencia. Me atrevo a echar un vistazo a Quint y

compartimos una mirada orgullosa y luego me guiña un ojo.

Mis latidos brincan.

—Estaré encantada de quedarme a responder preguntas sobre El Centro

después de la liberación —dice Rosa—, pero por ahora, sé que no están aquí

para verme. Están aquí para ver a Pepper, Tyrion, Chip y a Marina, cuatro focas

del puerto que están ansiosas por volver a casa.

Rosa y Shauna abren la parte trasera de la camioneta, revelando cuatro

perreras. Sus ojos oscuros y peludos, los rostros con bigotes se asoman a través

de las barras, y un unánime aww se escucha de los espectadores.

Descargamos las cajas, las colocamos en la arena. Rosa les recuerda a todos

que no se acerquen a los animales y que no les den de comer.

—Pero tomen todas las fotos que quieran —agrego—, y por favor, etiquéten

al Centro si las publican en las redes sociales.

Detrás de las puertas con barrotes, las focas se levantan, mirando

curiosamente al océano. Hay un sentido de anticipación casi abrumador.

Las puertas están abiertas.

Tres de las cuatro focas escapan de las cajas como si estuvieran en The

Kentucky Derby 22 . Se abren camino hacia abajo por la orilla, agrupados, con sus

aletas golpeteando la arena. Se zambullen de cara en el agua, en segundos han

desaparecido bajo las olas.

La cuarta foca del puerto, Chip, está más indecisa. Toma su tiempo sacando

la cabeza de la caja, observando los alrededores. Él inspecciona a la multitud,

22 Es una carrera de caballos que se celebra anualmente en Louisville (Kentucky, Estados Unidos)


sale tímidamente. Luego se sienta allí, mirando alrededor como si estuviera

confundido. Rosa y Quint tienen que conseguir un par de tablas de la furgoneta

y las usan para empujar a Chip hacia el agua, como si uno arreara a un cerdo

difícil hacia su corral.

Por último, Chip parece hacerse a la idea y se va haciendo un gusano en la

playa. Una de las otras focas se asoma fuera del agua, como si hubiera estado

esperando a su amigo para unirse a ellos.

Chip salpica en el océano.

La multitud estalla en aplausos.

Durante los siguientes diez minutos, las focas pueden ser vistas desde la

costa, jugando y buceando juntos, disfrutando de su nueva libertad. Todos

miramos, tratando de capturar todo lo que podamos con nuestras cámaras y

teléfonos.

Luego se han ido.

Mi corazón se ha hinchado al tamaño de una piña dentro de mi pecho. Inhalo

profundamente, tratando de coser este recuerdo en los pliegues de mi mente. El

olor del océano, el pasar del viento, el brillo de la luz solar. Incluso hay lágrimas

reunidas en mis ojos, una parte de mí quiere decir que es irritación por el viento,

pero entonces veo que no soy la única que se limpia las lágrimas. De hecho,

mientras miro alrededor, me sorprendo y veo que Maya sigue ahí y que sus ojos

también brillan.

Me mira y compartimos una sonrisa, cada una avergonzada de ser atrapada

con nuestras emociones al descubierto, aunque también extrañamente unidas

por este momento tan especial que acabamos de presenciar.

Mi atención se centra en otra forma hacia la parte posterior de la multitud,

alguien que no había notado antes.

Jadeo. Es la mujer que encontró el pendiente de Maya.

Está holgazaneando lo suficientemente lejos como para no ser parte de

nuestra pequeña celebración, pero estoy segura de que consiguió ver la

liberación. La sonrisa que perdura en su arrugada cara lo dice todo.


Trago. Mi mirada se dirige hacia Maya, pero ya se ha ido. Miro alrededor y

la encuentro en la playa, dirigiéndose hacia el paseo marítimo. Sus hombros

están encorvados y sus manos metidas en el bolsillo delantero de esa sudadera

gigante.

Devuelvo mi atención a la mujer. Está usando el mismo cinturón con la pala

de mano, su botella de agua y la pequeña bolsa para guardar sus hallazgos.

Me recuerdo a mí misma de las cosas malas que Maya dijo sobre Jude.

Me recuerdo a mí misma que esta dulce anciana estaba recogiendo basura de

nuestra playa, no porque se le haya prometido cualquier cosa a cambio, sólo

porque es lo correcto.

Pero luego pienso en el nudo en la garganta de Maya cuando explicó que los

pendientes habían sido un regalo de su abuela.

La guerra en mi corazón es breve, pero intensa.

La multitud de voluntarios comienza a dispersarse, muchos hablan de ir a la

ciudad a tomar una taza de café en el Java Jive. Me escabullo entre la multitud

y me precipito tras la mujer que empieza a alejarse.

Está ajustando un dial en su detector de metales cuando la alcanzo.

—¿Disculpe?

Mira hacia arriba y puedo decir que le toma unos segundos en recordarme,

pero luego sonríe cálidamente. —Hola, otra vez.

—Hola. Uh . . . ¿qué te pareció la liberación? —No estoy segura de por qué

lo digo, además de que parece que es una mejor idea comenzar con una pequeña

charla que en saltar a lo que realmente quiero preguntarle.

—Glorioso —dice—. Me encanta El Centro y lo que hacen. ¿Sabes? En todos

los años que he hecho esto, he encontrado tres focas varadas y una nutria marina.

Me gusta saber que tenemos un lugar cerca que puede venir a ayudarlos.

—¿Lo has hecho? Vaya. Es increíble. Eres como un héroe.

Se ríe. —Sólo alguien que realmente ama esta ciudad y sus playas.


—Es muy bueno lo que haces. Ya sabes, ayudar a mantenerlo limpio. Esta

limpieza fue increíble, pero. . . probablemente has recogido más basura a lo

largo de los años que todos nosotros juntos.

Se encoge de hombros. —Me mantiene alejada de los problemas. Y me gusta

la caza de un tesoro enterrado —acaricia el detector—. Te sorprenderías las

cosas que encuentras.

Es mi apertura y me preparo, tratando de no parecer demasiado ansiosa. —

Hablando de eso, hay una chica, alguien que conozco de la escuela perdió algo

aquí hace un par de semanas. Un pendiente. Un pendiente de diamantes.

Las cejas de la mujer se levantan.

—Es realmente preciado para ella. Los pendientes le pertenecían su abuela,

que ya falleció, y . . . en fin. No habrías encontrado algo así, ¿verdad?

Hay un segundo, el más breve segundo, cuando espero que ella mienta.

Después de todo, un pendiente de diamantes de verdad podría ser lo más valioso

que haya encontrado. Quien lo encuentra se lo queda, ¿verdad?

Pero entonces ella da un paso más cerca de mí, casi ferviente. —En realidad,

sí. Encontré un pendiente de diamantes. Justo después de que hablara contigo.

Por allí. —Señala el mismo lugar donde la vi encontrar el pendiente anoche.

—¡Oh! Genial —digo, aliviada de que no parezca molesta como para saber

que su tesoro enterrado pertenece a otra persona—. Eso es maravilloso. ¡Estará

tan feliz!

—Pero ya no lo tengo.

Hago una pausa. —¿Qué?

—Ya lo he vendido. Eso es lo que hago cuando encuentro algo que podría

tener valor. Lo llevé a la casa de empeños a El Séptimo. Ofrecería ir a devolver

el dinero por ello, pero . . . —hace una mueca—. Ya no tengo el dinero,

tampoco.

—¿En serio? Pero eso fue sólo anoche. —Hago las cuentas en mi cabeza. Si

ella vendió el pendiente esta mañana, y luego vino aquí, eso sólo le da una hora

o dos para gastar el efectivo. ¿Qué pudo haber hecho con él? Estoy desesperada

por preguntar, aunque sé que no es asunto mío.


—Lo sé. El dinero no suele escurrirse entre mis dedos tan rápido —dice la

mujer con una leve risa—. Pero cuando veo una causa tan digna como El Centro

de rescate, me es difícil decir que no. —Hace un gesto hacia la tienda.

Sigo su mirada. Rosa está hablando con el periodista. Quint está poniendo las

bolsas extra en sus cajas de cartón.

Shauna está atornillando la tapa en el gran tarro de cristal, que está casi hasta

el borde lleno de dinero.

—Oh, ya veo. —Me asombro cuando miro a la mujer. Encuentra un

pendiente de diamante, un golpe de suerte total, lo vende por efectivo. Entonces

inmediatamente le da ese dinero a un Centro de Rescate Animal.

Por Dios ¿Deberían nominarla para la santidad o algo así?

Observa el cambio que hago con mi mirada y sacude la cabeza tímidamente.

—Sólo que no necesito más dinero. Estoy retirada y con una buena pensión, mis

hijos han crecido y tienen ya sus propias familias. Tengo más de lo que podría

pedir en esta vida. Cuando inesperadamente parece que el universo ha enviado

a mí una manera para poder hacer algo bueno con eso. Viendo que repartiste

esos folletos anoche, y luego estar aquí para presenciar la liberación de esos

animales . . . bueno, son demasiadas señales del universo que no estaba

dispuesta a ignorar.

Asiento comprensivamente. —Sé exactamente lo que quieres decir.

—Pero eso todavía deja a tu amiga sin el pendiente, lo siento.

—Está . . . está bien. Ya se me ocurrirá algo. Tal vez si hablo a la casa de

empeños, ellos . . . lo devolverán. O algo así. —vacilo—, sé que no es asunto

mío, pero, um . . . ¿te importaría decirme cuánto dinero te dieron por ello? Sólo

para tener una idea de lo que pueden esperar para venderlo.

—Bueno —susurra—, Clark es el dueño de ese lugar, dice que habría valido

más con el otro par, por supuesto. No hay demasiada gente interesada en un solo

pendiente. Y él no paga el valor de mercado. Necesita hacer algo para sí mismo,

naturalmente.

Siento que está dando rodeos, y creo que tal vez está avergonzada, pero no

estoy segura de por qué.

Hasta que . . .


—Pero, de todas formas, me pagó mil doscientos por ello.

Se siente como si me hubieran empujado y estuviera cayendo. Incluso doy

un paso hacia atrás.

Una ráfaga de emociones me atraviesa en cascada.

Esta mujer acaba de entregar mil doscientos dólares como si no fuera nada,

ahora estoy segura de que es por lo que se veía avergonzada. Sin duda ella tenía

la intención de que la donación se hiciera de forma anónima.

Y entonces . . . me golpea.

Mil doscientos. ¡Nuestra recaudación de fondos hizo mil doscientos dólares

hoy! ¡Y eso es sólo lo de una persona! Quint y yo habíamos sentido que

tendríamos suerte si ganábamos la mitad de eso.

Excepto que . . . ¿realmente es nuestro dinero para mantenerlo?

La cabeza me da vueltas. ¿Cómo se complicó tanto todo esto tan rápido?

—Espero que las cosas se solucionen para tu amiga —dice la mujer, que

parece honestamente preocupada—. Sería terrible perder una herencia familiar

como esa. Pero Clark es un tipo razonable. Tal vez puedas negociar con él.


Un comprador de bienes adquiere sólo lo que el vendedor tiene el poder de

transferir. La propiedad sigue perteneciendo legalmente al propietario.

Esto es lo que he aprendido de unas rápidas búsquedas en Google. Una parte

de la propiedad todavía pertenece al propietario legal, sin importar quién lo haya

comprado o vendido desde entonces. La mayoría de los artículos que he

encontrado relacionado con la propiedad robada que se vende a casas de

empeño. Sé que el pendiente de Maya no fue robado, pero el resultado es más

o menos el mismo. Ella sigue siendo la propietaria legal del pendiente. Si ella

fuera a la casa de empeños y lo pidiera de vuelta, estarían obligados a

devolverlo, especialmente si presenta pruebas de que es su pendiente. Me

imagino que mostrar la pareja del pendiente sería una evidencia enorme.

Y esto es lo que he determinado, independientemente de la interferencia del

universo.

La transgresión de Maya —las cosas hirientes que dijo sobre mi hermano—

no merecían el castigo que recibió. Estoy convencida de que ella no estaba

tratando de ser mala ese día (aunque no puedo decir lo mismo de sus amigas).

Ahora perdió una querida reliquia familiar. Independientemente de su valor

monetario, sé que ese pendiente siempre será muy valioso para Maya, y quizás

algún día para sus hijos o nietos, que a cualquiera que pudiera comprarlo en la

casa de empeños. Especialmente porque cualquiera que compre un solo

pendiente está probablemente planeando sacar el diamante y hacer que se

rehaga en una pieza de joyería completamente diferente.

En ese momento, la reliquia desaparecería para siempre.

Así que Maya debería tener el pendiente.

Pero.

Nadie más que se haya involucrado en esta situación ha hecho nada malo.

La beachcomber no hizo nada malo cuando encontró el pendiente o cuando

decidió venderlo.


Clark, el dueño de la casa de empeños, no hizo nada malo cuando pagó mil

doscientos dólares por él.

El Centro de Rescate no hizo nada malo cuando recibió ese dinero como

donación.

Si le pido a Rosa que me dé el dinero para que pueda volver a comprar el

pendiente podría perjudicar al Centro.

Si le digo a Clark que Maya es la dueña legítima, él estaría obligado a

devolverlo y se quedaría sin todo ese dinero, eso perjudica a su negocio.

Podría decirle a Maya que vi su pendiente ahí y dejarla que vaya ella misma

a recuperarlo, lo único que tengo que hacer es evitarle una interacción incómoda

al Centro.

Entonces, ¿qué hago?

El hecho de pensarlo tanto me ha dado dolor de cabeza, por primera vez desde

que me di cuenta de la realidad de este poder kármico mío, estoy enfadada. ¿Por

qué el universo ha tejido esta complicada red y me metió en El Centro?

Es un enigma que he estado deliberando toda la mañana, mi cerebro está

luchando por encontrar una solución en la que nadie salga herido, esforzándome

y corriendo en círculos, mientras que mis manos han estado ocupadas

clasificando y enjuagando cubos tras cubos de pescado. No me di cuenta hasta

que llegué hoy y Quint no estaba en el programa. No trabaja hasta el miércoles

y estoy extremadamente incómoda con la forma en que eso me ha

decepcionado.

Quint Erickson

Quien ha hecho que mi piel se erice con el odio de tantos meses, que ha sido

la fuente de una irritación insondable, quien también hizo que mi sangre se

hirviera de rabia. Con quien he fantaseado con estrangularlo en más de una

ocasión.

Que no es para nada lo que pensaba.

Es un problema, saber que me equivoqué con él. Porque si no lo odio,

entonces de repente hay una gran apertura en el lugar donde solían estar esos

sentimientos y, bueno, ese lugar parece que se está llenando de algo

completamente distinto.


Es aterrador. Pesar que ya nos sentimos cómodos con la presencia del otro y

la manera en que sonríe (aunque es muy fácil hacerlo sonreír, tengo que

recordarme a mí misma), a pesar de todo eso, no pienso que a Quint le gusto de

esa manera. No creo que pueda. Nos hemos convertido en amigos, más o menos,

lo que me hace feliz, en cierto modo. Pero triste, también.

Quint Erickson, amante de la diversión, despreocupado, detestablemente

encantador, ¿siente algo por Prudence la mojigata?

Sí. Claro.

Así que, tal vez es bueno que haya tenido la ética moral de un pendiente

perdido para considerar todo el día y así mantener mi mente ocupada para evitar

que se desvíe demasiado hacia el tema de Quint. Porque en ese camino se

encuentra el peligro.

Termino con mis deberes de preparación de comida, hago una limpieza

rápida en la cocina antes de colgar mi delantal. Empiezo a hacer mi chequeo

por el pasillo, asomándome por encima de las paredes para comprobar a los

pacientes que aún no han sido trasladados al patio. Casi la mitad de los lugares

están vacíos ahora. La temporada alta de traer a los animales marinos

recientemente varados han terminado y me han dicho que El Centro se vaciará

casi por completo entre ahora y el invierno, antes de que la temporada de

reproducción en la primavera conduzca a una gran cantidad de nuevos

pacientes. Rosa me dijo después de la celebración de la liberación que esto es

en realidad una gran época del año para reorientar sus esfuerzos en campañas

de recaudación de fondos y de divulgación comunitaria, cuando no están tan

atareados.

Técnicamente, con mi trabajo ya hecho, podría ir a casa. No he sido entrenada

para ayudar con el cuidado práctico de los animales todavía, así que no hay

mucho más que pueda hacer. Pero tomo mi tiempo, viendo a una foca del puerto

dormirse en su manta mientras que un voluntario limpia una herida infectada en

una de las tortugas marinas. Veo cuántos de los pacientes puedo identificar sin

mirar sus nombres y me sorprendo al darme cuenta de que reconozco a la

mayoría de ellos. Hay claros indicios, como las heridas o las cicatrices dejadas

por varios traumas y la geométrica marca que les afeitamos en su piel para

ayudar a distinguirlos, también hay otras cosas. Una colección única de

manchas en la ceja de Junebug. El color leonado de la espalda de Clover. El

ladrido de Galileo suena como una divertida carcajada.


Luego me encuentro con un león marino y me congelo.

Lo reconozco inmediatamente. Y —sí— la nubosidad en sus ojos es

probablemente un regalo, pero creo que lo reconocería de cualquier manera.

Reviso el historial, y ahí está el nombre que le di, justo en la parte superior.

Lennon.

—Oye, amigo —digo, doblando mis brazos sobre la pared que nos divide—

. ¿Cómo te va?

Lennon levanta su cabeza y luego se empuja a sí mismo con cuatro aletas y

se acerca a mí. Se veía tan pequeño en la playa, sé que todavía está

significativamente por debajo del peso normal comparado con un saludable león

marino, pero, aun así, parece mucho más grande hoy. Su cabeza, cuando se ha

levantado totalmente, está casi a mi cintura. Con su nariz se apoya para ir hacia

adelante, justo hacia mí, sus bigotes negros se mueven.

Oh, no puedo evitarlo. Me derrumbo y me agarro a la pared para acariciar la

parte superior de su cabeza. La presiono en mi mano.

—Santo cielo, eres blando —murmuro. Es la primera vez que he tocado uno

de los animales, y aunque soy consciente de que suelen ser cazados por su piel

y convertidos en lujosos abrigos, no había entendido por qué hasta ahora.

¿Quién no querría estar envuelto en algo tan suave como la seda? Por supuesto,

el pensamiento me hace sentir un poco como Cruella de Vil, aun así, me encojo

de hombros—. No te preocupes, no te convertiré en una chaqueta. Nunca hace

suficiente frío por aquí, de todos modos.

Lennon se agacha y, para mi asombro, levanta una aleta y le da una rápida

sacudida.

—De ninguna manera —respiro—. ¿Acabas de saludarme?

Vuelve a hacer lo mismo con su nariz. Riendo, lo acaricio, sin reservas esta

vez. Me sorprende encontrar mis ojos humeantes de emoción—. También me

alegro de verte. Pareces estar mucho mejor que ayer.

Mi corazón se siente como un globo, expandiéndose e hinchándose hasta que

todo mi pecho se llena.

Nunca he amado realmente a un animal. Ni siquiera ese hámster.


Pero vaya. De repente, inexplicablemente estoy enamorada de este pequeño

gran pinnípedo.

Lo estudio, lo cual no tuve tiempo de hacer en la playa. Su parte delantera

tiene un tono casi dorado, mientras que su cabeza y la espalda son más oscuras,

como el bronce envejecido. Sus bigotes son más cortos que la mayoría de los

otros que he visto, y hay una colección de pecas blancas entre sus ojos. Al igual

que los demás, él también ahora tiene los símbolos deportivos afeitados en su

pelaje: dos rayas y una flecha hacia arriba, con una flecha apuntando. No sé qué

número es ese.

Las heridas en su cuerpo no se ven tan mal ahora que han sido limpiadas.

Puede que esté herido, pero parece mucho mejor que algunos de los animales

que he visto en fotos en la casa de Quint.

Además, es precioso. El león marino más guapo que haya visto nunca.

Hago un espectáculo de mirar a la foca del puerto en el siguiente recinto,

antes de inclinarme hacia Lennon y susurrarle, —No se lo digas a nadie, pero

eres mi favorito.

Su cabeza se balancea arriba y abajo unas cuantas veces, como si esto no

fuera una sorpresa en absoluto. Luego comienza a dar vueltas en su pequeño

cubículo, inspeccionando la manta de la esquina, el desagüe, la pequeña tina de

agua. Me parece que es muy precoz y sé que no estará aquí por mucho tiempo.

No falta mucho para que esté afuera en el patio, haciéndose amigos de los otros

animales.

Suspiro.

Durante mis primeros días en El Centro, estaba segura de que la parte más

difícil de trabajar aquí sería lidiar con el hedor de peces muertos que penetra en

el aire, las paredes, y al final del día, mi ropa y cabello. Me doy cuenta de que

esa no es la peor parte.

Tratar de no formar lazos con los animales es mucho, mucho más difícil. Al

menos, lo es ahora. Es curioso cómo realmente no me pareció demasiado

terrible cuando eran sólo un grupo de extraños del océano. Era como ir al

zoológico todos los días. Puede que te detengas y observes a tu animal favorito

durante unos minutos, pero pronto te aburrirás y te dirigirás a buscar un pretzel.

Pero esto no es así en absoluto. Con Lennon, estoy apegada.


No hables con los animales, nos dicen. No juegues con ellos. Intenta evitar

incluso hacer contacto visual con ellos si puedes. No pueden depender de la

gente. No pueden convertirse en dependientes.

Pero a pesar de saber esto, a pesar de la importancia que todo el mundo pone

en esta regla, siento una chispa de desafío detrás de mi esternón.

Alejándome de la pared, miro a ambos lados del pasillo. Es la hora del

almuerzo. La mayoría de los voluntarios se han ido a su descanso. Rosa y

Shauna están por aquí en algún lugar, probablemente la Dra. Jindal también,

pero no he visto a ninguna de ellas en todo el día. Seguro que el piso está vacío

de humanos, al menos, alcanzo el pestillo de la puerta y lo desengancho. Chirría

un poco cuando lo abro.

Lennon ladra emocionado cuando entro.

Lo hago callar con un movimiento calmante. Inmediatamente se tambalea

hacia adelante y trata de pellizcar uno de mis dedos.

—Oye, nada de eso —digo, apartando mis manos—. No tengo algún pez para

ti.

Aunque sin duda puede olerlo en mis dedos.

—Lo siento, debí haberte traído un bocadillo. La próxima vez, ¿de acuerdo?

Cierro la puerta detrás de mí y la cierro con llave. El suelo de baldosas tiene

pequeños charcos de agua del lavado anterior de Lennon, decido ignorarlos.

Plantando mi espalda contra la pared, me deslizo hacia abajo para sentarme a

su lado.

Me imita, girando de manera que su espalda está contra la pared. Me río otra

vez. Este chico podría estar en un circo. Tal vez debería sacarlo de aquí y

podríamos convertirnos en un famoso dúo de performance. Iremos al karaoke

con canciones de The Beatles y le enseñaré trucos. ¡Seríamos un éxito!

—Si tan sólo fueras una morsa —digo, acariciando la parte trasera de su

cuello. Entonces, entretenida con mi propio ingenio, susurro—, Coo-coo-cachoo.

Con mi mano apoyada en su espalda, apoyo mi cabeza contra la pared.

Inmediatamente mis pensamientos vuelven a los dos temas que me han estado

torturando todo el día.


El pendiente.

Y Quint.

No quiero pensar en ninguno de ellos.

—Así que, me encontraré con mi amiga Ari en nuestro restaurante favorito

mañana por la noche —digo—. Jude podría unírsenos también. Ese es mi

hermano. Los conociste a ambos, ¿recuerdas? En fin, vamos a este lugar que

nos gusta llamarlo Encanto. Hacen un guiso de mariscos asesino. Te encantaría.

Oye, me pregunto si esa señora del karaoke estará allí de nuevo.

Lennon sumerge su cabeza, empujando mi pierna.

—No, no puedo llevarte al karaoke conmigo. Lo siento, pero, ¿sabes lo que

debería hacer?

Levanta su aleta delantera de nuevo y le da una sacudida apresurada como lo

hizo antes.

—Exactamente —digo—, debería irme temprano y pasar unas horas

corrigiendo los errores kármicos. Recompensando a la gente, castigando a

algunas personas. Tal vez eso me haría sentir mejor. Quiero decir, seguramente,

toda la justicia que he repartido hasta ahora no ha terminado siendo complicada.

La mayoría de la gente se merece lo que tiene, ¿verdad?

En respuesta, Lennon se acerca más a mí y deja caer su cabeza en mi muslo.

Inhalo con fuerza y me quedo muy quieta. Mi corazón ya iba a estallar cuando

me saludó, ahora creo que podría haberlo hecho. Se siente como si una cálida y

pegajosa alegría estuviera inundando todo mi cuerpo.

—Bien, olvida la idea del dúo de actuación —murmuro—. Puedes ser mi

león marino de terapia. Te conseguiré una licencia, ¿está bien?

Empiezo a acariciar la parte superior de su cabeza otra vez y él rueda sobre

su lado, casi como si se estuviera acurrucando.

—Aw, hombre. Esto es lo mejor que me ha pasado —sacudo mi cabeza un

poco triste—. Realmente espero que esto no te estropee permanentemente la

vida en el océano.


—¿Así que te preocupa?

Doy un salto, la cabeza de Lennon en mi pierna me impide tambalearme.

La Dra. Jindal está de pie fuera del recinto de Lennon, mirando hacia donde

estamos, sus brazos están cruzados sobre su pecho.


El pánico me atraviesa, ¿Podría ser despedida por esto? ¿Despedían a los

voluntarios? —Lo siento —balbuceé—. Sé que se supone que no interactuamos

con ellos, pero… —¿Pero no pude evitarlo? ¿Pero está linda carita era

irresistible? pero él es casi como mi león marino, así que…

Las palabras murieron en mi lengua. No tenía ninguna excusa válida.

Probablemente debería levantarme. No solo por qué al sentarse parecía un

poco irrespetuoso o por qué permanecer inmóvil podría sugerir que no lo sentía

por haber roto las reglas, que se supone no lo estoy, aunque creo que debería

estarlo.

Además, me empieza a doler el trasero y hay humedad filtrándose a través de

mis jeans. Pero Lennon todavía tenía la cabeza en mi regazo, así que me quedé

sentada.

—Está todo bien, Prudence. —dice la Dra. Jindal—. No te delataré. Sé lo

fácil que es apegarse, especialmente a los que ayudas.

A pesar de su amabilidad, todavía me sentía castigada.

—Además, —continúa—. Con Lennon aquí, no habrá una diferencia.

Fruncí el ceño volviendo a acariciar la espalda de Lennon. Sentí sus músculos

relajarse bajo mi toque. —¿Qué quieres decir?

—¿No has leído sus gráficos?

—No. —respondí, mirando a la pared, aunque desde aquí no podía ver el

portapapeles que contenía la información médica de Lennon, desde cuánto pesa

hasta qué tipo de tratamiento está recibiendo. Los reportes eran algo pesados de

leer, así que después de los primeros días en El Centro, dejé de perseguirlos—.

¿Por qué?

La Dra. Jindal dejó una pila de correos que no había notado que llevaba.

Desenganchó el historial de Lennon de la pequeña clavija, luego abrió la puerta

y entró.


Lennon levanto la cabeza. Probablemente esperando por un snack.

—Tiene una infección en el ojo. —dijo la Dra. Jindal, agachada junto a

nosotros.

Mire sus ojos. Dulces, cómodos, e inteligentes ojos. Todavía un poco

vidriosos, aún algo nublados. Y ahora podía ver un toque amarillento pegajoso

en la esquina de su ojo.

—Está totalmente ciego de su ojo izquierdo. —dice la veterinaria—. Y la

infección se ha esparcido a su ojo derecho.

Mi corazón convulsionó. —¿Es doloroso?

—No en esta etapa. Pero no hay mucho que podamos hacer. Eventualmente

se quedará completamente ciego.

—Pero si está ciego, ¿Cómo va a cazar? ¿Cómo sobrevivirá?

Me dedica una mirada simpática. —No lo hará, no allá afuera.

La compresión se extendió a través de mí. Lennon nunca podría regresar al

océano.

Como si se hubiera aburrido de nuestra conversación, Lennon se levantó

sutilmente, se giró, y volvió a su manta.

Usando la pared para equilibrarme, me puse de pie. —¿Qué va pasar con él?

—Haremos lo mejor para cuidarlo y hacerlo sentir cómodo, como a cualquier

otro de nuestros pacientes. Y cuando el momento sea el adecuado, será enviado

a una nueva casa.

—Un zoológico.

—Tal vez... también hay acuarios y santuarios. Rosa tiene muy buenas

conexiones. Ella encontrará el mejor lugar para él. —Colocó una mano sobre

mi hombro—. Salvaste su vida. Solo que ahora será una vida diferente a la que

conocía de antes.

Asentí. —Gracias Dra. Jindal. Pero salvarlo fue más un esfuerzo grupal.

—Siempre lo son. —dijo, riéndose—. Y tú has estado aquí por un mes ya,

Prudence. Puedes llamarme Opal.


¿Realmente he estado aquí por un mes entero? Pasó muy rápido.

Ahora entendía por qué ella no estaba enojada conmigo. Si Lennon iba a un

zoológico, estaría rodeado de humanos todo el tiempo, de todo tipo, desde

cuidadores del zoológico hasta niños revoltosos. Cuanto más aclimatado pueda

adaptarse a la presencia de los humanos, mejor.

—No te preocupes por él. —agregó—. Puedo decirte que él es un luchador.

—me dirigió una mirada y tuve la sensación de que ella sentía lo mismo por

cada animal que venía aquí, sin importar lo mal que estuvieran—. Y todo tiene

un lado positivo.

—Está bien para mí, puedo ir a visitarlo. —dije.

Ella se detuvo y después sonrió. —Claro que sí. Entonces ahora son dos lados

positivos. —Salió por la puerta.

Camine detrás de ella, confundida. —¿Cuál es el otro?

—Lennon no es el único animal que tenemos que no puede ser liberado. Se

lo presentaremos a Luna esta noche. Si se llevan bien, esperamos poder

encontrar un hogar permanente que los acoja a los dos.

Me alegré, inmediatamente aliviada al pensar que Lennon tendría un amigo

cuando dejara El Centro. —¿Por qué no se llevarían bien?

Se encogió de hombros. —Como con los humanos, algunos animales

pueden… tratarse entre ellos de la manera incorrecta. Pero también pueden

aprender uno del otro, con el tiempo. Si las chispas no saltan, seguiremos

intentando. Tendremos que ver qué pasa.

Cerré la puerta y Lennon levantó la mirada brevemente antes de voltearse de

lado. —Descansa, amiguito. —le susurré—. Parece que conseguiste una cita

ardiente esta noche.

Opal río. —Ustedes los voluntarios y sus emparejamientos.

—No me digas que no has pensado en eso. Lennon y Luna… suena algo

lindo.

—Confieso que, cuando me dijeron el nombre que le pusiste, esa fue la

primera cosa que pensé. —sonrío y recogió una pila de facturas y catálogos—.

Están preparando una piscina que esperamos y compartan pronto. Sé que no es

tu turno, pero si quieres, puedes quedarte y ver la reunión.


—No me la perderé.

Con un asentamiento, la Dra. Jindal, Opal, se dirigió hacia las escaleras. Me

volví al recinto y miré a Lennon unos minutos más. Quiero creer que parece

contento, incluso en este cubículo diminuto, que no es nada comparado con la

piscina que le será dada dónde sea que termine. Sé que nunca será tan abierto

como el océano. Pero tengo que creer que él estará bien.

Espero que Rosa encuentre un lugar que no esté muy lejos, así podría irlo a

visitar de vez en cuando, me preguntó sí, cuando lo haga, él me recordará.

—Yo siempre te recordaré. —susurré.

Su aleta trasera se disparó unas cuantas veces, espero que esté teniendo un

buen sueño. Estoy a punto de dar la vuelta cuando un pedazo de papel amarillo

captó mí atención. Estiré la cabeza. Un sobre había caído al lado de un bolígrafo.

Abrí la puerta tan silenciosamente como pude para no molestar a Lennon y

tomar el sobre. Se debió de haber caído de la pila de correos que Opal se llevó.

Le di la vuelta.

La carta no era enviada para nosotros. Más bien, El Centro es la dirección de

retorno. La carta se supone que estaba dirigida a…

Mi corazón subió hasta mi garganta.

Grace Livingston.

612 Carousel Blvd.

La dirección, por otro lado, había sido tachada con una fina línea de marcador

rojo. Junto a eso, alguien del servicio postal selló la carta: FALLECIDA:

REGRESAR AL REMITENTE.

Livingston. ¿Grace Livingston podría ser la abuela de maya? Pero si es así,

¿Qué conexión tenía ella con el centro?

Abro el sobre antes de percatarme de lo que estoy haciendo. Dentro hay una

carta blanca con una impresión de acuarela de una tortuga marina en el frente y

palabras en una escritura floreciente: Gracias.

Abrí la tarjeta y reconocí la escritura de Rosa, que he visto en muchos

programas semanales.


. .

Se me ha ocurrido que, en todos los años en los que ha sido una partidaria

dedicada a nuestro Centro, nunca he mostrado mi gratitud personalmente.

Hemos recibido su más reciente donación, y quiero decirle cómo sus

contribuciones mensuales han tenido un impacto enorme para el rescate y el

cuidado de nuestros pacientes.

Según tu nota reciente, me entristece mucho escuchar sobre el declive de tu

salud, así como estoy increíblemente honrada de incluir nuestro Centro en su

voluntad. Le prometo que usted y su generosidad, no serán olvidadas. Y que

nosotros como Centro de Rescate de Animales Marinos de Fortuna Beach

haremos lo mejor para honrar su legado siendo cuidadosos administradores de

tal regalo.

, …

Atentamente

Rosa Erickson.

Leí la carta tres veces. Reciente donación. Contribución mensual. Honrar su

legado.

Fallecida.

Puse la carta en su envoltorio, confundida. Aunque no puedo saberlo con

seguridad, no tengo dudas de que Grace Livingston es o fue, la abuela de Maya.

Y el hecho de que ella donará al centro cada mes…

Es mucha coincidencia.

Es una señal.

Una señal del universo.

De repente, sé que es lo correcto.


Ese dinero que fue donado a la limpieza, no pertenece al Centro. Necesita

volver al corredor regresar con Maya, su legítimo dueño.

Y está bien, y es justo, por qué el legado de Grace Livingston viviría. Sus

generosas contribuciones al Centro, continuarían.

Se lo que tenía que hacer.

Primero verifiqué que Rosa y Shauna estuvieran en la yarda. Esperé hasta

que el último de los voluntarios hubiese terminado con su almuerzo y bajé las

escaleras.

Incluso aunque sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque el universo me

respaldaba, mi corazón latía de prisa mientras abría la puerta a la oficina de

Shauna.

El frasco de vidrio estaba en la esquina de su escritorio, todavía lleno de

billetes verdes y cambio. Mis manos estaban sudorosas mientras cerraba la

puerta, dejándola solo un poco abierta para escuchar si alguien venía.

Bien. Hagamos esto rápido.

Me deslice sobre el escritorio y destape el frasco. Busqué dentro y tomé un

puñado de dinero. Lo dejé sobre el escritorio y comencé a clasificar las facturas,

pero era lento. Más lento de lo que pensé que sería. Las personas no tiran

donaciones dentro de estos frascos de donaciones. No. Ellos los doblan y los

enrollan, como pequeñas barajitas de origami. Tengo que desdoblar y apilar

cada uno, colocándolos uno encima del otro.

A primera vista, la cantidad en el frasco parecía extremadamente

prometedora, pero cuánto más dinero sacaba, más escéptica me volvía. Son casi


en su totalidad billetes de un dólar. Algunos de cinco. Un puñado de veinte.

Pero en su mayoría de uno.

Probablemente la beachcomber hubiera dejado caer la donación de una sola

vez, pero no hay una pila de cincuenta o de cien. Seguí buscando. Seguí

estirando. Seguí clasificándolos todos.

Sudor cayó de la parte trasera de mí cuello. La ansiedad se clavó en mi

garganta. Cada vez que los animales comenzaban a chillar en el patio, hacía que

mi corazón latiera con fuerza.

No soy culpable. No estoy haciendo nada malo. No estoy robando. Solo le

estoy regresando el pendiente a Maya, sin herir a nadie. Y esto no hería al

Centro, me dije a mi misma. Nadie sabría que algo de esto se había ido, y los

que no sabían no podían ser herirlos.

O al menos, eso fue lo que continúe diciéndome. Todo el tiempo prometiendo

silenciosamente en trabajar más duro en la siguiente recaudación de fondos para

compensarlo.

Escuche pisadas fuertes y desiguales. Alguien estaba entrando a la sala de

descanso.

Me congelé.

Escuché quién quiera que fuera, sacaba algo del refrigerador.

El agua corrió por el fregadero.

Más pisadas. Alguien más venía.

—Ah, Hola. ¡Volviste!

Mi respiración se atascó. Quint.

—Si. Finalmente. —dijo una voz femenina—. Todavía estoy cargando esto,

sin embargo.

Sonó un ruido sordo.

—Me gusta que hayas optado por el rosa brillante. Valiente elección.

Me atrevo a estirar la cabeza, asomándome por el hueco de la puerta. No

podía ver a Quint, pero vislumbré a la chica. Era Morgan, luciendo un yeso

color rosa fluorescente cubierta de garabatos y palabras. Estaba con muletas


apoyada contra el mostrador mientras bebía sorbos de agua de una botella de

aluminio.

Ella miro hacia mí.

Me eché hacia atrás. Trate de no respirar, pero la presión de mis respiraciones

no exhaladas se estaban acumulado dentro de mi pecho. Trate de soltar mi

respiración lentamente, silenciosamente, pero sólo pareció empeorarlo.

—Siento que te hayas perdido mucho— dijo Quint—. Ha sido emocionante

esto por aquí últimamente.

—Sí, escuché que hay una chica nueva que ha estado sacudiendo las cosas.

—Prudence. Si. Ella es… —Se detuvo. Me esforcé por escuchar lo que iba a

decir, pero sea lo que sea que estaba pensando, pareció cambiar de opinión—.

En realidad la conociste. Cuando fuimos a ese lugar, ¿A el karaoke? Ella es la

que se resbaló y se golpeó la cabeza.

—Oh. Cierto. ¿Lo está haciendo bien?

—Eso creo. Sí.

—Genial. Esa fue una semana rara. Oh, eso me recuerda… ¿la petición en la

que estaba trabajando esa noche? Ya sabes, para cerrar esa supuesta granja.

Parece que estamos teniendo un progreso. El USDA dijo que iba a investigarlo.

—Lindo, —dijo Quint—. ¿Felicitaciones?

—Nada ha cambiado aún, pero sí, gracias. Cómo sea. Supongo que estoy de

Guardia hasta que me quiten esto. Aun así, es bueno estar de regreso. Extrañe a

estos pequeños amiguitos de por aquí.

—Ellos también te extrañaron.

Mas pisadas mientras ella y sus muletas se dirigían hacia las escaleras.

Escuché hasta que Quint se fue, también, antes de soltar mi respiración y

succionar uno nuevo con la misma rapidez. Uf. Esos fueron los dos minutos más

largos de mi vida.

Regresé mi atención a los frascos de dinero que había sacado. Todavía había

mucho cambio en el frasco, pero lo ignore. La beachcomber no nos dio mil

doscientos dólares en cambio.

Pero esto no parecía suficiente.


Los conté, empezando por el solitario billete de cincuenta, después

trabajando con los de veinte. Los de diez. Los de cinco.

Sabía que algo estaba mal, cuando empecé con los de uno.

Esto no va a sumar ni cerca de mil doscientos dólares.

Tomé el frasco de los de uno, pero no me molesté. Son cincuenta dólares

cuánto mucho.

¿Qué demonios? ¿Esa mujer me había mentido? ¿Acaba de decir que le dio

dinero al Centro para que no se molestara en devolverlo a la casa de empeño?

