Revista Orgullo, edición 2022
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ORGULLO
Sobre lo anterior, pareciera que existe
un consenso en el movimiento. Reconocemos
quiénes se han autoproclamado
como enemigos del movimiento. Sin embargo,
el nudo problemático se origina
cuando aquellos sectores autollamados
progresistas, “aliados” en contextos
electorales, nos dan la espalda y acuden
a nuestros derechos como monedas
de cambio.
En las elecciones de 2018, sentimos
miedo ante la posibilidad de que un
candidato fundamentalista de derecha,
llegara a la presidencia de la República.
Su triunfo hubiera sido un retroceso
incalculable en cuanto a las garantías
de las personas sexualmente diversas y
de las mujeres. En ese mismo contexto,
se consolidó una propuesta partidaria
que convirtió “los colores de la diversidad
y el amor” en su eslogan. Por supuesto,
entre un candidato neopentecostal
y otro progresista, la respuesta es
clara. No obstante, ese mismo partido
progresista/oficialista, negoció con las
tendencias conservadoras para aprobar
la Ley Marco de Empleo Público (Ley
N° 10.159). Aquella separación, en 2018,
entre el conservadurismo y el progresismo
se diluyó en el marco de intereses.
Esos intereses no son resultado del azar;
al contrario, responden al proyecto
neoliberal. Por esta razón, durante las
últimas cuatro décadas, independientemente
del gobierno de turno, han prevalecido
los intereses de las élites económicas,
es decir, esos grupos de poder
que logran imponer sus fines mediante
la alianza indisoluble con las élites políticas.
Alianzas que se mantienen a través
de supuestas relaciones de cooperación,
por ejemplo, el financiamiento
multimillonario de las campañas políticas.
Por esa razón, no es de extrañar que
diputaciones del partido oficialista emplearan
la objeción de conciencia como
el mecanismo para aprobar la Ley N°
10.159. Dentro de esta maquinaria política
de “construcción de acuerdos”, hubo
un “daño colateral”: los Derechos Humanos
de las personas LGBTIQ+ pasaron a
segundo plano.
“Durante las últimas cuatro décadas,
independientemente del gobierno de turno,
han prevalecido los intereses de las élites
económicas, es decir, esos grupos de poder que
logran imponer sus fines mediante la alianza
indisoluble con las élites políticas”
La sociedad no se cambia con actos
simbólicos y políticas de reconocimiento
vaciadas de contenido político; al contrario,
se requieren compromisos transformadores.
Si bien, es indispensable
que las personas de grupos históricamente
oprimidos asuman los puestos
de toma de decisiones, se necesitan
acciones reales que apunten a cambios
sustantivos. Es decir, no se reduce a la
elección de diputaciones LGBTIQA+, sino
que debemos exigirles que luchen por la
efectivización de derechos.
Apunto todo lo anterior para llegar al
centro de la discusión: cómo el capitalismo
les puso precio a nuestros derechos.
Shangay Lily, activista español
(1963-2016), aportó un concepto:
gaypitalismo, para explicar cómo las élites
se apropian de nuestros derechos y
los convierten en mercancías y, a su vez,
cómo ciertos partidos políticos incorporan
las luchas para mostrar un “rostro
progresista”; sin traicionar sus intereses
neoliberales.
Las empresas que promueven las mal
llamadas economías colaborativas y fomentan
la precariedad laboral; pretenden
ocultar su lógica de explotación al
incluir banderas del arcoíris durante el
mes de junio. Esto se entiende desde la
Las luchas históricas de
personas comprometidas
con la transformación
social, ¡nunca tendrán
precio!
estrategia mercantil del pinkwashing, o
capitalismo rosa. Las mismas empresas
que acuden a esa estrategia encabezan
en algunos casos los desfiles/marchas
del Orgullo; volviéndose protagonistas
frente a la población que ha luchado
históricamente. En este caso no busco
aportar la despolitización del Orgullo;
ese tema queda pendiente.
El problema es la defensa de las empresas
que se sostienen bajo nuevas formas
de esclavitud, pero que en el mes
de junio se “lavan la cara abrazando
la diversidad”. Esta realidad se agrava
cuando se enaltece al capitalismo,
otorgándole una capacidad divina y redentora,
pues según sus defensores “el
capitalismo ha sido el único sistema garante
del ejercicio de los Derechos Humanos
de las personas LGBTIQA+”. Claro,
el capitalismo es “abierto” a todas
las poblaciones, en su gran fiesta de
explotación y acumulación de capital
cualquier persona es bienvenida; pero
eso no quiere decir que tenga un compromiso
con la defensa de los derechos
de grupos oprimidos.
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