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Articulaciones_entre_Ecologia_Politica_G

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espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Es una publicación semestral arbitrada de la

Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.

Esta revista difunde (en español, inglés, francés

y portugués) resultados de investigación original,

ensayos de revisión y reseñas escritas por cientíicos

sociales y humanistas, de preferencia sobre América

Latina.

Is a half-yearly peer-reviewed publication by the

Autonomous University of San Luis Potosí, México.

This journal disseminates (in spanish, english, french

and portuguese) the results of original investigations,

review articles and book reviews written by social

scientists and humanists, preferably about Latin

America


espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Universidad Autónoma de San Luis Potosí

Rector: Arq. Manuel Fermín Villar Rubio

Secretario General: Lic. David Vega Niño

Presidente Editorial: Dr. Miguel Aguilar Robledo

Editor Responsable: Dr. José Luis Pérez Flores

Asistente editorial: Mtra. Heidi Cedeño Gilardi

Editores invitados del presente número:

Dra. Perla Zusman

Dr. Miguel Aguilar Robledo

Dr. Enrique Delgado López

Comité Editorial

Dr. Carlos Contreras Servín

Dr. R. Alejandro Montoya

Dr. M. Nicolás Caretta

Dr. Marco Antonio Pérez Durán

Dr. José Guadalupe Rivera González

Dra. Guadalupe Salazar González

Consejo Consultivo

Dra. Eugenia María Azevedo Salomao (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México)

Dr. Juan José Batalla Rosado (Universidad Complutense de Madrid, España)

Dra. Marilia Brasileiro-Texeira Vale (Universidad de Uberlandia, Minas Gerais, Brasil)

Dr. Karl W. Butzer (University of Texas, Austin, EUA)

Dr. Daniel Hiernaux (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)

Dr. Mads Ravn (Universitetet i Stavanger, Noruega)

Dr. Ben Nelson (Arizona State University, EUA)

Dra. Alessandra Pecci (Universidad de Sienna, Italia)

Dr. José Luis Ruvalcaba (Universidad Nacional Autónoma de México)

Dr. Rudolf Van Zantwijk (Universiteit Utrecht, Países Bajos)

Dr. Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt, Alemania)

Diseño editorial: LCG. Lucía Ramírez Martínez

Imagen en la portada: Cusco, Perú, cortesía del Dr. José Luis Pérez Flores

espaciotiempo. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades. Año 5, Nº 7 Primavera-verano, julio -

diciembre de 2012, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí a través de la

Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades con domicilio en Av. Industrias No. 101-A, Fraccionamiento Talleres,

C.P. 78494, San Luis Potosí, San Luis Potosí. Tel (444) 818 24 75 y (444) 818 64 53. Editor responsable: Dr. José Luis Pérez

Flores. Reservas de Derecho al uso Exclusivo No. 04-2013-022713564800-102, ISSN 2007-0608, ambos otorgados por

el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de Título en trámite, Licitud de Contenido en trámite, ambos otorgados

por la Comisión Caliicadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación, Permiso SEPOMEX

en trámite. Impresa en Autoediciones del Potosí, S.A. de C.V. Hogar del Niño #296, Col. Centro, San Luis Potosí, México.

El contenido de los artículos es responsabilidad de los autores. Éste número se terminó de imprimir el 10 de diciembre

de 2012 con un tiraje de 500 ejemplares.

Este número fue inanciado por el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional de la UASLP (PIFI2010-24MSU0011E-20)


espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Año 5, Número 7, Primavera- Verano 2012

DOSSIER

La geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográicas y la historia territorial

PRESENTACIÓN

Perla Zusman

Miguel Aguilar Robledo

Enrique Delgado López

La geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográicas y la historia territorial ......... 4

CONTENIDO

Kent Mathewson

Latin American Historical Geography: Berkeley School Contributions and Continuities ..................................... 7

Carla Lois

¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia de la cartografía en América

latina ................................................................................................................................................................... 14

Guillermo Gustavo Cicalese

Ritos, ceremonias y memoria de las Sociedades CientÍicas Tradicionales en Argentina. La Academia Nacional

de Geografía y la Sociedad Argentina de Estudios Geográicos (GAEA) en el Último Cuarto del Siglo XX ....... 30

María Laura Silveira

El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio .................................................................. 51

Patricia Clare

Silvia Meléndez

Articulaciones entre Ecología Política, Geografía Histórica e Historia Ambiental: Paisaje y Poder .................... 65

Perla Zusman

Miguel Aguilar Robledo

Enrique Delgado López

La geografía histórica en América Latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras ........ 83

RESEÑAS

Larissa Alves de Lira

Geograia Histórica do Brasil. Cinco Ensaios, Uma Proposta e Uma Crítica ..................................................... 94

Malena Mazzitelli Mastricchio

Francisco Roque de Olivera, Héctor Mendoza Vargas (coord.), (2010), Mapas de metade do mundo. A

Cartograia e a construção territorial dos espaços americanos. Séculos XVI a XIX./Mapas de la mitad del mundo.

La cartografía y la construcción territorial de los espacios americanos. Siglos XVI al XIX, Centro de Estudos

Geograicos Universidad de Lisboa, Instituto de Geografìa de la UNAM, Lisboa/Ciudad de México, 463 p. ... 98


presentación

la geografía histórica en américa latina: entre la historia

de las ideas geográficas y la historia territorial

Perla Zusman

Investigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina

Miguel Aguilar Robledo

Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí,

México.

Enrique Delgado López

Profesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San

Luis Potosí, México.

En las dos últimas décadas, los estudios de

geografía histórica han adquirido relevancia a

nivel internacional y, en especial, en los países

de América Latina. Un conjunto de procesos

políticos y epistemológicos parecerían explicar

este interés. En efecto, los procesos de

globalización y la resigniicación del papel del

Estado en dicho contexto habrían dado paso a

un conjunto de estudios destinados a repensar

los procesos de construcción estatal y de los

territorios asociados. A su vez, los problemas

ambientales que se observan en la actualidad

llevaron a relexionar sobre la forma en que

distintas sociedades entablaron las relaciones

con la naturaleza en épocas pasadas. El marco

del posestructuralismo, los estudios poscoloniales

y el “giro” cultural han permitido incorporar

sujetos y prácticas que hasta inales de la

década de 1980 habían permanecido invisibilizados

en los procesos de análisis de paisajes

y lugares del pasado. La abundancia y diversidad

de trabajos justiica que los estados de

la cuestión anuales en esta área de la geografía

sean habituales en la revista Progress in Human

Geography (ver Naylor 2008; Mayhew, 2010,

2011; Offen, 2012). Cabe destacar también que

los análisis más recientes sobre el estado de

la geografía publicados en español incorporan

una relexión sobre la situación de la Geografía

Histórica (Zusman, 2005; Calderón Aragón,

2005; Sunyer, 2010; Mendoza Vargas, 2011).

En este contexto, el número 7 de espaciotiempo.

Revista Latinoamericana de Ciencias

Sociales y Humanidades tiene como objetivo

presentar un conjunto de trabajos que ofrecen

un panorama del estado de desarrollo de los

estudios de geografía histórica en América Latina.

Este panorama no busca, como plantea

Mathewson en su texto, identiicar el grado de

“progreso” o estancamiento de esta línea de

investigación. Más bien intenta aproximar al

lector al tipo de abordajes y temáticas que se

desarrollan en este campo en la actualidad. En

este sentido, los artículos que conforman este

número especial hacen de la geografía histórica

y de la práctica de los geógrafos históricos su

objeto de relexión. Así, la mayoría de los textos

se preocupan por reconstruir algunos caminos

teóricos, conceptuales y metodológicos seguidos

por los estudios en este subcampo disciplinar.

Pero el recorrido elegido por los trabajos

nos habla, en primer lugar, de la diicultad de

escindir la historia de las ideas geográicas de

la historia del territorio. De hecho, son las ideas

ilosóicas y políticas que orientan las acciones

sobre el territorio las que ayudan a interpretar

las motivaciones y acciones que llevaron a que

los territorios tuvieran una determinada coniguración

y no otra.

En segundo lugar, los textos nos aproximan

a la variedad temática que concentra la atención

en la actualidad de la geografía histórica.

A su vez, las distintas perspectivas que orientan

estos análisis, donde el diálogo con otras

disciplinas (sean éstas las ciencias humanas o

naturales) ocupa un papel fundamental, garantizan

esta diversidad.

Los dos primeros artículos de este número

especial pretenden ofrecer un panorama

general de los estudios de geografía histórica

que tienen América Latina como objeto de

espaciotiempo/Num.7/2012 4


atención. El texto de Kent Mathewson, titulado

“Carl Sauer and the Berkeley School.

Contributions to Latin Americanist Historical

Geography”, identiica las inluencias de la

es cue la saueriana en el pensamiento de a que llos

geógrafos que desarrollaron una geo grafía

histórica latinoamericana. Estas inluencias se

pueden observar en la sexta generación de

discípulos y en algunas líneas de investigación

que se llevan adelante en México hoy, como

son los estudios sobre la organización de asentamientos

humanos, las prácticas agrícolas y su

difusión o el impacto de la ocupación europea en

las formas de vida de las poblaciones originarias

y sus ambientes, entre otros. El texto “La

geografía histórica en América Latina: propuestas

teóricas, caminos recorridos y tendencias

futuras”, escrito por Perla Zusman, Miguel

Aguilar Robledo y Enrique Delgado López, nos

ofrece una perspectiva más amplia que la propuesta

de Mathewson respecto de las tendencias

que se observan hoy en América Latina en

geografía histórica. En él se identiican distintas

inluencias teóricas (desde las propuestas

braudelianas hasta las posestructuralistas) y las

distintas preocupaciones temáticas (las orientaciones

teóricas; los procesos de formación

territorial; y viajeros, cartografías e imaginarios).

A su vez, se plantea una agenda de abordajes y

contenidos que podrían derivarse de las cuestiones

que hoy se discuten en la política y en la

academia en la región.

Los artículos de María Laura Silveira, Carla

Lois, Patricia Clare y Silvia Meléndez dirigen

su atención a ciertas cuestiones sectoriales:

la técnica, la cartografía y el ambiente.

Así, a través de su texto titulado “El fenómeno

técnico en la comprensión de la historia del

territorio”, María Laura Silveira realiza un recorrido

sobre la forma en que los clásicos de la

geografía humana, particularmente de la geografía

francesa, incorporaron la idea de técnica

en la discusión de la relación entre sociedad y

medio. A partir de este bagaje teórico busca

deinir a la técnica no sólo como expresión

de culturas pasadas sino como “fenómeno

histórico que es, al mismo tiempo, forma,

acción o evento” y que cumple un papel

activo en la constitución y recreación del

espacio geográico. En este sentido, la autora

propone estudiar la relación entre política,

epistemología y técnica para comprender la

actual división del trabajo, reconocer sus responsables

y los procesos que la legitiman.

Desaiando la concepción de la cartografía

como una técnica y pensando a los mapas

como productos históricos y culturales, el

artículo de Carla Lois, denominado “¿Desde

la periferia? Enfoques y problemas de la agenda

actual sobre la historia de la cartografía en

América Latina”, rastrea el proceso de irrupción

de la lectura cartográica de Brian Harley como

dispositivo cultural en el contexto anglosajón

y latinoamericano. Las diferentes resonancias

en ambos marcos académicos de la obra de

este historiador de la cartografía la llevan a

relexionar sobre el obstáculo que representa el

imaginario nacional y la propia idea de periferia

en el estudio de la producción cartográica

en América Latina y que no toma en cuenta

la circulación a través de redes de mapas, textos,

lenguas e ideas que suele estar ligada a

esta producción. Por su parte, Patricia Clare

y Silvia Meléndez buscan construir puentes

entre los estudios de Ecología Política, Historia

Ambiental y Geografía Histórica. En esta

búsqueda distinguen que las ideas de poder y

de construcción multiescalar (tanto del espacio

como del tiempo) contribuyen a pensar al paisaje

como categoría (teórica y aplicada) y aproximar

esos tres campos de análisis.

Finalmente, el texto de Guillermo Cicalese

elige un punto de partida diferenciado para

comprender la formación de territorios

pasados. Así, su artículo “Ritos, ceremonias y

memoria de las Sociedades Cientíicas tradicionales

en la Argentina. La Academia Nacional

de Geografía y la Sociedad Argentina de Estudios

Geográicos (GAEA) en el último cuarto de

siglo XX”, recurre a los debates actuales sobre

la idea de memoria colectiva y testimonio para

develar el proceso de constitución de autoridades

enunciativas, con legitimidad para

hablar sobre los procesos de formación territorial

pasados y presentes. En este sentido,

el texto se preocupa por indagar las formas

en que dos corporaciones geográicas en

Argentina, la Sociedad Argentina de Estudios

Geográicos y la Academia Nacional de Geografía,

construyen un conjunto de relatos, ritos

y ceremonias que otorgan a estas instituciones

una fuerza simbólica suiciente para ser

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CCSyH UASLP


reconocidas como supuestos portavoces de

una única propuesta epistemológica y política

posible de la Geografía.

La única conclusión que podemos derivar del

recorrido realizado por los distintos artículos es

que la geografía histórica de la región no conforma

un cuerpo de conocimiento único, ni resulta

de ningún tipo de ortodoxia académica. Los

caminos seguidos derivan de las trayectorias

de investigación y de los debates que cruzan

estas investigaciones. También inluencian las

propias trayectorias de las instituciones en las

que se insertan los investigadores, la posición

de estas instituciones en el sistema-mundo y

los recorridos personales de los especialistas.

Como airma Offen (2012) para la Geografía

Histórica Internacional, el subcampo cuenta

con una gran vitalidad. Esperamos que este

dossier -a partir de las discusiones que generen

los textos incluidos en el mismo- ayude a mantener

y promover su fortaleza.

Hiernaux, Alicia Lindón (eds) Tratado de Geografía

Humana. Universidad Autónoma Metropolitana,

& Anthropos, Mexico, pp. 170-186.

Bibliografía citada

Calderón Aragón, G. (2005), “La geografía histórica

en México”. Anais do X Encontro de Geógrafos

da América Latina, Universidade de São

Paulo, Brasil.

Mayhew, R. J. (2011), “Historical geography,

2009–2010: Geohistoriography, the forgotten

Braudel and the place of nominalism”. Progress

in Human Geography, 35 (3), pp. 409-421.

Mayhew (2010), “Historical Geography, 2008-

2009: Mundus alter et idem”. Progress in Human

Geography 34 (2), pp. 243-253.

Mendoza Vargas (2011), “La Geografía histórica

en México, 1950-2000”. En: Hiernaux, D.,

Construyendo la Geografía Humana, México-

Barcelona: UAM-Anthropos, pp 132-151.

Naylor, S. (2008), “Historical geography: geographies

and historiographies”. Progress in Human

Geography, 32 (2), pp. 265-274.

Offen, K. (2012), “Historical Geography I: vital

traditions”. Progress in Human Geography, 36

(4), pp. 527–540.

Sunyer, P. (2010), “La geografía histórica y las

nuevas tendencias de la geografía humana”.

En: Lindón, A., Hiernaux, D. Los giros de la

Geografía Humana. México-Barcelona: UAM-

Anthropos. pp. 143-173.

Zusman, P. (2005) “Geografía Histórica y fronteras.

Propuesta de un itinerario”. En: Daniel

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latin american historical geography: berkeley school

contributions and continuities

Kent Mathewson

Department of Geography & Anthropology, Louisiana State University

Abstract

Historical Geography as a distinct subield has

emerged only in the past century. Work that one might

identify as historical geography certainly predates

this, and would include Alexander von Humboldt’s

masterful essays on New Spain and Cuba. However,

a distinctly Latin Americanist historical geography

as an organized research program dates to the

1920s with Carl O. Sauer’s initial ield trips to

Northwest Mexico. This paper provides an overview

of the contributions of Sauer, his students, and

his associates in what has come to be called the

“Berkeley school.” In his 1940 Presidential Address

to the Association of American Geographers,

“Foreword to Historical Geography,” Sauer proposed

a number of promising topics awaiting historical

geographers. These included: human impacts on

physical environments, settlement sites and patterns,

material culture morphologies, cultural climaxes,

receptions, and conlicts. Many of these themes

were taken up, and many others added to this list

over the next half-century. Geographers identifying

with, or working within its traditions, continue to

produce much of the Anglophone research and

publication on the historical geography of Latin

America. Recently, Latin American geographers – in

Mexico and Colombia in particular – have begun to

explore the Berkeley school approaches as models

for their research.