Pero ella parecía tan dulce. Tan genuina.

No tenía sentido.

Y honestamente, incluso con la ganancia inesperada de mil doscientos

dólares que creía que estaba aquí, ¿No debería haber más que esto? Tenían que

haber cientos de personas que ponían dinero en estos tarros.

Pero tal vez estaba calculando mal. O tal vez había pensado ingenuamente

que la mayoría de la gente entregaría billetes de cinco, diez o incluso veinte

ocasionalmente, cuando en realidad solo dejaban el cambio del fondo de sus

bolsillos.

Alguien tocó la puerta.

Jadee y miré hacia arriba cuando la puerta se abría agonizantemente lento.

Quint estaba allí, con la mano todavía levantada.

Me miró y aparto la mano de mi cara que ya estaba roja a la pila de billetes

de un dólar en mis manos y al tarro de donaciones vacío.


—¿Prudence? —dijo, con sus cejas fruncidas—. ¿Qué estás haciendo?

—¡Lo siento! —grite, incluso aunque no estuviese haciendo nada malo.

Incluso si no había tomado nada. No tenía absolutamente nada que lamentar.

Empecé a regresar el dinero al frasco.

—¡Solo me moría por saber lo que conseguimos! —me reí y sabía lo nerviosa

que sonaba. Lo incrimínante que parecía. Mis manos temblaban—. El suspenso

estaba matándome.

Él sonrió, con un poco de incertidumbre. —Si. Correcto. Le pregunté a

Shauna más temprano y ella dijo que no lo había contado. Qué nos diría mañana.

—¡Bah, mañana! Así es como los años pasan —Estaba mintiendo demasiado.

Trate de calmarme mientras giraba la tapa del frasco.

—Lo sé. ¿Entonces?

Lo imite —¿Entonces?

Sus cejas se levantaron e hizo un gesto hacía el frasco. —¿Cómo lo hicimos?

—Oh. Uh… —me encogí de hombros impotentemente—. Acabo de

ordenarlos. No he tenido tiempo de contarlos aún.

—Oh. —El aún lucía escéptico, incluso cuando asintió—. Entonces supongo

que los dos nos sorprenderemos ¿Verdad? —Un momento de silencio incómodo

pasó entre nosotros, antes de que la cara de Quint comenzara a aclararse—.

Independientemente de cuánto sea, sé que todos están felices por como resultó

la limpieza. Mi mamá dijo que incluso ha recibido llamadas de personas para

más voluntarios.

—¿En serio? Eso es increíble.

—Si. —Juntó sus labios y puedo decir que iba a decir algo, pero seguía muy

asustada para adivinar lo que era. Demasiado asustada de que el me fuese a

acusar de robo. Lo cual… no hice. Lo cual… no era verdad.


¿O si lo era?

No. No. No soy una ladrona. Los ladrones son malas personas. Yo no soy una

mala persona.

Aclare mi garganta e irrumpí lo que sea que él iba a decir. —¿Qué estás

haciendo aquí? —Luego, al darme cuenta de que era una pregunta que sonaba

culpable, la modifiqué—. Creí que no estabas en el calendario de hoy.

—No lo estoy. —Se apoyó contra la esquina de la puerta—. ¿Alguien te ha

dicho? ¿Sobre Lennon?

—Oh. Si. La ceguera.

El asintió y pude adivinar que estaba esperando para ver cómo me sentía. Ver

si estaba devastada por esa noticia. Pero cuando no me rompí en sollozos, él

continuo. —Ellos van a intentar presentárselo a Luna.

—¡Eso! Claro. Por su puesto, viniste para eso.

Se rio y su mirada ya no era acusatoria, por lo que mi pulso estaba volviendo

gradualmente a la normalidad —. En realidad eso es por lo que estaba

buscándote. Se están preparando para mover a Lennon.

— ¡Oh genial! ¡Vamos!

Empecé a pasar junto a él, ansiosa de salir de esta oficina. Pero solo pude

avanzar dos pasos cuando Quint atrapó mi brazo.

—Oye. ¿Puedo preguntarte algo?

Mire hacia atrás, el miedo invadiéndome. —Seguro. Por su puesto.

—Como mmm… —su mano cayó y la dejó a su lado por un segundo. Luego

se rascó la parte de atrás del cuello. —Después de que Shauna cuente las

donaciones, ¿Cómo te gustaría que te lo hagamos saber? ¿Puedo llamarte… o

enviarte un mensaje? ¿O un correo?

Lo miré. —Um. Mañana es martes. Quiero decir… estaré por aquí. ¿No

puedes solo… decirme?

—Cierto. Excepto que conté y hoy es tu décimo sexto día de voluntariado.

Lo que, de acuerdo con el acuerdo original, significa que hoy es tu último día.


Me paralice, sobresaltada. Mi boca formó una sorprendida O, pero ningún

sonido salió.

Libertad. Creo. Podía tener el resto del verano para hacer lo que sea que

quisiera.

¿Por qué no siento alegría alguna ante ese pensamiento?

—Y, en caso de que no estés segura, definitivamente seguiré ayudando con

la revisión del reporte para el señor Chaves. Aguantaste hasta el final de tu

acuerdo, así que voy a…

—No me voy a ir.

Quint se quedó quieto. — ¿No?

—Quiero quedarme. Porque Lennon me necesita. —Lance un besito vago

hacía abajo, al primer piso—. Y sigo teniendo tantas ideas de cosas que

podemos hacer para recaudar más dinero y conciencia. A penas estamos

comenzando, ¿No?

Su vacilación se convirtió en una sonrisa. —Si. Lo estamos. Solo que no

sabía… no estaba seguro de cómo te sentías.

—Bueno. Así es como me siento. —Lo golpee en el hombro de una manera

que se podría considerar coqueta—. Vamos Quint. Me conoces. Sabes que no

puedo dejar un trabajo a la mitad.

Sus perfectos dientes brillaron en una perfecta sonrisa. —Estaba contando

con eso.


Contuve la respiración.

Además de mí, sentí que Quint podría estar haciéndolo también.

Rosa abrió la puerta de la jaula de Luna.

Luna, siempre tan curiosa y energética, no perdió tiempo en escabullirse por

la puerta. Pero se detuvo cuando vio a Lennon tumbado en el sol de la tarde

junto a la pequeña piscina en el suelo. La piscina que ahora sería para compartir

entre ambos, asumiendo que se llevarán bien.

No puedo creer lo nerviosa que estoy. Esto es importante. Quería que ellos

fueran amigos. Mejores amigos. Incluso hay una pequeña partecita de mí que

espera que sean algo más. Por qué si iban a ser enviados a un zoológico para

que vivan el resto de sus días rodeado con paredes de cristal y cuidadores de

zoológico, ¿No sería encantador estar atrapado ahí con tu alma gemela?

Luna se empujó hacia arriba sobre sus aletas delanteras y se balanceo

vacilante hacía la dirección de Lennon. De repente el rostro de Lennon se

levantó y miró hacia dónde estaba ella. Me preguntaba que tan bien podían ver.

No crea que estuviera completamente ciego aún. Pero ya era claro que estaba

empezando a confiar en sus otros sentidos. Él se giró y se levantó sobre sus

aletas también.

Se quedan mirando, uno frente al otro, cada uno en un extremo de la piscina.

Después luna dejo escapar un feliz sonido y se empujó hacia adelante,

deslizándose en el agua. Ella hace algunos rollos de barril antes de trepar junto

a Lennon.

Presioné las manos contra mí boca, esperando ver su reacción. El inclino la

cabeza hacia un lado. Parecía confundido, tal vez molesto por tener a este

extraño invadiendo su santuario.

Pero luego, levantó una aleta y la sacudió, como había hecho antes conmigo

para saludarme.

Luego hizo un movimiento de barriga justo encima de Luna.

Deje salir una risa y tome el brazo de Quint. Su otra mano aterrizó sobre la

mía y la apretó. Nos miramos a los ojos, compartiendo mutuas sonrisas tontas.


La reunión se disolvió rápidamente en algunas travesuras cuándo Luna y

Lennon comenzaron a perseguirse por la terraza de la piscina, sumergiéndose

dentro y fuera del agua. Hubo momentos en los que se miraban agresivamente,

pero no duraba mucho. Ellos estaban jugando. Probando los límites del otro.

Conociéndose.

Si bien pueden ser o no almas gemelas pinnípedas, parecían haberse hecho

amigos rápidamente. Me marchite del alivio sabiendo que Lennon estaría bien.

Todo parecía destinado a ser.

—Muy bien —dijo Rosa, aplaudiendo—. Tomaré esto como un éxito. Ahora

dejemos que se conozcan, ¿De acuerdo?

Los voluntarios se dispersaron, pero Quint y yo nos quedamos atrás.

Quint comenzó a alejarse y solo entonces me di cuenta de que su mano seguía

entrelazada con la mía. Y entonces, la quitó.

Jale mi mano también por qué… bueno si no sería raro. No importa cuánto

deseara no hacerlo.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Si. —dije—. Creo que fue la cosa más hermosa que jamás haya visto.

—¿Incluso mejor que la cuenta de lanzamiento?

—¿Soy una mala persona si digo que sí?

—¡Shauna! ¿Qué estás usando?

Quint y yo dirigimos nuestra atención hacia la siguiente piscina. El arrebato

de Morgan estaba tan lleno de consternación que me esperaba ver a Shauna con

un leotardo de brillantes y medias de rejillas. Pero no, ella estaba vestida como

muchos de nosotros, con su camiseta amarilla y su jean azul descoloridos.

¡Ah! y botas de vaquero.

A juzgar por la mirada de Morgan, fueron las botas las que causaron esa

reacción. Shauna estaba hablando mientras arrojaba un cubo de pescado a una

piscina, lo que ocasionó un coro de ladridos de focas felices. —No empieces

con tus tonterías, Morgan.


Horrorizada, Morgan abrió los brazos, balanceándose con sus muletas debajo

de cada brazo.

—Parecen reales, dime qué no son reales. —Avanzo cojeando un par de

pasos, aunque ella y Shauna estaban separadas por una valla de tela metálica.

—Te diré que lo que me coloque en mis pies no es de tu incumbencia.

Shauna tomo el balde vacío con una mano y la otra la apoyo en su cadera.

—Sé que tienes una opinión fuerte sobre estas cosas, Morgan, pero necesitas

aprender a respetar las elecciones de otras personas también. Estas botas fueron

un placer para mí y resulta que me gustan.

—¡Trabajas en un Centro de Rescates de Animales! —Morgan columpio una

muleta alrededor indicando el patio de vida salvaje. Su voz se ahora se había

elevado, llamando la atención de otros voluntarios. Tuve la sensación de que

debíamos alejarnos del drama, pero lo encontré imposible. Entonces Morgan

señaló donde estaban las focas con la punta de su muleta—. ¿Te pondrías a uno

de ellos? ¿Qué tal un bonito abrigo de piel de foca? ¿Si te gustaría?

Shauna hizo un sonido lleno de disgusto, se podría decir que ella pensaba que

aquello no valía la pena y no tenía ganas en responder ante ese comentario. Pero

para mí, la conversación comenzaba a tener sentido. Mire hacía las botas de

nuevo.

Eran de piel de serpiente. Probablemente tampoco eran baratas.

Shauna le dio la espalda a Morgan y comenzó a dirigirse al edificio.

—¡No amas a los animales! —Morgan grito detrás de ella—. ¡Ellos merecen

vivir! ¡Tú no puedes escoger o elegir quien vive y quien muere!

En la puerta Shauna se dio la vuelta, sus mejillas estaban arrugadas y teñidas

de rojo. —Son vintage —dijo—. Las compré con la consignación de Tony. —

Conto con los dedos—. Esto es reciclar, apoyar una empresa local y asegurarse

de que el sacrificio de estos animales tiene un propósito, a diferencia de los que

terminaron en un vertedero.

—No, eso es contribuir a una cultura que valora más la moda y la vanidad

que la santidad de la vida.


Shauna levanto sus brazos al aire. —Sabes, ustedes los jóvenes tienen

opiniones poderosas, pero cuando llegues a mi edad, habrás aprendido una cosa

o dos sobre no juzgar tan rápido a otras personas. —Ella dejó escapar un suspiro

de frustración—. ¡De vuelta al trabajo gente!

Luego marcho hacía el edificio. La puerta mosquitera se cerró de golpe tras

ella.

—Hipócrita. —Murmuro Morgan, despectivamente. Arrebató un

portapapeles de una mesa cercana y aunque no pude ver qué estaba intentando

hacer, pude escuchar la dureza del bolígrafo garabateando sobre el papel, como

si el papel le hubiese hecho algo para que estuviera así de enfadada. Me

sorprende que no le hiciera un agujero.

Después de unos segundos sin levantar la mirada, Morgan agitó una mano al

aire. —Ya la oyeron. ¡De vuelta a trabajar!

Quint y yo nos miramos, nuestros hombros se tensaron. Después de unos

segundos, él pareció componerse otra vez. Caminó penosamente hacia Morgan,

como si se acercará a un animal salvaje.

Ahora podía ver lo que había hecho con más claridad. Los garabatos son en

su mayoría bocetos de animales de granja intercalados con consignas veganas

en letras mayúsculas. Cosas como: SON AMIGOS NO COMIDA. Y HAS

AMOR, NO SALCHICHAS.

Aunque apenas conocía a Morgan, de alguna manera no me sorprendió que

haya convertido la hoja en un letrero de protesta andante.

—Siempre sabes cómo hacer una entrada —dijo Quint. Ella frunció el ceño

y después su mirada cayó a sus zapatos.

Y después a los míos.

Tragué.

¿Mis zapatillas tenían cuero? Tal vez. Honestamente nunca había pensado en

eso antes. Pero la última cosa que quería en este momento era convertirme en

el objetivo de ira de Morgan.

Pero o pasé la inspección o ella no supo distinguirlo o simplemente no creyó

que valiera la pena iniciar otra discusión. Morgan agitó una mano en dirección

a dónde se había ido Shauna.


—Odie ese argumento. Oh, es vintage, eso lo hace correcto. Pura mierda.

Quint asintió, pero no estaba segura de sí estaba de acuerdo, o si solo era una

táctica para tratar de calmarla.

Creo que probablemente debería seguirle el juego también, pero… no pude.

—Sin embargo, Shauna tenía algo de razón. —dije, acercándome

sigilosamente al lado de Quint. Él me disparó una mirada de advertencia, pero

lo ignore—. ¿Preferirías que los tiraran a la basura?

—¡Sí! —dijo Morgan, con fuerza. Parpadee de sorpresa—. Porque mientras

las personas los compren y los usen, la industria de moda creerá que hay un

mercado para eso, por qué ¡hay un mercado para eso! Lo que significa que

continuarán haciéndolos. Seguirán matando animales inocentes, seguirán

criándolos en esas horribles e inhumanas condiciones, y ¿Para qué? ¿Un par de

zapatos? Cuando tenemos infinidad de materiales con los que podríamos hacer

botas sin necesidad de eso. Es desagradable. Quiero decir ¿Tú las usarías?

Hice una mueca. —En realidad no me gusta mucho la piel de serpiente.

Morgan puso los ojos en blanco. —Oh, que amable de tu parte.

—Mira —dijo Quint—. No sé quién está mal o quién está bien aquí, pero…

las personas tienen diferentes opiniones…tú sabes, principios y esas cosas.

Shauna ha trabajado aquí por años. Ella ha ayudado a salvar a muchos animales.

Quizás todo se equilibre.

—Lindo intento —dijo Morgan—. Pero la verdad es que si las serpientes

fueran tan adorables como estos chicos —Hizo un gesto hacía Lennon y Luna—

. Estaríamos teniendo una conversación diferente. Pero como sea. Está bien. Tú

sigue comiendo tus tacos de cerdo y usando zapatos de cuero. —Ella me miró

por un segundo y por un momento me sentí tan grande como un insecto—.

Porque eres voluntaria en el Centro de Rescates Animal, así que eso lo

compensa, ¿Cierto? —Arrojó el portapapeles a la mesa y se fue como una

tormenta, tan rápido como pudo, al menos porque cojeaba por sus muletas y su

yeso color rosa brillante en su pierna.

Una vez que se fue, Quint dejó escapar un silbido bajo. —Lo siento por eso,

pensarías que es más fácil cambiar la mentalidad de las personas si eres más

amable, pero… —Se encogió de hombros.


Apenas escuché. —Raro, ¿No? —murmuré, más para mí que para Quint—.

¿Que algo así como un par de botas, pueda causar una reacción tan

completamente diferente en las personas? Para Shauna es reciclar y apoyar a los

pequeños negocios. Para Morgan es crueldad animal.

Quint asintió. —El mundo es complicado.

Me di cuenta de que pasa lo mismo con la valla publicitaria. Lo que vi fue un

crimen imperdonable, pero Morgan vio algo completamente diferente. Para ella,

estaba tratando de dar voz a las indefensas vacas de este mundo que

probablemente no querían convertirse en una hamburguesa con queso.

Pero el universo la castigo. El universo se puso de mi lado.

Quería que eso significara algo, excepto que el universo también le había

robado el arete a Maya, y ahora estoy completamente segura de que fue una

mala decisión.

Le fruncí el ceño al cielo. A la nada. A todo. ¿Qué estaba pensando el

universo? ¿Cuál es su propósito aquí?

Y una pregunta que probablemente debí haberme hecho todo el tiempo…

¿Por qué me involucra?

—Oye —dijo Quint tocando mi codo—. No dejes que ella te afecte. Ella solo

es muy apasionada en estas cosas. Pero todos hacemos lo mejor que podemos,

¿Cierto?

Lo miré, no convencida de que eso fuese cierto. Por qué si todos estábamos

haciendo lo mejor que podíamos, entonces no habría necesidad de justicia

karmica.


—Lo que lleva a las donaciones totales a…—Shauna tarareo mientras

marcaba algunos números en la calculadora. El dinero de los frascos de

donación estaba esparcido por la mesa en el cuarto de descanso. Montones de

billetes y bóvedas de un banco entero por valor de cinco y diez centavos.

Quería que el número que estaba a punto de salir de su boca fuese

espectacular. Alucinante. Quería que todos jadearan y se animaran chocando

los cinco.

Pero sabía cuál sería el número. O al menos, tenía una idea de cuál era.

Mi mandíbula estaba apretada mientras me preparaba para lucir sorprendida.

Todos estábamos en la sala del staff, Rosa, Morgan, Shauna, yo, un montón

de voluntarios y… Quint. Incluso aunque se suponía que este era su día libre.

Su segundo día libre de la semana, el segundo día en el que aun así apareció.

Me seguía diciendo a mí misma que no hiciera suposiciones. El vino ayer para

ver a Luna y a Lennon conocerse por primera vez y hoy estaba aquí por qué

tenía curiosidad de saber cómo nos fue con la recaudación. Todos teníamos

curiosidad.

No es que esté aquí para verme.

Rosa golpeteo sus manos contra la mesa, fingiendo unos tambores. Quint y

algunos otros se unieron.

—¡Trescientos sesenta y cuatro dólares con dieciocho centavos!

Hubo un momento de quietud en la habitación y sé que es ese espacio entre

altas expectativas y una decepcionante realidad. Ese momento en que las

expresiones se consternaron antes de tratar de cubrirlo rápidamente.

Mire hacía Quint. El frunció el ceño hacía la pila de dinero y sabía que se

sentía de la misma manera. Debería ser más. ¿No había más? El llamó mi

atención, las comisuras de sus labios arrugadas con su ceño fruncido. Devolví

la mirada.


No sabe ni la mitad. No solo debería haber más. Debería haber mucho más.

Quería ir a buscar a esa beachcomber y exigir una explicación. ¿Por qué

mentiría sobre haber vendido el arete y donar el dinero a nuestra causa?

Mi atención se desplazó hacía Rosa. Está sonriéndome, pero hay una disculpa

detrás de ello, como si se sintiera mal por mí. Mi estómago se retorció.

—No es terrible. —dijo—. Está a la par de como en las recaudaciones

pasadas nos ha ido. Un poco mejor que algunas de ellas en realidad.

Me forcé a sonreír. Sé que estoy haciendo un pésimo trabajo ocultando mi

decepción a pesar de que todos miran.

—Por lo menos es más dinero del que conseguimos la semana pasada. —dije.

—Eso es cierto. —Concordó Rosa. —Lo es.

Pero todos estábamos sonriendo a través de nuestra frustración.

Especialmente Quint y yo, que pusimos horas y horas en el evento. Lo

intentamos con mucho esfuerzo.

—Pero recuerden —dijo Rosa—. El propósito de la limpieza no era conseguir

dinero. Es mucho más importante que completáramos once bolsas de basura

que, de otra manera hubieran ido directamente a nuestros océanos.

Asentí. —Además, una de nuestras grandes prioridades en este momento, es

concientizar a la gente, y para muchas personas, está fue la primera vez que

escucharon de nosotros. Y me gusta pensar que dimos una muy buena primera

impresión.

—Absolutamente— dijo Rosa—. Todos deberíamos estar orgullosos por lo

que logramos esta semana.

Algunos voluntarios comenzaron a aplaudir y es una lucha para mí tragarme

mi amarga decepción y creer mis propias palabras. Seguía sintiendo que fallé.

Trescientos sesenta y cuatro dólares. Ni siquiera sé si es suficiente para comprar

el pescado del día.

Pero lamentarlo, no arreglará nada.


—En ese orden. —tomé una gran respiración y junté mis manos—. La

limpieza de la playa y algunas de las actividades de divulgación que

comenzamos a hacer, como el sitio web y las páginas en redes sociales que

Quint ha estado construyendo. —Hice un gesto hacía Quint y el respondió con

una elaborada inclinación—. Son todo parte de la base en la que vamos a

construir una organización próspera sin fines de lucro.

Entonces, bien. Un evento no salvó a El Centro, pero sabíamos que no lo

haría.

No he terminado aún.

—Además, ya he comenzado a planear nuestra siguiente gran recaudación.

—Continúe. —Y sé que será un gran éxito.

Pude sentir que Quint me miraba, y sentí una punzada de culpa.

Probablemente debí hablar con el sobre esto antes de decirle a todo el personal.

Rosa comenzó a juntar el dinero, atando ligas alrededor de los de dólar para

mantenerlos organizados. —Aprecio tu entusiasmo Prudence, pero ¿Tal vez

sería mejor celebrar un logro antes de pasar a otro? Ya sabes, aún tenemos

mucho trabajo que hacer por aquí.

—No. —dije fervientemente. Entonces dude—. Quiero decir, si, por

supuesto, cuidar de los animales es la prioridad. Siempre. Pero ahora tenemos a

personas hablando de nosotros, no podemos perder esta oportunidad. Hay que

golpear mientras la pelota aún está volando. Ya tengo la idea perfecta.

Rosa suspiro y pude verla preparada para pulsar el botón de pausa en lo que

estaba a punto de decir, así que me apresure, sonriendo con entusiasmo, mis

manos en el aire mientras miraba alrededor de los otros voluntarios. —¡Vamos

a organizar una recaudación con una gala de fin de verano!

Hubo algunas cejas levantadas, algunos ceños fruncidos con confusión y

muchas sonrisas curiosas.

A mí lado, Quint murmuró, —¿Gala? Pensé que habíamos decidido no

hacerlo.

Lo miré. —Cambie de opinión.

Una ceja se levantó y eso lo confirmaba. Definitivamente debí haber

discutido esto con el primero. Pero… ya era tarde.


La idea vino a mí después de la limpieza de la playa y he pasado las últimas

noches haciendo planes, desearía tener un informe fantástico o una tabla de

presentación que pudiese utilizar para transmitir todas mis ideas, pero por ahora,

tendré que hacer que todos estén a bordo a través de mi exuberante persuasión.

—Encontraremos un lugar agradable que nos reciba, con música en vivo y

una hora de cóctel elegante, seguida de una cena de tres platos…La mejor parte

es que la oportunidad de conseguir dinero es infinita. ¡Podemos hacer un sorteo

o una subasta silenciosa o ambas! Y vendremos entradas para el evento, además

he estado leyendo sobre esta táctica de recaudación de fondos llamada “carrera

de postre” que sé que será éxito, y…

—Está bien, está bien. —dijo Rosa, levantando las manos—. Todo eso suena

genial, por supuesto. Pero también suena costoso. Tal vez es algo que podamos

considerar para el siguiente año, cuando las cosas no estén tan apretadas.

—No, no, podemos hacerlo. Esa es la cuestión, si hacemos esto bien, apenas

tendremos que pagar un centavo. Conseguiré donaciones de empresas locales

para los artículos de la subasta y patrocinio de empresas y líderes comunitarios.

Puedo hacer que funcione.

Veo a Rosa dudándolo, su rostro arrugado por la vacilación.

—Confía en mí. —dije con más fuerza ahora—. Haré que funcione. —No

había planeado esto exactamente. Esperaba que el dinero de la limpieza de la

playa permitiera, al menos, un pequeño presupuesto para poner en marcha la

gala. Pero estoy demasiado comprometida para dejar que algo tan pequeño

como el dinero me detenga. Encontraré la manera.

Rosa suspira, su mirada se detuvo en los montones de dinero sobre la mesa.

—Está bien. —dijo. —¿Sabes qué? La limpieza fue tu idea así que. ¿Quieres

organizar una elegante gala? Aquí está tu presupuesto. —Empujó las pilas hacía

mí. Algunas de las monedas se volcaron y se abrieron sobre la mesa en abanico

con un mágico clic.

—¿Estás segura? —pregunte—. Digo, esto le pertenece al Centro ahora. ¿No

lo necesitan para comida o equipo?

—Honestamente, no iría muy lejos. —dijo Rosa, con una brillante sonrisa—

. Si crees que puedes tomar este dinero y convertirlo en un manojo más grande,

entonces mereces una oportunidad para intentarlo. —Se encogió de hombros—

. Y una gala si suena divertido.


Mi corazón se iluminó. La determinación brotó dentro de mí mientras

extendía la mano para tomar el dinero. Es apenas suficiente para organizar una

fiesta elegante, pero es mejor que empezar con nada.

Sabía que podía convertir estos trescientos sesenta y cuatro dólares en mucho

más. Ahora hay que probarlo.

El personal se dispersó, a sus diversas tareas del día. Estoy preparando

comida nuevamente y Quint se ofreció a ayudar, a pesar de que prácticamente

tenía el día libre. Estuve más que feliz de aceptar. Bajamos las escaleras y estoy

rebosante de entusiasmo, de ideas y potencial.

—Así que. ¿Una gala, huh?

Me encogí y miré a Quint por encima del hombro. —Debí mencionártelo a ti

primero, es solo que…

Agitó una mano. —Oye, si tú crees que puedes hacer que funcione, entonces

estoy dentro. —Dudó antes de agregar, —¿Puedes hacer que funcione?

Hice una mueca. —¿Eso creo?

Ríe —Bueno, entonces. ¿Qué vas a hacer esta noche?

Tropecé y casi caigo en picada al piso. Apenas y alcancé el barandal.

—¡Whua! —dijo Quint, tomando mi codo para estabilizarme, un segundo

después. —¿Estás bien?

—Sip— Aparté el cabello de mi cara—. Solo… por alguna razón estoy

extrañamente torpe este verano.

—Por lo menos no obtuviste una contusión esta vez.

—Afortunadamente. No estoy segura de sí mi cabeza puede manejar otro

gran golpe.

Él sonrió y dejo ir mi codo. —Entonces… ¿Esta noche?

—¡Esta noche! Um. ¿Esta noche? Oh, tengo planes en realidad. Ari y yo nos

encontraremos en Encanto. Y tal vez Jude, si no tiene que trabajar. Pero Ari

realmente disfrutó esa noche de karaoke y pensé en darle otra oportunidad. Creo

que ha estado practicando algunas canciones.

—Oh. Eso es genial.


Asentí, sintiendo que había cometido un error, incluso aunque dije la verdad.

Ari entendería si le cancelara… él estaba pidiéndome…

—¿Te importa si voy?

Lo miré. —¿Quieres venir a la noche de karaoke?

—No para cantar— dice rápidamente—. Pero podríamos empezar a hacer

planes para esa gala tuya. Podrías informarme sobre alguna de tus ideas. Yo

podría comenzar a hacer posters o invitaciones o algo. —Se encogió de hombros

de una manera perfectamente anodina. No sospechosamente. No está nervioso.

No está incómodo.

Ah. No es una cita, entonces.

Por supuesto que no era una cita.

Obviamente.

—Por supuesto. —dije—. Llevaré mi carpeta.

—¿Carpeta?

—Para la gala.

—Ya tienes una… —se detuvo sacudiendo la cabeza, sonriendo

torcidamente—. Por supuesto que la tienes. Está bien, entonces. Te veré allí.


—Entonces —dijo Jude con la cabeza inclinada hacia un lado mientras

escaneaba el cuadernillo entre él y Ari, la primera página garabateada con mi

“lista de tareas para la Gala”—. ¿Lugar y alquileres, catering, publicidad,

decoraciones, equipo audio visual, artículo de subasta y…orquesta? —él me

miró, sus ojos llenos de especulación—. ¿Y cuánto tienes para pagar todo esto?

—Trescientos sesenta y cuatro dólares. —dije, dando golpecitos a mi labio

inferior con la pluma. Como una ocurrencia tardía, agregue—, Y dieciocho

centavos.

—Oh, bien. —dijo Jude, con un exagerado soplo de sus mejillas—. Tenía

dudas, pero los dieciocho centavos hacen toda una diferencia.

—Yo creo que es una idea encantadora. —dijo Ari—. Tan romántica. ¡Sería

como el baile de la Cenicienta!

—Si. Más o menos. —dije—. Excepto que tienes que comprar un ticket y al

final salvamos un montón de focas.

—Aún mejor —sus ojos tenían una mirada brillosa y soñadora—. Quiero ir

a la gala.

Ella distribuye sin pensar los paquetes de cubiertos envueltos en servilletas

de papel. Ella, Jude y yo. El cuarto paquete lo puso al borde de la mesa, junto a

mí.

—Estoy segura de que puedo apartarte un boleto. Quiero decir, soy la

coordinadora, así que… —Lancé mi cabello sobre mi hombro.

—Es una trampa. —dijo Jude—. Ella dice que te conseguirá un boleto pero

lo que quiere decir es que te entregará un delantal y te pondrá a trabajar

repartiendo mesas.

Ari se encogió de hombros. —Estaré encantada de ayudar si necesitas a más

personas.


La señale con la pluma. —Tal vez te tome la palabra con eso. Ahora mismo,

estoy intentando averiguar cuánta ayuda necesitamos, y con la esperanza de que

muchos de los voluntarios habituales del centro estén dentro.

—¿Qué pasa con las chicas y las galas, de todas maneras? —preguntó Jude.

—Es curioso. Lo mismo me preguntó Quint. La pregunta es ¿qué tienen los

hombres contra ellas?

—En primera, los esmoquin.

—¿Qué tienen de malo los esmoquin? —preguntó Ari, como si esa

declaración la ofendiera personalmente—. ¡Son tan sexis!

Hizo una cara. —¿Alguna vez has tenido que usar uno?

—Ok, en primera, —dije, levantando un dedo—. El único “esmoquin” que

has usado fue para la boda de nuestro primo Jonny y ni siquiera te hicieron usar

una chaqueta. Y segundo, no hay manera de que los esmóquines sean la mitad

de incómodos que las fajas. Así que no quiero escuchar ninguna queja.

Jude abrió la boca, vacilante. Entonces se encogió de hombros, sabiendo que

yo tenía razón. —Sin embargo, aún no has explicado cómo vas a pagar todo

esto. Suena realmente costoso.

—Esa es la belleza de planear un evento para una organización sin fines de

lucro. He estado investigando sobre esto, y si juego bien mis cartas, no

tendremos que pagar por casi nada. No si puedo conseguir que algunas empresas

locales actúen como patrocinadores. Por ejemplo… —Moví mi brazo hacia la

barra, donde estaba Carlos, agitando vigorosamente una coctelera—. ¡Encanto!

Ellos sueltan algo de dinero y se les devuelve con abundantes elogios en el

evento. ¡Publicidad gratis para ellos! Además, pondremos cupones de

descuento en las bolsas de regalos, lo que también sirve de publicidad. ¡Oh! —

Abrí la pluma y tomé la libreta. Y garabatee en la parte inferior de la lista, bolsas

ecológicas.

—¿Y has hablado con Carlos sobre esto? —pregunto Ari.

—No aún, pero lo haré. Tengo una lista de potenciales socios de la

comunidad para abordar. —Hojeé algunas páginas y les enseñé—. También

pediré donaciones para la subasta silenciosa. Nos encargaremos de la recogida

y el transporte de la mercancía e incluso la pondré en cestas elegantes de regalo

si es necesario.


—¿Alguien va a donar las cestas? —pregunto Ari.

Consideré eso y luego agregué, “Sandy´s Seaside Gifts” a la lista de

potenciales socios. —Sandy debe vender cestas en su tienda ¿No crees? O sea,

Sandy vende de todo.

—Ventures está en esa lista. —dijo Jude, frunciendo el ceño al cuaderno. Sus

ojos se levantaron para encontrarse con los míos—. No estoy…

—Lo sé. —dije—. No todos los negocios van a donar mercancía de manera

gratuita. Pero por lo menos tengo que preguntarles a mamá y a papá ¿No? Tal

vez podemos ver que patrocinen la música o algo.

Jude se quejó. —Por favor no sugieras que papá traiga un tocadiscos y actúe

de DJ toda la noche. Por qué te garantizo que él dirá que sí.

—¡Oh! ¡Eso sería genial! —dijo Ari, presionando las manos en sus mejillas.

Jude y yo hicimos una mueca. —Por ahora, voy a seguir con mi plan de la

orquesta en vivo.

—Oigan, ¡Pero si son mis pequeños cadetes! —dijo Carlos aproximándose a

nuestra mesa con los brazos extendidos—. ¿Dónde han estado? Pensé que

vendrían aquí cada día del verano.

Ari pareció realmente arrepentida. —Lo siento Carlos. Hemos estado

ocupados.

—¿A si? ¿Qué es lo que los mantiene tan ocupados que ni siquiera pueden

pasar y decir hola?

—Bueno Jude y yo estamos trabajando en Ventures Vinyl y Pru es voluntaria

en El Centro de rescates de animales marinos.

Carlos se iluminó. —¡O si! Te vi en la fiesta de limpieza. Bien por ti. Es

agradable ver a los jóvenes haciendo contribuciones a la sociedad. —El guiñó

un ojo—. No es que esperara menos de ustedes tres. ¿Así que están aquí para

una noche de karaoke?

—En realidad, sí. —dije, dándole un empujón a Ari con el pie—. Ari ha

estado practicando.


Carlos ululó emocionado. —Sabía que esta cosa del karaoke era una buena

idea. Ya sabes, en realidad ha estado funcionando bastante bien.

Definitivamente atrae a algunos turistas en los martes lentos. Y Trish es genial,

¿no? —El miró hacia dónde Trish Roxby estaba configurando su equipo de

sonido. Su atuendo era tan llamativo como la primera vez que la vimos: botas

rudas, leggins azul neón, y un suéter negro oversize deshilachado a lo largo de

sus costillas. ¿No sabe qué hace casi noventa grados afuera?

Honestamente no he visto suficiente a Trish para saber si es genial o no, pero

Ari respondió amablemente que ella era fantástica, mientras estaba distraída con

la puerta de entrada, dejando entrar un rayo de sol.

Estire la cabeza para ver…

Nop, solo eran unos cuantos chicos en pantalones cortos, sus cabellos seguían

húmedo por el océano.

Me dejé caer contra el banco.

Carlos tomó nuestra orden y pasó a charlar con los recién llegados.

—Esto parece bastante lleno para ser un martes. —dijo Jude—. Karaoke

¿Quién lo diría?

—Todos quieren quince minutos de fama. —dije—. Incluso si esos quince

minutos son en realidad tres y medio y que esa fama es en realidad se convierte

en un bar de buceo de la calle Main.

—Esto no es un bar —Ari me frunció el ceño—. ¡Y cantar no es una molestia!

—No lo es cuánto tú lo haces. —enmendé—. Pero no puedo decir lo mismo

sobre todos.

—Entonces, ¿qué canción vas a cantar? —pregunto Jude.

—Creo que yo haré una canción de Oasis. —dijo Ari—. No he sido capaz de

dejar de escucharlos durante toda la semana.

—Déjame adivinar, —dijo Jude—. Es oscuro, inquietante y lírico.

Ella rio—No es tan oscuro. —Entonces ella se puso malvada y lo miro a los

ojos, inclinándose hacia mí—. ¿Sabías que? Algunas personas piensan que

Oasis es una de las mejores bandas que ha salido de Inglaterra.


Me tomó un segundo darme cuenta de su implicación. Qué algunas personas

piensan que Oasis es incluso mejor que los Beatles.

Jadee, horrorizada. —¡Retráctate!

—No dije que yo me sintiera de esa manera —dijo ella, riendo—. Aunque si

me encanta su música.

Las puertas delanteras se abrieron nuevamente. Giré la cabeza.

Una mujer entró usando un sombrero enorme y gafas de sol, escaneando la

habitación como si estuviera buscando a alguien.

Suspiré.

—¿Preocupada de que no venga? —preguntó Jude.

Devolví mi atención a él. ¿Estaba siendo tan obvia?

—No. —dije, revisando mi reloj. Acordamos que nos encontraríamos a las

seis. Son solo las cinco cincuenta y dos. Ni si quiera está retrasado—. No estoy

preocupada.

Y me di cuenta de que era verdad. No estaba preocupada. En el pasado

siempre me sorprendía en las ocasiones en las que Quint no me decepcionaba.

Pero ahora, estaría sorprendida si él lo hacía.

Estará aquí. Estoy segura de ello.

Y de ahí es de donde vienen mis nervios. Quint y yo. Fuera de la escuela,

fuera del voluntariado, simplemente pasando el rato en la noche de karaoke. Y

se supone que debemos hacer planes para la gala, que es una razón totalmente

legítima para pasar tiempo juntos.

Sé que no debería leer entre líneas, pero no puedo evitarlo. Leer entre líneas

es lo que hago.

Mientras un camarero se detuvo para entregar nuestras bebidas, me di cuenta

de que estaba inquieta.

Trish se detuvo y nos entregó una carpeta de canciones más una pila de

papelitos para que anotemos las canciones que elegiremos. —Estoy feliz de ver

que todos vinieron —dijo, sonriendo—. ¿Tu cabeza está bien cariño?


—Muy bien. —dije, sintiendo la parte trasera de mi cuero cabelludo. La

protuberancia se desvaneció hace semanas.

—Bien, bien. Espero que vuelvas a cantar. ¡Tú interpretación de Instant

Karma! fue genial. —Se inclina hacia adelante, sonriéndole a Ari—. Y tú. He

tenido a Louis Armstrong atrapado en mi cabeza todo el mes gracias a ti. Vas a

volver a Cantar ¿verdad?

—Eso planeo. —chillo Ari.

—Me alegra oírlo. Recuerden, si algo no está en la carpeta, es posible que

aún pueda encontrarlo en línea. Solo déjenme saber lo que necesiten.

Ella guiña un ojo y se alejó. Ari inhaló profundamente y agarró la hoja de

papel superior. Inmediatamente escribió su nombre y la canción que quería

hacer. —Está bien, será mejor que le dé esto antes de convencerme a mí misma

de no hacerlo —dijo, deslizándose fuera de la cabina.

—¿Ari vas a cantar de nuevo?

Salté, mi cabeza dando vueltas.

Quint, sorprendido por mi reacción, dio un paso atrás. Luego se río. —Lo

siento. No quise asustarte.

—¡No! No. Es solo… —reviso mi reloj: 5:59 p.m—. que no esperaba….

—Oye, valoro la puntualidad. —dijo.

Levanté una ceja hacia él.

Él se encogió. —Bueno al menos estoy empezando.

