Articulaciones_entre_Ecologia_Politica_G
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espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
Es una publicación semestral arbitrada de la
Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.
Esta revista difunde (en español, inglés, francés
y portugués) resultados de investigación original,
ensayos de revisión y reseñas escritas por cientíicos
sociales y humanistas, de preferencia sobre América
Latina.
Is a half-yearly peer-reviewed publication by the
Autonomous University of San Luis Potosí, México.
This journal disseminates (in spanish, english, french
and portuguese) the results of original investigations,
review articles and book reviews written by social
scientists and humanists, preferably about Latin
America
espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
Rector: Arq. Manuel Fermín Villar Rubio
Secretario General: Lic. David Vega Niño
Presidente Editorial: Dr. Miguel Aguilar Robledo
Editor Responsable: Dr. José Luis Pérez Flores
Asistente editorial: Mtra. Heidi Cedeño Gilardi
Editores invitados del presente número:
Dra. Perla Zusman
Dr. Miguel Aguilar Robledo
Dr. Enrique Delgado López
Comité Editorial
Dr. Carlos Contreras Servín
Dr. R. Alejandro Montoya
Dr. M. Nicolás Caretta
Dr. Marco Antonio Pérez Durán
Dr. José Guadalupe Rivera González
Dra. Guadalupe Salazar González
Consejo Consultivo
Dra. Eugenia María Azevedo Salomao (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México)
Dr. Juan José Batalla Rosado (Universidad Complutense de Madrid, España)
Dra. Marilia Brasileiro-Texeira Vale (Universidad de Uberlandia, Minas Gerais, Brasil)
Dr. Karl W. Butzer (University of Texas, Austin, EUA)
Dr. Daniel Hiernaux (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)
Dr. Mads Ravn (Universitetet i Stavanger, Noruega)
Dr. Ben Nelson (Arizona State University, EUA)
Dra. Alessandra Pecci (Universidad de Sienna, Italia)
Dr. José Luis Ruvalcaba (Universidad Nacional Autónoma de México)
Dr. Rudolf Van Zantwijk (Universiteit Utrecht, Países Bajos)
Dr. Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt, Alemania)
Diseño editorial: LCG. Lucía Ramírez Martínez
Imagen en la portada: Cusco, Perú, cortesía del Dr. José Luis Pérez Flores
espaciotiempo. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades. Año 5, Nº 7 Primavera-verano, julio -
diciembre de 2012, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí a través de la
Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades con domicilio en Av. Industrias No. 101-A, Fraccionamiento Talleres,
C.P. 78494, San Luis Potosí, San Luis Potosí. Tel (444) 818 24 75 y (444) 818 64 53. Editor responsable: Dr. José Luis Pérez
Flores. Reservas de Derecho al uso Exclusivo No. 04-2013-022713564800-102, ISSN 2007-0608, ambos otorgados por
el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de Título en trámite, Licitud de Contenido en trámite, ambos otorgados
por la Comisión Caliicadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación, Permiso SEPOMEX
en trámite. Impresa en Autoediciones del Potosí, S.A. de C.V. Hogar del Niño #296, Col. Centro, San Luis Potosí, México.
El contenido de los artículos es responsabilidad de los autores. Éste número se terminó de imprimir el 10 de diciembre
de 2012 con un tiraje de 500 ejemplares.
Este número fue inanciado por el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional de la UASLP (PIFI2010-24MSU0011E-20)
espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
Año 5, Número 7, Primavera- Verano 2012
DOSSIER
La geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográicas y la historia territorial
PRESENTACIÓN
Perla Zusman
Miguel Aguilar Robledo
Enrique Delgado López
La geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográicas y la historia territorial ......... 4
CONTENIDO
Kent Mathewson
Latin American Historical Geography: Berkeley School Contributions and Continuities ..................................... 7
Carla Lois
¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia de la cartografía en América
latina ................................................................................................................................................................... 14
Guillermo Gustavo Cicalese
Ritos, ceremonias y memoria de las Sociedades CientÍicas Tradicionales en Argentina. La Academia Nacional
de Geografía y la Sociedad Argentina de Estudios Geográicos (GAEA) en el Último Cuarto del Siglo XX ....... 30
María Laura Silveira
El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio .................................................................. 51
Patricia Clare
Silvia Meléndez
Articulaciones entre Ecología Política, Geografía Histórica e Historia Ambiental: Paisaje y Poder .................... 65
Perla Zusman
Miguel Aguilar Robledo
Enrique Delgado López
La geografía histórica en América Latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras ........ 83
RESEÑAS
Larissa Alves de Lira
Geograia Histórica do Brasil. Cinco Ensaios, Uma Proposta e Uma Crítica ..................................................... 94
Malena Mazzitelli Mastricchio
Francisco Roque de Olivera, Héctor Mendoza Vargas (coord.), (2010), Mapas de metade do mundo. A
Cartograia e a construção territorial dos espaços americanos. Séculos XVI a XIX./Mapas de la mitad del mundo.
La cartografía y la construcción territorial de los espacios americanos. Siglos XVI al XIX, Centro de Estudos
Geograicos Universidad de Lisboa, Instituto de Geografìa de la UNAM, Lisboa/Ciudad de México, 463 p. ... 98
presentación
la geografía histórica en américa latina: entre la historia
de las ideas geográficas y la historia territorial
Perla Zusman
Investigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Miguel Aguilar Robledo
Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí,
México.
Enrique Delgado López
Profesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San
Luis Potosí, México.
En las dos últimas décadas, los estudios de
geografía histórica han adquirido relevancia a
nivel internacional y, en especial, en los países
de América Latina. Un conjunto de procesos
políticos y epistemológicos parecerían explicar
este interés. En efecto, los procesos de
globalización y la resigniicación del papel del
Estado en dicho contexto habrían dado paso a
un conjunto de estudios destinados a repensar
los procesos de construcción estatal y de los
territorios asociados. A su vez, los problemas
ambientales que se observan en la actualidad
llevaron a relexionar sobre la forma en que
distintas sociedades entablaron las relaciones
con la naturaleza en épocas pasadas. El marco
del posestructuralismo, los estudios poscoloniales
y el “giro” cultural han permitido incorporar
sujetos y prácticas que hasta inales de la
década de 1980 habían permanecido invisibilizados
en los procesos de análisis de paisajes
y lugares del pasado. La abundancia y diversidad
de trabajos justiica que los estados de
la cuestión anuales en esta área de la geografía
sean habituales en la revista Progress in Human
Geography (ver Naylor 2008; Mayhew, 2010,
2011; Offen, 2012). Cabe destacar también que
los análisis más recientes sobre el estado de
la geografía publicados en español incorporan
una relexión sobre la situación de la Geografía
Histórica (Zusman, 2005; Calderón Aragón,
2005; Sunyer, 2010; Mendoza Vargas, 2011).
En este contexto, el número 7 de espaciotiempo.
Revista Latinoamericana de Ciencias
Sociales y Humanidades tiene como objetivo
presentar un conjunto de trabajos que ofrecen
un panorama del estado de desarrollo de los
estudios de geografía histórica en América Latina.
Este panorama no busca, como plantea
Mathewson en su texto, identiicar el grado de
“progreso” o estancamiento de esta línea de
investigación. Más bien intenta aproximar al
lector al tipo de abordajes y temáticas que se
desarrollan en este campo en la actualidad. En
este sentido, los artículos que conforman este
número especial hacen de la geografía histórica
y de la práctica de los geógrafos históricos su
objeto de relexión. Así, la mayoría de los textos
se preocupan por reconstruir algunos caminos
teóricos, conceptuales y metodológicos seguidos
por los estudios en este subcampo disciplinar.
Pero el recorrido elegido por los trabajos
nos habla, en primer lugar, de la diicultad de
escindir la historia de las ideas geográicas de
la historia del territorio. De hecho, son las ideas
ilosóicas y políticas que orientan las acciones
sobre el territorio las que ayudan a interpretar
las motivaciones y acciones que llevaron a que
los territorios tuvieran una determinada coniguración
y no otra.
En segundo lugar, los textos nos aproximan
a la variedad temática que concentra la atención
en la actualidad de la geografía histórica.
A su vez, las distintas perspectivas que orientan
estos análisis, donde el diálogo con otras
disciplinas (sean éstas las ciencias humanas o
naturales) ocupa un papel fundamental, garantizan
esta diversidad.
Los dos primeros artículos de este número
especial pretenden ofrecer un panorama
general de los estudios de geografía histórica
que tienen América Latina como objeto de
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atención. El texto de Kent Mathewson, titulado
“Carl Sauer and the Berkeley School.
Contributions to Latin Americanist Historical
Geography”, identiica las inluencias de la
es cue la saueriana en el pensamiento de a que llos
geógrafos que desarrollaron una geo grafía
histórica latinoamericana. Estas inluencias se
pueden observar en la sexta generación de
discípulos y en algunas líneas de investigación
que se llevan adelante en México hoy, como
son los estudios sobre la organización de asentamientos
humanos, las prácticas agrícolas y su
difusión o el impacto de la ocupación europea en
las formas de vida de las poblaciones originarias
y sus ambientes, entre otros. El texto “La
geografía histórica en América Latina: propuestas
teóricas, caminos recorridos y tendencias
futuras”, escrito por Perla Zusman, Miguel
Aguilar Robledo y Enrique Delgado López, nos
ofrece una perspectiva más amplia que la propuesta
de Mathewson respecto de las tendencias
que se observan hoy en América Latina en
geografía histórica. En él se identiican distintas
inluencias teóricas (desde las propuestas
braudelianas hasta las posestructuralistas) y las
distintas preocupaciones temáticas (las orientaciones
teóricas; los procesos de formación
territorial; y viajeros, cartografías e imaginarios).
A su vez, se plantea una agenda de abordajes y
contenidos que podrían derivarse de las cuestiones
que hoy se discuten en la política y en la
academia en la región.
Los artículos de María Laura Silveira, Carla
Lois, Patricia Clare y Silvia Meléndez dirigen
su atención a ciertas cuestiones sectoriales:
la técnica, la cartografía y el ambiente.
Así, a través de su texto titulado “El fenómeno
técnico en la comprensión de la historia del
territorio”, María Laura Silveira realiza un recorrido
sobre la forma en que los clásicos de la
geografía humana, particularmente de la geografía
francesa, incorporaron la idea de técnica
en la discusión de la relación entre sociedad y
medio. A partir de este bagaje teórico busca
deinir a la técnica no sólo como expresión
de culturas pasadas sino como “fenómeno
histórico que es, al mismo tiempo, forma,
acción o evento” y que cumple un papel
activo en la constitución y recreación del
espacio geográico. En este sentido, la autora
propone estudiar la relación entre política,
epistemología y técnica para comprender la
actual división del trabajo, reconocer sus responsables
y los procesos que la legitiman.
Desaiando la concepción de la cartografía
como una técnica y pensando a los mapas
como productos históricos y culturales, el
artículo de Carla Lois, denominado “¿Desde
la periferia? Enfoques y problemas de la agenda
actual sobre la historia de la cartografía en
América Latina”, rastrea el proceso de irrupción
de la lectura cartográica de Brian Harley como
dispositivo cultural en el contexto anglosajón
y latinoamericano. Las diferentes resonancias
en ambos marcos académicos de la obra de
este historiador de la cartografía la llevan a
relexionar sobre el obstáculo que representa el
imaginario nacional y la propia idea de periferia
en el estudio de la producción cartográica
en América Latina y que no toma en cuenta
la circulación a través de redes de mapas, textos,
lenguas e ideas que suele estar ligada a
esta producción. Por su parte, Patricia Clare
y Silvia Meléndez buscan construir puentes
entre los estudios de Ecología Política, Historia
Ambiental y Geografía Histórica. En esta
búsqueda distinguen que las ideas de poder y
de construcción multiescalar (tanto del espacio
como del tiempo) contribuyen a pensar al paisaje
como categoría (teórica y aplicada) y aproximar
esos tres campos de análisis.
Finalmente, el texto de Guillermo Cicalese
elige un punto de partida diferenciado para
comprender la formación de territorios
pasados. Así, su artículo “Ritos, ceremonias y
memoria de las Sociedades Cientíicas tradicionales
en la Argentina. La Academia Nacional
de Geografía y la Sociedad Argentina de Estudios
Geográicos (GAEA) en el último cuarto de
siglo XX”, recurre a los debates actuales sobre
la idea de memoria colectiva y testimonio para
develar el proceso de constitución de autoridades
enunciativas, con legitimidad para
hablar sobre los procesos de formación territorial
pasados y presentes. En este sentido,
el texto se preocupa por indagar las formas
en que dos corporaciones geográicas en
Argentina, la Sociedad Argentina de Estudios
Geográicos y la Academia Nacional de Geografía,
construyen un conjunto de relatos, ritos
y ceremonias que otorgan a estas instituciones
una fuerza simbólica suiciente para ser
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CCSyH UASLP
reconocidas como supuestos portavoces de
una única propuesta epistemológica y política
posible de la Geografía.
La única conclusión que podemos derivar del
recorrido realizado por los distintos artículos es
que la geografía histórica de la región no conforma
un cuerpo de conocimiento único, ni resulta
de ningún tipo de ortodoxia académica. Los
caminos seguidos derivan de las trayectorias
de investigación y de los debates que cruzan
estas investigaciones. También inluencian las
propias trayectorias de las instituciones en las
que se insertan los investigadores, la posición
de estas instituciones en el sistema-mundo y
los recorridos personales de los especialistas.
Como airma Offen (2012) para la Geografía
Histórica Internacional, el subcampo cuenta
con una gran vitalidad. Esperamos que este
dossier -a partir de las discusiones que generen
los textos incluidos en el mismo- ayude a mantener
y promover su fortaleza.
Hiernaux, Alicia Lindón (eds) Tratado de Geografía
Humana. Universidad Autónoma Metropolitana,
& Anthropos, Mexico, pp. 170-186.
Bibliografía citada
Calderón Aragón, G. (2005), “La geografía histórica
en México”. Anais do X Encontro de Geógrafos
da América Latina, Universidade de São
Paulo, Brasil.
Mayhew, R. J. (2011), “Historical geography,
2009–2010: Geohistoriography, the forgotten
Braudel and the place of nominalism”. Progress
in Human Geography, 35 (3), pp. 409-421.
Mayhew (2010), “Historical Geography, 2008-
2009: Mundus alter et idem”. Progress in Human
Geography 34 (2), pp. 243-253.
Mendoza Vargas (2011), “La Geografía histórica
en México, 1950-2000”. En: Hiernaux, D.,
Construyendo la Geografía Humana, México-
Barcelona: UAM-Anthropos, pp 132-151.
Naylor, S. (2008), “Historical geography: geographies
and historiographies”. Progress in Human
Geography, 32 (2), pp. 265-274.
Offen, K. (2012), “Historical Geography I: vital
traditions”. Progress in Human Geography, 36
(4), pp. 527–540.
Sunyer, P. (2010), “La geografía histórica y las
nuevas tendencias de la geografía humana”.
En: Lindón, A., Hiernaux, D. Los giros de la
Geografía Humana. México-Barcelona: UAM-
Anthropos. pp. 143-173.
Zusman, P. (2005) “Geografía Histórica y fronteras.
Propuesta de un itinerario”. En: Daniel
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latin american historical geography: berkeley school
contributions and continuities
Kent Mathewson
Department of Geography & Anthropology, Louisiana State University
Abstract
Historical Geography as a distinct subield has
emerged only in the past century. Work that one might
identify as historical geography certainly predates
this, and would include Alexander von Humboldt’s
masterful essays on New Spain and Cuba. However,
a distinctly Latin Americanist historical geography
as an organized research program dates to the
1920s with Carl O. Sauer’s initial ield trips to
Northwest Mexico. This paper provides an overview
of the contributions of Sauer, his students, and
his associates in what has come to be called the
“Berkeley school.” In his 1940 Presidential Address
to the Association of American Geographers,
“Foreword to Historical Geography,” Sauer proposed
a number of promising topics awaiting historical
geographers. These included: human impacts on
physical environments, settlement sites and patterns,
material culture morphologies, cultural climaxes,
receptions, and conlicts. Many of these themes
were taken up, and many others added to this list
over the next half-century. Geographers identifying
with, or working within its traditions, continue to
produce much of the Anglophone research and
publication on the historical geography of Latin
America. Recently, Latin American geographers – in
Mexico and Colombia in particular – have begun to
explore the Berkeley school approaches as models
for their research.
Key words: Carl O. Sauer, Berkeley school, history
of geography
Resumen
La geografía histórica surgió el siglo pasado como
un subcampo de la geografía, algunos de sus precedentes
incluyen los ensayos de Alejandro von Humboldt
sobre Nueva España y Cuba. Sin embargo, la
geografía histórica latinoamericanista organizada
como un programa de investigación especíico, surge
en la década de 1920 con el trabajo de campo de
Carl O. Sauer en el noroeste de México. Este artículo
describe las contribuciones de Sauer, sus estudiantes
y sus socios en lo actualmente se conoce como
la “escuela de Berkeley.” En su discurso presidencial
de 1940 “Introducción a la geografía histórica” dirigido
a la Asociación Americana de Geógrafos, Sauer
propuso una serie de temas prometedores a los
geógrafos históricos. Estos incluyen: los impactos
humanos en entornos físicos, sitios de asentamiento
y patrones, morfología de la cultura material, clímax
cultural, recepciones y conlictos. En la segunda
mitad del siglo XX, algunos de estos temas fueron
adoptados a las agendas de investigación. La mayor
parte de la investigación y publicación de la geografía
histórica de América Latina ha sido realizada
por geógrafos de lengua anglofona. Recientemente,
los geógrafos latinoamericanos – Particularmente en
México y Colombia - han comenzado a explorar los
enfoques de la escuela de Berkeley como modelos
para su investigación.
Palabras claves: Carl O. Sauer, escuela de Berkeley,
historia de la geografía
Not surprisingly, historical geographers have been chroniclers and appraisers of their own subield
of geography, but not as conscientiously or consistently as one might expect. From time to time
historical geographers have taken stock of their craft and its products. For example, North American
historical geographers have only sporadically reviewed their ield, commenting on collective
“progress” or lack of it and offering prescriptions for the way ahead. Although work in what most would
recognize as historical geography (as a distinct subield of the larger discipline of geography) began
to emerge a century or more ago, the irst seemingly self-conscious appraisal was Carl Sauer’s 1940
Presidential Address to the AAG –“Foreword to Historical Geography” (1941). Even then, Sauer’s title
suggests recency rather than long standing. To be sure, Sauer located historical geography’s roots in
venerable ancestors such as Alexander von Humboldt with his political essays on Mexico and Cuba,
but for the most part Sauer saw a ield waiting to be plowed, planted, and propagated. He then offered
a dozen themes or topics inviting inquiry. Among them were: human agency on physical geographic
features and processes; settlement sites and patterns; material culture morphologies; cultural
climaxes; cultural receptivity; and cultural areal conlict. Sauer, his students, and his associates
within the Berkeley school followed up a number of these suggestions, and developed other topics
7
CCSyH UASLP
latin american historical geography: berkeley school contributions and continuities
as well. As I will discuss and illustrate, Sauer
and his Berkeley school associates represent
the largest and perhaps the most signiicant
sector of Latin Americanist historical geography.
It also should be pointed out that while the
core igures of the Berkeley school comprised
Sauer and his doctoral students, and in many
cases their students, the larger collectivity
includes Sauer’s “descendents” into the sixth
generation now, as well as many geographers
without formal genealogical afiliation but strong
afinities for the school’s methods, perspectives,
and predilections (Brown & Mathewson, 1999).
Following Sauer, the next appraisal of
historical geography was drafted by Andrew
Clark (1954) for the mid-century benchmark
volume American Geography: Inventory &
Prospect (James & Jones, 1954). Clark studied
with Sauer at Berkeley, but struck out on his
own afterward, founding what is sometimes
referred to as the Wisconsin school of historical
geography (Conzen, 1993, pp. 56-62). Clark’s
and his students’ regional focus was on
North America and European settlement,
more economic than ecological, and in closer
conversation with historians than Sauer’s
exchanges with a wide range of specialists in
numerous ields. Clark’s (1954) review sketched
the boundaries of the ield, its old world origins,
and offered a current inventory with concluding
remarks projecting its future in North America.
Despite the fact that Clark (1954, p. 83) states:
“Two names dominate the contemporary record:
Ralph Brown and Carl O. Sauer,” he limits his
remarks to generalities concerning Sauer and
the Berkeley school’s work. No speciic Latin
American studies are mentioned in the main
text, though representative examples are cited
in a footnote. By this time a signiicant quantity
of high quality work had been produced. Clark
(1954, p. 86) further distinguishes Sauer and
associates from what he presumably felt to be
the mainstream of North American historical
geography in saying that the Sauerians chose
Latin America because it “offered a ield for
research where the signiicance of culture
history to contemporary cultural geography
was especially clear […]”. Clark sums up his
(1954, p. 86) reticence to put the Berkeley work
in larger relief, let alone in the mainstream,
with a revealing position: “An explanation of
the leading role of the Berkeley group within
recent American history geography should
be part of this inventory, but is not easily
made.” He (1954, p. 88) goes on to infer that
Sauer’s unorthodoxies and “disdain for formal
disciplinary boundaries” makes charting his
place in historical geography too complicated
and thus unnecessary. This legacy of relegating
Latin Americanist historical geography beyond
the pale of mainstream historical geography has
persisted to the present (Sluyter & Mathewson,
2007). Clark (1972) authored an update on the
state of North American historical geography as
part of Alan Baker’s (1972) major survey of the
subdiscipline. He continued to view Sauer and
his Latin Americanist students as on, or beyond
the margins of historical geography. In the
same volume David Robinson’s (1972) survey
of “Historical Geography in Latin America” gave
Sauer and his students very positive appraisals.
In fact, they were the only North American
historical geographers that apparently merited
mention. Since then, others outside the Berkeley
tradition, most notably Robinson and his
students, have made signiicant contributions
to the ield (Greenow, 1983; Robinson, 1979,
1981, 1988, 1989, 1990). Another two decades
passed before a major review of historical
geography appeared (Conzen, Rumney & Wynn,
1993). While it offers a superb accounting, it is
limited to “geographical writing on the American
and Canadian past.” As with Robinson’s
assessment, Sauer and his associates are fully
included and commended, even though much
of their research was in Latin America. Conzen
(1993, p. 33) makes this explicit in stating:
“The Sauer legacy in American historical
geography is by far the broadest and deepest
in the discipline, and its intellectual heritage
is very much among leading scholars in the
ield today.” This assertion can be measured
(and conirmed) by consulting other literature
surveys. Portions of the progress reports on
Latin America in the Geography in America
volumes (Gaile & Wilmott, 1989, 2003) cover
historical geography. In both, David Robinson
(1989, 2003) is the authority and author making
the appraisals. Sauer’s legatees receive their
due, but they have been joined by a larger
collectivity that has expanded the purview
of Latin Americanist historical geography
espaciotiempo/Num.7/2012 8
kent mathewson
considerably. The corpus still remains largely
Anglophone, with North Americans in the
majority and British trained geographers the
minor contributors (but see Bell 1998, Endield
2008; Newson 1976, 1986, 1987, 1995;
Robinson, 1979; Smith, 1970). Latin Americanist
historical geographic studies in languages
other than English also comprise a minority.
Earlier generations of German geographers
(Lauer, 1961; Sandner, 1985; Sapper, 1936;
Schmieder, 1928; Termer, 1950; Waibel, 1943),
and to a lesser extent French geographers
(Deffontaines, 1938; Monbeig, 1952; Roche,
1959), produced an important corpus of work,
but in recent decades their compatriots have
shown little interest in following their footsteps
in or to Latin America. On the other hand, there
is a growing interest among Latin American
geographers in producing historical studies of
their own lands (Aguilar-Robledo, 2008; Hall,
1985; Outtes, 1997).
Carl Sauer’s (1932, 1948) contributions to
Latin Americanist historical geography were
concentrated primarily on Mexico where he did
the majority of his ield and archival work during
the 1930s and 40s. A number of his doctoral
students (Meigs, 1935; Brand, 1933; Bruman,
1990 [1940]; Stanislawski, 1944; West 1949;
Aschmann, 1959) pursued historical topics
under Sauer’s direction in Mexico. In addition,
an equal number did doctoral studies on topics
elsewhere in Latin America involving varying
degrees of historical research (McBryde, 1948;
Parsons, 1949; Wagner, 1958; Gordon, 1954;
Johannessen, 1963; Edwards, 1965). Among
these dozen students, several of their students
have pursued Latin Americanist historical
studies and so on into the sixth generation
(Brown & Mathewson, 1999). Among these,
James Parsons stands out. His students
include Denevan (1966, 1976), Barrett (1975),
Rees (1976), and Murphy (1986), all of who did
historical dissertations. Moreover, Denevan,
with his base at the University of Wisconsin-
Madison for more than thirty years (1964-1995),
oversaw more than a dozen dissertations with
some Latin Americanist historical content. These
include studies focused on questions of pre-
Columbian agricultural systems (Knapp, 1991;
Turner, 1993; Mathewson, 1987). Subsequently,
many of the Denevan legatees have published
on historical topics (Gade, 1999; Doolittle, 1990;
Sluyter, 1995; Whitmore, 1992).
While it would be inaccurate to characterize
the Berkeley school Latin Americanists as
primarily historical geographers, one of the
deining characteristics of the school is
adherence to what Sauer termed the “genetic”
or historical approach. In turn, Sauer was
committed to culture history as method, with
its search for origins and diffusions. In Sauer’s
case and for many Sauerians as well, historical
geographic research drew on a wide range of
sources, not just the written record. Evidence
and data derived from geomorphic, pedologic,
palynological, archaeological, botanical, and
other scientiic methods all could be enlisted in
solving cultural historical questions. As a result,
“all of human time” fell within the purview of
historical geography. For the Neotropics this
meant at least back to the terminal Pleistocene,
but perhaps many millennial earlier. In turn, this
opened up the ield to a much wider variety of
topics than if the rubric historical geography
pertained only to the post-Columbian written
record. Among these topics receiving the most
attention have been: early human occupation;
agricultural origins and dispersals, pre-
European agricultural systems, aboriginal
landscape change, aboriginal depopulation,
and what Sauer termed “archaeogeography” or
in today’s terms landscape archaeology. For the
colonial period the primary focus for Sauer was,
and for his legatees has been, on European
colonial impacts on native peoples and
environments (Davidson, 1974; Denevan, 1992;
Hunter, 2009; Lovell, 1985; Lovell & Lutz, 1995;
Sauer, 1966; Stanislawski, 1983; West, 1952).
Here, both the geographers’ and the historians’
conventional tool kits are put to work. As the
post-colonialnational periods unfold, the interest
and historical scrutiny generally recedes (but
see Parsons, 1967; Siemens, 1990; Zelinsky,
1949). This is not to say the past two centuries
have been completely ignored, but what Sluyter
(2005) termed “recentism” in regard to Latin
Americanist environmental historians cannot
be leveled at the Sauerians. Where Sauer did
recommend study of the relatively recent past
was in regard to the history of geographers
and geographical research itself. In a sense
self-study or relexivity at the disciplinary level,
9
CCSyH UASLP
latin american historical geography: berkeley school contributions and continuities
Sauer (1941) saw the history of geography as
one of the three underpinnings of the discipline
(the other two were close association with
anthropology and maintaining a strong physical
geography). This pursuit has enjoyed some
attention in chronicling the work of Berkeley
school Latin Americanists and their precursors
such as Alexander von Humboldt (Mathewson,
2002; Sauer, 1982; Sluyter, 2006; West, 1979,
1981; Zimmerer, 2006).
At the turn of this century Berkeley trained
cultural geographer Bret Wallach (1999) asked
the question: would Sauer’s cultural historical
vision and project make it “across the bridge
to the new millennium”? Wallach was uncertain
that it would be carried forward, at least in the
short term. A decade into the new century,
evidence suggests that it is alive among a new
generation of Latin Americanist geographers
at select geography programs such as at the
University of Texas-Austin and Louisiana State
University, but no longer at the former culture
hearth – Berkeley. In addition to the several
dozen currently active Latin Americanist Sauer
legatees, the work of geographers such as
Karl Butzer (1992; Butzer & Butzer, 1993)
and his UT-Austin students (Aguilar-Robledo,
1993, 2009) complements and reinforces the
tradition. Equally encouraging, cultural and
historical geographers in Latin America are
discovering Sauer and his Berkeley school.
Sauer, West, Parsons, and others are being
translated into Spanish and Portuguese and
read by new generations of geographers from
Mexico to Argentina (Mathewson, 2009). 1 For
the foreseeable future, one can predict that
Sauer and his example will continue to inspire
and guide important work in Latin Americanist
historical geography.
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13
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda
actual sobre la historia de la cartografía en américa
latina
1
Carla Lois
CONICET – UBA – UNLP
Resumen
Desde hace unos veinte años, el campo de la historia
de la cartografía es objeto de relexiones que proponen
pensar el mapa como un dispositivo cultural
atravesado por intereses, subjetividades y discursos.
Las nuevas perspectivas promueven desanclar el
objeto cartográico del terreno de las preocupaciones
nacionales (y nacionalistas) que buscaban en los
mapas apenas la legitimación de reivindicaciones
territoriales. También ofrecen herramientas teóricas
para problematizar las perspectivas técnicas que tradicionalmente
pusieron el acento en cuestiones tales
como la precisión y la exactitud para narrar la evolución
del saber cartográico.
La incorporación de estas dimensiones de análisis
permite reinscribir la tradición y las prácticas cartográicas
en la historia cultural de la geografía. En
particular, un abordaje como éste permite interrogar
los modos de pensar los mapas en relación con las
agendas locales, regionales e internacionales actuales
de la investigación en la historia de la cartografía
o, dicho de otro modo, hacer una geografía de la historia
de la cartografía. A partir de estas cuestiones,
se propone compartir una relexión acerca de los desafíos
que la historia de la cartografía puede ofrecer
para las geografías latinoamericanas.
Palabras clave: historia de la cartografía – América
Latina – agenda académica – historiografía
Abstract
Since about twenty years, the ield of the history of
the cartography has been the object of relections
that propose to think about maps as cultural devices
crossed by interests, subjectivities and discourses.
These new perspectives criticize the way that traditional
approaches had been engaged to use ancient
maps in order to justify the national (and nationalists)
preoccupations -basically for supporting territorial
vindications. By adopting renewed theoretical tools,
technical perspectives that have traditionally been
more interested in questions such as accuracy to
narrate the evolution of the cartographic knowledge
are being replaced by a humanistic approach that
inserts the cartographical tradition and the mapping
practices into the cultural history of geography and
allows to link the ways of thinking maps with local,
regional and international current agendas in the
history of cartography or, in other words, to make a
geography of the history of the cartography. From
these questions, this article aims to share a relection
about the challenges that the history of the cartography
can offer for Latin American geographies.
Key words: history of cartography – Latin America
– academic agenda – historiography
Una renovación teórica, una nueva agenda temática
En 1989, J.B. Harley publicó el ya célebre artículo “Deconstructing the map” 2 (donde pretendía
ainar el método para profundizar la propuesta que había hecho en “Maps, Knowledge, and
Power”,1988) y al que pronto seguiría “Cartography, Ethics and Social Theory” (1990). Luego de una
sólida carrera como cartógrafo y estudioso de mapas medievales, Harley airmaba que la cartografía
y su ethos cientíico eran meras retóricas que enmascaraban la manera en la que los mapas, asumidos
como verdaderos instrumentos de conocimiento y poder, constreñían la conciencia espacial
dentro de un discurso totalizador que perpetuaba las ideologías de las elites. 3
1
Este texto es una versión ampliada de la presentación realizada en las Jornadas de Investigación en Geografía. Panel “Cuestiones
teórico metodológicas en la investigación geográica”, Centro de Investigaciones Geográicas, Facultad de Humanidades y Ciencias
de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, 12 de noviembre de 2010. Agradezco las lecturas y los comentarios que
Matthew Edney, Jean-Marc Besse, Chet van Duzer, Neil Saier y Jordana Dym hicieron de versiones preliminares de este texto.
2
Luego fue reimpreso en varias otras obras y traducido a varias lenguas, entre ellas el alemán, el francés y el español (esta última
en Harley, 2001).
3
Para un análisis de la carrera y legado intelectual de J. B. Harley, véase Edney (2005b, p. 3).
espaciotiempo/Num.7/2012 14
carla lois
A partir de la impugnación del modelo representacional
(que puede sintetizarse con
la deinición que la International Cartographic
Association propone del mapa como la “representación
a escala de la supericie terrestre o
de una parte de ella”, presuponiendo una correspondencia
mimética entre la imagen y lo
real), Harley (2001, pp. 199-200) proponía una
conceptualización del mapa como formación
discursiva. Sus relexiones permitían instalar el
estudio de los mapas y de las prácticas cartográicas
en el campo de los estudios culturales
donde proliferaban los enfoques desde la textualidad
que proponían traspasar el nivel de la
enunciación para acceder a la trama metafórica
y simbólica inherente a los mapas.
La crítica de Harley contra el establishment de
la academia anglosajona era tan virulenta que
las reacciones no se hicieron esperar. Como
puede imaginarse, las primeras reacciones surgieron
en el seno de la comunidad académica
dentro de la que Harley había emergido y contra
la cual se rebelaba: lo acusaron de proponer
postulados ilosóicos generales que eran
inaplicables a la cartográica práctica (temática
y topográica) y, más ampliamente, a la práctica
de la cartografía. También le recriminaron el uso
ecléctico e incluso supericial de referencias
teóricas tan diversas tales como la semiótica
de Barthes, la iconografía de Panofsky y la sociología
del conocimiento de Foucault. 4
J. H. Andrews (2001) sistematizó y desarrolló
algunos de esos cuestionamientos: a) sostenía
que la retórica cartográica harliana asume que
los mapas tienen signiicados intrínsecos (p.
31); b) refutaba la idea de “imagen total” que
Harley usaba para incluir la ornamentación lateral
del mapa como parte del mapa mismo porque,
decía, se trata de un “ejercicio marginal”
(p. 32) que no puede adscribirse al cartógrafo
sino a un conjunto de sujetos que participan del
mapa ad hoc; c) criticó duramente las generalizaciones
que, según él, Harley hacía sobre la
naturaleza política de los mapas y los enunciados
simbólicos asociados a ella porque, airmaba,
esos enunciados no se desprenden de
lo que está escrito en los mapas sino que son
4
Matthew Edney (2005b, pp. 2-15) comenta que Tom Conley
y Derek Gregory señalaron en particular la lectura incompleta
que Harley hizo de Derrida.
inferidos del contexto de producción casi sin
considerar el mapa mismo: “Harley muestra a
los historiadores cartográicos esencialmente
como importadores de ideas, casi nunca como
exportadores. […] Introduce la cartografía en la
corriente intelectual dominante de su época y
se encuentra con que su esencia se diluye hasta
hacerla irreconocible” (p. 55).
Con un espíritu menos beligerante, otros
colegas aines al enfoque de J.B. Harley también
han aportado algunas críticas. Jeremy
Crampton (2001) sugiere que cuando Harley
hablaba de “segundo texto dentro del mapa”
para cuestionar las relaciones de intereses
políticos, poder y agendas ocultas de los
mapas, todavía no abandonaba la idea de que
el mapa “comunica” y, por lo tanto, seguía separando
tajantemente el mapa propiamente dicho
de los procesos de lectura.
Sin embargo, como reconoce Matthew Edney,
algunas inconsistencias o la falta de completitud
de la propuesta de Harley no deberían
hacernos olvidar el mérito que sus preguntas
tuvieron para establecer conexiones inéditas
entre los mapas y otros objetos culturales, y
entre los map-makers y los usuarios. Porque,
sostiene Edney, si las respuestas de Harley fueron
poco concluyentes o demasiado generales,
sus preguntas siguen siendo pertinentes e incluso
siguen esperando respuestas sólidas y
originales.
Habría que señalar que la muerte temprana
de Harley le impidió el desarrollo sistemático
de una propuesta teórica e incluso responder
algunas de esas críticas que se le hicieron. No
obstante ello, un número relevante de colegas
tomaron la posta y pronto multiplicaron los
ecos de esas inquietudes originales. Por eso
parece pertinente reconsiderar la evaluación de
la obra de Harley no sólo a partir de la consistencia
de sus artículos sino, también, del mérito
que esos mismos artículos tuvieron para hacer
intelectualmente posible la formulación de las
preguntas que impulsarían y consolidarían el
campo de la historia de la cartografía.
Hacia ines de los años noventa ya había
una masa considerable de producción escrita
que seguía la sintonía harliana, textos irmados
por David Woodward, Matthew Edney, Denis
Wood, Jeremy Crampton y otros adalides
de la renovación que, además, contaban con
15
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
el beneplácito de algunos de los ámbitos tradicionales
ya consagrados a la historia de la
cartografía (en particular, la revista Imago Mundi
y la International Conference on the History
of Cartography). El megaproyecto editorial The
History of Cartography, iniciado en 1987 con el
pretencioso objetivo de reescribir la historia de
la cartografía desde la Prehistoria hasta el siglo
XX, 5 es tal vez el gesto más rotundo de este
proceso de ruptura.
No obstante, la verdadera envergadura de
esta renovación no puede medirse cabalmente
si sólo se tiene en cuenta este proyecto editorial
o la gran cantidad de artículos publicados;
debe sumarse la regularidad de los eventos
dedicados exclusivamente a la historia de la
cartografía, 6 la aparición de publicaciones especializadas
y el desarrollo de relexiones teóricas
especíicas y articuladas. 7 El entramado de
todas estas prácticas da coherencia al trabajo
de profesionales que provienen de las más
diversas disciplinas originarias: es que la historia
de la cartografía, si bien tiene todas las “formas”
de una disciplina, todavía carece de ámbitos
de formación especíicos, ya sea de grado
o postgrado. 8 Quienes se dedican a la historia
5
Originalmente diseñado por Harley y Woodward, el proyecto
The History of Cartography en la actualidad está coordinado
por Edney (2010) y organizado en seis volúmenes en
los que han colaborado cientos de especialistas de diversos
países.
6
En particular, la International Conference on the History of
Cartography (desde 1964); una historia de estos encuentros
en Sims y Krogt (2001). También la Comisión de Historia de la
Cartografía de la International Cartographic Association (desde
1972), en http://www.icahistcarto.org/
7
En 1996, el número 48 de Imago Mundi, la más tradicional
y reconocida publicación especializada en historia de la
cartografía, revisa los “Theoretical aspects of the History of
Cartography. A discussion of concepts, approaches and new
directions”. Incluye un artículo de Edney (1996) en el que
aboga por abandonar las aproximaciones empiristas que reniegan
de las teorías del conocimiento y argumenta sobre la
necesidad de pensar los mapas como objetos culturales que
no se limitan a la cartografía topográica de los estados nacionales.
Le sigue un artículo de Christian Jacob (1996), quien
propone pensar teorías para corpus de mapas bien deinidos
(espacial y temporalmente) y no como un cuadro general
de interpretación universal. Y, inalmente, Catherine Delano
Smith (1996) se pregunta cómo discutir los modos en que se
pueden aplicar las categorías de autor, contexto y género a la
historia de la cartografía.
8
Un directorio de cursos y seminarios en Campbell y Cohagen
(2003).
de la cartografía no comparten una formación
ni una tradición disciplinares; según Edney,
constituyen tres grupos diferentes y relacionados:
los geógrafos y los historiadores, los
bibliotecarios y archivistas; y los comerciantes
y coleccionistas que se han relacionado a partir
del interés común por los mapas y, en el mejor
de los casos, comparten un trasfondo común
de lecturas y de ainidades de temas y perspectivas.
Es probable que debido a ello, todavía se
recurra a la igura de Harley como un elemento
aglutinador y un faro de referencia de toda una
comunidad de trabajo: se le sigue citando en
forma recurrente (a menudo, como mero acto
declamatorio al inicio de un texto). 9
Al mismo tiempo que se multiplican esas
prácticas de trabajo, se registra la invención de
una tradición o la escritura de una historiografía,
en particular bajo la forma de artículos que hacen
un balance de las nuevas perspectivas (la
referencia más consistente es el monográico
de Edney, 2005a) y establecen mitos de origen
o “balizas del proceso de renovación” (Gomes,
2004, p. 69), tales como ideas, libros, eventos y
personajes. Por eso, los hitos editoriales y académicos
relativamente aislados pronto quedan
hilvanados en una suerte de memoria colectiva
y así se llega a hablar del surgimiento de una
nueva disciplina. 10
Algunos de los seguidores de Harley hoy proponen
retomar su legado y plantear una agenda
abierta de temas posibles que, si bien formaron
parte de las propuestas de los artículos de
Harley, no alcanzaron a ser exhaustivamente
tratados:
• La cuestión de la autoría: bajo la inspiradora
relexión de Foucault, todavía queda
pendiente la problematización de la pluralidad
de la igura del autor, no sólo entendida
9
Chris Perkins (2004, p. 381) comienza su artículo con la
siguiente frase de Harley: “A book about geographical imagery
which did not encompass the map would be like Hamlet
without the Prince”.
10
“Harley’s career represents in microcosm the paradigm
shifts experienced by the history of cartography as a whole.
From the orthodox empiricism of his early research to the
post-structuralism he apparently espoused in what became
his last essays, Harley preigured the changing character and
methodologies of research in the history of cartography. His
ideas, moreover, have charted the development of a new discipline”
(Edney, 2005a, p. 14). También Gomes (2004, p. 68).
espaciotiempo/Num.7/2012 16
carla lois
como aquel sujeto individual o colectivo al
que se le atribuye un mapa (autoría individual,
colectiva, institucional, interactiva) sino
- La cuestión del lector y de las lecturas: las
relexiones recientes sobre las tecnologías de
la imagen han actualizado el debate sobre las
competencias del lector en la producción de
sentidos y, en particular, en la eicacia comunicativa
de los mapas. Hoy en día se cuestiona
la pertinencia de separar tajantemente la
igura del autor de la de lector: “the problem
was not the map per se, but ‘the bad things
people did with maps’” (Wood, 1993, p. 50).
- La cuestión de la precisión: habiéndose transformado
en el “talismán de la autoridad” de
la buena cartografía (Harley, 2001, p. 107), la
precisión es uno de los puntos más controversiales.
Por un lado, se reclama una historia
social de la precisión que permita rastrear los
diferentes sentidos que se atribuyeron a esta
idea a lo largo de la historia (Crampton, 2001).
Por otro lado, se cuestiona que la precisión
sea la vara para hablar de “progreso” (Edney,
1993) o evolución positiva de la disciplina.
- Las cuestiones de la ética a partir de las posibilidades
de acceso al mapa (Crampton,
1999) y el impacto de las nuevas tecnologías
(Harrower y Harris, 2006), que apuntan
directamente a la dimensión de poder que
se volvió neurálgica en este proceso de
renovación, 11 podrían servir para interrogar
sobre el lugar de los mapas en las sociedades
contemporáneas.
- La cuestión del control, del poder y de la
política: la intersección entre estas tres dimensiones
formulada como el vínculo entre
estado y cartografía acaparó muy tempranamente
la atención de los investigadores que
11
También la ética y la cartografía fueron el eje de la Segunda
Bienal Cartográica (École Polytechnique Fédérale de
Lausanne, abril del 2011), organizada por Laboratoio Chôros
(miembro de la red Eidolon: Mapping Ethics. New Trends in
Cartography and Social Responsibility).Tuvo el objetivo de
examinar los vínculos epistemológicos y teóricos entre cartorafía
y ciencias humanas. Entre los conferencistas se encontraron:
Emanuela Casti, Franco Farinelli, Bruno Latour, Hervé Le
Bras, Jacques Lévy, Michel Lussault, Patrick Poncet, Giacomo
Rambaldi, Carlo Ratti.
también la idea de autoría como forma de
producción cultural (Crampton, 2001).
procuraban examinar la potencia cultural
de los mapas en las sociedades modernas
y contemporáneas; sin embargo, hubo y
hay otras formas alternativas de poder,
mapas que “contestan” esas formas de
orden (Wood, 2010) 12 (incluso cuando fueran
marginales o poco signiicativas dentro
de las estructuras de poder dominantes) y
que todavía reclaman una atención más
sistemática.
