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La Vida es Cuento

Selección de cuentos y relatos

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La vida es cuento

chear. Allí estaban, Ariadna y Javier frente a frente, tantos años después,

sin saber qué decirse…, si darse la mano o un beso…

–No imaginaba que eras tú cuando hablamos; hay tantos Javier Pérez… –

justificó tímidamente Ariadna después de unos segundos que parecieron

eternos.

–Yo tampoco supuse que podrías ser tú–confesó él sin dejar de mirarle.

Mantuvieron el cruce de miradas unos segundos o varios minutos, no sabrían

precisarlo, hasta que el embrujo se rompió con la campanilla del intercomunicador.

El presidente pedía a su secretaria que cancelara la visita que tendría

con el especialista de sistemas porque debía salir urgentemente. Le

pidió que se excusara ante el visitante y le concertara una nueva cita lo

antes posible.

Lo que en otras circunstancias habría sido un percance de mal augurio,

dadas las circunstancias, ha resultado balsámico. Javier hubiese sido incapaz

de centrarse al ciento por ciento en su objetivo.

–¿Te parece bien el próximo jueves a la misma hora? –preguntó Ariadna con

voz temblorosa tras consultar la abultada agenda.

–Sí está bien –confirmó Javier.

Volvieron a mirarse a los ojos y fue en ese momento cuando Javier descubrió

la tristeza en la mirada opaca de Ariadna. La otrora brillante, incluso insolente

mirada, se veía lánguida, apagada, inequívoca señal de una infausta

realidad. Quizá fuera prematuro asegurar que no era nada feliz. Lo que sí

confirmaba el fugaz encuentro es que algo en la vida de Ariadna no andaba

bien.

La eterna lucha entre el egoísmo y la solidaridad volvió a obligar a Javier a

definirse. Se desencadenó una lucha entre su rencor de macho herido que

se alegraba de verla en horas bajas, que pagara por su traición y, por otro

lado, el recuerdo de un amor intenso que, al parecer, guardaba rescoldos.

–Ya que mi entrevista ha sido pospuesta, pienso que este inesperado encuentro

bien merece una pequeña charla, ¿aceptas un café?

Indecisa, presa de la turbación de la que no lograba sobreponerse, la mujer

demoraba la respuesta removiendo cosas de su escritorio, como si buscara

algo, aunque en realidad intentaba ganar tiempo para recobrar la compostura

y no abordar la situación en desventaja.

–Sí está bien, bajemos un momento –dijo finalmente recogiendo su bolso.

El trayecto desde el octavo piso a través de pasillos y ascensores, así como

recorrer la corta distancia hasta la cafetería más próxima resultó de lo más

extraño para Javier. Caminar junto a ella, tantos años después, sin intercambiar

palabra, salvo algún comentario trivial, una extraña sensación.

Comprendió que nada había cambiado lo suficiente. Como entonces, ella seguía

acaparando las miradas. Mantenía su atractivo intacto. Podía afirmar

que su estilo y elegante vestuario acrecentaba su belleza.

Cuando el camarero llegó con las tostadas y el café la charla discurría sobre

las ocupaciones del presidente de la empresa y los evidentes progresos de

Javier en el mundillo de la informática. El hielo se había roto y la distención

comenzaba a hacerse hueco. La mesa elegida les ofrecía cierta discreción y

al cabo de una hora, al ver que Ariadna recogía sus cosas como para marcharse,

Javier abordó el tema de fondo:

–¿Sigues casada con Adolfo?

Aunque esperaba la pregunta Ariadna acusó el golpe. Su mirada se endure-

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