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La novia gitana Carmen Mola

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El ascensor es pequeño, de los de madera y rejas, instalado en el hueco

de una escalera que no fue construida para albergar uno. La proximidad

entre la inspectora y Zárate es incómoda, ella no parece darse cuenta.

—¿Se la has robado a Chesca?

Entre lo pequeño del ascensor y lo abrupto de la pregunta, Zárate siente

que es imposible que la inspectora no se dé cuenta de que el corazón se le

ha acelerado. No vale la pena negarlo.

—Era la única forma de encontrar la BAC. Y no quiero quedarme fuera

del caso.

—¿Por qué?

—Es mi primer muerto por asesinato desde que llegué a este destino.

Llevo toda la vida preparándome para esto...

La inspectora Blanco no habla hasta que se detiene el traqueteo del

ascensor. Zárate duda sobre la conveniencia de haber dicho la verdad, llega

a pensar que le van a detener en cuanto llegue al descansillo de la cuarta

planta. La inspectora acerca una tarjeta a un lector y la puerta se abre. Por

fuera parece una puerta normal; al ver su hoja, se nota que está blindada.

Dentro hay una recepcionista.

—Verónica, hazle una tarjeta al subinspector Zárate, va a pasar unos

días con nosotros.

—En mi destino… —la decisión de la inspectora ha pillado

desprevenido a Zárate.

—Yo hablo con ellos. Ven.

Al pasar por un despacho, ella se detiene. Dentro está Chesca.

—Anda, toma tu cartera. Tienes que tener más cuidado, Chesca: si no

llega a encontrarla Zárate en la Quinta de Vista Alegre, te tienes que

renovar hasta el DNI —le dice mientras se la entrega.

—A buenas horas.

Chesca mira con evidente hostilidad a Zárate; de no haber estado la

inspectora Blanco, habría acabado con la pelea que iniciaron en la Quinta.

Zárate se dice que debe tener cuidado con ella. Él y la inspectora siguen

andando hasta llegar a una puerta cerrada.

—Ahí dentro están los padres de la víctima. Se llaman Moisés y Sonia.

Ya asesinaron hace años a su hija mayor, Lara, ahora han matado a la

pequeña. Vamos a darles la noticia.

—¿Quiere que la acompañe? —se extraña Zárate.

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