Edney (2005a) ya había trazado un mapa historiográico
sobre la historia de la cartografía:
después de un largo periodo que se extendería
hasta la Segunda Guerra Mundial, la cartografía
había sido tratada desde un paradigma empirista
según el cual los mapas eran objetos no
problemáticos que daban información sobre
una realidad y que, al mismo tiempo, iban progresivamente
ganando en precisión y detalle
(esto estaba asociado a un tipo de historia
de la cartografía que enumeraba y ordenaba
cronológicamente los “avances” de la cartografía
y que, por otra parte, se adaptaba muy
bien a las exigencias triunfalistas de una historia
de las exploraciones). Más tarde, la figura
de Arthur Robinson inauguraría el paradigma
internalista al que Edney sintetiza como el del
diseño cartográico, preocupado por la eicacia
de los códigos visuales para asegurar la comunicación
y acompañado por historias de la
cartografía de corte internalista que revisitaban
minuciosamente la cuestión técnica del arte y
oicio de mapear aunque sus dimensiones políticas
aparecían bastante mezcladas cuando
no directamente ignoradas. Esta perspectiva
se vio inesperadamente fortalecida por la institucionalización
de la formación profesional en
cartografía.
A ese momento seguiría el paradigma del mapa
como forma y de la historia humanística de
12
Wood (2010, pp. 111-155), habla de la “muerte de la cartografía”
entendida en ese sentido performativo y monolítico
que se asume cuando se la considera una práctica institucional
de producción de imágenes coherentes y de imaginarios
consistentes con otras narrativas.
17
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
Sin duda, hoy en día no se trata sólo de expandir
o profundizar la carta de temas inaugurados
por Harley sino, sobre todo, de fortalecer
el andamiaje teórico. 13 Más todavía, ahora se
discute si las perspectivas de trabajo actuales
constituyen una continuidad epistemológica
respecto de la propuesta harliana o si nos encontramos
en el desarrollo de un nuevo “paradigma”.
Kitchin y Dodge plantean que luego de
la “crisis ontológica” de la cartografía iniciada
por Harley (y sus dos derroteros, uno hacia la
ciencia cognitiva y los lenguajes de la comunicación
visual, y la otra hacia la teoría social, que
descuidaba por completo los aspectos técnicos),
hoy es posible detectar ciertas isuras de
lo que se conoce como el paradigma harliano.
Algunas de esas isuras apuntan directamente
a la concepción del mapa. Kitchin y Dodge dicen
que “maps are ontogenetic in nature”, es
decir, transitorios, contingentes, relacionales y
dependientes del contexto. 14 Kitchin y Dogde
(2007, p. 335) mapean las perspectivas actuales
de la siguiente manera:
13
“Crampton’s (2003) solution to the limitations of Harley’s
and Wood’s strategies is to extend the use of Foucault and
to draw on the ideas of Heidegger and other critical cartographers
such as Matthew Edney (1993)” (Kitchin y Dodge,
2007, p. 332).
14
Kitchin y Dodge (2007, p. 335) explican esta concepción
del mapa en relación con el estado actual del campo y se
posicionan de esta manera: “While we think Crampton’s and
Pickles’ ideas are very useful, and we are sympathetic to their
projects, we are troubled by the ontological security the map
still enjoys within their analysis. Despite the call for seeing
maps as ‘beings in the world’, as non-confessional spatial
representations, postrepresentational or de-ontologized cartography,
and non-progressivist or denaturalized histories of
cartography, maps within Crampton and Pickles’ view remain
secure as spatial representations that say something about
spatial relations in the world (or elsewhere). The map might
be seen as diverse, rhetorical, relational, multi-vocal and having
effects in the world, but is nonetheless a coherent, stable
product –a map. While in some respects Crampton and Pickles
demonstrate that maps are not, in Latour’s (1987) terms,
immutable mobiles (that is, stable and transferable forms of
knowledge that allow them to be portable across space and
time), they nonetheless slip back into that positioning, albeit
with maps understood as complex, rhetorical devices not simply
representations”.
la cartografía, cuyo canon encarnaría David
Woodward. Los modelos de la comunicación
se pusieron en relación con la pragmática cartográica
y se analizaron desde una perspectiva
histórica. Harley, asociado con Woodward,
radicalizó ese volantazo e introdujo las herramientas
teóricas de la lingüística, la iconografía
y la sociología del conocimiento.
We think it productive to take a different
tack to think ontologically about cartography.
For us, maps […] have no ontological
security; they are ontogenetic in nature.
Maps are of-the-moment, brought into
being through practices (embodied, social,
technical), always remade every time they
are engaged with; mapping is a process of
constant reterritorialization. As such, maps
are transitory and leeting, being contingent,
relational and context-dependent. Maps
are practices –they are always mappings;
spatial practices enacted to solve relational
problems […]. From this position, [the map]
is not unquestioningly a map (an objective,
scientiic representation (Robinson) or an
ideologically laden representation (Harley),
or an inscription that does work in the
world (Pickles)); it is rather a set of points,
lines and colours that takes form as, and
is understood as, a map through mapping
practices (an inscription in a constant state
of reinscription). Without these practices a
spatial representation is simply coloured ink
on a page. […] Practices based on learned
knowledge and skills (re)make the ink into
a map and this occurs every time they are
engaged with –the set of points, lines and
areas is recognized as a map; it is interpreted,
translated and made to do work in the work.
As such, maps are constantly in a state of
becoming; constantly being remade.
No son los únicos que reconceptualizan el
mapa a partir de una relexión sobre la relación
entre la imagen y la realidad que proponen
representar: desde la geografía (Cosgrove), la
ilosofía (Besse), la arquitectura y el paisajismo
(Corner), varias líneas vienen desplegando la
complejidad de una formulación ontológica para
deinir la naturaleza de los mapas. El hecho de
pensar una alternativa que supere la propuesta
harliana es, tal vez, el signo más contundente
de la madurez del movimiento disparado con
los polémicos trabajos de J.B. Harley.
espaciotiempo/Num.7/2012 18
carla lois
América Latina en la red de los estudios de
historia de la cartografía: objeto, perspectiva
y geografía
Gomes (2004, p. 71) llama la atención sobre
el hecho de que más allá del marco conmemorativo
de la llegada de Cristóbal Colón al
Nuevo Mundo, el año 1992 signiica la publicación
de dos obras de referencia en el campo
de los estudios sobre historia de la cartografía:
L’empire des cartes (Jacob, 1992) y The power
of maps (Wood, 1992); Harley (1992) también
hizo alusión al “encuentro” entre el Viejo y el
Nuevo Mundo. La mera puesta en relación de
estos dos tipos de acontecimientos marca el
tono del desarrollo del proceso de renovación
de las relexiones sobre los mapas en América
Latina: el momento de conmemoración de los
quinientos años del descubrimiento europeo de
América fue una oportunidad para revisar narrativas
canónicas y para repensar los procesos
de identidad de la región. En cierta medida, las
iniciativas de reinvención regional coincidían
con el desmoronamiento de los grandes relatos
nacionales, el debilitamiento de modelos conspirativos
simples de dependencia absoluta y el
interés creciente por problematizar las lógicas
de la circulación de personas, bienes, capitales,
conocimientos y objetos.
Es en ese contexto que debe situarse una serie
de emprendimientos académicos que, iniciados
tímidamente en los noventa, cuajaron en el despunte
del siglo XXI y comparten la preocupación
por relexionar sobre la naturaleza cultural de
los mapas: congresos, 15 publicaciones, 16 blogs
y laboratorios, 17 exposiciones, 18 revisiones y
15
Entre ellos el I, II y III Simposio Iberoamericano de Historia
de la Cartografía (Buenos Aires 2006, México 2008 y São
Paulo 2010, respectivamente) y Seeing the Nation: Cartography
and Politics in Cartography (Universidad de Los Andes,
Bogotá, 2010).
16
Por ejemplo, los dossieres “Cartograias Ibero-americanas”
(Terra Brasilis. Revista de História do Pensamento Geográico
no Brasil, 2005, 2006, 2007), “Território em rede: cartograia
vivida e razão de Estado no Século das Luzes” (Anais do Museu
Paulista: História e Cultura Material, 2009) y “Mapeando
América Latina - siglos XVIII-XX” (Araucaria. Revista Iberoamericana
de Filosofía, Política y Humanidades, 2010).
17
Como el blog Razón Cartográica, en http://razoncartograica.com/
y el Laboratório de Cartograia Histórica, en http://
lechbr.wordpress.com/
18
Recordemos las siguientes: Documenta Cartographica de
homenajes diversos, participación en otros circuitos
internacionales. 19 Este movimiento, lejos
de cerrarse sobre sí mismo, procura aianzar
lazos con aquellos especialistas (en su mayoría,
activos en el mundo académico anglosajón)
que ya tenían una trayectoria consolidada en el
campo de estudios de la historia de la cartografía
sobre América Latina (Bárbara Mundy, Ricardo
Padrón, Raymond Craib).
No deja de ser curioso que Harley también
haya sido evocado como un punto de partida
de casi todos los proyectos movilizados en
América Latina. Sólo para ilustrar esto podemos
hacer referencia a la obra Historias de las cartografías
en Iberoamérica (Mendoza Vargas y
Lois, 2009), recopilación de trabajos seleccionados
de los dos eventos pioneros en la región;
casi todos incluyen referencias a Harley en su
aparato erudito. Esto también aparece en los
artículos de balance sobre la situación actual
de los estudios sobre la historia de la cartografía
y de análisis del impacto de la obra de
Harley (Gomes, 2004; Díaz Ángel, 2009). Sin
embargo, no puede decirse que los investigadores
latinoamericanos se apoyen en la tradición
anglosajona: la mención a Harley funciona
apenas como una marca iniciática que no suele
ser seguida de otras citas de autores de habla
inglesa, ni siquiera de aquellos que han continuado
la obra harliana. Al mismo tiempo, otras
referencias teóricas igualmente claves en los
textos de autores latinoamericanos (tales como
Christian Jacob o Svetlana Alpers) no son reconocidas
como ejes programáticos de las investigaciones
en curso. Es decir, más que un pilar
teórico, la igura de Harley funciona, sobre todo,
como un elemento de posicionamiento frente a
la tradición de estudios sobre la cartografía y
como elemento de aglutinación entre colegas.
las Indias Occidentales y la región del Plata (Buenos Aires,
2007-2008), Construcción de Mundos. Mapas de Chile y de
América (Alto Jahuel, Buin, Chile), La Amazonía perdida: el
viaje fotográico de Richard Evan Schultes (Bogotá, 2009), I
Exposición de mapas antiguos e históricos de Venezuela (Caracas),
Perú en los mapas holandeses, siglos XVI al XVIII (Lima,
2009), Ensamblando la Nación, cartografía y política en la historia
de Colombia (Bogotá, 2010).
19
Desde 2007, Carla Lois es “national representative” para la
revista Imago Mundi. Se formalizó así la participación sistemática
de profesionales extra europeos no norteamericanos
en la tradicional publicación periódica especializada.
19
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
La lectura y los usos del legado de Harley en
América Latina son sensiblemente diferentes
del derrotero que tuvo en el mundo anglosajón.
En términos generales, la recepción de la obra
de Harley en América Latina está atravesada
por cuatro aspectos:
1. La agenda de temas que se instala desde
Harley en adelante para examinar la cartografía
en general y la cartografía histórica
en particular encuentra un terreno fértil en
la sensibilidad de los intelectuales latinoamericanos:
las cuestiones del poder, de la
dominación, del control, de la ocupación, de
la hegemonía han estado en el centro de las
preocupaciones de las ciencias sociales en
América Latina. Transversalmente a diversas
disciplinas, se ha buscado comprender una
imagen propia construida desde “la periferia”
y las diversas formas de dependencia
de la región respecto de “los centros”. El
postulado harliano de que esas formas de
poder tienen también ramiicaciones en los
mapas (imágenes que, hasta entonces, gozaban
de un aura de neutralidad) resultaba
ampliamente compatible con un conjunto de
hipótesis de trabajo sólidamente instaladas
acerca de la asimetría del poder. Una de las
expresiones de este tipo de relexión se encuentra
en el análisis de mapas y, en general,
del discurso cartográico que forma parte
de los estudios postcoloniales (Mignolo).
2. Harley revisita diagonalmente un corpus bibliográico
netamente instalado en disciplinas
sociales (ilosofía, antropología, historia
del arte, semiótica y también geografía) que,
al mismo tiempo que desarraiga la cuestión
cartográica del terreno estrictamente técnico,
abre el diálogo con los estudios culturales.
Esa bibliografía funciona como un
lenguaje común para personas que, desde
ángulos profesionales diversos, se aglutinan
en torno a una perspectiva y a un interés
común por interpelar los mapas. En cierta
manera, esas lecturas compartidas facilitan
el intercambio y resuelven, al menos parcialmente,
las carencias resultantes de la falta
de una formación común entre aquellos que
comparten el campo de la historia de la cartografía.
Por eso, las referencias teóricas hilvanadas
por Harley fueron aplicadas como
plantillas básicas para el análisis empírico
en el que los mapas constituyen una fuente
relevante y, en cambio, no derivó en una crítica
sólida ni autónoma que fuera particularmente
sensible a la elaboración de desarrollos
teóricos.
3. En América Latina (a diferencia de la trayectoria
anglosajona brevemente reseñada arriba),
aquellos que se interesaron por estas
cuestiones no provienen de la cartografía
sino de diversas disciplinas humanísticas:
historia, arquitectura, ciencias políticas,
geografía humana, historia del arte. Entonces,
dado que no tienen esa batalla contra
una tradición técnica ni contra los modelos
representacionales, la propuesta harliana no
derivó en la preocupación sistemática por
desarrollar una metodología equiparable a la
de aquellos sistemas sígnicos a los que parecía
oponerse por naturaleza. Los postulados
de Harley fueron más bien una plataforma
desde la que se intentó desmitiicar otro tipo
de relatos. Notablemente, la mayor parte de
los estudios están consagrados a contestar
narrativas canónicas sobre la construcción
de la nacionalidad y las historias territoriales
de las naciones latinoamericanas (los
casos más ampliamente estudiados: Brasil,
Argentina, México y Colombia): las ideas de
Harley en América Latina han sido puestas
al servicio, sobre todo, de la revisión crítica
de los procesos de construcción de identidades
nacionales. Con esa intención, sus
textos fueron leídos y apropiados en combinación
con otros trabajos contemporáneos
que enfatizaban el carácter artiicioso
de los procesos de producción acelerada
de nacionalismos (en oposición implícita
a las temporalidades dilatadas de los procesos
históricos de los estados nacionales
modernos en Europa). Las dos referencias
ineludibles fueron Benedict Anderson (1991)
y Thongchai Winichakul (1994).
4. El hecho de que la mayor parte de los mapas
históricos conocidos de la región fueron
hechos por los imperios durante la época
colonial o por las elites de la época nacional
proporciona una base contundente para
espaciotiempo/Num.7/2012 20
carla lois
asumir con entusiasmo las hipótesis de trabajo
de Harley acerca de las propiedades
performativas e incluso autoritarias de los
mapas. Pero gran parte de los estudios latinoamericanos
ha asumido como un a priori
la existencia de las instituciones y ha apuntado
a deconstruir esos relatos (por ejemplo,
al demostrar el uso sesgado de mapas en
diplomacia o en el currículo escolar) sin ir
demasiado más allá de ese eje que la propia
institución ha construido a lo largo del tiempo.
20 Es decir, no se ha discutido lo suiciente
la fuerza que las instituciones (burocráticas
en general y cartográicas en particular)
tuvieron para instalar historias y narrativas
retrospectivas que legitimaron sus propias
prácticas y, en cambio, se ha asumido el relato
que impusieron (aún en aquellos casos
en que se han abocado a criticarlos).
Es probable que estos modos de apropiación
del legado harliano estén marcados también
por ciertas condiciones de recepción y circulación
en América Latina. Esas particularidades
se explican, en parte, por los modos en que los
saberes y los conocimientos circularon. Pero,
además, en el caso particular de la historia de
la cartografía –cuyo objeto es el estudio de mapas
que, en su mayoría, están diseñados para
representar geografías– también es probable
que esos legados hayan sido permeados por
el imaginario geográico construido en torno de
América Latina.
América Latina como objeto de la historia
de la cartografía
En algunas de las acepciones generalizadas,
la región se presenta como un conglomerado
de “naciones nuevas” que tomó forma a lo largo
del siglo XIX o como la periferia hacia la que
Europa se expandió. En las perspectivas de la
historia de la ciencia, América Latina resulta ser
un conjunto más o menos articulado de “locales”
cuyo estudio puede servir para dar cuenta
de las formas complejas en que, en las empre-
20
“For Crampton (2003) this means that a politics of mapping
should move beyond a ‘critique of existing maps’ to consist of
‘a more sweeping project of examining and breaking through
the boundaries on how maps are, and our projects and practices
with them’ (p. 51): it is about exploring the ‘being of
maps’; how maps are conceptually framed in order to make
sense of the World” (Kitchin y Dodge: 2007: 333).
sas del conocimiento, se entrelazan estas dos
pulsiones, aparentemente antagónicas, hacia el
localismo y hacia lo transnacional. Mientras que
las elites intelectuales locales requieren y usan
una red de contactos internacionales para validar
sus demandas de autoridad sobre saberes
localizados, intelectuales extranjeros recolectan
y sistematizan evidencia local para fundar
empresas intelectuales de vasto alcance geográico
(Salvatore, 2007, p. 13).
Estas formulaciones se distancian, tanto en
términos históricos como políticos e historiográicos,
de los estudios sobre la cartografía
de la Hispanic America: aunque pueden sobreponer
recortes geográicos, los estudios
sobre el periodo colonial no siempre han dialogado
con los estudios sobre las etapas
re publicanas. Pero no se trata sólo de una
ruptura cronológica o histórica. También habría
que recalcar que es una denominación
mucho más frecuente entre los especialistas
de habla inglesa (como si la cuestión “hispanic”
marcara cierta especiicidad, otredad y distancia,
todo al mismo tiempo, como condimentos
de la construcción de la región) que entre los
de lenguas latinas. Incluso parece coincidente
con el hecho de que el proyecto de la American
Geographical Society para proveer las hojas topográicas
correspondientes al territorio latinoamericano
según los requerimientos del Mapa
del Mundo al Millonésimo llevara por nombre
Hispanic America Map (1920-1945) (Pearson y
Heffernan, 2006 y 2008). En otras palabras: la
designación América Latina parece corresponder
con esa “autoimagen desde la periferia”. En
un contexto en el que se discute ampliamente
“la colonialidad del saber” (Lander, 2000), el
esquema centro-periferia, sigue siendo ampliamente
evocado para explicar los llamados procesos
de modernización de América Latina. En
el campo de la historia de las ciencias se postulaba,
con algunos matices, que la región era
a) una receptora pasiva de modos de producción
de conocimientos de matriz europea; b)
una receptora que, aunque había resistido,
había sido dominada; c) un laboratorio de los
centros de cálculo. Incluso desde posturas
contestatarias y comprometidas con explicar
el desarrollo de las ciencias nacionales desde
las revoluciones independentistas en adelante,
estos mismos esquemas interpretativos fueron
21
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
recuperados para denunciar modos de trabajo
sometidos a los imperios de las potencias y
nuevas formas de sumisión o dependencia.
Algunos intentos por enfatizar las peculiaridades
de América Latina como lugar de enunciación
usan fórmulas tales como “saberes
locales”. 21 Con esta expresión se procuraba escapar
de los modelos difusionistas que durante
décadas sostuvieron que el progreso cientíico
se había dado a partir de la transferencia de
modelos de trabajo, profesionales, técnicas y
programas cientíicos desde “el centro” hacia
“las periferias”, complementada con la recolección
de materiales que se enviaban desde los
márgenes al núcleo. 22 La idea de “local” buscaba
revalorizar las experiencias de producción
de conocimiento en aquellos lugares relativamente
marginales como algo más complejo
que un mero lujo de materiales hacia los centros
de cálculo.
Aun así, muchos estudios de caso asumen
implícitamente que la idea de local entraña
algún tipo de subordinación a algo “central”.
Tanto América Latina como cualquiera de sus
recortes parciales se suelen presentar como
una perspectiva “local” que se opone explícita o
implícitamente a algo universal. El cuño “local”,
además de su intención de realzar las singularidades
y especiicidades de los locales, permite
hacer, e incluso sobreponer, múltiples recortes
geográicos. 23 Sin embargo, a pesar de todas
21
Tomemos como ejemplo el título de la obra de Gorbach y
Beltrán (2010) (que, a su vez, engloba diversos artículos que
comparten y discuten la idea de saberes locales): Saberes locales.
Ensayos sobre historia de la ciencia en América latina.
Véase en particular Arner et al. (2010).
22
“Traditionally, European capitals such as London, Paris and
Madrid have been seen as the centers of knowledge production,
where scientiic institutions were founded, specimens
collated and theories formulated. Overseas colonies, on the
other hand, have been identiied as the prime sites for ieldwork.
“Local” and “imperial” are relative, and that the categories
we assign to different individuals and forms of knowledge,
whilst helpful to think with, are not necessarily mutually
exclusive. (…) “Local” and “imperial” can, therefore, assume
different meanings in different contexts. The Atlantic World,
with its unique and complex blend of ethnicities, afinities,
languages and landscapes, offers an ideal environment for
observing these conlicting identities in action” (Arner et al.,
2010, p. 497).
23
Las ambigüedades del lenguaje todavía plantean algunas diicultades
para llegar a un consenso respecto de expresiones
tales como “la cartografía de México”: ¿es que es una refelas
posibilidades que abre esta noción lexible
de “local”, a veces parece seguir haciendo
resonar el presupuesto de una ciencia universal
(también cuando se asume categóricamente y
a priori que lo local se vincula necesariamente
siempre en términos de dependencia o periferia
respecto de algún o algunos centros).
En la actualidad, los estudios sobre historia de
las ciencias revisan la tensión existente entre,
por un lado, el pretendido universalismo de las
teorías unido a la vocación de internacionalizar
los resultados de las disciplinas cientíicas, humanísticas
y sociales y, por otro, la constante
demanda de construir saberes imbuidos de
sentimiento local y al servicio de la comunidad
nacional. Este enfoque es particularmente fértil
en los estudios sobre historia de la cartografía,
especialmente en la perspectiva desarrollada
por Mauricio Nieto Olarte y sus estudios sobre
la ciencia en Colombia.
En última instancia, se trata de desarticular
la tensión entre escala y región. En este sentido,
una de las referencias más recurrentes
por aquellos que han intentado destrabar este
asunto es Bruno Latour:
aunque Latour reconoce un amplio espacio
geográico donde se mueven los ‘reclutadores’
y sus ‘reclutados’, los que mueven
los objetos de la ciencia, no trabaja con
cate gorías de dominación o subordinación.
Entre la etno-geografía y la geografía hay
sólo un problema de asimetría, una cuestión
de perspectivas, mas no de poder. Su ‘ciencia
como red’ es en realidad un espacio no
jerárquico, con ‘nudos’ y ‘nodos’ conectados
en un plano más bien homogéneo. Para
Latour, el conocimiento deviene local por el
proceso de categorización (‘labelling’) que
generan los agentes que están dentro de la
red respecto del conocimiento que producen
los que están afuera de ella. Mientras que
es ‘universal’ todo aquel implicado en la
rencia a México como objeto representado en los mapas? ¿Es
una indicación de la procedencia de los mapas (con lo cual
podría hablarse de la cartografía realizada en México para
representar otras geografías no mexicanas? ¿Es una alusión a
la nacionalidad de sus autores? ¿Es una marca del lugar de
impresión? La misma discusión se ha suscitado al momento
de deinir de qué se trata la cartografía de Iberoamérica.
espaciotiempo/Num.7/2012 22
carla lois
ciencia en movimiento, es ‘local’ todo aquel
saber que no circula (Salvatore, 2007, p. 11).
Pero la idea de lo local no resuelve todos los
problemas que se endilgan al universalismo de
la ciencia y, en cambio, idealiza ciertas condiciones
de producción que no siempre son “tan”
locales: las redes deinidas por la circulación de
personas, libros, conocimientos, objetos, colecciones
e inluencias imponen una dinámica
geográica compleja, en la que no siempre se
puede identiicar elementos “puramente” latinoamericanos
que sean esencialmente diferentes
de otros “externos”. La participación de
sujetos e instituciones europeas en la elaboración
de mapas nacionales, y, al mismo tiempo,
la participación de iguras locales en circuitos
de ciencia, prensa, política y edición europeos
obliga a reconsiderar los enfoques que adoptan
una perspectiva desde la que los países son
bloques homogéneos que se ubican en el centro
o en la periferia. 24
La existencia de mapas “locales” que apenas
son diferentes de los mapas europeos y que,
no obstante ello, han sido utilizados para construir
narrativas nacionalistas (acérrimamente
enfrentadas a los relatos construidos desde
las metrópolis durante los periodos coloniales
que utiliza esos mismos mapas) expresa los
límites del modelo centro-periferia, incluso en
sus versiones más soisticadas (Rutsch, 2010),
para relexionar sobre las escalas de la producción
de imágenes cartográicas. Parece evidente
que, una vez que se acepta que los mapas
nacionales no fueron meras reescrituras de
mapas europeos disponibles, había intereses y
miradas que se construyeron de este lado del
Atlántico.
Sin embargo, así y todo, incluso en aquellos
casos en los que se preiere asumir que los
valores de una ciencia universal habrían condicionado
(negativamente) los procesos de producción
de conocimiento cientíico en Latinoamérica,
todavía queda por examinar las formas
en que cada nación latinoamericana participó
de esas redes cientíicas sin recaer en la idea
24
Un estudio de caso sintomático de la situación que queremos
describir fue presentado por Lina del Castillo en el simposio
Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Las cartografías
de la Gran Colombia: encuentros y desencuentros entre
imaginarios nacionales y diseños imperiales, 1819-1830”.
simplista de la “transferencia” (un ejemplo de
esta línea de trabajo en Castillo, 2009), porque,
hay que recalcarlo suicientemente,
hay importantes diferencias en las formas
cómo se construyen estos saberes
y también en el impacto de estos conocimientos
sobre las sociedades en las cuales
se ‘implantan’. De allí la queja repetida de
que ciertos saberes o ciertos tipos de empresas
de acumulación cultural (bibliotecas,
museos, colecciones literarias) ‘dan fruto’
en ciertos ambientes y ‘se secan’, agotan
o no prosperan en otros. Las condiciones
locales tienden a inluir decisivamente en
las posibilidades de arraigo y expansión de
determinadas empresas del conocimiento
(Salvatore, 2007, p. 13).
Y más todavía, esas “condiciones locales”
no siempre fueron recortadas con la matriz
de la nación ni se adaptaron funcionalmente a
los proyectos de construcción de las naciones
que resultaron de los procesos de independencia
latinoamericanos: los “locales” fueron,
en muchos casos, redes híbridas de actores
comprometidos con el curso de la política, la
burocracia y las instituciones cientíicas en las
excolonias ibéricas en América que no necesariamente
actuaron en nombre de los proyectos
de construcción de estados nacionales y que,
en muchos otros casos, tendieron a consagrar
sus esfuerzos en geografías de escalas diferentes
de la nacional.
Un grupo de colegas viene desarrollando
un conjunto de actividades e investigaciones
bajo el rótulo “historia de la cartografía
en Iberoamérica”. 25 No puede negarse que se
trata de iniciativas que plasman relaciones profesionales
y académicas que algunos de esos
investigadores ya habían entablado a título personal
en los años precedentes a estas iniciativas
colectivas. También son el resultado de una
concepción de continuidades resigniicadas de
redes culturales y cientíicas que variaron a lo
25
En particular hemos evocado la realización periódica
bianual del Simposio Iberoamericano de Historia de la Cartografía
y las publicaciones resultantes de esos eventos porque
ambas iniciativas tuvieron una pretensión fundacional respecto
a la organización y dotación de visibilidad a una comunidad
de trabajo que comparte perspectivas aines.
23
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
largo del tiempo en las que esos colegas se
reconocen como parte de una misma tradición
cultural. El desafío pasa por establecer cuáles
son esas especiicidades sin recaer en modelos
simples que oponen tajantemente dominados
y dominadores, centros y periferias. Incluso los
modelos policéntricos (Besse, 2010, pp. 217-
218) no alcanzan a resguardar del riesgo que
implicaría atribuir a los lugares funciones de
centralidad que aparentemente se han constituido,
sobre todo, en la circulación (Romano,
2010). Esta observación es válida tanto para
examinar la producción de mapas en sus contextos
de elaboración como para pensar en
nuestras propias prácticas de trabajo. 26
En cierto sentido, los Atlantic Studies ya habían
revelado las potencialidades de este tipo
de perspectivas, no sólo como método de abordaje
sino también (y al mismo tiempo) como
modo de concebir un objeto que, en última
instancia, tiene una fuerte matriz geográica. 27 A
pesar de las críticas recibidas, 28 es posible que
pueda encontrarse en esa cantera de trabajo
alguna fuente de inspiración para las posibilidades
de hacer de América Latina un lugar de
cruces entre objetos y perspectivas.
Cuando parece evidente que “los lugares del
saber” resultan del entramado de “contextos
locales y redes transnacionales en la formación
del conocimiento moderno” (Salvatore, 2007, p.
9), ¿es posible pensar a América Latina como
algo más que la combinación de una serie de
piezas de rompecabezas que encastran entre
sí? ¿Qué puede ofrecer la historia de la carto-
26
La polémica tácita que hay entre los “historiadores locales”
que pertenecen o son originarios de sus propias áreas de estudios
y los “historiadores del centro que estudian geografías
periféricas” todavía requiere una crítica más sistemática y profunda
que ponga en cuestión nuestros propios presupuestos
sobre las condiciones de producción de conocimiento. Para
ilustrar la riqueza de las perspectivas híbridas y en el caso de
la historia de la cartografía también para alentar el fortalecimiento
de esas redes de trabajo, véase el volumen de Dym y
Offen (2011).
27
Sobre la perspectiva atlántica, véase Bailyn (2005). Sobre la
plantilla geográica de la concepción historiográica del mundo
atlántico, Lois (2010).
28
Coclanis (2006) habla de algunos de esos análisis críticos
contra el abordaje atlántico por considerarlo analíticamente
poco o nada especíico. Otras críticas han reprochado, por
ejemplo, que los procesos imperiales en realidad tuvieron lugar
más allá de la cuenca atlántica (Mapp, 2006).
grafía para la relexión de las geografías latinoamericanas?
Una última pregunta inspirada
en las relexiones de Cosgrove (2002): ¿es pertinente
hablar de una perspectiva latinoamericana
en historia de la cartografía?
Las perspectivas nacionales y nacionalistas
en América Latina
En particular, la existencia de una extensa bibliografía
sobre las historias de las cartografías
en América Latina narradas en clave nacional
sugiere que ese ha sido el ángulo dominante
para mirar los mapas (el fenómeno no es exclusivo
de los casos latinoamericanos: João Carlos
Garcia analiza la historiografía canónica sobre
la cartografía portuguesa). Esto no es criticable
en sí mismo, pero entraña dos limitaciones
de naturaleza diversa: por un lado, el enfoque
autocentrado en una nación ha servido para
recortar procesos históricos tomando la nación
presente como plantilla retrospectiva. Es
decir, las perspectivas nacionales tradicionales
han tendido a narrar una historia que comienza
con el “nacimiento” (en el sentido de alumbramiento)
de una nación y se extienden hacia el
presente, con escasas referencias a las redes
sociales, políticas, culturales y cientíicas que
dieron forma a esos tejidos locales. De esta manera,
muchos mapas que no encajaban con el
imaginario territorial de los respectivos Estados
(ya sea porque contradecían ciertas pretensiones
territoriales o porque sus formas no resultaba
reconocibles para la audiencia local) quedaron
marginados de todas las revisiones de
cartografías antiguas. En especial vale la pena
remarcar la escasa atención que han recibido
los mapas que se publicaban en Europa en las
décadas de las revoluciones independentistas,
cuando los europeos intentaban visualizar el
nuevo escenario político de la región y deinir
interlocutores. Es que, en consonancia con la
interpretación esencialista de las perspectivas
nacionalistas, el estudio de los mapas de los
momentos más tempranos de las naciones
latinoamericanas ha tendido a obliterar la visión
de conjunto de un proceso que fue concomitante
a otros análogos en la misma región y de
los cuales no debería ser escindido a riesgo de
sacriicar elementos explicativos signiicativos.
Por otro lado, las perspectivas nacionales
más renovadas y críticas a menudo asumieron
espaciotiempo/Num.7/2012 24
carla lois
relaciones causales simples para explicar el
papel de la cartografía en los estados nacionales
modernos (justiicación de políticas de
control de territorio, etc.) y se contentaron con
representar estudios de casos que servían para
constatar la ley general de que la cartografía
estuvo al servicio de las elites intelectuales
que instalaron las narrativas oiciales. El innegable
aporte que esos estudios hicieron para
contribuir al desmontaje de las lógicas literarias
con las que las naciones nuevas tejieron las
narrativas de sus propios pasados hoy parece
insuiciente: no alcanza para desactivar la
escala nacional como lente totalizador bajo la
cual se explican todos los procesos posibles.
¿Por qué lo nacional –entendido como perspectiva
(y no como objeto)– parece seguir operando
en los modos de construir el objeto de
estudio en las historias de la cartografía, incluso
cuando se trabaja desde perspectivas críticas?
Probablemente esto hable de la virulencia de
los discursos nacionalistas, sólidamente instalados
en la opinión pública (en muchos casos,
anclados en el imaginario colectivo bajo diversas
formas de “nacionalismo cartográico” 29 ), a
los que los nuevos estudios todavía consideran
necesario responder.
Sin embargo, un gran número de investigadores
que se dedican a estudiar la historia de la
cartografía de las geografías latinoamericanas y
que, debido a que provienen de otros países no
latinoamericanos, no estarían a priori comprometidos
en estas mismas constricciones historiográicas
e incluso identitarias, también han
adoptado los recortes nacionales para construir
sus objetos y desarrollar sus investigaciones.
Esta recurrencia podría estar sugiriendo que la
cuestión nacional parece lejos de estar agotada
y, sin embargo, a veces parece empantanada o
entrampada en argumentaciones circulares.
Los estudios comparativos podrían aportar
una alternativa enriquecedora, aunque bastante
tradicional, para dotar de horizontes más
amplios a las problemáticas nacionales; pero
deberían estar suicientemente atentos para
evitar seguir asumiendo a los actores naciones
29
Esta idea ha sido desarrollada en relación con el caso argentino
en el trabajo presentado por Carla Lois en el simposio
Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Los usos del mapa
logotipo: política cartográica y nacionalismo durante el primer
peronismo (1946-1955)”.
como entes históricos primarios e ineludibles.
En cambio, menos constreñida por el molde
nacional, se podría formular la pregunta: ¿en
qué tipo de redes se construyeron las imágenes
cartográicas de los estados latinoamericanos?
Geografías latinoamericanas, imaginarios e
imagen cartográica
Asumamos que la imaginación es “esa facultad
que consiste no tanto en poner lo real en
imagen como en instalar, a partir de la imagen,
una conciencia de realidad y que esa imaginación
intencional constituye y anima el espíritu
geográico [por lo que] el arte de la representación
geográica consiste en deinir espacios y
situaciones apropiadas para la puesta de obra
de esa imaginación realizante” (Besse, 2003,
p. 11). Cuando parece que ya se ha escrito
suiciente sobre qué es un mapa, 30 todavía
30
La discusión sobre qué es el mapa y cuál es su naturaleza
es muy extensa. Para hablar de imágenes que hoy consideraríamos
mapas pero que han sido producidas cuando no
existían entornos institucionales que las invistieran como tales,
Smail (1999) elige privilegiar dos rasgos distintivos de la
imagen cartográica: el léxico (los topónimos) y la gramática
(el marco que da sentido al léxico). Más especíicamente, “un
léxico cartográico consiste en todos los topónimos o nombres
de lugares que los hablantes de un lenguaje compartido
adscriben a su paisaje. Esos lenguajes, en cambio, coniguran
topónimos según una gramática cartográica, un marco lingüístico
o cognitivo que podríamos llamar plantilla [template,
en el original]. Juntos, topónimos y plantilla, constituyen
una ciencia cartográica, o un modo de conocer y clasiicar
el espacio” (Smail, 1999, p. xi). En cambio, Jacob (1990, pp.
29-138) sostiene que un mapa se deine menos por sus trazos
formales que por las condiciones particulares de su producción
y recepción, por su estatus de artefacto y de mediación
en un proceso de comunicación social en el que las imágenes
cartográicas son animadas. Esto permitiría abandonar el
signiicado o ciertas cualidades del signiicante como criterio
determinante para la delimitación del corpus estrictamente
cartográico dentro de un universo mucho más amplio de
imágenes. Más desprendido de las asunciones lingüísticas implícitas
en la formulación de Smail, David Buisseret, en cambio,
desplaza el foco nodal de la especiicidad cartográica
hacia la capacidad de representar relaciones espaciales: ‘Lo
que en realidad hace que un mapa sea un mapa es su cualidad
de representar una situación local; tal vez deberíamos llamarlo
‘imagen de situación’ o incluso ‘sustituto situacional’.
La función principal de esa imagen es transmitir información
situacional, distinguiéndola así, por ejemplo, de una pintura
paisajística que, aunque transmitiendo esa información incidental,
busca principalmente un efecto estético. En términos
cognitivos, el mapa tiene que basarse en la percepción que
el cerebro tiene del espacio más que de la sucesión” (2003,
p. 16). Siguiendo una línea argumentativa muy similar, Tolías
25
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
parece necesario examinar los modos en que
han participado y en que participan de la construcción
de la imaginación geográica. 31
Es probable que no sea posible generalizar
acerca de los vínculos entre una imagen cartográica
y el referente empírico que dice evocar.
Por eso, la convergencia de los procesos de
elaboración de mapas y de construcción de
naciones ex novo en América Latina podría
ofrecer alguna pista sobre el tipo de discurso
que los mapas movilizaron en ciertos contextos
históricos.
En el caso de la cartografía, al igual que
en otros campos del saber, en las primeras
décadas del siglo XX había un consenso generalizado
acerca de la necesidad de disponer de
lenguajes universales. Esos lenguajes, en los
mapas, eran llamados a representar tanto el
relieve como otros fenómenos en mapas de diverso
tipo. En la cartografía, esa preocupación
por los valores de una ciencia universal se manifestó
también en la búsqueda sistemática de
un lenguaje gráico. No puede entonces tratarse
de renegar de esa pretensión de universalismo
que se ha encarnado en el desarrollo mismo de
las prácticas y de los proyectos cartográicos
(Pearson y Heffernan, 2006 y 2008). Considerar
esta asunción de método como parte constitutiva
de la práctica cartográica permite, por
un lado, revisitar “el contenido” de los mapas
ya no tanto desde el ángulo de la precisión o la
intencionalidad de su información sino desde la
noción de mapas participantes de una red de
objetos (mapas contemporáneos elaborados
en los contextos de formación de los estados
nacionales latinoamericanos) que pueden ser
puestos a dialogar entre sí en tanto comparten
inalmente destaca el elemento que parece clave: la representación
analógica. En efecto, “un mapa es una forma especializada
de lenguaje visual y una herramienta para el pensamiento
analógico. Tal como ha remarcado Harley, un mapa sirve,
entre otros cosas, como una herramienta mnemotécnica, es
decir, un banco de memoria para datos relativos al espacio”
(Tolías, 2007, p. 639).
31
“L’imagination est ici cette faculté qui consiste non pas tant
à mettre le réel en image qu’à faire passer de l’image au réel,
qu’à installer, à partir de l’image, une conscience de réalité.
C’est cette imagination intentionnelle, pointant vers le réel,
qui constitue, et anime au plus profond, l’esprit géographique.
L’art de la représentation géographique consiste à déinir des
espaces et des situations appropiés pour la mise en œuvre de
cette imagination réalisante” (Besse, 2003, p. 11).
un lenguaje gráico para construir las imágenes
de la imaginación geográica.
En primer lugar, se va imponiendo la necesidad
de abandonar ciertos clichés acerca de la
capacidad homogeneizadora de la grilla o del
plano euclidiano para empezar a cuestionar
de manera más concreta los modos en que
la geometría funciona como dispositivo de
aprehensión del mundo y, asociado a ello,
como un método de inscripción cartográica.
En este sentido, parece necesario ensayar una
historia social de la geometría que nos aclare
un poco mejor las implicancias de asumir una
matriz euclideana para imaginar el espacio y
para desarrollar el lenguaje cartográico: ¿cuáles
son las concepciones geométricas sobre el
espacio y sobre su representación que hacen
que seamos capaces de reconocer, por ejemplo
desde un avión, aquello que creemos haber
visto en un mapa (aunque la experiencia del
mapa nos ponga delante de los ojos nombres,
líneas y colores que no se corresponden en
absoluto con la experiencia visual sensible
que podemos tener desde la ventanilla de un
avión)? ¿Qué tipo de traducción (no sólo entre
lenguajes expresivos sino también entre diferentes
conceptualizaciones del espacio) somos
capaces de hacer para “ver” un paisaje montañoso
de gran pendiente en una hoja topográica
cuyas curvas de nivel se apelotonan una tras la
otra?
En segundo término, y para volver a la cuestión
de los silencios sobre la que tanto ha
insistido el propio Harley, parece oportuno
reexaminar los elencos de imágenes que
decantaron en bosquejos reconocibles de una
imaginación geográica latinoamericana que
no siempre pudo resolver satisfactoriamente
la tensión entre el compromiso con la construcción
nacional y la utopía de la identidad
regional.
Finalmente, luego del fuerte sesgo hacia la
dimensión política del discurso cartográico y
la exacerbación de los estudios sobre su naturaleza
simbólica, hoy parece necesario volver
a revisar la dimensión técnica que ha quedado
descuidada e incluso negada en los análisis recientes.
No se trata de evaluar la precisión o el
acierto de la información sino en problematizar
las prácticas de medición, los procedimientos
de elaboración de datos y los métodos de
espaciotiempo/Num.7/2012 26
carla lois
análisis a los que eran sometidos: se trataría,
más bien, de una historia social y política de
las técnicas cartográicas que no asuma los
principios de evolución o progreso lineal pero
que sea sensible a las posibilidades tecnológicas
en relación con la capacidad de producir y
poner en circulación ciertas imágenes y que, al
mismo tiempo, explore los usos políticos de las
técnicas de mensura. Para salirse de esquemas
lineales y simplistas, habría que pensar que las
técnicas responden a una demanda y que no
siempre pueden ceñirse al plan original. Por
ejemplo: ¿en qué sentido las escalas americanas
desaiaron las técnicas europeas? ¿El desfasaje
de medidas pudo afectar la concepción
del espacio?
*****
En el marco de la proliferación de instituciones,
programas educativos y proyectos editoriales
que asumen que América Latina puede
ofrecer una perspectiva especíica y diferente
de otras desde la que pueden recortarse diversos
problemas planteados a diferentes escalas,
parece pertinente examinar la idea de perspectiva
entendida como el posicionamiento actual
“desde América Latina” para indagar procesos
o cartografías latinoamericanos, y para examinar
otros estudios.
Quienes se asumen como seguidores de las
líneas abiertas por Harley (cuya propuesta, tan
comprometida con la deconstrucción de las
prácticas discursivas es particularmente sensible
a las lógicas de la enunciación), no pueden
ignorar que el hecho de hacer, producir,
publicar y poner en circulación mapas desde
América Latina debe haber tenido algún efecto
particular. Sin embargo, todavía no parece demasiado
claro cuáles serían esos efectos: ¿en
qué consistiría pensar que América Latina es
una perspectiva pertinente? ¿En qué sentidos
puede decirse que América Latina fue un lugar
de enunciación particular en el siglo XIX? ¿Lo
es ahora, en el momento de deinir la problemática
sobre historia de la cartografía acerca de
América Latina?