Quint y Jude comparten un puñetazo y murmuran algunas sutilezas infantiles.

Ari había dejado un lugar disponible al otro lado de la cabina, al lado de Jude,

pero Quint se deslizó a mi lado.

Tragué y retrocedí un poco para darle espacio.

Ari regresa, rebotando nerviosamente sobre los dedos de sus pies, y todos

comenzaron a hablar sobre el karaoke y la canción de Ari, ni Quint ni Jude han

oído hablar de ella, y Ari suspiró dramáticamente cuando escuchó eso.

—Es tan buena. No puedo entender como no fue un solo.

—Espero escucharla. —dijo Quint y creo que lo dijo enserio.


—¿Tú vas a cantar? —le preguntó Ari.

Quint carcajeó. —Nop. Hay cero posibilidades de que eso pase.

—Vamos, —dijo Ari—. No debe ser tan malo.

—E incluso si lo fuera —agregué—. No se trata de ser bueno,

necesariamente. Se trata de dejar ir tus inhibiciones por un segundo. —Tiré mis

brazos a los lados y los sacudí, una falsa expresión de “soltarse”.

—Está bien —dijo Quint, mirándome de soslayo—. Entonces ¿tú que

canción vas a cantar?

Arrugue la nariz. —Ninguna.

—Aja.

—Como sea, esta es una reunión de trabajo. —Empuje mi cuaderno hacia él.

—Ah, el diario de ideas de Prudence, debería haber sabido que vería eso otra

vez. —El empezó a hojear las páginas, pero luego llegó Carlos para tomar su

orden de bebida.

—Oh, ¿Cuál era esa bebida que ustedes estaban tomando la otra noche? ¿Con

las cerezas?

—Un Shirley Temple. —dijo Ari.

—Si. —Quint chasqueo los dedos—. Un Shirley Temple, por favor.

—En seguida. —dijo Carlos. Él me lanzó una mirada astuta y semi-curiosa,

y sé que se preguntaba si él era mi novio. Pero afortunadamente no dijo nada.

No creo que pueda evitar parecer mortificada si lo hiciera.

Mientras Carlos se aleja, Quint volvió hacia Jude. —¿Entonces dijiste que

solían hacer karaoke en familia?

—Cuando éramos niños —dijo Jude—. Pero ha pasado un tiempo.

Los ojos de Quint brillaron. —Quizás ustedes dos deberían hacer un dueto o

algo así. Por los viejos tiempos.

—¡Oh! —dijo Ari, aplaudiendo—. Que tal ¿Stop dragging My Heart Around

por Stevie Nicks y Tom Petty? Amo esa canción y ustedes lo harían tan bien.


—Ew, asqueroso. —dije al mismo tiempo que Jude y me apuntó con el

pulgar—. Hermana ¿recuerdas?

Ari se desinfló, —O bueno… —Su mirada se iluminó de nuevo—. ¡Tal vez

Pru y Quint deberían hacerlo!

—No, no, no. —dijo Quint—. Déjenme fuera. —Me miró—. No estaba

bromeando cuando dije que la idea de hacer karaoke es mi peor pesadilla.

Un camarero le trajo su bebida, toda burbujeante y rosada.

Acerqué mi propio vaso, un refresco, resbaladizo por la condensación, y tomé

un sorbo del borde.

—¿No hay nada que podamos decir para que subas ahí? —dijo Ari—. Podría

gustarte.

—Nada, —dijo Quint—. Tengo muchos talentos envidiables, pero cantar no

es uno de ellos.

—Tampoco el mío. —dije

Quint me echó un vistazo. —Tal vez no, pero te ves bastante linda allí arriba,

de todos modos.

Me quedé quieta. De hecho, todos nos quedamos quietos. Excepto Quint, qué

tomo una cuchara y empieza sacar una cereza de su vaso. Su tono fue casual,

pero ahora comenzó a mirar esa cereza como si estuviera hecha de oro macizo.

—Gracias —le dije—. Es amable de tu parte decirlo. También un poco

condescendiente.

Giró hacia mí, horrorizado. —¡Fue un cumplido!

—Y dije gracias. —Sonrió para hacerle saber que estaba bromeando. Me

siento brillante, como si me hubieran iluminado por dentro. Linda. Él piensa

que soy linda… al menos cuando canto. Mi corazón estaba bailando tap en mi

pecho. Quizás debería hacer otra canción esta noche después de todo—. Lo

lindo es bueno. No es genial. Quiero decir, podrías haber dicho que estaba

radiante. O… —Busque otro adjetivo—. Atractiva pero linda está bien. Podría

ser peor.


—¿Atractiva? —dijo lentamente—. Honestamente, Prudence, hay ocasiones

en las que me pregunto si podrías ser un viajero del tiempo de un siglo diferente.

—¿El nombre antiguo me delató?

—Tal vez un poco. —dijo Quint.

Jude se aclara la garganta en voz alta.

Quint y yo nos sobresaltamos y miramos a Jude y a Ari. Nos estaban mirando,

Jude parecía un poco avergonzado. Ari tenía una mano presionada contra su

boca, pero no pudo ocultar su sonrisa traviesa.

Jude hizo un gesto hacia la mesa que acababa de liberarse frente a la nuestra.

—¿Ari y yo deberíamos darte algo de privacidad o…?

Me ruborice. Quint se rió, pero estaba lleno de incomodidad.

—¡Bienvenidos al martes de Karaoke de Encanto! —Aulló Trish al

micrófono y, aunque la mayoría de los clientes la ignoraron y continuaron con

sus conversaciones, los cuatro estábamos más que felices de prestarle toda

nuestra atención. Como la última vez, Trish explicó cómo funciona la noche de

karaoke, luego comenzó cantando “Man I Feel Like Woman” de Shania Twain.

Ella era buena. Realmente buena. Su voz era poderosa y cruda, su presencia

hipnotizaba. En un momento miró hacia la barra y veo a Carlos inclinado sobre

el mostrador, con un paño de cocina olvidado en su mano. Estaba mirando a

Trish con lo que casi se podría considerar una mirada soñadora.

Me incliné sobre la mesa y le di un codazo a Ari, luego señalé. Cuando vió a

Carlos, se tapó el corazón con las manos, desmayándose.

Siempre ansiosa por ver el amor, sin importar dónde, cuándo o quién. Incluso

si Carlos ha sido su enamoramiento de hombre mayor durante meses, puedo

decir que ella estaría encantada de verlo salir con alguien.

Eso es algo que adoro de Ari. Encuentra tanta felicidad en las alegrías de los

demás.

Trish terminó la canción con un aplauso entusiasta de la audiencia. Ella hizo

un buen trabajo calentando a la multitud, tengo que admitirlo.


El siguiente es un tipo que canta una canción de hip-hop con la que no estoy

familiarizada, seguido de un hombre y una mujer que interpretan un dúo

descarado. Todos eran bastantes buenos. No geniales, pero no estaba mal. Las

canciones han sido divertidas y todos han hecho lo posible para hacer que la

multitud se sienta bien.

Entonces Trish llamó a Ari al escenario y, de repente, me puse nerviosa por

ella. La voz de Ari puede ser hermosa, pero su presencia en el escenario es…

menos impresionante.

Contuve la respiración, alentándola silenciosamente mientras tomaba el

micrófono.

La música empezó con un riff de guitarra melancólica.

Y Ari comenzó a cantar.

La canción es, de hecho, inquietante y lírica, y la voz de Ari es cautivadora.

Mi corazón se hincho de orgullo al verla, al escucharla. No puedo esperar hasta

el día en que la gente esté cantando sus canciones a través de ese micrófono.

—Ella es realmente buena —susurró Quint.

—Lo sé —dije, preguntándome si el pequeño giro en mi estómago es envidia.

Excepto, que pensar solo traía de vuelta las palabras anteriores de Quint... que

soy linda. Sonriendo, me incliné más cerca de él—. Algunos dirían que es

Atractiva.

Me miro a los ojos. Una sonrisa compartida. Una broma compartida.

No quiero apartar la mirada, pero la voz de Ari va y viene en dulces pero

poderosos remolinos a medida que pasa del verso a un coro. Le dedico mi

atención a ella y una extraña alegría se apoderó de mí. Un extraño sentido de

pertenencia, en este momento, en este lugar. Estar aquí con mi hermano y mi

mejor amiga, con el codo de Quint presionado ligeramente contra el mío,

teniendo esta canción desconocida pero hermosa hablándome sobre el alma.

Y supongo que puedo entender por qué Ari anhela crear música. Tiene esta

extraña manera de enfocar un momento. De hacer que el mundo parezca

repentinamente brillante, mágico y correcto.

No sé si soy la única que lo siente. Pero sí sé que cuando Ari termina, todos

aplaudimos con nuestros corazones.


Hubo un tiempo en el que yo visitaba regularmente la casa de empeño en la

Séptima, aunque nunca me aprendí el nombre de pila del propietario, Clark,

como el de la beachcomber. La tienda es el tipo de lugar que regularmente lleva

recuerdos musicales, por lo que mis padres solían pasar cada pocos meses,

arrastrando a los niños, para ver si habían comprado nuevos carteles o

mercancía de los Beatles, o si habían discos de vinilo que ellos pudieran

conseguir más baratos y vender a un precio más alto en la tienda. Hace años, mi

mamá encontró un juego de platos de plásticos para picnic de los Beatles que

todavía usamos hasta el día de hoy.

La parada también es como una de instrumentos. Aquí fue donde

conseguimos la guitarra de Jude y el violín de Penny e incluso mi teclado.

Pero han pasado años desde que estuve dentro. Así que me sorprendí cuando

abrí la puerta e inmediatamente me saludaron con una sería de olores familiares,

almizcle, cera para madera de limón y humo de cigarro. Estuve aún más

sorprendida cuando el hombre detrás del mostrador sonrió ampliamente cuando

me vio. —¿Esa es Prudence Barnett? Santo cielos, te has ido y te has convertido

en una adolescente. ¡Mírate!

Me congelé un par de pasos en la entrada y sonreí con torpeza. —Um. Sip.

Hola.

—Entra, entra. —Agitó sus brazos, como si estuviera tratando de arrastrarme

hacia adelante con la fuerza de sus gestos. Es un tipo grande. Como el enorme

Hagrid. Recordé eso, pero pensé que mi mente joven debió haber estado

exagerando, porque ahora que lo pienso, le tenía un poco de miedo cuando era

niña, a pesar de que siempre fue muy amable conmigo y con mis hermanos.

Pero hay algo inquietante en ser recibido por un señor de más de seis pies de

altura, que probablemente pesa el doble que mi papá.

Tiene una barba rebelde salpicada de gris y lleva un sombrero de tweed de

vendedor de periódicos. Esto también lo recuerdo de la infancia.


—Esperaba que tu mamá o tu papá vinieran en cualquier momento. No pensé

que te enviarían, pero seguro que es bueno verte. Todos adultos. Apenas puedo

creerlo. —Chasquea la lengua, luego levanta un dedo, indicando que debo

esperar—. Iré a buscar tu dinero. Vuelvo enseguida.

Parpadee. ¿Dinero?

Pero antes de que pudiera decir algo, se deslizó a una habitación trasera, una

pequeña oficina con una ventana cubierta con persianas amarillentas. Me

acerqué al mostrador principal, donde guardaban las joyas. Había tantas cajitas

de terciopelo con pequeños anillos de diamantes que daba vértigo. Pasé al

siguiente mostrador. Collares, relojes, pulseras, pendientes.

Inspeccione todos, pero ninguno de esos era el de Maya. Probablemente no

se quedaría con un pendiente solitario con estos conjuntos de todos modos,

razoné.

¿Tal vez tenga un apartado de joyería perdida?

Di una vuelta rápida por la habitación. Más vitrinas que contenían cajas de

puras antiguas figuras de porcelana, tazas de té pintadas a mano, navajas,

monedas coleccionables, tarjetas de béisbol. Una repisa completa estaba

dedicada a teléfonos móviles usados. Las paredes estaban cubiertas de pinturas.

Los estantes exhibían de todo, desde clarinetes hasta computadoras portátiles,

bolas de boliche y lámparas de mesa.

Había una exhibición de bisutería en un mostrador. Pase un minuto hurgando

en él, pero no había nada que se pareciera al pendiente, y si Clark realmente

pagó más de mil dólares por él, dudo que esté aquí parado sin supervisión.

—Aquí vamos. —dijo Clark, saliendo de la oficina con un sobre blanco. Dejó

un recibo escrito a mano, luego abrió el sobre y saco un puñado de dinero.

Empezó a contarlo, pasándome cada billete para que yo pudiera volver a

comprobar sus matemáticas, pero mi atención estaba en el papel amarillo.

Amplificador de guitarra: $ 140.00

Pulsera de tenis (diamante de 1 ct): $ 375.00

Taladro inalámbrico: $ 20.00

Reproductor de DVD: $ 22.00


Teclado electrónico con soporte: $ 80.00

En la parte inferior estaba la firma y el número de teléfono de mi papá.

Mis ojos se detuvieron en el último elemento. Un teclado. El teclado, que

estoy segura que le dije a Ari que le daría, antes de darme cuenta de que ya no

lo teníamos.

Antes de que mis papás me dijeran que lo vendieron.

Seiscientos treinta y siete. Clark terminó de contar, luego volvió a apilar los

billetes y los volvió a meter en el sobre. Me lo entregó junto con el recibo. Mi

mano se cerró instintivamente a su alrededor, sintiendo el peso del dinero

dentro. —Hemos tenido cierto interés en ese juego de cubiertos, pero todavía

no hay compradores. ¿Tu papá mencionó que podría traer una guitarra?

Acústica, creo. Esas se han estado vendiendo como pan caliente últimamente,

si quieres hacérselo saber.

¿Juego de cubiertos? ¿Guitarra?

—Um. Está bien. Se lo mencionaré. —Trague—. ¿Qué juego de cubiertos

exactamente?

—Ah, ya sabes. Ese vintage. —Dio la vuelta hacia el mostrador y me llevó

hacia otro estuche, de donde saco una vieja caja de madera. Cuando la abrió,

me recibió con un juego de cubiertos: cucharas y tenedores, ligeramente

deslustrados y una hilera de cuchillos para carne atados al fondo de la tapa.

También había algunas piezas para servir: un cucharón y uno de esos enormes

tenedores que se usan para trinchar carne. Extiendo la mano y paso el dedo por

el mango de una de las cucharas, grabado con un motivo de uvas.

Conocía estos cubiertos.

—¿Estás bien?

Dirigí mi atención a Clark. —Si. Si. Simplemente. . . no me di cuenta de que

mis padres estaban vendiendo esto. Este era de mi bisabuela. Lo sacábamos

cada Día de Acción de Gracias.

No podía decir si su ceño fruncido significaba que estaba preocupado por mi

o que mi sentimentalismo podía impedirle hacer una venta. —Te sorprendería

saber cuánta gente está vendiendo este tipo de cosas, —dijo, y creo que estaba


tratando de tranquilizarme—. ¿Cubiertos como este? Es casi más valioso

fundirse por la plata. No es un gran mercado. Es bonito, pero un poco doloroso

comparado con el acero inoxidable. La gente simplemente no sabe cómo cuidar

estas cosas como antes o no tiene el tiempo o simplemente no tiene ganas. No

puedo culparlos.

Asentí, pero apenas pude escucharlo.

Mis padres están vendiendo sus cosas.

Sé que el dinero ha sido escaso. Sé que les ha preocupado pagar el alquiler

en la tienda de discos. Pero no tenía idea de que habían llegado a esto, empeñar

sus posesiones para llegar a fin de mes.

¿Por qué no nos lo dijeron?

—¿Hay algo más que pueda hacer por ti? —preguntó Clark

Mire el sobre en mi mano. Considerando devolvérselo. Realmente no quería

andar con cientos de dólares en mi bolso todo el día. Pero no quiero que Clark

sepa que mis padres me han estado ocultando esto. Me avergüenza pensar en lo

despistada que soy sobre la situación de mi propia familia.

En lugar de eso, sonreí amablemente y guardé el sobre. Mi bolso se sintió

cincuenta libras más pesado.

—En realidad, si hay algo. —dije, aclarándome la garganta—. Conocí a una

mujer el otro día. No sé su nombre, pero pasa mucho tiempo detectando metales

en la playa.

—Oh, debes referirte a Lila. —Clark asintió—. Estoy asombrado por las

cosas que ella busca allí. Una vez trajo un viejo alfiler de alguacil, no uno real

pero como lo hubieran puesto en una caja de cereal, ¿tal vez de los años treinta

o cuarenta? Fue grandioso. Nunca se sabe lo que hay ahí fuera esperando a que

lo encuentren. Entonces, ¿qué tienes que ver con la vieja Lila?

—Bueno, ella encontró algo en la playa, y resulta que pertenece a una amiga

mía. ¿Un pendiente de diamantes? Le pregunté al respecto y dijo que lo vendió

aquí.

El reconocimiento destella sobre las facciones de Clark y es seguido

inmediatamente por el arrepentimiento. —Aw, hombre. ¿Pertenecía a una

amiga tuya?


Asentí con la cabeza. —Su abuela le dio los pendientes antes de morir. Ella,

mi amiga, todavía tiene uno, pero perdió el otro en la playa a principios del

verano.

Clark dejo escapar un suspiro y se frotó la nuca. —Eso es duro, Prudence. Sé

exactamente el pendiente del qué estás hablando, y sí, Lila me lo vendió, pero.

. . ya se vendió. No lo tuve en el estuche durante más de un par de horas antes

de que me lo quitaran.

La decepción se hundió en mi interior.

—Yo también me sorprendí, siendo solo la mitad del par, ¿sabes? Pero la

mujer que lo compró dijo que lo usaría para un colgante de collar, creo. Y fue

una bonita pieza. Clásico. Diamante de calidad.

—¿Podrías decirme quién lo compró?

Frunció el ceño y se acarició la barba. —No sé su nombre. Viene aquí de vez

en cuando, pero nunca he tenido mucha conversación con ella. Tal vez podría

revisar nuestros registros, pero. . . no, ¿sabes qué? Ahora recuerdo que ella pagó

en efectivo, así que de todos modos no sabría su nombre.

—¿Efectivo? Pero era bastante caro, ¿no?

—No fue barato. Pero nuestros clientes, ya sabes, no es tan extraño que

alguien pague en efectivo. De cualquier manera, lo siento mucho. Si vuelve a

venir, puedo ver cómo se llama y obtener alguna información de contacto. Tal

vez tu amiga pueda llegar a un acuerdo.

Estoy tentada a decirle que, legalmente, ella estaría obligada a devolver el

arete, pero. . . eso realmente no importa en este momento. Puede que nunca

encuentre a la mujer. Puede que nunca encuentre el pendiente.

Siento que le he fallado a Maya y, a pesar de lo mucho que he intentado

justificar lo que sucedió, no puedo evitar sentirme parcialmente culpable por la

pérdida en primer lugar. Esto se siente como una injusticia cósmica,

exactamente lo contrario de lo que quería. Puede que Jude no mereciera que

Maya dijera esas cosas malas a sus espaldas, pero Maya tampoco merecía perder

su amada reliquia para siempre.

Al menos, así me siento.


Y si el universo se siente diferente, bueno, empiezo a preguntarme de qué

lado está.


—¡Logrado! —Quint grita, viniendo hacia mí con una hoja de papel en su

mano.

Hemos estado dando vueltas por el Centro de Fortuna Beach toda la tarde,

desde que Quint terminó su turno de la mañana en El Centro. Lo estoy

esperando en un banco justo al lado del paseo marítimo, revisando los negocios

con los que he hablado fuera de mi lista. Ha sido un día muy ocupado, yendo

de puerta en puerta a lo largo de la calle principal, contándole a la gente sobre

El Centro de Rescate, la gala y pidiendo donaciones y patrocinios. O, al menos,

preguntando si nos dejan poner un cartel publicitario en su ventana una vez que

lo tengamos impreso.

En su mayoría, los dueños de negocios han estado ansiosos por unirse a

nuestra causa. Claro, hubo algunos que se apresuraron a declarar que no podían

permitirse dar ninguna limosna, y algunos eran también muy groseros, pero en

general, los negocios locales han estado felices de ayudar. La gente quiere estar

involucrada, especialmente dada la publicidad de la limpieza de la playa y la

liberación de las focas. Estoy convencida de que, dejando de lado los enigmas

de dinero, este es el momento perfecto para ser el anfitrión de la gala y

aprovechar el progreso que ya hemos logrado.

Esta ha sido justo la distracción que necesitaba después de mi viaje a la casa

de empeños. Cada vez que me encuentro con un tranquilo y ocioso momento,

mi mente vuelve directamente al sobre del dinero en mi bolso, y la platería de

la familia que nunca más será colocada en nuestra mesa el Día de Acción de

Gracias. Siempre he sabido que no somos ricos. Sé que ha habido

preocupaciones financieras con la tienda desde que Jude y yo éramos niños,

pero esto parece un acto desesperado. Después de todo, ¿qué pasa cuando se

acaban las cosas para vender? Todavía tendrán facturas que pagar y una tienda

de discos que no está ganando suficiente dinero. Esta es sólo una solución de

curitas, ellos deben ver eso. Pero entonces. . . ¿Cuál es la verdadera solución?

No puedo pensar en eso ahora mismo. Con lo del El Centro y la gala ya estoy

muy atareada, y eso es suficiente para mantener mi mente ocupada.


Quint me alcanza y, para mi sorpresa, empieza a bailar. El baile de la victoria,

justo ahí en el paseo marítimo, ese papel brillando dentro y fuera del sol. Podría

haber anotado un touchdown ganador por todo su entusiasmo. —Blue's Burgers

está donando no una, ni dos, sino tres cestas de regalo para la subasta silenciosa,

incluyendo tarjetas de regalo, camisetas de marca y tazas de viaje. Además,

proporcionarán cupones para las bolsas de regalos, y espera esto. . .

Deja de bailar y sostiene el papel para que pueda ver, aunque es el mismo

contrato de patrocinio que hemos estado usando para todos los negocios. Golpea

con el dedo una línea en la parte inferior, donde ha escrito a mano una nota

adicional.

Me encogí de hombros. —No puedo leer tu letra.

Él saca el papel de la vista. —¡Han acordado donar la comida!

¡Minihamburguesas con queso, nena! BOOM. —Empieza a bailar de nuevo,

entonces para mi sorpresa, me toma de la mano y tira de mí para sacarme del

banco. Grito mientras me hace girar una vez bajo su brazo—. ¡Somos tan

buenos en esto!

Riendo, me dejo girar un par de veces antes de dejar caer mis manos sobre

los hombros de Quint y obligarlo a quedarse quieto. —Está bien, cálmate. Es

un excelente trabajo, pero todavía hay mucho que hacer.

Su cara está positivamente brillante. Sus manos, me doy cuenta de repente,

están en mi cintura.

Algo pasa entre nosotros. Una corriente eléctrica. Un aliento entrecortado.

Me aparto rápidamente y le doy la espalda. Metiendo un mechón de pelo

detrás de mí oreja, me vuelvo al banco a recoger mis notas, fingiendo que ese

momento, lo que sea que fue, no sucedió.

Estoy segura de que fue mayormente en mi imaginación, de todos modos.

Quint salta al banco en un brillante salto —¡Bah! —él hace que parezca fácil

y se sienta en el respaldo, sus codos se posan sobre sus rodillas—. Está bien.

¿Cuál es mi próxima misión? Estoy en racha.

Es un hermoso día soleado, con una brisa salada que viene del océano y nubes

mullidas moteadas a lo largo del horizonte. Los informes meteorológicos han

estado diciendo que nos espera una gran tormenta esta semana, pero no hay

señales de ello ahora, sólo bañistas en la playa y patinadores en el paseo


marítimo, helados y el llanto de las gaviotas y todo lo que hace que Fortuna

Beach sea un paraíso en esta época del año.

Escaneo la lista de negocios y pongo una carita sonriente junto a “Blue's

Burger” —Esa fue una oferta muy generosa por su parte, ¿No nos están

cobrando nada?

—Ni un centavo. Creo que han sido golpeados últimamente con todas esas

cosas de animales que andan por ahí, y creen que esto podría ayudarles a

empezar a recuperar su reputación.

—¿Te refieres a esos rumores de que su carne viene de alguna granja

industrial? —Me subo al banco y me siento a su lado, el cuaderno en mi regazo.

—Resulta que no son sólo rumores, —dice—. Estaban importando su carne

de alguna granja industrial, a pesar de todo su truco publicitario: alimentados

con pasto, criados en pasto, criados en libertad. . . lo que sea. Pero es más que

eso. Esa granja fue multada por algunas violaciones bastante importantes del

código de salud. —Se estremece.

Estoy mirando a Quint, pero todo lo que veo es ese cartel y la X pintada con

spray.

MENTIRAS.

—Morgan realmente ayudó a llamar la atención sobre la historia, —añade—

. ¿Recuerdas lo de la petición de la que te hablé? Supongo que los activistas han

estado tratando de cerrar estas granjas durante años, y finalmente ha dado sus

frutos. Bastante guay, ¿verdad? Es como si todas esas cosas de estudios sociales

en acción de lo que la Sra. Brickel siempre nos habla.

Golpeo mi bolígrafo contra mi labio, mirando el océano. —No te enojes.

Aprecio tu duro trabajo con “Blue's Burger”, y es una increíble donación a la

que han accedido, pero. . . ¿crees que se verá mal que nos asociemos con ellos

después de que se han involucrado en ese enorme escándalo? Quiero decir. . .

crueldad animal, violaciones de la salud. . . y somos un Centro de Rescate de

Animales.

—Lo sé, hay una ironía aquí, —dice Quint. Lo miro. Sus ojos están en mi

bolígrafo. . . en mi boca. Se mueven inmediatamente al océano—. Pero no

planeábamos hacer un menú vegetariano, a menos que los invitados lo soliciten,

y Blue me ha asegurado que ya han establecido algunos nuevos contratos con


las granjas locales. Las granjas que han sido certificadas por humanos esta vez.

Quieren salir de esto tan rápidamente como sea posible. —Se encoge de

hombros—. Son un negocio histórico. Han estado aquí desde los años sesenta.

Se merecen una segunda oportunidad, ¿verdad? —Su mirada regresa a la mía.

Sonrío—. Todo el mundo lo merece.

Se acerca un poco más y mira el cuaderno.

— Entonces, ¿cómo vamos?

—Genial, en realidad. La imprenta de Kwikee aceptó imprimir todo nuestros

folletos y carteles pro bono, tengo toneladas de gente dando cosas para la

subasta silenciosa, y la gente de la calle principal, la panadería ya está pensando

con galletas con forma de delfín y pasteles de estrellas de mar para nuestro

postre.

—Dulce.

Pongo los ojos en blanco al juego de palabras, aunque no estoy del todo

segura de que estaba tratando de hacer uno. —Eso prácticamente se encarga de

la subasta y catering. Lo que deja sólo el entretenimiento, los alquileres,

decoraciones y el equipo audiovisual. —Miro hacia arriba de la carpeta—. Un

lugar de reunión. ¡Oh! Y todavía tenemos que decidir cómo vamos a manejar la

venta de entradas, y cuánto vamos a cobrar por ellas.

—Sé que hay sitios web que manejan entradas para cosas como esta, y creo

que puedes configurarlo para depositarlo directamente en tu cuenta bancaria, —

dice Quint—. Hablaré con Shauna sobre ello y veré cómo conseguir algo

vinculado en el sitio web.

—¿Cuánto deberíamos cobrar?

Me mira. Yo lo miro a él. Los dos no tenemos ni idea. ¿Cuál es la tarifa actual

para un boleto para una gala de recaudación de fondos? El tipo de elegante, pero

no del tipo súper pretencioso, el tipo que se está planeando por dos adolescentes

que nunca antes habían hecho algo así.

—Lo investigaré. —digo, tomando nota.

—Qué pasa si mantenemos los precios de los boletos bajos —dice Quint—,

¿pero incluyendo una opción para que las personas hagan donaciones

adicionales cuando compran sus entradas? Algo así como un sistema de honor.

Nos pagas lo que crees que vale el boleto.


Lo considero. Es un poco arriesgado ¿Qué pasa si nadie paga algo extra? Pero

también podría oscilar en la otra dirección. La gente podría terminar pagando

mucho más de lo que nos atreveríamos a cobrarles.

—Me gusta —digo—. Nos quita la presión para descubrir lo que vale, al

menos. ¿Y qué tenemos que perder? —Me vuelvo a la "Página de entradas" de

mi cuaderno y anoto la idea de Quint—. También, —digo volviendo a la sección

de recaudación de fondos—, pienso que, además de hacer la subasta silenciosa,

¿tal vez nosotros también podríamos hacer una rifa? Un gran premio. Algo

realmente genial. La gente podría comprar tantas entradas como quisiera, pero

todos tendrían una oportunidad de ganar, así que no sólo sería para la persona

más rica de la habitación.

Se pasa la mano por el pelo, pensando. Un mechón de pelo vuelve a caer

sobre su frente de una manera que hace que mi estómago se revuelva. —Un

gran premio. Debería ser algo único, que no se pueda salir a comprar. Como…

tal vez ¿un tour privado por el Centro?

—Eso podría funcionar. . . —digo—. ¿O podríamos nombrar el próximo

rescate después de ellos?

Nuestras cabezas se mueven, pero ninguna de las dos ideas se siente del todo.

. . correctas.

—Bueno, sigamos con la lluvia de ideas, —digo, poniendo una estrella junto

a ese ítem.

—Estaba pensando —dice Quint—, si esto va bien, esta gala podría

convertirse en algo anual que hacemos para El Centro.

—Sí, eso también se me pasó por la cabeza. Cada año podría ser más grande

y mejor que el anterior.

Cruza los tobillos. —¿Alguna vez piensas que las cosas podrían no ir de

acuerdo con tu plan maestro?

—Bueno, la limpieza de la playa no fue un éxito financiero, esperaba que así

fuera. Y estaba nuestro proyecto de biología que quedó completamente

hundido.

—Sí, pero ambas veces asumiste que irían bien, ¿verdad? Y aquí estás, segura

de que la gala irá genial. No lo sabes. No te rindes.


Garabateo una estrella de mar en la esquina de la carpeta, rellenando

alrededor con remolinos de algas. No soy un gran artista, pero leí en algún lugar

hace años que garabatear mientras se toman notas ayuda a la retención del

conocimiento, y el hábito se ha mantenido.

—¿Cuál sería el punto de renunciar? —pregunto—. Si sigues intentándolo

cada vez más de seguro una cosa funcionará.

—No creo que la mayoría de la gente lo vea así, pero me gusta como lo haces.

Aprieto mis labios con fuerza para evitar que aparezca una sonrisa tímida. —

Bueno, esta gala definitivamente no va a ser genial si no encontramos un lugar

de reunión, y pronto.

—¿Y por qué no podemos hacerlo en El Centro de nuevo?

—El Centro huele a pescado muerto.

Gruñe. —Tus estándares son casi imposiblemente altos a veces, ¿lo sabes?

Lo miró fijamente, pero no hay mucho corazón en ello.

—Bien, —dice, escudriñando el paseo marítimo como si buscara

inspiración—. ¿Podemos tenerlo aquí en la playa? Apenas se puede superar esta

vista. Y podríamos alquilar una de esas carpas gigantes que se usan para las

bodas.

—No es una idea terrible, —musito—, pero ¿Qué haríamos para ¿Baños?

¿Orinales portátiles?

Los dos hacemos muecas.

—Mantengámoslo en la lista de los quizás, —digo, escribiéndolo—.

Probablemente necesitemos conseguir permisos, pero. . . encaja con el tema.

—Espera. ¿Hay un tema?

Le frunzo el ceño. —¿Salvando la vida de animales marinos indefensos?

—Es una misión, no un tema.

—Lo suficientemente cerca.

Sacude la cabeza. —No, no. Deberíamos tener un tema. Uno de verdad.

Como el baile de graduación. "Bajo el mar" o lo que sea. —Él se cruje los

dedos—. Voto por los piratas.


—¿Piratas?

—Imagínatelo. Podemos repartir esas monedas de oro de chocolate en las

bolsas de regalo, y todo el personal usará parches para los ojos.

Espero hasta estar segura de que está bromeando antes de permitirme reír. —

No lo sé. Un tema parece un poco cursi.

Se frota los labios. —Por favor. A la gente le encanta un tema de fiesta.

¿Sabes que los niños siempre tienen temas, como My Little Pony o Batman o

lo que sea? Es así, pero una versión para adultos.

Este argumento no me convence.

—Quiero decir, —dice Quint con más fuerza, porque puede ver que no lo

entiendo—, que reúne todo. Las invitaciones, los carteles, las decoraciones,

¡incluso la comida! Además, también puede facilitar la toma de decisiones.

¿Deberíamos ir con las galletas de estrellas de mar o las galletas de los

submarinos? Bueno, ¿cuál de ellas está más en línea con el tema?

—¿Submarino? —Jadeo y golpeo a Quint con el dorso de mi mano—. ¡Eso

es! ¡Ese es nuestro tema! Lo basaremos en ‘Yellow Submarine’ 23 de los Beatles.

Mis padres tienen toneladas de recuerdos que podemos usar para la decoración.

Nuestros anuncios pueden decir algo así como. . . ¿Ven a bordo de nuestro

Submarino Amarillo, y aprende sobre . . . animales marinos . . . muchas veces

sin ser vistos?

Él resopla. —Bien, Shakespeare.

—Es un borrador.

Sus labios se tuercen hacia un lado y puedo decir que está pensando antes de

que asienta lentamente. —Muy bien, puedo ponerme detrás de eso. Pero el

próximo año. . . ¡piratas!

Me río y escribo "Yellow Submarine" en la parte superior de mi cuaderno,

antes de escanear mis listas, de nuevo páginas y páginas de listas. Hemos hecho

23 Yellow Submarine: es una canción de la banda británica de rock, The Beatles, cantada por Ringo Starr, es

una canción auténtica de Lennon-McCartney y grabada entre el 26 de mayo y el 1 de junio de 1966, en los

estudios 2 y 3 de EMI Studios. Formó parte del séptimo y undécimo álbumes de estudio, Revolver y Yellow

Submarine, respectivamente. Fue la primera y única canción cantada por Ringo que llegó al número uno de

las listas de éxitos.


grandes progresos esta semana, pero parece que cada vez que tacho algo, pienso

en dos cosas más para añadir. —Una vez que tengamos el lugar de reunión

resuelto, podemos establecer la venta de entradas y luego ponerse serios con la

publicidad. Y yo también voy a hablar con algunos medios de comunicación

locales. Apuesto a que puedo conseguir el Chronicle para publicar una historia

sobre ello, y hay una emisora de radio de la Universidad de Pomona que podrían

estar interesados en entrevistar a tu madre. ¿Crees que estaría dispuesta a

hacerlo?

—No veo por qué no.

—Genial. —Escribo algunas notas. Mis pensamientos están girando en mil

direcciones y siento que no puedo capturarlos suficientemente rápido. Necesito

organizarme. Hacer un plan.

—¿Qué pasa con el teatro?

—¿Hm?

—Para un lugar de reunión. ¿Qué tal tenerlo en el Movie Offshore Theater?

—Quint vuelve a poner los pies en el banco. Sus piernas están inquietas, sus

rodillas trotando en su lugar. Lo he visto así antes, esta energía excitada

quemando a través de él. Yo estoy empezando a pensar que ese movimiento

podría ser su versión de hacer listas.

—Podríamos hacer la presentación en el auditorio, —él continúa—, y tienen

ese enorme vestíbulo que podríamos usar para las mesas de la cena. Sé que a

veces tienen bodas allí. Y tuvimos nuestro baile de octavo grado allí.

¿Recuerdas?

—No fui.

—Oh. Bueno. Fue agradable. Además, no tendríamos que preocuparnos

sobre el equipo audiovisual. Estoy seguro de que tienen todo lo que nosotros

podamos necesitar.

Mastico la punta del bolígrafo. —No es una idea terrible.

—Lo que sé que se traduce como ‘Wow, Quint, ¡eres un genio! —Se inclina

hacia mí—. Estoy empezando a hablar Prudence.

Me río, luego cierro mi cuaderno y engancho el bolígrafo sobre la tapa. —

¿Deberíamos ir a comprobarlo?


—¿El teatro? Nop, esperemos a esta noche.

—¿Esta noche? Está a sólo dos cuadras. ¿Por qué no ir ahora?

—Porque llegaríamos temprano. La película no empieza hasta las siete.

Le frunzo el ceño. —¿Qué película?

—La proyección especial de Jaws 24 .

Me congelo. Lo miro boquiabierta. Imagina una aleta dorsal afilada y sangre

en el agua y esa música icónica golpeando mi pecho.

Bu-dum, bu-dum, bu-dum.

—No. —digo.

—Sí. —contesta Quint.

—No la estoy viendo.

—Sí, lo estás haciendo. Ya tengo las entradas.

—Bueno, —dudo—. ¿Lo has hecho?

Puedo sentir el calor trepando por mi pecho, mi garganta, extendiéndose a

través de mis mejillas, y pensar que tal vez si me ruborizo lo suficientemente

profundo empezará a pensar que es una quemadura de sol.

—Lo hice. Estos espectáculos especiales siempre se venden temprano y yo

no quería perderlo. Vamos. Es un clásico. Y tú necesitas conocer a mi tocayo.

—¿Te refieres al Capitán Quint? ¿El cazador de tiburones?

—El único e inigualable.

—¡Quint, yo le tengo miedo a los tiburones!

Se burla y me da un codazo con su hombro. —Es un tiburón animatrónica de

los años setenta. Creo que puedes manejarlo. Y buscaremos en el teatro un lugar

potencial. Será productivo.

Me quejo. —Oh no. Has descubierto la palabra mágica.

24 Tiburón: película estadounidense de terror, suspense y aventuras de 1975, dirigida por Steven Spielberg y

basada en la novela homónima de Peter Benchley. En la historia, un enorme tiburón blanco devorador de

hombres ataca a los bañistas en las playas de Amity Island, lo cual lleva al jefe de la policía local a emprender

la caza del escualo junto a un biólogo marino y un caza tiburones profesional.


—Te lo dije. Pronto hablaré con fluidez como Prudence.

No tengo ningún deseo de ver Jaws. Habiendo vivido aquí toda mi vida, he

pasado años escaneando estas olas en busca de tiburones o aletas, segura que a

pesar de todas las estadísticas que nos dicen cómo los tiburones realmente no

son tan peligrosos para los humanos y que es probable que muera en un

accidente de avión o que te caiga un rayo, a que alguna vez seas mordido por

un tiburón estaba segura de que, si alguna vez había un ataque de tiburón en

Fortuna Beach, sería yo quien conseguiría ser devorada.

Me conozco lo suficiente como para saber que ver la mayor parte de la famosa

película de ataque de tiburón que se haya hecho es una idea terrible. Lo sé. Me

voy a arrepentir.

Pero de alguna manera, escucho las palabras que vienen débilmente de mi

boca. Yo también intento parecer indiferente. —Bien. Tú ganas. Iré.

Levanta ambos puños al aire. —Sí. Música para mis oídos.

Bajando las manos, aplaude una vez y luego frota sus palmas juntas. —Bien.

Consideremos el problema del lugar resuelto por ahora. Hombre, hoy estoy

lleno de respuestas. Dame algo más. Tendré esta gala planeada a tiempo para

las palomitas de maíz.


En cualquier otra circunstancia, estaría muy nerviosa. Es la primera vez que

he ido al cine con un chico, al menos, uno con el que no estoy emparentada.

Pero no estoy pensando en Quint y la forma en que mi corazón se tropieza

cuando me mira. Ni siquiera estoy pensando en la película que estamos a punto

de ver, una que hice lo mejor que pude para evitarlo.

