Psicología ambiental - Gabriel Moser-www.FreeLibros.org
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PÁGINA EN BLANCO
PSICOLOGÍA AMBIENTAL
Aspectos de las relaciones
individuo-medioambiente
Gabriel Moser
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Moser, Gabriel, 1944-2011
Psicología ambiental : aspectos de las relaciones individuo-medioambiente /
Gabriel Moser. -- 1a. ed. – Bogotá : Ecoe Ediciones, 2014
298 p. – (Ciencias humanas. Psicología)
Incluye glosario y bibliografía
ISBN 978-958-771-049-6
1. Psicología ambiental 2. Hombre - Influencia del medio ambiente I. Título II. Serie
CDD: 155.9 ed. 20
CO-BoBN– a927941
Colección: Ciencias humanas
Área: Psicología
Primera edición: Bogotá, junio de 2014
ISBN: 978-958-771-049-6
E-ISBN: 978-958-771-050-2
Versión autorizada en español de la obra publicada en francés con el título:
Psychologie environnemental. Les relations homme-environnement
© De Boeck
Traductores: Evelio Andrés Ceballos, Grenoble, Francia
Alejandro Arroyave, Jonatan Andrés Alvarado Morato, Lina María Restrepo Giraldo
Jonathan Alzate Llanos, Andrés Camilo Patiño Muñoz, Jessika Paola Pinzón Cárdenas
Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia
Revisión:
Oscar Navarro
Profesor de Psicología Social y Ambiental
Universidad de Nantes, Francia
© Ecoe Ediciones
E-mail: correo@ecoeediciones.com
www.ecoeediciones.com
Carrera 19 No. 63C-32, Pbx. 2481449,
fax. 3461741
Coordinación editorial: Andrea del Pilar Sierra
Autoedición: Yolanda Madero T.
Carátula: Wilfrid Moser, Peinture, 1955, Huile, Collage sur toile, 81 x 100 cm, StWM 326
Impresión: Stilo Impresores Ltda
Calle 166 n° 20-60 Tel.: 3104772057
Impreso y hecho en Colombia - Todos los derechos reservados
“Solo mueren aquellos que son olvidados.
Gabriel subsiste”.
Dirce Moser
Esta obra, por supuesto, les debe mucho a los numerosos trabajos desarrollados
desde finales de los años 70 en el laboratorio de psicología ambiental (CNRS y
la Universidad París-Descartes), unidad de investigación creada por Claude
Lévy-Leboyer quien introdujo la disciplina en Francia y contribuyó a crear un
departamento de psicología ambiental en la asociación internacional de psicología
aplicada. Gracias a todos los investigadores y estudiantes del mundo entero que
nos honraron con su visita a nuestro laboratorio y al intercambiar con nuestros
investigadores, contribuyendo así a la calidad y al prestigio de los trabajos que allí
se desarrollaron.
a Dirce,
Georges, Gaspard,
Grégoire y Eugénia
PÁGINA EN BLANCO
Contenido
CAPÍTULO 1. CONTORNOS DE UNA DISCIPLINA
1.1 Breve historia de la disciplina. Aportes y utilidad .................................. 2
Orígenes de la disciplina ....................................................................... 3
Adelantos en Europa.............................................................................. 4
Anclajes institucionales de la psicología ambiental ............................... 5
Revistas periódicas ................................................................................ 5
1.2 Especificidad y posición con respecto a las otras disciplinas ................. 5
Identidad de la psicología ambiental ..................................................... 6
Psicología ambiental, una psicología aplicada ...................................... 7
Una definición ...................................................................................... 8
1.3 Psicología social y medioambiente ........................................................ 10
1.4 Las dimensiones culturales y temporales ............................................... 12
Contexto de las relaciones individuo-entorno ........................................ 13
CAPÍTULO 2. ENFOQUES Y MARCOS TEÓRICOS
2.1 Enfoques deterministas .......................................................................... 15
Modelos explicativos de los efectos de las condiciones ambientales ..... 16
Teoría de la activación .......................................................................... 16
La sobrecarga ambiental ........................................................................ 17
Teorías de la adaptación........................................................................ 19
Nivel de adaptación ............................................................................. 20
Modalidades de adaptación y sus costos ............................................... 20
Análisis en función del estrés ambiental ................................................ 22
La controlabilidad .................................................................................. 23
La previsibilidad .................................................................................... 24
2.2 Enfoques interactivos y transaccionales ................................................. 25
Enfoques en términos de estrés .............................................................. 25
Interacción con el entorno y el estrés ................................................... 29
2.3 El control como concepto explicativo de las relaciones . con el entorno 33
Comparticiones de control y territorios .................................................. 36
2.4 Enfoques sistémicos ............................................................................... 37
Contribución de las representaciones sociales ....................................... 37
El modelo ecológico .............................................................................. 39
Los escenarios de conducta ................................................................... 39
El entorno como campo de oportunidades ............................................ 41
CAPÍTULO 3. ELEMENTOS DE METODOLOGÍA
3.1 Funcionamiento heurístico de la disciplina............................................ 45
Principio de contingencia ..................................................................... 46
Enfoque integral (molar) ........................................................................ 46
Noción de plasticidad .......................................................................... 47
Flexibilidad de comportamientos y conductas ....................................... 47
VII
Psicología ambiental
3.2 Enfoques metodológicos en psicología ambiental .................................. 49
Triangulación metodológica ................................................................. 50
Métodos de evaluación ambiental ......................................................... 51
Evaluación directa o indirecta ............................................................... 51
De la evaluación del experto al espacio de vida ................................... 51
Herramientas de recolección de datos ................................................... 52
Proceso psicológico de evaluación: de la percepción al comportamiento 53
Metodologías implementadas ............................................................... 56
3.3 Aplicación: de la investigación a la intervención .................................. 56
Saberes de la psicología ambiental y su utilidad .................................... 56
Pluridisciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad ........ 57
Ingeniería socioambiental...................................................................... 59
Marco construido, acondicionamiento e ingeniería socioambiental ...... 59
Entorno global e ingeniería socioambiental ........................................... 60
Diferentes tipos de intervención ............................................................ 61
CAPÍTULO 4. ESPACIOS PRIVADOS
4.1 Espacios privados y privativos (territorios primarios) .............................. 63
El “hogar” .............................................................................................. 64
4.2 La apropiación, la demarcación y el manejo de la intimidad ................. 66
La apropiación ...................................................................................... 67
Apego y arraigamiento ......................................................................... 68
La identidad espacial ............................................................................ 69
La satisfacción residencial ..................................................................... 70
4.3 Los espacios de trabajo.......................................................................... 72
¿Oficinas abiertas u oficinas individuales? ............................................. 72
La congruencia individuo-entorno laboral ............................................. 73
CAPÍTULO 5. TERRITORIOS COMPARTIDOS Y ESPACIOS SEMIPÚBLICOS . 75
5.1 Las relaciones con el entorno habitacional ............................................ 75
El entorno residencial ........................................................................... 76
El barrio ................................................................................................. 77
5.2 Territorios de proximidad y comunidades.............................................. 80
Diferentes comunidades para diferentes individuos ............................... 82
La sociabilidad en los espacios del barrio y del vecindario ................... 84
El acondicionamiento residencial urbano ............................................. 88
5.3 Los espacios institucionales y su gestión ................................................ 89
La personalización de los espacios institucionales ................................. 90
Acondicionamiento de los espacios abiertos al público ......................... 91
5.4 El bienestar y el confort ......................................................................... 92
El confort en los espacios de transición ................................................. 94
CAPÍTULO 6. DEL ESPACIO PÚBLICO AL ENTORNO URBANO
6.1 Las condiciones ambientales urbanas .................................................... 97
Las condiciones ambientales físicas ....................................................... 99
El ruido .................................................................................................. 99
VIII
Tabla de contenido
La temperatura: calor y frío excesivos .................................................... 101
La polución............................................................................................ 102
Territorialidad y exposición a otros ........................................................ 103
Los comportamientos territoriales .......................................................... 105
La densidad física y social ...................................................................... 106
6.2 Estrés y entorno urbano ......................................................................... 110
Las condiciones ambientales potencialmente estresantes....................... 110
La percepción y la identificación ........................................................... 112
El rol de las actitudes ............................................................................. 114
Molestias ambientales y expresión de malestar ...................................... 116
¿Son las grandes ciudades un entorno más molesto?.............................. 119
6.3 Comportamiento en entornos urbanos ................................................... 120
Los comportamientos adaptativos .......................................................... 120
Los comportamientos sociales ............................................................... 122
Los comportamientos de ayuda al otro .................................................. 123
Las conductas hostiles ........................................................................... 126
Urbanidad y civilidades urbanas ........................................................... 128
6.4 Ciudades y anomia: vandalismo, seguridad e inseguridad urbana ......... 132
Las incivilidades: una conducta de distinción ........................................ 132
El vandalismo ....................................................................................... 133
La inseguridad ...................................................................................... 135
El sentimiento de inseguridad ................................................................ 136
Sentimiento de inseguridad y familiaridad del entorno .......................... 138
Apropiación y sentimiento de seguridad ................................................ 139
CAPÍTULO 7. ESPACIOS URBANOS Y CONVIVENCIA
7.1 La dimensión urbana ............................................................................. 141
Ciudades y aglomeraciones ................................................................... 141
La descripción de lo urbano .................................................................. 144
Enfoques objetivos (descripciones físicas) .............................................. 144
Enfoques subjetivos (percepción y evaluación urbana) .......................... 145
Enfoque subjetivo versus enfoque objetivo ........................................... 146
La percepción de la ciudad .................................................................. 147
Los modelos de lo urbano .................................................................... 148
El modelo de ecología urbana y la emergencia de subculturas .............. 149
El modelo de la sobrecarga ambiental .................................................. 150
La referencia a un mundo de extraños .................................................. 150
Los enfoques en términos de “escenarios conductuales” ....................... 151
El enfoque composicional .................................................................... 152
7.2 Sociabilidades urbanas .......................................................................... 152
Ciudades y red relacional ..................................................................... 153
Naturaleza y extensión de la red relacional ........................................... 153
Las formas de sociabilidad en los espacios urbanos .............................. 155
7.3 Espacios urbanos y proximidades .......................................................... 158
Estructuras urbanas, inversión y urbanidad .......................................... 158
La noción de proximidad....................................................................... 158
IX
Psicología ambiental
La movilidad de lo local a lo extralocal ................................................ 159
Centralidades urbanas y arraigo............................................................. 161
Identidad urbana - identidad residencial ............................................... 162
7.4 Diversidad urbana y urbanidad ............................................................ 164
Del habitante de la ciudad al ciudadano: de la cohabitación a
la “convivencia” ................................................................................... 164
Anclaje y ciudadanía urbana ................................................................. 166
Gestión de la diversidad urbana y urbanidad ....................................... 168
CAPÍTULO 8. ESPACIO RURAL, NATURALEZA Y PAISAJE
8.1 El paisaje .............................................................................................. 171
8.2 El entorno rural ..................................................................................... 174
8.3 Métodos de estudio, acondicionamiento y protección del paisaje ........ 177
Protección del paisaje ........................................................................... 178
8.4 La naturaleza como fuente de regeneración .......................................... 179
La naturaleza como fuente de bienestar ............................................... 180
CAPÍTULO 9. EL MEDIOAMBIENTE GLOBAL
9.1 Medioambiente global y problemas ecológicos ..................................... 185
9.2 De las actitudes a los comportamientos ecológicos .............................. 189
Valores y actitudes proambientales........................................................ 190
Las variables individuales ...................................................................... 190
El cambio de actitudes y las incitaciones comportamentales ................. 192
La acción sobre las conductas ............................................................... 193
9.3 Los modelos de comportamiento y el desarrollo sostenible .................. 193
Identidad social y representación de sí mismo ....................................... 194
Los análisis en términos de dilema social .............................................. 194
Las condiciones de compromiso a favor del bien común....................... 197
Valores y pensamiento social ................................................................ 200
De la ideología a las prácticas ............................................................... 202
El papel de las representaciones sociales ............................................... 203
Certezas ambientales y sociales como antecedente
del comportamiento .............................................................................. 204
Comunidad, ciudadanía y desarrollo sostenible..................................... 206
9.4 La gestión de la relación con el entorno ................................................ 207
Los comportamientos ecológicos frente a la degradación del
medioambiente .................................................................................... 207
Los comportamientos frente a problemas ambientales específicos ......... 208
El ahorro de energía .............................................................................. 208
Contaminación del aire y transportes..................................................... 210
Los desechos (contaminación y reciclaje) .............................................. 210
La gestión socioambiental ..................................................................... 212
La gestión y la prevención de riesgos..................................................... 212
CAPÍTULO 10. PERSPECTIVAS
10.1 La calidad de vida como noción clave ................................................... 215
De la experiencia individual a los criterios colectivos ........................... 216
X
Tabla de contenido
Calidad de vida y desarrollo sostenible.................................................. 217
La dimensión ambiental como aspecto de la
calidad de vida y del bienestar .............................................................. 218
Dimensión cultural, necesidades y hábitat............................................. 219
10.2 Psicología ambiental y desarrollo sostenible .......................................... 220
Desarrollo sostenible y globalización .................................................... 221
Glosario ......................................................................................................... 225
Bibliografía ..................................................................................................... 235
Índice de figuras
Figura 1: Los espacios concéntricos de interacción individuo-entorno ........ XX
Figura 2: Niveles de análisis socioespaciales .............................................. 9
Figura 3: Contexto de las relaciones individuo-entorno .............................. 14
Figura 4: Mecanismos que intervienen frente a un estímulo ambiental ....... 31
Figura 5: Niveles de análisis y tipo de control ............................................. 36
Figura 6: Los diferentes tipos de oportunidades ........................................... 42
Figura 7: Modelo ecológico de Bronfenbrenner .......................................... 43
Figura 8: Interacción individuo-entorno y tipos de datos ............................. 49
Figura 9: Funcionamiento pluridisciplinario ................................................ 58
Figura 10: Funcionamiento de la inter o transdisciplinariedad ...................... 59
Figura 11: Tipos de terreno y modalidades de intervención .......................... 61
Figura 12: Composición social: ciudades pequeñas y grandes
aglomeraciones ............................................................................ 82
Figura 13: Tipos de comunidades de vecinos ................................................ 83
Figura 14: Las condiciones de la expresión de molestia ................................ 116
Figura 15: Relación entre la exposición a un perjuicio y la expresión
de malestar .................................................................................. 117
Figura 16: Composición de la red relacional en función del lugar
de residencia .............................................................................. 154
Figura 17: Psicología ambiental de lo urbano ............................................... 166
Figura 18: Del hogar a la ciudadanía: extensión y apropiación ..................... 169
Figura 19: Acción proambiental y certeza ambiental y social ....................... 205
XI
PÁGINA EN BLANCO
Prefacio
Es una tarea triste para mí escribir este prefacio que el autor me había solicitado
mucho antes incluso de que se materializara el proyecto de publicación de esta
obra en español. ¿Quién iba a pensar que sería este el último producto del legado
de Gabriel? El pasado 21 de abril de 2011 el profesor Gabriel Moser falleció y
desde entonces el reconocimiento a su trabajo y a su persona se ha multiplicado.
Actualmente incluso varias obras se preparan como un homenaje a su influencia
en Francia y en América Latina. Gabriel Moser fue un reconocido académico y
científico que hizo un invaluable aporte a la psicología ambiental y a la psicología
social aplicada en Europa y en las Américas.
Reconocido por su trabajo y su entusiasmo, así como por su buen humor y
su gusto por los buenos momentos informales, Gabriel será recordado por quienes
tuvimos el honor de conocerlo como una persona tranquila, inquieta y abierta al
mundo, sin dogmatismos académicos, una gran fineza en la observación y en la
capacidad de organización de las ideas. Pragmático y certero, su interés estaba
centrado en el deber de la psicología de dar respuestas útiles a los problemas
sociales e históricos que la confrontan.
Hijo del ilustre pintor Wilfrid Moser y de la bailarina moderna Jeanne
Gysi, Gabriel nació el 24 de marzo de 1944 en Berne (Suiza). Padre de cuatro
hijos en dos uniones maritales, Gabriel era desde el 2005 profesor emérito de la
Universidad de París Descartes. Desde dicho año se dedicó a la fundación que
lleva el nombre de su padre, aunque nunca abandonó su actividad académica y
científica, especialmente en Estados Unidos y en América Latina, donde participó
en numerosos espacios de comunicación, formación y publicación.
Gabriel Moser integró el Laboratorio de Psicología Social Aplicada de la
Universidad de París 5, René Descartes, en 1973, centro que se convertiría en 1989
en el Laboratorio de Psicología Ambiental, del cual asumiría su dirección desde
1992 hasta el 2005. En ese tiempo dirigió una veintena de tesis de doctorado.
Además, Gabriel fue profesor asociado de la Universidad Federal de Santa Catarina,
Florianópolis, Brasil, y profesor visitante de la University of Surrey, Guildford, Reino
Unido. Fue miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York, presidente de la
IAPS (International Association of People-Environment Relations) del 2004 al 2008,
miembro del comité ejecutivo de la Asociación Internacional de Psicología Aplicada
(1998-2010) y corresponsal de la APA (American Psychological Association) para
Francia.
Desde sus primeros trabajos publicados en 1976, y paralelamente a sus
investigaciones en psicología social aplicada, Gabriel orientó sus reflexiones hacia
la relación del individuo con el medioambiente y específicamente se interesó en
los determinantes del estrés por ruido. Progresivamente, sus investigaciones se
XIII
Psicología ambiental
enfocaron a diferentes aspectos de la psicología ambiental como el comportamiento
en medio urbano y el estrés (agresión, vandalismo y conductas de ayuda o altruismo),
las relaciones interpersonales en medio urbano y las modalidades de apropiación
de los diferentes entornos. En sus últimos trabajos Gabriel se interesaba en las
relaciones con el medioambiente global, los recursos naturales y los determinantes
de los comportamientos que se inscriben en la perspectiva del desarrollo sostenible.
En todas estas temáticas el aporte de Gabriel Moser es remarcable.
Entre la amplia gama de publicaciones que deja Gabriel, podemos destacar
sus obras más significativas como son L’Agression (1987, París, P.U.F, traducido al
portugués y al español), Les stress urbains (1992, París: Armand Colin, traducido
al italiano), Les relations interpersonnelles (1994, París: P.U.F). En el campo de la
psicología ambiental, junto con Karine Weiss, publicó Espaces de vie: Aspects de la
relation homme-environnement (2003, París: Armand Colin) y en el 2009 su último
libro, llamado Psychologie Environnementale: La relation homme-environnement
(Bruxelles: De Boeck), del cual esta es su versión en español y que será igualmente
publicado en portugués y en rumano. Este libro constituye una síntesis completa
de los aportes que la psicología ambiental hace a las ciencias sociales y humanas,
a la vez que traza las perspectivas de su desarrollo. En este libro Gabriel retoma
las temáticas que requieren una atención creciente por parte de los psicólogos
ambientales y las nociones emergentes que sitúan el interés de nuestro análisis,
siempre teniendo especial cuidado en tratar la particularidad de esta disciplina y el
interés (si no la necesidad) de su desarrollo en el marco científico y profesional.
Entre otras cosas, a Gabriel Moser la psicología le debe el esfuerzo permanente
de definición de lo que él llamaba “los contornos” de la psicología ambiental:
una psicología acorde con su tiempo, crítica con sus conceptos, innovadora en
su manera de operar. A Gabriel le debemos la definición de una disciplina con
un objeto de estudio dinámico y capaz de comunicar e interactuar con otras
disciplinas de las ciencias naturales y sociales. Una disciplina que se sitúa en un
lugar de cruces y que expone el rol inevitable del entorno como factor explicativo
de la experiencia humana y de las relaciones sociales.
En efecto, el medioambiente, o mejor, los problemas relacionados y los
conflictos sociales que genera constituyen un objeto mayor para la psicología y para
las ciencias sociales y humanas. La polisemia propia a este objeto y la diversidad de
nociones vecinas generan una confusión en su definición. Por otra parte, el interés
común que la psicología ambiental y las ciencias sociales y humanas presentan
por este objeto genera colaboraciones y debates interesantes. El presente libro
aborda la complejidad en la investigación en torno a estos temas que constituyen
la tradición y el futuro de la disciplina. La idea de base, parafraseando a Gabriel
Moser, es que la experiencia humana es tributaria del lugar en donde ocurre: las
sensaciones, los recuerdos y los sentimientos de nuestro pasado y presente están
ligados a las experiencias que hemos tenido, y estas están en relación con los
lugares en los cuales se despliega nuestra existencia. Nosotros somos los lugares
en donde estuvimos. Esta experiencia intuitiva funda la psicología ambiental: la
experiencia humana está ligada a la experiencia espacial. En este sentido el espacio
XIV
Prefacio
es más que el escenario del comportamiento, es la “condición” misma, en tanto
que él afecta incluso la intencionalidad del acto.
En psicología (y más allá) asistimos a un debate sobre el lugar de “lo ambiental”
en la experiencia humana: su rol en la evolución humana, su influencia en la
organización cognitiva, su determinación biológica, su injerencia en las relaciones
sociales, las formas de poder, de producción y de intercambio. Por un lado,
algunos científicos sociales (psicólogos sociales, particularmente) han concebido el
medioambiente como un objeto social (entiéndase objeto de debate y de conflicto),
lo que lo convierte en un objeto de su interés disciplinar (Rouquette, 2006). En este
caso asistimos a una ciencia social del ambiente en el cual este último es sometido
a la historia de las relaciones sociales (Weiss & Marchand, 2006). Por otro lado,
tenemos a los psicólogos ambientales, quienes proponen un estatus diferente
para lo ambiental en psicología (Moser, 2006). Se parte de la idea según la cual
lo ambiental no se puede definir por fuera de la experiencia humana (Moser &
Weiss, 2003), y esta experiencia es, por definición, una experiencia social. Es decir
que la vida psíquica está definida por un campo psicológico conformado tanto
por el entorno en el que se vive como por las personas con quienes se comparte
—este aspecto fue denominado por Kurt Lewin como el “campo topológico”
(Lewin, 1936)— y que funda una tradición tanto en psicología social como en
psicología ambiental.
Sin embargo, existe un aspecto común a estas dos disciplinas y en general a
otras ciencias sociales: el entorno, que por lo general hace referencia al componente
físico y material de la existencia y la relación que las personas establecen con
él, está determinado por las condiciones sociales, las normas, los valores, las
creencias e incluso las prácticas que van a afectar no solamente ese entorno,
sino al sujeto y al grupo que lo significa para apropiárselo y usarlo. Agregaríamos
que lo ambiental le da a la experiencia humana no solo el continente para que
pueda “ser”, sino que le brinda su contenido y significado. En este sentido, Gabriel
Moser define la psicología ambiental como una disciplina científica que estudia las
interrelaciones entre las personas (individuos o grupos) y su entorno físico y social,
en referencia a las dimensiones espacial y temporal de dicha relación (Moser,
2009). El medioambiente no es un espacio neutro; él vehicula significaciones que
son parte integrante del funcionamiento cognitivo y comportamental (Navarro,
2005) y toma toda su significación en relación a la dimensión temporal (Moser,
2004). Así, la psicología ambiental hace referencia no solamente al espacio, sino a
la historia del lugar, la cual está ligada a la historia de los individuos y de los grupos
que lo agencian. Asimismo, el medioambiente nos informa sobre los individuos,
sus expectativas y sus valores e intereses (Moser & Uzzell, 2002). De esta manera
la psicología ambiental se ocupa tanto de la influencia de los entornos sobre la
experiencia humana como de la influencia que las personas ejercen sobre estos
espacios (apropiación, territorialidad, formas de ocupación y uso).
Otro aspecto para tener en cuenta y que explica el creciente interés por el
medioambiente de la psicología y de las ciencias sociales y humanas proviene de
las preocupaciones en torno a lo que se puede llamar la crisis ecológica actual,
XV
Psicología ambiental
concretamente la incertidumbre frente a las limitaciones del modelo de desarrollo
occidental. En efecto, la preocupación por la calidad del medioambiente surgió en
la sociedad occidental en la década de los 60, luego de la toma de conciencia sobre
el deterioro de la biosfera y sus efectos sobre el bienestar y la supervivencia de la
especie humana. Según el profesor Franz Broswimmer (2003), sociólogo ambiental
de la Universidad de Hawái, vivimos en un periodo “ecocidario” (destrucción
de ecosistemas o importantes cambios ecológicos). En ese sentido consideramos
los denominados “problemas ambientales” como “problemas de la humanidad”
porque obedecen a “problemas del comportamiento” de las sociedades y los
individuos, siendo estos quienes viven igualmente las consecuencias (hambrunas,
sequías, pobreza, conflictos, catástrofes naturales y tecnológicas, etc.). Actualmente
se desarrollan muchas investigaciones interesadas en los comportamientos, las
actitudes y las representaciones de los individuos frente a los problemas ecológicos,
bajo la óptica del desarrollo sostenible.
En definitiva, la psicología ambiental y uno de sus más importantes
exponentes, el profesor Gabriel Moser, son capaces actualmente de abordar
de manera fundamentada y clara estos problemas de la humanidad, problemas
que nacen o se explican a través de un objeto de conocimiento esquematizado
en el subtítulo del presente libro: las relaciones individuo-medioambiente. Este
complejo objeto que funda una disciplina psicológica constituyó la materia de
preocupaciones y reflexiones del autor del presente libro. Operacionalizándolo a
través de diversos niveles (hábitat, barrio, medio urbano, medioambiente global),
y apoyado de una gran variedad de conceptos, ilustrando a través de métodos
y ejemplos de investigación, este libro constituye una herramienta de lectura
inevitable para quienes se interesan en esta relación compleja y problemática de
las personas con el medioambiente. Este libro constituye el aporte de un autor que
en la madurez de su vida y de su reflexión quiso dejarnos un texto en el que plasma
su inigualable versatilidad científica y su reconocida capacidad para interactuar
con colegas de diferentes procedencias teóricas, disciplinarias, nacionales y
culturales. Nadie como Gabriel conocía la psicología ambiental, su particularidad
y sus posibilidades. Este libro es una prueba de ello.
Oscar Navarro Carrascal
Profesor de Psicología Social y Ambiental
Universidad de Nantes, Francia
XVI
Referencias
Broswimmer, F. (2003). Ecocide: une brève histoire de l’extinction en masse des
espèces. París: Parangón.
Lewin, K. (1936). Principles of Topological Psychology. Nueva York: McGraw-Hill.
Moser, G. (2009) Psychologie environnementale. Les relations hommeenvironnement.
Bruxelles: De Boeck.
Moser, G. (2006) “Introduction: psychologie environnementale et territoires
urbains”. En: Weiss et Marchand, Psychologie sociale de l’environnement.
Rennes: PUR.
Moser, G. (2004). “La psicología ambiental: del análisis a la intervención dentro de
la perspectiva del desarrollo sustentable”. En: E. Tassara, E. Rabinovich & M. C.
Guedes (Eds.), Psicología e ambiente. Sao Paulo: Educ-USP.
Moser, G. & Weiss, K. (2003). Espaces de vie. Aspects de la relation hommeenvironnement.
París: Armand Colin.
Moser, G. & Uzzell, D. (2002). “Environmental psychology”. En: Millon, T. & Lerner,
M. J. (Eds.), Comprehensive Handbook of Psychology, Volume 5: personality
and social psychology. Nueva York: John Wiley & Sons.
Navarro, O. (2005). “Psicología Ambiental: visión crítica de una disciplina
desconocida”. Revista Duazary. 2(1), pp.65-68.
Rouquette, M-L. (2006) “Introduction”. En: Weiss, K. & Marchand, D., Psychologie
sociale de l’environnement. Rennes: PUR.
Weiss, K. & Marchand, D. (2006). Psychologie sociale de l’environnement. Rennes:
PUR.
XVII
PÁGINA EN BLANCO
Introducción
La psicología ambiental es un tema poco familiar. La psicología, a los ojos del
profano, se ve tradicionalmente como algo que concierne al individuo, su
funcionamiento íntimo, su desarrollo, su singularidad y su relación con los demás.
Mientras que la mayoría de la gente concibe con facilidad la importancia del
contexto social, ambiental y temporal cuando nos interesamos en el individuo,
les parece mucho más inhabitual el hecho de decir, como lo plantea el psicólogo
ambiental, que es imposible entender al individuo sin tener en cuenta el contexto
físico, social y temporal en el cual este percibe, da sentido e interactúa con el
mundo. Como lo ha señalado recientemente Bernard Wilpert:
Sin querer minimizar la importancia de cualquiera de las apreciadas
disciplinas psicológicas: la característica intrínseca de los fenómenos psicológicos
como está siempre relacionada con el «mundo de las cosas» (Graumann, 1974),
en su sentido más amplio (físicas o sociales) hace que todas las sub disciplinas
psicológicas aparecen como niños en la familia que abarca la psicología ambiental
(Wilpert, 2006).
El entorno es el espacio de vida del individuo, es su hábitat. El ser humano
puebla todos los entornos posibles de la Tierra, tanto en las regiones frías como en
las áreas cálidas, incluso en los medios considerados extremos. Así, los desiertos
y la capa polar constituyen un hábitat para aquellos que han sabido adaptarse a
condiciones sumamente hostiles.
Tradicionalmente, el hombre vive en simbiosis con su medioambiente, lo
moldea, lo utiliza, lo acomoda a sus necesidades y encuentra los medios para
su supervivencia. En otras palabras, aspira a controlarlo, es decir, a dominar los
aspectos indispensables para su supervivencia.
Si nos interesamos en la relación del hombre con su entorno, esto nos lleva
naturalmente a hacernos las siguientes preguntas:
• ¿De qué manera las características tanto del medio natural como del
modificado por el hombre influencian los comportamientos (estrés,
restauración)?
• ¿Cómo percibe el individuo, cómo evalúa y se representa el entorno
construido o natural en el cual se halla (percepción, evaluación,
representación)?
• ¿Cuáles son las relaciones que el individuo mantiene con su hábitat y con
el medio natural?
• ¿Cuáles son sus principales necesidades en cuestión de acondicionamiento
del espacio, confort, calidad de vida (alojamiento, espacio de trabajo,
escuela, lugares de esparcimiento...)?
• ¿Cuáles son las condiciones en las cuales los individuos actúan en favor del
medio y del desarrollo sostenible comprometiéndose en comportamientos
ecológicos?
XIX
Psicología ambiental
La psicología ambiental es una disciplina joven y debe posicionarse entre las
demás áreas de la psicología. En las siguientes páginas vamos a delimitar primero
el área de la psicología ambiental, su especificidad y a proponer una definición.
Posteriormente nos interesaremos en los enfoques teóricos y las metodologías
utilizadas en campo.
En los siguientes capítulos se van a examinar, una a una y a su debido tiempo,
las relaciones del individuo con los diferentes espacios concéntricos que lo rodean:
el hábitat, los espacios cercanos (el barrio, el vecindario), los espacios urbanos y
naturales y el entorno global (Figura 1).
Figura 1: Los espacios concéntricos de interacción individuo-entorno
Planeta
Marco construido
Ciudades y naturaleza
Barrio
Vecindario
Individuo
Hábitat
Microentorno
Mesoentorno
Macroentorno
Entorno global
En cada uno de estos niveles de espacios, la relación individuo-entorno
es abordada en su especificidad en la medida en que estos diferentes espacios
implican modalidades de interacción particulares y problemáticas singulares. A
nivel del hábitat, “el hogar” remite a la privacidad y a la identidad; el nivel del
mesoentorno concierne el compartir de los espacios cercanos y de los espacios
abiertos al público; a nivel del macroentorno se abordará la exposición a las
molestias externas, el sentimiento de pertenencia, la apropiación y la ciudadanía;
y a nivel del entorno global, el compromiso en los comportamientos compatibles
con un desarrollo sostenible.
Un último capítulo será dedicado a las perspectivas de la disciplina,
enfatizando la calidad de vida en una óptica de desarrollo sostenible.
XX
CAPÍTULO 1
CONTORNOS DE UNA DISCIPLINA
El entorno no es una simple decoración. Empero, la mayoría de las investigaciones
en psicología lo tratan como tal y lo consideran, en el mejor de los casos, como una
variable perturbadora (parásito) de los fenómenos estudiados.
Goffmann, en su obra sobre la puesta en escena de la vida cotidiana (Goffman,
1973, tomo 2: Las relaciones en público), logró demostrar que los individuos
se comportan de manera diferente según el lugar y según las personas ante las
cuales se ven confrontados. Cuando se trata de comprender las percepciones, las
actitudes y los comportamientos humanos tal y como se manifiestan en la vida
común y corriente, tomar en cuenta la dimensión ambiental física y social se vuelve
algo crucial. El entorno sin las personas que “lo habitan” también se convierte
necesariamente en una decoración carente de sentido, sin significación. Así, los
monumentos históricos adquieren todo su valor a través de lo que sabemos de la
historia, es decir, a través de lo que significaban para aquellos que los erigieron y
para aquellos que evolucionaron en dicho hábitat.
La importancia que la psicología ambiental les da al entorno y a la relación
del individuo con el medio se ilustra de forma particularmente acertada a través
de estos tres enfoques: la concepción de Barker (1968), la concepción de Gibson
(1979) y la de Getzel (1975).
Para Barker, un edificio con una torre solo se vuelve lugar de culto por medio
de lo que sucede dentro y de lo que hace la gente que lo utiliza (Barker, 1968).
Barker considera los comportamientos de los individuos y su entorno inmediato en
términos de interdependencias y no como elementos independientes.
1
Psicología ambiental
Gibson toma el entorno como un “suministrador de medios”, el cual nos
proporciona oportunidades y obligaciones (affordances, Gibson, 1979) que cada
uno es libre de utilizar. Las posibilidades comportamentales, los medios que el
individuo tiene a su disposición en un determinado entorno, dependen de su
percepción de dicho entorno, percepción que depende a la vez de sus características
individuales y de sus aspiraciones.
Según Getzel, la relación que puede tener el individuo con el entorno es
compleja: depende tanto del individuo como del entorno en sí. Este último está
marcado culturalmente. Por ello, posee significaciones que constituyen una
parte importante de las acciones que el individuo emprende. Getzel (1975, p.12)
afirma que “ Nuestra visión de la naturaleza humana encuentra su expresión en
los edificios que construimos, y estas construcciones a su vez hacen su trabajo
silencioso pero irresistible de decirnos quienes somos y lo que debemos hacer”.
1.1 Breve historia de la disciplina. Aportes y utilidad
La psicología ambiental apareció a principios de los años 70 en los países
anglosajones. En sus inicios estuvo íntimamente ligada en su desarrollo a la psicología
social y atrajo un número importante de psicólogos sociales (Proshansky, Ittelson
& Rivlin, 1970a; Bell, Green, Fischer & Baum, 1996). Excepto por Altman en los
Estados Unidos y Secchiaroli en Europa, la psicología social ya no es considerada
como referencia capital generadora de modelos en la disciplina. En la medida en
que la psicología ambiental estudia las interrelaciones del hombre con su entorno
físico y social, está unida a la psicología social por vínculos de filiación, pero no se
trata de una filiación única; no solo es el conjunto de la psicología, sino de otras
disciplinas que abordan preguntas ambientales que alimentan, por medio de sus
saberes y de su saber hacer, la investigación en este ámbito.
El desarrollo de la psicología ambiental estuvo fuertemente influenciado en
sus inicios por las preguntas planteadas por los arquitectos, los urbanistas y otros
profesionales de la planeación del marco construido, pero la lógica de las relaciones
individuo-entorno se aplica más allá de los acondicionamientos de dicho marco. La
psicología ambiental, a través de la ingeniería socioambiental, está en capacidad
de contribuir de manera significativa a resolver grandes problemas de sociedad
que adquieren todo su carácter actual en el marco de las exigencias del desarrollo
sostenible (Moser, 2002). De hecho, el bienestar del individuo, planteado como
prioridad en el informe Brundtland (1987) sobre el desarrollo deseado en el futuro,
interpela directamente la psicología ambiental en este comienzo del siglo XXI y
favorece un vaivén constante entre teoría, análisis y aplicación, contribuyendo de
esta manera a la toma de decisión en materia de medioambiente.
La psicología ambiental es considerada a veces, equivocadamente, como una
aplicación de saberes de psicología general a problemas de sociedad. Se trata, en
cambio, de un enfoque original que, en el transcurso de su desarrollo, se ha sabido
2
Cap.1 Contornos de una disciplina
imponer como disciplina en todo el sentido de la palabra. Al funcionar de un modo
esencialmente inductivo, la psicología ambiental se construyó en la confrontación
constante con la realidad y la complejidad del trabajo de campo.
Orígenes de la disciplina
1. 1900 - 1950: los precursores (Brunswick, Tolman, Lewin)
Brunswick fue el primero en utilizar el término de “psicología ecológica”. Hizo
énfasis en los procesos perceptivos y las representaciones perceptivas propias al
individuo (variabilidad de las representaciones personales). El peso dado a cada
información, su semejanza y la manera en la cual las diferentes informaciones son
coordinadas le dan un carácter singular a la interpretación.
Tolman, por su lado, preconiza un enfoque global que tendría en cuenta
procesos mediadores, etapas cognitivas intermedias. Durante el aprendizaje se
construyen estructuras cognitivas. Estos principios originan el concepto de las
tarjetas mentales.
Lewin (1936) sitúa el individuo en un campo de fuerzas con valor positivo
o negativo, en el cual está integrado el espacio físico. Para la teoría del campo, el
entorno es una red de fuerzas que se ejercen sobre el individuo. Lewin considera el
comportamiento como la resultante de la interacción del individuo con su entorno.
2. 1950 – 1960: los alumnos de Lewin (Barker, Wright y la psicología ecológica)
Barker define la ubicación comportamental o escenarios de conducta (behavior
setting) como una unidad ecológica que incluye los comportamientos desplegados
en un lugar determinado (normas de comportamiento) y las características físicas
de estos lugares, como su distribución y su capacidad de recepción. El individuo
posee actitudes diferentes en función del lugar en el cual se encuentra y, según lo
que sabe sobre dicho lugar, regula su comportamiento.
3. 1960 – 1970: los primeros adelantos
Proshansky, Ittelson y Rivlin, insisten en el papel terapéutico del entorno físico
sobre las enfermedades mentales. En la misma época, Lynch se interesa en la
imagen de la ciudad y en la manera como las referencias físicas son utilizadas
en la construcción de dicha imagen, mientras Sommer desarrolla la noción de
espacio personal y se detiene sobre la regulación de intimidad por medio de la
conservación y la defensa de una distancia mínima con el otro.
4. Desde 1970: verdadero nacimiento de la psicología ambiental
Los primeros manuales destinados a este campo fueron publicados en el mundo
anglosajón en los años 70 (Proshansky y sus colaboradores en 1970 y 1974, Craig
en 1973).
3
Psicología ambiental
Adelantos en Europa
En Europa, la psicología ambiental nació con el impulso del contexto institucional.
En Inglaterra, Suecia, Dinamarca y los Países Bajos, se desarrolló a través de las
problemáticas planteadas por la arquitectura, y en Francia, Italia y Alemania,
como corriente independiente (Pol, 1993).
La psicología ambiental se constituyó progresivamente como disciplina en el
contexto de un surgimiento de problemas sociales y ambientales. De hecho, en la
mayoría de países, la posguerra se caracteriza por una aceleración del crecimiento
económico y por un éxodo rural importante. Se desarrollaron unidades urbanas
tipo aglomeración cada vez más grandes. En este contexto los arquitectos y los
urbanistas se inclinaron hacia las ciencias humanas para encontrar los medios que
les permitieran analizar y controlar el desarrollo urbano. Los sociólogos fueron los
primeros solicitados para resolver los problemas causados por las construcciones
masivas cuyos efectos negativos habían sido mal calculados.
Conjuntamente, otros arquitectos se inclinaron hacia las ciencias humanas
para que estas les ayudaran a mejorar los procesos de concepción. Se habla
entonces de “psicología arquitectural” (Canter, 1969). Inglaterra es el mejor
ejemplo de desarrollo de la psicología ambiental en relación con el medio de
la arquitectura. En la universidad de Guildford, en Inglaterra, se creó el BPRU
(Building Performance Research Unit) que reunió arquitectos y psicólogos. En esta
misma universidad, la especialidad se consolidó y se extendió bajo el impulso de
David Uzzel. Igualmente, a partir de la demanda de los arquitectos, la psicología
ambiental se desarrolló en los países nórdicos, con Gärling y Sivik en la universidad
Lund.
En Francia, la psicología social, la psicología infantil y la psicología general
experimental se interesaron en la dimensión ambiental. Por ello, el desarrollo de
la disciplina fue ampliamente independiente de los arquitectos. Hubo que esperar
diez años para tener libros/obras en francés. En 1980 apareció la publicación de
Claude Lévy-Leboyer de la primera obra de síntesis en lengua francesa: Psychologie
et environnement, seguida el año siguiente por l’Introduction à la Psychologie de
l’environnement, de Jean Morval, que le permitió a la disciplina reivindicar su
especificidad. En 1992 se sumó el trabajo de Gustave-Nicolas Fischer Psychosociologie
de l’environnement.
En Italia los psicólogos sociales de la universidad de Roma (Mirilia Bonnes)
fueron los iniciadores de las primeras investigaciones. En Alemania, la orientación
general de la psicología marcó la psicología ambiental a través del enfoque
experimental (Gerhard Kaminski, estudio de los desplazamientos) y del enfoque
fenomenológico y ecológico (Carl Graumann y Lenelis Kruse). En la actualidad
España, en especial con Enric Pol, José-María Corraliza, Juan-Ignacio Aragonés,
Bernardo Hernández y Ricardo García, tiene un gran potencial de desarrollo.
4
Cap.1 Contornos de una disciplina
Anclajes institucionales de la psicología ambiental
El anclaje institucional internacional de la disciplina marca claramente el carácter
interdisciplinario del enfoque de la relación individuo-entorno. De hecho, las
asociaciones son ampliamente pluridisciplinarias: las conforman psicólogos,
sociólogos, geógrafos, ecólogos, pero también arquitectos, urbanistas y paisajistas:
• IAPS — International Association for People environment Studies (Europa,
internacional).
• EDRA — Environmental Design Research Association (USA).
• MERA — Man Environment Research Association (Asia-Pacífico).
• PAPER — People and Physical Environment Research (Japón).
En definitiva, a nivel internacional, solo la división de psicología ambiental
de la IAAAP (International Association of Applied Psychology) agrupa los
ambientalistas que vienen exclusivamente de la psicología.
Revistas periódicas
Existen seis revistas científicas a disposición de investigadores y profesionales de
las relaciones individuo-entorno:
• Environment and Behavior, 1969 (fundada por miembros de la EDRA).
• Population and Environment, 1978 (American Psychological
Association — APA).
• Journal of environmental psychology, 1981 (fundada por los miembros
de IAPS).
• Journal of architecture planning and research, 1984 (University of
Texas).
• Architecture & Behavior, 1988-1997 (Universidad de Lausanne).
• Medio ambiente y comportamiento (actualmente Psyecology), 2000
(Universidad de la Laguna, Las Canarias).
De hecho, entre estas revistas, solo el Journal of environmental psychology
(JEP) es estrictamente monodisciplinario.
1.2 Especificidad y posición con respecto a las otras disciplinas
El término “entorno” o “ambiente” denota el conjunto de condiciones físicas,
químicas, biológicas, socioculturales y económicas que nos rodean; por ende, no
es sorprendente que las numerosas disciplinas —tanto las ciencias naturales como
las ciencias humanas— participen en la descripción y análisis de los fenómenos
ambientales. A partir de ahí, ¿cuál es el lugar de la psicología ambiental entre las
disciplinas que se interesan en el medioambiente?
5
Psicología ambiental
Identidad de la psicología ambiental
La psicología ambiental pone en el centro la relación del individuo con el entorno
en el que, por definición, la relación con los demás está incluida, cualquiera que
sea la escala de análisis. En este sentido la psicología ambiental es cercana a la
psicología social, pero al mismo tiempo, al incluir siempre las dimensiones físicas
del entorno, se diferencia netamente de los objetivos científicos de una psicología
social. Al estudiar a la vez los comportamientos y las cogniciones del individuo en
términos de densidad (concepto del entorno físico) y de hacinamiento (concepto
del entorno social), se sitúa decididamente en una lógica más vasta y global al
relacionar estos dos aspectos del entorno.
Debido a la particularidad y a la complejidad de su objeto, ha tenido que
dotarse de herramientas teóricas y metodológicas originales. Los análisis en términos
de “escenarios de conducta” (behavior setting) o de la “transacción individuo
entorno” son dos enfoques teóricos específicos de la psicología ambiental. De la
misma manera, dicha disciplina ha elaborado internamente numerosos conceptos
originales tales como “cognición ambiental”, “tarjeta mental”, “intimidad” o
“privacidad” (privacy), “historia residencial”, “identidad ambiental”, “identidad de
lugar” o “sentimiento de hacinamiento”. Las metodologías implementadas son a
menudo eclécticas, excepto por la parafernalia de técnicas de recolección y de
análisis de datos resultante de los diversos campos de la psicología. La psicología
ambiental recrea sus propias herramientas para abordar los conceptos específicos
y/o trabajar en varios niveles a la vez (el hábitat, el barrio, la ciudad) multiplicando
los enfoques, un procedimiento poco acostumbrado en la psicología tradicional.
Incluso si los procesos sociales resultan tanto más importantes cuanto más
integral y global es la escala de análisis en psicología ambiental, la relación con
el entorno en su dimensión física siempre está presente. Así, a nivel global, el
estudio de los comportamientos a favor de la preservación de los recursos naturales
y la gestión de los comportamientos ante los riesgos naturales no pueden hacer
abstracción de la relación del individuo con el entorno.
La psicología ambiental se diferencia de la ecología en la medida en que
esta se interesa en el sistema, mientras que la primera hace énfasis en la relación
del individuo con ese sistema. El término “ecología”, introducido en el siglo XIX
por Ernst Haekel, un naturalista alemán, denota la parte de la biología que trata
de las relaciones de los seres vivos entre ellos y con el medio en el que viven y
se reproducen. Así, el hombre es considerado parte de la preocupación de la
ecología. El principal objetivo de la ecología es el estudio de los ciclos de vida y
del equilibrio de estos. Un ecosistema es un conjunto relativamente homogéneo
y organizado, formado por una parte viviente (biocenosis) y una parte muerta (el
biotopo). Cada ecosistema está encajado en el otro, y el todo está rodeado por la
biósfera. La ecología corresponde a un enfoque sistémico basado en el estudio de
los acoplamientos de diversos ecosistemas, del más pequeño al más grande. La
psicología ambiental y la ecología son campos de estudios complementarios en la
6
Cap.1 Contornos de una disciplina
medida en que construyen un saber indispensable para comprender y adaptar los
espacios y el marco de vida a las necesidades de los seres vivos.
Recientemente se ha propuesto el término “antroposistema” (Lévêque,
Muxart, Abbadie, Weil & Van der Leeuw, 2003). El antroposistema puede definirse
como una entidad estructural y funcional que tiene en cuenta las interacciones
sociedades-medios con el conjunto de niveles de organización espacio-temporales,
partiendo de lo local hacia lo regional y hacia lo global. El acento recae sobre todo
en las interacciones sociedades-medios y en los circuitos de retroacción de las
dinámicas naturales y sociales encajadas/acopladas, es decir, en la coevolución de
los subsistemas naturales y sociales que constituye el antroposistema. Al situarse en
el marco de un enfoque sistémico, el concepto del antroposistema se inscribe en la
filiación de la noción de ecosistema.
Los estudios sobre el entorno necesitan a menudo recurrir a los saberes
específicos, lo que lleva la psicología ambiental a solicitar a la geografía, a la
arquitectura y al urbanismo la ingeniería, el diseño y la administración ambiental o
a integrarlas en los estudios pluridisciplinarios. Dichas disciplinas tienen en común
con la psicología ambiental el hecho de que su objeto es el entorno físico, es
decir, el entorno construido y el entorno natural. La psicología ambiental resulta
ser complementaria en el análisis de las problemáticas ambientales en la medida
en que su originalidad reside en el hecho de tomar en cuenta al individuo a través
del análisis de las percepciones, cogniciones, representaciones y comportamientos
en relación con el contexto ambiental en cuestión. Ciertamente, la introducción
de la dimensión individual y social, específica de la psicología ambiental, es
indispensable tanto para la comprensión de los fenómenos ambientales como para
la acción en términos de gestión ambiental.
Psicología ambiental, una psicología aplicada
La unidad de análisis de la psicología ambiental es la relación individuo-entorno.
Por su misma naturaleza, esta relación particular solo puede ser puesta en evidencia
en el terreno; por ende, la psicología ambiental funciona según la lógica inductiva:
las teorías se generan partiendo de lo ya comprobado o de hechos puestos en
evidencia en el terreno. Igualmente, las referencias a las exigencias de Lewin (1936)
con respecto al vínculo integral entre teoría y aplicación son a menudo citadas
como modelo de funcionamiento de la psicología ambiental, cuya orientación es
a la vez teórica e inclinada hacia la resolución de problemas. Asimismo, es a la
vez una subdisciplina de la psicología y una profesión en la cual la búsqueda y la
aplicación están íntimamente relacionadas.
En la medida en que la psicología ambiental está en relación directa con la
realidad y responde a los problemas de sociedad, ¿es una simple aplicación de la
psicología? El hecho de interesarse en la relación individuo-entorno implica que
los modelos y teorías solo pueden generarse a partir de contextos reales donde esta
relación puede ponerse en evidencia. Los conceptos y modelos encuentran sus
7
Psicología ambiental
raíces en la vida real, y dichas raíces no pueden ser objeto de una transposición del
laboratorio al terreno; la generalización a partir de investigaciones en laboratorio
no permite resolver los problemas que se presentan en el marco de la psicología
ambiental. Se aplica por el origen del cuestionamiento, pero de ninguna manera en
lo que respecta a su funcionamiento. La investigación fundamental y la elaboración
de conceptos y modelos teóricos ocupan en la psicología ambiental un lugar
tan importante como en las demás ramas de la psicología. No se trata de una
aplicación de los principios de la psicología y, en particular, de una aplicación de
la psicología social. La psicología ambiental no se limita a un análisis del individuo
en la relación con un objeto o a una referencia a dicho objeto, como es el caso de
la psicología política o de la psicología económica.
Sin embargo, podemos considerar la psicología ambiental como una
psicología aplicada, en la medida en que sus problemáticas son muchas veces fruto
de la demanda social en el sentido amplio de la palabra y en que sus resultados
concretos contribuyen a tomar decisiones en materia de medioambiente.
Una definición
La psicología ambiental “estudia el individuo en su contexto físico y social con
el fin de encontrar la lógica de las interrelaciones entre el individuo y su entorno
poniendo en evidencia, por un lado, las percepciones, actitudes, evaluaciones
y representaciones ambientales y por el otro, los comportamientos y conductas
ambientales que los acompañan” (Moser, 1991). Fischer, Bell y Baum (1984)
definen la psicología ambiental como “el estudio de las interrelaciones entre el
comportamiento del individuo y el entorno construido y/o natural”, mientras que
Stokols y Altman (1987) se refieren a ella como “el estudio del comportamiento y
del bienestar del hombre en relación con el entorno físico, en el cual está siempre
presente una dimensión social”.
La psicología ambiental se interesa tanto en los efectos de las condiciones
ambientales sobre los comportamientos y conductas del individuo como en la
manera en que el individuo percibe o actúa en el entorno. Aunque los análisis
puedan tomar como punto de partida tanto al individuo como ciertos aspectos
físicos (ruido, polución, planeación) o sociales (hacinamiento, heterogeneidad de
población) del entorno, a menudo desembocan más allá de la puesta en evidencia de
las incidencias particulares de dichos aspectos, en una explicación interrelacional
y sistémica apoyándose en análisis multifactoriales (Moch & Moser, 1997). De
hecho, los factores físicos y sociales están inextricablemente relacionados en su
incidencia sobre la percepción y el comportamiento del individuo. En este sentido
la psicología ambiental estudia las interrelaciones individuo-entorno teniendo
como objetivo identificar los procesos que rigen esta relación. Así pues, se puede
igualmente retener la siguiente definición:
La psicología ambiental estudia las interrelaciones del individuo con el entorno en
sus dimensiones físicas y sociales.
8
Cap.1 Contornos de una disciplina
Por su objeto, la psicología ambiental ha sido y es ante todo una psicología
del espacio, en la medida en que los análisis y percepciones, las actitudes y los
comportamientos del individuo se encuentran en relación explícita con el contexto
físico y social en el que evoluciona. Las problemáticas a las cuales están confrontados
los psicólogos ambientales llevan a los investigadores y a quienes ejercen la
profesión a inscribir sus análisis en las dimensiones especiales y temporales, de
manera que las nociones de espacio y de lugar ocupan una posición central. La
psicología ambiental funciona a varios niveles de referencia espacial que permiten
caracterizar la relación individuo-entorno en estos distintos niveles, los cuales se
encajan los unos en los otros como en las muñecas rusas (mamushkas). En cada uno
de estos niveles, el individuo se encuentra en interrelación con el entorno en sus
dimensiones tanto físicas como sociales, como se puede observar en la Figura 2.
Figura 2: Niveles de análisis socioespaciales
Nivel Entorno físico Entorno social
Nivel 1
Microentorno
Espacio privativo:
alojamiento, espacio de trabajo
Nivel individual
y familiar
Nivel 2
Mesoentorno
(entornos cercanos)
Los espacios compartidos:
espacios semipúblicos, hábitat
colectivo, barrio, lugar de trabajo,
parques, espacios verdes
Nivel interindividual
y de colectividades cercanas
Nivel 3
Macroentorno
(ciudades/aglomeraciones)
Entornos colectivos públicos:
ciudades, pueblos, campo, paisaje
Individuo/colectividad,
comunidad, habitantes,
conglomerado de individuos
Nivel 4
Entorno global
El entorno en su totalidad:
entorno construido y entorno
natural; recursos naturales
Nivel social.
Sociedad/población
Esta distinción es importante ya que permite analizar la relación individuoentorno
en términos de relación con el entorno en sus dimensiones físicas y
especificar las relaciones con los demás que implican cada uno de estos distintos
niveles.
9
Psicología ambiental
Los problemas en juego no son los mismos según la escala en la cual nos
situamos. En cada nivel superior, los individuos con los cuales se comparte el
espacio no solo son más numerosos, sino que se vuelven cada vez más anónimos
y distantes. En otras palabras, si la distancia social al interior del grupo familiar
y de la comunidad cercana (niveles 1 y 2) se acompaña de compartir las
mismas aspiraciones, las mismas necesidades y valores, dicho compartir es más
problemático en los entornos extendidos como la ciudad (nivel 3) y lo es aún más
en el nivel 4, el nivel del entorno global.
Paralelamente, estas escalas nos permiten explicar una dimensión importante:
las modalidades de manejo o de control del entorno. El grado de control que
el individuo puede tener sobre el entorno, el sentimiento de pertenencia y la
apropiación ambiental son aspectos importantes y directos en el entorno inmediato,
podrán considerarse a nivel de una comunidad de vecindario y son mediatizados
por los representantes institucionalizados a nivel de entornos colectivos públicos y
difícilmente viables a nivel global.
1.3 Psicología social y medioambiente
Ciertos autores (Fischer, 1992, en Francia; Bonnes & Sechiarroli, 2002, en Italia)
hablan equivocadamente de psicología social del ambiental para enunciar, por
una parte, que estudian la relación del individuo con el entorno físico y social
y, por otra parte, que es el fruto directo de la psicología social y puede entonces
ser considerada como una aplicación de esta. En referencia a la definición de la
psicología ambiental, su funcionamiento y sus relaciones con las demás disciplinas
de la psicología, la psicología ambiental se ha constituido innegablemente como
una disciplina en todo el sentido de la palabra. Podemos sin embargo preguntarnos
sobre el lugar que ocupa lo social en la psicología ambiental.
Günther (2009) propone tres maneras de interpretar la relación individuoentorno
en función del estatus y del lugar que se le da a la dimensión social, lo cual
evoca —claro está— los enfoques y/o concepciones completamente diferentes
de la relación con el entorno en las cuales es pertinente interesarse. Preguntarse
sobre la dimensión social permite al mismo tiempo examinar el estatus de la
referencia para con los grupos y/o las comunidades y la manera como participan
las representaciones sociales en el análisis de la relación con el entorno urbano.
El primer esquema (1) ilustra la concepción clásica de la psicología ambiental:
la interrelación del individuo con el entorno físico y social (Moser & Uzzell, 2003).
Es justamente en esto en lo que la psicología ambiental se diferencia de un enfoque
de psicología social del entorno. El punto de partida es el individuo que percibe e
interactúa con un entorno, caracterizado por aspectos tanto físicos como sociales
estrechamente relacionados entre ellos. El entorno no es independiente de los
aspectos sociales que contribuyen a caracterizarlos.
10
Cap.1 Contornos de una disciplina
(1) Individuo ↔ entorno físico y social
El segundo esquema (2) se refiere a la relación del individuo y de grupos
con el entorno físico. En este caso el entorno físico puede considerarse como el
territorio de grupos y/o de comunidades. Las problemáticas a las cuales nos lleva
tal definición se refieren a la relación del individuo perteneciente a un grupo o a
una comunidad con un territorio dado y que participa a su vez en la definición de
grupo o de comunidad. Se trata entonces más de una psicología comunitaria que
de una psicología ambiental.
(2) Individuo y grupos ↔ entorno físico
El tercer esquema (3) considera la relación del individuo con el entorno
físico como tributario del entorno social en el cual se actualiza dicha relación. Tal
concepción se asemeja a lo que Rouquette llama una psicología social del entorno,
en la medida en que el entorno es entonces pensado en función del contexto social
(Rouquette, 2006), y que su vez remite a la comunidad de referencia del individuo.
(3) Individuo ↔ entorno físico
Entorno social
El análisis de la relación con lo urbano no podría abstraerse de la psicología
comunitaria (Moser, 2004b). Mientras que a nivel de su hábitat y del barrio el
individuo se posiciona como individuo frente al otro, y a nivel de su relación con el
entorno global actúa como individuo frente a las presiones sociales e institucionales,
a nivel del entorno urbano el individuo razona en términos de pertenencia grupal o
comunitaria frente a otros grupos y/o comunidades y sus territorios respectivos. Para
analizar la relación del individuo con el entorno urbano, la psicología comunitaria
resulta ser un enfoque sumamente útil.
Para la psicología comunitaria, el grupo y la comunidad no son solo
conglomerados de individuos, y es justamente en la relación con el otro, de la
misma manera que con el entorno, donde podemos analizar y entender el
comportamiento del individuo. La comunidad es una “convivencia (convivence) 1
organizada de una forma más o menos institucionalizada en cierto territorio”
(Amerio, 2000, p.43). Pertenecer a una comunidad, es estar juntos en un territorio
e identificarse con aquellas personas que comparten ese mismo territorio. Nuestras
ciudades albergan cada vez más poblaciones culturalmente heterogéneas, y la
percepción de la ciudad está estrechamente relacionada con la percepción de las
comunidades que conforman este tejido urbano.
1
Término adoptado por la Academia francesa el 26 de octubre de 2004 para designar “el hecho de
vivir los unos con los otros”. Se trata de una palabra utilizada comúnmente en italiano, español y
portugués. Aparece igualmente en la carta europea de convivencia (1991).
11
Psicología ambiental
1.4 Las dimensiones culturales y temporales
El contexto ambiental en el cual tienen lugar las percepciones, se forman las
actitudes y comportamientos y donde ocurren estos últimos se inscribe en la
temporalidad. No podemos entender el espacio y el lugar sin tomar en consideración
el tiempo. El entorno no solo se experimenta ahora en el presente; igualmente,
afecta nuestra interpretación del presente. El entorno tiene un futuro que, a través
de las representaciones anticipatorias, nos guía en nuestras acciones (Doise, 1976).
Los enfoques en términos de transacciones individuo-entorno tienen en cuenta la
dimensión temporal, en la medida en que constituyen en sí una unidad temporal
de análisis.
Aunque presente en filigrana, la referencia a la dimensión temporal de la
relación con el entorno físico y social es raramente explícita. Los enfoques en
términos de transacciones, es decir, en términos de sistema de interdependencias, se
inscriben sin embargo en una transformación mutua a largo plazo. Las transacciones
entre el sujeto y el entorno integran tanto la experiencia del individuo como sus
proyectos, sus representaciones y sus acciones, y se inscriben así en la temporalidad.
Para el enfoque transaccional, la unidad de análisis no es el entorno o el individuo,
sino los acontecimientos, y el cambio es intrínseco al sistema individuo-entorno.
Las referencias en la dimensión temporal resultan ser útiles en todos los niveles
de análisis acostumbrados de la psicología ambiental y permiten tener una visión
más dinámica de la mayor parte de los fenómenos que interesan la disciplina.
El análisis en términos de tiempo debe adaptarse a la dimensión humana. El
ciclo de la vida humana difiere de la duración de vida del entorno construido y de las
temporalidades propias al entorno natural. A menudo asistimos a acomodaciones
individuo-entorno, a veces a ajustes y a veces a incompatibilidades. Así pues, la
relación con el entorno no depende únicamente del ciclo de vida del individuo,
sino también de la evolución de las necesidades que son a su vez marcadas
culturalmente. De la misma manera, no solo las relaciones con el entorno natural
y con el entorno construido son marcadas culturalmente, sino las duraciones de
vida propias, las cuales difieren de una cultura a la otra (hábitat occidental, hábitat
oriental, africano, etc., ritmos de la naturaleza), lo que condiciona indudablemente
las respectivas relaciones. Más particularmente, si nos interesamos en las principales
temáticas desarrolladas por la psicología ambiental, nos damos cuenta de que la
dimensión temporal está presente en la mayoría de las investigaciones, pero no ha
sido objeto de un interés explícito.
Los análisis hechos sobre el entorno en términos de exposición a las condiciones
físicas y sociales ponen en evidencia las cogniciones y comportamientos de los
individuos expuestos en estas condiciones, ya sea de manera puntual o duradera,
en especial en las grandes ciudades. Los resultados son raramente analizados en
términos de adaptación y de comparación antes-después, mientras que podemos
12
Cap.1 Contornos de una disciplina
suponer que, a falta de obligaciones, el individuo vuelve a una actividad básica.
Aparte del concepto de impotencia adquirida (learned helplessness), pocas
investigaciones analizan este aspecto en términos de tiempos de exposición y
de duración de los efectos. Los efectos del ruido, la temperatura de los olores,
la densidad, las reacciones a las condiciones físicas y los comportamientos
ambientales (relaciones sociales, agresión, ayuda a los demás) solo se refieren
excepcionalmente a la dimensión temporal.
Los análisis respecto a la percepción, la evaluación y la representación
del entorno tanto construido como natural generalmente solo hacen referencia
implícitamente a las dimensiones temporales y culturales. La evolución de la
cognición ambiental estudiada a través de las tarjetas mentales permite caracterizar
la manera en la cual se construye en el sujeto la representación del entorno.
La evaluación ambiental y la expresión de las emociones respecto al entorno
dependen en gran parte de las dimensiones temporales, históricas y culturales y
por ello tributarias de la memoria.
La movilidad creciente de este fin de siglo plantea igualmente la cuestión
de los ritmos y de sus relaciones territoriales. Podemos distinguir los territorios
urbanos con ritmos de vida continuos donde las referencias temporales están
desapareciendo, y los territorios rurales como espacios tradicionalmente rítmicos,
lentos, progresivamente desfasados y marginalizados. A su vez, dos tipos de espacio
coexisten en el medio urbano: los lugares de recreación o esparcimiento —espacios
de uso temporal, donde predomina la duración— y los espacios atemporales —o
al menos independientes de los ritmos naturales, tales como los grandes centros
urbanos de uso diverso—.
Igualmente, la noción de cercanía, con el desarrollo de las nuevas tecnologías,
se declina cada vez más en términos de tiempo. Esto modifica necesariamente
las percepciones espaciales y las inversiones ambientales. Las percepciones y
representaciones del (o de los) territorio (s) son efectivamente diferentes en función
de los individuos, su posición social, su movilidad y su ciclo de vida.
Finalmente, la dimensión temporal interviene de manera recurrente en la
preservación del medioambiente y de los recursos naturales. De hecho, una de las
condiciones para adoptar comportamientos proambientalistas es la capacidad de
proyección en el futuro, específicamente la capacidad de razonar más allá de su
propio ciclo de vida y de actuar a favor de las próximas generaciones.
Contexto de las relaciones individuo-entorno
Al referirse a las dimensiones sociales y culturales, la psicología ambiental considera
que el individuo, en su relación con los diferentes espacios, está condicionado por
el contexto cultural y social en el cual evoluciona, su historia y sus aspiraciones
con respecto a dicho espacio. En otras palabras, la relación del individuo con el
entorno solo puede entenderse si se tienen en cuenta al mismo tiempo los contextos
13
Psicología ambiental
culturales y sociales en los cuales se actualiza dicha relación, la historia tanto
colectiva como individual que condiciona las percepciones y comportamientos,
así como las necesidades y aspiraciones particulares. De la misma manera, esta
interacción será tributaria de la proyección del individuo en el futuro, en constante
relación con el medio con el cual interactúa el individuo.
Figura 3: Contexto de las relaciones individuo-entorno
Contexto
cultural y
de sociedad
Aspiraciones
Necesidades
Historia
individual y
colectiva
Individuo
Proyección
en el futuro
Microentorno
hábitat
individuo/familia
__________________
Entornos cercanos
Vecindario; barrio
comunidades
__________________
Entornos públicos
ciudades; pueblos
conglomerado de individuos
_________________
Entorno global
país; Tierra
sociedad/población
Así, cualquiera que sea la dimensión ambiental con la cual el sujeto interactúa,
el conjunto de los factores determina la manera como el individuo va a percibir y
actuar en este entorno.
14
CAPÍTULO 2
ENFOQUES Y MARCOS TEÓRICOS
Según Seagert y Winkel (1990), la relación con el entorno se aborda a través de
tres paradigmas fundamentales, generadores de teorías en la disciplina: (1) el
paradigma de la adaptación, (2) el entorno como estructura de oportunidades y (3)
el paradigma sociocultural.
El paradigma de la adaptación se refiere, en una lógica determinista, a los
efectos de condiciones ambientales sobre la conducta mediante los enfoques del
nivel de adaptación, del nivel de excitación o estimulación y de la sobrecarga
ambiental.
El entorno como estructura de oportunidades plantea los enfoques en términos
de “valencias” (Gibson), pero también plantea ciertos enfoques en términos de
control, coerción y reactancia.
El paradigma sociocultural reconoce los enfoques transaccionales, sistémicos
u orgánicos —estos últimos también son llamados “psicología ecológica” (Stokols y
Shumaker, 1981)—, los enfoques en términos de escenarios conductuales (Barker)
y el modelo sistémico de Bronfenbrenner (1979), a los cuales se les añaden los
análisis que se refieren a las representaciones sociales.
2.1 Enfoques deterministas
Los enfoques desarrollados en este marco exploran principalmente los efectos de
las condiciones ambientales sobre la conducta del individuo. Más en concreto,
son los análisis con respecto al estrés los que han sido objeto de una atención
particular.
15
Psicología ambiental
Modelos explicativos de los efectos de las condiciones ambientales
Son cuatro los modelos que dan cuenta de la manera en la que los estímulos
ambientales afectan la conducta del individuo. Dichos modelos ponen en juego:
el nivel de activación (o nivel de estimulación), la sobrecarga de información,
las teorías del nivel de adaptación y las limitaciones ambientales (control y
previsibilidad). Fue durante los análisis con respecto al estrés que estos enfoques
tomaron todo su significado.
Teoría de la activación
La excitación (arousal) no es un estado específico sino más bien un continuo ir del
sueño a la excitación extrema, que tiene su base fisiológica en la activación del
sistema reticular del cerebro. En general, la preferencia de los sujetos y su mejor
desempeño se sitúan a niveles moderados de excitación. Niveles de excitación
muy bajos crean desatención y ausencia, mientras que niveles muy altos producen
dificultades de concentración y de control de la actividad. Los indicios de un nivel
alto de excitación son numerosos: los niveles de catecolaminas, la conductancia
de la piel, la presión arterial, así como las conductas relacionadas con la agitación,
la dificultad para permanecer en un lugar, los signos de tensión, nerviosismo y
ansiedad. La observación permite el señalamiento de conductas frecuentes de
automanipulación y conductas estereotipadas (Evans, 1978).
La activación como mecanismo psicológico ha sido evidenciada por
Broadbent (1958, 1971) en los casos sobre el desempeño de sujetos expuestos al
ruido. Numerosos estudios han demostrado que el ruido causa déficits específicos. Si
cuando se trata de tareas sencillas los ruidos de corta duración tienen pocos efectos
o ninguno, las realizaciones de mayor complejidad tienen dificultades (Broadbent,
1971; Keele, 1973; Hockey, 1979). Esto se explica por la sobreestimulación que
produce un estrechamiento de la atención, que luego se focaliza sobre los aspectos
dominantes o centrales de la actividad. Muy poca o demasiada activación produce
en el sujeto una distracción que le impide realizar la actividad en condiciones
óptimas. Si se asume en parte la hipótesis de activación de Broadbent, Mehrabian
y Russel (1974), quienes sugieren que existen tres dimensiones de los efectos
ambientales: la activación, el placer y la dominación, y por tanto se acepta una
relación en forma de U invertida entre el nivel de estimulación física y sus efectos en
la emoción, el desempeño y la salud del individuo, se puede deducir que tanto un
exceso como una falta de estimulación ambiental generan efectos de estrés. Queda
entonces identificar las variables físicas que causan una carga de estimulación
excesiva. Wohlwill (1966) propone unas escalas para evaluar el entorno en términos
de intensidad, complejidad, variedad, novedad, incongruencia, ambigüedad,
conflictos derivados de fuentes de información inconsistentes e inestabilidad
(Wohlwill, 1974). Scott y Howard (1970) se centran en el hecho de que no son
solo los factores físicos los que influyen en el nivel de actividad de los individuos
y producen un exceso de estimulación, sino que también lo hacen las variables
socioculturales tales como la multiplicidad de roles y exigencias profesionales.
16
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
Además, la densidad provoca una reacción adversa y las consecuencias
negativas resultantes, debido a la excesiva estimulación sensorial que produce.
Baum y Valins (1977) se apoyan en la noción de sobreestimulación para postular
que las consecuencias negativas de la densidad provienen de la presencia de
interacciones no deseadas. Sin embargo, aunque generalmente demasiado contacto
puede causar efectos negativos, este no es siempre el caso. Por ejemplo, en ciertas
circunstancias, un gran número de interacciones sociales pueden ser soportables o
incluso placenteras (congresos, diversos eventos sociales). Por el contrario, cuando
estas interacciones no se desean, o si el individuo no tiene control sobre ellas,
es probable que los efectos de la densidad sean negativos. Las dificultades para
regular el tiempo y el lugar de las interacciones pueden conducir a un aumento
de las interacciones no deseadas y, por consiguiente, representar una situación
potencialmente estresante. De acuerdo con este análisis, Baum y Valins (1977)
observan que los estudiantes residentes de dormitorios se quejan con frecuencia de
contactos sociales imprevisibles y no deseados con otros.
Otra concepción particular de la activación se propone en el modelo
densidad/intensidad de Freedman (1975). Según este autor, la densidad
intensifica las reacciones habituales del individuo y, en consecuencia, refuerza
los sentimientos agradables y los sentimientos negativos en una situación dada.
Basándose en la noción de intensificación, sugiere la existencia de una relación
entre el hacinamiento y el contagio de las emociones y las conductas. En efecto, bajo
condiciones experimentales de hacinamiento, el autor señala que las emociones
o conductas manifestadas por uno de los sujetos se extienden a otros sujetos del
grupo. Aunque el contagio puede observarse en cualquier lugar donde haya una
multitud, no se trata, según el autor (Freedman, Birsky & Cavoukian, 1980), de una
explicación exclusiva. Las conductas observadas en el caso de densidad elevada
también pueden explicarse por un fenómeno de comparación social: el individuo
busca alinearse con la reacción de otros colocados en la misma situación que él,
un fenómeno que se puede observar durante los desastres, por ejemplo.
La sobrecarga ambiental
El exceso de estimulación puede analizarse desde el punto de vista de la capacidad
de procesamiento de la información. En el caso de una tarea cognitiva, las
exigencias impuestas para hacer frente a una situación estresante, especialmente si
es impredecible o incontrolable, pueden exceder las capacidades de procesamiento
de la información de un individuo. Más aún cuando las exigencias para el
desempeño mismo son elevadas. Además, durante estas exigencias prolongadas
y elevadas, como es el caso para ciertas condiciones ambientales estresantes o
tareas difíciles, las capacidades de procesamiento de la información disminuyen
debido al cansancio. Luego, cuando hay una sobrecarga, los recursos disponibles
se dirigen hacia los aspectos más sobresalientes de la tarea.
El entorno urbano se caracteriza por una gran cantidad de información
que requiere la atención y las respuestas de las personas que viven allí. Sus
capacidades de procesamiento de la información son limitadas y, ya que el entorno
17
Psicología ambiental
urbano sobrepasa estos límites, a menudo se produce un efecto de sobrecarga.
Demasiados estímulos ambientales restringen el campo de atención y hacen que
se enfoque sobre ciertos estímulos en detrimento de otros. El individuo, por tanto,
ignora ciertos estímulos periféricos (Broadbent, 1958; Easterbrook, 1959). En otras
palabras, se produce una sobrecarga ambiental. De acuerdo con Cohen (1978),
todos los individuos tienen capacidades limitadas para tratar los estímulos. Debido
a esto, los estímulos periféricos se ignoran y los estímulos que requieren una
respuesta adaptativa, aquellos que son imprevisibles e incontrolables, son objeto
de una mayor atención. Además, los efectos pos exposición pueden manifestarse
en forma de reducción de la capacidad para afrontar nuevos estímulos. Después de
la exposición a una situación que requiere de mucha atención, las posibilidades de
concentración de la persona se disminuyen.
Simmel (1930) y Milgram (1970a) analizan este fenómeno de la misma manera
que cuando hablan de la adaptación de los habitantes a las fuertes estimulaciones
de la ciudad. Según estos autores, los individuos se adaptan a la sobrecarga filtrando
o eliminando los aspectos de menor prioridad de los estímulos. De este modo, la
ciudad, debido a la sobrecarga de estímulos que aporta, deterioraría la vida social
de los ciudadanos ya que les demanda mucha atención (Milgram, 1970b). Esta
hipótesis ha sido utilizada por Korte (1978, 1980) para explicar la degradación de
las conductas de ayuda en un ambiente urbano.
El exceso de información ambiental hace difícil una formación eficaz en la
medida en que el individuo agobiado probablemente no percibe la información
o la interpreta mal, lo que perturba su adaptación. Estas interpretaciones erróneas
de la información pueden causar molestia o frustración y facilitar la agresión hostil
(que le sigue a la ira), o bien pueden hacer que el individuo elija una respuesta
agresiva en una situación que, en ausencia de sobrecarga, suscitaría una respuesta
instrumental no agresiva y por tanto adecuada.
Del mismo modo, las alteraciones del comportamiento interindividual pueden
explicarse ya sea por una focalización de la atención debido a la sobreexcitación
o por las consecuencias de la sobrecarga impuesta a las capacidades cognitivas
del individuo. Por ejemplo, se ha comprobado que los sujetos expuestos al ruido
intenso no perciben ni las señales sutiles que indican angustia (Matthews y Cannon,
1975), ni la información que indica que las personas necesitan ayuda (una persona
cayendo de una bicicleta; Cohen & Lezak, 1977). Esta reducción de la atención
hacia los otros puede atribuírsele a la focalización de la atención bajo estrés,
que hace que señales periféricas como la información relativa a las personas que
necesitan ayuda no sean o sean mal percibidas (Moser, 1987b, 1988a).
Si bien la hipótesis de excitación se refiere esencialmente a los fenómenos
automáticos e independientes de los factores cognitivos, la hipótesis de sobrecarga
atribuye un papel importante a la intervención de procesos cognitivos. El modelo
de la sobrecarga de información tiene pues dos ventajas con relación al modelo de
activación.
18
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
En primer lugar, explica más fácilmente por qué los estímulos imprevisibles o
incontrolables producen efectos más marcados. Las estimulaciones incontrolables
o imprevisibles son más difíciles de manejar por el individuo y, por tanto, requieren
una mayor movilización de las capacidades de información. Además, debe
hacerse una distinción importante entre los niveles de estimulación ambiental y
la información. Mientras que la información requiere una respuesta cognitiva del
individuo, el nivel de estimulación no requiere tal elaboración (Saegert, 1973,
1978; Wohlwill, 1974; Suedfeld, 1980). Saegert, por ejemplo, explica que la
naturaleza adversa de la densidad no se debe al nivel de estimulación, sino más
bien a la sobrecarga de información que proviene de las interacciones sociales no
deseadas e impredecibles.
En segundo lugar, revela mejor los efectos consecutivos de la exposición
a estímulos estresantes. De hecho, dichos efectos pueden considerarse como un
residuo de la fatiga cognitiva que refleja los costos resultantes de la tentativa del
individuo de afrontar el estrés más allá de sus capacidades cognitivas máximas
(McGrath, 1974; Wohlwill, 1974).
Teorías de la adaptación
Estos modelos se centran en las capacidades psicológicas de adaptación del
individuo. El individuo goza de un repertorio amplio y flexible de recursos para
afrontar las condiciones ambientales adversas, lo que le permite mantener un
cierto equilibrio frente a diferentes condiciones ambientales. Es capaz de resistir, al
menos durante períodos cortos de tiempo, las coerciones ambientales.
¿Estas adaptaciones implican costos significativos? En particular, cabe
preguntarse cuál es el costo de una adaptación inmediata y cuál es el costo a largo
plazo de una adaptación a las condiciones ambientales que están en constante
evolución (Dubos, 1965; Boyden, 1970; Kaplan & Kaplan, 1982). Como ya lo
señaló Wohlwill, nos encontrábamos en esa situación y, aunque en un principio
nos adaptamos al mundo físico cambiando nuestras respuestas en función de las
condiciones ambientales, gracias a la tecnología, hemos podido ajustar el mundo
físico a nuestras necesidades. Dubos enfatiza el hecho de que el hombre ha sabido
transformar el entorno, adaptándolo a sus necesidades, y construirse un mundo
menos amenazante que aquel de la prehistoria (Parr, 1966). Así, la ventaja selectiva
de la posibilidad de adaptación a entornos específicos se volvería cada vez menos
importante para la especie humana.
Las capacidades psicológicas de adaptación se han considerado desde dos
puntos de vista: el del nivel de adaptación, que hace referencia a las normas
habituales de exposición a los estímulos ambientales, y el de la manera como se
lleva a cabo esta adaptación, así como el costo de esta última.
19
Psicología ambiental
Nivel de adaptación
De acuerdo con Wohlwill (1974), el individuo busca un nivel intermedio de
estimulación óptima. La estimulación se caracteriza por aspectos sensoriales,
sociales y cinéticos, que varían según tres dimensiones: la intensidad, la diversidad
y el tipo de estructuración (ritmicidad, por ejemplo). La adaptación a las
condiciones ambientales usuales se establece mediante un ajuste de la distribución
de las respuestas afectivas y comportamentales en función a la exposición crónica
a ciertos estímulos. En otras palabras, las respuestas del individuo a un estímulo
particular dependen del nivel habitual de estimulación.
La teoría del nivel de adaptación se refiere explícitamente a las variables
interindividuales de percepción y reacción a los estímulos ambientales. En efecto,
los criterios de evaluación de los estímulos físicos dependen de la relación entre el
nivel actual de estimulación y aquel al que el individuo está expuesto de manera
habitual, nivel que figura como punto de referencia. Más en concreto, la teoría
del nivel de adaptación predice que la exposición actual o anterior a un estímulo
ambiental provoca una adaptación o un proceso de habituación que hace que las
evaluaciones de la intensidad de un estímulo sean menos fuertes si el individuo está
habitualmente expuesto que si no está expuesto al mismo estímulo (Helson, 1964;
Wohlwill, 1974). Por ejemplo, los individuos que comúnmente están expuestos
a una contaminación que limita la visibilidad terminan acostumbrándose a esta
visibilidad limitada (Wohlwill & Kohn, 1976; Evans, Jacobs & Frager, 1982). Sin
embargo, la naturaleza y la duración de la exposición a diferentes condiciones
ambientales no permiten por sí mismas predecir la reacción a estas condiciones
ambientales. A esto se suman las experiencias individuales del sujeto expuesto a
ciertos estímulos que van a determinar su reacción a una situación presente (Moos,
1973a). Asimismo, la exposición a la densidad y la necesidad de intimidad pueden
analizarse en términos de nivel óptimo de adaptación. Altman (1975) señala que en
determinados momentos un individuo puede tener exigencias de privacidad y aspira
a aislarse, mientras que en otros momentos, por el contrario, busca la presencia de
los demás. Para cada situación, el individuo tiene exigencias de privacidad óptima.
Si otro interfiere con el grado de intimidad buscado por el individuo, este reacciona
huyendo, desviándose o levantando barreras. Por el contrario, si el individuo se
siente muy solo, busca activamente los contactos sociales.
Modalidades de adaptación y sus costos
Contrario a lo que sugieren los análisis en términos de ajuste del nivel de respuesta
a la naturaleza de los estímulos habituales a los que está expuesto el individuo,
la adaptación no solo tiene efectos positivos. Tanto la generalización como los
esfuerzos de adaptación realizados por el individuo conllevan costos psicológicos
y fisiológicos no despreciables.