Key words: Carl O. Sauer, Berkeley school, history

of geography

Resumen

La geografía histórica surgió el siglo pasado como

un subcampo de la geografía, algunos de sus precedentes

incluyen los ensayos de Alejandro von Humboldt

sobre Nueva España y Cuba. Sin embargo, la

geografía histórica latinoamericanista organizada

como un programa de investigación especíico, surge

en la década de 1920 con el trabajo de campo de

Carl O. Sauer en el noroeste de México. Este artículo

describe las contribuciones de Sauer, sus estudiantes

y sus socios en lo actualmente se conoce como

la “escuela de Berkeley.” En su discurso presidencial

de 1940 “Introducción a la geografía histórica” dirigido

a la Asociación Americana de Geógrafos, Sauer

propuso una serie de temas prometedores a los

geógrafos históricos. Estos incluyen: los impactos

humanos en entornos físicos, sitios de asentamiento

y patrones, morfología de la cultura material, clímax

cultural, recepciones y conlictos. En la segunda

mitad del siglo XX, algunos de estos temas fueron

adoptados a las agendas de investigación. La mayor

parte de la investigación y publicación de la geografía

histórica de América Latina ha sido realizada

por geógrafos de lengua anglofona. Recientemente,

los geógrafos latinoamericanos – Particularmente en

México y Colombia - han comenzado a explorar los

enfoques de la escuela de Berkeley como modelos

para su investigación.

Palabras claves: Carl O. Sauer, escuela de Berkeley,

historia de la geografía

Not surprisingly, historical geographers have been chroniclers and appraisers of their own subield

of geography, but not as conscientiously or consistently as one might expect. From time to time

historical geographers have taken stock of their craft and its products. For example, North American

historical geographers have only sporadically reviewed their ield, commenting on collective

“progress” or lack of it and offering prescriptions for the way ahead. Although work in what most would

recognize as historical geography (as a distinct subield of the larger discipline of geography) began

to emerge a century or more ago, the irst seemingly self-conscious appraisal was Carl Sauer’s 1940

Presidential Address to the AAG –“Foreword to Historical Geography” (1941). Even then, Sauer’s title

suggests recency rather than long standing. To be sure, Sauer located historical geography’s roots in

venerable ancestors such as Alexander von Humboldt with his political essays on Mexico and Cuba,

but for the most part Sauer saw a ield waiting to be plowed, planted, and propagated. He then offered

a dozen themes or topics inviting inquiry. Among them were: human agency on physical geographic

features and processes; settlement sites and patterns; material culture morphologies; cultural

climaxes; cultural receptivity; and cultural areal conlict. Sauer, his students, and his associates

within the Berkeley school followed up a number of these suggestions, and developed other topics

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CCSyH UASLP


latin american historical geography: berkeley school contributions and continuities

as well. As I will discuss and illustrate, Sauer

and his Berkeley school associates represent

the largest and perhaps the most signiicant

sector of Latin Americanist historical geography.

It also should be pointed out that while the

core igures of the Berkeley school comprised

Sauer and his doctoral students, and in many

cases their students, the larger collectivity

includes Sauer’s “descendents” into the sixth

generation now, as well as many geographers

without formal genealogical afiliation but strong

afinities for the school’s methods, perspectives,

and predilections (Brown & Mathewson, 1999).

Following Sauer, the next appraisal of

historical geography was drafted by Andrew

Clark (1954) for the mid-century benchmark

volume American Geography: Inventory &

Prospect (James & Jones, 1954). Clark studied

with Sauer at Berkeley, but struck out on his

own afterward, founding what is sometimes

referred to as the Wisconsin school of historical

geography (Conzen, 1993, pp. 56-62). Clark’s

and his students’ regional focus was on

North America and European settlement,

more economic than ecological, and in closer

conversation with historians than Sauer’s

exchanges with a wide range of specialists in

numerous ields. Clark’s (1954) review sketched

the boundaries of the ield, its old world origins,

and offered a current inventory with concluding

remarks projecting its future in North America.

Despite the fact that Clark (1954, p. 83) states:

“Two names dominate the contemporary record:

Ralph Brown and Carl O. Sauer,” he limits his

remarks to generalities concerning Sauer and

the Berkeley school’s work. No speciic Latin

American studies are mentioned in the main

text, though representative examples are cited

in a footnote. By this time a signiicant quantity

of high quality work had been produced. Clark

(1954, p. 86) further distinguishes Sauer and

associates from what he presumably felt to be

the mainstream of North American historical

geography in saying that the Sauerians chose

Latin America because it “offered a ield for

research where the signiicance of culture

history to contemporary cultural geography

was especially clear […]”. Clark sums up his

(1954, p. 86) reticence to put the Berkeley work

in larger relief, let alone in the mainstream,

with a revealing position: “An explanation of

the leading role of the Berkeley group within

recent American history geography should

be part of this inventory, but is not easily

made.” He (1954, p. 88) goes on to infer that

Sauer’s unorthodoxies and “disdain for formal

disciplinary boundaries” makes charting his

place in historical geography too complicated

and thus unnecessary. This legacy of relegating

Latin Americanist historical geography beyond

the pale of mainstream historical geography has

persisted to the present (Sluyter & Mathewson,

2007). Clark (1972) authored an update on the

state of North American historical geography as

part of Alan Baker’s (1972) major survey of the

subdiscipline. He continued to view Sauer and

his Latin Americanist students as on, or beyond

the margins of historical geography. In the

same volume David Robinson’s (1972) survey

of “Historical Geography in Latin America” gave

Sauer and his students very positive appraisals.

In fact, they were the only North American

historical geographers that apparently merited

mention. Since then, others outside the Berkeley

tradition, most notably Robinson and his

students, have made signiicant contributions

to the ield (Greenow, 1983; Robinson, 1979,

1981, 1988, 1989, 1990). Another two decades

passed before a major review of historical

geography appeared (Conzen, Rumney & Wynn,

1993). While it offers a superb accounting, it is

limited to “geographical writing on the American

and Canadian past.” As with Robinson’s

assessment, Sauer and his associates are fully

included and commended, even though much

of their research was in Latin America. Conzen

(1993, p. 33) makes this explicit in stating:

“The Sauer legacy in American historical

geography is by far the broadest and deepest

in the discipline, and its intellectual heritage

is very much among leading scholars in the

ield today.” This assertion can be measured

(and conirmed) by consulting other literature

surveys. Portions of the progress reports on

Latin America in the Geography in America

volumes (Gaile & Wilmott, 1989, 2003) cover

historical geography. In both, David Robinson

(1989, 2003) is the authority and author making

the appraisals. Sauer’s legatees receive their

due, but they have been joined by a larger

collectivity that has expanded the purview

of Latin Americanist historical geography

espaciotiempo/Num.7/2012 8


kent mathewson

considerably. The corpus still remains largely

Anglophone, with North Americans in the

majority and British trained geographers the

minor contributors (but see Bell 1998, Endield

2008; Newson 1976, 1986, 1987, 1995;

Robinson, 1979; Smith, 1970). Latin Americanist

historical geographic studies in languages

other than English also comprise a minority.

Earlier generations of German geographers

(Lauer, 1961; Sandner, 1985; Sapper, 1936;

Schmieder, 1928; Termer, 1950; Waibel, 1943),

and to a lesser extent French geographers

(Deffontaines, 1938; Monbeig, 1952; Roche,

1959), produced an important corpus of work,

but in recent decades their compatriots have

shown little interest in following their footsteps

in or to Latin America. On the other hand, there

is a growing interest among Latin American

geographers in producing historical studies of

their own lands (Aguilar-Robledo, 2008; Hall,

1985; Outtes, 1997).

Carl Sauer’s (1932, 1948) contributions to

Latin Americanist historical geography were

concentrated primarily on Mexico where he did

the majority of his ield and archival work during

the 1930s and 40s. A number of his doctoral

students (Meigs, 1935; Brand, 1933; Bruman,

1990 [1940]; Stanislawski, 1944; West 1949;

Aschmann, 1959) pursued historical topics

under Sauer’s direction in Mexico. In addition,

an equal number did doctoral studies on topics

elsewhere in Latin America involving varying

degrees of historical research (McBryde, 1948;

Parsons, 1949; Wagner, 1958; Gordon, 1954;

Johannessen, 1963; Edwards, 1965). Among

these dozen students, several of their students

have pursued Latin Americanist historical

studies and so on into the sixth generation

(Brown & Mathewson, 1999). Among these,

James Parsons stands out. His students

include Denevan (1966, 1976), Barrett (1975),

Rees (1976), and Murphy (1986), all of who did

historical dissertations. Moreover, Denevan,

with his base at the University of Wisconsin-

Madison for more than thirty years (1964-1995),

oversaw more than a dozen dissertations with

some Latin Americanist historical content. These

include studies focused on questions of pre-

Columbian agricultural systems (Knapp, 1991;

Turner, 1993; Mathewson, 1987). Subsequently,

many of the Denevan legatees have published

on historical topics (Gade, 1999; Doolittle, 1990;

Sluyter, 1995; Whitmore, 1992).

While it would be inaccurate to characterize

the Berkeley school Latin Americanists as

primarily historical geographers, one of the

deining characteristics of the school is

adherence to what Sauer termed the “genetic”

or historical approach. In turn, Sauer was

committed to culture history as method, with

its search for origins and diffusions. In Sauer’s

case and for many Sauerians as well, historical

geographic research drew on a wide range of

sources, not just the written record. Evidence

and data derived from geomorphic, pedologic,

palynological, archaeological, botanical, and

other scientiic methods all could be enlisted in

solving cultural historical questions. As a result,

“all of human time” fell within the purview of

historical geography. For the Neotropics this

meant at least back to the terminal Pleistocene,

but perhaps many millennial earlier. In turn, this

opened up the ield to a much wider variety of

topics than if the rubric historical geography

pertained only to the post-Columbian written

record. Among these topics receiving the most

attention have been: early human occupation;

agricultural origins and dispersals, pre-

European agricultural systems, aboriginal

landscape change, aboriginal depopulation,

and what Sauer termed “archaeogeography” or

in today’s terms landscape archaeology. For the

colonial period the primary focus for Sauer was,

and for his legatees has been, on European

colonial impacts on native peoples and

environments (Davidson, 1974; Denevan, 1992;

Hunter, 2009; Lovell, 1985; Lovell & Lutz, 1995;

Sauer, 1966; Stanislawski, 1983; West, 1952).

Here, both the geographers’ and the historians’

conventional tool kits are put to work. As the

post-colonialnational periods unfold, the interest

and historical scrutiny generally recedes (but

see Parsons, 1967; Siemens, 1990; Zelinsky,

1949). This is not to say the past two centuries

have been completely ignored, but what Sluyter

(2005) termed “recentism” in regard to Latin

Americanist environmental historians cannot

be leveled at the Sauerians. Where Sauer did

recommend study of the relatively recent past

was in regard to the history of geographers

and geographical research itself. In a sense

self-study or relexivity at the disciplinary level,

9

CCSyH UASLP


latin american historical geography: berkeley school contributions and continuities

Sauer (1941) saw the history of geography as

one of the three underpinnings of the discipline

(the other two were close association with

anthropology and maintaining a strong physical

geography). This pursuit has enjoyed some

attention in chronicling the work of Berkeley

school Latin Americanists and their precursors

such as Alexander von Humboldt (Mathewson,

2002; Sauer, 1982; Sluyter, 2006; West, 1979,

1981; Zimmerer, 2006).

At the turn of this century Berkeley trained

cultural geographer Bret Wallach (1999) asked

the question: would Sauer’s cultural historical

vision and project make it “across the bridge

to the new millennium”? Wallach was uncertain

that it would be carried forward, at least in the

short term. A decade into the new century,

evidence suggests that it is alive among a new

generation of Latin Americanist geographers

at select geography programs such as at the

University of Texas-Austin and Louisiana State

University, but no longer at the former culture

hearth – Berkeley. In addition to the several

dozen currently active Latin Americanist Sauer

legatees, the work of geographers such as

Karl Butzer (1992; Butzer & Butzer, 1993)

and his UT-Austin students (Aguilar-Robledo,

1993, 2009) complements and reinforces the

tradition. Equally encouraging, cultural and

historical geographers in Latin America are

discovering Sauer and his Berkeley school.

Sauer, West, Parsons, and others are being

translated into Spanish and Portuguese and

read by new generations of geographers from

Mexico to Argentina (Mathewson, 2009). 1 For

the foreseeable future, one can predict that

Sauer and his example will continue to inspire

and guide important work in Latin Americanist

historical geography.

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13

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda

actual sobre la historia de la cartografía en américa

latina

1

Carla Lois

CONICET – UBA – UNLP

Resumen

Desde hace unos veinte años, el campo de la historia

de la cartografía es objeto de relexiones que proponen

pensar el mapa como un dispositivo cultural

atravesado por intereses, subjetividades y discursos.

Las nuevas perspectivas promueven desanclar el

objeto cartográico del terreno de las preocupaciones

nacionales (y nacionalistas) que buscaban en los

mapas apenas la legitimación de reivindicaciones

territoriales. También ofrecen herramientas teóricas

para problematizar las perspectivas técnicas que tradicionalmente

pusieron el acento en cuestiones tales

como la precisión y la exactitud para narrar la evolución

del saber cartográico.

La incorporación de estas dimensiones de análisis

permite reinscribir la tradición y las prácticas cartográicas

en la historia cultural de la geografía. En

particular, un abordaje como éste permite interrogar

los modos de pensar los mapas en relación con las

agendas locales, regionales e internacionales actuales

de la investigación en la historia de la cartografía

o, dicho de otro modo, hacer una geografía de la historia

de la cartografía. A partir de estas cuestiones,

se propone compartir una relexión acerca de los desafíos

que la historia de la cartografía puede ofrecer

para las geografías latinoamericanas.

Palabras clave: historia de la cartografía – América

Latina – agenda académica – historiografía

Abstract

Since about twenty years, the ield of the history of

the cartography has been the object of relections

that propose to think about maps as cultural devices

crossed by interests, subjectivities and discourses.

These new perspectives criticize the way that traditional

approaches had been engaged to use ancient

maps in order to justify the national (and nationalists)

preoccupations -basically for supporting territorial

vindications. By adopting renewed theoretical tools,

technical perspectives that have traditionally been

more interested in questions such as accuracy to

narrate the evolution of the cartographic knowledge

are being replaced by a humanistic approach that

inserts the cartographical tradition and the mapping

practices into the cultural history of geography and

allows to link the ways of thinking maps with local,

regional and international current agendas in the

history of cartography or, in other words, to make a

geography of the history of the cartography. From

these questions, this article aims to share a relection

about the challenges that the history of the cartography

can offer for Latin American geographies.

Key words: history of cartography – Latin America

– academic agenda – historiography

Una renovación teórica, una nueva agenda temática

En 1989, J.B. Harley publicó el ya célebre artículo “Deconstructing the map” 2 (donde pretendía

ainar el método para profundizar la propuesta que había hecho en “Maps, Knowledge, and

Power”,1988) y al que pronto seguiría “Cartography, Ethics and Social Theory” (1990). Luego de una

sólida carrera como cartógrafo y estudioso de mapas medievales, Harley airmaba que la cartografía

y su ethos cientíico eran meras retóricas que enmascaraban la manera en la que los mapas, asumidos

como verdaderos instrumentos de conocimiento y poder, constreñían la conciencia espacial

dentro de un discurso totalizador que perpetuaba las ideologías de las elites. 3

1

Este texto es una versión ampliada de la presentación realizada en las Jornadas de Investigación en Geografía. Panel “Cuestiones

teórico metodológicas en la investigación geográica”, Centro de Investigaciones Geográicas, Facultad de Humanidades y Ciencias

de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, 12 de noviembre de 2010. Agradezco las lecturas y los comentarios que

Matthew Edney, Jean-Marc Besse, Chet van Duzer, Neil Saier y Jordana Dym hicieron de versiones preliminares de este texto.

2

Luego fue reimpreso en varias otras obras y traducido a varias lenguas, entre ellas el alemán, el francés y el español (esta última

en Harley, 2001).

3

Para un análisis de la carrera y legado intelectual de J. B. Harley, véase Edney (2005b, p. 3).

espaciotiempo/Num.7/2012 14


carla lois

A partir de la impugnación del modelo representacional

(que puede sintetizarse con

la deinición que la International Cartographic

Association propone del mapa como la “representación

a escala de la supericie terrestre o

de una parte de ella”, presuponiendo una correspondencia

mimética entre la imagen y lo

real), Harley (2001, pp. 199-200) proponía una

conceptualización del mapa como formación

discursiva. Sus relexiones permitían instalar el

estudio de los mapas y de las prácticas cartográicas

en el campo de los estudios culturales

donde proliferaban los enfoques desde la textualidad

que proponían traspasar el nivel de la

enunciación para acceder a la trama metafórica

y simbólica inherente a los mapas.