Mientras pasamos por la taquilla y entramos en el vestíbulo del teatro, sólo

tengo pensamientos para la gala. Estoy escaneando las paredes con paneles, el

mostrador de concesiones, las lámparas. Es un viejo y genial teatro, que se

remonta a finales de los años 20 y a la época de las películas mudas, en blanco

y negro. Como Quint sugirió, el vestíbulo sería definitivamente lo

suficientemente grande para el servicio de cena, y según su sitio web, que tiene

una página que da detalles sobre el alquiler del teatro para eventos especiales,

pueden sentarse hasta trescientas personas. Hay un elegante ambiente art déco

en las molduras de techo y los candelabros. El suelo de parquet está fechado, la

pintura de la pared es un poco sucia, y el olor de las palomitas de maíz con

mantequilla es abrumador, pero probablemente puedo pasar por alto todo eso.

—Esto podría funcionar, —susurro, inclinándome hacia Quint, que está

parado en la fila de concesiones—. Podríamos organizar la subasta en la mesa

a lo largo de esa pared, y usar este mostrador para los postres. —Mi dedo golpea

contra mi labio inferior, asintiendo con la cabeza—. Me gusta.

Quint tararea para sí mismo. —Mantequilla, ¿sí o no?

Lo miro, y me lleva un segundo darme cuenta de que él es la siguiente persona

en la fila. —Sí. Por supuesto.

— Oh, bien. Si hubieras dicho que no, iba a hacer que te consiguieras el tuyo.

Somos de los primeros en llegar, así que una vez que entramos al teatro,

somos capaces de reclamar un par de asientos casi en el centro, pero no me

siento. Estoy dando vueltas en círculos, considerando el pequeño balcón

superior, donde podríamos sentar a los antiguos donantes como un beneficio


VIP. Y el escenario al frente, donde Rosa podría dar un discurso. Dado que esto

es un teatro, podríamos incluso reunir un video que muestra imágenes del

Centro y de los animales. Nosotros podríamos mostrar algunos de nuestros

rescates recientes, y algunos de nuestras liberaciones.

Radiante, me dejo caer en mi asiento. —Tengo un trabajo para ti.

Parece tímidamente curioso, pero una vez que le explico la idea de que tiene

que hacer un video para mostrar en la gala, está al 100% a bordo. A medida que

el teatro se llena lentamente y la misma presentación de diapositivas de pago de

los anuncios locales giran en la pantalla por la milmillonésima vez, Quint y yo

hablamos de si deberíamos o no intentar tener música en vivo (no he tenido

ningún éxito en encontrar una orquesta que tocaría gratis) o si una lista de

reproducción es lo suficientemente buena. Repasamos la lista de artículos de la

subasta que las empresas ya se han comprometido, y que aún podríamos tratar

de obtener. Repaso mis planes para vender boletos de la rifa, aunque todavía no

estamos seguros de qué premio sortear.

Me sorprende cuánta gente llena el teatro para cuando las luces se atenúan.

Hay una atmósfera diferente aquí que cualquier película en la que he estado, y

está claro que mucha gente en el público viene a este espectáculo especial cada

año. Hay una energía excitada en el aire mientras los créditos de apertura

comienzan a pasar. La música me llama la atención —el clásico bu-dum, budum,

bu-dum que se ha convertido en sinónimo de ataques de tiburón. Yo trago

y me inclino más cerca de Quint. Siento que me está mirando, pero no le

devuelvo la mirada. Ya estoy pensando, una vez más, que esta es una idea

horrible. ¿Por qué tenía que ser Jaws? Pero ahora estoy atrapada y . . . bueno,

no parece tan horrible una vez que siento el calor del hombro de Quint

presionado contra el mío.

Yyyyyyy . . . ahora estoy nerviosa.

Todas las preguntas que he estado ignorando surgen sin ser solicitadas en mis

pensamientos. ¿Esto es una cita? ¿Por qué no le pidió a nadie más venir con

nosotros? ¿Por qué no me hizo conseguir mis propias palomitas de maíz? El

enorme cubo que se balancea en el reposabrazos entre nosotros se siente

trascendental.

Pero un rápido vistazo a Quint sugiere que soy la única pensando en algo de

esto. Está sintonizado en la película, arrojando sin pensar palomitas de maíz en

su boca.


Me hundo en mi silla y trato de no pensar demasiado. Por una vez, Prudence,

no pienses demasiado.

El público, resulta, que está en esta película. Realmente lo está. En los

primeros minutos, la gente le grita a la pantalla —¡No lo hagas, Chrissie!

¡Mantente fuera del agua! —Yo trago, la carne de gallina se arrastra por mis

brazos cuando se hace evidente lo que está a punto de pasarle a la chica que se

baña desnuda en la pantalla. Giro mi cabeza, lista para enterrarla en el hombro

de Quint y él se acerca a mí, como si me animara a usar su hombro a voluntad.

Lo cual hago.

La película es aterradora . . . y también no. La idea de ella es la peor parte, el

suspenso de saber que el tiburón está cerca cada vez que esa música ominosa

comienza a sonar. No pasa mucho tiempo antes de agarrar el brazo de Quint,

mis dedos escarbando en su manga. No se aparta.

En la pantalla, se ha capturado un tiburón, un tiburón tigre. La gente del

pueblo lo tiene colgado de un gancho en el muelle. El alcalde de la Isla de Amity

les dice a los medios que el depredador responsable de los recientes ataques está

muerto. La audiencia alrededor de nosotros le grita al alcalde: ¡No es el tiburón

correcto! ¡Bu!

—Pobre tiburón, —me encuentro murmurando.

Quint me da un guiño sabio. —Terrible, ¿verdad?

Terrible . . . porque realmente sucede.

La película continúa. Los turistas acuden en masa a las playas. Los hijos

pequeños del Jefe Brody salen al agua . . .

Una pequeña pantalla azul me llama la atención. Frunzo el ceño, distraída.

Alguien en la siguiente fila está mirando su teléfono.

Me inclino hacia adelante. Están . . . ¿desplazándose por Instagram? ¿Qué

diablos?

Alguien detrás de mí también lo nota y grita, —¡Oye, Apaga tu teléfono!

El teléfono se apaga.

Mi atención vuelve a la pantalla. La música está sonando otra vez. El jefe

Brody está corriendo. Los niños no tienen ni idea . . .


La pantalla azul parpadea de nuevo. Aunque no puedo ver la cara de la

persona, puedo ver su teléfono con claridad. Están escribiendo un mensaje de

texto a alguien llamado Courtney. —¿Ocupada mañana? Swim Source tiene

una gran venta.

No soy la única que se molesta. La gente está empezando a gritarle al usuario

del teléfono ahora, no a la pantalla. —Desconsiderado ¿Qué te pasa? ¡Mira la

película!

Quint sacude su cabeza, sólo lo sé porque ha estado apoyando su ceja contra

mi pelo mientras me agarro cada vez más fuerte a su brazo. —Algunas personas.

—Sí, —murmuro, una mano se posa en mi regazo. —Algunas personas.

Mis dedos se enroscan en un puño.

Una canción comienza a sonar desde la pantalla. La chica salta, dejando caer

el teléfono. La canción sigue sonando, canción pop alegre que recuerdo que era

muy popular cuando era niña.

Quint resopla. —Creo que el nombre de esta canción es 'Rude', —él dice,

dándome una mirada divertida—. Encaja.

La chica se apresura a encontrar el teléfono en el suelo, mientras más gente

se une al coro gritándole. —¡Apágalo! ¿Qué estás haciendo? ¡Silencio!

Ella se las arregla para levantar el teléfono, y yo tengo que cubrir mi boca

para no reírme mientras golpea cada botón que puede, pasando la pantalla a la

izquierda y a la derecha, activando el interruptor del lado. Nada funciona. En

todo caso, la música se hace más fuerte. ¿Por qué eres tan grosero?

Finalmente, un empleado del teatro llega e insiste en que ella deje el teatro.

Mientras la sacan del auditorio, con la cabeza colgando con vergüenza, toda

la multitud aplaude.


El tiburón está muerto. El sol se está poniendo. Los créditos finales

comienzan a pasar. Las luces del teatro vuelven a encenderse, y el público

aplaude con entusiasmo.

Libero un largo y traumatizado aliento. Me aferro a Quint como una lapa.

Probablemente he dejado impresiones permanentes donde mis dedos han estado

escarbando en sus brazos, pero si está molesto por ello, no ha dado ninguna

indicación.

Lentamente giro la cabeza y veo que me sonríe.

—¿Y? —pregunta—. ¿Qué te parece?

No estoy del todo segura de cómo responder. A pesar de estar absolutamente

horrorizada, en realidad me gustó la película. La escritura era buena, al igual

que los personajes. El tiburón era . . . bueno, un tiburón animatrónico de los

años setenta, pero la idea del tiburón era escalofriante.

—Tengo una pregunta. —Retiro mis manos de su brazo y me volteo para

enfrentarlo más plenamente. Se mueve hacia mí, esperando.

—¿Quint? —Digo.

—¿Sí?

—No, esa es mi pregunta. ¿Quint? ¿Tu mamá —tu mamá amante de los

animales marinos— te puso el nombre de ese tipo? No sólo un cazador de

tiburones, ¿pero un malhumorado, irritable y solitario cazador de tiburones?

Quint se está riendo. —¡Es un héroe de guerra!

—Es un imbécil. No hace nada más que burlarse e intimidar al pobre . . .

¿cómo se llamaba el otro tipo?

—Hooper.

—¡Ese pobre Hooper toda la película, y luego es devorado por un tiburón!

Honestamente, ¿estaban tus padres tratando de traumatizarte? ¿Por qué no te

nombraron como el principal el tipo? Jefe . . .

—Brody.

—Brody! Deberían haberte llamado Brody. Ese no es un mal nombre.

—Es un buen nombre. Desafortunadamente, ya estaba tomado.


—¿Por quién?

—Nuestro perro.

—¿Tienes un perro?

—Lo tuvimos cuando era pequeño. Brody el golden retriever. Mis padres se

preocuparon de que, si me llamaban Brody, también, la gente no conseguiría

entender la referencia y pensarían que me llamaron así por el perro. Así que...

fue Quint.

Casi no puedo comprender esto. Sacudiendo mi cabeza, y balanceo mi brazo

hacia los créditos rodantes. —¡Él Caza tiburones! ¡Es como la encarnación de

todo lo que tu madre está en contra!

—Lo sé, lo sé. Pero lo creas o no, a ella realmente le gusta esta película. Y

era una gran fan de Peter Benchley, el tipo que escribió el libro, porque terminó

convirtiéndose en un gran defensor por la protección de los tiburones. —Baja

su voz a un susurro secreto—. Creo que él tenía mucha culpa que superar. Oh,

y también, la primera cita de mis padres fue para ver Jaws. Un espectáculo de

aniversario, justo aquí en el Teatro Offshore. Así que . . . ahí estaba eso. —Se

encoge de hombros—. He llegado a un acuerdo con eso. —Sus ojos brillan. El

teatro se está vaciando rápidamente. Algunos de los empleados han empezado

a abrirse camino en las primeras filas, barriendo palomitas y envoltorios de

caramelos. Probablemente deberíamos irnos, pero no quiero.

—¿Y qué le pasó a Brody? —Pregunto, esperando que no sea un tema

delicado—. El perro, quiero decir.

—Se fue con mi padre después del divorcio, —dice Quint, masticando otro

puñado de palomitas de maíz. Apenas hemos terminado la mitad del cubo—.

Falleció hace unos años y mi madrastra lo reemplazó con —se detiene para un

efecto dramático —un pug.

—¿Oh? —Mis cejas se levantan con su tono dramático, pero no tengo idea

de por qué—. ¿Y eso es algo malo?

—Es graciosísimo, —dice—. Mi padre odia los perros falderos. Por lo

menos, lo solía decir. Estoy bastante seguro de que si le preguntaras ahora diría

que son lo mejor de la historia, porque ¿qué va a hacer? ¡Ella ama a ese perro!

Él fue un rescate de Guadalajara, que ella menciona cada vez que lo visito. Creo

que podría ser su forma de crear un vínculo conmigo. Como . . . oye, ¿rescatas


animales? ¡Yo también! —Se encoge de hombros—. Quiero decir, lo está

intentando.

—¿Te gusta tu madrastra?

—Ella no es mala. —Él mastica a través de otro puñado de palomitas de

maíz—. Puedo decir que se aman de verdad, ella y mi papá, así que me alegro

por ellos. —Hace una pausa para mirarme de reojo—. Estás pescando esa

historia de trauma de la infancia, ¿verdad?

Cierro un ojo, sintiendo que me ha atrapado. —Antes eras tan inflexible pero

ahora estas totalmente tranquilo con tu papá que se ha vuelto a casar, viviendo

en San Francisco . . . Parece como si estuvieras escondiendo algo.

—Bueno, tal vez puedas conocerlos algún día, y entonces puedas decidir por

ti misma.

Mi corazón salta, y Quint, como si se diera cuenta de lo que acaba de decir,

inmediatamente mira hacia otro lado. —Mi padre está un poco descontento

conmigo en este momento.

—¿Oh? ¿Por qué?

—Normalmente paso las dos últimas semanas de las vacaciones de verano

con él. Pero le llamé ayer y le dije que no creo que iba a funcionar este año.

Me lleva un segundo darme cuenta. —¿Por la gala?

Asiente con la cabeza. —Quiero estar aquí para ayudarte con esto. No se

sintió correcto irme.

—¡Oh, Quint! No lo sabía. No hay nada decidido aún. Nosotros podríamos

posponerlo hasta . . .

—No. —Sacude la cabeza—. Está bien, de verdad. Mi padre conseguirá

superarlo. Ya estamos planeando algunos fines de semana largos durante el año

escolar, y me tendrá por casi todas las vacaciones de invierno. —Su cara se

suaviza y se ve casi incómodo cuando añade—, No quiero ir a San Francisco

ahora mismo.

De la forma en que lo dice, hay algo más implícito allí.

No pienses demasiado, Prudence.


Se aclara la garganta y mira a su alrededor. —Probablemente debamos irnos,

—dice, y me doy cuenta de que somos las dos últimas personas en el teatro.

Recogemos nuestras cosas y nos ponemos de pie—. Así que, además de tu

disgusto por mi tocayo, —dice mientras nos deslizábamos entre las filas de

sillas—, ¿te gustó la película?

—¡Ja! ¡Hablando de estar traumatizado! —Bromeo—. Me alegro de que ya

me has llevado a hacer snorkel, porque probablemente sea la última vez que

entraré al agua.

—Dale unas semanas. El miedo pasará.

—No. Nunca. Parezco una foca, sabes. ¿Debajo del agua? Yo sería la primera

en morir.

Su sonrisa se desvanece ligeramente cuando me mira. —Todos nos

parecemos a las focas debajo del agua. Al menos, para un tiburón sí.

—Y gracias por confirmar por qué nunca más voy a nadar en el océano.

—Ya lo veremos. Puedo ser bastante persuasivo.

Gruño, sin estar convencida, aunque una parte de mí no puede evitar imaginar

lo que podría hacer para atraerme de nuevo a las olas. Tiemblo cuando un

número de posibilidades flotan sin ser solicitadas a través de mi mente.

—Hablando de snorkel, —dice Quint mientras dejamos el auditorio—. Tengo

algo para ti. —Mete la mano en su bolsillo trasero y saca una fotografía

brillante. Está un poco deformada por estar en su bolsillo todo el día, y la calidad

de la impresión no es la mejor, pero mi corazón aún salta cuando reconozco la

tortuga marina.

Mi tortuga marina. La que vi cuando fuimos a hacer snorkel. La capturó con

la cabeza levantada, mirando directamente a la cámara, olas de luz parpadeando

sobre la arena de abajo. Es hermoso.

—Siento que se haya doblado un poco, —dice Quint, deshaciendo una de las

esquinas—. Puedo imprimir otra copia si quieres.

—Lo apreciaré siempre, —digo, acunando la foto en mis manos. Quiero que

suene como una broma, pero no estoy segura de que lo sea.

—Te tomo la palabra. Cuando mueras, quiero que seas enterrada con esa foto.


Me río y meto la foto en mi cuaderno. —Gracias. De verdad. Me encanta. Y

. . . vale, quizás algún día haga snorkel de nuevo. Tal vez. Ya veremos.

Su sonrisa se amplía. —¿Ves? Persuasivo. —Empieza a dirigirse a las

puertas, pero lo detengo y me dirijo hacia las concesiones se mantienen en su

lugar.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta.

—Voy a pedir hablar con el gerente. Ver acerca de reservar este lugar para la

gala.

—¿Ahora? ¿No podemos hacerlo mañana?

—¡No hay mejor momento que el presente! — Gorjeo.

Pero cuando empiezo a hablar de alquiler de espacios para eventos de la

comunidad, el chico detrás del puesto de concesiones me miró perplejo y me

dijo que el gerente no estaba y quizás debería intentar llamar o algo así.

—Te lo dije, —dice Quint mientras nos dirigimos a las puertas de salida.

—Uf! Valió la pena intentarlo.

Aunque era de día cuando llegamos aquí, el sol se ha puesto ahora y la calle

principal está brillando con luces parpadeantes que han sido colgadas a través

de los árboles y a lo largo de las líneas del techo de los icónicos edificios

centenarios. Un viento ha entrado en acción, lanzando las ramas de las palmeras

por encima de la cabeza. Una gruesa cubierta de nubes oscurece las estrellas.

Se siente como si una tormenta se estuviera moviendo, después de todo.

Cruzo mis brazos sobre mi pecho. No se me había ocurrido traer una

chaqueta.

La frente de Quint se arruga cuando toma el viento. —¿Montaste tu bicicleta?

—Sí, es por aquí.

—La mía también.

Mientras nos apresuramos a lo largo de la acera, la primera salpicadura de las

gotas de lluvia golpea nuestras cabezas.

—Entonces, ¿cuándo es nuestra próxima —Quint se detiene— ¿reunión de

planificación de la gala?


Me pregunto si quiso decir cita.

—¿Mañana? —Digo—. Llamaré al teatro por la mañana, y si podemos

conseguir que se reserve, entonces deberíamos empezar a trabajar en nuestro

plan de publicidad.

—Suena bien.

Apenas consigue pronunciar las palabras antes de que empiece a llover en

serio. Es tan repentino, el cambio de gotas de lluvia gruesas pero escasas a un

aguacero torrencial. Grito de sorpresa y me agacho debajo del saliente más

cercano.

Quint se agolpa a mi lado y nos quedamos en silencio, mirando como la lluvia

llena las cunetas de la calle, los charcos en las aceras, inunda los desagües

pluviales. Los pocos coches en la calle disminuyen la velocidad, sus faros

apenas iluminan a través de la tormenta.

Estoy tan sorprendida por el poder de la lluvia que no me doy cuenta que me

estoy abrazando para calentarme hasta que Quint pone su brazo alrededor de mí

y empieza a frotarme el hombro. Me tenso. Mi cerebro casi sufre un

cortocircuito.

—Oye, —dice, llevando mi mirada hacia arriba. Se me corta el aliento. Nunca

antes había estado tan cerca de él. Nunca antes había estado tan cerca de ningún

chico. Pero sé al instante que su mente no está en el mismo tema que el mío. Su

expresión es de preocupación, su frente esta tensa—. Voy a ir al Centro.

—¿Qué? —Grito. Incluso así de cerca, casi tenemos que gritar para ser

escuchados por el aguacero.

—Probablemente estamos más cerca que cualquiera de los voluntarios y

quiero comprobar los animales. Hemos tenido problemas con las inundaciones

antes, durante las tormentas fuertes como esta. Estoy seguro de que estará bien,

pero, de todas formas, creo que debería irme. Pero quiero asegurarme de que

llegas a tu casa bien primero. ¿Deberíamos hacer una carrera por las bicicletas?

Mis ojos se abren de par en par cuando pienso en las piscinas exteriores. Me

imagino la inundación del patio, y todos los animales atrapados y asustados.

—Sí, —grito—. Pero voy a ir contigo.


Ya he andado en bicicleta bajo la lluvia antes, pero nunca había llovido tanto.

Lluvias como esta son raras en Fortuna Beach, y no estoy segura que alguna vez

lo he visto tan mal. Esquivar los charcos es como esquivar minas terrestres, y el

agua que pasa por los canalones amenazan con sacarme las ruedas de debajo de

mí más de una vez. Por suerte, es un viaje corto. Incluso con la tormenta nos

lleva menos de quince minutos llegar al Centro, nuestro tiempo ha sido ayudado

por el clima que está despejando las carreteras de la mayoría de los vehículos.

Dejamos nuestras bicicletas en el estacionamiento y nos dirigimos a la puerta.

Quint tiene una llave y pronto estamos dentro, respirando fuerte,

arrancándonos los cascos.

Estamos empapados. Me siento más empapada ahora que cuando fuimos a

nadar. Pronto estaré temblando dentro del edificio con aire acondicionado.

Aunque no tiene sentido secarse. Quint y yo caminamos directamente hasta

el patio, donde los animales parecen montículos oscuros apiñados en sus

recintos.

Debido a la forma en que está situado El Centro, con colinas inclinadas

detrás, puedo ver inmediatamente por qué Quint estaba ansioso por llegar aquí.

Ya, la esquina trasera del patio se está inundando con agua que no tiene adónde

ir.

En cuanto a los animales, algunos de ellos están apretados juntos en lo que

parecen ser pilas de miedo. O tal vez están durmiendo a través de este torrente.

. . es imposible saberlo.

Otros, sin embargo, parecen pensar que esto es lo mejor de la historia. Un

grupo de leones marinos están jugando y chapoteando en el agua como si

acabaran de recibir pases para el mejor parque acuático del mundo.

—¿Qué hacemos? —Pregunto—. ¿Necesitamos meterlos dentro?


—Hay que meter a Luna y Lennon dentro, —dice Quint—. No creo que

hayan acumulado suficiente capa de grasa para permanecer calientes en esto. El

resto debería estar bien, pero tendremos que despejar esas piscinas. —Supongo

que no es el agua lo que le preocupa, son animales marinos, después de todo,

hay ramas de árboles y escombros en el agua, arrastrados por la lluvia, y podrían

lastimarlos fácilmente.

Asiento, y nos ponemos a trabajar.

Preparo uno de los bolígrafos interiores antes de volver a buscar a Luna y

Lennon. Parecen felices de seguirme fuera de la tormenta, cuando los conduzco

a través de la puerta, usando una gran tira de plástico para persuadirlos de que

vayan en la dirección correcta. Quint se queda afuera, trabajando para reubicar

a los animales de las piscinas inundadas a algunos de los recintos que están más

cerca del edificio.

Conseguí algunas mantas para Lennon y Luna para ayudarles a quedarse

calientes. La lluvia no era tan fría, pero ahora que están dentro, quiero que se

sequen lo más rápido posible. Encuentro un par de sus juguetes, también,

pensando que podría ayudarles a sentirse más en casa, pero los juguetes que tiro

en el recinto son ignorados. Luna se apila encima de Lennon, poniendo su

cabeza contra el cuello de él. No puedo decir si tiene miedo o sólo está cansada.

Al menos están a salvo. Cierro su puerta y estoy a medio camino de la puerta

trasera cuando un extraño ruido burbujeante me llega al oído. Giro por

completo, tratando de averiguar de dónde viene, cuando miro por encima de la

pared más cercana a un recinto que actualmente está vacío.

El desagüe en el medio del piso está desbordado.

El agua está subiendo desde el suelo.

Mis ojos se abren de par en par. —¡Quint! —Grito. Girando, corro hacia

abajo y salgo al patio justo a tiempo para ver a Quint asegurando la cerca detrás

del último de los animales reubicados. —¡Quint, los desagües! Están . . . el agua

está subiendo y . . . ¿qué hacemos?

Me frunce el ceño por un segundo, y luego pasa corriendo para ver por él

mismo. Un segundo después, está al teléfono con su madre. Él está sin aliento

mientras trata de explicarle que estamos aquí en El Centro, moviendo los

animales, pero los desagües se están inundando. Se puede oír su voz firme al

otro lado de la llamada, indicándole que debe hacer.


Encontramos compuertas para las puertas y tapones para los desagües

exactamente donde Rosa dijo que estarían. Los próximos minutos son un caos

mientras Quint y yo corremos alrededor del edificio, tapando los drenajes.

Encuentro a uno de nuestros nuevos pacientes, un elefante marino, durmiendo

encima de uno, y tengo un largo debate interno sobre si deberíamos dejarlo allí

para mantener el agua a raya, pero al final Quint y yo decidimos despertarlo y

conseguir moverlo y así poder tapar el desagüe.

Estoy exhausta para cuando tenemos El Centro asegurado y los animales se

cuidan. Siento como si acabara de correr un maratón. Un maratón muy húmedo.

—Voy a llamar a mi madre otra vez, —dice Quint, sonando igualmente sin

aliento—. Ver qué más deberíamos estar haciendo.

Asiento con la cabeza. —Haré las rondas una vez más, para asegurarme que

todo el mundo lo está haciendo bien.

Mis zapatos resbalan y se aplastan en el suelo de linóleo mientras compruebo

a los animales en sus corrales. La mayoría están durmiendo, sin darse cuenta de

la tormenta, pero Lennon y Luna están despiertos. Luna está todavía sobre

Lennon como una muñeca de trapo, con sus aletas cubriéndole los ojos.

Abro la puerta. Los dos se asustan. Lennon presiona su aleta contra el azulejo,

tratando de escabullirse más lejos en la esquina, pero apenas puede moverse con

el peso de Luna encima de él. Es la primera vez que he visto a alguno de ellos

actuar con miedo. Normalmente ellos se animan cuando uno de los voluntarios

aparece, esperando comida. Me arrepiento de no haber traído un par de peces

conmigo.

—Hola, chicos —murmuro, acercándome. Es una constante batalla para

recordarme a mí misma que siguen siendo animales salvajes. Ellos podrían ser

peligrosos, especialmente cuando están asustados.

Pero no se mueven cuando me deslizo hacia abajo para sentarme en el piso

de baldosa. Agarro un balón de playa ligeramente desinflado y lo hago rodar

hacia ellos. Rebota en la nariz de Lennon. Sacude la cabeza con sorpresa. Está

oscuro aquí, pero no tan oscuro como para que no pueda haber visto eso. Me

pregunto si sus ojos han empeorado en el último par de días.

Luna se desprende de él y luego ambos se dirigen con dificultad hacia a mí.

La cabeza de Luna me da un codazo en el muslo y paso unos minutos

acariciando su piel. —Está lloviendo mucho ahí fuera, ¿verdad? —Digo,


tratando de mantener mi voz calmada—. Pero está bien. Tú estás segura aquí.

Y me alegra ver que han estado cuidándose entre sí.

La lluvia continúa golpeando la azotea, pero parece haber disminuido de los

torrentes iniciales.

—¿Prudence? —La voz de Quint resuena en el largo pasillo.

—Aquí atrás. —Me levanto y los leones marinos inmediatamente vuelven a

acurrucarse el uno al otro.

Cuando Quint llega a nosotros, parece preocupado, pero su cara se suaviza

tan pronto como ve a los animales. —Deseo que la iluminación estuviera mejor

aquí, —dice—. Sería una gran película.

—Probablemente es lo suficientemente decente para un puesto en los medios

sociales de todos modos. La gente podría preguntarse cómo nos está yendo con

esta tormenta.

Asiente con la cabeza y saca su teléfono. Cuando el flash se enciende, Luna

se cubre la cabeza con sus aletas de nuevo, pero Lennon sólo mira a Quint,

confundido.

—¿Qué dijo tu madre?

—Deberíamos estar bien. No hay mucho más que podamos hacer hasta que

la tormenta se calme. Está feliz de que estemos aquí. Ella quería venir, pero

supongo que hay inundaciones repentinas en todas partes y pensó que no sería

seguro conducir. Y dijo, ¿que sería mejor que nos quedáramos aquí hasta la

tormenta pase.

Salí del corral de Luna y Lennon. —Probablemente debería llamar a mis

padres también, —digo, dirigiéndome al vestíbulo, donde había dejado mi

teléfono y mi mochila tan pronto como llegamos aquí.

El teléfono suena dos veces antes de que mi madre conteste, sonando

frenética. Supongo que ha estado preocupada por mí, pero no. Ellie, a quien

siguen tratando de acostar a las ocho en punto, sigue estando despierta,

luchando contra su rutina nocturna de sueño con gusto. Puedo oír sus lamentos

en el fondo. En cuanto a mí, Mamá había asumido que yo todavía estaba en la

calle principal, probablemente refugiada en Encanto. Le digo que Quint y yo

vinimos al Centro para asegurarnos de que los animales estaban bien, y después

de un momento de duda, se ofrece a conducir y a recogerme.


La oferta es reconfortante, aunque puedo oír el agotamiento de su voz.

—No, —digo—. Está bien. Me quedaré aquí hasta que la tormenta haya

terminado.

—Está bien, cariño. Probablemente sea lo mejor, es seguro, ¿vale?

—Está bien, mamá. Te llamaré si algo cambia.

Cuelgo y me doy la vuelta para ver . . .

Quint.

Quint está de pie en la puerta, a pocos metros de mí.

Quint está sin camisa.

Quint lleva una toalla azul descolorida alrededor de su cintura, y usando una

segunda toalla para secarse el pelo.

Grito. —¡Santa . . .! ¿Qué . . .? ¿Por qué estás . . .? — Me doy la vuelta, mi

cara en llamas. Mi codo derriba mi mochila en la recepción y aterriza con una

salpicadura en el suelo, desparramando mis bolígrafos y un par de cuadernos

ligeramente húmedos.

Aunque ya no me enfrento a Quint, aprieto mis ojos cerrados. —¿A dónde se

fue tu ropa?

Hay un momento de silencio, y luego . . . Quint se ríe. Su risa se hace fuerte,

y no se detiene. Frunzo el ceño, escuchando sus carcajadas, sus aullidos, sus

jadeos por aire.

Después de un tiempo, mi sorpresa y vergüenza comienzan a convertirse en

enojo.

Me preparo, me giro lo suficiente para poder mirarlo por sobre mi hombro.

Quint parece no darse cuenta. Se ha deslizado contra la pared y está luchando

por respirar. Tiene lágrimas en su cara. Verdaderas lágrimas como Dios manda.

—Lo siento, —jadea, una vez que ha logrado contener su histeria bajo

control—. ¡Sólo . . . tu cara! Oh, Dios mío, Pru. —Se limpia las lágrimas—. Lo

siento. No quise asustarte, pero . . . quiero decir, has visto tipos sin camisa antes,

¿verdad? ¿Has estado en la playa?


—¡Eso es diferente! —Golpeo con el pie. Petulantemente. Inmadura. No me

importa. ¿Por qué está casi desnudo?

Todavía hay una diversión lejana en la cara de Quint, pero al menos parece

haber terminado de reírse de mí. —¿Cómo es que es diferente? —dice,

claramente burlándose de mí.

Porque es así, quiero decir.

Porque no son tú.

Me aclaro la garganta. —Acabas de sorprenderme. Está bien. Estoy bien.

—¿No tienes cicatrices de por vida?

—Queda por ver.

Me vuelvo hacia él, pero no puedo encontrarme con sus ojos. Me encuentro

mirando el póster satírico de Jaws en su lugar. —Así que, ¿a dónde fue tu ropa

exactamente?

—La secadora. Estaba subiendo las escaleras para coger algo de camisas de

voluntarios para nosotros.

Oooh. La secadora. Me marchito con alivio al escuchar una práctica

explicación. Usamos la lavadora y la secadora a diario para la mantas y toallas

de animales, pero no se me ocurrió usarlas para nosotros.

—Correcto. Bien. Buena idea.

Quint me da una toalla y yo empiezo a secarme el pelo.

—Iré a buscar esas camisas, —dice. Todavía puedo oír como se ríe

ocasionalmente mientras sube las escaleras.

Me dirijo al pequeño cuarto de servicio con la lavadora y secadora, cierro la

puerta detrás de mí. Despegando mi húmeda camisa y los vaqueros es como

despegar una segunda piel. Mi sujetador y la ropa interior también están

húmedos, pero puedo vivir con eso. Yo tiro mis cosas en la secadora. Aterrizan

encima de la camisa y pantalones de Quint. Por Dios, esto es raro. Empiezo a

ruborizarme de nuevo.

Cojo una nueva toalla de la estantería y la envuelvo alrededor de mí, al estilo

del pareo corporal. Entonces pongo en marcha la secadora y me quedo allí,

escuchándola retumbar y golpear, preguntándome qué hacer ahora. No voy a ir


pavoneándome alrededor de Quint en nada más que una toalla, pero pasará al

menos media hora antes de que nuestra ropa se seque.

En el momento en que tengo este pensamiento, las luces parpadean. Miro

hacia arriba.

Vuelven a parpadear y luego se apagan.

Me sumerjo en una oscuridad tan espesa, que parece que he sido absorbida

por un agujero negro. La secadora se detiene. Nuestra ropa pesada y húmeda se

cae una última vez. Un espeluznante silencio cae sobre El Centro, roto sólo por

las lluvias torrenciales que continúan golpeando contra el lado del edificio y los

ocasionales ladridos infeliz de los animales.

—¿Prudence?

Agarrando la toalla, abro la puerta y asomo la cabeza en el pasillo. Quint se

mueve hacia mí, iluminado por la función de linterna de su teléfono móvil. Se

ha puesto una camisa, por suerte, pero todavía tiene la toalla alrededor de su

cintura.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí. La energía

—Lo sé. Aquí. —Me da una camiseta amarilla.

—¿Hay un generador?

—No lo creo.

Me agacho de nuevo en la habitación y enciendo la linterna en mi teléfono,

también. Proyecta la pequeña habitación en un tenue brillo blanco mientras tiro

de la camiseta y ato la falda de la toalla alrededor de mi cintura.

Hago una mueca. Puedo asegurar la toalla alrededor de mis caderas, pero deja

un hueco a través de un muslo. No puedo salir así.

Entonces recuerdo que hay una pila de mantas junto a la lavadora. Me quito

la toalla y agarro una manta en su lugar. Me siento mejor inmediatamente, con

la tela más que cubriendo mis caderas y cayendo hasta los tobillos. Huele a

pescado y el agua de mar, dado que normalmente está en los corrales con los


animales. No hace tanto tiempo habría estado completamente asqueada por esto,

pero ahora estoy agradecida. Además, soy a menudo la persona que hace la

colada al final del día, así que sé que las toallas y mantas se lavan regularmente.

Agarro mi teléfono y abro la puerta.

—¿Y ahora qué? —Pregunto, antes de darme cuenta de que Quint está

sosteniendo mi mochila. La sostiene, agarrándolo por las asas—. Se te cayó esto

en el vestíbulo, —dice—. No sabía si lo necesitabas.

—Gracias. —Lo tomo de él, pero parece preocupado.

—¿Qué es lo que pasa?

Se aclara la garganta y me da algo más. Dos cosas, en realidad. Un sobre

amarillo pálido que ha sido rasgado abierto, y un sobre blanco, lleno de billetes

de dólar. —Esto se derramó.

—Oh. —Trago—. El dinero es para mis padres . . . —Me siento como si

debiera decir más. Es raro estar llevando todo eso dinero. Pero no quiero

contarle lo de la casa de empeños. No quiero que sepa que mis padres han

recurrido a vender nuestras posesiones. He hecho un buen trabajo no pensando

sobre ello todo el día de hoy, pero siempre que aparece en mis pensamientos,

mi estómago se retuerce. Con preocupación. Con la culpa. Yo pasé todo el

verano tan centrada en tratar de ayudar en El Centro. ¿Debería haber estado

tratando de ayudar a mi propia familia en lugar de eso?

Al final, no le digo nada a Quint, sólo meto el dinero de nuevo en mi bolso y

metiéndolo en uno de los bolsillos laterales, que probablemente debería haberlo

hecho desde el principio. Esto realmente no es de su incumbencia, de todas

formas.

Pero sigo sosteniendo el sobre amarillo, y sus ojos están en él, su frente tensa.

—Mi madre escribió un montón de notas de agradecimientos a algunos de

nuestros donantes el mes pasado, —dice—, al igual que tu sugeriste. La ayudé

a ponerles sellos . . .

Sé que me está diciendo esto para darme una pista de que él sabe que es esto.

Casi como si estuviera tratando de obtener una confesión de mí.

Y tal vez eso es razonable. Este no era mi correo para abrir, y ciertamente no

era mía para quedármela.


Suspiro. —La Dra. Jindal lo dejó caer el otro día cuando estaba trayendo el

correo. Lo recogí, y cuando vi que era dirigido a . . .

Le doy la vuelta para que Quint pueda ver el nombre de Grace Livingstone,

y el sello de la oficina de correos: MUERTO.

La comprensión parpadea a través de sus rasgos. —La abuela de Maya.

—Sé que no debería haberla abierto, pero . . . —Yo dudo, pero ¿Porqué,

exactamente? Parecía que el universo estaba tratando de decirme algo. Sacudo

la cabeza—. No debería haberla abierto. Yo lo siento.

Quint coge la carta, y por un momento, parece desgarrado. Pero entonces una

pizca de sonrisa cruza su cara. —Habría sentido curiosidad, también. Le diré a

mamá que fui yo quien lo abrió, que voy a la escuela con su nieta. Creo que ella

lo entenderá.

Mi corazón se expande. No me esperaba eso.

—Gracias, —susurro.

Un golpe de silencio pasa entre nosotros, y luego la energía vuelve de nuevo.

Quint sonríe, tranquilo y relajado. —¿Tienes hambre? —Apunta el pulgar hacia

la escalera—. Tengo monedas para la máquina expendedora. Podríamos tener

Pringles a la luz de las velas.

—Qué romántico, —digo—. Excepto que no creo que las máquinas

expendedoras funcionan durante un corte de energía.

Se estremece. —Maldición. Apuesto a que tienes razón. En realidad, no sé si

hay velas, tampoco.

Me encojo de hombros. —Vamos a averiguarlo.


En la sala de descanso del personal, pasamos algún tiempo escarbando en los

cajones en los que mezclan la platería, los suministros de oficina, y menús de

comida para llevar que probablemente han sido enterrados aquí durante la

última década al azar. En última instancia, encontramos dos cajas de velas de

cumpleaños y una caja de cerillas. Quint coloca las velas en un cuenco

decorativo lleno de arena y conchas marinas y las ilumina. Yo nunca he visto

velas de cumpleaños encendidas más tiempo del que se tarda en cantar "Feliz

Cumpleaños", y sospecho que no durarán mucho tiempo, pero por ahora, su

brillo es reconfortante y extrañamente alegre cuando el viento y la lluvia hacen

estragos afuera. Además, a nuestros dos teléfonos se les están agotando las

baterías, así que pensamos que es mejor conservarlas tanto como sea posible.

Después de cavar a través de los armarios reunimos algo como un picnic. Una

bolsa abierta de patatas fritas rancias, algunas galletas saladas y mantequilla de

maní, una caja de Cheerios y algunos malvaviscos.

A pesar de que había estado bromeando antes, mientras nos instalamos en la

larga mesa de conferencias, realmente se siente romántico; la tormenta

golpeando contra las ventanas, el brillo de las velas y que estamos bastante

atrapados aquí... juntos.

—¿Crees que estaremos atrapados aquí toda la noche? —Pregunto,

intentando no sonar esperanzada cuando lo digo. Porque sería horrible,

¿verdad? ¿Quién quiere dormir en un suelo frío y duro, cuando podría estar a

salvo en casa en una cama acogedora y caliente? Y, aun así, no tengo prisa por

irme.

—No lo sé. A este ritmo... —Quint mira a la ventana—. No se ve bien. ¿Tus

padres estaban preocupados?

—Creo que están bien. Dijeron que nos quedáramos aquí hasta que la

tormenta pasara.

Asiente con la cabeza. —Supongo que podemos usar las mantas de abajo para

hacer una especie de cama. Puede que no sea la más cómoda del mundo, pero...


—Podría ser peor.

Lo cual es cierto porque tenemos refugio y comida, es bastante cálido, hay

luz por el momento aunque las velas están ardiendo terriblemente rápido.