Numerosos autores señalan una tendencia a la generalización: una estrategia
eficaz, adoptada para hacerle frente a una molestia particular, que se reproduce
20
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
y se convierte en un procedimiento típico, incluso cuando la molestia ya no está
presente. Un ejemplo de generalización ha sido destacado con respecto al hecho
de no escuchar ciertos ruidos. Cohen y sus colaboradores (Cohen, Evans, Krantz &
Stokols, 1980) han demostrado que una de las maneras de lidiar con un ambiente
ruidoso es ignorar el estímulo en cuestión. Lamentablemente, este fenómeno se
acompaña de una discriminación muy débil: tanto para el ruido de fondo como
para el discurso se extiende y generaliza. Así, los individuos que viven en hogares
ruidosos, pese a tener un nivel de audición normal, tienen una menor discriminación
auditiva. Esta disminución en la discriminación auditiva se ha asociado con las
dificultades de aprendizaje de la lectura (Cohen, Evans, Krantz & Stokols, 1980;
Cohen y Weinstein, 1982). Otras investigaciones demostraron que los niños que
viven en hogares ruidosos se dejan distraer menos por el ruido cuando tratan de
cumplir con la tarea (Heft, 1979; Cohen, Evans, Krantz & Stokols,, 1980; Cohen et
al., 1981). También se ha observado la generalización de la respuesta a la densidad
humana: una experiencia anterior de densidad causa un retraimiento social más
fuerte en presencia de extranjeros, incluso si la densidad es baja (Epstein & Karlin,
1975; Baum & Paulus, 1987).
El costo acumulado de la adaptación al estrés se refleja en el individuo
como una fatiga cognitiva (Glass & Singer, 1972; Cohen, 1978; Cohen, Evans,
Krantz & Stokols, 1980). Enfrentar los estímulos ambientales, especialmente si son
incontrolables, requiere un esfuerzo real. Una baja tolerancia a la frustración o
un menor rendimiento cognitivo después de la exposición a la densidad humana,
al ruido o a la contaminación del aire, constituyen efectos acumulativos de los
esfuerzos realizados para enfrentar los estímulos ambientales, en la medida en que
el cansancio acumulado reduce la posibilidad de adaptarse a estímulos posteriores.
Frankenhaeuser y Lundberg (1977) muestran que los sujetos que han sido expuestos
a un ruido intenso tienen más tarde rendimientos inferiores cuando se les somete
de nuevo al mismo ruido.
Finalmente, el proceso utilizado para enfrentar las situaciones ambientales
nocivas puede tener efectos fisiológicos. Fumar o beber puede disminuir el estrés
percibido, pero representa al mismo tiempo un costo para la salud del sujeto. El
esfuerzo desplegado para mantener, bajo estrés, un alto nivel de rendimiento o
para controlar un evento adverso puede causar reacciones cardiovasculares.
Además, si los esfuerzos para el control en sí no son seguidos por efectos positivos,
las reacciones fisiológicas son un tanto más fuertes: Cohen et al. (1986) sugieren
que los esfuerzos de adaptación prolongados por parte del individuo implican
consecuencias patológicas, ya sea directa (enfermedades cardiovasculares, úlceras),
o indirectamente, lo que debilita el sistema inmunológico.
Milgram (1977) destaca las diferencias observables entre las personas que
moran en la ciudad y los residentes rurales, por el hecho de que los primeros
se adaptan activamente al alto nivel de información al cual están expuestos. Los
procesos que consisten en ignorar o filtrar la información poco relevante son
susceptibles de generalizarse, de convertirse en una característica de los individuos
21
Psicología ambiental
urbanos y traducirse en un comportamiento por lo general brusco y defensivo, y
en una relativa insensibilidad a la difícil situación de los demás. En otras palabras,
habría entre los ciudadanos una generalización de las formas de afrontamiento.
El análisis de los efectos de los estímulos ambientales en términos de
adaptación tiene la ventaja de integrar la activación, la sobrecarga y los efectos del
estrés, y se aplica tanto al comportamiento del individuo como a los fenómenos
perceptivos. Además, el concepto de nivel de adaptación podría dar cuenta de los
efectos positivos de la adaptación.
Análisis en función del estrés ambiental
Un entorno indeseable o inadecuado representa una limitación para el individuo y
puede provocar en él un sentimiento de pérdida de control de la situación. Según
Proshansky, Ittelson y Rivlin (1970a), Zlutnick y Altman (1972) y Stokols (1978b),
el individuo hace en ese momento una interpretación cognitiva de la situación
en función de la inadecuación del entorno y la pérdida de control sobre este. El
término “estrés” significa que el entorno limita o impide al individuo alcanzar la
meta que se fijó. De acuerdo con este modelo, el estrés puede ser tanto eficaz como
percibido. En todos los casos, el individuo interpreta cognitivamente la situación
como que no le permite tener el control.
Un entorno percibido por el individuo como un obstáculo para alcanzar
su meta genera malestar y reacciones emocionales negativas, y le incita a tratar
de recuperar el control de la situación, lo que puede corresponder a un efecto
de reactancia (Brehm & Brehm, 1981). Puesta en evidencia en los procesos de
influencia social, la reactancia es un estado de motivación negativa que le sigue
a una amenaza, supuesta o real, de restricción de la libertad individual, y que
se traduce en una resistencia a la influencia. La presión social puede por tanto
provocar motivaciones opuestas a las buscadas. La conducta de reactancia
depende de la importancia que el individuo da al comportamiento amenazante y
aumenta a medida que disminuye el sentimiento de libertad. Si el entorno impide al
individuo alcanzar la meta que se fijó, este último modificará su comportamiento.
La reactancia se manifiesta en la medida en que el individuo anticipa una pérdida
de control en una situación dada, y si a fin de recuperar el control no puede prever
el curso de los acontecimientos, le sobreviene un sentimiento de impotencia
que conduce a la “indefensión aprendida” (Seligman, 1975; Garber & Seligman,
1981). En caso de pérdida de control, la reactancia proporciona un modelo muy
predictivo, pero otros estudios, de manera más general, parecen dar cuenta de una
mejor manera de los fenómenos observados empíricamente.
Dos conceptos permiten analizar y predecir de manera más específica las
consecuencias de la exposición del individuo a una situación estresante: el control
y la previsibilidad. De hecho, una situación ambiental es tanto menos estresante
para el individuo en cuanto sea potencialmente controlable, por un lado, y su
aparición sea predecible, por el otro.
22
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
La controlabilidad
Cuanto más el individuo considere que puede controlar su entorno, más eficaces
serán sus comportamientos adaptativos. Las investigaciones muestran de manera
clara que las condiciones ambientales incontrolables o imprevisibles causan
mayores efectos que las condiciones controlables. Tal es el caso para la densidad,
el ruido (Glass & Singer, 1972; Cohen & Weinstein, 1982), la contaminación del
aire (Evans, Jacobs & Frager, 1982), y el calor (Bell & Greene, 1982).
Las limitaciones ambientales pueden interferir en la conducta actual y provocar
un sentimiento de pérdida de control. Además, la percepción de una pérdida de
control puede en sí misma suscitar una frustración que motive al individuo a tratar
de recuperar el control de su entorno. Este fenómeno se ha manifestado en lo que
concierne al comportamiento de los usuarios frente a un teléfono averiado que
no devuelve la moneda introducida. Ante esta situación, los individuos inciden
con frecuencia en una conducta agresiva. Primero, para desencajar la moneda
introducida, golpean el teléfono, luego, delante de la ineficacia de esta conducta
instrumental, golpean de un modo más violento. Claramente se observa el paso
de una agresión instrumental a una agresión hostil (Moser & Lévy-Leboyer, 1985;
Moser, 1988b). El componente hostil de la conducta disminuye en gran medida si
se le proporciona al usuario una posibilidad de controlar la situación en forma de
información sobre la ubicación del teléfono más cercano y el lugar donde puede
recuperar el dinero perdido. Dicho de otra forma, cuando el individuo tiene una
posibilidad de control sobre la situación, su conducta de agresión hostil desaparece.
Varios investigadores analizan los efectos de la densidad desde el punto de
vista de la percepción del control. Los efectos negativos de la densidad pueden
explicarse por la pérdida de control. De hecho, la noción de interacciones no
deseadas propuesta por Baum y Valins se basa en el control. Los efectos negativos
de la densidad se deben a la multiplicación de los contactos sociales que dificultan
el control de las interacciones. La densidad representa una restricción conductual
en cuanto impide ciertas opciones de la conducta, y por tanto reduce la libertad
de acción del individuo. El individuo no puede controlar ni la naturaleza de sus
interacciones, ni la elección de las personas con las que quiere interactuar si no
dispone de suficiente espacio. Además, si el individuo puede controlar de forma
adecuada el grado de intimidad en una interacción dual conservando una cierta
distancia interpersonal, este control no sería posible en el caso en que el espacio
disponible fuera demasiado pequeño: al estar muy cerca de los demás, el individuo
pierde el control de la regulación de la intimidad. La interferencia también puede
verse como una amenaza al control que el individuo puede tener sobre la conducta
en la que se compromete a alcanzar su meta. Así, algunos autores consideran que la
densidad es adversa ya que reduce la libertad del individuo mediante la restricción
de ciertos movimientos (Proshansky, Ittelson & Rivlin, 1970b; Stokols, 1972). Para
otros, es la pérdida de control la que constituye el principal mecanismo para dar
cuenta del estrés causado por la densidad (Sherrod & Cohen, 1979; Schmidt &
Keating, 1979). Además, el ruido se considera particularmente como adverso por
23
Psicología ambiental
los individuos que habitan en zonas residenciales o áreas donde esperan tener un
cierto control sobre sus condiciones ambientales (Stokols, 1976). Por el contrario,
la imposibilidad de ejercer un control aumenta la percepción de la densidad:
los individuos perciben un sitio como un tanto más denso pues atribuyen las
restricciones conductuales a la presencia de otros o a la falta de espacio (Baron &
Rodin, 1978; Schmidt & Keating, 1979).
La exposición crónica a estímulos ambientales incontrolables es susceptible
de generar un sentimiento de impotencia que se describe con el término
“indefensión aprendida”. Este fenómeno puede interpretarse en el marco de la
teoría de la atribución. Si el individuo no puede predecir o tener el control de una
fuente ambiental, puede desarrollar un sentimiento de incapacidad para influir en
el entorno a través de su propia conducta. Los residentes que viven en un entorno
ruidoso a menudo manifiestan tal sentimiento de indefensión. Los individuos que
están expuestos a estímulos incontrolables persisten menos en las tareas cognitivas
que requieren una cierta tolerancia a la frustración (Cohen, 1980). Baum y Paulus
(1987) encontraron más abandonos en los juegos competitivos por parte de los
estudiantes que viven en dormitorios superpoblados, y Cohen et al. (1980, 1981,
1986) observaron que los niños abandonaban más fácilmente una tarea difícil
si asistían a una escuela ruidosa. Abramson, Garber y Seligan (1980) mostraron
que la aparición de un sentimiento de indefensión y su generalización a otras
situaciones dependían de las atribuciones que el individuo hacía a las causas de su
imposibilidad para controlar una situación.
Se puede observar el deslizamiento de una estrategia de control centrada
en el problema a una estrategia centrada en la emoción y la afectividad de los
individuos que se enfrentan a una situación crónicamente adversa e incontrolable.
En el mismo orden de ideas, pueden recurrir a la negación o a otros tipos de
racionalizaciones concernientes a la peligrosidad de las condiciones a las cuales
están expuestos (Campbell, 1983). Por otra parte, se sabe que las manifestaciones
de impotencia (helplessness) aparecen más entre los individuos con tendencia a la
causalidad interna que externa, cuando atribuyen la pérdida de control del entorno
a factores de incapacidad personal más bien estables que inestables, y a factores
más bien generales que específicos.
La previsibilidad
Los factores ambientales perjudiciales tienden a interrumpir un comportamiento
actual o a interferir en su desarrollo. Por ello, los factores perjudiciales cuya
aparición es imprevisible dificultan más la concentración en ciertas tareas. Por
ejemplo, Poulton (1977, 1978) sostiene que es la distracción causada por el
ruido la que es esencialmente responsable de sus efectos sobre el cumplimiento
de ciertas tareas. Del mismo modo, situaciones no familiares o muy ambiguas,
y por consiguiente difíciles de interpretar, pueden ser estresantes. Si el individuo
no puede discernir el significado o la función de un objeto o una situación, el
resultado será algo de confusión y manifestaciones de estrés (Gibson, 1979).
24
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
La previsibilidad también puede analizarse en función del control: los eventos
adversos e imprevisibles son más difíciles de controlar e impiden al individuo
prepararse para hacerles frente. La inadecuación de la preparación como causa de
estrés fue introducida por Mechanic (1962, 1978). La habilidad para manejar las
situaciones difíciles depende en gran medida de la preparación del individuo para
resolver el problema al que se enfrenta. Los estímulos imprevisibles son también
más adversos en la medida en que el individuo no dispone de ninguna información
sobre su duración y frecuencia, mientras que frente a un estímulo previsible puede
interrumpir su actividad, sabiendo cuándo podrá reanudarla posteriormente
(Seligman, 1975). La interrupción de la conducta en curso constituye un estrés en sí
mismo. En efecto, en la medida en que los individuos prevean sus actividades antes
de ejecutarlas, la interrupción de actividades previstas y planificadas puede tener
efectos de desorganización cognitiva y sobreactivación emocional, especialmente
cuando el individuo intenta perseverar en su actividad.
En general, el modelo de estrés ambiental se centra principalmente en la
intervención de mecanismos cognitivos a través del concepto de control. La
posibilidad de anticipar la aparición de una estimulación, es decir, la naturaleza
previsible o imprevisible de un estímulo, parecería ser un caso particular que
implicaría una modificación del nivel de control.
2.2 Enfoques interactivos y transaccionales
Enfoques en términos de estrés
Los enfoques desde una óptica interactiva o transaccional enfatizan el equilibrio
dinámico que se establece entre las exigencias ambientales y la capacidad del
organismo para enfrentar estas demandas. La relación individuo-entorno se
considera como un sistema que tiende hacia la congruencia o el ajuste entre el
individuo y su entorno. Hay estrés cuando este equilibrio dinámico se rompe, es
decir que de una incongruencia entre el individuo y el entorno resultaría el estrés
(Michelson, 1970; Stokols, 1979; Caplan, 1983). Estos enfoques se centran en la
interpretación del individuo de las situaciones ambientales y la estimación que
hace de sus propias capacidades para hacerles frente.
Los modelos interactivos y sistémicos constituyen una tentativa de explicación
general de la relación individuo-entorno con especial énfasis en los aspectos
cognitivos. En la medida en que explícitamente tienen en cuenta la percepción y la
evaluación de las condiciones ambientales del individuo, la reacción del individuo
es modulada por factores individuales. De hecho, desde que se hace referencia a
la relación entre el individuo y su entorno, la modulación cognitiva de los efectos
de las condiciones ambientales desempeña un papel importante. Para intentar
comprender y predecir las reacciones del individuo a las diferentes condiciones
ambientales, es necesario tener en cuenta el conjunto de factores psicológicos
mediadores que influyen en estas reacciones. Es en el marco de una concepción
25
Psicología ambiental
transaccional de la reacción del individuo, expuesto a estímulos ambientales en
un medio urbano, que la influencia de los factores mediadores se puede analizar
más útilmente. Tal análisis permite proponer una definición ampliada del estrés
teniendo en cuenta las particularidades de las reacciones inmediatas y diferidas
del individuo en variadas condiciones urbanas, particularmente en referencia a los
diferentes aspectos del control, permitiendo poner en evidencia los mecanismos
que intervienen en el individuo ante una situación estresante.
El enfoque interactivo considera que el estrés es un proceso relacional y no
puede reducirse a su componente ambiental o a su componente individual. El
estrés es el resultado de una relación dinámica entre el individuo y las exigencias
del entorno, los recursos individuales y sociales para enfrentar dichas demandas
y la percepción del individuo de esta relación. Es un proceso por el cual los
acontecimientos que amenazan el bienestar de un organismo causan parte de
sus respuestas variadas, entre otras conductas de ajuste frente a esta amenaza. La
reacción que provocan es una respuesta característica de los cambios fisiológicos,
por los cambios emocionales, y de las conductas dirigidas a la reducción del estrés.
Estos procesos implican el conjunto de la situación, incluyendo la amenaza, la
percepción de la amenaza, el proceso de ajuste (afrontamiento) y adaptación
resultante (Fisher, Bell & Baum, 1984). Este marco teórico llevó a definir el estrés
de la siguiente manera: el estrés es el resultado de la aprehensión individual de
la situación y la reacción frente a ese entorno que le es dado (Baum, Singer &
Baum, 1982). Las condiciones físicas del entorno influyen tanto en el estrés
experimentado por el sujeto como en la forma de enfrentarlo. Algunos entornos
son más susceptibles de movilizar los recursos adaptativos del individuo, por lo
que es necesario analizar las condiciones que favorecen o inhiben la aplicación de
estos recursos en el individuo (Kaplan, 1983).
Lazarus (1966), Lazarus y Launier (1978) y McGrath (1974), por su parte,
definen el estrés como un proceso que aparece cuando las exigencias ambientales
sobrepasan la capacidad de respuesta del organismo. La perspectiva relacional
implica que, para que haya estrés, el individuo debe evaluar las exigencias
ambientales, es decir, comprobar que los estímulos ambientales exceden su
capacidad de enfrentarlos. Se trata, por tanto, de un desequilibrio entre las
condiciones ambientales y los proyectos del individuo, unido a la incapacidad
del individuo para enfrentar dichos desequilibrios (French, Rodgers & Cobb, 1974;
Lazarus & Cohen, 1977; Stokols, 1979; Baum, Singer & Baum, 1982; Kaplan, 1982;
Evans et al., 1982).
Lazarus (1966) distingue tres procesos de aprehensión de una situación
potencialmente estresante: interpretación y codificación del factor estresante,
posibles respuestas a la percepción de la demanda y evaluación de las consecuencias
de la respuesta del individuo.
La evaluación primaria caracteriza la apreciación de los factores de estrés.
Estos factores se evalúan con relación a su amenaza potencial y nocividad, al daño
26
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
ya causado o a la amenaza a la que el sujeto puede enfrentarse. Así, la evaluación
primaria depende de variables situacionales e individuales. Los factores individuales
incluyen creencias en la autoeficacia o el control posible y la centralidad de las
necesidades o metas amenazadas por el factor estresante. Las variables situacionales
se refieren a la inminencia de la nocividad, la amplitud del factor estresante, su
ambigüedad, su duración y su eventual controlabilidad.
Si el individuo hace una evaluación del factor estresante, su nocividad y la
amenaza que representa, los procesos de evaluación secundarios entran en juego:
el sujeto evalúa entonces sus propios recursos para hacerle frente a la situación así
como las consecuencias de la aplicación de estos recursos. Los diferentes procesos
que se emplean en esta evaluación son o bien centrados en la resolución del
problema, o del orden emocional. Las estrategias centradas en el problema implican
modificaciones de la situación con el fin de reducir el impacto del estímulo adverso,
mientras que las estrategias emocionales tienen un impacto sobre las respuestas
individuales a la situación adversa. Cada uno de estos estilos de enfrentarse puede
tomar diferentes formas, tales como la búsqueda de información, la acción o las
actividades paliativas (Lazarus, 1966; Lazarus y Launier, 1978).
Este análisis tiene tres consecuencias: (1) la percepción por el individuo de
las exigencias del ambiente y de sus propios recursos para hacerles frente es la
variable crítica para determinar la naturaleza de la respuesta, (2) las situaciones de
estrés no son uniformemente nocivas (o adversas) y (3) los factores de estrés tienen
un impacto mucho más diferenciado sobre el individuo.
Welford (1973) relaciona la demanda o las condiciones ambientales con la
manera en la que el sujeto va a lidiar con la situación. De acuerdo con este autor,
una curva en U invertida conecta la eficacia de la respuesta del sujeto con la
demanda, a su vez determinada por el nivel de estimulación en una escala que va
desde lo tolerable hasta lo intolerable para el individuo. Es solo con un nivel óptimo
de estimulación que el sujeto es capaz de proporcionar la máxima eficiencia.
Ante una alta demanda, el individuo percibe que no está en capacidad de hacerle
frente. El aumento de la demanda ambiental produce pues un desequilibrio entre
la demanda y la capacidad del individuo de hacerle frente. Es la relación entre
el nivel de estimulación y la capacidad del individuo de hacerle frente lo que
determina la aparición o no de un fenómeno de estrés.
McGrath (1974) ha analizado la manera en la que el entorno le impone al
individuo un cierto número de exigencias o demandas que se vuelven estresantes
solo si no tiene las capacidades para hacerles frente. Implícitamente, este
modelo sugiere que el individuo percibe sus propias capacidades y es capaz de
evaluarlas, ya sea antes o durante la exposición a la situación nociva. McGrath
distingue cuatro etapas: (1) la demanda impuesta por el entorno, (2) la percepción
y la evaluación por el organismo del estímulo, evaluación que implica exigencias
subjetivas, (3) la respuesta fisiológica o psicológica del organismo a esta demanda,
(4) la consecuencia o el resultado de la respuesta del individuo. El individuo puede
27
Psicología ambiental
influir en el desarrollo de cada una de las etapas. El estrés se considera como la
relación entre el organismo y el entorno en cada uno de estos estadios durante todo
el proceso.
Los enfoques transaccionales consideran el estrés como una transacción
particular entre el individuo y su entorno, en el sentido de que es el resultado de
una interacción entre las variaciones situacionales y la vulnerabilidad individual
(Magnuson, 1982).
Según Cox (1978), hay estrés cuando hay desequilibrio entre la percepción de
las exigencias y la percepción de la capacidad de hacerles frente. No se consigue
el estado de equilibrio o desequilibrio entre las exigencias y las capacidades
objetivas, sino entre la percepción de estos dos elementos. Lo que importa aquí es
la evaluación cognitiva de la situación potencialmente estresante y la estimación
que el individuo puede tener de sus posibilidades para enfrentarla. El estado de
desequilibrio se acompaña de una experiencia subjetiva de estrés. La respuesta
consiste en la manera de lidiar con este.
El estrés puede definirse en términos de control personal (Fisher, 1986):
corresponde a una situación donde las condiciones desagradables internas y
externas no pueden modificarse por el individuo. Este es particularmente el caso
si la demanda supera sus capacidades. Así, el costo de la conducta de control
representa un factor de estrés adicional. Si el desequilibrio es leve, un individuo
puede tomar la decisión de hacer un esfuerzo para restablecer el equilibrio en la
medida en que considera la reversibilidad de la situación como posible. Si por
el contrario el individuo se enfrenta a un estado de desequilibrio importante, la
corrección o la recuperación de un estado equilibrado sería demasiado costosa.
Además, el costo de la acción o de la conducta del individuo debe sopesarse
contra el costo de la inacción. En cualquier caso, las personas que se sienten muy
amenazadas subestiman sus posibilidades de control y, por tanto, tienden a no
comprometerse en conductas de control. También la percepción que tienen de
su competencia para enfrentarse es un factor importante que puede explicar las
diferencias interindividuales en la reacción potencial ante una situación dada.
Si se considera el control como un factor determinante del nivel de estrés,
se obtiene una serie de proposiciones: (1) el individuo debe ser consciente de los
beneficios que puede traer un control instrumental, y por consiguiente encontrarse
ante la elección de comprometerse o no en tal tentativa de control, (2) los beneficios
que aporta el control deben ser mayores que los derivados de la sola posibilidad
de predecir la aparición de la estimulación en cuestión, (3) la percepción del
control debe tener los mismos efectos, sin ser más importantes que los que tiene el
control objetivo. En otras palabras, si una persona tiene el control sin saberlo, los
efectos serán los mismos que si no tuviera el control, y (4) los individuos deben ser
capaces de apreciar su posibilidad de control; de lo contrario, los beneficios serán
equivalentes a aquellos debidos a la intervención del azar (Fisher, 1986).
28
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
Tener en cuenta la percepción del control sobre las condiciones ambientales
indeseables o inadecuadas permite definir el estrés como una modificación del
equilibrio homeostático que resulta de la percepción de una pérdida de control
temporal o permanente. Esta definición se aplica tanto a las consecuencias de la
exposición a condiciones ambientales perjudiciales como a las circunstancias en
las que el individuo advierte su incapacidad para hacerles frente.
Los modelos que recurren a la congruencia son modelos psicológicos basados
en la noción de homeostasis, o tendencia natural del organismo a restablecer el
equilibrio. El estrés es considerado como la respuesta a las condiciones ambientales
que ejerce presión al desequilibrio del sistema. Zimring (1982) aplica el concepto
de incongruencia como una fuente de estrés para los marcos arquitectónicos mal
planificados o mal diseñados. Tales conjuntos arquitectónicos serían generadores
de estrés en la medida en que interfieren con los proyectos o metas personales de
los individuos, o limitan las estrategias de adaptación disponibles para reducir la
incongruencia, especialmente impidiendo una organización adecuada entre los
espacios privados y públicos.
Interacción con el entorno y el estrés
El estrés puede considerarse como la resultante de una interacción con el entorno en
el caso de la exposición del individuo a una estimulación perturbadora. La definición
de estrés es muy restrictiva si solo se toma en consideración la imposibilidad de hacerle
frente. De hecho es necesario incluir dos casos: (1) el caso donde las estrategias de
adaptación son eficaces a corto plazo, pero requieren un esfuerzo de adaptación
más o menos costoso a largo plazo (indefensión aprendida, deterioro de la salud del
individuo), y (2) el caso donde no puede haber un esfuerzo de adaptación debido a la
aplicación de reacciones automáticas, cuyos costos para el individuo se desconocen
a priori. Mientras que algunas personas necesitan controlar la situación y otros no, el
estrés no puede reducirse a la imposibilidad de enfrentarse a una situación estresante.
La siguiente definición resume los diferentes puntos: el estrés es el conjunto de
los procesos implementados a través de la excitación neurovegetativa producida
por una estimulación ambiental, ya sea en la forma de reacciones mediadas por
procesos cognitivos, independientemente de su eficacia, o en la forma de reacciones
automáticas desorganizadas, cuando un estímulo muy intenso impide cualquier
elaboración cognitiva. Por tanto, todo estímulo ambiental lo bastante intenso como
para que se implementen en el individuo los procesos de regulación constituye un
estrés. Esta concepción permite proponer un modelo de los efectos de las condiciones
adversas que dan cuenta del conjunto de los mecanismos conductuales que se
pueden observar. Para explicar la variedad de efectos conductuales es necesario
distinguir entre los estímulos ambientales (1) aquellos que producen una excitación
fisiológica alta y de ese modo provocan una respuesta automática, y (2) aquellos
que son objeto de una elaboración cognitiva con miras a enfrentar la situación. El
control supone la intervención de mecanismos cognitivos, y solo es posible si la
excitación no es demasiado alta. El control constituye así una regulación cognitiva
de la excitación neurovegetativa.
29
Psicología ambiental
Los individuos pueden confrontarse a niveles de estimulación muy diferentes
que, según su intensidad, provocan o no la intervención de procesos cognitivos
de elaboración. La Figura 1 da una idea de la complejidad de los hechos que
relacionan la probabilidad de intervención de los procesos cognitivos y la intensidad
del estímulo ambiental.
Los estímulos ambientales producen una activación neurovegetativa.
Dependiendo de la intensidad de esta excitación, pueden presentarse dos casos:
(1) una reacción automática a las condiciones ambientales, o (2) la intervención de
procesos cognitivos de elaboración y adaptación a la situación.
1. Si la activación producida por el estímulo es demasiado pequeña como
para ser percibida por el individuo, entonces una elaboración cognitiva
de la situación es inútil. Por el contrario, si la activación es demasiado
alta, impide la intervención de actividades cognitivas. En el caso de una
excitación débil o insignificante, se evidencian reacciones automáticas
adaptativas. Estas son reacciones psicomotrices de las cuales el individuo,
la mayor parte del tiempo, no es consciente. Por tanto, se puede observar
una disminución de la atención, una reducción del contacto visual y de la
distancia interpersonal, así como una activación psicomotora, que puede
ejemplificarse con el hecho de que los habitantes de las grandes ciudades
caminen más rápido que los habitantes de las pequeñas y estén menos
atentos a su entorno inmediato.
En el caso de una activación neurovegetativa muy intensa, se evidencian
reacciones automáticas desorganizadas. Son comportamientos cuya
relación causa-efecto escapa al individuo: las manifestaciones de ira
o agresividad, las expresiones de emociones fuertes en relación con
una situación determinada, etcétera. Se trata entonces de expresiones
emocionales y comportamientos-tipos que han sido objeto de aprendizajes
previos y se actualizan mediante un proceso de generalización sin
discriminación, por lo que son inadecuados para la situación.
2. Si la activación producida por el estímulo es mediana, permite la
intervención de operaciones cognitivas automáticas bajo las formas
de percepción, identificación y evaluación de la situación adversa.
Dicha evaluación se realiza de acuerdo con una norma, que representa
una sensibilidad individual, social y culturalmente construida y que
difiere según la situación. A este nivel, eventuales mecanismos de
atribución contribuyen a la evaluación de la situación. El conjunto de
estas operaciones conduce a la percepción de un nivel subjetivo de
estimulación. El individuo considera entonces el nivel de estimulación al
que está expuesto en la situación como de intensidad baja, insignificante,
media o alta. Esta evaluación va a determinar a su vez la intervención de
los procesos cognitivos de la siguiente manera:
30
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
Figura 4: Mecanismos que intervienen frente a un estímulo ambiental
Mecanismos que intervienen frente
a un estímulo ambiental adverso
Condición adversa
aguda
ACTIVACIÓN NEUROVEGETATIVA
ACTIVACIÓN
EXCITACIÓN
Alta
ACTIVACIÓN
EXCITACIÓN
Moderna
ACTIVACIÓN
EXCITACIÓN
Baja o ausente
Movilización de operaciones cognitivas automáticas
EVALUACIÓN DE LA SITUACIÓN ADVERSA
Con referencia al umbral de tolerancia
Individual y situacional
y al contexto social
Nivel subjetivo de estimulación
Extremo
Medio y
Tolerable
Bajo
Movilización de operaciones cognitivas controladas
EVALUACIÓN
de las posibilidades de hacer frente
Comportamiento
Ineficaz
Eficaz
REACCIONES
AUTOMÁTICAS
DESORGANIZADAS
REACCIONES
DESORGANIZADAS
ESTRATEGIAS
DE ADAPTACIÓN
ACTIVAS Y PASIVAS
REACCIONES
AUTOMÁTICAS
ADAPTATIVAS
Situación de estrés
31
Psicología ambiental
• Un nivel de estimulación demasiado bajo no interviene en el individuo, y
los intentos para hacer frente a la situación no son necesarios. Sin embargo,
adaptaciones automáticas similares a las descritas más arriba pueden entonces
intervenir. Así, por ejemplo, las condiciones ambientales pueden causar una
restricción en el campo de la atención sin que el individuo necesariamente sea
consciente. Probablemente, esto corresponda a comportamientos automáticos
de protección por automarginación.
• Un nivel de estimulación considerado como extremo provoca en el individuo
una reducción de la capacidad de enfrentarse y le impide comprometerse en
un intento por controlar la situación, debido a la excitación adicional que para
él representa el hecho de confrontarse a una fuerte estimulación altamente
nociva. Esta activación adicional provoca entonces reacciones automáticas
desorganizadas.
Expuesto a tensiones ambientales excesivas, el individuo desarrolla un
sentimiento de pérdida de control que provoca un comportamiento de reactancia
para recuperar el control. Si este esfuerzo no tiene éxito, es probable que
represente una excitación neurovegetativa suplementaria que, por tanto, cause ya
sea reacciones comportamentales desorganizadas o un sentimiento de impotencia.
Así, más allá del umbral en el que se presencia una elaboración cognitiva de la
situación, el comportamiento cambia de naturaleza y se convierte en una reacción
emocional y automática. Probablemente este umbral varíe de acuerdo con los
comportamientos, los individuos, así como con los mecanismos implementados,
pero es también y sobre todo dependiente de la situación ambiente global. En otras
palabras, puede esperarse que las reacciones a un estímulo particular no sean de la
misma naturaleza según el contexto de su aparición.
Las operaciones que hemos descrito como intervinientes en el caso de una
excitación neurovegetativa moderada corresponden a lo que Lazarus (1966) llama
“la evaluación primaria”. Sin embargo, contrario a las concepciones de Lazarus,
encontramos que la evaluación primaria solo interviene cuando el estímulo adverso
se sitúa dentro de ciertos umbrales, que difieren dependiendo de las condiciones
generales sobre las cuales se implantan los estímulos agudos.
Por consiguiente, solo es durante una excitación neurovegetativa relativamente
moderada y un nivel subjetivo de estimulación apreciado, los cuales se encuentran
dentro de los límites tolerables, que el individuo puede movilizar actividades
cognitivas que le permitan evaluar las posibilidades de hacerle frente a la situación.
Por tanto, puede involucrarse en comportamientos que constituyen estrategias de
adaptación a la situación estresante. Los comportamientos son necesariamente más
complejos que las reacciones automáticas. Representan tanto las estrategias activas
(acciones dirigidas a la fuente de la incomodidad, comportamientos de protección
o incluso agresión instrumental) como las estrategias pasivas que se traducen por
ejemplo en una negativa a interactuar con los demás, un repliegue sobre sí y una
salvaguardia de la intimidad.
32
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
Si los intentos de comportamiento adaptativo se demuestran ineficaces,
las reacciones comportamentales tienden a volverse desorganizadas, es decir,
inadaptadas a la situación, y no permiten hacerle frente. En efecto, el estrés resultante
de un esfuerzo de adaptación ineficaz aumenta la excitación neurovegetativa, lo
que a su vez provoca comportamientos automáticos desorganizados. Del mismo
modo, la reactancia le sigue a un esfuerzo de control ineficaz y genera la confusión
y un sentimiento de indefensión aprendida en el caso de una imposibilidad del
individuo de hacer frente a las condiciones ambientales.
2.3 El control como concepto explicativo de las relaciones
con el entorno
El concepto de control se puede definir como la percepción de contingencias entre
la conducta y su resultado. Si el individuo considera que su conducta le permite
lograr la meta trazada, entonces percibe la situación como controlable. Así una
situación amenazadora es controlable si puede evitarse a través de una respuesta
instrumental apropiada, mientras que el individuo no podrá huir ni evitar una
situación que considere incontrolable.
Todo ser humano se enfrenta con la necesidad de ser eficaz y, por tanto, con
la necesidad de controlar su entorno (White, 1959; Averill, 1973). El hecho de
no poder controlar su entorno tiene consecuencias negativas tales como déficits
cognitivos y pérdida de motivación por parte de los sujetos que se comportan de
una manera instrumental (Seligman, 1975). La posibilidad real de poder controlar
una situación estresante o el sentimiento de ser capaz de hacerlo, reduce los efectos
negativos.
La percepción del control juega de este modo un papel fundamental en los
comportamientos frente a un estímulo estresante. En efecto, las variables intermedias
más utilizadas como mediadores cognitivos entre las condiciones del entorno y sus
efectos son el control y la percepción del control (Glass & Singer, 1972; Averill,
1973). La noción de control se ha utilizado como mecanismo principal para dar
cuenta de los efectos adversos de las condiciones ambientales. Las investigaciones
sobre el ruido y la densidad han demostrado que, cuando estos factores de estrés
son imprevisibles, producen más efectos negativos en el individuo. Además, la
existencia de un control efectivo o percibido sobre las condiciones ambientales
reduce significativamente su impacto adverso (Glass & Singer, 1972; Cohen, 1980;
Cohen et al., 1986). Finalmente, la “indefensión aprendida” se debe a la exposición
crónica a estímulos ambientales incontrolables.
De manera general, cuanto más la persona considere que puede controlar
su entorno, más eficaces serán sus conductas adaptativas. Frente a una fuente de
estrés, el control puede centrarse principalmente en dos aspectos:
33
Psicología ambiental
1. Puede ejercerse sobre la fuente misma a través de acciones ya sea contra
la fuente o contra la (o las) persona(s) responsable(s) de la emisión del
estímulo (cerrar la ventana para no oír el ruido o decirle amablemente a la
persona que ocasiona el ruido que pare).
2. El control también puede consistir en reducir los efectos de la condición
adversa mediante la regulación de su propia conducta a la situación, o a
través de la ilusión de poder hacer frente a esta condición, por lo que el
control puede ejercerse sobre los comportamientos posibles o sobre las
condiciones en las que el individuo se involucra en un comportamiento.
En cualquier caso, es la percepción por el individuo del control que puede
ejercer lo que determina su respuesta a las condiciones ambientales.
El control sobre el entorno se expresa de varias maneras. Averill propone
tres tipos de controles: (1) el control directo, por el cual el comportamiento del
individuo es susceptible de cambiar las condiciones del entorno (parar un ruido
molesto); (2) el control cognitivo por apreciación de una situación y evaluación
del estrés (decidir que caminar bajo la lluvia no es peligroso); y (3) el control de la
decisión cuando hay una elección entre diferentes opciones posibles (por ejemplo,
la elección de una vivienda).
Perrez y Reicherts (1988) analizan la predictibilidad de ciertos tipos de
comportamiento teniendo en cuenta la influencia de los parámetros situacionales,
tal como los percibe el individuo. Los supuestos básicos son que la percepción
de la controlabilidad y la modificabilidad, así como la valencia de la situación
estresante, son condiciones antecedentes del comportamiento de “hacer frente”.
La controlabilidad se define como la probabilidad subjetiva de que la situación
sea modificada por la mejor respuesta posible del individuo, mientras que la
modificabilidad se define como la probabilidad subjetiva de que una situación
vaya a cambiar por su propia dinámica. Tres hipótesis describen las relaciones
entre dichos parámetros:
1. Cuanto más una situación se perciba como controlable con respecto a su
capacidad de cambiar independientemente de la influencia de la persona,
y más elevada sea su valencia, más el individuo tenderá a tratar de influir
activamente y, por tanto, a mostrar un comportamiento para hacerle frente.
2. Si la controlabilidad de una situación es tan importante como su
modificabilidad, y si la probabilidad de un resultado positivo es baja, la
tendencia más fuerte del individuo será permanecer pasivo (vacilación o
resignación).
3. Cuanto más baja es la posibilidad de un resultado positivo para el individuo,
más importante será la tendencia a evitar o huir. Cuanto más negativa es la
valencia de la situación para una controlabilidad baja o media, mayor será la
probabilidad de que el individuo se desvincule de la situación en cuestión.
34
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
Este modelo es incompleto en la medida en que no se considera una
alternativa al comportamiento destinado a hacer frente a la situación, excepto
por la huida o la pasividad, cuando otros comportamientos son posibles en una
situación que se muestra incontrolable y para la cual la modificabilidad es baja:
la persistencia en un comportamiento inadaptado a la situación, y por tanto sin
perspectiva. Es particularmente lo que hemos podido constatar frente a un teléfono
averiado que no responde a las solicitudes del sujeto (Moser, 1984b; Moser & Lévy-
Leboyer, 1985). Frente a una situación del entorno que interfiere con las intenciones
comportamentales del individuo, tres tipos de controles pueden implementarse: el
control comportamental, el control cognitivo y el control decisional:
• Si el comportamiento del individuo es susceptible de cambiar las condiciones
del entorno (parar un ruido molesto), se trata de un control instrumental.
• El control cognitivo consiste en apreciar la situación y reconsiderar su
propio comportamiento frente a dicha situación. Por ejemplo, considerar
que caminar bajo la lluvia no es peligroso.
• El control decisional consiste en elegir entre diferentes opciones posibles
(por ejemplo, la elección de una vivienda).
Las condiciones de compromiso en un comportamiento de control son la
controlabilidad, que es la probabilidad de que la situación sea modificada por
la mejor reacción posible del individuo (cognitiva, instrumental o decisional), la
modificabilidad, es decir, la percepción de la probabilidad de que una situación
vaya a cambiar por su propia dinámica, y la valencia de la situación, que es la
importancia que le da el individuo a la situación en cuestión. Se puede esquematizar
la interrelación de estos tres aspectos de la siguiente manera:
1) en caso de una alta valencia de la situación:
- controlabilidad > modificabilidad espontánea ⇒ comportamiento de
control
- controlabilidad = o < modificabilidad ⇒ No hay comportamiento de control
(2) en caso de una baja valencia de la situación:
- controlabilidad > = o < modificabilidad ⇒ No hay comportamiento de
control
Los análisis en términos de control se revelan muy operacionales para explicar
toda una serie de comportamientos y, por tanto, representan un instrumento
privilegiado de análisis.
La manera en la que los individuos se adaptan a la exposición crónica de las
condiciones ambientales depende de cómo se perciben sus efectos potenciales.
Si el individuo percibe los efectos y sus costos como modificables, tenderá más a
buscar estrategias instrumentales para hacerles frente (Evans, Jacobs & Frager, 1982;
Campbell, 1983). El control también tiene una influencia sobre la percepción de la
gravedad de una estimulación y sobre el valor predictivo de las medidas objetivas
y subjetivas empleadas para hacer frente. Singer (1988) señala que los efectos
35
Psicología ambiental
resultantes de la exposición al ruido, tales como la concentración, la motivación y
la resistencia a la frustración, son modulados por la percepción del control sobre
la fuente. Esta elaboración cognitiva se produce particularmente en la toma de
decisiones: el control afecta entonces a la incertidumbre. Los individuos evitan la
adopción de comportamientos riesgosos si se enfrentan a una situación susceptible
de proporcionarles una ganancia y, por el contrario, buscan el riesgo allí donde la
probabilidad de perder es alta. Evans (1978) observa que los niños expuestos de
manera crónica al ruido tienden a no tratar de controlar la situación y confían en
las decisiones de los demás. Por tanto, parece evidente que mientras el individuo
se sienta capaz de controlar la situación, el impacto del estímulo ambiental será
menos fuerte.
Comparticiones de control y territorios
Si el concepto de control se ha estudiado principalmente desde el punto de vista de
la exposición a tensiones o restricciones ambientales, no hay que olvidarse de que
el control es de suma importancia en el conjunto de las relaciones del individuo
con el entorno.
La referencia a los niveles con los cuales la psicología ambiental suele
trabajar permite evidenciar las condiciones en las que el individuo puede ejercer el
control basado en la compartición de este. De hecho, las posibilidades de control
se diferencian de acuerdo a la compartición social de la influencia en los territorios
en cuestión (véase la Figura 5).
Figura 5: Niveles de análisis y tipo de control
Microentornos
Espacios privados y semiprivados
individuo(s) / familia
Control extenso
(no compartido)
Entornos de proximidad
Espacios públicos cercanos
comunidad de vecinos
Control compartido
basado en el consenso
Entornos públicos
Espacios públicos
agregados de individuos
Control delegado
órganos de control
Entorno global
Planeta Tierra
población mundial
Ausencia de control
individual
control institucional
36
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
En el hábitat el control es extenso; este solo se comparte con los miembros de
la familia o con las personas que viven bajo el mismo techo. Al nivel de los entornos
de proximidad tales como el vecindario y el barrio, el control y la autoridad se
comparten con las personas que frecuentan regularmente el mismo espacio. El
control se basa entonces en un consenso de valores y exigencias con respecto al
entorno en cuestión. La imposibilidad de referirse a un consenso sobre la materia
provoca en el individuo un repliegue y lo hace o no sentirse más afectado.
La heterogeneidad en la utilización de los espacios públicos y el sentimiento
de no pertenencia que la acompaña requiere del recurso de una delegación del
control en forma de vigilantes o policía municipal. Necesariamente, el control se
delega en ese caso a esta entidad. Es desde luego en el nivel global, donde se le
solicita al individuo actuar a favor del entorno, que la ausencia de control en el
sentido de la percepción de contingencias entre el comportamiento y su resultado
es un gran obstáculo.
2.4 Enfoques sistémicos
Para Graumann, las relaciones del individuo con su entorno funcionan como un
sistema. El entorno contiene en sí mismo los valores sociales y culturales de los
que viven en él; es el portador de significado, identidad, que permite situar al
individuo social, cultural y económicamente. Desde entonces, para entender la
relación individuo-entorno es importante saber en cuál(es) sistema(s) ideológico(s)
se sitúa el individuo que percibe y actúa. El recurso de las representaciones sociales
se muestra así muy útil en el análisis de las relaciones individuo-entorno.
El interés por los enfoques ecológicos tiene su origen en los escritos de Kurt
Lewin, quien señaló el hecho de que, para comprender el comportamiento de los
individuos, primero hay que centrarse en las oportunidades y limitaciones generadas
por el entorno en el que es probable que ocurran los comportamientos en cuestión. El
comportamiento sería el resultado de dos fuerzas activas: una interna —la persona en
sí— y una externa —el entorno, que tiene un efecto en el comportamiento a través de
las percepciones de las que es objeto (Lewin, 1936, en Stokols & Jakobi, 1984) —. Este
enfoque de la relación entorno-comportamiento, en términos de interdependencia
entre los elementos vivos y no vivos, constituye la base de la psicología ecológica, que
“es el estudio de las relaciones de interdependencia entre las acciones instrumentales
de los individuos y los escenarios donde dichos comportamientos y acciones se
llevan a cabo” (Wicker, 1979). Son básicamente tres autores, cuyos desarrollos se
designaron con el término “psicología ecológica”, los que han influido fuertemente
en la psicología ambiental: Barker, Gibson y Bronfenbrenner.
Contribución de las representaciones sociales
Cualquiera que sea el fenómeno estudiado, la contribución de las representaciones
sociales a la psicología ambiental es fundamental. El entorno proporciona
37
Psicología ambiental
principalmente el sentido y la identidad, situando al individuo social, económica y
culturalmente (Moser & Uzzell, 2003). Los lugares tienen un pasado que contribuye a
su interpretación actual y un futuro que es susceptible de guiarnos en nuestras acciones
a través de nuestras representaciones anticipatorias. Una psicología ambiental del
fenómeno urbano no puede prescindir de las representaciones sociales. El entorno es
tanto un lugar de vida como un objeto de representaciones sociales.
Los comportamientos y prácticas dirigidos al entorno se inscriben en un
conjunto de sistemas cognitivos complejos que constituye la trama de fondo del
pensamiento social. El pensamiento social se refiere, por un lado, al conjunto de
saberes comunes que se transmiten a través de las relaciones sociales y, por el otro,
a los procesos sociocognitivos que subyacen a la construcción de estos saberes.
Ideologías, representaciones sociales, actitudes y opiniones se transmiten dentro
de una realidad social que permite su desarrollo y evolución. Así, el pensamiento
social es un sistema complejo que permite no solo comprender el mundo, sino
también controlarlo e intervenirlo.
Las ideologías son elementos de conocimiento compartido, que justifican las
posiciones adoptadas con el fin de hacer posibles y compatibles los conjuntos de
creencias, actitudes y representaciones en el seno de una sociedad dada (Rouquette,
1998). Las representaciones sociales, a su vez, son modalidades de conocimiento
(elementos informativos, cognitivos, normativos, creencias, opiniones) soportadas
por la sociedad y compartidas por un grupo social. Se trata de una construcción
social de la realidad que tiene por objeto aportar significado (Abric, 2001) y
corresponde a la manera en la que un grupo se presenta mentalmente en un objeto
dado. Diversas funciones se atribuyen a las representaciones sociales, incluyendo
la gestión de las relaciones sociales (Moscovici, 1961), la interpretación y el control
del entorno (Jodelet, 1997) y la justificación de las posiciones y los comportamientos
(Abric, 2001; Doise 1997). En el marco del pensamiento social, las representaciones
sociales coordinan las actitudes que expresan una posición específica en el individuo
a través de su valoración positiva o negativa de un objeto determinado (Doise, 1997).
La consistencia entre la actitud y el comportamiento depende de la representación del
objeto estudiado. Estos elementos de pensamiento social se refieren sistemáticamente
a la relación entre el conocimiento y los comportamientos. En este marco, Rouquette
(1998) sugiere una cadena jerárquica, colocando en la cima a las ideologías y en la
base, a los comportamientos. Las ideologías son la instancia de las representaciones
sociales, que aparecen como la instancia de las actitudes y opiniones, las mismas que
son la instancia del comportamiento. Esta arquitectura es el vínculo entre un modo
colectivo de pensamiento y el pensamiento individual: cuanto más nos acercamos al
final de la cadena, más se destaca la variabilidad entre las personas y más elementos
se vuelven lábiles.
Sin embargo, algunos estudios muestran que no siempre son estos elementos
cognitivos los que guían los comportamientos. En el marco de las representaciones
sociales, varios autores (Abric, 2001; Flament, 1987; Guimelli, 1998) demostraron
que prácticas y representaciones sociales se influyen mutuamente. La naturaleza
38
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
de su vínculo se determina a partir de las características de la situación, es decir,
según el grado de autonomía del actor y la carga afectiva de la situación. Las
representaciones sociales determinan los comportamientos cuando la carga
afectiva es alta o cuando el individuo dispone de una cierta autonomía (Abric,
2001). En el caso contrario, cuando el individuo se encuentra en una situación de
alta restricción material o social, prácticas y representaciones entran en interacción.
Si aparecen nuevas prácticas contradictorias con el sistema de valores de los
individuos y con sus representaciones, los individuos se verán en la necesidad de
juzgar la reversibilidad de la situación para adaptar sus comportamientos. En este
caso, son las prácticas las que determinarán las representaciones (Flament, 2001).
El modelo ecológico
El modelo ecológico se aplicó en primer lugar al comportamiento espacial
(Patterson, 1976). Los individuos regulan su intimidad interpersonal gracias a
una serie de comportamientos proxémicos; son capaces de tolerar distancias
interpersonales débiles desde que estas no se acompañen de contactos visuales.
Estos comportamientos compensatorios son los que permiten al individuo mantener
una cierta intimidad. De manera general, son las necesidades de privacidad de
los individuos las que contribuyen a regular sus comportamientos proxémicos. El
hacinamiento puede, desde esta óptica, definirse como la no satisfacción de una
necesidad de privacidad: el nivel real de privacidad es inferior al deseado. En este
contexto, los comportamientos proxémicos, como cualquier otro comportamiento
espacial, pueden considerarse como modos de control de las fronteras que ayudan
al individuo a mantener o modificar el nivel deseado de privacidad. Si los grados de
privacidad real y deseada son compatibles, el individuo estará satisfecho; en el caso
contrario se dará lugar a las tensiones y a una tendencia a reequilibrar el sistema
(Altman, 1975). La disponibilidad de recursos adaptativos tales como se contemplan
en el modelo ecológico es probable que limite nuestras opciones y restrinja nuestra
capacidad de ejercer un control y, por tanto, de representar un estrés.
Los escenarios de conducta
El modelo ecológico de Barker (1968) considera los comportamientos de los
individuos y su entorno inmediato en términos de interdependencias y no como
elementos independientes. Para describir esta relación sistémica, propone el
término behavior setting, que podría traducirse como “escenario conductual”. Se
trata de una unidad básica de análisis ambiental y comportamental; es el conjunto
de comportamientos asociados con un entorno físico determinado. El escenario
conductual se define entonces como un conjunto de interacciones en y con un
lugar, un esquema comportamental vinculado a un lugar determinado y que
aparece a intervalos regulares (Bechtel, Marans & Michelson, 1987). Dentro de
las fronteras espaciales y temporales de este sistema de pequeña escala social, los
diferentes componentes, incluyendo las personas y los objetos físicos, interactúan
en una secuencia ordenada que proporciona a las personas las bases de acción que
necesitan. Este “programa” constituye la base de los esquemas de comportamiento.
39
Psicología ambiental
El escenario conductual se diferencia bien del entorno objetivo ya que se
define tanto por sus elementos ambientales como humanos y, por consiguiente, en
gran medida por los comportamientos que se dan dentro de las fronteras definidas
del escenario. El comportamiento individual contribuye por tanto a influir en el
comportamiento colectivo, algo que Baker llamó el “esquema extraindividual
de comportamiento.” A su vez, estos estándares comportamentales colectivos
van a permitir identificar y describir un escenario conductual. Por ejemplo,
muchos comportamientos pueden aparecer en una estructura formada por cuatro
paredes, un techo y un piso, pero si la estructura es un salón de clases, entonces
los comportamientos que aparecerán serán diferentes de los observados en una
iglesia o una fábrica. Los esquemas de comportamiento representan aquí los
comportamientos grupales en lugar de los comportamientos individuales puesto
que se relacionan con el escenario: conocer un escenario permite predecir los
comportamientos que tendrán lugar allí mismo.
Cuando los individuos dejan el lugar, el entorno físico permanece igual, pero
el escenario conductual no existe más, dado que los esquemas de comportamiento
ya no están presentes. Basta con modificar uno solo de los dos elementos (sea el
esquema de comportamiento o el entorno físico) para que el escenario conductual
sea diferente. Así, un concierto en una iglesia constituye un escenario conductual; un
servicio religioso en la misma iglesia constituye otro. El lugar sigue siendo el mismo
mientras que se trata de dos escenarios de conducta distintos, ya que los esquemas
de comportamiento que se definen y son impuestos por el escenario son diferentes.
Son los ocupantes del escenario quienes “producen” los comportamientos y, en
este sentido, son el principal atributo.
Paralelamente, un escenario conductual debe cumplir con los requerimientos
de sus ocupantes para que estos puedan continuar con sus actividades; en caso
contrario, lo dejarán y el escenario dejará de existir. Un escenario conductual es
un sistema activo y autorregulado que impone su programa de actividades a las
personas y objetos que lo componen. Por tanto, la atención se centra en el aspecto
homeostático del sistema y esta autorregulación debería igualmente permitir a las
acciones y los objetos ser compatibles o ajustarse para serlo: es lo que Barker
llama la relación “sinomórfica” que deben tener los diferentes componentes de un
escenario.
Uno de los objetivos de la regulación intraescenario es mantener una relación
congruente entre el comportamiento y la estructura física y social. Esta noción de
congruencia corresponde al ajuste entre el individuo y su entorno, es decir, la
concordancia entre el contexto y las actividades que el sujeto desea implementar
en estos lugares. Se centra en la interdependencia entre los comportamientos y el
entorno; no se puede estudiar uno haciendo abstracción del otro.
Barker se interesó en la relación que existe entre el número de personas
presentes en una situación dada y el número de personas necesarias para garantizar
un funcionamiento óptimo en dicha situación. Hay para cada situación un número
40
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
óptimo de individuos presentes. Desde entonces, cada situación puede analizarse
desde el punto de vista de la “población” o manning (Wicker & Kirkmeyer, 1976).
Si, por ejemplo, hay demasiados individuos en un espacio dado (overmanning), un
sentimiento de hacinamiento se genera debido a una implicación personal menos
fuerte y a la sensación de ser redundante. Este sentimiento produce reacciones
emocionales negativas y también más interacciones interpersonales negativas
(Wicker, 1979). Varios conceptos especifican entonces los análisis en términos
de behavior setting: (1) el “mantenimiento mínimo” o el mínimo de individuos
necesarios para un buen funcionamiento en una situación dada. Si no hay suficientes
individuos, se habla de undermanning (por ejemplo, cuando no hay suficientes
estudiantes para que el seminario pueda llevarse a cabo). El mantenimiento
del escenario depende de un número mínimo de participantes, necesario para
completar la operación. (2) La capacidad, o el máximo de individuos para un buen
funcionamiento, es lo que permite especialmente regular el flujo de entradas de
un sistema dado (por ejemplo, una exposición). Si esta capacidad es superada, se
habla de overmanning (por ejemplo, cuando hay demasiados estudiantes para que
el seminario funcione correctamente).
La noción de “población” se refiere al número de ocupantes de un escenario y
a las posiciones esenciales de algunos de ellos. Los escenarios conductuales buscan
contrarrestar todo lo que pueda suponer una amenaza para la implementación
de su programa, tal como la falta de personas para llevar a cabo el programa.
Esta despoblación, así como una sobrepoblación, afecta el buen funcionamiento
del escenario. Para dar cuenta de este concepto de una manera más eficaz, se
deben distinguir dos categorías de personas en un escenario conductual: aquellas
que tienen responsabilidades o al menos un papel activo en el desarrollo del
programa y aquellas que no tienen estas responsabilidades. La despoblación
o la sobrepoblación pueden aparecer en una de estas categorías pero, en todo
caso, la supervivencia del escenario se encuentra en peligro. Los ocupantes de
un escenario despoblado deben trabajar más fuerte y requerir de más tiempo para
hacer funcionar el escenario, participar en tareas más numerosas, más complejas
y más importantes para la supervivencia de este; en últimas, deben desempeñar
más funciones y asumir más responsabilidades, de modo que se vuelven más
importantes para el funcionamiento del escenario y se deben enfrentar a una
demanda excesiva. Asimismo, la sobrepoblación tiene consecuencias negativas
sobre los comportamientos individuales y la calidad del funcionamiento del
escenario: en particular, conlleva a una falta de comunicación y de intercambio de
conocimientos, asociada a una falta de interés por las personas y por la calidad del
funcionamiento del escenario.
El entorno como campo de oportunidades
Gibson (1979) considera el entorno como un campo de oportunidades. Así el entorno
puede ser definido como un conjunto de recursos, de posibilidades de acciones o
de comportamientos que el individuo es libre de aprehender o no. No se trata
únicamente de organizaciones físicas, sino también de la comunidad de un lugar
41
Psicología ambiental
dado. Las oportunidades que ofrece un entorno no existen como tal; es solo a través
de la manera en la que son percibidas y comprendidas por el individuo que pueden
actualizarse y se convierten así en oportunidades comportamentales. Entonces
estas son necesariamente particulares en los individuos y grupos que evolucionan
en un sitio dado. Podemos distinguir así diferentes niveles de oportunidades:
potenciales, percibidas, utilizadas y sugeridas. Reed (1993) distingue el campo de
las acciones libres y espontáneas de una parte y, de otra, el campo de las acciones
animadas (Figura 6). El campo de las acciones animadas de las reglas sociales
y de las prácticas determina cuáles oportunidades comportamentales pueden ser
utilizadas cuándo y cómo. De igual manera, el contexto social y cultural puede
restringir o hasta impedir la utilización y la actualización de ciertas oportunidades.
Podemos entonces distinguir, en un lugar dado, las acciones cuyo cumplimiento
es impuesto, las que son sugeridas y/o incitadas, y las que se dejan a discreción del
individuo.
Figura 6: Los diferentes tipos de oportunidades
Potenciales
Sugeridas
Utilizadas
ENTORNO
INDIVIDUOS
Y/O GRUPOS
Percibidas
El concepto de affordances es muy útil para el análisis de todo un conjunto
de lugares: lugares protegidos como los centros comerciales, lugares públicos
como las plazoletas, los parques o las áreas de juegos, pero también estructuras
más vastas tales como ciudades. En efecto, las ciudades pueden ser consideradas
como proveedoras de recursos comerciales, sociales, religiosos y de ocio de los
que los habitantes se apropian, no solamente en función de sus necesidades sino
también en función de su accesibilidad. La calidad de vida urbana puede definirse
como la calidad y la accesibilidad de sus recursos. De igual manera, podemos
identificar lugares que favorecen o que por el contrario impiden las interacciones
42
Cap. 2. Enfoques y marcos teóricos
sociales, que favorecen el carácter mixto de las interacciones o que por el contrario
son segregativas (comercios lujosos, p.ej.). De esta manera somos inducidos a
preguntarnos si las oportunidades son universales o segregativas.
El enfoque ecológico de Bronfenbrenner
Según Bronfenbrenner (1979), el desarrollo del individuo debe ser entendido en
un sistema ambiental complejo, yendo del microsistema al macrosistema. Cada
unidad es un componente de un sistema más amplio, el cual depende a su vez
de un sistema más vasto y organizado. Bronfenbrenner considera al individuo
en desarrollo en diferentes niveles de su entorno socioecológico (ver Figura 7),
permaneciendo en una perspectiva transaccional que predica la reciprocidad entre
el individuo y su entorno (Anthony & Watkins, 2002).
Figura 7: Modelo ecológico de Bronfenbrenner
Macrosistema
Política
Vecindario
Cronosistema
Exosistema
Mesosistema
Familia Escuela
Microsistema
Sociedad
Familia
extensa
Cronosistema
Creencias
Medios
Economía
Pares
Sistema
escolar
Cultura
43
Psicología ambiental
Cada uno de los niveles de este sistema ambiental que describe Bronfenbrenner
tiene un efecto no despreciable sobre el desarrollo del niño y el adolescente. El
microsistema se caracteriza por el entorno inmediato del niño o del adolescente:
el conjunto de los lugares donde experimenta sus primeras interacciones con el
medio físico y social. Esta primera unidad del sistema posee cualidades estimulantes
(manipulación de objeto, interactividad, etc.), pero también inhibitorias (falta de
espacio, lugares ruidosos, etc.), de tal modo que un niño puede encontrarlas en
una vivienda. El mesosistema “implica dos o más entornos frecuentados por el
mismo individuo” (Bronfenbrenner, 1993, p.20), está estrechamente relacionado
con el microsistema y es aquel en el cual el individuo se compromete por un lapso
de tiempo significativo como la escuela o el entorno de trabajo. El exosistema
toma en consideración sistemas exteriores que afectan al individuo más o menos
directamente. Comprende el conjunto más amplio de las estructuras sociales y
de la organización que gobiernan la vida de otros sistemas y, por consiguiente,
indirectamente determinan la calidad de vida del niño. Puede también comprender
el conjunto del sistema de valores y de las organizaciones públicas y políticas
que gobiernan la vida de un barrio en particular. Así, las medidas de seguridad
e incluso la sectorización de las escuelas están participando en la accesibilidad
de los espacios. El macrosistema incluye las dos unidades ambientales anteriores
(meso y exosistema) y se centra en los valores sociales y culturales, ejerciendo
una fuerte influencia en las actitudes y comportamientos. Cerca del sistema
ideológico, proporciona la base del pensamiento sobre la educación y el lugar
del niño en la sociedad. Por último, el cronosistema resalta la dimensión temporal
para estos niveles ambientales, así como algunas transiciones normativas desde un
punto de vista del desarrollo. En otros términos, este sistema formaliza los pasajes
entre diferentes estadios del desarrollo o entre diferentes períodos de vida del
individuo que son en parte ajustados por la sociedad. Los diferentes niveles de este
complejo sistema ambiental pueden ayudar a comprender los comportamientos,
además del bienestar del individuo en el seno de su entorno. También pueden
participar en la explicación de ciertos comportamientos patológicos. Por ejemplo,
la anorexia puede traducirse como una problemática ligada a la imagen del cuerpo
(microsistema), que depende también de las relaciones vividas en la familia, en
la escuela y en la vecindad (mesosistema), relacionada a la calidad de vida y al
acceso a ciertos espacios (exosistema) o incluso a ideales sociales (macrosistema).
Esto demuestra que, para entender un fenómeno, es necesario tener una visión
completa del entorno de vida para poder desentrañar la relación del individuo con
su entorno comprendido en sus subsistemas menores.
44
CAPÍTULO 3
ELEMENTOS DE METODOLOGÍA
3.1 Funcionamiento heurístico de la disciplina
Las exigencias del terreno condicionan el funcionamiento científico de la
psicología ambiental. En términos disciplinarios, la psicología ambiental juega un
papel importante al dar sentido a las percepciones, actitudes y comportamientos
del individuo a través la contextualización de todos estos elementos. La mayoría
de saberes psicológicos se aplican al mundo real “en ciertas circunstancias”,
las cuales son precisamente de índole ambiental como lo concibe la psicología
ambiental. Esta a su vez integra de la misma manera que lo ha hecho o lo hace aún
la psicología social (a través del paso de la percepción social o de la cognición a
la cognición social). Como disciplina joven, la psicología ambiental debe apoyarse
en la psicología general, pero la manera en que trata los problemas es particular.
Debido a su objeto, funciona esencialmente de manera inductiva y de manera
holística o sistémica. No existe distinción ni vacío entre la teoría y su aplicación.
En psicología ambiental, no se trata de aplicar las teorías de la psicología general
en situaciones particulares, como es el caso en otras disciplinas de la psicología.
Hacer psicología ambiental es introducir la manera de razonar y de analizar
específica a la disciplina. Cada caso, cada problema sobre la relación del individuo
con su entorno, debe pasar por un diagnóstico preliminar indispensable. La
psicología ambiental proporciona un marco de referencia teórico, una metodología
e instrumentos particulares que permiten analizar las percepciones, actitudes y
comportamientos en una situación particular.
Más concretamente, tres principios caracterizan el funcionamiento heurístico
de la psicología ambiental: (1) el principio de contingencia, (2) el enfoque integral
de los problemas planteados, y (3) la noción de plasticidad y la delimitación de
45
Psicología ambiental
las conductas en un lapso de tiempo. Estas tres características están estrechamente
ligadas entre ellas. El análisis integral conduce necesariamente a plantear el
problema de contingencia y a interrogarse sobre la estabilidad o la plasticidad de
las conductas humanas.
Principio de contingencia
La noción de contingencia se le impone al investigador dada la complejidad de
los hechos observados en el terreno y por la relatividad de las leyes establecidas
en las ciencias humanas y sociales. Las relaciones causales expuestas en el ámbito
de las ciencias humanas se relativizan desde que nos encontramos en situaciones
reales, caracterizadas obligatoriamente por condiciones particulares. En psicología
ambiental, los fenómenos aprehendidos están condicionados por las situaciones en
las cuales han sido puestos en evidencia. En otras palabras, numerosas contingencias
son tributarias del medio en el cual evoluciona el individuo así como también de
factores individuales. Observamos así (1) las contingencias debido a las situaciones
—trataremos de analizar entonces diferentes situaciones y revelar aquellas que
producen efectos similares— y (2) las contingencias debido a las características
individuales, análisis que requiere tomar en cuenta tipologías diferenciales.
Enfoque integral (molar)
La necesidad de adoptar un enfoque integral y no molecular es un requisito a
menudo evocado por los teóricos de la psicología social (desde la actitud “holística”
recomendada por Tolman hasta la noción de “espacio de vida” introducida por
Lewin) para abarcar al individuo, su entorno y las relaciones que existen entre él
y su medio. En el terreno, los individuos o colectividades plantean los problemas
y por ende hay que concebirlos en su integralidad. Lo integral no se confunde sin
embargo con una actitud globalista. No debe excluir el análisis de las variables
planteadas; solamente exige que todas sean examinadas y sean tenidas en cuenta
simultáneamente. En realidad, la noción de lo integral va más allá del esfuerzo de
exhaustividad en el inventario de las variables pertinentes, a través de tres puntos:
1. Es importante considerar el individuo en la totalidad de sus actividades. Por
ejemplo, los efectos del ruido deben ser contextualizados en el conjunto de
situaciones de exposición: trabajo, pasatiempos, vivienda, transporte. La
exposición múltiple tiene efectos diferentes a los de la exposición única, y
dichos efectos son complejos y no solamente cumulativos: la acumulación
multiplica y potencializa las consecuencias.
2. El enfoque integral debe ser sistemático e incorporar las interacciones
entre las diferentes variables.
3. Lo integral debe incorporar las variables relacionadas con el individuo
y las variables que caracterizan el medio. Todo problema humano
cuestiona factores psicológicos, ambientales y sociales, y es importante
46
Cap. 3. Elementos de metodología
no considerarlos como elementos de un rompecabezas que armaríamos
para reconstituir el todo, sino como una unidad original, diferente de
la suma de sus partes. El estudio de las interacciones dinámicas entre
aspectos diferentes de la vida psicológica es una necesidad ampliamente
reconocida.
Noción de plasticidad
La noción de plasticidad implica la idea de que las percepciones, actitudes,
emociones y conductas no son fijas. La plasticidad de estas últimas se refiere a la
capacidad de reorganización comportamental en respuesta a modificaciones del
medio. En ese sentido, dicha plasticidad está en el núcleo de las preocupaciones de
la psicología ambiental, en la medida en que su objetivo es precisamente analizar,
en una óptica interaccional, las relaciones del individuo con un contexto particular.
La adaptación puede considerarse como el resultado de la interacción del
sujeto con la situación o el contexto. La adaptación del individuo requiere un
proceso complejo de interacciones permanentes, dinámicas y dialécticas entre este
y su entorno físico y social. Es un proceso dinámico de cambio comportamental y/o
cognitivo destinado a garantizar la congruencia del individuo y la situación en la
cual evoluciona. Por consiguiente, podemos considerar que el individuo demuestra
flexibilidad conforme a la evolución de los obstáculos ambientales.
Flexibilidad de comportamientos y conductas
La elasticidad de los comportamientos y conductas se refiere a las capacidades
del individuo expuesto a diferentes restricciones ambientales y puede ilustrarse
concretamente por la forma en que se comporta un resorte. De esta manera,
encontramos tres particularidades comportamentales esenciales: (1) regresar al
estado inicial, es decir a una referencia de base, cuando no existen restricciones; (2)
la capacidad de soportar un estado de incomodidad mientras dure dicho estado; y (3)
que haya límites de flexibilidad (disminución de esta al aumentar las restricciones;
un punto de ruptura cuando las molestias son demasiado fuertes; y que se pierda
progresivamente la elasticidad en función de una parte de la exposición a molestias
permanentes y además en función del envejecimiento).
En psicología ambiental, estos diferentes aspectos comportamentales llaman
particularmente la atención tan solo por la referencia constante a la dimensión
personal. Efectivamente, el individuo en situación está expuesto no solo a las
incomodidades específicas, sino también a las menos estables. Tomar en cuenta estos
dos aspectos permite ilustrar más particularmente los comportamientos de flexibilidad
y elasticidad a través de la adaptación del individuo al medio en que vive.
Regresar al estado inicial (regresar al comportamiento de base, cuando
no existen restricciones): Los paradigmas de cambio de actitud y de cambio de
comportamiento que lo acompañan han sido objeto de numerosas investigaciones.
47
Psicología ambiental
Su eficacia puntual ha sido ampliamente demostrada, pero la estabilidad en
el tiempo de los cambios inducidos rara vez ha sido una preocupación para los
investigadores, aunque el estudio longitudinal de los efectos inducidos, cuando se
practica, muestra siempre un regreso al estado inicial (Matheau & Moser, 2002) cuando
no hay molestias. En el ámbito del medioambiente es donde este tipo de estudios
adquiere todo su significado. Todas las investigaciones sobre los comportamientos
proambientales (ahorro de energía, reciclaje de desechos, etc.) han demostrado que
las conductas proambientales inducidas solo perduran si se repite todo un conjunto
de incitaciones verbales y comportamentales a un intervalo regular para mantener
así el comportamiento que se desea. En otras palabras, existe en los sujetos, más allá
de la adaptación como adopción transitoria de un nuevo comportamiento, una fuerte
tendencia a volver a las costumbres comportamentales anteriores. La exposición a los
obstáculos produce un desequilibrio y el individuo, al tener tendencia a retomar sus
comportamientos anteriores, vuelve al estado de equilibrio inicial.
La adaptación (la capacidad de soportar un estado de incomodidad
mientras dure dicho estado): La investigación sobre los efectos de
las condiciones ambientales ha hecho énfasis en lo que perdura el
comportamiento inducido por las “molestias externas”. La observación
de los comportamientos en medio urbano permite resaltar las conductas
de adaptación del individuo y de las condiciones urbanas perturbadoras.
Los habitantes de las grandes ciudades caminan más rápido en la calle y
muestran un comportamiento de repliegue sobre sí mismos más marcado
que los habitantes de las pequeñas ciudades: miran al frente, cruzan la
mirada del otro con mucha menos frecuencia y responden menos a las
preguntas de los demás. Estos comportamientos adaptativos son reacciones
típicas del estrés. En el contexto urbano, la manifestación constante de este
tipo de comportamientos adaptativos indica que se vuelven normativos.
Son entonces el testimonio de la capacidad del individuo para soportar un
estado de incomodidad por el tiempo que esta dure.
Los límites de la flexibilidad: Las reacciones cognitivas y comportamentales ante un
estímulo agudo o crónico son una buena ilustración de los diferentes aspectos de
plasticidad de las conductas al resaltar los límites de la flexibilidad de las conductas
individuales en relación con la exposición a las situaciones estresantes (Moser,
1992a). Existe claramente un punto de ruptura cuando las molestias son demasiado
fuertes: asistimos entonces a un límite de la flexibilidad en forma de ruptura.
Cuando dichas molestias/obstáculos que se ejercen en el individuo son demasiado
fuertes, los comportamientos son de otro tipo. Además, se presenta una pérdida
de elasticidad progresiva en términos de efectos posexposición cuando persiste la
exposición a los obstáculos identificados. Los estudios hechos sobre los ribereños
de aeropuertos muestran una gran vulnerabilidad, una disminución significativa
de la resistencia a los acontecimientos estresantes y una mayor irritabilidad de los
individuos. Estos resultados indican claramente que existen desplazamientos del
límite de tolerancia y, por ende, también una disminución de la flexibilidad debido
a la exposición prolongada a diversos obstáculos ambientales.
48
Cap. 3. Elementos de metodología
3.2 Enfoques metodológicos en psicología ambiental
Aragonés y Amérigo (2000) señalan que “el objeto de estudio de la psicología ambiental
no es exclusivo de esta disciplina; otras han contribuido activamente a su desarrollo,
lo que ha favorecido un panorama plurimetodológico que contribuye a aumentar la
complejidad de los enfoques y dificulta la unidad metodológica” (pp.40/41).
La naturaleza misma de la psicología ambiental conduce a interesarse la mayor
parte del tiempo no solo en las percepciones, actitudes y evaluaciones del entorno,
sino también en los comportamientos que en él se adoptan. Por otro lado, todo
diagnóstico, antes de culminar en la caracterización de la relación del individuo
con su entorno, debe necesariamente inclinarse, por un lado, hacia el individuo y
la manera en la cual aprehende el entorno en cuestión y, por otro lado, hacia las
características objetivas de dicho entorno. El investigador, por ende, debe utilizar
varios enfoques cuando se trata de interesarse en las cogniciones y comportamientos
del individuo y de poner estas en relación con las características del entorno y los
comportamientos que en él se adoptan. Incluso si los análisis se concentran en el
individuo o en uno o varios aspectos particulares del entorno físico y/o social, llegan
invariablemente a una explicación sistémica interrelacional del fenómeno estudiado.
El saber en psicología ambiental se construye a menudo al articular el nivel particular
con uno o varios niveles más generales. Por ello la psicología ambiental utiliza
tipos de enfoque específicos que luego son integrados a un análisis más goblal.
El entorno se caracteriza no solo por estos atributos físicos, sino también por los
comportamientos que permite o impide, en función de sus características físicas y
sociales. Solo cuando el investigador se refiere a estos dos aspectos puede reconstruir
el objeto, es decir, comprender la interacción o la transacción individuo-entorno.
Figura 8: Interacción individuo-entorno y tipos de datos
Individuo / Grupo
Interacción
Entorno
Percepciones
Evaluaciones
Comportamientos
Características objetivas
físicas y sociales
49
Psicología ambiental
En toda interacción están implicadas dos “instancias” diferentes: los individuos
o grupos, por un lado, y el entorno con sus características físicas y sociales, por otro
lado. El investigador en psicología ambiental tiene entonces la tarea de reconstruir
la relación individuo-entorno combinando datos sobre aquel y sobre el medio.
Entre los métodos sobre la percepción y la evaluación del entorno (Ratiu,
2003) podemos citar enfoques clásicos, tales como la entrevista y el cuestionario,
incluyendo técnicas para medir las actitudes, técnicas como el diferenciador
semántico (Osgood) u otros métodos de evaluación. La esfera cognitiva puede
aprehenderse a través de las representaciones sociales de la teoría de los constructos
de Kelly (Kelly, 1955). Además, numerosos estudios utilizan simulaciones (juicios
a partir de fotos, por ejemplo).
Los métodos sobre el comportamiento se llevan a cabo necesariamente
in situ. Aparte de los métodos clásicos de observación de comportamientos en
un lugar dado, citemos aquí la cartografía comportamental (Ittelson, Rivlin &
Proshansky, 1997; Legendre & Depeau, 2003), así como las diferentes variantes
de tarjetas mentales (Lynch), de trayectos acompañados (Lynch & Rivkin, 1970;
Bechtel, Marans & Michelson, 1987; Preiser, 1989) y de recorridos comentados
(Thibaud, 2003; Amphoux, 2003).
Triangulación metodológica
Sin embargo, la particularidad de los enfoques en psicología ambiental no reside
tanto en la utilización y aplicación de estos diferentes métodos, incluso si estos
presentan para algunos una verdadera inventiva, sino más bien en la combinación de
estos diferentes enfoques. La complejidad del terreno y de las relaciones individuoentorno
necesitan recurrir a enfoques mediante varios métodos. La triangulación
consiste en confrontar datos provenientes de diferentes técnicas implementadas en
el terreno.
La mayor parte del tiempo se trata de relacionar datos verbales provenientes
de entrevistas o de cuestionarios y de datos comportamentales —que provienen
de observaciones directas, o indirectas: por ejemplo, huellas—. Solo mediante la
puesta en común de los resultados de los diferentes enfoques, al combinarlos y
compararlos, se puede aprehender el objeto en psicología ambiental, o sea, la
interacción del individuo en un entorno particular. En otras palabras, de ninguna
manera puede evitarse en psicología ambiental la confrontación de datos de
diferentes fuentes. Esta integración metodológica es sumamente preconizada y
utilizada en psicología ambiental (Sommer & Sommer, 1980; Sanoff, 1991; Preiser,
1989; Bechtel, Marans & Michelson, 1987; Stokols, 1977).
No obstante, la confrontación de los datos de diferentes fuentes, es decir,
la mayoría de las veces, la integración de datos verbales y comportamentales,
no es patrimonio de la psicología ambiental. Ya Lazarsfeld y sus colaboradores
(Lazarsfeld, Jahoda & Zeisel, 1933), en su manera abordar el desempleo en una
50
Cap. 3. Elementos de metodología
pequeña ciudad de Austria, utilizaron varios métodos para aprehender el fenómeno.
Esta confrontación que algunos llaman triangulación, es decir, “utilizar varios
métodos para estudiar la misma cosa” (Vogt, 1993), resulta ser sumamente útil en
la medida en que cada método revela necesariamente un aspecto incompleto del
fenómeno que se estudia.
Métodos de evaluación ambiental
Los métodos de evaluación se diferencian por un enfoque centrado en resaltar las
cualidades ambientales de un determinado lugar —place-centered methods— o
en el individuo que percibe y su apreciación subjetiva de los atributos ambientales
—person-centered-methods—. Los primeros tienen como objetivo resaltar
la calidad del entorno a priori sin atribuirle un valor intrínseco, solicitando un
experto en el tema o usuarios actuales o potenciales (apreciación comparativa).
Los segundos, centrados en el individuo, analizan el grado de satisfacción de este
con un determinado entorno privilegiando la expresión subjetiva, sus valores y sus
preferencias con respecto a dicho medio (Craik & Zube, 1976).
Evaluación directa o indirecta
La evaluación de un aspecto del entorno o de un lugar puede hacerse in situ, una
modalidad que tiene la ventaja de preservar la implicación del individuo por su
lugar de vida o el lugar que frecuenta más o menos regularmente. Puede efectuarse
por medio de la visita del lugar y por lo tanto se tiene contacto directo con el
elemento ambiental que se va a evaluar, pero entonces no se tiene en cuenta la
dimensión temporal de la relación.
La evaluación indirecta se realiza sobre un material que simula el entorno en
cuestión. Igualmente, pueden implementarse simulaciones estáticas (fotografía) o
dinámicas (película), simulaciones conceptuales (representación mental y verbal)
o la preservación de los aspectos perceptivos (reproducción icónica). Podemos
retener algunos índices indirectos de la calidad ambiental percibida, tales como
las conductas sintomáticas y sus huellas al interior del medio (apropiación/
degradación del entorno), quejas/acciones de defensa). Se distinguen también
enfoques evaluativos diferentes si se trata de la evaluación de un proyecto, de
una situación vivida por el sujeto en el momento de la apreciación, o incluso si se
trata del lugar que el sujeto ha dejado recientemente (evaluación retrospectiva). En
general, la validez de estos tipos de enfoque evaluativo está ligada a su cercanía
con el medio en el que se vive (Craik & Feimer, 1987).
De la evaluación del experto al espacio de vida
Zube (1992) observa cuatro enfoques que corresponden a los siguientes paradigmas:
(1) del experto, (2) psicofísico, (3) cognitivo, (4) fenomenológico o del medio donde
se vive.
51
Psicología ambiental
El paradigma del experto hace énfasis en las cualidades ambientales
correspondientes a los cánones estéticos y a las normas de los expertos. Los
especialistas son entonces considerados como los únicos en capacidad de apreciar
un entorno, y por lo tanto imponen sus propios puntos de vista establecidos como
“verdaderos criterios de apreciación”.
El segundo paradigma remite al modelo estímulo-respuesta de la concepción
psicofísica de las relaciones entre el individuo y su entorno. El objetivo de este
enfoque es hacer hincapié en las relaciones entre las respuestas de tipo afectivo
(variables dependientes) y las características físicas de los atributos ambientales
(variables independientes). La intención es construir modelos estadísticos
predictivos de la belleza o de la preferencia por ciertas características ambientales.
El tercer paradigma —el cognitivo— se centra en la identificación de las
significaciones y los valores vinculados a los diferentes entornos evaluados. El objetivo
es elaborar modelos de preferencia. Ciertas dimensiones como la legibilidad, la
complejidad y la coherencia son a menudo utilizadas como variables independientes.
El cuarto enfoque —el paradigma fenomenológico del espacio vivido o “de
la experiencia” según la expresión anglosajona— está fundado en la concepción
transaccional de las relaciones entre el individuo y su entorno. Las relaciones
del individuo con un entorno determinado se interpretan como resultados de las
transacciones entre los individuos, los grupos sociales y el entorno en cuestión,
pero también en función de los cambios que ocurren en el sujeto y en la unidad
ambiental, cambios interpretados como consecuencias de dichas transacciones.
Herramientas de recolección de datos
Las herramientas de recolección de datos están agrupadas por categorías en función
del tipo de estudio: (1) centrado en el sitio o en el individuo, o (2) la perspectiva
descriptiva o evaluativa de las cualidades ambientales. Se diferencian también
según el tipo de espectro en el cual estén centrados: cognitivo, conativo, afectivo
o comportamental.
En general, se trata de la construcción de tablas de observación sobre un sitio
(categoría de sitios) o sobre el comportamiento del individuo (comportamientos,
inversión de tiempo). También se utiliza el enfoque por medio de tarjetas mentales
ya que permite recolectar datos que corresponden tanto al lugar (delimitación,
aspectos característicos escogidos) como al individuo (tipo de relación con el sitio).