La crítica de Harley contra el establishment de

la academia anglosajona era tan virulenta que

las reacciones no se hicieron esperar. Como

puede imaginarse, las primeras reacciones surgieron

en el seno de la comunidad académica

dentro de la que Harley había emergido y contra

la cual se rebelaba: lo acusaron de proponer

postulados ilosóicos generales que eran

inaplicables a la cartográica práctica (temática

y topográica) y, más ampliamente, a la práctica

de la cartografía. También le recriminaron el uso

ecléctico e incluso supericial de referencias

teóricas tan diversas tales como la semiótica

de Barthes, la iconografía de Panofsky y la sociología

del conocimiento de Foucault. 4

J. H. Andrews (2001) sistematizó y desarrolló

algunos de esos cuestionamientos: a) sostenía

que la retórica cartográica harliana asume que

los mapas tienen signiicados intrínsecos (p.

31); b) refutaba la idea de “imagen total” que

Harley usaba para incluir la ornamentación lateral

del mapa como parte del mapa mismo porque,

decía, se trata de un “ejercicio marginal”

(p. 32) que no puede adscribirse al cartógrafo

sino a un conjunto de sujetos que participan del

mapa ad hoc; c) criticó duramente las generalizaciones

que, según él, Harley hacía sobre la

naturaleza política de los mapas y los enunciados

simbólicos asociados a ella porque, airmaba,

esos enunciados no se desprenden de

lo que está escrito en los mapas sino que son

4

Matthew Edney (2005b, pp. 2-15) comenta que Tom Conley

y Derek Gregory señalaron en particular la lectura incompleta

que Harley hizo de Derrida.

inferidos del contexto de producción casi sin

considerar el mapa mismo: “Harley muestra a

los historiadores cartográicos esencialmente

como importadores de ideas, casi nunca como

exportadores. […] Introduce la cartografía en la

corriente intelectual dominante de su época y

se encuentra con que su esencia se diluye hasta

hacerla irreconocible” (p. 55).

Con un espíritu menos beligerante, otros

colegas aines al enfoque de J.B. Harley también

han aportado algunas críticas. Jeremy

Crampton (2001) sugiere que cuando Harley

hablaba de “segundo texto dentro del mapa”

para cuestionar las relaciones de intereses

políticos, poder y agendas ocultas de los

mapas, todavía no abandonaba la idea de que

el mapa “comunica” y, por lo tanto, seguía separando

tajantemente el mapa propiamente dicho

de los procesos de lectura.

Sin embargo, como reconoce Matthew Edney,

algunas inconsistencias o la falta de completitud

de la propuesta de Harley no deberían

hacernos olvidar el mérito que sus preguntas

tuvieron para establecer conexiones inéditas

entre los mapas y otros objetos culturales, y

entre los map-makers y los usuarios. Porque,

sostiene Edney, si las respuestas de Harley fueron

poco concluyentes o demasiado generales,

sus preguntas siguen siendo pertinentes e incluso

siguen esperando respuestas sólidas y

originales.

Habría que señalar que la muerte temprana

de Harley le impidió el desarrollo sistemático

de una propuesta teórica e incluso responder

algunas de esas críticas que se le hicieron. No

obstante ello, un número relevante de colegas

tomaron la posta y pronto multiplicaron los

ecos de esas inquietudes originales. Por eso

parece pertinente reconsiderar la evaluación de

la obra de Harley no sólo a partir de la consistencia

de sus artículos sino, también, del mérito

que esos mismos artículos tuvieron para hacer

intelectualmente posible la formulación de las

preguntas que impulsarían y consolidarían el

campo de la historia de la cartografía.

Hacia ines de los años noventa ya había

una masa considerable de producción escrita

que seguía la sintonía harliana, textos irmados

por David Woodward, Matthew Edney, Denis

Wood, Jeremy Crampton y otros adalides

de la renovación que, además, contaban con

15

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

el beneplácito de algunos de los ámbitos tradicionales

ya consagrados a la historia de la

cartografía (en particular, la revista Imago Mundi

y la International Conference on the History

of Cartography). El megaproyecto editorial The

History of Cartography, iniciado en 1987 con el

pretencioso objetivo de reescribir la historia de

la cartografía desde la Prehistoria hasta el siglo

XX, 5 es tal vez el gesto más rotundo de este

proceso de ruptura.

No obstante, la verdadera envergadura de

esta renovación no puede medirse cabalmente

si sólo se tiene en cuenta este proyecto editorial

o la gran cantidad de artículos publicados;

debe sumarse la regularidad de los eventos

dedicados exclusivamente a la historia de la

cartografía, 6 la aparición de publicaciones especializadas

y el desarrollo de relexiones teóricas

especíicas y articuladas. 7 El entramado de

todas estas prácticas da coherencia al trabajo

de profesionales que provienen de las más

diversas disciplinas originarias: es que la historia

de la cartografía, si bien tiene todas las “formas”

de una disciplina, todavía carece de ámbitos

de formación especíicos, ya sea de grado

o postgrado. 8 Quienes se dedican a la historia

5

Originalmente diseñado por Harley y Woodward, el proyecto

The History of Cartography en la actualidad está coordinado

por Edney (2010) y organizado en seis volúmenes en

los que han colaborado cientos de especialistas de diversos

países.

6

En particular, la International Conference on the History of

Cartography (desde 1964); una historia de estos encuentros

en Sims y Krogt (2001). También la Comisión de Historia de la

Cartografía de la International Cartographic Association (desde

1972), en http://www.icahistcarto.org/

7

En 1996, el número 48 de Imago Mundi, la más tradicional

y reconocida publicación especializada en historia de la

cartografía, revisa los “Theoretical aspects of the History of

Cartography. A discussion of concepts, approaches and new

directions”. Incluye un artículo de Edney (1996) en el que

aboga por abandonar las aproximaciones empiristas que reniegan

de las teorías del conocimiento y argumenta sobre la

necesidad de pensar los mapas como objetos culturales que

no se limitan a la cartografía topográica de los estados nacionales.

Le sigue un artículo de Christian Jacob (1996), quien

propone pensar teorías para corpus de mapas bien deinidos

(espacial y temporalmente) y no como un cuadro general

de interpretación universal. Y, inalmente, Catherine Delano

Smith (1996) se pregunta cómo discutir los modos en que se

pueden aplicar las categorías de autor, contexto y género a la

historia de la cartografía.

8

Un directorio de cursos y seminarios en Campbell y Cohagen

(2003).

de la cartografía no comparten una formación

ni una tradición disciplinares; según Edney,

constituyen tres grupos diferentes y relacionados:

los geógrafos y los historiadores, los

bibliotecarios y archivistas; y los comerciantes

y coleccionistas que se han relacionado a partir

del interés común por los mapas y, en el mejor

de los casos, comparten un trasfondo común

de lecturas y de ainidades de temas y perspectivas.

Es probable que debido a ello, todavía se

recurra a la igura de Harley como un elemento

aglutinador y un faro de referencia de toda una

comunidad de trabajo: se le sigue citando en

forma recurrente (a menudo, como mero acto

declamatorio al inicio de un texto). 9

Al mismo tiempo que se multiplican esas

prácticas de trabajo, se registra la invención de

una tradición o la escritura de una historiografía,

en particular bajo la forma de artículos que hacen

un balance de las nuevas perspectivas (la

referencia más consistente es el monográico

de Edney, 2005a) y establecen mitos de origen

o “balizas del proceso de renovación” (Gomes,

2004, p. 69), tales como ideas, libros, eventos y

personajes. Por eso, los hitos editoriales y académicos

relativamente aislados pronto quedan

hilvanados en una suerte de memoria colectiva

y así se llega a hablar del surgimiento de una

nueva disciplina. 10

Algunos de los seguidores de Harley hoy proponen

retomar su legado y plantear una agenda

abierta de temas posibles que, si bien formaron

parte de las propuestas de los artículos de

Harley, no alcanzaron a ser exhaustivamente

tratados:

• La cuestión de la autoría: bajo la inspiradora

relexión de Foucault, todavía queda

pendiente la problematización de la pluralidad

de la igura del autor, no sólo entendida

9

Chris Perkins (2004, p. 381) comienza su artículo con la

siguiente frase de Harley: “A book about geographical imagery

which did not encompass the map would be like Hamlet

without the Prince”.

10

“Harley’s career represents in microcosm the paradigm

shifts experienced by the history of cartography as a whole.

From the orthodox empiricism of his early research to the

post-structuralism he apparently espoused in what became

his last essays, Harley preigured the changing character and

methodologies of research in the history of cartography. His

ideas, moreover, have charted the development of a new discipline”

(Edney, 2005a, p. 14). También Gomes (2004, p. 68).

espaciotiempo/Num.7/2012 16


carla lois

como aquel sujeto individual o colectivo al

que se le atribuye un mapa (autoría individual,

colectiva, institucional, interactiva) sino

- La cuestión del lector y de las lecturas: las

relexiones recientes sobre las tecnologías de

la imagen han actualizado el debate sobre las

competencias del lector en la producción de

sentidos y, en particular, en la eicacia comunicativa

de los mapas. Hoy en día se cuestiona

la pertinencia de separar tajantemente la

igura del autor de la de lector: “the problem

was not the map per se, but ‘the bad things

people did with maps’” (Wood, 1993, p. 50).

- La cuestión de la precisión: habiéndose transformado

en el “talismán de la autoridad” de

la buena cartografía (Harley, 2001, p. 107), la

precisión es uno de los puntos más controversiales.

Por un lado, se reclama una historia

social de la precisión que permita rastrear los

diferentes sentidos que se atribuyeron a esta

idea a lo largo de la historia (Crampton, 2001).

Por otro lado, se cuestiona que la precisión

sea la vara para hablar de “progreso” (Edney,

1993) o evolución positiva de la disciplina.

- Las cuestiones de la ética a partir de las posibilidades

de acceso al mapa (Crampton,

1999) y el impacto de las nuevas tecnologías

(Harrower y Harris, 2006), que apuntan

directamente a la dimensión de poder que

se volvió neurálgica en este proceso de

renovación, 11 podrían servir para interrogar

sobre el lugar de los mapas en las sociedades

contemporáneas.

- La cuestión del control, del poder y de la

política: la intersección entre estas tres dimensiones

formulada como el vínculo entre

estado y cartografía acaparó muy tempranamente

la atención de los investigadores que

11

También la ética y la cartografía fueron el eje de la Segunda

Bienal Cartográica (École Polytechnique Fédérale de

Lausanne, abril del 2011), organizada por Laboratoio Chôros

(miembro de la red Eidolon: Mapping Ethics. New Trends in

Cartography and Social Responsibility).Tuvo el objetivo de

examinar los vínculos epistemológicos y teóricos entre cartorafía

y ciencias humanas. Entre los conferencistas se encontraron:

Emanuela Casti, Franco Farinelli, Bruno Latour, Hervé Le

Bras, Jacques Lévy, Michel Lussault, Patrick Poncet, Giacomo

Rambaldi, Carlo Ratti.

también la idea de autoría como forma de

producción cultural (Crampton, 2001).

procuraban examinar la potencia cultural

de los mapas en las sociedades modernas

y contemporáneas; sin embargo, hubo y

hay otras formas alternativas de poder,

mapas que “contestan” esas formas de

orden (Wood, 2010) 12 (incluso cuando fueran

marginales o poco signiicativas dentro

de las estructuras de poder dominantes) y

que todavía reclaman una atención más

sistemática.

Edney (2005a) ya había trazado un mapa historiográico

sobre la historia de la cartografía:

después de un largo periodo que se extendería

hasta la Segunda Guerra Mundial, la cartografía

había sido tratada desde un paradigma empirista

según el cual los mapas eran objetos no

problemáticos que daban información sobre

una realidad y que, al mismo tiempo, iban progresivamente

ganando en precisión y detalle

(esto estaba asociado a un tipo de historia

de la cartografía que enumeraba y ordenaba

cronológicamente los “avances” de la cartografía

y que, por otra parte, se adaptaba muy

bien a las exigencias triunfalistas de una historia

de las exploraciones). Más tarde, la figura

de Arthur Robinson inauguraría el paradigma

internalista al que Edney sintetiza como el del

diseño cartográico, preocupado por la eicacia

de los códigos visuales para asegurar la comunicación

y acompañado por historias de la

cartografía de corte internalista que revisitaban

minuciosamente la cuestión técnica del arte y

oicio de mapear aunque sus dimensiones políticas

aparecían bastante mezcladas cuando

no directamente ignoradas. Esta perspectiva

se vio inesperadamente fortalecida por la institucionalización

de la formación profesional en

cartografía.

A ese momento seguiría el paradigma del mapa

como forma y de la historia humanística de

12

Wood (2010, pp. 111-155), habla de la “muerte de la cartografía”

entendida en ese sentido performativo y monolítico

que se asume cuando se la considera una práctica institucional

de producción de imágenes coherentes y de imaginarios

consistentes con otras narrativas.

17

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

Sin duda, hoy en día no se trata sólo de expandir

o profundizar la carta de temas inaugurados

por Harley sino, sobre todo, de fortalecer

el andamiaje teórico. 13 Más todavía, ahora se

discute si las perspectivas de trabajo actuales

constituyen una continuidad epistemológica

respecto de la propuesta harliana o si nos encontramos

en el desarrollo de un nuevo “paradigma”.

Kitchin y Dodge plantean que luego de

la “crisis ontológica” de la cartografía iniciada

por Harley (y sus dos derroteros, uno hacia la

ciencia cognitiva y los lenguajes de la comunicación

visual, y la otra hacia la teoría social, que

descuidaba por completo los aspectos técnicos),

hoy es posible detectar ciertas isuras de

lo que se conoce como el paradigma harliano.

Algunas de esas isuras apuntan directamente

a la concepción del mapa. Kitchin y Dodge dicen

que “maps are ontogenetic in nature”, es

decir, transitorios, contingentes, relacionales y

dependientes del contexto. 14 Kitchin y Dogde

(2007, p. 335) mapean las perspectivas actuales

de la siguiente manera:

13

“Crampton’s (2003) solution to the limitations of Harley’s

and Wood’s strategies is to extend the use of Foucault and

to draw on the ideas of Heidegger and other critical cartographers

such as Matthew Edney (1993)” (Kitchin y Dodge,

2007, p. 332).

14

Kitchin y Dodge (2007, p. 335) explican esta concepción

del mapa en relación con el estado actual del campo y se

posicionan de esta manera: “While we think Crampton’s and

Pickles’ ideas are very useful, and we are sympathetic to their

projects, we are troubled by the ontological security the map

still enjoys within their analysis. Despite the call for seeing

maps as ‘beings in the world’, as non-confessional spatial

representations, postrepresentational or de-ontologized cartography,

and non-progressivist or denaturalized histories of

cartography, maps within Crampton and Pickles’ view remain

secure as spatial representations that say something about

spatial relations in the world (or elsewhere). The map might

be seen as diverse, rhetorical, relational, multi-vocal and having

effects in the world, but is nonetheless a coherent, stable

product –a map. While in some respects Crampton and Pickles

demonstrate that maps are not, in Latour’s (1987) terms,

immutable mobiles (that is, stable and transferable forms of

knowledge that allow them to be portable across space and

time), they nonetheless slip back into that positioning, albeit

with maps understood as complex, rhetorical devices not simply

representations”.

la cartografía, cuyo canon encarnaría David

Woodward. Los modelos de la comunicación

se pusieron en relación con la pragmática cartográica

y se analizaron desde una perspectiva

histórica. Harley, asociado con Woodward,

radicalizó ese volantazo e introdujo las herramientas

teóricas de la lingüística, la iconografía

y la sociología del conocimiento.

We think it productive to take a different

tack to think ontologically about cartography.

For us, maps […] have no ontological

security; they are ontogenetic in nature.

Maps are of-the-moment, brought into

being through practices (embodied, social,

technical), always remade every time they

are engaged with; mapping is a process of

constant reterritorialization. As such, maps

are transitory and leeting, being contingent,

relational and context-dependent. Maps

are practices –they are always mappings;

spatial practices enacted to solve relational

problems […]. From this position, [the map]

is not unquestioningly a map (an objective,

scientiic representation (Robinson) or an

ideologically laden representation (Harley),

or an inscription that does work in the

world (Pickles)); it is rather a set of points,

lines and colours that takes form as, and

is understood as, a map through mapping

practices (an inscription in a constant state

of reinscription). Without these practices a

spatial representation is simply coloured ink

on a page. […] Practices based on learned

knowledge and skills (re)make the ink into

a map and this occurs every time they are

engaged with –the set of points, lines and

areas is recognized as a map; it is interpreted,

translated and made to do work in the work.