En la actualidad, los estudios sobre historia
de la cartografía en América Latina, incluso
aquellos que continúan demarcados por el
recorte nacional, se nutren de la renovación
teóri ca que transcurre, notablemente, por carriles
de lenguas extranjeras: al marcado predominio
del inglés dentro de la literatura especializada,
le sigue el francés. Si bien estos
requerimientos condicionan tanto la posibilidad
de acceder a las fuentes como la de integrarse
en la red de debates contemporáneos, no
deben ser necesariamente considerados un
factor negativo. Dicho de otra manera: los investigadores
latinoamericanos se han visto en
la necesidad de interactuar en diversos idiomas
y, con frecuencia, a trabajar en un idioma que
no es el materno (en parte porque las principales
referencias teóricas no fueron publicadas
en español o porque se han plegado un poco
más tardíamente a un movimiento que ya tenía
un ritmo propio y, en parte, porque algunos de
los más reconocidos ámbitos de intercambio
académico funcionan predominantemente en
inglés). Aunque todavía eso sigue generando
críticas y cierto folklore regional que protesta
ante la predominancia angloparlante, poco se
ha reparado en los efectos colaterales potencialmente
positivos de esa situación: ante la
necesidad de poder trabajar en al menos una
lengua extranjera, los investigadores latinoamericanos
tienen la posibilidad de participar de
varios “centros” al mismo tiempo. El hecho de
tener acceso a comunidades académicas que
tienen diversas identidades lingüísticas podría
ser una punta para discutir la pertinencia de la
categoría periferia.
Aun cuando los “centros clásicos” se siguen
distinguiendo por la capacidad de concentrar
recursos, hoy en día no sólo potencian la movilidad
entre centros sino que también cuentan
con una serie de programas orientados a facilitar
la movilidad de los investigadores provenientes
de diversas periferias.
En este momento, muchos estudios históricos
coinciden en desestimar el modelo centro-periferia
para analizar procesos decimonónicos y, en
particular, de producción de conocimiento cientíico
y, en cambio, se inclinan por desenredar el
entramado de relaciones en que esos procesos
se tejieron. Tal vez es tiempo de someter nuestras
prácticas a una relexión semejante que incluya
también los desafíos que tenemos por delante.
En términos más generales, si se entiende que la
periferia es un lugar marginal, podría discutirse
si hacer historia de la cartografía desde América
27
CCSyH UASLP
¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...
Latina es, hoy en día, hacerla desde la periferia.
En cualquier caso, el debate está abierto y eso
es, siempre, un síntoma alentador.
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29
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades científicas
tradicionales en argentina. la academia nacional de
geografía y la sociedad argentina de estudios geográficos
1
(gaea) en el último cuarto del siglo xx
Guillermo Gustavo Cicalese
Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata
[…] hay géneros históricos que son característicos de las ciencias sociales, otros que lo
son de las humanidades y un vasto terreno intermedio. En todo caso, para muchos historiadores
es suiciente con contar bien y sólidamente una historia. Que el tipo de historia
que contamos está guiada por ciertas preguntas y no otras: concedido. Que algunas de
las categorías que usamos para contarla están, como la poesía de Gabriel Celaya, “cargadas
de futuro” (y de pasado, y de presente): concedido. Que en la historia económica y
social, sobre todo, es casi imposible no utilizar algún esquema teórico, más o menos explícitamente
formulado: también concedido. Y una vez admitido todo esto, digo: en el origen
está el relato, la narración, el cuento. Primordial y remota la historia (Asúa, 2007, p. 7).
Resumen
Este artículo indaga sobre las narraciones realizadas
por las sociedades geográicas argentinas de corte
más tradicional durante el último cuarto del siglo
XX: la Sociedad Argentina de Estudios Geográicos
(GAEA) y la Academia Nacional de Geografía (ANG).
¿Por qué es importante dedicar nuestra atención a
estas narraciones institucionales? Porque en ellas
es posible distinguir una mirada con trazos y sentidos
que le son propios para relatar la historia de un
campo social y de conocimientos especíico. Estas
narraciones se constituyen en los modos mediante
los cuales se resalta la tarea académica y los logros
de las iguras del campo, se reconocen personalidades
y se celebran sus obras. De este modo, las instituciones
construyen y reconstruyen a través de sus
órganos de divulgación una historia, o mejor dicho,
una memoria disciplinar. Más allá de las cronologías
e historias de la Geografía que iguran en sus volúmenes,
las fuentes que nutren de manera notable
esta memoria son los ritos y ceremonias, muchos de
ellos actos orales que al transponerse en sus versiones
escritas asumen un género más cercano a
lo literario. Ritos, ceremonias y memoria conllevan
una inalidad moral y pedagógica para el resto de los
miembros de la comunidad, además de airmar determinadas
tradiciones cientíicas.
Palabras clave: sociedades geográicas argentinas
–-narraciones- ceremonias y ritos- memoria
disciplinar
Abstract
This article explores the narratives made by two
traditional Argentinian geographic societies during
the last quarter of the twentieth century: the
National Academy of Geography (ANG) and the
Argentinian Society of Geographic Studies (GAEA).
Why is it important to devote our attention to these
institutional narratives? Because through them it is
possible to distinguish a viewpoint with its own traces
and meanings to tell the history of a speciic social
ield. These narratives are the modes by which the
academic work and the achievements of the leading
igures of the ield are highlighted, acknowledged
and celebrated. This way, the institutions construct
and reconstruct their history, or rather a disciplinary
memory, through their journals and bulletins. Beyond
the chronologies and the history of Geography
contained in their volumes, the rites and ceremonies
are the sources that nourish this disciplinary memory
signiicantly -many of them are oral acts whose
written versions assume a literary genre. Rites,
ceremonies and the construction of the disciplinary
memory entail a moral and pedagogical purpose for
the rest of the community members, in addition to
asserting particular scientiic traditions.
Keywords: Argentinian Geographic Societies -
narratives- ceremonies and rites - disciplinary
memory
espaciotiempo/Num.7/2012 30
guillermo gustavo cicalese
Vuelto de su periplo por América, Alejandro
von Humboldt se instala en París en 1804. Uno
de sus biógrafos, Meyer-Abich (1985), airmaba
que de esta manera terminaba la expedición
más importante dentro de la cultura occidental
emprendida por un “investigador en solitario”.
En un ambiente social propicio, se dispuso a
redactar sus obras más salientes, para lo cual
ordenaba sus lecturas, colecciones de piezas
y observaciones de campo. En carta a su
hermano Wilhelm, embajador de Prusia en
Roma, le contaba sorprendido que su fama
era mayor que nunca, que su nombre iba de
boca en boca, que cada vez que dictaba conferencias
los auditorios se colmaban para
escucharlo, no había sabio del Instituto Nacional
que no lo aclamase, al límite tal, decía, que 1
sus más acérrimos enemigos de antaño ahora
lo halagaban. Terminaba su misiva privada
recordando la frase que un distinguido sabio de
la academia y prominente funcionario político
utilizaba para aludir a su persona: “Cet homme
reunit toute une Académie en lui”.
En sus posteriores viajes, al igual
que en el largo periplo americano,
vería a su paso cortejos de bienvenida,
banquetes en su honor,
celebra ciones y reverencias de
hombres de ciencia, aristócratas
y de go bernantes de los distintos
países y posesiones coloniales
que visitaba. Luego de su muerte,
y a modo de homenaje, su nombre
designó especies vegetales y animales,
accidentes geomorfológicos
como bahías, glaciares, canales,
ríos, picos, cordilleras, montes y
Figura 1.
lagos; además de reservas naturales,
monumentos y parques nacionales. Pero también
es común hoy notar que con su nombre ha
1
El presente artículo tuvo una primera versión que fue objeto
sólo de exposición oral en el coloquio “Historia de la Geografía
y Geografía Histórica” en las IXª Jornadas de Investigación
en Geografía (12-14 de Agosto de 2010, Facultad de Humanidades
y Ciencias, UNL). Agradezco los comentarios críticos
efectuados durante las jornadas por Vicente Di Cione, María
Luisa D’Angelo, Perla Zusman y Gabriela Cecchetto. Hago
extensivo este agradecimiento a todos aquellos miembros de
las sociedades estudiadas que se prestaron al diálogo y al intercambio
de impresiones, cuando sabían de antemano que
esta historia contemporánea que contamos los podía decepcionar
por la mirada que hemos adoptado.”
sido bautizada ininidad de pueblos y ciudades,
así como instituciones de ciencias y humanidades.
La vida y obra de Humboldt se convertirían
además en objeto de múltiples biografías,
en inspiración tanto para realizaciones de arte
como esculturas y pinturas (Figs. 1 y 2) como
para la creación de personajes en la literatura.
Por último, sería señalado repetidamente como
el padre fundador de la ciencia geográica.
Aún hoy se sigue evocando a Humboldt con
entusiasmo y arrobada admiración. En torno a
esta forma de recordar a las iguras señeras es
que hemos escrito el presente artículo: trata de
los modos mediante los cuales se reconoce la
tarea cientíica, de las gratiicaciones, del prestigio,
y de la producción de notoriedad tanto de
los geógrafos como de las instituciones que las
conceden y que de alguna manera hacen trascender
su obra. No podríamos dejar de hablar
de ellas, sobre todo porque, como veremos,
esas instituciones construyen y reconstruyen
una historia, o mejor dicho, una memoria
disciplinar que satisface funciones identitarias
en las comunidades especíicas. Pensamos
que éste podía ser un objeto de investigación
válido cuando tuvimos la oportunidad de
explorar documentos de organizaciones académicas
tradicionales que hacían referencia, en
forma completa o por fragmentos, al pasado de
la geografía argentina, a lo que en términos imprecisos
por ahora podemos llamar su historia.
¿Por qué es importante dedicar nuestra
atención a estas narraciones institucionales?
Fundamentalmente porque nos encontramos
ante una mirada con trazos y sentidos que le
31
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
Figura 2.
son propios entre otros posibles para relatar
los tiempos pretéritos de un campo social y
de conocimientos. A partir de los diferentes
tipos de relatos nos proponemos develar que la
escritura institucional y sobre todo la forma en
cómo se transmite, está íntimamente vinculada
a una función social cara a quienes constituyen
la grey cientíica. Este último aspecto es el que
la hace singular y distinta a otras que persiguen
otros ines e intenciones.
Inspeccionadas las fuentes primarias, es que
nos planteamos estudiar la narración del pasado
que han hecho las sociedades geográicas
argentinas de corte más tradicional (así caliicadas
por ser antiguas y por los medios de
legitimación que han empleado) y escogimos
los casos de la Sociedad Argentina de Estudios
Geográicos (GAEA) y la Academia Nacional de
Geografía (ANG) durante el último cuarto del
siglo XX. Mas allá de que traemos a colación el
contexto de origen de ambas entidades, cabe
aclarar que las caracterizamos a partir de las
fuentes oiciales elaboradas en el período seleccionado,
por lo que escasamente hablamos
de su presente. En pocos años, la Sociedad y
la Academia han sido expuestas a cambios internos,
no sólo en sus elencos de dirigentes,
sino también en sus expresiones y estrategias
como agentes colectivos. En gran medida las
transformaciones sociales y políticas en el país
y en el campo de los conocimientos geográicos
en el último cuarto de siglo XX las han conmovido,
haciendo variar sus capacidades, ines
y la manera en que se muestran a la comunidad
disciplinaria y a la sociedad.
Finalmente y con el objeto de desentrañar
el interrogante en torno a cómo han relatado
las instituciones la historia de la geografía
argentina, es que ponemos el acento en los
investigadores que, comprometidos con las
sociedades, publicaron en sus órganos de difusión.
Más aún, hacemos énfasis en un eje que
nos ha llamado fuertemente la atención: el rol
que han cumplido en las asociaciones los ritos y
ceremonias de fuerte contenido simbólico para
la construcción de una memoria disciplinaria. Si
bien se trata de actos orales, en sus versiones
escritas asumen un género no académico, más
cercano a lo literario y con una prosa de corte
privado que se hace pública con una inalidad
moral y pedagógica. En otros casos, el pasado,
sobre todo cuando de trayectorias se trata, es
moldeado dentro de una descripción que recoge
los hitos salientes referidos a la contribución
cientíica del agente individual o colectivo. A
manera de conclusión conjeturamos sobre las
alteraciones que han producido, en este tipo de
instituciones geográicas, el campo social y de
conocimientos actual, intensamente atravesado
por los vectores culturales de la posmodernidad,
los cuales afectan las bases tradicionales
sobre la que se ha montado su autoridad.
Los relatos de las sociedades tradicionales de
la geografía argentina
Al menos hasta la década del noventa, las
dos instituciones principales en el campo de
la geografía en Argentina han sido las dos sociedades
mencionadas. GAEA, cuyo origen se
remonta a 1922, es más antigua y reconocida
por sus actividades para la promoción de
la ciencia y para la representación de los titulados
que la ANG, fundada en 1956. La primera
rápidamente adaptó su estructura para
extender su membresía. Con los años capitalizó
espaciotiempo/Num.7/2012 32
guillermo gustavo cicalese
a los egresados de institutos terciarios y de universidades
nacionales y privadas, sumando en
este derrotero a aquéllos que contarían, a partir
de la década del cincuenta, con el diploma de
grado universitario.
El caso de la ANG es peculiar, como veremos.
Su contexto de emergencia se da en otras
condiciones sociales y políticas, distinguiéndose
de GAEA desde su carta fundacional en
dos puntos. En primer lugar, en el terreno de
la deinición disciplinaria: asumía que el campo
de conocimientos era heterogéneo; no utilizó el
singular de “geografía” sino la acepción plural
de “ciencias geográicas”, término que abarcaba
las ciencias naturales y las humanas. El
uso del plural para la época empezaba a sonar
un tanto anacrónico, más aún con las primeras
camadas de egresados geógrafos de universidades
con pretensiones de airmación profesional
e iniciativas de apropiación de un recorte
preciso en el territorio del saber; demandas que
por otra parte GAEA canalizaría como corporación
rectora, no sin antes transitar por sobresaltos
internos (Quintero, 2002). En segundo
lugar, la Academia se impuso como estatuto
la exclusividad de sus componentes, limitando
su integración a cuarenta miembros notables
estrictamente seleccionados por sus pares, tal
cual señalaba la antiquísima tradición de las
academias de ciencias. Desde sus comienzos,
en sus actas fundacionales se estableció como
un reducto selecto y, como ya dijimos, con una
deinición laxa de la geografía, reuniendo en su
seno –según palabras de la Academia– a los
máximos cultores de las “múltiples disciplinas
que componen la ciencia geográica”. Dentro
de sus principios se proponía convocar a estos
cultores que eran, a juicio de la institución, los
poseedores de un saber que sólo pocos podían
atesorar con real erudición.
En el momento de su fundación, GAEA tenía
la composición profesional usual en las organizaciones
nacionales de este tipo propias del
siglo XIX, animadas por intelectuales aines a
los proyectos políticos estatales. En ellos se
destacaban sus ideas positivistas y la ilosofía
evolucionista en cuanto apuesta por las ciencias
como medio de comprender el mundo e
intervenir en él, y su fe laica en las tecnologías
que permitían conocer y dominar el territorio.
Sus concepciones van a aunar en una misma
meta a exploradores, ingenieros, geógrafos aicionados,
cartógrafos, geólogos, naturalistas y
militares. Debemos dejar en claro que, avanzado
el siglo XX, GAEA como agregado social va
tomando otro cariz más centrado en las labores
de promoción pedagógica de la ciencia geográica
y asume con más ahínco entre sus ines la
“educación del soberano”. Esta orientación, si
bien estaba en la formación de magisterio de su
mentora Elina Correa de Morales (Fig. 3), con el
tiempo sobresaldría debido a la incorporación
cada vez más masiva de docentes y maestros.
GAEA va a convertirse en el referente primordial
y casi único para los geógrafos, sobre todo
a partir de 1960, en un campo muy escueto en
el sector de las investigaciones y mucho más
limitado en el profesional, entendido este último
como un sector de casi nula demanda de
las labores propias de un experto. En el ámbito
de la educación, sector que por entonces se
hallaba en franco crecimiento, la entidad va a
conformar su capital social más relevante a través
de sus redes territoriales de iliales y de sus
iguras más conocidas, que no sólo hicieron
estudios regionales especíicos, sino que nunca
Figura 3.
33
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
descuidaron la edición de textos de enseñanza
ni las colecciones dedicadas al gran público.
A partir de la década de 1930, la Sociedad originó
una apertura creciente hacia los distintos
niveles educativos, convocando a educadores
a encuentros especiales que pasaron a denominarse
la “Semana de Geografía”, evento al que
se han dedicado distintos estudios. 2 Sus dirigentes
y asociados fueron los autores de obras
geográicas variadas, enciclopedias, manuales
escolares y tratados académicos. A la vez tuvieron
a su cargo las cátedras de las carreras
universitarias e institutos de formación del profesorado,
con una militante participación en la
creación y gestión de carreras de nivel superior.
Con estas inversiones en su capital social, la
Sociedad se constituyó en genuina representante
de los geógrafos frente a la Academia.
De ahí en más, y por muchos años, GAEA hablará
en nombre de la “geografía argentina”,
segura de que cuando elevaba su voz lo hacía
tanto por la enseñanza e investigación geográica
nacional, y también como la palabra corporativa
autorizada por la comunidad y, por supuesto,
en defensa del interés patrio.
La ANG emerge en circunstancias históricas
muy convulsionadas para Argentina, como lo
fue el escenario nacional que deviene luego de
la Revolución Libertadora. En efecto, el golpe de
1955 que derrocó el peronismo e instaló el gobierno
provisional produjo el consecuente “reordenamiento”
de las academias de ciencias,
humanidades y artes, y de las universidades. El
gobierno surgido de ese levantamiento de características
cívico-militares convocaría a una
elite cultural cosmopolita y liberal que se sentía
marginada –o efectivamente lo había sido– por
sus ideas y prácticas políticas durante la etapa
que rigió el Justicialismo (1943-1955). Más
allá de que algunos de ellos habían participado
en la rebelión activamente, asumirían posteriormente
puestos estatales y serían, en buena me-
2
La atención que ha recibido GAEA en forma directa o indirecta
en investigaciones, ya sea como institución, ya sea
analizando la obra o gestión de algunos de sus principales
miembros, es un indicador que revela la trascendencia que ha
tenido por muchos años en el campo de la geografía argentina
(Barrancos, 2000; Souto, 1996; Lazzari, 2004; Quintero,
1995, 1999, 2002; Zusman, 1997, 2002, Curto y otros, 2008).
Por el contrario, la poca atención dedicada a la ANG muestra,
quizás, su escasa inluencia en el campo social, más allá de
que se trate de una entidad más reciente.
dida, la dirigencia intelectual de la revolución.
Las nuevas normas que refundan la universidad
y “reparan la autonomía de la ciencia” en las
academias anima a algunos geógrafos, ingenieros,
militares, abogados y naturalistas a crear la
Academia, donde no estaba ausente la rivalidad
con GAEA por cuanto la personalidad más
relevante de esta última, Federico Daus, estaba
identiicado con el régimen depuesto.
No es objeto de este escrito ahondar en la trayectoria
académica e intelectual de estas dos
instituciones ni en sus compromisos con otros
campos, asuntos que, al menos en una de ellas,
nos hemos esforzado por señalar en otras indagaciones
(Cicalese, 2007; 2009). Retomamos
ahora de alguna manera la pregunta inicial de
cómo se ha escrito la historia de la geografía
argentina o, más específicamente, cómo lo
han hecho las organizaciones patrimonialistas
mencionadas. Pero como decíamos, no
sólo nos interesamos por las publicaciones de
geógrafos en sus boletines oiciales, sino que
nos ijamos también en ese recuerdo del pasado
fragmentado, hecho a veces de trozos, de
trayectorias que se maniiestan en relatos mínimos
pero muy cargados de sentido. Ambas,
GAEA y ANG, hacen su pasado con una apreciación
y valoración en actos antropológicos
que les son propios.
¿Por qué es importante reflexionar sobre los
relatos institucionales? Esencialmente porque
estas instituciones han sido muy activas preservando
el patrimonio disciplinario, el cual
seleccionan, realzan y al que crean y recrean
manteniéndolo vivo de alguna manera. Se han
comportado como “doctores de la memoria”,
curadores que tienen el poder de hacer pública
una memoria colectiva, en otras palabras, de
llevarla al conocimiento de todos. Esta fuerza de
difusión surge desde el instante en que cuentan
con canales eicaces y gestan situaciones privilegiadas
donde se instala un discurso sobre el
pasado. Estas instituciones tienen entonces la
capacidad de signiicar en sus textos los principios
hegemónicos, pudiendo incluso provocar
acontecimientos comunicativos sustanciales a
través de la producción del habla predominante.
Resulta difícil, al estudiar tanto estas
agregaciones académicas como otras que se
desenvuelven en la actualidad, no pensar en
las categorías más comunes de la antropología
espaciotiempo/Num.7/2012 34
guillermo gustavo cicalese
clásica y, siguiendo a Becher (2001), aseverar
que se constituyen en verdaderas tribus donde
es admisible identiicar entre sus hombres
y mujeres quehaceres tendientes a la perduración
del grupo. Estas comunidades complejas
con sus jefes de clanes, ancianos sabios, brujos
y guerreros, tienen como misión comunicar
las habilidades del oicio a los aprendices, pero
también junto con éstas, los valores más típicamente
culturales de una disciplina: tradiciones,
costumbres, creencias, principios morales
y pautas de conducta; en otros términos, toda
una serie de signiicados que se espera sean
compartidos.
La actividad de transmisión cultural que realizan
encuentra su vehículo preeminente en el
control de las dimensiones del contexto. Desde
el núcleo emisor del campo disciplinario, como
resume Bourdieu (2000a), se autoimponen la
obligación de conservar conservándose. En verdad,
el recorrido por los anales, boletines, actas
de congresos y otras publicaciones de la Academia
y la Sociedad nos permite ver en sus
páginas dos subtipos de relatos no contradictorios,
que responden a situaciones comunicativas
diferentes: por un lado las usuales visiones
internistas de la evolución de la geografía, y por
el otro, los fragmentos de un pasado disciplinario
que nos despiertan más inquietud y que son
objeto de desarrollo en el título subsiguiente.
En cuanto al primero de los relatos, desde
ambas instituciones se han trazado historias de
la geografía argentina a cargo de distintos autores
con enfoques internistas. Estas perspectivas
fomentan un esquema argumentativo y un
estilo impersonal que aporta a la impresión de
objetividad, haciendo uso de un método predominantemente
genético procesal. En este esquema,
se tiende a resaltar las personalidades
y sus obras con un sentido de continuo progreso
y un estilo de escritura que asume en sus
líneas una visible austeridad en el empleo de
caliicativos. En un esbozo quizá un tanto teleológico,
se cuenta cómo la geografía llegó a ser
lo que hoy es, dejando en el lector titulado la
impronta moral de que se debe asumir la deuda
al menos cognitiva con los antiguos cultores
de la ciencia y ejercer, en cuanto la ocasión se
preste, la “acción de gracias” correspondiente.
Es a este tipo de relato al que se ha recurrido
en los momentos de efemérides que dan paso
a verdaderos ritos festivos, como por ejemplo
cuando GAEA celebró sus sucesivos aniversarios.
Así ocurrió en ocasión de cumplir sus
cincuenta y ochenta años de vida social. En el
libro de GAEA editado en 1974, dedicado a su
propia historia con motivo de alcanzar su cincuentenario,
la comisión directiva redactó un
informe en donde no queda lugar a dudas sobre
el sentido de su narración. El ánimo que
la guiaba era que “esta memoria” no quedase
coninada a un “mero contenido retrospectivo”,
es decir, no sólo como una nota dedicada a
conmemorar glorias pasadas, sino que –en sus
palabras– debía ser un acicate para dejar en
claro los lineamientos de un programa a futuro.
Se traía el pasado para garantizar el futuro. En
él se vislumbraba el venidero rol de los geógrafos
para emplearse al servicio del Estado en la
solución de problemas que podían afrontarse
con los instrumentos de la “geografía aplicada”,
alentando así la imagen del geógrafo experto.
Esta rama práctica estaba por esa época en
boga en Europa y Estados Unidos de América,
y la entidad la entendía como una perspectiva y
un medio técnico metodológico apropiado para
encarar el desarrollo del país. No eran ajenos al
relato los lamentos por el desconocimiento de
la tarea de los geógrafos, ya que se sostenía
que la labor en favor de la cultura geográica no
había alcanzado en nuestro medio la repercusión
que se merecía entre los ciudadanos. Esta
publicación venía a cubrir ese vacío, entre otras
cosas, puesto que tenía la “virtud”, en palabras
de los dirigentes, de mostrar el trabajo de dos
generaciones de geógrafos argentinos al servicio
de la sociedad y el territorio nacional.
La otra publicación, con motivo de los ochenta
años de antigüedad de la Sociedad, consistió
en una edición que salió a la calle en 2002
en un soporte material austero, ya que fue compaginada
en formato de cuaderno. En ella, los
redactores encargados de la cronología ponían
en relieve:
En estos primeros ochenta años de existencia
de GAEA, que ahora celebramos,
ocurrieron muchos hechos que son demostración
palmaria de un accionar constante
a favor de la vieja ciencia de Estrabón, en
una continuidad temporal que muy pocas
instituciones cientíicas de nuestro país pue-
35
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
den ofrecer. Al cumplir en este año de 2002
ochenta laboriosos y fecundos años, y en
homenaje a quienes la fundaron, prestigiaron
y cuyos esfuerzos ennoblecieron, esta Sociedad
ha decidido concretar con esta síntesis
historial su reconocimiento a quienes nos
han precedido (Richart y Ururzun, 2002, p. 4).
Con un convencimiento que encuentra sus
raíces en la legitimación que otorga el espesor
del tiempo sucedido, los autores de estas líneas
entrelazaban por este mecanismo de búsqueda,
de adhesión y consenso los remotos orígenes
grecolatinos del pensamiento territorial. La “vieja
ciencia de Estrabón” era la fase de infancia
o paleogeográica de la ciencia geográica moderna.
En ese mismo párrafo se daba cuenta de
los orígenes fundacionales con reproducción
de los facsímiles de los documentos (Fig. 4)
y, con fundamento, los geógrafos daban fe de
la persistencia de la Sociedad en un país donde
las irrupciones y discontinuidades habían
sido tan comunes. Es que verdaderamente es
muy atípico detectar en el mundo de la ciencia,
y aún más en las ciencias humanas en
Argentina, otra entidad profesional con este
peril que haya permanecido por tantos
Figura 4.
años. En las palabras introductorias, también se
señalaba la fecha fundacional de GAEA como
venturosa para la geografía mundial relacionándola
con la creación de instituciones nuevas y
otras ya existentes, y que serían señeras con el
paso del tiempo como fue el caso de la Unión
Geográica Internacional (UGI) fundada en Bruselas
en ese mismo año y que también cumplía
su centenario, o la Société de Géographie de
París (oicialmente fundada en 1821), considerada
la sociedad geográica más antigua del
mundo. A través de sus dirigentes e intelectuales,
ambas realizarían una signiicativa difusión
de los estudios geográicos en Latinoamérica
mediante una diplomacia activa para enseñar la
cultura europea. En el caso de Francia, el intercambio
académico pasaría a ser parte importante
de su política exterior en el subcontinente.
En cuanto a la ANG, la justiicación desarrollada
en sus primeros anales se basaba,
más que en un pasado institucional que no se
poseía, en los destacados antecedentes de sus
precursores, miembros de otras academias de
formato similar, o en su paso por funciones directivas
en GAEA, así como en la necesidad
de contar con una organización distinta aianzada
en su selectividad. En sus publicaciones,
los raccontos suelen ser más limitados. En los
primeros anales, sobretodo, se registran los
planes típicos de un ente cultural y cientíico
naciente que intentaba ocupar un lugar en
el campo académico. En ellos se detallan las
gestiones administrativas, apelaciones legales
y lineamientos políticos tendientes a lograr su
nacionalización. Tal acreditación por parte del
Estado se traduciría en apoyo de recursos económicos
y en la concesión de consultora exclusiva
sobre asuntos geográicos.
Hay un elemento en común en las historias de
la geografía argentina en ambas instituciones a
cargo de autores sobre todo en el último cuarto
de siglo, y es que han sido editadas en español
luego de haber sido publicadas en el extranjero,
formando parte de una serie de artículos que
son compilados con el objeto de relevar el estado
de la cuestión geográica en distintas escuelas
nacionales o, al menos, los autores los han
editado siguiendo una línea de pesquisa que
venían ya trabajando. En estos relatos generalmente
los hechos políticos y sociales suelen
aparecer como aspectos periféricos o adyacen-
espaciotiempo/Num.7/2012 36
guillermo gustavo cicalese
tes en el devenir de la ciencia, no son dimensiones
reveladas como signiicativas ni entrelazadas
con la producción de conocimientos.
Por lo común, en sus miradas hacia atrás,
tanto la agenda de temas de indagación, los
enfoques teóricos y las referencias axiológicas
como su aplicación a determinados intereses
son relaciones que aparecen desdibujadas.
Sin embargo, en algunas de estas exposiciones
la coyuntura de la escritura ha llevado a los
autores, probablemente afectados en su trabajo
cotidiano, a hacer una referencia a los
factores de convivencia política, cuando éstos
se han manifestado de manera determinante
sobre la actividad académica. 3
Ahora bien, habíamos dicho también que existen
otros relatos, otras formas de hacer historia
en las instituciones, que no por breves son
banales. Muy por el contrario, creemos que estas
historias mínimas cumplen funciones más
densas en lo gregario que las que antes tuvimos
oportunidad de caracterizar. Empero, ¿cuál
es la razón para hacer esta última airmación?
Preliminarmente podemos aseverar que son las
responsables de idear la memoria disciplinaria,
no la memoria entendida como un subgénero
donde se rinden cuentas de la actividad
burocrática y se hacen balances administrativos,
en tanto es un ejercicio notario propio de
estas entidades, que se vuelca en un registro
ceñido a un segmento temporal. 4 Hablamos
3
El texto de Bolsi (1991), publicado por la Academia, es muy
completo en su relevamiento histórico institucional de Argentina
en universidades y centros. El autor hace referencia a la
irracionalidad del funcionamiento universitario en determinados
períodos pretéritos para referirse a la intolerancia política,
dejando sentado que estos factores externos no pueden
dejar al menos de mencionarse. El artículo de Randle y Conte
(1999) publicado por la Sociedad hace un repaso detallado:
distingue “personalidades” en distintas instituciones, incorpora
las ediciones de geografía popular, y no puede dejar de
mencionar los cambios “externos” que se originaban en los
ochenta con la llegada de la democracia, airmando que había
agobio por los cambios educativos y siendo críticos con
la nueva clase dirigente que llegaba al departamento de geografía
de la UBA.
4
GAEA regularmente publica la memoria anual de la junta
directiva correspondiente al ejercicio del año inalizado, donde
se da cuenta de la aprobación por parte de la asamblea
del balance general, la cuenta de gastos y recursos. Además
en ésta se informa sobre la semana de geografía desarrollada,
sobre visitas, conferencias e intercambios con académicos extranjeros,
acuerdos con instituciones nacionales y extranjeras,
entonces de la memoria disciplinaria que poco
aparece en dicho ejercicio, de la memoria cuyo
material se conforma con los reconocimientos
y el propio reconocimiento con que comienza
cada acto ceremonial oral, que hacen la formación
de una idea del pasado para luego ser
recogidos con un estilo de redacción que nos
acerca más a lo literario. No está en nuestra
intención descaliicar estos relatos tachándolos
de literatura como sinónimo de icción, sencillamente
los pensamos así porque no se encuentran
sometidos al juicio de la ciencia, a la
réplica o a la duda sistemática, es decir, no responden
a un procedimiento demostrativo que
busca consistencia lógica lo cual, por otra parte,
no sería un nivel de evaluación útil, es más,
un examen en estos términos sería impropio.
Estos discursos se ordenan con base en una
relación de nexos entre eventos, personajes y
estrategias que tienden a despertar emociones
y creencias en los lectores u oyentes. Así, pensamos
que cabe el empeño por interpretarlos
en su contexto.
Ceremonias de reconocimiento, ocasiones de
construcción de la memoria
Al igual que otras organizaciones, las instituciones
académicas se sienten responsables por
la transmisión cultural, la cual hacen efectiva por
distintos medios. Su cometido no sólo consiste
en prohijar la reproducción de teorías, métodos,
técnicas y prácticas de orden pedagógico o cientíico;
también debemos prestar atención a la forma
en que lo hacen, y que a la vez resulta en un
refuerzo de los contenidos y de las condiciones
de recepción en la comunidad. Empero, no sólo
se transieren para su reproducción conceptos e
instrumentos intelectuales sino también una tabla
de valores, esquemas de percepción y actitudes
que están incorporadas a la enseñanza del oicio.
Siguiendo a Bourdieu (2000b), aleccionan sobre
“una manera de estar en el mundo”, un habitus
cientíico que comprende en forma coherente
las pericias de la profesión con un conjunto
de creencias o, lo que es lo mismo, de ideas,
prejuicios y certidumbres irmemente arraiadquisición
de bienes y donaciones, reformas estatutarias, el
movimientos de ailiados y el fallecimiento de socios. En el
caso de la Academia su memoria tiene un formato muy similar
notiicándose sobre el fallecimiento de académicos y el
reemplazo por nuevos numerarios.
37
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
gadas en la comunidad. Para ser más precisos,
el habitus es un sistema de disposiciones
adquiridas por medio del aprendizaje (implícito y
explícito) por el cual el individuo actúa (delibera,
calcula y ejerce elección) pero también “es actuado”,
es decir, internaliza las normas sociales
haciéndolas propias. A través de esta categoría
intermedia se restablece la correspondencia
entre las conductas individuales y las imposiciones
colectivas, integrando ambos factores de la
balanza en el modelo explicativo.
Las creencias encuentran su cauce ideal en
la elección de canales, momentos y sitios que
facilitan su transmisión a través de actos gregarios
de intenso sentido simbólico. Los sistemas
simbólicos se constituyen en instrumentos de
integración y solidaridad comunitaria, generando
sentido sobre el mundo social a través
de la producción de consenso. Airma Bourdieu
(2000a) que tienen el poder de constituir
lo dado por la enunciación, hacer ver, hacer
creer y conirmar o transformar de esta manera
la visión del mundo. Es una capacidad mágica
que permite obtener sin gasto aparente la aceptación
de quien ejerce un determinado p oder,
a diferencia de lo que puede ser conseguido
por otros caminos más costosos y arduos que
suponen imposiciones y coacciones de distinta
naturaleza.
Las entidades cientíicas no escapan al uso
de estos recursos mágicos, que se esceniican
en ceremonias que contribuyen a la reproducción
disciplinaria. Es posible discernir en esta
dirección toda clase de ritos antropológicos
como, por ejemplo, de iniciación, consagración,
festivos, de conmemoración, de tránsito, funerarios
y de revelación. Esos actos formalizados
y reiterados evocan el pasado alojándose en un
sitio y en un momento: ése es el lugar y tiempo
privilegiado donde se exteriorizan y refuerzan
buena parte de las creencias comunitarias. Los
arreglos de pequeños espacios como forma de
ejercicio de un poder de orden simbólico en los
ámbitos educativos ha sido motivo de agudas
relexiones por parte de Foucault (1985) quien
revela las correspondencias entre arquitectura
y el ejercicio de la autoridad social.
El emplazamiento material resulta parte del
ritual, es donde los signos societarios son omnipresentes.
Se trata de salas especialmente
acondicionadas, con su mobiliario y adornos,
con escudos y cuadros sobre las paredes, y
aún con la indumentaria que lucen los concurrentes.
La teatralización se completa con la
disposición protocolar en el espacio, localizaciones
que se arreglan conforme a coordenadas
jerárquicas (los ubicados en la mesa del
palco, quienes van a ocupar el atril, las ubicaciones
en las ilas delanteras de la tribuna y el
posterior cortejo), según el grado de quienes
asisten y el papel que desempeñan en el acto.
Se diría que todo está dispuesto en este verdadero
salón de actos con sus recintos ataviados
para realizar las sesiones solemnes. El lugar
se convierte durante el cónclave en un recinto
cargado de historia, similar a un museo o un
monumento, generando en quienes lo habitan
en forma pasajera ciertas predisposiciones
a aceptar la autoridad que se maniiesta por
encima de ellos.
Junto con trabajos académicos, tanto la ANG
como GAEA relejan en sus volúmenes, y esto
en nuestro estudio es capital, los escritos que
recogen y ciertamente reiteran lo dicho en los
actos rituales antes mencionados. En la mayoría
de ellos predomina el discurso y la transmisión
oral, más allá de que luego lo dicho se
convierta en textos impresos con el objeto de
difundir lo ocurrido, dando pie a la formación de
una memoria común. Entre estos actos podemos
reconocer las ceremonias que se efectúan
con motivo de:
• homenajes a geógrafos en reconocimiento
de su labor,
• aniversarios que recuerdan la fundación de
las instituciones o hitos destacables, que
hemos comentado en el título anterior,
• lecturas de biografías y necrologías de aquellos
asociados distinguidos,
• discursos oiciales dictados en ocasiones
de entregas de premios y concesión de honores,
y inalmente,
• la presentación de antecedentes curriculares
de aspirantes que justiican la ocupación
de uno de los asientos reservados a los académicos
de número.
espaciotiempo/Num.7/2012 38
guillermo gustavo cicalese
Estos textos-documentos se producen a partir
de los ritos del presente en los salones ceremoniales,
fuertemente anclados en un pasado que
da razón y fundamento al acto especíico cuya
misión es siempre crear un instante de conmemoración.
La conmemoración es la adopción y
adecuación de un pasado que sirve a las necesidades
actuales, contrastante con la rememoración
que es el intento de aprender el pasado
en su verdad, dice Todorov (2002). El historiador
y ilósofo discrimina ambas acepciones: la
historia reconoce la complejidad del pasado,
la memoria lo simpliica ya que nos provee de
ídolos para honrar; mientras la primera es sacrílega,
la segunda es sacralizante. Claro que no
siempre ha sido tan tajante el límite entre una y
otra, ha sido más bien una franja de transición
donde incluso no es extraño encontrar transposiciones,
o bien a investigadores profesionales
que no ateniéndose a estos ines de oicio
–por no aceptar la separación entre una y otra–
han militado conscientemente en favor de una
memoria. Es cierto que no siempre se ha tenido
por parte de los intelectuales tal lucidez sobre
la práctica propia o sobre las consecuencias de
la utilización o recepción de los conocimientos
obtenidos e ideas declaradas. Creemos que un
buen ejemplo en este sentido lo aportan las indagaciones
relativamente recientes sobre los
contenidos ideológicos de los discursos que
iguran en los manuales escolares o en los medios
masivos de comunicación.
Siguiendo el pensamiento de cientíicos sociales
que se han ocupado del problema de la
memoria, podemos decir con ellos que quienes
“hacen memoria” suelen recurrir habitualmente
a las mismas fuentes documentales que emplean
los historiadores profesionales, pero diferenciándose
–como vimos– en las intenciones y
objetivos que se persiguen. Nora (2009) no deja
lugar a dudas sobre cuál es el lugar de estos
testimonios que coniguran la memoria, evidentemente
signiicativos como fuente histórica,
pero no decisivos ni aún menos excluyentes
de la búsqueda de otros documentos de naturaleza
diferente. La memoria puede separarse
radicalmente de la historia cuando sus fuentes
exclusivas están sujetas a recuerdos de un pasado
vivido efectivamente o imaginado por testigos
que han experimentado los acontecimientos
o creen haberlo hecho. La memoria siempre
se instala en un terreno sensible y pasional, y
en ocasiones el sólo ejercicio del recuerdo es
emotivo para quien lo hace, pero debemos aquí
hacer particular hincapié en la conducta protagónica
de las organizaciones que preparan un
ambiente propicio para la emergencia de memorias
individuales.
Para algunos historiadores la única memoria
realmente existente es la individual, y son las
organizaciones de peso frente a las que los sujetos
recuerdan, quienes se comportan como
conserjes que guardan celosamente las llaves
de apertura y cierre de estas manifestaciones.
Entonces, conforme determinadas instituciones
con poder social la habiliten o no, la memoria
estará relegada a lapsus prolongados de latencia,
desplazada al olvido o, por el contrario,
se convertirá en “memoria pública” luego de un
brusco despertar. En la actualidad se ha revalorizado
el papel del testigo; a quien se asigna
esta condición se lo distingue por considerarlo
aquél que conserva la “memoria viva”, es
el que “allí estuvo” y protagonizó o presenció
con sus sentidos los sucesos sobre los cuales
brinda testimonio. Esa existencia en cuerpo y
entendimiento en un tiempo histórico es lo que
suma credibilidad como vocero caliicado. Así
se produce una conianza ingenua en la primera
persona, una fetichización del testimonio que
le otorga una gravitación superior sobre otros
documentos (Sarlo, 2005).
Le Goff (1991) parece conirmar el alcance
del tipo de fuentes que hemos consultado para
rastrear los relatos institucionales, al sostener
la trascendencia que aquéllas tienen para
la coniguración e invención de las memorias
colectivas. El historiador identiica dos tipos de
materiales que dejan su vestigio: documentos y
monumentos. Este último vocablo, del latín monumentum,
alude desde la antigüedad romana
a un doble sentido: una obra de arquitectura
o escultura erigida con objeto conmemorativo
por un lado, y un artefacto funerario destinado
a transmitir un recuerdo donde de manera
inexorable aparece la conciencia de initud, por
otro. Empero, lo más interesante de los argumentos
de Le Goff es su percepción de que el
documento es siempre producto de un centro
preponderante que lo trae a colación ante el
conjunto societario ungiéndolo con una fuerza
alegórica extraordinaria; nos advierte: “El docu-
39
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
mento no es inocuo. Es el resultado ante todo
de un montaje, consciente o inconsciente, de
la historia, de la época, de la sociedad que lo
ha producido, pero también de las épocas ulteriores
durante las cuales ha continuado siendo
manipulado, a pesar del silencio. El documento
es una cosa que queda, que dura y es testimonio.
[...] El documento es monumento, en el
sentido que es esfuerzo cumplido por las sociedades
históricas por imponer el futuro, hacerlo
manejable, previsible” (1991, p. 65).
La cita textual que antecede no entraña para
nosotros pensar únicamente el documento en
tanto elemento que puede ser relexivamente
manipulado, ya sea por los mecanismos asociados
a su ocultamiento o a su rehabilitación
frente a la opinión pública. Esto evidentemente
ocurre, pero en esta instancia preferimos comprender
la conmemoración como una ineludible
necesidad de todos los grupos que constituyen
o buscan constituir un proyecto de vida y
una identidad, aún cuando se trate de comunidades
que practican normas que se atienen
a las pautas de validación del método cientíico.
Por supuesto, esto no signiica perder de
vista el papel rector que tienen las entidades
con ascendencia social. Éstas, como núcleo de
poder, tienen el privilegio de producir documentos
como forma de garantizar un rumbo previsible
para sus integrantes, de ahí también que
la conmemoración satisfaga inquietudes muy
humanas. Estos documentos contienen dos
aspectos que consideramos sustancial dilucidar
en nuestra pesquisa: primero, la descripción
del género literario, porque creemos que
estamos frente a una prosa que constituye una
trama de escritura típica ante la cual conviene
interrogarse sobre su entretejido y los sentidos
de los mensajes que porta; y segundo, plantear
una aproximación a las funciones simbólicas
que cumplen las organizaciones por intermedio
de estos documentos, en relación a un colectivo
al cual representan o dicen representar.
Los géneros de escritura que construyen
memoria
La Academia y la Sociedad han puesto en escena
repetidas veces ceremoniales que tienen
raigambre tradicional y que son propios también
de otros colectivos de cientíicos. Se expresan
por la asignación de méritos y premios,
la exaltación de personalidades apoyada en
biografías ediicantes que oician como prueba
de las distinciones otorgadas a los honrados.