El inventario de los descriptores y su significado se lleva a cabo mediante
entrevistas dirigidas o semidirigidas, cuestionarios y listas de atributos. Las escalas
de tipo Likert, las escalas de frecuentación, el diferenciador semántico de Osgood y
las escalas adjetivales bipolares se usan en la perspectiva evaluativa de los atributos
ambientales. Las simulaciones en maqueta y los “juegos de transacciones” (guion
o pruebas de tipo Q-sort) permiten cuantificar la importancia de los diferentes
52
Cap. 3. Elementos de metodología
elementos de la situación evaluada. En el caso del estudio de las preferencias,
se utiliza la comparación por pares o la clasificación de los aspectos o de los
sitios evaluados. El grado de satisfacción puede evaluarse con respecto a una
“imagen ideal” o mediante la jerarquización de la importancia de los descriptores,
identificando así los puntos críticos de las relaciones ambientales (elementos
considerados como importantes e insatisfacción o desfase considerados importantes
respecto de la imagen ideal o de los estándares de comparación).
Proceso psicológico de evaluación: de la percepción al comportamiento
La evaluación ambiental es un conjunto de procesos por medio de los cuales los
individuos juzgan la calidad de lo que los rodea, su marco de vida y los objetos
que lo componen (Stokols, 1978b). La percepción y la representación del entorno
ponen en juego simultáneamente los procesos perceptivos, cognitivos, afectivos y
conativos, integrando necesariamente las experiencias pasadas de los individuos.
La evaluación de un medio puede definirse como la apreciación del grado de
satisfacción de los individuos ante un determinado entorno, es decir, en qué
medida este corresponde a las necesidades y valores explícitos e implícitos de las
personas interesadas.
La evaluación basada en los procesos perceptivos se apoya en la experiencia
sensorial de los individuos: es el resultado de procesos intermedios complejos
(Morin, 1984). El carácter preponderante de ciertos atributos ambientales modula
la evaluación ambiental. Varios conceptos desarrollados en psicología ambiental
tales como la “congruencia”, el “proyecto personal”, la “optimización” y el “ajuste”
elucidan la complejidad de las relaciones del sujeto y su medio y reflejan el carácter
transaccional de dichas relaciones. Desde el nivel perceptivo, observamos una
interpretación-evaluación del contexto. Los aspectos del entorno se perciben como
elementos vinculados a actividades, acciones y significaciones. Podemos relacionar
esta concepción de la idea de valor operacional de la percepción, proceso que
resulta ser entonces inseparable de la evaluación (Lévy-Leboyer, 1980). La teoría
de la acción (Vygotski, 1985) se sitúa en este mismo género.
Sonnenfeld (196-) fue el primero en proponer la idea de disposiciones
personales estables que definirían todo un conjunto de actitudes y de valores
relativos al entorno, modulando las relaciones de este y del individuo. Entre
estas herramientas de evaluación construidas con el objetivo de caracterizar
estas relaciones, podemos mencionar los cuestionarios sobre las disposiciones
ambientales. Se trata de los siguientes instrumentos: el ERI —Inventario de
respuesta ambiental (Environmental Response Inventory)— (McKechnie, 1977),
que mide las preferencias individuales por lo urbano en oposicón a lo rural, lo
moderno a lo antiguo y la complejidad a la simplicidad del marco urbano; y
el EPQ —Cuestionario de preferencias ambientales (Environmental Preferences
Questionnaire)— (Kaplan, 1977), que hace énfasis en el vínculo existente entre las
preferencias y la satisfacción ambiental y ciertas dimensiones de la personalidad
como la autoestima y la motivación.
53
Psicología ambiental
La puesta en relación de las conductas evaluativas y de las necesidades de
los individuos resalta las variables de personalidad y la importancia relativa en
los procesos de evaluación del marco de vida (Lévy-Leboyer, 1978, 1980). Sin
embargo, estos estudios presentan el inconveniente de solo explicar parcialmente
las relaciones que establecen los sujetos con su marco de vida afectivo. Algunos
autores recurren a una perspectiva diferencial que relacione las conductas
evaluativas y las características que presentarían los individuos en términos
de necesidades y de objetivos. Canter y Rees (1982) describen por ejemplo un
modelo multivariado de la evaluación, donde esta refleja las posibilidades que
tiene el sujeto de acceder a los recursos ambientales necesarios para cumplir sus
objetivos. La evaluación sería en función del grado de concordancia percibido
entre los recursos ofrecidos realmente y los recursos necesarios. Los fines y los
objetivos individuales se referirían a la vez a las relaciones sociales ancladas en
un entorno y a la dimensión física de este espacio. En una óptica de análisis de la
satisfacción ambiental, algunos investigadores se basaron en las necesidades del
individuo ante al medio. Los arquitectos y los urbanistas a menudo han planteado
a los psicólogos el tema de las necesidades en términos de medioambiente. Aquí,
más allá de las encuestas específicas, es importante despejar la estructura de las
necesidades psicológicas que sostiene y que justica las opciones. Kaplan (1983) fue
uno de los primeros en proponer una lista precisa de las necesidades que el entorno
puede satisfacer. De la misma manera, Lévy-Leboyer (1978), gracias a una vasta
encuesta, identifica diferentes necesidades fundamentales en materia de entorno
físico y social. Es justamente en la medida en que haya un acuerdo entre el marco
de vida y la satisfacción de estas necesidades que el individuo se estimará más o
menos satisfecho de su entorno residencial.
Otras dimensiones psicológicas, el núcleo de control —locus of control—
y la necesidad o la búsqueda de sensaciones también han sido aceptadas como
variables posiblemente ligadas a la evaluación de un entorno dado. A esto se
añaden la evaluación de la orientación del sujeto hacia las personas o, por el
contrario, hacia los objetos (Little, 1983) y la escala Marshall de orientación hacia
el espacio privado y la intimidad (Craik & McKechnie, 1977). Desde los años 60,
Mischel (1968) cuestiona la estabilidad de las disposiciones individuales y sostiene
la idea de que la situación y la interacción del individuo con el entorno explicarían
mejor las relaciones del individuo con un medio dado que sus características de
personalidad.
Si cada uno de estos tipos de análisis tiene el mérito de estudiar el proceso
de evaluación bajo un ángulo específico, podemos estimar sin embargo “que hay
comúnmente una subestimación de las dimensiones grupales y colectivas en el
estudio y la previsión de los procesos de evaluación, de decisión y el paso a la
acción” (Morin, 1984, p.826). A partir de lo cual se impone recurrir a un enfoque
más global, que acordaría un lugar más importante a las dimensiones sociales.
En esta perspectiva, la evaluación del marco de vida se analiza bajo el ángulo de
las representaciones sociales como proceso de producción de los juicios sociales
respecto al entorno, pero también a nivel de los consensos, la uniformización y
54
Cap. 3. Elementos de metodología
la influencia social. La evaluación del entorno está influenciada por las normas y
los valores sociales ligados a dicho entorno. De ahí la importancia del estudio de
las representaciones sociales (aspecto descriptivo y normativo) como uno de los
elementos fundadores de la construcción, en el plano individual, de estándares de
comparaciones relativos a los diferentes entornos: el hábitat, el barrio, la ciudad, el
paisaje...
La experiencia pasada, las aspiraciones, los proyectos y los fines son a menudo
integrados en la evaluación del entorno. Esta se realiza en comparación con un
marco de referencia que el sujeto elabora a través de sus experiencias pasadas.
Es por lo tanto necesario incorporar la dimensión temporal y las aspiraciones, los
proyectos que el sujeto desea emprender al interior de un determinado entorno.
Así, Canter (1983) hace notar que las expectativas cambian de índole si un entorno
dado se ocupa de modo transitorio o, en cambio, como lugar de vida relativamente
estable.
La evaluación en términos de congruencia integra, en una óptica dinámica,
las acciones del individuo en el entorno y frente a este. Ciertos conceptos como
la optimización (Stokols, 1978a), el ajuste (Tognoli, 1987) o la congruencia
(Michelson, 1970) son la expresión de esta relación. Estos modelos consideran que
el individuo puede actuar sobre el medio con el fin de transformarlo en función de
sus fines. Para Michelson (1970) el entorno constituye un campo de oportunidades
que el individuo puede aprovechar en función de la congruencia (subjetiva) que
perciba entre las características ambientales y los comportamientos que desea
adoptar. La evaluación puede llevarse a cabo en función de las aspiraciones del
individuo y con respecto a un estándar de comparación. El individuo, con el fin de
reducir el desfase entre la situación real y una imagen de referencia, puede tener
una orientación activa y adoptar comportamientos apropiados para mejorar él
mismo el entorno, o adoptar una actitud pasiva y revisar su nivel de aspiración. Este
tipo de evaluación evoluciona, por un lado, en función del cambio del estándar
de comparación y, por el otro, en función de los ajustes del entorno previstos o
efectuados por el individuo. La congruencia entre el entorno y el individuo se
llevaría a cabo mediante congruencia pasiva a través de un cambio de actitud y/o
de proyecto de parte del individuo, ya sea en forma de congruencia activa por un
cambio de entorno, una transformación estructural del entorno o un cambio de
utilización de este. Un alto nivel de satisfacción sería el resultado de adaptaciones
(pasivas o activas) logradas, mientras que el descontento sería debido a una
situación de no adaptación persistente y crónica.
La evaluación es igualmente modulada por la capacidad ambiental del
individuo, es decir, su capacidad para reconocer las cualidades ambientales y
utilizarlas o modificarlas en función de sus objetivos (Steels, 1973). La capacidad
es prevista en términos de acciones que permitan al individuo dominar su entorno
cuando tenga la impresión de ser tributario de restricciones ambientales. Se trata
de la capacidad circunscrita a un marco dado, que facilita o restringe las relaciones
del individuo con un entorno específico. Es un proceso activo caracterizado por
55
Psicología ambiental
una motivación para negociar de manera eficiente con el entorno, con el fin de
que este responda a los proyectos y a la sensibilidad del individuo por ciertas
cualidades ambientales.
Como lo señala Priemus (1986), la evaluación es un proceso dinámico
que se inscribe en la relación entre el individuo y su entorno. Esta característica
de la evaluación explica por qué observamos una fuerte proporción de sujetos
satisfechos con sus condiciones de alojamiento a pesar de los atributos ambientales
objetivamente desfavorables. Puede igualmente explicar el carácter provisorio de
los índices de calidad ambiental utilizados por el mismo sujeto para evaluar un
determinado entorno.
Metodologías implementadas
Los enfoques en términos de procesos perceptivos y/o cognitivos consideran al
individuo como un observador pasivo del entorno, mientras que el enfoque desde
el punto de vista de la congruencia valora la dinámica de las relaciones entre el
individuo y su entorno, es decir, el estudio del comportamiento, significaciones,
valores y preferencias subyacentes a la evaluación.
Los primeros se basan a menudo en un material fotográfico. Buscan enfatizar
las preferencias o la cualidad visual del entorno, en función de ciertas características
de las imágenes proyectadas y de las características psicológicas de los individuos,
y están necesariamente limitados debido a la falta de implicación del individuo.
Los enfoques desde una perspectiva de satisfacción se basan en la evaluación
de entornos reales hecha por los que allí viven, con el fin de resaltar los aspectos
esenciales que se supone deben describir el entorno evaluado. Solo el paradigma
del espacio vivido implica sin equivocación un enfoque sobre el terreno y sobre
individuos que viven o han vivido en los respectivos entornos. Con el enfoque
fundamentado en el espacio vivido pasamos de la evaluación del entorno “natural”
y construido en función de criterios definidos por los expertos a la evaluación
hecha por los mismos habitantes, en función de sus propios criterios.
3.3 Aplicación: de la investigación a la intervención
Saberes de la psicología ambiental y su utilidad
El corpus de los conocimientos en psicología ambiental se estructura alrededor de
tres enfoques clásicos:
1. El entorno desde el punto de vista de las condiciones físicas y sociales a
las cuales está expuesto el individuo. Se trata entonces esencialmente de
estudios de causa y efecto sobre la cognición y sobre el comportamiento
(análisis integrales). Los “saberes” se refieren a las reacciones ante las
56
Cap. 3. Elementos de metodología
condiciones físicas y sociales diversas (efectos de ruido, densidad,
temperatura, olores, luminosidad) —a menudo analizadas respecto a la
noción de control—, a los acondicionamientos del entorno, abordados
en términos de adecuación de este a las necesidades del individuo y a los
comportamientos con respecto a las características ambientales inmediatas
o generales (relaciones sociales, agresión, ayuda a los demás).
2. El entorno como objeto de percepción, evaluación y de representación.
Estos estudios tienen que ver con la cognición, la evaluación, las
representaciones del entorno natural o construido y la identificación de las
emociones que pueden suscitar los diferentes contextos.
3. El entorno desde el punto de vista de las relaciones con el lugar de vida.
Estos estudios corresponden principalmente a las relaciones con los
diversos espacios y se refieren a los conceptos de privacidad, espacio
personal y de territorialidad. Buscan determinar los procesos identitarios
a través de modalidades de identificación y apropiación del espacio. Se
trata de “saberes” fundados en los estudios sistémicos interaccionales o
transaccionales.
Las aplicaciones de la psicología ambiental integran estos diferentes saberes.
Si son específicas a un sitio, se basan entonces en una auditoría ambiental; si se
refieren a la gestión ambiental, conciernen a la función de experticia.
En el primer caso, la psicología ambientalista procede al diagnóstico de las
percepciones, las evaluaciones, las necesidades y los comportamientos adoptados
en un lugar particular con miras a una intervención sobre la concepción o la
transformación del sitio para lograr una mejor adaptación de este último a las
necesidades del (o de los) individuo(s). Este tipo de intervención se centra ya sea en
lugares particulares como los entornos residenciales (hábitat), escolares, laborales,
de salud, carcelarios, extremos (trabajo en altamar, bases polares) o en poblaciones
específicas y sus relaciones con el entorno: niños, adultos mayores, personas
discapacitadas, etcétera.
La gestión ambiental se refiere, por un lado, a los comportamientos
ecológicos (recursos naturales, desechos) y, de otro lado, a la prevención de riesgos
mayores y a la intervención y la gestión posdesastre. La intervención del psicólogo
ambientalista se convierte en experticia y ayuda a la decisión.
Pluridisciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad
El carácter no exclusivo de los estudios de la relación individuo-entorno plantea el
problema de la especificidad del enfoque de la psicología ambiental. Ciertamente,
las disciplinas como la geografía humana, la sociología, la etología o incluso la
antropología abordan las relaciones individuo-entorno. Esto obliga a la disciplina
a encontrar un equilibrio —necesario para la búsqueda y para la construcción
57
Psicología ambiental
de teorías— entre la monodisciplinariedad y la confrontación de la pluri o
multidisciplinariedad indispensable para toda intervención ambiental. Mientras
que una sola colaboración con las disciplinas vecinas en ciencias humanas o en
ciencias de la construcción garantiza una resolución eficiente de los problemas en
materia de medioambiente, la búsqueda y la construcción de teorías se basa en
los principales paradigmas propios a la disciplina, y solo puede tomar referencia
a partir del interior de esta. En otros términos, si el funcionamiento científico es
necesariamente monodisciplinario, la intervención en materia de relaciones
individuo-entorno, en cambio, utiliza una dinámica compleja.
La implementación de la monodisciplinariedad o de la pluri o
multidisciplinariedad depende del momento en que se recurre a la colaboración
en los procesos aplicados, así como del tipo de implicación de las otras disciplinas
solicitadas. Pueden presentarse dos tipos de casos: por un lado el funcionamiento
pluridisciplinario y, por otro lado, el funcionamiento inter o transdisciplinario.
La pluridisciplinariedad consiste en implicar varias disciplinas mediante el
trabajo conjunto para resolver un problema de investigación, en el que cada una
hace uso de los saberes propios a cada disciplina. Se trata de un enfoque múltiple
y paralelo de un mismo objeto de estudio. Así, el enfoque implementado recurre a
diferentes disciplinas con sus propias lógicas aplicadas a una misma problemática.
Cada disciplina aporta entonces una solución en función de sus lógicas científicas.
Figura 9: Funcionamiento pluridisciplinario
Ciencias
sociales
Definición
de la problemática
Auditoría y
diagnóstico
Propuesta
Soluciones e
implementaciones
Arquitectura
y urbanismo
Definición de
la problemática
Auditoría y
diagnóstico
Propuesta
La interdisciplinariedad y/o la transdisciplinariedad consisten en lograr
establecer una colaboración entre varias disciplinas de tal manera que se creen
nuevos paradigmas para resolver un problema de investigación común y nuevos
saberes. Es un enfoque que incorpora estrechamente, en todas las etapas de la
resolución del problema, las diferentes disciplinas implicadas. La definición del
objeto y las estrategias aplicadas, así como las recomendaciones, son fundadas
sobre una perspectiva común de la problemática.
58
Cap. 3. Elementos de metodología
Figura 10: Funcionamiento de la inter o transdisciplinariedad
Ciencias
sociales
Auditoría
Arquitectura
y urbanismo
Definición común
de la problemática
Diagnóstico
Propuestas
y soluciones
Implementación
Se trata de un procedimiento muy difícil para llevar a cabo, en especial en lo
que respecta a la formulación común de la problemática que, por definición, está
ligada a los paradigmas propios de cada disciplina, sin olvidar asimismo que tendrá
que hacerse la diferencia según se trate de una colaboración entre disciplinas de
un mismo grupo —es decir, al interior de las ciencias humanas o de las ciencias
naturales o de la construcción— o de una colaboración entre disciplinas de distintos
grupos —o sea, una colaboración entre psicología ambiental y las ciencias de la
construcción o las ciencias naturales—. En este último caso, las colaboraciones son
más difíciles en la medida en que exigen un consenso sobre la problemática.
Ingeniería socioambiental
Las lógicas de la ingeniería socioambiental se entienden a través de niveles de
análisis de la psicología ambiental (Figura 1). En los tres primeros niveles de
análisis —los espacios privados, los territorios compartidos y la esfera pública— la
intervención se opera de manera complementaria en el entorno físico al contribuir
al acondicionamiento del marco construido y en el entorno social mediante la
ingeniería socioambiental.
La intervención de acondicionamiento consiste en aplicar los saberes teóricos
sobre las relaciones individuo-entorno a la redistribución del entorno físico. La
ingeniería socioambiental es implementada cada vez que la intervención esté
relacionada a la vez con el entorno físico y con el entorno social. Actúa a nivel
del diagnóstico, la implementación y la evaluación posintervención y se refiere,
en la medida de lo posible, al conjunto de las poblaciones implicadas (usuarios,
institucionales, patrocinadores, actores, etc.). Los principios de esta disciplina no
solo encuentran su razón de ser en lo que respecta a su ayuda al acondicionamiento
del marco construido, sino que adquieren toda su importancia en la gestión de las
relaciones con el marco de vida y con el entorno global.
Marco construido, acondicionamiento e ingeniería socioambiental
Los niveles privados, semipúblicos, corresponden a la relación individuo-entorno
con el marco construido o con los espacios naturales (parques y jardines). El aporte
de la psicología ambiental consiste en intervenir en el proceso de acondicionamiento
59
Psicología ambiental
de estos diferentes espacios teniendo en cuenta las percepciones, representaciones,
oportunidades y necesidades de control del individuo. La contribución de la
psicología ambiental al acondicionamiento se inscribe necesariamente en una
colaboración pluridisciplinaria con las diferentes profesiones de adecuación
(arquitectos, urbanistas y diseñadores) y en recurrir a una ingeniería socioambiental
basándose en una participación activa de las personas concernidas. Tiene como
objetivo contribuir a crear espacios que correspondan a las necesidades y a las
actividades de los diferentes ocupantes (habitabilidad, congruencia) y evitar
disfuncionamientos debido a un acondicionamiento defectuoso. Se efectúa más
particularmente en dos direcciones complementarias:
1. Una acción sobre la satisfacción de los usuarios creando condiciones
que permitan acondicionamientos personalizados en función de las
necesidades de cada uno, para permitir a los usuarios ejercer el máximo
nivel de manejo del espacio en cuestión.
2. Una facilitación de los comportamientos en relación con el tipo de lugar
al cual está destinado el espacio fomentando la comunicación entre
los adultos mayores en una institución, aumentando la productividad
(empresa, universidad), permitiendo el control (cárceles), conciliando las
exigencias de las diferentes categorías de ocupantes (el personal de salud/
pacientes del hospital) y mejorando la legibilidad del espacio (señalización,
practicabilidad, etc.) para una intervención adecuada en el entorno físico.
Las intervenciones en el tejido urbano en el marco de una rehabilitación
urbana o en la manera de tratar un barrio en dificultad consisten en el trabajo que
se realiza con el conjunto de los actores del terreno. La gestión socioambiental
acompaña las diferentes etapas del proyecto hasta la realización de este y
anticipa y controla los impactos sociales y ambientales de las transformaciones
implementadas (Pol, 2002).
Entorno global e ingeniería socioambiental
El aporte de la psicología ambiental en el marco del entorno global corresponde
a la relación del individuo con la esfera ecológica: la preservación del medio y
las reacciones frente a desastres naturales. En lo que respecta a la preservación
del medio, las intervenciones consisten en definir las estrategias más eficaces en
ámbitos como el ahorro de energía, el respeto a la naturaleza, la preservación
de los recursos naturales o el reciclaje de los desechos. Basadas en los saberes
convergentes de la psicología ambiental, la psicología social y la sociología, dichas
intervenciones permiten establecer condiciones tanto sociales como ambientales
óptimas que fomentan comportamientos ecológicos. El aporte de la psicología
ambiental para la gestión de situaciones de crisis consiste en acompañar la
implementación de estrategias de ayuda y de apoyo para las personas víctimas de
desastres naturales, basándose en el corpus de saberes sobre las relaciones con el
entorno y, en especial, sobre el apego a un lugar.
60
Cap. 3. Elementos de metodología
Ya sea en materia de acondicionamiento del marco construido, de gestión de
crisis o de incitación comportamental en el caso de las relaciones con el entorno
global, toda intervención debe estar precedida de un diagnóstico ad hoc. Conocer
las particularidades contextuales debe permitir adaptar las soluciones previstas a
las características particulares de cada situación.
Diferentes tipos de intervención
La intervención ambiental toma distintas formas y aplica diferentes procesos en
función de que opere antes de la realización —es decir, sobre la planificación de un
nuevo inmueble o de un nuevo acondicionamiento y antes de terminar—, durante
las transformaciones o rehabilitaciones o después —es decir, sobre estructuras
existentes y en la cuales se observó algún disfuncionamiento—. La Figura 11
esquematiza estas diferentes intervenciones dependiendo del tipo de intervención,
del espacio en el que se llevan a cabo y del momento en el que se realizan.
Figura 11: Tipos de terreno y modalidades de intervención
Nivel I
Nivel II
Nivel III
Nivel IV
Espacios privados
Hábitat
Inmueble colectivo
Espacios
semipúblicos
Espacios públicos
urbanos
Barrios
Desastres
ambientales
Comportamientos
ecológicos
Antes de la
implementación
Consejo en
acondicionamiento
Consejo en
acondicionamiento
Simulación
ambiental
Intervención
sobre lo existente
Evaluación
posocupacional
Auditoría
socioambiental
Diagnóstico
ambiental
Después de la
implementación
evaluación
posintervención
Evaluación
posintervención
Gestión socioambiental
(diagnóstico/auditoría/intervención)
Gestión de crisis
Gestión de comportamientos ecológicos
Retrospectiva de
la experiencia
La ingeniería socioambiental puede tomar formas diversas particulares
según el nivel de la intervención (espacios semipúblicos, públicos o entorno
global), según el momento donde se supone debe intervenir (antes y/o después de
la implementación, sobre estructuras existentes o no) y según el objetivo de esta
intervención (limitada al diagnóstico o incluyendo el tratamiento).
Las intervenciones que preceden o acompañan la implementación aplican
ya sea un diagnóstico ambiental o una auditoría socioambiental. En esta etapa,
las simulaciones ambientales pueden contribuir de manera útil a las decisiones de
acondicionamiento tales como la estructuración del carril secundario que limita la
velocidad y que impide la descarga de ribereños.
61
Psicología ambiental
El consejo en acondicionamiento o en reacondicionamiento consiste en
dar soluciones esencialmente centradas en la adecuación del marco construido
y concierne al hábitat, al inmueble de uso colectivo o al acondicionamiento de
los espacios públicos urbanos y periurbanos. Aunque la mayor parte del tiempo
se trate de directivas sobre el entorno físico basadas en diagnósticos ambientales
relacionados con el inmueble y los comportamientos in situ que se adoptan en
él, también pueden basarse en las auditorías socioambientales sobre usuarios y/o
sobre el conjunto de actores implicados en un determinado entorno.
La evaluación posocupacional permite validar las opciones de
acondicionamiento o de reacondicionamiento implementadas (inmueble colectivo,
espacios abiertos al público). Se trata de comparar el funcionamiento luego de una
intervención socioambiental con el funcionamiento anterior, implicando a todos
los actores.
La gestión socioambiental consiste en hacer un diagnóstico o una auditoría
sobre lo existente para seguir las transformaciones preconizadas y luego establecer
un balance de la intervención. Se trata de una intervención sobre lo existente y el
control de lo bien fundado de las opciones preconizadas y luego implementadas.
El trabajo se hace, la mayor parte del tiempo, en un equipo pluridisciplinario
compuesto tanto por psicólogos y sociólogos como por urbanistas y arquitectos
(tratamiento social y ambiental de un barrio en dificultad).
La gestión de la crisis tiene que ver con las intervenciones de urgencia en
caso de desastre natural o tecnológico. La retrospectiva de la experiencia tiene como
objetivo establecer el balance de la intervención no solo con las personas implicadas
—víctimas—, sino también con los actores políticos. Este tipo de intervención permite
tomar consciencia de los disfuncionamientos de los sistemas de gestión aplicados y
conduce a la producción de nuevos procedimientos integrados.
La gestión de los comportamientos ecológicos debe intervenir necesariamente
en todas las etapas del proceso, de la planificación a la implementación y su
acompañamiento. Así, por ejemplo, es indispensable conocer la población a la
cual está dirigida una incitación al reciclaje de desechos antes de publicar una
información, los medios materiales adecuados, un seguimiento regular y un balance
de los efectos de las diferentes acciones iniciadas.
Tanto las intervenciones sobre la gestión socioambiental como la gestión
de comportamientos ecológicos se basan en una metodología denominada de
“investigación-acción”. La implementación sigue entonces un esquema en tres
etapas. Ciertamente, toda intervención debe estar precedida de un diagnóstico que
toma la forma de un análisis sistémico de las percepciones y comportamientos
adoptados en un determinado sitio. En segundo lugar, sobre la base de observaciones
efectuadas, el investigador/médico preconiza la introducción de cambios o de
acondicionamientos cuya eficacia debe probarse entonces en la tercera y última
fase del procedimiento.
62
CAPÍTULO 4
ESPACIOS PRIVADOS
“El lugar en el que vivo no significa nada para mí
como concepto geográfico, sino como ‘mi hogar’
”[The place where I am living has no significance
for me as a geographical concept, but as my home]
(Schutz, 1962-1966).
La existencia de territorios primarios es primordial, en la medida en que estos son
portadores de una función identitaria a través del control y contribuyen, por ende, a
la satisfacción y al bienestar del individuo. El territorio primario por excelencia es el
hábitat en el cual el tiempo transcurrido por el individuo es el más significativo. A
esto hay que añadir el espacio de trabajo, que es el segundo en términos de tiempo
pasado en un lugar. Así pues, estos dos espacios son particularmente importantes
para el individuo en la medida en que son objeto de apropiación y son proveedores
de identidad.
4.1 Espacios privados y privativos (territorios primarios)
El espacio privado es un espacio que un individuo o un número limitado de
individuos con una relación de intimidad se atribuye(n) de manera exclusiva y
sobre el cual se tiene, por consiguiente, un control más amplio.
El espacio personal y la privacidad son aspectos importantes de la calidad de
vida. Para un individuo es primordial poder organizar y personalizar libremente su
espacio. Cada vez que el individuo aspira a aislarse o a protegerse de la intromisión
63
Psicología ambiental
de los demás, surgen reajustes a su privacidad a través de la constitución de
barreras físicas y/o psicológicas. Esto puede ser importante no solo en el espacio
doméstico, sino también en el lugar de trabajo o para algunas actividades de ocio.
Los espacios ocupados definitiva o transitoriamente están acompañados de una
relación afectiva con dicho espacio: el apego. La presencia de objetos personales
como muebles, fotos o recuerdos señalan dicha apropiación. El espacio que ha
sido apropiado contribuye a la identidad del individuo y da un sentimiento de
seguridad. De hecho, los territorios apropiados individualmente tienen como
función principal la de generar previsibilidad, orden y estabilidad. Los espacios
controlables y controlados son los que permiten la personalización y la regulación
de intromisiones.
El acondicionamiento interior del hábitat individual o colectivo está basado en
dos aspectos de la preservación de la intimidad: el funcionamiento con el exterior y
el funcionamiento interno. Con respecto a la relación hacia el exterior, la psicología
ambiental ha hecho énfasis en la necesidad de filtrajes progresivos que permitan la
gestión de la intimidad. La disposición interior ideal de la vivienda debe seguir una
regla de intimidad progresiva que va de lo más público (la entrada) a lo más íntimo
(la alcoba, situada por esta razón lo más lejos posible de la entrada). Este principio
es más o menos respetado sea cual sea el contexto cultural. Obviamente, en las
viviendas pequeñas es donde el manejo de la intimidad presenta muchos más
problemas. En cuanto al funcionamiento, este debe tener en cuenta las exigencias
de intimidad y de intercambio entre los miembros de la familia. Las instalaciones
internas deben garantizar una distribución en función de las diferentes actividades
domésticas y prever zonas de aislamiento según las necesidades. Estas últimas
pueden ser identificadas mediante simulaciones a gran escala con el fin de adaptar
la distribución de la vivienda a los deseos de sus futuros ocupantes.
El “hogar”
La experiencia de la habitación, particularmente la de la casa en el sentido de
“hogar” —home según el término anglosajón— es una experiencia humana
universal (Smith, 1994). Las relaciones entre el individuo y su vivienda sobrepasan
generalmente el marco funcional del hábitat para adquirir un significado más
profundo de “hogar”, que implica una manera de construir su vida en un espacio
geográfico determinado (Saegert, 1985). Las cinco dimensiones que hacen que un
hábitat se vuelva un “hogar” son: la centralidad, la continuidad, la privacidad, la
noción de sí mismo, la identidad y las relaciones sociales, a las cuales se pueden
añadir el ambiente y las características físicas del hábitat como entorno (Smith,
1994; Tognoli, 1987).
El “hogar” representa tanto un espacio físico como una idea abstracta de
dicho espacio. Diferentes investigadores (geógrafos, psicólogos, antropólogos) han
estudiado la habitación bajo esta perspectiva, recurriendo a menudo a enfoques de
tipo fenomenológico, clínico (estudio de caso) y psicoanalítico.
64
Cap.4 Espacios privados
Las investigaciones enfocadas en la primera acepción de la habitación, el hogar,
han ahondado en varios temas ligados a este: (1) la centralidad, el arraigamiento
y el apego; (2) la continuidad, la unidad y el orden; (3) la intimidad, el refugio, la
seguridad y la propiedad; (4) la self-identity y las diferencias interindividuales; (5)
las relaciones sociales y familiares; y (6) el contexto sociocultural.
La centralidad es una cualidad asociada a menudo al hogar. Este constituye un
punto central en la medida en que representa un territorio primario sobre el cual los
habitantes esperan ejercer un control exclusivo y permanente y al cual conceden
generalmente significados profundos. Constituye el punto físico central de sus
desplazamientos, así como una centralidad afectiva, de anclaje y arraigamiento
que está asociado a menudo al sentimiento de pertenencia al lugar (Smith, 1994).
La continuidad, es decir, la estabilidad y la permanencia, está ligada al
sentimiento de seguridad y diferencia el hogar del hábitat en general. La intimidad
está ligada a la calidad de refugio de este entorno. El hogar es un lugar donde el
individuo se siente cómodo, un lugar propicio a su relajación, lo cual le aporta un
sentimiento de libertad y de bienestar que le permite renovarse física y psíquicamente.
En la medida en que el hogar constituye un espacio de autonomía y libertad,
permite igualmente el desarrollo de la expresión de sí mismo. De esta manera, el
hogar adquiere una función simbólica de expresión propia (Korosec-Serfaty, 1979;
Lugassy, 1989). Este espacio se convierte en “hogar” debido a su personalización,
en la cual los objetos juegan un papel importante (Czikszentmihalyi & Rochberg-
Halton, 1981). Los objetos guardados en el hogar estarían cargados de valor afectivo
o simbólico más allá de la dimensión funcional que estos puedan tener. El aspecto
simbólico del “hogar”, que constituye también un medio de comunicación, está
presente a tal punto que se pueden precisar, a través de fotos de la vivienda, los
rasgos característicos de sus habitantes (Sadalla & Stea, 1978) o al menos su origen
sociocultural (Bernard et al., 1987).
La movilidad apreciada actualmente por la sociedad ha conducido a un
cambio de la constante espacial centrada en el “inmueble” hacia una constante
centrada en el “mobiliario”. El punto de referencia en el universo doméstico ya
no es el marco construido, sino los muebles y su disposición espacial al interior
de la vivienda. La identidad del individuo se expresaría mucho más a través de los
objetos y de los muebles que a través de lo relacionado al inmueble (Perrinjaquet,
Amphoux & Bassand, 1986).
El lugar de habitación juega un rol importante durante la infancia en
la formación de la identidad espacial —place identity— (Proshansky, 1978).
Noschis (1992) precisa que los recuerdos relativos al entorno constituirían
puntos de referencia y modelos con los cuales son comparadas las experiencias
posteriores. Esta identidad se construye a través de la relación “sujeto-entorno” y
está constituida por un conjunto complejo de ideas conscientes e inconscientes,
creencias, preferencias, sentimientos, valores, objetivos, tendencias y aptitudes
65
Psicología ambiental
comportamentales relacionadas con el entorno. Se trata de elementos cognitivos
referentes al entorno a los cuales se les atribuyen valores negativos o positivos así
como aspectos sociales (roles). El desarrollo de esta dimensión ambiental de la
identidad es modulada por tres lugares: la casa, la escuela y sus alrededores. Está
ligada a las etapas del ciclo de la vida, la autoestima y el concepto de sí mismo en
general y puede evolucionar a través de las experiencias ambientales significativas.
Eso explica los problemas de identidad ligados a los cambios de lugar de habitación
que son impuestos (Krupat, 1983).
El ambiente, es decir, una atmósfera cálida y agradable, se añade a las cinco
cualidades mencionadas anteriormente (Weisner & Weibel, 1981). Así, los aspectos
físicos constituyen solo una pequeña parte de la definición de “hogar”, mientras que
las dimensiones sociales, cognitivas, culturales y comportamentales son aquellas
que le confieren las cualidades de lugar seguro (refugio), de comodidad y de lugar
simbólico al cual se regresa después de los desplazamientos.
Para Sixsmith (1986), el hogar se caracteriza por tener tres dimensiones
esenciales que reagrupan, a su vez, 20 aspectos ambientales: (1) personal (felicidad,
pertenencia, expresión de sí mismo, experiencias cruciales, permanencia, intimidad
o privacidad, duración, lugares significativos, conocimiento y deseo de regresar);
(2) social (tipo y calidad de relaciones, presencia de amigos, diversión y aspecto
afectivo relacionado con la presencia de otros); y (3) físico (estructura y tamaño del
espacio, servicios, arquitectura, entorno laboral). Los lugares considerados como
hogar no tienen siempre una realidad física, una dimensión y una localización
espacial concreta: pueden ser imaginarios o espirituales. El pasado ambiental
marcado por la movilidad podría conducir al individuo a apegarse a ciertos
lugares que no frecuenta o frecuenta muy poco, o a algunos espacios de carácter
abstracto o imaginario (Rowles, 1983). La identificación con un lugar concreto
o abstracto implica que este lugar juega un rol central en un proyecto personal.
Puede que el individuo no lo frecuente objetivamente o de manera regular; sin
embargo, este lugar constituye un factor de equilibrio personal, de continuidad de
sí mismo, a través de experiencias ambientales múltiples. Por otro lado, las mujeres
y los hombres no se diferencian en función de las cualidades esenciales que estos
utilizan para caracterizar un hogar (Smith, 1994).
4.2 La apropiación, la demarcación y el manejo
de la intimidad
La relación con el entorno se estructura a través de la experiencia individual de
varios tipos de espacios: el hábitat de la infancia, el hábitat mítico, el espacio de los
otros lugares y el espacio de lo cotidiano. Habitarlo es una conducta de apropiación
y una expresión de sí mismo (identitaria). Da un sentido al espacio habitado y aporta
un sentimiento de seguridad. Tres términos explican las relaciones del individuo
con su entorno cercano:
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Cap.4 Espacios privados
La apropiación
El término de apropiación es polisémico y polémico (Korosec-Serfaty, 1976). Se trata,
por una parte, del proceso y, de otro lado, de su resultado, el entorno apropiado.
Las prácticas de apropiación permiten dar un significado personal al espacio y
producen un manejo cognitivo de este. Proshansky (1976a) insiste en el control que
acompaña la apropiación y que hace, de esta manera, que el entorno apropiado
sea previsible. La apropiación conlleva una implicación afectiva hacia los objetos
o lugares apropiados y supone la proyección del individuo en el entorno (Fischer,
1981). El concepto de apropiación tiene que ver con las diferentes modalidades de
relación entre el individuo y el objeto en cuestión. Por apropiación del espacio se
entienden las prácticas y las relaciones afectivas y cognitivas que el sujeto establece
con un lugar determinado. Para Moles (1976) la apropiación del espacio tiene tres
funciones: (1) una función de anclaje con un fuerte componente afectivo; (2) una
función de influencia que constituye una manifestación de la afirmación social;
y (3) una función de localización, ligada a las representaciones del espacio. En
efecto, la inserción del individuo en el espacio se realiza a través de la producción
de signos culturales y de conductas de acondicionamiento (construir su nido) que
tienen como objetivo ejercer una influencia sobre los lugares en cuestión (p.1974).
La apropiación se realiza según el modelo dialéctico: por un lado, la presencia
del control y, por el otro, la introducción de la libertad. En esta perspectiva, el
concepto de apropiación no incluye la idea de propiedad legal. Por el contrario,
este define el proceso gracias al cual un individuo o un grupo acondicionan y
reestructuran un espacio determinado y cómo establecen con él una relación
privilegiada, incluso si la estadía en dicho lugar es provisional.
La apropiación, como proceso, puede definirse como una proyección de la
conducta humana sobre el espacio, la cual puede llevarse a cabo de varias maneras:
por medio de la mirada, el acondicionamiento, la delimitación y la exploración.
La mirada es la forma mínima de apropiación que permite las emociones
estéticas y la satisfacción de la curiosidad y asegura la familiarización con un
espacio en el que se ha vivido. El acondicionamiento del espacio alrededor de la
persona (grupo) da e incluso impone a los demás, debido a un lenguaje silencioso
de objetos y símbolos, una cierta imagen de sí mismo, de su estilo, de su identidad
social. La demarcación o delimitación y el cierre de los lugares, a través de la
designación de actividades por realizar al interior de un espacio determinado,
delimitan dicho espacio. Por último, la exploración ofrece la posibilidad de
extender el campo de acción y de prolongar el área de actividad en relación con
el punto de apego (Moles & Rohmer, 1977). La apropiación de un lugar nace de la
familiaridad y se realiza en la cotidianidad a través de un aprendizaje progresivo
de las características propias de un lugar. Un espacio apropiado da seguridad a un
individuo cuando este puede permitirse ciertas formas de privacidad en dicho lugar
aunque se trate de espacios públicos o institucionales (Fischer, 1981); esto en la
medida en que el individuo pueda entrar en los intervalos de libertades intersticiales
así descubiertos.
67
Psicología ambiental
Más allá del punto central en la escala individual de estructuración del
espacio, el individuo puede apropiarse de espacios más vastos estructurados en
círculos concéntricos. La apropiación se realiza, de hecho, igual de bien a nivel
microgeográfico, es decir, en el lugar y sus alrededores —la calle, el barrio—, que
a nivel macrogeográfico: la ciudad, la región, el país, incluso el planeta (Bailly,
1978). Sea cual sea el caso, la escala espacial de apropiación interfiere con la
escala de estructuración social en grupos sociales primarios (familia, amigos)
y/o secundarios (vecinos, asociaciones formales, comunidades). La apropiación
individual o colectiva de un espacio se realiza sobre este fondo de relaciones
sociales más o menos conflictivas según los intereses específicos de cada uno. Los
individuos que comparten los mismos lugares llegan, generalmente, a compartir
también el apego a estos espacios y el significado de estos lugares, afirmando así
una identidad común.
Apego y arraigamiento
El individuo necesita un anclaje, un arraigamiento, un lugar de referencia (Moles,
1976), que presente una estructura jerarquizada del espacio habitado. Frente
a este lugar central de apego al entorno, todos los otros espacios ocupados
provisionalmente no son más que una extensión del punto de arraigamiento
(Moles & Rohmer, 1977). En el sentido de espacio familiar, el punto de anclaje
o el puerto de apego constituyen un espacio fuertemente personalizado, con una
carga e implicación afectiva de parte del individuo o del grupo. Investigaciones
han mostrado que la vivienda, y sobre todo la casa individual, representan este
tipo de espacio simbólico, soporte privilegiado de la realización de la apropiación
del espacio por parte del núcleo familiar (Korosec-Serfaty, 1979, 1984; Haumont,
1966, 1976).
El arraigamiento implica que el sentimiento de identidad personal se inscribe
en un lugar. Se fundamenta en un sentimiento de pertenencia que se manifiesta a
través de la estabilidad y la permanencia del vínculo establecido con un lugar y
por la voluntad de inscribirlo en el tiempo, así como por el sentimiento de que se
integra en la historia de los lazos y proyectos familiares. Identificarse con un lugar
significa que este lugar adquiere una función simbólica de representación de sí y
un rol central en el proyecto de la persona.
La apropiación estaría ligada a la estructuración del espacio y, sobre todo,
al concepto de centralidad. Ledrut (1973) distingue varios tipos de centralidad: la
centralidad funcional ligada a las diferentes prácticas, la centralidad topológica
ligada al posicionamiento de los lugares apropiados en la estructuración del
espacio, y la centralidad afectiva ligada a la importancia que el lugar presenta para
el individuo. La importancia relativa a la habitación al interior del sistema personal
de valores, en cierto momento del ciclo de la vida, parece estar en relación con el
grado de prioridad acordada a la actividad profesional con respecto al marco de
vida (Lévy-Leboyer, 1977).
68
Cap.4 Espacios privados
De esta manera, la experiencia adquirida por cada uno en materia de entorno,
a través del proceso de apropiación de ciertos espacios y de su jerarquización en
función de la importancia relativa que el individuo les da, hace que los diferentes
entornos de referencia intervengan en la expresión de la identidad personal. Se
trata tanto de fenómenos de identificación con un lugar, y por lo tanto de una
implicación afectiva, algunas veces incluso narcisista (Eleb-Vidal, 1982), como de
fenómenos de rechazo y de no integración: el espacio vivido como un medio donde
el individuo se siente extranjero o donde no se puede hacer algo a su nombre y al
cual se le quita un rincón familiar, tal como lo señala Fischer (1981)
La implicación afectiva se expresa no solamente mediante un marcaje
afectivo de los elementos que integran este espacio sino también mediante el
sentimiento que el individuo tiene de establecer un vínculo subjetivo fuerte con
este espacio. Está constituida por una serie de elementos relativos a un entorno
dado, las cogniciones (conocimiento, exploración), los deseos de estabilidad, los
sentimientos positivos y los comportamientos que sirven para establecer y mejorar
este vínculo. Esto supone un compromiso afectivo y social del individuo. En lo
que al hábitat se refiere, han sido identificadas cuatro condiciones esenciales de
arraigamiento: la evaluación positiva del entorno físico, la extensión de la red social,
el grado de elección percibido y la comparación con las alternativas accesibles.
El individuo puede no frecuentar de manera intensiva el lugar con el cual
se identifica. En caso de fuerte movilidad o de imposibilidad para encontrar y/o
frecuentar un lugar apropiado a esta implicación personal, el arraigamiento puede
hacerse de manera imaginaria, a distancia y de manera abstracta. La movilidad
provoca a veces una implicación “multicentrada”. La ruptura con el(los) lugar
(lugares) en los cuales existe una implicación conlleva la reconstrucción de la
identidad espacial a través de las experiencias significativas con otros lugares.
Además, la relación afectiva con un determinado lugar, la “nostalgia del pasado”,
o por el contrario el “realismo del presente”, dificulta y facilita, respectivamente, la
apropiación del hábitat actual (Ratiu, 2003).
La identidad espacial
Las relaciones con el entorno también están determinadas por dimensiones
psicológicas profundas: en este caso la identidad espacial y los recuerdos ligados
al entorno. Estos harían al individuo más consciente del proceso ininterrumpido
del cual él es objeto: su diferenciación en relación con el entorno y su implicación
psicológica con ciertos lugares. En el adulto, este tipo de recuerdos sería fragmentario
y estaría caracterizado por la manera específica que tiene el niño de descubrir el
entorno, la cual sería más afectiva que intelectual. Noschis (1992) precisa que los
recuerdos relativos al entorno constituirían puntos de referencia y modelos con
los cuales son comparadas las experiencias posteriores. Los aspectos físicos del
entorno serían de gran importancia en la medida en que la identidad de cada uno
estaría ligada a un entorno particular y especialmente a cierto paisaje.
69
Psicología ambiental
Proshansky define el concepto de place-identity como un elemento
constitutivo de la identidad del sujeto (self-identity), en este caso como identidad
espacial o topológica del individuo. Esta identidad se construye a través de la
relación individuo-entorno, que se compone de un conjunto de ideas conscientes
e inconscientes complejas, creencias, preferencias, sentimientos, valores,
objetivos, tendencias y aptitudes comportamentales ligadas al entorno. Se trata
más precisamente de elementos cognitivos concernientes a aspectos sociales y al
entorno a los cuales se les atribuyen valores positivos o negativos. Parece ser que
el desarrollo de esta dimensión ambiental de la identidad estaría modulado por el
hogar, la escuela y los alrededores, y estaría ligado a las etapas del ciclo de vida y
a la autoestima.
Los recuerdos que participan en la construcción de la identidad ambiental
del individuo, que se refieren tanto a aspectos físicos como sociales, sufren una
dinámica de recomposición en función de las experiencias y de las interpretaciones
ulteriores. Sin embargo, pareciera que los recuerdos ambientales del período en
el que no se realizó la separación clara entre los estímulos objetivos y aquellos
deseados pesarían más que los otros. Sería entre los 9 y 12 años, la etapa en la que
el niño considera el entorno, así como a las personas que frecuenta, susceptibles
de satisfacer sus deseos (Nilsson, 1983, en Nordström, 1995).
Respecto al hogar, las mujeres se diferenciarían en las actitudes y en la
satisfacción según su disponibilidad para implicarse emocionalmente en su
situación actual en materia de hábitat (Nordström, 1995). De la misma manera que
el autor, se puede deplorar la ausencia de modelos que representan no solamente
los aspectos cognitivos, sino también la dimensión afectiva del desarrollo de las
relaciones con el entorno. Algunos individuos presentan una imposibilidad para
implicarse emocionalmente en su lugar de habitación actual puesto que en el
pasado ya han sido privados de lugares propicios al proceso tanto de diferenciación
como de implicación afectiva hacia el entorno. Las implicaciones prácticas que
resultan de esta interpretación corresponden a proyectos de acondicionamiento
de los espacios residenciales, en la medida en que este acondicionamiento debe
facilitar a la vez la implicación tanto del interior como del exterior de la vivienda y
de sus alrededores (Nordström, 1995).
La satisfacción residencial
Según Lewin (1951), el valor de un objeto solo puede ser definido en el campo
ambiental propio de cada uno; dicho de otra manera: los deseos de cada individuo
respecto a su marco de vida están ligados a sus características psicológicas y a
su historia personal. Este tipo de enfoque supone que cada individuo evalúa de
manera más o menos favorable su entorno en función de criterios personales.
La temática de la evaluación y de la satisfacción ambiental ha sido tratada según
varias perspectivas. Algunos trabajos insisten en la evaluación de datos ambientales
concretos y miden la satisfacción a partir de la evaluación de elementos físicos
70
Cap.4 Espacios privados
específicos como la orientación, la vista al exterior, la posición de la habitación
en un edificio o el ruido (Canter, 1975; Lévy-Leboyer, 1987; Marammotti, 1997).
Otros tienen en cuenta la evaluación en su dinámica comparativa y temporal. Así,
Premius (1986) se refiere al modelo de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957)
para emitir la hipótesis según la cual un sujeto tiende a esperar que exista la mayor
congruencia posible entre la representación que este se hace del entorno residencial
ideal y la representación de su propia situación residencial. La adaptación a un
medio que no satisface las aspiraciones de una persona será pasiva si esta analiza
sus posibilidades, se adapta a la situación y ajusta su esquema de aspiración, o
activa si la persona transforma su entorno para aproximarlo a su ideal.
Otras investigaciones prefieren un enfoque global de la satisfacción e integran
la relación del individuo con su entorno según dimensiones como la familiaridad, el
proyecto residencial, el estatus residencial, el deseo de movilidad, etcétera. Dentro
de esta óptica, el enfoque transaccional muestra el deseo de ir más allá de la simple
recensión de elementos ambientales evaluados como favorables o desfavorables
para explicar la inscripción socioafectiva del sujeto en su espacio de vida. Se trata
de reconocer el papel fundamental de las dimensiones afectivas y temporales de
la experiencia ambiental como un elemento constitutivo de la relación individuoentorno
y por ende de la satisfacción residencial.
Bonnes, Bonaiuto, Aiello, Perugini y Ercolani (1997) establecen una escala
de satisfacción residencial (RSS) con 126 ítems repartidos en cuatro dimensiones:
las características arquitectónicas y urbanísticas (densidad, caracterización
socioeconómica, espacios verdes, estética), las características relacionales y
sociales (tipos de sociabilidad, categorías socioeconómicas de los habitantes), las
características funcionales (servicios, ofertas comerciales, culturales y de ocio). A
esto se añade una subescala de apego (Neighbourhood Attachement Scale). Los
resultados de esta investigación muestran claramente que la satisfacción residencial
es el resultado de varias evaluaciones específicas de tales dimensiones.
Además, la satisfacción residencial está fuertemente asociada al apego al
espacio habitado (Fleury-Bahi, 1997). Los factores que están más relacionados
con la satisfacción y el apego son la duración de residencia de los habitantes y
el sentimiento de tranquilidad de la vecindad. Además, como lo señalan Bonnes,
Bonaiuto, Aiello, Perugini y Ercolani (1997), las características físicas, como los
edificios o los servicios, dependen siempre de las características sociales y humanas
del espacio vivido. Así, por ejemplo, la percepción de la contaminación está
asociada a la percepción de la delincuencia y el entorno “opresor”, a la presencia
de individuos amenazadores. Los autores concluyen que las carencias ambientales
podrían ser compensadas por una buena calidad de las relaciones con los vecinos.
Al estudio de la evaluación que el individuo hace de su espacio de vida
podemos agregar el análisis de los fundamentos normativos e ideológicos de la
evaluación del entorno, particularmente de los buenos vecinos. La mayoría de los
autores integran elementos de sociabilidad o de estatus social a la satisfacción
71
Psicología ambiental
residencial pero habría que determinar los criterios utilizados por los individuos
para estimar su satisfacción/insatisfacción. Teniendo en cuenta que hace muchos
años se sabe que las variables objetivamente medibles continúan siendo poco
explicativas de la satisfacción percibida, cabe preguntarse en función de qué
criterios los individuos se estiman más o menos satisfechos. Se sabe ya que las
molestias son percibidas como más o menos incomodas, por ejemplo, según el
apego o el grado de identidad topológica (Félonneau, 2003). Lally (1992) afirma
que la identificación con un lugar se acompaña de una evaluación positiva. Sin
embargo, no se trata de llevar las variaciones interindividuales de la satisfacción a
un simple nivel individual.
4.3 Los espacios de trabajo
El espacio de trabajo es “el conjunto de situaciones diversas en las que los individuos
son enviados a lugares determinados para efectuar una actividad y tareas prescritas”
(Fischer, 1992, p.173). Se trata de un espacio delimitado atribuido al individuo
para una actividad precisa y por un espacio de tiempo determinado. Para aquellos
que tienen una actividad, se trata de un lugar cuyo tiempo de frecuentación es el
más elevado fuera del domicilio.
El espacio está socialmente construido. Puede ser percibido como un vector
de interacciones sociales y constituye un mensaje social sobre el grupo o la
sociedad que lo ocupa, su forma de vivir y sus valores. Las instalaciones interiores
de los espacios de trabajo, más allá de su funcionalidad destinada a permitir que
las actividades que se desarrollan en este lugar sean lo más cómodas posible,
reflejan también desde luego la diferenciación social ligada a las funciones y a las
actividades de todos y cada uno. El espacio refuerza de esta manera la diferenciación
social al interior de la empresa, se trate de talleres de fabricación, de oficinas o de
espacios de sociabilidad. Además, los marcadores físicos y psicológicos tienen una
influencia en la cohesión del grupo y en sus relaciones (Wineman, 1982). Es en este
sentido que la evaluación de las actitudes hacia las características del espacio, a
nivel material y también tal como existe para los individuos, puede informar sobre
los valores que constituyen el “campo topológico” del grupo. La organización
espacial refleja la estructura social de la empresa.
Existen dos aspectos del acondicionamiento espacial que han llamado
particularmente la atención de los psicólogos ambientales: la instalación de oficinas
colectivas o individuales y la congruencia entre las exigencias del individuo y las
potencialidades del lugar de trabajo, es decir, las posibilidades comportamentales.
¿Oficinas abiertas u oficinas individuales?
El acondicionamiento de espacios de trabajo ignora con frecuencia las exigencias
de territorialidad y de manejo de la intimidad. Las empresas están raramente
72
Cap.4 Espacios privados
organizadas con el objetivo de crear condiciones de trabajo óptimas. Más allá de
la luz, el ruido, la ventilación o los muebles, lo que es juzgado como esencial es la
posibilidad de aislarse en su lugar de trabajo. Esto no implica necesariamente que
cada empleado deba poseer una oficina individual. De hecho, las instalaciones
interiores deben tener en cuenta las diferentes tareas y prever tanto posibilidades de
aislamiento como de interacción informal. Asimismo, las preferencias por oficinas
individuales u oficinas abiertas dependen del tipo de tarea y de la manera de trabajar
de cada uno. La necesidad de cada empleado de disponer del espacio suficiente
para trabajar es a menudo más importante que el acondicionamiento abierto o
individualista de las oficinas. En este caso, también, una instalación modulable que
permita a cada uno organizar su lugar de trabajo y sus interacciones con los demás
parecería ser la solución ideal.
Las instalaciones influyen necesariamente en la productividad y en la
satisfacción de los que trabajan en ellas. Un estudio de Porto de Lima (2002)
se interesa en cómo influyen las instalaciones de oficinas abiertas o de oficinas
divididas en la satisfacción de los empleados.
Los resultados de las investigaciones en esta área insisten en el hecho de que
el mayor problema de las oficinas abiertas es que estas generan un sentimiento
de pérdida de privacidad y de incomodidad debido al ruido. ¿Cómo se organizan
entonces las diferentes características del entorno en las situaciones de satisfacción
o de insatisfacción en diferentes tipos de instalaciones? ¿Cómo se percibe la
privacidad en los diferentes tipos de oficinas y cuál es la posibilidad de que el
individuo pueda construir su propio espacio personal?
Existe una clara relación entre las características de la tarea, el nivel jerárquico,
la distancia social entre las personas y el tipo de oficina ocupado, pero el tipo de
oficina (abierto, semicerrado o cerrado) solo está en relación con la satisfacción
a través del número de personas que comparten la misma oficina. En lo que
respecta a la privacidad, se constata que la posibilidad de ejercer un control sobre
su lugar de trabajo, así como la posibilidad de manejar las interrupciones y las
posibles molestias, resultan ser las condiciones indispensables de satisfacción con
el trabajo. La privacidad en el lugar de trabajo y las posibilidades de control deben
considerarse como fundamentales para la satisfacción en el trabajo y primordiales
para la representación de sí y para la construcción de un lugar propio.
La congruencia individuo-entorno laboral
El análisis del rendimiento laboral a través de una perspectiva ambiental se ha
inspirado en la teoría de poblamiento de Barker. Se ha podido demostrar de esta
manera que diferentes factores relacionados especialmente con el estrés (como
el nivel de lucidez, el apoyo social de parte de los colegas de trabajo o de los
superiores o incluso el interés que se le da a la tarea) podían variar en función
del nivel de poblamiento de los lugares de trabajo. Sin embargo, como lo señala
Wicker (1987), esta teoría de poblamiento no es suficiente para comprender el
73
Psicología ambiental
funcionamiento de los sitios comportamentales si no se tienen en cuenta ni las
motivaciones ni los objetivos individuales, ni el tipo de relaciones sociales que
se pueden crear al interior de un sitio. Ciertamente, cualquiera que sea el nivel
de poblamiento, las motivaciones de los trabajadores y el grado de implicación
que tienen en su trabajo pueden llevarlos a comprometerse en acciones que van
más allá de sus responsabilidades. La motivación puede igualmente concebirse en
términos de concordancia individuo-entorno, es decir que los objetivos individuales
pueden corresponder a las gratificaciones que proporciona el medio. En realidad,
el bienestar en un sitio comportamental depende de esta concordancia entre las
estructuras individual y ambiental. De la misma manera, una fuerte cohesión en un
grupo de trabajo podrá engendrar una mejor repartición de las tareas o una mejor
comunicación. Estos aspectos individuales y sociales no deben ser ignorados en el
estudio de los funcionamientos de la empresa.
En el mismo orden de ideas, en un estudio sobre los accidentes (T. Ribeiro,
investigación no publicada), el autor aborda el accidente de trabajo desde una
perspectiva ecológica y lo inscribe dentro de un sistema holístico cuyos aspectos
(espacial, temporal y comportamental) ejercen un efecto recíproco. Así, el accidente
de trabajo es considerado como un hecho que solo puede explicarse en función de
la articulación sistémica de los diferentes términos de esta configuración hombreentorno.
Los resultados muestran que el accidente de trabajo depende de un
conjunto de transacciones complejas que articulan la percepción de las condiciones
ambientales físicas del taller, la organización del trabajo, el rendimiento, el
ambiente social y la satisfacción ambiental y organizacional.
74
CAPÍTULO 5
TERRITORIOS COMPARTIDOS
Y ESPACIOS SEMIPÚBLICOS
Los espacios comunes son los espacios públicos o semipúblicos, es decir, lugares
compartidos por algunos individuos entre los que pueden existir vínculos estrechos
debido a la visita conjunta de dichos lugares. Se trata de espacios tales como la
vivienda colectiva, el barrio, los espacios institucionales, las tiendas y los servicios
de proximidad, los centros comerciales y parques y espacios verdes del vecindario.
En las zonas abiertas al público bajo cierta forma de control, el individuo se enfrenta
a lo que Milgram llama los “extraños conocidos”.
5.1 Las relaciones con el entorno habitacional
Los entornos llamados semipúblicos son los entornos en los cuales el control es
compartido por diferentes grupos de personas (residentes de un barrio, usuarios,
etc.). Los conceptos tales como “apego” o “sentido de colectividad” contribuyen
a entender cómo los individuos o grupos de personas crean vínculos con su lugar
de residencia. Aunque el confort relativo al espacio habitado es esencial para la
satisfacción residencial, otros aspectos de las condiciones de vida son igualmente
importantes. La integración social de la vecindad, la existencia de servicios
adecuados, la presencia de espacios verdes, la estética de las construcciones y el
acceso al transporte público, ayudan a fomentar la inversión emocional del entorno
cercano. En otras palabras, a mayor congruencia individuo-entorno, mayor será la
correspondencia entre la vecindad y las aspiraciones del individuo; esto permitirá
a su vez una mayor satisfacción de sus necesidades sociales y materiales, y el
75
Psicología ambiental
individuo estará más implicado emocionalmente con su entorno. Se debe tener
en cuenta que en algunos casos las relaciones interpersonales que el individuo
ha logrado en su lugar de residencia son más importantes para el sentimiento de
pertenencia que las características físicas del entorno.
El entorno residencial
El concepto de entorno residencial se refiere tanto al hogar, la vivienda y el
vecindario como a la comunidad (Tognoli, 1987). El estudio del entorno residencial
debe tener en cuenta esta situación integral (Lévy-Leboyer, 1977), esta “unidad
habitante” (J. Palmade, en Léger, 1990), que está compuesta por un conjunto de
espacios apropiables: la vivienda principal a la cual puede añadirse la residencia
secundaria, un café u otros lugares, otros “puntos de atracción” más o menos
alejados del domicilio. El espacio cercano tiene una función especial para la
apropiación de la ciudad. Noschis (1984) hace énfasis en el espacio vivido y en la
definición subjetiva del barrio, de sus características físicas y sociales que permiten
al individuo sentirse como en casa. Dos conceptos que fundamentan la apropiación
de esta “unidad habitante” parecen esenciales: la implicación y el apuntalamiento.
Por consiguiente, el análisis de las prácticas en este espacio debería revelar el grado
de implicación psicoafectiva de la situación global del hábitat que proporciona el
soporte (la construcción) de la identidad psicosocial y la construcción del hogar en
el contexto urbano.
El entorno familiar —para este caso el barrio y la vecindad— es considerado
como un espacio de inscripción del Yo, caracterizado por su función principal
de apuntalamiento identitario. Al igual que la vivienda, el vecindario constituye
también un soporte de espacialización de la identidad (Lugassy, 1970; 1989).
La extensión del “hogar” a los espacios exteriores a la vivienda muestra
que esta es experimentada como una situación global de hábitat. Esta extensión
permite, por ejemplo, estudiar en qué medida el niño tiene acceso a la vecindad
y se la apropia. La definición operacional que da Bussard (1974, en Gaster, 1995)
especifica que se trata de espacios situados a diferentes distancias de la casa que
los niños frecuentan más o menos regularmente, solos o acompañados. Al parecer
múltiples obstáculos, como la densidad del tráfico y los factores de riesgo percibido
relacionados con el vecindario, impedirían la ampliación del espacio apropiado
cerca de la vivienda principal. Algunos estudios en los Estados Unidos y en Gran
Bretaña encontraron una disminución, o casi una no frecuentación de estos
espacios circundantes por parte de los niños (Gaster, 1995; Berg & Medrich, 1980).
El estudio de la evolución del espacio público que los niños pueden frecuentar en
la ciudad de Nueva York, entre 1915 y 1976, ha mostrado cambios significativos
con respecto a: (1) la edad en la cual se le permite al niño salir solo, (2) el número
y la calidad de los lugares visitados, (3) el número y el tipo de los obstáculos
ambientales, (4) el número y el tipo de las restricciones por parte de los padres,
y (5) el número de personas calificadas que supervisan al niño (Gaster, 1991).
Gaster hace hincapié en que a partir de los años cuarenta se observa, al mismo
76
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
tiempo, una disminución de los lugares percibidos como adecuados para niños
dentro del entorno urbano y de su accesibilidad para estas edades. Los autores
insisten en el papel que juegan estos espacios suplementarios en el hogar, que ellos
consideran como un conjunto de oportunidades de desarrollo de la exploración
medioambiental/ambiental. El autor preconiza incluso algunas recomendaciones
que orientarían el acondicionamiento del espacio urbano residencial con el fin
de que este facilite dichas prácticas. El estudio sobre el tema del aire libre (Jay-
Rayon, 1985), la proxemia y la reapropiación del espacio-tiempo natural revela
la relación específica entre los habitantes y su marco natural o seminatural como
espacio de ocio. Así, Gaster identifica el distanciamiento de las actividades de ocio
de los individuos con respecto a sus residencias principales. Se trata de un indicio
importante para la creación, ubicación y permanencia de estos espacios cerca de las
viviendas, en función de su frecuentación por parte de las diferentes poblaciones.
Estos espacios deben ser considerados como una gama de oportunidades de
desarrollo de la exploración del entorno y de la identidad de lugar.
Las relaciones del individuo con su situación de vivienda están orientadas
hacia un fin. El individuo interpreta, escoge, construye su contexto de vivienda
y cambia a través de sus relaciones con el entorno. El estado de bienestar, de
congruencia entre el individuo y su entorno, se alcanza cuando las cualidades
del contexto concuerdan con sus fines y con su sensibilidad a ciertas cualidades
ambientales.
El ajuste implica la puesta en concordancia entre el individuo y su entorno,
proceso que incluye tanto acciones como procesos internos propicios a la acción
(Gärling, 1993). Dicho ajuste se caracteriza a la vez por modificaciones que el
individuo hace al entorno y por transformaciones del individuo mismo, su manera
de actuar, sus fines o su nivel de aspiración. Por otra parte, las experiencias
medioambientales del individuo tienden, mediante un mecanismo retroactivo, a
mejorar o a optimizar sus relaciones con el entorno (Stokols, 1978b). La transacción
entre ambos términos supone que el individuo se ha involucrado tanto en las
fases activas como en las reactivas frente a los atributos ambientales y que dicha
transacción se manifiesta tanto a nivel cognitivo como afectivo y comportamental.
El barrio
El barrio, unidad homogénea en términos de su estructura socioespacial, delimitado
por fronteras específicas de orden arquitectónico, social o administrativo, constituye
la relación inmediata con la ciudad. Es el espacio “carismático” en el cual las
relaciones sociales se caracterizan por una cierta espontaneidad y familiaridad,
donde el individuo logra construirse un espacio cotidiano conocido y seguro:
el hogar. La exploración y el aprendizaje de la ciudad comienzan en este lugar
y conllevan en ciertos casos una implicación afectiva importante, el apego, el
arraigamiento y el sentido de pertenencia.
77
Psicología ambiental
El barrio y el lugar de vivienda representan también el punto central de varios
espacios y redes sociales frecuentadas por el individuo, tales como el lugar de
trabajo, los espacios recreativos, las escuelas, las residencias secundarias, etcétera.
La red social vinculada con el espacio privilegiado de la vivienda está conformada
principalmente por los miembros de la familia y por los amigos cercanos. Esta red
se extiende al vecindario y a las categorías de personas presentes en los lugares,
como por ejemplo los proveedores de servicios (médicos, comerciantes u otros).
Esta extensión es el signo de una buena integración social en dichos lugares.
Algunas cualidades ambientales de los alrededores inmediatos a la vivienda
parecen favorecer relaciones satisfactorias con esta red urbana y la construcción
del hogar. Se trata tanto de los atributos físicos del entorno —los espacios verdes
apropiables— como de las dimensiones sociales de este, las relaciones sociales
percibidas como agradables, homogeneidad de la población y red de apoyo social
(Rivlin, 1982; Sixsmith, 1986). Además, podemos observar diferentes tipos de
relaciones simbólicas con este espacio de proximidad en función de la relación del
individuo con su ciudad: un espacio abierto a la exploración de esta, un espacio
cerrado con carácter protector, un espacio/tiempo de evasión temporal sustituto de
la ciudad para las poblaciones cautivas (Palmade, 1977). En ciertas condiciones,
particularmente en las viviendas de masas, “la ausencia de apropiación de su
espacio domiciliario por parte del habitante es exacerbada por las condiciones
de alquiler y de sujeción a un reglamento de la casa, que imponen límites para
la identificación con la vivienda” (Barbey, 1980, p.114). En estos casos, ciertas
imágenes vinculadas a un hábitat lejos del frenesí del desarrollo urbano, las de una
casa ideal, son retenidas como soporte del arraigamiento afectivo.
El proceso de apropiación del espacio habitacional permite dar un sentido
personal al espacio (Bernard & Lévy-Leboyer, 1987) y conlleva el control cognitivo
de este. Las conexiones del individuo con su entorno cercano se construyen
entonces según una perspectiva temporal amplia, que engloba tanto el pasado
como el futuro, y son estas conexiones las que modulan las relaciones actuales del
individuo con un lugar preciso. (Caplan, 1983). Se trata de un proceso donde el
individuo orienta sus relaciones ambientales en función de sus objetivos y de sus
preferencias por ciertos atributos del entorno. La apropiación es también modulada
por la capacidad medioambiental del individuo y consiste en la capacidad de
reconocer los efectos de las cualidades ambientales y de utilizarlas o modificarlas
en función a sus propios objetivos (Steels, 1973). El concepto de “plan” muestra
este tipo de relación (Little, 1983): el plan se define como el conjunto de diferentes
alternativas de configuraciones de acciones. Comprende un componente cognitivo,
al cual se suma el componente conductual, la acción orientada hacia un fin y la
acción relativa a la preferencia por ciertas cualidades ambientales.
El contexto de las aglomeraciones urbanas y de los barrios, resultado de la
zonificación y de la especialización unifuncional de la estructura urbana, puso
de manifiesto otras modalidades de las relaciones con lo urbano: la “región de la
vida diaria” (Benoît, Benoît, Bellanger, & Marzloff, 1993). En estas condiciones la
78
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
proximidad es totalmente relativa y se extiende en función del distanciamiento
de la vivienda. Sin embargo, podemos distinguir zonas fluidas (sin anclaje de los
individuos en los lugares), zonas arraigadas —“los lugares que pertenecen a los
hombres y los hombres que pertenecen a los espacios”— y zonas funcionales
—“espacios organizados o desorganizados por el impacto industrial”— (Frémont,
1977).
En términos generales, la periferia de las grandes ciudades es un espacio
rechazado: al preguntarles a los habitantes de la Isla de Francia dónde les gustaría
vivir, 63% citaron París, 21% la provincia y solamente 15% las afueras (Naturel,
1992). Como resultado se observa que la implicación de lugar de vida, el apego
y las prácticas desplegadas en el barrio podrían cambiar en función de (1) la
posición social y topográfica del barrio en el seno de la estructura urbana (central
o en las afueras y medio favorecido o desfavorecido), y (2) en función del nivel
socioeconómico y de las capacidades estratégicas de sus habitantes (salario, estatus
de la vivienda, posesión de uno o de varios automóviles, movilidad). Las afueras el
barrio son menos atractivas que el centro, y más aún cuando el nivel socioeconómico
es alto, mientras que en el centro el atractivo del barrio no depende de la situación
económica de sus habitantes. Los barrios del centro son más frecuentados y se
invierte más tiempo en ellos, lo que los convierte en lugares más concurridos
para las poblaciones más diversas. Estos comportamientos favorecen netamente la
convivencia y el sentimiento de pertenencia a la comunidad urbana.
El centro es donde encontramos significativamente más habitantes implicados
afectivamente con su barrio. Los hogares más acaudalados, con una alta capacidad
estratégica, se implican más que las personas con bajas posibilidades estratégicas.
En general, quienes viven en el centro manifiestan igualmente un mayor apego que
aquellos que viven en la periferia. Los habitantes de las afueras conocen menos
su barrio que los parisinos: poseen menos prácticas en su entorno inmediato y
ocupan menos el espacio público (Naturel, 1992). Indudablemente, los centros de
las ciudades ejercen una gran atracción: se invierte más en ellos y nos apegamos
mucho más fácilmente. Por el contrario, aquellos que viven en barrios periféricos
desfavorecidos se implican menos y e invierten menos en su barrio.
Entre las dimensiones de la situación de vivienda (infraestructura básica,
relaciones con los vecinos, la seguridad en los espacios urbanos, infraestructura y
servicios, daños ambientales, la conexión con el exterior, actividad urbana y ruido,
variedad del espacio urbano y espacios naturales), las dos variables que mejor
predicen la satisfacción residencial en el caso de las poblaciones de bajos recursos
son el apego al lugar de residencia y las relaciones con los vecinos (Amérigo,
2000).
79
Psicología ambiental
5.2 Territorios de proximidad y comunidades
La apropiación del lugar de residencia se acompaña de comportamientos de
sociabilidad. Numerosas investigaciones han hecho énfasis en la relación entre
el apego a la vecindad y/o al barrio y la presencia de una red social y de amigos.
Cuanto mayor es el número de amigos cercanos y vecinos en las inmediaciones
del lugar de residencia, mayor es el apego experimentado (Mesch & Manor, 1998).
Fleury-Bahi (1997, 1998) ha puesto en evidencia, por una parte, los vínculos entre el
hecho de sentirse en casa en el barrio y las relaciones con los demás, determinadas
por una apreciación positiva de la población, con el hecho de interactuar con
mayor frecuencia con los otros habitantes del barrio y, por otra parte, el hecho
de haber podido establecer relaciones que van más allá de la simple relación de
servicio con los demás.
¿A partir de ello podemos hablar, como lo hacen los anglosajones, del
término “comunidad de vecindario”? Las definiciones del término “comunidad”
son múltiples: (1) puede tratarse de una definición puramente administrativa y
geográfica; (2) puede designar un lugar al cual se asocia un grupo de personas
—se trata entonces de comunidades locales, con el mismo significado que
“vecindario”—; (3) puede tomar un significado simbólico y psicológico, que
designa entonces características tales como los intereses compartidos por un grupo
de individuos. En este sentido de la palabra, los individuos tienen valores similares,
se identifican con el grupo y se apoyan mutuamente.
La definición de “vecindario” plantea los mismos problemas (Lee, 1968;
Taylor, 1982). Según Hunter, el vecindario es una unidad socioespacial más amplia
que el hogar y más pequeña que la ciudad, que se sitúa entre la familia y la sociedad
institucionalizada. Dicha definición se basa en tres aspectos:
a) El tamaño del vecindario: Se trata de una dimensión humana que permite
a los individuos ejercer un control personal y no mediatizado.
El tipo de vecindario: La vecindad es definida tanto por su extensión física como
social y por ende puede ser geográficamente identificable. También posee una
significación cultural, en la medida en que se trata de una construcción social. Se
define por un estilo de vida y un conjunto de valores, y sus miembros se reconocen
e identifican mutuamente. Para Milgram (1977), se trata de un área de “familiaridad
confortable”.
b) La función del vecindario: La vecindad constituye la conexión, el vínculo
entre el individuo y la sociedad. Es, de cierta manera, una zona limítrofe
entre la ciudad anónima y potencialmente hostil y el individuo. Algunos
barrios desarrollan así una comunidad de vecindad que es el vehículo de
las informaciones y provee los servicios a los individuos. Esta organización
puede ser tanto formal como informal. Las funciones de la vecindad son
80
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
múltiples: (1) hace posible la interacción social (es un lugar para hacer
amigos); (2) permite el surgimiento de un control social a partir de normas
compartidas por todos; (3) proporciona un sentimiento de seguridad y de
bienestar; (4) es un lugar de participación formal e informal; (5) produce un
sentimiento de identidad colectiva y de apego simbólico; y (6) es el lugar
de socialización por excelencia de los niños.
Así, lo que estaba definido geográficamente adquiere una significación
esencialmente social. Entonces se trata de compartir sentimientos sociales
anclados geográficamente. Si nos referimos a esta definición, es evidente que en
las grandes ciudades muchas personas extienden su red de amistades más allá de
la comunidad de vecinos e incluso, a veces, no establecen ninguna relación en
las inmediaciones de su residencia. De hecho, existen grados muy diferentes de
relaciones de vecindad según la situación o contexto en el cual vive el individuo.
Si examinamos el conjunto de hogares franceses, es decir, independientemente de
su lugar de vivienda, uno de cada diez no tiene ninguna relación con sus vecinos,
dos de cada diez tienen conversaciones o visitan a sus vecinos, casi la mitad se
hacen pequeños favores entre vecinos y un tercio tienen vínculos estrechos con
ellos. En los grandes conjuntos en el seno de las grandes aglomeraciones es donde
las relaciones de vecindad son las más bajas (17% de los residentes no tienen
ninguna relación con los vecinos), mientras que un tercio de los residentes de
casas individuales en las alcaldías rurales tienen lazos estrechos con sus vecinos.
En la aglomeración parisina, el 14% de las personas no tienen ninguna relación
con sus vecinos. Un estudio similar en los EE.UU. (Hunter, 1975) resalta una neta
disminución, en un período de 25 años, del uso de las relaciones de vecindad en
las grandes ciudades de dicho país. De igual manera, los individuos hacen cada
vez menos uso de las tiendas del vecindario (77% de utilización en 1949, 35% en
1974). En el mismo período, la frecuentación de las salas de cine cercanas se redujo
de 49% a 9%. En cambio, el reconocimiento de la existencia de una comunidad de
vecinos perdura, y la comunidad de vecinos todavía juega un papel importante en
el sentimiento de seguridad. El autor concluye que dichas comunidades continúan
desempeñando un rol psicológico y social significativo a pesar del declive en sus
funciones espaciales.
De hecho, pareciera que hoy en día en las grandes ciudades cada individuo
tiene relaciones ancladas en las inmediaciones espaciales conjuntamente con
relaciones espacialmente distantes y dispersas. Wellman y Leighton (1979), así
como Minar y Greer (1969), sostienen que pueden existir comunidades sin anclajes
en el vecindario o sin anclaje espacial. En otras palabras, las comunidades de los
grandes centros urbanos no están necesariamente ancladas espacialmente debido
a una mayor movilidad social y residencial de los citadinos y a la separación entre
los lugares de trabajo y de residencia. Keller (1968) habla de distancias psicológicas
y espaciales que no coinciden necesariamente. Los habitantes de las ciudades
serían más bien miembros de varias comunidades sin anclaje espacial (círculo de
colegas de trabajo, de actividades de ocio, etc.), en lugar de pertenecer a un mismo
grupo localizado en el vecindario. Ellos frecuentarían a uno u otro de estos grupos
81
Psicología ambiental
en función de sus actividades e intereses particulares, en comparación con las
ciudades pequeñas, que son más limitantes en lo que a las relaciones se refiere
debido a una cierta exigencia de conformidad implícita y a una relativa falta de
privacidad (Figura 12).
Figura 12: Composición social: ciudades pequeñas y grandes aglomeraciones
Pueblos/ciudades pequeñas
comunidad única anclada
espacialmente
normas sociales compartidas
restricciones fuertes
conformidad; poca privacidad
Grandes aglomeraciones
diversas comunidades sin anclaje
espacial
intereses y objetivos diferenciados
limitaciones/restricciones ligeras
ninguna conexión entre redes
facilitan la movilidad
red de circunstancias
Los citadinos eligen las relaciones comunitarias que mejor se adaptan a sus
necesidades. Además, las relaciones de amistad desarrolladas basadas en intereses
comunes son sin duda, al menos, tan gratificantes como las desarrolladas en
comunidades de vecinos. El hecho de que dichas relaciones persistan a pesar de
las distancias es una prueba de que son importantes para el individuo. Los citadinos
se caracterizan por tener tanto vínculos locales como dispersos espacialmente
(Jacobs, 1961).
Diferentes comunidades para diferentes individuos
Merton (1957) observa dos tipos de residentes urbanos: los locales y los
“cosmopolitas”. Los primeros son activos y se interesan por su vecindario; los
“cosmopolitas” se implican en relaciones interpersonales que abarcan todo el tejido
urbano. Cada barrio debe tener entre sus habitantes residentes de ambos tipos. De
hecho, un barrio poblado solo por “cosmopolitas” tiene poca cohesión interna,
y la comunidad de vecinos debe contar con residentes de tipo “cosmopolita”
para mantener las relaciones con la ciudad en general. Los “cosmopolitas”
son frecuentemente jóvenes, solteros o divorciados sin hijos y tienen un nivel
socioeconómico superior. Por lo tanto, buscan pasatiempos y diversiones que la
ciudad puede ofrecer. Su comportamiento los lleva a tener muchas relaciones poco
íntimas y poco arraigadas, y es posible que se encuentren solos.
Una clasificación más minuciosa de los citadinos en función de su tipo de
arraigo local (por elección propia o por necesidad) permite distinguir varios grupos
de conductas relacionales:
1. Los comunitarios homogéneos: Se trata de individuos que están
involucrados a nivel local sin sentir la necesidad de implicarse en otros
82
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
lugares. Para ellos la comunidad de intereses coincide con la comunidad
de residencia. Estas son comunidades que tienen una alta homogeneidad
de valores e intereses, en especial las comunidades de minorías étnicas.
2. Los comunitarios por obligación: Se trata de comunidades basadas en
estilos de vida, barreras que sirven para protegerse de los intrusos. En ellas
encontramos los grupos rechazados por la sociedad que tienen dificultades
para asimilarse o que son objeto de discriminaciones como los pobres, los
ancianos y los marginados.
3. Los comunitarios por compromiso: Son individuos que se satisfacen con
una relación funcional con su lugar de residencia: parejas con niños,
amas de casa. Estos son grupos de apoyo que se interesan esencialmente
en las facilidades recreativas y educativas y participan en la política
local. A menudo los conforman los propietarios más que los inquilinos
y, en consecuencia, dichos individuos están sumamente interesados en
la calidad de vida del barrio. Las asociaciones de barrio se forman con
frecuencia en los edificios para hacer frente a una amenaza (inseguridad,
drogas, proyectos urbanos, por ejemplo), y por lo tanto constituyen la base
para relaciones más estrechas.
Este análisis conduce a una tipología de los habitantes en relación a las
comunidades de vecinos. Un estudio realizado por Riger y Lavrakas (1981) sobre el
tipo de vínculos residenciales nos permite identificar dos dimensiones que reflejan
las modalidades del apego local: el apego físico (inquilinos o propietarios, duración
de la estadía) y el vínculo psicológico (el hecho de estar implicado en el barrio e
identificarse con el vecindario). Pueden identificarse cuatro tipos de residentes:
Figura 13: Tipos de comunidades de vecinos
Arraigadas/apegadas (34%)
apego físico al vecindario
participantes que viven con niños
propietarios (urbanizaciones)
No narraigadas/apegadas (21%)
implicación local
participación en las actividades
jóvenes susceptibles de mudarse
Arraigadas/no apegadas (13%)
los aislados
arraigados adultos mayores
ninguna participación local
No narraigadas/no apegadas (32%)
jóvenes móviles, “cosmopolitas”
nivel socioeconómico elevado
vivienda colectiva
Pero en lugar de clasificar los habitantes, bien se podría proponer una tipología
de vecindarios en función de la mayoría de sus habitantes (Warren, 1978; Warren
& Warren, 1975). Podemos distinguir seis tipos diferentes de comunidades de
vecinos según los siguientes criterios: frecuencia de las interacciones, sentimiento
de pertenencia y tipo de implicación dentro o fuera de la comunidad.