As such, maps are constantly in a state of

becoming; constantly being remade.

No son los únicos que reconceptualizan el

mapa a partir de una relexión sobre la relación

entre la imagen y la realidad que proponen

representar: desde la geografía (Cosgrove), la

ilosofía (Besse), la arquitectura y el paisajismo

(Corner), varias líneas vienen desplegando la

complejidad de una formulación ontológica para

deinir la naturaleza de los mapas. El hecho de

pensar una alternativa que supere la propuesta

harliana es, tal vez, el signo más contundente

de la madurez del movimiento disparado con

los polémicos trabajos de J.B. Harley.

espaciotiempo/Num.7/2012 18


carla lois

América Latina en la red de los estudios de

historia de la cartografía: objeto, perspectiva

y geografía

Gomes (2004, p. 71) llama la atención sobre

el hecho de que más allá del marco conmemorativo

de la llegada de Cristóbal Colón al

Nuevo Mundo, el año 1992 signiica la publicación

de dos obras de referencia en el campo

de los estudios sobre historia de la cartografía:

L’empire des cartes (Jacob, 1992) y The power

of maps (Wood, 1992); Harley (1992) también

hizo alusión al “encuentro” entre el Viejo y el

Nuevo Mundo. La mera puesta en relación de

estos dos tipos de acontecimientos marca el

tono del desarrollo del proceso de renovación

de las relexiones sobre los mapas en América

Latina: el momento de conmemoración de los

quinientos años del descubrimiento europeo de

América fue una oportunidad para revisar narrativas

canónicas y para repensar los procesos

de identidad de la región. En cierta medida, las

iniciativas de reinvención regional coincidían

con el desmoronamiento de los grandes relatos

nacionales, el debilitamiento de modelos conspirativos

simples de dependencia absoluta y el

interés creciente por problematizar las lógicas

de la circulación de personas, bienes, capitales,

conocimientos y objetos.

Es en ese contexto que debe situarse una serie

de emprendimientos académicos que, iniciados

tímidamente en los noventa, cuajaron en el despunte

del siglo XXI y comparten la preocupación

por relexionar sobre la naturaleza cultural de

los mapas: congresos, 15 publicaciones, 16 blogs

y laboratorios, 17 exposiciones, 18 revisiones y

15

Entre ellos el I, II y III Simposio Iberoamericano de Historia

de la Cartografía (Buenos Aires 2006, México 2008 y São

Paulo 2010, respectivamente) y Seeing the Nation: Cartography

and Politics in Cartography (Universidad de Los Andes,

Bogotá, 2010).

16

Por ejemplo, los dossieres “Cartograias Ibero-americanas”

(Terra Brasilis. Revista de História do Pensamento Geográico

no Brasil, 2005, 2006, 2007), “Território em rede: cartograia

vivida e razão de Estado no Século das Luzes” (Anais do Museu

Paulista: História e Cultura Material, 2009) y “Mapeando

América Latina - siglos XVIII-XX” (Araucaria. Revista Iberoamericana

de Filosofía, Política y Humanidades, 2010).

17

Como el blog Razón Cartográica, en http://razoncartograica.com/

y el Laboratório de Cartograia Histórica, en http://

lechbr.wordpress.com/

18

Recordemos las siguientes: Documenta Cartographica de

homenajes diversos, participación en otros circuitos

internacionales. 19 Este movimiento, lejos

de cerrarse sobre sí mismo, procura aianzar

lazos con aquellos especialistas (en su mayoría,

activos en el mundo académico anglosajón)

que ya tenían una trayectoria consolidada en el

campo de estudios de la historia de la cartografía

sobre América Latina (Bárbara Mundy, Ricardo

Padrón, Raymond Craib).

No deja de ser curioso que Harley también

haya sido evocado como un punto de partida

de casi todos los proyectos movilizados en

América Latina. Sólo para ilustrar esto podemos

hacer referencia a la obra Historias de las cartografías

en Iberoamérica (Mendoza Vargas y

Lois, 2009), recopilación de trabajos seleccionados

de los dos eventos pioneros en la región;

casi todos incluyen referencias a Harley en su

aparato erudito. Esto también aparece en los

artículos de balance sobre la situación actual

de los estudios sobre la historia de la cartografía

y de análisis del impacto de la obra de

Harley (Gomes, 2004; Díaz Ángel, 2009). Sin

embargo, no puede decirse que los investigadores

latinoamericanos se apoyen en la tradición

anglosajona: la mención a Harley funciona

apenas como una marca iniciática que no suele

ser seguida de otras citas de autores de habla

inglesa, ni siquiera de aquellos que han continuado

la obra harliana. Al mismo tiempo, otras

referencias teóricas igualmente claves en los

textos de autores latinoamericanos (tales como

Christian Jacob o Svetlana Alpers) no son reconocidas

como ejes programáticos de las investigaciones

en curso. Es decir, más que un pilar

teórico, la igura de Harley funciona, sobre todo,

como un elemento de posicionamiento frente a

la tradición de estudios sobre la cartografía y

como elemento de aglutinación entre colegas.

las Indias Occidentales y la región del Plata (Buenos Aires,

2007-2008), Construcción de Mundos. Mapas de Chile y de

América (Alto Jahuel, Buin, Chile), La Amazonía perdida: el

viaje fotográico de Richard Evan Schultes (Bogotá, 2009), I

Exposición de mapas antiguos e históricos de Venezuela (Caracas),

Perú en los mapas holandeses, siglos XVI al XVIII (Lima,

2009), Ensamblando la Nación, cartografía y política en la historia

de Colombia (Bogotá, 2010).

19

Desde 2007, Carla Lois es “national representative” para la

revista Imago Mundi. Se formalizó así la participación sistemática

de profesionales extra europeos no norteamericanos

en la tradicional publicación periódica especializada.

19

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

La lectura y los usos del legado de Harley en

América Latina son sensiblemente diferentes

del derrotero que tuvo en el mundo anglosajón.

En términos generales, la recepción de la obra

de Harley en América Latina está atravesada

por cuatro aspectos:

1. La agenda de temas que se instala desde

Harley en adelante para examinar la cartografía

en general y la cartografía histórica

en particular encuentra un terreno fértil en

la sensibilidad de los intelectuales latinoamericanos:

las cuestiones del poder, de la

dominación, del control, de la ocupación, de

la hegemonía han estado en el centro de las

preocupaciones de las ciencias sociales en

América Latina. Transversalmente a diversas

disciplinas, se ha buscado comprender una

imagen propia construida desde “la periferia”

y las diversas formas de dependencia

de la región respecto de “los centros”. El

postulado harliano de que esas formas de

poder tienen también ramiicaciones en los

mapas (imágenes que, hasta entonces, gozaban

de un aura de neutralidad) resultaba

ampliamente compatible con un conjunto de

hipótesis de trabajo sólidamente instaladas

acerca de la asimetría del poder. Una de las

expresiones de este tipo de relexión se encuentra

en el análisis de mapas y, en general,

del discurso cartográico que forma parte

de los estudios postcoloniales (Mignolo).

2. Harley revisita diagonalmente un corpus bibliográico

netamente instalado en disciplinas

sociales (ilosofía, antropología, historia

del arte, semiótica y también geografía) que,

al mismo tiempo que desarraiga la cuestión

cartográica del terreno estrictamente técnico,

abre el diálogo con los estudios culturales.

Esa bibliografía funciona como un

lenguaje común para personas que, desde

ángulos profesionales diversos, se aglutinan

en torno a una perspectiva y a un interés

común por interpelar los mapas. En cierta

manera, esas lecturas compartidas facilitan

el intercambio y resuelven, al menos parcialmente,

las carencias resultantes de la falta

de una formación común entre aquellos que

comparten el campo de la historia de la cartografía.

Por eso, las referencias teóricas hilvanadas

por Harley fueron aplicadas como

plantillas básicas para el análisis empírico

en el que los mapas constituyen una fuente

relevante y, en cambio, no derivó en una crítica

sólida ni autónoma que fuera particularmente

sensible a la elaboración de desarrollos

teóricos.

3. En América Latina (a diferencia de la trayectoria

anglosajona brevemente reseñada arriba),

aquellos que se interesaron por estas

cuestiones no provienen de la cartografía

sino de diversas disciplinas humanísticas:

historia, arquitectura, ciencias políticas,

geografía humana, historia del arte. Entonces,

dado que no tienen esa batalla contra

una tradición técnica ni contra los modelos

representacionales, la propuesta harliana no

derivó en la preocupación sistemática por

desarrollar una metodología equiparable a la

de aquellos sistemas sígnicos a los que parecía

oponerse por naturaleza. Los postulados

de Harley fueron más bien una plataforma

desde la que se intentó desmitiicar otro tipo

de relatos. Notablemente, la mayor parte de

los estudios están consagrados a contestar

narrativas canónicas sobre la construcción

de la nacionalidad y las historias territoriales

de las naciones latinoamericanas (los

casos más ampliamente estudiados: Brasil,

Argentina, México y Colombia): las ideas de

Harley en América Latina han sido puestas

al servicio, sobre todo, de la revisión crítica

de los procesos de construcción de identidades

nacionales. Con esa intención, sus

textos fueron leídos y apropiados en combinación

con otros trabajos contemporáneos

que enfatizaban el carácter artiicioso

de los procesos de producción acelerada

de nacionalismos (en oposición implícita

a las temporalidades dilatadas de los procesos

históricos de los estados nacionales

modernos en Europa). Las dos referencias

ineludibles fueron Benedict Anderson (1991)

y Thongchai Winichakul (1994).

4. El hecho de que la mayor parte de los mapas

históricos conocidos de la región fueron

hechos por los imperios durante la época

colonial o por las elites de la época nacional

proporciona una base contundente para

espaciotiempo/Num.7/2012 20


carla lois

asumir con entusiasmo las hipótesis de trabajo

de Harley acerca de las propiedades

performativas e incluso autoritarias de los

mapas. Pero gran parte de los estudios latinoamericanos

ha asumido como un a priori

la existencia de las instituciones y ha apuntado

a deconstruir esos relatos (por ejemplo,

al demostrar el uso sesgado de mapas en

diplomacia o en el currículo escolar) sin ir

demasiado más allá de ese eje que la propia

institución ha construido a lo largo del tiempo.

20 Es decir, no se ha discutido lo suiciente

la fuerza que las instituciones (burocráticas

en general y cartográicas en particular)

tuvieron para instalar historias y narrativas

retrospectivas que legitimaron sus propias

prácticas y, en cambio, se ha asumido el relato

que impusieron (aún en aquellos casos

en que se han abocado a criticarlos).

Es probable que estos modos de apropiación

del legado harliano estén marcados también

por ciertas condiciones de recepción y circulación

en América Latina. Esas particularidades

se explican, en parte, por los modos en que los

saberes y los conocimientos circularon. Pero,

además, en el caso particular de la historia de

la cartografía –cuyo objeto es el estudio de mapas

que, en su mayoría, están diseñados para

representar geografías– también es probable

que esos legados hayan sido permeados por

el imaginario geográico construido en torno de

América Latina.

América Latina como objeto de la historia

de la cartografía

En algunas de las acepciones generalizadas,

la región se presenta como un conglomerado

de “naciones nuevas” que tomó forma a lo largo

del siglo XIX o como la periferia hacia la que

Europa se expandió. En las perspectivas de la

historia de la ciencia, América Latina resulta ser

un conjunto más o menos articulado de “locales”

cuyo estudio puede servir para dar cuenta

de las formas complejas en que, en las empre-

20

“For Crampton (2003) this means that a politics of mapping

should move beyond a ‘critique of existing maps’ to consist of

‘a more sweeping project of examining and breaking through

the boundaries on how maps are, and our projects and practices

with them’ (p. 51): it is about exploring the ‘being of

maps’; how maps are conceptually framed in order to make

sense of the World” (Kitchin y Dodge: 2007: 333).

sas del conocimiento, se entrelazan estas dos

pulsiones, aparentemente antagónicas, hacia el

localismo y hacia lo transnacional. Mientras que

las elites intelectuales locales requieren y usan

una red de contactos internacionales para validar

sus demandas de autoridad sobre saberes

localizados, intelectuales extranjeros recolectan

y sistematizan evidencia local para fundar

empresas intelectuales de vasto alcance geográico

(Salvatore, 2007, p. 13).

Estas formulaciones se distancian, tanto en

términos históricos como políticos e historiográicos,

de los estudios sobre la cartografía

de la Hispanic America: aunque pueden sobreponer

recortes geográicos, los estudios

sobre el periodo colonial no siempre han dialogado

con los estudios sobre las etapas

re publicanas. Pero no se trata sólo de una

ruptura cronológica o histórica. También habría

que recalcar que es una denominación

mucho más frecuente entre los especialistas

de habla inglesa (como si la cuestión “hispanic”

marcara cierta especiicidad, otredad y distancia,

todo al mismo tiempo, como condimentos

de la construcción de la región) que entre los

de lenguas latinas. Incluso parece coincidente

con el hecho de que el proyecto de la American

Geographical Society para proveer las hojas topográicas

correspondientes al territorio latinoamericano

según los requerimientos del Mapa

del Mundo al Millonésimo llevara por nombre

Hispanic America Map (1920-1945) (Pearson y

Heffernan, 2006 y 2008). En otras palabras: la

designación América Latina parece corresponder

con esa “autoimagen desde la periferia”. En

un contexto en el que se discute ampliamente

“la colonialidad del saber” (Lander, 2000), el

esquema centro-periferia, sigue siendo ampliamente

evocado para explicar los llamados procesos

de modernización de América Latina. En

el campo de la historia de las ciencias se postulaba,

con algunos matices, que la región era

a) una receptora pasiva de modos de producción

de conocimientos de matriz europea; b)

una receptora que, aunque había resistido,

había sido dominada; c) un laboratorio de los

centros de cálculo. Incluso desde posturas

contestatarias y comprometidas con explicar

el desarrollo de las ciencias nacionales desde

las revoluciones independentistas en adelante,

estos mismos esquemas interpretativos fueron

21

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

recuperados para denunciar modos de trabajo

sometidos a los imperios de las potencias y

nuevas formas de sumisión o dependencia.

Algunos intentos por enfatizar las peculiaridades

de América Latina como lugar de enunciación

usan fórmulas tales como “saberes

locales”. 21 Con esta expresión se procuraba escapar

de los modelos difusionistas que durante

décadas sostuvieron que el progreso cientíico

se había dado a partir de la transferencia de

modelos de trabajo, profesionales, técnicas y

programas cientíicos desde “el centro” hacia

“las periferias”, complementada con la recolección

de materiales que se enviaban desde los

márgenes al núcleo. 22 La idea de “local” buscaba

revalorizar las experiencias de producción

de conocimiento en aquellos lugares relativamente

marginales como algo más complejo

que un mero lujo de materiales hacia los centros

de cálculo.

Aun así, muchos estudios de caso asumen

implícitamente que la idea de local entraña

algún tipo de subordinación a algo “central”.

Tanto América Latina como cualquiera de sus

recortes parciales se suelen presentar como

una perspectiva “local” que se opone explícita o

implícitamente a algo universal. El cuño “local”,

además de su intención de realzar las singularidades

y especiicidades de los locales, permite

hacer, e incluso sobreponer, múltiples recortes

geográicos. 23 Sin embargo, a pesar de todas

21

Tomemos como ejemplo el título de la obra de Gorbach y

Beltrán (2010) (que, a su vez, engloba diversos artículos que

comparten y discuten la idea de saberes locales): Saberes locales.

Ensayos sobre historia de la ciencia en América latina.

Véase en particular Arner et al. (2010).

22

“Traditionally, European capitals such as London, Paris and

Madrid have been seen as the centers of knowledge production,

where scientiic institutions were founded, specimens

collated and theories formulated. Overseas colonies, on the

other hand, have been identiied as the prime sites for ieldwork.

“Local” and “imperial” are relative, and that the categories

we assign to different individuals and forms of knowledge,

whilst helpful to think with, are not necessarily mutually

exclusive. (…) “Local” and “imperial” can, therefore, assume

different meanings in different contexts. The Atlantic World,

with its unique and complex blend of ethnicities, afinities,

languages and landscapes, offers an ideal environment for

observing these conlicting identities in action” (Arner et al.,

2010, p. 497).