—Al menos tenemos cereales. —Me meto un puñado en la boca. La primera

vela se apaga, dejando un rastro de humo oscuro acurrucándose entre las

sombras. Ambos miramos a nuestra pequeña colección de velas pegadas en la

arena, ya casi se queman hasta la base.

—Tal vez deberíamos haber racionado esos —dice Quint.

—¿No hay una linterna por aquí en alguna parte?

Lo considera. —Tal vez sí.

Vamos a buscar otra vez arriesgando la vida de la batería de nuestros

teléfonos para buscar en cada armario, estante y aparador que podemos

encontrar. Por fin tenemos éxito, encontramos cinco linternas escondidas con

algunas de las redes de rescate y otros suministros, aunque sólo tres de ellos

tienen baterías que funcionan. Mientras estamos abajo, llenamos nuestros

brazos con tantas mantas como podamos antes de retirarnos a la sala de

descanso. Empujamos la mesa contra un banco de gabinetes, despejando un

gran espacio lo suficiente como para que podamos extender las mantas,

construyéndolas en algo como un colchón. Se me ocurre que tal vez debería

hacer dos camas separadas, pero no digo nada, y él tampoco.

—¿Qué estarías haciendo ahora mismo si no estuvieras aquí? —Quint

pregunta.

—¿Dormir?

—¿En serio? Ni siquiera es medianoche.

—Soy más una persona de la mañana.

—Eso no me sorprende. —Quint se sienta en la cama improvisada y enrolla

un par de toallas para usarlas como una almohada detrás de su espalda. Dudé

por unos segundos antes de sentarme en el lado opuesto, de cara a él. Estamos

lo suficientemente cerca como para que se sienta íntimo, especialmente con la

luz tenue de la linterna reflejada en el techo, pero lo suficientemente lejos como

para que yo pueda fingir que no es totalmente incómodo. —Vale, — dice—. si

no estuvieras durmiendo, ¿entonces qué estarías haciendo?


—No lo sé. ¿Planeando la gala? ¿Asegurarme de que todo será perfecto? —

Quint chasquea la lengua, como si me estuviera castigando.

—¿Alguna vez crees que podrías ser demasiado exigente?

Mi nariz se arruga. —Jude me mantiene al tanto de eso, sí. No puede evitarlo.

Siempre hay algo más que hacer, y yo no quiero conformarme con menos que

perfecto, ¿sabes? ¿Por qué ser mediocre? Pero puede ser difícil saber cuándo es

suficiente, o cómo priorizar mi tiempo. Como este verano, he estado pensando

tanto en El Centro que no he hecho casi nada de nuestro proyecto de biología

en absoluto.

—Me he estado preguntando sobre eso, —dice Quint, parpadeando—.

Esperaba que lo hubieras olvidado.

—Definitivamente no lo he olvidado. Todavía quiero hacer algo

extraordinario. En realidad, pensé que tal vez podría usar la gala como un

ejemplo real de cómo el ecoturismo puede funcionar para ayudar al medio

ambiente. Pero todavía necesito traer más ciencia en ello, y eso me tiene

perpleja. Así que lo puse a un lado y me concentre en El Centro y la recaudación

de fondos a pesar de que sé que al aplazarlo sólo estoy creando más estrés para

mí misma.

—¿Qué? ¿Tú? Espera. —Quint se inclina hacia mí conspiratoriamente—.

¿Estás diciendo que tú, Prudencia Barnett... ¿has estado... procrastinando 25 ? —

Lo dice como si fuera una mala palabra, su cara dibujada con incredulidad.

No puedo evitar reírme de la dramatización excesiva, aunque me da un hipo

de ansiedad cuando me doy cuenta que la revisión del proyecto está prevista

para dentro de unas semanas. —Absolutamente no. —digo con énfasis—. He

estado obteniendo cuidadosamente cantidades de información.

—Ajá, claro. —Me guiña un ojo, enviando a mi corazón errático otra onda

de latidos como un solo de batería—. Siempre y cuando sepas que cuando yo

estoy procrastinando la investigación es mi excusa también.

—No estoy procrastinando. Esa palabra no está en mi vocabulario, pero

admitiré que es difícil pasar mi tiempo escribiendo un informe sobre salvar la

vida silvestre cuando podría tu sabes, ayudar a salvar la vida silvestre en

realidad.

25

Procrastinar: significa posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades que nos

resultan más gratificantes pero que son irrelevantes.


Sus dientes brillan con una sonrisa gigante. —No podría estar más de

acuerdo.

Mientras dice esto tengo un pensamiento, uno que no puedo creer no se me

ha pasado por la cabeza hasta ahora. Pienso en las veces que intenté impartir

justicia kármica a Quint en el comienzo del verano, cuando se negó a ayudar

con el proyecto de biología porque "tenía otras cosas que hacer", o cuando llegó

tarde a encontrarse conmigo en la calle principal. Estaba tan enojada con él, tan

segura de que estaba siendo egoísta y perezoso, pero no lo estaba. Él realmente

tenía otras cosas que hacer, focas que alimentar, nutrías marinas para rescatar y

es por eso que mis intentos siguieron fracasando. En lugar castigarlo, el

universo lo estaba recompensando: el crédito extra del Sr. Chávez, el billete de

veinte dólares.

Todo ese tiempo, no pude ver lo que estaba justo delante de mí pero el

universo sí podía, el universo lo sabía.

—¿Qué? —dice Quint, y me doy cuenta de que lo he estado mirando. Me

sonrojo y niego con la cabeza—. Nada. Sólo estaba pensando. —Me lleva un

segundo recordar de qué estábamos hablando.

—De todos modos, no te hagas una idea equivocada. Sigo pensando en

revisar el informe y mejorar nuestra calificación es importante si voy a entrar

en una de mis mejores opciones de universidad, no puedo dejar que mis notas

bajen.

—¿A dónde quieres ir?

—Stanford, —digo, sin dudarlo—. O a Berkeley. Ambos tienen muy buenas

escuelas de negocios.

Hace una mueca. —¿Negocios? ¿Qué, buscaste las carreras más aburridas

posibles y esa se clasificó justo por encima de ciencias políticas?

—¿Disculpa? Estudiar negocios es fascinante. La psicología de por qué y

cómo la gente gasta su dinero, las razones por las que algunas empresas fracasan

y otras siguen siendo fuertes... Y me imagino que el título de negocios puede

ser aplicado a casi todos los campos ahí fuera, así que no importa lo que me

atraiga más tarde, podré conseguir trabajo. —Tarareo pensativa—. A veces

pienso, si alguno de mis padres tenía algún sentido de los negocios, sus vidas

serían más fáciles, no quiero preocuparme por el dinero como ellos.


Mis pensamientos vuelven a ese fajo de dinero en mi mochila. La caja de

cubiertos en la casa de empeños, me lo guardo.

—Eso puedo entenderlo. —dice Quint—. Conozco a mamá, no quiere que

me preocupe, pero es imposible no hacerlo. Este Centro es su pasión, pero

también es su medio de vida. Si falla...

No termina de pensar. Me pregunto qué haría Rosa si ya no puede dirigir El

Centro.

—Pero el dinero no lo es todo, ella trabaja muy duro aquí y siempre es una

lucha por mantener las cosas en marcha, pero no creo que ella quiera hacer otra

cosa.

No respondo. Claro, el dinero puede no ser todo... pero es algo. No puedo

imaginarme trabajando tan duro como Rosa, o como mis padres, y aun teniendo

tan poco que mostrar, por mucho que me guste mi trabajo.

—Déjame adivinar, —digo, ladeando mi cabeza especulativamente—. No

has pensado en absoluto a que universidad, o que quieras estudiar.

—No es que no le di un pensamiento, —dice un poco a la defensiva—. No

planee un plan de cinco años como algunas personas...

—Diez, en realidad.

—Mi equivocación —Pone los ojos en blanco—. Pero ahora mismo, estoy

bastante seguro que me tomaré un año sabático.

Mi jadeo es tan horrorizado que Quint parece legítimamente preocupado por

un segundo.

—¿Un año sabático? Oh, vamos. Esa es una forma elegante de decir que eres

demasiado perezoso para ir a la universidad o demasiado indeciso para elegir

una.

—Vaya. Uh-uh. —Me señala con el dedo—. Sólo porque no es tu plan no lo

hace malo.

—¡Sólo retrasa lo inevitable! ¡Si vas a ir a universidad, o luego ir a la

universidad! ¿Por qué perder el tiempo, desperdiciando todo un año de tu vida

de mochilero en Europa o lo que sea el cliché que crees que te hará "Una persona

completa”? —hago comillas con los dedos.


Quint cruza sus brazos sobre su pecho. —Para tu información, estudios han

demostrado que las personas que toman un año sabático regularmente se

desempeñan mejor en la universidad una vez que llegan allí.

Entrecierro los ojos, sin estar convencida.

—Búscalo —dice suavemente.

—No quiero agotar la batería de mi teléfono, —me quejo.

—No quieres admitir que podría tener razón. Otra vez.

—Ya veremos. —Resoplo—. Entonces, ¿qué planeas hacer durante tu año de

holgazanería? Por favor, dime que no iras realmente de mochilero por Europa.

—Australia, en realidad. Quiero bucear en la Gran Barrera de Coral antes de

que sea demasiado tarde.

Mis ojos se abren de par en par con sorpresa. Paso un momento reflexionando

sobre esto. —Vale, eso es en realidad una especie de objetivo genial.

—Traducción de Prudence al español: Es una brillante idea, Quint. Deberías

hacer eso.

Sacudo la cabeza. —No tan rápido. No necesitas un año entero para hacer

eso. ¿Por qué no vas de vacaciones de verano?

Empieza a moverse, ajustando la toalla a su espalda. Cruzando y descruzando

sus tobillos. —No quiero sólo alquilar algo de equipo, pasar un día en el

arrecife, y tacharlo de mi lista de cosas por hacer. Quiero... —Duda, su

expresión se vuelve casi seria—. Así que... mi plan, si quieres saberlo, es que

quiero obtener mi licencia de buceo y pasar el año construyendo mi portafolio.

Mi portafolio de fotografía. —Él saca pelusa de la manta—. Cuando vaya a la

universidad, me gustaría estudiar arte y diseño. Tal vez con una especialización

en fotografía. Me encantaría hacer fotografía submarina eventualmente, pero el

equipo es caro, y mi mejor oportunidad es conseguir una gran beca. Y por eso...

—No termina, pero ya he conectado los puntos.

—Necesitas un gran portafolio.

—Una cosa es tomar fotos de los animales aquí en El Centro, pero si pudiera

tener más experiencia bajo el agua cuando aplicara, realmente creo que

ayudaría.


Lo miró fijamente, aunque, por alguna razón, no ha dejado que nuestras

miradas se encuentren. Mi opinión sobre Quint da otra vuelta. —Tú podrías

estar en National Geographic algún día.

Sonríe, sus ojos se arrugan en las esquinas mientras finalmente me mira.

—Uno puede soñar, pero eso es... quiero decir, los fotógrafos son de primera

categoría. No sé si alguna vez podría…

—Podrías. Lo harás, —digo, con sorprendente convicción—. Tienes mucho

talento.

Se pasa una mano por el pelo. —Nah, promedio en el mejor de los casos, pero

me encanta, así que... ya veremos.

—No puedo creer que te burlaras de mi plan de diez años cuando has

mantenido todo eso en secreto durante todo este tiempo...

Todavía se ve incómodo mientras estira sus hombros unas cuantas veces.

—Es raro hablar de ello. Quiero decir... ¿cómo le dices a la gente que quieres

bucear en la Gran Barrera de Coral y convertirte en un fotógrafo submarino? Es

algo un poco surreal, como los sueños.

—No es algo así. Quiero decir, alguien tiene que hacerlo, de lo contrario

nosotros no tendríamos todos esos documentales geniales sobre la vida en el

mar que el Sr. Chávez nos hizo ver.

—Cierto. Es un buen punto. —Sus ojos están brillando, casi con gratitud—.

Eso es algo que me gusta de ti, Prudence. No se puede decir que no eres un

optimista.

—Me gusta pensar que soy más realista y que estoy dispuesta a trabajar duro.

Sonríe. —Aún mejor.

Mis mejillas se calientan. Es mi turno de mirar hacia otro lado, mis dedos

escarbando en las mantas de felpa. Enrollo mis rodillas hacia mi pecho,

cubriendo mis brazos alrededor de ellos.

—Tengo que creer eso, que con suficiente diligencia y esfuerzo, puedes hacer

que cualquier cosa suceda. Y entiendo que soy una perfeccionista ridícula y sí,

probablemente demasiado en busca de lo sobresaliente. Pero es todo lo que

tengo, así que... me imagino que será mejor que lo aprovechemos.


—¿Qué quieres decir con que es todo lo que tienes?

Me estremezco. No debería haber dicho nada. Una parte de mí quiere

retroceder, quiero decir, no importa, sólo estaba divagando, pero hay algo

acerca de la iluminación tenue, la lluvia que se ha convertido desde un torrente

hasta un melodioso golpeteo, de la forma en que Quint sólo confesó este sueño

oculto, que me hace valiente. O, si no valiente, al menos siento que tal vez esté

bien ser un poco vulnerable.

—Es como, Jude, por ejemplo, —digo, en voz baja, cuidadosa con mis

palabras—. Es tan agradable. A todo el mundo le gusta. Él sólo se lleva bien

junto con la gente, dondequiera que vaya. Sé que no soy eso. Y Ari, ella es tan

talentosa, y tan apasionada por la música, pero no me apasiona nada más que

querer tener éxito para hacer lo mejor posible, pero puedo hacer planes, y puedo

ser organizada, y si un profesor asigna un informe, voy a escribir el mejor

informe que jamás hayan visto, si estoy organizando una gala, voy a hacer una

fiesta que nadie olvidará jamás. Yo puedo hacer eso y si puedo impresionar a la

gente, entonces tal vez no noten que no soy ingeniosa, ni hermosa, ni...

divertida.

Dejo de hablar y meto la mitad inferior de mi cara detrás de la manta. No

puedo creer que haya dicho todo eso pero al mismo tiempo se siente bien al

admitir que toda la confianza que le muestro al mundo es una táctica de

distracción, una tapadera para el miedo que hay debajo.

—Quiero decir, —dice Quint, finalmente, como si fuera el que ha estado

diciendo demasiado—, no eres...no eres hermosa.

Un sonido, en parte risa y en parte tos, brota de mí. Me atrevo a mirarlo, pero

rápidamente tengo que mirar hacia otro lado otra vez.

—En primer lugar, los dobles negativos no son gramaticalmente aceptables.

Gimotea. —No puedo ganar contigo.

—En segundo lugar, —le digo, ignorándolo—, No estaba buscando un

cumplido. Pero... ¿gracias? Creo que...

—Sé que no lo estabas. —Se aclara la garganta, y siento que puede estar tan

incómodo con esta conversación como lo he estado yo—. Pero tenía que decir

algo. Nunca te he visto insegura de nada antes. Y lo digo en serio. Eres... —Él

se aleja.


Sacudo con fuerza mi cabeza. —No tienes que decirlo. No lo hagas, te haces

una idea equivocada. No es que piense que soy horrible o cualquier cosa, pero...

estar rodeado de chicas que no llevan nada más que cortos pantalones y bikinis

de cuerda todo el verano. Quiero decir, yo... sé que no me veo así.

Quint hace un sonido, y no puedo decir si está de acuerdo conmigo o no.

Cuando vuelva a hablar, espero que repita el mismo semi-cumplido: No eres,

no eres hermosa.

Y sí, todo mi cuerpo aún está sonrojado por esas palabras.

Pero en vez de eso, dice algo que es de alguna manera es cien veces mejor.

Algo que no creo que nadie haya dicho nunca de mí antes.

—Por si sirve de algo, creo que eres muy divertida. Al menos, cuando no

criticas todo lo que digo o hago. —Sus hoyuelos se hunden—. En realidad, me

he divertido mucho contigo este verano.

Nos miramos el uno al otro con el brillo de la linterna, la lluvia golpeando

contra las ventanas. Mi garganta se estrecha. Estoy sorprendida por descubrir

que mis ojos se empañan, y espero que esté demasiado oscuro para que Quint

no pueda verlo. No puede saber... no puede saber...

Es bueno lo que siento al escuchar esas palabras. Saber que las dice en serio.

—También... —Quint aclara en voz alta su garganta y ajusta sus piernas,

cruzando un tobillo sobre el otro—. Tengo enormes cejas.

Resoplo y pongo una mano sobre mi boca. —¿Qué?

—Sí. Por si no te has dado cuenta. —Se inclina hacia mí y apunta a una ceja—

. Puedes acercarte si necesitas verificar.

—Um. Los he visto, gracias.

—Sí, exactamente. Todo el mundo los ha visto. Los extraterrestres en Marte

pueden verlos.

Me río. —Quint.

—No, no intentes decirme que no son tan malos. Tengo un espejo. Yo sé la

verdad. —Suspira dramáticamente y se inclina hacia atrás contra el gabinete—

. Cuando era niño, una vez le pedí a mi madre para ayudarme a perfilarlas.


—No lo hiciste.

—Sí lo hice. Ella se negó, me dijo algunas tonterías de "tú-eres-perfectocomo-eres".

Así que me colé en su baño y agarre sus pinzas y saque un pelo...

uno. Me dolió tanto que lloré. En serio, ¿por qué las chicas pasan por eso?

—A menudo me pregunto lo mismo.

—De todos modos, no pude conseguir tirar más, lo cual me hizo llorar aún

más, y entonces mi madre me encontró y era como, ¿qué diablos te pasa? ¡Son

sólo cejas! Pero la cosa es me hacen ver tan malvado, estaba preocupado de que

todos pensaran que yo era un matón y las personas no sean mis amigos.

La simpatía me aprieta el pecho.

—Cuando se lo dije a mi madre, ella dijo...que todo lo que tengo que hacer

es sonreír porque no puedes parecer malo cuando sonríes. —Su sonrisa aparece,

pero hay una tristeza recordando esta historia—. De todos modos, me tomé esas

palabras en serio. Desde entonces trato de ser, ya sabes, el tipo que sonríe. Es

mejor que ser el tipo con las cejas feas de todos modos. —Se ríe, con un poco

de autodesprecio.

Mientras me siento allí sintiéndome como la mayor idiota, recordando cómo

me burlé de sus cejas cuando vino al karaoke hace semanas.

Y ahora ni siquiera puedo recordar lo que me hizo decir tales cosas horribles.

Me gustan sus cejas. Me gusta lo expresivas que son. La forma en que se

estrujan cuando él está bromeando. La forma en que surco cuando está molesto.

Aunque me gustan menos cuando está molesto conmigo.

Quiero decirle esto, pero las palabras están atascadas. Mi garganta está seca.

—De todos modos, —dice Quint—, supongo que todos somos inseguros

sobre algo.

—Supongo que sí. —Mis palabras son apenas un graznido.

Él se encuentra con mi mirada y hay un segundo—una eternidad—, en la

que ninguno de nosotros mira hacia otro lado. Él tiene una media sonrisa en su

cara. Mi cerebro se tambalea, dejándome suspendida, sin aliento, atrapada. Su

atención se dirige, brevemente, a mi boca. Mis entrañas se estrujan, la distancia

entre nosotros se siente como una milla.


Quint inhala y yo no puedo moverme, esperando que hable, para decir mi

nombre, para decir algo...

Pero cuando habla, su tono es seco y descarado, nervioso. —¿Deberíamos

hablar de otra cosa? ¿De la gala? O ¿biología? ¿O excursiones escolares, o algo

así?

Me relamo los labios. Eso suena más seguro, y parece claro que ninguno de

nosotros se dormirá pronto.

—¿Todavía podemos decidir nuestro premio de la rifa? —Sugiero.

—Bien. Bien. Algo que no tenga precio, pero que podemos en realidad

conseguir.

Pasamos unos minutos reflexionando. Quint lanza unas cuantas ideas, ¿Ari

podría escribirles una canción personalizada? ¿O el ganador podría invitar a

algunos de sus amigos más cercanos a la próxima celebración de la liberación

de los animales, como una fiesta privada? Todas son buenas ideas, todas las

posibilidades, pero nada parece estar bien...

Estoy mirando alrededor de la sala de descanso, esperando que la inspiración

cuando mi atención se centra en la foto de la tortuga marina atrapada en la red

y los escombros.

Jadeo. — ¡Quint!

—¿Qué?

Me pongo de pie de un salto, apretando la manta alrededor de mi cintura

mientras cruzo la habitación. —¡Estos! ¡Tus fotos!

Él también se levanta, pero con menos entusiasmo. —¿Mis fotos?

—¡Sí! ¿Y si hiciéramos una serie de impresiones de edición limitada

mostrando algunos de los pacientes del Centro? Podrías firmar cada uno y los

numeramos. Son tan hermosas, y hacen un gran trabajo para captar de qué se

trata el Centro. ¡Las personas se volverían locas por ellos!

—Vamos, Pru. Es muy amable de tu parte decir eso. —A pesar de su tono

bromista, puedo decir que está avergonzado por los elogios—. Pero... Vamos.

Son demasiado tristes, nadie los querría.


Considero esto. —Sí, son tristes. Pero mucho en los grandes artistas es triste.

Y estas imágenes, te hacen sentir algo, ¿Lo reconoces? Capturas estos

momentos, estas emociones... —Presiono una mano sobre mi corazón,

recordando la forma en que mi garganta se había cerrado herméticamente la

primera vez que vi los animales en las fotografías—. Las fotografías son

desgarradoras, pero también son honestas, y explican de la manera más visceral

por qué el Centro de rescate es importante. Sé que no tomaste las fotos para

poder venderlos, pero para una rifa... ¿Qué te parece?

Está frunciendo el ceño a las fotos de la pared. —No lo sé. Quiero decir, me

alegro de que pienses que son buenas, pero... son sólo... —Se encoge de

hombros—. Deprimentes. Además, no soy un gran artista, no pagarán dinero

por esto.

—Creo que te equivocas. Sé que te equivocas. —Agarro su brazo, suplicando.

Se tensa—. Y tienen la cantidad justa de toque personal. ¡Son perfectas!

Sus labios se retuercen hacia un lado. Creo que podría estar usándolo, pero

también puedo ver que no está convencido. —Supongo que podemos —lo puso

en la lista de "tal vez".

Hago pucheros. —Bien. Es tu arte. No debería decirte qué hacer con él —

Mis manos caen a mis caderas y miro hacia atrás a las fotos enmarcadas,

sacudiendo mi cabeza en la decepción—. Puedes hacer lo que quieras.

Quint no responde.

Espero, completamente esperando que se rinda y proclame: “Bien, Prudencia,

tú ganas. ¡Usa las malditas fotos si es tan importante para ti!”

Pero su silencio se extiende una y otra vez.

Finalmente, lo miro.

Me está mirando, sus ojos brillando con el débil brillo de la linterna.

—¿Qué? —Pregunto.

Su boca se abre, pero vacila. Dos segundos. Cinco. Antes de decir

—¿Puedo hacer lo que quiera?

Me pongo inmediatamente cautelosa. Mis ojos se estrechan. —Dentro de lo

razonable.


Exhala fuertemente. —Puede que sea demasiado tarde para eso.

Estoy a punto de preguntarle de qué está hablando, cuando baja su cabeza y

toca sus labios contra los míos.

Me congelo.

Todos los pensamientos evacuan mi cerebro, dejándome sin nada más que

estática mental.

Mis labios me cosquillean. Es un toque breve. Dudoso. Inseguro. Y luego

desaparece. Sus ojos están inseguros mientras me mira, esperando mi reacción.

Y no puedo reaccionar. Apenas puedo respirar.

Quint Erickson acaba de besarme.

Empieza a parecer preocupado. Traga tan fuerte que puedo oírlo.

—He.… querido hacer eso por un tiempo... —dice, lo que ¿podría ser una

explicación? ¿O una excusa? Y luego se aparta más lejos aún, y esas cejas, esas

gloriosas las cejas se están uniendo, y puedo decir que está avergonzado y

herido y... ¿por qué no puedo moverme?

—Pero si no debí hacerlo... tal vez lo malinterpreté... um. —Sus hombros se

elevan a la defensiva—. ¿Debo decir que lo siento?

—¡No! —La palabra es todo lo que puedo manejar. Cualquier cosa para

conseguir que dejara de hablar, dejara de dar marcha atrás, dejara de parecer

que él podría haber cometido un error—. Yo sólo... me sorprendiste. Es todo.

Su cabeza se levanta lentamente, cae lentamente, en algo como un asentir con

la cabeza. —Bien. ¿Bien sorprendido, o...?

Me río, la hilaridad me golpea de una sola vez.

Quint. Quint me besó.

Me besó.

—Pru…

No le dejo terminar. Le agarro de los hombros y le beso de vuelta.


—El penúltimo día de clases.

—¿Penúltimo día de clases? —Digo, desconcertada, tratando de recordar lo

que, en todo caso, fue tan especial del penúltimo día de clases. Pero entonces

sacudo la cabeza—. No, no, sabes que estás mintiendo, porque el último día de

clases es cuando nosotros obtuvimos nuestras calificaciones del Sr. Chávez, y

tú insinuaste que sólo un masoquista trabajaría de buena gana en ese proyecto

de biología conmigo durante el verano.

—Oh, sí. No digo que fuera la primera vez que me di cuenta de que me

gustabas. Todavía estaba completamente convencido de que eras una terrible

persona. Sólo digo que el penúltimo día de la escuela es cuando te convertiste

en una persona terrible a la que quería besar.

Me pongo pálida. —¡Quint! —digo, escondiendo mi cara detrás de mis

manos.

—¡De verdad!

Se encoge de hombros. —Tú lo pediste.

Tartamudeo una risa, incluso cuando el calor me quema las mejillas. Estamos

sentados en la pila de mantas. La electricidad sigue cortada, aunque la tormenta

se ha reducido a una llovizna constante. El brazo de Quint está alrededor de mis

hombros, tan cómodamente como si hiciéramos esto todo el tiempo.

No sé cuántas horas hemos estado sentados aquí. Hemos pasado ese período

de delirio nocturno cuando todo se vuelve histéricamente divertido, hasta el

punto de que cuando todo parece imposiblemente profundo, y ahora estamos

tanto soñolientos como bostezando y negándonos a cerrar los ojos. No quiero

que esta noche termine nunca.

—Entonces, ¿qué fue? Mi extremadamente detallado modelo en miniatura de

la calle principal, o...

— Karaoke, obviamente.


Jadeo. —¡Oh! Esa fue la noche del karaoke, ¿no? Cuando yo... —Toco la

parte de atrás de mi cabeza, recordando mi caída. Entonces lo miro dudosa.

—¿Te gustan las chicas con conmociones cerebrales?

—Honestamente no sé por qué me gustas. —Sus dedos trazan sin pensar

círculos alrededor de la parte superior de mi brazo—. Pero... había algo... no lo

sé. En un momento dado... hiciste esa pequeña cosa de meneo de hombros... —

Él menea sus hombros en imitación—. Además, ese lápiz labial tuyo... — Él

trae su mano libre a mi cara, presionando ligeramente su pulgar contra mis

labios, aunque no hay forma de que tenga lápiz labial después de esta noche.

Me da escalofríos—. Normalmente no entiendo en totalidad el maquillaje, pero

ese lápiz labial. He tenido sueños con esa misma sombra de rojo últimamente.

—Estás bromeando.

—¿Es eso raro? —Sus ojos se arrugan en las esquinas, y quiero decirle que

cada palabra que ha salido de su boca en las últimas no sé cuántas muchas horas

ha sido extraño.

—Puede que sea un poco raro, —digo—. Pero yo no puedo quejarme.

Él sonríe y sus ojos se dirigen a mi boca. Estoy llegando a reconocer esta

mirada, justo antes de que me bese. Su mano se mueve para acariciar un lado

de mi cara. Él se inclina hacia abajo y yo inclino mi cabeza para conocerlo. Mis

labios están hinchados. Hace veinticuatro horas, nunca me habían besado.

Ahora me han besado hasta el olvido.

—Tu turno, —dice Quint, alejándose y poniendo su frente contra la mía—.

¿Cuándo quisiste besarme por primera vez?

Cierro los ojos y trato de recordar. Ahora mismo es difícil imaginar un

momento en el que no quería besarlo.

—Snorkeling.

—¡Sí! —Quint se da un codazo—. Sabía que estabas totalmente enganchada

por mi ese día. Pude sentirlo. —Chasquea los dedos—. ¿Fue también el día que

ayudé a rescatar a esa nutria marina? Lo fue, ¿no es así? Hombre, ese fue un

buen día para mí. —Suspira con nostalgia, como si fuera un anciano que siente

nostalgia por su juventud, en lugar de algo que sólo ocurrió hace pocas

semanas—. Fue algo mágico verte hacer snorkel por primera vez. Creo que

nunca te había visto tan feliz antes.


Considero esto. —No estaba feliz sino asombrada.

—No, eras feliz. Me doy cuenta, ya sabes.

—¿Oh? ¿Cómo?

—Pude ver tus hoyuelos. —Sus ojos brillan, casi burlonamente, aunque está

tratando de mantener su expresión estoica y sabia—. No aparecen tanto cuando

tienes uno de tus sonrisas sarcásticas.

Mi corazón late, y no puedo evitar sonreír. Nerviosa, pero feliz.

—¿Ves? —dice, golpeando su hombro contra el mío—. Como esa.

Lo golpeo de vuelta. Entonces mis ojos se fijan en las ventanas y parpadeo.

—Hey, Quint. ¿Ves lo que estoy viendo?

Gira la cabeza y le lleva un minuto darse cuenta de que estoy hablando de...

La luz del día. Sólo un leve indicio que ilumina las ventanas. No el sol, sino la

promesa del sol. Una tenue luz gris verdosa que atraviesa la llovizna.

—¿Qué hora es? —coge su teléfono por reflejo, antes de recordar que

nuestras baterías murieron hace eones.

Miro mi reloj. —Casi seis. —Nos miramos el uno al otro, dándonos cuenta

de que hemos estado despiertos toda la noche. No sólo eso, sino que la tormenta

parece haber pasado.

Somos libres de irnos.

—Sugeriría que fuéramos a por panqueques, —dice Quint—. pero la mayoría

los comensales probablemente requieran pantalones.

Me pongo a reír y me derrumbo en él, enterrando mi cara en su hombro. Si

hubiéramos estado pensando anoche, hubiéramos colgado nuestra ropa.

Probablemente ya estaría seca, o cerca de estarlo. Pero todavía están en la

secadora, en un grupo mojado.

—Los panqueques suenan muy bien —digo.

Sus brazos me rodean, sus labios presionan contra mi cuello, justo debajo de

mi oreja.

Se me olvidan los panqueques, junto con todo lo demás. Hasta unos segundos

después, cuando una puerta se abre de golpe.


Los dos saltamos.

El sonido debe haber despertado a algunos de los animales de abajo, porque

hay una pequeña ronda de ladridos de las focas y chirridos de las nutrias.

Luego oímos a Rosa, gritando.

—¿Quint?

Quint y yo intercambiamos miradas. Una breve pero profunda mirada, la

decepción pasa entre nosotros antes de que nos desenredemos de los brazos del

otro.

—Aquí arriba, mamá, —llama Quint mientras ambos nos ponemos de pie y

enderezamos nuestras camisetas y comprobamos los nudos de nuestras toallas

y batas, como llamábamos a nuestra ropa improvisada, alrededor de las tres de

la mañana.

Escuchamos a Rosa subiendo las escaleras. Una luz blanca la precede, y

cuando llega a la sala de descanso, ella mueve su celular tan rápido en nuestra

dirección, que nos ciega a ambos.

Quint y yo levantamos los brazos, gritando. Podríamos ser vampiros que se

enfrentaron a una repentina exposición de luz solar.

Rosa baja su teléfono. —Un árbol derribó los cables de energía en la

carretera. Vi equipos trabajando para arreglarlo. ¿La energía ha estado cortada

toda la noche?

—Sí, —dice Quint—. Se fue no mucho después de que llegáramos aquí.

Rosa hace un ruido simpático en su garganta. —Pobrecitos... ¡Niños! Si

hubiera sabido... —Ella deja de hablar, porque, ¿Ella podría haber hecho algo

de manera diferente? ¿Enviar un grupo de búsqueda para nosotros?

—Estamos bien. —Quint se frota los ojos—. Aunque no conseguimos dormir

mucho.

—No dormimos, —enmiendo—. No dormimos en absoluto.

Quint se ríe de esto, lo que me hace reír también. Nuestras mentes dormidas

encontraron algo hilarante en esta frase.

Rosa mira entre nosotros, un poco preocupada.


—Estamos bien, —dice Quint enfáticamente esta vez.

—Estamos genial —digo yo. Y luego me ruborizo, preguntándome mucho

de lo que la palabra "genial" implica sobre la noche que pasamos juntos. ¿Genial

sugiere automáticamente las siete horas de confesiones y besos? Muchos besos.

Y, sin embargo, de alguna manera...

No.

Suficientes.

Besos.

—¿Has ido a ver a los animales? —pregunta Quint, aunque ambos acabamos

de oírla entrar.

—No. Pensé que sería mejor asegurarme de que ambos estaban bien primero.

—¿Tienes un cargador de teléfono portátil? —Pregunto, sosteniendo mi

teléfono sin batería—. Debería llamar a mis padres.

—Me temo que no, pero puedes usar el teléfono de abajo.

Frunzo el ceño. —Se ha ido la luz.

Rosa parece que está tratando de no reírse de mí. —Sí, cariño. Los teléfonos

fijos siguen funcionando, incluso cuando se va la luz.

—¿Qué? ¿Cómo? —Mi boca se abre y me vuelvo hacia Quint.

—¿Sabías eso?

Él sacude la cabeza, pareciendo tan desconcertado como yo. —No tenía idea.

Parece...

—¡Hechicería!

Lanza sus brazos al aire, aullando —¡Hechicería!

Me rio de nuevo.

Rosa se aclara la garganta. —Está bien. Prudence, ve a llamar a tus padres.

Quint... ¿por qué llevas una toalla?

—Nuestra ropa estaba empapada por la tormenta. Están tiradas en la

secadora, pero no funciona.


—¡A menos que! —Jadeo—. ¿Los secadores también pueden funcionar sin

energía?

—No —dice Rosa.

Chasqueo los dedos, deprimida.

Bajo al vestíbulo y llamo a mis padres para hacerles saber que estoy bien y

que pronto iré a casa, y que mi teléfono está sin batería. Mamá me recuerda que

tenga cuidado al andar en bicicleta.

—Hay agua estancada en todos los caminos —pero más allá de eso, no

parecen muy preocupados. A veces pienso que este es el beneficio del hijo

mayor, o de los hijos, en el caso de gemelos como Jude y yo. No hay cuidados

como a los bebés, no hay crianza desde cerca y no se vigilan los paseos a altas

horas de la noche después del toque de queda, nosotros somos los que podemos

cuidar de nosotros mismos. Estoy muy agradecida por esa autonomía ahora. Si

mamá hubiera insistido en venir a buscarme anoche, cuando la tormenta estaba

en marcha, me habría perdido la noche más increíble de mi vida.

Mientras cuelgo el teléfono, oigo pasos torpes en las escaleras, Quint está

llevando nuestra enorme pila de mantas de vuelta a la lavandería. Se detiene

cuando me ve, su pelo despeinado, su cara un poco hinchada por nuestra noche

de insomnio.

Le sonrío, de repente tímida. Él me devuelve la sonrisa, igual de tímido, igual

de ansioso.

Se necesita todo en mí para no agarrar una de esas mantas, arrojarla sobre

nuestras cabezas y…

Sus ojos se oscurecen, como si supiera lo que estoy pensando. Como si tal

vez estuviera de acuerdo con ello, pero entonces oigo a Rosa bajando los

escalones detrás de él y ambos nos alejamos el uno del otro.

—¿Quieres ayuda? —Pregunto.

—Había un par de mantas más allá arriba todavía.

Estoy pasando a Rosa en las escaleras cuando las luces de repente parpadean

sobre nosotros, y el perpetuo zumbido de la tecnología regresa a las paredes, el

aire acondicionado, el refrigerador en la sala de descanso.


—Ah, —dice Rosa, sonriendo brillantemente—. Así está mejor.

No, quiero decírselo. Esto no es para nada mejor, pero le devuelvo la sonrisa

y voy a recoger las mantas.

Cuando alcanzo a Quint en la lavandería, la secadora está corriendo de nuevo,

y está ocupando sus manos doblando todas las mantas que usamos. No están

realmente sucias, así que no hay necesidad para lavarlas. Dejo caer mis mantas

en una pila en el suelo y empiezo a ayudarle, todo mientras nuestros ojos

realizan un complicado tango que no sabía que conocían, miro hacia arriba, él

mira hacia otro lado, el mira hacia arriba, nuestros ojos se encuentran. Los dos

lo alejamos de vuelta.

Él traga. —Entonces, ¿Algún plan para hoy?

Quiero decir: Planeo pasar el resto del día repasando con detalle, analizando

cada palabra que dijo anoche, recordando cada toque, desmayándome por

cada beso, hasta que me haya fundido en una pila de viscosidad con forma de

Prudence.

Lo que en realidad digo es —Ir a casa y darme una ducha, entonces

probablemente intente dormir unas horas.

—Buen plan, —responde, aunque me está mirando como si supiera la verdad.

No quiero dormir. Nunca quiero dormir de nuevo. ¿Qué pasa si el sueño se lleva

todas las cosas felices que ha pasado entre nosotros?

Una vez que hemos guardado las mantas, nos dirigimos al patio para ver

cómo les fue a los animales anoche. Aún es lo suficientemente temprano para

que ninguno de los voluntarios haya empezado su turno, así que sólo somos

nosotros y Rosa. Ella ya está trabajando duro, usando una escoba para empujar

charcos de agua en las piscinas subterráneas.

El patio es un desastre, especialmente donde el concreto se inundó.

Las focas podrían estar nadando en toda esta agua, si no fuera por los

escombros que flotan alrededor. Palos y ramas de árboles y hojas de palma, e

incluso algo de basura de uno de los basureros que fueron arrastrados por el

viento. Una sección de la valla de eslabones de la cadena ha sido aplastada por

una particularmente enorme rama.


—Esto llevará unos días para limpiarlo —dice Rosa, haciendo una pausa para

apoyarse en el mango de la escoba—. Y esa valla... con suerte el seguro pagará

para que lo arreglen.

—¿Hay algún otro daño? —pregunta Quint.

—No que haya encontrado hasta ahora. Y nadie parece estar herido, lo cual

es lo más importante. —Ella se vuelve hacia nosotros, mirándonos con una

mirada de madre preocupada—. Los dos están agotados. Llamaré por ahí a

algunos de los voluntarios y ver quién puede venir hoy. Ustedes deberían ir a

casa, descansar un poco.

—Estoy bien —dice Quint, moviendo los brazos como si la capacidad de

mover sus miembros demuestre su capacidad de trabajo.

—Yo también — Copio el movimiento.

Rosa no está impresionada. —Vayan a casa, —dice severamente. Luego sus

ojos bajan hasta nuestras piernas—. Pónganse unos pantalones, primero.

Los dos empezamos a reírnos. Es casi incontrolable. Rosa pone los ojos en

blanco y nos despide.

Estamos volviendo a entrar cuando Quint agarra mi mano. —Mira.

Sigo su mirada. Un grupo de leones marinos ha descubierto un nuevo juego,

en el que van a toda velocidad hacia un enorme charco, deslizándose por ella

sobre sus vientres, y aterrizando en su piscina con una salpicadura masiva. Han

creado su propio Slip 'n Slide.

Empezamos a reír, El juego es tan humano que me atrapa con la guardia baja.

—Bueno, —dice Quint—. Al menos se están divirtiendo, supongo que la

tormenta sirvió para algo.

Mirando en su dirección, me sorprendo al ver que me sonreía. Mi estómago

revolotea.

—Supongo que lo fue —digo, apretando su mano.