83
Psicología ambiental
1. Comunidades integrales: Son comunidades que reúnen los tres criterios
siguientes: los individuos se identifican con la comunidad, tienen muchas
interacciones formales e informales y, al mismo tiempo, intereses políticos
que van más allá de la comunidad.
2. Comunidades denominadas parroquiales: Al igual que las comunidades
integrales, se caracterizan por una fuerte identificación y por numerosas
interacciones. Sin embargo, son comunidades esencialmente replegadas
sobre sí mismas, aisladas del exterior y, por ende, vulnerables frente a las
diversas amenazas externas.
3. Comunidades difusas: La identificación con el barrio es fuerte; los
residentes son amistosos en público, pero principalmente centrados en su
vida privada.
4. Comunidades de relevo: Estas comunidades se caracterizan por una
alta rotación de los residentes. Los individuos son jóvenes de clases
socioeconómicas más altas y han optado por vivir cerca de su lugar de
trabajo. Poca o ninguna participación en el vecindario.
5. Comunidades de transición: No existe identificación local y no hay
interacciones en el barrio, poseen una alta rotación de los residentes.
6. Comunidades anómicas: Los residentes no están implicados de ninguna
manera, y los individuos están aislados y en el anonimáto.
En la medida en que ni las comunidades de vecinos ni los residentes que las
componen son fijos, los cambios y transformaciones en el funcionamiento pueden
llevarse a cabo de forma gradual. Hunter (1978) sugiere que toda la comunidad
comienza con una etapa “residual”, con un funcionamiento mínimo (“comunidades
difusas” de Warren). Este tipo de comunidad se convierte en una comunidad
emergente frente a la existencia de amenazas externas y no son producto de
un impulso interno (la exposición a la delincuencia o la amenaza de proyectos
urbanos), lo que conlleva la formación de grupos de interés. La transformación de
este tipo de comunidad en una “comunidad consciente” se produce después de la
desaparición de la amenaza y la toma de consciencia de la concordancia de ciertos
valores y beneficios de funcionamiento colectivo. Las amenazas permiten entonces
que las diferentes personas conozcan y descubran los valores e intereses comunes.
El desarrollo de vínculos más intensos y simbólicos a través de la identificación y
el apego al barrio se realiza entonces a veces conjuntamente con la aparición de
objetivos colectivos (Proshansky, 1978; Proshansky, Fabian & Kaminoff, 1983).
La sociabilidad en los espacios del barrio y del vecindario
La sociabilidad anclada en la proximidad espacial ha sido ampliamente estudiada
por la Escuela de Chicago (ecología urbana). Así, en los años 20 Park (1929) indicó
84
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
la importancia de la proximidad física en la determinación de sociabilidades
cotidianas. Los trabajos célebres de Wirth (1928) sobre el gueto muestran que el
espacio apropiado por una comunidad sirve de alguna manera como un trampolín
para la integración de los recién llegados. Así, según Cooley (1909), podemos
concebir el barrio como asociado al grupo primario.
Para Hunter (1979) las funciones del vecindario remiten en especial a la
formación de vínculos sociales de participación y, particularmente, a vínculos de
amistad, al desarrollo de un sentimiento de seguridad y a la preocupación por la
socialización de los niños. Por otra parte, los sociólogos insisten considerablemente
en la intensidad del control social a nivel del barrio. Paralelamente, los trabajos
sobre la proxemia (Hall, 1971) hacen hincapié en la intersubjetividad, las afinidades
y los sentimientos compartidos. Para Moles (1972), el barrio constituye el espacio
donde, a diferencia del centro de la ciudad, el individuo es conocido y reconocido.
Es el ámbito de la familiaridad.
Hasta los años 60 podemos decir que la “sociedad de la esquina” (Whyte,
1943), especialmente en los barrios populares, funcionó como un territorio que
simbolizaba una comunidad relativamente integrada. Numerosos estudios describen
el alto grado de cohesión social en los barrios obreros, independientemente de que
estos sean centrales o periféricos (Coing, 1966). A partir de esa época, sin embargo,
los profundos cambios del espacio urbano redefinieron la cercanía.
En los años 70 los sociólogos comenzaron a hablar de deslocalización de las
relaciones: el anclaje espacial inmediato perdió sentido a favor de inscripciones
territoriales más amplias. Fundamentalmente, se asoció la modernidad a la
emancipación del individuo con respecto a su perímetro de vida y a la progresión
de conductas exploratorias. La movilidad en todas sus formas se convirtió en un
imperativo absoluto. El vínculo social parecía cambiar radicalmente de estatus, se
diluía en el entorno próximo para surgir en un entorno más alejado. De hecho, se pasó
del mito del barrio —esencia de la comunidad encarnada en un lugar descendiente
del pueblo— al mito de las movilidades que liberan al individuo del peso de las
filiaciones territoriales demasiado rígidas. La zonificación, la monofuncionalidad
de los espacios de residencia y la deslocalización del hábitat (especialmente en
el sector social) crearon zonas en las que se desintegraron los vínculos entre los
diferentes individuos, los diferentes grupos y las diferentes generaciones (Chombart
de Lauwe, 1960; Ledrut, 1973). Ni la sociabilidad del vecindario ni las relaciones
urbanas más amplias escaparon a estas transformaciones.
A pesar de todo perdura el reconocimiento de la existencia de una
comunidad de vecinos. Unger y Wandersman (1985) muestran que la sociabilidad
del vecindario, más allá del desarrollo de interacciones sociales objetivas, pone
también en juego otros registros de inversión del espacio en el barrio, en particular
la elaboración de interacciones simbólicas y afectivas (sensación de poder contar
con los vecinos, sentimiento de pertenencia a la comunidad de vecinos). Las
comunidades de vecinos siguen desempeñando un importante rol psicológico y
85
Psicología ambiental
social, aunque sus funciones espaciales disminuyan. De ahí que las personas que
tienen, debido a una mayor movilidad geográfica, amigos dispersos por todo el
tejido urbano, no obstante, se implican y participan de cierta manera a nivel local
y a nivel del vecindario.
Héran (1987) identifica algunos rasgos característicos de la sociabilidad de
vecindad en Francia: es practicada de forma bastante desigual, se encuentra más
desarrollada en la vivienda individual que en la colectiva y más en las zonas rurales
que en las urbanas.
Las relaciones en el barrio residencial también dependen de la inversión local
y, sobre todo, del sentimiento de inseguridad. En un estudio sobre París intramuros,
Fleury-Bahi (1997, 1998) relaciona el sentimiento de inseguridad y las diversas
manifestaciones de sociabilidad en el barrio residencial. El hecho de sentirse seguro
va de la mano con el establecimiento de vínculos sociales y con el sentimiento de
pertenecer a una comunidad urbana, que se manifiesta por una apreciación mucho
más positiva de la población del barrio, como por ejemplo una mayor frecuencia
de momentos en los cuales se conocen nuevas personas y el establecimiento de
relaciones con los demás que van más allá de la simple relación de cortesía, y
se acompañan de la expresión de una identidad residencial predominantemente
urbana (Moser, 2004b).
México es una ciudad que podemos considerar como particularmente
insegura (Contreras, Moser & Savina, 2008): tanto los medios de comunicación,
como la experiencia personal de muchas personas demuestran un alto grado de
violencia que genera una sensación de peligro y de inseguridad. Estos elementos,
sin duda, influyen en las relaciones sociales en la ciudad. A esto se suman
problemas relacionados con la alta concentración de población, los problemas de
contaminación, de transporte, etcétera: existe el temor de circular en algunas calles,
barrios y zonas de la ciudad; a este temor se asocian discursos que consideran
ciertos espacios de la ciudad como peligrosos y provocan comportamientos de
evitación por parte de los residentes. ¿Cuál es entonces la incidencia que tienen
estas condiciones de vida, y sobre todo el sentimiento de inseguridad, en las
relaciones sociales y en particular en la convivencia en los barrios? Este “estar
juntos” afectivo, esta convivencia emocional, es lo que se ha deteriorado en los
barrios desfavorecidos de la Ciudad de México y en Querétaro, esencialmente
debido a comportamientos anónimos (delincuencia, peleas, vandalismo), los
conflictos entre las familias y las malas relaciones entre vecinos. Los residentes del
barrio favorecido de la ciudad de Querétaro ven el incivismo y la mala educación
como un obstáculo fundamental para la convivencia. Los residentes de los barrios
ricos de México argumentan los malos hábitos, el consumo de alcohol y la droga,
así como los problemas relacionados con las personas en sí, es decir, la soledad,
el aislamiento y la desconfianza con respecto a los demás (Contreras, Moser &
Savina, 2008).
86
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
La percepción que tienen los habitantes respectivos de la ciudad de México y
de Querétaro refleja con precisión la reputación que tienen estas dos ciudades. La
representación de México gira en torno al concepto de la inseguridad, la dificultad
de vivir, el crecimiento rápido y las desigualdades económicas. La representación
de Querétaro se articula en torno al concepto de tranquilidad relacionado con las
nociones de solidaridad, las posibilidades de relaciones sociales y las oportunidades
de empleo, evocando al mismo tiempo, al igual que los habitantes de México, el
rápido crecimiento y las desigualdades económicas. Estamos entonces frente a dos
contextos urbanos con un gran contraste: uno esencialmente negativo organizado
en torno a la inseguridad y otro mucho más positivo organizado en torno a la
tranquilidad y sus implicaciones a nivel laboral y de las relaciones sociales. Estas
percepciones son corroboradas por el hecho de que las únicas personas que
denuncian haber sido víctimas de una experiencia de inseguridad son los residentes
de un barrio rico de México. Por otra parte, la proporción de personas que trabajan
fuera de su barrio residencial es significativamente diferente según los sitios. En los
barrios ricos de Querétaro las tres cuartas partes de los habitantes trabajan fuera del
barrio, mientras que en México apenas la mitad de los habitantes salen de su barrio
para ir a trabajar. Esto sin duda conlleva una restricción de la frecuentación del
tejido urbano y un cierto repliegue en los residentes de los barrios ricos de México.
¿Cómo afectan estas particularidades los comportamientos de convivencia de los
habitantes de estas dos ciudades?
Desde el punto de vista de las características sociales del barrio, el estatus
más o menos favorecido de este remite a la posición diferenciada de los grupos
sociales en el espacio y, más concretamente, a las jerarquías socioespaciales que
constituyen la ciudad. Dicho estatus es por lo tanto susceptible de convertirse en un
factor determinante, entre otros, de la sociabilidad del vecindario. Así, observamos
una gran diferencia entre Querétaro y México respecto a la participación y a la
implicación en el barrio. En México hay poca participación y poca actividad en el
barrio. Curiosamente, los residentes del barrio favorecido tienen, sin embargo, una
vida comunitaria considerablemente más intensa que todos los demás, y solamente
en el barrio desfavorecido las relaciones de vecindario son tan frecuentes como en
Querétaro, donde la participación en el barrio es importante, concierne a más de
un tercio de los habitantes, y las actividades internas son frecuentes, especialmente
en el barrio favorecido.
Pareciera que el barrio favorecido de México se distingue por prácticas e
implicaciones más estructuradas y organizadas, a diferencia de los otros sitios, que
se distinguen por una participación y ayuda mutua menos formal. Este análisis es
corroborado por el modelo de la implicación en la vida social del barrio. La ayuda
mutua y el apoyo en el barrio funcionan de un modo esencialmente neutral en
México, independientemente del barrio al que se haga referencia, mientras que en
Querétaro funcionan de un modo afectivo más implicado, y esto sobre todo en el
barrio de nivel socioeconómico más alto. En definitiva, en la Ciudad de México
asistimos a un fenómeno bien conocido de distanciación y de regulación de las
relaciones. El déficit significativo de las relaciones de vecindario en el barrio en
87
Psicología ambiental
cuestión en México presenta los mismos resultados encontrados en París (Héran,
1987).
El funcionamiento relacional de los habitantes de México parece que se debe
tanto a las condiciones de la vida de una gran metrópoli como a los problemas de
seguridad propiamente dichos. De hecho, el repliegue sobre sí mismo, la relativa
indiferencia hacia los demás, la neutralidad o la evitación de relaciones de vecindad,
la reticencia a implicarse en la vida del barrio, la formalidad y la protección de
las relaciones son comportamientos típicos de las grandes ciudades (Moser, 1997,
2003) y están relacionados, en primera instancia, con la vida urbana. El hecho es
que la inseguridad y el comportamiento anómicos son omnipresentes, constituyen
el núcleo central de la representación social de México y son principalmente
evocados por los barrios desfavorecidos como causa primordial de impedimento
para la convivencia, mientras que solo los habitantes del barrio favorecido de
México expresan una victimización de los incidentes de seguridad.
En definitiva, la vecindad aporta esencialmente la posibilidad de construir
lazos alrededor de los favores. Los habitantes de grandes conjuntos se apoyan en
sus vecinos para los pequeños favores, pero también para los lazos de amistad. Sin
embargo, recurrir a la vecindad resulta ser a menudo una sustitución cuando otras
relaciones son más difíciles de establecer. Debido a la facilidad de los vínculos
de vecindad, estos lazos tienen la reputación de no ser duraderos y los lazos de
intereses comunes, más propensos a perdurar, no están siempre disponibles en las
inmediaciones.
El acondicionamiento residencial urbano
Lansing y Marans (1969) fueron los primeros en medir la calidad de vida y la
satisfacción residencial. Se utilizaron las siguientes categorías: la apariencia física de
la construcción (estilo y condiciones del hábitat, paisaje), las condiciones sociales
(tipo de vecindad social) y valor simbólico (prestigio y estatus del vecindario).
Otros estudios han agregado una evaluación hecha por los residentes del grado
y las fuentes de ruido en el barrio, el sentimiento de seguridad y las facilidades
de transporte (Carp, Zawadsky & Shokrkon, 1976). Estudios más recientes han
complementado estas categorías con la evaluación de la satisfacción en lo que se
refiere al entorno social, es decir, con los residentes del barrio.
De igual manera, basándose en el concepto de comunidad de vecinos, se han
acondicionado los espacios de proximidad. El acondicionamiento de los espacios
públicos se refiere principalmente a la habitabilidad del entorno del vecindario y a
la revitalización de los espacios públicos con miras a aumentar la satisfacción de
los residentes.
La revitalización de los barrios se apoya en las intervenciones sobre la
relación hábitat-residentes y sobre la red de vías públicas a través de una estrecha
colaboración entre los representantes de los residentes, los donantes y las
88
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
autoridades municipales. Se trata de: (1) fomentar la inversión en la red de vías
públicas cercanas para los peatones y de esta manera promover la interacción
social y la vigilancia de las actividades; (2) diversificar los espacios para acentuar las
rutas en la totalidad del entorno cercano; (3) ofrecer a los residentes la posibilidad
de actividades diversas en toda la extensión del barrio (comercios, zona de ocio,
parques infantiles, bancos, zonas de paseo); y (4) reducir el tráfico y la velocidad
de los automóviles (“zonas limitadas a 30 km”), sin que por ello se les excluya del
barrio. Todo esto implica, la mayor parte del tiempo, diseñar o rediseñar el barrio
de tal manera que las construcciones estén orientadas hacia la calle e introducir
espacios verdes que presenten múltiples oportunidades para todos los residentes
(juegos, picnics, paseos).
El concepto de “espacio defendible” (defensible space) de Newman (1972) a
menudo ha sido utilizado como principio de planeación de entornos de proximidad.
Las renovaciones llevadas a cabo atribuyendo el máximo espacio público para
control de los residentes (erigiendo barreras simbólicas o reales), reduciendo el
número de accesos, abriendo rutas adecuadamente iluminadas y favoreciendo
la apropiación individual de las viviendas a través del uso de signos distintivos,
tales como diferentes colores en los edificios, han obtenido resultados globalmente
positivos. Las evaluaciones posteriores a la renovación revelan una disminución
tanto en los costos de mantenimiento como en la tasa de incidentes delictivos
(llegando a veces a una disminución de más del 60% de robos y agresiones). El
acondicionamiento de los “barrios aledaños”, y de alguna manera las “zonas
limitadas a 30 km”, responden a la lógica de la territorialidad. Así, en la medida
en que fomentan un cierto control mediante la restricción del tráfico vehicular,
permiten al vecindario un mejor control de su entorno inmediato y una mayor
identificación con la calle, lo cual aumenta el sentimiento de pertenencia y de
seguridad.
5.3 Los espacios institucionales y su gestión
La exigencia de congruencia entre individuos y entorno no se limita al medio
residencial: los lugares de trabajo, de estudio (escuelas, universidades, centros
de formación) y los entornos institucionales (hospitales, cárceles, instituciones
para niños o para ancianos) también deben adaptarse a las necesidades de sus
ocupantes. ¿Cómo pueden acondicionarse estos entornos para que coincidan con
las expectativas de sus ocupantes? Las intervenciones más características son,
por una parte, las relacionadas con el control de la densidad y, por otra parte, la
regulación del comportamiento en los espacios abiertos al público.
Los espacios institucionales, tales como hospitales, residencias diversas,
centros de convalecencia, centros para ancianos y albergues para trabajadores
viajeros, son objeto de inversiones de compensación. En los espacios de vida
apropiados temporalmente, la gestión de la territorialidad adquiere toda su
importancia. Se deben considerar en especial dos aspectos: la personalización de
89
Psicología ambiental
los espacios institucionales y las mejoras/transformaciones de los espacios abiertos
al público.
La personalización de los espacios institucionales
La estadía en una residencia se acompaña de un abandono transitorio o permanente
de la esfera privada habitual, abandono que conlleva generalmente estrés e incluso
un cierto desconcierto debido a un sentimiento de pérdida de control y seguridad.
La reconstrucción de un territorio primario a través de marcas (fotos, adornos,
recuerdos, eventualmente muebles personales) y la posibilidad de cambio de
mobiliario (biombos en el caso de habitaciones compartidas) son elementos que
mantienen la autoestima y reducen el estrés de los residentes. Estos cambios son
frecuentemente mal percibidos por la administración, para la cual las exigencias y
el confort del personal tienen prioridad sobre las de los residentes. Solo mediante el
examen de las necesidades de cada uno y su materialización en acondicionamientos
razonables pueden ser evitados los conflictos.
El acondicionamiento interior de las habitaciones y de las áreas comunes
de los hospitales públicos busca, en primer lugar, reducir el estrés de las personas
vulnerables aumentando las posibilidades de control de determinados aspectos en
las habitaciones (la televisión, la privacidad, la temperatura) y, en segundo lugar,
evitar situaciones de alta densidad, pérdida de orientación, ruido y olores en las
zonas públicas. Además, debe fomentarse dentro de lo posible el acceso visual a
elementos naturales, parques, árboles, presencia de agua y de animales (acuario,
por ejemplo) y ofrecer espacios de convivencia que no sean al mismo tiempo
lugares de paso.
En las cárceles los problemas de densidad, unidos al problema de estrés y
a la tensión del encierro, traen graves consecuencias. El número de violaciones
del reglamento, la tasa de suicidios y el número de ataques y de enfermedades se
atribuyen en muchas ocasiones a las condiciones particulares de la detención y
particularmente a la densidad (Paulus, Cox, McCain & Chandler, 1975). El simple
aumento del espacio disponible para cada detenido (densidad física) no tiene ningún
efecto en el comportamiento, mientras que la disminución de la densidad social
(número de presos por celda), al aumentar la esfera de control de los ocupantes,
reduce considerablemente los efectos negativos del encarcelamiento.
La alta densidad es una característica ambiental a la que se le atribuyen, de
manera recurrente, comportamientos de repliegue sobre sí mismo, falta de atención
para con los demás o incluso la agresión. Algunas modificaciones del espacio
demuestran su eficacia para disminuir la sensación de estar apiñado, sobre todo en
las instalaciones colectivas como cárceles, bibliotecas universitarias y cafeterías.
De esta manera, cuanto más grandes son las instalaciones colectivas, menor es
la actividad social de los habitantes (relaciones de vecindad, ayuda mutua, vida
asociativa). Este hecho es comúnmente atribuido a una perturbación de la gestión
de la intimidad en los espacios semipúblicos. Así, los residentes de viviendas con
90
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
vista a largos pasillos se sienten amenazados en su intimidad. La intervención
arquitectónica en ciertas residencias e instalaciones colectivas, que consiste por
ejemplo en dividir los corredores mediante puertas batientes, reduce la sensación
de hacinamiento, aumenta la sensación de control y fomenta la interacción en los
nuevos espacios así delimitados.
Acondicionamiento de los espacios abiertos al público
Los trabajos de Hall (1966) y de Sommer (1969) sobre las distancias interpersonales
y sus consecuencias en la necesidad de espacio personal han sido aplicados sobre
todo en bibliotecas universitarias y cafeterías. De esta manera se verifica la distancia
de confort identificada por Hall: los recién llegados evitan sentarse en un radio de
dos metros alrededor de otra persona, siempre eligen una mesa vacía o, si todas las
mesas están ocupadas, eligen un asiento alejado. Del mismo modo, se prefieren
los acondicionamientos “espalda con espalda”. Por último, si más de dos tercios
de la sala están ocupados, es muy probable que el individuo renuncie a instalarse
o a quedarse. Este principio es válido no solo en las bibliotecas y cafeterías, sino
también en las salas de espera, en los vagones de tren, etcétera. Los principios
de territorialidad se aplican principalmente en los restaurantes, los ambientes de
trabajo y otros entornos específicos como las guarderías.
Los restaurantes están a menudo adaptados de acuerdo con los principios de
funcionamiento comercial, especialmente las exigencias de rotación de clientes
(comida rápida). Osmond (1957) diferencia las instalaciones sociocentrípetas y
sociocentrífugas. Las primeras favorecen la comunicación disponiendo los asientos
de manera que se permita a los clientes estar cara a cara, por ejemplo, con las
comidas alrededor de una mesa. Las segundas, en cambio, inhiben las interacciones
en la medida en que la disposición conduce los individuos a apartarse los unos
de los otros (las filas de asientos, asientos dispuestos espalda con espalda). Estos
principios se han aplicado considerablemente en el diseño de la disposición de
los asientos en librerías, aeropuertos, escuelas, salas de espera y restaurantes.
En algunos lugares, las instalaciones son fijas para limitar el control individual.
Cualquier aplicación de estos principios debe realizarse con el conocimiento
previo de las necesidades y requerimientos de la población a la cual está destinada.
Así, por ejemplo, en los cafés y bares la combinación de instalaciones sociópetas y
sociófugas es un principio utilizado a menudo para permitir que ciertos clientes se
aíslen y otros, en cambio, interactúen.
La señalización diferenciada de zonas de fumadores y de no fumadores y
la presencia de signos evocadores en los espacios abiertos al público tienen un
efecto regulador sobre el comportamiento. De acuerdo con las teorías de Barker
(1968), la infracción de las normas que rigen un espacio determinado se debe a
la mala legibilidad del espacio en cuestión. Así, los espacios para no fumadores
claramente identificados dan origen a menos infracciones de la regla que los
espacios ambiguos.
91
Psicología ambiental
La adecuación de los ambientes de trabajo debe tener en cuenta a la vez
los objetivos de la organización, sus aspiraciones culturales, las necesidades de
los empleados, los requisitos del tipo de trabajo y el rendimiento. Más allá de los
estudios relacionados con los efectos de las condiciones físicas, como los niveles
de iluminación o el ruido, un gran número de intervenciones han centrado sus
esfuerzos en la organización interna y externa de los edificios —su diseño— y
han demostrado su impacto en la cultura organizacional y la satisfacción de los
empleados. La inadecuación del edificio y del diseño por la falta de consideración
de estos factores múltiples aparece una vez que se ocupa la instalación y,
frecuentemente, las necesidades de espacio (s) y las particularidades individuales
de uso son obviadas durante su concepción, lo cual conlleva insatisfacciones y
la disminución de la productividad difícilmente corregibles. Al igual que en todo
espacio, se debe tener en cuenta la interrelación del individuo con su entorno
físico y social. En lugar de tratar de adaptar el espacio en cuestión, se trata de crear
entornos modulables e individualmente adaptables a las necesidades específicas
del sujeto y su manera de trabajar, en especial mediante el acondicionamiento
de espacios de usos múltiples. Esta flexibilidad de utilización ha sido igualmente
subrayada como un hecho particularmente significativo en la adecuación de las
estaciones polares (Weiss, Feliot-Rippeault & Gaud, 2007).
En cuanto al acondicionamiento de guarderías, algunas disposiciones
espaciales de las instalaciones, acompañadas de materiales lúdicos adecuados,
influyen fuertemente en el aprendizaje temprano de las habilidades sociales de los
niños, fomentando en estos la posibilidad de elegir entre el juego en solitario o, por
el contrario, la interacción entre parejas y/o con los educadores.
5.4 El bienestar y el confort
La noción de confort, aunque influye de manera recurrente pero discreta en la
calidad de vida y en el bienestar, ha sido poco explorada. De hecho, se trata de
una noción compleja, en parte porque es difícil expresar lo que hace que una
situación sea cómoda o incómoda y, en segundo lugar, porque la comodidad
no es un concepto unidimensional directamente mesurable (Dumur, Bernard &
Boy, 2004). La comodidad está relacionada con los sentimientos, la percepción,
el estado de ánimo y la situación. Su definición conlleva a la vez un enfoque
negativo (ausencia de incomodidad, que se caracteriza por ejemplo por la ausencia
de dolor, de ansiedad, etc.) y un enfoque positivo (bienestar, satisfacción).
La comodidad es más a menudo asociada a ambientes específicos y apropiables
tales como las viviendas o los lugares de trabajo. En efecto, los conceptos de
confort, de hogar y de apego al hogar parecen haberse construido históricamente
en forma conjunta (Moore, 2000). Además, las investigaciones se centran sobre
todo en un aspecto particular del confort físico (confort luminoso o térmico, por
ejemplo), sin tomar en cuenta su dimensión holística. Sin embargo, la calidad del
marco de vida corresponde hoy a una sensibilidad de la población que percibe
92
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
su entorno de manera global. Dicho marco constituye “una realidad residencial,
urbana y arquitectónica, pero vivida subjetiva y psicológicamente, sobre todo
como identidad” (Sèze, 1994). Esto corresponde a una mayor sensibilidad respecto
a los aspectos ambientales, tales como equipos, servicios urbanos, espacios verdes,
ambiente, vecindario y hogar. En el ámbito del hábitat, la relación posmoderna
con el entorno se traduce en nuevas expectativas —entre ellas la accesibilidad
económica de todos a una vivienda dotada de un mínimo de confort y de un estilo
moderno—, a las que se suman nuevas percepciones acerca de las cualidades
ambientales, arquitectónicas y espaciales del entorno de vida. Los habitantes son
sensibles no solo a los aspectos funcionales, sino también a los aspectos estéticos
y humanos de su estilo de vida. Las encuestas han mostrado igualmente que el
sentimiento de “estar en casa” estaba relacionado a la limitación y al control de las
interacciones (Fischer, 1997).
Así pues, observamos el “confort sensorial”, relacionado con la luz, el aire,
la vista y la cualidad táctil de los materiales, y “el confort existencial”, vinculado
a las cualidades ambientales del marco de vida que tienen repercusiones en el
plano psicológico, especialmente sobre la identidad y la realización personal
(Sèze, 1994). Si el confort responde a las necesidades fundamentales, se presenta
una diferenciación de las exigencias en función de las necesidades específicas
vinculadas al estilo de vida, a la actividad profesional, a la pertenencia social y
a las experiencias anteriores en materia de confort (Pineau, 1980). Por otra parte,
las exigencias y la satisfacción relativas al confort están sujetas a la evolución
constante de las necesidades que, una vez satisfechas, generan nuevas necesidades
en un grupo social determinado. En efecto, la mejora en la calidad del marco de
vida incrementa el grado de afiliación subjetiva del individuo a una clase social
determinada, lo que conlleva la aparición de aspiraciones más elevadas y el
cambio del sistema de valores de este último (Lévy-Leboyer, 1980). El confort ya
no solo se define en términos técnicos del diseñador, sino que también se define
como calidad percibida por el usuario. Ya no es suficiente que los objetos técnicos
cumplan con los requisitos funcionales, sino que también deben cumplir con las
exigencias relacionadas a las características psicosociales de los usuarios.
Se pueden extraer de la noción de confort cuatro dimensiones principales:
(1) el confort material, vinculado a la satisfacción de las necesidades básicas y
materiales; (2) el confort estético, subjetivo y que depende de las percepciones
individuales; (3) el confort social, que corresponde a un equilibrio entre la
necesidad de estar con los demás y la necesidad de privacidad; y (4) el confort de
conformidad que marca la pertenencia a un determinado grupo social (Dumur,
Bernard & Boy, 2004).
En el marco de los ambientes de trabajo, los estudios se han centrado
principalmente en las propiedades mesurables del entorno y sus efectos en el
rendimiento laboral. Otro aspecto corresponde a las dimensiones psicosociales
de los entornos de trabajo vistos como territorios. En dicho contexto, se han
identificado patrones de comportamiento a través de procesos de apropiación y de
93
Psicología ambiental
personalización: la señalización ambiental y la construcción de fronteras son una
de sus expresiones. Por último, desde una perspectiva más ergonómica, el espacio
representa un recurso, un potencial para el funcionamiento de una modificación
determinada. Del mismo modo, el confort ha sido ampliamente estudiado desde
el punto de vista ergonómico y físico, es decir, a partir de criterios objetivos, sin
tener en cuenta los aspectos más subjetivos, estéticos y emocionales vinculados a las
necesidades individuales o a los aspectos contextuales y sociales. Sin embargo, estos
parecen esenciales. En efecto, cualquiera que sea su contextualización, el confort
remite a la noción de hogar y de espacio apropiable (Marchand & Weiss, 2004).
El confort puede ser considerado como un indicador de la relación entre
el individuo y su entorno. El control se presenta como un proceso central que da
estructura a la representación del confort. El éxito radica en su evaluación de la
situación en términos de comodidad o incomodidad. La teoría psicosocial de la
implicación desarrollada por Flament y Rouquette (2003) aclara las variabilidades
individuales y contextuales de la representación del confort. Tres dimensiones
permiten explicar el grado de implicación del individuo con relación a un objeto
en un contexto social: la identificación personal, el valor del objeto y la posibilidad
de acción percibida. La identificación personal nos remite a la percepción de la
proximidad del objeto, la valoración del objeto implica la importancia adjudicada
dicho objeto, y la posibilidad de acción percibida se refiere a la noción de control.
El confort en los espacios de transición
Abric y Morin (1990) resaltan el impacto que tienen las variables individuales,
sociales y situacionales sobre la percepción y las representaciones sociales
movilizadas durante los viajes en tren. Igualmente, demuestran que el nivel de
satisfacción está relacionado con el estatus social de los usuarios. La concordancia
entre la representación que estos últimos tienen de las condiciones en las cuales
se hizo su viaje, en términos de comodidad y de la representación de sí mismo,
ratifica su posición social y una imagen positiva de sí mismo. Por otra parte, un viaje
profesional es representado de forma diferente dependiendo de si se trata de un
viaje de ida o de vuelta: la ida es percibida como más agradable, los usuarios están
más relajados y el desplazamiento se centra en el trabajo; por el contrario, el regreso
se lleva a cabo en condiciones diferentes (fatiga, nerviosismo debido al trabajo).
En consecuencia, los usuarios se encuentran más sensibles a las dificultades y a
los problemas causados por el desplazamiento. Dicho trayecto se encuentra más
enfocado en la familia y en el regreso a casa. Los viajeros desean que el regreso a
casa sea lo más rápido posible y en las mejores condiciones. Los viajes de ida o de
vuelta son así afectados por diferentes significados: aunque objetivamente se trate
del mismo tipo de desplazamiento, estos trayectos no son percibidos de la misma
manera, no son comparables desde el punto de vista de los sujetos.
El espacio es un tema recurrente y transversal en el discurso sobre el confort.
Se percibe a partir de dos acepciones: una física y una social. La falta de espacio
puede traducir, por una parte, el malestar físico explicado por lo que los individuos
94
Cap. 5 Territorios compartidos y espacios semipúblicos
denuncian como una búsqueda de rentabilización excesiva multiplicando el
número de asientos por vagón (Marchand & Weiss, 2004). El malestar es entonces
percibido a nivel de las piernas, del equipaje y durante los desplazamientos
a los sanitarios, pero la falta de espacio también se asocia con la presencia de
otros usuarios como un malestar social. Al reducirse el espacio destinado a cada
pasajero, se acentúa una proximidad forzada con los demás, lo cual da lugar a
una sensación de hacinamiento. En efecto, el individuo necesita regular el uso
de su espacio a través de distancias que tienen una significación a la vez social
y cultural (Hall, 1971). La distancia entre sí mismo y los demás es una función
directa del confort psicológico experimentado en una situación (Codol, 1978). Las
teorías sobre el control y el estrés (Moser, 1992a) ponen en relación el confort
situacional con la posibilidad de ejercer el control sobre la situación. La noción
de control ayuda a explicar las diferencias que se producen en función de los usos
y, más específicamente, entre las prácticas ocasionales y regulares. La posibilidad
de acción percibida refleja la posibilidad de control que posee el individuo sobre
una situación determinada. El sentimiento de control, equiparado a un sentimiento
de poder, puede ser polarizado en una escala que va desde el control total (“solo
depende de mí”) a la impotencia (“no puedo evitarlo”). El grado de implicación en
una situación varía entonces en función de una relación de poder con el entorno:
los usuarios del tren serían tanto más sensibles al entorno y a la posibilidad de actuar
sobre este, en función de los esquemas personales, cuanto más se sientan implicados
en la situación de transporte en la cual se encuentran. Marchand y Weiss (2004)
mostraron que en el contexto del tren se piensa que la cuestión del confort es más
aguda para los viajeros regulares que para los viajeros ocasionales. Esto explicaría
su elevada sensibilidad al entorno y la creciente necesidad de ejercer control —o
poder— sobre la situación. Si la persona cree que su comportamiento consigue el
propósito buscado, percibirá la situación como controlable. La promiscuidad que
caracteriza el viaje en tren puede causar estrés, en particular, debido a la invasión
del espacio íntimo y personal. El espacio es entonces objeto de necesidades que
varían dependiendo de la situación. La necesidad de espacio no es la misma si los
sujetos se desplazan con frecuencia o de vez en cuando. De hecho, el papel y el
peso de estas necesidades varían en la representación (Marchand & Weiss, 2004).
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PÁGINA EN BLANCO
CAPÍTULO 6
DEL ESPACIO PÚBLICO
AL ENTORNO URBANO
“Construyamos las ciudades en el campo”
Ferdinand Lop
En la actualidad, más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas.
Las principales ciudades ofrecen una variedad de opciones culturales, educativas
y de ocio, pero al mismo tiempo se concentran en ellas todo tipo de delincuencia
y crímenes, son ruidosas, llenas de gente y más contaminadas. Se caracterizan,
entre otras, por unas condiciones de vida consideradas difíciles, los transportes y el
acceso a los servicios son menos fáciles que en las ciudades de tamaño mediano,
y las relaciones humanas son consideradas hostiles.
6.1 Las condiciones ambientales urbanas
El entorno urbano es considerado más exigente y apremiante que el de las ciudades
medianas, las ciudades pequeñas o las zonas rurales. Debido a su extensión,
las grandes metrópolis fuerzan a los habitantes a desplazamientos diarios sobre
autopistas o en transportes públicos que son susceptibles de representar un estrés
sustancial (Stokols, Novaco, Stokols & Campbell, 1978). Del mismo modo, el
formalismo burocrático y la mayor competencia para servicios (metro, taxis, colas
para los cines, etc.) son más comunes en las ciudades que en pueblos pequeños
(Glass & Singer, 1972). Además, los residentes de las grandes ciudades están más
expuestos a condiciones ambientales estresantes.
97
Psicología ambiental
Las grandes ciudades serían más ruidosas, más contaminadas y más densas,
y entre el conjunto de las condiciones a las cuales el ciudadano está expuesto
diariamente, el ruido representa el factor estresante más dramático, la mayoría de
las veces mencionado, y sobre el cual se concentra el número más grande de
quejas. Los niveles de ruido aumentan con el tamaño de la aglomeración. Los
momentos más tranquilos en un apartamento en una gran ciudad son más ruidosos
que los momentos más ruidosos en un apartamento de una ciudad pequeña
(Environmental Protection Agency, 1972). En un estudio epidemiológico llevado
a cabo en la región parisina, en sujetos sobreexpuestos al ruido por lo menos
en una situación real que normalmente formaba parte de su cotidianidad —la
vivienda, el transporte, el trabajo o el ocio—, Lévy-Leboyer (1978) mostró que
los “sobreexpuestos” eran extremadamente numerosos. Un cuarto de la población
interrogada está sometida diariamente al ruido en más de tres situaciones diferentes.
Si los sujetos en condiciones de pobreza están más expuestos que los habitantes
de los barrios acomodados a las malas condiciones ambientales tales como
densidad, criminalidad y perjuicio, (McCaull, 1977) esto, en el medio urbano,
no parece demostrarse para el ruido. En efecto, Lévy-Leboyer (1978) comprueba
que los sujetos expuestos al ruido en varias situaciones a la vez (vivienda, trabajo,
transportes y ocio) no constituyen un grupo particularmente desfavorecido. Parece
pues que las condiciones ambientales a las cuales están expuestos los ciudadanos
son numerosas y conciernen poco o mucho a todos los residentes, hasta tal punto
que la inmensa mayoría de ellos están expuestos regularmente y simultáneamente
a varias situaciones estresantes. Los numerosos estudios logran concluir que
las ciudades presentan más elementos estresantes que el campo. Por estos
aspectos diversos, la ciudad parece pues constituir un entorno de mala calidad,
manifiestamente infligiéndoles a sus habitantes más limitaciones.
Designamos estresores ambientales las condiciones del entorno susceptibles
de tener efectos nocivos sobre el individuo. Entre estas condiciones algunas son
identificables por el individuo y provocan una expresión de molestia subjetiva,
otras no. Cuatro aspectos del entorno han sido estudiados como fuente de estrés: el
ruido, la temperatura, la contaminación atmosférica y la densidad. Dos parámetros
permiten distinguirlos y clasificarlos: su estatus y su origen.
El estatus permite distinguir las condiciones físicas (el ruido, el calor y la
contaminación atmosférica) y las condiciones interpersonales tales como la
densidad debido a una insuficiencia de espacio (Altman, 1976). Esta distinción
es importante para el análisis de los efectos comportamentales. Mientras que para
las condiciones ambientales físicas estos efectos se les atribuyen a las condiciones
objetivas, para las condiciones interpersonales las interacciones mismas son
susceptibles de variar según la densidad sea fuerte o no. Esto hace un poco más
difícil la identificación de lo que es debido a las condiciones objetivas y de lo que
es debido a los problemas que conlleva al nivel de las interacciones.
El origen permite distinguir el estrés imputable a la presencia de individuos
identificables (es el caso del ruido y de la densidad) y el estrés que representa
98
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
condiciones ambientales generales, más o menos crónicas, difícilmente modificables
o evitables. Es particularmente el caso de la contaminación atmosférica y del calor.
En la medida en que los procesos de atribución contribuyen a modular los efectos
de las condiciones ambientales, el hecho de poder identificar o no la fuente es
importante.
Las condiciones ambientales físicas
El ruido
El ruido es una “emanación sonora no deseada”. Esta definición supone un
componente físico, en la medida en que el ruido debe ser percibido por el oído
humano, y un componente psicológico, incluso cognitivo, que lo designa como
indeseable, particularmente debido a su carácter irritante y perturbador. Desde el
punto de vista físico, el ruido se caracteriza por su intensidad (dB), su frecuencia,
su periodicidad (continua o intermitente), su duración (pasajera o crónica) y su
predictibilidad (intervalos al azar o fijos).
La molestia debida al ruido depende (1) del volumen del ruido, (2) de
su predictibilidad y (3) de la posibilidad de control que le es asociada (Kryter,
1970; Glass & Singer, 1972). Por encima de 90 dB, el ruido no es solamente
psicológicamente molesto, sino que puede producir daños fisiológicos al oído,
sobre todo si la exposición se prolonga más allá de las ocho horas. Cuanto
más intenso es el ruido, más interfiere con la comunicación, más elevada es la
activación fisiológica y el estrés que se le asocia, y más importante es la atención
que se le concede. Hasta los niveles inferiores a 90 dB, la audibilidad condiciona
la estimación de la molestia: el mismo ruido es considerado más molesto cuando
oculta la información necesaria para realizar una tarea (Moser & Jones, 1983).
El ruido intermitente es más molesto que el ruido continuo. Son la impulsividad
y la irregularidad las que lo hacen más perturbador. El ruido incontrolable, por
otra parte, es más molesto y más estresante que el ruido controlable; produce una
activación fisiológica más importante, necesita más atención y es más difícil para el
individuo adaptarse a él y/o controlarlo. Si un ruido presenta conjuntamente estas
tres características (intensidad elevada, carácter de lo imprevisible e incontrolable),
hay un máximo de efectos negativos y conjuntamente una molestia más importante.
Aunque la molestia debida al ruido aparezca esencialmente con ruidos
fuertes, el nivel de ruido es un mal predictor de la molestia ocasionada, contrario
a otros factores que contribuyen significativamente a la predicción de la molestia
experimentada. Más particularmente, las numerosas búsquedas no solo muestran
que no hay concordancia entre la molestia experimentada y las medidas fisiológicas
y comportamentales de los efectos del ruido, sino también que existe una gran
variabilidad interindividual en este punto; Lawson & Walters, 1974; Lévy-Leboyer
& Moser, 1976). De manera general, el análisis de la molestia solo puede hacerse
mediante el conjunto de los parámetros de la situación, así como del significado
que les concede el individuo. Desde este punto de vista, toda una serie de variables
99
Psicología ambiental
condicionan la molestia: el juicio individual sobre la necesidad del ruido, el hecho
de que a las personas que ocasionen el ruido se les considere como si no les
concerniera el bienestar de la gente expuesta, que el individuo que percibe el ruido
lo considere perjudicial para su salud, que lo asocie con un miedo específico y,
finalmente, que la persona que oye el ruido esté insatisfecha por lo general con su
entorno.
Cuatro hipótesis explicativas de esta intervariabilidad pueden ser abordadas:
la incidencia de factores individuales, el significado social del ruido, variables
situacionales y problemas de medida (Lévy-Leboyer & Moser, 1987). Ninguno de
estos factores por sí solo da una explicación satisfactoria de la variabilidad de las
molestias expresadas en la misma situación. Todo análisis de la molestia expresada
por el sujeto debe por consiguiente tener en cuenta el conjunto de estos factores
así como de sus interacciones. No es nada asombroso en este caso sí, puestos en
la misma situación acústica, diferentes individuos están en desacuerdo cuando se
les interroga sobre el malestar que sienten a causa del ruido. La fuerte dispersión
de las molestias experimentadas por los mismos individuos en situaciones análogas
plantea el problema de las fuentes de esta variabilidad interindividual. Los datos
que hemos recogido en viviendas expuestas a ruidos significativos, tanto internos
como externos, mostraron que las molestias subjetivas dependían de la historia
personal (las condiciones anteriores de vivienda, las razones de la mudanza, etc.)
y eran indisociables del juicio subjetivo que concernía a la calidad global de la
vivienda que ocupaba el individuo (Lévy-Leboyer & Moser, 1976). De manera
general, comprobamos que este hace una evaluación de lo molesto que es el
resultado de una comparación, comparación variable porque siempre se refiere a
otras experiencias de ruido. Entonces no podemos tratar estas evaluaciones como
juicios absolutos.
El miedo de los accidentes aéreos, la percepción del ruido debido a un
acontecimiento necesario e importante, el sentimiento de poder controlar el ruido y
el tipo de actividades con las cuales el ruido en cuestión interfiere son todos buenos
predictores del malestar debido a los ruidos que se generan en los aeropuertos
(Cohen & Weinstein, 1982). Además, algunas personas son más sensibles al ruido:
la autoevaluación de la sensibilidad al ruido se asocia con los problemas de salud,
tanto física como mental, para los sujetos expuestos a niveles elevados de ruido
(Tarnopolsky, Barker, Wiggins & McLean, 1978; Weinstein, 1978). Las personas
más sensibles al ruido tienen más dificultades relacionales (Weinstein, 1978), son
emocionalmente menos estables y más ansiosas en general.
El ruido parece además tener un efecto masivo sobre el rendimiento. El
estudio muy conocido de Cohen, Glass y Singer (1973) mostró que el ruido en
un edificio situado cerca de una autopista provocaba una baja en el rendimiento
del aprendizaje de la lectura entre los niños que habitaban el edificio. Asimismo,
Bronzaft y McCarthy (1975) comparan el rendimiento de lectura de los niños en
clases que dan al lado ruidoso de la escuela (ferrocarril) y de las clases situadas
del lado tranquilo. En estas últimas los alumnos tienen mejores rendimientos.
100
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
Cohen (1973) indica que el desarrollo de ciertas aptitudes es afectado por la
exposición duradera al ruido en el medio escolar (discriminación auditiva, lectura,
capacidad de concentración). Alumnos que trabajan cerca del aeropuerto de Los
Ángeles tienen los resultados más bajos en las tareas cognitivas y abandonan más
rápidamente que los niños de escuelas más tranquilas (Cohen, Evans, Krantz &
Stokols, 1980). En Francia, Moch (1981) comprueba que los niños de escuelas
primarias expuestos al tráfico aéreo durante varios años presentan trastornos del
aprendizaje escolar en cuanto a la lectura (discriminación de sílabas y de palabras
fonéticamente próximas) y fracasan significativamente más a menudo con problemas
de aritmética. También algunas investigaciones sobre el estrés entre los individuos
expuestos describen un funcionamiento cognitivo más estereotipado, que sería
el resultado de una clasificación y de un recurso a los esquemas elementales de
pensamiento (Holsti, 1978).
En conclusión, la percepción del ruido, particularmente su carácter molesto,
depende a la vez de su significado, de factores individuales y de variables
situacionales. En cuanto a los comportamientos sociales, los estudios han
destacado esencialmente un efecto sobre la atención: los individuos son menos
atentos a los detalles de la situación y manifiestan menos interés para otros. Esto
ha sido demostrado para las conductas de ayuda y, de manera más general, en las
relaciones interpersonales donde también se observa una mayor estereotipia de los
juicios hacia los otros. De manera general, el conjunto de estos efectos es atenuado
o desaparece tan pronto como el individuo tiene una posibilidad de controlar el
ruido o la ilusión de hacerlo.
La temperatura: calor y frío excesivos
La valoración subjetiva de la temperatura ambiente se realiza teniendo como base
la diferencia percibida entre la temperatura corporal y la de la temperatura exterior.
Las búsquedas sobre la adaptación a largo plazo al calor son interesantes porque
muestran que, si la exposición prolongada provoca riesgos de enfermedades
cardiovasculares, este riesgo no existe para las personas que siempre han vivido
en climas cálidos. Por lo tanto, es principalmente el cambio de temperatura el que
causa estos efectos. La aclimatación pasajera a una temperatura más elevada o a
una más baja demanda generalmente de tres a siete días.
La autoevaluación de la temperatura se relaciona con el confort térmico, y
también está determinada por la humedad ambiente y por el aislamiento de los
trajes (Griffiths, 1975). Para una humedad del 45% y un vestido moderado, el
confort se sitúa entre los 24 a 27 °C. Todo aumento provoca irritación y, en caso
de exposición prolongada, el cansancio. El calor engendra afectos negativos que
se traducen por la agresión a temperatura medianamente elevada y por reacciones
evasivas si la temperatura sobrepasa un cierto umbral, fenómenos que dieron lugar
a una interpretación en términos de relación curvilínea de los efectos del calor
(Barón, 1978).
101
Psicología ambiental
En lo que concierne a las conductas de ayuda, Cunningham (1979) muestra
que los sujetos están dispuestos con menos frecuencia a responder a un cuestionario
que les es propuesto en la calle si la temperatura aumenta durante los meses calientes
que si aumenta durante los meses fríos. Además, el autor comprueba estar menos
presto los días cuando la temperatura disminuye en invierno. Sin embargo, otras
investigaciones llevadas a cabo por el autor no ponen en evidencia de diferencia
según la temperatura: Cunningham muestra por ejemplo que la temperatura
exterior no tiene influencia sobre la propina que se deja en un restaurante. No
obstante, parecería que aquí el autor hubiera confundido efectos simples y efectos
acumulados: por un lado, la satisfacción con relación a la comida, que desempeñe
probablemente un papel más importante que la temperatura como tal, y por otro
lado, los clientes no están expuestos al frío en el momento del pago de la cuenta.
La polución
La polución afecta tanto el aire que respiramos como el agua que utilizamos,
pero los estudios sobre la polución conciernen casi exclusivamente a la polución
atmosférica. Entendemos por polución atmosférica toda sustancia cuyas
emanaciones respirables son nocivas para la salud del individuo, pueden causar
daños importantes y físicos y son susceptibles de tener una influencia sobre la salud
mental. La polución del aire no es un problema típicamente urbano: el monóxido
de carbono se encuentra en la sangre de los donantes en igual cantidad que en las
personas que viven en zona rural. Además, contrariamente a la opinión popular, la
contaminación es considerablemente menor que hace 100 años, particularmente
en las grandes ciudades y en los centros industriales, pero es también porque el
carbón y la madera son cada vez menos utilizados para calentarse. Los efectos
comportamentales y las actitudes frente a la polución, cuando esta es identificable
por individuos que están expuestos a ella, son poco conocidos.
La percepción y las actitudes de la polución del aire, sin embargo, fueron
objeto de algunas investigaciones que se centraron en el malestar causado por un
entorno maloliente. Algunos resultados se verían afectados por la contaminación,
como parece indicar una investigación de Ury, Perkins y Goldsmith (1972), que
ha demostrado que la presencia de un aire fuertemente contaminado provoca
más accidentes en Los Ángeles. Sin embargo, el problema principal sigue siendo
la percepción e identificación de contaminación por el individuo. De hecho, en
el entorno, se trata la mayoría de las veces de condiciones crónicas difícilmente
perceptibles por el individuo. Asimismo, toda contaminación crónica plantea el
problema de la exposición a largo plazo y de la débil posibilidad de control de la
situación. En resumen, podemos preguntarnos si la contaminación atmosférica y la
contaminación del agua representan condiciones estresantes al mismo nivel que,
por ejemplo, el ruido.
Entre los efectos de la polución es necesario distinguir los que dependen de
la percepción y de la evaluación de los que dependen de mecanismos adaptativos
del individuo en condiciones aversivas o consideradas como tales. Los criterios
102
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
en los cuales se basa la identificación del perjuicio son tan bien visuales (polvo,
opacidad del aire) como olfativos y cenestésicos (picazón de los ojos, dificultad
para respirar). Toda identificación está acompañada por una evaluación relativa a
la incomodidad que la exposición provoca y, eventualmente, a su nocividad. La
incomodidad puede expresarse de manera muy diversa y depende particularmente
del sitio de la contaminación entre el conjunto de las condiciones ambientales a
las cuales el individuo está expuesto en su lugar de vida o en cualquier otra parte
(lugar de trabajo, desplazamiento, etc.). Las quejas constituyen la expresión de
incomodidad y de molestia más manifiesta, pero la identificación del perjuicio
como tal, así como la mención de la contaminación y de su sitio en las exigencias
de la calidad de vida, son expresiones de la percepción del perjuicio.
Mientras que los efectos de la contaminación del aire sobre la salud son bien
conocidos, las consecuencias comportamentales de un exceso de CO 2
lo son menos.
El exceso de CO 2
tiene efectos sobre las actividades cognitivas, el tiempo de reacción
y la capacidad de cálculo (Schulte, 1963), las apreciaciones de duración (Beard &
Wertheim, 1967) y la percepción de cambios de intensidad luminosa (Horvath,
Dahms & O’ Hanlon, 1971). Ahora bien, estas actividades están totalmente ligadas
a la conducción. La contaminación del aire afecta también ciertos procesos sociales
e interpersonales. Así, Jones y Bogat (1978) muestran que los que están expuestos
al humo de cigarrillos en las oficinas son más agresivos. Desgraciadamente, el
contenido de CO 2
del medioambiente no es detectable por el individuo, pues no se
trata de una condición que se pueda evitar cuando se vuelve peligrosa. Otra razón de
la dificultad en percibir la contaminación es su carácter continuo. Un aumento lento
y gradual favorece la adaptación. Un estudio sobre la percepción visual del smog
en Los Ángeles muestra que los que llegaron recientemente a dicha ciudad son más
sensibles que los residentes antiguos (Evans, Jacobs & Frager, 1982).
La exposición a las molestias más o menos crónicas o la estimación subjetiva
de tal exposición provoca comportamientos compensatorios y comportamientos
para hacer frente a tantas estrategias de adaptación. Entre estas últimas, podemos
mencionar el hecho de incluir en la elección de la vivienda la dimensión “molestia”.
Así sabemos, por ejemplo, que ciertas personas sustentan su elección de no habitar
París arguyendo la contaminación, otros se ponen una máscara cuando van en
bicicleta en la ciudad o simplemente evitan ciertos lugares en ciertos momentos.
Más allá de los comportamientos de adaptación y más allá de la protección, el
individuo puede poner en ejecución comportamientos activos de participación
individual en la reducción de la contaminación: evitar utilizar su vehículo personal
y hacer el uso compartido del coche, no encender fuego en su jardín, etcétera.
Estos comportamientos de reducción del malestar representan también diversos
grados de implicación.
Territorialidad y exposición a otros
La presencia de otros y sus efectos puede analizarse en tres niveles diferentes:
el espacio personal, la territorialidad y la densidad física y social. Mientras que
103
Psicología ambiental
los dos primeros enfoques conciernen al espacio que el individuo se otorga en
sus relaciones con otro, y por lo tanto se inscriben en análisis esencialmente
psicosociológicos, los análisis de la densidad son más ambientales. Sin embargo,
es necesario examinar las conclusiones de las investigaciones sobre el espacio
personal para comprender mejor las reacciones de los individuos expuestos a una
alta densidad.
El espacio personal es un espacio delimitado por una frontera imaginaria
alrededor del individuo y que el extranjero no puede violar (Hayduk, 1978). El
término de espacio personal ha sido introducido por Katz (1937), pero es conocido
sobre todo gracias a los trabajos del antropólogo Hall (1966).
¿Cuáles son las funciones del espacio personal? Refiriéndose al concepto de
sobrecarga, Evans (1979) sostiene que es necesario para el individuo mantener
una distancia interpersonal para evitar exponerse a muchos estímulos sociales y
físicos. El individuo mantiene una cierta distancia con los demás para mantener su
libertad de acción, su privacidad e intimidad (Altman, 1975). Además, y según este
autor, el mantenimiento de un espacio personal es el resultado de un aprendizaje
social. Hall (1966) considera el mantenimiento de espacio personal como una
forma de comunicación no verbal. En este contexto, la distancia interindividual
nos da información sobre el tipo de relación entre los individuos porque determina
la calidad y cantidad de estímulos intercambiados. La distancia personal que el
individuo mantiene con los demás depende de la relación que tiene con esta
persona y la actividad emprendida en común.
¿Cuáles son las consecuencias de la invasión del espacio personal? Las
violaciones del espacio personal pueden provocar de manera general la huida
(Felipe & Sommer, 1966; Konecni, Libuser, Morton & Ebbesen, 1975) o la
desviación. ¿Qué pasa si un individuo se siente invadido en su espacio personal y
no desea entrar en interacción? Las investigaciones sobre la violación del espacio
personal concluyen todas en la aparición de comportamientos compensatorios.
Smith y Knowles (1978) comprueban que los peatones invadidos en su espacio
personal expresan su hostilidad a través de su comportamiento. Lo mismo, Konecni,
Libuser, Morton y Ebbesen (1975) observaron que los peatones atravesaban más
rápidamente si su espacio personal es invadido por un cómplice que se coloca al
lado de ellos mientras esperan para atravesar una calle. Estos efectos probablemente
están acompañados por un sentimiento de incomodidad. Middlemist, Knowles y
Matter (1976) analizan el comportamiento de sujetos en un orinal confrontados
con un cómplice próximo, distante o ausente. El estrés es medido por el plazo de
micción y la duración: los sujetos estresados por la proximidad del cómplice orinan
menos y esperan más antes de comenzar. Además, es mucho más fácil invadir el
espacio personal de un individuo sin provocar comportamientos compensatorios si
este se coloca en condiciones de alta densidad (Thalhofer, 1980). En este caso, la
sobrecarga ambiental provocaría una atención menor en otros, y los procesos de
atribución de las intenciones del invasor tienen en cuenta la densidad circundante.
104
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
En conclusión, el espacio personal tiene una función doble: por un lado
regular la intimidad y la comunicación con los demás y, por el otro, proteger al
individuo contra las amenazas físicas y emocionales. También toda reacción del
individuo a la violación de su espacio personal es el resultado de una investigación
de salvaguardia del control de su espacio personal. Depende de la atribución de las
causas de esta violación y depende de la densidad ambiente.
Los comportamientos territoriales
Contrariamente al espacio personal, el territorio se caracteriza por límites estables
y a menudo visibles. El territorio puede ser definido como un espacio del que el
individuo tiene o aspira a tener el control. Provoca comportamientos y cogniciones
que resultan de la percepción efectiva de pertenencia territorial o del sentimiento
de controlar el territorio.
Altman (1976) distingue tres tipos de territorios: el territorio primario, que es
privado (también es el caso del lugar de hábitat y del lugar de trabajo), el territorio
secundario, compartido con un número limitado de personas conocidas por el individuo
(el aula, el club, por ejemplo), y el territorio público, compartido con desconocidos y
que puede ser objeto de una apropiación pasajera (la playa, por ejemplo).
El comportamiento territorial es considerado por los etólogos como instintivo
(Lorenz, 1966) y, en la medida en que el territorio es limitado y cada uno está
supuesto a defenderlo con fuerza, las violaciones del territorio son generadoras de
agresión. Para otros, el comportamiento territorial es el resultado de un aprendizaje.
La agresión puede ser entonces solo una de las respuestas posibles destinadas para
defender el territorio. Para Altman y Chemers (1980) el comportamiento territorial
se deriva de una interacción entre instinto y aprendizaje, con algunas reacciones
elementales guiadas por el instinto, mientras que el aprendizaje sería responsable
de reacciones más complejas (Esser, 1976).
En el hombre, la territorialidad tiene esencialmente una función de
organización (Edney, 1975). Permite anticipar ciertos comportamientos en espacios
bien definidos y está ligada a los roles y a los estatutos de los protagonistas.
Territorios claramente delimitados reducen la complejidad de las estimulaciones
(menos sobrecarga de estimulaciones) y moderan la excitación neurovegetativa. El
mantenimiento de un territorio delimitado permite así hacer frente más fácilmente,
consagrándose a los protagonistas de los roles precisos, y hace posible un control
sobre las intrusiones exteriores. Así, territorios delimitados permiten el control de
las estimulaciones estresantes. A su vuelta, este control hace posible la privacidad
y, consecuentemente, una libertad en la elección de los comportamientos.
Los individuos solos son más susceptibles de tener un sentimiento de
pertenencia territorial que los individuos en grupo (Edney & Uhlig, 1977),
probablemente debido a una difusión de la responsabilidad (Latané & Darley,
1970) cuando son numerosos los ocupantes del mismo territorio.
105
Psicología ambiental
La defensa del territorio puede provocar o inhibir el comportamiento de
agresión. Los comportamientos de agresión para defender el territorio se dan con
más probabilidad en un territorio inestable o disputado con otros. Cuando los
grupos han establecido territorios, sus relaciones interpersonales y sociales son
más estables (Altman, 1975). La reacción a la violación del territorio depende de
las atribuciones que el individuo hace de esta violación: solo si las intenciones
son percibidas como hostiles el individuo tenderá a reaccionar con agresión. Lo
mismo, el carácter definitivo o temporal de la ocupación del territorio modula
la reacción agresiva que tiene el individuo delante de una intrusión eventual. El
territorio primario está asociado a una serie de beneficios, principalmente porque
los individuos perciben más su control sobre este. En numerosas investigaciones
este sentimiento de control se asocia con un sentimiento de bienestar y con otros
efectos positivos. Así, Edney (1975) muestra que los sujetos están más tranquilos y
relajados para responder a un cuestionario en su propio cuarto de estudiante que
en un local colectivo.
Los territorios secundarios son menos centrales, menos exclusivos. También
los individuos pueden tener menos control y retrasarse allí durante mucho tiempo.
Es en los territorios secundarios donde los comportamientos de dominancia y de
agresión son más frecuentes. Por ejemplo, investigadores observaron a veintidós
enfermos de un hospital psiquiátrico durante dieciséis semanas. Los pacientes
más dominantes no establecían territorio y se desplazaban libremente en todo el
hospital. Así, los individuos medianamente dominantes tienen más comportamientos
territoriales, mientras que los individuos menos dominantes tienen los territorios
menos envidiables. Los territorios secundarios facilitan el ejercicio del poder, efecto
que es particularmente notable en cuanto a los encuentros deportivos. Los numerosos
estudios mostraron que los equipos que son propietarios del territorio en el cual se
efectúan los encuentros son a menudo más victoriosos (Schwartz & Barsky, 1977).
Los partidos de fútbol o de rugby son ganados más a menudo en el propio terreno
que en el de los adversarios (Altman, 1975). Esto también es cierto para disciplinas
deportivas tales como el atletismo. El comportamiento agresivo, especialmente
el comportamiento instrumental destinado a triunfar sobre el adversario, es
manifiestamente facilitado en los territorios de pertenencia (Varca, 1980).
En conclusión, la existencia de territorios de pertenencia le confiere al individuo
una seguridad y una garantía que se manifiesta en diversos comportamientos
interpersonales. También la amenaza de estar en el territorio contrario provoca, la
mayoría de las veces, comportamientos de agresión instrumental para adquirir o
conservar el control sobre este.
La densidad física y social
Se considera que una densidad elevada tiene a menudo efectos esencialmente
negativos sobre el comportamiento animal. En efecto, espacios superpoblados
provocan una alteración de las funciones sociales en numerosas especies,
particularmente de la agresividad en las ratas (Calhoun, 1962), los monos y los
106
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
babuinos. Sin embargo, los efectos de la densidad sobre el comportamiento
humano no son tan claros: no son masivos ni uniformes. También se han propuesto
aclaraciones sobre cómo tener en cuenta la densidad y las definiciones más
precisas:
La densidad como medida física está representada por el número de personas
que ocupa una superficie determinada. Ciertos autores, principalmente sociólogos,
refiriéndose al hábitat, hacen una distinción entre densidad interior y densidad
exterior (Zlutnick & Altman, 1972). La densidad interior se basa en el número de
personas que vive en un apartamento de una cierta área; la densidad exterior,
en el número de unidades por la superficie, lo que permite distinguir los barrios
suburbanos de los barrios conformados por edificios. Sin embargo, estas medidas
descriptivas de la densidad externa no tienen en cuenta la distribución irregular de
los individuos en un espacio geográfico dado ni la manera en la que el individuo
percibe este espacio: ¿se siente apretado continuamente, en presencia de otros
y sin privacidad, o por el contrario se acomoda perfectamente a alta densidad
(Zlutnick & Altman, 1972)?
Stokols (1972) distingue la densidad objetiva como la medida del número
de individuos por unidad espacial, y la densidad subjetiva (crowding) como
percepción y reacción individual del individuo expuesto a una alta densidad. Una
densidad objetivamente elevada es una condición necesaria pero no suficiente
para que el individuo tenga una impresión de densidad. Así, la densidad subjetiva
se puede definir como la sensación de estar estrecho cuando la necesidad de
espacio es mayor que el espacio disponible. Cabe destacar que las condiciones
necesarias para que el individuo tenga una sensación de crowding (la sobrecarga
de estímulo, la interferencia comportamental, la violación del espacio personal,
el afecto negativo y la ausencia de control) son las mismas que las que tienen
una incidencia sobre el estrés en general (Rodin & Baum, 1978; Stockdale, 1978;
Schmidt & Keating, 1979).
Loo (1972) hacen una distinción entre la densidad social (número de
individuos en un espacio dado) y la densidad espacial (es entonces el espacio que
varía con un número constante de individuos). Esta distinción es especialmente útil
para la investigación sobre los efectos de la densidad. Permite distinguir dos tipos
de manipulaciones experimentales (ya sea el aumento del número de individuos en
el mismo espacio o la disminución del espacio disponible para el mismo número
de individuos), que dan a veces resultados diferentes. De hecho, la percepción de
densidad y su atribución no son las mismas para el individuo en ambos casos.
Singer, Lundberg y Frankenhäuser (1978) comparan las reacciones fisiológicas
de los pasajeros de trenes de cercanías atestados o no y comprueban un aumento del
estrés (alto nivel de catecolaminas, epinefrina en la orina, etc.) entre los pasajeros
de los trenes atestados. Además, independientemente del hecho de que el tren
esté atestado o no, los pasajeros que lo toman a principios del trayecto se estresan
menos que los otros, probablemente porque en este caso todavía pueden escoger
107
Psicología ambiental
su lugar y entonces estructurar el entorno inmediato (esto muestra de nuevo que el
sentimiento de control es primordial). Debido a los fenómenos de habituación, es
probable que solo una situación pasajera sea susceptible de constituir un estrés para
los individuos. Mientras que la exposición temporal a alta densidad no disminuye
la sensibilidad del individuo a la densidad, la exposición crónica a un entorno
de alta densidad aumenta la tolerancia (Sundstrom, 1978). Esta adaptación puede
tener efectos negativos: un cierto número de estudios muestra que habría una
relación entre la densidad residencial y la aparición de sentimientos de impotencia
adquirida (Aiello & Calesnick, 1978).
Numerosas investigaciones comprueban efectos de la densidad sobre la
memoria. Por ejemplo, Saegert, McIntosh y West (1975) piden a los sujetos
recorrer un gran almacén tratando de retener la mayoría de elementos posibles.
Así comprueban que la densidad tiene una influencia sobre la memorización de
aspectos secundarios, pero no afecta la memorización de las mercancías expuestas.
La densidad esencialmente degradaría la memoria periférica. Langer y Saegert
(1977), por el contrario, observan un comportamiento de compra perturbado;
particularmente, más dificultades para escoger en condiciones de alta densidad.
Sin embargo, cuando se informa previamente a los sujetos que la densidad puede
producir un estado de excitación, estos efectos no se producen, lo que demuestra
la importancia de la anticipación.
Rodin (1976), en dos estudios de campo, muestra que una densidad
residencial crónica se asocia con los comportamientos característicos de la
impotencia adquirida, que se manifiesta por un bajón de motivación y una actividad
cognitiva reducida. Personas que viven en apartamentos pequeños y hacinados
más a menudo tienen la sensación de que el mundo es complejo y que tienen poco
poder para influir en los acontecimientos. Entonces con frecuencia desarrollan
un sentido de impotencia adquirida, en la medida en que tienen la impresión de
que no pueden controlar los efectos de su comportamiento actuando de manera
instrumental. Del mismo modo, Baum y Valins (1977) comprueban síntomas de
impotencia adquirida en individuos que viven en grandes conjuntos. Además, los
niños parecen ser más vulnerables que los adultos a los efectos adversos de la
exposición a densidad residencial (Evans, 1978; Saegert, 1981). En la misma serie
de estudios, Rodin compara el rendimiento y los comportamientos de los niños que
viven en apartamentos hacinados con los de aquellos que viven en apartamentos
menos densos, y determina que estos últimos tienen mejor rendimiento. Resultados
similares se obtienen si uno compara las clases sobrecargadas o no.
Una densidad elevada provoca una sobrecarga de estimulación (Baum &
Valins, 1977), que reduce la calidad y la cantidad de las interacciones. En una
serie de investigaciones, Baum, Singer y Baum (1982) examinaron los efectos de
la organización de dormitorios comunes de estudiantes sobre sus sentimientos y
sus comportamientos. Los autores muestran que la arquitectura que favorece los
contactos (pasillo de habitaciones) provoca también una percepción de incremento
de la densidad debido a la obligación de entrar en contacto a menudo indeseado
con otro. Los estudiantes que viven en dormitorios comunes en forma de corredor
108
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
estiman que están demasiado expuestos a la presencia de otros (sobrecarga social);
tienen la impresión de estar más estrechos (crowded) y, cuando se exponen a una
situación nueva que exige una cooperación, se sienten menos cómodos y escogen
distancias de interacción más grandes que los estudiantes que viven en dormitorios
de apartamentos. Pero lo que es más sorprendente en este estudio es que los
estudiantes que viven en el corredor de dormitorios se comportan de otro modo con
otros por fuera: guardan más distancia cuando esperan una experiencia con otros
y tienen un peor rendimiento en las tareas de cooperación. Los autores analizan
estos resultados en términos de enfrentar (coping): estos habían adquirido alguna
forma de lidiar con condiciones normales que impedían tener un contacto más
cercano. La disminución de las conductas de ayuda y el aumento de los fenómenos
de descortesía en individuos expuestos a una alta densidad parece explicarse
fundamentalmente por la dilución de la responsabilidad. La responsabilidad
individual está abandonada en beneficio de un anonimato que protege la presencia
de otro. Este fenómeno ha sido destacado no solo por Latané y Darley (1970),
sino que constituye una de las explicaciones mayores del comportamiento urbano,
explicada por Zimbardo (1969) bajo el término de desindividualización.
Numerosas investigaciones sobre los efectos de la densidad conciernen al
medio carcelario. Las condiciones en las prisiones son a menudo estresantes debido
a la alta densidad que reina allí. Además, los presos tienen muy poco control sobre
su entorno físico y social y están constantemente expuestos a la violencia de los
demás. Esta alta densidad puede provocar una excitación neurovegetativa (D´Atri,
1975) y un comportamiento de agresión en sujetos supuestamente propensos a la
violencia. Además las posibilidades de hacer frente a la situación estresante son
limitadas. En esta situación particular, y en la ausencia de alternativas posibles,
la agresión se convierte en una respuesta predominante. Las investigaciones en
este dominio tienen conclusiones unánimes: el hacinamiento de las prisiones es
responsable de los ataques de empleados, de la violencia contra los internos (Nacci,
Teitelbaum & Prather, 1977) y de violaciones de las reglas de disciplina (Megargee,
1977). También tiene un efecto sobre las reacciones emocionales negativas y sobre
la tolerancia hacia esta superpoblación (Paulus, Cox, McCain & Chandler, 1975),
sobre el número de quejas por enfermedad (McCain, Cox & Paulus, 1976) y sobre
la reincidencia (Farrington & Nuttall, 1980).
El espacio personal, la territorialidad y la densidad física y social participan,
en diversos grados, en la percepción de superpoblación que puede tener el sujeto.
También, los efectos en estos tres niveles no son fundamentalmente diferentes.
Asistimos a una decadencia de la reacción tanto en situación de espacio personal
limitado como en los casos de densidad elevada cuando los individuos son
incitados a entrar en interacción los unos con otros. Asimismo, la falta de espacio
personal o la alta densidad provoca una disminución de las conductas altruistas.
Todos estos efectos dependen fuertemente de la percepción y de la evaluación,
por parte del individuo, de la situación en cuestión. Lo mismo ocurre para las
conductas de agresión. La invasión del territorio y la exposición a una alta densidad
provocan afectos negativos, particularmente el malhumor y cólera, y por lo tanto
más comportamientos de agresión. Además, las reacciones hostiles son más
109
Psicología ambiental
comunes en varones que hembras. Generalmente, los individuos expuestos a estrés
interpersonal son menos tolerantes a la frustración, pero únicamente en ausencia
de control. Las condiciones de vida en las prisiones, caracterizadas por la ausencia
de control, muestran claramente que los comportamientos de agresión son más
frecuentes entre los individuos expuestos a una alta densidad.
6.2 Estrés y entorno urbano
La noción de estrés está en el centro de los efectos de las condiciones urbanas
sobre la percepción y el comportamiento de los ciudadanos. Numerosos autores
afirman que la vida urbana, porque es fundamentalmente diferente de condiciones
“naturales” de vida, pone nuestro sistema de defensa constantemente en alerta
(Dubos, 1965; Boyden, 1970; Kaplan & Kaplan, 1982). Desde este punto de vista,
uno se pregunta si la activación persistente de la movilización del organismo tiene
consecuencias negativas. De hecho, primeramente el sujeto puede muy bien hacer
frente adecuadamente a una situación estresante, pero ante la persistencia del
estímulo estresante, suelen presentarse daños tanto en el plano fisiológico como
en el plano psicológico.
Las condiciones ambientales potencialmente estresantes
La probabilidad de que un acontecimiento se vuelva estresante depende de las
características de este acontecimiento y de la manera en la que es percibido por el
individuo. Podemos así, con Appley y Trumbull (1967), enumerar las condiciones
que producen reacciones psicológicas: la novedad, la intensidad, la rapidez del
cambio, lo súbito o el carácter de lo imprevisible de estímulos próximos o no del
umbral de tolerancia del individuo; bajo estimulación, la ausencia de estimulación
esperada, la persistencia de la estimulación y de las situaciones que producen el
aburrimiento o el cansancio, y las situaciones que conducen a una percepción
errónea o provocan respuestas conflictivas.
Los aspectos que generan estrés ambiental son las condiciones ambientales
físicas —el ruido, el calor y la contaminación atmosférica— y sociales —la
densidad—. Las condiciones ambientales estresantes esencialmente son aversivas,
difícilmente controlables, de duración y de periodicidad variable, relativamente
estable e inevitable. La inmensa mayoría de estas condiciones son condiciones de
ambiente, a veces desconocidas, excepto cuando interfieren con una actividad o
fin cualquiera del individuo, o cuando directamente ponen en peligro su salud.
Las diferentes condiciones ambientales potencialmente estresantes pueden ser
clasificadas según ocho dimensiones:
1. El grado según el cual las perturbaciones de origen ambiental son
identificables como tal y se imponen al sujeto (Wohlwill, 1974; Stokols,
1979; Baum, Singer & Baum, 1982; Campbell, 1983).
110
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
2. El tipo y la magnitud del ajuste requerido por condiciones ambientales:
estímulos ambientales muy intensos o incontrolables requieren
acomodamiento y provocan reacciones emocionales que pueden impedir al
individuo participar en los esfuerzos por enfrentar activamente la situación
(Lazarus & Cohen, 1977), estrategias que pueden tener consecuencias sobre
la salud. Milgram (1972) muestra que en entornos urbanos superpoblados
(en alta densidad) los individuos son indiferentes entre sí porque cada uno
tiende a aislarse y a liberarse para protegerse de estimulaciones excesivas
que resultarían de una interacción más que superficial. Se trata pues de
una estrategia de ajuste a la sobrecarga ambiental. Numerosos estudios
muestran claramente que la sobrecarga tanto como la subestimulación son
estados desequilibrantes. Sin embargo, ciertas condiciones de sobrecarga
son engendradas por el mismo comportamiento del individuo y dependen
de su percepción y de su evaluación de la posibilidad de controlar la
situación a la cual está expuesto (Averill, 1973).
3. Las estimulaciones ambientales pueden ser clasificadas según su valencia,
es decir, su valor positivo o negativo para el individuo. Si toda exposición
en una situación estresante necesita la implementación de un proceso de
adaptación, el resultado puede ser tanto positivo como negativo, según
el sentido dado por el individuo al contexto. Algunas fuentes de estrés,
mientras que tienen un valor positivo para el individuo, sin embargo
pueden requerir recursos adaptativos.
4. El grado de controlabilidad de un ambiente estresante. El control puede
trabajar como proceso psicológico mediante acuerdos individuales. Es la
percepción que tenga la persona de su capacidad para dominar la situación
aversiva, es decir, los recursos para hacer frente. Así, el control interviene
como moderador intrapersonal del estrés. El control también puede
concernir a las oportunidades instrumentales a disposición del individuo
que le permiten tener una influencia sobre la duración de la estimulación
o sobre la modificación de variables situacionales. Los elementos que
estresan no controlables son más perturbadores que los elementos
controlables y a menudo tienen efectos sobre la salud del individuo (Glass
& Singer, 1972; Cohen et al., 1980; Baum, Singer & Baum, 1982). Si un
acontecimiento que estresa permanece incontrolable y crónico, es menos
percibido e identificado debido a la habituación resultante (Campbell,
1983). Paradójicamente, sigue una negación del elemento estresante.
La clasificación según el grado de controlabilidad percibida de las
condiciones ambientales implica la consideración de los recursos
psicológicos, sociales o fisiológicos que pueden o no aplicarse. Variables
tales como la ilusión de control (Rotter, 1966; Lefcourt, 1976) también
acondicionan la percepción del factor estresante. Así, Averill (1973) mostró
que los sujetos que tenían un locus interno se estresaban menos que otros.
111
Psicología ambiental
5. La previsibilidad del elemento estresante. Ciertas condiciones son, por
naturaleza, más previsibles que otras: la habituación en una autopista
ruidosa es más fácil que en un aeropuerto debido al carácter intermitente
de los ruidos del avión.
6. La necesidad y la importancia de la fuente de estrés. Elementos estresantes
percibidos como necesarios y/o importantes (aviones militares/aviones
comerciales) provocan reacciones diferentes.
7. ¿Puede ser atribuida la perturbación a una fuente y remite a un
comportamiento específico? Mientras que la contaminación del aire o el
calor son unas características ambientales naturales o causadas más bien
por grupos sociales que por individuos, la densidad o el ruido remiten
a una responsabilidad personal, la cual puede ser incriminada. Según la
atribución de la fuente de estrés, particularmente si esta es identificable o
no, el individuo hará frente de manera diferente.
8. La periodicidad y la duración de las condiciones ambientales
estresantes. La periodicidad plantea el problema de la regularidad y de
la predictibilidad de la estimulación. La duración de la exposición sobre
la vida del individuo y la duración promedio durante la cual el individuo
está expuesto actualmente a la situación estresante son importantes para
destacar el fenómeno de la habituación.
Esta enumeración de las condiciones de perjuicio demostró la importancia
de tener en cuenta la opinión y la evaluación del individuo para la comprensión
de los efectos de factores estresantes. La diversidad de condiciones ambientales
y la variedad de sus eventos hacen difícil un análisis en términos de estímulorespuesta
sin tener en cuenta los múltiples factores de interacción. El individuo
está en el centro del análisis de los efectos de condiciones ambientales, y las
características físicas son mucho menos importantes que las variables individuales
que condicionan su aprehensión por el individuo.
Por consiguiente, la comprensión de los efectos de las condiciones ambientales
necesariamente pasa por mecanismos cognitivos tales como la percepción, la
identificación y las actitudes hacia las condiciones a las cuales el individuo está
expuesto.
La percepción y la identificación
La percepción y la identificación por el individuo a un evento que pueda causar
estrés dependen de la evaluación que se realiza. Esta evaluación es el resultado de
tener en cuenta un conjunto de información y conduce a una decisión con respecto
a la amenaza y el peligro del evento en cuestión. Pueden intervenir tres tipos de
evaluaciones:
112
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
• La apreciación de la nocividad en comparación con los daños ya incurridos
en otras ocasiones por el individuo (Lazarus & Launier, 1978) (es el caso por
ejemplo para las víctimas en repetidas ocasiones de desastres naturales).
• La apreciación de la amenaza con anticipación de los peligros potenciales
(por ejemplo, para los plaguicidas).
• La apreciación operada en función de las posibilidades del individuo
de hacer frente a la amenaza que representa el estrés en cuestión (por
ejemplo, si hay interferencia con la actividad corriente).
Además de las características de la condición estresante (la intensidad del
ruido, por ejemplo) y de la situación (lo que el individuo está haciendo), un cierto
número de factores va a acondicionar la apreciación del individuo: las características
individuales, las condiciones ambientales particulares, sociales y psicológicas (el
soporte social y la pertenencia o no a un grupo pueden modular la vulnerabilidad
del individuo al estrés), así como el significado social concedido a la situación y al
estrés (Lévy-Leboyer & Moser, 1987). La apreciación de las condiciones ambientales
depende por consiguiente de propiedades de la situación, de las actitudes hacia la
estimulación o su fuente y de las diferencias individuales y sociales.
Las estrategias individuales de adaptación son también susceptibles de
modular la percepción de las condiciones ambientales estresantes. Así, la capacidad
de ignorar estímulos periféricos (filtración) y la negación (ignorar el estímulo) hacen
que los individuos interpreten de formas diferentes la misma situación (Lévy-Leboyer
& Moser, 1976; Mehrabian, 1976; Collins, Baum & Singer, 1983). Por ejemplo,
un estudio de Baum, Singer y Baum (1982) mostró que los sujetos que hacen
frente a una situación estresante ignorando los estímulos periféricos eran menos
sensibles a esta situación. Asimismo, se pudo mostrar que, en lo que concierne a
los ruidos en las viviendas, los fenómenos de filtración y de negación se revelaron
particularmente espectaculares. En efecto, en ciertas viviendas débilmente aisladas
y expuestas a ruidos exteriores intensos, pero valorizadas por otras razones, los
sujetos entrevistados, aunque se vieron obligados a dejar de hablar durante las
crestas de ruido debido a la inaudibilidad de la palabra, afirmaron al mismo tiempo
que había poco ruido (Lévy-Leboyer & Moser, 1976).
La percepción de la posibilidad de controlar la situación así como el control
efectivo revelan ser unas variables intermediarias importantes. Si el individuo cree
que él tiene una influencia sobre la situación, esto provoca una reducción de los
efectos negativos de la estimulación estresante (Glass & Singer, 1972). El hecho de
darle al sujeto las informaciones sobre la nocividad de un estímulo antes de que
él sea expuesto contribuye para que pueda prever y planificar su propia reacción.
Esto particularmente ha sido demostrado para la exposición a una alta densidad:
las expectativas específicas del sujeto reducen los efectos nocivos de la exposición
a condiciones ambientales estresantes (Langer & Saegert, 1977; Baum, Fisher &
Solomon, 1981).