23

Las ambigüedades del lenguaje todavía plantean algunas diicultades

para llegar a un consenso respecto de expresiones

tales como “la cartografía de México”: ¿es que es una refelas

posibilidades que abre esta noción lexible

de “local”, a veces parece seguir haciendo

resonar el presupuesto de una ciencia universal

(también cuando se asume categóricamente y

a priori que lo local se vincula necesariamente

siempre en términos de dependencia o periferia

respecto de algún o algunos centros).

En la actualidad, los estudios sobre historia de

las ciencias revisan la tensión existente entre,

por un lado, el pretendido universalismo de las

teorías unido a la vocación de internacionalizar

los resultados de las disciplinas cientíicas, humanísticas

y sociales y, por otro, la constante

demanda de construir saberes imbuidos de

sentimiento local y al servicio de la comunidad

nacional. Este enfoque es particularmente fértil

en los estudios sobre historia de la cartografía,

especialmente en la perspectiva desarrollada

por Mauricio Nieto Olarte y sus estudios sobre

la ciencia en Colombia.

En última instancia, se trata de desarticular

la tensión entre escala y región. En este sentido,

una de las referencias más recurrentes

por aquellos que han intentado destrabar este

asunto es Bruno Latour:

aunque Latour reconoce un amplio espacio

geográico donde se mueven los ‘reclutadores’

y sus ‘reclutados’, los que mueven

los objetos de la ciencia, no trabaja con

cate gorías de dominación o subordinación.

Entre la etno-geografía y la geografía hay

sólo un problema de asimetría, una cuestión

de perspectivas, mas no de poder. Su ‘ciencia

como red’ es en realidad un espacio no

jerárquico, con ‘nudos’ y ‘nodos’ conectados

en un plano más bien homogéneo. Para

Latour, el conocimiento deviene local por el

proceso de categorización (‘labelling’) que

generan los agentes que están dentro de la

red respecto del conocimiento que producen

los que están afuera de ella. Mientras que

es ‘universal’ todo aquel implicado en la

rencia a México como objeto representado en los mapas? ¿Es

una indicación de la procedencia de los mapas (con lo cual

podría hablarse de la cartografía realizada en México para

representar otras geografías no mexicanas? ¿Es una alusión a

la nacionalidad de sus autores? ¿Es una marca del lugar de

impresión? La misma discusión se ha suscitado al momento

de deinir de qué se trata la cartografía de Iberoamérica.

espaciotiempo/Num.7/2012 22


carla lois

ciencia en movimiento, es ‘local’ todo aquel

saber que no circula (Salvatore, 2007, p. 11).

Pero la idea de lo local no resuelve todos los

problemas que se endilgan al universalismo de

la ciencia y, en cambio, idealiza ciertas condiciones

de producción que no siempre son “tan”

locales: las redes deinidas por la circulación de

personas, libros, conocimientos, objetos, colecciones

e inluencias imponen una dinámica

geográica compleja, en la que no siempre se

puede identiicar elementos “puramente” latinoamericanos

que sean esencialmente diferentes

de otros “externos”. La participación de

sujetos e instituciones europeas en la elaboración

de mapas nacionales, y, al mismo tiempo,

la participación de iguras locales en circuitos

de ciencia, prensa, política y edición europeos

obliga a reconsiderar los enfoques que adoptan

una perspectiva desde la que los países son

bloques homogéneos que se ubican en el centro

o en la periferia. 24

La existencia de mapas “locales” que apenas

son diferentes de los mapas europeos y que,

no obstante ello, han sido utilizados para construir

narrativas nacionalistas (acérrimamente

enfrentadas a los relatos construidos desde

las metrópolis durante los periodos coloniales

que utiliza esos mismos mapas) expresa los

límites del modelo centro-periferia, incluso en

sus versiones más soisticadas (Rutsch, 2010),

para relexionar sobre las escalas de la producción

de imágenes cartográicas. Parece evidente

que, una vez que se acepta que los mapas

nacionales no fueron meras reescrituras de

mapas europeos disponibles, había intereses y

miradas que se construyeron de este lado del

Atlántico.

Sin embargo, así y todo, incluso en aquellos

casos en los que se preiere asumir que los

valores de una ciencia universal habrían condicionado

(negativamente) los procesos de producción

de conocimiento cientíico en Latinoamérica,

todavía queda por examinar las formas

en que cada nación latinoamericana participó

de esas redes cientíicas sin recaer en la idea

24

Un estudio de caso sintomático de la situación que queremos

describir fue presentado por Lina del Castillo en el simposio

Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Las cartografías

de la Gran Colombia: encuentros y desencuentros entre

imaginarios nacionales y diseños imperiales, 1819-1830”.

simplista de la “transferencia” (un ejemplo de

esta línea de trabajo en Castillo, 2009), porque,

hay que recalcarlo suicientemente,

hay importantes diferencias en las formas

cómo se construyen estos saberes

y también en el impacto de estos conocimientos

sobre las sociedades en las cuales

se ‘implantan’. De allí la queja repetida de

que ciertos saberes o ciertos tipos de empresas

de acumulación cultural (bibliotecas,

museos, colecciones literarias) ‘dan fruto’

en ciertos ambientes y ‘se secan’, agotan

o no prosperan en otros. Las condiciones

locales tienden a inluir decisivamente en

las posibilidades de arraigo y expansión de

determinadas empresas del conocimiento

(Salvatore, 2007, p. 13).

Y más todavía, esas “condiciones locales”

no siempre fueron recortadas con la matriz

de la nación ni se adaptaron funcionalmente a

los proyectos de construcción de las naciones

que resultaron de los procesos de independencia

latinoamericanos: los “locales” fueron,

en muchos casos, redes híbridas de actores

comprometidos con el curso de la política, la

burocracia y las instituciones cientíicas en las

excolonias ibéricas en América que no necesariamente

actuaron en nombre de los proyectos

de construcción de estados nacionales y que,

en muchos otros casos, tendieron a consagrar

sus esfuerzos en geografías de escalas diferentes

de la nacional.

Un grupo de colegas viene desarrollando

un conjunto de actividades e investigaciones

bajo el rótulo “historia de la cartografía

en Iberoamérica”. 25 No puede negarse que se

trata de iniciativas que plasman relaciones profesionales

y académicas que algunos de esos

investigadores ya habían entablado a título personal

en los años precedentes a estas iniciativas

colectivas. También son el resultado de una

concepción de continuidades resigniicadas de

redes culturales y cientíicas que variaron a lo

25

En particular hemos evocado la realización periódica

bianual del Simposio Iberoamericano de Historia de la Cartografía

y las publicaciones resultantes de esos eventos porque

ambas iniciativas tuvieron una pretensión fundacional respecto

a la organización y dotación de visibilidad a una comunidad

de trabajo que comparte perspectivas aines.

23

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

largo del tiempo en las que esos colegas se

reconocen como parte de una misma tradición

cultural. El desafío pasa por establecer cuáles

son esas especiicidades sin recaer en modelos

simples que oponen tajantemente dominados

y dominadores, centros y periferias. Incluso los

modelos policéntricos (Besse, 2010, pp. 217-

218) no alcanzan a resguardar del riesgo que

implicaría atribuir a los lugares funciones de

centralidad que aparentemente se han constituido,

sobre todo, en la circulación (Romano,

2010). Esta observación es válida tanto para

examinar la producción de mapas en sus contextos

de elaboración como para pensar en

nuestras propias prácticas de trabajo. 26

En cierto sentido, los Atlantic Studies ya habían

revelado las potencialidades de este tipo

de perspectivas, no sólo como método de abordaje

sino también (y al mismo tiempo) como

modo de concebir un objeto que, en última

instancia, tiene una fuerte matriz geográica. 27 A

pesar de las críticas recibidas, 28 es posible que

pueda encontrarse en esa cantera de trabajo

alguna fuente de inspiración para las posibilidades

de hacer de América Latina un lugar de

cruces entre objetos y perspectivas.

Cuando parece evidente que “los lugares del

saber” resultan del entramado de “contextos

locales y redes transnacionales en la formación

del conocimiento moderno” (Salvatore, 2007, p.

9), ¿es posible pensar a América Latina como

algo más que la combinación de una serie de

piezas de rompecabezas que encastran entre

sí? ¿Qué puede ofrecer la historia de la carto-

26

La polémica tácita que hay entre los “historiadores locales”

que pertenecen o son originarios de sus propias áreas de estudios

y los “historiadores del centro que estudian geografías

periféricas” todavía requiere una crítica más sistemática y profunda

que ponga en cuestión nuestros propios presupuestos

sobre las condiciones de producción de conocimiento. Para

ilustrar la riqueza de las perspectivas híbridas y en el caso de

la historia de la cartografía también para alentar el fortalecimiento

de esas redes de trabajo, véase el volumen de Dym y

Offen (2011).

27

Sobre la perspectiva atlántica, véase Bailyn (2005). Sobre la

plantilla geográica de la concepción historiográica del mundo

atlántico, Lois (2010).

28

Coclanis (2006) habla de algunos de esos análisis críticos

contra el abordaje atlántico por considerarlo analíticamente

poco o nada especíico. Otras críticas han reprochado, por

ejemplo, que los procesos imperiales en realidad tuvieron lugar

más allá de la cuenca atlántica (Mapp, 2006).

grafía para la relexión de las geografías latinoamericanas?

Una última pregunta inspirada

en las relexiones de Cosgrove (2002): ¿es pertinente

hablar de una perspectiva latinoamericana

en historia de la cartografía?

Las perspectivas nacionales y nacionalistas

en América Latina

En particular, la existencia de una extensa bibliografía

sobre las historias de las cartografías

en América Latina narradas en clave nacional

sugiere que ese ha sido el ángulo dominante

para mirar los mapas (el fenómeno no es exclusivo

de los casos latinoamericanos: João Carlos

Garcia analiza la historiografía canónica sobre

la cartografía portuguesa). Esto no es criticable

en sí mismo, pero entraña dos limitaciones

de naturaleza diversa: por un lado, el enfoque

autocentrado en una nación ha servido para

recortar procesos históricos tomando la nación

presente como plantilla retrospectiva. Es

decir, las perspectivas nacionales tradicionales

han tendido a narrar una historia que comienza

con el “nacimiento” (en el sentido de alumbramiento)

de una nación y se extienden hacia el

presente, con escasas referencias a las redes

sociales, políticas, culturales y cientíicas que

dieron forma a esos tejidos locales. De esta manera,

muchos mapas que no encajaban con el

imaginario territorial de los respectivos Estados

(ya sea porque contradecían ciertas pretensiones

territoriales o porque sus formas no resultaba

reconocibles para la audiencia local) quedaron

marginados de todas las revisiones de

cartografías antiguas. En especial vale la pena

remarcar la escasa atención que han recibido

los mapas que se publicaban en Europa en las

décadas de las revoluciones independentistas,

cuando los europeos intentaban visualizar el

nuevo escenario político de la región y deinir

interlocutores. Es que, en consonancia con la

interpretación esencialista de las perspectivas

nacionalistas, el estudio de los mapas de los

momentos más tempranos de las naciones

latinoamericanas ha tendido a obliterar la visión

de conjunto de un proceso que fue concomitante

a otros análogos en la misma región y de

los cuales no debería ser escindido a riesgo de

sacriicar elementos explicativos signiicativos.

Por otro lado, las perspectivas nacionales

más renovadas y críticas a menudo asumieron

espaciotiempo/Num.7/2012 24


carla lois

relaciones causales simples para explicar el

papel de la cartografía en los estados nacionales

modernos (justiicación de políticas de

control de territorio, etc.) y se contentaron con

representar estudios de casos que servían para

constatar la ley general de que la cartografía

estuvo al servicio de las elites intelectuales

que instalaron las narrativas oiciales. El innegable

aporte que esos estudios hicieron para

contribuir al desmontaje de las lógicas literarias

con las que las naciones nuevas tejieron las

narrativas de sus propios pasados hoy parece

insuiciente: no alcanza para desactivar la

escala nacional como lente totalizador bajo la

cual se explican todos los procesos posibles.

¿Por qué lo nacional –entendido como perspectiva

(y no como objeto)– parece seguir operando

en los modos de construir el objeto de

estudio en las historias de la cartografía, incluso

cuando se trabaja desde perspectivas críticas?

Probablemente esto hable de la virulencia de

los discursos nacionalistas, sólidamente instalados

en la opinión pública (en muchos casos,

anclados en el imaginario colectivo bajo diversas

formas de “nacionalismo cartográico” 29 ), a

los que los nuevos estudios todavía consideran

necesario responder.

Sin embargo, un gran número de investigadores

que se dedican a estudiar la historia de la

cartografía de las geografías latinoamericanas y

que, debido a que provienen de otros países no

latinoamericanos, no estarían a priori comprometidos

en estas mismas constricciones historiográicas

e incluso identitarias, también han

adoptado los recortes nacionales para construir

sus objetos y desarrollar sus investigaciones.

Esta recurrencia podría estar sugiriendo que la

cuestión nacional parece lejos de estar agotada

y, sin embargo, a veces parece empantanada o

entrampada en argumentaciones circulares.

Los estudios comparativos podrían aportar

una alternativa enriquecedora, aunque bastante

tradicional, para dotar de horizontes más

amplios a las problemáticas nacionales; pero

deberían estar suicientemente atentos para

evitar seguir asumiendo a los actores naciones

29

Esta idea ha sido desarrollada en relación con el caso argentino

en el trabajo presentado por Carla Lois en el simposio

Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Los usos del mapa

logotipo: política cartográica y nacionalismo durante el primer

peronismo (1946-1955)”.

como entes históricos primarios e ineludibles.

En cambio, menos constreñida por el molde

nacional, se podría formular la pregunta: ¿en

qué tipo de redes se construyeron las imágenes

cartográicas de los estados latinoamericanos?

Geografías latinoamericanas, imaginarios e

imagen cartográica

Asumamos que la imaginación es “esa facultad

que consiste no tanto en poner lo real en

imagen como en instalar, a partir de la imagen,

una conciencia de realidad y que esa imaginación

intencional constituye y anima el espíritu

geográico [por lo que] el arte de la representación

geográica consiste en deinir espacios y

situaciones apropiadas para la puesta de obra

de esa imaginación realizante” (Besse, 2003,

p. 11). Cuando parece que ya se ha escrito

suiciente sobre qué es un mapa, 30 todavía

30

La discusión sobre qué es el mapa y cuál es su naturaleza

es muy extensa. Para hablar de imágenes que hoy consideraríamos

mapas pero que han sido producidas cuando no

existían entornos institucionales que las invistieran como tales,

Smail (1999) elige privilegiar dos rasgos distintivos de la

imagen cartográica: el léxico (los topónimos) y la gramática

(el marco que da sentido al léxico). Más especíicamente, “un

léxico cartográico consiste en todos los topónimos o nombres

de lugares que los hablantes de un lenguaje compartido

adscriben a su paisaje. Esos lenguajes, en cambio, coniguran

topónimos según una gramática cartográica, un marco lingüístico

o cognitivo que podríamos llamar plantilla [template,

en el original]. Juntos, topónimos y plantilla, constituyen

una ciencia cartográica, o un modo de conocer y clasiicar

el espacio” (Smail, 1999, p. xi). En cambio, Jacob (1990, pp.

29-138) sostiene que un mapa se deine menos por sus trazos

formales que por las condiciones particulares de su producción

y recepción, por su estatus de artefacto y de mediación

en un proceso de comunicación social en el que las imágenes

cartográicas son animadas. Esto permitiría abandonar el

signiicado o ciertas cualidades del signiicante como criterio

determinante para la delimitación del corpus estrictamente

cartográico dentro de un universo mucho más amplio de

imágenes. Más desprendido de las asunciones lingüísticas implícitas

en la formulación de Smail, David Buisseret, en cambio,

desplaza el foco nodal de la especiicidad cartográica

hacia la capacidad de representar relaciones espaciales: ‘Lo

que en realidad hace que un mapa sea un mapa es su cualidad

de representar una situación local; tal vez deberíamos llamarlo

‘imagen de situación’ o incluso ‘sustituto situacional’.

La función principal de esa imagen es transmitir información

situacional, distinguiéndola así, por ejemplo, de una pintura

paisajística que, aunque transmitiendo esa información incidental,

busca principalmente un efecto estético. En términos

cognitivos, el mapa tiene que basarse en la percepción que

el cerebro tiene del espacio más que de la sucesión” (2003,

p. 16). Siguiendo una línea argumentativa muy similar, Tolías

25

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

parece necesario examinar los modos en que

han participado y en que participan de la construcción

de la imaginación geográica. 31

Es probable que no sea posible generalizar

acerca de los vínculos entre una imagen cartográica

y el referente empírico que dice evocar.

