Los cuatro amores
Libro de C.S Lewis que habla de los tipos de amor y como podemos conocerlos y distinguir su esencia, siempre Lewis con un enfoque Cristiano y una escritura impecable.
Libro de C.S Lewis que habla de los tipos de amor y como podemos conocerlos y distinguir su esencia, siempre Lewis con un enfoque Cristiano y una escritura impecable.
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hacer es una característica que tiene valor de supervivencia. No sólo debíamos hacer
cosas sino que teníamos que hablar de ellas: teníamos que hacer un plan de caza y de
batalla. Cuando éstas terminaban, teníamos que hacer un examen post mortem y sacar
conclusiones para el futuro; y esto nos gustaba todavía más. Ridiculizábamos o
castigábamos a los cobardes y a los chapuceros, y elogiábamos a los que se
destacaban en las acciones de guerra o de caza.
—Él tenía que haber sabido que nunca podría acercarse al animal con el viento
dándole de ese lado…
—Es que yo tenía una punta de flecha más ligera; por eso resultó.
—Lo que yo siempre digo es que…
—Se lo clavé así, ¿ves? Así como estoy sosteniendo ahora esta vara…
Lo que hacíamos era hablar del trabajo. Disfrutábamos mucho de la compañía de
unos con otros: nosotros los valientes, nosotros los cazadores, todos unidos por una
destreza compartida, por los peligros y los padecimientos compartidos, por bromas
hechas en confidencia, lejos de las mujeres y de los niños.
El hombre del paleolítico pudo o no haber llevado un garrote al hombro, como un
bruto, pero ciertamente era miembro de un club, una especie de club que
probablemente formaba parte de su religión, como ese club sagrado de fumadores,
donde los salvajes, en Typee de Melville, se reunían todas las noches de su vida
«maravillosamente a gusto».
¿Y mientras tanto qué hacían las mujeres? No lo sé, cómo podría saberlo yo: soy
un hombre, y nunca he espiado los misterios de Bona Dea, la protectora de las
mujeres. Seguramente tenían frecuentes rituales de los que los hombres estaban
excluidos. Cuando, como sucedía a veces, tenían a su cargo la agricultura, adquirirían
ciertas habilidades, conseguirían logros y triunfos comunes, igual que los hombres.
Aun con todo, quizá su mundo no fue tan marcadamente femenino como fue
masculino el de sus compañeros los hombres. Los niños permanecían con ellas; tal
vez los ancianos también. Pero sólo hago suposiciones; además, sólo puedo rastrear
la prehistoria de la amistad en la línea masculina.
Este gusto en cooperar, en hablar del trabajo, en el mutuo respeto y entendimiento
de los hombres, que diariamente se ven sometidos a una determinada prueba y se
observan entre sí, es biológicamente valioso. Usted puede, si quiere, considerarlo
como un producto del «instinto gregario»; a mí me parece que, considerarlo así, es
como dar un largo rodeo para llegar a algo que todos comprendemos hace tiempo
mucho mejor que nadie ha comprendido la palabra «instinto»: algo que tiene lugar
actualmente en miles de salas de espera, salas de estar, bares y clubes de golf: yo
prefiero llamar a eso compañerismo, o «clubismo».
Este compañerismo es, sin embargo, sólo la matriz de la amistad. Con frecuencia
se le llama amistad, y mucha gente al hablar de sus «amigos» sólo se refiere a sus
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