113
Psicología ambiental
¿Es indispensable, para que las condiciones ambientales generen un estrés
psicológico, que sean percibidas como una amenaza por el individuo? Numerosas
investigaciones de campo muestran que puede haber efectos atribuibles al estrés
sin que el individuo perciba la fuente del estrés o juzgarla como una amenaza.
Entonces no hay ninguna correspondencia entre las medidas físicas de condiciones
ambientales estresantes, su percepción por el individuo, en particular con respecto
a su identificación como enlace, y el comportamiento resultante.
Aunque la inmensa mayoría de los psicólogos aceptan la existencia de
un proceso mediador de aprensión del estrés, pocas investigaciones comparan,
por ejemplo, las medidas de densidad y la densidad subjetiva, o el nivel sonoro
y los “ruidos” percibidos por el sujeto con el fin de explicar o de predecir los
comportamientos. Cohen et al. (1986) relacionaron nivel sonoro, la percepción del
ruido y los efectos sobre el comportamiento y sobre la salud de niños. Los resultados
muestran que una porción significativa de la variación de los índices de salud y
comportamiento puede ser explicada, a nivel de ruido constante, por la evaluación
de “ruido”: Es el caso, por ejemplo, de la presión arterial. Así, la percepción de
los docentes de la interferencia en las aulas también predijo el desempeño de los
niños en las tareas de atención, a niveles objetivos de ruido constante. Estos últimos
resultados sugieren la existencia de un lazo entre la reacción del profesor y la de
los alumnos frente a un estrés sufrido conjuntamente. Las investigaciones sobre la
densidad percibida también muestran que la percepción subjetiva de la densidad
tiene efectos negativos a densidad efectiva constante (Baldassare, 1979).
El rol de las actitudes
Los procesos cognitivos implicados en la percepción del factor de estrés participan
también en la actitud hacia las condiciones ambientales a las que están expuestos
los individuos. Así la actitud funciona como mediador adicional entre el perjuicio
objetivo y la reacción del individuo. Los estudios de molestia mostraron que la
actitud hacia las fuentes ambientales de factores estresantes era mejor predictor
de la molestia que sus medidas físicas. En el caso del ruido, en cuanto a la
molestia expresada en viviendas particularmente ruidosas, comprobamos una
fuerte dispersión de la percepción de los ruidos y de la molestia que explica un
cierto número de factores ligados a la historia del individuo, lo que denota una
elaboración cognitiva de la situación. Así, podemos mostrar que a aquellos para los
que la mudanza en región parisina representa una promoción social y económica
—por lo cual escogieron libremente instalarse allí— les molesta menos el ruido en
una situación igual que a los que no tuvieron esa elección y esperan estar expuestos
a una serie de perjuicios (ruido, contaminación). Sus expectativas con respecto a
las condiciones ambientales (grandes ciudades como París se consideran ruidosas
y contaminadas) influyen significativamente en su percepción de la molestia (Lévy-
Leboyer & Moser, 1976). La satisfacción general de los individuos en cuanto al
modo de vida provoca una negación relativa de las condiciones ambientales a
las cuales están expuestos. De igual manera, el miedo a los accidentes aéreos
114
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
alrededor de los aeropuertos, la percepción de la importancia o de la necesidad
del ruido y el hecho de haber procurado activamente limitar el ruido son unas
variables intermediarias importantes en la relación entre el nivel de ruido y la
molestia expresada (Cohen & Weinstein, 1982).
El efecto mediador de las expectativas del individuo se ilustra nuevamente
por investigaciones que demuestran que la anticipación de la densidad o del
ruido provoca reacciones similares a la exposición efectiva (Spacapan & Cohen,
1983; Baum & Paulus, 1987). Estos efectos fueron observados tanto en la reacción
posexposición como en el estado de excitación fisiológica y en los comportamientos
para hacer frente.
El clima social de una situación también influye sobre las reacciones del
individuo a algunos factores de estrés ambiental. Tres dimensiones constituyen este
parámetro: (1) una dimensión relacional que da cuenta de la manera en la que
el individuo se compromete en la situación y de la cantidad de soporte social
que esta le permite; (2) una dimensión de desarrollo personal que representa las
posibilidades ofrecidas por la situación para el desarrollo del individuo; y (3) una
dimensión de mantenimiento del sistema que refleja el grado de orden, de control
y de claridad en la situación (Moos, 1973; Insel & Moos, 1974). Desgraciadamente,
las investigaciones sobre los efectos de los factores de estrés ambiental ignoraron
en general la influencia de factores organizativos tales como el clima social, la
presión del trabajo que hay que cumplir y las estructuras del rol en el momento
de exposiciones en condiciones ambientales estresantes (McGrath, 1976; Zimring,
1982). Sin embargo, el entorno hospitalario ilustra la importancia de estos factores
organizativos al mismo tiempo que la influencia del entorno construido sobre
comportamiento humano y la sensación de vulnerabilidad y de la indefensión
aprendida de los pacientes (Shumaker & Reizenstein, 1982). Asimismo, la
interacción de las variables de clima social con la apariencia física y el aspecto
arquitectónico del medioambiente es un mejor predictor del comportamiento de
los estudiantes que uno u otro de estos factores tomados de manera individual
(Ahrentzen, Jue, Skorpanich & Evans, 1982).
En conclusión, dos mecanismos parecen desempeñar un papel importante y
determinar en gran medida las reacciones de los individuos frente a los perjuicios
ambientales: (1) los mecanismos de atribución que le conciernen a la imputabilidad
de las condiciones ambientales a una fuente particular; y (2) las expectativas del
individuo con respecto a la situación en cuestión. Los efectos de las diferentes
condiciones ambientales urbanas no se pueden analizar correctamente si no se
tienen en cuenta los dos tipos de factores mediadores que intervienen entre la
exposición al perjuicio y las reacciones comportamentales del individuo: por un
lado, los procesos de percepción y evaluación de los estímulos, incluyendo la
asignación y las actitudes, que juegan un papel importante; por el otro, los factores
individuales de reacción a la exposición al estrés. Analizar los comportamientos
individuales frente a las condiciones ambientales estresantes en las zonas urbanas,
por tanto, implica necesariamente la integración de estos diferentes factores.
115
Psicología ambiental
Molestias ambientales y expresión de malestar
Tradicionalmente, la identificación de las condiciones ambientales nocivas ha
sido aprehendida a través de la expresión de la molestia y de las quejas, que
son una manifestación extrema. Sin embargo, las medidas de percepción de
perjuicio, de amenaza o de molestia son poco fiables. Todas las investigaciones
comprueban una correlación débil o hasta ausente entre los niveles de ruido y la
molestia experimentada (Lévy-Leboyer & Moser, 1987). Es probable que sea igual
para otras molestias y esto por dos razones: (1) a nivel de ruido igual, diferencias
situacionales pueden destacarse. En efecto, la evaluación de un elemento del
entorno no es independiente del contexto general y representa solo un aspecto
de la situación, un aspecto en el cual va a enfocarse el juicio del individuo. (2)
Comprobamos diferencias inter e intraindividuales importantes, particularmente
debido a la vulnerabilidad diferencial a ciertos perjuicios y debido a la presencia de
mecanismos cognitivos que mediatizan el hecho de hacer frente o no a la situación
estresante. La correlación entre la molestia y las medidas físicas de parámetros
ambientales puede incrementarse considerablemente si se propone un punto de
referencia común como punto de partida de las escalas (Berglund, Berglund &
Lindvall, 1975); esto muestra claramente que hay percepción de limitación solo
por referencia a normas que rigen la situación evaluada, normas que dependen de
variables individuales y situacionales.
La molestia es una expresión compuesta de incomodidad que puede
cristalizarse sobre un componente del entorno físico (el ruido, los olores), pero
no resulta exclusivamente de una exposición efectiva y masiva al perjuicio; la
expresión de una incomodidad o de una molestia puede también resultar de una
insatisfacción residencial que entonces es atribuida al perjuicio. En otros términos,
la expresión de la molestia jamás es el reflejo fiel de la exposición al perjuicio
incriminado: es el resultado de una interacción entre diferentes aspectos del
entorno residencial del sujeto, por un lado, y de conocimientos de los que dispone
el individuo del perjuicio incriminado, por el otro (Figura 14).
Figura 14: Las condiciones de la expresión de molestia
Molestia ambiental
física o social
Insatisfacción
residencial
Conocimientos
relativos al
perjuicio
Expresión
de malestar
116
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
¿Cómo podemos nosotros explicar la complejidad de esta relación? Mientras
que las ciencias de la salud, particularmente la epidemiología, se interesan en la
exposición a los aspectos físicos del perjuicio y de la nocividad de los diferentes
componentes a corto o a largo plazo, el enfoque de la psicología ambiental se
interesa por la manera en la que los individuos se sitúan con relación al mismo
perjuicio, independientemente de su exposición efectiva. Considera que la
problemática tiene que resituarse en la relación del individuo a su entorno de vida,
cuyo perjuicio incriminado forma parte integrante. Se trata de otro aspecto para
complementar enfoques médicos y epidemiológicos. Situarse desde el punto de
vista del individuo, es decir, considerar como punto de partida o no la expresión
de una molestia o de una incomodidad, permite tener en cuenta situaciones que
necesariamente no corresponden a la misma exposición efectiva. No solo son
las condiciones ambientales las que amenazan la calidad de vida y la salud del
individuo, sino también la relación que el individuo mantiene con estas mismas
condiciones (Uzzell & Moser, 2006).
Las razones de una expresión de molestia son múltiples y no se limitan a la
presencia efectiva de un perjuicio identificado y considerado como perturbador
por el individuo, por lo cual se da una extrema variabilidad de la molestia en
condiciones similares de nocividad. Las situaciones que interpelan la psicología
ambiental, en la medida en que representan una amenaza para el bienestar del
individuo, no se limitan a las situaciones en las cuales el individuo es efectivamente
expuesto al perjuicio (Figura 15). También hay que tener en cuenta situaciones
donde el individuo expresa una molestia sin ser objetivamente expuesto por eso al
perjuicio (Moser, 2009b).
Figura 15: Relación entre la exposición a un perjuicio y la expresión de malestar
Exposición al
perjuicio:
Fuerte (1)
Débil (2)
Malestar fuerte (a)
[Caso 1 a]
Congruencia
exposición-reacción
Molestia asociada con
un perjuicio efectivo
[Caso 2 a]
Sesgo de atribución
Insatisfacción residencial
experimentada a través
de una molestia que
concierne al perjuicio
Malestar débil (b)
[Caso 1b]
Ignorancia activa; negación
Estado de
bienestar; satisfacción
residencial; no percepción
o minimización del perjuicio
[Caso 2 b]
Congruencia
individuo-ambiente
Adecuación entre
condiciones objetivas
y subjetivas de bienestar
117
Psicología ambiental
La ausencia de concordancia entre exposición y expresión de malestar,
muchas veces comprobada en la literatura (Lévy-Leboyer & Moser, 1987), se debe
precisamente a situaciones muy diferentes de exposición y de molestia expresadas.
Así pueden surgir cuatro casos:
• El primer caso es donde el individuo identifica el perjuicio y lo considera
perturbador y amenazador para su bienestar y/o para su salud (caso 1a).
En este caso, el perjuicio influye negativamente sobre la satisfacción
residencial del individuo.
• En el segundo caso (caso 2a) el individuo no está satisfecho con su entorno
residencial y expresa esta insatisfacción a través de un perjuicio que le
parece reconocido socialmente y cuyo origen es una fuente altamente
probable. Esto implica que la parte respectiva de la intensidad del perjuicio
y de la insatisfacción residencial en la expresión de la molestia o de las
quejas es variable de una situación a otra.
• El tercer caso corresponde a aquel en el que el individuo se expone a un
perjuicio, pero expresa poca molestia o no la expresa (caso 1b). Esto se
explica por un fenómeno de adaptación cognitiva y/o por una preocupación
de congruencia cognitiva en el caso de una satisfacción residencial
elevada: “finalmente, la contaminación no es tan grave”. La exposición al
perjuicio está entonces en el espíritu del individuo, compensada por otros
aspectos positivos o por el entorno de residencia. Sin embargo, la ausencia
de expresión de molestia no prejuzga una ausencia de efectos en forma de
coste de la adaptación, particularmente de los efectos sobre la salud.
• El único caso que efectivamente da cuenta de una situación de bienestar
a la vez objetivo y subjetivo es la situación 2b, en la medida en que hay
ausencia de exposición y expresión de comodidad. Se trata entonces de
una situación de congruencia entre el individuo y su entorno. Esto tiene
dos consecuencias: (1) la percepción y la expresión de una molestia no
son correlacionadas con la exposición efectiva (podemos ser molestados
y quejarnos sin que los niveles objetivos de perjuicio alcancen un umbral
crítico); y (2) la expresión de una molestia corresponde a una incomodidad,
un malestar, incluso un estrés, que traducen una perturbación de la
relación con el entorno de vida que tiene consecuencias a largo plazo
sobre la salud del individuo (De Longis, Folkman & Lazarus, 1988; Moser,
1992a).
En consecuencia, además del riesgo para la salud que representa, la molestia
puede considerarse como una ofensa a la calidad de vida, la generadora de estrés y
de perjuicios. Con el fin de determinar la manera en la que es percibido el perjuicio,
el papel que le es atribuido entre el conjunto de los aspectos de la calidad de vida
y su incidencia sobre el bienestar del individuo, es necesario precisar:
118
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
• El lugar de las preocupaciones ambientales en las estimaciones de bienestar
individual.
• La gestión comportamental individual de la exposición efectiva o supuesta
al perjuicio, es decir, las conductas adaptativas puestas en ejecución.
• La incidencia de las condiciones de vidas cotidianas y de los perjuicios
ambientales tales como el perjuicio sobre el bienestar del individuo.
En definitiva, los efectos cognitivos y comportamentales de la exposición
al perjuicio son diversos y variados, siendo la expresión de molestia solo un
aspecto. Los comportamientos de adaptación y de “hacer frente” están a menudo
acompañados por un coste psicológico que es preciso reconocer en los efectos de
la molestia, aunque no se identifican como tales por el individuo.
¿Son las grandes ciudades un entorno más molesto?
Podemos preguntarnos si los habitantes de ciudad se sienten más limitados por
las características ambientales de renombre en grandes centros urbanos. En
otros términos, ¿los habitantes de la ciudad están más afectados por el ruido, la
contaminación y los problemas de circulación automovilísticos y se preocupan
más por la criminalidad que los habitantes de localidades más pequeñas?
Entre los factores de estrés identificados comúnmente por la literatura
(esfera profesional, preocupaciones ambientales, esfera familiar, sobrecarga de
trabajo y de responsabilidad, inquietudes que conciernen al cuerpo y la gestión
de la vida cotidiana), las preocupaciones ambientales son consideradas las más
perturbadoras, seguidas de episodios de la vida cotidiana y del trabajo (De Longis,
Folkman & Lazarus, 1988). Específicamente, entre los veinte factores de estrés
los dos factores identificados por Hassle-scale (Lazarus & Folkman, 1984) como
los más perturbadores y citados por el número más grande de sujetos son: (1) los
problemas de salud de un miembro de la familia y (2) la polución. Estos factores
invariablemente afectan más a las mujeres que los hombres: ellas se consideran
más a menudo y más fuertemente afectadas (Badoux & Robin, 2002). Es interesante
notar que la contaminación se considera la perturbación más perjudicial: cerca del
80% de los encuestados se consideran “un poco, medianamente o extremadamente
estresados” por la contaminación, y esto es verdad cualquiera que sea el tamaño
de la comunidad. El hecho de que una mayoría de personas exprese una molestia
o una incomodidad que concierne a los principales perjuicios ambientales muestra
que no necesariamente la exposición efectiva, sino más bien la aprensión de estas
condiciones, lo que resulta determinante (Moser & Robin, 2006). La ausencia
de diferencias no quiere decir que las fuentes de estrés sean idénticas en todas
partes, en las pequeñas y en las grandes comunidades, sino que su impacto sobre
el individuo es globalmente lo mismo. Si tomamos el ejemplo de la circulación
automovilística, distintamente más fuerte en la región parisina, un atasco inhabitual
sobre un trayecto en la provincia sería tan perturbador para el individuo que lo
119
Psicología ambiental
sufre como para los de la región de la Isla de Francia, que están confrontados
cada día con los problemas de saturación de la red de carreteras. Esto confirma
que la experiencia subjetiva del evento estresante es más importante que el evento
en sí, según el modelo transaccional del estrés. Además, se puede suponer que
la importancia concedida a la perturbación y a los problemas ambientales es el
resultado de la imagen que les es ligada actualmente a través de los medios de
comunicación. Por lo tanto, no es la fuente como tal (el perjuicio, en este caso),
sino las representaciones que tiene el individuo.
6.3 Comportamiento en entornos urbanos
La mayor parte de los análisis hacen énfasis en los aspectos negativos de la vida
citadina a causa de la presencia simultánea de distintos agentes nocivos en el entorno.
La presencia conjunta de la densidad de población, la polución atmosférica y en
especial el ruido podrían crear un ambiente estresante y esencialmente negativo.
¿Cuáles son entonces los efectos secundarios de las condiciones urbanas en el
comportamiento de los individuos?
Los comportamientos adaptativos
Los habitantes de las ciudades al parecer tienen estrategias particulares de
adaptación: Franck (1980) nota, por ejemplo, que las personas recién llegadas a
la ciudad planifican más sus acciones y sus desplazamientos por esta, lo que es
aún más cierto cuando estas vienen de una región rural que cuando vienen de otra
ciudad grande. Las últimas se preocupan menos, posiblemente debido a que no
sienten mucho el estrés que supone la vida en la ciudad al estar ya acostumbrados.
En efecto, hay cierto número de actividades que los individuos realizan con
más rapidez en las grandes ciudades que en las pequeñas ciudades de fuera de la
capital (Lowin, Hottes, Sandler & Bornstein, 1971). Cuando medimos la velocidad
de desplazamiento de los habitantes, notamos que esta aumenta con el tamaño
de la aglomeración. Los autores concluyen que la vida en las grandes ciudades
es más apremiante. Una extensión de este estudio hacia un mayor número de
aglomeraciones confirma que el ritmo de vida es más rápido en la ciudad. De hecho,
según los autores, es cierto que la velocidad a la que los peatones se desplazan
varía linealmente según el número de habitantes en la ciudad. Esta es de 1,25 m/s
en Galway (Irlanda; 29 000 habitantes); de 1,46 m/s en Seattle (EE.UU.; 503 000
habitantes); y de 1,56 m/s en Dublín (Irlanda; 680 000 habitantes). Sin embargo, los
resultados no son siempre tan claros. Comparando la velocidad de desplazamiento
de los peatones en París y en Laval (una pequeña ciudad de fuera de la capital de
95 000 habitantes), nos damos cuenta de que los habitantes de Laval caminan a
una velocidad significativamente mayor que la de los parisinos (1,27 m/s frente a
1,18m/s de los parisinos) En cambio, si comparamos por cada ciudad los parajes
con un fuerte exceso de estímulos en el entorno (ruido y presencia de obras de
120
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
construcción) y los parajes con poco exceso, los resultados son coherentes: los
peatones caminan a mayor velocidad cuando están cerca de parajes que exceden
en ruido Los resultados de dichas investigaciones no son fáciles de interpretar
debido a los niveles de incidencia: por una parte, el de la que compara la ciudad
pequeña con la grande; por otra, el de la que trata de los rasgos característicos
locales. El animado centro de Laval muestra, en efecto, un alto número de tiendas
en un espacio muy reducido. Esta concentración se refuerza con el hecho de que las
calles son particularmente estrechas en este sector. Por lo tanto, no es sorprendente
que los individuos se desplacen con relativamente mayor velocidad en el centro de
esta pequeña ciudad de fuera de la capital que en París.
Igualmente, notamos grandes diferencias interculturales de comportamiento
entre los habitantes de distintas ciudades grandes. Este fenómeno se ha hecho
bastante evidente por un estudio de Feldman (1968). Él compara el comportamiento
de los bostonianos, los parisinos y los atenienses con respecto a los autóctonos
y turistas en las siguientes situaciones: preguntar una dirección, enviar una
carta, preguntar a un transeúnte si no ha dejado caer un billete, pagar más de
lo debido a alguien y tomar un taxi. La información se les da más fácilmente a
los autóctonos en París y en Atenas. Los parisinos aceptan más a menudo ayudar
a un extranjero a enviar una carta. Ellos son también los más honestos (con
billetes y monedas) comparados con los extranjeros. Es solo cuando se trata de
los taxis que la reputación de los parisinos resulta ser cierta, ya que piden más
dinero por el mismo trayecto cuando el cliente es extranjero y alargan bastante
el recorrido. Esto no sucede ni en Boston ni en Atenas. Zimbardo (1969) también
destaca diferencias culturales notables entre el comportamiento de los habitantes
de diferentes ciudades norteamericanas. El autor deja automóviles abandonados en
las calles de Nueva York y California. En Nueva York los desvalijan rápidamente,
mientras que en California el automóvil permanece intacto durante la duración
total del experimento. Existen fuertes diferencias culturales entre las reacciones a
las condiciones del entorno. Los chinos, por ejemplo, aceptan las condiciones de
alta densidad poblacional, son reservados en el plano afectivo y tienen una vida
familiar muy estricta, posiblemente debido también a la alta densidad de habitantes.
Canter y Canter (1971) señalan que en Tokio hay una tasa muy baja de vandalismo
y de delincuencia porque está constituido por pueblos pequeños, lo que facilita
el control social. Rogler (1967) resalta el respeto a la intimidad en los tugurios de
Suramérica. Allí vemos una vida en comunidad intensa, particularmente cuando se
trata de la ayuda mutua. En las sociedades africanas, como en las subculturas que
constituyen los tugurios, normas muy exigentes para las relaciones sociales rigen
los contactos entre la familia y el otro.
Poner la mirada sobre culturas diferentes a la nuestra permite constatar que
las posibilidades de adaptación y los comportamientos compensatorios de los
habitantes de las ciudades son muchos cuando su contexto consta de estructuras
sociales estables. Ahora bien, las grandes aglomeraciones de finales del siglo veinte
se caracterizan por un cierto deterioro de las estructuras sociales, lo que hace difícil
los comportamientos compensatorios, como se puede ver en otras culturas. Los
121
Psicología ambiental
estudios sobre el comportamiento en los tugurios corroboran, en una escala distinta,
los resultados de los estudios que han mostrado una búsqueda de afiliación en los
sujetos expuestos a una alta densidad.
Los comportamientos sociales
La vida urbana, en principio, multiplica y diversifica los contactos sociales, pero las
condiciones de vida urbanas, en lugar de favorecer la vida social, con frecuencia
provocan un repliegue sobre sí mismo y una indiferencia hacia el otro. Según
Simmel (1950), las ciudades favorecen el aislamiento social, los comportamientos
egoístas, un desapego y un desinterés por los otros. Desde las constataciones
de Latané y Darley (1970), así como los estudios sobre el terreno de Krupat y
Epstein (1973), las conclusiones de múltiples investigaciones ya antiguas (Forbes
& Gromoll, 1971; Korte, 1980; Korte & Kerr 1975; Merrens, 1973) concuerdan en
constatar que las condiciones urbanas reducen la atención que se le presta al otro
y disminuyen el comportamiento de disponibilidad y de ayuda frente a los demás.
Además, no es tan solo el modo de vida urbana y por tanto no solo las condiciones
urbanas generales lo que afecta el comportamiento, sino que esta disminución se
observa también en el caso en el que el individuo se expone a un estrés puntual
suplementario.
Generalmente, la confianza en el otro es menor en la ciudad (Fischer, 1976).
El recelo que los habitantes de las ciudades pueden tener frente al otro se ve,
por ejemplo, en los propietarios recién llegados, quienes abren más lentamente la
puerta a un desconocido que quienes viven hace mucho tiempo en su propia casa
(Edney, 1975). Los individuos tienen más dificultad para entablar relaciones con los
extraños que en las zonas rurales. Del mismo modo, los habitantes de inmuebles o de
barrios de alta densidad tienen menos contacto ocular, una distancia interpersonal
mayor y menos conversaciones espontáneas, lo que denota un mayor repliegue
sobre sí mismo (Sundstrom, 1978; Baum & Paulus, 1987). Sin embargo, la relación
entre un repliegue sobre sí mismo y una menor sensibilidad hacia el otro no está
demostrada. Más generalmente, Newman & McCauley (1977) constatan que en
una ciudad grande los contactos oculares con los extraños son menos frecuentes.
Los autores constatan menos contactos oculares en las estaciones de trenes del
centro de la ciudad que en las estaciones de fuera de la capital, y Korte et al. (1975)
muestra que en las ciudades grandes los peatones caminan no solo con mayor
rapidez, también tienen la mirada recta e ignoran a todo el que pasa a su alrededor.
Fotografías tomadas de improviso a transeúntes de ciudades grandes y
pequeñas, que fueron luego juzgadas a ciegas por algunos estudiantes, muestran
que a los habitantes de las ciudades se les consideró más hostiles y menos amigables
que a los habitantes de las ciudades pequeñas (Krupat, 1983). Esta investigación
se confirmó en el plano comportamental por un estudio de Milgram (1977) que
muestra que cuando se extiende la mano a alguien en la calle un tercio de los
habitantes de las ciudades responden, mientras que en las ciudades pequeñas dos
tercios lo hacen.
122
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
En las grandes ciudades los habitantes tienden a frecuentar con regularidad
un cierto número de personas sin por esto entrar en contacto con ellas. Casi
todos los viajantes reconocen al menos a una persona que les resulta conocida
en una fotografía de la multitud que toma el mismo tren de las afueras que ellos
(Milgram, 1977). Son capaces de imaginar la vida de este extraño, pero no pueden
contemplar conocerlo si no es lejos del lugar donde se encuentran habitualmente.
Es evidente que los habitantes de las ciudades protegen cierta privacidad evitando
tener contactos con el otro. Así los individuos recién llegados a una ciudad grande
consideran más difícil hacer amigos que en una ciudad pequeña. Pero después de
algún tiempo estas diferencias desaparecen (Franck, 1980).
¿Podría esta relativa indiferencia frente a los otros tener una incidencia en los
comportamientos de ayuda hacia ellos?
Los comportamientos de ayuda al otro
La ausencia de ayuda mutua ha sido descrita como una de las características de
la vida en las grandes aglomeraciones urbanas, en especial por Milgram (1970a).
El entorno urbano parece tener como efecto la disminución de un cierto número
de conductas de ayuda al otro como reconocer a alguien que pasa cerca, ayudar
a alguien a recoger lo que ha dejado caer, etcétera. Muchas de las investigaciones
emprendidas en este campo implican algunas comparaciones entre ciudades
grandes y pequeñas.
El hecho de no tener sensibilidad a la miseria del otro en las grandes ciudades
se ha observado en un conocido estudio emprendido a raíz de un suceso: el caso
de Kitty Genoves. Se trata de una joven asesinada en plena calle en Nueva York,
en 1964. Latané y Darley (1970) mostraron así, en una serie de experimentos sobre
el terreno, que cuando los sujetos están solos intervienen aproximadamente en
un 70% de los casos para ayudar a alguien en problemas, mientras que cuando
hay varios testigos presentes este porcentaje baja de una manera espectacular.
Los autores concluyen que entre mayor sea el número de testigos más baja es
la probabilidad de que alguien intervenga. Latané y Darley (1970) explican estos
resultados con el hecho de que en la ciudad la presencia de un alto número de
testigos capaces de intervenir crea una difusión de la responsabilidad.
El repliegue sobre sí mismo que caracteriza a los habitantes de las ciudades
supone una menor disponibilidad para ayudar a un extraño. Altman et al.
(1973) comparan el comportamiento de los habitantes de las ciudades grandes y
pequeñas cuando se enfrentan a un tipo de ayuda en particular, aumentando su
vulnerabilidad e implicando una cierta confianza en el extraño que pide ayuda. Los
experimentadores tocan a la puerta de un sujeto con el pretexto de que han perdido
la dirección de un amigo que vive en las cercanías y piden que les dejen usar el
teléfono. Como se había previsto, en Nueva York tres cuartos de los habitantes de
la ciudad responden a través de la puerta, mientras que en las ciudades pequeñas
pasa lo contrario. Los habitantes de las ciudades pequeñas son menos desconfiados
123
Psicología ambiental
y abren más fácilmente la puerta al extraño. En las grandes ciudades, incluso si
abren la puerta, los habitantes se sienten incómodos y brindan la ayuda solicitada
con una evidente discreción. Otra investigación hace uso del teléfono (McKenna
& Morgenthau, 1969; citado en Milgram, 1970a). Los experimentadores hacen una
llamada, ya sea a habitantes o a tiendas de moda femenina, en tres grandes ciudades
y en treinta ciudades pequeñas americanas y, pretendiendo estar tras una mala
conexión, piden un cierto número de informaciones. Los resultados muestran que
los habitantes ayudan menos que los comerciantes, para quienes el nivel general
de ayuda es el mismo sin importar el tamaño de la ciudad. Milgram concluye que
la adaptación a un entorno sobrecargado consiste en ignorar las necesidades y los
intereses del otro, mientras que las necesidades personales de quien ayuda no están
en juego. Es así que un niño solo que pide ayuda en las calles de Nueva York o en
una ciudad pequeña recibe ayuda más a menudo en las ciudades pequeñas. De
la misma manera, Merrens (1973), así como Korte y Kerr (1975), constatan menos
ayuda por parte de los habitantes de los grandes centros urbanos que por parte de
los de las ciudades pequeñas.
Comparados con los habitantes de zonas rurales, es más difícil que los
habitantes de las ciudades permitan a un extraño en peligro usar el teléfono,
ayudan con menos frecuencia a un extraño que se ha equivocado de número, son
menos propensos a corregir un exceso de vuelto en una tienda y denuncian con
menos frecuencia a un ladrón (Korte & Kerr, 1975). Sin embargo, otros estudios (en
particular los de Forbes & Gromoll, 1971 y los de Korte, Ypma & Toppen, 1975) no
han encontrado diferencias entre los comportamientos de ayuda de los residentes
de las ciudades grandes y pequeñas. Por esto, la comparación entre Ámsterdam y
ciudades pequeñas en los Países Bajos no confirma estos resultados americanos
(Korte, Ypma & Toppen, 1975). ¿Se debe esto al miedo de los neoyorkinos? Según
Korte, solo se observan diferencias si los niveles de estimulación presentan un
fuerte contraste. Generalmente, cuando hay más estímulos en las ciudades grandes
que en las ciudades pequeñas pueden existir diferencias locales. Este es el nivel
relativo que sería determinante para hacer la distinción entre las ciudades grandes
y pequeñas, y la falta de diferencias constatadas en ciertas investigaciones se vería
explicada por los niveles muy similares de estimulación.
Kammann, Thompson e Irwin (1976) consideran que el número de
transeúntes en el paraje es lo más determinante. House y Wolf (1978) señalan
menos comportamientos de ayuda en las ciudades donde la tasa de criminalidad
haría peligroso dar ayuda. En cuanto a Weiner (1976), él atribuye las diferencias
constatadas al hecho de que en la ciudad se lleva a cabo un aprendizaje que
incluye los comportamientos adaptativos y la percepción social. Esto explicaría
que los individuos nacidos en una gran ciudad ayudan más que quienes vienen de
ciudades pequeñas. Por último, Korte (1980) observa menos conductas de ayuda
en la ciudad únicamente frente a extraños, fenómeno que ha sido mostrado en un
estudio sobre el papel de la pertenencia étnica de los protagonistas. De hecho,
muchas investigaciones muestran que los sujetos asisten más a una persona que
necesita ayuda cuando pertenecen a su mismo grupo étnico.
124
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
Latané y Darley (1970) han mostrado que los comportamientos de ayuda en
una misma ciudad (en este caso Nueva York) varían según el contexto. Cuando una
persona en muletas se aproxima y de repente cae, 83% de los sujetos la ayudan en
el metro, mientras que ni la mitad de estos le ayudan en un aeropuerto. Los autores,
al controlar el origen social de los sujetos y la densidad del lugar, concluyen que
la familiaridad de los lugares explica estos resultados. Efectivamente, el metro es
más familiar que el aeropuerto para la mayoría de las personas. Generalmente, la
familiaridad del lugar podría explicar, al menos en parte, las variaciones de los
comportamientos de ayuda en el medio urbano.
Pero, aunque los efectos globales del entorno urbano ya son muy conocidos,
no queda claro cuál es la parte respectiva de los diferentes componentes de
este entorno (espacio disponible, densidad, número de estimulaciones visuales,
ruido, tráfico de automóviles, etc.), en la medida que estos están, en su mayoría,
relacionados entre ellos y constituyen lo que algunos autores llaman el “estrés
urbano”. A menudo se señala al ruido como el componente más importante de la
vida urbana, y no sorprende que la mayoría de las expresiones de incomodidad
respecto a la vida urbana se materialicen en torno al ruido. La ausencia de
investigaciones sobre el terreno que traten específicamente de los efectos del ruido
se debe básicamente a la dificultad de aislarlo de los otros componentes de un
entorno urbano. De hecho, el ruido representa un elemento central del entorno
urbano, a tal punto que las descripciones sistemáticas que hacen referencia a la
noción de “sobrecarga del entorno” recaen en gran parte sobre el ruido, sin llegar
a definir claramente su importancia.
En una investigación sobre este tema, la diversidad de situaciones de
ayuda (solicitudes explícitas y solicitudes implícitas) permitió someter a prueba
contradictoriamente las hipótesis explicativas del efecto del entorno urbano sobre
las conductas de ayuda. Se compararon las situaciones siguientes: (1) una conducta
de ayuda implícita que implica atención con una conducta de ayuda explícita y
verbal de un coste equivalente para someter a prueba la hipótesis que trata del
estrechamiento del campo visual; (2) una conducta de ayuda de coste elevado con
una conducta de ayuda equivalente pero de poco costo para someter a prueba
la hipótesis del deseo de escapar de la situación desagradable que representa el
ruido; (3) una conducta de ayuda verbal con una conducta de ayuda no verbal del
mismo coste para someter a prueba la hipótesis del enmascaramiento del habla
(Moser, 1988a). Las solicitudes verbales, en especial, consistían en preguntar
dónde se encuentra una estación del metro, en el caso de la solicitud poco costosa,
y responder a un breve cuestionario en el de la solicitud costosa. Las solicitudes
no verbales consistían en dejar caer las llaves delante del sujeto, en el caso de la
petición poco costosa, y dejar una tarjeta nominativa de diabético con la dirección
a la vista en la acera en el caso de la solicitud costosa. Sabiendo que el ruido es
un elemento importante de la sobrecarga del entorno, se compararon dos parajes
urbanos que se diferencian por su grado de “sobrecarga del entorno”, teniendo
en cuenta el ruido de los parajes contenidos. Los resultados se refieren, por una
parte, a los efectos de la sobrecarga y, por otra, a los del ruido intenso de la obra
125
Psicología ambiental
de construcción. Los efectos de la presencia de la obra son idénticos, ya sea que
haya o no haya ruido. La sobrecarga no tiene ningún efecto sobre el número de
personas que ignoran la solicitud explícita. Casi todas las personas se detienen a
escuchar la petición. Por el contrario, el número de negativas para responder al
cuestionario es significativamente mayor en el caso de la sobrecarga. En lo que
se refiere a las solicitudes implícitas se presta la ayuda en el caso de una fuerte
sobrecarga del entorno con una disminución de la reacción, tanto con la solicitud
de coste bajo (las llaves) como con la de coste elevado (tarjeta nominativa).
Así que la sobrecarga conlleva en mayor grado, por una parte, una tendencia a
evitar la interacción verbal y, por otra, una disminución de la atención. Por el
contrario, la introducción de la sobrecarga suplementaria que representa la obra
de construcción en el paraje (espacio limitado, almacenes de difícil acceso) no
alcanza para provocar diferencias en el comportamiento, lo cual presenta el
problema de la definición de la sobrecarga y, en especial, de la importancia de los
parámetros que supuestamente la componen (Moser, 1987b). Los ruidos intensos
de la obra provocan a nivel global una reacción de huida. Esta se manifiesta con
un rechazo más fuerte a entablar una interacción verbal y con menos reenvíos a
la dirección indicada de las tarjetas recogidas en el piso, mientras que el ruido no
interviene con el número de tarjetas descubiertas por los sujetos. El ruido parece
no tener ningún efecto en la atención de los sujetos ya que tantas tarjetas son
descubiertas con o sin ruido de obra. Pero, en la situación de la pérdida de las
llaves, la disminución de las respuestas de ayuda no se puede atribuir únicamente
a un rechazo o a una disminución de la atención. En efecto, el hecho de que una
cantidad mucho menor de sujetos le avise al acompañante sobre la pérdida de las
llaves se puede explicar por el enmascaramiento del sonido del impacto en el caso
de la obra ruidosa. Generalmente, la sobrecarga del entorno como la presencia de
ruidos intensos tiene cierto efecto sobre las conductas de ayuda. Aunque en ambos
casos hay menos conductas de ayuda, los efectos de la sobrecarga y del ruido de
la obra parecen ser sin embargo diferentes, porque la sobrecarga conlleva a una
notable disminución de la atención mientras que el ruido provocaría más bien un
rechazo a participar de una conducta de ayuda al otro (Moser, 1988a).
Las conductas hostiles
Para comparar las tendencias a participar de un comportamiento de agresión en
el medio urbano y en una pequeña ciudad de fuera de la capital, se observaron
las reacciones (naturaleza, grado de violencia y duración de la manipulación) en
el caso de las cabinas telefónicas averiadas, aisladas en París, y en una pequeña
ciudad de fuera de la capital (Moser, 1984b). Más de la mitad de los usuarios
manipulan con violencia el teléfono cuando este no funciona. Esto puede tener
dos explicaciones. En primer lugar, la experiencia que tiene el usuario del éxito
de previos manejos violentos del aparato para obtener de nuevo el tono o para
desatascar eventualmente la moneda que introdujeron, lo que constituye un
refuerzo de su comportamiento. En segundo lugar, que el usuario no tenga ningún
otro medio de remediar la imposibilidad de tener comunicación, situación que se
126
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
caracteriza por una ausencia de una alternativa comportamental. La proporción de
los manejos bruscos es una función de la situación del entorno. En el caso de que
el aparato retenga el dinero, 90% de los usuarios golpean el teléfono y la mitad de
los manejos son bruscos. Se observa entonces la interacción de dos factores: por
una parte, la sensación de no poder dominar la situación y, por otra, el contexto del
entorno, en la medida en que fuera de la capital los individuos se muestran mucho
menos violentos que en París frente a un teléfono averiado.
Con el fin de poner a prueba en París la influencia de la introducción
de informaciones en las cabinas telefónicas, un complemento a esta primera
investigación proponía algunas alternativas de comportamiento en caso de avería
(indicación del lugar donde se encuentran las otras cabinas, posibilidades de
obtener un reembolso), dando así la cara a la pérdida de control y de los medios para
dominar la situación (Moser & Lévy-Leboyer, 1985; Moser, 1988b). La introducción
de carteles con informaciones en las cabinas telefónicas no altera la naturaleza de
los procesos operatorios, pero tiene un efecto notable para reducir la agresividad.
En efecto, el cartel informativo provoca una disminución del porcentaje de usuarios
que muestran brusquedad en el manejo y el porcentaje de actos de violencia entre
los comportamientos observados. El porcentaje de manejos bruscos se reduce a un
tercio en el grupo de las manipulaciones observadas, y al final el tiempo que pasan
dentro de la cabina se acorta. Estos resultados se interpretan en términos de control
del entorno, es decir, la introducción de informaciones aumenta la sensación de
equidad (posibilidad de obtener un reembolso, disponibilidad de otras cabinas
cerca) y le da de nuevo un control parcial al individuo al indicarle las posibilidades
para poder hacer una llamada.
Otros enfoques, más sociológicos, han intentado relacionar la exposición a
ciertas condiciones adversas del entorno y el comportamiento agresivo. Este es el
caso en particular de las investigaciones destinadas a comprobar la hipótesis de
una curvilinealidad en la relación entre calor y agresión. Para lograrlo, Goranson y
King (1970) analizan las correlaciones entre la temperatura del entorno y los actos
de violencia racial en los Estados Unidos. Los resultados sugieren que el calor
favorece la agresión y la violencia. Los estudios sobre el terreno que examinan
el número de disturbios en función de los días calurosos producen los mismos
efectos (Bell & Greene, 1982). En un análisis estadístico Baron y Ransberger (1978)
encuentran de igual manera una concordancia entre la temperatura ambiente
y la ocurrencia de actos violentos y/o disturbios raciales. Aunque el número de
resultados de las investigaciones confirman la relación de curvilinealidad, esta aún
causa controversia. Por ejemplo, Rotton y Frey (1985) constatan que esta se registra
únicamente en ciertos tipos de violencia. El bajo número de disturbios durante los
días de gran calor básicamente se debería a la menor frecuencia relativa de días
calurosos. En efecto, si se hace el mismo análisis teniendo en cuenta la probabilidad
de los disturbios en función de la temperatura, aparece una clara relación: entre
más aumenta el calor, más disturbios hay, lo cual contradice la hipótesis de la
curvilinealidad. Un segundo aspecto del problema de la relación entre calor y
agresión trata las posibilidades de control. Los individuos en el medio natural
127
Psicología ambiental
tienen poca esperanza de reducir su malestar, en especial las personas de bajos
recursos que no poseen un sistema de aire acondicionado. En otras palabras, en la
medida en que el comportamiento instrumental de huida de un estado de malestar
sea imposible, la agresión aparece como un resultado mucho más probable.
Más allá de las condiciones físicas que caracterizan al entorno, es necesario
tener en cuenta la manera como el individuo comprende la situación. Las variables
cognitivas intermediarias probablemente condicionan el comportamiento del
individuo, es decir, la evaluación de la situación como agradable o no, y el hecho
de que el individuo tenga la posibilidad de escapar si lo desea. A nivel global, las
condiciones del entorno físico funcionan como factores de estrés y son susceptibles
de tener los siguientes efectos (Moser, 1987a): (1) un efecto de activación, en
donde se constata que ciertos comportamientos dominantes en una situación
dada se amplifican. Entonces las condiciones físicas pueden, por efecto de la
transferencia de excitación, aumentar el comportamiento de agresión del sujeto; (2)
un efecto de interferencia con el comportamiento del individuo. La inadecuación
del entorno puede impedir que el individuo logre ciertos objetivos y conllevar a
una sensación de pérdida del control sobre el entorno. La pérdida de control, al
igual que el intento de dominar la situación, con frecuencia viene acompañada de
comportamientos de agresión (Moser & Lévy-Leboyer, 1985); y (3) un efecto de
molestia e incomodidad extrema que el individuo intentará detener huyendo de
la situación. No obstante, si esto resulta imposible pueden aparecer conductas de
agresión instrumentales (es decir, destinadas a dar fin a la situación desagradable)
o conductas hostiles. A esto se añade, en los entornos complejos, una sobrecarga
de solicitudes, las cuales el sujeto solo puede enfrentar de manera inadecuada, lo
que aumenta el riesgo de conductas no aptas para la situación y por consiguiente
también el riesgo de conductas agresivas.
Urbanidad y civilidades urbanas
La urbanidad remite al respeto de cierto número de “rutinas” de relaciones con el
otro (Goffman, 1973) que definen normativamente el orden social. La urbanidad
comúnmente se asocia a la civilización, al control de sí mismo y de sus pulsiones
(Elias, 1969), al saber vivir juntos y a las costumbres valorizadas por la sociedad.
Ahora bien, también sabemos que el entorno urbano, al generar tipos específicos
de estrés (Moser, 1992a, 1994), afecta enormemente las relaciones interpersonales
hasta provocar conductas indiferentes y egoístas e incluso “antipatías espontáneas
y mutuas” (Simmel, 1903). Las distintas modalidades de la urbanidad funcionan
como “una guía de gestión armoniosa de las relaciones sociales por la observación
de los pactos vigentes” (Bernard, 1997, p.107). Por una parte, la urbanidad se
apoya en la civilidad. De hecho, como lo sugiere Bernard, es necesario partir
de la idea de que las reglas de la civilidad son reglas tácitas, un conjunto de
convenciones compartidas que tratan de los actos habituales de la vida cotidiana;
dicho de otra manera, “una guía de acción mental” interiorizada por cada miembro
de un grupo social.
128
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
Para Milgram (1970b), la dimensión de los intercambios en el medio urbano
tendería no solo a volver superficiales los contactos sociales y a hacer desaparecer
los intercambios que no aportan ningún beneficio personal para el individuo,
sino que también llevarían a abandonar las fórmulas de cortesía. Mientras que
las conductas de ayuda obedecen en nuestra sociedad a reglas de moralidad (está
“bien” ayudar al prójimo), los comportamientos de civilidad representan una
sociabilidad “fría” en tanto que se trata de una expresión de relaciones codificadas,
formales, que garantizan cómo mínimo la autonomía del individuo. La civilidad
hace referencia a las reglas tácitas de comportamientos sociales que regulan la
convivencia. Estas reglas engloban convenciones compartidas sobre lo que se
hace porque es conveniente hacerlo en los actos habituales de la vida cotidiana y
que traerían sanciones sociales negativas si se quebrantaran (Goffman, 1974). La
civilidad surge al garantizar una buena distancia social y por ende un buen desarrollo
de las relaciones. De hecho, son unas reglas sociales ratificadas por el conjunto de
actores y que permiten una mejor eficiencia de las relaciones humanas. La cortesía
es la expresión de la civilidad de su autor. Esta se define como el conjunto de las
reglas que rigen el comportamiento considerado como lo mejor en una sociedad
(Diccionario Petit Robert, 1991). Por el contrario, las incivilidades se pueden
considerar como una negación del proceso de civilización de las costumbres,
atentados contra el orden público (Elias, 1973): son comportamientos que causan
problemas en las relaciones civiles (Lagrange, 1995). Se trata de comportamientos
automatizados, en contraste con los comportamientos de ayuda, que implican una
interacción deliberada con un individuo particular e identificado. En otras palabras,
¿si las condiciones de vida urbana reducen la atención y la ayuda al otro, entonces
destruyen también la civilidad?
Por una paradoja de la historia, aunque el término “civilidad” designa en
principio los buenos modales de quien vive en la ciudad, todo el mundo hoy día
coincide en pensar que la vida urbana destruye la civilidad. Este tema, transmitido
mediante el discurso popular y los medios, es resaltado en gran medida por los
autores que se enfocan en este tópico (Simmel, Wirth, Park, Gans, Milgram, Fischer,
etc.). Los espacios públicos, en tanto que son terrenos de expresión de los valores
comunitarios, permiten evidenciar la evolución de las reglas y de los códigos
indispensables para el individuo para mantenerse a distancia, proteger su esfera
personal o por el contrario acercarse al otro. La conducta urbana es paradójica
ya que el individuo debe cooperar socialmente para mantener su anonimato. La
indiferencia se debe controlar; esta es el “objeto de precauciones socializadas y
socializantes”. Para Hannerz (1980) la densidad social, tal como puede constatarse
en las grandes ciudades, tiene como efecto hacer que los contactos se caractericen
por la proximidad física y la distancia social. Así, el buen orden de la vida social en
una sociedad densa se basa en la adhesión a las rutinas propensas a ser anticipadas.
Los comportamientos de civilidad parecen entonces ser indispensables para la
convivencia en el medio urbano, aún más que las condiciones del entorno resultan
limitantes por la exposición a múltiples situaciones estresantes.
129
Psicología ambiental
En un estudio sobre el hecho de sostener la puerta a la siguiente persona
cuando se entra en una gran tienda, Moser y Corroyer (2001) han observado
de manera sistemática el comportamiento de cortesía. Como la mayoría de
los comportamientos interactivos pro o antisociales, la cortesía resulta a la vez
dependiente de las condiciones generales del entorno —sucede menos en el medio
urbano que en una ciudad pequeña— y sensible a la sobrecarga del entorno en
cuestión, es decir, la existencia o inexistencia de una fuerte densidad del entorno.
El comportamiento de cortesía es bastante más frecuente fuera de la capital que
en París. Aunque en las ciudades medias casi dos de cada tres sujetos sostienen
la puerta, en París es apenas uno de cada dos y los sujetos la sostienen con
mucha menor frecuencia en la condición de “densidad elevada” que cuando es
relativamente baja, independientemente de las condiciones. Generalmente, los
sujetos parecen ser sensibles a la densidad de población, en la medida en que la
cortesía cae considerablemente en situación de sobrecarga del entorno.
El hecho de que el comportamiento de cortesía se exprese con igual
frecuencia frente a un hombre que frente a una mujer muestra que se trata de un
comportamiento que no depende de la meta, al contrario de los comportamientos
de ayuda en los que ya se ha demostrado ampliamente este fenómeno. Igualmente,
no notamos diferencias considerables entre el comportamiento de los hombres y
el de las mujeres. La civilidad no depende entonces del sexo de los protagonistas
de la interacción, lo que confirma un desinterés por saber quién es la persona que
sigue. Estos resultados muestran claramente que sostener la puerta al otro es un
comportamiento de regulación social de naturaleza particular.
En París, la situación tiene un efecto importante en el comportamiento del
sujeto. El hecho de encontrar la puerta cerrada disminuye en gran medida el
comportamiento de cortesía sin importar cuál sea la densidad en cuestión, mientras
que fuera de la capital no se constatan diferencias en el comportamiento de los
sujetos, ya sea que encontraran la puerta abierta o cerrada. En otras palabras,
los parisinos son sensibles a la situación mientras que los de fuera de la capital
no lo son. El hecho que en París el sujeto sostenga la puerta con más frecuencia
cuando la persona que le precede le sostuvo la puerta hace dar cuenta del contagio
comportamental (Freedmann, 1975), imputable a la modelización (Bandura,
1973), ya que el sujeto tiende a reproducir el comportamiento que ha observado
en la persona que le precedió, básicamente cuando este comportamiento social es
deseable.
Finalmente, podemos considerar que en París existe un comportamiento
espontáneo de cortesía diferente al de fuera de la capital y que varía según las
condiciones de densidad puntual. Los parisinos participan con mucha menor
frecuencia en un comportamiento de civilidad que los de fuera de la capital cuando
se encuentran frente a una puerta cerrada. Las condiciones de vida en una ciudad
grande como París provocan claramente una indiferencia hacia el otro, lo que
resulta en un comportamiento de rudeza más a menudo. Sin embargo, contrario a
lo que se puede ver fuera de la capital, este comportamiento espontáneo se expresa
130
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
en París únicamente cuando el sujeto se encuentra frente a una puerta cerrada.
Para el parisino, el hecho de enfrentarse a un modelo que le sostiene la puerta
parece reactivar una norma de cortesía, y su comportamiento llega a un nivel de
civilidad análogo al que se constata en el resto del país. En la medida en que el
comportamiento de civilidad fuera de la capital no es sensible a la observación de
un modelo, podemos admitir que el comportamiento llevado a cabo obedece a una
norma implícita, lo que explica que la observación de un modelo cortés no tenga
ningún efecto sobre el comportamiento del sujeto.
En conclusión, parece que las grandes ciudades se caracterizan verdaderamente
por una mayor indiferencia hacia el otro. Esta indiferencia se manifiesta no solo
por la ausencia frecuente de comportamientos de ayuda, sino igualmente en toda
relación de respeto hacia el otro. La gran ciudad ya no es símbolo de civilidad,
los comportamientos de cortesía ya no hacen parte del repertorio cotidiano. Sin
embargo, el hecho de enfrentarse a un modelo de civilidad reactiva las reacciones
de civilidad en los habitantes de una gran ciudad, y su comportamiento de cortesía
en ese caso es tan frecuente como en de los habitantes de una ciudad pequeña.
En conclusión, mediante estos hallazgos se muestra que las condiciones
urbanas representan un estrés en sí mismas. Las comparaciones entre los
comportamientos de los habitantes de ciudades grandes y los de los habitantes de
ciudades pequeñas permiten evidenciar comportamientos específicamente urbanos
que son manifestaciones de la adaptación a las condiciones múltiples y complejas
de las cuales hacen parte las condiciones del entorno propiamente dichas. De
hecho, aunque la ciudad se caracteriza por una densidad elevada y por mayor
cantidad de ruido y polución que en el entorno no urbano, las condiciones de vida
en las grandes ciudades no se limitan a un conjunto de condiciones estresantes
elementales. La vida urbana se caracteriza, por una parte, por fenómenos sociales
como el anonimato, un menor control social, una mayor inseguridad y la sensación
de riesgo que la acompaña y, por otra parte, por un número de condiciones de
vida particulares, en especial una limitación relativa de los recursos disponibles
que afecta la vida cotidiana. El conjunto de estas condiciones trae por parte del
individuo comportamientos específicos de adaptación. En la medida en que los
habitantes de las grandes ciudades tienen comportamientos habituales diferentes
de los de los habitantes de las pequeñas ciudades, estos reaccionan en función de
su nivel de exposición habitual a las diferentes condiciones estresantes elementales,
en el caso de las condiciones del entorno generales propias de la ciudad. En efecto,
las reacciones comportamentales de los habitantes de las ciudades frente a una
estimulación aguda, si esta se ha podido evidenciar, no se pueden comprender sino
en comparación con unas normas de comportamiento en el entorno en cuestión.
Las condiciones de vida urbana producen, por una parte, unos efectos
comportamentales particulares y, por otra, unos efectos habituales. El hacinamiento
relativo, que se manifiesta especialmente por la limitación de los recursos
disponibles, ocasiona unos comportamientos de adaptación específicos: acelerar
el paso, escabullirse, mantener su distancia frente al otro, etcétera. Por lo tanto, el
131
Psicología ambiental
individuo reacciona a una situación estresante determinada a partir de, y tomando
como contexto, las condiciones generales y habituales que representa la vida en
una gran aglomeración.
El análisis de los comportamientos urbanos frente a una situación estresante
necesariamente debe tener en cuenta el hecho de que hay un comportamiento
propio de las grandes ciudades, porque la situación urbana representa una situación
estresante en sí. De este modo, los individuos adoptan hábitos de comportamiento
que los diferencian de los no urbanos: algunos son un repliegue sobre sí mismo, la
desconfianza frente al otro, etcétera. Además, la introducción de una estimulación
estresante suplementaria hará que el individuo reaccione más fuertemente si se
suma a un nivel de estimulación habitual. Si los estímulos sobrepasan el nivel
aceptable respecto a las condiciones habituales, los mismos mecanismos ya antes
descritos permitirán dar cuenta de la reacción comportamental.
6.4 Ciudades y anomia: vandalismo, seguridad e inseguridad
urbana
Las incivilidades, el vandalismo, la inseguridad y la sensación de miedo generada
son unos aspectos de la vida en las grandes aglomeraciones que contribuyen a
estigmatizar el entorno urbano y perturban las relaciones interpersonales y la
sociabilidad urbanas.
Las incivilidades: una conducta de distinción
Las incivilidades verbales (como los insultos) o físicas (empujones, aunque también
deterioros o grafitis) en los lugares públicos remiten a una conducta “de distinción”
según lo define Bourdieu (1994): “Existir en un espacio, ser un punto, un individuo
en un espacio es diferir, ser diferente. Una diferencia no se hace visible, perceptible,
pertinente a nivel social, si no es percibida por alguien capaz de diferenciar”. De
esta manera, las incivilidades emergen como comportamientos de distinción social
(como las “incivilidades del rico” y las “incivilidades del pobre”) y, por lo tanto,
de distinción interpersonal y del entorno. La incivilidad es entonces comparable a
las conductas de apropiación o de difusión de los mensajes como el marcado del
espacio mediante tagging (firmas en grafiti) u otros deterioros (Sautkina, 2008).
Los usuarios a menudo se enfrentan a restricciones del entorno ligadas a
las restricciones y a la inadecuación del acondicionamiento de los lugares. En
esos casos, el usuario no tiene el control de la situación; quien lo tiene es más a
menudo un representante de la institución responsable de este acondicionamiento
(empleado, vendedor, consejero, etc.). Esta pérdida de control puede provocar
manifestaciones verbales o físicas de su frustración. La incivilidad aparece entonces
como una respuesta a la situación estresante mediante una “toma del control” que
pretende restaurar los valores de distinción.
132
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
El estudio de la relación entre comportamiento social y el entorno recurre,
además, a las nociones de espacio personal (delimitado por una frontera imaginaria
alrededor del individuo) y de territorialidad (espacio de los límites estables, en
donde el individuo tiene el control). Estos procesos de regulación apuntan a un
cierto nivel de intimidad o de bienestar antes de ser respetados por el otro. Aquello
que Goffman (1973) llama las ofensas territoriales a menudo crean tensiones
interindividuales y reacciones inciviles. Además, la densidad subjetiva, pudiendo
provocar una sensación de superpoblación ligada a un exceso de contactos
sociales indeseables, evidentemente tiene una incidencia sobre la agresividad y los
comportamientos inciviles (Lévy-Leboyer, 1980; Moscovici, 1988).
El vandalismo
Así como con todos los comportamientos respecto al entorno, los deterioros selectivos
de este no pueden ser analizados útilmente si no se tiene en cuenta la relación
particular que el individuo mantiene con el entorno en cuestión. Un examen de
las diferentes conductas frente a un entorno dado conduce a proponer la siguiente
definición: el vandalismo es un deterioro voluntario del entorno caracterizado por la
ausencia de motivación de lucro y en donde los perjuicios que causa se consideran
como tales tanto por el (o los) actor(es) como por la víctima, en referencia a las
normas que rigen la situación (Moser, 1992b). Esta definición permite analizar
los comportamientos, en primer lugar, al examinar sus condiciones de ocurrencia
(si el acto es o no intencional) y, en segundo lugar, su naturaleza (instrumental,
expresiva u hostil). La intencionalidad permite distinguir el vandalismo que resulta
del uso negligente del entorno de los perjuicios causados adrede. La referencia a
la naturaleza del comportamiento permite excluir del campo del vandalismo, en
primer lugar, los actos de sabotaje y las destrucciones que acompañan al hurto,
que remiten a un comportamiento instrumental, y en segundo lugar, los deterioros
causados por los grafitis y por la salvaje colocación de carteles. Estos últimos son,
para los autores, un medio de comunicación cuya motivación no es deteriorar el
entorno, y representan de este modo un comportamiento particular que remite a un
conflicto de normas entre los autores y las víctimas de estos deterioros.
Esta definición permite entonces hacer una analogía entre los comportamientos
de agresión y el vandalismo. En efecto, ciertas formas de vandalismo pueden ser
consideradas como un comportamiento de agresión dirigido no al otro, sino contra
un bien material, y de este modo volverse el objeto de los mismos análisis que los
que se aplican a los comportamientos de agresión.
Enfocarse en la intención de destruir permite distinguir la destrucción
fortuita de una destrucción intencional (Cohen, 1973). El vandalismo puede
entonces considerarse como un comportamiento intencional e instrumental,
destinado a dañar o a destruir un objeto con fines distintos a la destrucción o el
daño (robo, sabotaje). Esto excluye igualmente los comportamientos impulsados
por la expresión de sí mismos a través del deterioro de objetos al igual que el
vandalismo lúdico (Allen, 1984). De esta manera, rajar los asientos de los buses
133
Psicología ambiental
es vandalismo; poner allí un grafiti es una expresión de sí mismo. La razón por
la que ciertos objetos son blancos del vandalismo y cuáles son los mecanismos
que allí operan deben analizarse en términos de relaciones con el entorno. Las
normas sociales rigen nuestros comportamientos frente al entorno. En cada entorno
se aceptan ciertos comportamientos mientras que otros se consideran inaceptables:
por ejemplo, los diferentes lugares donde se puede arrojar una colilla de cigarrillo
en el piso. Entonces, esta es la relación con el entorno y el rol, el significado del
objeto que explica las elecciones de los lugares blanco del vandalismo. De este
modo podemos distinguir un vandalismo dirigido de uno no dirigido (Becker, 1977;
Zeisel, 1976). El primero puede explicarse por una inadecuación y/o una mala
inserción del objeto en el entorno, una nueva implantación o incluso la presencia
de objetos que no permiten al individuo lograr el objetivo que se propone. Además,
el vandalismo se desarrolla en los entornos abandonados. Los daños que resultan
de la acumulación de microcomportamientos, por ejemplo abrir las puertas con los
pies, se entienden como el resultado de un mal ambiente social.
El vandalismo, la degradación voluntaria de ciertos elementos del entorno, es
un fenómeno casi exclusivamente urbano. Este no se presenta de la misma forma
en todos los entornos, ya que ciertos entornos son degradados rápidamente, y otros
por el contrario parecen preservados. Lévy-Leboyer (1984) cita cuatro mecanismos
que pueden explicar este fenómeno:
1. El rechazo del nuevo objeto debido a la ausencia de un sentimiento
de pertenencia. Este tipo de vandalismo afecta por ejemplo los juegos
infantiles instalados en las grandes urbanizaciones así como ciertos
mobiliarios urbanos que frecuentemente son el blanco de degradaciones
tras su instalación.
2. El mal ambiente social de la colectividad y la ausencia de cohesión social.
Si las personas que trabajan en una institución la valoran poco, esto causa
una indiferencia y comportamientos negligentes frente a algunos objetos
y al entorno que la representa. Este también es el caso del entorno urbano
con el que ciertos habitantes no se identifican necesariamente.
La acumulación de microcomportamientos que resultan en una actitud de
negligencia hacia el objeto (dejar el teléfono descolgado, abrir una puerta con los
pies, etc.) o un uso inadecuado (niños utilizando los carritos de supermercado para
jugar). Los rastros de negligencia a su vez ocasionan vandalismo. Si un primer grafiti
en un muro no se limpia inmediatamente o si un afiche permanece allí mucho
tiempo, el muro se llenará rápidamente con otros afiches y grafitis. Un entorno
degradado por el vandalismo contribuye a crear una impresión de descuido, lo que
a su vez aumenta la sensación de inseguridad en ese sector (Lavrakas, 1982; Moser
& Lidvan, 1992).
Inadecuación del entorno a las necesidades del usuario. Si el entorno le impide al
individuo lograr el objetivo que se ha propuesto porque constituye un obstáculo o
134
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
porque no ofrece los medios necesarios, se convierte en una frustración y se genera
un comportamiento de agresión hacia el entorno en cuestión. Esto es lo que se
ha podido observar en las cabinas telefónicas averiadas, donde el vandalismo se
explica por dos factores adicionales: el hecho de no poder llevar a cabo la llamada
telefónica y la sensación de pérdida de control, es decir, de ser impotente frente
a una administración anónima que parece no interesarse por los usuarios (Moser
& Lévy-Leboyer, 1985). Este tipo de comportamiento no es obra únicamente de
individuos marginales, ya que se pueden observar hombres y mujeres de todas
las edades y apariencias manipulando bruscamente el teléfono averiado, y lo
que es más, cerca de tres cuartos de los usuarios interrogados admiten tener tal
comportamiento frente a una avería. Por lo tanto se trata de un comportamiento
que no solo es admitido socialmente, sino también justificado ante los ojos de los
mismos autores por la inadecuación del entorno en cuestión.
La inseguridad
La inseguridad es considerada como uno de los aspectos más negativos de la vida
en la ciudad. Un número elevado de residentes de las grandes ciudades se expone
a la violencia y a la criminalidad en tanto que las tasas de criminalidad son más
altas en las grandes ciudades que en las zonas rurales. En los EE.UU., en 1981, un
tercio de los habitantes de los grandes centros urbanos fue víctima al menos una
vez de un delito durante los últimos doce meses, y la criminalidad es la razón más
a menudo nombrada por las personas que desean mudarse (Fischer, 1976).
Carlestam y Levy (1971) notan que Estocolmo tiene un 16% de la población
total de Suecia y casi un 40% de los robos. Timms (1971) advierte algo similar
acerca de Londres. Sus alrededores abrigan un 5% de la población adulta y un
3% de los adolescentes, pero allí hay un 30% de los delitos de adultos y un 13%
de la delincuencia juvenil. La densidad de población por kilómetro cuadrado
y el porcentaje de viviendas con más de un habitante y medio por pieza están
correlacionados con la delincuencia. Generalmente, hay más delincuencia en el
centro de las grandes ciudades que en la periferia, posiblemente porque el centro
es más denso y, al ser un centro de atracción, drena el conjunto de la población de
las aglomeraciones.
Estas constataciones permiten suponer que la violencia y la densidad están
íntimamente ligadas en los grandes centros urbanos. Sin embargo, tal conclusión
es un poco prematura. En primer lugar, hay numerosas explicaciones alternativas
posibles (migración selectiva, mala condición del hábitat, pobreza, mayor
probabilidad de crimen y discriminación étnica). Por otra parte, un examen detallado
de los diferentes estudios revela la fragilidad de estas relaciones. Ciertos autores
(Freedman, 1975; Kirmeyer, 1978; Harries, 1980) han evidenciado la debilidad
de la correlación entre densidad general y tasa de criminalidad. Si controlamos
los efectos de diferentes factores como son los ingresos, el nivel de educación y
el origen étnico, percibimos que la densidad tiene poco o ningún efecto sobre la
135
Psicología ambiental
agresión. Aun así algunas investigaciones, que ponen en relación la densidad de
habitantes y la tasa de criminalidad, dan algunos resultados más cercanos a los
expuestos más arriba (Roncek, 1975; Gove, Hughes & Galle, 1979).
Existen otras explicaciones para la alta criminalidad en las grandes ciudades.
Por una parte, parece evidente que hay más cosas para robar en los grandes
centros urbanos y menos control social y vigilancia mutua que pueda disuadir a
los futuros ladrones. Zimbardo (1969) menciona sobre este tema el fenómeno de
“desindividualización” para explicar la elevada tasa de criminalidad en los grandes
centros urbanos. No habría una inhibición de los actos criminales en razón de la
presencia de una muchedumbre anónima que protegería al futuro malhechor, ya
que la probabilidad de ser identificado y castigado es poca. Por último, parece
evidente que la indiferencia mutua y la desasistencia al otro que se pueden
constatar en los grandes centros urbanos (Latané & Darley, 1970) contribuyen
a proteger al futuro agresor. Esto resulta en un mayor miedo a las agresiones y
en comportamientos de protección específicos. Así, Roberts (1977) constata más
miedo a ser herido o a ser robado con una fuerte sensación de impotencia frente
a las futuras agresiones. Lavrakas (1982) confirma la existencia de una restricción
voluntaria de ciertas actividades debido al miedo de ser atacado. Ciertos tipos
de personas, en especial las personas de edad, solo dejan su domicilio en casos
excepcionales. Por el contrario, el hecho de que un control social alto impida la
criminalidad se menciona a menudo como una explicación de la baja tasa de
criminalidad en Japón, en especial en Tokio.
El sentimiento de inseguridad
La inseguridad sin duda representa un estrés para los individuos que están expuestos
a esta (Fischer, 1976; Moser, 1992a). La preocupación respecto a la criminalidad
y al miedo a la victimización en los entornos urbanos limita los contactos sociales
(Newman & Franck, 1982). A esto se suma que la sensación de inseguridad se ha
considerado por mucho tiempo como la respuesta individual y emocional a la
criminalidad circundante. Desde esta perspectiva, sería la criminalidad circundante
la que generaría las reacciones de miedo, siendo el crimen el estímulo y el miedo,
la respuesta. Sin embargo, la sensación de inseguridad se encuentra más expandida
que la criminalidad y numerosas investigaciones han confirmado que el miedo no
está directamente relacionado ni justificado en lo absoluto por la criminalidad,
pues la sensación de inseguridad no es la simple consecuencia de la percepción de
riesgos reales (Ackerman, Dulong & Jeudy, 1983; Lagrange & Roche, 1987). Esta
falta de concordancia animó a muchos investigadores a considerar al miedo a una
agresión o la sensación de inseguridad como un objeto de estudio en sí.
McCann, Sakheim y Abrahamson (1988) proponen un modelo según el cual
la percepción de la seguridad, la autoestima, la autoconfianza y la sensación de
control —en este caso la sensación de poder dominar la situación— sirven como
medio para adaptarse a las experiencias de vida. Según Norris y Kaniasty (1991), el
hecho de ser víctimas lleva a los sujetos a creer que son vulnerables e incapaces de
136
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
protegerse. Una baja autoestima y una sensación de que el mundo no es predecible,
lo que remite evidentemente a una sensación de pérdida de control, son señaladas
también por Janoff-Bulman y Frieze (1983) como consecuencia de una experiencia
de victimización.
Sin hacer referencia explícita a esta, muchos autores explican el sentimiento
de inseguridad y de vulnerabilidad mediante una percepción de la pérdida del
dominio por parte del sujeto. La sensación de inseguridad puede entonces analizarse
en términos de control personal (Fisher, 1984; Moser, 1992a). Corresponde por lo
tanto a una situación con condiciones adversas que el sujeto no puede modificar.
Tanto el sufrimiento como la sensación de inseguridad, el miedo de ser una víctima
nuevamente, la fuerte emoción y la sensación de confusión que le sigue a un
evento peligroso se le pueden atribuir claramente a la expresión de un sentimiento
de pérdida del dominio de la situación y del entorno. Por esto, el mundo se vuelve
hostil e incomprensible ya que el sujeto no encuentra manera de protegerse. Los
fenómenos de atribución de las causas eventuales de un acontecimiento peligroso,
al proporcionar un marco teórico, permiten explicar mejor la emergencia de una
sensación de inseguridad. Todas las teorías de la atribución han hecho énfasis
en la relación entre las explicaciones internas y la sensación de control que las
acompañan (Heider, 1958; Kelley, 1967; Deschamps, 1990). Por lo tanto, la
víctima es susceptible de quedar aún más trastornada, porque ella atribuye lo que
le pasa a causas externas y que están entonces por definición fuera de su control.
Es probable que la persistencia en el tiempo de una sensación de inseguridad
esté relacionada con la percepción que el sujeto tiene del acontecimiento y de
su ocurrencia y, en especial, con la percepción de las causas. En otras palabras,
la atribución de las causas del acontecimiento permitiría predecir la evolución
temporal de la sensación de inseguridad.
¿Cómo influencia la victimización al sentimiento de inseguridad? Se han
recolectado datos de las víctimas de delitos menores de distinta naturaleza justo
después de su llegada a la comisaría y luego tres meses más tarde (Moser, 1998).
Justo después del incidente peligroso, casi tres cuartos de los sujetos expresan de
manera espontánea una sensación de inseguridad, mientras que tres meses después
ya son solo la mitad quienes declaran sentir una sensación de inseguridad. El
análisis de la evolución de la sensación de inseguridad, en función de la atribución
de las causas del incidente del cual el individuo fue víctima, muestra claramente
los diferentes efectos de la atribución. La atribución del incidente a causas internas,
es decir, a la propia responsabilidad del sujeto, permite mantener el control. Esta
viene acompañada de pocas reacciones emocionales tras el incidente, una ausencia
del miedo a que este incidente u otros se repitan inmediatamente y una atenuación
de la sensación de inseguridad tres meses después. La atribución del incidente
a causas externas viene acompañada de una pérdida de control, numerosas
reacciones emocionales y el miedo a ser muy probablemente una víctima de un
incidente similar. Esto provoca la persistencia de la sensación de inseguridad tres
meses después. La atribución de las causas del incidente a la suerte no trae una
modificación particular de la sensación de control.
137
Psicología ambiental
Si admitimos que sentirse seguro va de la mano de una atribución causal
interna de la inseguridad y por ende con una sensación de control, podemos esperar
que el individuo esté menos inclinado a considerar el entorno en el que evoluciona
como una fuente de inseguridad. Por el contrario, el individuo inseguro tendría
tendencia a buscar justificaciones en el entorno para su sensación de inseguridad.
Sentimiento de inseguridad y familiaridad del entorno
¿Cómo se expresa en sentimiento de inseguridad en términos del entorno?
¿Cuáles son las características situacionales y del entorno susceptibles a evocar un
sentimiento de inseguridad y cuáles elementos del entorno activan o por el contrario
atenúan un sentimiento de inseguridad? En otras palabras, ¿en qué elementos del
entorno se basa el sujeto para justificar una sensación de seguridad o inseguridad?
Un diagrama de Kelly (1955), que trata sobre las características del entorno
asociadas a la inseguridad o a la seguridad, consta de un grupo de características
(elementos típicos del entorno) que remiten cada una a una oposición conceptual:
concurrido/desierto; obscuro/iluminado; familiar/desconocido; ruidoso/calmado;
abierto/delimitado; limpio/sucio y monótono/variado (Moser & Lidvan, 1992). Una
sensación de vulnerabilidad y la tendencia a considerar que el lugar de residencia
es peligroso vienen acompañadas principalmente por una atribución causal externa
(atribución de la inseguridad a la insuficiencia de la policía). Por el contrario, los
sujetos que tienden a atribuir la inseguridad a causas internas, es decir, al hecho de
que las futuras víctimas olvidarían tomar algunas precauciones elementales o, dicho
de otra manera, que se sienten autorresponsables, no se sienten particularmente
vulnerables y consideran que su lugar de residencia no es peligroso.
Aunque las mismas características del entorno se consideren seguras
(despejado, limpio, familiar, iluminado, variado y concurrido) por todos los sujetos,
el carácter variado y concurrido del entorno solo se considera como seguro si este
no es ruidoso. Por el contrario, las características “oscuro”, “desierto”, “estrecho”
y “con presencia de grafitis” generan una sensación de inseguridad y aún más
cuando se trata de entornos desconocidos. La familiaridad del entorno parece ser
una característica clave en la representación diferenciada de la inseguridad en un
entorno dado.
Varias investigaciones en psicología ambiental se han enfocado en los
factores del entorno, físicos y sociales, susceptibles de generar un sentimiento de
inseguridad. Centradas en el lugar donde vive el individuo, estas han permitido
identificar condiciones de expresión de una sensación de inseguridad en el entorno.
Así, Newman y Franck (1982) muestran que la preocupación en relación con la
criminalidad y el miedo a la victimización en los entornos urbanos difieren según el
tamaño de los inmuebles; además, explican este fenómeno mediante la restricción
de los contactos sociales en las grandes urbanizaciones. El entorno edificado
serviría como una especie de incentivo para extender las zonas que se frecuentan
fuera del apartamento hacia zonas próximas, lo que aumentaría o disminuiría la
138
Cap. 6 Del espacio público al entorno urbano
sensación de seguridad. Asimismo, Fischer (1975) y Hunter (1978) atribuyen la
sensación de seguridad a la comunión de las mismas normas de comportamiento
en un entorno residencial dado. Este enfoque es corroborado por otros estudios
que evidencian el vínculo entre las manifestaciones de incivilidad como los grafitis
o comportamientos desviados, percibidos por los habitantes de un barrio, y el
sentimiento de inseguridad (Skogan & Maxfield, 1981; Lewis & Salem, 1980a). Por
el contrario, cuando no se perciben incivilidades, los habitantes soportarían una
tasa elevada de criminalidad, lo que lleva a Taylor, Gottfredson y Brower (1984) a
concluir que la sensación de inseguridad está positivamente ligada a la pérdida de
control territorial.
¿Cuál es el vínculo entre la atribución causal, la familiaridad del entorno y
el sentimiento de seguridad? Podemos tener por hipótesis que el hecho de sentirse
“en casa” trae consigo una sensación de control y de familiaridad que va de la
mano de una atribución interna de las causas de un futuro incidente peligroso. Por
el contrario, la ausencia de una apropiación local traería consigo más a menudo
una ausencia de control, una atribución externa y una sensación de inseguridad,
entre otras, justificada por los factores del entorno.
Un buen número de enfoques en psicología ambiental se refieren a la
apropiación de un lugar y en especial del lugar que se habita como condición
esencial para sentirse “en casa” y seguro. Ahora bien, la apropiación es un elemento
esencial de la construcción de la identidad espacial. La identidad espacial —place
identity— se define como un sistema cognitivo que tiene muchas funciones: (1)
la percepción de la estabilidad del entorno; (2) la orientación de la acción; (3) la
personalización del lugar; (4) la mediación de la apropiación; (5) la defensa y el
sentimiento de seguridad (Proshansky, 1976a; Lally, 1992). Es claro aquí que la
familiaridad es una condición esencial para sentirse seguro. Numerosos estudios
que analizan el proceso de satisfacción en relación con el barrio hacen resaltar la
seguridad como un atributo que se desprende a menudo de la evaluación global
del entorno residencial. Quienes presentan un alto grado de satisfacción con su
entorno residencial cotidiano tienden a expresar una baja sensación de inseguridad
(Baba & Austin, 1986). La satisfacción residencial tendría así una incidencia positiva
sobre el sentimiento de seguridad.
Apropiación y sentimiento de seguridad
El hecho de sentirse como en casa tiene una incidencia sobre el sentimiento de
seguridad: entre quienes se sienten como en casa son menos los que consideran la
seguridad como mala o media en su barrio (Fleury-Bahi, 1997, 1998). El hecho de
sentirse como en casa va de la mano de una apreciación netamente positiva de la
población del barrio, una frecuencia más significativa de encuentros y del entable
de relaciones con los demás que van más allá de la simple relación de cortesía,
y la expresión de una identidad residencial esencialmente urbana, es decir, la
sensación de pertenecer a una comunidad urbana (Moser, 2004b).
139
Psicología ambiental
Sin embargo, sobre todo, el hecho de sentirse como en casa en el barrio
donde se vive conduce a tener una percepción más ampliada de este. En otras
palabras, los individuos satisfechos con el lugar donde viven tienden a apropiarse
de, y a considerar como familiar, un espacio más amplio que quienes no se sienten
como en casa. En conclusión, quienes se sienten más como en casa tienen un
control espacial extendido y se sienten más seguros. Y esto no solamente es en su
barrio, sino evidentemente en un espacio mayor que va más allá de “su barrio”.
Sentirse como en casa no quiere decir solamente apropiarse de un espacio más
grande, sino también que uno se sienta allí más seguro en la medida en que se
tenga la sensación de poder controlarlo.
Podemos atribuir el sentimiento de seguridad a la comunión de las mismas
normas de comportamiento en un entorno residencial dado (Fischer, 1976; Hunter,
1978). Cada comunidad de barrio tiene sus propias normas, que contribuyen
a crear una sensación de pertenencia a la subcultura del barrio o incluso de la
ciudad (Fischer, 1976). Los habitantes de un barrio dado esperan de los demás
unos comportamientos de acuerdo con las normas comportamentales formales
e informales vigentes. Según Wilson y Kelling (1982), constatar la presencia
de comportamientos inciviles en el entorno traería consigo unas restricciones
comportamentales (no salir después de las 22 horas, por ejemplo) y una negativa a
“regular” el comportamiento de los futuros desviados, es decir, ejercer un control
informal sobre el comportamiento de los demás.
La sensación de inseguridad constituye un factor importante que perjudica
la imagen y la funcionalidad de los espacios públicos. De acuerdo con Amerio &
Roccato (2003), la implementación concertada de estrategias de enfrentamiento
puede luchar eficazmente contra la sensación de inseguridad de los usuarios y
de las personas favoreciendo la coproducción de un vínculo social. La psicología
ambiental es capaz de proponer medidas de desarrollo que permiten hacer más
atractivo un espacio público, lo que incita a los contactos sociales positivos y, por
ende, reduce la exposición a las incivilidades y a las violaciones.
140
CAPÍTULO 7
ESPACIOS URBANOS Y CONVIVENCIA
“¿En dónde vive usted? ¿En la ciudad? ¿Una metrópolis?
¿Una nueva ciudad? ¿En una aglomeración? ¿En las afueras?
¿En un centro urbano? ¿Un burgo? ¿Un pueblo? ¿Una aldea?
¿Una comuna? ¿Un lugar pequeño?”
J-L. Chiflet
El espacio urbano, lugar en el que vive más de la mitad de la población mundial, es
un espacio que, por su diversidad y las oportunidades que ofrece a los habitantes
de las ciudades, es autosuficiente. Es la plaza en donde se organiza lo esencial
de la vida de sus habitantes y donde se entrelazan la mayoría de las relaciones
interpersonales. “La ciudad hoy día está por todas partes, impregna las condiciones
de existencia, las maneras de vivir y las mentalidades” (Grafmeyer, 1994, p.5).
7.1 La dimensión urbana
El espacio urbano es un espacio que parece ser cada vez más desestructurado a
medida que se extiende. Las transformaciones de la ciudad en aglomeración no
solo son sensibles al nivel de la estructura de los edificios, sino también en las
prácticas de sus habitantes.
Ciudades y aglomeraciones
La ciudad —conjunto estructurado con un centro de atracción y una historia propia—
se opondría a las grandes aglomeraciones compuestas por habitantes heteróclitos
141
Psicología ambiental
sumados los unos a los otros sin estructura. En la actualidad, la oposición “ciudadcampo”
está desapareciendo en favor de la noción de aglomeración, incluyendo
la ciudad y la periferia (centro y afueras cercanas y lejanas). Somos testigos de una
expansión urbana y conjuntamente de un fenómeno de desintegración sociológica
progresiva. En este sentido, una distinción esencial entre ciudad y aglomeración
sería el grado de estructuración del conjunto urbano. Proshansky define la ciudad
como “un vasto conjunto de personas y actividades concentradas en un lugar
geográfico dado, destinado a posibilitar las dimensiones de la vida humana que
representan a una sociedad organizada”. Es un “todo” con estructura propia, que
no se reduce a una suma de elementos. Según Lefebvre (1970), la ciudad tiene tres
funciones esenciales que la distinguen de las aglomeraciones poco estructuradas:
(1) una función informadora; la ciudad es una perpetua fuente de información,
la calle es importante e interesante para las personas en tanto que es transmisora
de información. La vida urbana es aún más completa cuando es una fuente de
información siempre renovada; (2) una función simbólica: la arquitectura, los
monumentos y el tejido urbano forman una totalidad social y cultural que tiene su
propia historia; y (3) una función lúdica, es decir, juegos de la información y otros
juegos de encuentros, suerte y espectáculo dramático.
Esta concepción reúne la perspectiva ecológica (Schnore, 1961), que define
la ciudad por sus atributos: tamaño, densidad y heterogeneidad. La presencia de
un número elevado de personas diferentes en un espacio limitado, es decir, la
densidad y heterogeneidad, a menudo se considera como la característica esencial
de las grandes ciudades (Sadella & Stea, 1978).