Por eso, la convergencia de los procesos de

elaboración de mapas y de construcción de

naciones ex novo en América Latina podría

ofrecer alguna pista sobre el tipo de discurso

que los mapas movilizaron en ciertos contextos

históricos.

En el caso de la cartografía, al igual que

en otros campos del saber, en las primeras

décadas del siglo XX había un consenso generalizado

acerca de la necesidad de disponer de

lenguajes universales. Esos lenguajes, en los

mapas, eran llamados a representar tanto el

relieve como otros fenómenos en mapas de diverso

tipo. En la cartografía, esa preocupación

por los valores de una ciencia universal se manifestó

también en la búsqueda sistemática de

un lenguaje gráico. No puede entonces tratarse

de renegar de esa pretensión de universalismo

que se ha encarnado en el desarrollo mismo de

las prácticas y de los proyectos cartográicos

(Pearson y Heffernan, 2006 y 2008). Considerar

esta asunción de método como parte constitutiva

de la práctica cartográica permite, por

un lado, revisitar “el contenido” de los mapas

ya no tanto desde el ángulo de la precisión o la

intencionalidad de su información sino desde la

noción de mapas participantes de una red de

objetos (mapas contemporáneos elaborados

en los contextos de formación de los estados

nacionales latinoamericanos) que pueden ser

puestos a dialogar entre sí en tanto comparten

inalmente destaca el elemento que parece clave: la representación

analógica. En efecto, “un mapa es una forma especializada

de lenguaje visual y una herramienta para el pensamiento

analógico. Tal como ha remarcado Harley, un mapa sirve,

entre otros cosas, como una herramienta mnemotécnica, es

decir, un banco de memoria para datos relativos al espacio”

(Tolías, 2007, p. 639).

31

“L’imagination est ici cette faculté qui consiste non pas tant

à mettre le réel en image qu’à faire passer de l’image au réel,

qu’à installer, à partir de l’image, une conscience de réalité.

C’est cette imagination intentionnelle, pointant vers le réel,

qui constitue, et anime au plus profond, l’esprit géographique.

L’art de la représentation géographique consiste à déinir des

espaces et des situations appropiés pour la mise en œuvre de

cette imagination réalisante” (Besse, 2003, p. 11).

un lenguaje gráico para construir las imágenes

de la imaginación geográica.

En primer lugar, se va imponiendo la necesidad

de abandonar ciertos clichés acerca de la

capacidad homogeneizadora de la grilla o del

plano euclidiano para empezar a cuestionar

de manera más concreta los modos en que

la geometría funciona como dispositivo de

aprehensión del mundo y, asociado a ello,

como un método de inscripción cartográica.

En este sentido, parece necesario ensayar una

historia social de la geometría que nos aclare

un poco mejor las implicancias de asumir una

matriz euclideana para imaginar el espacio y

para desarrollar el lenguaje cartográico: ¿cuáles

son las concepciones geométricas sobre el

espacio y sobre su representación que hacen

que seamos capaces de reconocer, por ejemplo

desde un avión, aquello que creemos haber

visto en un mapa (aunque la experiencia del

mapa nos ponga delante de los ojos nombres,

líneas y colores que no se corresponden en

absoluto con la experiencia visual sensible

que podemos tener desde la ventanilla de un

avión)? ¿Qué tipo de traducción (no sólo entre

lenguajes expresivos sino también entre diferentes

conceptualizaciones del espacio) somos

capaces de hacer para “ver” un paisaje montañoso

de gran pendiente en una hoja topográica

cuyas curvas de nivel se apelotonan una tras la

otra?

En segundo término, y para volver a la cuestión

de los silencios sobre la que tanto ha

insistido el propio Harley, parece oportuno

reexaminar los elencos de imágenes que

decantaron en bosquejos reconocibles de una

imaginación geográica latinoamericana que

no siempre pudo resolver satisfactoriamente

la tensión entre el compromiso con la construcción

nacional y la utopía de la identidad

regional.

Finalmente, luego del fuerte sesgo hacia la

dimensión política del discurso cartográico y

la exacerbación de los estudios sobre su naturaleza

simbólica, hoy parece necesario volver

a revisar la dimensión técnica que ha quedado

descuidada e incluso negada en los análisis recientes.

No se trata de evaluar la precisión o el

acierto de la información sino en problematizar

las prácticas de medición, los procedimientos

de elaboración de datos y los métodos de

espaciotiempo/Num.7/2012 26


carla lois

análisis a los que eran sometidos: se trataría,

más bien, de una historia social y política de

las técnicas cartográicas que no asuma los

principios de evolución o progreso lineal pero

que sea sensible a las posibilidades tecnológicas

en relación con la capacidad de producir y

poner en circulación ciertas imágenes y que, al

mismo tiempo, explore los usos políticos de las

técnicas de mensura. Para salirse de esquemas

lineales y simplistas, habría que pensar que las

técnicas responden a una demanda y que no

siempre pueden ceñirse al plan original. Por

ejemplo: ¿en qué sentido las escalas americanas

desaiaron las técnicas europeas? ¿El desfasaje

de medidas pudo afectar la concepción

del espacio?

*****

En el marco de la proliferación de instituciones,

programas educativos y proyectos editoriales

que asumen que América Latina puede

ofrecer una perspectiva especíica y diferente

de otras desde la que pueden recortarse diversos

problemas planteados a diferentes escalas,

parece pertinente examinar la idea de perspectiva

entendida como el posicionamiento actual

“desde América Latina” para indagar procesos

o cartografías latinoamericanos, y para examinar

otros estudios.

Quienes se asumen como seguidores de las

líneas abiertas por Harley (cuya propuesta, tan

comprometida con la deconstrucción de las

prácticas discursivas es particularmente sensible

a las lógicas de la enunciación), no pueden

ignorar que el hecho de hacer, producir,

publicar y poner en circulación mapas desde

América Latina debe haber tenido algún efecto

particular. Sin embargo, todavía no parece demasiado

claro cuáles serían esos efectos: ¿en

qué consistiría pensar que América Latina es

una perspectiva pertinente? ¿En qué sentidos

puede decirse que América Latina fue un lugar

de enunciación particular en el siglo XIX? ¿Lo

es ahora, en el momento de deinir la problemática

sobre historia de la cartografía acerca de

América Latina?

En la actualidad, los estudios sobre historia

de la cartografía en América Latina, incluso

aquellos que continúan demarcados por el

recorte nacional, se nutren de la renovación

teóri ca que transcurre, notablemente, por carriles

de lenguas extranjeras: al marcado predominio

del inglés dentro de la literatura especializada,

le sigue el francés. Si bien estos

requerimientos condicionan tanto la posibilidad

de acceder a las fuentes como la de integrarse

en la red de debates contemporáneos, no

deben ser necesariamente considerados un

factor negativo. Dicho de otra manera: los investigadores

latinoamericanos se han visto en

la necesidad de interactuar en diversos idiomas

y, con frecuencia, a trabajar en un idioma que

no es el materno (en parte porque las principales

referencias teóricas no fueron publicadas

en español o porque se han plegado un poco

más tardíamente a un movimiento que ya tenía

un ritmo propio y, en parte, porque algunos de

los más reconocidos ámbitos de intercambio

académico funcionan predominantemente en

inglés). Aunque todavía eso sigue generando

críticas y cierto folklore regional que protesta

ante la predominancia angloparlante, poco se

ha reparado en los efectos colaterales potencialmente

positivos de esa situación: ante la

necesidad de poder trabajar en al menos una

lengua extranjera, los investigadores latinoamericanos

tienen la posibilidad de participar de

varios “centros” al mismo tiempo. El hecho de

tener acceso a comunidades académicas que

tienen diversas identidades lingüísticas podría

ser una punta para discutir la pertinencia de la

categoría periferia.

Aun cuando los “centros clásicos” se siguen

distinguiendo por la capacidad de concentrar

recursos, hoy en día no sólo potencian la movilidad

entre centros sino que también cuentan

con una serie de programas orientados a facilitar

la movilidad de los investigadores provenientes

de diversas periferias.

En este momento, muchos estudios históricos

coinciden en desestimar el modelo centro-periferia

para analizar procesos decimonónicos y, en

particular, de producción de conocimiento cientíico

y, en cambio, se inclinan por desenredar el

entramado de relaciones en que esos procesos

se tejieron. Tal vez es tiempo de someter nuestras

prácticas a una relexión semejante que incluya

también los desafíos que tenemos por delante.

En términos más generales, si se entiende que la

periferia es un lugar marginal, podría discutirse

si hacer historia de la cartografía desde América

27

CCSyH UASLP


¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

Latina es, hoy en día, hacerla desde la periferia.

En cualquier caso, el debate está abierto y eso

es, siempre, un síntoma alentador.

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29

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades científicas

tradicionales en argentina. la academia nacional de

geografía y la sociedad argentina de estudios geográficos

1

(gaea) en el último cuarto del siglo xx

Guillermo Gustavo Cicalese

Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata

[…] hay géneros históricos que son característicos de las ciencias sociales, otros que lo

son de las humanidades y un vasto terreno intermedio. En todo caso, para muchos historiadores

es suiciente con contar bien y sólidamente una historia. Que el tipo de historia

que contamos está guiada por ciertas preguntas y no otras: concedido. Que algunas de

las categorías que usamos para contarla están, como la poesía de Gabriel Celaya, “cargadas

de futuro” (y de pasado, y de presente): concedido. Que en la historia económica y

social, sobre todo, es casi imposible no utilizar algún esquema teórico, más o menos explícitamente

formulado: también concedido. Y una vez admitido todo esto, digo: en el origen

está el relato, la narración, el cuento. Primordial y remota la historia (Asúa, 2007, p. 7).

Resumen

Este artículo indaga sobre las narraciones realizadas

por las sociedades geográicas argentinas de corte

más tradicional durante el último cuarto del siglo

XX: la Sociedad Argentina de Estudios Geográicos

(GAEA) y la Academia Nacional de Geografía (ANG).

¿Por qué es importante dedicar nuestra atención a

estas narraciones institucionales? Porque en ellas

es posible distinguir una mirada con trazos y sentidos

que le son propios para relatar la historia de un

campo social y de conocimientos especíico. Estas

narraciones se constituyen en los modos mediante

los cuales se resalta la tarea académica y los logros

de las iguras del campo, se reconocen personalidades

y se celebran sus obras. De este modo, las instituciones

construyen y reconstruyen a través de sus

órganos de divulgación una historia, o mejor dicho,

una memoria disciplinar. Más allá de las cronologías

e historias de la Geografía que iguran en sus volúmenes,

las fuentes que nutren de manera notable

esta memoria son los ritos y ceremonias, muchos de

ellos actos orales que al transponerse en sus versiones

escritas asumen un género más cercano a

lo literario. Ritos, ceremonias y memoria conllevan

una inalidad moral y pedagógica para el resto de los

miembros de la comunidad, además de airmar determinadas

tradiciones cientíicas.

Palabras clave: sociedades geográicas argentinas

–-narraciones- ceremonias y ritos- memoria

disciplinar

Abstract

This article explores the narratives made by two

traditional Argentinian geographic societies during

the last quarter of the twentieth century: the

National Academy of Geography (ANG) and the

Argentinian Society of Geographic Studies (GAEA).

Why is it important to devote our attention to these

institutional narratives? Because through them it is

possible to distinguish a viewpoint with its own traces

and meanings to tell the history of a speciic social

ield. These narratives are the modes by which the

academic work and the achievements of the leading

igures of the ield are highlighted, acknowledged

and celebrated. This way, the institutions construct

and reconstruct their history, or rather a disciplinary

memory, through their journals and bulletins. Beyond

the chronologies and the history of Geography

contained in their volumes, the rites and ceremonies

are the sources that nourish this disciplinary memory

signiicantly -many of them are oral acts whose

written versions assume a literary genre. Rites,

ceremonies and the construction of the disciplinary

memory entail a moral and pedagogical purpose for

the rest of the community members, in addition to

asserting particular scientiic traditions.

Keywords: Argentinian Geographic Societies -

narratives- ceremonies and rites - disciplinary

memory

espaciotiempo/Num.7/2012 30


guillermo gustavo cicalese

Vuelto de su periplo por América, Alejandro

von Humboldt se instala en París en 1804. Uno

de sus biógrafos, Meyer-Abich (1985), airmaba

que de esta manera terminaba la expedición

más importante dentro de la cultura occidental

emprendida por un “investigador en solitario”.

En un ambiente social propicio, se dispuso a

redactar sus obras más salientes, para lo cual

ordenaba sus lecturas, colecciones de piezas

y observaciones de campo. En carta a su

hermano Wilhelm, embajador de Prusia en

Roma, le contaba sorprendido que su fama

era mayor que nunca, que su nombre iba de

boca en boca, que cada vez que dictaba conferencias

los auditorios se colmaban para

escucharlo, no había sabio del Instituto Nacional

que no lo aclamase, al límite tal, decía, que 1

sus más acérrimos enemigos de antaño ahora

lo halagaban. Terminaba su misiva privada

recordando la frase que un distinguido sabio de

la academia y prominente funcionario político

utilizaba para aludir a su persona: “Cet homme

reunit toute une Académie en lui”.

En sus posteriores viajes, al igual

que en el largo periplo americano,

vería a su paso cortejos de bienvenida,

banquetes en su honor,

celebra ciones y reverencias de

hombres de ciencia, aristócratas

y de go bernantes de los distintos

países y posesiones coloniales

que visitaba. Luego de su muerte,

y a modo de homenaje, su nombre

designó especies vegetales y animales,

accidentes geomorfológicos

como bahías, glaciares, canales,

ríos, picos, cordilleras, montes y

Figura 1.

lagos; además de reservas naturales,

monumentos y parques nacionales. Pero también

es común hoy notar que con su nombre ha

1

El presente artículo tuvo una primera versión que fue objeto

sólo de exposición oral en el coloquio “Historia de la Geografía

y Geografía Histórica” en las IXª Jornadas de Investigación

en Geografía (12-14 de Agosto de 2010, Facultad de Humanidades

y Ciencias, UNL). Agradezco los comentarios críticos

efectuados durante las jornadas por Vicente Di Cione, María

Luisa D’Angelo, Perla Zusman y Gabriela Cecchetto. Hago

extensivo este agradecimiento a todos aquellos miembros de

las sociedades estudiadas que se prestaron al diálogo y al intercambio

de impresiones, cuando sabían de antemano que

esta historia contemporánea que contamos los podía decepcionar

por la mirada que hemos adoptado.”

sido bautizada ininidad de pueblos y ciudades,

así como instituciones de ciencias y humanidades.

La vida y obra de Humboldt se convertirían

además en objeto de múltiples biografías,

en inspiración tanto para realizaciones de arte

como esculturas y pinturas (Figs. 1 y 2) como

para la creación de personajes en la literatura.

Por último, sería señalado repetidamente como

el padre fundador de la ciencia geográica.

Aún hoy se sigue evocando a Humboldt con

entusiasmo y arrobada admiración. En torno a

esta forma de recordar a las iguras señeras es

que hemos escrito el presente artículo: trata de

los modos mediante los cuales se reconoce la

tarea cientíica, de las gratiicaciones, del prestigio,

y de la producción de notoriedad tanto de

los geógrafos como de las instituciones que las

conceden y que de alguna manera hacen trascender

su obra. No podríamos dejar de hablar

de ellas, sobre todo porque, como veremos,

esas instituciones construyen y reconstruyen

una historia, o mejor dicho, una memoria

disciplinar que satisface funciones identitarias

en las comunidades especíicas. Pensamos

que éste podía ser un objeto de investigación

válido cuando tuvimos la oportunidad de

explorar documentos de organizaciones académicas

tradicionales que hacían referencia, en

forma completa o por fragmentos, al pasado de

la geografía argentina, a lo que en términos imprecisos

por ahora podemos llamar su historia.

¿Por qué es importante dedicar nuestra

atención a estas narraciones institucionales?

Fundamentalmente porque nos encontramos

ante una mirada con trazos y sentidos que le

31

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

Figura 2.

son propios entre otros posibles para relatar

los tiempos pretéritos de un campo social y

de conocimientos. A partir de los diferentes

tipos de relatos nos proponemos develar que la

escritura institucional y sobre todo la forma en

cómo se transmite, está íntimamente vinculada

a una función social cara a quienes constituyen

la grey cientíica. Este último aspecto es el que

la hace singular y distinta a otras que persiguen

otros ines e intenciones.