Volvemos a entrar en la lavandería, nuestros pantalones siguen estando un

poco húmedos, pero me imagino que puedo soportarlo durante el paseo en

bicicleta. Quint lleva su ropa al baño para cambiarse.


El sol se ha asomado sobre el horizonte para cuando estoy vestida y con mi

casco de bicicleta. Me quedo en el estacionamiento, no puedo irme sin

despedirme. Sin, quizás, sólo un beso más antes de irme.

Un segundo después, Quint sale llevando mi mochila. —Casi olvidas esto.

Mis ojos se abren de par en par al recordar que no sólo tiene mi muy

importante cuaderno de gala... pero también el dinero de mis padres de la casa

de empeños. Estoy momentáneamente avergonzada de haber sido tan

descuidada con él, pero con todo lo que ha pasado, no estoy segura que soy la

única culpable.

—Gracias —digo, tomando la bolsa y poniendo mis brazos a través de las

correas.

Nuestras bicicletas están mojadas y salpicadas de barro, ya que la dejamos

caer sin ceremonias la noche anterior, Quint usa el dobladillo de su camisa para

secar el asiento de mi bicicleta, a pesar de mis pantalones mojados.

—Qué caballero —digo.

Sonriendo, me entrega la bicicleta, quitando las patas de apoyo.

Él coge su bicicleta y hace lo mismo.

Vamos en direcciones opuestas, lo que significa que... ninguno de nosotros

se mueve.

—Así que, —dice Quint.

—Así que.

El momento se extiende entre nosotros, cada uno sonriendo con una sonrisa

tonta y somnolienta.

Mis dedos se aprietan alrededor del manillar —Gracias por la película. Y.…

todo lo demás.

Su sonrisa se amplía al mencionar todo lo demás. —Deberíamos hacerlo de

nuevo alguna vez.

Tarareo pensativa. —¿Deberíamos quedarnos atascados en un Centro de

Rescate en medio de la peor tormenta del año sin comida y sin energía?

—Exactamente.


Me inclino hacia él. —Cuenta conmigo.

Su mano recoge el pelo de la parte posterior de mi cuello mientras que él me

besa. Por unos breves segundos, no somos más que labios, dedos y latidos del

corazón...

Y luego pierdo el equilibrio, mi bicicleta se vuelca, se estrella contra la de

Quint, casi me caigo con él, pero me coge por los hombros. Ni siquiera hemos

recuperado el aliento antes de que estemos riendo.

—Vale, probablemente deberíamos irnos —dice. Me da un beso más, rápido,

casto, pero prometiendo más por venir pronto con esperanza, luego me pone de

pie y mueve una pierna sobre su bicicleta antes de que pueda cambiar de

opinión.

Yo hago lo mismo. — ¿Nos vemos mañana?

—Nos vemos mañana.

Le guiño un ojo. —Dulces sueños.

Entonces me pongo en marcha y empiezo a pedalear, mi corazón se eleva en

mi pecho, mi cerebro está confundido y empañado, pero todo mi cuerpo tararea

con energía. Estoy delirando, pero de felicidad. Me río todo el camino a casa.


Caigo dormida inmediatamente, apenas me di tiempo de saludar a mi familia,

deshacerme de la humedad, colocar mi ropa sucia en la lavadora y ponerme un

pijama antes de caer dormida en mi cama. Me despierto por Jude que sacude mi

hombro.

—Pru, dice mama que deberías levantarte.

Gimo y coloco mis brazos sobre mis ojos —¿Por qué?

—Porque si sigues dormida, no tendrás sueño en la noche, y tu horario de

sueño se arruinará para toda la eternidad.

Arrugo mi nariz.

—Bueno, al menos una semana. Vamos, has dormido por cuatro horas.

—Aún tengo sueño.

—¡Sobrevivirás! ¿Quieres desayunar?

Ooooh, desayuno. El ruido de mi estomago responde por mí.

Jude asiente con la cabeza, —Voy a preparar algo —empieza a caminar hacia

la puerta y, antes de irse me hace el gesto de te estoy observando, con sus dedos

en sus ojos y luego de vuelta a mi—. No te vuelvas a dormir.

—No lo hare, ya me levanto, estoy por levantarme.

Me tomo unos minutos para acomodarme nuevamente en las sabanas

acogedoras. Tomo mi celular que deje caer ayer en mi escritorio cuando regrese

a casa, está sin batería, oops. Lo pongo a cargar y miro mi reloj, es casi medio

día.

Estiro mi espalda y me froto los ojos. Cruzo hasta mi baño en pijamas. Me

estoy atando el cinturón de la bata cuándo la última noche choca contra mi con

la misma fuerza de un bulldozer.

Quint.


Y los besos de Quint.

Y las palabras de Quint.

Y las sonrisas de Quint.

Y los brazos de Quint.

Y... ¿estoy saliendo con Quint Erickson?

No hablamos acerca de estar saliendo o ser novio-novia o ninguna otra cosa

que lo hiciera oficial. Pero, ¿cómo podría no ser oficial? Incluso tuvimos

nuestra primera cita, porque, en retrospectiva Jaws fue definitivamente una cita.

Me pregunto qué está haciendo ahora mismo. ¿Durmiendo? ¿Soñando sobre

mí y mi lápiz labial rojo? Mi corazón se estremece al pensarlo.

No puedo esperar a verlo de nuevo. Quiero llamarlo, pero nunca

intercambiamos números, y no voy a llamar al centro y preguntárselo a Rosa.

Los dos trabajamos mañana. Tendré que sufrir hasta entonces.

Para cuando bajo las escaleras, Jude ha preparado una serie de carnes frías y

condimentos. Incluso se tomó el tiempo de cortar un tomate y un aguacate, es

un increíble ser humano.

—Gracias, —digo, echando mostaza en una rebanada de pan—. Apenas comí

nada ayer.

Ellie entra corriendo desde la sala de estar. —¡Pru está despierta! —dice,

agarrándome y presionando su cara contra mi cadera—. ¡Estuviste fuera toda

la noche! ¡Y llovía tanto!

—Lo sé, —digo frotando la parte superior de su cabeza—. ¿Esa fue la mayor

tormenta que hayas visto, o qué?

Me mira con ojos enormes. — ¡Pensé que te ibas a ahogar!

—No. No me ahogué. Además, sé nadar.

—No muy bien.

— ¡Oye! ¿Cómo sabes eso? —Desenrollo sus brazos de mi cintura.

—¿Tienes hambre?


—No. —mueve los dedos de sus pies—. ¿Jugarás conmigo?

Me lamento. —Ahora mismo no, ¿vale? Necesito comer algo.

Ella hace pucheros de decepción.

—Juguemos a las damas después del almuerzo, —dice Jude—. Ve a colocar

el juego.

Ellie asiente con la cabeza y sale corriendo.

Jude termina de hacer su propio sándwich y se sienta en la mesa. —¿Cómo

fue pasar la noche en El Centro? ¿Hay camas allí?

—No, sólo extendimos un montón de mantas en el suelo.

—¿Extendimos?

Le miro. ¿Pensó que yo estaba allí sola toda la noche?, ¿Lo pensaron mis

padres?

—Uh. Quint también estaba allí.

Una ceja se levanta, sin duda le resulta divertido. —¿Alguien más?

Trago y me concentro en alternar rebanadas de pavo y jamón, asegurándome

de que se superpongan en incrementos perfectos. En otras palabras, haciendo lo

mejor que puedo para evitar la mirada de Jude —Claro. Los animales, estaban

todos allí, también. Algunos de ellos estaban bastante asustados por la tormenta,

incluso perdimos la energía.

—Vaya. Suena traumático.

Traumático no es la palabra que yo usaría para describirlo. ¿Debería decirle

a Jude lo que pasó? Quiero decir, normalmente le digo todo, pero... nunca ha

habido cosas de chicos de las que hablar antes, y de repente me siento rara al

respecto. Puede que sea uno de mis mejores amigos, pero sigue siendo mi

hermano. Además, él conoce a Quint. Fue testigo de nuestro mutuo disgusto por

el otro de primera mano. ¿Cómo se supone que voy a explicar esos cambios?

—Fue una aventura.

Me ahorra dar más detalles cuando llega mamá a la cocina con una caja de

cartón en la cadera.


—Ustedes niños, no tienen ningún interés en el golf, ¿verdad?

Ambos la miramos.

—¿Golf? —Digo, no estoy seguro de haber escuchado bien.

Jude, igualmente atónito, añade —¿Cómo un deporte?

—Tomaré eso como un no. Tenemos esos viejos palos de golf que eran de tu

abuelo, pero... creo que me voy a deshacer de ellos. Tu padre y yo estamos

tratando de limpiar la casa un poco, así que si ustedes tienen cualquier otra cosa

que no estén usando más... —Ella da una palmadita en el costado de la caja, nos

sonríe y luego se va.

Trago, recordando el recibo de nuestras pertenencias en una casa de empeños

—Vuelvo enseguida —le digo a Jude, abandonando mi sándwich a medio

terminar en el mostrador.

El sobre con el dinero aún está metido en mi mochila, que había tirado al azar

en el banco de la entrada cuando llegué, verlo me recuerda mi visita a la casa

de empeños y todo lo que la precedió. El pendiente perdido, la señora, el dinero

perdido del frasco de donaciones.

Agarro el sobre con ambas manos y voy en busca de mamá. Está en el garaje,

usando una toalla húmeda para desempolvar una bolsa de palos de golf viejos.

—Oye, mamá... ¿Esto es tuyo?

Ella mira hacia arriba, sorprendida —¿Qué es? —pregunta, tomando el sobre,

sus ojos se abren cuando ve el dinero dentro.

—Me detuve en la casa de empeños ayer por la mañana, mirando por algo,

por un amigo... pero Clark pensó que vendría a recoger tu dinero así que me dio

esto. Ahí está el recibo, también, así que sabes lo que se vendió y por cuánto...

—Dudo, antes de añadir—. La vajilla de plata no se ha vendido todavía, pero

alguien compró el teclado.

Ella cierra el sobre y me mira preocupada por un momento, antes de que su

cara se suavice —Son todas las cosas viejas que no estamos usando. Cosas que

ya no necesitamos. Ya lo sabes, ¿verdad?

—Sí. Lo sé. —Me aprieto el cinturón de mi bata —Pero también necesitamos

el dinero, ¿no?


Suspira y cubre con el trapo uno de los palos —No estamos desesperados, si

es lo que te preguntas. El negocio ha comenzó a florecer en la tienda, gracias al

cielo por la temporada turística. Podemos pagar nuestras cuentas. Estamos bien.

—¿Pero?

Ella presiona sus labios juntos —Ya sabes, las cosas se vuelven más difíciles

de ocultar de ustedes cuando crecen.

—Mamá, por favor.

Asiente con la cabeza, limpiándose las palmas de las manos en sus vaqueros

—Lucy quiere apuntarse al fútbol y al baloncesto de nuevo este año, pero ella

necesita nuevas camisetas y zapatos, la bicicleta de Penny no va a durar otro

verano, y por supuesto, todavía hay lecciones de música para considerar. Y los

maestros de preescolar de Ellie mencionaron un programa basado en la ciencia,

en el campamento de verano del mes que viene, y es un curso que se está

muriendo por hacer... —Ella mira hacia otro lado—. Tu padre y yo siempre

quisimos darles todas las oportunidades, cada experiencia que pudimos. Pero la

vida es cara. Las familias son costosas. Y por mucho que amemos la tienda...

nunca nos hará ricos.

Me muerdo el labio inferior. Sé que no debería preguntar, pero... —Mamá.

¿Deseaste alguna vez...? —No me atrevo a decirlo.

— ¿Qué? —pregunta—. ¿Que no hayamos tenido hijos?

—Que no tuvieras tantos de nosotros.

Ella se ríe —Es fácil para el mayor decirlo, ¿no? —Ella se arropa el sobre de

dinero en su bolsillo trasero, y luego toma mi cara en sus manos—. Nunca,

Prudence. Tú y Jude y tus hermanas nos traen más alegría que cualquier

cantidad de dinero podría. Y... —Me libera y mira los palos de golf—. Si puedo

cambiar algunos de nuestros viejos trastos para hacer de su infancia es un poco

más brillante, lo haré en un abrir y cerrar de ojos. Estas solo son cosas pero sólo

se puede vivir la vida una vez.

Ella mueve su cabeza, estudiándome como si yo le creyera. Y creo que lo

hago.

—Hoy buscare en mi habitación, —le digo—. Estoy segura de que tengo

algunas cosas con las que puedo contribuir a la causa.


—Sólo si quieres, —dice—. No espero que empieces a renunciar a todas tus

posesiones básicas.

—Sí quiero hacerlo, tienes razón. Son sólo cosas —Dudo antes de añadir—.

También, mamá... Debería decírtelo. Estoy planeando una gala para El Centro.

Una especie de fiesta elegante, para recaudar dinero y he estado preguntando a

los negocios locales si pueden contribuir con cestas de regalo a la subasta. Y,

me encantaría tener algo de Ventures Vinyl, especialmente porque nuestro tema

es el Submarino Amarillo pero entiendo que si ustedes no pueden contribuir o

cualquier cosa.

La sonrisa de mamá se extiende por su cara —Escúchate, siempre supe que

ibas a ser mi pequeña empresaria.

Pongo los ojos en blanco —Mamá.

—No puedo evitarlo, cariño, al verlos crecer —suspira dramáticamente—.

Bueno, tal vez algún día lo entiendas. De todas formas no sé nada sobre cestas

de regalo, tendré que hablarlo con tu padre. Podría ser una buena oportunidad

para que más gente sepa sobre la tienda pero tienes razón, el dinero es escaso,

y yo no sé si estamos en posición para hacer contribuciones de caridad.

—Lo sé. Sin ninguna presión. Pero... —Levanto el dedo—. Ya que estamos

en el tema, he tenido algunas ideas sobre la tienda, y Ari también lo ha hecho.

Algunas cosas que podemos hacer para estimular nuevos negocios o al menos

hacer que la tienda se sienta más actual. ¿Quizás algún día podríamos sentarnos

y hablar de ello?

Ella me da una mirada pensativa, las comisuras de sus labios apenas

levantadas —Creo que a tu padre y a mí nos gustaría muchísimo.

Asiento con la cabeza —Empezaré a preparar una propuesta del negocio.

Se ríe y vuelve a limpiar los palos de golf —Seguro lo harás.

Mis ojos se fijan en una caja del estante, donde el viejo juego de porcelana

de té chino está posado dentro de una cama de empaques de espuma con forma

de maní —¿Segura que quieres deshacerte de él?

Mamá sigue mi mirada —Estaba pensando en ello.

—Está bien... pero hoy no —Agarro la caja, mamá no me detiene y no me

pregunta qué hago mientras lo regreso a la casa.


Eleanor está en la sala, haciendo una gran torre de fichas alternada entre

damas rojas y negras.

—Hola, Ellie. Mientras Jude y yo estábamos comiendo nuestro almuerzo

pensé... ¿Quieres venir a jugar a la fiesta del té con nosotros?

La sonrisa que me da es toda la recompensa que necesito.


Llego veinte minutos antes al día siguiente, en parte porque mi horario de

sueño esta, de hecho, completamente arruinado. Después de una larga siesta

ayer y una hora de acostarme temprano, me desperté a las cuatro de la mañana,

lo que es ridículamente temprano, incluso para mí.

No me importa, tuve muchos recuerdos agradables para mantener mi mente

ocupada antes de que lograra salir de la cama, casi siempre uso mis horas de la

mañana de forma semi-productiva... cuando no estoy atrapada en fantasías

inútiles, al menos. Me siento mareada mientras monto sobre mi bicicleta en el

estacionamiento, ansiosa de decirle a Quint y Rosa y a los otros voluntarios

sobre mis nuevas ideas para la gala.

Eso... y no puedo esperar a ver a Quint de nuevo, ha sido todo un día, y hay

una pequeña parte de mí que piensa que podría haber sido una casualidad, tal

vez sólo estábamos atrapados en el romance de la tormenta, tal vez me eche un

vistazo esta mañana y se arrepienta de todo.

Pero cada vez que estas dudas empiezan a aparecer, pienso en sus palabras,

justo después de que me besara la primera vez. He querido hacer esto por un

tiempo.

No fue casualidad, no fue un error. Y no puedo pasar otro minuto sin verlo y

besarlo y confirmar que fue real, que todavía le gusto tanto a él como él a mí.

Sólo hay un coche en el aparcamiento, el de Rosa, creo. Ninguno de los otros

voluntarios ha llegado todavía, me quito el casco y prácticamente salto a la

puerta.

No hay nadie en el vestíbulo, así que hago una rápida pasada por los niveles

inferiores. Nadie en la cocina, o en la lavandería o con cualquiera de las jaulas

de los animales. Me detengo a saludar a Lennon y Luna, pero puedo decir que

sólo están interesados en mí porque es casi la hora del desayuno.


—Volveré pronto, —les susurro—. Primero, necesito ver a Quint antes de

que explote. —o chillaré de la misma manera que Penny chilla cada vez que ve

una foto de Sadashiv en uno de esas revistas de celebridades que colocan en la

línea de caja en las tiendas de comestibles. Me siento ligeramente avergonzada

de mí misma, pero no me impide prácticamente correr por el pasillo.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —Llamo, incluso cuando estoy ascendiendo a

pasos grandes al segundo piso.

Paso por la sala de descanso cuando Rosa saca la cabeza de su oficina me

mira y parpadea. Parece desconcertada. —Prudence.

—¡Hola! —camino hacia ella—. Lo sé, llego temprano. ¿Ya llegó Quint?

No habla ni un minuto, no se mueve, entonces se aclara la garganta y mira

por encima del hombro, de vuelta a su oficina. —Sí, —dice lentamente. Su

mandíbula está tensada cuando se vuelve a enfrentar a mí—. En realidad, me

alegro de que estés aquí, antes que los demás. ¿Puedo... podemos hablar

contigo?

—¡Por supuesto! Yo también quiero hablar contigo. —Aplaudo con

entusiasmo—. ¡He asegurado un lugar para la gala! Quiero decir, fue idea de

Quint, así que no puedo tomar todo el crédito, ¡pero es perfecto! —Sigo a Rosa

a su oficina.

Y ahí está Quint, sus manos agarrando el borde de un bajo en la estantería,

sus tobillos cruzados delante de él.

Mi corazón salta al verlo.

Su cabeza se baja ligeramente mientras sus ojos se dirigen hacia mí, y hay un

segundo... sólo un segundo... cuando recuerdo su historia sobre sus cejas, y

cómo tenía miedo de que lo hicieran verse malvado, y puedo entender por qué

ha pensado eso. Pero el momento pasa, y no, no lo hace ver malvado. Parece

nervioso.

Probablemente no le ha dicho a su madre sobre nosotros todavía.

No me lastima, tampoco se lo he dicho a nadie, ni siquiera a Jude o Ari.

Le sonrío.

Él mira hacia otro lado.


Oooookay. No es la recepción que he estado soñando toda la mañana, pero...

¿tal vez su madre no quiere que él este saliendo con alguien? No es que estemos

saliendo oficialmente. O cualquier cosa pero tiene que ir en esa dirección. No

se puede besar a alguien durante siete horas seguidas sin querer que se convierta

en algo habitual.

—Entonces —comienzo a hablar, tratando de disipar la extraña tensión en el

aire—. Llamé al Teatro Offshore ayer y les conté todo sobre El Centro y lo que

estamos planeando para la gala, y están totalmente a bordo. Nos dejarán usarlo

gratis, siempre y cuando no lo hagamos en un fin de semana, así que me adelanté

y lo reservé para el día 18, que es un martes. Va a ser perfecto. Tienen una

cocina para el catering, muchas mesas y sillas que podemos poner, y tal como

pensaste, deberían tener todo lo que necesitamos para el equipo audiovisual,

también. El gerente con el que hablé parecía muy emocionado de ser parte del

evento. Les dije que esperamos que se convierta en algo anual, y... —hago una

pausa para tomar aire. Rosa se frota la nuca, parece preocupada—. Les encanta

el tema del 'Submarino Amarillo'. Hacen un maratón de películas de los Beatles

cada dos años, así que dijeron que podían poner algunos de los carteles de eso

—La mandíbula de Quint se mueve. Sus ojos siguen pegados al suelo. Siento

que mi pecho está empezando a ceder, y la única forma de evitarlo es seguir

hablando, así que lo hago—. Además, también van a proporcionar una cesta de

regalo con tema de cita para la subasta, ¡con entradas para el cine y un cubo de

palomitas de maíz gratis! ¿No es eso... tan... generoso?

Mis hombros se caen. No puedo seguir adelante. No hay cantidad de

entusiasmo que pueda ocultar el hecho de que siento que estoy hablando con

una pared de ladrillo. En realidad, dos paredes de ladrillo. ¿Por qué no me mira

Quint? ¿Por qué no sonríe Rosa y dice lo genial que es esto?

—Vale, ¿qué ocurre? —Digo—. ¿Es uno de los animales? ¿Esta Lennon

bien? ¿Luna?

—Los animales están bien, —dice Rosa. Ella mira a Quint y su ceño fruncido.

Sus nudillos se blanquean dónde está agarrando la estantería.

—Entonces, ¿qué está pasando? ¿El seguro no va a cubrir los daños de la

tormenta?

—No, Prudence...


—Entonces, ¿por qué se ven tan miserables?

Rosa inhala profundamente. Ella mira de nuevo a Quint, y creo que quizás

esté esperando a ver si él quiere decir algo, pero su boca está cerrada, así que

un músculo ha empezado a moverse en su mejilla. —Prudence, —dice Rosa

otra vez, agarrando sus manos juntas delante de ella—. ¿Hay, tal vez, algo que

quieras decirnos?

La miro fijamente. Luego mi atención se dirige a Quint. Él mueve sus

hombros, encorvándolos hacia adelante, y aun así no me mira. Yo vuelvo a

mirar a Rosa.

—¿Aparte de cómo la gala realmente se está organizando?

Quint hace un sonido de asco en su garganta, lo primero que casi ha dicho

desde que llegué aquí. Siento que mis mejillas se calientan. He oído ese sonido,

solía oírlo todo el tiempo.

Rosa se masajea la frente. —Creo que sabes que eso no es a lo que me refiero.

—No tengo ni idea de a qué te refieres. Quint, ¿qué está sucediendo?

Se libera de la estantería, pero sólo para poder cruzar sus brazos sobre su

pecho. Al menos se las arregla para mirarme a los ojos, y me retracto de lo que

pensaba antes, se ve malvado.

Puedo sentir que el pánico comienza a apoderarse de mi garganta. ¿Acabo de

tropezar con algún universo alternativo donde este verano nunca ocurrió y Quint

todavía me desprecia? ¿Qué dijo la otra noche, que solía pensar que yo era una

persona terrible? Le había dado un pase libre en ese comentario, porque había

dejado bastante claro que ya no se sentía así. Y no podía culparlo por completo,

después de lo horrible que fui con él todo el año pero eso fue antes. Entonces,

¿por qué me está mirando así ahora?

—Una mujer vino Al Centro ayer, —dice Rosa—. Ella tenía una historia

interesante que contar, sobre un pendiente perdido y una gran donación en

efectivo hecha durante la limpieza de la playa. —Se detiene, esperando ver mi

reacción. No sé qué cree que ve en mi cara, pero Rosa parece decepcionada—.

Puedo ver que no necesito contarte toda la historia. En resumen, se sintió mal

por vender este pendiente que no le pertenecía, aunque por supuesto no tenía

forma de saber en el momento a quien le pertenecía. Vino aquí tratando de


enmendar las cosas. Para recuperar el dinero que donó y poder recomprar el

pendiente, a fin de devolverlo a su legítimo propietario. Pero como ya sabemos,

ese dinero no está aquí. Así que dime, Prudencia... ¿a dónde podrían haber

desaparecido mil doscientos dólares?

Y ahí está. De eso se trata.

Creen que lo he robado.

—No lo sé —Mi voz está tensa, y de alguna manera siento como si ya me

hubiera incriminado a mí misma porque yo sabía sobre el pendiente y el dinero,

sabía que había desaparecido el dinero.

—Esta es tu oportunidad de decirnos la verdad, —dice Rosa. Puede decir

que está tratando de ser gentil con esto, pero al mismo tiempo, hay ira hirviendo

a fuego lento bajo su calmado exterior—. La mujer dijo que habló contigo, así

que fuiste la única persona que sabía que había una donación tan grande ese día.

Sacudo la cabeza. —Ella me hablo sobre el dinero, pero yo no sé qué le pasó.

Yo no lo tomé.

—¡Te vi en la oficina de Shauna, metiendo las manos en el tarro! ¡Y todo ese

dinero que tenías en tu mochila! ¿Honestamente vas a tratar de decir que no

fuiste tú?

—¡Yo no lo hice! —También estoy gritando ahora. La desesperación zumba

por mis venas. No puede pensar que hice eso ¡No lo hice en absoluto!

Aunque, susurra una pequeña e irritante voz. Aunque, yo tenía la intención de

tomarlo ese día.

Trago. Ese no es el punto. Soy inocente.

Quint se aleja de la estantería y camina una un par de pasos hacia mí, sus

brazos agitándose agresivamente mientras habla. —Te paraste justo frente a mí,

con un fajo de dinero en tu mano, y me mientes en la cara. ¿Cómo puedes hacer

esto?

—¡No hice nada! Yo... sí, sabía lo de la donación, y quería contarlo y ver

cuánto era el total, pero cuando lo hice, no había ni de cerca tanto. Sólo...

trescientos y algo. Lo que sea que Shauna nos dijo al día siguiente.


El resplandor de Quint se vuelve agudo y sus palabras son más filosas —Me

dijiste que no tuviste tiempo de contarlo.

Mi estómago se retuerce. —Yo no…

Levanta una ceja, esperando. Pero no puedo mirarlo, no cuando me mira así.

Cierro los ojos —Lo conté. Pero no estaba... el dinero no estaba allí. Los mil

doscientos dólares ya habían desaparecido, no tomé nada.

—Bien, —dice Quint—. ¿Y sobre qué más has estado mintiendo?

—¡Nada! —Abro los ojos, decidida a enfrentarme a él, para hacerle ver que

está equivocado.

—¿Y revisar nuestro correo? ¿Qué has estado buscando, exactamente? ¿Más

donaciones? ¿Más dinero? ¿¡Más cosas que puedes tomar sin que nadie se dé

cuenta!?

—¡Deja de gritarme!

—¡Deja de mentirme!

—Quint, es suficiente. —dice Rosa, poniendo una mano en su hombro.

Él se sacude y se aleja de mí hasta que está medio sentado contra el escritorio

de Rosa, con los brazos cruzados. Otra vez. —Entiendo que tu familia tiene

problemas de dinero. Sé que quieres ayudar a tus padres. Pero... ¿en serio,

Prudence? ¿Robar en un refugio de animales? ¿Y a mi madre, a mí?

Mis primeras lágrimas se derraman, deslizándose por mis mejillas.

Apresuradamente las limpio, pero siguen viniendo. —Yo no lo hice. No. Tome.

Ese. Maldito. Dinero.

—Entonces, ¿quién lo hizo? — pregunta.

—¡No lo sé! Tal vez nadie, tal vez se perdió.

Resopla, el sonido tan burlón e incrédulo que hace que quiera estrangularlo

— Por favor. Tuviste la oportunidad, tenías un motivo, es la escena del crimen

perfecta.

Aclaro —Inocente hasta que se demuestre lo contrario, así funciona la

justicia.


Pone los ojos en blanco —Podrías admitirlo, lo sabes. ¿Entregaras el dinero

de vuelta?

—¡No lo tengo! —Grito, lanzando mis manos hacia el techo.

Sus fosas nasales se inflaman y veo una pequeña grieta en su armadura. Una

duda, tal vez. Un deseo de creerme, si no hay nada más.

Entonces mira hacia otro lado, y su cara se endurece de nuevo —Eres muchas

cosas, pero nunca pensé que caerías tan bajo como esto.

—¿Oh? —digo, un reto en mi tono—. ¿Y qué cosa soy yo exactamente?

Preguntar es un error porque sé que caerá en el cebo, y que nunca podré desoír

lo que salga de su boca, y sé que me arrepentiré el resto de mi vida de haberlo

pedido.

Pero no me echo atrás. Tal vez quiero que me haga daño. Tal vez, en algún

momento, será más fácil creer que nunca habría funcionado de todos modos.

Me mira, pero le veo dudar. La bondad en él está luchando con su ira, doy un

paso adelante, incitándolo. Ni siquiera me importa que su madre esté aquí, dejo

que ella lo escuche, lo peor de él y lo peor de mí. ¿Qué importa eso?

—Adelante, —digo a través de mis dientes—. No hace dos días, yo era

bonita, segura y divertida. Pero, ¿qué piensas realmente?

—Bueno, está claro que eres una mentirosa, —dice, sus ojos fijos en mis

ojos—. Estás absorta en ti misma. Crítica. Juiciosa. Hipócrita. Egoísta. Y

honestamente, confiar en ti fue el mayor error que he cometido en mi vida.

—Quint, —dice Rosa. Una advertencia, pero es demasiado tarde.

El terminó.

Hemos terminado.

El dolor hace que hierva por dentro. Quiero gritarle a ella, a ellos dos. Quiero

que el karma se tambalee desde los éteres del universo y castigarlo por atreverse

a juzgarme así.

Aprieto ambos puños. Tan fuerte como pueda, nunca ha funcionado con

Quint antes. Este horrible poder de apuñalar por la espalda siempre me ha

fallado cuando he intentado hacerle algo a Quint pero esta vez está siendo

francamente cruel.


Esta vez, me está rompiendo el corazón.

Esta vez, realmente se lo merece.

Mis uñas se clavan en las palmas de mis manos.

Las lágrimas empañan mis ojos.

Para mi sorpresa, Quint hace una mueca de dolor repentina. Aparta su cara

de mí, su mandíbula apretada, su cara contorsionada. Una mano se acerca

brevemente a su pecho, como si algo le hubiera herido allí, pero él también la

deja caer rápidamente. No vuelve a verme a los ojos.

Y tal vez sea trillado, y tal vez sea ingenua, pero espero, espero con todo mi

ser que su corazón pueda estar destrozado también.

—Prudence, —dice Rosa, interponiéndose entre nosotros, tal vez con miedo

de que esté a punto de empezar a tirar cosas—. Deberías irte.

Mi aliento se recupera, eso es todo. Estoy siendo despedida, ni siquiera me

pagan, y de alguna manera, me despiden.

Con la mandíbula apretada, meto la mano en mi bolso y saco los cuadernos

y carpetas que había estado guardando para la gala. Los arrojo al escritorio de

Rosa y camino sobre mis talones.

Salgo prácticamente corriendo por las escaleras y cruzo a través de un

pequeño vestíbulo.

Choco con una mujer en la puerta. Shauna se asusta y me atrapa —Whoa,

cálmate, cariño. ¿Estás bien?

Me arranco las lágrimas de los ojos, no puedo mirarla. Yo sólo quiero

escapar.

Entonces mi atención se centra en su collar, un brillante colgante que lleva

contra su pecho.

Mi aliento se atasca.

Es el pendiente de Maya.

Shauna levanta la cabeza, la preocupación se refleja en su arrugada cara —

¿Prudence?


Sacudiendo la cabeza y me alejo de ella. Me tropiezo al agacharme y agarro

mi bici. Balanceo mi pierna sobre el asiento y pedaleo tan rápido como puedo,

tratando de ahogar el recuerdo de las duras palabras de Quint.

Soy una buena persona.

Egoísta. Crítica.

Soy una buena persona.

Juiciosa. Auto-absorbida.

Soy. Una. Buena. Persona.

Una mentirosa. Una hipócrita. Un error.

Mi visión está borrosa. No puedo seguir adelante. Me detengo en la acera y

dejo caer mi bicicleta contra una palmera antes de colapsar a su lado, los

sollozos me superan.

—Soy una buena persona, —grito para mí misma y para nadie. Tal vez a el

universo, si me está escuchando.

Pero una pregunta me molesta. Las palabras de Quint son como púas odiosas.

Sus acusaciones. Mis propias inseguridades.

Creo que soy una buena persona.

Pero, ¿y si no lo soy?


—Estás donando una canasta —le digo, con la mandíbula apretada—. Tienes

que estar bromeando.

Mi padre me mira con simpatía, incluso mientras pone un certificado de

regalo para Ventures Vinyl en un sobre.

—Comprendo que las cosas no terminaron bien entre tú y El Centro de

Rescate, pero eso no es culpa de los animales.

—¡Me acusaron de robar!

Él mete la tarjeta en la canasta, junto con un muñeco cabezón de John Lennon

y una guitarra en forma de adorno de navidad, entre las otras chucherías

musicales.

—Bueno, dime con toda honestidad. ¿Están haciendo un buen trabajo allí?

¿Se merecen las donaciones de la gente o no?

Aprieto mis labios juntos, se siente como una traición. Mis padres, que apenas

pueden mantenerse a sí mismos, ¿optando por donar una canasta de regalo para

la subasta de gala? Ya es bastante malo poner uno de los carteles

promocionando la gala junto a la caja registradora en el escaparate de la tienda.

¿De qué lado están de todos modos?

Pero no puedo decirle que El Centro no necesita el dinero o que no harán algo

que valga la pena con sus donaciones. Pienso en Lennon, mi león marino, que

no he visto durante casi tres semanas, y que espero de todo corazón este

haciéndolo bien, y sé que papá tiene razón. Solo porque Rosa y Quint me

acusaron de robar dinero no significa que los animales deben ser castigados, ya

han sufrido bastante.

Gimo. —Bien. Lo que sea, haz lo que quieras.

—Normalmente lo hago. —Papá tararea la música del disco que se reproduce

en los altavoces de la tienda mientras da los toques finales a la cesta—. Voy a

ir a casa en un rato a comer algo. ¿Necesitas alguna cosa?


—No, estoy bien.

Bien, bien, bien. Estoy bien últimamente estos días.

Gruñendo, vuelvo detrás del mostrador pisando fuerte. Jude está parado

frente a una caja de discos que fueron traídos ayer, papá ha empezado a dejarle

poner precio a las nuevas adquisiciones, enseñándole cómo evaluar la condición

y buscar el valor de mercado. Tiene un disco de Motown en sus manos, pero me

está mirando, preocupado.

Ha estado preocupado desde el incidente. Él sabe, más que nadie, lo

destrozada que estaba. Todavía no le he dicho a alguien sobre Quint y yo, ¿cuál

sería el punto? Pero mientras mis padres piensan que estoy molesta por haber

sido acusada injustamente de algo que no hice y luego despedida por ello, Jude

puede decir hay más en la historia. Me encontré con él y Ari en la trastienda un

par de veces, hablando preocupados, en tonos silenciosos, y sé que estaban

hablando de mí. He hecho mi mejor actuación al ignorarlos.

Al menos me creyeron cuando les dije que no robaba el dinero. Ari quizás lo

dijo mejor:

—Puedes ser ambiciosa, Pru, pero no eres el tipo ambicioso que roba dinero

a una organización sin fines lucro, cualquiera puede ver eso.

Sus palabras me hicieron sentir un poquito mejor. Pero también hizo que me

preguntara, Si alguien podía ver eso, ¿por qué no podía Quint?

Quint que había estado allí todo el tiempo: la playa festival, la fiesta de

limpieza, la planificación de la gala, El Centro de Rescate la noche de esa

tormenta... Él, más que nadie, debería haber visto lo duro que estaba trabajando

para ayudar a esos animales. El, de toda la gente, debería haber sabido que yo

no robé ese dinero.

Yo no lo haría.

Pero él no me había defendido, no me había creído. Y no solo eso, había sido

malo, de la manera más despiadada.

Todavía me duelen los ojos cuando recuerdo las cosas que dijo.

Las palabras estaban destinadas a cortar profundamente, y lo hicieron.


En menos de dos días, había experimentado el mejor y el peor momento de

mi vida., sus recuerdos están tan entrelazados que tengo problemas para

recordar uno sin el otro.

—¿Quieres hacer las pegatinas? —Pregunta Jude, sosteniendo la etiqueta

fabricante.

—Nop. —Me siento en el taburete detrás del cajero automático. Este día es

lento, incluso para un martes, así que no me preocupa demasiado que un cliente

me pidiera que registre su compra. Papá sigue intentando entrenarme para

trabajar en el registro, pero no estoy interesada. Estoy contando los días hasta

que termine el verano cuando pueda estar libre de la tienda. Cuando pueda

sumergirme en las tareas y planificación universitaria y en tantos créditos extras

en asignaciones en las que pueda apuntarme, me distraeré como si mi vida

dependiera de ello.

Hasta entonces, es solo un día después de otro día tedioso.

Papá le da a Jude cientos de recordatorios sobre cómo ejecutar la tienda antes

de irse, a pesar de que solo se irá durante media hora. Los ignoro a ambos y

enciendo el portátil.

El informe está abierto, esperándome. Leí la última frase que escribí. O traté

de escribir.

El ecoturismo puede beneficiar a muchos hábitats oceánicos.

¿Por… qué? Mi cerebro esta hecho una papilla, como siempre.

He intentado trabajar en este horrible proyecto, el pensamiento de investigar,

tomar notas, sacar conclusiones e implementar mis hallazgos me marea. Todo

se siente como una cantidad de trabajo insuperable. Solo faltan unos días para

volver a enviar nuestros proyectos, pero he hecho dolorosamente poco progreso.

Cada vez que me quedo atascada, imagino hablar con Quint sobre eso y cómo

saldríamos con alguna solución brillante juntos, sería fácil y divertido.

Y luego me despierto en la mitad del sueño y caigo en picada a la tierra.

Ni siquiera sé por qué estoy perdiendo el tiempo. Sin Quint, probablemente

Chávez ni siquiera aceptará el informe.

La peor parte es que ni siquiera sé si me importa biología, este informe, mis

calificaciones, no sé si me importen cualquiera de ellos.


De nuevo agarro mi teléfono y reviso la página de Facebook del Centro de

Rescate. Es una forma de la auto-tortura en la que me he vuelto experta

últimamente. Quint ha estado haciendo un gran trabajo en mantenerlo

actualizado e incorporar muchas de las estrategias de las que hablamos, vídeos

que muestran a los leones marinos jugar, fotos de ex pacientes con títulos que

describen sus personalidades únicas e historias interesantes sobre ellos,

entrevistas con los voluntarios explicando por qué están apasionados por

trabajar con animales marinos.

La mayoría de las fotos de la página fueron tomadas por Quint, al menos,

supongo que sí, porque casi nunca aparece en las fotos él mismo. Pero de vez

en cuando habrá una en que lo veo en el fondo regando una piscina o

alimentando con un balde de pescado a las focas, y el anhelo al ver estas fotos

espontáneas es abrumador.

Sé que debería dejar de buscarlo, pero no puedo. No importa cuánto duele.

Y, oh, duele.

Y luego el dolor me enoja.

Y la ira me entristece.

Repito.

¿Cómo puede el universo permitir esto? ¿Cómo puedo dejarme aquí?

traicionada y devastada, mientras Quint sigue con la vida como siempre. El

karma me ha abandonado, no existe la justicia, no hay ningún indulto universal.

Una actualización sobre Luna y Lennon me llama la atención. Yo sonrío al

ver un video corto de los dos pasándose una pelota adelante con sus narices. La

publicación deletrea el nombre de Lennon—Lenin—, como el dictador, es

como sé que lo escribió Quint.

Mi corazón se retuerce.

Actualización: ¡A Lennon y Luna se les ha ofrecido una casa en un zoológico

respetado! Estamos emocionados de que sean colocados juntos, y puedan

disfrutar de muchos años más de amistad (¿o algo más?). Publicaremos más

información como su transferencia.

La fecha y los detalles están confirmados.


No sé si estoy feliz o triste por la noticia. ¿Qué pasa si nunca vuelvo a ver a

Lennon?

La campana suena en la puerta principal.

—Oye, Ari —dice Jude.

—Oye, Jude. Pru.