La ciudad es una institución secundaria producida por el hombre y que,
según su impacto en el individuo, refuerza o debilita los diversos valores de
la civilización. El entorno urbano, imaginado y construido por el individuo, es
un producto utilitario del hombre. Los arquitectos y urbanistas se encargan de
concebir entornos y de diseñar los espacios para facilitar ciertos comportamientos
y para permitir al individuo realizarse allí. Podemos distinguir un cierto número de
funciones de la ciudad:
1. Física: Las estructuras edificadas dividen el espacio en secciones (transporte,
rutas, hábitat, centros comerciales, fábricas) y por ende dividen también
diferencialmente a los usuarios de estos espacios.
2. Funcional: Cada edificación tiene una función específica. Cada estructura
urbana puede analizarse en términos del cumplimiento de la función para
la cual está destinada.
Cognitiva: El entorno edificado, provisto de marcos y guías para los desempeños
individuales. Además, cada construcción es portadora de significados simbólicos.
El entorno edificado es una forma de comunicación no verbal que es decodificada
por el individuo (Rapoport, 1977).
142
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
3. Afectiva: Todo entorno suscita emociones. Se percibe y se evalúa en función
de los valores personales y de normas culturales. Ciertas emociones y
ciertas sensaciones son suscitadas por la naturaleza del entorno edificado,
que puede también procurar una sensación de seguridad y de protección
o, al contrario, hacer sentir inseguro al individuo.
4. Social: Capacidad del entorno para corresponder a las necesidades
específicas del individuo en la interacción con el otro. ¿Permite esta
construcción el tipo de interacción para la cual ha sido concebida?
Zeisel (1975, 1981) se encargó de identificar las necesidades del individuo
en relación con el entorno edificado, necesidades que se supone se aplican a todos
los tamaños de entorno, es decir, también en el micronivel (hábitat individual), el
nivel intermedio (barrio, desarrollo de los conjuntos residenciales) y el macronivel
(ciudades nuevas). Así, se pueden identificar cinco necesidades:
1. Necesidad de seguridad: La necesidad de sentirse seguro en medio del
hábitat al igual que en la ciudad es una exigencia prioritaria de la mayoría
de los individuos.
2. Necesidad de claridad y de legibilidad: El entorno debe ser legible para
los individuos, de modo que ellos puedan desplazarse fácilmente por el
entorno en cuestión. Un entorno poco legible perturba los desplazamientos.
Necesidad de privacidad/necesidad de interacción social: Los individuos
aspiran a regular la naturaleza y la cantidad de contactos con el otro (Altman,
1975). El entorno edificado debe posibilitar el aislamiento y el repliegue sobre sí
mismo. Un entorno también debe favorecer las interacciones sociales mediante
ciertos aspectos. Sommer (1969) distingue entornos sociópetas (que favorecen la
interacción) de entornos sociófugos (que permiten el aislamiento del individuo),
cualidades que podemos identificar en los entornos edificados en todas las escalas.
3. Necesidad de conveniencia: El entorno debe facilitar el logro de las tareas
para las que ha sido concebido (habitación, circulación, trabajo, ocio,
sistema de trasporte, etc.). La necesidad de conveniencia se trata de la
adecuación del entorno a sus funciones básicas.
Necesidad de identidad: Se trata de la relación del individuo con el entorno. La
identificación con ciertos lugares constituye una parte de la identidad del individuo.
Generalmente, el individuo prefiere espacios que le permiten establecer un vínculo
emocional y simbólico, ya sean espacios privados o públicos (Proshansky, 1978;
Stokols & Shumaker, 1981).
La mirada del psicólogo ambiental se centrará en diferentes elementos del
entorno en diferentes escalas para saber si el edificio en cuestión satisface el
conjunto de necesidades de los usuarios. Aunque esto es fácil en la mayoría de los
143
Psicología ambiental
casos en que se trata del hábitat individual, donde el individuo puede modificar el
entorno dentro de ciertos límites, este no es el caso con los entornos colectivos. Si
los arquitectos y urbanistas intentan principalmente tener en cuenta las diferentes
necesidades, construir y desarrollar para un amplio público es algo complejo. De
hecho, en nuestras sociedades el arquitecto no construye para sí mismo, sino para
un cliente que paga (el maestro de obra) y que no será él mismo quien lo use. Este
es generalmente el caso en todos los servicios colectivos. Los arquitectos por lo
general no conocen muy bien a los usuarios, pero se supone que es para ellos que
construyen los servicios. Como resultado a menudo los servicios no corresponden
necesariamente a las necesidades de aquellos para quienes se han construido.
La descripción de lo urbano
El objetivo de la descripción del entorno urbano es el de comprender todo un
conjunto de percepciones y de comportamientos ligados a la vida en la ciudad.
¿Cuáles son los usos de las oportunidades y de las instalaciones urbanas
(entretenimiento, compras)? ¿Cuáles son los comportamientos interpersonales
en el medio urbano en general o en ciertas zonas o barrios? ¿Cómo explicar el
deseo de desarrollo, de dejar la ciudad o de descansar? ¿Cuál es la satisfacción
ligada a la ciudad, al barrio y al habitar (satisfacción residencial) y cuáles son los
comportamientos futuros que la pueden producir?
Las ciudades se perciben de manera muy diferente unas de otras. Esta
percepción se debe a las diferentes exigencias de las personas interrogadas.
¿Podemos por lo tanto clasificar las ciudades según ciertas cualidades intrínsecas
o evidentes? Dos enfoques pueden implementarse: el primero consiste en basarse
en el entorno físico; el segundo consiste en evidenciar lo vivido del habitante de la
ciudad. Así, podemos ya sea (1) estudiar el entorno físico, es decir, enumerar datos
objetivos pertinentes para clasificar y comparar las ciudades unas en relación con
las otras; o (2) interesarnos por la percepción del entorno, es decir, recopilar juicios
expresados sobre las diferentes ciudades a través de encuestas a los habitantes.
Sin embargo, esta distinción es artificial en la medida en que las percepciones
y comportamientos de los individuos no pueden comprenderse si no se refiere al
sistema individuo-entorno. Existen además unos niveles de descripción diferentes en
relación con el comportamiento del individuo en el contexto urbano: la descripción
física, la descripción sociocultural y la descripción subjetiva y personal.
Enfoques objetivos (descripciones físicas)
Thorndike (1939, 1940) propone una clasificación de las ciudades según las
posibilidades y facilidades que brindan a sus habitantes. Se entiende por facilidades
las oportunidades escolares y educativas, la salud, el entretenimiento, el entorno
cultural. Un cuarto de las variaciones entre diferentes ciudades se debe a la oferta
del sistema de salud, otro 40% puede atribuirse a la naturaleza de los habitantes
144
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
(quienes frecuentan las bibliotecas y museos, proporción de quienes tienen algún
tipo de educación universitario).
Otro tipo de enfoque se refiere a los índices económicos: así, puede definirse
las ciudades por la diferencia comparada con un índice económico promedio.
De esta manera, las ciudades se caracterizan por su actividad económica
dominante (turística, industrial, comercial, universitaria o diversificada). Todas
estas clasificaciones son unidimensionales y se basan en cualidades objetivas.
Igualmente, puede pensarse que las ciudades se diferencian, ante todo, por
cualidades más sutiles y latentes que reflejan la complejidad de la vida urbana y la
calidad de vida que brindan a sus residentes.
Enfoques subjetivos (percepción y evaluación urbana)
Este enfoque se refiere a las opiniones que tiene la gente sobre la ciudad, permitiendo
construir un índice de la calidad de vida (Campbell, Converse & Rogers, 1976).
Milgram (1970a) recolectó de la prensa datos “emblemáticos” que ilustran las
particularidades de Nueva York, París y Londres. Nueva York se caracteriza,
esencialmente, por sus atributos físicos: su diversidad, su tamaño, su ritmo de
vida y las oportunidades culturales que ofrece. Varias de las personas encuestadas
hablaron igualmente de la diversidad de la población y del aislamiento respectivo
de las diferentes comunidades urbanas. Londres, ante todo, se caracteriza por la
tolerancia y por la cortesía de las relaciones entre sus habitantes. Sin embargo,
las evaluaciones sobre París giraron en torno a su aspecto arquitectónico y a la
calidad de sus habitantes: los parisinos se perciben como fríos y antipáticos, incluso
hostiles, otros mencionan los cafés, parques y jardines como lugares que ilustran
el encanto de la ciudad.
Varios estudios se han inclinado por la relación entre los indicadores
objetivos y subjetivos de la calidad de vida. Se constata que la opinión de la gente
involucrada solo se correlaciona muy débilmente con los indicadores objetivos
(Schneider, 1975). Esta falta de relación puede deberse a (1) los conocimientos
muy personales que tiene la gente interrogada sobre la ciudad; (2) diferencias
interindividuales considerables en la evaluación. En resumen, la evaluación no
refleja de ningún modo la calidad de la infraestructura evaluada.
La evaluación del entorno urbano ha implementado metodologías originales.
Así, dos geógrafos (Lowenthal & Riel, 1972) hicieron caminar a diferentes tipos de
sujetos (scouts, enfermeras, arquitectos, ancianos) por trayectos determinados en
cuatro ciudades norteamericanas. Enseguida, ellos debían describir sus impresiones
sobre estas ciudades. Un análisis factorial de datos permitió establecer cuatro
factores: un aspecto evaluativo del entorno (bonito, rico); la presencia de actividad
(animada, ruidosa); la orientación espacial del entorno construido (horizontal,
abierto) y el aspecto descriptivo (uniforme, denso).
145
Psicología ambiental
Moos (1976), por su parte, hizo evaluar el clima social de ciertas instituciones
como las prisiones, las residencias estudiantiles y los ancianatos. Estos métodos
pueden aplicarse útilmente en entornos urbanos. Los individuos describen su
ciudad más a partir de la relación que tienen con ella que de la referencia de sus
cualidades objetivas.
Otros estudios analizan más específicamente la calidad de vida y la satisfacción
que las personas tienen con respecto a su ciudad. Las personas que viven en la
ciudad parecen menos satisfechas y menos optimistas con la vida que las personas
que viven en el campo (Hynson, en: Krupat, 1985). Un estudio de Krupat, Guild y
Miller (Krupat 1985) trata de identificar las características de la vida en las grandes
ciudades en comparación con la de las pequeñas: hacen que los individuos escojan,
entre un conjunto de calificativos positivos y negativos, aquellos que caracterizan
mejor las grandes ciudades y los que caracterizan mejor a las medianas. Se percibe a
las grandes ciudades culturalmente diversificadas, que permiten la libre elección del
tipo de vida o del estilo de vida, pero que son sobrepobladas, ruidosas, anónimas,
impersonales, exacerban la competición, producen aislamiento y favorecen la
desconfianza, al contrario de las pequeñas ciudades, percibidas como calmadas,
seguras, sanas, íntimas, relajantes, pero en donde la gente vive preocupada por lo
que hace su vecino y no quieren mucho a los extraños.
Krupat y Guild (1980) identificaron tres categorías bipolares que diferencian
una metrópoli de una ciudad mediana y/o de una ciudad pequeña: la población,
la atmósfera y la característica de los habitantes. Solo la segunda dimensión, la
atmósfera, resulta ser rica en calificativos tanto positivos como negativos, sobre los
cuales tres cuartos de los individuos concordaron. La primera dimensión distingue
claramente las características de las metrópolis y de las pequeñas ciudades. El
conjunto de estas características puede resumirse en seis dimensiones que reflejan
de una manera diferenciada metrópolis y pequeñas ciudades. (1) calor y sentimiento
de proximidad (estos puntos reflejan el sentimiento de seguridad y de apoyo que
puede dar un entorno); (2) actividad y diversión; (3) alienación y aislamiento; (4)
“socialmente agradable” (reagrupa elementos que caracterizan a la población); (5)
privacidad y (6) “no se preocupa por los otros”.
Cuando los habitantes del centro de la ciudad describen las características
de su vecindario, de la periferia y de las afueras, se constata que la calma no
es exclusiva de la periferia ni de las afueras, sino que también figura como una
característica del centro de la ciudad. Es sobre todo por la cercanía al comercio que
el centro de la ciudad es atrayente; en cambio, se ve más amigable a la gente de la
periferia y de las afueras. Se señalan los aspectos negativos del centro de la ciudad
y lo diferencian de los barrios periféricos: la circulación, el ruido, los malos olores
y la presencia de residentes considerados como “indeseables”.
Enfoque subjetivo versus enfoque objetivo
Los defensores del enfoque objetivo (Wicker, 1979; Wirth, 1938) afirman que
las formas urbanas determinan directamente el comportamiento, propiciando el
146
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
contexto para la acción. Dan así un papel predeterminante a las normas urbanas
como explicación de los comportamientos observados.
Los defensores del enfoque evaluativo (Craik, 1971; Rapoport, 1977) sostienen
que en la medida en que el psicólogo ambiental se interese en los comportamientos
de los individuos, las percepciones, conocimientos y evaluaciones que él tenga
son determinantes. Cada individuo tiene información y percepciones del entorno
que les son propias, y dado que el tratamiento de esta información es igualmente
individual y personal, el comportamiento del individuo es mediatizado por la
cognición ambiental. Indicadores subjetivos como el clima social pueden medirse,
lo que permite tener en cuenta interacciones y transacciones entre el sujeto y el
entorno en cuestión.
La percepción de la ciudad
¿Cómo perciben los habitantes de la ciudad su ciudad? ¿Qué imagen tienen ellos
de la vida en la ciudad? La representación y el uso de las pequeñas y grandes
ciudades difieren según el tamaño de la aglomeración. De esta manera, Wright
(1967) compara las representaciones de la ciudad con la ayuda de un “juego
para armar” propuesto a los niños de aldeas y pequeñas ciudades (600 y 30 000
habitantes, respectivamente). Los niños de las aldeas tienen un conocimiento más
grande y más diferenciador de su entorno que el de los niños de las pequeñas
ciudades, probablemente porque estos últimos tienen a su disposición más
recursos, que se utilizan con menos frecuencia y por menos tiempo. Los niños de
las grandes ciudades salen de su barrio mucho más seguido que los otros niños,
frecuentan mucho más los centros comerciales, pero rara vez van a los centros
culturales o sociales (clubs, centros deportivos). Por último, acuden más a los sitios
especializados para niños y menos a los de adultos. Evidentemente, las condiciones
ambientales determinan un estilo de vida que, a su vez, influencia la calidad y la
naturaleza de las representaciones ambientales (Lévy-Leboyer, 1980).
Franck (1980) muestra que estudiantes recién llegados a una gran ciudad se
sienten más nerviosos que aquellos que llegan a una pequeña ciudad universitaria.
Sin embargo, en lo que concierne a la percepción, se constata que la gente de la
ciudad se queja más sobre las molestias de su entorno físico (contaminación, ruido,
densidad), que del entorno social (personas indigentes, mendigos, alcohólicos,
individuos sucios, etc.). Pero no puede olvidarse que la gente de la ciudad está, casi
unánimemente, dispuesta a renunciar a su entorno para desempeñar su carrera,
la cual se desarrolla evidentemente más en los grandes centros urbanos que en el
medio rural, y esta preocupación es más fuerte en las mujeres que en los hombres
(Lévy-Leboyer & Veyssière, 1978).
En un estudio sobre la satisfacción en el medio urbano, Wohlwill y Kohn
(1976) constatan que la percepción del entorno como estresante depende del
esfuerzo de adaptación que representa llegar a una gran ciudad. De esta manera,
147
Psicología ambiental
individuos a quienes se les pidió evaluar la densidad y el sentimiento de seguridad
en una ciudad tienen opiniones más o menos negativas de acuerdo con su
procedencia (otra gran ciudad o una región rural). Especialmente, la evaluación
de las condiciones urbanas está en función de tres parámetros: el tiempo de
residencia, la necesidad de estimulación y el estatus socioeconómico. A estos tres
aspectos se les debe adicionar una dimensión psicológica como lo muestran los
resultados de una encuesta sobre las molestias ocasionadas por los ruidos, hecha en
viviendas extremadamente ruidosas en la región parisina. Mecanismos cognitivos
de compensación (la mudanza en la región parisina significa una posibilidad de
incrementar las posibilidades de trabajo o acompaña una promoción social), así
como las expectativas de la vida en la ciudad (la región parisina es ruidosa, así que
es normal que haya ruido), explican en gran parte la ligera molestia expresada por
los residentes (Lévy-Leboyer & Moser, 1976).
De manera general, la percepción del entorno urbano es fuertemente
estereotipada. Una investigación sobre la representación del espacio urbano (Moser
& Lidvan, 1992) muestra cómo un barrio conocido, limpio y luminoso, con grandes
y despejadas avenidas y calles limpias y bien conservadas, se considera como parte
de un entorno agradable y acogedor. Dos conjuntos de características contrastadas
también se consideran más o menos agradables y provocan ganas de quedarse: una
avenida calmada y silenciosa, eventualmente “monótona”, y el opuesto, una calle
con inmuebles variados, en donde la actividad, la multitud y el ruido se perciben
como acogedores. En el opuesto de este polo agradable y acogedor se encuentra
la descripción de callejones estrechos, oscuros y sin visibilidad y de barrios
deshabitados, con ambientes considerados inesperados como los inmuebles con
un aspecto salvaje y con grafitis, entornos no familiares para el individuo que se
consideran interesantes pero no necesariamente acogedores. El papel que juega la
presencia del aspecto salvaje y de grafitis en la percepción del entorno asociado a
la inseguridad se muestra frecuentemente en la literatura. En efecto, este aspecto
remite claramente a la incivilidad, a la decadencia del orden social cuyo vínculo
con el sentimiento de inseguridad ha sido muchas veces demostrado (Hunter, 1978)
a nivel perceptivo (Lavrakas, 1982) o comportamental, debido a que los individuos
tienden a evitar estas zonas urbanas (Wilson & Kelling, 1982). Por otra parte, esta
degradación a menudo va de la mano de un entorno desgastado (Roncek, 1981),
con callejones estrechos, oscuros y tortuosos de visibilidad reducida.
Los modelos de lo urbano
Para Fischer (1976) el término de “ciudad” es una denominación que permite
distinguir entre una concentración de individuos educados y no educados. Wirth,
en 1938, comparó la gran ciudad con el entorno rural y señaló que en este
último las relaciones eran amistosas. La ciudad, para este autor, se caracterizaba
esencialmente por una desorganización social e individual. Ya en 1903, G. Simmel
elaboraba un perfil psicológico típico de lo urbano que tenía por característica el
hecho de basar todas sus relaciones en el prójimo sobre la distancia y la alteridad.
148
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
De igual manera, los psicosociólogos de la Escuela de Chicago han sostenido
que los habitantes de las grandes ciudades solo pueden adoptar una mentalidad
individualista, buscar la libertad y evitar todas las obligaciones colectivas para
preservar estimulaciones incesantes de las cuales son objeto. De esta manera, lo
urbano reivindica “un derecho a la desconfianza” o un derecho a guardar distancia,
o estar aparte. En una gran ciudad, la frecuencia del contacto con los otros es tan
importante que comportaría el establecimiento, por el individuo, de una norma
de no intervención, indispensable para la conservación de su propia integridad
(Milgram, 1970b). Como habíamos visto en los capítulos anteriores, todos los
investigadores son unánimes en mostrar que las condiciones de vida urbana en
conjunto acarrearían en el individuo cierto número de comportamientos específicos
de ensimismamiento (Moser, 1992a) y de incivilidad (Moser & Corroyer, 2001).
Fisher (1984) señala que el número elevado de habitantes es sinónimo
de posibilidades y oportunidades de relación; Lofland (1973), por el contrario,
considera que la gente de la ciudad está rodeada de extraños y que esta
sobrepoblación incita el anonimato. Finalmente, Barker y sus colegas (Baker &
Gump, 1964; Barker & Wright, 1955) sostienen que la ciudad aumenta el número
de escenarios conductuales y el número de personas susceptibles de aprovechar
las oportunidades. Cinco enfoques intentan dar cuenta de las particularidades de
la vida urbana: los modelos de ecología urbana y la referencia a las subculturas
urbanas; el modelo de sobrecarga ambiental; la referencia a un mundo extraño; los
“escenarios conductuales” (behavior setting) y el enfoque composicional.
El modelo de ecología urbana y la emergencia de subculturas
Los ecólogos urbanos consideran la ciudad como un sistema en donde los habitantes
compiten por acceder a recursos económicos y sociales limitados. En otras palabras,
el individuo está condenado a adaptarse para sobrevivir (Wirth, 1938). Wirth define
la ciudad a partir de tres características: tamaño, densidad y heterogeneidad de
la población, que tienen como consecuencia volver la vida urbana caótica. En la
medida en que no haya más comunidades, vecindarios y cooperación, el orden
moral se desmoronará; la competición, la indiferencia y la explotación general
serían las consecuencias. Este caos está acompañado de una segmentación de
las relaciones humanas: las relaciones interpersonales se volverían superficiales,
anónimas y transitorias. La cercanía física, acompañada de una elevada distancia
social, aumentaría el sentimiento de soledad (el metro es la quintaesencia). Aunque
en las grandes ciudades el individuo es más emancipado y libre de controlar su
vida personal y emocional que otros grupos, esta emancipación va de la mano
de una desintegración individual por medio del desmoronamiento del orden y de
la moral social. Esta visión antiurbana de la ecología concibe el entorno urbano
como determinista, y al individuo como aquel que es forzado a adaptarse si quiere
sobrevivir; sin embargo, no tiene en cuenta las capacidades del individuo para
adaptarse a un entorno en constante evolución y su posibilidad de transformarlo
en función de sus propias necesidades. Es así como Proshansky (1978) sostiene que
149
Psicología ambiental
la ciudad hace a los individuos hábiles en la medida en que se ven obligados a
encontrarse con una variedad de personas y a enfrentarse a todo un conjunto de
situaciones nuevas y variadas, a las cuales la gente que vive en la ciudad aprende a
enfrentarse con flexibilidad y adaptabilidad. Para Freedman (1975) la ciudad tiene
efectos tanto positivos como negativos en función de las características de cada uno:
la densidad urbana intensificaría y amplificaría la respuesta típica del individuo.
Un individuo que tiene tendencia a apartarse estará todavía más solo, mientras que
alguien sociable encontrará en la ciudad numerosas oportunidades de encuentros.
Para Fisher (1984) la ciudad se caracteriza por la superposición de grupos
diferentes. Los individuos con gustos e intereses diferentes tienen más oportunidades
de encontrarse con personas que son similares a ellos. De esta manera es como se
forman las denominadas subculturas urbanas. Las ciudades se vuelven mosaicos de
pequeños mundos definidos físicamente, geográficamente y por afinidades. Existe
una masa crítica de población que permite a personas con intereses esotéricos
reunirse, formar un grupo y construir oportunidades concretas; solo las grandes
aglomeraciones permiten la constitución de estos grupos.
El modelo de la sobrecarga ambiental
Según Milgram (1970b) los individuos se enfrentan activamente a las normas
urbanas. Están atentos a ciertos aspectos de sus ambientes que están abiertos a ciertas
personas y, al mismo tiempo, indiferentes a otros aspectos. Para Milgram el tamaño
del entorno urbano conlleva una variedad de ruidos, olores y estímulos visuales
que obligan a los individuos a adaptarse de múltiples maneras, y no a ser pasivos
como lo sugieren los ecólogos. Una de las modalidades de adaptación consiste en
dedicar menos tiempo al otro en cada encuentro. En efecto, la gente que vive en
la ciudad parece tener siempre prisa. De hecho, este tipo de gente funcionaría en
términos de prioridades, discriminando entre las personas y las actividades más
importantes y dejando de lado todo lo que parece anexo. Lo anterior implica una
división simple entre “amigos” y “extraños”. Asimismo, apagan a veces su teléfono
para no ser molestados.
Geller (1980) y Geller, Cook, O’Connor y Low (1982) muestran que los
individuos tienen, igualmente, una necesidad de estimulación, complejidad,
novedad y excitación. Desde este punto de vista y para ciertas personas, la ciudad
y sus oportunidades es el lugar ideal; para ellos la “poca estimulación” rural es sin
duda una situación poco atractiva. En otras palabras, el entorno se percibe y se vive
de diferentes maneras en función de las necesidades fundamentales de cada cual,
y la ciudad es un entorno que corresponde a las necesidades de algunos.
La referencia a un mundo de extraños
En un perímetro de un cuarto de hora a pie o en carro, un individuo en una pequeña
ciudad de provincia se cruza con varias docenas de personas y conoce, al menos
150
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
de vista, a una proporción nada despreciable de ellos; mientras que, en el mismo
perímetro de una gran aglomeración, serán varios cientos de personas con las que
el individuo se va a cruzar. En realidad, las ciudades están llenas de extraños. El
individuo de nuestros días que vive en la ciudad se mueve con facilidad en medio
de todos estos extraños, los tolera, pero muestra sorpresa cuando se cruza con
alguien que le resulta familiar. Incluso si el individuo de la ciudad se encuentra
a estos extraños cotidianamente camino al trabajo o en el vecindario, solo son
extraños familiares.
Para Lofland (1973) el número considerable de extraños lleva a los individuos
de ciudad a permanecer en el anonimato, que comprende dos aspectos: en primer
lugar, significa que el otro no se identifica, no tiene nombre; en segundo lugar, el
sujeto mismo es anónimo para otros. El primer aspecto implica que el individuo
de ciudad desarrolle capacidades de percepción del otro a partir de varias de sus
características superficiales (aspecto exterior, forma de vestir y lugar en donde el
individuo en cuestión se encuentra). Esta percepción permite al individuo de ciudad
actuar o reaccionar en función de ciertos signos de la presencia del extraño. En lo
que concierne a su propio anonimato, el individuo genera su asistencia a diferentes
espacios urbanos para favorecer, o al contrario para evitar, ciertas interacciones.
Asimismo, en ciertas situaciones maneja el tipo exacto de interacción y el nivel
de privacidad adecuado. En resumen, los individuos de ciudad desarrollan
competencias específicas, tienen una cantidad importante de conocimientos y
aprenden a vivir con los extraños sabiendo cuándo y cómo interactuar y desarrollar
relaciones en distintos grados de intimidad.
Los enfoques en términos de “escenarios conductuales”
Barker (1968), Barker y Gump (1964) y Barker y Wright (1955) consideran la ciudad
como un cuadro organizacional, con sus facilidades, sus recursos conductuales y
sus actividades. Su análisis se refiere a las actividades de los individuos y a sus
interacciones en diferentes marcos. La ciudad, como conglomerado de escenarios
conductuales, está dispuesta de acuerdo con un conjunto de personas: los habitantes
de la ciudad. Cada escenario conductual necesita un número máximo y uno mínimo
de individuos para funcionar. La multiplicación de la población comprende,
entonces, la necesidad de ampliar los marcos o de construir unos nuevos. Por
lo general, en las grandes ciudades, las instituciones están sobrepobladas; en
las pequeñas, subutilizadas, ya que no tienen la población necesaria para su
buen funcionamiento. Numerosas investigaciones en organizaciones (empresas,
hospitales) mostraron que los individuos tienen comportamientos diferentes según
la subutilización de la institución, en un nivel de uso óptimo o de hacinamiento.
En el primer caso, los individuos se responsabilizan y emprenden actividades
importantes para el funcionamiento, mientras que, en marcos sobrepoblados,
los individuos están satisfechos pero no siempre se involucran activamente en
el funcionamiento. Como conjunto de escenarios conductuales sobrepoblados,
la ciudad no permite a la gente que la habita involucrarse directamente con las
151
Psicología ambiental
organizaciones. Se observa, entonces, una disminución en la prestación de los
servicios, un aumento del sentimiento de inseguridad, menos responsabilidad
individual y menos atención prestada al otro.
El enfoque composicional
Los diferentes enfoques presentados anteriormente tienen en común que todos se
refieren a modelos del impacto urbano sobre el comportamiento. Estos enfoques
analizan cómo las condiciones de vida urbana influyen en la vida de la gente
de la ciudad. De esta manera, Milgram (1970b) considera explícitamente que las
diferencias entre la gente que vive en la ciudad y la que vive en regiones rurales se
deben a diferencias del entorno y a las características intrínsecas de los habitantes.
Herbert Gans (1962) y Oscar Lewis (1965) veían las cosas exactamente de manera
opuesta: consideraban que las diferencias constatadas se deben a diferencias
relacionadas con la población que habita estos diferentes entornos. En otras
palabras, las diferencias entre la manera de vivir de los urbanos y los rurales no
serían más importantes que aquellas entre grupos étnicos, raciales, clases sociales y
edades. Habría de esta manera, en las grandes ciudades, una autoselección: ciertos
individuos que escogen vivir en un gran centro urbano, otros que prefieren una
ciudad pequeña o el campo. Así, no son los habitantes el reflejo de la ciudad, sino
que son las ciudades el reflejo de sus habitantes.
Si se controlan las características socioeconómicas y demográficas, las
diferencias entre los habitantes de los grandes centros urbanos y de sus periferias no
son significativas. Ktsanes y Reissmann (1960) mostraron que aquellos que se mudan
del centro de la ciudad a las afueras son ya diferentes en sus valores y orientaciones
a aquellos que no desean hacerlo. Las afueras de una ciudad no son lugares en los
que deba adaptarse a un nuevo estilo de vida: solo son nuevos lugares de vida para
valores de quienes los habitan. Es verdad que diferentes poblaciones estructuran
los entornos urbanos y dan una identidad a este tipo de entorno. En Francia, por
ejemplo, Niza y Cannes son ciudades habitadas por personas de avanzada edad.
Sin embargo, el modo de vida urbano no puede entenderse y analizarse integrando
simultáneamente la función “individuo” y la función “entorno”, es decir, adoptando
una posición interactiva o transaccional.
7.2 Sociabilidades urbanas
Tanto los trabajos sobre la sociabilidad como aquellos sobre la soledad muestran
que es primordial para el individuo pertenecer a un grupo social y mantener
relaciones estables. Numerosos investigadores han mostrado ampliamente que
las relaciones interpersonales son particularmente importantes para afrontar las
situaciones estresantes (Moser, 1994). La satisfacción que procura la amistad es
importante. Además del apoyo social y emocional que procura, la amistad brinda
ayuda y permite la integración a actividades comunes (Argyle & Henderson, 1984).
152
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
Existe una relación positiva entre el hecho de frecuentar numerosos amigos y
conocidos y superar eficazmente períodos estresantes de la vida (Arling, 1976), y la
interacción intensa con amigos cercanos con un nivel de bienestar elevado (Palisi,
1985). Además, es sobre las amistades que reposa esencialmente el sostén afectivo
en el medio urbano, debido a la separación, cada vez más, de las familias (Amato,
1993). Al mismo tiempo, los urbanos esperan menos apoyo por parte de la familia.
Estas diferencias se explican, según el autor, por la composición demográfica de
las grandes ciudades y por el hecho de que los urbanos viven más alejados de sus
familias respectivas en comparación con los habitantes de las pequeñas ciudades.
La mayoría de los estudios sobre la sociabilidad en el medio urbano están
concentrados en los contactos con personas anónimas y extrañas y ponen en
evidencia un comportamiento de ensimismamiento, caracterizado por evitar
interacciones con los demás (Moser, 1992a). Aunque es sabido que los individuos
no se conocen fácilmente en las grandes ciudades (Sundstrom, 1978; Baum &
Paulus, 1987), se han hecho pocos estudios sobre las relaciones interpersonales en
el medio urbano.
Ciudades y red relacional
En las grandes metrópolis, los habitantes pueden involucrarse en una red vecinal
y tener o no relaciones ancladas en la proximidad espacial, al mismo tiempo que
relaciones espacialmente lejanas y dispersas. Dicho de otra manera, las redes
relacionales de la gente de la ciudad no son monoespaciales debido a la movilidad
social y residencial y a la separación de los lugares de trabajo y de residencia.
De esta manera, los habitantes de la ciudad son miembros de varias redes
dispersas espacialmente (red de colegas del trabajo, de otras actividades, etc.).
Ellos frecuentan estas diferentes redes dependiendo de sus actividades e intereses
particulares. Además, los desplazamientos cotidianos entre el domicilio y el trabajo
son particularmente estresantes y restringen un tanto el tiempo libre disponible. El
rápido crecimiento demográfico de las grandes aglomeraciones está acompañado de
una diversificación y de un alargamiento de los desplazamientos cotidianos (Ipsos,
1991). La movilidad geográfica tiende a restringir las oportunidades de prácticas
relacionales, en la medida en que no deja a los individuos el tiempo suficiente para
entablar y mantener relaciones estables. Por ello, no es de extrañar que numerosos
habitantes de las grandes aglomeraciones se quejen de la imposibilidad de tener
una vida social satisfactoria.
Naturaleza y extensión de la red relacional
En la medida en que las condiciones de vida en las grandes aglomeraciones
dejen menos tiempo a la sociabilidad, ¿puede afirmarse, por lo tanto, que los
habitantes de las grandes aglomeraciones presentan déficit global de sociabilidad
y de relaciones interpersonales y un empobrecimiento de los lugares sociales? Un
estudio sobre la composición del universo racional y los comportamientos sociales
153
Psicología ambiental
de provincianos, parisinos y habitantes de las afueras de París intentó responder a
estas preguntas (Moser, 1997). Comprobó, en un principio, que los provincianos
tienen significativamente más relaciones interpersonales estables que aquellos que
viven en la periferia parisina (6,8 en promedio en la región parisina y 8,1 en la
provincia; Moser, Legendre & Ratiu, 2003).
En lo que respecta al universo relacional, pueden identificarse dos esferas
racionales, según su antigüedad y su dependencia territorial: (1) las relaciones de
larga duración y estables, resultantes de la escuela y de la familia que remontan
de la infancia y la adolescencia; y (2) las relaciones vecinales, vinculadas con
la vida asociativa, y las relaciones de trabajo, que son relaciones más recientes
y considerablemente dependientes en el plano territorial. La repartición entre
los lazos de la infancia y la adolescencia, los lazos de proximidad y los lazos de
intereses comunes son susceptibles de diferenciar entre los urbanos y los rurales en
la medida en que la instauración de lazos en el vecindario parece ser un recurso
cuando otro tipo de relaciones son más difíciles de mantener y conservar. Dicho de
otro modo, es la parte de las relaciones territorialmente dependientes en el universo
relacional que es susceptible diferenciar los urbanos de los rurales. Debido a la
movilidad, los habitantes de París y de la región parisina pierden varias relaciones
antiguas y las compensan estableciendo relaciones que dependen del lugar de
residencia (Figura 16).
Figura 16: Composición de la red relacional en función del lugar de residencia
120
100
80
60
Relaciones recientes
40
20
Relaciones amistosas
antiguas
Ciudad promedio
(Provincia)
Centro de la
ciudad (París)
Periferia (París)
0
Se constata que en las afueras parisinas cerca de la mitad de las relaciones
se forman en el medio laboral, en el vecindario o en asociaciones. Se trata, para
154
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
esta población, de una red que reposa esencialmente sobre la implantación local
que hacen las personas encuestadas y sus relaciones laborales. En cambio, en la
provincia, son las relaciones de larga duración las que representan más de dos
tercios del conjunto de las relaciones. La gente de la ciudad se diferencia así de los
habitantes de provincias por la composición de su red relacional. Esto corresponde
solo a la proporción de las relaciones que se hacen en el mundo laboral y cuya
dependencia territorial, relativamente estable cualquiera que sea el lugar de
residencia, compete tanto para los provincianos como para los habitantes de la
Isla de Francia. Si en la edad adulta (entre los 35 y 50 años), la red de amigos se
constituye esencialmente alrededor del trabajo y las actividades del tiempo libre
(Fisher, 1982; Fisher & Phillips, 1982), sería más el caso de los habitantes de una
gran ciudad como París, donde el universo relacional se compone mucho más
de relaciones resultantes del mundo laboral y vecinal (cerca de la mitad de las
relaciones) que para los provincianos (un tercio de las relaciones). Los parisinos se
distinguen, además, por el hecho de que un número significativo de las relaciones
proviene del mundo asociativo. Se presencia así, para las grandes ciudades, una
sujeción a la zona residencial, la cual se observa gracias al número elevado de
relaciones locales.
Las formas de sociabilidad en los espacios urbanos
La vida cotidiana en los grandes centros urbanos se desarrolla a través de un
espacio-tiempo fragmentado. Un empleo del tiempo relativamente limitado influye
necesariamente en las relaciones sociales, las actividades y la satisfacción de las
necesidades de diferentes órdenes, así como en la posición del individuo con
respecto a los otros. La dinámica de las relaciones de vida cotidiana se expresa
tanto en los espacios privados y semipúblicos como en los espacios públicos
(Moser, 2009a).
El hecho de que el universo relacional de las pequeñas ciudades se componga
de una única red multifuncional, caracterizada por normas sociales compartidas,
la existencia de muchas obligaciones, una presión hacia la conformidad, poca
privacidad y que toda la gente se conozca mutuamente, hace que en las grandes
ciudades existan numerosas redes relacionales. El establecimiento de las relaciones
interpersonales en las grandes metrópolis está, por lo tanto, sometido a menos
obligaciones, y la ausencia de conexión entre las redes interpersonales favorece la
movilidad y el establecimiento de redes circunstanciales. Como resultado, en las
grandes aglomeraciones la gente de la ciudad tiene más libertad relacional que en
las pequeñas ciudades.
Más de tres cuartos de los provincianos se veían al menos una vez por semana;
mientras que en París esto solo sucedía entre dos tercios de ellos. En la periferia
es menos probable todavía que se den encuentros frecuentes con sus amigos y
conocidos, y los encuentros no solo son menos frecuentes: también se planifican
mucho más para el futuro y se centran alrededor de actividades específicas. Los
encuentros con los conocidos y/o amigos en la aglomeración parisina y en las
155
Psicología ambiental
afueras tienen lugar mucho más alrededor de actividades deportivas o de tiempo
libre. En París y en las afueras parisinas no solo se tienen menos encuentros
informales que en la provincia, sino que las salidas planificadas son también menos
numerosas. Además, más de un cuarto de los encuentros se producen debido a
reuniones esencialmente asociativas. Los modos de sociabilidades son, por
consecuencia, muy diferentes de los modos de encuentros en ciudades promedio,
que son particularmente poco espontáneos. Parte importante del tiempo se gasta
en el transporte, víctima del cual son los habitantes de las periferias a quienes se
les resta evidentemente, no solo el tiempo disponible para visitar a sus conocidos o
amigos, sino también las posibilidades de tener encuentros informales, obligándolos
a planificar más sus encuentros (Moser, 1997; Moser et al., 2003).
Salvador (2000), en un estudio sobre México, identifica dos diferentes formas
de relaciones sociales cotidianas en función de los barrios: abrirse al exterior o
permanecer en su hábitat. Esta tendencia de abrirse o de ensimismarse se expresa,
según el autor, a través de los modos de vida en los diferentes barrios. Los habitantes
de los barrios populares tendrían tendencia cotidiana a tener relaciones sociales
informales y continuas en los espacios exteriores del barrio como la calle, tiendas
y lugares exteriores de encuentros, mientras que en los habitantes de barrios
privilegiados la tendencia preponderante sería la de confinarse en los espacios
privados. Pareciera que los habitantes de barrios privilegiados prefirieran mantener
cierta distancia a relacionarse con otros, excepto en lo que concierne a las
relaciones de participación asociativa de carácter formal y de espacios públicos de
convivencia: cafés, bares, discotecas, centros comerciales. La dinámica identitaria
va encontrar, entonces, en cada caso puntos de apoyo cotidianos diferentes. Por
otro lado, la población en los barrios privilegiados da una importancia más grande
a aspectos físicos, lo cual va de la mano de una exigencia menor a la comunidad
y a la red social; caso contrario para la población de los barrios populares, en los
que hay una necesidad más fuerte por apoyarse en el seno del barrio en un nivel
identitario, afectivo y de seguridad, debido también a capacidades estratégicas
menores y a una movilidad reducida.
Grafmeyer (1995), por su parte, distingue tres tipos de sociabilidades urbanas:
una sociabilidad organizada o formal, una sociabilidad informal que implica un
mínimo de regularidad y permanencia en los intercambios, y una sociabilidad de
interacciones o de contactos. Los marcos en los que se entablan estas relaciones,
cualquiera que sea su forma, son múltiples, lo que lleva a distinguir una sociabilidad
interna que incluye los tres grados antes citados de una sociabilidad externa,
dirigida hacia el hogar y sus alrededores inmediatos (Forsé, 1981). En las grandes
metrópolis como París, los habitantes desarrollan de esta manera relaciones
sujetas a la proximidad espacial, al mismo tiempo que relaciones espacialmente
lejanas y dispersas. Las redes relacionales en los grandes centros urbanos tienen
menos límites espaciales debido a la movilidad social y residencial extensa de los
habitantes de la ciudad. Además, muchas redes pueden superponerse gracias a la
separación de los lugares de trabajo y de residencia.
156
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
¿Cómo se articulan las dos esferas relacionales características de las relaciones
en el medio urbano: una sociabilidad territorialmente sujeta al vecindario y una
sociabilidad urbana? Es en la región parisina en donde las relaciones vecinales son
más débiles (Héran, 1987). El número de habitantes que no tienen ninguna relación
con sus vecinos es dos veces mayor en los grandes conjuntos de aglomeración
parisina que en las casas individuales de la provincia. Al mismo tiempo, se constatan
más relaciones amistosas y una vida más satisfactoria en las pequeñas ciudades que
en las grandes aglomeraciones (Oppong, Ironside & Kennedy, 1988). Es también
en las ciudades donde se encuentran más personas con un fuerte sentimiento de
soledad. Mencionar espontáneamente las viviendas de los vecinos demuestra
una identificación social con el espacio del barrio, mención que varía según la
posición geográfica de este. Es en París en donde se muestra una sociabilidad
más próxima, evocando más las viviendas de los conocidos y/o amigos en los
alrededores inmediatos. En cambio, en la periferia, cualquiera que sea el estatus
del barrio (favorecido o desfavorecido), los habitantes mencionan mucho menos
los lugares habitados por los conocidos y/o amigos en los alrededores inmediatos.
Así, la sociabilidad resulta más extendida geográficamente.
En el centro de la ciudad los habitantes mencionan más lugares de sociabilidad
como bares, restaurantes, etcétera que en la periferia. Los hogares más ricos
trasladan su vida relacional y desarrollan probablemente estrategias específicas de
uso del espacio, mientras que los habitantes con menos capacidades estratégicas
interactúan preferentemente en donde viven. En México, los lugares de sociabilidad
son mucho más diferentes entre la Ciudad de México y la provincia, así como en
función de la naturaleza del barrio (favorecido o desfavorecido). Los habitantes de
los barrios desfavorecidos tienen como lugar de encuentro, para más de la mitad,
la calle y los lugares públicos. Por su lado, en los barrios favorecidos, los lugares
de encuentro difieren según la ciudad. En la Ciudad de México, los lugares de
encuentro son sobre todo los bares y los sitios de espectáculo, entre otros, mientras
que para los habitantes de barrios favorecidos estos lugares se vinculan más con
el domicilio de alguien. También, en la misma ciudad, para la mayoría se trata de
prácticas de sociabilidad formalizadas, organizadas y planificadas; en Querétaro,
estos funcionamientos parecen menos formales: se dan también con salidas, pero
lo habitual es hacer una invitación, que no es mucho el caso para otros escenarios.
Estos funcionamientos se parecen a los de la región parisina: los provincianos
planifican significativamente menos sus sociabilidades en comparación con los
parisinos (Moser, 1997).
Los habitantes del centro de la ciudad mencionan también más amigos en
la proximidad en comparación con los de la periferia. El centro de París es rico
en lugares donde los habitantes tienen oportunidad de encontrarse y cultivar
su sociabilidad. También, es en los barrios centrales favorecidos en donde los
habitantes instalan socialmente su vivienda y mencionan espontáneamente a
vecinos, amigos o allegados en el barrio.
157
Psicología ambiental
7.3 Espacios urbanos y proximidades
¿Cómo se perciben y se viven los diferentes espacios urbanos, centro de la ciudad,
barrios, proximidades y cómo participan en la apropiación de lo urbano? Más allá
de un conjunto de normas de convivencia que regulan las relaciones del sujeto con
su entorno físico y con los “demás” que lo ocupan, la urbanidad constituye uno
de los fundamentos del sentimiento de pertenencia a una comunidad encarnada
por un lugar, es decir, una identidad territorialmente marcada, la cual se convierte
en un componente de identidad mayor. La urbanidad es el resultado de una
cultura urbana característica de las ciudades relativamente densas y compactas,
que tienen una fuerte concentración de poblaciones y actividades, construcciones
heterogéneas, centros vitales y secundarios, así como vías de comunicación a esta
escala (Fuhrer & Kaiser, 1997).
Estructuras urbanas, inversión y urbanidad
Movilidad y proximidad son conceptos importantes para comprender las
posibilidades de acceso a la urbanidad. Las relaciones cotidianas en los espacios
urbanos constituyen un elemento fundamental para el soporte identitario. La
posibilidad de acceso a los espacios en función de las capacidades económicas,
culturales y físicas de los diferentes grupos sociales determina, en gran medida, la
naturaleza y la calidad de la convivencia urbana.
La noción de proximidad
Las transformaciones de las condiciones urbanas conllevan modificaciones en la
noción de proximidad, que la conducen de una significación física a una noción
menos espacial, más temporal y mucho más psicológica (Fuhrer & Kaiser, 1997). La
proximidad se define, primero, sobre una base exclusivamente espacial y objetiva;
se refiere más a las dimensiones subjetivas vinculadas, sobre todo, a la accesibilidad
y aceptación que perciben los diferentes actores en cada sector (Blasco, Lajoie,
Marchand, & Ropèle, 1998).
La proximidad, tal y como la percibe la gente de la ciudad en su práctica
cotidiana, presenta una característica relativa según el tejido urbano al cual se
refiere. Según los tamaños urbanos, se dibujan dos situaciones contrastadas:
aglomeraciones urbanas y ciudades de tamaño moderado. Las zonas de proximidad
percibidas se agrandan en función del crecimiento del centro de una unidad urbana.
Encontramos la proximidad bajo su aceptación más limitada, en el barrio, en el
seno de las ciudades promedio. Al contrario, en las grandes aglomeraciones, la
proximidad se percibe a una escala mucho más amplia. En lo que respecta a París,
se refiere al tamaño de un distrito, incluso más. El habitante de las afueras percibe
como “cercano” un lugar situado a 20 km de su lugar de residencia (Bourroche, en
Benoît, Benoît, Bellanger & Marzloff, 1993).
158
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
Las percepciones de proximidad están igualmente en función de las
desigualdades de acceso a los espacios de la ciudad, posiciones sociales y límites
del entorno. De esta manera, Contreras, Moser & Sabina (2008), identifican una
dinámica de las proximidades urbanas según las categorías sociales de los habitantes
y de la localización de los espacios. Además, las capacidades estratégicas de las
percepciones y representaciones contribuyen a que un barrio se convierta en
el lugar de proyección identitaria, independientemente de la posibilidad real o
imaginaria de acceder a otros espacios de la ciudad.
El espacio de proximidad tiene una función particular para la apropiación de
la ciudad. Se hace énfasis en el espacio vivido, la dimensión subjetiva de un barrio
y las características físicas y sociales de este lugar que permiten al individuo sentirlo
como propio (Noschis, 1984). Ciertas cualidades ambientales de los alrededores
inmediatos de la residencia parecen favorecer las relaciones satisfactorias en este
tejido urbano y la construcción del hogar. Se trata tanto de atributos físicos del entorno
—zonas verdes— como de las dimensiones sociales de este —relaciones sociales
agradables, homogeneidad de la población, red de apoyo social (Sheets & Manzer,
1991; Rivlin, 1982; Sixsmith, 1986)—. Además, pueden distinguirse diferentes
tipos de relaciones simbólicas con este espacio de proximidad, dependiendo
de la relación del individuo con la ciudad: lugar abierto a la exploración de la
ciudad, lugar cerrado con carácter protector, espacio/tiempo de evasión temporal,
incluso sustituto de ciudad para las poblaciones cautivas (Palmade, 1977). Bajo
ciertas condiciones, particularmente en las viviendas colectivas, “las condiciones
ordinarias de ubicación y dependencia a un reglamento de la casa imponen límites
a la identificación del hogar” (Barbey, 1980, p.114). En este caso, ciertas imágenes
ligadas a un hábitat que escapa del frenesí del desarrollo urbano y de su ideología,
a saber, aquellas de una casa ideal, se retienen como apoyo del arraigo afectivo.
La movilidad de lo local a lo extralocal
La proximidad urbana no es solo una cuestión de distancia. La movilidad a gran
escala hace de la proximidad una distancia-tiempo que depende tanto de los
equipamientos disponibles como de su accesibilidad y selección para usarlos por
parte del individuo. La movilidad del “tiempo libre y la sociabilidad” corresponde
también a una regulación, por medio de los lugares que se frecuentan, de las
relaciones con el entorno físico y social, siendo esenciales tres factores: autonomía,
seguridad (derivada de la familiaridad) y estimulación (Fuhrer & Kaiser, 1997).
En la actualidad, la proximidad como distancia-tiempo, hecha posible gracias a
la evolución de los medios de transporte, cambió de significado, y la movilidad
constituye uno de los medios de gestión de las proximidades electivas (lejanas/
cercanas) en función de las características que se perciben de los lugares (Haegel
& Lévy, 1998).
La accesibilidad se vuelve multiforme, y la proximidad multidimensional
—y por consecuencia la apropiación de la ciudad—, menos dependiente de las
159
Psicología ambiental
condiciones locales, excepto para las poblaciones cautivas de sus lugares de
residencia. Si la densidad y la concentración urbanas requieren de competencias
específicas de gestión de la presencia permanente de los demás y de las relaciones
fortuitas, existe un requerimiento suplementario: la capacidad del individuo para
controlar y conciliar relaciones contrastadas en la ciudad. El habitante de la ciudad
construye así los vínculos, basados sobre varias escalas (local/global) e integrando
dos dimensiones opuestas: territorio y red (Haegel & Lévy, 1998).
El contexto de las aglomeraciones urbanas y de los barrios resultantes de
la zonificación y de la especialización unida funcionalmente al tejido urbano
reveló otras modalidades de relaciones con este: las “zonas de desarrollo de vida
cotidiana” (Benoît, Benoît, Bellanger & Marzloff, 1993). Bajo esas condiciones la
proximidad es relativa: se amplía dependiendo del distanciamiento que tiene del
centro de la unidad urbana. De este contexto surgen dos modos de funcionamiento
con respecto al tejido urbano: uno local y otro extra local, lo que significa para
ciertas categorías de personas lo local y lo mundial, ya que “para sus actividades
y su trabajo, la gente de la ciudad se desplaza cada vez más y mucho más lejos a
través del mundo. La ciudad termina por volverse, de manera asintótica, el simple
lugar geométrico de estas divisiones y de estas movilidades” (Burgel, 1993, p.82).
Ciertos estudios de sociología urbana y geografía humana (Fuhrer & Kaiser,
1997; Huriot, 1998) muestran la importancia de la definición de “proximidades
urbanas” y de la transición de la apropiación de la ciudad del tipo monolocal
al modelo multilocal. Desde la perspectiva de la psicología ambiental, estos
fenómenos corresponden a una estrategia de regulación social e identitaria
(integración/ensimismamiento) por medio de la apropiación de varios lugares
dispersos en la ciudad, vistos como un sistema de lugares con conexiones múltiples
(Bonnes, Mannetti, Secchiaroli & Tanucci, 1990). La red relacional, su escenario y
su frecuentación (reducción/expansión) dependerían, entre otros, del tamaño de la
ciudad (Moser et al., 1996; 2002). Sin embargo, la movilidad permitiría a aquellos
que pueden practicarla desarrollar relaciones complejas y sobre todo selectivas en
un entorno urbano cada vez más grande y heterogéneo y/o compensar además, si
es necesario, ciertas insuficiencias percibidas en el entorno residencial. Los urbanos
están listos para recorrer, por obligación pero también por elección propia, las
distancias cada vez más grandes y superar unidades ambientales más o menos
distintas para trabajar, consumir, visitar a los allegados, tener diferentes actividades
o simplemente encontrarse.
La movilidad y/o la imposibilidad de encontrar y/o frecuentar un lugar
apropiado en una inversión personal puede conllevar a un desinterés, una ausencia
de lugares; también puede implicar, a veces, una inversión “multicentrada”.
Además, la ruptura con lo(s) lugar(es) invertidos conduce a la reconstrucción de
la identidad espacial a través de las experiencias significativas con otros lugares
(Stokols & Shumaker, 1981).
160
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
Centralidades urbanas y arraigo
La centralidad urbana hace parte de un arquetipo de la ciudad. La gente de la
ciudad tiene tendencia a evaluar el centro de su ciudad de residencia según este
arquetipo. De esta manera, esperan de la centralidad un conjunto de funciones
(convivencia, heterogeneidad social, concentración de actividades y de comercio)
y una configuración (densidad del sector construido, presencia de lugares,
profundidad de los canales) que tienen una incidencia directa sobre el lugar social
(Marchand, 2002a). De la misma manera, un espacio denso, tanto desde el punto
de vista de las actividades como del de la construcción, y respondiendo a las
características del centro de la ciudad tradicional, satisface más las expectativas
que un espacio central moderno poco denso y que ofrece más lugares de pasaje
que de encuentro. La convivencia se inscribe como un concepto central en la
evaluación que se hace de un centro urbano. Más allá de la satisfacción ligada
a las características socioespaciales del centro de la ciudad, Marchand (2002a)
muestra que esta evaluación está estrechamente vinculada a la apropiación del
espacio urbano a diferentes escalas: el barrio, pero también la ciudad. Así, la
apropiación del barrio y de la ciudad está directamente vinculada a la satisfacción
de las expectativas relativas a la centralidad urbana. Los individuos se apropian un
tanto más de sus lugares de vida y su ciudad, donde encuentran su centro urbano
y elementos sociales, históricos y prácticas satisfactorias. Un entorno satisfactorio y
gratificante va a constituir la base de una identificación social positiva y el arraigo
al espacio urbano. Al contrario, una evaluación negativa del lugar va a complicar
el proceso de identificación en la ciudad y el proceso de arraigo a esta.
La dinámica de las relaciones en la ciudad se sitúa entre la sujeción y la
dependencia del espacio de proximidad de la vivienda a un polo, y la extensión
espacial de la inversión de lo urbano a otro (Gaster, 1995). Está dinámica se realiza
por medio de la delimitación y las diferenciaciones de lugares apropiados. Este
recorte incesante tiene por objetivo, no solo optimizar las relaciones en la ciudad,
sino también, y sobre todo, regular las relaciones sociales y asegurar el desarrollo de
una identidad coherente y positiva, más allá de los avatares y normas ambientales.
La extensión espacial, el confinamiento, la diferenciación y la complejidad de este
sistema de lugares invertidos en la ciudad corresponden a una práctica urbana
orientada por el individuo que cambia según variables sociodemográficas y de
una tipología cultural de los residentes. Las diferentes estructuras de prácticas
al seno de los lugares de la ciudad y a nivel global parecen estar ligadas a las
diferentes categorías de residentes y a su relación con la ciudad (Bonnes, Mannetti,
Secchiaroli & Tanucci, 1990). La dimensión social modula tanto la extensión de
la apropiación del tejido urbano, en el caso de una población (estudiantil) en
situación de transición (Félonneau, 1997; Marchand, 2002b) o de los hogares en
situación de estabilidad (Marchand, 2002), como la evolución de la estructuración
del mapa mental como “marcador” espacial (Ramadier & Moser, 1998).
La espacialización de la identidad estaría entonces fundada sobre el
sentimiento de proximidad psicológica en relación con las características
ambientales (físicas y sociales) percibidas de la ciudad, sus lugares centrales y
161
Psicología ambiental
accesibilidad. De esta manera, la identidad espacial del individuo sería el resultado
de una regulación individual permanente de las relaciones ambientales que
tiene por objetivo generar las proximidades urbanas (alejamiento/acercamiento;
reducción/expansión; implicación/separación), con el fin de mantener el equilibrio
emocional, la coherencia y la autoestima (Krupat, 1983; Korpela, 1989).
Identidad urbana - identidad residencial
La espacialización de la identidad se basa en conceptos como identidad de lugar
(Place Identity) (Proshansky, 1978, 1983; Sarbin, 1983; Korpela, 1989), identidad
urbana (Urban Identity), identidad urbana relacionada (Urban Related Identity)
(Lally, 1992), identidad de asentamiento (Settlement Identity) (Feldman, 1990) y
apego a la residencia (Residential attachment) (Fried, 1982).
Para Feldman (1990) el concepto de identidad urbana corresponde a las
realidades de la sociedad actual en plena transformación, que implica la movilidad
de sus miembros. Ella propone el concepto de identidad de vivienda (“identidad
de asentamientos”) que permite, sobre el plano cognitivo, la categorización de
estos lugares, mientras que sobre el plano afectivo implica preferencias y cierta
sensibilidad por ciertas categorías de lugares que el individuo frecuenta, aquellas
que puede distinguir y para las cuales está preparado sobre el plano cognitivo
(escenarios, prototipos, marcos situacionales, sociales y materiales). Feldman,
adaptando la definición de identidad de lugar de Proshansky, precisa que la
identidad de vivienda se caracteriza por un conjunto de ideas, sentimientos,
expectativas, preferencias, valores y objetivos conscientes o inconscientes, así
como por tendencias comportamentales y competencias que unen la identidad
del individuo a un tipo de organización del espacio y que favorecen, después, sus
relaciones con el mismo tipo de entorno. Los individuos con residencias móviles,
de hecho, mantienen relaciones con el mismo tipo de entorno, siendo capaces de
conservar el carácter predictivo de sus experiencias ambientales.
Para Proshansky et al. (1983) la identidad de lugar es una subestructura de
la identidad de sí mismo compuesta por cogniciones que se relacionan con el
mundo físico en el cual vive el individuo. Se enfoca en los valores, las actitudes,
los sentimientos y las creencias concernientes con el entorno. Estas cogniciones
comprenden los recuerdos, las ideas, los sentimientos, las actitudes, los valores,
las preferencias, los significados y las concepciones de los comportamientos y
experiencias relativos a entornos variados y complejos que definen la existencia
cotidiana de cada individuo (Proshansky, 1983, p.59). La identidad está
fundamentalmente ligada a la noción de apropiación; sin embargo, la envergadura
teórica de esta noción queda, por lo general, oculta por un tratamiento muy
especializado a través de un prisma teórico muy estrecho. Pol (1993), en un artículo
que resume diferentes conceptualizaciones, señala la pertinencia y el alcance
heurístico del concepto de apropiación, convirtiéndose en la piedra angular de la
relación individuo-entorno. Después de Canter (1975), vincula la apropiación y el
162
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
sentido de lugar: el proceso de apropiación transforma un espacio neutro en un
lugar simbólico significativo. Este proceso de dinámica se basa en dos componentes
esenciales: uno comportamental —la acción sobre el espacio, las transformaciones,
las marcas, etcétera— y otro simbólico, a través de la identificación del sujeto con
su entorno. De esta manera, la apropiación es indisociable de la identificación.
La identidad residencial está fuertemente asociada a la historia residencial
(Fleury-Bahi, 2000). El lugar del individuo en el espacio físico remite a la historia
residencial del individuo, a las nociones de arraigo, apego, identificación y
familiaridad, mientras que el lugar para el habitante de la ciudad remite a la posición
que ocupa en un conjunto urbano jerarquizado, en donde se yuxtaponen sectores
más o menos valorizados. Ambos lados del “lugar” constituyen fundamentalmente
la base de la identidad topológica (Félonneau, 2003). La identidad topológica es
“la tendencia más o menos fuerte de experimentar una consciencia emocional de
pertenencia respecto a un lugar y los ‘demás’ que lo ocupan, no solo en función
de disposiciones y referencias personales de pertenencia grupal, sino también en
función de modos colectivos, y culturalmente marcados, de pensar el entorno”.
La identidad social urbana se construye indudablemente sobre la
relación subjetiva que el individuo entabla a través de sus prácticas al seno del
tejido urbano. Los vínculos que se tejen, así como la ciudad, contribuyen a su
diferenciación con relación a los otros habitantes. Se aplican dos procesos a la
construcción psicológica de los significados relacionados a los diferentes niveles
de la escala urbana. El primero corresponde a una construcción individual a través
de la experiencia directa del entorno, mientras que el segundo sería más bien una
construcción social derivada de la comunicación social. Los dos aspectos no se
excluyen e implican la experiencia individual. No obstante, la dimensión social
parece más importante para las escalas percibidas del espacio del entorno urbano,
mientras que a nivel del hogar y vecindario próximo el vínculo se apoya más bien
sobre la experiencia personal (Lally, 1992).
Ciertos atributos ambientales y en particular las escalas ambientales en las
cuales se sitúa el individuo pueden modular la construcción de la identidad urbana.
La categorización del entorno a diferentes niveles de escala urbana incluye: (1)
la dimensión territorial (límites percibidos); (2) la dimensión temporal (atributos
históricos percibidos y relación temporal con la unidad ambiental); (3) la dimensión
comportamental (prácticas características); (4) la dimensión psicosocial (estilo de
vida y relaciones sociales); (5) la dimensión social (homogeneidad social percibida);
y (6) la dimensión ideológica (valores culturales y sociales) (Félonneau, 1999). Las
diferentes configuraciones de las modalidades de estas dimensiones corresponden,
según los autores, a las diferentes formas de expresión de la identidad social urbana.
Se trata tanto de una construcción individual y social de significados del espacio,
y de su corte en unidades coherentes y de la identificación de grupos sociales
asociados, como de estrategias de diferenciación social a través de las inversiones
ambientales características del punto de vista social.
163
Psicología ambiental
La identidad espacial del individuo se expresa en diferentes niveles de la
escala ambiental: la casa, los alrededores inmediatos, el barrio, la ciudad o la
región (Feldman, 1990, Lally, 1992). Ciertos espacios como el café, la discoteca,
los espacios deportivos o la naturaleza permiten a los jóvenes expresar su
autonomía frente a la de los adultos. Estos lugares constituyen espacios propicios
para la autorreflexión, jugando así un papel en la identificación y regulación de
su identidad (Korpela, 1989). Además, la identidad espacial, marcada por las
experiencias de la infancia, experimenta una restructuración en función de las
experiencias significativas ulteriores.
7.4 Diversidad urbana y urbanidad
Ante la extensión de las zonas periurbanas homogéneas a expensas de los centros
urbanos que globalmente se despueblan, ¿no se observa una tendencia a la
descalificación progresiva de un modelo urbano cosmopolita, valorado por sus
potenciales encuentros, intercambios y desconocidos, en pro de un deseo cada vez
más agudo de la gente de la ciudad de estar exclusivamente inmersa en sí misma
en un espacio socialmente homogéneo? Si esta tendencia viene de años atrás,
parece intensificarse en la actualidad y generalizarse a nuevas categorías sociales,
especialmente en América Latina.
Del habitante de la ciudad al ciudadano: de la cohabitación a la “convivencia”
En los Estados Unidos de América existen algunas 20 000 “ciudades privadas”
esencialmente destinadas a poblaciones que buscan seguridad, mientras que
en nuestra cultura la idea misma de ciudad —espacio público— se asocia al
concepto de democracia, intercambio de bienes e ideas y libertad. Algunas de las
personas responsables de la planificación territorial se aprovechan del sentimiento
de inseguridad que desarrollan las ciudades protegidas, socioculturalmente
homogéneas. Este fenómeno no es reciente (Ghorra-Gobin, 1998); de hecho, en
1928 apareció la primera de estas ciudades (McKenzie, 1994; Blakely & Snyder,
1997). Sin embargo, en la actualidad el movimiento cobra una nueva importancia:
bajo el nombre de Common-Interest Developments (CID) (proyectos de vivienda
con áreas comunes), se crean cada año cerca de 5000 de estas nuevas entidades
urbanas. El 12% de la población estadounidense, es decir, 30 millones de personas,
vive en una de las 150 000 comunidades, y algunos prevén que serán 50 millones
de personas quienes estarán instaladas en 225 000 de estos proyectos para el 2010.
Algunos de estos proyectos constituyen verdaderas ciudades denominadas gated
communities (comunidades protegidas). En la actualidad, se cuentan unos 20 000
proyectos —3 millones de viviendas— en buena parte de Florida, California y
Arizona. Estas comunidades se han constituido para y por poblaciones acomodadas
que quieren aislarse de un entorno urbano cada vez más hostil. Si estos guetos
dorados se abren a las diferentes clases de población, la motivación para instalarse
allí será la misma: escoger un modo de vida según criterios muy precisos y con
164
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
base en principios de exclusión como, por ejemplo, aceptar solo jubilados. Bajo
estas condiciones, no sorprende pensar que podrían aparecer dentro de poco,
en los Estados Unidos, comunidades protegidas fundadas sobre particularidades
étnicas o religiosas. Estas ciudades privadas son verdaderos espacios urbanos
al margen del régimen común y con vocación, para algunas de ellas, de dirigir
todos los aspectos de la vida cotidiana: escolaridad, policía, salud. De hecho, se
trata de la comercialización de un modo de vida acompañado de una ideología
muy precisa (Rifkin, 2000). La ciudad privada Celebration, cerca de Disneyworld,
ha sido concebida según ciertos principios de educación, vida sana y bienestar
físico y mental (Ross, 1999). Celebration se planificó pensando en favorecer el
desplazamiento a pie, con numerosos servicios cercanos y con el fin de recrear
el ambiente de las pequeñas ciudades “en donde todo el mundo se saludaba”.
Asimismo, esto era lo que los promotores franceses se proponían construir: una
ciudad con una planificación urbana que favoreciera el desplazamiento a pie y en
bicicleta, una arquitectura inspirada muy directamente en el contexto local, y un
acceso controlado por un administrador. El énfasis que se pone en la seguridad y la
“ciudad acogedora” es muy fuerte y se supone que corresponde a las expectativas
de futuros habitantes. Estos proyectos no solo van, evidentemente, muy en contra
de la heterogeneidad social preconizada en el marco de la solidaridad urbana, sino
que sobre todo ignoran la declaración final de la Asamblea Mundial de Ciudades
y Autoridades locales (Habitat II, Estambul, 30-31 mayo, 1996), la cual afirma que:
La ciudad, como lugar fundamental de interacciones e intercambios
sociales, debe ser reconocida como el asentamiento humano base,
alrededor y en el seno del cual se jugarán de más en más el crecimiento y
el desarrollo sustentable, el bienestar y la cohesión social de la mayoría de
las poblaciones, la capacidad de adaptación e innovación técnica, social,
cultural y política, la invención de nuestro futuro y una visión renovada del
progreso de la humanidad y del futuro de nuestras civilizaciones.
Ya el Informe Brundtland definía el desarrollo sustentable como un “desarrollo
susceptible de satisfacer las necesidades de la generación actual sin comprometer
las posibilidades para las generaciones futuras de satisfacer las suyas” (Brundtland,
1987), poniendo énfasis en la calidad de vida y el bienestar del individuo. El
bienestar, tal y como lo define la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1997),
incluye la relación con el lugar en el que se vive y se reduce entonces a términos de
congruencia individuo-entorno, condición esencial de la ciudadanía. Dos aspectos
de la relación individuo-entorno, vinculados estrechamente, son particularmente
importantes para el bienestar del individuo: (1) la apropiación del lugar en el que
vive, sujeción territorial; y (2) las relaciones personales que ha podido hacer. En
efecto, las relaciones con los otros se desarrollan a través de la cohabitación en el
universo del barrio y constituyen así la base de una convivencia al seno del tejido
urbano.
La relación con lo urbano no puede analizarse teniendo en cuenta el
hecho de que el individuo pertenece o hace parte de un (o varios) grupo(s) o
165
Psicología ambiental
comunidad(es) más o menos estructuradas y que su relación con lo urbano no
puede comprenderse a través de las percepciones y las representaciones sociales
de los territorios urbanos, percepciones y representaciones que son indisociables de
los grupos y/o comunidades que las componen. Así, pueden precisarse los aspectos
que deben tenerse en cuenta cuando se involucra una psicología ambiental de lo
urbano (Figura 17).
Figura 17: Psicología ambiental de lo urbano
Individuo
Grupos y
Comunidades
Físico entorno
urbano y social
Representaciones
sociales
En otras palabras, una psicología ambiental de lo urbano no debe olvidar que
el individuo hace parte de grupos o comunidades, a través de los cuales percibe
y concibe la ciudad en sus dimensiones tanto físicas como sociales. Si quieren
comprenderse las relaciones del individuo con la ciudad, es necesario conocer las
representaciones sociales que el individuo construye de los territorios urbanos y de
sus poblaciones.
Anclaje y ciudadanía urbana
Si el anclaje territorial no plantea problemas específicos en los pueblos y las
pequeñas ciudades, en la medida en que se inscriba a cierta continuidad, reviste,
en cambio, una importancia capital al seno de las grandes metrópolis que se
desarrollaron en el curso del siglo pasado. El hecho de sentirse en un lugar propio
y de poder apropiarse del lugar donde se vive es una condición necesaria para el
bienestar individual y social. El desarrollo de la apropiación espacial y del arraigo
local es un proceso progresivo que necesita de tiempo y de la presencia de proyectos
del individuo. La apropiación se acompaña de encuentros e interacciones con
otros habitantes del territorio en cuestión. El proceso de apropiación transforma un
espacio vacío en un lugar simbólicamente significativo en cuanto el individuo se
identifica con este.
La ciudad no es una entidad, sino una superposición de entidades espaciales
y sociales diferentes, y los habitantes de la ciudad invierten, no el entorno urbano
166
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
en su totalidad, sino un entorno de proximidad con relación a su hábitat, el cual
se convierte, de esta manera, en el centro de su anclaje ambiental que le permite
forjar una identidad. Por lo tanto, se presencia en el entorno urbano una multitud de
identidades territoriales diferentes que se entrecruzan y superponen y no conducen
necesariamente a la expresión de una identidad urbana. En las grandes metrópolis,
cada uno vive a su manera.
Sentirse como “en casa” conlleva a una representación más extendida
del home range (espacio vital), una familiaridad con lugares más distantes y,
con frecuencia, la expresión de una identidad urbana. Por el contrario, un
ensimismamiento va acompañado de una búsqueda de bienestar en un universo
más limitado, con menos relaciones sociales de vecindario y una identidad que
refleja una nostalgia del pasado residencial (Lévy-Leboyer & Ratiu, 1993), ubicado
en otro lugar. Apropiarse de su entorno de residencia conlleva un sentimiento de
seguridad acompañado de una familiaridad y de comportamientos de solidaridad
local, fenómeno que desde hace tiempo se ha resaltado en América Latina a través
de los estudios sobre la dinámica de las comunidades del barrio: Wiesenfeld
(1994) para Venezuela, y Reid y Aguilar (1991) para México. Se presencia así,
esencialmente, una investigación de congruencia a través del modo de vida y de
las relaciones interpersonales, y se accede a una identidad ambiental positiva por
medio de un anclaje local. La satisfacción residencial se asocia a las condiciones
sociales en el barrio, al entorno social, a la relación con los otros y a la atmósfera
social, así como a los elementos de seguridad que se representan.
Es posible sentirse “en casa” de múltiples maneras. Las apropiaciones de
la gente de la ciudad son diferentes debido a las diferentes necesidades de los
habitantes y del ciclo de vida en el cual se encuentran. Además, se observa, sobre
el plano de las relaciones sociales e interpersonales, multisocializaciones. La
ciudad no degrada las relaciones sociales: favorece una organización diferente del
universo relacional, al menos para aquellos que inmigran del interior o exterior,
para los cuales el arraigo es más reciente. Mientras que en la provincia la red
relacional del individuo es el reflejo de la estabilidad residencial, en París está en
función del tiempo de residencia y se constituye en el vecindario, por una parte, y
en la esfera del trabajo, por otra.
Prezza y Constantini (1998) mostraron que el tamaño de una ciudad está
relacionado con el sentido de pertenencia a una comunidad: en las grandes
ciudades y las grandes aglomeraciones, las relaciones y los intercambios se fundan
más sobre la base de criterios de similitud (intereses, valores, creencias) que sobre
la base de proximidades físicas o territoriales. Los autores señalan, a partir de los
resultados de una investigación realizada en diferentes ciudades de Italia, que
la relación entre el sentimiento de comunidad fundada sobre un territorio y la
satisfacción de vida es más elevada en los pueblos que en las grandes ciudades o
aglomeraciones, y que no hay relación entre el sentimiento de comunidad sobre
bases territoriales y la satisfacción de vida en las grandes ciudades.
167
Psicología ambiental
Gestión de la diversidad urbana y urbanidad
En la actualidad las metrópolis reagrupan una población heterogénea y se
caracterizan por la yuxtaposición de diversidades culturales, religiosas, étnicas,
económicas y sociales (Moser, 1998). Si estas diferencias culturales se debilitan
a través de un sentimiento de pertenencia grupal, se expresan también por
identificaciones territoriales urbanas: por lo general, los individuos se reagrupan
espontáneamente o se reagrupan al seno del tejido urbano en función de sus
afinidades sociales, culturales y económicas, formando barrios más o menos
homogéneos con tendencia a singularizarse y a distanciarse de la comunidad
urbana en su conjunto.
Lejos de favorecer un ensimismamiento, como comúnmente se admite, la
heterogeneidad de población es muy aceptada en Francia. De hecho, se constata la
gran preferencia de los habitantes de la Isla de Francia por la homogeneidad social
y cultural. Esta preferencia no varía en función de la capacidad estratégica ni de la
posición geográfica ni del barrio. Así, tanto los parisinos como los habitantes de la
periferia rechazan la idea de una homogeneidad de edad, de nivel educativo, de
pertenencia a una misma cultura y a una misma religión, que tengan situaciones
sociales y modos de vida parecidos, un mismo ritmo de vida y un tamaño de familia
comparable. Además, en su mayoría, estiman que “un vecindario compuesto de
gente muy diferente puede ser muy enriquecedor” y que “el respeto por los modos
de vida diferentes es indispensable”. Esto muestra que en Francia las condiciones
de una cohabitación, a la escala del barrio, son completamente aceptadas, lo
que constituye una condición necesaria para la convivencia urbana a través del
descubrimiento y la aceptación del otro.
La gestión socioambiental de la diversidad urbana consiste no solamente
en favorecer la coexistencia entre diferentes culturas y en fomentar un desarrollo
armonioso de todas las minorías, sino también en asegurar una repartición igual y
justa de los servicios, proveyendo a las diferentes comunidades la infraestructura
que necesitan. Solo una buena colaboración entre los habitantes y las autoridades
y una participación en la toma de decisión favorecen el sentimiento de pertenencia
a una misma comunidad urbana. Se trata de promover y consolidar dos aspectos
complementarios que son la expresión pública de la diferencia y su necesario
reconocimiento, por un lado, y la construcción de un destino común a través del
sentimiento de pertenencia a la comunidad urbana, por otro (Moser & Rouquette,
2002). Estos objetivos necesitan de una intervención conjugada en cuatro puntos: (1)
establecer infraestructuras eficaces y asegurar un acceso equitativo a los diferentes
servicios urbanos (salud, transporte, energía, agua, recolección de basuras, etc.), y
garantizar que estos servicios puedan identificarse claramente como representantes
de un bien común que contribuyen al bienestar de todos; (2) identificar las
necesidades, las expectativas y las aspiraciones de todos los que componen la
población urbana, mantener un contacto regular con las diferentes comunidades
(y/o sus representantes) que componen la población metropolitana y asociarlas a
todas las etapas de implantación y/o de mejora de los servicios e infraestructuras; (3)
168
Cap. 7 Espacios urbanos y convivencia
desarrollar la comunicación entre la municipalidad y los administrados e instaurar
un sistema de diálogo, de concertación y de información municipal que sea
regular y fácilmente accesible a todos; (4) tener en cuenta y favorecer la expresión
de las particularidades culturales a través del sistema educativo, medios de
comunicación y actividades culturales públicas y favorecer el conocimiento mutuo
entre las diferentes comunidades, promoviendo los encuentros interculturales, en
especial en el campo deportivo y artístico. Estos principios toman su significado en
conjunto y solo son eficaces cuando se articulan mutuamente; lo anterior permite
la expresión de una diferencia al mismo tiempo que el sentimiento de pertenencia
a una comunidad urbana, favoreciendo una doble identificación: “identitaria
cultural”, por un lado, y “transversal metropolitana”, por otro.
Si para el habitante de las grandes ciudades la identificación en su barrio no
parece tener problemas particulares, en la medida en que el tiempo de residencia le
permite, la identificación urbana o la urbanidad sí le plantea problema. La relación
con la ciudad en su globalidad, el sentimiento de pertenencia urbana, consiste en
ir más allá de la apropiación a nivel del hogar y del barrio mediante la apropiación
de la ciudad (Figura18).
Figura 18: Del hogar a la ciudadanía: extensión y apropiación
Vecindario
Casa
Hogar
Inmueble
Barrio
Ciudad
La apropiación de la ciudad solo puede hacerse si las condiciones del entorno
le permiten al individuo identificarse con la comunidad urbana en su totalidad.
El espacio urbano no debe ser sinónimo de inseguridad. En otras palabras, se
trata de pasar de la cohabitación al nivel del barrio y vecindario a la convivencia
urbana, a la apropiación de la ciudad en su conjunto. Esta apropiación debe
169
Psicología ambiental
también, necesariamente, pasar por la práctica concreta de lo urbano, es decir, la
frecuentación del tejido urbano en su totalidad, sobre todo a través de las relaciones
sociales e interpersonales dispersas sobre el tejido urbano. Para Proshansky (1978),
los habitantes de las grandes ciudades desarrollan capacidades de apropiación y de
movilidad que les permiten aprovechar la vivencia urbana. Dicho de otra manera,
la convivencia urbana hace parte de las competencias que adquieren los habitantes
de las grandes ciudades que se vuelven capaces de actuar de manera activa y
creativa con respecto a los espacios urbanos. El sentimiento de “hacer parte de la
ciudad” resulta de las posibilidades reales o imaginarias de acceder al conjunto de
espacios de la ciudad.
En las ciudades, las delimitaciones subjetivas surgen con frecuencia de una
necesidad de seguridad y protección y, antes que nada, la convivencia queda
en la cuerda floja gracias a los problemas de inseguridad. En efecto, se constata
que en ciudades que tienen reputación de inseguras como México la dialéctica
barrio/ciudad se debilita en términos de seguridad/inseguridad. La ciudad es
fundamentalmente insegura, el barrio no: poco importa si se trata de un barrio rico
o pobre, central o periférico. De lo anterior se deduce que numerosos habitantes
de México, pobres o ricos, se limitan a frecuentar su barrio y nada o muy poco la
ciudad (Contreras, 2004). Otras investigaciones (Aguilar, 2002) constataron que
cuando se pregunta sobre los lugares que a los habitantes de México les gusta más
de su barrio, el primer aspecto que resulta es la ausencia de referencias sobre la
calidad física de su entorno. En principio, se refieren a la inseguridad y a la violencia
como problemas principales, después a la presencia o no de servicios públicos.
Tales situaciones afectan fuertemente un desarrollo armonioso y sustentable de la
ciudad.
170
CAPÍTULO 8
ESPACIO RURAL, NATURALEZA Y PAISAJE
“Mi país, ante todo, son paisajes…”
F. Miterrand, Memorias interrumpidas
El entorno natural ha sido abordado principalmente a través del estudio del paisaje
como entorno de contemplación, como espacio vivido y como oportunidad
recreativa. Una segunda orientación de las investigaciones atañe a la naturaleza en
sentido general, como elemento funcional de renovación/vivificación y por lo tanto
en referencia y en oposición al marco construido.
Lo “rural”, en cambio, ha sido pocas veces el objeto de estudio en psicología
ambiental, a excepción de la relación de los agricultores con la naturaleza. Esta
última temática está vigente en el marco del desarrollo sostenible, el cual introdujo
la necesidad de tener una visión ecológica y globalizante del medioambiente.
8.1 El paisaje
El paisaje se define como “la extensión de una región que vemos desde un solo
aspecto” (Littré). El término “paisaje” designaba inicialmente la naturaleza típica de
un lugar o de una región (paisaje campestre o mediterráneo), los hombres, la fauna;
las construcciones eran secundarias. Sin embargo, la significación de este término
ha evolucionado. Actualmente consideramos, por extensión, que existe también un
paisaje urbano: los conceptos de “naturaleza” y “natural” no siempre hacen parte
de la definición del paisaje.
171
Psicología ambiental
Se utilizan igualmente dos modelos de acondicionamiento del paisaje:
el primero, originario de los Estados Unidos, asimila la imagen del paisaje a la
naturaleza virgen, y el segundo, de origen británico, lo confunde con el campo
protegido y abandonado por sus hombres, refugio y regreso al pasado. Estas dos
concepciones no corresponden a la realidad el paisaje construido o modelado por
el hombre, típico para Francia y relacionado con culturas aún vivas (Fortier-Kriegel,
1994).
Hay que aclarar que el paisaje no se reduce solo a la imagen característica
de un lugar o de una región. Dicha imagen es la expresión simbólica de un sitio
delimitado al interior de un entorno más amplio. El paisaje es un medio viviente
que sido moldeado tanto por la evolución de los elementos naturales como
por la actividad humana. Por consiguiente, representa la expresión concreta de
la continuidad de la vida y de la actividad humana sobre los lugares. El paisaje
responde también a las necesidades del individuo relativas a su arraigamiento y a
la construcción de su identidad.
El término francés paysage o el equivalente anglosajón landscape se acercan
más al de “entorno” y designan de manera menos abstracta que el término “entorno”
toda una serie de de características de este. Entendemos por paisaje los espacios
exteriores, al aire libre, en los que el hombre se ha implicado y cuyos valores, que
surgen debido a las experiencias personales de los residentes o de los visitantes
(Zube, 1992), son propios de una determinada sociedad. El paisaje es a menudo
identificado con un lugar típico a nivel local o regional.
En el transcurso de los últimos 25 años, las investigaciones sobre los paisajes
se han enfocado en los aspectos estéticos, la percepción de la calidad visual y
las preferencias con respecto a los bellos panoramas. Los estudios realizados
analizaron, por ejemplo, las preferencias por los paisajes incluyendo el agua
(cascada, río, lago) como elemento central (Herzog, 1985). Otras investigaciones
han estudiado las preferencias, las significaciones, los valores, los sentimientos,
los recuerdos y las actividades relacionadas con los paisajes donde la vegetación
(selva, parque, claro) era un elemento predominante (Schroeder, 1991). Se hicieron
comparaciones interculturales sobre las preferencias y la evaluación de la calidad
visual de los paisajes (naturales y urbanos) con el fin de resaltar posibles criterios
comunes de apreciación de los paisajes, criterios específicos a una determinada
cultura (Hull & Revell, 1989).