Inspeccionadas las fuentes primarias, es que

nos planteamos estudiar la narración del pasado

que han hecho las sociedades geográicas

argentinas de corte más tradicional (así caliicadas

por ser antiguas y por los medios de

legitimación que han empleado) y escogimos

los casos de la Sociedad Argentina de Estudios

Geográicos (GAEA) y la Academia Nacional de

Geografía (ANG) durante el último cuarto del

siglo XX. Mas allá de que traemos a colación el

contexto de origen de ambas entidades, cabe

aclarar que las caracterizamos a partir de las

fuentes oiciales elaboradas en el período seleccionado,

por lo que escasamente hablamos

de su presente. En pocos años, la Sociedad y

la Academia han sido expuestas a cambios internos,

no sólo en sus elencos de dirigentes,

sino también en sus expresiones y estrategias

como agentes colectivos. En gran medida las

transformaciones sociales y políticas en el país

y en el campo de los conocimientos geográicos

en el último cuarto de siglo XX las han conmovido,

haciendo variar sus capacidades, ines

y la manera en que se muestran a la comunidad

disciplinaria y a la sociedad.

Finalmente y con el objeto de desentrañar

el interrogante en torno a cómo han relatado

las instituciones la historia de la geografía

argentina, es que ponemos el acento en los

investigadores que, comprometidos con las

sociedades, publicaron en sus órganos de difusión.

Más aún, hacemos énfasis en un eje que

nos ha llamado fuertemente la atención: el rol

que han cumplido en las asociaciones los ritos y

ceremonias de fuerte contenido simbólico para

la construcción de una memoria disciplinaria. Si

bien se trata de actos orales, en sus versiones

escritas asumen un género no académico, más

cercano a lo literario y con una prosa de corte

privado que se hace pública con una inalidad

moral y pedagógica. En otros casos, el pasado,

sobre todo cuando de trayectorias se trata, es

moldeado dentro de una descripción que recoge

los hitos salientes referidos a la contribución

cientíica del agente individual o colectivo. A

manera de conclusión conjeturamos sobre las

alteraciones que han producido, en este tipo de

instituciones geográicas, el campo social y de

conocimientos actual, intensamente atravesado

por los vectores culturales de la posmodernidad,

los cuales afectan las bases tradicionales

sobre la que se ha montado su autoridad.

Los relatos de las sociedades tradicionales de

la geografía argentina

Al menos hasta la década del noventa, las

dos instituciones principales en el campo de

la geografía en Argentina han sido las dos sociedades

mencionadas. GAEA, cuyo origen se

remonta a 1922, es más antigua y reconocida

por sus actividades para la promoción de

la ciencia y para la representación de los titulados

que la ANG, fundada en 1956. La primera

rápidamente adaptó su estructura para

extender su membresía. Con los años capitalizó

espaciotiempo/Num.7/2012 32


guillermo gustavo cicalese

a los egresados de institutos terciarios y de universidades

nacionales y privadas, sumando en

este derrotero a aquéllos que contarían, a partir

de la década del cincuenta, con el diploma de

grado universitario.

El caso de la ANG es peculiar, como veremos.

Su contexto de emergencia se da en otras

condiciones sociales y políticas, distinguiéndose

de GAEA desde su carta fundacional en

dos puntos. En primer lugar, en el terreno de

la deinición disciplinaria: asumía que el campo

de conocimientos era heterogéneo; no utilizó el

singular de “geografía” sino la acepción plural

de “ciencias geográicas”, término que abarcaba

las ciencias naturales y las humanas. El

uso del plural para la época empezaba a sonar

un tanto anacrónico, más aún con las primeras

camadas de egresados geógrafos de universidades

con pretensiones de airmación profesional

e iniciativas de apropiación de un recorte

preciso en el territorio del saber; demandas que

por otra parte GAEA canalizaría como corporación

rectora, no sin antes transitar por sobresaltos

internos (Quintero, 2002). En segundo

lugar, la Academia se impuso como estatuto

la exclusividad de sus componentes, limitando

su integración a cuarenta miembros notables

estrictamente seleccionados por sus pares, tal

cual señalaba la antiquísima tradición de las

academias de ciencias. Desde sus comienzos,

en sus actas fundacionales se estableció como

un reducto selecto y, como ya dijimos, con una

deinición laxa de la geografía, reuniendo en su

seno –según palabras de la Academia– a los

máximos cultores de las “múltiples disciplinas

que componen la ciencia geográica”. Dentro

de sus principios se proponía convocar a estos

cultores que eran, a juicio de la institución, los

poseedores de un saber que sólo pocos podían

atesorar con real erudición.

En el momento de su fundación, GAEA tenía

la composición profesional usual en las organizaciones

nacionales de este tipo propias del

siglo XIX, animadas por intelectuales aines a

los proyectos políticos estatales. En ellos se

destacaban sus ideas positivistas y la ilosofía

evolucionista en cuanto apuesta por las ciencias

como medio de comprender el mundo e

intervenir en él, y su fe laica en las tecnologías

que permitían conocer y dominar el territorio.

Sus concepciones van a aunar en una misma

meta a exploradores, ingenieros, geógrafos aicionados,

cartógrafos, geólogos, naturalistas y

militares. Debemos dejar en claro que, avanzado

el siglo XX, GAEA como agregado social va

tomando otro cariz más centrado en las labores

de promoción pedagógica de la ciencia geográica

y asume con más ahínco entre sus ines la

“educación del soberano”. Esta orientación, si

bien estaba en la formación de magisterio de su

mentora Elina Correa de Morales (Fig. 3), con el

tiempo sobresaldría debido a la incorporación

cada vez más masiva de docentes y maestros.

GAEA va a convertirse en el referente primordial

y casi único para los geógrafos, sobre todo

a partir de 1960, en un campo muy escueto en

el sector de las investigaciones y mucho más

limitado en el profesional, entendido este último

como un sector de casi nula demanda de

las labores propias de un experto. En el ámbito

de la educación, sector que por entonces se

hallaba en franco crecimiento, la entidad va a

conformar su capital social más relevante a través

de sus redes territoriales de iliales y de sus

iguras más conocidas, que no sólo hicieron

estudios regionales especíicos, sino que nunca

Figura 3.

33

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

descuidaron la edición de textos de enseñanza

ni las colecciones dedicadas al gran público.

A partir de la década de 1930, la Sociedad originó

una apertura creciente hacia los distintos

niveles educativos, convocando a educadores

a encuentros especiales que pasaron a denominarse

la “Semana de Geografía”, evento al que

se han dedicado distintos estudios. 2 Sus dirigentes

y asociados fueron los autores de obras

geográicas variadas, enciclopedias, manuales

escolares y tratados académicos. A la vez tuvieron

a su cargo las cátedras de las carreras

universitarias e institutos de formación del profesorado,

con una militante participación en la

creación y gestión de carreras de nivel superior.

Con estas inversiones en su capital social, la

Sociedad se constituyó en genuina representante

de los geógrafos frente a la Academia.

De ahí en más, y por muchos años, GAEA hablará

en nombre de la “geografía argentina”,

segura de que cuando elevaba su voz lo hacía

tanto por la enseñanza e investigación geográica

nacional, y también como la palabra corporativa

autorizada por la comunidad y, por supuesto,

en defensa del interés patrio.

La ANG emerge en circunstancias históricas

muy convulsionadas para Argentina, como lo

fue el escenario nacional que deviene luego de

la Revolución Libertadora. En efecto, el golpe de

1955 que derrocó el peronismo e instaló el gobierno

provisional produjo el consecuente “reordenamiento”

de las academias de ciencias,

humanidades y artes, y de las universidades. El

gobierno surgido de ese levantamiento de características

cívico-militares convocaría a una

elite cultural cosmopolita y liberal que se sentía

marginada –o efectivamente lo había sido– por

sus ideas y prácticas políticas durante la etapa

que rigió el Justicialismo (1943-1955). Más

allá de que algunos de ellos habían participado

en la rebelión activamente, asumirían posteriormente

puestos estatales y serían, en buena me-

2

La atención que ha recibido GAEA en forma directa o indirecta

en investigaciones, ya sea como institución, ya sea

analizando la obra o gestión de algunos de sus principales

miembros, es un indicador que revela la trascendencia que ha

tenido por muchos años en el campo de la geografía argentina

(Barrancos, 2000; Souto, 1996; Lazzari, 2004; Quintero,

1995, 1999, 2002; Zusman, 1997, 2002, Curto y otros, 2008).

Por el contrario, la poca atención dedicada a la ANG muestra,

quizás, su escasa inluencia en el campo social, más allá de

que se trate de una entidad más reciente.

dida, la dirigencia intelectual de la revolución.

Las nuevas normas que refundan la universidad

y “reparan la autonomía de la ciencia” en las

academias anima a algunos geógrafos, ingenieros,

militares, abogados y naturalistas a crear la

Academia, donde no estaba ausente la rivalidad

con GAEA por cuanto la personalidad más

relevante de esta última, Federico Daus, estaba

identiicado con el régimen depuesto.

No es objeto de este escrito ahondar en la trayectoria

académica e intelectual de estas dos

instituciones ni en sus compromisos con otros

campos, asuntos que, al menos en una de ellas,

nos hemos esforzado por señalar en otras indagaciones

(Cicalese, 2007; 2009). Retomamos

ahora de alguna manera la pregunta inicial de

cómo se ha escrito la historia de la geografía

argentina o, más específicamente, cómo lo

han hecho las organizaciones patrimonialistas

mencionadas. Pero como decíamos, no

sólo nos interesamos por las publicaciones de

geógrafos en sus boletines oiciales, sino que

nos ijamos también en ese recuerdo del pasado

fragmentado, hecho a veces de trozos, de

trayectorias que se maniiestan en relatos mínimos

pero muy cargados de sentido. Ambas,

GAEA y ANG, hacen su pasado con una apreciación

y valoración en actos antropológicos

que les son propios.

¿Por qué es importante reflexionar sobre los

relatos institucionales? Esencialmente porque

estas instituciones han sido muy activas preservando

el patrimonio disciplinario, el cual

seleccionan, realzan y al que crean y recrean

manteniéndolo vivo de alguna manera. Se han

comportado como “doctores de la memoria”,

curadores que tienen el poder de hacer pública

una memoria colectiva, en otras palabras, de

llevarla al conocimiento de todos. Esta fuerza de

difusión surge desde el instante en que cuentan

con canales eicaces y gestan situaciones privilegiadas

donde se instala un discurso sobre el

pasado. Estas instituciones tienen entonces la

capacidad de signiicar en sus textos los principios

hegemónicos, pudiendo incluso provocar

acontecimientos comunicativos sustanciales a

través de la producción del habla predominante.

Resulta difícil, al estudiar tanto estas

agregaciones académicas como otras que se

desenvuelven en la actualidad, no pensar en

las categorías más comunes de la antropología

espaciotiempo/Num.7/2012 34


guillermo gustavo cicalese

clásica y, siguiendo a Becher (2001), aseverar

que se constituyen en verdaderas tribus donde

es admisible identiicar entre sus hombres

y mujeres quehaceres tendientes a la perduración

del grupo. Estas comunidades complejas

con sus jefes de clanes, ancianos sabios, brujos

y guerreros, tienen como misión comunicar

las habilidades del oicio a los aprendices, pero

también junto con éstas, los valores más típicamente

culturales de una disciplina: tradiciones,

costumbres, creencias, principios morales

y pautas de conducta; en otros términos, toda

una serie de signiicados que se espera sean

compartidos.

La actividad de transmisión cultural que realizan

encuentra su vehículo preeminente en el

control de las dimensiones del contexto. Desde

el núcleo emisor del campo disciplinario, como

resume Bourdieu (2000a), se autoimponen la

obligación de conservar conservándose. En verdad,

el recorrido por los anales, boletines, actas

de congresos y otras publicaciones de la Academia

y la Sociedad nos permite ver en sus

páginas dos subtipos de relatos no contradictorios,

que responden a situaciones comunicativas

diferentes: por un lado las usuales visiones

internistas de la evolución de la geografía, y por

el otro, los fragmentos de un pasado disciplinario

que nos despiertan más inquietud y que son

objeto de desarrollo en el título subsiguiente.

En cuanto al primero de los relatos, desde

ambas instituciones se han trazado historias de

la geografía argentina a cargo de distintos autores

con enfoques internistas. Estas perspectivas

fomentan un esquema argumentativo y un

estilo impersonal que aporta a la impresión de

objetividad, haciendo uso de un método predominantemente

genético procesal. En este esquema,

se tiende a resaltar las personalidades

y sus obras con un sentido de continuo progreso

y un estilo de escritura que asume en sus

líneas una visible austeridad en el empleo de

caliicativos. En un esbozo quizá un tanto teleológico,

se cuenta cómo la geografía llegó a ser

lo que hoy es, dejando en el lector titulado la

impronta moral de que se debe asumir la deuda

al menos cognitiva con los antiguos cultores

de la ciencia y ejercer, en cuanto la ocasión se

preste, la “acción de gracias” correspondiente.

Es a este tipo de relato al que se ha recurrido

en los momentos de efemérides que dan paso

a verdaderos ritos festivos, como por ejemplo

cuando GAEA celebró sus sucesivos aniversarios.

Así ocurrió en ocasión de cumplir sus

cincuenta y ochenta años de vida social. En el

libro de GAEA editado en 1974, dedicado a su

propia historia con motivo de alcanzar su cincuentenario,

la comisión directiva redactó un

informe en donde no queda lugar a dudas sobre

el sentido de su narración. El ánimo que

la guiaba era que “esta memoria” no quedase

coninada a un “mero contenido retrospectivo”,

es decir, no sólo como una nota dedicada a

conmemorar glorias pasadas, sino que –en sus

palabras– debía ser un acicate para dejar en

claro los lineamientos de un programa a futuro.

Se traía el pasado para garantizar el futuro. En

él se vislumbraba el venidero rol de los geógrafos

para emplearse al servicio del Estado en la

solución de problemas que podían afrontarse

con los instrumentos de la “geografía aplicada”,

alentando así la imagen del geógrafo experto.

Esta rama práctica estaba por esa época en

boga en Europa y Estados Unidos de América,

y la entidad la entendía como una perspectiva y

un medio técnico metodológico apropiado para

encarar el desarrollo del país. No eran ajenos al

relato los lamentos por el desconocimiento de

la tarea de los geógrafos, ya que se sostenía

que la labor en favor de la cultura geográica no

había alcanzado en nuestro medio la repercusión

que se merecía entre los ciudadanos. Esta

publicación venía a cubrir ese vacío, entre otras

cosas, puesto que tenía la “virtud”, en palabras

de los dirigentes, de mostrar el trabajo de dos

generaciones de geógrafos argentinos al servicio

de la sociedad y el territorio nacional.

La otra publicación, con motivo de los ochenta

años de antigüedad de la Sociedad, consistió

en una edición que salió a la calle en 2002

en un soporte material austero, ya que fue compaginada

en formato de cuaderno. En ella, los

redactores encargados de la cronología ponían

en relieve:

En estos primeros ochenta años de existencia

de GAEA, que ahora celebramos,

ocurrieron muchos hechos que son demostración

palmaria de un accionar constante

a favor de la vieja ciencia de Estrabón, en

una continuidad temporal que muy pocas

instituciones cientíicas de nuestro país pue-

35

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

den ofrecer. Al cumplir en este año de 2002

ochenta laboriosos y fecundos años, y en

homenaje a quienes la fundaron, prestigiaron

y cuyos esfuerzos ennoblecieron, esta Sociedad

ha decidido concretar con esta síntesis

historial su reconocimiento a quienes nos

han precedido (Richart y Ururzun, 2002, p. 4).

Con un convencimiento que encuentra sus

raíces en la legitimación que otorga el espesor

del tiempo sucedido, los autores de estas líneas

entrelazaban por este mecanismo de búsqueda,

de adhesión y consenso los remotos orígenes

grecolatinos del pensamiento territorial. La “vieja

ciencia de Estrabón” era la fase de infancia

o paleogeográica de la ciencia geográica moderna.

En ese mismo párrafo se daba cuenta de

los orígenes fundacionales con reproducción

de los facsímiles de los documentos (Fig. 4)

y, con fundamento, los geógrafos daban fe de

la persistencia de la Sociedad en un país donde

las irrupciones y discontinuidades habían

sido tan comunes. Es que verdaderamente es

muy atípico detectar en el mundo de la ciencia,

y aún más en las ciencias humanas en

Argentina, otra entidad profesional con este

peril que haya permanecido por tantos

Figura 4.

años. En las palabras introductorias, también se

señalaba la fecha fundacional de GAEA como

venturosa para la geografía mundial relacionándola

con la creación de instituciones nuevas y

otras ya existentes, y que serían señeras con el

paso del tiempo como fue el caso de la Unión

Geográica Internacional (UGI) fundada en Bruselas

en ese mismo año y que también cumplía

su centenario, o la Société de Géographie de

París (oicialmente fundada en 1821), considerada

la sociedad geográica más antigua del

mundo. A través de sus dirigentes e intelectuales,

ambas realizarían una signiicativa difusión

de los estudios geográicos en Latinoamérica

mediante una diplomacia activa para enseñar la

cultura europea. En el caso de Francia, el intercambio

académico pasaría a ser parte importante

de su política exterior en el subcontinente.