Apago mi teléfono y miro hacia arriba para ver a Ari paseando por los

pasillos, sus dedos rozando la parte superior de los registros en sus

contenedores.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Pregunto.

—Tu día libre es hoy.

—Sí, pero pensé que te vería, vengo a ver si necesitas algún apoyo moral.

Ah, porque la gala es esta noche. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para

olvidarlo, aunque el universo me lo sigue tirando a la cara.

Al principio me sorprendió saber que planeaban continuar con la gala en

absoluto. ¿Cómo podrían hacerlo sin mí? Era mi idea, estos eran mis planes.

¡Prácticamente era mi gala!

Pero continúan con ello y, para mi interminable molestia: parecen estar

haciendo un buen trabajo promocionándolo también. Veo los carteles en todos

los lugares a los que voy, no solo en nuestro propio escaparate, pero enyesado

por toda la ciudad. Y, gah, odio admitirlo, pero son excelentes carteles, con

ilustraciones y tipografías que recuerdan al cartel de la película Yellow

Submarine de los Beatles, ni una sola palabra mal escrita.

También han estado hablando con los medios. No solo en Chronicle, pero

también revistas y emisoras de radio locales. Rosa incluso apareció en un

programa de televisión de estilo de vida regional para promover El Centro y su

misión.

Una parte vengativa de mí quiere verlos fallar, quiero que la gala sea un

desastre, quiero que Quint vuelva arrastrándose rogándome por ayuda.

Pero por lo que puedo decir, eso nunca sucederá. Quizás no soy tan

insustituible como pensaba.


—Entonces —dice Ari, tamborileando con las manos en el mostrador—. Es

martes. Lo que significa... ¿a quién le apetece unos tacos y karaoke?

Jude hace un sonido como si estuviera muy interesado, pero yo sé que solo

lo hace para animarme, otro intento de tirarme fuera de mi depresión.

—Buen intento, —digo—. Pero no hay karaoke esta noche.

Ari frunce el ceño. —¿Qué quieres decir? ¿Carlos lo suspendió?

—No, pero esta noche Trish Roxby preparará el equipo de karaoke en el

Offshore Theatre, como el entretenimiento en la primera gala anual del Centro

de Rescate —Añado, refunfuñando—. Lo vi en su página de Facebook.

—¿Karaoke? ¿En una gala? —dice Jude. El niega con la cabeza—. Eso será

un fracaso total.

Me obligo a sonreírle, porque puedo decir que está molesto. —Gracias, Jude.

Pero en realidad creo que es una especie de genialidad.

Golpea el mostrador con el puño. —Lo sé. Yo también, pero esperaba no

tener que admitirlo. El karaoke será mucho mejor que una aburrida sinfonía.

Me estremezco, pero no creo que Jude se dé cuenta, tengo un presentimiento

el karaoke fue idea de Quint. Y es una buena idea, será tomar lo que podría ser

un evento aburrido y tedioso y hacerlo divertido, memorable, único.

Odio que él haya pensado en eso y yo no.

Odio no ir.

Jude se aclara la garganta. —¿Podríamos jugar D y D? yo podría llamar a la

pandilla, hacer palomitas de maíz, finalmente conseguirle a las dos con sus

propios personajes...

Ari y yo intercambiamos miradas.

—Solo es una idea —dice Jude—. No quiero que te deprimas toda la noche,

Pru.

—No me deprimo.

Los labios de Ari se tuercen hacia un lado.

—A pesar de las últimas semanas.


—Y con razón —dice Ari—. Pero no esta noche. Vámonos a ver una película,

oh, olvídenlo.

El Offshore Theatre es el único cine de la ciudad, y Ari odia conducir hasta

el gran cine de la interestatal, principalmente porque odia conducir en cualquier

lugar fuera de Fortuna Beach.

—¿Qué tal si vamos con papel higiénico al Centro de Rescate mientras están

todos en la fiesta? —sugiere Jude.

Una sonrisa se contrae en las comisuras de mis labios. —Gracias chicos.

Aprecio que intenten animarme, pero no quiero ir al Centro, y no quiero estar

cerca de Main Street esta noche.

—¿Así que simplemente te vas a regodear en la autocompasión? —Pregunta

Ari—. Porque no voy a permitir eso. ¡Lo sé! ¿Qué tal un maratón de películas

de chicas?

Jude y yo gemimos.

Normalmente, no me opondría a esta sugerencia, pero ahora mismo, la idea

de ver a gente guapa caer profundamente en el amor me da ganas de vomitar.

—Oh vamos. Te ayudará a distraerte de... cosas.

Me salvé de tener que responder con el tintineo de la campanita otra vez.

Jude pone su cara de servicio al cliente. —Bienvenido a Ventures Vi... oh.

Miro hacia la puerta y no puedo contener el gemido que se me escapa. Sabía

que este día iba a empeorar.


Morgan echa una mirada curiosa a los estantes de álbumes mientras se dirige

al mostrador. Sin el yeso y sin muletas.

Entonces ella me ve y se congela.

Sus ojos se entrecierran.

Mi mandíbula se aprieta.

Ari se mueve incómoda hacia un lado para no estar de pie entre nosotras.

—Emmm... ¿puedo ayudarte? —dice Jude.

Morgan inhala bruscamente y vuelve su atención hacia él. Lleva la camiseta

amarilla de voluntario del centro y no puedo evitar sentir que se burla de mí con

ella.

—Estoy aquí para recoger una canasta de regalos. —dice.

—Correcto. Está aquí. —Jude camina alrededor del mostrador hacia donde

papá dejó la canasta. Morgan le da un vistazo, luego asiente y lo levanta—.

Gracias por tu generosidad. —Entonces su mirada vuelve a mí—. Pero

entonces, supongo que nos debes una.

Se me seca la boca. Tenía la esperanza de que quizás Quint y Rosa no

difundieran chismes sobre mí y el dinero que faltaba, pero estaba claro que era

demasiado pedir.

—Disculpe, —dice Ari—. ¡Prudence trabajó duro tratando de ayudar a ese

Centro! Todos ustedes se lo deben a ella.

Morgan se burla. —Si. Por supuesto. ¿Solo un consejo? Vigile de cerca esa

caja registradora.

Gruñendo, Jude le quita la canasta de regalos de las manos. Ella hace un ruido

de sorpresa.

—¿Sabes qué? —dice él—. Hemos cambiado de opinión. Buena suerte con

la subasta.


Morgan le parpadea a él, luego a la canasta, antes de encogerse de hombros.

—Bien. De todos modos, no es un gran premio.

—No, espera, —digo—. Jude, devuélveselo. Como dijo papá, los animales

no deberían ser castigados solo porque me culparon por algo que no hice.

Morgan se enfrenta a mí, con las manos en las caderas. —Oh, sí, escuché

cómo trataste de negarlo. Buen intento, cuando te pillaron literalmente

sosteniendo el dinero.

—No tomé nada —digo, trabajando duro para mantener mi tono uniforme—

. No sé qué pasó con ese dinero, pero no lo tengo y nunca lo tuve.

—Uh-huh. ¿Sabes lo triste de todo esto realmente? —Morgan se acerca al

mostrador que nos divide—. Todas las cosas que estabas haciendo, en realidad

estaban funcionando. Si no hubieras robado ese dinero, la limpieza de la playa

habría sido una de las recaudaciones de fondos más exitosas que hemos tenido.

De hecho, estabas marcando la diferencia para esos animales. Lástima que

tuvieras que convertirte en un “humano egoísta” y arruinarlo.

Tengo que reprimir mis palabras. Sé qué nada de lo que pueda decir la

convencerá de mi inocencia.

Al ver que no tengo respuesta, Morgan le arrebata la canasta de regalos a Jude

y comienza a dirigirse hacia la puerta.

—Espera —llamo.

Ella hace una pausa. Suspira. Se vuelve lentamente, frunciendo el ceño.

Pero no me importa lo que piense. Algo que ella dijo resuena conmigo, me

recuerda algo que Rosa dijo hace meses.

Han tenido eventos para recaudar fondos, pero nunca tienen éxito. Nunca

aportan suficiente dinero para que valgan la pena.

—¿Por qué? —digo en voz alta.

La mirada de Morgan se profundiza. —¿Qué?

—El Centro ha tenido eventos para recaudar fondos antes. Han estado

tratando de encontrar formas de recaudar dinero durante años. Pero... me

presento, planeo un pequeño evento de limpieza de la playa y, de repente, ¿es

la recaudación de fondos más exitosa que haya tenido?


—No, no lo fue —dice Morgan, con una risa áspera—, porque el dinero

desapareció misteriosamente, ¿recuerdas?

—¡Eso es lo que estoy diciendo! —De repente, nerviosa, salto del taburete y

doy la vuelta al mostrador—. Quizás esto haya sucedido antes. De hecho…

apuesto a que esto ha pasado mucho. ¿Qué pasa si cada vez que el centro ha

organizado una recaudación de fondos, parte del dinero se pierde? Por eso las

campañas nunca tienen éxito. —Paso mis manos por mi cabello—. Eso es. Así

es como puedo demostrar que no fui yo. Esto ha sucedido antes, una y otra vez...

¡mucho antes de que me convirtiera en voluntaria!

Morgan me mira como si me acabara de crecer una cola. —¿De verdad estás

tratando de convencerme de que?...

—¡No estoy tratando de convencerte de nada! —dije—. Sé que no fui yo.

Pensé que se perdió o se había extraviado o tal vez que el playero cometió un

error y no donó el dinero después de todo. Porque, ¿qué tipo de persona robaría

de un rescate de animales?

Morgan me lanza una mirada furiosa, pero la ignoro.

La pregunta suena en mi cabeza, como debería haber estado sonando todo el

mes. Las señales. Las pistas.

¿Ha sucedido esto antes?

No tiene sentido que todas sus recaudaciones de fondos hayan sido tan

decepcionantes en el pasado. Claramente, la gente quiere ayudar al Centro. Se

preocupan por el trabajo.

Pero si entraba dinero, también salía.

¿Quién lo haría?

¿Y por qué?

Pienso en lo que dijo Quint. Escena del crimen 101. Oportunidad y motivo.

Tiene que ser alguien que haya estado allí un tiempo. El tiempo suficiente

para que Rosa renunciara por completo a los esfuerzos de recaudación de

fondos. Alguien que tuviera acceso al dinero que traían.

No me doy cuenta de que he empezado a caminar hasta que me detengo en

seco.


—Shauna, —le susurro.

Morgan se ríe. —¿Shauna? ¿La dulce abuela que ofrece su tiempo como

voluntaria para los animales necesitados?

—Ella no se ofrece como voluntaria. Ella es una empleada remunerada.

—¡Oh! Bueno, entonces ella debe ser una criminal.

—Mira. No sé si fue ella. Pero sé que no fui yo. ¡Y ha estado ahí durante

años! Además, ella se encarga de la contabilidad, maneja todo el dinero.

Fácilmente podría estar sacando algunos de la parte superior. Y… —Jadeo—.

En la playa. La vi sosteniendo el frasco. Ella fue quien lo devolvió al Centro.

Ella podría haber sacado algo en cualquier momento, y nadie lo hubiera sabido.

Morgan pone los ojos en blanco. —He escuchado suficiente. Supongo que

no puedo culparte por intentarlo, pero ¿no sería más fácil simplemente confesar

que tratar de culpar a otra persona? ¿En Shauna de todas las personas?

—¡Y las botas! No fueron dos días después de la limpieza que se puso esas

botas nuevas. O, nuevas... botas vintage. Lo que sea. No pudieron ser baratas.

Y justo después de que me despidieran, la vi con el pendiente, ¿el que se perdió?

Y es un diamante real.

Morgan se ríe a carcajadas. —¿Así que ahora me vas a decir que ella también

robó el pendiente?

—¡No! Creo que lo compró en la casa de empeños y sé que no fue barato.

Siempre pensé que las joyas que ella usaba eran bisutería, pero si no... ¿cómo

lo está pagando? Rosa no puede pagarle tanto.

Morgan se encoge de hombros. —¿Seguridad Social? ¿Una pensión? Se

jubiló hace como veinte años. Ella debe haberlo hecho bastante bien por sí

misma.

Mi frente se arruga. Morgan tiene razón. Shauna podría haberse jubilado rica.

Tal vez trabajar en El Centro no se trata en absoluto de dinero, solo algo para

mantenerla ocupada, para sentir que está haciendo algo que vale la pena.

Trago, sabiendo que podría estar equivocada. Podría estar buscando cualquier

cosa que me ayude a limpiar mi nombre y, obviamente, no tengo evidencia real

de que Shauna haya hecho algo. No puedo acusarla sin pruebas.

Sé cómo se siente eso y me niego a hacérselo a otra persona.


—¿Cuál es su apellido? —pregunta Jude.

Me vuelvo hacia él. Había olvidado que él y Ari estaban allí, pero ambos nos

miran a mí y a Morgan como si estuviéramos en CSI, edición Fortuna Beach.

No tengo idea de cuál es el apellido de Shauna, pero Morgan dice—:

Crandon, creo.

Jude escribe algo en su teléfono.

Morgan se cruza de brazos, mirándolo a él, a mí, y Ari.

—¡Si! —grita Jude, sorprendiéndonos. Su sonrisa es amplia, pero cuando

mira hacia arriba, rápidamente la convierte en un ceño fruncido perturbado—.

Quiero decir, en realidad, esto es un poco horrible. Pero... Pru, esto debería ser

suficiente para que al menos la investiguen.

Me entrega su teléfono. Encontró un artículo de noticias de un periódico de

Los Ángeles. Hay una foto de Shauna en la parte superior, con un elegante traje

de negocios. Ella luce un poco más joven, su cabello apenas comenzando a

encanecer.

El titular: UNA ORGANIZACIÓN SIN FINES DE LUCRO DEL

CONDADO DE ORANGE RETIRA LOS CARGOS CONTRA UNA

CONTABLE ACUSADA DE MALVERSACIÓN DE MÁS DE $ 200,000.

DÓLARES.

—De ninguna manera, —dice Morgan, tomando el teléfono de mi mano.

—¡Oye! —Intento recuperarlo, pero ella me da la espalda y comienza a

hojear el artículo. Resoplo y leo por encima de su hombro.

Según el artículo, Shauna trabajó en otra organización sin fines de lucro, una

que ayudó a brindar servicios a las personas sin hogar, durante seis años antes

de ser sospechosa de malversar dinero para hacer compras personales e incluso

para pagar sus facturas. Fue despedida, pero finalmente se retiraron los cargos.

—¿Por qué retirarían los cargos? —pregunta Ari, apiñándose a nuestro lado.

—No —dice Morgan me devuelve el teléfono, luciendo aturdida—. Las

batallas legales son caras y requieren mucho tiempo. Quizás simplemente no

querían molestarse con eso.

—¿O tal vez no tenían las pruebas suficientes? —Sugiero.


Morgan niega con la cabeza. —Uno pensaría que, una vez que lo supieran, la

evidencia sería bastante fácil de encontrar. Probablemente estaba usando dinero

de la cuenta comercial para comprar cosas en línea y emitir... cheques... para...

—Sus ojos se vuelven distantes. Su mandíbula cae—. No. ¡Las donaciones de

gala!

Le devuelvo el teléfono a Jude, que se arregla como si acabara de resolver el

mayor misterio del año.

—¿Qué donaciones de gala? —Preguntó.

—Establecimos el costo de la entrada para la gala muy bajo, pero cuando la

gente compra sus entradas, también pueden hacer una donación extra,

completamente opcional.

—¿Y?

—Y nadie donó dinero extra. Ha sido un fracaso total. Toneladas de venta de

entradas, incluso podríamos vender el evento esta noche, pero ¿donaciones

extras? No está pasando. Ha estado volviendo loco a Quint. Deberías escucharlo

despotricar sobre lo terrible que fue la idea de mantener el precio bajo, cuánto

dinero nos hemos perdido al hacerlo de esta manera.

—¡Apuesto a que la gente está donando más! —dice Ari, repentinamente

emocionada—. Pero el dinero va para ella.

Morgan asiente. —Ella es quien configura las ventas en línea. Apuesto a que

todas las donaciones de bonificación se enviarán directamente a su propia

cuenta, sin pasar por el centro en absoluto.

Me tapo la boca con una mano, disgustada. —¿Quién haría algo así?

Morgan hace un gesto hacia el teléfono de Jude. —Ella, evidentemente. Lo

ha hecho antes. —Luego, una sombra cubre el rostro de Morgan mientras me

mira. No con desprecio, sino... ¿con culpa? Se maldice en voz baja para sí

misma, sacudiendo la cabeza—. Supongo que te debo una disculpa.

—No eres tú quien me despidió, —le digo, agarrando uno de los volantes del

mostrador. Lo he mirado mil veces. El submarino amarillo ilustrado. El texto

brillante de estilo retro.


Pase una noche a bordo del Yellow Submarine, en apoyo del Centro de

Rescate de Animales Marinos de Fortuna Beach. ¡Buena comida, buenos

amigos y buen karma!

—Ari, ¿puedes cubrir el resto de mi turno? —Doblo el volante y me lo meto

en el bolsillo—. Necesito prepararme para una gala.


Morgan accede a reunirse conmigo fuera del teatro. Ella no está vestida de

forma tradicional. Mientras los invitados a la gala pasan al lado de nosotras con

vestidos de cóctel y trajes, Morgan lleva unos elegantes pantalones negros y un

suéter con estampado de vaca y lentejuelas en la parte delantera. La única

indicación de que va a un evento semiformal es el trazo de un delineado de ojos

negro brillante y grueso, la forma en que se trenzó el cabello es en una intrincada

corona que enmarca su rostro.

Llevo un vestido de lunares rojo y blanco que usé en la segunda boda de un

tío el otoño pasado, junto con un cárdigan rojo y bailarinas rojas. Fue lo mejor

que pude hacer en poco tiempo, y… bueno, me siento reforzada porque hace

que mi lápiz labial rojo resalte.

Sueña con esto, Quint Erickson.

Morgan me da una mirada cuando me acerco, antes de asentir. No estoy

segura de lo que aprueba. Espero no llevar ni una mota de cuero.

—Me gusta tu lápiz labial, —dice, antes de agregar—: Espero que no se haya

testeado en animales.

Me río, agradecida por el rompehielos. —Yo también, —digo, porque estoy

empezando a preocuparme por ese tipo de cosas, y estaré devastada si tengo que

renunciar a mi marca favorita por este nuevo conjunto de principios que se han

abierto camino en mi vida.

—¿Lista? —Morgan no espera a que responda, y antes de que pueda

recuperar el aliento, nos unimos al flujo constante de invitados sonrientes y

emocionados y nos dirigimos al teatro.

—¿Boleto? —pregunta un voluntario al pasar por las puertas.

—Ella está conmigo, —dice Morgan, atrayendo la atención de la chica hacia

ella.


—Oh, hola, Morgan, —dice la chica—. Los voluntarios se están reuniendo

en la cocina para obtener sus asignaciones. —Luego me mira con el ceño

fruncido y puedo ver un destello de reconocimiento—. ¿Prudence?

He visto a la chica por el centro antes, pero nunca nos han presentado

formalmente. Es desconcertante que ella sepa mi nombre y yo no conozca el de

ella.

¿Soy popular ahora?

Morgan me agarra del codo y me lleva al vestíbulo sin decir una palabra más.

Se ve bien. Realmente agradable, de hecho. Las mesas redondas están

cubiertas con manteles blancos y caminos de mesa de color amarillo brillante.

Los juguetes de baño de Yellow Submarine actúan como centros de mesa, junto

con una fotografía enmarcada de uno de los animales que actualmente está

siendo cuidado en El Centro.

No hay muchas decoraciones, pero el teatro se siente festivo. Sugerí globos

amarillos cuando Quint y yo comenzamos a planificar el evento, y recibí un no

decisivo. Evidentemente, los globos de látex son extremadamente dañinos para

los animales marinos, y ahora estoy segura de que nunca más podré disfrutar

del simple placer de un globo de cumpleaños. Pero en lugar de los globos,

serpentinas de papel amarillo giran alrededor del techo y cuelgan de las puertas.

También hay una variedad de recortes de cartón de animales marinos que

cuelgan de las vigas del techo y un pulpo pintado que ocupa toda la pared

trasera. Cada uno de sus brazos lleva un cartel agradeciendo a los diferentes

patrocinadores del evento.

Y luego están las fotografías. Fotografías de Quint. Enmarcados

profesionalmente y colocadas en caballetes alrededor de la habitación. Sé que

son suyas inmediatamente, excepto que estas no son las fotografías que he visto.

Mi corazón se hincha al ver que Quint no aceptó mi sugerencia después de todo,

no exactamente. Los premios de la rifa no son imágenes de focas estranguladas

con hilo de pescar y leones marinos pinchados con docenas de anzuelos.

En cambio, son fotografías de los animales después de haber sido

rehabilitados. Cuando están sanos, chapoteando y jugando en las piscinas al aire

libre o siendo liberados en la playa, sus aletas chapotean contra la arena mientras

caen hacia el océano.


Mi corazón se retuerce cuando veo una foto de una tortuga marina nadando

lánguidamente en mar abierto.

Mi tortuga marina.

Los invitados ya están agrupados alrededor de las fotos, discutiéndolas,

sonriendo y señalando varios detalles. Los ojos de esos animales me siguen

mientras paso por la habitación.

Veo a Trish Roxby ajustando su equipo de sonido en una pequeña plataforma,

pero evito hacer contacto visual con ella. Lo último que necesito es dejarme

llevar por una pequeña charla sobre karaoke y lesiones en la cabeza. De hecho,

prácticamente evito el contacto visual con todo el mundo. Reconozco a la

mayoría de los invitados aquí. Síndrome de pueblo pequeño y todo eso.

He estado repasando lo que le diré a Quint cuando lo vea, pero todavía no sé

si me muero por verlo o si me muero de miedo.

Más voluntarios están entregando bolsas de palomitas de maíz mientras los

invitados ingresan al auditorio para la presentación de la noche. Aunque se

supone que Morgan debe ayudar a trabajar en el evento, ella toma dos bolsas de

palomitas de maíz y nos movemos junto con la multitud.

Tan pronto como entro al teatro, lo veo. Está de pie en el escenario frente a

las cortinas de terciopelo rojo que enmarcan la gran pantalla, hablando con

Rosa, el Dr. Jindal… y Shauna.

Me detengo tan de repente que alguien choca contra mí por detrás. Los

escucho disculparse, pero no puedo apartar la mirada de Quint.

Lleva vaqueros oscuros, una camisa impecable con botones y corbata.

Y Dios mío, se ve...

No termino ese pensamiento.

Morgan me empuja hacia un lado para que no estemos en el pasillo. Los

asientos se llenan rápido. Hay muchísima gente aquí. Me doy cuenta, un poco

desconcertada, de que realmente funcionó. Mi idea, todos mis planes.

Funcionaron.


Se está reproduciendo una presentación de diapositivas en la pantalla, que

muestra fotografías de animales marinos desde la primera vez que fueron

llevados al Centro, heridos y desnutridos, hasta tomas de ellos siendo

alimentados y bañados o jugando juntos en las piscinas. Hay muchas imágenes

de focas esparcidas tranquilamente sobre el cemento y pequeñas cabezas de

leones marinos saliendo del agua. Pilas de nutrias marinas apiladas unas encima

de otras. Cada vez que una de estas imágenes aparece en la pantalla, toda la

audiencia se derrite con un aww unánime.

También hay anuncios que promocionan todos los negocios que ayudaron a

hacer posible la gala y, ocasionalmente, una diapositiva agradeciendo a los

voluntarios que ayudaron a organizar el evento. Quint está en la parte superior

de la lista, mientras que mi nombre no se ve por ninguna parte. Se siente como

una traición más.

Siento ojos sobre mí y vuelvo a centrar mi atención en Quint. Me está

mirando con los labios entreabiertos por la sorpresa.

Levanto la barbilla, negándome a apartar la mirada. Lo crea o no, merezco

estar aquí tanto como él.

Cierra la boca y veo su mandíbula tensa. Una sombra le cubre los ojos y se

da la vuelta.

Mis palmas se han puesto sudorosas y trato de distraerme metiéndome unos

puñados de palomitas de maíz en la boca, pero a pesar de la mantequilla y la sal

que quedan en mis dedos, no me saben a nada. Necesito una mejor distracción.

Rosa toma un micrófono de uno de los miembros del personal del teatro.

Deben estar preparándose para empezar.

Quint abandona el escenario y camina por el pasillo. Hacia mí. Pero se

asegura de no mirarme cuando pasa.

Trago. Shauna también comienza a salir del escenario. Mis ojos la siguen,

frunciendo el ceño. Por instinto, aprieto mi puño cerrado.

Espero.

Tres segundos. Cinco.

No pasa nada.


El proyector se apaga, dejando la pantalla en negro. Las luces de las casas se

atenúan, dejando el escenario iluminado. Rosa camina hacia el centro y

comienza agradeciendo a todos por venir. Agradece a los patrocinadores, los

donantes, los voluntarios. Luego comienza a hablar sobre El Centro y su

propósito, brindando estadísticas de cuántos animales han ayudado a lo largo

de los años y cómo continúan necesitando el apoyo de la comunidad.

Me doy la vuelta y empujo las puertas, de regreso al vestíbulo. La voz de

Rosa se apaga detrás de mí.

Quint está junto al puesto de concesiones, ayudando a otro voluntario a

colocar servilletas frente a una pila de copas de champán.

—¿Quint?

Su columna vertebral se endereza. Deja la pila de servilletas, exhala con

fuerza y se vuelve lentamente hacia mí. —Si no estás aquí para devolver ese

dinero, espero que al menos te hayas molestado en comprar un boleto.

Rechino los dientes. ¿Realmente va a hacer una escena aquí, frente a un

extraño? Pero luego miro al voluntario en el mostrador y veo que no es un

extraño en absoluto. Es Ezra.

Me da una sonrisa casual y un saludo juguetón. —Te ves bien, Prudence.

Su comentario casi no pasa por alto mi irritación con Quint, pero... es algo

que debe decirse de Ezra Kent. Es bueno para difundir emociones tensas. Siento

que los nudos en mi hombro se relajan, solo un poquito. —Quint, necesito

hablar contigo.

—¿Oh? ¿Por qué tengo la sensación de que no viniste aquí para disculparte?

Mis hombros se tensan de nuevo. —¿Quizás porque no tengo nada de qué

disculparme?

Empieza a poner los ojos en blanco.

—Escúchala, —dice una voz detrás de mí. Morgan aparece a mi lado, con las

manos en las caderas—. Ha habido novedades.

Mira a Morgan, sorprendido. — ¿Qué es lo... —No termina, su atención se

lanza entre nosotras dos, cada vez más curioso —. ¿Qué está pasando?


Miro alrededor. Los voluntarios están empezando a poner las mesas para la

cena. Hay demasiada gente y no quiero que nadie espíe.

—¿Podemos ir a otro lugar para hablar? Creo que se quién se llevó ese dinero,

pero si estoy equivoca... bueno. Sé lo terrible que es ser acusado injustamente

de algo.

—Pero estamos bastante seguras de que tenemos razón —agrega Morgan.

El ceño de Quint se profundiza. Puedo verlo contemplando. No me cree,

pero… quiere hacerlo.

—Está bien, —dice finalmente—. Morderé el anzuelo.

—Oh, gracias a Dios, —dice Ezra—. El suspenso me estaba matando.

Quint lo mira, luego a la variedad de copas de champán. —¿Podrías...

—Claro, —dice Ezra, tomando las servilletas—. Solo tráeme detalles jugosos

cuando hayas terminado.

Quint nos lleva a Morgan y a mí a través de una puerta exclusiva para

empleados, más allá de una sala de descanso donde los chefs de Blue's Burgers

amontonan hamburguesas con queso encima de grandes fuentes. Morgan hace

una mueca, pero se abstiene de decir nada. Terminamos en el pequeño pasillo

junto a la salida trasera del teatro. Hay una bolsa de basura en un rincón,

esperando que la lleven al callejón. Un tablero de corcho contiene una variedad

de materiales gubernamentales requeridos, que describen las políticas de

discriminación y acoso sexual. Parece que los documentos no se han actualizado

en treinta años.

—¿Bien? —dice Quint, cruzando los brazos sobre el pecho—. Adelante. Si

no robaste ese dinero, ¿quién lo hizo?


Quint se ve pálido cuando termina de leer el artículo que Jude encontró en

línea. — ¿Cómo podríamos no habernos enterado de esto?

—Estoy segura de que no lo mencionó en su currículum, —le digo—. Si tu

mamá no hubiera salido de su camino para buscarla, no lo habría sabido.

—¿Y quién se va a molestar en acechar cibernéticamente a una linda anciana

como Shauna? —dice Morgan—. Además, quiero decir, tu mamá es excelente

en muchas cosas, pero en realidad no es una mujer de negocios. Quiere salvar

animales, no preocuparse por la contabilidad. Probablemente estaba tan feliz de

tener a alguien a quien traspasar esas responsabilidades que tal vez no se hubiera

molestado en comprobar sus credenciales.

Quint asiente lentamente, como si esto tuviera sentido para él. Le devuelve

el teléfono a Morgan y luego sus brazos caen a los costados. Parece aturdido.

—Ella ha estado aquí desde que yo era un niño. Ella podría haber robado... —

No termina. Quién sabe cuánto dinero podría haber malversado en ese período

de tiempo.

—Ahora, no sabemos con certeza si ella ha estado robando dinero, —digo—

. Necesitamos encontrar una manera de demostrarlo.

—Pero, —agrega Morgan—, si lo está haciendo, es muy probable que reciba

dinero esta noche, de la recaudación de fondos.

Quint nos mira parpadeando. —¿Qué quieres decir?

—¿Sabes cómo la gente podría optar por hacer una donación extra cuando

compraron sus boletos? —Pregunto.

—Sí, pero… no funcionó. Nadie… —Sus ojos se abren y se empuja fuera de

la pared—. No. Ella es la que nos dijo eso. Ella es la que ha estado siguiendo

las ventas. Ella es quien vinculó las ventas a nuestra cuenta bancaria.

—Entonces ella podría haber vinculado la porción de donaciones a su cuenta,

—digo.


Hace un sonido de frustración, pasando sus manos por su cabello. —No

puedo creer esto. ¿Cómo pudo? ¡Confiamos en ella!

—Todo esto sigue siendo especulación, —dice Morgan—. Pero parece una

buena suposición.

Quint rechaza este comentario y no lo culpo. Pero, aun así, quiero pruebas.

Quiero que mi nombre quede limpio para siempre.

—¿Hay alguna forma de que podamos ver cómo se vinculó la venta de

entradas? Si realmente quiere desviar el dinero directamente a su cuenta

personal...

Él asiente, frotándose la mandíbula. —Si. Tal vez. Creo que sí. Umm. Dame

un minuto. —Saca su teléfono y se aleja, no fuera de vista, pero lo

suficientemente lejos como para que no pueda ver lo que está haciendo. Morgan

y yo intercambiamos miradas. Este pasillo comparte una pared con el teatro, y

aunque la insonorización es decente, de vez en cuando puedo captar fragmentos

del discurso de Rosa. No lo que está diciendo, sino la pasión en su tono.

Quint se lleva el teléfono al oído y hace una llamada. Arrugo la frente. ¿Está

llamando a la policía?

La multitud en el teatro estalla en vítores. Morgan inhala un largo suspiro. —

Hora de la cena.

Asiento con la cabeza. No se resolverá nada esta noche. Deberíamos dejar

que Rosa disfrute de la gala. No necesitamos hacer una escena.

Pero también quiero disfrutar de la gala. Quiero estar aquí, ser parte de esto.

No quiero que la gente me mire y vea a la chica egoísta que tomó dinero de los

animales necesitados.

Y, si Shauna es culpable, realmente no quiero que se salga con la suya ni un

minuto más.

Parece que la conversación de Quint dura una eternidad. Mantiene la voz

baja. Hay un montón de uh-huh, mucha aceptación y muchos murmullos, lo que

no tiene ningún sentido para mí.

Finalmente, se quita el teléfono de la oreja y cuelga. Luego se queda ahí, de

espaldas a nosotras, con el hombro contra la pared y la cabeza gacha.

Trago saliva y me atrevo a acercarme a él. —¿Quint? ¿Qué encontraste?


Mueve su rostro más lejos de mí y se lleva la mano a la boca. Lo escucho

soltar un suspiro tembloroso. —Um. Sí. —Su cabeza todavía está baja mientras

se gira y presiona su espalda contra la pared. Se rasca una ceja—. Esa era la

empresa de terceros que gestiona la venta de entradas por nosotros. Lo

comprobaron y, claro, hay dos cuentas bancarias vinculadas a las ventas de esta

noche. El Centro de Rescate de Animales Marinos de Fortuna Beach... y Shauna

Crandon.

Cierro mis ojos. El alivio me golpea con fuerza. Alivio y satisfacción. Puede

que no pruebe que Shauna tomó el dinero de la limpieza de la playa, pero en lo

que a mí respecta, está lo suficientemente cerca.

Pero todos esos pensamientos desaparecen cuando abro los ojos y encuentro

a Quint mirándome, sus ojos inundados de más emociones de las que puedo

nombrar. Parece miserable.

—Prudence, —susurra, su voz tensa. Es entonces cuando me doy cuenta de

que lo que estoy viendo es remordimiento—. Yo…

—Más tarde, —le digo, interrumpiéndolo. Aunque me he imaginado a Quint

suplicándome perdón muchas veces estas últimas semanas, ahora que estamos

aquí, no sé qué hacer con los sentimientos que están destrozando mi pecho.

Absorto en sí mismo. Juicioso. Hipocresía.

Él se estremece, y sé que mi tono era duro, pero también lo era el suyo cuando

dijo esas cosas horribles.

—¡Todo bien! —dice Morgan, aplaudiendo—. ¿Ahora qué hacemos?

—Tenemos que decírselo a mi mamá, —dice Quint—. Después de eso, no lo

sé. ¿Supongo que llamamos a la policía?

El silencio desciende sobre nosotros mientras consideramos eso. Qué serio

parece. Pero esto es serio. Pensé que la falta de mil doscientos dólares de un

gran frasco de vidrio era un gran problema, pero si esto realmente ha estado

sucediendo durante años, entonces podríamos estar hablando de miles de

dólares. Decenas de miles de dólares. Quizás más. Este no es un delito menor.

—¿Crees que podría ir a la cárcel? —Pregunto, y me doy cuenta tan pronto

como las palabras me abandonan que Quint y Morgan estaban pensando lo

mismo. Es difícil imaginar a Shauna con un mono y en la celda de la prisión.


—Probablemente, —dice Morgan—. Si Rosa decide presentar cargos.

—Supongo que eso depende de ella. —Quint se incorpora y cuadra los

hombros—. Todo bien. Vamos a buscar a mamá.

El vestíbulo del teatro está lleno de charlas emocionadas. Trish actúa

actualmente como DJ y suena "With a Little Help from My Friends" de los

Beatles. Los tres hacemos una pausa, examinando la habitación llena de gente.

Aunque muchos invitados se han sentado y han empezado a comer

hamburguesas con queso, muchas personas merodean junto a la mesa de

subastas silenciosas y alrededor de las fotos de Quint. Algunos otros están

charlando con Trish y hojeando su karaoke, tal vez preparándose para actuar

una vez que termine la cena.

En lugar de pagar la exorbitante cantidad que habría costado para los

servidores profesionales, la comida está siendo distribuida por más voluntarios,

incluida una buena cantidad de estudiantes que reconozco de nuestra escuela

secundaria, todos vistiendo camisetas amarillas de voluntarios a juego mientras

llevan platos de hamburguesas con queso, mesas transparentes y vasos de agua

de repuesto. Algo me dice que esto también fue obra de Quint. El popular Quint,

atrayendo a la gente a su esfera, pidiéndoles ayuda y consiguiéndola.

Este habría sido el punto culminante de la noche, al menos para mí. La

comida huele deliciosa. Los premios de la subasta se ven geniales. Las carteras

se están abriendo y los fragmentos de conversación que puedo escuchar

sugieren que el discurso de Rosa fue bien recibido. Todo el mundo lo está

pasando bien. La gala inaugural del Centro de Rescate de Animales Marinos de

Fortuna Beach es, en todos los aspectos, un enorme éxito.

Puede que me sienta orgullosa de saber que participé en hacer que esto

sucediera, pero está eclipsado por mi resentimiento por no poder llevarlo a cabo

hasta el final.

—Amigo, —dice Ezra, caminando hacia nosotros con la mitad de un

deslizador de hamburguesa con queso en la mano. Lleva una camisa amarilla

de voluntario, pero algo me dice que no se ha tomado muy en serio sus deberes

de servidor—. Estas son las mejores hamburguesas con queso que he comido

en toda mi vida. ¿Ya has probado una?

—Estoy bien, —dice Quint, despidiendo a su amigo—. Oye, EZ, ¿has visto

a mi mamá?


—Ella estuvo por allí hace un minuto, —dice Ezra, señalando con la

hamburguesa antes de tomar otro bocado—. Entonces, ¿hay una historia de

quién es o qué? ¡Espera! No me lo digas. Déjame adivinar. —Levanta una ceja

puntiaguda—. ¡Era el socorrista, el de la piscina, el que tenía un anzuelo!

Quint lo mira sin comprender.

—¿Qué, no estuve cerca? —dice Ezra, echando la cabeza hacia atrás

consternado—. ¡Venga! He estado trabajando en esa broma durante unos diez

minutos.

—¿En serio? —dice Morgan arrastrando las palabras—. ¿Y eso es lo mejor

que se te ocurrió?

—Mira, te contaré más tarde, ¿de acuerdo? —dice Quint. Él comienza a

caminar, pero Ezra lo detiene con una mano en su brazo.

—Espera, amigo. —Se acerca y toma una copa de vino de la barra—. Parece

que necesitas un trago. —Luego agrega, susurrando—: Y no le están dando a

nadie en absoluto.

—Uh. No, gracias, —dice Quint, ignorando a Ezra mientras busca a su

madre.

—¿Prudence? ¿Chica sarcástica cuyo nombre no sé? —dice Ezra,

sosteniendo el vaso hacia Morgan y yo.

—Estoy bien, —digo.

Morgan solo le da una mirada de desprecio.

—Como quieras. —Ezra inclina el vaso hacia arriba, bebiendo la mitad de un

trago.

—Esta allá, —dice Quint.

Sigo su gesto y veo a Rosa cerca de uno de los caballetes. Ella sostiene una

copa de vino y hace un gesto hacia la foto mientras habla con un invitado.

Shauna está con ella. Se ve completamente a gusto, su cabello gris

prolijamente rizado, un pañuelo de seda de colores brillantes alrededor de su

cuello. Lleva unos grandes pendientes de diamantes de imitación que me llaman

la atención incluso desde el otro lado de la habitación.


Solo por el gusto de hacerlo, trato de apretar mi puño de nuevo. Vamos,

Universo. Si pudieras encargarte de este lío por nosotros, esta noche sería

mucho más tranquila...

Pero, como en el teatro, no pasa nada.

Quint inhala lentamente y cruza la habitación. Morgan y yo lo seguimos de

cerca. Somos un frente unido.

Quint interrumpe la conversación. —¿Mamá? ¿Puedo hablar contigo?

Rosa se sobresalta, volviéndose tan rápido que choca contra el brazo de

Quint. El vino salpica de su copa y se derrama por el suelo de parquet. —Oh,

Dios, lo siento mucho, —dice, mirando a su alrededor en busca de una

servilleta.

—Está bien, —dice Quint—. Mamá…

—Me preguntaba a dónde te escapaste. —Rosa todavía está radiante—. Le

estaba contando a este caballero todo sobre tu interés en la fotografía y cómo

deseas obtener tu certificación de buceo después de... —Su atención se posa en

mí y su sonrisa cae. La sorpresa y la confusión pelean por sus rasgos—. Oh.

Hola, Prudence —dice ella, su cortesía teñida de escarcha—. No esperaba verte

esta noche.