Otras investigaciones analizaron las preferencias y la calidad visual del paisaje
urbano en función de criterios como la extensión, la calidad de refugio o de lugar
seguro, la legibilidad, la complejidad, el misterio, el carácter típico, la presencia de
elementos naturales y la época o la edad de los componentes del paisaje (Herzog,
1989; Seung-Bin, 1984). Al parecer, tres variables independientes tendrían un
carácter predictivo de la preferencia con relación al paisaje: la coherencia, el
misterio y la naturaleza, resultado que confirma el modelo de preferencia ambiental
de Kaplan (1987). Mencionemos igualmente las investigaciones consagradas
172
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
al impacto de los objetos técnicos sobre el paisaje, a saber, los equipos de la
infraestructura terrestre y férrea o aquellos relacionados con la producción, el
transporte y la distribución de corriente eléctrica, o consagradas a aquellas técnicas
sobre la implantación inmobiliaria de las residencias principales o secundarias y
las relativas al desarrollo del turismo (Furby, Slovic, Fischhoff & Gregory, 1988).
Las diferentes concepciones del paisaje se reflejan en los enfoques
implementados. Se pueden distinguir cuatro enfoques diferenciados
correspondientes al paradigma (1) del experto, (2) psicofísico, (3) cognitivo o
psicológico, y (4) fenomenológico o del medio vivido.
1. Los adeptos de la primera concepción —el paradigma del experto—
enfatizan las percepciones de la belleza de los paisajes de los expertos
en la materia, geógrafos, arquitectos y urbanistas. El objetivo de esta
iniciativa fue identificar las descripciones de carácter evaluativo de las
cualidades visuales de los paisajes desde el punto de vista de los expertos,
descripciones que corresponden cada vez a cánones estéticos del arte, del
diseño y a los principios ecológicos de moda.
2. El segundo paradigma remite al modelo estímulo-respuesta de la
concepción psicofísica de las relaciones entre el individuo y su entorno.
El objetivo de este enfoque es resaltar los vínculos entre las respuestas
de tipo afectivo (variables dependientes) y las características físicas de los
paisajes (variables independientes) como la topografía y la presencia de
vegetación, de agua o de elementos construidos. La intención es construir
modelos estadísticos predictivos de la belleza o de la preferencia de un
determinado paisaje.
3. El tercer paradigma —cognitivo— se centra en la identificación de las
significaciones y de los valores vinculados a los diferentes paisajes. El
objetivo es elaborar modelos de preferencia paisajista. Ciertas dimensiones
como el misterio, la legibilidad, la complejidad o la coherencia son a
menudo utilizadas como variables independientes.
4. El cuarto enfoque —el paradigma fenomenológico del espacio vivido, o
“de la experiencia” según la expresión anglosajona— está fundado en la
concepción transaccional de las relaciones entre el individuo y su entorno.
Las relaciones del individuo con un paisaje determinado se interpretan
como resultados de las transacciones entre los individuos, los grupos
sociales y el paisaje en cuestión y también en función de los cambios
que ocurren en el sujeto y en el paisaje, cambios interpretados como
consecuencias de dichas transacciones.
Los tres primeros enfoques consideran al individuo como un observador pasivo
del paisaje, mientras que solo el cuarto prevé la dinámica de las relaciones entre
este y los paisajes, a saber, el estudio del comportamiento, las significaciones, los
173
Psicología ambiental
valores y las preferencias. Los métodos de investigación implementados se resumen
en el estudio en laboratorio y, a partir de un material fotográfico, de las preferencias
o de la calidad visual de los paisajes, en función de ciertas características de las
imágenes proyectadas y de las características psicosociológicas de los individuos.
El enfoque del experto, como se le llama, y el enfoque fenomenológico son
de tipo cualitativo, mientras que los otros dos incluyen ciertos datos cuantitativos.
Solo el paradigma del espacio vivido implica, sin lugar a dudas, un enfoque sobre
el terreno y sobre sujetos que han vivido o que viven el respectivo paisaje.
Otros análisis consideran el paisaje como un elemento constitutivo de la
identidad espacial o topológica del individuo que se construye a través de la relación
individuo-entorno (Proshansky, 1978). Se trata de un complejo conjunto de ideas
conscientes e inconscientes, creencias de preferencias, sentimientos, de valores,
objetivos, tendencias, y aptitudes comportamentales relacionadas con el entorno.
El paisaje se define entonces por medio de un conjunto de elementos cognitivos
sobre el entorno a los cuales están vinculados valencias positivas o negativas y
aspectos sociales, en especial los diferentes papeles que el individuo debe jugar.
El desarrollo de esta dimensión ambiental de la identidad está modulado por el
aspecto de tres lugares: la casa (hogar), la escuela y el vecindario (neighborhood)
y está ligado a las etapas del ciclo de vida y a la autoestima.
8.2 El entorno rural
Interesarse en el paisaje y en la naturaleza es preguntarse obligatoriamente por el
medio natural de aquellos que le dan forma y son sus principales guardianes: los
agricultores, quienes juegan un papel clave en la preservación y organización del
paisaje rural. Asistimos, al interior de esta categoría, a un consenso al rededor del
respeto del entorno natural (agua, tierra, paisaje, naturaleza) cualesquiera que sean
las prácticas implementadas. Este último aparece así como una dimensión a la
vez generadora de sentidos y unificadora de la representación social según Abric
(2001). Para todos los agricultores, el entorno se define entonces a través de valores
fundamentales como la tierra y la necesidad de respetar el medioambiente natural.
Sin embargo, el antroposistema sobre el cual los agricultores tienen un
impacto fuerte se caracteriza por relaciones ambivalentes individuo-entorno, en
la medida en que la utilización de los recursos es necesaria para satisfacer las
necesidades humanas, pero a su vez dicha utilización provoca degradaciones, a
veces irreversibles, que obstaculizan así los posibles usos de ciertos espacios. Las
prácticas culturales, el estado del entorno y la percepción que los cultivadores tienen
de dicha percepción son entonces interdependientes en estos antroposistemas:
las prácticas poseen un efecto a corto y a largo plazo sobre el entorno, y la
modificación de estas tiene directamente como objetivo mejorar la calidad del
entorno, la cual permite a su vez continuar la explotación de los recursos. Por
último, los comportamientos ambientales están relacionados con la percepción
174
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
de la eficacia en el control, la vulnerabilidad individual y las destrezas o medios
que deberán implementarse individual o socialmente (nivel de desarrollo, medios
económicos). Las incertidumbres ambiental y social (percepción de las acciones de
los demás y de la presencia de las minorías activas y públicos a los que se quiere
llegar) interactúan y hacen aparecer tipos particulares de relaciones con el entorno.
Así, los agricultores expresan de manera general una ligera concientización
respecto de las preocupaciones ambientales, en especial a través del rechazo
de nuevas prácticas más responsabilizadas con el medioambiente. La actividad
profesional es mucho más preponderante que las preocupaciones ambientales en
la relación de los agricultores con el antroposistema: a través de su representación
del oficio y de su futuro surgen perfiles diferenciados, que permiten comprender
su relación con el entorno y por ende sus comportamientos. Defender su oficio
así como la posibilidad de dar al público una imagen positiva de su profesión,
efectivamente, parece constituir una motivación importante, y tener en cuenta este
aspecto permite prever respuestas comportamentales para las consecuencias más
inmediatas y concretas que tener en cuenta el estado en el cual se encuentra el
entorno. A partir de esto, el control de la situación se aplica a la esfera profesional,
y las diferentes posibilidades de acción que surgen (en particular, inmovilismo
y acciones individuales) son asociadas a la defensa del oficio. Esta dimensión
profesional toma un lugar dominante ya que, antes de representar un marco natural
para proteger, el entorno constituye entonces un recurso personal y económico
para preservar y mantener.
Una investigación dirigida por Weiss, Moser y Germann (2006) permitió
observar varios perfiles. El agricultor “optimista” sería el más activo y el único
que realmente prevé nuevas actividades para su profesión. Concibe las prácticas
proambientales como medios de valoración y de defensa de su oficio que permiten
dar una imagen positiva de la agricultura, elemento esencial de la perennidad de su
desarrollo económico. El agricultor “tradicionalista” aborda en prioridad, a través
de un discurso conservador, las dificultades relacionadas con la actividad agrícola.
Las nuevas prácticas son percibidas como algo inútil puesto que son demasiado
aleatorias respecto a la eficacia ambiental y limitadas por los costos en tiempo
y dinero que implican. Al ser calificado como compromiso, no se prevé el uso
de prácticas para la defensa de la profesión. El agricultor “perplejo” percibe el
futuro del oficio y las nuevas prácticas como algo incierto. Los discursos están
basados en la descripción y la explicación concreta de las técnicas agrícolas. El
riesgo percibido está relacionado en este caso con una incertidumbre profesional
y no con la incertidumbre social o ambiental que entra en juego en los modelos
de relaciones con el entorno (Biel & Gärling, 1995). Los resultados de este estudio
permiten igualmente considerar la actividad profesional como un factor importante
para las poblaciones que, a través de la implementación de su oficio, mantienen
relaciones específicas con el entorno. Así, las principales dificultades percibidas
por estos profesionales en relación directa con el entorno no reflejan directamente
las preocupaciones de desarrollo sostenible ni los problemas planteados por la
implementación de comportamientos ecológicos. Los resultados plantean además
175
Psicología ambiental
el problema de la articulación entre responsabilidad social y defensa del oficio,
un problema caca vez más frecuente con el aumento de medidas coercitivas de
defensa del medioambiente tomadas por las autoridades.
De manera general, el compromiso en las prácticas proambientales no
depende de una mayor autoatribución de responsabilidad en la polución, sino
que se acompaña de una mayor estimación de poder actuar personalmente en
el mejoramiento de las condiciones ambientales. Entre los diferentes tipos de
compromiso, solo el agricultor biológico se distingue por una mayor implicación
y consciencia de su responsabilidad. Así, este aparece más consciente que los
otros de una degradación ambiental, para quienes el compromiso parece más una
concesión a la presión social.
Los diferentes niveles de compromiso de los agricultores con el entorno
pueden vincularse a muchas concepciones ideológicas de la naturaleza (Douglas &
Wildavsky, 1983; Poortinga et al., 2002; Steg & Sievers, 2000). Esquemáticamente,
los agricultores tendentes a un compromiso radical con el entorno (la agricultura
biológica) concebirían la naturaleza como efímera y frágil y con recursos
precarios y degradados. Los valores egocéntricos pueden igualmente llevar a un
compromiso proambiental (Stern & Dietz, 1994): los agricultores implicados en
grupos profesionales son en su mayoría personas pertenecientes a movimientos
cinegéticos. La valorización de la fauna puede incitar a estos agricultores
cazadores a comprometerse activamente con acciones que fomenten el respeto del
medioambiente. Los agricultores comprometidos moderadamente con acciones
proambientales tendrían una visión de la naturaleza tolerante y vulnerable y con
recursos naturales inestables. Se trata de compromisos menos constrictivos, que
pueden resultar limitados en el tiempo si no están basados en la presión social o en
intereses individuales. Por último, los agricultores, poco o no comprometidos, es
decir, que conservan prácticas tradicionales y en especial intensivas, tendrían una
concepción de una naturaleza benigna y robusta y con recursos naturales estables.
El compromiso proambiental depende de concepciones ideológicas, que
valoren tanto el entorno como los intereses personales. El compromiso por interés
estaría principalmente ligado a la degradación del contexto económico (por
ejemplo, disminución del poder adquisitivo) y a la imagen negativa de la cual
son víctimas los agricultores. En este sentido, se ha demostrado que acciones
relacionadas con la defensa del oficio, y principalmente la defensa identitaria o
la cohesión social, pueden tener más impacto en los agricultores que aquellas
que invocan una degradación ambiental (Michel-Guillou & Weiss, en prensa). Sin
embargo, el compromiso bajo presión social solo puede perdurar si el agricultor
puede justificar sus actos por razones externas, por ejemplo financieras (Joule &
Beauvois, 1998). A partir de lo anterior es legítimo preguntarse sobre la duración
y la pertinencia de tales compromisos comparados a aquellos, más sólidos, de los
adeptos de otras acciones proambientales.
176
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
8.3 Métodos de estudio, acondicionamiento y protección del
paisaje
Craik y Zube (1976) identifican dos tipos de métodos correspondientes a la
concepción fundada en la interacción entre el observador y el paisaje: los
métodos centrados en el lugar (place-centered methods) y los métodos centrados
en el individuo (person-centered-methods). El objetivo del primero es medir la
calidad de los elementos del paisaje solicitando ya sea a un experto en la materia
o a alguien no profesional. El eje del segundo método es el estudio del grado de
satisfacción del individuo con respecto a un determinado paisaje. Se le reprocha
sobre todo al primer método haber apartado el análisis de los paisajes del marco
referencial de evaluación de estos últimos, o sea, las preferencias, los valores o las
significaciones que se les atribuyen. Esta crítica es tanto más pertinente cuanto los
paisajes presentan un fuerte carácter polisémico.
Los métodos centrados en los sitios responden a las solicitudes gubernamentales
relativas a los criterios pertinentes de gestión y acondicionamiento de los aspectos
visuales del entorno. Su eje es la opinión de los profesionales o expertos,
considerados como los únicos capaces de juzgar objetivamente la calidad visual
de los paisajes al haber adquirido por medio de su formación los “verdaderos
criterios” de evaluación, fundada en principios estéticos de bellas artes o de la
ecología. De esta manera se atribuyó a los ecosistemas no perturbados un alto
valor paisajista (Cinq-Mars, Corfa & Barone, 1985). A este enfoque corresponden
métodos basados en la presunción de que los paisajes poseen una belleza intrínseca
cuyos componentes pueden ser observados y analizados.
La segunda categoría de métodos centrados en el individuo trata de analizar
la expresión subjetiva de este, sus valores y sus preferencias en cuestión de paisajes.
Se utilizan varios tipos de herramientas de recolección de datos: las fotografías, las
descripciones verbales (tablas semánticas) y las escalas de evaluación, o incluso
las visitas a un sitio que los individuos descubren para tal fin. El análisis de
este tipo de datos tiene como objetivo obtener resultados generalizables a toda
población y observar y explicar las diferencias interindividuales relativas a las
relaciones de los individuos con los paisajes. Dichos métodos, pese a que tienen
en cuenta el marco referencial de los individuos, fallan debido a que piden que el
individuo, experto o no, se exprese a propósito de un paisaje en particular, dentro
de un laboratorio, mirando fotos o in extremis visitando un sitio, que los sujetos
descubren con este fin. La implicación de los individuos con respecto a este
entorno es prácticamente inexistente. No obstante, estos métodos tienen el mérito
de haber hecho énfasis en los aspectos subjetivos y en el marco de referencia que
estructura las relaciones con el entorno de las cuales los paisajes son uno de los
componentes. Empero, este tipo de herramienta presenta el inconveniente de
proponer un marco de referencia construido por el investigador y de pedir que
el sujeto se ubique en dicho marco en función de sus particularidades (gusto,
preferencias, grado de satisfacción). Además, las fotos como soporte de análisis
177
Psicología ambiental
de las relaciones del individuo con el paisaje constituyen una herramienta
poco fiable cuya carencia ha sido demostrada en repetidas ocasiones (Shafer &
Richards, 1974; Coeterier, 1983; Hull & Revell, 1989).
Otra tendencia de investigación sobre el paisaje está orientada hacia la
comprensión de este desde el interior, por aquellos que lo viven. Este enfoque
del paisaje se opone a los que lo estudiaban desde el exterior, a saber, en función
del transeúnte, del artista o del experto en paisajes (Cinq-Mars, Corfa & Barone,
1985). Esta corriente dio origen a nuevos enfoques metodológicos. El paisaje ya no
se plantea solamente como un objeto natural y estético, sino también en función
de las prácticas y los vínculos que los individuos tienen con el sitio, de los cuales
el paisaje es uno de los elementos. La mutación se observa igualmente a nivel de
los paisajes estudiados. Más precisamente, se les presta atención a los paisajes de
lugares “comunes”, los de la vida diaria, y no solo a los lugares “extraordinarios”.
Protección del paisaje
El paisaje constituye asimismo el objeto de las preocupaciones, individuales o
colectivas, de preservación y acondicionamiento. El incremento actual de la
valorización social de la naturaleza aparece como una reacción respecto al espacio
banal de lo cotidiano; la naturaleza se presenta en este caso como un espacio de
libertad donde se suprimen las barreras y los conflictos sociales (Palmade, 1982, en:
Conan, 1989; Lugassy, 1970; 1989). Momentos privilegiados como las vacaciones,
los viajes o las caminatas aportan al individuo la posibilidad de apropiarse de espacios
destinados a la relajación y al esparcimiento. Las exigencias de los “usuarios” con
respecto a estos lugares denotan sus representaciones de un espacio ideal: belleza,
autenticidad, diversidad de los paisajes y pureza del entorno natural.
Ciertos estudios han analizado la apropiación colectiva y la defensa
emprendida por la población con el fin de preservar espacios de su región con
un gran carácter simbólico, valorado como imagen de marca y de garantía de
autenticidad de los lugares (Micoud, Laneyrie & Kalaora, 1986). Un análisis
relacionado con la apropiación del espacio natural a través del tema del aire libre
demostró la relación específica entre el individuo y el marco natural o seminatural
y el campo de acción de los individuos en función de su residencia principal. Se
han recogido indicios muy valiosos con respecto a la ubicación y a la salvaguarda
de los sitios cercanos a las zonas residenciales, y en función de su frecuentación
por diferentes tipos de población (Jay-Rayon, 1985). El individuo se apropia de
un espacio que constituye su nicho de vida. Este espacio se estructura en forma
de círculos concéntricos con respecto al lugar de habitación y está marcado
por puntos de relajación, pausa, escala o de aventura, e incluye necesariamente
espacios denominados naturales.
La valorización social del paisaje está orientada también hacia ciertos aspectos
del marco construido. Observamos así la protección de ciertos sitios, el centro
178
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
de la ciudad como lugar de expresión simbólica de la identidad de una ciudad,
los sitios históricos que representan la memoria de los lugares y los componentes
arquitectónicos típicos en un determinado sitio (Lynch, 1982; Korosec-Serfaty,
1976).
Los deseos relacionados con la preservación de los sitios naturales y construidos
y sus paisajes se expresan en especial en forma de quejas ante la fuente que amenaza
el sitio que se desea proteger o ante los representantes del Estado encargados de la
preservación y de la valorización del patrimonio histórico y natural. Se emprenden
acciones individuales o colectivas, incluso sin haber amenaza aparente, para
evitar toda eventual tentativa contra partes del entorno natural o construido,
consideradas como “merecedoras”. Varios estudios han analizado los conflictos de
medioambiente, los intereses protegidos y los aspectos ambientales valorizados por
los diferentes usuarios o asociaciones (Lascoumes, Joly-Sibuet & Boudry, 1985). El
arbitraje de estos conflictos se efectúa en función de las disposiciones legislativas
sobre la preservación y la valorización del patrimonio (Baraqué, 1985). Los sitios
y los paisajes están en el centro de un dispositivo legislativo cuyo objetivo es su
preservación. Son el reflejo de los aspectos del paisaje urbano, rural o “natural”,
valorizados en el momento de su clasificación o de su inscripción. El sitio se define
como “un conjunto pintoresco, un fragmento de paisaje cuyo carácter estético está
vinculado a los contornos de las líneas, a la originalidad de la exposición, al efecto
de los colores, a condiciones múltiples de aspectos que no podrían ser el objeto de
un una descripción rigurosa y literaria” (Courtiau, 1994).
Una parte importante de las investigaciones actuales sobre el paisaje se realiza
a través de la perspectiva de aquellos que lo viven, lo practican y lo producen. En la
actualidad, el procedimiento que consiste en basarse en la comprensión del paisaje
visto desde el interior tiene, sin embargo, límites. Ciertamente, en la medida en que
el habitante está obligado a incrementar su movilidad y ya no es el “espectador
atento garantía de cierta memoria del lugar”, algunos atribuyen al experto el papel
de mediador entre el sustrato de origen y las necesidades de los usuarios (Cinq-
Mars, Corfa & Barone, 1985). El experto se convierte entonces, claramente, en la
expresión de una solicitud social, ya sea difusa, o por el contrario explícita, cuando
se hace una solicitud de protección del paisaje debidamente formulada.
8.4 La naturaleza como fuente de regeneración
Roncayolo y Paquot (1992) se preguntan si aún tenemos raíces y si las aglomeraciones
urbanas desproporcionadas, las transformaciones incesantes del entorno, no
“fabrican” desarraigados. Sería cada vez más difícil para el individuo evolucionar
en un entorno con una fuerte tonalidad técnica. De hecho, dos tendencias
aparentemente contradictorias —la movilidad y la necesidad de arraigamiento— se
alternan en nuestra sociedad. Dichas tendencias se actualizan en especial a través
de la apertura ante el mundo (la conexión a redes) y una sensibilidad creciente por
los valores de la cotidianidad y de lo “local” y por el contacto con la naturaleza.
179
Psicología ambiental
Para Ledrut (1973), la relación con el entorno se caracteriza por la tentativa
de reconciliación entre lo moderno y lo vital. Habría límites de desnaturalización
del entorno y una necesidad del individuo de evolucionar en las unidades
espaciales con dimensiones reducidas, de tamaño humano, con una fuerte
estructuración afectiva y en contacto con la naturaleza (Choay, 1971). Solo basta
que el entorno responda esencialmente a las exigencias funcionales por medio
del marco construido y de los objetos técnicos que allí se adicionan. También
debe satisfacer ciertas exigencias subjetivas de tipo psicológico, características de
la relación individuo-entorno (Sèze, 1994) y que remiten al papel de la naturaleza
en la realización del individuo.
La naturaleza es el teatro de numerosas actividades recreativas: caminatas,
descanso, contemplación, natación, pesca, navegación, etcétera. Además, en la
actualidad la naturaleza es asociada a lo “salvaje”, mientras que en siglos anteriores
debía estar organizada, domada. El hombre mostraba así que era capaz de domarla y
darle forma según su voluntad. La significación simbólica de la naturaleza asociada
a lo “salvaje”, a la libertad y a las oportunidades es una percepción típicamente
urbana. Quienes viven en el campo no tienen la misma visión de la naturaleza. La
naturaleza significa ya sea el peligro, o a menudo simplemente el aburrimiento,
la falta de estímulos, y no necesariamente la relajación y las distracciones.
Asimismo, las personas que viven en el campo vienen a las ciudades para buscar
la estimulación y el anonimato y pueden tener una visión tan idílica de la ciudad
como los citadinos la tienen del campo. Los rurales consideran la ciudad como
estimulante y vienen para encontrar trabajo guardando a menudo una imagen más
bien negativa del campo.
La naturaleza como fuente de bienestar
La función restaurativa de la naturaleza está lejos de ser un concepto reciente.
Efectivamente, el jardín terapéutico nació en la Edad Media con los hospicios
(Gerlach-Spriggs, Kaufman & Warner, 1998). Estuvo presente en todos los asilos
(Pigeaud & Pigeaud, 1992) y poseía una significación meditativa y restauradora,
que se explica por el hecho de que los hospicios en ese entonces eran manejados
por los monasterios. Los hospicios medievales integrados a los monasterios fueron
dotados de los primeros jardines denominados terapéuticos. Las celdas de los
pacientes se encontraban alrededor de un patio que les ofrecía, a través de arcos,
la luz del día, un césped, plantas de estación, un lugar para sentarse y un sendero
para caminar, a lo que podemos agregar el aislamiento y el silencio religioso que
reinaba en los monasterios. Las vistas “paisajeadas” proporcionaban a los pacientes
una perspectiva confortadora, y el mantenimiento de los suelos y la jardinería, así
como la cultura agrícola, se volvieron parte de la terapéutica del paciente (Charras,
2008). En el siglo XIX Pinel, Desportes y Esquirol señalaron cada uno la importancia
de diferenciar el asilo de una prisión e insistieron en el bienestar y el sentimiento
de libertad que pueden proporcionar los jardines.
180
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
A principios del siglo pasado, debido a los adelantos científicos del cuidado
psiquiátrico, los jardines terapéuticos fueron desapareciendo poco a poco. Solo a
partir de los años 70 reaparecieron las concepciones originales del jardín terapéutico.
Efectivamente, al resaltar los efectos reparadores de la naturaleza (Ulrich, 1984;
Kaplan & Kaplan, 1989), los jardines adquirieron de nuevo importancia al interior
de los centros psiquiátricos. En este orden de ideas, el jardín y la naturaleza se
convirtieron en parte integrante de la terapéutica. Así, Zeisel (2006) preconiza
que la distribución de un jardín debe, por ejemplo, facilitar la orientación de las
personas que sufren de demencia tipo Alzheimer.
Numerosas investigaciones recientes muestran que para un gran número de
individuos la naturaleza parece tener un efecto benéfico. Los pacientes intervenidos
quirúrgicamente que son ubicados en una habitación con una ventana que da al
jardín se restablecen más rápido que aquellos ubicados en habitaciones donde la
ventana da a otros edificios (Ulrich, 1984). De la misma manera, varios estudios
han demostrado que los prisioneros que tienen vista a la naturaleza se enferman con
menos frecuencia que los otros (Moore, 1982). Estos estudios recurren a poblaciones
que se encuentran en una situación que se supone es estresante. Sin embargo, no
podemos deducir una relación directa entre la vista a la naturaleza y el bienestar
a partir de dichos estudios sobre individuos que se encuentran en situaciones
particulares. Otros estudios, de hecho, dan resultados opuestos. En una institución
para personas de tercera edad, la vista a la naturaleza está asociada a la disminución
del bienestar (O’Connor, Davidson & Gifford, 1991). No obstante, podemos suponer
que la admisión en una institución para adultos de la tercera edad debe ser estresante;
la vista de la naturaleza puede entonces significar para estas personas aislamiento y
soledad, sin esperanza alguna de volver a un ambiente familiar.
El hecho de que la vista a la naturaleza tenga efectos benéficos en ciertas
circunstancias y no en otras muestra que los individuos procesan la información
a la cual son expuestos; no puede por lo tanto existir una relación directa entre
exposición a la naturaleza y bienestar. Estos resultados suponen que las personas
en situación estresante, al tener la posibilidad de escapar simbólicamente de dicha
situación contemplando la naturaleza a través de una ventana, están más propensas
a sentirse bien o a mejorar y recuperarse más rápidamente. La naturaleza como tal
no tiene poder reparador, sino lo que significa para las personas que la contemplan.
Para los prisioneros y los enfermos la naturaleza es una oportunidad de escapar
mentalmente de una situación estresante. Mirar por la ventana les permite olvidar
el entorno diario. En conclusión, la naturaleza como tal no es benéfica para todo
el mundo. Su impacto sobre el bienestar y la salud del individuo depende de las
percepciones y de las necesidades de cada uno en la situación específica en la cual
se encuentra, de aquello con lo que se asocie la naturaleza.
La sobreexposición a los estresores ambientales de los citadinos produce
cansancio físico y mental, los vuelve particularmente vulnerables e irritables. Los
citadinos se sienten a menudo estresados. Llegar a casa puede ya de por sí ser
reparador y sobre todo si hay un poco de naturaleza para contemplar. Muchos
181
Psicología ambiental
citadinos buscan el contacto con la naturaleza ya sea frecuentando los parques y los
jardines en los momentos de esparcimiento o por medio del deseo de vivir en una
casa con jardín o incluso de tener una casa de campo. Es también para huir de la
cotidianidad estresante de la ciudad que los citadinos van al campo el fin de semana
o en vacaciones lejos de las restricciones del entorno construido. Esto confirma, si
fuera necesario, que los espacios verdes y los entornos naturales proporcionan
no solo un placer estético, sino que tienen igualmente una función renovadora y
efectos positivos en la salud, demostrados en muchas ocasiones (Kellert, 1997). El
entorno natural proporciona un sentimiento de libertad particularmente importante
en las grandes metrópolis.
Kaplan (1983) sugiere que para tener una imagen completa de la interfaz
individuo-entorno hay que agregar a la “actividad intencional” y a los objetivos del
individuo las inclinaciones o la sensibilidad de este. El individuo no es, de hecho,
un ser activo con logros que alcanzar, sino también un ser con inclinaciones,
una sensibilidad particular por ciertos aspectos medioambientales. Los espacios
naturales, los lugares de veraneo, pero también los entornos naturales/salvajes
que se asemejan a espacios y tiempos míticos, conforman este tipo de entornos.
Los entornos con carácter regenerador provocarían estados de fascinación en los
individuos. Facilitarían igualmente prácticas que corresponden a la sensibilidad de
los interesados. Dichos entornos se caracterizan por su capacidad para dar a los
individuos la impresión de estar lejos de las preocupaciones y de los acontecimientos
diarios y de rutina, y asimismo de estar a salvo de las presiones, las restricciones,
las sobrecargas y las perturbaciones de diferente índole. Así, presentarían un alto
nivel de coherencia y, por su carácter “fascinante”, mantendrían la atención del
individuo.
Los estímulos naturales actúan simultáneamente y de una manera impredecible
en varios sentidos del individuo. Se caracterizan por su cambio incesante tanto en el
tiempo como en el espacio. De ahí la impresión de que son mucho más inestables
que aquellos que provienen del entorno construido. Además, las formas en la
naturaleza son mucho más ambiguas comparadas con las del entorno construido,
donde la intervención de la mano del hombre es prioritaria. Por consiguiente, este
tipo de entorno suscita la atención y la curiosidad. Asimismo, los elementos naturales
irradian cierta fuerza debido su carácter viviente, en permanente evolución. Las
relaciones con este tipo de lugar contribuyen a la impresión de continuidad de las
experiencias y de la consciencia de sí.
La concepción del entorno como regenerador converge en varios análisis.
Los estudios en este ámbito conciernen a los lugares con carácter restaurador que
los individuos buscan para sustraerse a las presiones y a las dificultades de la vida
diaria y a la capacidad de diferentes entornos de ejercer un efecto reparador en
aquellos que lo necesitan. Por otro lado, algunos autores se han preguntado en qué
medida la ausencia de un entorno propicio en la vida diaria sería compensado con
la frecuentación más o menos regular de ciertos entornos a carácter renovador.
182
Cap. 8 Espacio rural, naturaleza y paisaje
Parecería que la satisfacción con respecto a las condiciones de hábitat se
construye en referencia al entorno que haya rodeado al individuo en su infancia.
Se trataría de un proceso de diferenciación para con este entorno precoz cargado
de una fuerte implicación afectiva. Algunas investigaciones muestran el papel que
puede jugar esta implicación afectiva profunda, en especial para el paisaje, en
las relaciones del adulto con su entorno (Sebba, 1991). La mayoría de los adultos
identifican el lugar más significativo de su infancia con un espacio al aire libre.
El autor sugiere que el entorno que sigue siendo significativo en la edad adulta
sería aquel que el niño haya experimentado sin la mediación de un adulto. Poder
frecuentar de nuevo lugares parecidos remite el sujeto a la infancia y a su vínculo
profundo, de carácter afectivo, con la naturaleza.
En la edad adulta, el individuo recuerda sobre todo espacios naturales
debido a la calidad diferente del marco construido y acondicionado por la mano
del hombre. Los elementos más mencionados son: el cielo, el mar, la vegetación,
los animales, el viento, los ruidos de la naturaleza como el canto de los pájaros,
el ruido de las olas, la selva, el relieve, las rocas. Estos aspectos constituyen
un conjunto de atributos ambientales que forman una especie de huella y que
interpelan específicamente al niño.
183
PÁGINA EN BLANCO
CAPÍTULO 9
EL MEDIOAMBIENTE GLOBAL
“Think globally, act locally”
René Dubos, United Nations Conference
of the Human Environment, Stockholm, 1972
Al inicio de este siglo XXI la degradación del medioambiente, el cambio climático
y la aparente multiplicación de desastres naturales y tecnológicos son objeto
de preocupaciones crecientes. Los problemas ambientales son cada vez más
considerados a una escala global y, al mismo tiempo, descontextualizados y
difícilmente concebibles para el individuo (Uzzell, 2000). Promover la comprensión
de los desafíos planetarios y la adopción de comportamientos favorables al medio
constituye uno de los mayores retos para la psicología ambiental. Igualmente,
dentro de los encuentros científicos internacionales que involucran psicólogos
ambientales (IAPS, IAAP, IUPsyS), las investigaciones relativas a las condiciones
de adopción de comportamientos ecológicamente compatibles son cada vez más
numerosas.
9.1 Medioambiente global y problemas ecológicos
Las preocupaciones ambientales en el marco de un desarrollo sostenible implican
que el individuo piense a nivel global, es decir, a nivel del planeta. Los cambios
ambientales son globales; tienen la particularidad de vincular a los individuos
a través de los países, de los continentes. Provocados por todos los individuos,
incluso si su contribución individual pueda parecer mínima, la acumulación de
185
Psicología ambiental
comportamientos individuales tiene consecuencias globales. Tradicionalmente, los
individuos piensan y actúan en función y en relación a los demás: la familia en
el ámbito privado, los vecinos y los ciudadanos en el plano urbano y rural. Las
preocupaciones ambientales globales exigen que los individuos actúen en relación
con la población global a nivel del planeta. Aunque la amplitud no sea la misma
en estos diferentes niveles, los problemas están estrechamente interconectados y
la distinción tradicional entre local y global es una distinción teórica y artificial.
Es evidente que si la relación entre local y global puede ser distinguida a nivel del
análisis y de la intervención, esta resulta no pertinente a nivel de los efectos de
los comportamientos del individuo. Problemas ambientales como el calentamiento
del planeta, la escasez de agua o la desertificación hacen parte de un saber de la
sociedad ampliamente compartido. Pero más allá de un conocimiento de estos
fenómenos, no hay mucha comprensión o conciencia del peligro potencial. Estos
problemas no pueden ser resueltos únicamente a un nivel individual o local, ni
únicamente a nivel gubernamental o internacional.
La experticia y los conocimientos técnicos son importantes en la resolución
de los problemas ambientales tales como el cambio climático, la escasez de
los recursos y la gestión de los desechos. Necesitan de una colaboración entre
las ciencias naturales y las ciencias humanas para ser eficaces. Junto a los
conocimientos de los procesos biológicos, físicos y químicos, las competencias de
la psicología ambiental son esenciales para el análisis y la aplicación de estrategias
de intervención en el marco del desarrollo sostenible. La conservación de los
recursos naturales y el control de la contaminación requieren un cambio, no solo
de los comportamientos individuales, sino implicando a la vez el conjunto de las
actividades humanas, los intercambios comerciales, las actividades industriales, las
actividades recreativas, etcétera.
Somos conscientes de que los recursos naturales no son inagotables, de que
producimos desechos en gran cantidad y de que nuestros comportamientos de
consumo provocan problemas ambientales a menudo irreversibles (contaminación
del aire y del agua, desajustes climáticos). Con al ánimo de limitar el desperdicio
de los recursos, la producción de desechos y el deterioro del medioambiente, las
medidas gubernamentales y legislativas tanto incitativas como coercitivas aplicadas
solo pueden ser eficaces si son entendidas, aceptadas y acompañadas de modelos
de comportamiento adecuados. A esto se suma que muchas veces los problemas
ambientales son el resultado de una acumulación de comportamientos individuales.
También, la responsabilidad de los comportamientos individuales como factor de
la preservación del medioambiente se impone hoy en día como una evidencia, y
solo recientemente observamos una toma de consciencia respecto a las relaciones
existentes entre los factores individuales, de un lado, y los factores ambientales,
de otro lado. A principios de los años 80 los problemas ambientales eran casi
desconocidos e insignificantes: la “salud” de la naturaleza parecía casi intocable
y los recursos, inacabables (Lévy-Leboyer & Duron, 1991), pero los problemas
ligados al medioambiente cuestionan cada vez más a los responsables políticos y a
los medios de comunicación y se forman numerosos grupos de presión.
186
Cap. 9 El medioambiente global
Paralelamente, se les da una importancia creciente a los aspectos psicológicos
y sociales del comportamiento humano, considerado como una de las causas
principales de los problemas ambientales. Sin embargo, nuestros conciudadanos
no se dan cuenta espontáneamente de la magnitud y de la gravedad de los cambios
que aparecen en el entorno. Por ende, corren el riesgo de no poder ni adaptarse ni
reaccionar de manera apropiada frente a estos cambios: no hay formación de nuevas
actitudes, los procesos de motivación no están puestos en marcha, el comportamiento
no sufre modificaciones adecuadas (Pawlik, 1991). Con el fin de entender y analizar
los determinantes del factor humano así como su rol dentro y frente a los cambios
ambientales, la posición de la psicología, y sobre todo de la psicología ambiental,
parece esencial: las relaciones entre el individuo y los diferentes aspectos del medio
local y global tienen que ser claramente identificadas si se aspira a modificar las
actitudes y los comportamientos con respecto a este entorno.
Las acciones realizadas a favor del medioambiente deben implicar
necesariamente la colectividad tanto a escala nacional como a escala
internacional, pero los comportamientos, los valores, las actitudes, las creencias y
las percepciones no son idénticas de un país al otro. Los problemas ambientales no
son percibidos en todos los lugares de la misma manera. Esta percepción depende
de: (1) el estado real del medioambiente en los diferentes países; (2) el contexto
geográfico y climático; (3) los motivadores económicos tales como los precios de
la gasolina y los productos no nocivos para el medioambiente; (4) las disposiciones
institucionales —por ejemplo las leyes o las costumbres que controlan el acceso a
los recursos naturales—; y (5) el contexto político —las medidas gubernamentales,
los sistemas impositivos—. A esto se suman los diferentes contextos culturales.
En Europa, en los países nórdicos la naturaleza es percibida como amenazada y
en peligro, mientras que en los países latinos la representación de la naturaleza
corresponde más a lo estético. Estas diferencias están acompañadas necesariamente
de comportamientos ambientales diferentes que también son influenciados por
variables contextuales locales tales como las políticas de los países en materia de
medioambiente o las medidas ya ejercidas (recolección selectiva de las basuras,
imposición sobre las emisiones de productos contaminantes, etc.). Las políticas, las
instituciones y las demás estructuras nacionales determinan comportamientos que
se diferencian según los países ya que conciernen a los individuos, que son ellos
mismos diferentes.
Los problemas ambientales reagrupan fenómenos heteróclitos y bastante
variados (Cone & Hayes, 1980). Pueden representar un peligro inmediato o a
largo plazo para la salud, para la supervivencia tal como la energía o simplemente
representar una preocupación estética (los papeles en la vía pública). Hoy en día los
límites de recursos naturales comunes se vuelven cada vez más evidentes en varios
aspectos. Entre los recursos comunes, algunos se regeneran rápidamente (pastos),
otros de forma más lenta (árboles, agua potable), otros al contrario se agotan
gradualmente (petróleo, algunas especies animales). Los fenómenos ambientales
pueden ser clasificados según sus características propias y según la manera en la
que se inscriben dentro de la evolución temporal:
187
Psicología ambiental
• Perceptibles/imperceptibles. La contaminación del aire o del agua no es
necesariamente perceptible a causa de los límites de nuestros sentidos.
Otros fenómenos evolucionan de una forma demasiado lenta para que el
individuo pueda percibirlos.
• Corto plazo/largo plazo. Mientras que la contaminación de un litoral por
una capa de petróleo es inmediata en sus efectos, ciertas evoluciones tales
como el calentamiento del planeta y el efecto invernadero son fenómenos
a largo plazo.
• Sostenible/temporal. La contaminación de la capa freática por las descargas
es muchas veces irreversible, mientras que la contaminación de un río por
los residuos industriales puede ser temporal.
• Reversible/irreversible. Las lluvias ácidas son reversibles, mientras
que los recursos naturales tales como el gas y el petróleo se agotan
irremediablemente.
• Potencialmente controlable/potencialmente no controlable. La mayoría de
los fenómenos provocados por el hombre son potencialmente controlables;
en realidad solo los efectos son incontrolables.
Por lo tanto, no es de sorprenderse que incluso si la protección del
medioambiente aparece como una preocupación global, las actitudes, los
conocimientos y las representaciones estén vinculados a los problemas ambientales
concretos. Un individuo estará listo para adoptar un comportamiento de protección
respecto a un aspecto de la calidad del entorno pero corre el riesgo de ser
indiferente frente a otros aspectos. Comprobamos así que el hecho de clasificar
los desechos no está acompañado necesariamente de otros comportamientos a
favor del medioambiente (Stern & Oskamp, 1987). Igualmente, los investigadores
se inclinan más hacia las condiciones de adopción de un comportamiento con
relación a un problema específico: la contaminación, la eliminación de los
desechos, el reciclaje, el almacenamiento y el transporte de los desechos tóxicos,
el ahorro de energía y, más recientemente, los peligros de la energía nuclear, de las
lluvias ácidas, del efecto invernadero y del agujero de la capa de ozono que son el
objeto de preocupaciones crecientes (Lévy-Leboyer & Duron, 1991).
La acción individual que se promueve frente a los problemas ambientales
puede tomar formas diversas. Puede tratarse de un comportamiento activo y positivo
o por el contrario de un comportamiento de evitación. La acción puede ser seguida
de un feed-back por una proximidad temporal de los efectos o de su amplitud,
incluso de una ganancia (en caso de ahorro de energía). En tercer lugar, hay que
considerar los costos y beneficios respectivos de un comportamiento orientado
hacia el interés común o en cambio egoísta (los dilemas sociales). Globalmente,
se puede querer fomentar los comportamientos de protección del medioambiente
(reciclaje, por ejemplo) y/o desaconsejar los comportamientos de destrucción de
este (conducir demasiado rápido, desperdiciar energía).
188
Cap. 9 El medioambiente global
9.2 De las actitudes a los comportamientos ecológicos
La actitud es una estructura relativamente estable que posee a la vez juicio u
opinión, afectividad (sobre todo de la implicación emotiva y de la fuerza con la que
el sujeto está listo para defender su punto de vista y de la acción o de la intención
del comportamiento). La actitud prepara al individuo para afrontar situaciones
nuevas. El interés de las actitudes para el funcionamiento psicológico es así pues
triple. En efecto, las actitudes tienen una función adaptativa en la medida en que
permiten al individuo actuar en situación y elaborar una respuesta adaptada, una
función de afirmación de sí y de diferenciación con respecto a los demás y una
función defensiva frente a los eventuales cuestionamientos.
Aunque las actitudes sean una preparación a la acción, estas no están
vinculadas de manera sistemática a los comportamientos. Es entonces arriesgado
predecir los comportamientos según las actitudes expresadas. La unión hipotética
entre actitudes y comportamientos puede ser ilustrada mediante una experiencia
relacionada con la recolección de papeles tirados al suelo (Bickman, 1972).
Durante las encuestas, el 95% de los sujetos interrogados expresan sentimientos
de responsabilidad personal con respecto a esta situación. No obstante, menos del
2% recogen realmente los papeles tirados al suelo. Frente a la dificultad de aliar
actitudes y comportamientos, podemos intentar aprehender el comportamiento
y sobre todo predecir el eventual comportamiento a partir de: (1) normas a las
cuales los sujetos se acogen; (2) sus “intenciones de comportamiento”; y (3) los
comportamientos que atribuyen a los demás (Moser, 1996, investigación no
publicada). Si examinamos estos tres aspectos y comparamos los resultados al
comportamiento efectivo, comprobamos que la norma es comportarse en función
de lo que es deseable y que las intenciones del comportamiento son cercanas de la
norma (el sujeto estima y declara que se comportaría en una situación particular de
manera muy parecida a lo que está considerado como norma de comportamiento).
El individuo, en cuanto a él, atribuye a su semejante comportamientos lejanos de
la norma y mucho más egoístas. La comparación de estas estimaciones frente al
comportamiento efectivo en una misma situación muestra que la atribución a los
demás es la que está conforme al comportamiento efectivo que podemos observar
en una situación.
Algunas investigaciones se orientan hacia la preocupación por el
medioambiente de los individuos de manera general. En otros términos, dichas
investigaciones intentan extraer las características de las personas que se declaran
preocupadas por la degradación del ecosistema. Han sido así estudiados diferentes
rasgos y características individuales capaces de jugar un papel determinante en
las preocupaciones que conciernen al entorno: las actitudes y valores respecto al
entorno, las variables de personalidad y el estatus sociodemográfico.
189
Psicología ambiental
Valores y actitudes proambientales
Van Liere y Dunlap (1981), así como Stern y Oskamp (1987), sostienen la idea de
una varianza común entre las actitudes concernientes a diferentes aspectos del
medio. Otros observan una fuerte heterogeneidad que pone en duda la existencia
de una actitud ambiental general (Heberlein, 1981). Los diferentes instrumentos
que existen actualmente se refieren a conceptos distintos que se supone explican
una actitud a favor del medioambiente. Así, la “consciencia ecológica” como
valor, medida por la escala New Environmental Paradigm elaborada por Dunlap
y Van Liere en 1978, fue objeto de numerosas reformas y desarrollos (Corral-
Verdugo, Carrus, Bonnes, Moser & Sinhá, 2007). El “altruismo antropocéntrico”
concibe la preocupación por la preservación del medioambiente como motivada
por el interés de proteger un gran número de seres vivos contra las consecuencias
negativas y contra las amenazas causadas por la degradación del medioambiente.
El “altruismo-egoísmo ambiental” justifica la preocupación por la preservación del
medioambiente por el temor de verse a sí mismo y a sus familiares amenazados
por dicha degradación (Hughey, Sundstrom & Loundsbury, 1985; Van der Pligt,
Eiser & Spears, 1986a). Un cuarto enfoque tiene que ver con los valores llamados
fundamentales: valores religiosos (Eckberg & Blocker, 1989), materialismo versus
idealismo (Inglehart, 1990), así como los valores “últimos” de la clasificación de
Rokeach (1967).
Los autores que han utilizado estos diferentes instrumentos han analizado las
determinantes posibles (especialmente la educación, la edad, el locus de control,
el sexo, las actitudes políticas) y los efectos sobre los comportamientos. Stern y
Oskamp (1987) y Hines, Hungerford y Tomera (1987) han mostrado sobre todo que
la relación entre las actitudes y los comportamientos está modulada por la naturaleza
de los comportamientos considerados y por la amplitud de la autodescripción de
estos. Además, varias investigaciones subrayan el papel intermedio, por un lado,
entre actitudes y valores, y comportamiento, por otro lado, de factores como el
costo de los equipos necesarios (Archer, Pettigrew & Costanzo, 1987) y la dificultad
que representa la adopción de ciertos comportamientos proambientales (De
Young, 1990; Vining & Ebreo, 1990). Las informaciones y los conocimientos sobre
la pertinencia y la eficacia de los diferentes comportamientos juegan un papel nada
despreciable, en especial en el caso de la adopción de comportamientos de ahorro
de energía (Kempton, Harris, Keith & Weihl, 1985). Un metaanálisis (Hines et al.,
1987) sobre diecisiete de estas investigaciones evidencia una correlación más bien
mediana entre conocimientos y comportamiento.
Las variables individuales
Una sola característica ligada al individuo parece jugar un papel en la adopción
de comportamientos ecológicos: el altruismo como valor o norma (Van Liere &
Dunlap, 1978; Black, Stern & Elworth, 1985; Stern, Dietz & Black, 1986). Una
norma personal altruista se traduce en un comportamiento proambiental. Schwartz
190
Cap. 9 El medioambiente global
(1968, 1973, 1977) defiende la idea de que las normas sociales influencian las
normas personales implementadas por el individuo en dos etapas sucesivas. La
primera etapa es la toma de consciencia de las consecuencias del comportamiento;
la segunda es la atribución de la responsabilidad. Heberlein (1975b) muestra que
los individuos que tienen una nota elevada en las dos evaluaciones del modelo de
Schwartz respecto al hecho de tirar desechos en la naturaleza adhieren a una norma
moral contra este comportamiento. Black (1978) obtiene resultados similares en
cuanto al ahorro de energía. Stern, Dietz y Black (1986) han extendido el modelo
de Schwartz a la adhesión de los individuos a las leyes y regulaciones ambientales
y han demostrado que las normas personales y las dos etapas de evaluación
influencian el juicio de los individuos sobre las responsabilidades morales de la
industria y del gobierno frente a la situación ambiental. Por último, Hopper y McCarl
Nielsen (1991) han estimado que el reciclaje puede ser considerado como una
forma de comportamiento altruista: la norma social que incita a reciclar influencia
el comportamiento del individuo únicamente si este tiene una nota elevada en las
dos evaluaciones del modelo de Schwartz.
El papel de las variables sociodemográficas es relativamente contradictorio.
Van Liere y Dunlap (1980) analizan veintitrés artículos y concluyen que hay poca
relación entre el interés ambiental y variables demográficas. Samdahl y Robertson
(1989) encuentran resultados similares y deducen que estas variables tienen un
valor explicativo limitado. Entre las investigaciones recientes podemos sin embargo
citar los siguientes datos, que dan una idea de la complejidad.
Samdahl y Robertson (1989) observan un interés ambiental más fuerte entre
los jóvenes. Igualmente, Castano, Casal, Schahn y Holzer (1990) consideran que
cuanto más jóvenes son los individuos, mayor es su interés (actitud ambiental
afectiva y cognitiva, comportamiento, conocimiento ambiental) por el medio,
y Arbuthnot (1977) constata que aquellos que reciclan los desechos son más
jóvenes que aquellos que no los reciclan. No obstante, Vining y Ebreo (1990)
obtienen resultados opuestos: quienes reciclan serían mayores que aquellos que
no reciclan. Asimismo, las investigaciones que estudian el vínculo entre el sexo y
el interés por el medioambiente poseen resultados contradictorios. Estos ponen en
evidencia ya sea una relación positiva (Van Liere & Dunlap, 1981) o una relación
negativa (Arcury, Scollai & Johnson, 1987). Amelang, Tepe y Vagt (1977), Braun
(1983) y Langeheine y Lehmann (1986) han observado que las mujeres tienen
notas más elevadas en la escala de actitudes y de comportamientos pero menos
conocimientos en lo que respecta a los problemas ambientales. Schahn y Holzer
(1990) confirman estas diferencias: los hombres tienen más conocimientos que las
mujeres, pero las mujeres parecen más involucradas en los problemas ambientales.
De manera general, la preocupación por el medioambiente está asociada a un nivel
de estudio elevado: Schahn y Holzer (1990), así como Samdahl y Robertson (1989),
constatan que cuanto más importante es el nivel de estudio, mayor es el interés
por el medioambiente. Weigel (1977) compara recicladores y no recicladores: los
primeros poseen un nivel más elevado que los segundos. Este último resultado, sin
embargo, no está confirmado por Oskamp et al. (1991), que no observa diferencias
191
Psicología ambiental
entre recicladores y no recicladores en cuanto al nivel de estudio. Las diferencias
respecto al nivel socioeconómico son coherentes con aquellas referidas al nivel de
estudio. Los recicladores interrogados por Arbuthnot (1977), al igual que aquellos
interrogados por Weigel (1977), tienen un nivel de estudio socioeconómico más
elevado que los no recicladores. Igualmente, los propietarios reciclan más que los
inquilinos (Oskamp et al., 1991).
Diferentes investigaciones han utilizado escalas de locus de control (Hines,
Hungerford & Tomera, 1987; Pettus & Giles, 1987). Arbuthnot (1977) observa que
aquellos que reciclan los desechos tienen más bien un locus de control interno.
Tucker (1978) compara los miembros de una asociación proambiental con no
afiliados y muestra que los afiliados tienen con más frecuencia un locus de control
interno. Estos tienen también un nivel socioeconómico más elevado que los sujetos
non ambientalistas. Huebner y Lipsey (1981) y Webster (1975) destacan una
relación positiva entre el sentimiento de eficacia personal en la resolución de los
problemas ambientales y un comportamiento proambiental.
El cambio de actitudes y las incitaciones comportamentales
En términos generales, existe una fuerte resistencia al cambio. Así, el individuo
atribuye un peso desmesurado a los casos aislados (ejemplos vividos, concretos y
elocuentes, experiencias de vecinos, colegas y amigos) y descuida las informaciones
más generales. Cuando estas contradicen nuestras creencias, las informaciones
tienen grandes dificultades para atravesar el umbral de nuestra atención.
Numerosas investigaciones han intentado analizar la manera mediante la cual un
mensaje es capaz de cambiar las actitudes con el fin de que el individuo adopte
cierto comportamiento. Tres técnicas en particular han sido probadas en este
marco: el llamado al miedo, que resulta ser eficaz en las campañas de prevención
contra ciertas enfermedades (se trata de miedos suscitados en los individuos y
de acciones de prevención inmediatas e individuales); la coerción o la amenaza
(en este caso el efecto del castigo); y la técnica del compromiso o del “pie en la
puerta”, que consiste en actuar sobre el comportamiento como tal. Este último
método fue sobre todo utilizado con éxito para fortalecer el comportamiento de
reciclaje (Arbuthnot, 1977).
Fisher, Bell y Baum (1984) consideran que responder a las múltiples solicitudes
proambientales a las cuales los individuos están confrontados diariamente aumenta
la probabilidad de contestar favorablemente a peticiones futuras. Por otra parte,
la teoría de la autopercepción en psicología social implica que inferimos nuestras
propias actitudes a partir de la observación de nuestro propio comportamiento en
situaciones apropiadas. Por consiguiente, los programas de reciclaje por incitación
monetaria conllevan a que los sujetos concernidos perciban un compromiso en un
comportamiento proambiental asociado al beneficio de una recompensa y no a
una consciencia ambiental.
192
Cap. 9 El medioambiente global
La acción sobre las conductas
Para actuar sobre las conductas en materia de medioambiente se han utilizado
esencialmente tres medios: la educación ambiental, la comunicación y las técnicas
de refuerzo.
La educación ambiental se fundamenta en que la consciencia ambiental
va a generar comportamientos en consecuencia. Sin embargo, la relación entre
consciencia ambiental y comportamiento es bastante frágil (Heberlein, 1975.
Además, se ha demostrado que la educación no tiene ninguna influencia en las
actitudes. La comunicación por medio de afiches o de folletos, la mayor parte
del tiempo, está destinada a fortalecer la norma comportamental. Este tipo de
incitación solo es eficaz cuando tiene que ver con un comportamiento poco
costoso y cuando no toca áreas esenciales. Así, el hecho de pedir a las personas
que no utilicen el carro personal a causa de la contaminación no tiene ningún
efecto sobre los automovilistas (Pirages & Ehrlich, 1974). Los métodos que utilizan
el refuerzo actúan sobre la consecuencia del comportamiento. De una manera
general, el refuerzo positivo es menos eficaz que el refuerzo negativo. Además,
las estrategias que actúan sobre las consecuencias son susceptibles de influenciar
nuestra percepción de control y, si el sujeto considera que es manipulado o que
pierde su libertad, no se comprometerá con el comportamiento deseado. El refuerzo
negativo es bastante utilizado para sentar la legislación, pero no ha sido realmente
objeto de investigación. En general, en los programas ambientales es utilizado
junto a un feed-back sobre las consecuencias del comportamiento del sujeto. El
refuerzo positivo es una estrategia socialmente deseable. Puede consistir en una
recompensa inmediata o diferida cuando cierta meta ha sido alcanzada. Mientras
que los refuerzos inmediatos (la remuneración de un comportamiento preciso) dan
al tema un modelo de comportamiento deseable, los refuerzos diferidos solo muy
rara vez poseen esta capacidad y son por consiguiente menos eficaces..
9.3 Los modelos de comportamiento y el desarrollo sostenible
La aparición y el mantenimiento de relaciones compatibles con un desarrollo
sostenible son frenados o favorecidos por ciertos factores individuales, ambientales
y culturales. En lo que respecta a los recursos naturales se sabe que las conductas
que favorecen la preservación están ligadas a los conocimientos de los efectos
a largo plazo y a la eficacia percibida de las acciones individuales así como a
una visión funcional o ecológica del medioambiente (Dunlap & Van Liere, 1978;
Stern & Oskamp, 1987). Para Grob (1995) los mejores factores predictivos de los
comportamientos adoptados, por ejemplo con respecto al agua, son las actitudes
y los valores vinculados a los problemas ambientales, a los que se añaden el
control percibido, el compromiso personal y el hecho de ser tocado físicamente
y/o afectivamente por estos aspectos. Es así como la percepción de riesgo (de
contaminación o de degradación del recurso) ha sido identificada en la literatura
como motor de ciertos comportamientos de preservación (Rogers, 1983, Gardner
& Stern, 1996).
193
Psicología ambiental
Varios enfoques provenientes de la psicología social pueden ser aplicados al
estudio del comportamiento individual frente a los problemas ambientales. Entre
estos, los análisis en términos de identidad social y de representación de sí mismo
proporcionan un marco teórico que explica ciertos comportamientos ambientales.
A estas teorías generales se suman los análisis en términos de dilema social, que
se refieren en particular a las dificultades que hay para hacer que los individuos
adopten comportamientos favorables al interés de todos.
Identidad social y representación de sí mismo
La representación de sí mismo y la representación de los demás son determinantes
esenciales de los comportamientos del individuo en las situaciones relacionadas
con los problemas ambientales. Según Sarbin y Kulik (1965), la identidad social
del individuo es una parte del proceso del self, que representa las cogniciones que
resultan de su lugar en una “ecología social” específica. Así, los comportamientos
del individuo en una situación precisa son determinados por la representaciones
de sí mismo y de los demás y por la comparación entre los dos (Abric & Kahan,
1973; Orcutt & Anderson, 1977). Kramer y Brewer (1984) han mostrado que una
identidad social colectiva puede llevar a un comportamiento más cooperativo en
las situaciones que implican un dilema social. Numerosas investigaciones subrayan
que la cooperación es mayor entre individuos que poseen una identidad colectiva
(Kramer & Brewer, 1984; Orbell, Van de Kragt, & Daws, 1988). Por ejemplo, Oskamp
et al. (1991) han observado que los recicladores tienen vecinos y amigos también
recicladores, y Belsie (1990) sugiere que el reciclaje es un comportamiento fácilmente
aceptado pues propone a los individuos un objetivo común. Este modelo puede ser
aplicado a los comportamientos ambientales en la medida en que los individuos están
influenciados por otros a través de la percepción de normas sociales (Black, Stern &
Elworth, 1985; Kahle & Beatty, 1987; Jones, 1990; Vining & Ebreo, 1990).
Margolis (1981) y Baron (1988) demuestran que uno de los medios eficaces
para que el individuo incluya a las generaciones futuras en las decisiones que
toma en el presente es incitar a identificarse con sus hijos e integrar los intereses
de estos en la evaluación del beneficio del comportamiento. La representación del
otro es importante para efectuar la comparación entre comportamiento individual
y el comportamiento de los demás “importantes” para él. Así, Hopper y McCarl
Nielsen (1991) han demostrado que las normas sociales son un factor importante
de la implicación del individuo en un comportamiento de reciclaje.
Los análisis en términos de dilema social
El dilema social representa una elección alternativa entre la acción en un interés
individual y la acción en función del interés común, si es que estas dos acciones
resultan estar en contradicción. Numerosas investigaciones han mostrado que el
individuo es completamente capaz de actuar dentro del interés común, por ejemplo
al restringir su consumo o al bajar la temperatura del apartamento. Cualquiera que
194
Cap. 9 El medioambiente global
sea la situación, es generalmente más fácil y más benéfico para el individuo, a
corto plazo, comprometerse dentro de un comportamiento egoísta e individual
aunque esto afecte a la comunidad, por ejemplo al llenar su piscina en tiempo de
sequía. En caso de recursos limitados, el comportamiento altruista es a menudo
más costoso, más difícil, necesita de más tiempo y es menos gratificante.
Los dilemas sociales pueden ser analizados refiriéndose a los tres aspectos de
comportamiento siguientes: (1) la cooperación (comportamiento orientado hacia
los beneficios compartidos); (2) el individualismo (comportamiento orientado hacia
el beneficio personal); y (3) la competición (comportamiento orientado hacia el
beneficio personal relativo al beneficio del otro). En términos generales, los dilemas
sociales funcionan de la siguiente manera: si un participante actúa en términos de
interés personal mientras que los demás actúan en términos de interés público, el
individuo que actúa en términos de interés personal percibe la recompensa más
elevada. Si todo el mundo actúa en el sentido del interés público, cada uno recibe
una recompensa superior a aquella que cada uno recibiría si todo el mundo actuara
en su propio interés. Si todo el mundo actúa en su propio interés, el bien público se
acaba. Aparentemente, la elección egoísta es la más atractiva, pero cada uno saca
el mejor beneficio si ninguno actúa de manera egoísta.
La teoría de la elección trágica (Hardin, 1968): Los recursos ambientales
disponibles no son distribuidos de forma equitativa, lo que genera para algunos
una indisponibilidad de recursos y para otros, una plusvalía, estado de hecho poco
modificable. En la medida en que la mayoría de los individuos adhieren a ideales
de libertad, ellos no son sensibles a comportamientos dirigidos hacia el interés
público. Hardin (1968) estima que la democracia no conduce a una repartición
igualitaria de los recursos y que, por consiguiente, no es más que un sistema
autoritario que vuelve posible una asignación igualitaria de los recursos. Como
consecuencia, el individuo acepta ser beneficiario en detrimento de la comunidad.
Más particularmente, la “tragedia de la comunidad” representa un conflicto a nivel
de las relaciones de interdependencia entre los individuos y el grupo de interés al
que pertenecen. Según este enfoque todo individuo debe escoger entre dos tipos de
acciones con resultados contradictorios: una benéfica para el individuo pero que
puede causar un perjuicio a alguien y otra que es fuente de pérdida o lucro cesante
para el individuo, pero benéfica para el grupo. Este enfoque permite “poner en
escena” los conflictos entre interés particular e interés común.
El modelo de la “trampa social” (Platt, 1973): Según este modelo, la mayoría de
las situaciones ambientales ofrecen opciones de comportamiento caracterizadas por
una recompensa a corto plazo combinada de una pérdida a largo plazo. La “trampa
social” enfatiza así la dimensión temporal. El sujeto sucumbe a las gratificaciones
inmediatas que vehiculan sin embargo costos inherentes y progresivos (el hecho
de fumar, el uso de pesticidas, por ejemplo). Podemos distinguir trampas con
dimensión temporal que solo tienen consecuencias relativamente pocas para la
comunidad y trampas sociales que se refieren a los conflictos de intereses entre
el individuo y la colectividad. Este modelo es particularmente pertinente en la
195
Psicología ambiental
medida en que toma en cuenta de forma expresa la dimensión temporal larga e
imprecisa que caracteriza la evolución de los recursos. Permite explicar el poco
entusiasmo que muestra el individuo para comportarse de manera altruista frente
a una amenaza que tocará a la próxima generación, incluso la siguiente. En otros
términos, es difícil hacer aceptar medidas de protección perjudiciales para el
individuo mientras que los efectos negativos que podrían así ser evitados solo se
harán sentir varias generaciones después.
Los dilemas sociales (Dawes, 1973, 1980): Representan la sobreutilización
de los recursos comunes como el resultado de conflictos de intereses entre el
individuo y la colectividad. Un dilema social se caracteriza por el hecho de que:
(1) cada participante gana más o es menos penalizado en el caso de una elección
individualista que en el caso de una elección altruista; y (2) los miembros de la
colectividad ganan más si cada uno se compromete con una elección a favor
de la colectividad en vez de que cada uno se comprometa con una elección
individualista. Es especialmente el caso de los comportamientos con respecto a los
recursos naturales.
La teoría de la equidad (Walster et al., 1976, 1978): Los análisis en términos
de equidad resaltan los procesos cognitivos por los cuales el individuo decide
compartir los recursos con los demás. En particular, la base de decisión es la
relación entre la inversión y los beneficios de individuo comparada con la relación
entre la inversión y los beneficios de los demás. En la medida en que la equidad
o la justicia estén representadas por la relación entre las inversiones personales
(esfuerzo, capacidades, educación, etc.) y los beneficios para el individuo, puede
haber equidad sin igualdad de recursos para todo el mundo. En otros términos, el
individuo estima tener derecho a más recursos en la medida en que proporciona
un esfuerzo superior a los demás.
Estudios de terreno (Agras, Jacob & Lebedeck, 1980; Berk et al., 1980)
muestran que los comportamientos de conservación de los recursos son más
importantes en los pequeños grupos de consumidores, en los cuales hay una
solidaridad importante entre los miembros y una identificación de estos con los
derechos de la propiedad privada, que en los demás. Neuman (1986) obtiene una
correlación entre el comportamiento de conservación de energía y la integración
a las actividades del municipio. Varios factores pueden influenciar las soluciones
aportadas al dilema social, como la posibilidad de comunicar (Dawes, McTawish
& Shaklee, 1977,; Jorgenson & Papciak, 1981), las disposiciones individuales
sobre la cooperación (Alcock & Mansell, 1977) y el tamaño del grupo (Komorita,
Sweeney & Krawitz, 1980). Lynn y Oldenquist, (1986) indican que el aumento de
los comportamientos proambientales resulta ineficaz recurriendo a motivaciones
egoístas. Por el contrario, los argumentos que motivan el altruismo y el interés por
el grupo proporcionan soluciones más válidas.
Los modelos del dilema social se aplican a numerosos problemas ligados
al medioambiente (utilización de recursos naturales, utilización de energía,
196
Cap. 9 El medioambiente global
contaminación, reciclaje). Si el comportamiento individual afecta poco el entorno,
la acumulación de estos comportamientos por parte de numerosos individuos
puede tener consecuencias significativas a corto plazo y sobre todo a largo plazo.
Así, Thompson y Stoutemeyer (1991) perciben la utilización de las fuentes de agua
como dilema social y muestran que la información de temas sobre las consecuencias
a largo plazo de comportamiento ligadas a una utilización abusiva reduce este tipo
de comportamiento.
Las condiciones de compromiso a favor del bien común
¿Cuáles son las condiciones en las cuales el individuo actúa por el interés común?
Pueden observarse tres conjuntos de variables: (1) las variables ligadas a los tipos
de recursos: su importancia para el individuo, el hecho de que sean renovables
y el hecho de que estén libremente disponibles o en cantidad limitada; (2) las
variables descriptivas del grupo: los miembros se conocen o no, son numerosos
o poco numerosos, cuáles son sus características individuales; (3) las reglas
del juego: ¿cuáles son los beneficios relativos del comportamiento altruista y
del comportamiento egoísta? ¿Los participantes pueden comunicar o no? ¿Las
elecciones son públicas o anónimas? ¿Los participantes tienen conocimiento de
las implicaciones?
La naturaleza de los recursos: A medida que el valor del recurso aumenta,
la tasa de cooperación disminuye (Kelley, Condry, Dalke & Hill, 1965). Esto
solo ha sido demostrado para recursos que representan relativamente poco
valor, pero los individuos se implican fuertemente por beneficios relativamente
débiles. El comportamiento de cooperación es más importante en el caso de un
enrarecimiento evidente del recurso o en el caso de una situación degradada,
especialmente en lo que respecta a la contaminación del agua (Watzke, Doktor,
Dana & Rubenstein, 1972; Rubenstein, Watzke, Doktor & Dana, 1975). Frente a un
medio manifiestamente contaminado, los individuos cooperan más que si solo está
ligeramente contaminado. Sin embargo, Brechner (1977) pone en evidencia una
estrategia inversa en el caso de una situación de recurso disponible en cantidad
limitada para cada individuo. La individualización de los recursos es una estrategia
eficaz, sobre todo en el caso de recursos en tierras o en concesiones de pesca.
Estos resultados sugieren una limitación del desperdicio si la gestión de recursos
domésticos tales como la electricidad o el gas se confía a pequeñas comunidades
o a los individuos.
Las características de los participantes: Asistimos a una disminución de los
comportamientos altruistas a medida que el número de participantes aumenta. Se
trata aquí de un fenómeno de dilución de la responsabilidad (Latané & Darley, 1970).
La no participación de uno de los miembros es entonces aún menos perceptible
conforme el número de participantes aumenta. Además, el daño causado es menos
perceptible por el sujeto, lo que incita al autor a sugerir que el límite superior
para que una comunidad funcione de manera cooperativa es de 150 miembros.
Entre más se conocen y se aprecian mutuamente los participantes, mayor es el
197
Psicología ambiental
comportamiento cooperativo (Grzelak & Tyska, 1974). Pero es esencialmente a
través del concepto de altruismo, definido como “el hecho de estar concernido por
los beneficios del otro”, que se han efectuado las investigaciones. Si insistimos sobre
la necesidad de mostrarse altruista, provocamos más comportamientos en el interés
general (Dawes, 1980; Edney & Bell, 1983). Además, si damos informaciones sobre
el comportamiento de los demás miembros del grupo, comprobamos un ajuste del
sujeto al comportamiento de los demás.
Las variables de procedimiento: Una de las características de los dilemas
sociales es que aquellos que “no se prestan al juego” tienen más beneficios que
aquellos que cooperan, pero si todo el mundo actúa de una manera egoísta, todo
el mundo sale perdedor. Las ganancias relativas a los individuos que cooperan y de
aquellos que no cooperan condicionan el comportamiento altruista. Si el beneficio
del compromiso en un comportamiento altruista es demasiado elevado, ya no hay
dilema. Aumentar los beneficios aumenta el comportamiento altruista (Grzelak &
Tyska, 1974). Kelley y Grzelak (1972) hacen variar las ganancias individuales y las
ganancias de la comunidad y constatan así que son las ganancias individuales las
que deciden el comportamiento altruista. McClintock, Moskowitz y McClintock
(1977) comprueban también que los individuos están esencialmente orientados
hacia sus propios beneficios.
En materia de medioambiente es muy difícil para un individuo entender la
complejidad de los fenómenos. Corre el riesgo de actuar únicamente en su propio
interés. Si las reglas son más sencillas y los beneficios son repartidos equitativamente
entre los miembros del grupo (Edney & Bell, 1983), el comportamiento altruista
es entonces más frecuente. Y son los beneficios de la cooperación, más que los
castigos por no cooperar, los que incitan a adoptar un comportamiento a favor de
la colectividad .
Constatamos que si se proporciona a los sujetos una explicación detallada y
una retroalimentación de su comportamiento, se preservan mucho más los recursos
(Seligman & Darley, 1977. Lo mismo ocurre si el grupo debate sobre los recursos
(Edney & Harper, 1978; Dawes, McTawish & Shaklee, 1977). La consciencia
de la interdependencia de los sujetos con respecto a los recursos aumenta el
comportamiento prosocial (Brechner, 1977; Cass & Edney, 1978). De igual forma,
los grupos que tienen la oportunidad de debatir entre sí y reciben al mismo tiempo
una retroalimentación de su comportamiento son aún más protectores de los
recursos (Jorgensen & Papciak, 1981). Por último, la presencia de observadores
disminuye los comportamientos egoístas.
La comunicación entre los miembros de una comunidad tiene varias ventanas:
permite clarificar los beneficios de la cooperación, permite una organización
de la repartición de las ganancias, reduce la desconfianza en lo que respecta al
comportamiento de los demás miembros del grupo, favorece la discusión sobre
los méritos de la cooperación, etcétera. Con lo cual no es de sorprenderse que el
contacto y la discusión entre los miembros del grupo favorezcan la cooperación
198
Cap. 9 El medioambiente global
(Brechner, 1977; Caldwell, 1976; Dawes, McTavish & Shaklee, 1977). La
posibilidad de debatir en grupo no solamente aumenta la cooperación inmediata,
sino que favorece también la tendencia general a cooperar (Dawes, Orbell & Van
Kragt, 1989). En situación real, la comunicación es escasamente posible (tamaño
del grupo concernido, falta de deseo de relacionarse con los demás y de comunicar
su propio comportamiento, etc.). Si los participantes saben quién “se presta al
juego” y quién no, la tasa de cooperación es más elevada (Bixenstine, Levitt &
Wilson, 1966; Jerdee & Rosen, 1974). Ciertas realizaciones pueden llevarse a cabo
únicamente mediante una cooperación. Si queremos implantar un terreno de juego
en un gran conjunto, a menudo, solo a través del voluntariado y de la contribución
de un cierto número de habitantes puede realizarse el proyecto (Van Kragt, Orbell
& Dawes, 1983). Solo cuando el grupo puede debatir acerca de la contribución es
cuando esta se establece de manera óptima (Dawes, Orbell & Van Kragt, 1989).
En el conjunto de investigaciones sobre los comportamientos a favor de la
gestión racional del bien común, tres puntos pueden ser evocados: (1) es necesario
repartir los recursos de tal manera que cada individuo o grupo gestione una parte
de los recursos totales disponibles; mantener a una escala reducida los grupos de
individuos o comunidades concernidas e impulsar materialmente las acciones a
favor del bien público más que castigar cualquier comportamiento egoísta. (2)
Es preciso fomentar la confianza mutua entre los miembros de una comunidad;
los individuos concernidos tienen que comunicar entre ellos y comprometerse
públicamente en las decisiones que han tomado. (3) La comunicación, y en especial
el aprovechamiento de los beneficios morales y materiales del altruismo y el hecho
de dar la responsabilidad a los individuos o a los grupos concernidos tanto como
sea posible, facilitan aún más el comportamiento a favor de la colectividad.
De manera general, se confirma que la mayoría de estas investigaciones
se limitan a identificar las condiciones de compromiso en los comportamientos
particulares (Hines, Hungerford & Tomera, 1987) y son escasas aquellas que van
más allá de la producción de un catálogo de técnicas más o menos eficaces en la
promoción de comportamientos ecológicos (Dwyer et al., 1993; Geller, 1990). La
aplicación de modelos que han intentado poner en evidencia los factores capaces
de influenciar la motivación o la reticencia para adoptar nuevas conductas,
tales como las teorías de la acción razonada (Ajzen & Fishbein, 1980) o del
comportamiento planificado (Ajzen, 1991), ha resultado ser limitada en la medida
en que los modelos no toman suficientemente en cuenta aspectos contextuales,
tanto físicos como sociales. El modelo estructural, propuesto para predecir el
comportamiento ambiental responsable (Hines, Hungerford & Tomera, 1987),
une factores de personalidad tales como las actitudes, el locus de control y la
responsabilidad personal, factores cognitivos tales como los conocimientos de los
problemas ambientales, estrategias de acción y consecuencias de la acción y, por
último, factores situacionales.
199
Psicología ambiental
Valores y pensamiento social
En los años 90, y dentro de una óptica de “psicología del desarrollo sostenible”
(Schultz & Schmuck, 2002), numerosos estudios han hecho énfasis en los valores
o en las “visiones del mundo” que podrían favorecer los comportamientos
proambientales: la importancia de valores universales y altruistas, opuestos a los
valores individualistas y egoístas, ha sido a menudo puesta en evidencia (Stern, Dietz,
Abel, Guagnano & Kalof, 1999). En efecto, la asimilación de los comportamientos
proambientales a comportamientos altruistas o de ayuda es arriesgada, en la medida
en que la perspectiva ambiental se sitúa más a un nivel colectivo que interindividual.
Los comportamientos frente a un problema ambiental son particulares; individuos
pueden por ejemplo considerar su acción como ineficaz o insuficiente frente a la
magnitud del problema por resolver (Uzzell, 1996), lo que limita la adopción de
un nuevo comportamiento. La eficacia es percibida entonces como un resultado
colectivo más que individual. El sentido de comunidad y de responsabilidades
juega así un papel primordial en la toma de decisiones, en particular en el contexto
local. Este enfoque del dilema de los bienes comunes resalta también el hecho
de que la mayor parte del tiempo, cuando tratamos de obtener comportamientos
proambientales, nos dirigimos a individuos “conscientemente incompetentes”,
es decir, que escogen no actuar a favor del medioambiente ya que prefieren
alcanzar una meta positiva y segura, o evitar consecuencias negativas, inmediatas
y probables. Modificar estos comportamientos incompetentes conscientemente
es difícil pues requiere de un cambio de motivación personal cuando lo ideal
sería obtener comportamientos “inconscientemente competentes”, es decir,
hábitos de protección ambiental. Es preciso, además, actuar de tal forma que el
comportamiento competente se vuelva enseguida automático, lo que implica una
acción a largo plazo (Geller, 2002).
Otra dificultad reside en la imposibilidad para el ser humano de percibir el
estado del medioambiente a un nivel global: este se caracteriza generalmente por
la incertidumbre, tanto desde un punto de vista perceptivo como cognitivo. Así,
el individuo es incapaz de distinguir, por ejemplo, ciertos tipos de contaminación
(nuclear, ozono, etc.). Además, la lentitud de los cambios ambientales (como el
cambio climático) vuelve su percepción imposible a la escala humana. Es por eso
que la mayoría de los estudios hacen énfasis en los comportamientos individuales
localizados descuidando el nivel más global (Bonnes & Bonaiuto, 2002). Es una
paradoja de las investigaciones sobre el desarrollo sostenible: interesarse por
comportamientos puntuales y por sus condiciones de aparición, mientras que el
reto es el futuro del planeta. Esta paradoja refleja precisamente la dificultad para los
individuos de poner en relación estos dos niveles —local y global—, así como las
consecuencias inmediatas y a largo plazo de sus comportamientos. Pero, incluso
a un nivel muy local, existe aún, en los dilemas ambientales, una incertidumbre
importante en cuanto a la cantidad y a la calidad del recurso disponible. Esta
incertidumbre está ligada a una falta de conocimientos y de igual forma a una
ilusión perceptiva (the big pool illusion) según la cual dicha falta de conocimiento
200
Cap. 9 El medioambiente global
conduce a percibir el nivel del recurso como infinito o al menos más importante de
lo que realmente es (Gärling, Biel & Gustafsson, 2002). Esta ilusión de inmutabilidad
del recurso se confirma por el hecho de que los individuos no pueden, la mayor
parte del tiempo, experimentar las consecuencias de su comportamiento, que son
indirectas, inciertas, poco claras y/o alejadas (Geller, 2002).
Los diferentes marcos de análisis, como las numerosas herramientas
propuestas para medir los factores que se supone juegan un papel en la implicación
con respecto a las acciones de preservación de las calidades ambientales, muestran
que los comportamientos ecológicos no obedecen a una lógica determinista
simple. La dificultad de explicar los cambios de comportamiento o la resistencia
al cambio está ligada a la complejidad de las interacciones entre el individuo y
su percepción del entorno (Ratiu, 2003). Por ejemplo, elementos situacionales
particulares pueden provocar comportamientos proambientales puntuales en
individuos a priori recalcitrantes u oposicionales. Al contrario, la implantación de
un equipo indispensable para la comunidad pero que constituye una molestia, en
la proximidad, genera a menudo fuertes oposiciones. Este tipo de reacción ha sido
ampliamente estudiado, especialmente en el marco del fenómeno NIMBY (Not
In My Backyard) (Casal, 2006). Así, la relación entre actitudes, comportamientos
proambientales y contextos locales permanece incierta. El conjunto de las
investigaciones en este campo ha permitido, sin embargo, poner en evidencia
cuatro grandes dimensiones capaces de intervenir en las decisiones y acciones
individuales frente a los problemas ambientales. Estas dimensiones se refieren,
por un lado, a los efectos de comportamiento, ya sea desde un punto de vista
temporal (cuando las consecuencias del desarrollo individual o colectivo implican
una proyección sobre las generaciones futuras), espacial (según los diferentes
grados de proximidad del sujeto respecto a su entorno) o social (evaluación de
sus propios comportamientos, pero también de aquellos de los demás miembros
de su grupo). Por otra parte, tienen que ver con la percepción del riesgo ambiental
que corresponde a la evaluación personal y subjetiva que el individuo hace de
la situación. En la toma de decisión frente al riesgo ambiental, los sujetos tienen
que escoger entre varias posibilidades de comportamientos que traen cada una
consecuencias con valor positivo o negativo. La percepción del riesgo y los niveles
de aceptabilidad del peligro van a constituir determinantes importantes de las
prácticas sociales y de los comportamientos ambientales. El análisis de la percepción
del entorno (percepción de la naturaleza y de los recursos, del problema ambiental
previsto/calculado) constituye una base necesaria para aprehender, de un lado,
las percepciones y valores y, de otro lado, las prácticas ligadas al medioambiente.
La toma de consciencia de los problemas relativos al medio se facilita por la
percepción de los cambios y de la gravedad de los riesgos ligados a dichos cambios
(De Vanssay et al., 1997). El peligro se evalúa en función de la percepción de los
riesgos a los que se expone el ser vivo en general y el individuo en particular y,
sobre todo, en función de la percepción de la irreversibilidad de las modificaciones
del ecosistema. Esta toma de consciencia es preponderante en aquellos que tienen
una visión ecológica más global que dividida. Así, las respuestas a las solicitudes
ambientales podrían estar íntimamente relacionadas con las ideologías y valores.
201
Psicología ambiental
De la ideología a las prácticas
Durante los últimos años la psicología ambiental ha intentado establecer modelos
de las condiciones de compromiso en comportamientos favorables al entorno en
función de los valores (Vlek, Skolnik & Gattersleben, 1998).
Según la teoría cultural (Douglas & Wildavsky, 1983; Poortinga, Steg
& Vlek, 2002), la disposición para comprometerse con comportamientos
ecológicos depende de los valores y en especial de los mitos de la naturaleza
en los cuales creen los individuos. Se pueden observar cuatro concepciones. La
primera, “individualista”, consiste en considerar la naturaleza como un sistema
sólido y resistente a los choques y por ende inofensivo; la segunda, “fatalista”,
percibe la naturaleza como impredecible y versátil. Los individuos que tienen
estas dos primeras concepciones están poco propensos a comprometerse con
comportamientos de protección. Por el contrario, aquellos cuya concepción es
“jerárquica” tienen una visión de la naturaleza como tolerante y moderadamente
vulnerable y se atienen a la intervención de las autoridades. Finalmente, solo
la concepción “igualitaria” considera la naturaleza como efímera y por lo tanto
como un sistema frágil y precario, lo que se acompaña de una elevada consciencia
ambiental y con frecuencia de comportamientos ecológicos consecuentes.