La denominación de los premios guarda
un sentido, ya que está asociada a un nombre
propio que las entidades han puesto como
ejemplo. En el caso de GAEA, el nombramiento
evoca a los geógrafos exploradores de cierto
sesgo romántico o a maestros de la geografía
que cumplieron importante labor en los siglos
XIX y XX por su aporte a la pedagogía disciplinaria,
al conocimiento del espacio nacional y a
los planes de consolidación del estado. En este
sentido, vemos que en momentos de conlicto
con países fronterizos, las distinciones a obras
académicas y a geógrafos recayeron en lo que
podríamos llamar “geógrafos nacionales” y en
sus tratados sobre límites orientados a apoyar
las posiciones en litigio pretendidas por Argentina.
También ha dado menciones especiales a
reparticiones estatales de control y relevamiento
territorial como el Instituto Geográico Militar, la
Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación
y recientemente a la Academia Nacional
de Geografía. 5 Estas menciones procuran un
reconocimiento circular mutuo mediante el intercambio
de obsequios simbólicos y suelen
ser usuales como señales de buena voluntad y
recíproco fortalecimiento social (Fig. 5).
Las sucesivas remembranzas a los precursores
de ambas entidades nos remiten a un género
largamente transitado en la literatura y en la
historia como es el de las biografías. Su origen
etimológico proviene de los vocablos griegos
bios y graphein que signiican, respectivamente
“vida” y “escribir”. Se narra la vida de una
persona que tiene o tuvo existencia verdadera,
sus acciones y pensamientos; sin embargo, en
algunos subgéneros que han sido usuales se
llega, en la exposición, al punto de transigurar la
5
Entre los premios se pueden citar el “Francisco P. Moreno”
por el valor de las contribuciones personales a la Geografía
y Ciencias Aines (desde 1951); el “Dr. Carlos María Biedma”
para quienes han hecho el mayor aporte a la didáctica
de la Geografía (desde 1953); el “Romualdo Ardissone” que
selecciona el mejor trabajo de investigación de estudiantes y
graduados recientes; el “GAEA al mérito geográico” otorgado
a exploradores de mérito; el “Consagración a la Geografía”
orientado a la trayectoria académica y premios especiales
otorgados no a personas sino a instituciones públicas y privadas
por su labor en el campo de la Geografía (“Mérito Geográico”,
“Cincuentenario” y “Sexagésimo Aniversario”).
espaciotiempo/Num.7/2012 40
guillermo gustavo cicalese
“persona real” en un “personaje notable”, aproximándose
a un estilo más cercano a lo literario
al registrar con exclusividad sólo sus facetas
más virtuosas. Salvando las distancias, y por
nuestra parte fuera de cualquier intención irónica
o peyorativa para el caso de las sociedades
cientíicas más conservadoras, las biografías
pueden quedar próximas, en sus signiicados
y contenidos, a las descripciones ejemplares
de las hagiografías. Sobre todo cuando estos
recuerdos de vida son recogidos por un hagiógrafo
que se esmera por mostrar a los lectores,
con el estilo propio de las moralejas, a alguien
tan excepcional por sus méritos que se separa
tajantemente del resto de sus congéneres. Al
simpliicar la complejidad de la personalidad en
sus claroscuros queda más evidente el mensaje
didáctico como corolario y se revelan ciertas
máximas de oicio. Este sentir, aunque sin llegar
a los extremos discursivos que acabamos de
describir, es el que parece campear en las modalidades
que veremos a continuación.
Entre los géneros que ha utilizado GAEA en
sus boletines periódicos podemos reconocer
textos conmemorativos, cronologías, obituarios,
homenajes post mortem o “en vida”. Los
libros están dedicados asiduamente a recordar
los eventos y personalidades que llevaron
a la fundación y desenvolvimiento de GAEA;
es común que en esa prosa la Sociedad se
convierta en un sujeto activo, a la vez que en
narradora y personaje protagónico. En muchos
de estos escritos se reseña la labor de
los precursores de la ciencia tanto en el campo
internacional como local. En el caso de los
más distinguidos geógrafos argentinos que han
contado con membresía, ocurre que sus recorridos
biográicos en muchos casos quedan inseparablemente
anudados a la vida de la institución.
GAEA ha hecho uso de esta modalidad
publicando números de homenaje a Raúl Rey
Balmaceda, Federico Daus, Romualdo Ardissone
y Horacio Difrieri, por ejemplo. Su labor
como gestores evidencia ese nexo entre un
proceder consagrado no sólo a la ciencia sino
también a la organización. En esta dirección,
debemos recordar que los nombrados ocuparon
altos puestos en la comisión directiva
y llegaron a presidirla (Ardissone, 1961; Daus
1949-1957 y 1965-1981; Rey Balmaceda 1988-
1993 y 1997-1998). Similar estilo ha empleado
la ANG con el sacerdote e historiador Guillermo
Furlong Cardiff quien, aparte de ser su decisivo
patrocinador, la presidió durante el extenso período
entre 1956 y 1968.
Las semblanzas que realizan ambas entidades
son sentidas afectivamente según los
casos y las circunstancias en que se producen,
marcadas emocionalmente cuando media
el duelo comunitario, el que se releja en las
necrológicas. Las características de estas evocaciones
están marcadas por la cercanía entre
el autor del responso –discípulo o compañero
de trabajo cercano– y el sujeto de la biografía.
El texto leído o escrito es la vía por la cual el
aspecto más tocante del rito funerario se consuma,
vigorizando así los vínculos sensibles entre
los asistentes si se trata de un acto público,
o de los lectores miembros de la comunidad
si se trata de un libro. Todas las pautas de la
redacción parecen concurrir a pintar una igura
digna de ser imitada y seguida en su labor profesional;
entre ellas podemos distinguir el uso
de un lenguaje de enaltecimiento cuya intensidad
está moderada por la situación y la época,
Figura 5.
sus cualidades particulares y sus aportes, que
suelen estimarse reveladores para la geografía.
41
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
En el caso de GAEA hemos seleccionado tres
biografías editadas en períodos distantes, pero
signiicativas en cuanto a los aspectos antes
resaltados. La de Romualdo Ardissone (GAEA,
1973) 6 probablemente es la de estilo más austero;
en su proemio, la entidad revela en un breve
párrafo titulado “Advertencia” que el volumen
homenaje había sido preparado por el Instituto
de Investigación de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero
las lamantes autoridades de la intervención habían
dispuesto por resolución no editarlo, asumiendo
la asociación esta responsabilidad (Fig.
6). En esas escasas líneas se da cuenta de la
refundación universitaria que se estaba dando
en la unidad académica a partir de la llegada
del gobierno constitucional en 1973 (Cicalese,
2007; Quintero et al., 2009 y Buchbinder, 2005).
No eran buenos tiempos para las corporaciones
tradicionales como ésta, ante los denuedos
revolucionarios que se inauguraban en la universidad
y en la educación en general con el
arribo del peronismo de izquierda en la administración
de las casas de estudio.
Encaminándonos a lo especíico, se exhibía
a Ardissone como parte de una generación
“ya extinguida” que continuaba la obra de los
sabios extranjeros llegados durante el siglo
XIX a Argentina y de los precursores locales,
citando entre ellos a Burmeister, Ameghino,
Moreno, Lafone-Quevedo, Lehmann-Nitsche,
Kuhn y Outes. Entre estos ilustres nombres
pertenecientes a otras ciencias de campo se
glosaba la geografía con su métier particular
como ciencia de probada performance. Pero
sobre todo se ponía en la persona de Ardissone
el haber cooperado para lograr un lugar de
reconocimiento para la disciplina, al adoptar
teóricamente la idea de la unidad y excepcionalidad
para la ciencia geográica. De esta manera,
se airmaba la existencia de una óptica
sólo empleada por los geógrafos y que no era
compartida o sobrepuesta con otros especialistas
de las ciencias humanas o naturales; a
este cometido habían contribuido sus estudios
de geografía humana al enmarcarse dentro de
los ejes epistemológicos del posibilismo francés:
“Con tales obras no sólo deinió su esti-
6
Los casos concretos que examinaremos se enlistas bajo el
título “Fuentes”.
Figura 6.
lo cientíico y el territorio de su vocación, sino
que airmó la unidad de la Geografía frente a
las opiniones de los colegas excesivamente
naturalistas, posición que quedó bien deinida
por él en el simposio sobre Geografía Regional
que la sociedad GAEA celebró en 1949 y
que se advierte a lo largo de los programas de
sus cursos académicos dictados sucesiva e
ininterrumpidamente desde 1921 hasta 1960
en Buenos Aires y La Plata” (GAEA, 1973, p.
9). El texto reseñaba el historial de Ardissone
como fundador y socio de otras academias de
ciencias, enumerándose además su extensa
lista de publicaciones, muchas de ellas inéditas.
Hay en la recensión un dejo de romanticismo
ingenuo que destaca su originalidad como
erudito, sus nobles sentimientos por la naturaleza,
su afecto por el terruño y las culturas regionales,
las cuales son descritas como verdaderamente
auténticas. Así, uno de los últimos
párrafos señala: “Es la obra de un hombre fascinado
y medido, pudoroso de sus emociones,
noble caballero, exquisitamente sensible tanto
a la sugestión telúrica del grandioso paisaje de
espaciotiempo/Num.7/2012 42
guillermo gustavo cicalese
los Andes, como a la humildad de un arbusto.
Cuantas veces volvió a los Valles Calchaquíes
para gozar del amancay en lor de las amarillas
ondulaciones de los del campo de Tintín, lo hizo
con el amor a la naturaleza y al hombre de su
tierra, que ocultaba con la reserva de un amante
platónico” (GAEA, 1973, p. 12).
Años después, GAEA aprobaba una resolución
de la comisión directiva con la anuencia
de los presidentes de las iliales regionales, que
declaraba la realización de un homenaje “en
vida” a Federico Daus al cumplirse cincuenta y
cinco años de labor (GAEA, 1979), iniciativa que
había surgido en la Semana de Geografía realizada
en Mar del Plata en 1976. En la declaración
se establece que la conmemoración estaba
destinada a “exaltar su obra y dedicación a
la Sociedad” sintiéndose la comunidad de geógrafos
en la obligación moral de homenajearlo.
Se editó un libro en cuya primera parte se construye
una biografía coral participando en cada
apartado discípulos, colegas y amigos. En la
segunda parte –al igual que la dedicada a Ardissone–
se incluyen contribuciones cientíicas
sobre temas diversos, compaginación que había
sido cuidadosamente prevista para que, en
palabras de la Sociedad, “se le rinda homenaje
haciendo geografía” y para que el galardonado
aprecie que “su camino no ha sido en vano”.
Cada condiscípulo relata el paso de Daus por
distintas instituciones universitarias, públicas
y privadas, organismos de estado y su labor
principalísima como escritor de obras sobre el
territorio. Si de Romualdo Ardissone se destacaban
los valores propios de un romanticismo
que abrazaba la naturaleza con pasión, en Daus
ese romanticismo se airmaba por sus sentimientos
nacionales ostensibles en sus consideraciones
sobre cuestiones de fronteras y límites,
así como en sus posicionamientos públicos
relativos a la política exterior a seguir por la
cancillería. Eran tiempos de fuertes consensos
animados por el gobierno militar y de doctrinas
nacionalistas territoriales que se habían hecho
carne en la población a partir de una intensa
propaganda a través de los medios masivos y
la educación. La mayoría de la dirigencia de la
Sociedad, en consonancia con el sentir popular,
asumía por entonces como catecismo básico
sus deberes patrióticos hacia el mantenimiento
de la soberanía (Cicalese, 2009). Entre
sus compañeros, darán testimonio de su vida
Carlos Goñi Demarchi, Ramón Manuel Dozo y
Ricardo Paz.
Goñi Demarchi, al relatar el desempeño de
Daus como docente del Servicio Exterior de la
Nación, dice:
En consecuencia, no escatimó esfuerzos
para inculcar en sus alumnos, a través de
ese amor por la tierra que alora del conocimiento
y del contacto con su geografía, las
nociones que todo diplomático debe tener
en una materia que ocupa un lugar convencional
en los programas de enseñanza. (...)
fue para mi motivo de particular satisfacción
personal haber podido coincidir en coniar
a su responsabilidad una cátedra que,
por comprender también, expresamente, el
examen profundizado de nuestros límites
geográicos, ocupaba un rango prioritario
en la preocupación de la dirección (GAEA,
1979, p. 20).
Dozo rescata la inluencia de Daus sobre sus
propias creencias, escala de valores y tarea, y
relexionará con respecto a sus libros:
Una de las constantes que es posible destacar
en la rica gama de facetas del eminente
profesor Dr. Daus es sin duda su
fervor por la defensa de lo argentino, sin
que ello signiique caer en una xenofobia.
(...) como introducción de nuestra intención
de poner en evidencia el noble sentimiento
nacional que aparece, cotidianamente, en
las obras del Maestro (...) Hemos tenido la
suerte de seguir su quehacer desde hace
años, ya como simple alumno, ya como
estudioso de sus muchos trabajos, hoy en
función de modesto colega, en una forma
más relexiva. Con ello hemos renovado
constantemente nuestra fe en el alto destino
de la Nación Argentina en su mensurada
apreciación de nuestra realidad (GAEA,
1979, pp. 24-25).
Cerrando la lista de testimonios, Ricardo Paz
elogia los textos más combativos de Daus a la
hora de defender las posiciones internacionales
del país, y reiriéndose al conlicto que por
ese tiempo amenazaba con un enfrentamiento
43
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
armado con Chile, comenta sobre su tratado
sobre el Canal de Beagle:
Dos rasgos tan puros y perfectos como los
de una composición artística marcan el estilo
y las concepciones del profesor Daus en
lo que atañe a geografía de las fronteras:
una prosa clásica, rigurosa y suelta, que
no se ampara en la palabra técnica sino
para hacerse más expresiva, y un concepto
geográico que, por honesto y verídico, se
corresponde armoniosamente con los derechos
que la República posee y sostiene
en sus cuestiones limítrofes (...) La observación
apunta a ciertas equivocadas opiniones
de autores argentinos y descalabra ese
delirio chileno sobre un canal que se introduce
en el océano por el Norte de la isla
Nueva como una corriente marítima (GAEA,
1979, pp. 26-27).
El homenaje a otro de los presidentes de
GAEA, Raúl Rey Balmaceda, se haría en el
año 2002, tras pocos años de su fallecimiento,
en 1998. Rey Balmaceda, con una larga lista
de publicaciones cientíicas, didácticas y de
divulgación, despuntó por la prosa combativa
de sus trabajos, en los que evidenciaba de manera
explícita sus posturas más francamente
políticas. Si imaginásemos a GAEA como una
tribu académica (de las tantas que abundan en
las comarcas de la ciencia), y en los turbulentos
tiempos que le tocó vivir, podríamos notar
distintos roles entre sus miembros. Así como
a Daus se lo puede concebir como el chamán,
depositario de la sabiduría del hombre que tiene
años de experiencia y además la capacidad
“mágica” de inluir en las perspectivas intelectuales
de la comunidad, a Rey Balmaceda
se lo puede ver como el guerrero de la tribu,
como el combatiente siempre dispuesto a desenvainar
su espada para defender los valores
de la ortodoxia geográica y de los intereses
de la Sociedad, que en acuerdo con lo que fue
durante muchos años el discurso oicial, armonizaban
a la perfección con el interés nacional.
La efectividad de este discurso consistía en la
asociación de principios morales asentados
en la defensa de la corporación de los geógrafos
con necesidades sociales más elevadas.
Los geógrafos se mostraban necesarios para
enseñar a los habitantes el conocimiento de su
vasto país, sus recursos naturales y económicos,
y según la coyuntura, profundizar la
instrucción sobre los límites y fronteras que serviría
para crear “conciencia territorial”.
La biografía de Rey Balmaceda también toma
la forma coral, aunque escrita en un contexto
diferente a la de Daus y Ardissone. La Sociedad
había tomado la decisión de homenajearlo
en el año 2000. Para entonces, ya se le había
realizado un signiicativo reconocimiento en
la Cámara de Senadores de la República Argentina,
recordando sobre todo su desempeño
público como consultor en la legislatura en
temas de demarcación y de conlictos de límites
con Chile. GAEA (2002) edita el homenaje
con la lista de premios y distinciones que había
recibido el geógrafo. Al igual que la de Daus,
la narración fue escrita por sus compañeros
de distintas entidades estatales e instituciones
educativas. Entre ellos, con una prosa de fuerte
sentido, Jorge Pickenhayn testimoniaba sobre
el paso con huella profunda de Rey Balmaceda
por GAEA, y sus berretines políticos, evocándole
como un incomprendido por los gobernantes,
en especial en temas que hacían a la
soberanía nacional:
Las instituciones se organizan en el concurso
de los hombres que las animan. Son
esos hombres quienes, tras el recuerdo de
actos singulares van recortando el peril
de una identidad colectiva. Entre GAEA y
Rey Balmaceda este doble tránsito parece
mostrarse en su máxima expresión. La Sociedad
marcó el sino de un desafío permanente
en su vida del hombre; él imbuyó de
pasión y fervor a la legendaria entidad. (...)
Temido y respetado, combatido y querido,
bizarro y genial, nunca hubo medias tintas
en su vida. Esa vida que puede trenzar sus
hebras con la historia de GAEA (...) (GAEA,
2002, p. 11).
Su fogosa defensa de las causas nacionales
lo hicieron (sic) un referente de consulta
indispensable en cuestiones geopolíticas.
Desde las más destacadas tribunas
del país y el extranjero demostró con argumentos
incontrastables, la miopía de políticos
y gobernantes, siempre prestos a ceder
espaciotiempo/Num.7/2012 44
guillermo gustavo cicalese
porciones del territorio Argentino en aras de
una pretendida “cordialidad estratégica”
(GAEA, 2002, p. 12).
Aludiendo a su simbiosis con la entidad, Susana
Curto de Casas caracterizaba su temperamento
poniendo una pincelada intensa:
Asumió la Presidencia de la Sociedad a
la muerte de Dozo, ocurrida en Agosto de
1988. (...) En 1993, después de 5 años de
presidir la Sociedad, se opuso a su segunda
reelección alegando problemas de
salud. Desde el cargo de Vicepresidente
I siguió atento y vigilante la marcha de la
identidad. Para los integrantes de la Junta
fue un apoyo y seguridad al mismo tiempo
que un iscal celoso. (...) Incapaz de poner
en práctica las sutiles tretas de la estrategia
continuó arraigado a sus convicciones y a
sus opiniones las que defendió de manera
impulsiva, a veces hasta con accesos de
ira, pero siempre con lealtad a la Sociedad
y a la Junta Directiva. Fue reelegido Presidente
para el período 1997-2001 mandato
que no pudo concluir (GAEA, 2002, p. 15).
Completaba su estampa Darío Sanchez con
un reproche a colegas de otras parcialidades y
un adiós sentido:
Lamentablemente, cansado de lidiar con
algunos de sus exalumnos, hoy colegas
preocupados por brindar en la Universidad
de Buenos Aires una visión homogénea y
monocorde de la geografía, como ciencia
subordinada a la sociología, a poco de
cumplir los 65 años, en agosto de 1995,
Raúl Rey Balmaceda decidió acogerse a
los beneicios de la jubilación. Su corazón
apasionado ya daba algunos síntomas de
cansancio. Sólo quienes fuimos sus alumnos
sabemos de la pérdida que esto signiicó
en aquel momento, pero los que lo conocimos
bien sabemos que hoy disfruta de
un merecido descanso. ¡Adiós, jefe! (GAEA,
2002, p. 34).
Si bien las semblanzas biográicas que acabamos
de comentar son sentidos tributos a
trayectorias académicas, existe otro tipo de
rescate del pasado con énfasis en lo individual
que no está vinculado con ceremonias del recuerdo
ante la muerte, sino que crea de alguna
manera iguras ejemplares en vida, dispositivo
que es frecuente en las instituciones exclusivas
como la ANG. Los recorridos biográicos
se aparejan a propósitos de orden más instrumental,
sirviendo como formas de distinción y
alto reconocimiento que se hace a los cientíicos
y que señalan la apoteosis de sus carreras
profesionales. Algunas de estas modalidades
rituales tienen un aire de familia propio de congregaciones
religiosas ahora ejercitadas por los
laicos que componen el mundo de la ciencia,
sobre todo por los grupos como el que estamos
analizando. No es de extrañar que esto ocurra
cuando fue tradicionalmente la iglesia católica
la principal sostenedora de instituciones educativas
y de conocimientos, transiriendo muchas
de sus formalidades y protocolos a las casas
de estudios e instrucción seculares, donde
subsisten vestigios que se pueden observar.
Por su parte, la ANG ensaya biografías más
austeras cuando se trata de futuros aspirantes
a académicos de número. Si bien suelen estar
trazadas en un tono más ajeno a los sentimientos
de quienes asumen la autoría, son detalladas
y exhaustivas en cuanto a la enumeración
de los méritos y la labor de los candidatos, lo
que da verosimilitud a la propuesta de admisión
del candidato. Se muestra una faceta de
las personas más ajustada a sus “antecedentes
curriculares”, rara vez hay referencias a situaciones
mortiicantes, al carácter o temperamento
del postulante, sólo suelen ser nombradas las
virtudes que se consideran inherentes a la personalidad
arquetípica de un hombre de ciencia,
que giran en torno a su idoneidad, esfuerzo e
inteligencia. La biografía no está compuesta
por un conjunto de voces cercanas como las
antes examinadas, sino de una única voz autorizada
entre los pares que ocupan los asientos.
Esta voz asentida por la institución suele comúnmente
hacer una cita del académico fallecido
que ocupaba el sillón, y que ahora tocará
al nuevo académico. El sitial nominado de esa
manera se monumentaliza y es señalado “como
homenaje perpetuo a su memoria”, recordándole
afablemente al ingresante el honor y la
responsabilidad que supone para él la toma de
posesión de ese sitio.
45
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
El rito de inclusión se da por terminado cuando
el candidato dicta una conferencia magistral
como prueba fehaciente de idoneidad, exhibiendo
su especialidad ante sus pares, siendo
recogida luego en los anales. La presentación
de un cientíico distinguido, la referencia a su
pasado que muestra su probidad académica
y la clase magistral del laureado son parte del
mismo acto solemne; es en esta recepción pública
donde expone su saber frente a quienes
ya ocupan los asientos. Hay que precisar que
el ingreso del pretendiente ha sido acordado y
consentido previamente por el voto unánime de
los numerarios que posteriormente han habilitado
el ritual correspondiente.
Este proceso descrito nos hace pensar en
un verdadero rito de consagración. Haciendo
una analogía un poco caprichosa con los procesos
de canonización de la iglesia, diríamos
que “eleva a los altares” al cientíico, que alcanzaría
el máximo nivel al ser laureado con la
incorporación. Ya comentamos que la presentación
queda a cargo de un consagrado, el cual
con su palabra da aval públicamente al futuro
académico; lógicamente el auspiciante es parte
de la fracción ya consagrada. Diríamos que, de
alguna forma, una vez que ha entrado al elenco
de académicos “ya no es el mismo”, parece
haber compartido un juramento de idelidad
con ciertos compromisos sublimes, al haber
arribado de este modo al punto culmen de su
carrera.
Un cófrade de nota de la Academia Nacional
de Medicina, Roncoroni (2004), ha airmado
que un numerario tiene el deber de emitir
opiniones desinteresadas no siempre fáciles
de concretar por el rechazo social que pueden
suscitar entre el círculo social más próximo, y
como es natural, esta actitud se contrapone a
la búsqueda de aprobación propia de todos los
seres humanos. Los pareceres independientes
–dice el mencionado académico– distantes de
los intereses del establishment deben fundarse
en su autonomía de juicio que proviene no sólo
de su experiencia y saber, sino además por las
responsabilidades inherentes a la nueva posición
de la que hace gala el nominado. A inales
de la década del noventa, en un discurso público
reiriéndose a la misión de las academias
en el siglo XXI, la Vicepresidenta de la ANG
Ossoinak de Sarrailh (ANG, 2001) hacía suyo
este principio, recurriendo a la cita de un par
de la Academia de Medicina. La misma versaba
sobre la pérdida de autoridad social de la ciencia
y los cientíicos, y a la desatención de los
gobiernos para incentivar las fuentes del pensamiento
independiente.
Las conexiones que adquiere hogaño la ciencia
en toda su complejidad, o bien los compromisos
asumidos como legítimos por algunos in-
Figura 7.
espaciotiempo/Num.7/2012 46
guillermo gustavo cicalese
vestigadores en sus acuerdos con otros actores
sociales, nos indica la diicultad para mantener
la deseada autonomía. Las interrelaciones entre
campos aianzan la heteronomía o, al menos,
la interdependencia basada en desbalanceados
planos de dominio que oscilan entre la dependencia
y la independencia. Sin embargo, es
posible analizar casuísticamente y relexionar
sobre la calidad de relaciones que se establecen
con otros campos (técnicos, económicos
y políticos) para determinar la naturaleza de
los compromisos y estar más conscientes de
sus implicancias y la posición concreta de los
cientíicos en el gran campo de producción
de conocimientos. La diicultad estriba en que
las academias son las organizaciones más antiguas
de pensadores, ilósofos y cientíicos y
responden de alguna manera a otros órdenes
sociales muy disímiles a los actuales. El dilema
que se presenta a este tipo de entidades es innegable,
de no practicarse la línea de conducta
expresada se pierde la razón de ser de una
ins titución que en el pasado fue puntal en la
re volución cientíica del siglo XVII en su lucha
contra el dogma religioso. De esta forma quedarían
limitadas a un círculo de nostálgicos que
se convierten en guardianes de doctrinas y que
extrañan un tiempo pasado que suponen más
venturoso.
Deseamos inalmente subrayar que las entida
des sociales dadoras de distintos modos
de reconocimiento a quienes contienen en su
seno, deben contar a la vez con un grado de
aceptación de la comunidad a la que procuran
mantener, compuesta por aquéllos a quienes
dirigen sus esfuerzos. En otras palabras, el intercambio
social tiene una ida y vuelta entre los
más altos gestores de la asociación oicial y los
individuos, siendo este circuito de conianza de
orden circular. En sus inicios supo la Academia
de diicultades para crear ese circuito al estar
indeinida su comunidad particular, y sobre todo
porque el conjunto de titulados y iguras docentes
principales encontraban una mejor identiicación
con GAEA, más allá del reconocimiento
legal que obtendría pasados unos años. El recelo
mutuo quedaría deinitivamente zanjado en
la década del ochenta, al incorporar a aquellos
geógrafos que habían sido sus férreos opositores
y otros titulados reconocidos en la enseñanza
y la investigación. Es más, es muy esclarecedora
la tardía reivindicación de Federico Daus
que hace la Academia, a quien recién integra
en 1988. Recientemente, su búsqueda de capital
social se incrementó aún más al abrirse a
nóveles doctores en Geografía y premiarlos con
medallas y diplomas (Fig.7).
Consideraciones inales
En la biografía dual novelada por Kehlmann
llamada la La medición del mundo, se iccionaliza
la relación que mantenían Humboldt y
Bonpland durante su periplo americano, entregándonos
un friso revelador del mundo de los
hombres de ciencia y gobernantes de la época.
En uno de sus pasajes aparece lo que podríamos
denominar una imagen creíble que los lectores
cultos e ilustrados y las elites gobernantes
americanas y europeas tenían de la igura
de Humboldt como un sabio explorador, sobre
todo luego de que su itinerario fue conocido y
sus narraciones se divulgaron:
Alexander von Humboldt era famoso en
toda Europa por la expedición a los trópicos
emprendida veinticinco años antes.
Había visitado Nueva España, Nueva Granada,
Nueva Barcelona, Nueva Andalucía
y Estados Unidos, había descubierto el canal
natural entre el Orinoco y el Amazonas,
escalando la montaña más alta del mundo
conocido, recopilado miles de plantas y
centenares de animales, algunos vivos, la
mayoría muertos, había hablado con papagayos,
desenterrado cadáveres, medido
cada río, cada montaña y cada lago que se
interpusieron en su camino, entrado a gatas
en todos los agujeros de la tierra y saboreando
más bayas y trepado más árboles
de los que nadie puede imaginar (Kehlmann,
2007, p. 13).
Pero también en la misma novela el intercambio
entre los personajes releja los desconciertos
de quien fue su acompañante en su recorrido
por las colonias hispanas y la naciente nación
norteamericana: Aimé Bonpland. El relegado
camarada del sabio alemán, de naciona lidad
francesa y con formación como naturalista,
se había convertido en los últimos años de su
vida en un osado comerciante y enredado en
las intrigas y enfrentamientos regionales que
47
CCSyH UASLP
ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...
antaño agobiaban a los nacientes estados sudamericanos.
No nos es difícil comprender en un
fragmento la conversación que se entabla y el
enojo de Bonpland ante la invitación de un alto
dignatario:
Un carruaje esperaba para conducirlos a
la capital. Un emisario entregó una invitación
formal: el presidente solicitaba el honor
de alojarlos en la sede del gobierno recién
construida; estaba ávido de conocer hasta
el menor detalle el viaje ya legendario del
señor von Humboldt.
Conmovedor, dijo Duprés.
Se quedaba corto, rectiicó Wilson. ¡Humboldt
y Jefferson! ¡Y él estaría presente!
¿Por qué el viaje del señor von Humboldt,
preguntó Bonpland? ¿Por qué nunca el
viaje de Humboldt y Bonpland? ¿O el viaje
Bonpland-Humboldt? ¿O la expedición
Bonpland? ¿Se lo podría explicar alguien
algún día?
Un presidente provinciano, comentó Humboldt.
¡Qué importaba su opinión! (Kehlmann,
2007, p. 154).
Los libros de Humboldt, las lecturas de sus
geografías exóticas, sus observaciones de
campo y sus minuciosos registros e inventarios
dieron paso al personaje. Pero esa construcción
necesitó de las instituciones políticas y
cientíicas de la época que valoraron las trayectorias
ejemplares hasta convertirlas en “vidas
de novela”, para luego promocionarlas ante la
comunidad. Como tuvimos oportunidad de ver,
las sociedades tradicionales de la geografía argentina
parecen haber cumplido la función de
mostrar iguras notables, creando por una parte
una memoria e identidad colectiva en la ciencia
geográica nacional, y por otra instituyéndose
en las otorgantes de créditos y reconocimientos
en el seno societario. No sólo han reconocido,
sino que han marcado claramente a través
de rituales y ceremonias cuáles eran los signos
de consagración y a los mismos consagrados,
pero al hacerlo han creado, mediante retazos
del pasado, una memoria que coadyuva a la
formación de una identidad y sentido en los círculos
académicos.
Los fragmentos que hablan del pasado han
creado y crean un espíritu de cuerpo y cohesión
en las comunidades académicas, fomentando
esquemas de comprensión y convicciones
sobre períodos, instituciones, personalidades y
obras, y favoreciendo así creencias en común.
Las asociaciones de nuestro interés, GAEA y
ANG, han tenido el poder de reunir memorias
individuales, colectivizarlas y darles –nada menos–
estado oicial mediante discursos públicos
autorizados. La memoria colectiva que inventan,
sintetizan, diseñan y rediseñan lleva a la
construcción y al ofrecimiento de un pasado común;
textos, mensajes y símbolos conluyen en
esa invención donde las ceremoniales rituales
que examinamos cumplen un rol distintivo,
instructivo y didáctico. Cabe preguntarse cuál
es el panorama de estas instituciones hoy en
Argentina, las que tratamos y las que han emergido,
cuando ya no parecen tener el predomino
del pasado. Si bien hay aspectos que actualmente
han mudado su escenario, hay uno en
particular que se mantiene constante. Entre las
transformaciones podemos apuntar la ocurrida
en las ciencias sociales y en la geografía bajo el
impacto de la cultura posmoderna, los cambios
en las formas de comunicación de las lamantes
corporaciones geográficas que pretenden
asumir roles similares a las más antiguas, y la
expansión de las universidades públicas en número
y complejidad de funciones sobre inales
del siglo pasado. Lo que se mantiene constante
a pesar de las decisivas modiicaciones es la
necesidad que experimentan las comunidades
y los individuos de experimentar el reconocimiento.
En Argentina el fortalecimiento de la universidad
pública en el área de investigación y extensión
produjo una multiplicación de grupos,
institutos y proyectos con heterogeneidad de
temas, enfoques y uso de fuentes, además de
un creciente trabajo interdisciplinario y de vinculación
con diversos actores sociales. A diferencia
de lo que ocurría en el pasado, emergió
una pluralidad académica de centros simbólicos
que en alguna medida fue causada por el
crecimiento de una burocracia de investigación
espaciotiempo/Num.7/2012 48
guillermo gustavo cicalese
apoyada por políticas públicas. Claro que también
han surgido otras corporaciones geográicas
que tienen otros medios a la hora de vincularse,
que en algunos casos sobrepasan
los límites estrictamente disciplinarios y académicos
y asumen mayor complejidad por
sus interrelaciones con movimientos sociales
y políticos. En sus ámbitos adoptan formas de
comuni cación más lexibles utilizando los medios
que brinda Internet y creando así otras
jerarquías, otras claves de corrección política
al interior del círculo de adherentes, y valores
disímiles a las organizaciones tradicionales que
tuvimos oportunidad de ver y que tanto se relejaban
en sus relatos.
Todas las sociedades académicas, y las de los
geógrafos no son la excepción, buscan procurarse
una memoria e identidad que coadyuva
en parte a dar sentido a sus trayectorias profesionales.
Como se ha expresado, la memoria
es un derecho de los movimientos sociales en
países democráticos y para muchos un deber
ineludible cuando de pasados trágicos y ocultados
se trata; pero también se trata, lo remarcamos,
de una necesidad muy humana. Las
nuevas asociaciones que vemos surgir no escapan
a la inclinación de satisfacer este requerimiento,
los ritos siguen vigentes, quizás bajo
otras modalidades menos reconocibles que los
tradicionales y desde otros supuestos ideológicos.
Empero, con sus actividades y estrategias
también aportan a esa constante que se juega
en el campo cientíico, cual es la invención y
consolidación de jerarquías mediante la concesión
de premios, acreditaciones y distinciones,
siendo ésta una de las vías por las cuales concretan
sus relatos sobre el pasado disciplinario.
Relatos que cubren un vacío comunitario de
sentido que trasciende lo meramente relativo
al oicio y que no parecen satisfacer normas
supuestamente basadas en criterios racionales
de algunas de las nuevas instituciones que toman
el relevo, signiicado buscado que parece
encontrarse en un terreno que escapa a estos
criterios.
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79-109.
espaciotiempo/Num.7/2012 50
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del
territorio
María Laura Silveira
Resumen
La relación entre la sociedad y el medio geográico
ha sido un problema antiguo y recurrente en Geografía.
Sin embargo, esa relexión no se restringió al
presente, en cada momento histórico, sino que, al
contrario, siempre se ha planteado el difícil problema
de la reconstitución de la vida y las formas pasadas.
En ese debate la técnica surgió como un concepto
ora descriptivo, ora explicativo, que vino a contribuir
en la aprehensión de esa relación, a priori bastante
abstracta.
Proponemos inicialmente un breve recorrido retrospectivo
para comprender la génesis de la noción de
“técnica” como categoría interna presente en las
teorías clásicas de la Geografía y como categoría externa,
reintroducida en la disciplina desde la ilosofía
a partir de la idea de fenómeno técnico. En segundo
lugar y a la luz de una conceptualización posible de
la técnica, discutiremos algunas formas de operacionalización
para la investigación. Finalmente, relexionaremos
sobre la relevancia y la utilidad del debate
epistemológico, a partir de esa categoría, para enriquecer
la discusión política.
Palabras clave: fenómeno técnico, medio geográico,
territorio, análisis geográico
Introducción
Abstract
The relation between society and geographical milieu
has been an old and recurrent problem in Geography.
However, this relection did not limited to the present
in each historical moment but, on the contrary, it
always has raised the problem of reconstruction
of past ways of life and past material forms. In this
debate the technique arose as a descriptive concept
or an explanatory concept that came to contribute
in the apprehension of this relation, a priori abstract.
We propose initially a brief retrospective view to
comprise the origin of the notion of “technique”
as an internal category in the classical theories of
Geography, and later the technique like an external
category with the notion of technical phenomenon.
Second we expose some conditions and lines
from geographical analysis based in the technical
phenomenon. Finally, we discussed briely about
the relevance and utility of the epistemology for the
political debate.
Key words: technical phenomenon, geographical
milieu, territory, geographical analysis
La indagación sobre las complejas relaciones
entre la sociedad y el medio geográico
ha atravesado las épocas y, aunque no haya
sido un abordaje exclusivo de la Geografía, ha
deinido en gran medida tanto las crisis como
las airmaciones de esa disciplina. Sin embargo,
tal relexión no se restringió al presente en
cada momento histórico sino que, al contrario,
siempre se ha planteado el difícil problema de
la reconstitución de la vida y las formas pasadas.
Vinculados a esos debates y en momentos
diversos, los conceptos “territorio” y “espacio
geográico” revelaron la preocupación por indicar
la precedencia de uno o de otro vocablo, lo
que dependería de las acepciones atribuidas.
Para algunos autores el territorio antecede el
espacio, para otros, lo contrario es lo verdadero
(Sanguin, 1977; Raffestin, 1993). También se ha
discutido la sinonimia o la diferencia entre esas
categorías y la de “medio geográico”. No obstante,
lo que interesa aquí no es abordar esas
cuestiones sino señalar que, en el camino epistemológico
de numerosos geógrafos, la técnica
surgió como un concepto ora descriptivo, ora
explicativo, que vino a contribuir con la aprehensión
de esa relación, a priori bastante abstracta.
Con el paso de las décadas, la técnica
alcanza un nuevo estatus ontológico y se vuelve
un elemento constitutivo del territorio usado,
espacio geográico o medio geográico y, por
consiguiente, una categoría basilar en su interpretación,
tal como fue propuesto por Milton
Santos (1996).
Proponemos inicialmente un breve recorrido
retrospectivo por la historia de las ideas para
comprender la génesis de la noción de “técnica”
entendida, en un primer momento, como
categoría interna presente en las teorías clásicas
de la Geografía y, en un segundo momento,
como categoría externa reintroducida en la disciplina
a partir de la ilosofía por parte de algu-
51
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
nos geógrafos preocupados por explicar el proceso
de reorganización actual del territorio. En
segundo lugar y a la luz de una conceptualización
posible de la técnica, discutiremos algunas
formas de operatividad para la investigación.
Finalmente, relexionaremos sobre la relevancia
y la utilidad del debate epistemológico, a partir
de esa categoría, para enriquecer la discusión
política.
Medio geográico y género de vida: las técnicas
particulares y su descripción
Podría decirse que la idea de técnica en los
estudios geográicos nace y se desarrolla en
el seno del debate sobre medio geográico y
género de vida, particularmente en el contexto
francés. La alusión a la relación hombre-medio
atraviesa esas categorías y poco a poco se
vuelve un leitmotiv de las teorías clásicas en la
búsqueda de la comprensión de las transformaciones
humanas de la supericie terrestre.
Paul Vidal de La Blache propone la noción de
género de vida para describir la relación entre
el hombre y la naturaleza, por medio de las técnicas
de su cultura local. Así, el género de vida
puede ser entendido como un conjunto de procedimientos
e invenciones o, en otras palabras,
como la acción metódica que asegura la
existencia del grupo, que hace el medio a su
uso. Compuesto, el medio es dotado de una
potencia capaz de agrupar y mantener juntos
seres heterogéneos en cohabitación y correlación
recíproca. A pesar de su énfasis en un
medio natural que puede ser transformado y
de su crítica a la morfología social de Durkheim
y Mauss, el autor no parece, en el párrafo
siguiente, tan lejos de la idea de sustrato material
de la vida colectiva:
Varias de esas formas primitivas de existencia
son perecederas, varias están extintas o
en vías de extinción. Pero nos dejan, como
testimonio o como reliquias, los productos
de su industria local, armas, instrumentos,
ropas, etc., todos los objetos en los cuales
se materializa, de algún modo, su ainidad
con la naturaleza ambiente […] Un objeto
aislado dice poca cosa, pero las colecciones
de una misma procedencia nos permiten
discernir una empresa común, y dan, de
forma viva y directa, la sensación de medio
(Vidal de La Blache, 1922, p. 9).
En el medio existe una íntima solidaridad que
une cosas y seres, airma también el autor. De
ese modo, se constituye el hábitat, expresión visible
de esas combinaciones entre el medio, los
hábitos, los instrumentos, las casas, entre otros
elementos (Vidal de La Blache, 1911): “Cazador,
pescador, agricultor, todo eso es gracias a
una combinación de instrumentos que son su
obra personal, su conquista, lo que añade de
motu proprio a la creación” (Vidal de La Blache,
1922, p. 116). Continúa el autor: “En su formación
y en su progreso, el avance de las técnicas
instrumentales, dominado desde hace un siglo
y medio por el progreso cientíico, ha jugado
un papel dominante” (1922, p. 20). Aquí puede
observarse que, en plural y aunque entendida
solamente como instrumento, la técnica surge
asociada a las prácticas culturales locales y
como vínculo entre los datos de la naturaleza y
la vida del grupo humano. Entretanto, no falta el
reconocimiento de la evolución de las técnicas.
En la década de 1920, Lucien Febvre, preocupado
con el objeto y la posición de cada
saber en el concierto de las disciplinas de su
época, podía aseverar: “No es solamente la estructura
política, jurídica y constitucional de los
pueblos pretéritos, ni sus vicisitudes militares o
diplomáticas lo que nos esforzamos en restituir
parcialmente. Es toda su vida, toda su civilización
material y moral, toda la evolución de sus
ciencias, de sus artes, de sus religiones, de sus
técnicas y de sus intercambios, de sus clases y
agrupamientos sociales” (1970, p. 69). Para ese
autor francés, el hombre es un agente geográico
y no el menor ya que “Desde hace siglos y
siglos, por su labor acumulada, por la audacia
y la decisión de sus iniciativas, el hombre surge
como uno de los más poderosos artesanos de
la modiicación de las supericies terrestres […]
No actúa sobre el suelo aisladamente. Actúa
colectivamente […]” (1970, p. 75).
El propio Élisée Reclus llega a retomar la noción
de género de vida, cuando establece una
relación con el medio y la civilización. Aunque
sin recibir ese nombre, las técnicas son enumeradas,
tal como ilustra la siguiente excerpta:
Las necesidades de existencia determinan
un modo de alimentación que varía según
las regiones; de la misma forma la desnudez
o el vestuario, el acampar al aire libre
espaciotiempo/Num.7/2012 52
maría laura silveira
o los diversos tipos de habitaciones –grutas
o techos de hojas, cabañas y casas–
actúan e inluyen sobre la manera de sentir
y de pensar, creando así, en gran parte,
aquello que se llama “civilización”, estando
ininterrumpidamente modiicado por nuevas
adquisiciones, entremezcladas de sobrevivencias
más o menos persistentes. Además
de eso, el género de vida, combinado con
el medio, se complica con numerosas enfermedades,
de contagios repentinos, que
varían de acuerdo con regiones y latitudes
y se propagan, al ininito, en el conjunto de
las fuerzas que determinan la humanidad
(Correia de Andrade, 1985, p. 57).
A Camille Vallaux el término “género de
vida” le parecía algo indeterminado para
referirse al proceso por el cual el trabajo
humano deforma los paisajes naturales y
diseña nuevos paisajes en la supericie del
planeta. Al sugerir sustituirlo por la noción
de “índices de trabajo”, el autor busca revelar
la forma en que sociedades agrícolas,
pastoriles, industriales o marítimas, con
subdivisiones y transiciones, transforman
diferentemente los paisajes alcanzando lo
que denomina “cuarto estado de la materia”
(Vallaux, 1929, p. 203).
Sin embargo, si la técnica aparecía menos
explícita en aquellos autores, más orientados
a discutir el género de vida, es particularmente
en el diálogo de la Geografía Agraria con la
Etnografía que la idea de técnica se vuelve más
explícita. Aún en el siglo XIX y rompiendo con
el esquema de las fases culturales de la cosecha,
nomadismo, agricultura e industria, Hahn
(Sauer, 2000, p. 109; Wagner, 1974, p. 138) elabora
una clasiicación de las regiones agrícolas
del mundo inspirada en las técnicas utilizadas:
cosecha, cultivo, azada, plantation, cultivo con
arado, horticultura. Técnica e instrumento técnico
pueden ser entendidos, en esas relexiones,
como sinónimos y, de ese modo, atravesarán
los debates.