—Me alegro de que esté aquí, —dice Quint con fuerza—. En realidad, mamá,

me gustaría hablar contigo y con Shauna, si pudiera. —Mira a Shauna—. En

privado.

Desconcertada, Rosa nos mira a todos. El hombre con el que estaba hablando

se aclara la garganta y se excusa para volver a llenar su bebida.

Shauna parece desconcertada, pero un segundo después la veo dirigir su

mirada entre Quint y yo.

—Este parece un momento bastante inconveniente, —dice Shauna, riendo,

aunque su sonrisa tiene un toque—. Estamos en medio de una fiesta. ¿Por qué

los tres niños no toman algo de comida y se relajan? Quint, sé lo duro que

trabajaste para lograrlo. Y supongo que tú también, Prudence. A pesar de todo.

—La burla cubre sus palabras, y la miro.

—Shauna tiene razón, —dice Rosa—. Necesito seguir mezclándome con

nuestros invitados


—Esto solo tomará un minuto, —dice Quint—. Y no puede esperar.

—Tendrá que hacerlo, —dice Shauna. —Rosa, veo a la familia de Grace

Livingstone está en la mesa nueve. Creo que probablemente deberías ofrecerle

nuestras condolencias.

Me doy la vuelta y veo no solo a los padres de Maya, sino a la propia Maya,

que lleva un vestido recto azul real y parece más que aburrida.

—Oh, tienes razón. —Rosa pone una mano sobre su corazón—. Grace fue

una gran defensora. —Luego hace una pausa, su tono se vuelve frío de nuevo—

. Pero supongo que ya lo sabes, ¿no? —Ella me mira y me erizo.

Va a pasar junto a nosotros, Shauna pisándole los talones, pero Quint les

bloquea el camino. —No quiero hacer una escena, —dice—. Pero esto es

importante. Por favor.

Las mejillas de Shauna adquieren un tono rojizo y sus ojos brillan. De

repente, parece una persona diferente. Una persona enojada. Una persona a la

defensiva. Una persona que de repente e inesperadamente se siente arrinconada.

—¿No quieres hacer una escena? —dice, y a diferencia de Quint, su voz se

hace más alta. Estamos empezando a llamar la atención, y sospecho que es

exactamente lo que quiere. Lanza su brazo en mi dirección—. Entonces, ¿qué

está haciendo ella aquí, Quint? ¿Y por qué estás con ella? Ella es una mentirosa

y una ladrona. No tiene por qué estar aquí y creo que debería irse.

—Shauna, —sisea Rosa, incluso mientras trata de sonreír a los invitados más

cercanos—. Está bien, Quint. Bien. Regresemos al auditorio y podrás decirnos

lo que necesites decir.

—No, —dice Shauna—. Esta es la típica presión de grupo adolescente, Rosa.

Y aunque sé que es tu hijo, no necesitas tolerar esto. Que él traiga este drama a

nuestra gran noche, la gran noche del centro. Deberías ser más consiente, Quint.

—Ella chasquea la lengua de una manera que me recuerda vagamente a mi

abuela—. Ahora, si me disculpas.

Intenta rodear a Quint, pero esta vez doy un paso adelante con los brazos

cruzados. Estoy temblando de adrenalina y rabia. Y, a diferencia de Quint, no

me preocupa tanto hacer una escena.


Después de todo, sé que hay periodistas aquí que planean hacer un gran

artículo sobre el evento en los periódicos de esta semana. Puede que Quint no

esté de acuerdo con esto, pero en lo que a mí respecta, ninguna publicidad es

mala publicidad. Hacer una escena lo suficientemente grande e incluso

podríamos llegar a la portada.

—No soy la que está causando todo el drama, —digo, mi voz lo

suficientemente fuerte como para que todas las personas que fingen no escuchar

a escondidas puedan oírme claramente—. Tú fuiste, Shauna. Tú robaste ese

dinero, al igual que robaste dinero de tú último trabajo, al igual que robaste las

donaciones de la venta de boletos de esta noche. —Miro a Rosa, que parece

consternada y avergonzada, pero también un poco curiosa—. Es por eso que

nunca hay tanto dinero en la cuenta cómo crees que debería haber. Shauna lo ha

estado malversando. Lo ha hecho antes.

Rosa niega con la cabeza. —¿Qué estás…? Bien. Esto es suficiente.

Vámonos. Al teatro. Venga.

—No voy a ir a ningún lado, —dice Shauna—. ¡Y no me quedaré aquí

escuchando estas acusaciones infundadas!

—Revisé la venta de boletos de esta noche, —dice Quint—. Sé que los fondos

se envían directamente a tu propia cuenta bancaria.

Hay un grito ahogado a nuestro alrededor y me doy cuenta de que nos hemos

convertido en el centro de atención. Todos se han quedado en silencio. Todo el

mundo está mirándonos. Incluso la música se ha detenido.

—Pero... Shauna ha estado con nosotros durante más de una década, —dice

Rosa—. Yo habría... —Se apaga, y sé que se está preguntándose si se habría

dado cuenta si Shauna le habría estado robando. Siempre está muy ocupada,

pero sus roles en El Centro son administrar al personal y cuidar a los animales,

no las finanzas. Cuando se trata de dinero, todo lo que hace es firmar donde le

dicen que firme.

Donde Shauna le dice que firme.

Ella mira a Shauna, consternada. —¿Es esto cierto?

—Por supuesto que no, —escupe Shauna, y es fácilmente la peor mentira que

jamás ha dicho. Su cara se ha puesto roja, su respiración entrecortada, sus ojos

encendidos—. Esta chica, —me señala con el dedo—, esta chica no ha sido más


que un problema desde el primer día. —Ella da un paso más cerca. Me

mantengo firme, relativamente segura de que ella no intentaría golpearme, no

rodeada de tanta gente. Aun así, veo a Quint tensarse por el rabillo del ojo, y me

preparo para cualquier cosa horrible que diga a continuación, sabiendo que esta

vez, al menos, tengo razón. No he hecho nada malo, pero ella lo ha hecho, y sus

mentiras se están acumulando, aumentando a cada segundo. Ella merece ser

castigada—. Y ahora ella está difundiendo estos horribles rumores, tratando de

ponerte en mi contra para salvarse.

Aprieto mi puño.

Su talón golpea el charco de vino derramado y grita. Sus brazos se agitan.

Una de sus manos agarra mi brazo, tirándome hacia adelante.

Entonces ambas estamos cayendo.

Ella no se suelta.

No puedo prepararme para la caída.

Mi cabeza golpea la esquina de la mesa de subastas y, por segunda vez este

verano, mi mundo se vuelve negro.


Abro mis ojos a luces parpadeantes y serpentinas amarillas. Quint se cierne

sobre mí, con una mano sosteniendo mi cabeza. Sus labios se curvan de alivio

cuando mis ojos se encuentran con los suyos.

—Déjà vu, —murmura.

Respondo con un gemido. El latido en mi cabeza es tan terrible como lo fue

cuando caí en Encanto, y la charla de preocupación a mí alrededor no ayuda.

—Denle espacio, —dice Quint, haciendo un gesto para que todos se retiren.

Me incorporo lentamente, presionando mis dedos contra mi sien en un

esfuerzo por detener los golpes.

—Ahí, ¿ves? —dice una voz estridente. Shauna está sentada en una silla

cercana, sosteniendo una botella de agua fría en su hombro—. Ella está bien. Y

para que conste, no la agredí. Fue un accidente. Todos lo vieron.

—Ya es suficiente, Shauna, —dice Rosa con voz aguda—. Además, esta no

es la demanda que debería preocuparte.

Shauna la mira boquiabierta, asombrada. —¿No lo harías . . . después de todo

lo que he hecho por esta organización?

El pecho de Rosa se hincha y sé que está necesitando toda su fuerza de

voluntad para no gritarle cosas duras y poderosas a Shauna en este momento,

pero se las arregla para contener la lengua frente a tantos invitados. —No tomaré

ninguna decisión esta noche, pero me reuniré con un abogado. Mientras tanto,

por si hay alguna confusión . . . estás despedida.

Shauna sostiene su mirada por un latido, antes de resoplar. Deja caer la

botella de agua en el mostrador y agarra uno de las copas de champagne que se

han dejado ahí, a medio beber. —Bien. Mira cuánto tiempo tu preciosa caridad

permanece abierta sin mí.

—Oh, creo que lo haremos bien, —dice Rosa—. Finalmente podríamos

prosperar, sin que agotes los fondos cada vez que tengas la oportunidad.


Shauna la ignora, se bebe el champán, luego se pone de pie y se aleja entre la

multitud.

Lo intento una vez más antes de que se vaya, apretando mi puño.

No pasa nada.

No solo no pasa nada, sino que mi agarre se siente débil. Mi pecho se siente

extrañamente hueco.

Miro mi mano, el miedo gira en mis pensamientos. ¿Podría ser . . .?

—Aquí, —dice Morgan, arrojando una servilleta de lino blanco sobre la

bebida derramada y limpiándola—. No necesito que nadie más salga herido.

Es un acto simple, pero desinteresado. Una buena acción.

Por favor, oh por favor . . .

Chasqueo el dedo y contengo la respiración.

—O eres muy torpe, —dice Morgan, recogiendo la servilleta—, o tienes

mucha mala suerte. —Lo deja caer en una bandeja llena de platos vacíos y copas

de vino abandonadas.

Y . . . eso es todo.

Nada destinado le ocurre. Sin ganancias inesperadas. Sin recompensa.

Quizás limpiar un derrame no sea una hazaña lo suficientemente importante

como para merecer la atención del universo. Miro alrededor de la habitación y

veo a un hombre que arroja algo de dinero en efectivo en la caja de donaciones

en el escenario.

Lo intento de nuevo. Chasquido. Chasquido. Chasquido.

El hombre vuelve a su mesa. Si ha recibido buen karma como resultado de su

donación, no se ve.

—No, —susurro—. Por favor.

—¿Pru? —Quint me mira con el ceño fruncido. Su mano todavía me sostiene,

presionada entre mis omóplatos—. ¿Qué pasa?

Le hago un puchero. No puedo evitarlo. —Creo que se ha ido.


—¿Qué se ha ido?

Inhalo, aunque sé que estoy siendo melodramática. No me importa. Hubo

momentos en los que pensé que mi habilidad kármica era una maldición, pero .

. . en su mayor parte, era una maldición divertida.

—El universo, —murmuro.

El ceño de Quint se profundiza. Me mira por un largo momento, antes de

volverse hacia su mamá. —Quizás deberíamos llamar a una ambulancia.

—No, —digo—. Estoy bien. ¿Podrías ayudarme a levantarme?

—No estoy seguro de que debas . . .

Ignorándolo, agarro el brazo de Quint y lo uso para levantarme. Él tropieza

una vez, pero ambos logramos ponernos de pie sin caer al suelo.

—¿Prudence? —dice Rosa, agarrándome del codo—. Deberías ver a un

médico, especialmente si esta es la segunda lesión en la cabeza que has tenido

este verano.

—Ugh, bien, —digo. Ya no tengo fuerzas para discutir. No con nadie. No

esta noche—. Iré mañana. Solo . . . por favor, no llames una ambulancia. Esta

noche ha sido bastante extraña.

Rosa frunce el ceño. Puedo verla balbucear, así que para demostrar que estoy

bien, le sonrío. —Estoy bien. Lo prometo.

Ella suspira profundamente. —Quint, ¿por qué no le traes agua?

Quint mira a su alrededor. —Ezra, —dice, señalando a su amigo entre la

multitud—. ¿Agua?

—El gin-tonic, va en camino, —dice Ezra, corriendo hacia la barra.

—Está bromeando. —Quint sonríe tímidamente a su madre—. Eso creo . . .

Rosa toma mis manos entre las suyas. —Fuiste muy valiente al venir aquí

esta noche, especialmente después de todo lo que pasó. Lamento haberte hecho

pasar por esto. Lamento la forma en que te tratamos. No estoy segura de que

quieras volver después de todo lo sucedido, pero ten en cuenta que siempre eres

bienvenida en El Centro.


Finjo considerar esto. —¿No crees que necesitas un coordinador de eventos?

Ella ríe. —No creo que esté en condiciones de contratar personal a tiempo

completo todavía, pero serás la primera persona con la que me comunique si lo

hago.

—Prudence probablemente sería un gerente de oficina excepcional, —dice

Quint, sonriendo—. Y escuché que esa posición acaba de abrirse.

Rosa gime. —Tendré que reemplazar a Shauna. Perdóname si trato de

encontrar a alguien con un poco más de experiencia.

—Siempre y cuando primero los busques en Google, —digo—. ¿Quizás

buscar antecedentes penales?

Ella asiente. —Lección aprendida.

—En cuanto a mí . . . —Sonrío—. Definitivamente quiero volver. Necesito

pasar todo el tiempo que pueda con Lennon antes de que se vaya a su nuevo

hogar.

Los ojos de Rosa se arrugan en las esquinas y antes de que me dé cuenta de

lo que está pasando, me abraza. —Gracias, Prudence. —Suspira mientras se

aleja y mira a la multitud que nos observa. Ella ríe—. Bien. Esto ciertamente se

convirtió en una velada memorable, ¿no es así? —Luego agita su mano hacia la

multitud—. Todos, por favor, sentémonos y disfrutemos de nuestra comida.

Después de eso, la noche comienza a difuminarse de un momento a otro, y

no estoy segura si es el zumbido sordo en mi cabeza lo que lo está causando, o

simplemente que están sucediendo tantas cosas. La cena es seguida por el

postre. Se anuncian los ganadores de la subasta silenciosa, y estoy emocionada

de saber que la canasta de la tienda de discos se vendió por mucho más dinero

del que esperaba. Luego se extraen boletos de rifa para las fotos de Quint. No

me sorprende la cantidad de entradas que se han comprado y las personas que

las ganan parecen realmente extasiadas de llevarse una de las obras maestras a

casa. Cuando se llama al número de boleto de una mujer, literalmente grita de

alegría.

Miro a Quint. Su expresión no tiene precio. Desconcertado y orgulloso al

mismo tiempo.


A medida que se quitan los platos y las sillas, comienza el karaoke: Trish y

un par de voluntarios cantan “Yellow Submarine” para animar a la gente, y

prácticamente toda la sala se une al coro.

Y así, el ambiente de la noche cambia de serio y caritativo a enérgico y

divertido. Este es un evento del que la gente hablará y bromeará durante

semanas.

Quint no solo tuvo la brillante idea de que Trish presentara un karaoke, sino

que incluso pensó en incorporar otra parte de recaudación de fondos. Los

invitados tienen que pagar cinco dólares para cantar, y todas las ganancias, por

supuesto, van al Centro. Nunca hubiera pensado que funcionaría y me hubiera

equivocado. La gente hace cola para escribir sus nombres y canciones en esos

pequeños trozos de papel.

Escucho a mesas cercanas coaccionarse unas a otras, incluso sobornar y

engatusar unas a otras para subir a ese escenario. Escucho debates sobre qué

canciones cantar y cuyas voces son realmente terribles. Más bien que la

donación requerida para mantener alejadas a las personas, pedirles que paguen

parece haberlas animado.

Cuando una hermosa dama de cabello blanco con un bastón se levanta para

cantar “Stardust”, uno de mis viejos estándares favoritos, siento un toque de

envidia. Lo sé, con la cabeza todavía palpitando, no estoy en condiciones de

subir y cantar. No podría darlo todo, y sin darlo todo, realmente no tiene sentido.

Examino la multitud, de nuevo, como lo hago cada pocos minutos. Es como

si tuviera un radar en sintonía con Quint, y sigo con la esperanza de que tal vez

me busque. A pesar de haber hecho lo que vine a hacer aquí, la velada parece

inacabada. Anticlimático. Sé que hay muchas cosas sin decir entre Quint y yo,

pero cada vez que lo veo, está ocupado hablando con alguien nuevo, sonriendo

y señalando una de sus fotos. Él está en su elemento, y quiero estar feliz por él,

pero . . . tampoco puedo evitar preguntarme si me está evitando.

A pesar de lo mucho que me lastimó, en todas mis fantasías durante las

últimas semanas, una cosa se ha mantenido constante. Sí, quiero su disculpa. Sí,

quiero que pida perdón. Sí, quiero escucharlo decir lo equivocado que estuvo al

no confiar en mí.

Pero más que nada de eso, quiero gustarle todavía.


Por mucho que me siga gustando.

Pero, ¿y si ese no es el caso? ¿Y si en estas últimas semanas se dio cuenta de

que, para empezar, nunca me quiso? Que todo fue un gran error, como él dijo.

Necesito salir de aquí.

Me levanto. Me escabullo mientras nadie esté mirando. No tendré que

despedirme de Morgan o Rosa ni de nadie. Mientras me dirijo a la salida, no

miro a Quint, por si acaso se da cuenta de que intento irme. Porque no podría

soportarlo si él me viera y no intentara detenerme.

Tendré que enfrentarme a él eventualmente. Si voy a seguir siendo voluntaria

en El Centro, tendré que afrontar a la forma en que me hizo daño. Y la escuela

comenzará de nuevo pronto, y es muy probable que tengamos algunas clases

juntos. Tendré que aceptar que lo que haya pasado entre nosotros ha terminado

de verdad.

Al pasar junto a la mesa de subastas ahora vacía, algo me llama la atención.

Casi tropiezo con mis pies. Hay algo brillando hacia mí, escondido justo

detrás de una de las patas de la mesa, casi oculto por el mantel.

Me agacho y lo recojo.

Es un pendiente de diamantes vintage enganchado a un collar de cadena. El

cierre debe haberse roto cuando Shauna y yo caímos.

El diamante me guiña un ojo.

Me río para mí. —Bonito, Universo.

Me vuelvo y veo a Maya sentada en la misma mesa donde la vi antes, mirando

su teléfono. Podría ir a dárselo, pero en realidad no quiero el crédito por

encontrar este pendiente más de lo que quiero tener la culpa de que se haya

perdido primero.

—¿Disculpa? —Le digo a un voluntario que pasa—. ¿Podrías darle esto a esa

chica de allí? Creo que lo perdió.

—Oh, por supuesto. —El voluntario toma el pendiente con cierta

incertidumbre, pero no hace preguntas.


Me quedo el tiempo suficiente para ver el pendiente entregado. Ver la

conmoción de Maya, su incredulidad, su alegría absoluta. De hecho, comienza

a llorar mientras lo aprieta contra su corazón, luego se pone de pie y le da un

fuerte abrazo al atónito voluntario.

Lástima que no sea Jude, creo. Entonces habría hecho noches de dos

personas.

En el escenario, la dulce anciana termina su canción y yo aplaudo con todo

el entusiasmo que puedo, pero mi corazón no está en eso. El teatro puede estar

rebosante de buen rollo, buena música y más generosidad de la que podría haber

imaginado, pero mi corazón todavía está roto.

Empiezo a alejarme.

—A continuación, —dice Trish por el micrófono—, uno de las voluntarios

más queridos y más antiguos del Centro de rescate. Por favor, den la bienvenida

al escenario . . . ¡Quint Erickson!

Giro tan rápido que casi pierdo el equilibrio.

Seguramente no acaba de decir . . .

Y ahí está, subiendo al escenario. Sonríe nerviosamente a Trish mientras le

quita el micrófono. Parece realmente aterrorizado.

Se aclara la garganta, asintiendo agradecido ante los aplausos que lo han

seguido hasta la plataforma. —Lo siento, —dice, dando un gesto incómodo a la

audiencia—. No todos merecen la tortura por la que estoy a punto de someterlos,

pero . . . es por una buena causa, ¿verdad? Así que . . . aquí va.

Hay una risa suave. Algunos gritos alentadores.

Empieza la música.

Me da un vuelco el estómago.

“Querida Prudence . . . ¿no vendrás a jugar?”

Escucho algunos jadeos y siento que las personas me buscan y, cuando me

encuentran, señalan y susurran.

Quint también está examinando la habitación. Pero una vez que me

encuentra, sus ojos permanecen fijos en los míos.


Mi boca se seca mientras escucho, y una pequeña parte de mí piensa que

debería estar mortificada por la atención, pero no lo estoy.

Estoy asombrada.

Estoy delirando.

Estoy . . . un poco preocupada de que esto no signifique lo que quiero que

signifique.

“Ha salido el sol, el cielo es azul. Es hermoso, y tú también, querida

Prudence . . .”

Mi corazón late con tanta fuerza que podría salirse de mi pecho.

Su voz para cantar es . . . no muy buena, lo admito. Pero la forma en que me

mira, y la forma en que se sonroja, y cómo se equivoca en el segundo verso y

tiene que comprobar la letra en el monitor y cómo se ve tan nervioso y asustado,

y cómo de alguna manera se las arregla para encontrarme en la multitud de

nuevo . . .

Yo. Estoy. Hipnotizada.

La canción termina y me atrevo a respirar. Puede que sea el primer aliento

que respiro desde que subió allí.

Quint se aclara la garganta y coloca el micrófono en el soporte. Retrocede

como si no pudiera escapar lo suficientemente rápido.

El teatro se llena de aplausos, como después de cada canción. Quint saluda

despreocupadamente, un ay-rayos-pero-por-favor-deja-de-saludar, encantador

como siempre, y sale del escenario.

Me muevo antes de darme cuenta, abriéndome paso entre las mesas.

Sus labios se arquean cuando me ve. Parece dolorosamente inseguro, pero

también esperanzado. —Probé tu truco, —dice, una vez que estamos lo

suficientemente cerca—. Pensé, son sólo cuatro minutos de tu vida, Quint. Tú

puedes superar esto. ¿Pero soy solo yo, o esa canción es como de dos horas?

—Las canciones siempre parecen más largas cuando estás ahí arriba. Yo lo

llamo el karaoke time-warp 26 .

26

Karaoke time-warp: En español, Karaoke túnel de tiempo. Se refiere a la larga duración que parece tener

una canción, estando en el escenario al momento de interpretarla.


—Ahora tu dímelo. —Sus pestañas bajan brevemente. Su voz baja—.

Entonces. ¿Cómo lo hice?

No sé qué decir. Apenas puedo pensar, mucho menos formar palabras

coherentes.

Y entonces, me empiezo a reír. Avergonzada, me tapo la boca con una mano.

Quint hace muecas. —¿Así de mal?

—No, —digo, atreviéndome a dar un paso más. Se mete las manos en los

bolsillos y también da un paso hacia mí—. Quiero decir, no eres John Lennon.

Pero he oído cosas peores.

—Lo aceptaré. —Cierra un ojo—. ¿Podemos hablar? Um . . . ¿en otro lugar?

Respiro profundamente y asiento.

El auditorio está vacío y en un silencio inquietante una vez que Quint cierra

la puerta. Camino un poco por el pasillo, necesitando distancia, necesitando

espacio para calmar mi corazón atronador, antes de volverme hacia él.

Está apoyado contra la puerta. Su expresión está positivamente torturada.

—Me porté fatal, —dice, antes de que pueda decir algo—. Fui malo. Estaba

tratando de lastimarte, y dije todas esas cosas, y . . . —Él inhala

profundamente—. Lo siento mucho, Prudence. No quise decir eso.

Aparto la mirada. La disculpa es tan repentina, tan rápida en los talones de su

canción, que mis emociones se han mezclado. No soy más que una bola de

sentimientos. Quiero esta disculpa, la quiero, pero no la siento merecida. No

exactamente. Aún no.

—¿Estás seguro de eso? —Pregunto.

—Prudence . . .

—No, de verdad. No puedes decirme que no habías pensado esas cosas sobre

mí, probablemente mil veces antes de decirlas. Crítica, prejuiciosa, egoísta . . .

Hace una mueca y su cabeza cae. —Yo . . . sí, solía . . . pero no . . .

—La cosa es, Quint. —Me preparo—. No estoy segura de que hayas dicho

algo que no sea cierto.


El niega con la cabeza.

—Excepto por lo de la ladrona. No tomé ese dinero. Pero . . . lo pensé.

Su mirada vuelve a mí, sorprendida.

—No para mí ni para mis padres. Pensé que lo usaría para comprarle el

pendiente de Maya. Y, honestamente, todavía no sé si eso hubiera sido lo

correcto o no.

Su frente se arruga pensativamente. —Bueno, probablemente lo correcto

hubiera sido hablar con mi mamá al respecto. Ella habría ayudado a recuperar

el pendiente.

Lo miro, momentáneamente estupefacta. ¿Cómo lo hace? Este dilema ético

que me tenía atada en un nudo . . . ¿cómo puede resolverlo tan simple, tan

fácilmente?

—Huh, —digo—. Probablemente debería habérselo dado.

Quint frunce el ceño. —¿El dinero?

—No. No importa. —Cierro mis ojos. No importa si se me dio el poder de la

justicia cósmica, y no importa que yo muy bien podría haber sido la persona

equivocada para ejercerla. Estoy bastante segura de que ya no lo tengo—.

Estaba pensando que tu brújula moral podría estar un poco más afinada que la

mía.

Quint espera a que lo mire de nuevo antes de responder, —Eso es algo

extraño que decir.

—Lo sé.

—¿Pero, gracias?

—Mira, lo que quiero decir es que esas cosas que dijiste sobre mí antes . . .

no quiero que sean verdad. —Mi voz sale chillona y sé que podría empezar a

llorar en cualquier momento—. Quiero ser alguien amable y comprensiva. El

tipo de persona que ve lo bueno en otras personas, en lugar de . . . emitir juicios

todo el tiempo. —Sonrío con tristeza—. Y cuando estoy contigo, me parezco

más a esa persona.


Me limpio los ojos antes de que me caigan las lágrimas. Tomo una respiración

profunda. Luego agito mi mano hacia Quint. —Bueno. Ahora que dije todo eso

. . . puedes volver a decirme cuánto lo sientes. Probablemente no debería haberte

interrumpido.

Su expresión comienza a relajarse. —Haces que sea difícil darte cumplidos,

¿lo sabías?

Levanto los ojos hacia el techo. —¿Así que también soy difícil?

—Sí, —dice, con tanto sentimiento que no puedo evitar sentirme un poco a

la defensiva—. Sí, Prudence. Eres fácilmente una de las personas más difíciles

que he conocido. —Abre las palmas de las manos, luciendo indefenso—. Y sin

embargo . . . todavía quiero besarme contigo.

Resoplé, luego inmediatamente me cubro la cara con ambas manos. —

¡Quint!

Se está riendo de mí cuando me atrevo a mirar a través de mis dedos. No se

ha alejado de la puerta, casi como si estuviera protegiendo la salida en caso de

que decida salir corriendo. Pero no hay ningún lugar en el que preferiría estar

que aquí mismo, sonrojada, incómoda y esperanzada.

Lentamente bajo mis manos. Todavía está sonriendo, pero ha tomado una

nota seria.

—¿Honestamente? —él dice—. Me gustas, Prudence. Me gustas mucho. Y

sé que te lastimé, y lo siento mucho.

Asiento lentamente. —Te perdono.

Él duda. —No creo que deba ser tan fácil.

Hago un gesto hacia el vestíbulo más allá de la puerta. —Me acabas de dar

una serenata delante de toda esa gente. ¿Cuánto más difícil te gustaría que lo

hiciera?

Parece pensativo, como si casi se hubiera olvidado de este bocado. —Tienes

razón. Eso fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Y también, realmente

romántico de mi parte.

Me río. —Además, yo también lo siento. Por todos esos momentos que fui

tan difícil.


Nos miramos el uno al otro, el pasillo atravesando un océano entero entre

nosotros. Tengo tantas ganas de dar un paso hacia él, pero mis pies están

pegados a la alfombra roja y tampoco ha hecho ningún movimiento hacia mí.

Entonces estamos estancados. Siento que hemos estado atrapados aquí,

desesperadamente divididos, todo el año.

—¿Sabes qué, Prudence? —él dice—. Si me vas a disculpar por algo . . .

debería ser ese lápiz labial.

Comienzo, y llevo mis dedos a mis labios.

Sacude la cabeza, desolado. —Quiero decir. Eso es simplemente cruel.

Muerdo mi labio inferior y él gime en voz baja. Me sonrojo y no puedo evitar

sonreír. —Morgan cree que podría probarse en animales, así que. . .

—Creo que se ha probado mucho en mí.

Mi pulso baila.

—¿Quint?

—¿Prudence?

Doy un paso hacia él, en el mismo momento en que finalmente se aparta de

la puerta.

Nos encontramos en el medio.


Prudence: A

Quint: A

En general: A +

Presentación reflexiva, redacción concisa y una serie de argumentos

convincentes, todos bien investigados y bien ejecutados. ¡Estoy impresionado!

Disfruté especialmente escuchar cómo han estado trabajando juntos para

implementar sus ideas en El Centro de rescate de animales marinos. Han

propuesto un plan verdaderamente ingenioso para llevar el ecoturismo a

nuestra área de una manera que beneficie a nuestra comunidad y nuestra vida

silvestre y hábitats locales. Este informe es un gran ejemplo de lo que se puede

lograr cuando dos personas superan sus diferencias y trabajan juntas.

Estoy excepcionalmente orgulloso de ustedes dos. Bien hecho.

—¿Satisfecha? —pregunta Quint. Estamos en nuestro stand en Encanto,

leyendo el correo electrónico del Sr. Chávez en su teléfono.

Aprieto mis labios a un lado, considerándolo. —¿Cómo es que obtuvimos

una A + en general, pero yo solo obtuve una A? ¿Qué pasa con eso?

—Porque, —dice, deslizando un brazo alrededor de mis hombros—, eres

bastante buena por tu cuenta, pero eres aún mejor conmigo.

Me quejo, aunque . . . no puedo negarlo.

Se acerca y cierra el correo electrónico. La pantalla cambia a su pantalla de

inicio. El fondo de pantalla debajo de sus aplicaciones es una imagen de mí, la

foto que tomó en la playa durante el Festival de la Libertad. Cuando me lo

mostró, dijo que podría ser su foto favorita que jamás haya tomado. En parte

porque la iluminación era tan buena ese día, pero sobre todo porque mis

hoyuelos están a la vista.


Le dije que sería muy halagador si no estuviera compitiendo principalmente

con pinnípedos heridos y desnutridos.

—Ustedes dos me hacen sentir incómodo, —dice Jude, intercalado entre Ari

y yo. Tiene su cuaderno de bocetos en su regazo, tratando de encontrar una

nueva criatura temible para usar en su campaña de D&D. La única parte con la

que parece feliz es un par de cuernos de aspecto feroz en la cabeza de la criatura.

Todo lo demás ya ha sido borrado y rediseñado cien veces.

Extiendo la mano y lo golpeo en el hombro. —Admítelo. Crees que somos

super lindos.

Jude me mira enarcando una ceja. —Creo que los Ewoks 27 son súper lindos.

Creo que ustedes dos son una película hecha para televisión.

—Creo que las películas hechas para televisión son súper lindas, —señala

Ari.

—¡La tengo! —grita Ezra, golpeando con el dedo el cancionero—.

“Demasiado sexy”. Esa es mi canción. Hasta el final.

—¿Como en, “I´m Too Sexy”? —pregunta Morgan.

—No, —dice Ezra—. Como en, soy demasiado sexy. —Se golpea el pecho—

. Aunque no eres tan mala.

Morgan se ve brevemente disgustada, pero luego tiene una mirada perversa

y se inclina hacia él. —¿Sabes lo que es realmente caliente?

Se inclina hacia ella.

—Madurez.

Una sonrisa maliciosa se extiende por los labios de Ezra. —Oh, Dios mío,

tienes tanta razón. Por ejemplo, la mamá de Quint es una nena total.

Quint gime y esconde su rostro detrás de una mano.

27

Ewooks: Eran una especie diminuta de bípedos peludos nativos de la luna boscosa de Endor. Fueron más

conocidos por ayudar a la Alianza Rebelde a derrotar a las fuerzas del Imperio Galáctico en la Batalla de Endor,

permitiendo que el generador de escudos fuera destruido y, a su vez, la Estrella de la Muerte II. (Star Wars:

Episodio VI - El retorno del Jedi)


Ari me lanza una mirada, pero solo puedo encogerme de hombros. Tampoco

estoy del todo segura de qué hacer con EZ, pero él y Quint han sido mejores

amigos desde la escuela primaria, así que creo que es un paquete.

—Pásame uno de esos papeles, ¿quieres, Jude? ¿Jude el amigo 28 ? —pregunta

Ezra.

Jude levanta la vista de su cuaderno de bocetos, pero Ari ya se le adelantó.

Le entrega a Ezra una nota de karaoke con una mirada de resignación, antes de

tomar el cancionero para ella. —Tengo una idea para ti y para mí, Pru, —dice,

hojeando las páginas—. Aquí. ¿Qué piensas? —Ella levanta el libro—. ¿Of

Monsters and Men duet 29 ?

Me encojo de hombros. —No sé quién es.

—¡Prudence! —Ella echa la cabeza hacia atrás—. No sé cuánto tiempo más

podré ser tu amiga si no empiezas a ampliar tus conocimientos musicales.

Jude asiente. —Incluso yo sé de Monters and Men.

Miro a Quint. Se encoge de hombros. —Sí. Son bastante buenos.

Morgan y Ezra también me asienten.

Me vuelvo hacia Ari. —¿Lo siento?

Suspira y comienza a hojear el libro de nuevo. —Voy a encontrar algo a lo

que no puedas decir que no. Y no John Lennon y Yoko Ono. Tiene que haber

algo más aquí.

—Oye, —digo, volviendo mí atención a Quint—, ¿ya recibiste tu horario de

clases?

—Aún no. ¿Por qué?

—Solo me preguntaba si estaremos en la misma clase de química. Pensé que

tal vez podríamos ser compañeros de laboratorio, si no están asignados

previamente.

28

Jude el Dude: En el original, EZ hace el juego de palabras, de manera que rimen. Pero al traducirlo al español,

no refiere el mismo juego, pero se deja la traducción, para que se entienda el concepto.

29 Of Monters and Men: Es una banda de Indie folk, Indie rock e Indie pop islandesa formada en 2010.


Levanta una ceja. —Solo un masoquista se ofrecería como voluntario para

ser tu compañero de laboratorio.

—Seré tu compañero de laboratorio, —dice Ezra.

Me estremezco, luego miro suplicante a Quint. Tararea para sí mismo, como

si fuera una gran decisión y realmente tuviera que pensarlo.

Lo beso. Se derrite contra mí, su brazo se aprieta, atrayéndome más cerca.

A mi lado, Jude murmura, —Literalmente, preferiría ser arrojado a los

incendios de Mount Doom 30 que estar atrapado en esta cabina en este momento.

Me aparto y pateo a mi hermano debajo de la mesa, pero él comienza a reír.

Sé que tiene que jugar la carta del hermano asqueado, pero también sé que le

gusta Quint y está muy feliz por nosotros.

Algún día, espero verlo tan feliz. Y Ari también, para el caso.

—¿Entonces? —Pregunto, volviendo a concentrarme en Quint—. ¿Qué

dices, compañero?

—Oye, ¿no viste mi presentación espectacular sobre la sopa de aleta de

tiburón? Evidentemente, esa cosa es deliciosa.

Morgan jadea audiblemente. —Eres un bárbaro.

Me encuentro con los ojos de Quint de nuevo. —Por favor, rescátame.

Él sonríe. —Supongo que alguien tiene que ser tu compañero, así que podría

tomar uno para el equipo.

—Qué generoso de tu parte.

—Solo trato de acumular mis puntos de buen karma.

—Estoy segura de que el universo te recompensará enormemente.

—¿Sabes qué? —dice Quint—. Creo que ya lo ha hecho.

30

Mount Doom: En el universo de ficción de Tolkien y en la novela El Señor de los Anillos, el Orodruin o la

Montaña de Fuego, es un volcán en medio de la tierra de Mordor. Allí se estableció Sauron a principios de la

Segunda Edad del Sol y allí forjó el Anillo Regente.


Nos besamos de nuevo y no puedo evitar sonreír contra él, dichosa,

cósmicamente feliz.

Juro que puedo sentir el universo devolviéndome la sonrisa.


Así que. Mucha. Gratitud.

Para empezar, estoy en deuda con los increíbles voluntarios y el personal del

Centro de Mamíferos Marinos del Pacífico, en Laguna Beach, California, por

haberme permitido echar un vistazo entre bastidores a sus instalaciones y por

haberme permitido acribillarlos durante horas con preguntas sobre su centro y

los animales que cuidan. Salí de esta visita con el corazón lleno de amor por

estas hermosas criaturas y con la cabeza llena de increíbles historias de la vida

real, muchas de las cuales inspiraron las historias de varios animales en este

libro. Estoy especialmente agradecida a Amanda Walters, instructora de

educación en el PMMC, por responder a mis preguntas sobre el protocolo de

tormentas e inundaciones, entre otras cosas, y por ayudar a comprobar los

hechos del libro final. Si las historias de los animales marinos de este libro te

han tocado el corazón, te recomiendo encarecidamente que sigas al Pacific

Marine Mammal Center en Instagram, @pacificmmc, o que los visites en

pacificmmc.org.

Del mismo modo, estoy muy agradecida con el personal del Zoológico y

Acuario de Point Defiance, en Tacoma (Washington), por responder a más de

mis interminables preguntas sobre los animales marinos y sus hábitats, cuidados

y rehabilitación. (Como nota al margen, cualquier error fáctico relacionado con

los animales o los cuidados que reciben es enteramente culpa mía o resultado

de una licencia creativa).

Gracias también a Alexander Atwood por sus conocimientos musicales,

especialmente por su ayuda en la redacción del capítulo en el que Ari se pone a

pensar en "Daniel" de Elton John. (Alex también es un gran instructor de ukelele

-gracias, Alex- y tiene un canal de YouTube para quien esté interesado en

aprender a tocar el bajo. Encuéntralo en youtube.com/stepbystepbass).

Estoy muy agradecida a todos mis lectores de habla hispana en Twitter que

me ayudaron a averiguar qué nombre ponerle al restaurante de Carlos. (Siempre

estaré un poco triste porque ¡Vamos Plátanos! o Let's Go Bananas! no


funcionaron, pero probablemente lo superaré). Muchas gracias también a

Alejandra por su centrada sensibilidad en la lectura.

Como siempre, envío toda la gratitud del mundo a mi excelente equipo de

Macmillan Children's Publishing Group. ¡Liz! ¡Jean! ¡Jon! ¡Mary! ¡Jo!

¡Morgan! ¡Rico! ¡Brittany! ¡Allison! ¡Mariel! ¡Todos los demás! Sois los

mejores, y me siento muy orgullosa y honrada de llamar a Macmillan mi casa

editorial. También debo muchas gracias a mi correctora, Anne Heausler, que

siempre evita que cometa errores verdaderamente vergonzosos. Y a mi

narradora de audiolibros, Rebecca Soler, por usar su talento para dar tanta vida

fantástica a mis historias y personajes.

Hablando de casas, un enorme agradecimiento a mi agente, Jill Grinberg, y a

todo su equipo: Sam Farkas, Denise Page, Katelyn Detweiler y Sophia Seidner.

Su apoyo y diligencia son incomparables, y estoy encantada de trabajar con

ustedes.

Y, por supuesto, a la mejor lectora beta que cualquier autor podría pedir,

Tamara Moss (@writermoss). Realmente no sé qué haría sin ti y sin los años de

comentarios, ánimos y sabiduría de escritor que me has dado. Te envío todos

los abrazos.

Por último, pero nunca menos importante, a mi marido, Jesse (cuya película

favorita es Tiburón), y a mi hija obsesionada con los tiburones, Delaney (cuya

película favorita es ahora también Tiburón), y a mi hija no obsesionada con los

tiburones, Sloane, que han proporcionado mucho material delicioso para la

hermana pequeña de Pru. Supongo que debo haber hecho algo bien, porque el

universo me sonrió definitivamente cuando os trajo a vosotros tres a mi vida.


Somos un grupo de traductores independientes, qué aman la lectura.

Traducimos libros que sabemos les pueden gustar. Saga que empezamos la

terminamos, así que siéntase tranquilos de empezar sagas bajo nuestras

traducciones, estarán completas.

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