El modelo explicativo de los comportamientos de compromiso en el marco
del activismo ambiental (McFarlane & Boxall, 2003) demuestra que la orientación
de los valores individuales (i.e. antropocéntricos vs. biométricos) influencia las
actitudes específicas de los individuos, las cuales tienen a su vez un impacto
sobre el comportamiento especifico o general de los sujetos hacia el entorno.
Este modelo corrobora en parte los modelos propuestos por Stern y Dietz (1994)
y por Fransson y Gärling (1999). Según Stern y Dietz, existiría un vínculo entre
las acciones proambientales y el apego a valores ecocéntricos que profesan el
respeto y la protección de la naturaleza y, al mismo tiempo, a valores egocéntricos
que resaltan los intereses personales. Esto se explicaría por el hecho de que el
comportamiento ecológico surge tanto a partir de lo que los individuos valoran
como a partir de las creencias específicas sobre las consecuencias de los problemas
ambientales. El interés que los individuos tienen en sí mismos, en los demás y en
la biosfera dependería de una actitud más general respecto a objetos que valoran
(Stern & Dietz, 1994). Fransson y Gärling (1999) muestran, por su lado, que el
interés ambiental, considerado como una actitud positiva hacia el entorno, juega
un papel importante en la adopción de conductas nuevas. Esta actitud general
tiene un impacto, entre otros, sobre el grado de responsabilidad personal percibida
que actúa como un poderoso determinante del compromiso proambiental. En lo
que al agua se refiere, la aplicación de comportamientos de preservación respecto
a este recurso natural dependería de la toma de consciencia del problema y de
la elaboración de un diagnóstico construido en función de la percepción de una
evolución del estado del agua desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo.
Dicha toma de consciencia sería dependiente de las representaciones del problema,
202
Cap. 9 El medioambiente global
a su vez influenciada por las características contextuales y el sistema de valores de
los individuos y de la sociedad.
El papel de las representaciones sociales
¿Cuál es el vínculo, por un lado, entre las prácticas y, por otro lado, de un contexto
ideológico y cultural? Podemos suponer que las representaciones relacionadas con el
ecosistema y los recursos naturales en los diferentes contextos culturales constituyen
filtros interpretativos de la realidad y de los medios normativos de orientación de los
comportamientos tanto individuales como colectivos. Sabemos que la percepción, las
actitudes y los comportamientos que tienen que ver con la naturaleza difieren de un
país al otro, en la medida en que están modulados por las condiciones ambientales
y en especial por el estado de los recursos y por el contexto social (cultura, valores,
reglamentación, infraestructura, oportunidades de acción) (Lévy-Leboyer, Bonnes,
Chase, Ferreira-Marques & Pawlik, 1996). Las relaciones con el entorno se establecen
en función de la representación que la persona se forja a través de su experiencia,
sus valores, sus expectativas y sus preferencias. Las representaciones garantizan la
organización, y la estructuración de lo real, así como su conceptualización, se
organiza al interior de un sistema cognitivo coherente que estructura el mundo en el
cual vive el sujeto, estructuración que le permite no solo comprenderlo sino también
actuar sobre él. Este sistema “depende de las características personales del individuo,
de su experiencia pasada y presente en relación con su entorno (y con ello, a su
pertenencia a una cultura y a una red de subculturas), y de la anticipación que hace
de hecho futuros” (Codol, 1969). Se construye y evoluciona en el seno de la práctica
de las relaciones sociales (Moscovici, 1989). Como sistema de interpretación del
mundo, se vuelve un medio de información y de desarrollo de las actitudes en
relación con el objeto de la representación.
Respecto al agua, por ejemplo, las representaciones son tanto más importantes
cuanto las contaminaciones acuáticas difusas no son perceptibles de forma objetiva
y pueden en consecuencia conducir a interpretaciones contradictorias (Moser,
1984a). Así, desde el nivel perceptivo, entra en juego una interpretación-evaluación
del contexto: el agua es percibida como si estuviera ligada a ciertas actividades,
conductas o significados (Gibson, 1979). Las representaciones sociales ocupan una
posición central, de una parte, entre contextos ideológicos y sociales y, de otra
parte, entre prácticas cotidianas en relación al agua. Punto de articulación entre la
psicología y lo social, las representaciones sociales explican la manera mediante
la cual el sujeto interpreta la realidad a la cual está confrontado (Moscovici, 1961;
Jodelet, 1989). La condición de producción de una representación social depende
a la vez de la ideología, de los valores sociales y de las praxis desarrolladas en
relación al objeto. El papel de la ideología deber ser considerado como marco
de producción de una representación social (Rouquette, 1996; Rateau, 2000).
La ideología y los valores sociales funcionan como condiciones directrices y
referenciales que contribuyen a las representaciones sociales del medioambiente y
de sus recursos.
203
Psicología ambiental
Las representaciones sociales se vuelven así el lugar de construcción del
objeto a través del cual se expresan las relaciones que se tienen, no solo con este
mismo objeto, sino también el punto de anclaje sobre el cual es indispensable actuar
para favorecer la adopción de comportamientos compatibles con un desarrollo
sostenible. De esta manera, se pueden prever algunas soluciones para contrarrestar
los efectos propios de la “tragedia de los bienes comunes” y favorecer el desarrollo
sostenible. Dichas soluciones reposan sobre una concepción del hombre ya
sea como alguien irreductiblemente egoísta o alguien capaz de modificar sus
relaciones con la naturaleza. La primera concepción conduce a una regulación
a nivel institucional, por la instalación de las medidas coercitivas, normativas
e incitativas, con el ánimo de impulsar los comportamientos individuales que
no obstaculizan el interés general y preservan a largo plazo los recursos. Esta
solución no implica un compromiso individual profundo respecto del problema
ambiental y no necesariamente garantiza una constante de los comportamientos
proambientales en ausencia de presiones normativas. Sin embargo, el conflicto
entre representación y práctica impuesta, así como el hábito comportamental,
permiten esperar a largo plazo la instalación de comportamientos deseables. En
la perspectiva de responsabilización individual, los medios apropiados tienen que
ver con la sensibilización a la problemática ambiental y la transmisión de valores
proambientales en el seno de pequeños grupos y comunidades que aparecen a
continuación como intermediarios, así como el llamado al sentido moral y a los
principios éticos con el fin de suscitar y de mantener los comportamientos que
protegen los bienes comunes (Gardner & Stern, 1996). La modificación de las
representaciones por medio de la difusión de los conocimientos, la transmisión de
valores ligados a la trascendencia personal y a la valoración del entorno natural,
la percepción del control y la eficacia de los comportamientos adoptados podrían
provocar un cambio profundo de las relaciones con el entorno y comprometer
al individuo para desarrollar comportamientos compatibles con un desarrollo
sostenible.
Certezas ambientales y sociales como antecedente del
comportamiento
La articulación de las representaciones sociales con las certezas ambientales y
sociales permite entender las condiciones sociales en las cuales el individuo es
susceptible de comprometerse en acciones proambientales. Pone en relación los
valores sociales y las condiciones ambientales y sociales de una acción a favor del
medioambiente (Figura 19).
204
Cap. 9 El medioambiente global
Figura 19: Acción proambiental y certeza ambiental y social
Valores estéticos e identitarios
Representación
Sistémica (ecológica) y global
Valores funcionales y éticos
Representación
Factual y dividida
Percepción de una evolución
cuantitativa y/o cualitativa
Incertidumbre ambiental
Certeza social
Control individual y social
Acciones de preservación
Percepción de una inmutabilidad
del recurso
Certeza ambiental
Incertidumbre social
Falta de control
Inacción
La incertidumbre ambiental es una condición necesaria para que pueda
contemplarse una acción, pero esta no puede ser utilizada sin que haya al
mismo tiempo la certeza de que el individuo no se encuentre solo para adoptar
comportamientos proambientales, es decir, de que estos sean valorados por la
sociedad y que puedan tener un efecto (Biel & Gärling, 1995). Por el contrario,
en el caso de una ausencia de percepción de la degradación ambiental (grado de
utilización abusiva y de degradación del recurso) acompañada de una incertidumbre
social, es decir, una falta probable de apoyo de la parte de los demás y de control
sobre la consecuencia de sus propias acciones eventuales, el compromiso en
comportamientos proambientales es poco probable, incluso casi imposible.
Así se ha podido mostrar que la relación de los agricultores —grandes
consumidores de agua— con el agua remite a su posicionamiento según las
prácticas y a la evaluación de la toma de consciencia del problema, que se
deriva de las representaciones y de los valores individuales y sociales (Weiss,
Moser & German, 2006; Moser, Ratiu, & DeVanssay, 2004). El comportamiento
de los agricultores está entonces condicionado por las certezas ambientales y
por las incertidumbres sociales. Aunque se valorice el problema del agua, los
agricultores se sienten muy poco concernidos o responsables de la degradación
de la calidad del agua, aun cuando este factor aparece como algo indispensable
en la adopción de un comportamiento proambiental (Fransson & Gärling, 1999).
Más allá de una toma de responsabilidad, la evaluación de la capacidad de acción
individual jugaría un rol igual de importante a nivel del compromiso (Moser et
al., 2004). Es precisamente lo que distingue a los agricultores que conservan
prácticas tradicionales y a los agricultores que adoptan prácticas proambientales.
205
Psicología ambiental
Aunque reconozcan mayoritariamente la existencia de un problema, los primeros
evalúan más difícilmente su capacidad de acción hacia el agua que los segundos.
La posibilidad de acción percibida por los agricultores comprometidos con la
naturaleza puede ser vista como una forma de racionalización de su compromiso
(Joule & Beauvois, 1998). Se han puesto en evidencia distinciones según las
prácticas proambientales adoptadas: los agricultores biológicos, y en menor medida
los agricultores implicados en grupos locales, se distinguen de los agricultores
implicados en otras iniciativas proambientales en lo que respecta a la valoración
del problema y a la atribución de la responsabilidad. Los agricultores biológicos
valoran más el problema del agua y se atribuyen más responsabilidad que los
demás. Más allá de una fuerte presión social que conduce a ciertos agricultores
a lanzarse en una iniciativa de agricultura biológica, una ideología propia a estos
agricultores los conduce a orientarse hacia este tipo de iniciativa y a justificar su
tipo compromiso por valores ecocéntricos que son el fundamento mismo de su
oficio (Giraudel & Caplat, 1995).
Comunidad, ciudadanía y desarrollo sostenible
La solidaridad resulta ser un concepto clave cuando se trata de abordar la cuestión
de los comportamientos proambientales, comportamientos a las antípodas del
individualismo.
El desarrollo sostenible implica (1) una solidaridad, una capacidad de
cooperación y de ayuda mutua a través de un soporte social formal e informal
al interior de una misma generación; y (2) una solidaridad con las generaciones
futuras. Se trata aquí de la construcción, a través de la participación, de una ética
del bien común eminentemente importante cuando se trata de actuar teniendo el
desarrollo sostenible como objetivo. A esto se suma la apropiación del entorno
expresada mediante un sentimiento de apego y de pertenencia, que contribuye a
aumentar el sentido de responsabilidad individual y colectiva por este.
Una sociedad organizada y la cohesión social favorecen la “durabilidad”
en oposición a las “estrategias individuales de supervivencia”. Sin un tejido social
bien establecido y sólido y la presencia de una identidad social y de una identidad
espacial, no se puede garantizar el desarrollo sostenible. Este último tiene que
poder apoyarse en una comunidad que tenga una identidad social, lo que implica
responsabilidad por el medioambiente, solidaridad y equidad (Pol, 2002). Por el
contrario, una sociedad dominada por estrategias de supervivencia individuales no
puede adoptar comportamientos compatibles con un desarrollo sostenible. Es lo que
también ha demostrado Navarro (2008) en una investigación sobre los conflictos
en torno al agua en la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, un territorio
geopolítica y culturalmente muy complejo. En efecto, además de los campesinos
y de los citadinos consumidores de agua en las partes bajas, varias entidades
territoriales comparten el mismo territorio y sus recursos hídricos, en especial
tres reservas indígenas. Basados en las representaciones sociales, los resultados
ponen en evidencia, no solo las particularidades de la concepción del agua en
206
Cap. 9 El medioambiente global
las diferentes poblaciones concernidas (indígenas, campesinos y citadinos), sino
también los usos diferenciados que estos realizan. Las concepciones del agua están
íntimamente relacionadas con los usos y, a través de una legitimidad subjetivamente
construida, estas concepciones se convierten en fuente de conflicto.
La solidaridad necesaria para la protección eficaz de los recursos naturales
solo puede ser generada por intermedio de las comunidades, es decir, por el
sentimiento de hacer parte de una red social de relaciones en las que el individuo
puede confiar. La comunidad genera sus propios símbolos, que mediante la
calificación del espacio permiten el surgimiento de un sentido de comunidad y
fortalecen la cohesión social y el sentimiento de poder que posibilita una mejor
participación y un sentimiento de responsabilidad compartido por los miembros de
la comunidad (García, Giuliani & Wiesenfeld, 1994, p.78).
Los bagajes teóricos que la psicología de las comunidades y la psicología
ambiental aportan son complementarios. Solo al referirse a los dos enfoques
podrán ser resueltos de manera satisfactoria los problemas relativos al desarrollo
sostenible, y las vías de acción, al estar familiarizadas con el enfoque comunitario,
son completamente similares a aquellas utilizadas por la psicología ambiental.
9.4 La gestión de la relación con el entorno
Esencialmente, son dos los aspectos que han suscitado la intervención de los
psicólogos ambientales: los comportamientos ecológicos, de un lado y, por otro
lado, la ayuda a las poblaciones en situación extrema.
Los comportamientos ecológicos frente a la degradación del
medioambiente
Las acciones concretas que podrían implementarse dependen de la existencia o no
de una retroalimentación (cercanía/proximidad temporal y magnitud) y de los costos
y beneficios respectivos de un comportamiento orientado hacia el interés común.
Globalmente, podemos querer fomentar los comportamientos de protección del
medioambiente (reciclaje, por ejemplo) y/o evitar los comportamientos nocivos
para este (destrucción de la flora y/o de la fauna, utilización de los vehículos
contaminantes, por ejemplo).
Toda acción a favor del comportamiento ecológico debe aclarar previamente
las siguientes preguntas: ¿cuáles son las normas locales y regionales respecto al
tema?, ¿cuál es la población a la que debe estar dirigida la incitación?, ¿cuál es
su grado de consciencia y de información sobre el tema? y ¿cuáles son para el
individuo las ventajas de comprometerse con un comportamiento particular? Como
en la mayoría de los problemas a los cuales están confrontados los psicólogos,
las soluciones en materia de comportamientos ecológicos no obedecen a una
207
Psicología ambiental
lógica determinista simple. Para que las intervenciones sean eficaces, deben
tomar en cuenta el contexto individual y social, basarse en el empleo simultáneo
de varios enfoques e inscribirse en el tiempo. Los programas de concientización
y de educación ambiental, por sí solos, únicamente logran escasos resultados
y el fortalecimiento positivo del comportamiento deseable o el llamado a la
responsabilidad producen resultados mediocres. En materia de ahorro de energía,
de respeto de la naturaleza, de preservación de los recursos naturales o de
clasificación de desechos, son más eficaces las estrategias que combinan e integran
estos diferentes medios acompañándolos de una multiplicación de oportunidades
de comportamiento fácilmente disponibles (distribución de bolsas para basura
específicas, contenedores a proximidad, etc.). Las intervenciones de esta índole
pueden así apoyarse en los enfoques en términos de “funcionalismo ambiental”
(affordance).
Los comportamientos frente a problemas ambientales específicos
El ahorro de energía, la contaminación del aire y la gestión de los desechos
(selección y reciclaje) son otros aspectos ambientales hacia los cuales se pueden
adoptar comportamientos orientados al respeto del medioambiente.
El ahorro de energía
Aunque el gobierno y las grandes industrias sean también los mayores utilizadores
de energía, los habitantes tienen generalmente el control sobre los dispositivos
de consumo de los recursos energéticos. El ahorro en el hábitat puede tener
consecuencias sustanciales sobre el consumo global de energía (horarios de verano/
invierno, disminución de la temperatura de confort en las viviendas colectivas). El
ahorro de energía no solamente tiene consecuencias individuales directas tales
como la reducción del costo para el cliente, sino también consecuencias más
amplias, como la reducción de la dependencia internacional del país.
El ahorro de energía requiere, además, de los acondicionamientos técnicos
y de cambios de costumbres de los residentes. El comportamiento de consumo
de energía depende en gran parte de los modos de vida y de las actitudes de los
residentes: características de la vivienda (unifamiliar o no), de los habitantes (ricos,
numerosos o no), y actitudes hacia el ahorro de energía. Una de las maneras más
comúnmente utilizadas para influenciar el consumo de energía en los conjuntos
residenciales es la educación ambiental por medio de la distribución de folletos
explicativos, pero estas medidas son ineficaces para cambiar los comportamientos
(Heberlein, 1975ª).
Una actitud favorable al ahorro de energía no genera necesariamente los
comportamientos adecuados. Incluso los residentes que se sienten concernidos
solo adoptan los comportamientos que les parecen familiares y fáciles de
emprender (Simmons, Talbot & Kaplan, 1984, 1985), y su adopción no siempre
dura (Kantola, Syme & Campbell, 1984). Además, los que declaran adoptar ciertos
208
Cap. 9 El medioambiente global
comportamientos de ahorro no se comprometen siempre de manera efectiva en
ellos (Kantola, Syme & Campbell, 1984). Comprobamos que incluso si los sujetos
han asistido a una formación sobre la conservación de energía que incluye las
diferentes medidas que se deben adoptar y han salido convencidos, nada es menos
seguro que la adopción efectiva del comportamiento (Geller, 1980. Los programas
de educación destinados a los estudiantes tienen efectos positivos sobre los jóvenes
y sus padres Si las medidas educativas están acompañadas de incitaciones que
facilitan la reducción de consumo, comprobamos efectivamente más ahorro.
¿Quiénes son los individuos más capaces de adoptar medidas de ahorro
de energía? Son las personas relativamente pobres y las personas relativamente
acomodadas. Estas últimas tienen un nivel de instrucción más elevado y pueden
más fácilmente comprar los equipos necesarios para una regulación del consumo.
Las personas relativamente pobres tienen todo para ganar restringiendo su
consumo. Por consiguiente, las campañas de ahorro de energía deben poner a
disposición de estos últimos los medios necesarios. Las personas que creen en
valores de simplicidad (Leonard-Barton, 1981) y aquellas que han sido tocadas
por privaciones, así como aquellas que atribuyen el desperdicio de energía a su
propia responsabilidad, son más propensas a adoptar soluciones de regulación
del consumo individual, mientras que aquellas que atribuyen el desperdicio a
causas externas optan por soluciones colectivas (Belk, Painter & Semenik, 1981).
En las viviendas colectivas, donde el desperdicio de algunos está repartido entre el
conjunto de los inquilinos, el consumo promedio de energía es más elevado.
Entre los medios que pueden ser utilizados para incitar a la población a ahorrar
energía, tres han sido particularmente más aplicados: las campañas de incitación,
de sensibilización y de educación, la “retroalimentación” y las recompensas
monetarias. ¿Cuál es su eficacia relativa?
La incitación es globalmente más eficaz que los programas de sensibilización.
Las informaciones a los consumidores sobre la manera de ahorrar energía, y por
ende dinero, no tienen ninguna influencia sobre el consumo (Cone & Hayes, 1980;
Geller, Winett & Everett, 1982). La “retroalimentación” sobre el consumo de energía
debe ser inmediata (contador) para ser eficaz. Seligman y Darley (1977) informan
a familias cuatro veces por semana sobre su consumo de electricidad real. Las
familias, una vez informadas, ahorran hasta un 10% comparadas con aquellas no
informadas regularmente. Estos resultados son conformes a otros estudios, en todos
los cuales hubo ahorros del 5% al 15% (Geller, Winett & Everett, 1982). Becker (1977)
muestra que dichos ahorros son aún más elevados si las familias fijan libremente
un porcentaje de ahorro por alcanzar (20%). Becker y Seligman (1978) introducen
una señal luminosa que se enciende cuando la temperatura exterior no necesita
de aire acondicionado y a pesar de esto el aparato está encendido. Se trata aquí
de una conducta que tiene efectos positivos sustanciales. La informatización de los
hogares abre aquí posibilidades de “retroalimentación” de consumo que no habría
que descuidar. Se han utilizado ampliamente las incitaciones materiales como
refuerzo positivo del comportamiento deseado. En viviendas colectivas obtienen
209
Psicología ambiental
efectos masivos redistribuyendo por mitad a los inquilinos los beneficios del ahorro de
energía. En los alojamientos individuales, ciertas rebajas concedidas a los que ahorran
pueden también influenciar favorablemente el consumo (Winett, Neale & Grier,
1979). Por el contrario, el fortalecimiento negativo, es decir, el aumento progresivo
del precio de la energía en función del consumo, no produce efectos sustanciales
(Stern & Gardner, 1981). En términos generales, la retroalimentación parece ser el
mejor medio de ahorrar energía. Stern y Gardner (1981) aclaran que los habitantes
deben estar motivados y deben haber recibido las informaciones necesarias sobre las
consecuencias de tal o tal comportamiento de ahorro. Mientras que la información y
la educación no motivan a los consumidores, las incitaciones monetarias sí, pero no
les enseñan cómo actuar; el único medio eficaz parece ser la retroalimentación, que
incluye los elementos motivacionales e informacionales necesarios.
Contaminación del aire y transportes
Aunque una gran parte de la contaminación del aire sea ocasionada por las
industrias, los individuos contribuyen mediante su comportamiento a aumentar la
contaminación diaria, sobre todo al utilizar su vehículo personal. La mayor parte de
los estudios sobre la reducción de la contaminación atmosférica tiene que ver con la
utilización del carro particular. Los beneficios a corto plazo del carro particular son
bien conocidos y son esencialmente individuales (privacidad, prestigio, velocidad
adaptada, control), mientras que las desventajas (contaminación y desperdicio de
energía) son efectos colectivos a largo plazo. Los estudios sobre este tema abordan
(1) las condiciones de la reducción de la utilización del carro particular; (2) la
repartición de los trayectos; y (3) las maneras de promover una mayor utilización
de los medios de transporte público.
Foxx y Hake (1977) ofrecen recompensas a los que restringen la utilización
de su carro y obtienen una reducción de 20% de los kilómetros recorridos. La
repartición de una cantidad limitada de gasolina (el racionamiento) debería tener,
según Cass y Edney (1978), efectos positivos. Las costumbres de conductas pueden
también provocar ahorros de energía. Un estudio que ofrece retroalimentaciones
de consumo a los automovilistas, combinadas con recompensas, da resultados
alentadores. Algunos investigadores han retomado este procedimiento con éxito
en un estudio sobre una empresa de textiles. La exhortación a compartir el carro
particular en un mismo trayecto puede obtenerse por medio de un refuerzo positivo,
pero en la medida en que se trate de un arreglo social —el sujeto tiene que ponerse
de acuerdo con un extraño— los obstáculos son sustanciales. Sucede que quienes
se benefician ven esencialmente una reducción de los costos de transporte y el
hecho de no tener que conducir todos los días.
Los desechos (contaminación y reciclaje)
En lo que respecta a los desechos, se deben considerar dos aspectos: de un lado el
hecho de deshacerse de las basuras en cualquier sitio y de cualquier manera y, de
otro lado, el de participar en la selección de los desechos.
210
Cap. 9 El medioambiente global
Deshacerse de los desechos sin importar dónde representa un problema cada
vez más importante en ciertos entornos (ciudades, playas, acceso a grandes rutas,
parques naturales, etc.). Se trata esencialmente de comportamientos individuales
de descuido que cobran importancia por su acumulación. Los jóvenes botan más
que los demás, los hombres más que las mujeres, los individuos solos más que en
grupo. En este campo se ha efectuado una considerable cantidad de investigaciones
(Cone & Hayes, 1978; Geller, 1980; Osborne & Powers, 1980).
La presencia de desperdicios incita a deshacerse de ellos. Espacios sucios
y llenos de desperdicios aumentan cinco veces más la probabilidad de que el
transeúnte bote él mismo sus desperdicios. Cialdini et al. (1990) muestra que el
porcentaje de personas que botan su papel es inferior (10%) cuando solo hay un
papel sobre un camino que cuando no hay (18%), pero conforme a la regla, un
aumento del número de papeles aumenta aún más el comportamiento de deshacerse
de sus desechos: dos papeles, 20%; cuatro, 23%; ocho, 41% y dieciséis, 40%. Con
ningún desecho o con uno solo, la norma de limpieza se vuelve evidente, mientras
que con más papeles, es la norma inversa la que prevalece.
Así como las actitudes negativas hacia el hecho de contaminar el entorno
deshaciéndose de las basuras son ampliamente compartidas, el comportamiento no
parece ser consecuente. Para influenciarlo, se pueden considerar tres medidas: dar
un refuerzo positivo inmediato al comportamiento deseable, aumentar el valor de
dicho comportamiento y recompensarlo. Geller, Winett y Everett (1982) exponen
varias estrategias: multiplicar los mensajes, sobre todo los que corran el riego de ser
desechados. El mensaje más eficaz —“Tenga la gentiliza de ayudarnos a reciclar
los desechos, tire los desechos en la caneca verde que se encuentra al lado de la
salida”— muestra bien que el comportamiento debe tener una nota positiva y debe
ser fomentado por una descripción de los medios para actuar. Como consecuencia,
se produce una disminución de un tercio de los desechos, mientras que el mensaje
“No arroje, por favor” solo tiene una tasa de éxito de menos del 10%.
Jason, Zolik y Matese (1979) comprueban que la observación de un modelo
que recoja las deyecciones caninas puede tener un efecto positivo. Dar más
oportunidades de comprometerse con el comportamiento deseable multiplicando
las ocasiones para que el individuo se comprometa con un comportamiento
deseable y limpiar inmediatamente todos los espacios en donde hay desechos en
el suelo dan resultados que van en el sentido esperado (Finnie, 1973; O’Neill,
Blanck & Joyner, 1980). En términos generales, los espacios limpios permanecen
así más tiempo mientras que la presencia de papeles provoca rápidamente una
acumulación desechos. Investigadores distribuyen folletos, ya sea en un espacio
limpio o en un espacio sucio, y observan que en el primer caso el 13% de los
prospectos se encuentran en el suelo; en el segundo caso casi la mitad (44%) son
tirados en el mismo lugar. La limpieza del lugar tiene efectos diferentes según los
sitios. Los comportamientos no son sin embargo los mismos en áreas de picnic o
de campamento. Crump, Nunes y Crossman (1977) observan el comportamiento
en sitios de picnic limpios y sucios. En los que están sucios se comprueba que los
sujetos limpian el lugar al salir, con lo cual queda más limpio que antes. Pareciera
211
Psicología ambiental
que en estos sitios cuyo interés es esencialmente ambiental lo que otros han dejado
es recogido ya que eso interfiere con la percepción del sitio que tienen los usuarios
(Geller, Winett & Everett, 1982). Una razón adicional parece ser el hecho de que,
durante lo que dura el picnic, el sitio se vuelve territorio privado. El sentimiento de
pertenencia se acompañaría de un comportamiento de preservación.
Un cuarto enfoque consiste en volver particularmente atrayente el
comportamiento deseado proponiendo canecas festivas y agradables visualmente.
Se comprueba entonces un aumento de los desechos de 35% en las basuras y
menos papeles en el suelo. Finnie (1973) evidencia que la presencia de canecas
visibles aumenta el comportamiento de utilización del 15% en las ciudades y del
30% en las autopistas. El hecho de volverlas atrayentes (coloreadas, por ejemplo)
siempre tiene un efecto positivo.
Los medios que podemos emplear para hacer adoptar un comportamiento de
selección de los desechos domésticos son esencialmente los mismos que aquellos
preconizados para no arrojar los desechos en cualquier sitio. Humphrey, Bord,
Hammond y Mann (1977) organizan la disposición, en las oficinas, de diferentes
cestas que permiten la separación de desechos. Los resultados muestran que
una implantación individual por oficina solo es ligeramente más eficaz que una
disponibilización/una puesta a disposición por piso (el 92% y el 84% de desechos
correctamente reciclados).
Las estrategias que combinan e integran los diferentes medios (afiches,
educación y refuerzo positivo) parecen ser más eficaces. En efecto, la educación
ambiental, por sí sola, produce los resultados más débiles; los afiches y anuncios,
los resultados mediocres; y es el refuerzo positivo empleado exclusivamente el que
parece más eficaz (Cones & Haynes, 1980). Clark, Hendee y Burgess (1972) iniciaron
un estudio que combinaba estos diferentes medios. Este evaluaba la eficacia de los
siguientes medios: una educación ambiental con la ayuda de un dibujo animado,
instrucciones y un refuerzo monetario del comportamiento deseado para lograr
que la gente depositara las basuras en las canecas. La condición “caneca más
recompensa” era netamente más eficaz, mientras que la disponibilización/la puesta
a disposición de canecas por sí sola o la película educativa no tenían prácticamente
ninguna influencia sobre el comportamiento. Estos resultados fueron confirmados
por otros estudios que apuntaron en la misma dirección. Sin embargo, no hay que
olvidar que cada método representa costos particulares: los carteles no son caros,
mientras que el refuerzo positivo necesita la instalación de un control específico y
por ende más costoso.
La gestión socioambiental
La gestión y la prevención de riesgos
Poder resguardarse constituye una de las primeras necesidades para el individuo.
Los desastres naturales y tecnológicos o los hechos de guerra que amenazan la
212
Cap. 9 El medioambiente global
supervivencia y que destruyen el hábitat constituyen un traumatismo importante
para las personas que son víctimas y necesitan adaptaciones múltiples a nuevas
situaciones, que a su vez son fuente de estrés. La ayuda material de emergencia,
acompañada del manejo de la circulación de información para evitar los rumores,
son las primeras acciones que hay que comenzar para controlar la situación de
crisis. La provisión de refugios de urgencia para las víctimas de desastres naturales
o desplazadas como consecuencia de hechos de guerra, sin embargo, solo puede
representar una solución si dichos refugios están instalados a proximidad inmediata
del hábitat destruido y permiten así conservar el tejido social de suma importancia,
justamente en esta situación. Los desplazamientos masivos de personas nunca son
un éxito rotundo en la medida en que las víctimas de desastres naturales aspiran,
en primer lugar, a reconstruir su hábitat con el objetivo de reintegrarse lo más
pronto posible y por ende apenas si se preocupan de los llamados de atención de
las autoridades. El análisis de las acciones emprendidas en el terreno durante la
“retroalimentación de la experiencia” (feedback), realizado con el conjunto de los
actores, permite hacer un balance y mejorar la eficacia de la regulación en caso
de crisis, permitiendo al mismo tiempo a las poblaciones enfrentar mejor futuros
desastres, si estos se repiten.
Más allá de su intervención poscrisis, la psicología ambiental puede aportar
una visión particular sobre los desastres naturales y tecnológicos ampliando
el análisis sobre el (o los) fenómeno(s) generadores en su totalidad del contexto
ambiental y de interacciones entre el individuo y su entorno. En los desastres, ya
sean naturales o industriales, el medio sufre evoluciones repentinas e importantes
que van a obligar a los individuos, a los grupos y a las instituciones a interactuar y
a adaptar sus comportamientos; la toma de decisiones adoptada tiene una acción,
a cambio, tanto sobre los aspectos sociales como ambientales. La dinámica de esta
relación particular con el entorno en situación de crisis debe ser tomada en cuenta
en todas las etapas de la gestión del riesgo. Hay pocas situaciones en las que el tipo
y la calidad de la interacción individuo-entorno tengan un impacto tan sensible
cuyas consecuencias pueden hacer cambiar una situación de accidente menor en
situación de crisis y acabar en un cuestionamiento del funcionamiento mismo de
la sociedad.
En materia de prevención y de gestión de riesgos, la retroalimentación
de experiencia posdesastre responde, de un lado, a una petición social y a una
petición técnica de explicación del desastre o del accidente y de investigación
de sus causas; de otro lado, también responde a una petición de enseñanzas
utilizables para el futuro. Se trata de responder a una necesidad de explicar para
controlar; la solicitud de explicación que emana al mismo tiempo de la sociedad
civil y de los expertos, con el fin de volver sobre el acontecimiento para sacar
enseñanzas y desarrollar una herramienta de formación para el uso de los servicios
concernidos. La matriz de análisis de la catástrofe (Drabek, Miletti & Haas, 1975)
cruza así las fases cronológicas del desastre (preparación, alerta, impacto, reacción,
posimpacto, rehabilitación y reconstrucción) y los grupos humanos que deben
responder (el individuo, el grupo pequeño, la organización, la colectividad, la
213
Psicología ambiental
nación, la comunidad internacional). Esta matriz, que es retomada en adelante por
numerosos investigadores, tiene el mérito de aclarar los problemas generados por
las interacciones entre el riesgo y los diferentes grupos de población concernidos.
El estudio de los contextos en los cuales se desarrolla el acontecimiento,
preconizado en todas las retroalimentaciones de experiencia como un elemento
explicativo de la catástrofe, es ratificado y justificado por las teorías de Getzel
(1975) sobre la manera en la cual modelamos el espacio construido y la importancia
de las significaciones del entorno en el apego territorial. Las teorías sobre las
apropiaciones de los territorios y sus características de producción de seguridad,
de predictibilidad y de estabilidad pueden ser explicativas de los comportamientos
de las personas instaladas en zonas de riesgo. El individuo se apropia el espacio
con el fin de ejercer un control psicológico sobre este. Dicho control del espacio
puede expresarse por un poder legítimo que permite el desarrollo de actividades
y de usos. Es un proceso dinámico durante el cual el sujeto busca tener un
control psicológico sobre un marco físico dado, lo que hace de ello un territorio
tranquilizador. La amenaza provoca la pérdida de confianza de los habitantes en su
relación con el entorno, mientras la catástrofe provoca un trastorno que perturba el
proceso de apropiación del entorno (Weiss, Colbeau-Justin & Marchand, 2006). La
restauración de un marco de seguridad pública o de un modo de control ambiental
permite restaurar una relación satisfactoria con el entorno. La noción de “espacios
controlables” que permite la regulación de las intrusiones es uno de los grandes
temas del “control del medio” en el discurso de los que manejan del riesgo.
El ejemplo del seísmo mortal del Quindío (Colombia) en 1999 que relatan De
Vannsay y Colbeau-Justin (2003) ilustra esta relación. La única forma de integrar
los nuevos parámetros de la realidad (fallecimientos de familiares, destrucción
del hábitat, abatimiento del barrio, etc.) ha sido la reapropiación del espacio. Se
hizo gracias a la reespacialización de los puntos de referencia y a la reinscripción
en el espacio de prácticas interrumpidas o desplazadas (materialización de la
casa arrasada por objetos personales recuperados bajo los escombros, avisos e
inscripciones que indican la deslocalización de una actividad económica hacia
otro lugar, etc.).
Para ser pertinentes, los métodos de retroalimentación (feedback) de
experiencia, necesarios actualmente, no pueden eludir un enfoque de psicología
ambiental, ya sea que el objetivo sea aportar explicaciones del accidente, sacar
enseñanzas o producir herramientas de formación (De Vansay & Colbeau-
Justin, 2003). Este enfoque, nuevo en las ciencias sociales y en los estudios de
desastres, permite comprender los comportamientos considerados hasta ahora
como aberrantes o no explicados. Recientemente vimos durante la erupción del
Nyiragongo a los habitantes de Goma volver masivamente a habitar en los lugares
devastados por lavas aún humeantes; el apego a los lugares sigue siendo la última
muralla de la identidad de estos refugiados y de su sentimiento de seguridad, así
este sea muy precario.
214
CAPÍTULO 10
PERSPECTIVAS
“Man has the fundamental right to freedom, equality and
adequate conditions of life in an environment of a quality that
permits a life of dignity and well-being, and he bears a solemn
responsibility to protect and to improve the environment for
present and future generations” Declaration of the United
Nations Conference on the Human Environment, Stockholm,
1972, p.6.
10.1 La calidad de vida como noción clave
La calidad de vida es un concepto interesante para la psicología ambiental, en la
medida en que participa de las preocupaciones de la disciplina. Por sus análisis,
la psicología ambiental puede contribuir significativamente en la definición y en
la identificación de las condiciones del bienestar del individuo. Sin embargo, el
término mismo sigue siendo ambiguo. A pesar de esto, es posible distinguir cuatro
corrientes de políticas públicas y de enfoques psicológicos referentes a la calidad
de vida. El primero se centra en aspectos que conciernen a los servicios de salud,
y los otros tres remiten a un enfoque más global: la satisfacción individual con
respecto a la calidad de vida, estándares objetivos de calidad de vida y respecto al
desarrollo sostenible (Uzzell & Moser, 2006).
Los estudios sobre la calidad de vida en términos de bienestar subjetivo
o de satisfacción con relación a las condiciones de vida se han concentrado en
encuestas que preguntan a los individuos si están satisfechos con sus condiciones
de vida en general. Algunas de estas investigaciones incluyen los objetivos de los
215
Psicología ambiental
encuestados a largo plazo y sus aspiraciones en materia de condiciones de vida y
autoevaluaciones de salud psicológica y mental. Así, por ejemplo, quienes practican
deporte o hacen jardinería, quienes tienen amigos y relaciones interpersonales
satisfactorias, así como quienes están casados, son significativamente más felices.
Donovan y Halpern (2002) hacen una distinción importante entre calidad de vida
y satisfacción con las condiciones de vida: la calidad de vida se relaciona con la
facilidad social y a menudo se mide a través de indicadores objetivos. La satisfacción
con las condiciones de vida es una medida subjetiva del bienestar en que cada
individuo aprecia su propio nivel de satisfacción, que puede ser determinado así
según criterios sociales, económicos, ambientales, espirituales, entre otros (Donovan
& Halpern, 2002). El Comité de las Regiones de la Unión Europea (CoR, 1999) hace
una distinción entre indicadores objetivos de la calidad de vida y la evaluación
subjetiva de la manera en que las condiciones materiales y no materiales tienen un
impacto en la calidad de vida del individuo, su bienestar y su satisfacción.
Una segunda interpretación de la calidad de vida se concentra en el nivel de
vida. Efectivamente, la calidad de vida está considerada a menudo por los poderes
públicos como sinónimo de nivel de vida (Jackson, 2002). Sin embargo, a pesar
del crecimiento del pleno empleo y de los ingresos por familia, los individuos
no se declaran necesariamente más satisfechos de su calidad de vida. Esto puede
explicarse por el hecho de que las medidas de la calidad de vida son muy puntuales y
tienen en cuenta la situación en su totalidad. En las grandes ciudades los individuos
se enfrentan a múltiples perjuicios ambientales que sin duda hacen parte de su
apreciación subjetiva de la calidad de vida. Además, entre más aumenta el nivel de
vida, menos “sostenibles” son nuestras sociedades (German Advisory Council on
Global Change, 1997; IPCC, 2001).
El término calidad de vida puede relacionarse de manera útil con las
preconizaciones del informe Brundtland (1987) sobre el desarrollo sostenible. Se
vuelve entonces sinónimo de desarrollo sostenible al exigir una mejor calidad de
vida para todo el mundo actualmente y para las generaciones futuras.
De la experiencia individual a los criterios colectivos
La calidad de vida concierne tradicionalmente a las apreciaciones del individuo. Se
hace énfasis en la experiencia subjetiva de bienestar con relación a la salud, a las
condiciones de vida y de trabajo, a las distracciones, a las relaciones familiares y
amistosas, etcétera. Estas evaluaciones son mediatizadas por las expectativas de los
encuestados y las comparaciones sociales que efectúan. La evaluación de la calidad
de vida solo puede ser relativa. Es el resultado de comparaciones intrapersonales
(“cómo veo mi calidad de vida ahora y cómo me gustaría verla en el futuro”) e
interpersonales (“cómo veo mi calidad de vida comparada con la de los demás”).
Aunque la calidad de vida sea una experiencia subjetiva, algunos investigadores
han intentado identificar indicadores objetivos de estas evaluaciones subjetivas. Sin
216
Cap.10 Perspectivas
embargo, algunos de estos indicadores tales como el espacio público disponible, la
contaminación del aire y el número de áreas de juego para los niños son difíciles de
medir ya que solo tienen sentido en relación con la colectividad. En consecuencia,
la calidad de vida se vuelve para muchos investigadores una descripción de las
condiciones que las colectividades locales tienen a su disposición, y solo tiene
entonces una relación distante con la experiencia subjetiva de los individuos
(Jacobs, 1999). Tales datos pueden en efecto mejorar colectivamente el nivel
de vida, pero estas mejoras se viven a su vez de manera diferente y no se ven
necesariamente como una mejora de la calidad de vida individual. Sin embargo,
el énfasis en un enfoque subjetivo e individual parece difícilmente conciliable con
la noción de desarrollo sostenible que es esencialmente de orden social (Uzzell &
Moser, 2006).
Calidad de vida y desarrollo sostenible
La referencia a las necesidades en el informe Brundtland (“a development capable
of satisfying the needs of the present generation without compromising the ability
of future generations’ satisfying their own needs”) abre la vía al reconocimiento
del bienestar individual y colectivo. Eso permite interesarse por la manera en que
el individuo interactúa con el ambiente, aspecto importante de la calidad de vida
ya que una relación positiva con el lugar de vida es esencial para el bienestar del
individuo. Esta relación positiva con el lugar de vida solo puede establecerse si
el individuo puede o ha podido entablar una red de relaciones interpersonales
satisfactoria (Moser, 2009a). Además, más allá de las condiciones residenciales
tales como la comodidad de la vivienda, el acceso a los servicios, las zonas verdes,
la criminalidad y el nivel de ruido en el vecindario, condiciones más generales
como el acceso al transporte, la preservación de los espacios naturales cercanos y
la calidad del agua y del aire contribuyen a la calidad de vida. Esto demuestra que
la calidad de vida concierne a todos los aspectos ambientales que le interesan a la
psicología ambiental.
Los individuos se ven afectados por el ambiente y las carencias ambientales
son susceptibles de ser perseguidas como una amenaza para la calidad de vida.
El ruido y la contaminación, la inseguridad, la ineficacia de los equipamientos
y las deficiencias del transporte son mencionadas frecuentemente por los
habitantes de las grandes ciudades como amenazas contra su bienestar (Rizk,
2003). Investigaciones en Estados Unidos (Marans, 2003) así como encuestas en
Europa (DEFRA, 2002) muestran que aproximadamente tres cuartas partes de los
encuestados están dispuestos a pagar más impuestos para mejorar la calidad de
vida objetiva en su ambiente cercano.
Si satisfacer las necesidades del individuo al nivel de su hábitat, de su
vecindario y de su barrio no plantea problemas insuperables en la medida en que
los espacios se comparten con individuos con los cuales puede haber relaciones
más o menos directas, al nivel de la ciudad o de la nación el reconocimiento de las
217
Psicología ambiental
necesidades individuales debe ser negociado y aceptado por quienes comparten
el mismo espacio. Desde la perspectiva de una población más y más heterogénea
en razón de una movilidad acrecentada, tal consenso sobre las necesidades podría
volverse cada vez más problemático, al menos en las grandes metrópolis.
Desde un punto de vista individual, una calidad de vida en el contexto del
desarrollo sostenible puede definirse en referencia a la congruencia individuoambiente.
Esto significa que “la calidad de vida solo puede alcanzarse, por una
parte, si los individuos interactúan con el ambiente de una manera respetuosa y,
por otra parte, si el ambiente no amenaza ni pone trabas en lo que el individuo
considera como su calidad de vida permitiendo así al individuo satisfacer sus
propias necesidades” (Uzzell & Moser, 2006). La congruencia individuo-ambiente,
es decir, una situación congruente, es alcanzada por medio de una relación positiva
entre las cualidades objetivas del ambiente, acompañada por una expresión de
satisfacción que concierne a este mismo ambiente (Uzzell & Moser, 2006).
La dimensión ambiental como aspecto de la calidad
de vida y del bienestar
En la literatura, los indicadores de la calidad de vida son extraordinariamente
diversos. El bienestar individual disminuye no solamente en términos de satisfacción
en lo que concierne a las relaciones interpersonales, la familia, el trabajo, la carrera,
la salud y las finanzas, sino también en lo que concierne a los diferentes aspectos
del ambiente. Desde la perspectiva del desarrollo sostenible, las cuestiones
ambientales a partir de ahora no solo hacen parte integral de la calidad de vida, sino
que también ocupan un lugar cada vez más importante. No se trata únicamente de
diferentes características de las condiciones de residencia (comodidad de vivienda,
acceso a los servicios, zonas verdes, índice de criminalidad en el vecindario, entre
otros, por ejemplo), sino también de las condiciones ambientales más globales tales
como el estado de los espacios naturales, la calidad del agua y la pureza del aire.
Así, en un estudio británico reciente sobre la calidad de vida (DEFRA, 2002),
los cinco aspectos considerados como los más importantes por las personas
encuestadas son la salud, la educación, la seguridad, el empleo y la calidad del
aire, siendo esta última mencionada por tres cuartas partes de los encuestados. La
amenaza que representa la contaminación atmosférica para el bienestar individual
parece ir mucho más allá de los riesgos sanitarios. Por lo tanto, conviene precisar
la importancia y el lugar de las cuestiones del ambiente en la apreciación y en
las exigencias individuales y colectivas en materia de calidad de vida, siendo
perseguidas mayoritariamente las preocupaciones ambientales como una amenaza
para el bienestar del individuo. Que sea un problema socialmente importante lo
demuestra el hecho de que, de manera repetida, numerosas investigaciones en
Estados Unidos (Marans, 2002, por ejemplo) y en Gran Bretaña (DEFRA, 2002) han
demostrado que aproximadamente tres cuartas partes de las personas encuestadas
están dispuestas a pagar más impuestos locales en vista de la mejora de la calidad
de su ambiente (clasificación de residuos, contaminación, etc.).
218
Cap.10 Perspectivas
Dimensión cultural, necesidades y hábitat
Las normas y estándares de calidad de vida están determinados culturalmente. Las
necesidades son diferentes en diferentes países. Se trata de una construcción social
que depende culturalmente de este hecho. La globalización no está acompañada
necesariamente de una homogeneización de las necesidades individuales. La
necesidad de espacio personal, las maneras de integrarse en el vecindario y
los modos de vida urbanos son diferentes entre una cultura y otra. Además,
comprometerse a comportamientos en favor del ambiente depende de valores
referentes al ambiente que están marcados culturalmente.
La necesidad de espacio personal plantea la cuestión, en una perspectiva
de globalización, de la universalidad de estas necesidades. Las investigaciones
en psicología ambiental han demostrado, por una parte, que las necesidades de
espacio varían de una cultura a otra y, por otra parte, que dependen de la posición
en el ciclo de vida (Sundstrom, 1978; Altman, 1975). Ciertos estudios, tales como
los de Nasar y Min (1984), muestran que quienes viven en espacios limitados en
el perímetro mediterráneo tienen reacciones diferentes a las de los asiáticos. Pero
estos estudios están hechos en ambientes culturalmente homogéneos y solo pueden
dar cuenta entonces de las diferencias interpersonales en función de los orígenes
culturales de los individuos (véase, por ejemplo, Loo & Ong, 1984). Necesitamos
más investigaciones como aquellas referentes a la reacción a la densidad en la
cultura japonesa (Canter & Canter, 1971). Las normas que rigen las condiciones
muy diferentes de las nuestras, las necesidades y las estrategias de adaptación
son capaces de proporcionarnos claves sobre la dinámica de la manera en que
los individuos reaccionan a las dimensiones físicas y sociales de sus respectivos
ambientes. La utilización del espacio doméstico y la noción de privacidad están
marcadas culturalmente y, por consiguiente, la noción de privacidad corre el
peligro de significar y cubrir condiciones bastante diferentes, no solamente
desde un punto de vista individual, sino también de una cultura a otra (Altman
& Chemers, 1980). Las preferencias relativas al hábitat individual o colectivo y la
utilización de verandas, balcones y jardines dependen tanto de las condiciones
climáticas como de las costumbres locales. Aunque las unidades habitacionales
individuales se consideran como ideales en las culturas anglosajonas, en ciertos
países latinoamericanos existe una clara preferencia por las unidades de varios
apartamentos, esencialmente por razones de seguridad.
Estudios más sistemáticos en este ámbito permitirían proporcionar a los
arquitectos y urbanistas directrices que les permitan tener en cuenta necesidades
que dependen de la cultura más allá de las simples nociones de concepción y
diseño. Kent (1991) propuso una clasificación de los diferentes grupos culturales en
función de su utilización del espacio doméstico, distinción que es especialmente
importante para la segmentación funcional de los arreglos espaciales. Kent señaló
que los habitantes reorganizan su espacio doméstico para volverlo compatible con
sus imperativos culturales cuando se encuentra en un ambiente que no corresponde
a sus propios estándares culturales. El bienestar tiene significados diferentes en
219
Psicología ambiental
culturas diferentes y el papel de la psicología ambiental debería ser el de identificar
las normas culturales para permitir establecer espacios que satisfagan necesidades
diversificadas en función de las mismas poblaciones diversas.
Por otro lado, existe una flagrante iniquidad relativa a las condiciones de
vivienda, de acceso a los servicios, de oportunidades de trabajo y de exposición
a los contaminantes, iniquidad que se resume por un ambiente de vida de mala
calidad. Estos fenómenos pueden documentarse y sus impactos en la calidad de
vida pueden medirse, por una parte, poniendo en relación equipamientos efectivos
y exposición a los perjuicios y, por otra parte, en percepción y evaluación de esta
misma calidad de vida por los residentes.
En las metrópolis que se desarrollaron durante el siglo pasado, el bienestar
y la calidad de vida se muestran esenciales. Tradicionalmente, las periferias de
grandes ciudades se consideran como más atractivas en las culturas anglosajonas
(Lindberg, Hartig, Garvill & Gärling, 1992), en razón de la clara preferencia por la
casa individual (Cooper, 1972; Thorne, Hall & Munro-Clark, 1982). Este enfoque
no corresponde a lo que pasa en otras ciudades como París, donde el centro de la
ciudad está más valorizado (Naturel, citado en: Moser, Ratiu & Fleury-Bahi, 2002).
Estas preferencias son opuestas a lo que se puede constatar en Estados Unidos
de América. Ellas van más allá de las características de los ambientes urbanos y
periurbanos respectivos y plantean la pregunta de las aspiraciones y necesidades de
los urbanos y de la dinámica interrelacional que son la base de las transformaciones
de la ciudad.
Los habitantes de las metrópolis se diversifican cada vez más en cuanto a sus
respectivas culturas y por ende también en lo que concierne a sus necesidades. En
otras palabras, deberíamos preguntarnos cómo los fenómenos de apropiación se
articulan con un compromiso positivo de la ciudad que permita a una población
cada vez más heterogénea apropiarse de la ciudad y construirse un hogar. ¿Cuáles
son las condiciones ambientales de un sentimiento de hogar y de la expresión de
una identidad urbana productora de bienestar? ¿Las minorías étnicas y culturales se
apropian de la ciudad al agruparse en lugares específicos o aspiran a integrarse en
la comunidad urbana en su totalidad?
10.2 Psicología ambiental y desarrollo sostenible
Tradicionalmente, la psicología ambiental se ha desarrollado con las demandas
sociales específicas en los diferentes países concernientes. En Francia, como en
otros países europeos, la posguerra se caracterizó por un éxodo rural que condujo
al amontonamiento de las poblaciones en las zonas urbanas muy densas a costa
del campo, a la elaboración apresurada de grandes conjuntos colectivos de
calidad mediocre y de dimensiones a menudo inhumanas y a la acogida masiva
de inmigrantes. Este desarrollo urbano rápido acarreó el aumento de la movilidad
220
Cap.10 Perspectivas
y la explosión de medios de transporte, con su cuota de contaminación y ruido,
fenómenos que tuvieron consecuencias nefastas, tales como la exclusión, la
delincuencia y el vandalismo, así como diversas patologías sociales. Esto llevó a los
poderes públicos a interrogar a las ciencias humanas y sociales, incluyendo a los
psicólogos ambientales, sobre los nuevos modos de vida urbana y sobre la calidad
de los espacios públicos y privados. En Francia, la demanda social e institucional
ha contribuido estos últimos años a orientar los trabajos en psicología ambiental
hacia una psicología de los ambientes y de la comodidad. Estos últimos desarrollos,
acompañados de la sensibilidad incrementada de la población a los problemas
ecológicos, abren así el camino hacia preocupaciones más globales. A esto se le
suman desde hace algunos años las presiones acrecentadas hacia un desarrollo
sostenible.
Desarrollo sostenible y globalización
El inicio del siglo XXI está marcado por dos referencias principales capaces de
marcar profundamente el desarrollo de nuestras sociedades: la referencia al
desarrollo sostenible (sustainable development) y la globalización, ambos
conceptos claves de la economía de este nuevo siglo, que necesariamente tienen
repercusiones en el modo de vida en general. La aparición de las preocupaciones
referentes al desarrollo sostenible desvía el desarrollo de la psicología ambiental.
Las preocupaciones, hasta entonces esencialmente centradas en el hábitat y la
ciudad, se han ampliado progresivamente, por una parte, hacia el modo de vida
y, por otra parte, hacia los comportamientos proambientales. Además, el informe
Brundtland (1987) ha dado paso a preocupaciones vinculadas al modo de vida. La
referencia a las necesidades permite en efecto incluir, no solamente la necesidad
de un desarrollo económico armonioso y respetuoso del ambiente, sino también
preocuparse por el bienestar del individuo. Esta preocupación interpela en especial
nuestra disciplina, en la medida en que los modos de relaciones con el ambiente
constituyen un aspecto importante que contribuye al bienestar del individuo. Así, la
psicología ambiental puede analizar, explicar y aportar conocimientos capaces de
revelar las condiciones del bienestar y ayudar a la decisión en materia de ambiente.
La globalización de la economía y su corolario, la mundialización de
intercambios y medios de comunicación, acarrea una presión a la uniformización
cultural y de los modos de vida. El establecimiento progresivo de la globalización
ha conllevado con toda la razón un temor de la uniformización de los valores y
del anonimato. Por tanto, la globalización es considerada por muchos de nuestros
conciudadanos como una amenaza para su identidad y provoca una reivindicación
de esta. La globalización y los temores que la acompañan son así generadores
de numerosos movimientos sociales que enfatizan en las particularidades locales.
Estas reivindicaciones de la identidad están acompañadas la mayor parte del tiempo
de un compromiso local protector, sinónimo de seguridad, y de la presencia de
afirmaciones de diferencias y de originalidades que a menudo están arraigadas
territorialmente. Se trata innegablemente de una búsqueda de identidad justificada
espacialmente. Este movimiento representa el segundo desafío principal para la
221
Psicología ambiental
psicología ambiental de este comienzo de siglo. El compromiso local, la apropiación
y la identidad ambiental son en efecto conceptos utilizados tradicionalmente por
nuestra disciplina, pero su inscripción en el desarrollo sostenible y la globalización
les da una dimensión nueva. En especial:
1. Las necesidades en materia de ambiente, en una perspectiva de
globalización, plantean la pregunta de su universalidad. ¿Estas necesidades
son las mismas en todas partes? Las investigaciones en psicología ambiental
nos han enseñado por ejemplo que la necesidad de espacio es diferente,
por una parte, de una cultura a otra y, por otra parte, en función del ciclo
de vida. Investigaciones longitudinales y comparaciones interculturales en
psicología ambiental deberían poder responder a estas preguntas.
2. El bienestar no puede ser independiente de un arraigamiento territorial.
Ahora bien, si este no plantea problemas específicos en el medio rural,
reviste una importancia capital en el seno de las grandes metrópolis que se
desarrollaron durante el siglo pasado.
En otras palabras, ¿cómo los fenómenos de apropiación que permiten
a la mayoría de los citadinos construirse un hogar se articulan con un
compromiso positivo de la ciudad? ¿Cuáles son las condiciones individuales
y ambientales de un sentimiento de “hogar” y de una expresión de identidad
generadores de bienestar en las grandes metrópolis contemporáneas? Más
allá de las condiciones materiales, las relaciones interpersonales locales
son de suma importancia en el bienestar del individuo (Moser, 2009a).
3. Los comportamientos a favor de la preservación del ambiente deben estar
definitivamente inscritos en el desarrollo sostenible. Para ello, el hecho de
centrarse en el individuo no basta. Más allá de la inscripción en el ambiente
físico, las incitaciones deben tener en cuenta aspectos sociales del ambiente
para conseguir compromisos colectivos. En otras palabras, la integración
social y comunitaria es primordial en la promoción de comportamientos
ecológicos. En segundo lugar, es necesario tener en cuenta el hecho de
que es muy difícil para el individuo percibir adecuadamente el estado
del ambiente a un nivel global y en una perspectiva temporal extendida.
Además, la resolución del dilema, usual en este tipo de situación, entre
un comportamiento a corto plazo benéfico para el individuo y la acción
colectiva depende en gran medida de valores culturales así como de la
accesibilidad y de la percepción de los recursos ambientales. ¿Cómo las
diferencias interculturales concernientes a los valores son compatibles con
un comportamiento proambiental? Paradigmas tales como el dominant
western paradigm y el new environmental paradigm (Arcury & Christianson,
1990) han intentado responder a esta pregunta. Los comportamientos
con respecto al ambiente explican ampliamente la adhesión ya sea a la
defensa del consumidor que permanece ampliamente dominante en
nuestras culturas occidentales o a una concepción ecológica a la que le
cuesta trabajo imponerse. Lévy-Leboyer, Bonnes, Chase, Ferreira-Marques
222
Cap.10 Perspectivas
y Pawlik (1996) han demostrado que las percepciones, las actitudes y
el comportamiento concernientes al ambiente varían de una cultura a
otra y por lo tanto dependen de las condiciones variables del ambiente,
de los recursos naturales y del contexto social (valores, regulaciones,
infraestructuras y oportunidades de acción).
En definitiva, tanto el desarrollo sostenible como la globalización de los
intercambios movilizan el conjunto de temáticas desarrolladas tradicionalmente
por la psicología ambiental. En efecto, el hábitat, los modos de vida urbanos, las
necesidades en materia de ambiente, la implicación local y la búsqueda de identidad,
así como las actitudes y comportamientos a favor del ambiente, son temáticas que
han preocupado a la psicología ambiental desde sus inicios en los años 70, pero el
desafío principal en este siglo XXI es restituir el conjunto de estas temáticas en una
perspectiva intercultural y una dinámica temporal. Efectivamente, el bienestar y las
preocupaciones de preservación del ambiente necesitan un análisis que incluya la
dimensión cultural y la dimensión temporal como dimensiones esenciales para la
comprensión de los fenómenos.
La psicología ambiental debe liberarse de una visión instantánea de la relación
individuo-ambiente para volverse una psicología donde la relación con el ambiente
se produce en referencia a una historia personal y a una proyección en el futuro que
condicionan su relación con el ambiente. Se trata de dirigirse decididamente hacia
una psicología ambiental más dinámica. Si los análisis de los comportamientos a
favor del ambiente nos han enseñado a interesarnos por el horizonte temporal,
pocas investigaciones toman en consideración explícitamente esta dimensión. Solo
volviendo a centrar los análisis en el individuo y su relación con el ambiente,
considerado en sus dimensiones espaciales, culturales y temporales, la disciplina
podrá elaborar metateorías que le son propias.
La psicología ambiental se enfrenta hoy en día a la apuesta de la coherencia
teórica. Este reto solo podrá ser aceptado al situarse en una perspectiva
transaccional en psicología ambiental que pone en el centro de su enfoque la
relación particular entre el individuo y el ambiente a través de sus percepciones
y sus comportamientos. Tanto el individuo como el ambiente están definidos de
manera dinámica e interdependiente. Efectivamente, los individuos sitúan siempre
sus acciones en un lugar específico y la naturaleza de este lugar, como se especifica,
es un componente importante de su acción y su experiencia (Canter, 1986). Así,
el “lugar” se considera como una unidad sociofísica de análisis: se concibe como
un ambiente geográfico experimentado o vivido, con una dimensión individual
y colectiva, y constituido (1) de propiedades espacio-físicas; (2) de actividades; y
(3) de experiencias cognitivas y evaluativas que a su vez remiten a las actividades
y a las propiedades físicas. Es necesario entonces comprender las relaciones
existentes entre estas experiencias cognitivas y evaluativas y los comportamientos,
especialmente porque estos inducen a su vez a modificaciones del ambiente. Es por
estas modificaciones y por sus efectos en una escala espacio-temporal extendida
por lo que nos interesamos en especial al plantear el problema del desarrollo
223
Psicología ambiental
sostenible. Esto implica considerar el ambiente en su naturaleza multidimensional:
al nivel local como global, y en sus dimensiones a la vez físicas y sociales. Es en
este sentido que las orientaciones del desarrollo sostenible y las consecuencias de
la globalización pueden dar un nuevo impulso a la psicología ambiental.
La creciente utilización de este concepto de desarrollo sostenible, desde
el informe Brundtland y la conferencia de Río de 1992, refleja la preocupación
creciente de las naciones, las organizaciones, los políticos y los individuos por el
ambiente y por los problemas ecológicos. Estas preocupaciones institucionales y
públicas, pero también numerosas circunstancias, deseos y alertas, han permitido
que el desarrollo sostenible se valorice socialmente (Pol, 2003). Sin embargo,
presenciamos un desajuste importante entre lo que se preconiza y lo que realmente
se observa. Si la noción de desarrollo sostenible suscita una adhesión de principio
por la mayoría de la población, parece ser que en efecto los comportamientos
proambientales individuales no funcionan necesariamente y son difíciles de
implementar. Se observa una inadecuación entre los esfuerzos llevados a cabo
por los Estados y la respuesta proambiental deseada en los ciudadanos, al ser esta
a veces aleatoria: los objetivos inmediatos, las estrategias y la orientación de las
acciones son específicas en los lugares y en las poblaciones (Pol, 2003). Así, una
población que pueda mostrarse muy sensible a los problemas ambientales y a favor
de los programas asociados no realizará necesariamente los esfuerzos esperados a
favor del ambiente.
Las exigencias del desarrollo sostenible, en los años venideros, pueden implicar
y movilizar de forma creciente no solamente las ciencias humanas y las ciencias
exactas, sino también todas las otras partes de la sociedad y, particularmente, los
aspectos económicos a través de los procesos de producción (Uzzell & Räthzel,
2009). Es en el marco de esta globalización que la psicología ambiental pasa a
jugar un rol crucial, en la medida en que el individuo está en el centro del proceso.
Environmental psychology may become more and more concerned about helping
societies to develop sustainable environments. The application of this research
ranges from one extreme, focusing on changes in the quality and quantity of demand
(the need to change people’s lifestyles), to another extreme, focusing on changes
in the production process to make it more sustainable. The latter may however
never be possible unless people change their aspiration levels, pay more attention
to equity issues, and so forth. We see a new need for environmental psychology
research that illuminates the consequences for people of new production processes,
e.g., the production of sustainable housing. We believe that this means that
environmental economists, engineers, and applied natural scientists will be among
the new “practitioners” to a considerably greater extent than was the case in the
past. (Gärling & Hartig, 2000, p.31)
224
Glosario
A
Activación
La teoría de la activación considera
que los estímulos ambientales
modifican el nivel de alerta
o de excitación del individuo y
producen una distracción que le
impide realizar una actividad en
condiciones normales.
Adaptación
La adaptación puede considerarse
como el resultado de un proceso
complejo de interacciones permanentes,
dinámicas y dialécticas
entre el individuo y su ambiente
físico y social. La adaptación es
el resultado de la interacción del
sujeto con la situación o el contexto.
Affordances
Para Gibson, el ambiente puede
definirse como un campo de
oportunidades y de posibilidades
de comportamientos que el individuo
es libre de aprovechar.
Las oportunidades que ofrece un
ambiente no existen como tal; es
solo por medio de la manera en
que son percibidas y utilizadas
por el individuo que ellas se actualizan.
Ambiente físico
Se entiende por ambiente físico,
en contraste con el ambiente natural,
el conjunto del entorno edi-
ficado, así como los elementos
muebles que lo componen.
Ambiente social
El ambiente social está constituido
por el conjunto de los individuos
que pueblan efectiva o virtualmente
un lugar dado.
Análisis in situ
Análisis en la situación, es decir,
en el terreno. Tal análisis necesita
la consideración del conjunto de
las dimensiones físicas y sociales
de la situación analizada y permite
tener una visión global de los
factores que entran en juego.
Apego
Vínculos que ligan a un individuo
o a un grupo de individuos a un
lugar particular que está comprometido
positivamente y contribuye
a la identidad espacial del
individuo.
Apropiación
Espacios ocupados, ya sea definitiva
o transitoriamente, que están
acompañados de una relación
afectiva con el espacio. La apropiación
consiste en marcar un
territorio con objetos personales
tales como muebles, fotos o recuerdos.
El espacio así apropiado
contribuye a la identidad del individuo
y proporciona un sentimiento
de seguridad.
225
Psicología ambiental
Arraigamiento
El lugar de arraigamiento es un
espacio fuertemente personalizado
(vivienda, casa individual),
vinculado afectivamente y apropiado
por el individuo o por la
unidad familiar.
Arraigo
El arraigo se basa en un sentimiento
de pertenencia que se manifiesta
por la estabilidad y la permanencia
del vínculo establecido
y por la voluntad de inscribirlo
en el tiempo. Identificarse en un
lugar significa que este adquiere
una función simbólica de representación
de sí y un rol central en
el proyecto del individuo y contribuye
a la identidad personal.
Aspiraciones
Las aspiraciones y los objetivos
del individuo son un elemento
importante de la congruencia
individuo-ambiente. Estas participan
de la evaluación de un
ambiente dado y, si el ambiente
corresponde a las necesidades del
individuo, permiten el apego y el
arraigamiento.
Auditoría
Encuesta con vistas a establecer
un diagnóstico que incluya a los
usuarios de un emplazamiento
dado. La auditoría representa la
primera etapa de una intervención
ambiental conjuntamente
con un diagnóstico del estado objetivo
del ambiente en cuestión.
B
Barrio
El espacio de proximidad tiene
una función particular para la
apropiación de la ciudad. Se trata
de un espacio definido de forma
subjetiva en relación con sus características
físicas y sociales, que
forman una unidad que se inscribe
en un espacio delimitado subjetivamente.
Es el terreno de gran
número de prácticas frecuentes, a
veces cotidianas, que favorecen
su apropiación.
C
Calidad de vida
La calidad de vida refleja el bienestar
subjetivo y la satisfacción
con relación a las condiciones de
vida. Se pueden distinguir dos tipos
de enfoques que conciernen
a la identificación de las condiciones
del bienestar del individuo.
El primero centrado en los
equipamientos a los cuales los individuos
tienen acceso (salud, escolaridad,
distracciones, etc.) y el
segundo centrado en el individuo
que refleja su satisfacción con relación
a los aspectos objetivos de
calidad de vida.
Centralidad
Cualidad asociada a menudo al
hogar. Este constituye un punto
central en la medida en que se
trata de un lugar en el cual los
habitantes piensan ejercer un
control exclusivo y permanente
y al cual ellos atribuyen un significado.
Constituye el punto físico
central de sus desplazamientos,
así como una centralidad afecti-
226
Glosario
va y de arraigo, que a menudo se
asocia con el sentimiento de pertenencia
al lugar.
Ciudadanía
La ciudadanía se construye a partir
de la apropiación de un lugar
de vida, del arraigamiento territorial
y de las relaciones personales
que se desarrollan a través de la
cohabitación en el vecindario y la
frecuentación del tejido urbano.
La relación con lo urbano se construye
a través de la pertenencia a
una (o varias) comunidad(es).
Comodidad
La comodidad es particular a
una situación dada. Se define
por la ausencia de incomodidad,
acompañada por una sensación
de bienestar y de satisfacción. A
menudo las investigaciones se refieren
a un aspecto particular de
la comodidad física (comodidad
lumínica, comodidad térmica).
Comunidad urbana
Más allá de una entidad administrativa
y geográfica, el término
“comunidad” designa un lugar
asociado a un grupo de personas,
y toma entonces el sentido de
vecindario. En el sentido psicológico,
la comunidad designa un
grupo de individuos que tienen
ciertas características comunes.
Conductas de ayuda
Respuesta positiva a una súplica
explícita o a una petición implícita
que surge de una persona anónima
en la vía pública.
Congruencia
La congruencia es el resultado
de la dinámica de las relaciones
entre el individuo y su ambiente,
en términos de comportamientos,
significados, valores y preferencias.
Conduce al equilibrio y al
bienestar del individuo.
Contingencia
Las relaciones causales se encuentran
relativizadas desde que
se les ubica en situaciones reales,
necesariamente caracterizadas
por condiciones singulares. Los
fenómenos aprehendidos están
condicionados por las situaciones
en las cuales se han evidenciado.
Se distinguen las contingencias
que se deben a las situaciones y
las contingencias que se deben a
las características individuales.
Control
La controlabilidad se define como
la percepción de la posibilidad de
que la situación sea modificable
por el individuo. El control se expresa
según tres modalidades: el
control directo, en que el comportamiento
del individuo puede
entonces cambiar las condiciones
situacionales; el control cognitivo
por apreciación de una situación
y su evaluación; y el control de
decisión. Para que el individuo
tenga el control o el dominio de
una situación, es necesario que
considere poder tener una influencia
en la situación y que el
compromiso en un control cognitivo
o conductual tenga una probabilidad
mayor de surtir efecto
que la simple dinámica de la situación
en cuestión.
Convivencia
El hecho de vivir juntos en un
mismo territorio, independiente-
227
Psicología ambiental
mente de las afinidades que puedan
existir entre unos y otros. La convivencia
en el medio urbano, base de
la cohesión social, es una condición
esencial de la ciudadanía.
D
Densidad física/social
Se distingue densidad (concepto
del ambiente físico) y amontonamiento
(concepto del ambiente
social). La densidad física está representada
por el número de personas
que ocupan una superficie
determinada, y el sentimiento de
amontonamiento, por la percepción
de una densidad que se considera
elevada. La densidad representa
un estrés y produce efectos
conductuales y cognitivos descritos
en términos de consecuencias
de la explosión del estrés.
Desarrollo sostenible
El desarrollo sostenible es un desarrollo
capaz de satisfacer las necesidades
de la generación actual
sin comprometer la posibilidad
para las generaciones futuras de
satisfacer las suyas (informe Brundtland).
El desarrollo sostenible
implica una capacidad de cooperación
y de ayuda mutua en
el seno de una misma generación
y una solidaridad con las generaciones
futuras.
Determinismo ambiental
El determinismo considera que
los comportamientos y las cogniciones
del individuo encuentran
su originalidad en las condiciones
ambientales a las cuales este está
expuesto. El nivel de activación
(o nivel de estimulación), la sobrecarga
informacional, las obligaciones
ambientales y el nivel
de adaptación reflejan la manera
en que el ambiente tiene una incidencia
en el individuo.
Dilema social
El dilema social representa una
elección alternativa entre la acción
en un interés individual y la acción
en el interés común, en el caso en
que dos acciones estén en contradicción.
El dilema social se evalúa
en términos de costos y beneficios
respectivos de un comportamiento
orientado hacia el interés común o,
por el contrario, egoísta.
E
Enfoque molar
Enfoque que consiste en englobar
en el análisis al individuo, su
ambiente y las relaciones entre el
individuo y su medio. Sin embargo,
la molaridad no se confunde
con una actitud globalista. No
excluye el análisis de variables
particulares; solamente exige que
todas sean examinadas y tenidas
en cuenta simultáneamente (actitud
holística).
Enfoque sistémico
El enfoque sistémico considera
que las relaciones del individuo
con el ambiente funcionan como
un sistema. Se trata de un proceso
complejo de interacciones
permanentes, dinámicas y dialécticas
entre el individuo y su ambiente
físico y social.
Escalas de análisis
Por “escalas de análisis” se entienden
los espacios concéntricos
228
Glosario
que se extienden del espacio privado
—el hábitat— a través del
espacio semiprivado o semipúblico
y el vecindario al espacio
público, la ciudad y el ambiente
global, espacios en los cuales se
sitúa el análisis. Cada uno de estos
espacios implica una relación
particular del individuo con el ambiente
tanto físico como social.
Escenarios de conducta
Los escenarios de conductas (behavior
settings) son una unidad
ecológica que incluye los comportamientos
desplegados en un
lugar dado y las características
físicas de estos lugares, en particular
su disposición y su capacidad
de acogida. El individuo tiene
actitudes diferentes en función
del lugar en el cual se encuentra
y, según lo que sabe sobre este lugar,
regula su comportamiento.
Espacio privado/espacio privativo
El espacio privado o territorio primario
es un espacio que un individuo,
o un número limitado de individuos
que viven en una relación
de intimidad, se atribuye(n) exclusivamente
y sobre el cual tiene(n),
por este hecho, un control ampliado.
El hábitat se considera como el
espacio privado por excelencia.
Espacio público
El espacio público, en contraste con
el espacio privado, es un espacio
abierto al público, es decir que es
accesible a todo el mundo y puede
entonces ser frecuentado libremente.
Espacio semipúblico
Espacio cuyo acceso es o puede
ser limitado a ciertas categorías
de individuos. Puede tratarse de
espacios colectivos de conjuntos
habitacionales o de espacios cuyo
acceso se reserva a ciertos usuarios.
Estrés
El estrés se inscribe en un proceso
relacional. Representa un
desequilibrio entre las exigencias
ambientales y la capacidad del
organismo de estar frente a estas
demandas. Hay estrés cuando la
interpretación que hace individuo
de la situación lo lleva a considerarla
como perturbadora y los
comportamientos paliativos y/o la
estimación que hace de sus propias
capacidades de enfrentarse
le hacen concluir su ineficacia.
G
Globalización
La globalización de la economía
y la mundialización de intercambios
y medios de comunicación
conllevan una presión a la uniformización
cultural y de los modos
de vida. La globalización genera
así un miedo a la pérdida de los
valores y del anonimato y representa
una amenaza de la identidad.
Estos miedos están acompañados
la mayor parte del tiempo
de un compromiso local protector,
sinónimo de seguridad y de
afirmaciones de diferencias y de
originalidades a menudo arraigadas
territorialmente: en otras palabras,
de una búsqueda de identidad
espacial justificada.
H
Hábitat
El hábitat es el lugar de vida del
individuo. Las relaciones de este
con su vivienda sobrepasan gene-
229
Psicología ambiental
ralmente el marco funcional del
hábitat para tomar el significado
más profundo del “hogar”, que
implica una manera de construir
su vida en un espacio geográfico
dado.
Hogar
El “hogar” representa tanto un espacio
físico como una idea abstracta
de este. Los aspectos físicos
solo constituyen una parte de la
definición del “hogar”; las dimensiones
sociales, cognitivas, culturales
y conductuales confieren al
“hogar” las cualidades de lugar seguro
(refugio), de comodidad y de
lugar simbólico al cual se regresa
después de los desplazamientos.
I
Identidad urbana
La identidad urbana es la resultante
del apego a un espacio urbano
acompañado de un compromiso
social. Es el fruto de la
relación que el individuo mantiene
a través de sus prácticas en el
seno del tejido urbano, es decir,
a través de la experiencia directa
del ambiente y de una construcción
social que se deriva de la comunicación
social. La dimensión
social parece ser más importante
a la escala de lo urbano que el
apego al lugar.
Ingeniería socioambiental
Las intervenciones en el terreno
se efectúan tanto en el ambiente
construido —y en su acondicionamiento
especialmente— como
en el ambiente social, a saber: el
conjunto de poblaciones implicadas
(de usuarios, institucionales,
sociedades comanditarias, de actores,
etc.). La ingeniería socioambiental
consiste en intervenir
al nivel del diagnóstico, de la implementación
y de la evaluación
posintervención.
Interdisciplinariedad
La intervención en materia de
relaciones individuo-ambiente
genera frecuentemente una colaboración
entre varias disciplinas.
La implementación de la pluri o
multidisciplinariedad depende
del tipo de colaboración deseada
y de la naturaleza de la implicación
de las otras disciplinas
solicitadas. Se distinguen dos
ejemplos: por una parte, el funcionamiento
pluridisciplinario y,
por otra parte, el funcionamiento
inter o transdisciplinario.
M
Malestar
Expresión de incomodidad atribuida
a una molestia (ruido, olor,
etc.). La expresión de malestar no
resulta exclusivamente de una exposición
a la molestia; también
puede resultar de una insatisfacción
que se atribuye entonces a
la molestia. Nunca es el reflejo
fiel de la exposición a la molestia
incriminada, sino que es el resultado,
por una parte, de una interacción
entre diferentes aspectos
del ambiente y, por otra parte,
de los conocimientos de los que
dispone el individuo acerca de la
molestia incriminada.
Marca
Se entiende por “marca” la construcción
de barreras físicas y/o
230
Glosario
simbólicas que materializan un
territorio para aislarse o protegerse
de la intrusión del otro.
Esto puede parecer importante,
no solo en el espacio doméstico,
sino también en el lugar de trabajo
o para ciertas actividades de
tiempo libre.
Mitos de la naturaleza
Pueden distinguirse cuatro valores
que conciernen a la naturaleza.
La concepción “individualista”,
que considera la naturaleza como
un sistema robusto y resistente y
por lo tanto inofensivo; la concepción
“fatalista”, que considera
la naturaleza como impredecible
y versátil; la concepción “jerarquizada”,
que considera la naturaleza
como tolerante y moderadamente
vulnerable; y la concepción
“igualitaria”, que considera
la naturaleza como efímera y por
lo tanto como un sistema frágil y
precario. Es esta última concepción
la que se acompaña de una
conciencia ambiental y a menudo
también de comportamientos
ecológicos consecuentes.
Molestia ambiental
Las molestias son condiciones físicas
ambientales potencialmente
perturbadoras o en ciertos casos
incluso perjudiciales para los individuos
que se exponen a ellas,
tales como el ruido, la contaminación
o la temperatura excesiva.
Producen un efecto de estrés.
O
Obligación
La obligación ambiental limita o
impide al individuo alcanzar el
objetivo que se fija. Puede ser
tanto efectiva como percibida. En
todos los casos, el individuo interpreta
cognitivamente la situación
como lo que no le permite tener
el dominio de esta.
P
Paisaje
Se entiende por paisaje la superficie
territorial que se ve desde un
solo punto de vista. Tradicionalmente,
designa la naturaleza típica
de un lugar o de una región.
Actualmente, se considera, por
extensión, que existe también un
paisaje urbano. Los conceptos de
“naturaleza” y “natural” no participan
necesariamente en la definición
del paisaje.
Plasticidad
La plasticidad o flexibilidad de
las conductas concierne a la capacidad
de reorganización conductual
en respuesta a modificaciones
del medio. La plasticidad
es un proceso dinámico de adaptación
conductual y/o cognitiva
destinado a asegurar una congruencia
entre el individuo y la
situación en la cual evoluciona.
Psicología aplicada
La relación individuo-ambiente
solo puede evidenciarse en el
terreno. La psicología ambiental
funciona según una lógica inductiva
al generar las teorías partiendo
de constataciones o de hechos
evidenciados en el terreno. Es una
psicología aplicada en la medida
en que sus problemáticas resultan
a menudo de la petición social en
231
Psicología ambiental
un sentido amplio y en que sus resultados
concretos contribuyen a
la toma de decisión en materia de
ambiente.
R
Ruido
Emanación sonora indeseada. El
ruido tiene, por una parte, efectos
objetivos cognitivos, afectivos
y conductuales y, por otra parte,
efectos subjetivos que se expresan
por medio del malestar.
S
Seguridad
El espacio apropiado contribuye a
la identidad del individuo y proporciona
un sentimiento de seguridad.
En efecto, los territorios
apropiados tienen como función
esencial producir predictibilidad,
orden y estabilidad. Son espacios
controlables y controles que permiten
la personalización y la regulación
de intrusiones.
Sentimiento de inseguridad
La inquietud con relación a la
criminalidad y al miedo a la victimización
en ambientes urbanos
restringe los contactos sociales y
representa un estrés. Considerado
por algunos como la respuesta individual
y afectiva a la criminalidad
del ambiente, el sentimiento
de inseguridad está sin embargo
más extendido que la criminalidad,
y el miedo no está en relación
directa ni está “justificado”
de ninguna manera por la criminalidad.
El sentimiento de inseguridad
y de vulnerabilidad puede
explicarse por una percepción de
riesgos supuestos y un sentimiento
de pérdida de dominio, es decir, la
imposibilidad de controlar una situación
que se imagina peligrosa.
T
Transacción
Los enfoques en términos de transacciones,
es decir, en términos
de sistema de interdependencias
entre individuo y el ambiente,
integran tanto la experiencia del
individuo como sus proyectos,
sus representaciones y sus acciones,
y se inscriben entonces en
la temporalidad. Para el enfoque
transaccional, la unidad de análisis
no es el ambiente o el individuo
sino los acontecimientos, y
el cambio es intrínseco al sistema
individuo-ambiente.
Triangulación
Consiste en confrontar datos resultantes
de diferentes técnicas
implementadas en el terreno. La
mayor parte del tiempo se trata de
relacionar datos verbales, resultantes
de entrevistas o cuestionarios
y datos conductuales, resultantes
de observaciones directas o
indirectas, a saber: rastros.
U
Urbanidad
La urbanidad se define por saber
vivir juntos. Consiste en comportarse
en referencia a los usos
socialmente valorizados. Las normas
de urbanidad son normas
tácitas. Se trata de un conjunto
de convenciones compartidas
referentes a los actos de la vida
232
Glosario
cotidiana, interiorizado por los
miembros de un grupo social.
V
Vandalismo
El vandalismo es una degradación
voluntaria del ambiente caracterizada
por la ausencia de motivación
de beneficio y en la cual
los daños que acarrea son considerados
como tales tanto por el (o
los) actor(es) como por la víctima.
Esta definición excluye los grafitis,
considerados como un modo
de expresión y de comunicación,
y la negligencia, que acarrea una
degradación progresiva.
Vecindario
Lugar en el cual está asociado un grupo
de individuos que pueden formar
una comunidad de habitantes.
El barrio representa la unidad
espacial de vecindario más identificada
comúnmente.
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PÁGINA EN BLANCO
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