Tal sinonimia caracteriza también los esfuerzos
por comprender el paisaje y el hábitat
agrario. Así como Roger Dion (1934), Demangeon
(1952) propone una tipología de paisajes
agrarios. Diferencia, por ejemplo, un hábitat
rural disperso de un hábitat concentrado, explicando
que ambos constituyen manifestaciones
de una empresa humana no necesariamente
determinada por la geografía natural, sino por
la utilización de instrumentos como el arado o
por el ejercicio de prácticas como la rotación
de tierras.
Tal vez menos conocidos, los bellos estudios
sobre hábitat rural de Omer Tulippe (1943;
1951), Jean Tricart (1949) y Aimé Perpillou (1965;
s/d) describían la disposición y la construcción
de casas y aldeas y el uso de elementos e instrumentos
técnicos. Además, Haudricourt y
Hédin (1943) y Haudricourt y Delamarre (1955)
estudiaron la difusión de plantas e instrumentos
de trabajo como el arado, señalando como
el medio natural se volvía, muy lentamente, un
medio técnico. Esas transformaciones determinadas
por los agregados técnicos inspiraron al
geógrafo portugués Amorin Girão (1946, p. 75)
a utilizar el término “tatuaje” para referirse a la
transiguración del paisaje natural primitivo en
un paisaje humanizado.
En ese diálogo de la Geografía con la Etnografía
y con la Antropología, las ideas de Carl
Sauer tuvieron un papel central a partir de
1930. Con la expresión “Cultural Geography”,
Sauer (2000) buscaba atribuir nuevo estatus a
los elementos de la cultura material en la caracterización
de un área. Así, cada cultura era vista
como productora de un tipo particular de paisaje,
visible en la forma de los campos, en el tipo
de plantas cultivadas, en la disposición y forma
de las casas, en la trama vial de la ciudad.
Tales paisajes advenían de hábitos de alimentación,
prohibiciones religiosas, uso de instrumentos
agrícolas, creencias. En Francia, esas
ideas tuvieron inluencia y, mezcladas con los
debates de la Geografía regional, permitieron
elaborar interpretaciones sobre los tipos de habitación
o las técnicas de cría, como muestran
los trabajos de Planhol, Dion, Veyret, Chabot,
pero también las investigaciones realizadas por
Deffontaines (1971) en Brasil. La idea de técnica
como producto de la cultura material y factor
de transformación del paisaje se hacía presente,
inclusive en las interpretaciones de Camille
Vallaux y Jean Brunhes.
Aunque no alcanzara un estatuto preponderante
en su interpretación, la idea de técnica
se hace presente en el pensamiento de Henri
53
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
Baulig. Defendiendo el papel activo del hombre
frente al medio y los lazos de la Geografía
Humana con la Historia Social, el autor destacaba
la complejidad de la noción de medio en
virtud de los elementos propiamente humanos,
entre los cuales citaba la técnica: “las aptitudes
físicas y mentales, heredadas o adquiridas,
del grupo y su patrimonio cultural; la técnica,
sin duda, pero también la mentalidad colectiva
con su estratiicación, sus zonas iluminadas y
subsuelos oscuros casi inconscientes. De allí el
vínculo indispensable de la geografía humana
con la historia social, que, a decir verdad, es
toda la historia útil” (1948, p. 8).
De forma indirecta en la discusión sobre el
medio realizada por Le Lannou (1949), la técnica
aparece como un dato de la relación entre el
medio y el grupo y, al mismo tiempo, como un
factor de rigidez del propio medio geográico.
Considerando la solidaridad como la gran ley
geográica, ese geógrafo reconoce que, aún sin
ser inmóvil, el medio geográico contiene cierta
permanencia dada por los ciclos anuales vegetales
y por las prácticas agrícolas estacionales.
Para el autor, la densidad debe ser confrontada
con el género de vida para, de ese modo,
alcanzar una signiicación geográica.
No obstante, frente a las perspectivas que
parecen dudar en entregar la palabra a las
fuerzas naturales o a las técnicas y prácticas
humanas, Demangeon nos alerta: “ese hombre
nudus e inermis no demora en volverse,
gracias a su inteligencia y a su iniciativa, un
elemento que ejerce sobre el medio una acción
potente: se convierte en un agente de la naturaleza
transformando a fondo el paisaje natural,
creando asociaciones nuevas de plantas y
animales, oasis para los cultivos de irrigación,
formaciones vegetales” (1952, p. 28). Mas esa
acción potente se ampliica, escribe el geógrafo
francés, a partir de las “armas” de la ciencia y
de los transportes. De allí que las relaciones
de los grupos humanos se establezcan con el
medio geográico y no ya con el medio físico,
airma con claridad.
En esa larga tradición de la Geografía Regional
francesa, es Max Sorre, con su libro Les
Fondements de la Géographie Humaine, quien
atribuye un estatus mayor a la idea de técnica
destinándole, inclusive, un volumen de su obra
clásica. Los géneros de vida, señala el autor,
pueden ser considerados como conjuntos de
técnicas y formas activas de adaptación del
grupo humano que imprimen la misma orientación
y los mismos ritmos al medio geográico.
Así, explicando los antiguos géneros de vida,
escribía: “las elecciones de plantas de cultivo,
el material instrumental, la manera en que las
semillas son plantadas fueron vistos como las
técnicas fundamentales en torno de las cuales
todo género de vida se organiza” (1952, p. 13).
Entendidas como elementos materiales y
espirituales, las técnicas se transmiten por la
tradición y aseguran una conquista sobre la naturaleza
(Sorre, 1952). Sin embargo, el geógrafo
francés ya reconocía, a mediados del siglo XX,
el desuso de la categoría cuando explicaba que
las transformaciones de la técnica provocan
una rápida desintegración de tales géneros de
vida: “El género de vida nace, se transforma,
se desarrolla –y es cuando llega a ese grado
de madurez que lo caracterizamos. De allí la
necesidad de evocar un aspecto complementario,
pero no contradictorio: el de su evolución”
(Sorre, 1952, p. 17). Y explica una situación
concreta de desintegración del género de vida;
es signiicativo que, para eso, se reiera a una
de las técnicas más destacadas de la historia
del territorio: “El ferrocarril ha sido un agente
activo de la aceleración del éxodo rural: no lo
ha creado, pero lo ha facilitado. Ha ocasionado
una ruptura del equilibrio demográico en el medio
campesino y ha contribuido de esa manera
a alterar gravemente entre nosotros el funcionamiento
de los géneros de vida rurales” (Sorre,
1952, p. 27). Al mismo tiempo considera que la
cohesión del grupo adviene hoy de las grandes
técnicas que condicionan la explotación del
suelo, tales como las técnicas forestales, las
técnicas instrumentales, las técnicas del agua,
la mejoría de los suelos, la conservación de la
fertilidad y la defensa contra las plagas. De allí
que las técnicas de la vida social sean ininteligibles
cuando están desprovistas de las técnicas
de la producción (Sorre, 1952).
Las técnicas de producción y las técnicas
sociales han sido también recordadas por Max
Derruau al proponer la conceptualización del
género de vida:
un conjunto de hábitos por medio de los
cuales el grupo que los practica asegura su
espaciotiempo/Num.7/2012 54
maría laura silveira
existencia: la pesca, la caza, la recolección,
la agricultura sedentaria, la vida pastoril son
tipos de géneros de vida donde se integran
géneros de vida complejos, por ejemplo en
una agricultura sedentaria que resultó de
una mayor complejidad de la vida pastoril.
Contiene un cierto número de elementos:
instrumentos, como el tipo de arado, el molino
o la red de pesca, los procedimientos
como el trasplante de arroz, el cultivo sobre
quemadas, la utilización de pastaje de
montaña después del deshielo, elementos
sociales, como los lazos creados en una
comunidad de trabajo, en in, elementos
espirituales tales como los encantamientos.
Los rituales mágicos han sido considerados
por largo tiempo como una técnica en
igualdad de condiciones que un elemento
material (1961, p. 107).
De cierto modo también Jean Brunhes atribuía
a las transformaciones técnicas el papel
motor de la reorganización del medio al decir
que: “El hombre entra en relación con el cuadro
natural por los hechos del trabajo, por la
casa que construye, por el camino que recorre,
por el campo que cultiva, por la carretera que
atraviesa, etc., y su trabajo le crea obligaciones,
inclinaciones y aptitudes que van a traducirse
en la historia” (1947, p. 273).
En su bella obra sobre Geografía Agraria,
Daniel Faucher (1953, p. 321) llama la atención
sobre la técnica, entendida como fundamento
de los sistemas agrícolas y de su evolución, sin
los cuales no es posible explicar los paisajes rurales
y los modos de vida agrícola. Y reconoce
los fertilizantes, la genética y la mecanización
como los elementos técnicos de la nueva revolución
agrícola.
Entre sus valiosos trabajos, Josué de Castro
publica la obra Ensaios de Geograia Humana
en 1957, en la cual dedica varios pasajes a la
idea de técnica cuando relexiona sobre las
relaciones entre el hombre y el medio. Considera
que la técnica ha permitido al hombre
modiicar las condiciones del medio natural
volviéndolo compatible con su vida. Al discutir
la adaptación y la técnica humana, agrega:
“Este privilegio de una técnica inventiva y
creadora fue lo que permitió al hombre ampliar
progresivamente su horizonte geográico, hasta
ocupar casi toda la supericie de la tierra, aún
en las más inhóspitas y áridas regiones […]”
(Castro, 1957, p. 33). Sin embargo, para el médico
y geógrafo brasileño la noción de técnica
no podía ser disociada de la idea de cultura y,
así, escribía:
Los factores culturales, que coordinan y
neutralizan, en ciertos casos, los factores
geográicos naturales, resultan del trabajo
constructivo, de la utilización de ciertos
procesos técnicos que, por medio de la
fertilización y de la irrigación, transforman
tierras áridas en fértiles; que por medio de
la higiene, sanean zonas insalubres y, por
medio de la industrialización, consiguen un
aprovechamiento máximo de todo lo que
la tierra produce, en un aprovechamiento
también máximo del elemento humano en
el trabajo de beneiciación artiicial de productos
naturales de otras regiones (1957,
pp. 35-36).
Propio del debate de su época, el pensamiento
sobre la técnica no era ajeno al género
de vida: “cada grupo humano construye
sus instalaciones de acuerdo a las
necesidades impuestas por su género de
vida […]” (Castro, 1957, p. 108). Tampoco
la técnica podía ser considerada como algo
estático, ya que es evidente que la “técnica
cultural” resulta tanto de las posibilidades
materiales que el medio ofrece como de
procesos históricos como las “migraciones
y contactos entre grupos sociales” (Castro,
1957, p. 36).
Cabe decir que algunos años más tarde, Pierre
Gourou propone diferenciar entre técnicas
de producción y técnicas de encuadramiento.
En esa distinción, que se difundió considerablemente,
las primeras serían las técnicas de
explotación de la naturaleza, las técnicas de
subsistencia, las técnicas de la materia, mientras
que las segundas se reieren a las técnicas
de relaciones entre los hombres y a las técnicas
de organización del espacio: “Los dos órdenes
de técnicas son interdependientes; las grandes
ciudades, que expresan técnicas de encuadramiento
muy eicaces, están también ligadas
a unas técnicas de producción que aseguran
grandes excedentes por encima del consumo
55
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
de los productores” (1973, p. 27). Pero lo importante,
tal vez, es comprender la centralidad
que la noción de técnica adquiere en su interpretación.
Para el autor no es la fuerte densidad
de población –elemento visible en el paisaje– lo
que explica la utilización de técnicas agrícolas
perfeccionadas sino, al contrario, es el uso de
técnicas eicaces lo que permite las altas densidades
demográicas. Si el medio físico donde
se implantan los hechos humanos está prácticamente
entero en el paisaje, agrega el autor,
el medio humano no está constituido sólo de
elementos visibles porque está hecho sobre
todo de las técnicas que dieron origen a esos
elementos. En esas relexiones analíticas puede
percibirse una cierta vocación para pensar la
técnica también como procedimiento.
A mediados del siglo XX, algunas críticas a la
noción de género de vida, que tanta centralidad
había adquirido en la disciplina, comienzan
a vislumbrarse. Un autor como Jean Gottmann
atribuía a esa categoría un carácter meramente
descriptivo, desprovisto de vocación teórica,
de allí sus limitaciones:
En geografía humana, Vidal de La Blache
aporta un primer sistema formulando la noción
de género de vida que permite un esbozo
de clasiicación. Sin embargo, el género
de vida es sobre todo un instrumento
de descripción, descripción razonada ciertamente,
pero donde la explicación no hace
sino acompañar y sostener la descripción
sin poder ponerse de maniiesto o inclusive
precederla. El principio del género de vida
permanece en el regionalismo; no construye
el camino hacia ninguna concepción general
(1947, p. 3).
Pierre George y Max Derruau coinciden en
que el presupuesto de una sociedad indiferenciada
que ignora la división del trabajo es una
de las principales restricciones de la noción
de género de vida, lo que hace inviable su uso
contemporáneo. El primer autor proponía sustituirlo
por los sistemas económico-sociales en
las discusiones de la Geografía Económica e
Industrial. Era necesario, en el razonamiento de
George, comprender las formas de producción
especíica y no más el género de vida que
responde efectivamente a realidades tangibles
para pequeños grupos humanos, de
contenido social indiferenciado, de vida material
rudimentaria, no implicando división
del trabajo. […] Las tres cuartas partes de
la humanidad no pueden ser deinidas convenientemente,
inclusive con esas reservas,
por la designación de “género de vida”: la
condición de los hombres procede de datos
más complicados y el grupo humano tiene
formas de existencia diferenciadas que corresponden
a su diversidad social (George,
1951, p. 71).
En otro trecho de la misma obra, el geógrafo
airma que esa categoría puede ser mantenida
como un elemento de análisis de carácter descriptivo
pero nunca como un in en sí ni como
un modo de interpretación (George, 1951).
Fundamentando sus argumentos en algunas
ideas de Sorre, Derruau no ocultaba su insatisfacción
cuando escribía: “La noción de género
de vida ha sido aplicada a las sociedades
elementales, sin gran diferenciación social o
profesional. Con respecto a esos grupos, se
puede decir que el género de vida era autónomo
porque aseguraba la subsistencia total. Pero el
99% de la humanidad está compuesta por
sociedades social y profesionalmente diferenciadas,
cuyas formas de existencia cambian según
nos ocupemos del gran propietario, del obrero
agrícola, del herrero” (Derruau, 1961, p. 110).
A ese debate se sumaba Lacoste cuando,
aun considerando el género de vida como un
concepto geográico por excelencia, alertaba
sobre la imposibilidad de utilizarlo como principal
instrumento de investigación en el estudio
de las combinaciones geográicas actuales:
“El concepto de género de vida no ha perdido
ciertamente su interés para los geógrafos pero
éstos deben concederle un valor esencialmente
histórico: el género de vida corresponde a la
antigua situación equilibrada de auto-subsistencia
que se ha alterado desde hace más o
menos largo tiempo por la difusión de la economía
moderna y la dimensión de sus consecuencias
(revolución demográica entre otros)”
(1967, pp. 667-668).
No sería entonces muy audaz decir que, en
esos mundos pasados y en sus geografías, la
categoría analítica central era el género de vida,
espaciotiempo/Num.7/2012 56
maría laura silveira
mientras que la técnica entraba como elemento
descriptivo o como dato de ese vínculo entre un
grupo pretendidamente homogéneo y un medio
que, tantas veces, continuaba siendo considerado
natural. Asociada a las denominadas
sociedades simples que podían ser comprendidas
por el género de vida, la técnica era incorporada
secundariamente a una interpretación
más preocupada en entender la lucha del hombre
contra el medio hostil que las diferencias
de poder entre los agentes. Como era identiicada
frecuentemente con los instrumentos de
trabajo, la técnica a menudo podía ser vista
en el paisaje, completando así la descripción
geográica.
Pero, en el momento en que, para alcanzar la
explicación, los elementos descriptivos y visibles
del medio geográico fueron insuicientes,
la noción de técnica parece haber sido abandonada.
Cuando las sociedades se vuelven más
complejas restándoles actualidad, de un solo
golpe, a la categoría de género de vida y a la
escala regional de análisis, se vacía también la
noción de técnica y otros elementos explicativos,
como la organización económica, pasan a
ser incorporados en los estudios geográicos.
Por esas razones no sorprende que las críticas
tuviesen como foco principal la categoría central
hasta ahora utilizada pero no se reiriesen a
la técnica.
Todo eso llevaría a pensar que la técnica no
había sido considerada como un verdadero
elemento constitutivo del medio geográico.
Quizás porque la propia noción de medio geográico
haya sido, a lo largo de la historia de
la disciplina, relativamente desprovista de historicidad…
Frecuentemente, el corpus de la
Geografía estuvo constituido por categorías
pretendidamente inmutables al devenir, sin el
necesario esfuerzo para impregnarlas de la historia
del presente.
De las técnicas particulares al fenómeno técnico:
un esfuerzo de teorización
Es verdad que algunos geógrafos, en la segunda
mitad del siglo XX, han subrayado la
relevancia de la técnica para la formulación de
una teoría geográica. De un modo o de otro,
un cierto ejercicio de teorización permitía superar
la mera descripción de técnicas particulares
y comenzar a considerar la técnica como una
verdadera categoría de análisis.
Entendiendo el medio geográico como un
sistema de relaciones que se inscriben en el
espacio diferenciado y organizado, Gottmann
(1952; 1975) también alertaba acerca del papel
que la tecnología había alcanzado desde la segunda
posguerra. En la opinión del autor, los
avances tecnológicos complicaron la deinición
de territorio, principalmente para los juristas,
pues la soberanía como jurisdicción exclusiva
acabó gracias al progreso de los transportes y
comunicaciones y al desarrollo de especializaciones
productivas.
En la década de 1960, Philip Wagner (1974,
p. 26) enfatizaba el papel de la técnica cuando
explicaba que las transformaciones que el
hombre hace a su entorno para satisfacer sus
necesidades constituyen un proceso creativo,
cuyo instrumento es el sistema técnico, no sin
inluencia de condiciones naturales y sociales.
La teoría de la difusión de innovaciones, que
las investigaciones de Hägerstrand representan
bien, daba un peso signiicativo a los elementos
técnicos. Estudiando la propagación en ondas
de los automóviles en el sur de Suecia, el autor
(Hägerstrand, 1962) airmaba que los patrones
de difusión no siguen reglas y son diferentes en
cada época. De allí la necesidad de considerar
las fuentes de impulso y la susceptibilidad en
los diferentes lugares.
Además, Pierre George publicaba, en 1974,
un libro titulado L’ère des techniques, constructions
ou destructions? en el cual mostrará el
valor de la técnica en la interpretación geográica.
Otro importante geógrafo que consideró
relevante esa noción fue Isnard; en su cuadro
interpretativo, la técnica no es un concepto
puro ni independiente de la cultura: “La cultura
constituye por lo tanto un conjunto de saber
hacer, particularmente la técnica aplicada para
dar forma a la materia inanimada: tallar un sílex
en forma de instrumento, captar una naciente
para irrigación, imaginar utensilios, ordenar el
espacio. Alimentada de informaciones, es esencialmente
organización, resistencia o desorden
entrópica” (Isnard, 1982, pp. 46-47).
Para el mismo autor (Isnard, 1982), la técnica
nace de la voluntad de sustituir el ecosistema por
una organización espacial controlada, es decir,
un medio concebido para satisfacer las exigen-
57
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
cias humanas. Se sustituye la necesidad por el
orden establecido. No se trata aquí únicamente
de simples instrumentos, sino de la implantación
de un orden. Ideas como organización espacial,
orden y control nos alejarían de un medio natural
transformado por el género de vida en una
sociedad simple. Estaríamos más cerca de entender
la técnica y la norma como contenidos
constitutivos del espacio geográico.
Por eso, reducir la técnica a instrumentos o
procedimientos técnicos particulares ha permitido,
sin duda, elaborar bellas descripciones
de territorios pasados pero no ha llevado a la
elaboración de una categoría teórica que, operativa
sobre los diferentes contextos históricos,
posibilite alcanzar la explicación.
Ir más allá de las técnicas particulares para
alcanzar el fenómeno técnico podría ayudarnos
a superar el estadio descriptivo y alcanzar una
comprensión más aproximada de la denominada
realidad. Tal vez sean dos las premisas basilares
para esa tarea. Una de ellas es el entendimiento
de la técnica como fenómeno histórico
y la segunda, un desdoblamiento de la primera,
es ver la técnica como empirización del tiempo,
es decir, como posibilidad concreta –en las antípodas
de una visión atemporal o inclusive de
un tiempo abstracto. Ambas premisas son, por
lo tanto, inseparables.
Comprender la técnica como fenómeno histórico
supone verla, al mismo tiempo, como
forma y como acción o evento. Como forma, la
técnica es la tecnología, un contenido material,
un conjunto de objetos, cuya constitución
está dada por una pluralidad de instrumentos
en yuxtaposición, recreando subordinaciones y
dependencias y redeiniendo los parámetros de
desempeño. Por esa razón el espacio geográico
es más que el espacio social.
Como acción o evento, la técnica es procedimiento,
norma, uso, contenido inmaterial, acción
tecniicada. Así entendida, la técnica crea formas
técnicas, opera y actualiza la forma técnica.
Son los tiempos diversos de la producción,
circulación, cooperación, producción simbólica,
diferenciando agentes y temporalidades. Ese
método parece exorcizar la concepción reduccionista
de la técnica como tecnología, que autoriza
a pensar en objetos y lugares modernos
e independientes, fragmentados, sin relación de
necesidad con los objetos y lugares dichos “atrasados”.
Por ese motivo el espacio geográico es
más que el espacio físico o material.
Conjunto de objetos y formas de hacer, la técnica
surge, en el decir de Heidegger (1958, p.
10), como una categoría inclusiva conformada
por los instrumentos y máquinas creados, pero
también por las necesidades y ines que animan
esa producción. La técnica es el conjunto
de esos dispositivos. Pero hoy, la producción
de necesidades, segunda premisa de la existencia
humana (Marx y Engels, 1984), es más
que nunca un dato de la técnica pues, como
explica Ellul, “no son más las necesidades externas
que determinan la técnica, son sus necesidades
internas” (1968, p. 135), una vez que
la técnica se volvió una realidad en sí, con leyes
particulares y determinaciones propias. En esa
dirección, podemos aseverar que la técnica es
auto-propulsiva (Santos, 1996). Después de
deinir la técnica como proceso, Jean Ladrière
agrega: la técnica “es considerada en su desarrollo
histórico, en tanto que este desarrollo parece
realzar cada vez menos la contingencia y
obedecer cada vez más las exigencias internas
de ampliicación o de superación” (1973, p. 82).
La segunda premisa parte de considerar que
cada período alberga un conjunto de posibilidades
técnicas concretas, cuya realización histórica
es siempre selectiva (Santos, 1996):
Así, empirizamos el tiempo, volviéndolo
material y, de ese modo lo asimilamos al
espacio, que no existe sin la materialidad.
La técnica entra aquí como trazo de unión,
históricamente y epistemológicamente.
Las técnicas, de un lado, nos dan la posibilidad
de empirización del tiempo y, del
otro lado, la posibilidad de una cualiicación
precisa de la materialidad sobre la cual las
sociedades trabajan. Entonces esa empirización
puede ser la base de una sistematización
solidaria con las características de
cada época (Santos, 1994, p. 42).
El fenómeno técnico signiica, concomitantemente,
lo que existe de hecho y lo que es históricamente
posible en un momento dado, pues
ambas dimensiones son concretas. En tiempos
en que la técnica era un elemento de una civilización,
la novedad técnica sorprendía y muchas
veces se volvía inaceptable (Ellul, 1968). Pero, a
espaciotiempo/Num.7/2012 58
maría laura silveira
partir de las diversas formas de imitación social
(Tarde, 1921), la técnica fue gradualmente englobando
toda la civilización: “El fenómeno técnico,
englobando las diferentes técnicas, forma
un todo. Esa unicidad de la técnica ya se hace
visible cuando veriicamos, con evidencia, que
el fenómeno técnico presenta siempre y esencialmente
los mismos caracteres” (Ellul, 1968,
p. 98).
Esa tendencia a la universalidad de las técnicas
ya había sido vislumbrada en 1964 por
Leroi-Gourhan, al referirse a la expansión de las
técnicas. Para el autor (Leroi-Gourhan, 1990),
las técnicas se comportan como especies vivas,
con una fuerza de evolución que parece
serles propia y con tendencia a escapar del dominio
del hombre. Sin embargo, explica Santos,
la universalidad actual es diferente: “En primer
lugar, no es una tendencia, sino una realidad.
En segundo lugar, viene a formar parte de los
lugares prácticamente en un mismo momento,
sin desfases notables. En tercer lugar, ese fenómeno
general da lugar a acciones que también
tienen un contenido universal” (Santos, 1996, p.
154)
Así, la técnica y, en consecuencia el medio
geográico, pueden ser entendidos como empirización
de las posibilidades del período histórico.
Nuevas formas y eventos se realizan
históricamente sobre el tejido indisoluble de
materialidad y vida que los antecede. Se diría
que la gran mediación entre lo que existe –el
medio– y lo que existirá –el futuro– es el uso de
la técnica. Entretanto, para un autor como Ellul,
“la técnica es, por sí misma, un modo de actuar,
exactamente un uso” (1968, p. 101); para él no
existe diferencia entre la técnica y su uso, pues
no es posible utilizar la técnica sin obedecer las
reglas técnicas. Aún utilizando las ideas de ese
ilósofo, no es esa la opinión de Santos (1996),
para quien, entendida como un conjunto de
medios instrumentales y sociales con los cuales
el hombre realiza su vida, produce y también
crea espacio, la técnica no se circunscribe a un
único uso sino que admite usos diferentes.
Por lo tanto, la técnica es mediación y medio.
Es el movimiento entre el medio ya instalado
y un nuevo medio instalándose. La técnica
es, como declara Ortega y Gasset, “la reacción
enérgica contra la naturaleza o circunstancia
que lleva a crear entre ésta y el hombre una
nueva naturaleza puesta sobre aquella, una
sobrenaturaleza” (1957, p. 14). Y, a pesar de
su crítica acerba al ilósofo español, Dessauer
(1964) presenta una noción que no parece
discordante: la técnica resulta de una tensión
permanente entre lo real, lo dado, que siempre
puede ser mejorado y lo posiblemente mejor
para la función que se pretende.
La noción de técnica como productora de un
medio ya estaba presente en autores como Gilbert
Simondon (1989) cuando en 1958 se refería
a un medio asociado, André Fel (1978) con
la noción de geotécnica, Georges Friedmann
(1966) al proponer el concepto de medio técnico
y Milton Santos (1988) con el concepto de
medio técnico-cientíico-informacional como
sinónimo de espacio contemporáneo.
Pensamos que considerar el fenómeno técnico
y el medio que éste produce supone reconocer
el objeto y su uso, es decir, la forma material
y la acción autorizada por el objeto, que es una
técnica de acción, un procedimiento, un ejercicio
de obediencia por parte del usuario. Esto
nunca fue más verdadero que hoy, renovando
el signiicado de las palabras de Auzias cuando
aseveraba que “las `máquinas de pensar´ son
el pensamiento terminado y puesto en caja”
(1971, p. 16). Sin embargo, existe concomitantemente
la acción política, que es el par histórico
de la técnica y que resulta de una combinación
más amplia, un desenlace contradictorio y
provisorio de aceptaciones y rechazos.
No son sólo técnicas particulares como las
técnicas agrícolas, industriales, políticas, electorales,
presupuestarias que deinen el fenómeno
técnico, sino el medio de existencia para
todas esas técnicas particulares. Así, el conjunto
de técnicas, sumado al conjunto de usos y
elecciones, constituye nuestro cuadro de vida,
que incluye la totalidad de actividades del hombre
y no sólo la actividad de producción. Como
la técnica que compone el medio hoy es resultado
de la ciencia y causa y consecuencia de
la información, tal cuadro de vida es el medio
técnico-cientíico-informacional.
Con todo, el aspecto sistémico de los objetos
es, a veces, mejor conocido que el aspecto
sistémico de los procedimientos técnicos –una
organización menos visible. El conjunto es un
sistema técnico, deinido por la interdependencia
presente entre lo nuevo y lo heredado, entre
59
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
lo local y lo global. Tal interdependencia procedía,
en el pasado, del juego de las variables
en presencia que permitían hablar de “solidaridad
orgánica” (Santos, 1996; 2003) pero, en
el presente, adviene de variables alienígenas,
sugiriendo una “solidaridad organizacional”
(Santos, 1996; 2003). Se trata de un devenir
entrelazado de lo que existe y de lo que llega
aceleradamente, de lo que está en el lugar y de
lo global invasor, cuya estructura responde a
un principio de organización. Es de ese modo
que la extensión de los eventos se produce,
exigiendo que el pensamiento recorra simultáneamente
las varias escalas de los objetos y de
las acciones.
Por lo tanto, es aconsejable recordar que,
sola, la técnica es un absoluto, porque resulta
incapaz de explicar lo real. Su signiicado social
adviene de la relatividad de su existencia histórica.
De allí el necesario vínculo epistemológico
con otras categorías y procesos como período,
división territorial del trabajo, eventos, situaciones
y universos simbólicos que sustentan el
nuevo orden socioespacial.
Pensando un esquema de análisis
Ante la complejidad contemporánea no es suiciente
elaborar una descripción, es necesario
producir un esquema de análisis que revele su
vocación explicativa gracias a la inclusión de
variables signiicativas. De ese modo estaremos
más cerca de comprender el movimiento
contradictorio de la historia. Parece necesario
considerar, al menos, dos cuestiones de método.
La primera es reconocer la complejidad de la
totalidad sin desistir de su análisis buscando,
para ello, las escisiones signiicativas. Frente a
la mundialización y complejidad del fenómeno
técnico, que dieron origen a la universalidad
empírica (Santos, 1984), ¿cómo dividir sin
mutilar? Es necesario mostrar, al mismo tiempo,
las técnicas que constituyen la base material
hegemónica de la sociedad contemporánea,
como por ejemplo las grandes redes, sin
caer en lo que Gaudin (1978) denuncia como
ocultamiento de las demás técnicas. Interesa,
por ello, considerar todas las técnicas y no sólo
las técnicas hegemónicas, entendiendo que la
división territorial del trabajo es esencialmente
un concepto plural. Igualmente el análisis de un
lugar no podrá circunscribirse a la escala local
ni tampoco dejar de considerar las variables
ausentes ya que hoy la técnica sobrepasa los
lugares y no es poco frecuente que desvanezca
sus identidades originarias. Las escisiones signiicativas
serán, quizás, aquellas que permitan
abordar las manifestaciones particulares de la
totalidad sin perder los nexos y sin ceder a las
epistemologías de la fragmentación.
Buscando enfrentar el desafío de la primera,
la segunda cuestión busca aprehender la totalidad
como situaciones. La realidad en sí misma
es inaprensible por su ininitud en el presente,
por su movimiento en la historia; entretanto
tal reconocimiento no debería disuadirnos de
enfrentar su análisis global. Cada momento
histórico produce una extensión de los fenómenos
y, así, un conjunto de eventos, técnicas y
normas llega de manera diferente a los lugares.
Esa realización selectiva de la totalidad puede
ser vista como situaciones, que son manifestaciones
de la coherencia de lo real. Por esa
razón, la situación es, al mismo tiempo, producción
histórica y construcción lógica (Santos,
1996; Silveira, 1999) y requiere un esfuerzo
de selección y jerarquización de las variables.
¿Cuál es el papel y la representatividad que
daremos a la técnica en la selección de variables
analíticas de nuestro esquema? En los días
actuales los nexos se multiplican gracias a la
técnica y su entendimiento nos ayudaría a no
perder de vista la totalidad histórica.
De ese modo, un esquema de análisis adecuado
al actual período histórico, con su complejo
sistema técnico, y capaz de enfrentar las
situaciones debería reunir, por lo menos, tres
condiciones: pertinencia, coherencia y operatividad
(Silveira, 2000).
La pertinencia se reiere a lo que concierne
a la realidad investigada. ¿Qué cabe preguntar
a ese mundo contemporáneo formado por una
tecnoesfera y una psicoesfera (Santos, 1996),
que parece ser uno en la técnica, en los símbolos,
en las inanzas? Vivimos un período en el
cual los objetos técnicos son concretos porque,
como explica Simondon (1989), la brecha entre
proyecto y realización tiende a desaparecer
gracias al perfeccionamiento del design y de
los materiales. Concomitantemente los objetos
son dotados de hipertelía (Simondon, 1989), es
decir, exceso de inalidad. En otras palabras,
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maría laura silveira
“sin inalidad como característica esencial no
puede hablarse de técnica. El objeto técnico
sólo es técnico en tanto que cumple con su in”
(Dessauer, 1964, p. 153).
Las preguntas a formular, por lo tanto, serán
nuevas y diferentes, vinculadas a la perfección
de los objetos técnicos, a su marcada interdependencia,
a su inalidad precisa, a la racionalidad
de los actores que comandan tales
procesos. Son los híbridos, como airma Latour
(1991) y, por eso, nos alejarían de las indagaciones
puras de la modernidad y nos llevarían
a reforzar la indisolubilidad entre la concreción
técnica de los objetos y la estructura de la acción.
Además, los sistemas de objetos adquieren
dos dimensiones nuevas: por un lado, existen
macro-sistemas técnicos (Joerges, 1988;
Gras, 1993), porque sin éstos los demás sistemas
no funcionarían y, por otro, hay microsistemas
técnicos, responsables de la miniaturización
y los telecomandos, que revolucionan
la forma del control técnico. Pero esas características
constitucionales de los objetos técnicos
contemporáneos sólo adquieren sentido
cuando son entendidas en el conjunto mayor
al que pertenecen: “Sin duda, el espacio está
formado de objetos, pero no son los objetos
que determinan los objetos. Es el espacio que
determina los objetos: el espacio visto como un
conjunto de objetos organizados según una lógica
y utilizados (accionados) según una lógica.
Esa lógica de la instalación de las cosas y de la
realización de las acciones se confunde con la
lógica de la historia, a la cual el espacio le asegura
continuidad” (Santos, 1996, p. 34).
Como hoy la ciencia hace coincidir sus límites
con los del resto de los intercambios sociales
(Latour, 2008), nuevos objetos, nuevas relaciones,
nuevas velocidades caracterizan la acción
contingente. Pensar el fenómeno técnico en los
días actuales es entender que hoy entran como
variables explicativas no sólo la tecnología, sino
la ciencia y la información, es decir, el método de
invención y su selectiva difusión socioespacial.
La segunda condición del esquema es la coherencia.
Hoy no son más las coherencias de
la naturaleza en estado puro las que deberían
ser consideradas, sino las de los sistemas de
ingeniería, que entrelazan los elementos de la
naturaleza transformada con objetos completamente
artiiciales; tampoco son las coherencias
propias del mundo industrial, fundadas en
el excedente obtenido por la transformación
material, sino las de un período gobernado por
la tecnociencia, la información y las inanzas.
Por ejemplo, el uso agrícola del territorio actual
no se explica únicamente por la industrialización
de la agricultura, sino sobre todo por su
inanciación. El tiempo histórico deshace las
coherencias y, por esa razón, se vuelve necesario
comprender las coherencias de los sistemas
técnicos pretéritos y la novedad de las coherencias
de los sistemas técnicos actuales. En
este último caso, signiica, por ejemplo, la necesidad
de entender que es el mercado el que
demanda técnica, producida por la ciencia en
una integración de intencionalidades nunca antes
vista –aquello que Zaoual (2006) denomina,
no sin ironía, la “santa alianza” entre técnica,
ciencia y mercado. En un mundo así constituido,
la técnica adquiere centralidad en el esquema
explicativo asegurando la coherencia con lo
real y la coherencia con las demás categorías.
La técnica no sería más vista como dato externo
ni como tecnología que se “espacializa”,
sino como contenido existencial del espacio.
La tercera condición es la operatividad que,
en deinitiva, es la prueba de coherencia. Vista
como categoría central de una teoría del espacio
geográico y no como mero dato (Santos,
1996), la técnica adquiere representatividad
como elemento analítico del esquema y permite
entrar en lo real al asegurar la operatividad.
Para ello, las técnicas son consideradas en sistemas
que, en los lugares y entrelazados con
otros objetos técnicos e inclusive con elementos
naturales, pueden ser llamados sistemas de
ingeniería. Es el tiempo del lugar el que imprime
un valor relativo a la técnica, diferente del valor
absoluto impuesto por el discurso único. Hoy,
la relación intrínseca entre sistemas técnicos
y acciones puede ser abordada considerando
los nuevos saberes y la acción tecniicada, las
formas de organización y las normas públicas
y privadas, sin los cuales el sistema técnico no
funciona. Esos son, en el período actual, algunos
de los contenidos de la acción contingente
que, por ejemplo, impregnan la deinición de
ciudadanía y nos conducen a elaborar nuevas
preguntas en un mundo que naturalizó la vigilancia
(Mattelart, 2009). Es en esos objetos y
acciones contemporáneos que la categoría téc-
61
CCSyH UASLP
el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio
nica podrá ser operativa y, de ese modo, logrará
ofrecer un retrato coherente de la historia del
presente.
Entre epistemología y política: un debate
necesario
Una discusión sustantiva sobre los contenidos
actuales del territorio nos permitiría contribuir
en un debate político genuino. Al analizar
el fenómeno técnico podríamos decir que hoy
el objeto técnico impone un uso “amoldado”,
permite una acción limitada, pide una técnica
de acción y, en este caso, la indisolubilidad es
absoluta pues no recorrer ajustadamente los
pasos indicados conduce al fracaso en la operación.
Así es presentada a menudo la modernización
del territorio, haciendo de una técnica
determinada y de un determinado uso elementos
incontestables. No obstante, hay otro uso
o acción, que admite cierta disociación del objeto
porque adviene de una combinación más
amplia de factores sociales, políticos, económicos
y culturales enmarcados por aceptaciones
y rechazos. Aquí puede entenderse que la
elección técnica es un resultado de la discusión
política. Como explica Jesús Martín-Barbero
(2003, p. 189-190), realizaciones de una cultura,
las tecnologías pueden ser rediseñadas
pues, con frecuencia, la única forma de asumir
la imposición activamente es el antidiseño o el
diseño paródico, que incluye la tecnología en el
juego pero la niega como valor en sí.
Entender la técnica contribuye, además, a la
comprensión de la base material hegemónica,
es decir, de los materiales de la historia que
posibilitan nuevas acciones hegemónicas con
la producción de la extensión y la imposición
de parámetros de eicacia y desempeño. Es en
virtud de esa base que la vida se vuelve interdependiente,
aunque para algunos eso signiique
subordinación en función del desigual valor del
trabajo. Es el acontecer solidario (Santos, 1996)
o la realización compulsiva de tareas comunes
aunque el proyecto no sea común. Aprehender
la solidaridad de los objetos, actores e ideas en
el presente asegura una visión de la totalidad
concreta e histórica (Kosik, 1989), permitiendo
escisiones signiicativas siempre a ser redeinidas.
La interdependencia de los eventos
lo es también del valor y, por esa razón, toda
y cualquier acción impacta en el espacio ya
construido. Comprender la textura del acontecer
solidario podría contribuir en la resistencia
a la imposición de modelos inspirados en casos
aislados exitosos, resultantes tanto del comportamiento
de las empresas como de ciertas
políticas urbanísticas y económicas.
Ver la técnica como evento ayuda a comprender
el movimiento, la coexistencia dinámica de
técnicas, de divisiones territoriales del trabajo,
de intencionalidades. Por ese motivo, a la constatación
de la existencia de técnicas modernas
en los lugares la pregunta que sucede es ¿quién
usa y quién regula? Es así que podremos ver la
inserción desigual de los agentes en la totalidad
de relaciones políticas, económicas, culturales.
De ese modo, la técnica no es un absoluto
sino un contenido de las manifestaciones económicas,
políticas, culturales. Dar valor a la
técnica no cercena ni reduce el debate, sino que
busca mostrar los contenidos del espacio geográico,
revelando que no hay un único modo
de producir y hacer circular objetos, ideas,
dinero, a pesar de la potente producción ideológica
en ese sentido. Por ello, cabe preguntarse,
al mismo tiempo, ¿cuál es el contenido
técnico de cada división territorial del trabajo,
quién la ejercita y cómo se elaboran los discursos
sobre su legitimidad y legalidad, eiciencia
y productividad?
Cuando el fenómeno técnico adquiere espesura,
complejidad y escala, como en los días
actuales, aumenta su importancia epistemológica
y su relevancia política. Sin embargo, no
es suiciente describir sólo algunas técnicas
modernas como las redes de infraestructura
y telecomunicaciones, las redes inancieras,
los sistemas productivos locales, los enclaves
cientíico-tecnológicos. Es necesario ver el fenómeno
técnico en su contemporaneidad, yendo
más allá de las manifestaciones particulares
y modernas de la técnica, para entender su movimiento,
su combinación, sus temporalidades.
Es el palimpsesto de técnicas diversas lo que
interesa.
Un debate epistemológico sobre pluralidades
técnicas, coexistencia de técnicas, divisiones
territoriales del trabajo y temporalidades se
vuelve necesario para producir los esquemas
que nos permitan analizar el espacio en iligrana,
mostrando las limitaciones del uso actual
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maría laura silveira
de la técnica comandada por un puñado de
agentes y las posibilidades de usos populares
de esas y otras técnicas. Es fundamental alertar
sobre las condiciones oligopólicas de la innovación
y del uso de la técnica actual. En ese
momento seremos capaces de producir un discurso
político que, lejos de ser unívoco, único
e ineluctable, sea plural al modo de la realidad
socioespacial.
La eicacia política de una disciplina resultará
de una epistemología particular sustantiva,
capaz de alimentar un discurso político no sólo
sobre el escenario de la vida, sino también sobre
el propio devenir. Técnica y política constituyen
un par histórico de la ontología del espacio,
de la epistemología de la Geografía y de un
discurso político renovado. Esa indisolubilidad
es el verdadero cuadro de vida. La economía y
la política de una Nación no son homogéneas o
indistintas, sino producidas a partir de ciertos
órdenes técnicos, políticos, culturales en los lugares.
Comprender y transformar todo eso necesita
de más epistemología y de más política.
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articulaciones entre ecología política, geografía histórica e
historia ambiental: paisaje y poder
Patricia Clare
Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica y Centro de Investigaciones Históricas de la
Universidad de Costa Rica
Silvia Meléndez
Escuela de Geografía Universidad de Costa Rica
Resumen
El artículo analiza al paisaje y al poder como espacios
de trabajo común a la Ecología Política (EP), la Geografía
Histórica (GH) y la Historia Ambiental (HA).
En un primer apartado se esboza la trayectoria del
desarrollo conceptual del “paisaje” dentro de las corrientes
de estas tres disciplinas híbridas así como su
abordaje de las temáticas relacionadas al poder. En
la segunda parte se deine el concepto de “paisaje” y
su potencialidad para actuar come “metaconcepto”
tal y como lo planteara Cabrales- Barajas. Posteriormente
se apunta a cuatro temáticas fértiles para la
colaboración articulada de las disciplinas: el conocimiento/signiicado
del paisaje como unidad de toma
de decisiones; el signiicado del paisaje como agenda
del conocimiento cientíico y las plataformas de
poder que lo sustentan; los sistemas tecnológicos
como sistemas de poder y inalmente los conlictos
de carácter ambiental. Se discuten algunos problemas
metodológicos y se concluye que la colaboración
no pretende obviar las disciplinas, se trata más
bien de gestar un lenguaje común para comunicar
los diferentes enfoques propios a cada escuela.
Palabras clave: Ecología Política (EP), Geografía
Histórica (GH), Historia Ambiental (HA) poder,
ambiente
Abstract
This paper examines the concepts of landscape
and power as research grounds common to Political
Ecology, Historical Geography and Environmental
History. The irst part surveys the historical
development of landscape within the different schools
of thought in the three disciplines; it also approaches
the weight given to power relations. In the second
part landscape is considered a metaconcept usable
by the three disciplines. Four topics are discussed as
especially propitious for collaborative investigations
involving these disciplines: landscape as a decision
making unit, scientiic knowledge and the power
platforms that sustain it, technology as a power web,
and environmental conlicts. Some methodological
problems are approaches and it concludes afirming
that collaborations does not redress the disciplinary
limits. Instead what is sought is a common language
capable of providing communication channels
among the different disciplines.
Key words: Political Ecology (PE), Historical
Geography (HG), Environmental History (EH),
Power, Enviroment
Introducción
Este artículo se enfocará sobre dos temas de análisis inherentes a la Ecología Política (EP), Geografía
Histórica (GH) e Historia Ambiental (HA), que son articuladores de sus puntos de vista: el paisaje
y el poder. Las tres perspectivas cuestionan quiénes y cómo se han apropiado de los recursos
ambientales, por lo tanto, el poder, subyace en su base epistemológica. El paisaje, por su parte,
se aborda como la materialización de las relaciones de dominio y las dinámicas ecológicas; en ese
sentido, cumple el papel de asidero de las relaciones socioambientales y sus lujos metabólicos; en
virtud de ello, tiene la potencialidad de ser la plataforma de convergencia desde la cual cada una
de las escuelas puede plantear sus preguntas especíicas y utilizar metodologías propias. En otras
palabras, según esta interpretación, el paisaje-poder constituye un mismo problema que se presta
para ser abordado teórica y metodológicamente por las tres disciplinas híbridas.
Desde la segunda mitad del siglo XX, a raíz del reconocimiento de la magnitud de la degradación
de la base ambiental del planeta, han surgido varias escuelas en la interfaz de dos o más disciplinas.
Su naturaleza híbrida y su ubicación en las márgenes de la ecúmene disciplinaria propician
fructíferos trasiegos intelectuales y metodologías pragmáticas. Ese es el caso de la Ecología Política,
la Geografía Histórica y la ya entrada en años Historia Ambiental.
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CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
cuadro 1. jerarquías organizacionales de la
geografía política y la ecología
geografía política
Mundo
Continente
Nación
Región
Estado o Provincia
Condado o Municipio
Ciudad o poblado
Población humana
Individuo
ecología
Biosfera
Región biogeográica
Ecorregión y bioma
Paisaje
Ecosistema o ecotopo
Comunidad biótica
Población (especie)
Organismo
Fuente: E.P. Odum; F. O. Sarmiento. Ecología el
puente entre ciencia y sociedad 1998
Por esa razón, se pueden discernir en ellas dos
matrices organizacionales que las conforman
pero que a la vez se encuentran en constante
tensión: la geográica - política y la ecológica;
cada una con su aparato conceptual propio.
(Cuadro 1)
Con el mismo espíritu con que se indaga la
constitución de los paisajes a lo largo del tiempo,
se examina en este texto el proceso que
condujo a la formación de ese “espacio común”
a las tres disciplinas.
Eso implica el estudio de la trayectoria de las
escuelas que han ido conformando ese espacio;
además, resultó indispensable abordar, a
grandes rasgos, la posición de cada una frente
a lo político, ya que el poder se asume como un
eje articulador especialmente en nuestra región
latinoamericana. Por eso, la exposición dedica
un apartado a la EP y sus escuelas, otro a la GH
y la HA respectivamente. En un cuarto apartado
se discute el concepto de paisaje y, inalmente,
se proponen algunas conclusiones.
Trayectoria y corrientes de Ecología Política
(EP)
La EP se fundamenta en dos ejes: el político y
el ambiental y de acuerdo con Blaikie y Brookield
puede deinirse de la siguiente manera:
“...el concepto ecología política hace
alusión a un enfoque que combina los temas
de la ecología con la economía política
entendida en un sentido amplio. Juntos
comprenden la dialéctica entre la sociedad
y los recursos basados en la tierra y también
entre clases y grupos dentro de la sociedad
misma” (Blaike & Brookield, 1987).
Muy similar es la aseveración de Bryant,
quien puntualiza que se trata de “un enfoque
teórico que integra cómo el ambiente y las
fuerzas políticas actúan y median en el cambio
social y ambiental” (Bryant, Political Ecology:
A emerging research agenda in Third-World
studies, 1992). Como “enfoque teórico”
derivado de varias disciplinas, la EP no presenta
una teoría propia abarcadora que delimite
su espacio de acción y le provea coherencia
interna. Dentro de esta dispersión, se pueden
distinguir diversas corrientes, permeables entre
ellas, pero de origen distinto: la EP derivada de
la escuela de economía política anglosajona, la
surgida de la ecología cultural, más cercana a la
antropología y la desarrollada junto a la economía
ecológica también cercana a la economía
política, pero tributaria de las teorías dependentistas
– estructuralistas y neoestructuralistas.
Seguidamente, se recorren sus trayectorias
históricas privilegiando el abordaje del espacio,
el tiempo y el poder. En este repaso histórico, se
aprecia que la EP ha padecido de un movimiento
pendular, privilegiándose intermitentemente
una de sus dos raíces, la política o la ecológica.
Recientemente, se ha realizado un esfuerzo
consciente por integrar ambos enfoques en las
escuelas anglosajona y la latinoamericana. Ello
ha llevado a recalcar la importancia de la incorporación
de diferentes escalas de análisis, lo que
ha permitido considerar lo urbano y lo rural, así
como las relaciones norte-sur (Zimmerer & Bassett,
2003, p. 1-5)
La EP Anglosajona
La EP nació en el mundo anglosajón como
respuesta a la ausencia de la problemática del
poder dentro de los ejes de la ecología cultural
de 1950-1960. Esta última se enfocaba más
bien en las poblaciones humanas como elementos
constitutivos de los ecosistemas y sus
adaptaciones, culturalmente mediadas, en aras
de la supervivencia. Dicha perspectiva se ligaba
a la ecología de comunidades, a la cibernética y
la teoría de sistemas, contemporáneas, en esos
momentos, a los escritos de Odum (Walker P. ,
2005). A pesar de las grandes diferencias entre
ellas, compartían su focalización hacia los lujos
de materiales, de energía y de información integrados
en un sistema humano-ambiente.
espaciotiempo/Num.7/2012 66
patricia clare
En las universidades y centros académicos
de los países nórdicos, la EP estaba ubicada
dentro de los estudios del Tercer Mundo, los
Development Studies o la geografía. Esto porque
originalmente sus temáticas estaban casi
siempre vinculadas con los países periféricos.
Había cierto consenso dentro de la academia
de que los problemas ambientales de los países
en desarrollo no eran un relejo de políticas públicas
erradas o fallas del mercado, como alegaba
el Banco Mundial, se consideraban más
bien, consecuencia de fuerzas políticas y económicas
de mayor magnitud, asociadas a la
expansión del capitalismo desde el siglo XIX. A
raíz de ello, la EP buscaba describir y entender
el impacto de esos problemas en las gentes y
en los ambientes (Bryant & Sinéad, 1997, p. 3).
Frecuentemente, se cita como punto inicial
de la EP un pequeño artículo de Erick Wolf
de 1972, “Ownership and Political Ecology”
(Bryant & Sinéad, 1997, p. 10) planteado al cierre
de un congreso. En el escrito, el autor criticó
los enfoques locales desvinculados del análisis
de las dinámicas del contexto a escala más amplia
y las articulaciones entre las dos escalas.
Además, airmó que no se podía obviar que
las correspondencias entre el uso de los ecosistemas
y los cambios económicos estuvieran
mediadas por relaciones de poder. (Wolf, 1972).
Posteriormente, a lo largo de las décadas de
1970 y 1980 este enfoque se fue desvinculando
de la ecología cultural y se airmó como un
campo de estudio por derecho propio. La nueva
corriente se orientó a integrar a los actores
locales y extraterritoriales dentro de marcos de
análisis neomarxistas y/o dependentistas elaborados
por Cardoso, Faletto, Prebisch, Frank,
Amin y las teorías del sistema-mundo de Wallerstein
(Bryant & Sinéad, 1997, pp. 20-26). De
esa manera, el cambio de nombre de ecología
cultural a ecología política, era consecuente, ya
que se correspondía con la relevancia que asumían
en él las relaciones de poder.
En 1982 Wolf publicó “Europe and the People
Without History” en este caso la crítica se dirigió
al manejo de lo político-espacial de la teoría
de la dependencia y al sistema mundo porque
sus categorías como “periferia” y “centro”
eran de tanta amplitud que ocultaban una gran
variedad de situaciones particulares sobre la
forma en la que los modos de producción eran
penetrados por el capitalismo. También censuró
que al concentrar la atención en la explotación
de la periferia por parte del centro, se desatendían
las reacciones o adaptaciones ecológicas
de las poblaciones locales. Eso llevó a muchos
autores a explorar la interacciones entre poblaciones
locales y contextos más amplios (Greenberg,
1994).
Para 1987, se había renunciado al énfasis
en la ecología, la adaptación y la homeostasis.
Para llenar ese vacío Blaikie y Brookield publicaron
“Land degradation and society”, que se
convirtió en uno de los referentes de la disciplina.
En el estudio de corte estructuralista, estos
autores identiicaban como eje de la EP la problemática
de los pobres rurales del Tercer Mundo,
quienes marginados económica, política y
ambientalmente debían sobreexplotar su tierra
para sobrevivir. Asociado al examen político y
económico, los autores abordaron las características
particulares de las bases ambientales.
A pesar de ello, se les criticó por obviar las interconexiones
entre lo local y lo global ( (Peet
& Watts, 1996). Otros autores como Sussana
Hecht (Hecht, 1993) y Lawrence Grossman
(Grossman, 1998) produjeron estudios que de
manera similar; intentaron equilibrar lo ecológico
y lo político-económico. Hecht examinó los
subsidios a la ganadería en la región amazónica
y los efectos de la actividad a través del lujo de
materiales en los terrenos. En un estudio posterior,
evaluó las políticas de producción y sus
efectos sobre los bosques en Bolivia. Grossman
estudió el cambio agrario relacionado al cultivo
del banano en el Caribe en la segunda mitad
del siglo XX.
En la década de 1990 la EP tuvo un
crecimiento exponencial. Búsquedas a través
de la “web de la ciencia” o de google scholar
de Political Ecology arrojan cantidades inmanejables
de publicaciones en inglés. En general la
disciplina se concentró en los estudios de caso
a nivel local, los movimientos ambientalistas,
los periles simbólicos del discurso ambiental y
político y los nexos institucionales entre poder y
conocimiento (Walker P. , 2005, pág. 75)). En la
década del 2000, la subdisciplina debió afrontar
las críticas del giro lingüístico e incorporar a su
utillaje las relexiones posestructuralistas referentes
a la teoría social sin dejar de lado las metodologías
empíricas. La incorporación de las
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CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
construcciones sociales de “las naturalezas” y
las “políticas cientíicas” y su posterior deconstrucción
conluyó con los estudios de los lujos
de poder (Neumann, 2011). De esta manera, las
ciencias mismas empezaron a ser examinadas
como artefactos de control. Entretanto, la matriz
ecológica de la subdisciplina quedaba, una
vez más, relegada a un distante segundo plano
tal como lo plantean Pete Vayda y Brad Walter
citados por Walker:
“algunos ecologistas políticos ni siquiera
abordan la inluencia de la política en
el cambio ambiental, sino que solo tratan
lo político, aunque estas sean políticas
relacionadas a lo ambiental. No sería una
exageración decir que ha habido una sobre
reacción a la “ecología sin política” de hace
tres décadas y ahora confrontamos política
sin ecología” (Walker P. , 2005, p. 68).
Recapitulando, se puede airmar que la EP
anglosajona ha tenido un fuerte insumo revisionista
y crítico (Bryant & Sinéad, 1997). Se
ha enfocado a entender el funcionamiento de
la vinculación entre los impactos ambientales
locales y las fuerzas políticas de escala más
amplia
La Ecología Cultural
La segunda tendencia dentro de los estudios
de EP fue la escuela derivada de la ecología
cultural. Esta rama, orientada inicialmente a lo
cultural, incluyó posteriormente las temáticas
relativas al poder dentro de su itinerario, pero
conservó su corte antropológico. Según Aletta
Biersack ( 2006), el enfoque se ubica en un espacio
luido y ambivalente entre la EP, la teoría
de la cultura 1 , la Historia y la Biología. Esa con-
1
Algunas de las premisas de la teoría de la cultura son, según
Ziauddin Sardar citado por Olivier Serrat, las siguientes: a) el
objeto de estudio es examinado en términos de sus prácticas
culturales y relaciones de poder b) su objetivo es comprender
la cultura en todas sus formas y analizar los contextos sociales
y políticos en los cuales se maniiesta, c) considera la
cultura como un objeto de estudio a la vez que el recinto de
la crítica política y la acción, d) busca reuniicar las fragmentaciones
artiiciales en el conocimiento, e) está comprometida
a la evaluación ética de la sociedad y a la acción política.
Tomado de: Olivier Serrat. Culture Theory en http://www.adb.
org/Documents/Information/Knowledge-Solutions/Culture-
Theory.pdf consultado 25 octubre 2010
luencia, según la autora, conduce al espacio
de la cultura, el poder y la naturaleza.
El eje de las investigaciones en las décadas
de 1970 y 1980 fue la capacidad de adaptación
de los sistemas sociales a las limitantes ecológicas
y la conservación de la sostenibilidad por
medio de las instituciones culturales. La escuela
estuvo profundamente inluenciada por los
trabajos de Roy Rappaport en las tierras altas
de Nueva Guinea. Con su enfoque antropológico
estudió los lujos de energía, materiales
e información. Esto fue viable en sociedades
pequeñas y aisladas, pero las cuantiicaciones
se diicultaban al abordar escalas más amplias
o sociedades abiertas e integradas a complejos
circuitos de intercambio. Los trabajos de
Nietschmann sobre la Moskitia nicaragüense
fueron una expresión bien lograda y reinada
de esta tendencia (Nietschman, 1972).
La ecología cultural como campo autónomo
fue desdibujándose en la década de 1990.
Walker realizó una búsqueda con palabras clave
sobre la base de 7500 revistas académicas
correspondientes al período 1993-2004. Como
resultado obtuvo 163 artículos sobre EP y 19
referentes a ecología cultural (Walker, 2005).
La conjunción de ambas disciplinas indujo a la
EP a superar el dualismo naturaleza-cultura y a
enfocarse en los impactos recíprocos. Escobar
conceptualiza esta interacción como naturaleza
humanizada (Escobar, 1998).
En la nueva generación de estudios de la
década del 2000, las articulaciones entre lo
local y lo global adquirieron preeminencia Se
conservó de la antropología el énfasis en el
estudio de lo local, pero aunado al contexto
de escala más amplia propio de la economía
política. Un excelente estudio producido desde
esta corriente fue el realizado por Petra Maass
en Guatemala (Maass, 2008).
La Economía Ecológica y la EP Latinoamericana
La tercera corriente de la EP por tratar es
aquella ligada a la economía ecológica y de la
cual uno de sus principales voceros es la revista
Ecología Política de la Editorial Icaria. La
revista se pronuncia de ámbito internacional,
sin embargo, exhibe un marcado interés por
espaciotiempo/Num.7/2012 68
patricia clare
Latinoamérica. Su consejo de colaboradores
incluye a Joan Martínez Alier, James o´Connor,
Jean Paul Deléage, José Manuel Naredo, Michael
Watts, Víctor Toledo y Enrique Leff. La
publicación deine la disciplina con un enfoque
amplio que más bien se asemeja a un enunciado
desde el cual discutir propuestas teóricas y
metodológicas:
“corrientes naturistas, vegetarianas, de medicina
alternativa, corrientes defensoras de
las tecnologías apropiadas, corrientes de
“ecología profunda” y de derechos de los
animales; corrientes tolstoianas y gandhianas
de acción directa no violenta.(...)Todas
caben en estas páginas.(...)Las diversas corrientes
eco-socialista no siempre concuerdan
entre sí, y el encaje con las corrientes
naturistas un tanto irracionalistas no siempre
es fácil. Esta será pues una revista abierta
a estos nuevos debates” (Martínez Alier,
1991)
La economía ecológica es considerada por
sus precursores como la “ciencia de la gestión
de la “sustentabilidad” y el estudio de las relaciones
entre los sistemas económicos y los
ecosistemas, a partir de una crítica ecológica
de la economía convencional” (Hauwermeiren,
1999, p.7). Hauwermeiren (1999) señala como
los ejes de esta ciencia la discusión de la
equidad con énfasis en los conlictos ecológicos
distributivos inter e intra-generacionales, la
sustentabilidad ecológica de la economía aceptando
que está limitada por los ecosistemas, el
desarrollo de indicadores biofísicos, la conservación
de la diversidad biológica y la regulación
de los residuos en concordancia con las capacidades
de asimilación del planeta.
Además, la economía ecológica no está relacionada
con las técnicas de manipulación
de la propiedad y la riqueza, ni comparte los
objetivos de maximizar al más corto plazo los
valores de cambio monetarios para propietarios
determinados (Van Hauwermeiren, 1999, pp.
8-9); más bien se centra en los lujos de energía
como principio uniicador del análisis ecológico
y económico. (Martínez-Alier & Schlüpman,
1992 p.14).
Para el caso de América Latina, Leff considera
que es desde este hinterland de la economía
ecológica de donde surge una EP propiamente
latinoamericana, la cual funciona como contraparte
de lo económico ecológico para analizar
los procesos de signiicación, valorización y
apropiación de la naturaleza y los conlictos socioambientales
a raíz de los cuales lo ambientes
se politizan. La amplitud temporal de estos
procesos conduce, de acuerdo con Leff, a la
construcción de una HA cuyos orígenes se remontan
a una historia centenaria y de la cual
surgen “nuevas identidades culturales en torno
a la defensa de las naturalezas culturalmente
signiicadas como por ejemplo la del seringueiro
brasileño y su invención de las reservas
extractivitas en la amazonia brasileña” (Leff,
2006).
Héctor Alimonda también considera que la
perspectiva de la EP supone la construcción de
una historia ambiental de la región la cual debe
contemplar la EP de América Latina respecto al
resto del mundo. Su periodización debe comprender
la debacle demográica y las rupturas
que signiicó la conquista, las transformaciones
tras la independencia y la heterogeneidad
como condición de existencia de la sociedad
latinoamericana.
En general, se puede airmar que la EP aborda
la inluencia de los factores políticos en las
relaciones ambiente-sociedad estudiando las
formas de acceso y control de los recursos ambientales
y sus vinculaciones en los distintos
niveles espaciales. En otras palabras, investiga
las problemáticas de los actores locales con
respecto al medio ambiente combinándolo con
el análisis de cómo esas acciones se enlazan
con condiciones económicas y sociopolíticas a
escalas más amplias. Ese cómo es traducible
a poder, o a relaciones de poder que yacen tras
el control de los recursos ambientales y las relaciones
de producción. A lo largo de su desarrollo
este enfoque ha oscilado entre lo político y lo
ambiental, tratando de lograr un equilibrio entre
ambos. En la edición del 2012 de Political
Ecology, A Critical Introduction, Paul Robbins
airma que el campo se había ampliado tanto y
era tan difuso que resultaba imposible deinirlo,
sin embargo, agrega que nadie le informó de
esto al mundo mientras vivía las consecuencias
de Katrina y otros desastres ambientales. (Robbins,
2012, p. xvii)
69
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
Geografía Histórica (GH)
La geografía posee una larga trayectoria de
estudios sobre las relaciones entre el espacio
y el poder que representa uno de los núcleos
más ricos de conceptos teóricos-metodológicos
referentes al tema. Algunos de esos conceptos,
como territorio, región y paisaje, están
constituidos por múltiples planos de relaciones
de poder a la vez que ellos mismos constituyen
dinámicas relacionales determinadas por la
escala del análisis. En ellos se entrecruza lo
ecológico y lo geográico.
Se examinarán tres enfoques geográicos
que se centran en el paisaje y que han privilegiado
los estudios de las relaciones entre los
seres humanos y su medio. Estos presentan
diferentes niveles de compromiso respecto
a evidenciar las relaciones de poder, aunque
estas se encuentran siempre de manera implícita
en los paisajes, las regiones y el espacio. Se
expondrán los enfoques de la escuela inglesa
liderada por Darby, la de Berkley representada
por Sauer y, inalmente, la latinoamericana
enfocándose en Milton Santos. Por cuestiones
de espacio se obvia la escuela francesa de los
Annales sin que ello signiique que se niegan
sus importantísimos aportes ampliamente desarrollados
en otros análisis como el de Baker
(Baker, 2003).
Silvia Meléndez considera que toda geografía
es histórica, por lo que la GH no es una rama
de la geografía, es “parte de cualquier estudio
de “Geografía”, en donde se reconstruyan geografías
del pasado (...) por lo que dentro de la
de la Geografía histórica podemos encontrar
cualquier tema de las interrelaciones sociales
y ambientales en el espacio geográico a través
del tiempo” (Meléndez, 2008). Carolyn Hall
(Hall, 1989) se reiere a los diversos campos de
la geografía como “tradiciones”, en tanto otros
autores como Sauer y Williams sí diferencian
la GH de otras ramas por su especiicidad de
situar la mirada en el pasado y utilizar fuentes
históricas (Sauer, 1940), (Williams, 1994).
Este trabajo se apega al concepto amplio de
Meléndez.
La escuela inglesa
La relación poder-espacio yace en la base de
la escuela de la GH inglesa, ya que esta surgió
precisamente como reacción al determinismo
geográico y su concepción del espacio vital
impulsado por Ratzel. Estas ideas no eran
nuevas, habían sido enunciadas por Montesquieu,
pero en el ámbito germano anterior a la
II Guerra, adquirieron un nuevo auge. En 1902
en su obra Antropogeografía o Introducción
de la aplicación de la geografía a la Historia,
Ratzel exponía que las relaciones de los hechos
físico-naturales y las actividades humanas,
estas últimas estaban determinadas por
los condicionamientos ambientales. Desde
una perspectiva evolucionista Ratzel aceptó
la capacidad humana de transformar el medio
según su desarrollo tecnológico; de ahí, partió
su identiicación del progreso material y social
con la expansión territorial, imperial y colonial.
En ese sentido, el área vital equivalía al área
geográica en que se desarrollaban los seres
vivos, el poder de los estados dependía, según
esta visión, del territorio que ocuparan. De ahí
la justiicante del expansionismo y la colonización
(Carvajal-Alvarado, 2011).
Frente a la expansión y consecuencias de
estas ideas, después de la guerra, en el University
College of London se aglutinó un grupo de
geógrafos en torno a la igura de Henry Clifford
Darby, preocupados todos ellos por esas posiciones
que exageraban la inluencia del medio
en los determinantes sociales. En ese contexto,
la GH se perilaba como alternativa viable propiciadora
de posiciones políticas más mesuradas
(P.M. Roxby, 1930; citado por Baker, 2003 )
Para Darby, el concepto de paisaje era un
elemento medular de la GH, pues la pregunta
central de esta disciplina era: ¿porqué un paisaje
ha llegado a ser lo que es? Dentro de este
marco, consideraba ventajosa la relación entre
geografía e historia; en la que la geografía actuaba
como soporte de la historia, incluso el
autor decía no percibir una linea divisoria entre
ambas disciplinas. Darby consideraba que al
estar el paisaje en constante transformación,
tanto por las fuerzas de la naturaleza que alteran
el relieve como por la inluencia humana,
este era histórico; lo que implicaba que la geografía
era histórica o potencialmente histórica.
El libre tránsito y el lujo de ideas entre estas
disciplinas era, según Darby, beneicioso para
espaciotiempo/Num.7/2012 70
patricia clare
todos. En su momento estas ideas eran muy
novedosas porque se enunciaban en un contexto
académico sumamente rígido. (Darby,
1953); (Williams, 1989).
La narración de los procesos formativos del
paisaje y su análisis a profundidad planteaba
grandes retos metodológicos. Era como tratar
de presentar la fotografía y la película a un mismo
tiempo. Como se verá más adelante, Darby
también fue innovador en ese aspecto y escribió
varios artículos metodológicos al respecto.
(Darby, 1960)
La escuela de Berkley
La escuela norteamericana de Berkley se
aborda por medio de unos de sus principales
exponentes, Carl Sauer, tanto por su liderazgo
personal como por la amplitud del legado de estudiosos
que surgieron de esa corriente en las siguientes
generaciones (Mathewson K. &., 2003).
La región y el paisaje no fueron claramente
diferenciados en los escritos de Sauer, sin
embargo, criticó duramente a la región en su
versión descriptiva así como las deiniciones
que se le habían asignado. “Según parece ninguna
(deinición) resulta adecuada” decía en
1940 cuando dictó su conferencia Hacia una
Geografía Histórica. Ante esto optó por los conceptos
de espacios culturales, áreas culturales
y paisajes culturales:
“ la labor entera de la geografía humana por
tanto, consiste nada menos que en el estudio
comparativo de culturas localizadas en
áreas, llamemos o no “paisaje cultural” al
contenido descriptivo de las mismas” (...) la
unidad de observación, por tanto, debe ser
deinida como el área en la que predomina
un modo de vida funcionalmente coherente”.
(Sauer, 1940, pp. 7-10).
Desde 1921, en Recent developments in cultural
geography, Sauer recalcaba que todos los
objetos físicos o humanos existentes en un paisaje
se encontraban interrelacionados a lo largo
del tiempo y esta dinámica no era equivalente a
mecanismos de respuesta o adaptativos. Por lo
tanto, para aprehender su signiicado se debía
establecer un sistema fenomenológico crítico.
Tal descripción casi presagiaba un enfoque sistémico.
Esta perspectiva le permitió evadir la
división entre lo humano y lo natural. Su eje
operativo lo constituyeron los “procesos que
habían ocurrido para la constitución y transformación
del paisaje por parte de los seres humanos”
(Williams, 1983, pág. 6).
Con el in de interpretar el paisaje, era deseable
que el geógrafo utilizara el trabajo de los
historiadores, pero también debía trabajar él
mismo con las fuentes primarias en combinación
con su trabajo de campo. No solo debía
reinterpretar lo que los historiadores hacían,
sino que debía confrontarlo con la realidad física
y espacial. Había que aplicar el método cientíico
de la experimentación in situ y enlazarlo
a diversas escalas de análisis, tal como hacían
los biólogos que “partían del espectro completo
de la vida orgánica” (Williams, 1983).
GH e Historia fueron para Sauer dos enfoques
de un mismo problema: el de la expansión y
el cambio. El área cultural y el paisaje cultural
constituían una expresión tanto geográica
como histórica que podía ser examinada a lo
largo del tiempo. Sus estudios de la década
de 1950 fueron todos sustentados por trabajos
de geografía física y ciencias ambientales.
El mismo Sauer proveía recomendaciones para
el inanciamiento de genetistas y botánicos
con los cuales trabajaba sobre dispersiones. El
resultado de esta dialéctica no fue una hibridización
de las disciplinas, sino más bien un entrelazamiento
colaborativo (Mathewson, 2011).
De acuerdo con lo anterior, el área cultural
de Sauer era un concepto abierto en donde
el investigador según su tema de estudio ubicaba
una convergencia suiciente de rasgos
comunes. Se diferencia de otros enfoques históricos
en que se exigía la aplicación del trabajo
de campo intenso para que el investigador
desarrollara un conocimiento íntimo del área de
estudio. En otras palabras, aunque se buscara
una perspectiva global esta debía establecerse
desde lo local.
Como los autores mencionados, Sauer consideraba
de vital importancia el manejo tecnológico
que presentaban los grupos humanos,
incluyendo la relación con plantas y animales.
También hacía alusión a que se debían contemplar
los impactos producidos por los humanos,
su infraestructura de comunicaciones, patrones
de asentamiento, tipos de vivienda, factores y
cambios climáticos, las innovaciones, su re-
71
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
ceptividad y dispersión, también llama la atención
su propuesta sobre la distribución de la
energía por anticipada en su tiempo. La inversión
de las energías, consideraba Sauer tienden
a agruparse donde el poder, la riqueza y la invención
están más intensamente desarrolladas.
Esta aplicación energética a veces se inicia con
la expansión de un complejo cultural, pero aún
cuando ésta ha cesado, el límite expuesto se
mantiene como un nodo dinámico, lo que muchas
veces resulta en un lorecimiento cultural
en las márgenes del complejo.
El poder para Sauer era el de un ser humano
genérico que dominaba y alteraba el medio; su
capacidad de transformar la base ambiental la
iba incrementando mediante desarrollos tecnológicos,
sin embargo, en el proceso perdía la
habilidad de medir sus actos y diferenciar el
“bien” del “mal”. Su creencia en una expansión
sin límite, decía el autor, ponía en peligro a la
humanidad entera (Sauer, 1952).
En general, la carrera de Sauer aportó cuatro
elementos invaluables para los estudios
sociedad-ambiente: el primero fue el enfoque
colaborativo entre disciplinas que aplicó para
identiicar los procesos históricos que yacen
tras los paisajes; el segundo involucra el compromiso
inclaudicable con la profundidad temporal
en los estudios geográicos; el tercero fue
el legado de una escuela que se ha prolongado
a lo largo de cinco generaciones y ha reinado
los esbozos teórico-metodológicos que ya se
vislumbraban en los escritos fundacionales de
Sauer y el cuarto aporte ha sido su visión amplia
de los estudios regionales más enfocados
en los enlaces con escalas de mayor amplitud
que con descripciones aisladas de particularidades
especíicas.
La Geografía en América Latina
La institucionalización de la Geografía en
América Latina fue tardía con respecto a los países
europeos y EE.UU., puesto que fue hasta la
década de 1930-1940 que se instituyeron los
primeros programas para la formación profesional
de geógrafos en Brasil, Panamá y México.
Durante la década 1970-1980, la disciplina
tuvo un crecimiento relativamente importante
porque duplicó el número de programas en relación
con la década anterior y, desde entonces,
han seguido aumentando, especialmente
a partir del 2000 (Palacio-Prieto, 2011).
Al principio, los postulados de las escuelas
o tradiciones geográicas desarrolladas en los
países centrales se conocieron en las escuelas
locales con la llegada de profesores universitarios
que ingresaban a los centros académicos
del área; por ejemplo fue así como Pierre
Monbeig difundió la tradición regionalista en
Brasil. Posteriormente, después de 1970, la
dispersión de los paradigmas ocurrió a través
de literatura especializada y de revistas o por
medio de doctorandos que viajaban a otros
países para especializarse y a su regreso, distribuían
y adaptaban los nuevos conocimientos
a las condiciones locales (Reboratti, 2011).
Como el resto de las ciencias sociales en
Latinoamérica, la Geografía ha tenido que
afrontar un desarrollo de la disciplina sumamente
desigual al interno de la región. Brasil y
Argentina aportan el 67% del total de los programas
de carrera profesional del área, mientras
que otros países como Guatemala, El Salvador
y Honduras ni siquiera tienen un solo
programa en sus universidades (Palacio-Prieto,
2011). Esa desigualdad diiculta la creación de
un repositorio comprensivo para una interpretación
reinada de los problemas de la región. A
la vez es una vulnerabilidad que diiculta la superación
de la dependencia académica (Farid-
Alatas, 2008).
Como contraparte, el desarrollo disciplinar
desigual y la falta de preponderancia de una
sola corriente permiten que en América Latina,
y sobre todo en Brasil, los académicos locales
tengan la oportunidad de sintetizar los insumos
de las corrientes anglófonas y francesas, en
tanto que en los países centrales, se ignoran
entre ellos. Un ejemplo valioso sobre ese encuentro
son los trabajos de Milton Santos (Fernandez
Christlieb, 2011).
Dentro de la amplitud de temas que abarca
la geografía los vinculados con asuntos ambientales
gozan de gran acogida, por ejemplo,
en el Encuentro de Geógrafos de América Latina
del 2001, el 35% de las ponencias trataban
del medio ambiente y su protección; en un
distante segundo lugar, el 15% fue dedicado a
los problemas urbano-rurales. Igualmente, en
el encuentro 2007 el eje “Los retos ambientales
hemisféricos, el desarrollo económico y la
espaciotiempo/Num.7/2012 72
patricia clare
sostenibilidad ambiental” convocó el 20%, de
las ponencias (Troncoso, 2007). En el congreso
de Latinoamericanistas el tema no resultó tan
contundente, pero brilló el relacionado con el
Amazonas como reserva natural de la humanidad
(Williams- Montoya, 2003). Sin embargo,
al revisar en la red la Revista Geográica del
Instituto Panamericano de Geografía e Historia
se puede constatar que entre el 2002 y el 2009
solo el 12% de los artículos estuvo orientado
a temáticas vinculadas con las relaciones sociedad-ambiente
en perspectiva histórica. Ello
apunta a que en el medio latinoamericano, se
aplica poco el análisis de larga duración, más
bien lo ambiental se aborda como una condición
contemporánea sin indagaciones sobre
sus raíces.
Eso no implica que no haya habido estudios
regionales que han logrado trascender la simple
descripción y que, partiendo de los paisajes
contemporáneos, han buscado las explicaciones
históricas de las fuerzas que determinaron
que llegaran a ser lo que son actualmente. En
esta línea sobresalen los trabajos de Eric Van
Young, Bernardo García y Cunill Grau, para citar
algunos; pero más que la regla estos autores
son casos de excepción (García-Martínez,
1998). A pesar de ello, es de recalcar que se
ha considerado la propuesta de Milton Santos
sobre el paisaje y el poder como una de las más
acabadas teórica y metodológicamente de la
región. Su liderazgo ha quedado plasmado en
el Encuentro de Geógrafos del 2011, que resaltó
su contribucion a la renovación de la disciplina
de la Geografía.
El análisis de Santos se centra en la conceptualización
del espacio, al que el autor considera
una instancia de la sociedad “al mismo nivel
que la economía, lo político-institucional y lo
cultural ideológico. La esencia del espacio es
social y está formado por objetos artiiciales y
naturales y por la sociedad. (...). En síntesis,el
paisaje es un conjunto de objetos geográicos
distribuidos sobre un territorio con su coniguración
espacial y el modo como esos objetos se
muestran ante nuestros ojos, en su continuidad
visible (Santos M. , Espacio y Método, 1986,
pág. 4).
En la misma linea de Braudel, Santos distinguía
movimientos supericiales y profundos
en la sociedad y la producción. No obstante,
su funcionamiento era unitario, como “un mosaico
de formas, funciones y sentidos” (Santos
M. , Metamorfosis del espacio habitado, 1995,
pág. 59) Su propuesta metodológica fue la
segmentación del todo para analizarlo y luego
reconstruirlo. Los segmentos serían elementos
del espacio: personas, empresas, instituciones
el medio ecológico y las infraestructuras.
El fundamento del análisis era el estudio de las
interacciones entre elementos, la interacción
suponía la interdependencia funcional. A través
del estudio de las interacciones, airmaba Santos,
se recupera el todo. Estos elementos cambiaban
según el contexto, como el caso de la
energía que en un período fue animal, pero en
otro, motriz. Esto convierte a los elementos en
variables, a consecuencia de su misma mutabilidad.
En síntesis, el eje para Santos no era
examinar causalidades, sino contextos. Para él,
solo así se podía valorar correctamente cada
parte, el conjunto y la desigualdad de la fuerza
funcional de cada elemento en donde “aun sin
suponer obligatoriamente nociones de jerarquía
y de dominación, se crean condiciones dialécticas
con un principio de cambio” (Santos M. ,
Espacio y Método, 1986, pág. 13).
No cabe ampliar los múltiples aportes de la
escuela de Santos, pero para el objetivo de evidenciar
el “paisaje” como concepto articulador
de las disciplinas socioambientales, al igual
que la temática del poder, valen, por ahora, sus
aportes a estas concepciones básicas.
La Historia Ambiental
En general, las deiniciones aportadas por las
diversas tendencias de la HA tienen como eje
medular las interacciones entre las sociedades
humanas y el ambiente, las disputas entre grupos
humanos por los recursos ambientales y las
consecuencias de estas a lo largo del tiempo.
Se podría decir que la historia ambiental abarca
el enfoque de lo político e institucional de
la EP y los aspectos espaciales tan propios de
la Geografía. Michael Williams y John Mc Neill
consideran que la GH y la HA constituyen una
misma disciplina que se ha asentado en distintas
academias. Para efectos de discernir una
HA latinoamericana pertinente a las circunstancias
particulares del área, se analizan en este
estudio el desarrollo de la escuela norteamericana
y la contraparte latinoamericana.
73
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
Historia ambiental norteamericana
Los antecedentes cercanos de la historia ambiental
en norteamérica se pueden rastrear en
la década de 1960 cuando se publicaron Silent
Spring escrito por la ecóloga Rachel Carson,
The Population Bomb de Paul Ehrlich y La Tragedia
de los comunes de Garrett Hardin. 2 Estas
publicaciones funcionaron como alarma
anunciando que la humanidad estaba traspasando
los límites viables de las capacidades
planetarias. Roderick Nash alega haber inscrito
en 1970 el primer curso de HA en los EE.UU..
La apreciación de la grave situación ambiental,
guió a los primeros movimientos ecologistas.
La salvación del planeta y, consecuentemente,
de la humanidad adquirió entonces ribetes que
según Guillermo Castro recuerdan la búsqueda
de la salvación del alma en la Edad Media. A
pesar de que las ciencias naturales diagnosticaron
la crisis, no podían explicar sus causas,
las cuales más bien yacían en el ámbito de lo
sociohistórico (Corona, 2008). La historia como
disciplina responsable de plantearle al pasado
las preguntas que desde su presente esbozan
las sociedades acudió a la llamada en pos del
problema ambiental.
En las siguientes décadas, la HA se apartó
de los movimientos ambientalistas para seguir
su propia ruta, no siempre acorde a las visiones
románticas del “ambiente prístino y virginal” esbozadas
por algunos de esos grupos:
“.... la historia ambiental tiene su origen en
las preocupaciones éticas asociadas a los
problemas ambientales y puede ser que todavía
esté ligada en algunos casos a movimientos
políticos de corte reformista, pero
ha madurado y se ha convertido en una iniciativa
académica que no tiene un mismo
sustrato moral y ético ni una agenda política
común. Su meta es profundizar la comprensión
de cómo los humanos han sido
afectados por su medio a través del tiempo
y quizá más importante, dada la situación
global del medio ambiente hoy, es conocer
2
No es el objetivo de este trabajo examinar las raíces de la
historia ambiental norteamericana en la larga duración para
lo cual hay publicados excelentes trabajos sobresaliendo el
trabajo seminal de Donald Worster, Nature´s Economy A History
of Ecological Ideas 1977, Cambridge University Press.
como los humanos han afectado al medio
y sus consecuencias.” (Worster & Castro,
2000, pág. 44)
La disciplina fue perilándose y precisando
sus contornos, aunque siempre se mantuvieron
borrosos y luidos con respecto a las disciplinas
hermanas. La institucionalización de la historia
ambiental norteamericana se estructuró en la
década de 1970 con la creación de la American
Society for Environmental History y la edición
de su revista Environmental History, que se
ha centrado en el estudio del propio territorio
desde una perspectiva casi insular; lo cual no
deja de ser contradictorio dada la naturaleza de
los problemas ambientales. Estudios como los
de John R. McNeill y Alfred Crosby, cuya visión
abarca espacios geográicos más amplios
y aborda las interconexiones entre lo local y lo
global, son más la excepción que la regla.
La diferencia más marcada entre la corriente
norteamericana y la del sur de América es precisamente
la vocación crítica de la segunda y
el corte casi aséptico de la primera. Si bien en
el norte abundan las críticas a los excesos y
al desperdicio de recursos por parte de un ser
humano genérico, rara vez dirige la mirada hacia
el sistema político-económico que sustenta
esas prácticas. El poder, por lo tanto, es un lujo
difuso; aunque Worster analiza las transformaciones
incorporadas por el capitalismo, este es
un sistema anónimo y la historia ambiental, por
ende, no tiene vocación política.
La historia ambiental latinoamericana
A diferencia de la historia ambiental norteamericana
que surgió de los movimientos ambientalistas
impulsados por las clases medias,
en América Latina los primeros escritos fueron
producidos por los equipos de estudio allegados
a la CEPAL. Esto la marcó profundamente
en su temática y enfoque. Del seno de la institución
había surgido la teoría de la dependencia,
así la historia ambiental desarrollada desde ese
centro se abocó a estudiar las relaciones entre
los sistemas económicos y el uso de los recursos
ambientales. La desigualdad en la apropiación
del valor producido y los efectos sobre los
ecosistemas y las sociedades locales eran su
eje central. El equipo constituido por Nicolo Gligo,
Jorge Morello, Gilberto Gallopín, Osvaldo
espaciotiempo/Num.7/2012 74
patricia clare
Sunkel y otros elaboraron a lo largo de las décadas
de 1980 y 1990 toda una serie de estudios
sobre la historia ambiental de América Latina y
los estilos de desarrollo (Sunkel & Gligo, 1981).
A mediados de los noventa los trabajos de Gligo
tenían una perspectiva sistémica, a la que había
incorporado la segunda ley de la termodinámica
para “la comprensión del problema” y hacía
grandes esfuerzos por establecer categorías de
desarrollo integral (Gligo, 2001 p.37).
Además de la escuela cepalina se establecieron
en Latinoamérica tres nodos primarios
productores de HA sin constituir estos escuelas
o presentar un mismo enfoque teórico
me todológico en México, Brasil y Colombia
(Clare, 2009) 3 . Las temáticas de la HA latinoamericana
fueron criticadas desde los círculos
del norte por su enfoque crítico y su reiterado
abordaje de lo que Guillermo Castro llama la
“economía de rapiña” (Carey, 2009). La conquista,
la colonia, la era republicana y liberal
fueron así reexaminadas “desde el enfoque de
la apropiación de los recursos ambientales”.
Mientras en la escuela norteamericana habían
predominado los conceptos de naturaleza y
wilderness o tierra virgen con sus connotaciones
hacia el rescate de lo “prístino”; en Latinoamérica,
la escuela cepalina consideraba
medular entender las causas estructurales de
los problemas ambientales considerando como
parte de ellos la desigualdad y la pobreza. El
“ambiente”, por lo tanto, desde este enfoque
fundacional abarcó lo social.
Quizá resulte paradigmático el estudio de la
deforestación en Brasil. Los trabajos de Padua
sobre el poco valor atribuido por los colonizadores
a los bosques del Atlántico brasileiro y su
consecuente destrucción y despilfarro informan
y orientan las estrategias para la preservación
de las áreas boscosas de la Amazonía (Padua,
2010). Es a través de la historia ambiental que
se entiende el funcionamiento de las relaciones
de poder que determinan la adjudicación de
los ambientes y se ilustran las consecuencias
posibles de no aplicarse medidas regulatorias.
Así, el examen de la violenta historia del
despojo de los recursos latinoamericanos
3
Esto se ha determinado con base en la cantidad de publicaciones
en los tres idiomas, programas de estudio y participación
en congresos y conferencias.
tiene un sentido prospectivo y propositivo. El
trabajo histórico se cruza con el análisis ecológico
y social para delimitar biomas, ecoregiones
y reconstruir un mosaico de territorios a
los que se les aplica una gran diversidad de
políticas particulares. En el 2010, el 26% de
la amazonía brasileira y también el 26% del
territorio costarricense estaban bajo algún esquema
de protección; precisamente en esa
corriente de rescate de la base ambiental, es
donde busca insertarse lo histórico ambiental
latinoamericano.
El poder como eje transversal y el paisaje
como punto de encuentro de las ciencias
socioambientales en latinoamérica
Este apartado pretende justiicar el “paisaje”
como punto de encuentro de los tres enfoques
analizados, ya que como expresara Luis Felipe
Cabrales Barajas “su naturaleza polisémica y
transdisciplinaria le provee la lexibilidad necesaria
para hacer las veces de puente conceptual
y metodológico” (Cabrales-Barajas, 2011, pág.
47); en otras palabras tiene la potencialidad de
funcionar como elemento articulador. Al mismo
tiempo, el carácter híbrido de las disciplinas
discutidas implica que desde su constitución
han debido traducir lenguajes y herramientas
metodológicas a un idioma común en aras de
su operacionalidad. En el paisaje se ampliica
ese entendimiento originario, habilitándose así
un espacio coincidente a las tres disciplinas enlazadas
a la temática ambiental.
En este sentido, el “ambiente”, airma Cabrales-Barajas
desde la geografía, además de
constituir una materia de estudio, actúa como
un metaconcepto. (Cabrales-Barajas, 2011,
pág. 47) El “paisaje”, provee el asidero hacia
el que conluye cada disciplina con su bagaje
especíico. William Balee, al discutir las herramientas
del utillaje de la ecología histórica, airma
que los conceptos paisaje, región y biosfera
constituyen parte de un “metalenguaje” común
a las disciplinas socioambientales que habilita
su comunicación (Ballee, 1998, pág. 1). Consecuente
con esta perspectiva, los tres enfoques
pueden viajar por distintas carreteras de la problemática
ambiental, pero llegan a un mismo
destino, al que miran con sus anteojos particulares
dentro de un marco común.
75
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
Este esfuerzo de triangulación propicia el
com plemento de saberes no la eliminación de
disciplinas, pues todas contribuyen a incrementar
el entendimiento de las relaciones entre
los seres humanos y sus ambientes. En tanto
algunas se enfocan en los cambios del paisaje
y su función relacional, otras buscan establecer
las fuerzas que yacen tras esos cambios, el
funcionamiento institucional que los avala y los
impulsos del cambio tecnológico que los transforman.
Otras aun, incorporan la distribución
energética de los sistemas productivos, los impactos
en paisajes especíicos de los patrones
de consumo o de los sistemas agrarios. Otra
línea de estudios aborda lo discursivo, las representaciones
y los signiicados de los paisajes,
especialmente dentro del discurso colonialista.
El paisaje está constituido por múltiples redes
de relaciones sociales, pero a la vez su naturaleza
ecológica constituye nuevas relaciones
sociedad-ambiente dentro de un lujo dinámico
y continuo. Su signiicado se interpreta por medio
de las preguntas que se le planteen a ese
paisaje. Para discernir su operacionalización
se expondrán aquí las diversas deiniciones,
las interrogantes que puede responder, sus potencialidades
y sus problemas. Como se dijo al
inicio, se pretende buscar rutas de conocimiento
acordes con las realidades latinoamericanas
y pertinentes a ella.
Deinición de paisaje
El paisaje como concepto geográico se introdujo
a ines del siglo XIX proveniente del término
alemán de Lanschaft. En el idioma original se
utilizaba para describir la apariencia de aquello
que era visible en un sector de la corteza terrestre;
en tanto algunos autores se referían solo a
las formaciones físicas, otros incluían también
las características culturales. Este uso múltiple
y ambivalente fue trasmitido a la escuela norteamericana
de geografía por medio de Sauer,
especialmente a través de su presentación sobre
la morfología del paisaje (Baker, 2003, pág.
109). Posteriormente, el “paisaje cultural” y sus
transformaciones se convirtieron en el eje de
los estudios de este autor y de la escuela de
Berkeley que lideró.
También desde la geografía norteamericana
ya en la década de 1970 D. W. Meining deinía
el paisaje como: “la unidad de impresiones que
nuestros sentidos perciben anterior a la lógica
cientíica, este es evidente, algo para observar
pero no necesariamente admirar, es deinido
por nuestra mirada e interpretado por nuestra
mente; es una supericie continua antes que un
punto, una localidad o un área deinida” (Baker,
2003, págs. 110-111). La precisión de Meining
es importante porque evidencia al paisaje en su
carácter de construcción social mediada por el
observante.
Peirce Lewis también en la década de 1970
consideraba al paisaje como un documento
para leer o interpretar siguiendo siete reglas:
1) los paisajes son hechos por el ser humano
y proveen claves sobre el tipo de gentes
que somos, que fuimos y que estamos en
proceso de ser; 2) casi todos los objetos localizados
en los paisajes humanizados relejan
la cultura; 3) los paisajes son muy difíciles de
estudiar; 4) para interpretarlos es importante la
historia; 5) elementos del paisaje cultural tienen
poco sentido fuera de su contexto geográico;
6) casi todos los paisajes culturales están íntimamente
relacionados con los ambientes
físicos; 7) la mayoría de los objetos del paisaje
trasmiten mensajes que no son fáciles de evidenciar
(Baker, 2003, p. 113). Demeritt (1994),
también geógrafo, criticó la visión del paisaje
como texto que proponía Lewis porque obviaba
las acciones de los actores no humanos
como los animales o el clima.
En una línea más política, pero reconociendo
la importancia de lo percibido y lo sensorial, el
Convenio de Florencia en su Ratiicación del
Convenio Europeo del Paisaje en el 2000 lo
deinió como “cualquier parte del territorio, tal
y como lo percibe la población, cuyo carácter
sea el resultado de la acción y la interacción de
factores naturales y/o humanos”. En este planteamiento
además de la “percepción” se hace
referencia al “carácter” del paisaje o al conjunto
de cualidades propias del objeto particular.
De esa manera, la deinición del Convenio se
acerca a los paisajes culturales de Sauer y apunta
a la necesidad de considerar lo subjetivo,
cultural y estético además de lo físico. Parece
que este concepto comprende los animales
como parte de los factores “naturales”, aunque
sean domésticos.
También partiendo de la geografía, pero desde
Latinoamérica, Milton Santos deinió al pai-
espaciotiempo/Num.7/2012 76
patricia clare
saje como el ámbito que alcanzaba la vista, sin
embargo, reconocía inmediatamente que su
escala estaba determinada por el observador.
Este autor también incluyó lo estético, las percepciones
y lo sensorial.
…todo lo que vemos, o que nuestra visión
alcanza es el paisaje. Este puede deinirse
como el dominio de lo visible, lo que la vista
abarca. No solo está formado por volúmenes,
sino también por colores, movimientos,
olores, sonidos, etc. Nuestra visión
depende de la localización donde uno se
encuentra, bien sea en el piso, en un piso
bajo o alto de un ediicio, en un avión etc.
El paisaje adquiere escalas diferentes y se
presenta de formas diversas a nuestros
ojos, según donde estemos (...) La dimensión
del paisaje es la dimensión de la percepción,
lo que llega a los sentidos. (...) La
percepción es siempre un proceso selectivo
de aprehensión. (...) Nuestra tarea es la de
superar el paisaje como aspecto, para llegar
a su signiicado. La percepción no es
aún conocimiento, que depende de su interpretación
y será tanto más válida cuanto
más limitemos el riesgo de considerar
verdadero lo que es solo apariencia. (Santos
M. , 1995, pp. 59-60)
Considerando estas deiniciones se puede
concluir que en la geografía el paisaje es aquello
que se ve, dependiendo de la escala desde la
cual el observador mire, en otras palabras, posee
una base material, está condicionado por las
percepciones del observante, está entrelazado
con lo cultural y lo sensorial y tiene en sí mismo
signiicados que deben ser dilucidados.
Desde la acera del frente o el campo ecológico
las deiniciones son bastante semejantes:
para Odum y Sarmiento (1998, pp.30-31) el
“ambiente” se aborda como “ambiente de soporte
de la vida” y los ecosistemas junto con las
construcciones humanas constituyen paisajes .
Siguiendo a Leopold, estos autores consideran
que lo cultural está mediado por los sistemas
de producción. En consecuencia, dentro del
capitalismo las relaciones entre seres humanos
y ambiente son estrictamente económicas, enfocadas
en la búsqueda, por parte del ser humano,
de ganancias a corto plazo y sin internalizar
las externalidades. Por tanto, el desarrollo
de una ética de la sustentabilidad, es un asunto
pendiente, entretanto el paisaje contemporáneo
encarna la ética cultural del capitalismo
(Odum & Sarmiento, 1998, pp. 316-319).
Más recientemente Moran (2010, p.64 y p.118)
de las Ciencias Sociales Ambientales ha considerado
ventajosos los conceptos de ecosistema
y paisaje porque proveen un escenario para los
procesos sociales y ambientales sin que un tipo
de proceso impere sobre el otro. Eso sí, advierte
que también es necesario identiicar escalas
temporales que sean capaces de dar cuenta de
ambos ámbitos. El paisaje, para Moran, presenta
la lexibilidad de que su escala puede ser ampliada
o reducida según se requiera .
En la HA y especíicamente en la ecología histórica
impulsada por Carole Crumley, 4 el paisaje
tiene la facultad de retener evidencias físicas de
los complejos culturales por lo que constituye
un registro de los efectos intencionales y no
intencionales de las modiicaciones realizadas
por los grupos humanos. También da cuenta
de los eventos naturales del pasado que contribuyeron
a deinir las acciones de esos mismos
grupos humanos.
Según Crumley, la escala del paisaje es poderosamente
integradora, lo que permite la interpretación
simultánea de la actividad humana
y del ambiente físico, conduciendo con ello la
investigación hacia los factores que contribuyeron
a la formación del paisaje, tales como
causas geológicas, eventos históricos, especies
invasivas, datos todos ellos que pueden
irse agregando a otras escalas de análisis. En
conclusión, dentro de este enfoque cabe tanto
lo cultural como lo físico (Crumley, 2006).
Las deiniciones del “paisaje” enunciadas
tratan de ser representativas de las tres escuelas
socioambientales: EP, HA y GH. En general
hacen alusión a la cultura, al condicionante de
la percepción selectiva del observador, la especiicidad
particular a cada paisaje y la versatilidad
de las escalas espaciales y temporales.
Sin embargo, el tema común que subyace en
todas ellas es la preocupación por acceder al
conocimiento/entendimiento de las acciones
4
Para los objetivos de esta investigación y por las características
de los trabajos de esta escuela de ecología histórica se
clasiican aquí como Historia Ambiental en sentido amplio.
77
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
humanas en su relación con el paisaje: el paisaje
“espejo de quiénes somos”, “el paisaje texto”
(Lewis), “registro para interpretar” (Crumley),
“necesidad de llegar al signiicado” (Santos).
Apuntan hacia el cómo funcionan esas relaciones,
qué las condiciona, quiénes las controlan,
cuál es su sentido, cuál es la escala que permite
aprehender su lógica o simplemente ¿cómo
se constituyó?
El signiicado del paisaje y los espacios comunes
a las tres disciplinas socioambientales
En el diccionario de la Real Academia Española
“signiicado” está relacionado con el término
conocer, con el sentido o la semiótica de
una acción o palabra. Para entender, conocer o
acceder al sentido de las relaciones entre grupos
humanos y entre estos y sus ambientes es
útil partir de la deinición de Odum y Sarmiento
del ambiente como “soporte de la vida”. El paisaje,
por tanto, es sujeto de apropiación, pero
es a la vez el indispensable “soporte de vida”,
aunque desde lo urbano esto se invisibilice.
Como contraparte su destrucción implica la alteración
de funciones ecológicas reguladoras
de las que dependen los procesos biológicos
(Leff, 2001).
A lo largo del siglo XIX para A. Humboldt, J.
Liebeig, A. Griesebach y V. Dockwchaiev el paisaje
tenía un signiicado holístico, el mismo que
orientó en el siglo XX las visiones de Hackel,
Tansley y Odum. Fue hasta en la década de los
sesenta cuando se ocurrió una ruptura entre el
concepto de ecosistema y paisaje (Velázquez &
Alejandra, 2011). En términos generales, y de
manera esquemática, las disciplinas socioambientales
aquí tratadas abordan el paisaje cada
una desde su problemática especíica. La EP
se concentra en quienes y como se apropian
de los bienes ambientales. Por su parte la GH
en cómo llegó a ser el paisaje lo que es. Finalmente,
la HA dada su ainidad por los procesos
investiga el uso de los recursos ambientales en
sus aspectos socioeconómicos, tecnológicos e
ideológicos. Es evidente que este es un modelo
reduccionista y que en la realidad las temáticas
son mucho más complejas y con múltiples
tras lapes. Sin embargo, el ejercicio es útil para
nuestro objetivo de proponer espacios comunes
o integrados de conocimiento/signiicación
de los paisajes, sin, por supuesto, pretender
uniicar las disciplinas.
Un espacio común a las tres disciplinas, EP,
GH e HA, es el conocimiento/signiicado del
paisaje como unidad de toma de decisiones.
¿Quién controló los procesos? En este sentido,
el paisaje es materialización de las relaciones
de poder. No obstante, se debe estar alerta y
no obviar lo planteado por Wolf ( 1972), Santos
( 1986) y Hirsch (Hirsch & Warren, 2005) de que
es inviable entender el paisaje desvinculado
del contexto a escalas más amplias. Los ejes
de poder a menudo están ubicados a larga distancia
del ámbito local. En el paisaje, entonces,
se entrecruzan y materializan múltiples planos
temporales y espaciales. Como contraparte
también debe considerarse que lo local afecta
lo global, como han demostrado los trabajos
sobre café (Trouillot, 1982).
Consecuentemente, el signiicado del paisaje
está asociado a la escala espacial y temporal
que se aplique. Una escala especíica activará
cierta dimensión funcional y estructural del
espacio. Esto implica un conjunto de relaciones
especíicas, cuyas características no serán
percibidas a otra escala. De nuevo vale la
advertencia de Wolf, a mayor amplitud más
impreciso será el conocimiento. En sentido
contrario, Santos advierte que cuanto más reducida
la escala más compleja y susceptible de
subdivisiones, además, mayor es el “número de
niveles y determinaciones externas que inciden
sobre él. De ahí la complejidad del estudio de lo
más pequeño” (Santos M. , 1986, p. 5).
Un segundo espacio común a las tres disciplinas
es el signiicado del paisaje como
agenda del conocimiento cientíico. ¿Quíenes
conocen o investigan?, ¿Quién tiene acceso al
conocimiento? ¿Para qué conocer? Como se
manifestó anteriormente, los estudios sobre
EP de los países periféricos son del “Tercer
Mundo” o Estudios de Área. El “desarrollo” se
presenta como meta ideal e incuestionable. La
dependencia académica, el continuum de la
dependencia económica, hace de los países
latinoamericanos importadores de agendas de
investigación, métodos e ideas (Alatas, 2006,
pp. 60-65). Las producciones propias gozan
de poca dispersión y rara vez son tomadas en
cuenta. En los proyectos conjuntos, usualmente
los investigadores locales ejecutan el trabajo de
campo, en tanto los colegas de los países centrales
aplican los criterios teóricos.
espaciotiempo/Num.7/2012 78
patricia clare
El espacio tropical como lo ha expuesto
Germán Palacio fue sujetos del esfuerzo civilizatorio
durante el siglo XIX, cuando se debatían
dos imaginarios: el edénico y el infernal: “el trópico
aparece ante los ojos europeos como una
región malsana donde la propagación de miasmas
y enfermedades, además de un espacio
infestado de bichos, insectos y ieras, ponen
en peligro la salud humana”. En el siglo XX el
esfuerzo desarrollista sustituyó al civilizador y
más recientemente, indica Palacio, ha habido
un redescubrimiento de lo silvestre “en la civilización”
por lo que debe ser rescatada de los
habitantes del trópico empobrecido (Palacio,
2005). Por otro lado, Santos de Sousa plantea
la existencia de otro imaginario en donde existe
una división del espacio invisible que apuntala
lo visible. De un lado de la línea divisoria
impera la dicotomía regulación/emancipación
y en el segundo la apropiación/violencia. Este
segundo espacio no es percibido desde el primer
mundo, por lo tanto, la violencia a la que
son sometidos esos paisajes no existe (Santos,
2007, pp. 45-48).
En este contexto, el análisis de las comunidades
cientíicas abocadas al estudio de los
paisajes, conforma junto a ellos mismos un
espacio común de trabajo para las ciencias socioambientales.
¿Cómo se gestan las decisiones
sobre el ambiente? ¿Cómo se mide su
beneicio o sus consecuencias? ¿Cuál es su relevancia
para las poblaciones locales? ¿A quiénes
beneicia? ¿Cuál es su agenda? El abordaje
de estas temáticas no puede ser solo estructural,
en donde el anonimato de los responsables
de las políticas emanadas del Banco Mundial,
FMI, etc. les posiciona más allá de cualquier
rendición de cuentas. Los actores con sus personalidades,
egos y demás han de ser también
visibilizados como ha insistido Stiglitz al revelar
el manejo interno de esas instituciones (Stiglitz,
2002).
Un tercer espacio común, articulado en los
tres enfoques por la temática del poder corresponde
a los sistemas tecnológicos. Desde las
ilas de lo político como de lo geográico e histórico
se aboga por su examen para conocer
el funcionamiento de la dinámica de los paisajes.
Estos actúan como mecanismo mediador
entre la sociedad y el ambiente. A través de
ellos se materializa la extracción de recursos, la
transformación de materiales y distribución de
desechos del sistema productivo. Actúan como
agentes de complejos intereses económicos
especíicos y, en virtud de ello, son reproductores
de relaciones de poder. Así el estudio de
los sistemas tecnológicos es relevante desde lo
político, espacial e histórico por su papel en la
transformación de los paisajes.
El cuarto y último espacio común que se propone,
fértil a un análisis transdisciplinario para
el avance del conocimiento de los paisajes, es
el sustrato de los conlictos por la distribución
de los recursos ambientales. A menudo bajo
estas luchas yacen demandas sociales de larga
data reconvertidas para lograr el apoyo ambientalista.
Esos movimientos pueden estar
compuestos por pobres rurales como los sin
tierra brasileiros; pero también existen aquellos
constituidos por capas medias, difíciles de deinir,
sin embargo, con mejor acceso a la institucionalidad.
Eso crea una paradoja, ya que son
esos grupos los mayores usuarios de los recursos.
El papel del Estado y sus políticas, debe
ser considerado en estos contextos. El caso
contrario de conlictos entre ambientalistas y
grupos preocupados por acceder a empleo o
apurados por satisfacer necesidades básicas,
también debe ser abordado. Estas luchas por
su complejidad constituyen un campo privilegiado
para el análisis multifacético.
En general, el concepto “paisaje” permite
articular un abordaje transdisciplinario de los
procesos políticos, ecológicos, tecnológicos y
culturales que los han constituido. Este enfoque
obliga a integrar conocimientos, generar
herramientas y lenguajes comunes, pero a la
vez permite también respetar la especiicidad
de cada disciplina. El sentido holístico aunque
difícilmente alcanzable debe permanecer como
una meta.
Problemas metodológicos del paisaje
Dos problemas principales aquejan el análisis
de las dinámicas del poder en los paisajes:
su sometimiento a la lógica del lenguaje y la viabilidad
de construir un idioma común a las tres
disciplinas en estudio.
El conocimiento del paisaje y la comunicación
de sus resultados implica la traducción de
la dimensión visual, “lo que la mirada alcanza
a ver”, airma Milton Santos, a la linealidad del
79
CCSyH UASLP
articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder
lenguaje. Además, se deben abordar los diversos
ritmos de cambio de los elementos que lo
integran y las rupturas de unos, simultáneas a
las continuidades de otros. Darby inicialmente
trató de abordar esta diicultad presentando
cortes horizontales del paisaje los cuales analizaba
como estudios de caso; esto obviaba los
procesos del cambio. Posteriormente. Ensayó
incluyendo narrativas sobre los elementos causales
de los cambios entre los cortes horizontales
(Darby, 1953 y Williams 1989).Williams
(1989) también ensayó otra metodología: en su
estudio sobre la colonización del sur de Australia
trató de delinear cortes horizontales y entretejió
los temas verticales de cambios en el
paisaje, enfatizando los procesos de toma de
decisiones y las percepciones de los actores.
De una u otra manera conciliar el tiempo y el
espacio con la dimensión lineal de la narrativa
ha sido uno de los grandes retos que plantean
las investigaciones de los paisajes.
Otra de las diicultades del estudio del paisaje
resulta de la necesidad de enfrentar en paralelo
las dinámicas que suceden en el interior del
paisaje con los condicionantes políticos, económicos,
culturales y cientíicos a escalas más
amplias. Milton Santos considera al paisaje
como un punto en el movimiento del espacio.
Para él el primero constituye una fotografía en
tanto que el espacio está constituido por los
movimientos, la película. (Santos , 1995, p. 66)
De esta manera, resuelve la diicultad de abordar
las diversas escalas simultáneamente, de
manera similar a Darby, intercalando “fotografías
del paisaje” dentro del análisis del espacio
multiescalar.
El trabajo en equipo siempre requiere del
compromiso y la apertura de los participantes.
En el caso de las disciplinas socioambientales,
la triangulación o el trabajo transdisciplinario
no es yuxtaponer métodos o resultados, más
bien, dependiendo de los objetivos de la investigación
se puede partir de preguntas comunes
o al menos temáticas comunes y desde allí aplicar
los diversos enfoques. Es difícil concebir
una integración conceptual absoluta, pero sí
pue de haber planos teóricos intermedios desde
donde formular una investigación articulada
(Samper, 2001, pp. 18-27); ese es precisamente
el papel que asigna cumplir a los conceptos
paisaje y poder.
Conclusiones
Se ha demostrado que los conceptos paisaje
y poder tienen la capacidad de proveer un espacio
común y articulador a la EP, la HA y la GH
desde el cual pueden abordar las realidades
latinoamericanas y aplicar esquemas transdisciplinarios
o de triangulación. Tienen la capacidad
de constituir un metalenguaje común tal
y como plantean Balle y Cabrales-Barajas. Así,
es posible lograr un mejor entendimiento de las
dinámicas de apropiación de los recursos ambientales
en la región. Ello obliga a considerar
las relaciones entre escalas, así como también
a los grupos humanos especíicos, trascendiendo
la visión de este como ser genérico. Ello
no implica invisibilizar los procesos locales en
juego respecto al paisaje, sino más bien analizarlos
dentro del complejo de causalidades, al
que Santos llama contexto.
Se proponen cuatro áreas temáticas que se
considera conforman sitios comunes a las tres
disciplinas, la, EP, GH e HA, para el estudio de
los paisajes: 1) su concepción como unidad de
decisión, 2) el análisis de la ciencia que los estudia,
3) la tecnología y 4) las luchas ambientales.
Se llama también la atención sobre las
diicultades del trabajo en equipo aplicando
distintos enfoques por lo que debe imperar
dentro de ese esfuerzo la buena disposición de
los participantes.
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espaciotiempo/Num.7/2012 82
la geografía histórica en américa latina: propuestas
teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras.
Perla Zusman
Investigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Miguel Aguilar Robledo
Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí,
México.
Enrique Delgado López
Profesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San
Luis Potosí, México.
Resumen
Con base en la revisión de una muestra representativa
de la literatura reciente sobre geografía
histórica en América Latina, este artículo
identiica las propuestas teóricas más signiicativas
que han orientado su quehacer en esta
región; los caminos que han andado los y las
practicantes de esta disciplina; asimismo, el artículo
atisba algunas de las tendencias teóricometodológicas
y temas que quizás ocuparán
el quehacer de la geografía histórica latinoamericana
en los años porvenir. En particular, el
artículo profundiza en los casos de Argentina,
Brasil y México para dar respuesta a tres preguntas
que lo articulan: la primera interrogante
cuestiona el vínculo entre los temas de la agenda
pública y el desarrollo de la disciplina; la
segunda, interroga sobre la profundidad de ese
vínculo; la última cuestiona el nivel de correspondencia
entre la agenda mencionada y el
desarrollo teórico, metodológico y empírico de
la geografía histórica en América Latina. Para
lograr su propósito, el artículo se divide en tres
partes, además de la introducción y el colofón:
la primera, sobre las propuestas teóricas que se
han explorado en América Latina; la segunda
sobre los procesos de formación territorial en
esta región del mundo; y la última sobre los viajeros,
cartografías e imaginarios.
Palabras clave: geografía histórica, América
Latina, teorías, tendencias
Abstract
Based on a selected sample of the most recent
and representative literature on Latin American
historical geography, this paper singles out
the most signiicant theoretical foundations
guiding the everyday work of this discipline’s
practitioners; further, it also envisions some
theoretical-methodological trends and topics
that perhaps will drive the work of Latin
American historical geographers in the years
to come. In particular, the paper focuses
on the Argentinian, Brazilian and Mexican
cases in order to answer the three questions
running through it: the irst one, questions the
presumed bond that partially links the public
agenda with the discipline´s development; the
second question inquires about how profound
is the aforementioned bond; inally, the third
question addresses the level of correspondence
between such an agenda and the theoretical,
methodological and empirical development
of Latin American historical geography. To
achieve its purpose, the paper is divided into
three sections –apart from the introduction
and inal remarks: the irst revolves around
the theoretical propositions explored by Latin
American historical geographers; the second
addresses the processes of territorial formation
in this region; and the inal part is devoted
to travelers, cartographies and imaginaries.
Finally, the paper argues that the continuity of
Latin American historical geography would be
enriched with emerging topics and technics
–e.gr., the geotechnologies.
Keywords: Historical Geography, Latin
America, Theories, Trends.
83
CCSyH UASLP
la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...
Introducción
La proliferación de procesos de patrimonialización
de paisajes y lugares -en el caso
de México, el “paisaje agavero”, los llamados
“pueblos mágicos” o los centros históricos de
sus principales ciudades-, la multiplicación de
áreas protegidas, el crecimiento de las reinvindicaciones
de los pueblos originarios y la recuperación
de sus prácticas, entre otros temas
que forman parte de la agenda pública de la
mayoría de los países latinoamericanos, sugieren
un creciente interés regional por la valoración-caracterización-conservación
del espacio/
territorio como patrimonio histórico latinoamericano,
pero también una relación conlictiva de
nuestras sociedades con su presente y con la
forma como éste se relaciona con el pasado 1 .
En este contexto, y considerando que desde
la segunda mitad del siglo XX la geografía
histórica en América Latina ha adquirido un
renovado interés como subcampo disciplinar
dentro de la geografía, ¿sería posible establecer
un vínculo entre los temas de la agenda pública
mencionados y aquellos que conforman
el corpus disciplinario de la geografía histórica?
En caso de que este vínculo existiera, ¿qué tan
profundo o supericial es? ¿Qué tan signiicativa
es la correspondencia entre la agenda pública
mencionada y el desarrollo teórico, metodológico
y empírico de la geografía histórica en América
Latina? Como es fácil inferir, las respuestas
a estas interrogantes están estrechamente
correlacionadas con la pertinencia, vitalidad y
viabilidad de este campo disciplinario. O quizás,
como lo muestra Van Ausdal (2006) en un
ejercicio similar realizado en Norteamérica, esta
revisión conirme la paradójica vitalidad y dinamismo
que caracteriza a la geografía histórica,
que contrasta con su persistente marginalidad
frente al resto de la geografía, a otras disciplinas
y al resto de la sociedad.
Una respuesta a la primera pregunta nos llevaría
a suponer la existencia de una íntima relación
entre los procesos histórico-políticos y las
1
Aquí cabe añadir que la patrimonialización es un acto de
poder (Villaseñor y Zolla, 2012) en el que a cada pueblo,
ciudad o Estado que aspire a ser incluido en este mundo globalizado
se le exige que tenga monumentos históricos emblemáticos
o con alguna tradición particular, lo que genera una
dinámica patrimonializadora (Hernández Ramírez, 2007).
discusiones disciplinarias, algo que no siempre
ocurre. Sin embargo, junto a la tematización de
cuestiones vinculadas a las preocupaciones de
época y en diálogo con los desarrollos epistemológicos
de la geografía, tanto de América
Latina como del resto del mundo occidental,
la geografía histórica ha ido construyendo un
cuerpo temático propio. El objetivo de este
artículo es responder a las preguntas formuladas
a través de un recorrido por algunas de las
aproximaciones que se están desarrollando hoy
en la geografía histórica en algunos países de
América Latina, particularmente en Argentina,
México y Brasil.
Las propuestas teóricas que orientan el
quehacer de la geografía histórica en América
Latina
Aunque las historiografías de la geografía histórica
diieren en cada país de América Latina 2 ,
tanto en iliaciones disciplinarias como en niveles
de institucionalización, en general se puede
decir que la consolidación del campo de la geografía
histórica en la década de 1950 implicó,
por un lado, la deinición de una relación particular
con el tiempo que lo diferenció de la forma
como éste ha sido abordado por la historia; y
por el otro, de un método de trabajo diferente
a los utilizados por dicha disciplina (de aquí se
derivan las propuestas de los cortes sincrónicos
o transversales -cross-sections-, los cortes
verticales –longitudinales o diacrónicos-, el método
regresivo, entre otras) 3 .
2
Un buen ejemplo de cómo se construyó la geografía histórica
en América Latina es el que presenta García Martínez
(1998) para el caso de México. Esta revisión historiográica
evidencia la procedencia disciplinaria diversa que ha caracterizado
a los fundadores y practicantes de la geografía histórica
mexicana desde sus inicios hasta el presente. A nivel de la enseñanza,
el número de licenciaturas en historia que incluyen
geografía histórica es proporcionalmente más del doble que
sus equivalentes en geografía; paradójicamente, la enseñanza
de la geografía histórica a nivel universitario es de mayor interés
para los historiadores que para los geógrafos. Esta paradoja
no es, desde luego, privativa de México.
3
Conforme a la propuesta del geógrafo histórico británico C.
Darby (1953), los cross-sections –cortes transversales o sincrónicos-
se realizan mediante uno o varios recortes temporales,
los cuales resultan en la deinición de uno o varios períodos
signiicativos del pasado y cada uno de ellos es descrito a
manera de un estudio regional. En contraste, el método de
cortes verticales –longitudinales o diacrónicos- implica que
se eligen dos o tres aspectos pertinentes en un paisaje y se
espaciotiempo/Num.7/2012 84
perla Zusman
En la década de 1980, particularmente en
América Latina, se buscó establecer un diálogo
con otras ciencias sociales para superar
la “naturalización” 4 del tiempo y del espacio
presentes en la propuesta de la “geografía histórica
clásica”. Así se vincularon líneas de investigación
en geografía histórica con aquellas
desarrolladas en la Historia Social, Política y
Económica para abordar distintos períodos y
comprender, desde las dinámicas espaciales,
la colonización (Moraes, 2000), la formación
de redes de circu lación (Santorini, 2006) o las
relaciones entre procesos de modernización
agrícola y transformaciones territoriales (Richard-Jorbat,
Perez Romagnoli, Barrio, Sanjurjo,
2006). En este sentido, un aporte relevante
son los estudios sobre la geografía histórica de
Rio de Janeiro (Abreu, 2010) y de San Salvador
de Bahia (Vasconcelos, 1997) en ciertas coyunturas
del período colonial que, trabajando con
fragmentos de las geografías pasadas, lograron
articular procesos sociales que se desarrollaron
en diversas escalas con el espacio donde éstos
actuaron.
Un gran impulso a la geografía histórica ha
sido dado por los estudios de la Historia del
Pensamiento Geográico y el diálogo con las
investigaciones llevadas adelante en el área de
Historia de la Ciencia o la Sociología del conocimiento.
De hecho, los primeros trabajos sobre
el proceso de institucionalización de la geografía
en la región han demostrado la diicultad
de diferenciar el desarrollo del campo –particularmente
de la formación de las Sociedades
Geográicas- de los procesos de apropiación
territorial (Zusman, 1996; Nunes Pereira 2003;
Moncada, 1999).
En este proceso de interpretar la geografía desde
los aportes de la historia, algunos trabajos
buscan recuperar la relación entre el espacio y
tiempo delineada por la escuela de los Annales
y, particularmente, por la perspectiva de Ferdinand
Braudel en El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II. En paralelo
a este rescate realizado por algunos geógrafos
históricos europeos (Baker, 2003, 2007;
Mayhew, 2010), en América Latina el proyecto
de geohistoria es concebido como una forma
de entender el tiempo histórico inescindible del
medio geográico en un Mediterráneo que adquiere
protagonismo por encima de los eventos
y de los sujetos 5 . De la misma forma, la larga
duración considerada como el tiempo geográico
es otro de los aspectos destacados desde
las reinterpretaciones realizadas en la región latinoamericana
(Betioli Contel, 2010; Alves Lira,
2010).
Por su lado, la inluencia de los estudios poscoloniales
(abocados al conocimiento de los
procesos de independencia política, económica
y social de antiguas colonias y territorios
sometidos al dominio de poderes imperiales)
ha abierto nuevos problemas, temas y objetos
de análisis 6 . A la vez, éstos que contribuyeron a
la incorporación de la nueva geografía cultural
en los estudios del área (poniendo en interacción
lo material con lo simbólico), también han
permitido deconstruir los espacios nacionales y
otorgarle cierto protagonismo a las voces silen-
analizan sus transformaciones a lo largo del tiempo. Finalmente,
el método regresivo supone que se parte del presente
para mirar el pasado; es decir, se vuelve al pasado en tanto y
en cuanto sea necesario para lograr la mejor ilustración de la
escena contemporánea.
4
La señalada “naturalización” de la geografía histórica tiene
una doble iliación: por un lado, la visión “espacialista” de
la geografía histórica enarbolada por la geografía cuantitativa
–bien representada por el trabajo de W. Norton (1991), quien
deinió a la geografía histórica como el estudio de la evolución
de las formas espaciales, y la “geografía del tiempo” formulada
por el geógrafo sueco Torsten Hägerstrand, fundador
de la Escuela de Lund; por otro lado, de la mano del historiador
idealista R. G. Collingwood, el geógrafo canadiense Leonard
Guelke (1997) sostiene que la geografía histórica clásica
(practicada por Hartshorne, Sauer, Darby, Clark y otros) puede
ser considerada como una forma de “historia natural”.
5
Aunque en una conceptualización que trasciende la geohistoria
braudeliana, aquí cabe destacar que la Universidad Nacional
Autónoma de México, en su nueva Escuela Nacional
de Estudios Superiores Campus Morelia, Michoacán, en 2012
creó la “Licenciatura en Geohistoria”, la primera en América
Latina con esta orientación, con la idea de substanciar el discurso
geohistórico en una formación profesional especíica.
El carácter innovador de este nuevo programa radica no sólo
en la conjunción histórico-geográica, también en su carácter
aplicado –se pone un énfasis especial en el uso de geotecnologías
para la intervención en los estudios regionales y del
paisaje.
6
Un gran impulsor de la deconstrucción de esta visión eurocéntrica
en la geografía en Estados Unidos fue J. Blaut, cuyo
texto sobre el modelo colonizador del mundo centra su crítica
en el difusionismo geográico y la historia eurocéntrica (Blaut,
1993). Véase también el texto de D. Raat (2004).
85
CCSyH UASLP
la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...
ciadas (poblaciones originarias y campesinas)
en los procesos de construcción territorial. Este
tipo de aportaciones han llevado a repensar las
narrativas sobre el proceso de incorporación de
América a la modernidad. En este sentido, los
estudios decoloniales 7 ponen en cuestión la narrativa
eurocéntrica que coloca a Europa en el
centro de la modernidad y torna a las historias
y geografías extra-europeas en historias y geografías
periféricas que quedan subsumidas al
relato europeo. Esta propia lógica sitúa a todas
las sociedades en una misma línea donde la
diferenciación entre sociedades, naciones, países
“atrasados” y “avanzados” invisibiliza la
multiplicidad y la coexistencia entre distintas
trayectorias espacio temporales. En este sentido,
los estudios decoloniales han servido para
enfatizar el carácter heterogéneo de las sociedades
imperiales/coloniales (Dussel, 2000).
Las variadas posturas teóricas de la geografía
histórica, organizadas en torno al discurso
locacional, del paisaje, del ambiente y de la región
(Baker, 2003; Sunyer, 2010), han derivado
en un cambio en el papel que el archivo ha tenido
en la historia de este subcampo. Mientras
que para H. C. Darby el archivo ofrecía al investigador
el material objetivo (particularmente información
censal) que luego sería representado
cartográicamente, para Carl Sauer el trabajo
de archivo representaba un complemento necesario
del trabajo de campo en la medida en
que contribuía a “llegar a tener gradualmente
una visión del panorama cultural anterior escondido
detrás del presente” (Sauer, 1991: 43).
En la geografía histórica latinoamericana actual,
en general, el archivo ha adquirido independencia
del trabajo de campo, concibiéndoselo a
sí mismo como el trabajo de campo en las investigaciones
de este subcampo 8 . Los archivos
7
Esta línea de trabajo desarrollada en América Latina supone
que las jerarquizaciones y exclusiones en términos étnicos,
raciales y de género asociadas a la modernidad continúan
presentes en la actualidad en el marco del capitalismo global
y en un contexto epistemológico posmoderno (al respecto ver
Mignolo, 2007).
8
Esto, desde luego, podría resultar desafortunado porque no
sólo desoiría el atinado consejo de Sauer (1941) -de complementar
y validar el trabajo de archivo con el trabajo de
campo-, también podría repetir el extravío que, en algunos
casos, ha padecido la historia ambiental cuando ha sustituido
el trabajo de campo por el trabajo de archivo –el ejemplo
más emblemático de este extravío metodológico lo representa
son fuente de documentación de diverso tipo:
cartográica, censal, documental, textual, pictográica
(Butlin, 1993). Los especialistas ponen
en diálogo archivos locales con internacionales
a in de reconstruir tanto procesos de apropiación
territorial de forma cartográica como dinámicas
económicas locales o regionales (Abreu,
2006). En algunas investigaciones el propio archivo
es puesto en cuestión. En la medida en
que éste ha sido concebido como depositario
de la memoria nacional, se espera que el archivo
contribuya a la conformación de la comunidad
imaginaria de los estados nacionales. Sin
embargo, en la actualidad estos repositorios
ofrecen materiales que pueden ser útiles en los
procesos de reconstrucción identitaria de poblaciones
originarias, de los campesinos o de
afrodescendientes. Por ejemplo, la información
catastral no sólo ha permitido identiicar las
tierras que estaban bajo dominio indígena en
el período colonial o en el de formación estatal
nacional (Palladino, 2010), sino también reconocer
las que estaban en disputa o en manos
de propietarios privados, de grupos eclesiásticos
y de la Corona (Muñoz Arbelaez, 2007).
La relación entre la geografía histórica y la
historia ambiental se ha robustecido notablemente
en América Latina. Además de su contribución
a la conformación de la historia ambiental,
la geografía histórica ha sumado a la
diversidad de teorías, métodos y técnicas que
ya se utilizan en este campo emergente. En el
caso de México, algunos geógrafos históricos,
mexicanos y extranjeros, se han sumado a la
construcción de la historia ambiental latinoamericana
(Butzer y Butzer, 1997; García Martínez
y González Jácome, 1999; Siemens, 1999;
Sluyter, 2002; Fernández Christlieb, 2004; Garza
Merodio, 2007; Ávalos Lozano, 2008; Hunter,
2009, 2010; Moreno Unda 2010; Aguilar-Roel
texto de Elinor G. K. Melville (1995), quien hizo una interpretación
apocalíptica de la “plaga de ovejas” que, según
ella, devastó el Valle del Mezquital, en el actual estado de
Hidalgo, México, transformándolo, desde el siglo XVI, en el
semidesierto que es hoy en día. Cabe añadir que además de
la sobrerrepresentación del trabajo de archivo, esta autora cometió
otros errores metodológicos elementales que afectaron
seriamente sus conclusiones –por ejemplo, la consideración
del modelo ganadero australiano en lugar del modelo milenario
forjado en la cuenca del Mar Mediterráneo, lugar de
procedencia tanto del primer ganado introducido a la Nueva
España como de su respectivo modelo de manejo.
espaciotiempo/Num.7/2012 86
perla Zusman
bledo, 2008; Aguilar-Robledo, 2012; Aguilar-
Robledo, Hernández-Reyes y Borejzsa, 2012).
Entre otros, los temas abordados incluyen el
cambio climático, la historia ambiental urbana,
la historia ambiental de la ganadería, la historia
ambiental de la minería, programas de deforestación,
etc.
Además, cabe decir que hay un buen número
de profesionales de la geografía histórica asociados
a la Sociedad Latinoamericana y Caribeña
de Historia Ambiental (SOLCHA) –o a sus
versiones nacionales como la Red Mexicana de
Historia Ambiental (ReMHA)-, entre otras.
Los procesos de formación territorial
Hacia la década de 1980, junto con los procesos
de transición a la democracia, particularmente
de los países del Cono Sur, la geografía
histórica acompañó los cambios en la concepción
de la geografía como ciencia, así como las
formas de entender el espacio. Así, el espacio
no sólo se comprendía como una cons trucción
social, sino que el espacio y el tiempo eran vistos
como dos dimensiones de la realidad inescindibles
(Calderón y Berenzon, 2004; Herrera
Ángel, 2005). Esta idea tuvo consecuencias
signiicativas en el desarrollo de una línea particular
de trabajos de geografía histórica como
fueron los procesos de formación territorial.
Iniciados por los aportes de Marcelo Escolar
(1996) en Argentina y Antonio Carlos Robert
Moraes en Brasil (2002), estos trabajos rompieron
con la narrativa nacionalista que había naturalizado
los territorios de los Estados nacionales.
En este marco, en primer lugar el territorio
del Estado nacional actual era concebido como
el supuesto continente natural de los procesos
sociales históricos y económicos que habían
tenido lugar en el pasado. En segundo lugar, a
partir de esta narrativa, se tejían ciertos mitos
fundacionales. En el caso argentino, se concebía
que el territorio del Virreinato del Río de la
Plata era el molde del territorio de dicho Estado
nacional. Las diferencias entre ambos se leían
en términos de pérdidas territoriales, asociadas
al expansionismo de los países vecinos, a la
mala diplomacia argentina, a los intereses británicos
en la región (Cavaleri, 2004). En el caso
brasileño, el mito fundacional suponía que la
independencia en manos de un monarca había
asegurado el mantenimiento de la integridad territorial,
en contraposición a las características
que habían adquirido las independencias de los
países hispanoamericanos, donde las antiguas
posesiones españolas habían dado origen a diferentes
repúblicas (Magnoli, 1997). En México,
relatos semejantes han sido rastreados bajo
la premisa de que el territorio del Virreinato de
Nueva España se concibe como el molde natural
para la constitución del Estado mexicano
(Alvarez Alvarez, 2011).
A in de romper con estos mitos fundacionales
los estudios de formación territorial tomaron
como unidades signiicativas de análisis el propio
continente, para salir del corsé del territorio
de los Estados actuales y poder identiicar las
formas territoriales que se asociaban a los procesos
territoriales anteriores a la formación de
los Estados nacionales, como pueden ser las
dinámicas asociadas al período colonial. Desde
esta perspectiva, se incorporaron al análisis los
territorios que estaban bajo dominio indígena y
que estaban en contacto o en conlicto con los
de las poblaciones blancas o criollas (Navarro
Floria, 2007).
La ruptura de la concepción del territorio del
Estado nacional como un dato evidente, permitió
que los estudios se interesaran por analizar
el carácter conlictivo del proceso de formación
de este territorio, que puso en juego otros diseños
territoriales posibles y que implicó también
una lucha por consensuar un modelo económico,
unas fronteras y una imagen única del territorio
nacional (Minvielle y Zusman, 2002). Estos
acuerdos muchas veces tuvieron que ser resigniicados
en momentos históricos posteriores,
como fue el caso de Brasil con la república o
el varguismo y durante el conservacionismo
modernizador de Uriburu o el peronismo en Argentina
(Diniz de Souza, 2002; Troncoso y Lois,
2004).
Dentro de estos análisis, un lugar especial
ocupó el tratamiento de la incorporación de
áreas bajo dominio indígena a los proyectos del
Estado nacional (Patagonia, Chaco, Amazonia,
Araucanía). Estas áreas, concebidas desde los
proyectos estatales como la alteridad de la nación
(Serjé, 2005), fueron objetos de políticas
especíicas de parte de los Estados nacionales
en donde las poblaciones originarias fueron material
o discursivamente invisibilizadas. Dentro
de estos proyectos están aquellos orientados
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CCSyH UASLP
la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...
a la integración económica a través de la dotación
de infraestructura de comunicación, la
organización de planes de colonización o de
parques nacionales (Osorio Machado, 1989;
Zusman, 2000; Navarro Floria y Del Río, 2011;
Nuñez, 1999; Fortunato, 2011).
Viajeros, cartografías e imaginarios
A partir de las ideas desarrolladas sobre E.
Said sobre el papel de los imaginarios geográicos
en la deinición de los proyectos imperiales,
la geografía histórica latinoamericana
ha comenzado a trabajar las ideas, representaciones,
creencias y deseos que se han tejido
en relación a los espacios pasados (Gregory,
1994). Bajo la idea de imaginarios geográicos,
y siguiendo la concepción de la relación saberpoder
planteada por Foucault, Said sostiene
que distintos dispositivos culturales (novelas,
relatos de viajeros, conocimientos antropológicos,
arqueológicos, descripciones de gobernantes,
etc.) vehiculizan el establecimiento de
estrategias de dominación sobre los lugares
objeto de descripción (Said, 2002).
La postura de Said en relación a los imaginarios
geográicos y la de M. Louise Pratt (2010)
en relación a los relatos de viaje, han politizado
las lecturas sobre el papel de los dispositivos
culturales en el marco de los proyectos imperiales
y estatales nacionales. A partir de estas
inluencias los estudios de geografía histórica
dejaron de concebir a las descripciones de viajeros,
naturalistas o memorias de distintos funcionarios
de gobierno como fuente que permite
el conocimiento de áreas de interés para contextualizar
estos tipos de relatos, entender el
tipo de ideas e imágenes sobre el territorio que
ellos vehiculizan y comprender sus implicancias
políticas. Los mapas han sido objeto de
un proceso de deconstrucción semejante. De
hecho, los estudios de geografía histórica vinculados
a la Historia de la Cartografía persiguen
comprender los procesos de producción cartográica
en el marco del ejercicio de apropiación,
mensura y control territorial (Roque de Oliveira
y Mendoza Vargas, 2010; Mendoza Vargas y
Lois, 2009; Aguilar-Robledo, 2009; Aguilar-Robledo
y Delgado-López, 2012; Aguilar-Robledo
y Lois, 2012).
Tanto los relatos de viaje como los mapas han
contribuido a deinir ciertos imaginarios geográicos.
Un particular interés ha despertado en la
región el estudio del proceso de deinición y difusión
de las ideas/metáforas del desierto (Lois,
1999; Zusman, 2000), de la tropicalidad (Cunill
Grau, 2005), del sertao (Moraes, 2000) o de la
Cordillera de los Andes como muralla (Hevilla,
2007). Estos imaginarios podían servir para dar
cuenta de áreas sometidas a otras formas de
organización política, económica y social (las
de las poblaciones indígenas o campesinas).
Homologadas con los conceptos de vacío, de
tierras hostiles o infértiles, también fueron útiles
a los ines de incentivar su incorporación a la lógica
de los países en constitución. Estos imaginarios
acompañaron la política que los Estados
nacionales diseñaron para los lugares que ellos
cualiicaban y, en muchos casos, como en la
Puna Argentina, perviven hasta la actualidad
(Castro, 2007; Benedetti, 2005; Tomasi, 2010).
Colofón
Ahora volvamos a las preguntas formuladas
al inicio de este texto: ¿sería posible establecer
un vínculo entre los temas de la agenda pública
y aquellos que conforman el corpus disciplinario
de la geografía histórica? En caso de que
este vínculo existiera, ¿qué tan profundo o supericial
es? ¿Qué tan signiicativa es la correspondencia
entre la agenda pública mencionada
y el desarrollo teórico, metodológico y empírico
de la geografía histórica en América Latina?
Conforme al recorrido realizado a lo largo de este
artículo podríamos airmar que dentro de las
temáticas presentadas en la introducción y que
forman parte de la agenda pública actual, algunas
son objeto de interés por parte de la geografía
actual, mientras que otras se presentan
como un campo abierto que merecerían un ma yor
desarrollo en el futuro en la geografía histórica.
Así, por un lado pudimos reconocer la tendencia
orientada a reconstruir la historia territorial
de los Estados nacionales, incorporando
en este proceso a una multiplicidad de actores
(entre ellos las poblaciones originarias y campesinas).
La diversidad de fuentes que se usa
en este proceso de interpretación del pasado
político territorial, permite vincular los procesos
de construcción material con aquellos de
carácter simbólico. Esta tendencia parecería
espaciotiempo/Num.7/2012 88
perla Zusman
guardar relación con la necesidad actual de entender
los procesos de redeinición de los Estados,
de sus atribuciones (entre ellas las de carácter
territorial) en el marco de la globalización.
El crecimiento de las reivindicaciones identitarias
de pueblos originarios pone en cuestión
el proyecto de homogeneización cultural que
también caracterizó el proceso de formación
estatal y donde el territorio jugó un papel clave.
De hecho, éste fue considerado un elemento
que otorgaba unidad frente a la diversidad étnica,
lingüística, social y religiosa de las poblaciones
del continente.
Como lo evidencia el caso mexicano, el vínculo
entre la geografía histórica y la historia ambiental
no sólo se ha robustecido, también ha
crecido el reconocimiento por parte de los historiadores
ambientales –que provienen de una
gran diversidad de campos del conocimientode
las contribuciones, muchas pioneras, de la
geografía histórica a la construcción de la historia
ambiental. Por ello, es muy probable que
la estrecha colaboración entre la geografía histórica
y la historia ambiental se profundice en
los años por venir y, con ello, el vínculo entre la
geografía histórica y la agenda pública podría
estrecharse aún más.
En otro tenor, existen ciertas temáticas que,
a pesar de haber despertado interés en la geografía
histórica internacional y formar parte de
las preocupaciones de los Estados o de ciertos
sectores sociales, han tenido poco desarrollo
en el área. Nos estamos reiriendo a los
procesos de patrimonialización y de memoria.
El incipiente interés por analizar los usos del
pasado puede tener que ver con el hecho de
que la crítica a estas dinámicas recién está comenzando.
Además, si bien algunos análisis se
han preocupado por discutir el papel de ciertos
paisajes o monumentos en la creación y recreación
de valores nacionales (Lobato Correa,
2011), son aún escasos los estudios que se han
destinado a trabajar los lugares o políticas de
memoria como acciones contrahegemónicas o
de defensa de los derechos humanos en América
Latina (Fabri, 2010).
Otra vertiente que ha sido poco abordada es
la que analiza procesos a otra escala que la nacional
o regional y que involucra actores como
minorías sexuales, niños o ancianos. Ello podría
involucrar el abordaje de lo cotidiano en la geografía
histórica, que permitiría aproximarse a las
complejidades a través de la cuales se construyen
las economías, las naciones, los imperios,
las instituciones, los discursos y los conocimientos
(Naylor, 2008). En el proceso de análisis de
microhistorias y microespacios el trabajo de
archivo podría ser complementado con la exploración
de las potencialidades de la historia oral.
La propuesta de análisis de espacios en red
ha sido poco explorada en la geografía histórica
de la región. El estudio de redes, conexiones y
enmarañados –pensados en la literatura anglosajona
como una recreación con base latouriana
de la perspectiva que Braudel usó para el análisis
del Mediterráneo (Mayhew, 2010)- permitiría
trabajar los vínculos materiales y simbólicos
que existieron entre espacios diferenciados en
el marco de constitución de las naciones o de
los imperios, en las dinámicas migratorias o en
los procesos de diáspora.
Desde nuestro punto de vista, las dinámicas
sociales, económicas y políticas latinoamericanas
han incentivado la renovación temática del
campo de la geografía histórica. De la misma
manera, el diálogo con otras disciplinas sociales
ha impulsado la renovación epistemológica
en esta área del conocimiento. Si bien hemos
reconocido algunas tendencias en la geografía
histórica latinoamericana actual, ellas son continuamente
enriquecidas y redeinidas a la luz
de la relación que las urgencias y lecturas del
presente hacen del pasado. Estas nuevas vertientes
pueden incorporarse a esta área de trabajo
de la geografía si se la concibe, como sugiere
Baker (2003), como un subcampo abierto
y en continua construcción.
Con los matices necesarios, las líneas de trabajo
de la geografía histórica latinoamericana
descritas, muy posiblemente, continuarán ocupando
a los profesionales de este campo disciplinario
de esta parte del mundo en los años
por venir. En esta línea de continuidad, quizás,
se incorporarán cada vez más las herramientas
geotecnológicas –los SIG y GPS, por ejemploal
quehacer académico de este campo, sobre
todo los integrantes de las nuevas generaciones
de geógrafos-históricos (Gregory y Ell, 2007).
También es muy posible que el trabajo interdisciplinario
se acreciente en la geografía histórica
de América Latina. Al trabajo de los historiadores
y geógrafos ahora se sumarán los especia-
89
CCSyH UASLP
la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...
listas en temas ambientales que están cada vez
más activos. Empero, como sucede en otras
regiones del mundo, la agenda temática de la
geografía histórica latinoamericana también
mostrará rupturas y la emergencia de nuevos
temas que hasta ahora han concitado poco interés
entre los practicantes de este campo.
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93
CCSyH UASLP
reseñas
geografia histórica do brasil. cinco ensaios, uma proposta
e uma crítica
Larissa Alves de Lira
Pós-graduanda em Geograia Humana, Universidade de São Paulo
55-11-3726-2745/ lara.lira@gmail.com
Possui graduação em Geograia pela Universidade de São Paulo. Atualmente é bolsista FAPESP de
mestrado em pesquisa na área de História da Geograia.
Apesar do título do livro editado pela Annablume
referir-se à Geograia Histórica, o prefácio
revela uma ambição maior. Antonio Carlos
Robert Moraes procura delimitar a especiicidade
da “ciência dos lugares” fugindo de articulações
preconcebidas: em primeiro lugar, de
que a disciplina é uma “ciência excepcional”,
“epistemologicamente diferente de todos os
demais campos do conhecimento cientíico”
(MORAES, 2009, p.9); ou, uma “simples somatória
das matérias que compõem a sua abordagem,
instaurando uma nova forma de equacionamento
na análise do mundo” (MORAES,
2009, p.9).
Através do diálogo com a História, esta tão
grandemente concebida por historiadores
como Lucien Febvre, Marc Bloch e Fernand
Braudel, o autor demonstra como a ciência
geográica se relaciona com os demais campos
do conhecimento. Esse fundamento de interdisciplinaridade
não é exclusivo da Geograia
Histórica, ainda que, neste caso, estejamos falando
de duas gigantes. Também a geomorfologia,
a biogeograia ou a geopolítica enfrentam
o desaio de solucionar problemas que lhes são
internos e externos. Nenhum tipo de modéstia,
diríamos - contrariando Lucien Febvre - poderia
arriscar uma solução à empreitada.
Fernand Braudel procurou indicar como a
História poderia orientar a Geograia (e as Ciências
Sociais, a Antropologia, e a Economia...)
(BRAUDEL, 1972, p.10-12). Moraes inverte o
sinal: é na perspectiva própria desse campo do
conhecimento que se deve incorporar a História.
Seria preciso rever, de saída, essa história
universal, teleológica, “ocidentalista”, que uniica
todos os povos sob um destino comum: o
do progresso e da civilização.
O Princípio da Unidade da Terra (LA BLACHE,
s/d, p.25) ou o da Conexão (BRUNHES, 1962),
deinidos pelos clássicos; ou, o “ exame geográico
da experiência histórica, tendo em mente
a ideia de que a Terra é, de fato, um único e
mesmo mundo” (SAID In MORAES, 2009, p.11),
numa versão contemporânea, colocam a questão
das temporalidades no cerne do problema.
Num mesmo presente histórico, formações sociais
muitas vezes antagônicas coexistem e se
relacionam. Moraes ressalta como o sistema
escravocrata, na periferia, presenciou o aloramento
dos nacionalismos no centro: “As teorias
totalizadoras e os conceitos universais atuam
exatamente na tentativa de aproximação do diverso
[...]” (MORAES, 2009, p.18).
Braudel chamou esta perspectiva geográica,
no prefácio de seu O Mediterrâneo, de
uma nova ilosoia da história (BRAUDEL, 1983,
p.22), na medida em que o comprometimento
com o único e mesmo mundo rompia com uma
visão linear dos acontecimentos. É como geógrafo,
portanto, que Robert Moraes questiona
a “geocultura” da modernidade: assentada na
fé no progresso (WALLERSTEIN, 2002), na tentativa
de universalização dos fenômenos e do
modelo europeu que, em última medida, justiicaram
a iniciativa colonial e a missão civilizatória.
A geograia se repõe como mediação epistemológica
na construção de uma teoria crítica
(MORAES, 2009, p.19).
Impulsionado pelos estudos pós coloniais,
o geógrafo demonstra, no primeiro ensaio,
como a história da disciplina deve ser levada
a deslindar a trama complexa da construção
da geocultura da modernidade, que teve na
ciência seu motor fundamental, e as alteridades
que se reproduzem tanto em escalas locais
como nacionais.
De fato, o nascimento da Geograia Moderna
foi marcado pela negação dos relatos de
viagem, vulgarizados pelas Sociedades de
espaciotiempo/Num.7/2012 94
Geograia, que forneciam uma visão demasiada
fragmentada da Terra (BERDOULAY, 1981,
p.148). O princípio da universalidade orientava
a disciplina, tendo a experiência colonial e
a superioridade europeia como pilares fundamentais.
Mas, após o surgimento de uma nova
teoria crítica, a História da Geograia brasileira
deve estar mais intrincada “com a evolução política
do país do que como um capítulo numa
história universal do desenvolvimento desse
campo disciplinar.” (MORAES, 2009, p.20). E
assim, “começar pela avaliação geográica da
‘ciência geográica’” (MORAES, 2009, p.17),
ou, colocar a ciência no seu lugar, como diria
Livingstone.
Ao constatar, destarte, que “as sociedades
periféricas expressam a modernidade em formas
econômicas, políticas e culturais próprias’
(MORAES, 2009, p.20) a história da geograia
brasileira pode vislumbrar como este campo
do conhecimento contribuiu para acelerar a
formação do Estado anteriormente à da nação
- “invertendo o nexo tradicionalmente apontado
entre identidade e território no mundo moderno.”
(MORAES, 2009, p.24). Genericamente,
as ligações entre Nação-Território-Estado, surgidos
após a Revolução Francesa, não se reproduziriam
nos países coloniais, mas sim uma
construção inversa: Estado-Território-Nação.
A particularidade das terras coloniais revela
muito da totalidade da economia-mundo: seguindo
as indicações de Wallerstein, esta é um
sistema econômico pautado em uma diversidade
de formações políticas (cidades-estados,
estados-nações, impérios), visto que cada uma
delas deve ser capaz de organizar as relações
sociais para dar resposta aos diferentes papéis
na divisão internacional do trabalho (WALLERS-
TEIN, 1980, p.19). Tanto as particularidades da
política quanto a totalidade da economia são
chaves para explicar a Terra, objeto este primordial
da Geograia Geral (LA BLACHE, 2002).
A entrada da geopolítica foi a escolha do autor,
inspirado pelos estudos clássicos que são
conhecidos em sua trajetória: “Em suma, entendemos
a Geograia Histórica como caminho de
reconstituição (em várias escalas) do processo
de formação dos atuais territórios [...]” (MO-
RAES, 2009, p.61). O Estado brasileiro, nasce,
pois, ligado à deinição do território. Seus antecedentes
remontam à instalação da Coroa Portuguesa
no Brasil, animada pela geopolítica do
hemisfério austral.
De terras esquecidas (MORAES, 2009, p.36) a
“ilha Brasil” se torna ponto de paragem de rotas
internacionais. Pouco a pouco descobre-se sua
qualidade locacional: o longo litoral, estendido
no hemisfério austral, “cujo domínio articulado
das praças portuguesas na África Ocidental
permitiria um bom controle do Atlântico sul, e
logo, do grande eixo de circulação oceânica
meridional.” (MORAES, 2009, p.38). Assim, surge
a necessidade de ocupação como um modo
de proteger as terras.
As primeiras instalações, representadas pelas
feitorias, serviam como pontos de armazenagem,
comércio de pau-brasil, eram frequentemente
associadas a um forte, além de servir de
núcleo de trocas culturais entre portugueses e
indígenas. Mas havia o imperativo de tornar o
Brasil produtivo, de forma a custear as tarefas
decorrentes do patrulhamento e do comércio.
Apesar da clara intenção de garantir a ocupação
do litoral, como demonstram as proibições
da Coroa de fundar núcleos distantes da
costa, os caminhos já existentes e a dinâmica
própria da economia no âmbito da civilização
material expandiu os limites em direção ao interior
para além das fazendas de açúcar, estas
em plena conexão com os mercados capitalistas
europeus (BRAUDEL,1998, pp.236-237).
Moraes procura demarcar momentos diversos
na história do Brasil colônia, diferenciados
segundo a iniciativa de ocupação do território. A
colonização, inicialmente restrita ao litoral, ganhará
com o tempo um caráter que não perderá:
o da expansão e conquista de novas terras. A
independência do Brasil, como demonstrado
no terceiro e quarto ensaios, representa um elo
de continuidade com a política expansionista
iniciada no período anterior.
Em meados dos oitocentos, a economia estava
plenamente divida em regiões, representadas
por elites cujo objetivo em comum era
manter o escravismo e suas áreas de expansão
territoriais. Havia trocas inter-regionais mas
as relações eram plenamente entabuladas nos
seus interiores. Apenas a Coroa Portuguesa
possuía a pretensão de soberania do conjunto
das terras. A independência, levada a cabo
pela mesma família dinástica, manteve não
apenas a unidade do território como o princí-
95
CCSyH UASLP
pio de legitimação do Estado. A existência de
terras almejadas, ainda que pouco conhecidas,
organizam a relação das elites com o Príncipe,
ou, das classes dominantes com o Estado.
Eis que nos deparamos com o conceito “fundos
territoriais” que articula todos os ensaios.
Esses territórios são deinidos como reservas
para expansão futura da ação colonizadora
(MORAES, 2009, p.65). Na linguagem dos
políticos e homens comuns, tão habitual dos
geógrafos, foram chamados de “sertão”. Mas
foram tantos os sertões brasileiros que não há
como deini-los como uma região única, por
suas qualidades naturais, argumenta o autor.
Isso o retiraria do léxico “tradicional” da geograia,
cujas conceituações referem-se a universos
tidos como empíricos. Mas em cada
época, não seria possível delimitar, descrever,
viajar pelo sertão? Riobaldo, personagem de
Guimarães Rosa, andou por Minas, Goiás e sul
da Bahia, com as armas de um jagunço abrindo
caminhos, de onde saíram as rudes histórias de
amor e vingança. O fato é que, num país onde
se repõe as “marchas pioneiras”, os conteúdos
das regiões se modiicam em uma acelerada
longa duração.
Mas o autor pretende apreender o sertão
como uma realidade simbólica, ou, uma “ideologia
geográica”. É um espaço imaginado para
a expansão, ganhando conteúdos que respondem
ao imperativo da pretensão de soberania.
Assim, ele é geralmente concebido como antípoda
(a outra região), desconhecido, subordinado,
distante, moradia dos habitantes distintos
aos tipos nacionais. Às realidades geográicas
correspondem identidades e projetos.
Seja pelo estudo da História da Geograia,
seja pelo da Geograia Histórica, o que icou
demonstrado, ao longo desses cinco ensaios,
foi o papel essencial que a ideia de conquista
e expansão do território jogou na mentalidade
das elites e na formação do Estado, ao tempo
que particulariza a condição periférica. E esse
processo ainda está inconcluso, o que oferece
à sociedade, ao geógrafo e ao político a possibilidade
de manejar os atuais fundos territoriais
de acordo com a posição que se quer ocupar
na divisão internacional do trabalho num curto,
médio e longo prazos.
Assim, Moraes apresenta, no penúltimo texto,
uma proposta de pesquisa: aprofundar a análise
das matrizes energéticas e de transporte do
Brasil. Em outras palavras, trata-se de estudar
os setores estratégicos, tanto para planejar o
uso dos “atuais fundos territoriais”, como para
garantir o modelo de ocupação, integração, e
uso das terras. Para tanto, alerta o autor, será
preciso retomar a famigerada ferramenta do
planejamento e imiscuir-se no debate nacional
das políticas territoriais existentes no Brasil,
seja como um técnico do Estado, seja como
um cidadão.
E é sobre este ponto, da aplicabilidade política
das atuais pesquisas em Geograia que
o autor fecha este livro profícuo. A discussão
não é cristalina e remete a identiicar os fundamentos
teóricos que baseiam tais trabalhos. O
posicionamento frente aos grandes esquemas
de pensamento, que buscam dar sentido à história,
erigidos na época moderna, continuam a
ser a chave da questão.
Não poucos, nos lembra ao autor, estão verdadeiramente
encantados pela plenitude da ordem
capitalista. O capitalismo parece ter chegado
longe, ocupado rotas, invadido conins.
As diferenças geográicas estariam diluídas,
as fronteiras desfeitas, a condição periférica
pulverizada. “Pós modernismo é o nome mais
usual que se atribui a esta corrente de pensamento,
que hoje inluencia fortemente o campo
disciplinar da geograia”. (MORAES, 2009,
p.143).
Centro e Periferia se encontram na pós modernidade.
Essa postura, remetendo ao início
do livro de Moraes, não reforçaria o mimetismo
a que a modernidade quis submeter regiões
colonizadas? Outra corrente, que inluencia a
Geograia é a daqueles que “assumem a defesa
das formas pré-modernas de sociabilidade,
fazendo do anacronismo uma orientação metodológica.”
(MORAES, 2009, p.146). Em ambas
as posturas o resultado são geograias epistemologicamente
carentes de coerência, levadas
a apagar a importância da história e suas
sobrevivências. A relevância do Estado-Nação
se repõe e o abandono da escala nacional não
contribui para politização da Geograia.
Frente ao exposto, só podemos lamentar que
o livro chega ao im. Ou, por não ter estabelecido
mais diálogo com estudos de propósito e
natureza semelhantes. Resultados importantes,
como o de Immanuel Wallerstein, elaborados
espaciotiempo/Num.7/2012 96
ao longo dos últimos decênios do século XX
foram felizes em demonstrar a existência histórica
da periferia através do deslindamento da
formação da economia-mundo no século XVI.
Isso levaria Moraes a outro intento, qual seja,
a inserção da formação do Brasil na economia
mundo, ao qual não podemos esperar que o
tenha feito, mas cujo talento único e profundidade
da relexão poderiam os iluminar. Fernand
Braudel, numa crítica elegante e exigente, disse
a Caio Prado Jr.: faça uma história do Atlântico!
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Malena Mazzitelli Mastricchio
Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina
malenamastricchio@gmail.com
El libro coordinado por Francisco Roque de
Olivera y Héctor Mendoza Vargas reúne, por un
lado, una parte de los trabajos presentados en
el segundo Simposio Iberoamericano de Historia
de la Cartografía que se desarrolló en la
Ciudad de México en abril de 2008; y, por otro,
un conjunto de artículos invitados relacionados
con la temática del evento.
La publicación -realizada de forma conjunta
entre el Centro de Estudios Geográicos de la
Universidad de Lisboa y el Instituto de Geografía
de la Universidad Nacional Autónoma de
México- reúne 19 artículos divididos en cuatro
ejes temáticos: el primero se denomina “Las
fuentes y la relexión ilosóica e histórica” en la
cual se reúnen los trabajos que pretenden dar
una propuesta teórico-metodológica para el
análisis de los “textos cartográicos”. La segunda
sección “Los desafíos de la mirada: las nuevas
ideas para viejos mapas” agrupa los trabajos
en los cuales la relación con la dinámica
espacial y la conformación territorial es central
en los análisis. “Entre las tensiones territoriales
y las noticias de Iberoamérica” es el nombre
que recibe el tercer eje temático el cual, a pesar
de la diversidad de temas y fuentes analizadas
el mapa y la cartografía son centrales para las
argumentaciones. La última sección: “El horizonte
amplio: los mapas y la navegación” agrupa
los ensayos que se centran en la cartografía
náutica. A pesar de esta agrupación, a lo largo
de las casi 400 páginas del libro es posible leer
una preocupación común a todos los trabajos:
la relación entre la historia de la cartografía y la
construcción del territorio y, más ampliamente,
parece ser, una inquietud distintiva de los historiadores
de la cartografía de Iberoamérica:
analizar la construcción de un territorio desde y
con la cartografía.
Sin embargo, si bien la Historia de la Cartografía
-en tanto campo del saber- está muy desarrollado
en los países sajones, en Iberoamérica
esta área de trabajo empezó a desarrollarse
más tardíamente. Sin duda alguna, la publicación
en español de la obra postmortem de John
Brian Harley, La Naturaleza de los mapa (2005),
ayudó a fomentar su desarrollo. Efectivamente,
la mayoría de los artículos que componen
el libro se distancian de posturas historiográicas
más tradicionales que consideran al mapa
como una copia gráica y mimética de la realidad
y se posicionan desde un enfoque metodológico
que considera al mapa dentro de los
análisis culturales. La impronta de Harley es,
en algunos casos, explícita: tanto Raquel Urroz
y Héctor Mendoza Vargas en “Los mapas de
México: situación actual y análisis de su trayectoria”
como para Beatriz Piccolotto Siqueira
Bueno, en “Mapa, Texto e contexto num império
em movimento. Exercício de interpretação
epistemológica da Brasiliae Geographica Tabula
Nova de Georg Marcgraf (1643-1647)”,
parten de conceptos harlianos claves como,
‘imágenes retóricas’ o ‘contexto’ para fundamentar
sus propias argumentaciones y realizar
sus propios aportes teóricos. Otros, en cam-
espaciotiempo/Num.7/2012 98
bio evocan a Harley de manera más implícita,
como Alejandra Vega Palma, en “Cartografía y
escritura cartográica. Los diferentes Perú de la
Geografía y Descripción Universal de las Indias
de Juan López de Velasco” que analiza la articulación
entre saber y poder desde las prácticas
discursivas. En el trabajo de Guadalupe
Pinzón, “Francisco de la Bodega y Cuadra y
los mapas de Acapulco, Paita y Callao (1777-
1778), también encontramos una huella de la
obra de Harley cuando la autora decide analizar
los mapas en el contexto cultural en que fueron
creados y pensados. Ricardo Fagoaga Hernández
recupera en su texto “Noticias locales para
representaciones nacionales: mapa y planos de
las ‘Noticias Estadísticas’ de principios de siglo
(1836). El caso de la Huasteca potosina” la
idea de contexto del mapa cuando rescata la
importancia de los datos para que los planos y
mapas que acompañan a las “Noticias Estadísticas”
adquieran sentido, es decir –en palabras
del autor- “separando los mapas de su corpus
narrativo inmediatamente pierden el contexto
por el que fueron elaborados y muchos de los
elementos cubijados no tendrían traducción”.
En el ensayo de Thomas Hillerkuss y Elizabeth
del Carmen Flores Olague “El Mapa de Nueva
Galicia (1579) de Abraham Ortelius, sus fuentes
y su génesis” la huella harliana radica en analizar
las relaciones de poder en las cuales el cartógrafo
está inserto. Efectivamente, el texto se
centra en indagar sobre las fuentes de información
utilizadas por Ortelius para confeccionar el
mapa de la Nueva Galicia de 1579. Proponen
recuperar una descripción de la naturaleza de
Nueva España que Ortelius hizo en 1588 (y que
acompaña el atlas) como una fuente de información
y analizan el abanico de posibilidades
que se le abrió a cosmógrafo lamenco cuando
fue nombrado cosmógrafo de Felipe II.
La manera de pensar el mapa y la cartografía
presenta algunas variantes interesantes: en
algunos artículos, el mapa es el objeto de la
investigación; en otros, es concebido como la
fuente que permite indagar otros objetos. Entre
los que hacen del mapa su objeto de estudio
encontramos por ejemplo “O conhecimento
da área de fronteira entre Mato Grosso
e a América Española no século XVIII: a procura
de informações geográicas e cartográicas
por portugueses e castelhanos” de Mário
Clemente Ferreira quien utiliza a la cartografía
para reconstruir el camino que atravesaron los
portugueses y los españoles para obtener información
espacial de la frontera que compartían.
Tomando a los mapas náuticos como objeto
de estudio, Miguel Lourenço en “De São Lázaro
as Filipinas: imagens de um arquipélago na cartograia
náutica ibérica do século XVI”, indaga
sobre los cambios de la imagen de Filipinas en
la cartografía náutica de Portugal. Karina Bustos,
por su parte, en “Exploraciones Náuticas
en la costa del Pacíico mexicano. Cartas y derroteros
de la segunda mitad del siglo XIX” se
centra en demostrar cómo se va construyendo
el conocimiento náutico de la costa mexicana
del Pacíico con los aportes de las expediciones
de los Estados Unidos.
Otro artículo sobre este género cartográico
pero que pone énfasis en el mapa como medio
de estudio para visualizar los avances técnicos,
es el de António José Duarte Costa Canas: “A
introdução de Mercator na cartograia náutica
portuguesa”. El autor explora los cambios en
el arte de navegar y se propone superar los enfoques
historiográicos clásicos -que ven cierto
atraso de la cartografían náutica portuguesaencuadrando
a los avances técnicos en su
contextos culturales y políticos.
En otros ensayos, si bien el análisis se centra
en las instituciones y en los sujetos que se
encargaban de hacer obras cartográicas, las
conclusiones a las que llegan los autores se
desprende de los documentos cartográicos
(atlas, mapas, programas de cursos); el diálogo
se establece con el texto cartográico. Así, en el
artículo “Jaime Cortesão, cartólogo no Brasil.
Génese e conteúdo dos cursos de História da
Cartograia e da Formação Territorial Brasileira
leccionados no Itamaraty (1944-1950)” escrito
por Francisco Roque de Olivera se repasan las
publicaciones hechas por el historiador portugués
antes y después de sufrir el exilo. El autor
realiza un complejo manejo de fuentes que le
permite, entre otras cosas, examinar y reconstruir
las estructuras de los cursos y de las obras
que el gobierno brasilero le encargó a Cortesão
y analizar el camino recorrido hasta desembocar
en la obra de dos volúmenes História do Brasil
nos velhos mapas (1957-1971). Omar Moncada
Maya, en “Miguel Constanzó y el conocimiento
y la representación de California (1767-1770)”
99
CCSyH UASLP
se centra en destacar la importancia de la obra
de este cartógrafo para la representación del
territorio que hoy se conoce como California. A
través del análisis de la cartografía y de los diarios
de Contanzó, propone que la historiografía
recupere la igura del ingeniero como ‘fundador
de California’. El aporte que hace Valéria Trevizani
Burla de Aguilar en “O Atlas geográico
escolar de Candido Mendes de Almeida e o
ensino de geograia no Brasil Imperial” radica
en que entreteje la correlación existente entre
una geografía descriptiva y la cartografía (lo
que llama “mapa-mudo”) para la enseñanza de
la disciplina.
Contrariamente, la cartografía adquiere un rol
de fuente cuando los autores dialogan más de
cerca con otros dispositivos (disposición espacial
de elementos, los movimientos de fronteras
o la formación de ciudades) en los que el mapa
se convierte en la herramienta que permite visualizar
los movimientos espaciales. Esto se ve,
por ejemplo, en “Mapeando conlitos: poderes
locais, hierarquia urbana e organização políticoterritorial
nas Minas setecentistas” de Cláudia
Damasceno Fonseca quien estudia la ocupación
territorial de la Corona portuguesa y como
se visualizan estos movimientos en los mapas
del siglos XVI y XVII. Por su parte Renata Malcher
de Araujo en “Desenhar cidades no papel
e no terreno: cartograia e urbanismo na Amazónia
e Mato Grosso no século XVIII” estudia el
proceso de urbanización y como la cartografía
le permite analizar dicho proceso. Es atractiva
la idea que propone de leer la creación de los
pueblos (vilas) en dos escalas: una a “escala
do território”, en la que el pueblo es pensado
en función de establecer una frontera y, la otra,
la “escala da estrutura urbana” la que se realiza
sobre el terreno. En este análisis Malcher
de Araujo piensa la urbanización en tanto estrategia
territorial de la Corona, y asegura que
los pueblos “são pensadas como desenho que
desenham territórios”.
En esta misma línea metodológica Ángel García
Zambrano en “Transposiciones del paisaje
del lugar de proveniencia mítica en la geografía
de los pueblos indígenas de México” analiza
como son representados los paisajes liminares
en mapas y pinturas del siglo XVI. En “Pintura
de Atlatlahuca, 1588: un análisis espacial”,
Ana Elsa Chávez Peón Herrero, Gustavo Garza
Merodio y Federico Fernández Christlieb hacen
un aporte a la metodología para el estudio de
la geografía histórica a partir de mapas: los
autores realizan un trabajo de campo que les
permite contrastar los elementos que iguran en
el mapa de Atlatlahuca confeccionado en 1588
con los elementos presentes en el territorio actual.
Esta especie de corroboración espacial
entre el mapa del siglo XVI y el territorio de hoy
parece ser un buen ejercicio para demostrar que
los mapas antiguos tenían una espacialidad y
buscaban también precisión espacial. Esto nos
invita a (re)pensar el concepto de precisión y
ubicarlo en su contexto cultural, dicho de otra
forma: debería ser útil para discutir la universalidad
de los parámetros occidentales y modernos
de la precisión cartográica. Por otro lado
desarticula la acusación que reciben los mapas
-que no responden a las normas de la geodesia-
de “acientíicos” o “imprecisos”, acusación
(tantas veces usada) que resalta a los mapas
actuales como los únicos con rigurosidad cientíica
y por lo tantos “exactos” y “verdaderos”.
Tal vez, sería necesario mencionar que entre
el recuento, que hacen los autores, sobre los
trabajos que han analizado este mapa, falta la
mención que Alessandra Russo hace en su libro
Realismo circular, 2000.
Un artículo que introduce un vuelco novedoso
en el libro en particular, pero también promueve
un quiebre en la historia de la cartografía iberoamericana,
es el trabajo “Paisajes toponímicos.
La potencia visual de los topónimos y el
imaginario geográico sobre la Patagonia en la
segunda mitad del siglo XIX” de Carla Lois. La
autora -sin desconocer el valioso aporte de J.
B. Harley- propone superar la “perspectiva textual”
que viene dominando en la historiografía y
recuperar el aspecto y la importancia visual de
los mapas. Lois -posicionada desde lo que ya
desde hace algunos años se conoce como el
visual turn- plantea recuperar el aspecto visual
de los mapas en tanto imágenes. Si tenemos
en cuenta lo anteriormente dicho sobre la huella
que Harley produjo en los historiadores de
la cartografía este es un aporte sin duda novedoso
y estimulante porque abre nuevos caminos
y preguntas, nos invita a aproximarnos a
los mapas desde otra perspectiva, ya no desde
la textual sino desde la visual. Esta diferencia
en la manera de aproximarse al mismo objeto
espaciotiempo/Num.7/2012 100
(el mapa) podemos leerla en el ya citado trabajos
de Lois y en el articulo “Usos geopolíticos
da memória toponímica na formação do Estado
brasileiro (1750-1850)” de Íris Kantor. Ambas
autoras se focalizan en los topónimos pero
mientras Kantor lo hace desde lo que podemos
llamar la “potencia semiótica”, recuperando
así la dimensión texual de los mapas; Lois, en
cambio, se posiciona desde la visualidad del
mapa y propone destacar la “potencia visual”.
En síntesis, este libro expresa la consolidación
de una red de trabajo dedicada al estudio de la
cartografía en la región iberoamericana: desde
la realización del I Simposio Iberoamericano de
Historia de la Cartografía en Buenos Aires en el
año 2006 se abrió un camino en el que los historiadores
de la cartografía encontraron un espacio
de discusión y de intercambio intelectual
que en dicha circunstancia se materializó en el
libro publicado en México Historias de la Cartografía
de Iberoamérica. Nuevos caminos, viejos
problemas. Este camino encontró continuidad
en el Simposio celebrado en el año 2010 en San
Pablo y abrirá nuevas perspectivas de trabajo
en el evento que con el mismo título se realizará
en Lisboa en el año 2012.
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CCSyH UASLP
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libros
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Comunicación.
capítulos en libros
Bailey, J. (1989). México en los medios de comunicación estadounidenses. En J. Coatsworth y C. Rico (Eds.),
Imágenes de México en Estados Unidos (pp. 37-78). México: Fondo de Cultura Económica.
artículos en revistas académicas (journals)
* En revistas cuya numeración es progresiva en las diferentes ediciones que componen un volumen, se pone
solamente el número de este último (en caracteres arábigos):
Biltereyst, D. (1992). Language and culture as ultimate barriers? An analysis of the circulation, consumption and
popularity of iction in small European countries. European Journal of Communication, 7, 517-540.
* En revistas cuya numeración inicia con la página 1 en cada uno de los números que componen un volumen,
agregar el número del ejemplar entre paréntesis después de señalar el volumen:
Emery, M. (1989). An endangered species: the international newshole. Gannett Center Journal, 3 (4), 151-164.
* En revistas donde no se señala el volumen, pero sí el número del ejemplar, poner éste entre paréntesis:
Pérez, M. (1997). El caso de los balseros cubanos desde la óptica del periódico El Norte de Monterrey. Revista
de Humanidades, (2), 191-212.
* En ediciones dobles de revistas sin volumen seguir el siguiente ejemplo:
Trejo Delarbre, R. (1995/96). Prensa y gobierno: las relaciones perversas. Comunicación y Sociedad, (25/26), 35-56.
tesis
De la Garza, Y. (1996). Patrones de exposición y preferencias programáticas de los jóvenes de preparatoria de
Monterrey y su área conurbada. Tesis de Maestría, Tecnológico de Monterrey, Monterrey, México.
revistas no académicas y de divulgación
A diferencia de las revistas académicas, para las que sólo se reporta el año de edición y no los meses, en las
revistas comerciales o de divulgación se incluye el mes (en caso de periodicidad mensual) y el día (en caso de
revistas quincenales, semanales o de periódicos diariosSi se señala el autor del artículo, seguir este ejemplo:
Carro, N. (1991, mayo). 1990: un año de cine. Dicine, 8, 2-5. Cuando se omite el autor del artículo se inicia con
el nombre del artículo:
Inversión Blockbuster. (1995, julio). Adcebra, 6, 10. Se asocia Televisión Azteca con canal de Guatemala. (1997,
octubre 15). Excélsior, pp. F7, F12.
reseñas de libros y revistas
González, L. (1997). La teoría literaria a in de siglo [Reseña del libro La teoría literaria contemporánea]. Revista
de Humanidades, (2), 243-248.
mensajes de e-mail y grupos de discusión
Tratar igual que “Comunicación personal”. Se cita sólo dentro del texto y no se pone en la bibliografía. Ejemplo:
Existen actualmente alrededor de 130 escuelas de comunicación en el país (R. Fuentes, comunicación personal,
15 de febrero de 1998).
revista académica en la WWW
Fecha: usar la que aparezca en la página o sitio (si está fechada). En caso contrario, usar la fecha en que se
consultó.
López, J. R. (1997). Tecnologías de comunicación e identidad: Interfaz, metáfora y virtualidad. Razón y
Palabra [Revista electrónica], 2 (7). Disponible en: http://www.razónypalabra.org.mx
sitios no académicos en la WWW sin autor
DIRECTV Questions & Answers (1997, octubre). Disponible en: http://www.directv.com/
cd rom
Corliss, R. (1992, septiembre 21). Sleepwalking into a mess [Reseña de la película Husbands and wives] [CD
Rom]. Time Almanac. Washington, DC: Compact Publishing Inc.
Números previos de
espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
espaciotiempo 1 (primavera – verano 2008).
dossier: cultura y medio ambiente en la huasteca:
la población indígena y su entorno actual.
Contribuciones de:
Guy & Claude Stresser-Péan, Pedro S. Urquijo, Miguel Angel Sámano Rentaría &
Miguel Angel Romero Morales, Alan R. Sandstrom, György Szeljak & Anuschka
van´t Hooft, Miguel Aguilar-Robledo, Dominique Raby, Pedro Reygadas Robles-Gil,
Valente Vázquez Solís, Carlos A. Casas Mendoza.
espaciotiempo 2 (otoño – invierno 2008).
dossier: enfoques de la complejidad y el desarrollo
en las humanidades y las ciencias sociales.
Contribuciones de:
Antonio Aguilera Ontiveros & Julio César Contreras Manrique, Juan Luis Martínez
Ledesma, Sonia Lucía Peña Contreras, Stuart Shanker, Andrea Garvey & Alan
Fogel, Pedro Reygadas & Anuschka van’t Hooft, José Luis Piñuel Raigada & Carlos
Lozano Ascencio, Gustavo Aviña Cerecer, Verónica Alvarado, Héctor Magaña
Vargas.
espaciotiempo 3 (primavera – verano 2009).
dossier: arqueología en el norte de méxico.
Contribuciones de:
Emiliano Gallaga, Rafael Cruz Antillón & Timothy D. Maxwell, Jane H. Kelley, Todd
VanPool & Gordon F. M. Rakita & Christine S. VanPool, Moisés Valadez Moreno &
Denise Carpinteyro Espinosa & Paola Isabel Zepeda Quintero & Manuel Graniel
Téllez, John Carpenter & Julio Vicente, José Luis Punzo Díaz, Michelle Elliott &
Ben A. Nelson & Christopher T. Fisher, Achim Lelgemann, Hugo López del Río &
Fernando Mireles García & Raul Y. Méndez Cardona & M. Nicolás Caretta & Robert
J. Speakman & Michael D. Glascock, Peter C. Kroefges, José Domingo Carrillo.
Números previos de
espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
espaciotiempo 4 (otoño – invierno 2009).
dossier: ordenamiento territorial.
Contribuciones de:
Carlos Contreras Servín; Alejandro Ismael Monterroso Rivas, Jesús David Gómez
Díaz, Juan Ángel Tinoco Rueda, Esteban Betancourt Hinojosan & Alva Reynoso
Valdés; Nohora Beatriz Guzmán Ramírez; Adrián Moreno Mata; Marcos Algara
Siller, Carlos Contreras Servín, Guadalupe Galindo Mendoza y José de Jesús Mejía
Saavedra; Alfonso Munguía-Gil, Jorge I. Euán-Ávila & Ana García de Fuentes; María
Inés Ortiz Álvarez, Alma Villaseñor Franco y Leticia Gerónimo Mendoza; Wanderléia
Elizabeth Brinckmann.
espaciotiempo 5 (primavera – verano 2010).
dossier: sociedad y territorio.
Contribuciones de:
Carmelo Conesa García, Wanderléia E. Brinckmann, Rafael García Lorenzo, Ramón
García Marín & Alfredo Pérez Morales; Sara Barrasa García; Octavio A. Montes
Vega; Migu el Escalona Maurice; María Guadalupe Galindo Mendoza; Wanderléia E.
Brinckmann & Michele Peixoto Friedrich; Noé Aguilar Rivera; Adrián Moreno Mata,
Rigoberto Lárraga Lara & Victor Benítez Gómez; Carlos Contreras Servín.
espaciotiempo 6 (otoño-invierno 2010).
dossier: crónicas del nuevo mundo, siglos xvi - xviii. nuevas aproximaciones
teóricas.
Contribuciones de:
María de Jesús Benítez, Manuel Pérez, Jimena N. Rodríguez, Hugo H. Ramírez, Valeria
Añón, Bryan Green, Alejandra Balduvín, Sara Tovar.
En el próximo número de
espaciotiempo
Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades
Año 6, Número 8, Otoño-invierno 2012
Dossier
POLÍTICAS HIDRÁULICAS Y REPERCUSIONES SOCIALES, ECONÓMICAS,
CULTURALES Y MEDIOAMBIENTALES EN ANDALUCÍA Y MÉXICO.
Jesús Raúl Navarro García
Expansión hidráulica, políticas sanitarias, conlictos bélicos y desastre ecológico en el
control del paludismo en España durante el primer tercio del siglo XX.
Julio Contreras
Entre endemia y epidemia. El paludismo en el estado de Chiapas. 1873-1940.
Alice Poma
Es que no es como un corralito donde vas a sacar unas gallinas: la dimensión cultural de la
protesta de los afectados por obras hidráulicas.
Anahí Copitzy Gómez Fuentes
Mujeres, afectadas y lideresas. Impactos personales, sociales y culturales por la construcción
de presas.
José Luis Gutiérrez Molina
Las grandes obras hidráulicas franquistas: la explotación humana y el desarrollo.
Félix Moreno
Los regadíos del Bajo Guadalquivir, una evaluación de política hidráulica.
José Esteban Castro
La dimensión epistémica en la lucha por la democratización del gobierno y gestión del agua
en America Latina y el Caribe.
Editor invitado
Jesús Raúl Navarro García.