En cuanto a la ANG, la justiicación desarrollada

en sus primeros anales se basaba,

más que en un pasado institucional que no se

poseía, en los destacados antecedentes de sus

precursores, miembros de otras academias de

formato similar, o en su paso por funciones directivas

en GAEA, así como en la necesidad

de contar con una organización distinta aianzada

en su selectividad. En sus publicaciones,

los raccontos suelen ser más limitados. En los

primeros anales, sobretodo, se registran los

planes típicos de un ente cultural y cientíico

naciente que intentaba ocupar un lugar en

el campo académico. En ellos se detallan las

gestiones administrativas, apelaciones legales

y lineamientos políticos tendientes a lograr su

nacionalización. Tal acreditación por parte del

Estado se traduciría en apoyo de recursos económicos

y en la concesión de consultora exclusiva

sobre asuntos geográicos.

Hay un elemento en común en las historias de

la geografía argentina en ambas instituciones a

cargo de autores sobre todo en el último cuarto

de siglo, y es que han sido editadas en español

luego de haber sido publicadas en el extranjero,

formando parte de una serie de artículos que

son compilados con el objeto de relevar el estado

de la cuestión geográica en distintas escuelas

nacionales o, al menos, los autores los han

editado siguiendo una línea de pesquisa que

venían ya trabajando. En estos relatos generalmente

los hechos políticos y sociales suelen

aparecer como aspectos periféricos o adyacen-

espaciotiempo/Num.7/2012 36


guillermo gustavo cicalese

tes en el devenir de la ciencia, no son dimensiones

reveladas como signiicativas ni entrelazadas

con la producción de conocimientos.

Por lo común, en sus miradas hacia atrás,

tanto la agenda de temas de indagación, los

enfoques teóricos y las referencias axiológicas

como su aplicación a determinados intereses

son relaciones que aparecen desdibujadas.

Sin embargo, en algunas de estas exposiciones

la coyuntura de la escritura ha llevado a los

autores, probablemente afectados en su trabajo

cotidiano, a hacer una referencia a los

factores de convivencia política, cuando éstos

se han manifestado de manera determinante

sobre la actividad académica. 3

Ahora bien, habíamos dicho también que existen

otros relatos, otras formas de hacer historia

en las instituciones, que no por breves son

banales. Muy por el contrario, creemos que estas

historias mínimas cumplen funciones más

densas en lo gregario que las que antes tuvimos

oportunidad de caracterizar. Empero, ¿cuál

es la razón para hacer esta última airmación?

Preliminarmente podemos aseverar que son las

responsables de idear la memoria disciplinaria,

no la memoria entendida como un subgénero

donde se rinden cuentas de la actividad

burocrática y se hacen balances administrativos,

en tanto es un ejercicio notario propio de

estas entidades, que se vuelca en un registro

ceñido a un segmento temporal. 4 Hablamos

3

El texto de Bolsi (1991), publicado por la Academia, es muy

completo en su relevamiento histórico institucional de Argentina

en universidades y centros. El autor hace referencia a la

irracionalidad del funcionamiento universitario en determinados

períodos pretéritos para referirse a la intolerancia política,

dejando sentado que estos factores externos no pueden

dejar al menos de mencionarse. El artículo de Randle y Conte

(1999) publicado por la Sociedad hace un repaso detallado:

distingue “personalidades” en distintas instituciones, incorpora

las ediciones de geografía popular, y no puede dejar de

mencionar los cambios “externos” que se originaban en los

ochenta con la llegada de la democracia, airmando que había

agobio por los cambios educativos y siendo críticos con

la nueva clase dirigente que llegaba al departamento de geografía

de la UBA.

4

GAEA regularmente publica la memoria anual de la junta

directiva correspondiente al ejercicio del año inalizado, donde

se da cuenta de la aprobación por parte de la asamblea

del balance general, la cuenta de gastos y recursos. Además

en ésta se informa sobre la semana de geografía desarrollada,

sobre visitas, conferencias e intercambios con académicos extranjeros,

acuerdos con instituciones nacionales y extranjeras,

entonces de la memoria disciplinaria que poco

aparece en dicho ejercicio, de la memoria cuyo

material se conforma con los reconocimientos

y el propio reconocimiento con que comienza

cada acto ceremonial oral, que hacen la formación

de una idea del pasado para luego ser

recogidos con un estilo de redacción que nos

acerca más a lo literario. No está en nuestra

intención descaliicar estos relatos tachándolos

de literatura como sinónimo de icción, sencillamente

los pensamos así porque no se encuentran

sometidos al juicio de la ciencia, a la

réplica o a la duda sistemática, es decir, no responden

a un procedimiento demostrativo que

busca consistencia lógica lo cual, por otra parte,

no sería un nivel de evaluación útil, es más,

un examen en estos términos sería impropio.

Estos discursos se ordenan con base en una

relación de nexos entre eventos, personajes y

estrategias que tienden a despertar emociones

y creencias en los lectores u oyentes. Así, pensamos

que cabe el empeño por interpretarlos

en su contexto.

Ceremonias de reconocimiento, ocasiones de

construcción de la memoria

Al igual que otras organizaciones, las instituciones

académicas se sienten responsables por

la transmisión cultural, la cual hacen efectiva por

distintos medios. Su cometido no sólo consiste

en prohijar la reproducción de teorías, métodos,

técnicas y prácticas de orden pedagógico o cientíico;

también debemos prestar atención a la forma

en que lo hacen, y que a la vez resulta en un

refuerzo de los contenidos y de las condiciones

de recepción en la comunidad. Empero, no sólo

se transieren para su reproducción conceptos e

instrumentos intelectuales sino también una tabla

de valores, esquemas de percepción y actitudes

que están incorporadas a la enseñanza del oicio.

Siguiendo a Bourdieu (2000b), aleccionan sobre

“una manera de estar en el mundo”, un habitus

cientíico que comprende en forma coherente

las pericias de la profesión con un conjunto

de creencias o, lo que es lo mismo, de ideas,

prejuicios y certidumbres irmemente arraiadquisición

de bienes y donaciones, reformas estatutarias, el

movimientos de ailiados y el fallecimiento de socios. En el

caso de la Academia su memoria tiene un formato muy similar

notiicándose sobre el fallecimiento de académicos y el

reemplazo por nuevos numerarios.

37

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

gadas en la comunidad. Para ser más precisos,

el habitus es un sistema de disposiciones

adquiridas por medio del aprendizaje (implícito y

explícito) por el cual el individuo actúa (delibera,

calcula y ejerce elección) pero también “es actuado”,

es decir, internaliza las normas sociales

haciéndolas propias. A través de esta categoría

intermedia se restablece la correspondencia

entre las conductas individuales y las imposiciones

colectivas, integrando ambos factores de la

balanza en el modelo explicativo.

Las creencias encuentran su cauce ideal en

la elección de canales, momentos y sitios que

facilitan su transmisión a través de actos gregarios

de intenso sentido simbólico. Los sistemas

simbólicos se constituyen en instrumentos de

integración y solidaridad comunitaria, generando

sentido sobre el mundo social a través

de la producción de consenso. Airma Bourdieu

(2000a) que tienen el poder de constituir

lo dado por la enunciación, hacer ver, hacer

creer y conirmar o transformar de esta manera

la visión del mundo. Es una capacidad mágica

que permite obtener sin gasto aparente la aceptación

de quien ejerce un determinado p oder,

a diferencia de lo que puede ser conseguido

por otros caminos más costosos y arduos que

suponen imposiciones y coacciones de distinta

naturaleza.

Las entidades cientíicas no escapan al uso

de estos recursos mágicos, que se esceniican

en ceremonias que contribuyen a la reproducción

disciplinaria. Es posible discernir en esta

dirección toda clase de ritos antropológicos

como, por ejemplo, de iniciación, consagración,

festivos, de conmemoración, de tránsito, funerarios

y de revelación. Esos actos formalizados

y reiterados evocan el pasado alojándose en un

sitio y en un momento: ése es el lugar y tiempo

privilegiado donde se exteriorizan y refuerzan

buena parte de las creencias comunitarias. Los

arreglos de pequeños espacios como forma de

ejercicio de un poder de orden simbólico en los

ámbitos educativos ha sido motivo de agudas

relexiones por parte de Foucault (1985) quien

revela las correspondencias entre arquitectura

y el ejercicio de la autoridad social.

El emplazamiento material resulta parte del

ritual, es donde los signos societarios son omnipresentes.

Se trata de salas especialmente

acondicionadas, con su mobiliario y adornos,

con escudos y cuadros sobre las paredes, y

aún con la indumentaria que lucen los concurrentes.

La teatralización se completa con la

disposición protocolar en el espacio, localizaciones

que se arreglan conforme a coordenadas

jerárquicas (los ubicados en la mesa del

palco, quienes van a ocupar el atril, las ubicaciones

en las ilas delanteras de la tribuna y el

posterior cortejo), según el grado de quienes

asisten y el papel que desempeñan en el acto.

Se diría que todo está dispuesto en este verdadero

salón de actos con sus recintos ataviados

para realizar las sesiones solemnes. El lugar

se convierte durante el cónclave en un recinto

cargado de historia, similar a un museo o un

monumento, generando en quienes lo habitan

en forma pasajera ciertas predisposiciones

a aceptar la autoridad que se maniiesta por

encima de ellos.

Junto con trabajos académicos, tanto la ANG

como GAEA relejan en sus volúmenes, y esto

en nuestro estudio es capital, los escritos que

recogen y ciertamente reiteran lo dicho en los

actos rituales antes mencionados. En la mayoría

de ellos predomina el discurso y la transmisión

oral, más allá de que luego lo dicho se

convierta en textos impresos con el objeto de

difundir lo ocurrido, dando pie a la formación de

una memoria común. Entre estos actos podemos

reconocer las ceremonias que se efectúan

con motivo de:

• homenajes a geógrafos en reconocimiento

de su labor,

• aniversarios que recuerdan la fundación de

las instituciones o hitos destacables, que

hemos comentado en el título anterior,

• lecturas de biografías y necrologías de aquellos

asociados distinguidos,

• discursos oiciales dictados en ocasiones

de entregas de premios y concesión de honores,

y inalmente,

• la presentación de antecedentes curriculares

de aspirantes que justiican la ocupación

de uno de los asientos reservados a los académicos

de número.

espaciotiempo/Num.7/2012 38


guillermo gustavo cicalese

Estos textos-documentos se producen a partir

de los ritos del presente en los salones ceremoniales,

fuertemente anclados en un pasado que

da razón y fundamento al acto especíico cuya

misión es siempre crear un instante de conmemoración.

La conmemoración es la adopción y

adecuación de un pasado que sirve a las necesidades

actuales, contrastante con la rememoración

que es el intento de aprender el pasado

en su verdad, dice Todorov (2002). El historiador

y ilósofo discrimina ambas acepciones: la

historia reconoce la complejidad del pasado,

la memoria lo simpliica ya que nos provee de

ídolos para honrar; mientras la primera es sacrílega,

la segunda es sacralizante. Claro que no

siempre ha sido tan tajante el límite entre una y

otra, ha sido más bien una franja de transición

donde incluso no es extraño encontrar transposiciones,

o bien a investigadores profesionales

que no ateniéndose a estos ines de oicio

–por no aceptar la separación entre una y otra–

han militado conscientemente en favor de una

memoria. Es cierto que no siempre se ha tenido

por parte de los intelectuales tal lucidez sobre

la práctica propia o sobre las consecuencias de

la utilización o recepción de los conocimientos

obtenidos e ideas declaradas. Creemos que un

buen ejemplo en este sentido lo aportan las indagaciones

relativamente recientes sobre los

contenidos ideológicos de los discursos que

iguran en los manuales escolares o en los medios

masivos de comunicación.

Siguiendo el pensamiento de cientíicos sociales

que se han ocupado del problema de la

memoria, podemos decir con ellos que quienes

“hacen memoria” suelen recurrir habitualmente

a las mismas fuentes documentales que emplean

los historiadores profesionales, pero diferenciándose

–como vimos– en las intenciones y

objetivos que se persiguen. Nora (2009) no deja

lugar a dudas sobre cuál es el lugar de estos

testimonios que coniguran la memoria, evidentemente

signiicativos como fuente histórica,

pero no decisivos ni aún menos excluyentes

de la búsqueda de otros documentos de naturaleza

diferente. La memoria puede separarse

radicalmente de la historia cuando sus fuentes

exclusivas están sujetas a recuerdos de un pasado

vivido efectivamente o imaginado por testigos

que han experimentado los acontecimientos

o creen haberlo hecho. La memoria siempre

se instala en un terreno sensible y pasional, y

en ocasiones el sólo ejercicio del recuerdo es

emotivo para quien lo hace, pero debemos aquí

hacer particular hincapié en la conducta protagónica

de las organizaciones que preparan un

ambiente propicio para la emergencia de memorias

individuales.

Para algunos historiadores la única memoria

realmente existente es la individual, y son las

organizaciones de peso frente a las que los sujetos

recuerdan, quienes se comportan como

conserjes que guardan celosamente las llaves

de apertura y cierre de estas manifestaciones.

Entonces, conforme determinadas instituciones

con poder social la habiliten o no, la memoria

estará relegada a lapsus prolongados de latencia,

desplazada al olvido o, por el contrario,

se convertirá en “memoria pública” luego de un

brusco despertar. En la actualidad se ha revalorizado

el papel del testigo; a quien se asigna

esta condición se lo distingue por considerarlo

aquél que conserva la “memoria viva”, es

el que “allí estuvo” y protagonizó o presenció

con sus sentidos los sucesos sobre los cuales

brinda testimonio. Esa existencia en cuerpo y

entendimiento en un tiempo histórico es lo que

suma credibilidad como vocero caliicado. Así

se produce una conianza ingenua en la primera

persona, una fetichización del testimonio que

le otorga una gravitación superior sobre otros

documentos (Sarlo, 2005).

Le Goff (1991) parece conirmar el alcance

del tipo de fuentes que hemos consultado para

rastrear los relatos institucionales, al sostener

la trascendencia que aquéllas tienen para

la coniguración e invención de las memorias

colectivas. El historiador identiica dos tipos de

materiales que dejan su vestigio: documentos y

monumentos. Este último vocablo, del latín monumentum,

alude desde la antigüedad romana

a un doble sentido: una obra de arquitectura

o escultura erigida con objeto conmemorativo

por un lado, y un artefacto funerario destinado

a transmitir un recuerdo donde de manera

inexorable aparece la conciencia de initud, por

otro. Empero, lo más interesante de los argumentos

de Le Goff es su percepción de que el

documento es siempre producto de un centro

preponderante que lo trae a colación ante el

conjunto societario ungiéndolo con una fuerza

alegórica extraordinaria; nos advierte: “El docu-

39

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

mento no es inocuo. Es el resultado ante todo

de un montaje, consciente o inconsciente, de

la historia, de la época, de la sociedad que lo

ha producido, pero también de las épocas ulteriores

durante las cuales ha continuado siendo

manipulado, a pesar del silencio. El documento

es una cosa que queda, que dura y es testimonio.

[...] El documento es monumento, en el

sentido que es esfuerzo cumplido por las sociedades

históricas por imponer el futuro, hacerlo

manejable, previsible” (1991, p. 65).

La cita textual que antecede no entraña para

nosotros pensar únicamente el documento en

tanto elemento que puede ser relexivamente

manipulado, ya sea por los mecanismos asociados

a su ocultamiento o a su rehabilitación

frente a la opinión pública. Esto evidentemente

ocurre, pero en esta instancia preferimos comprender

la conmemoración como una ineludible

necesidad de todos los grupos que constituyen

o buscan constituir un proyecto de vida y

una identidad, aún cuando se trate de comunidades

que practican normas que se atienen

a las pautas de validación del método cientíico.

Por supuesto, esto no signiica perder de

vista el papel rector que tienen las entidades

con ascendencia social. Éstas, como núcleo de

poder, tienen el privilegio de producir documentos

como forma de garantizar un rumbo previsible

para sus integrantes, de ahí también que

la conmemoración satisfaga inquietudes muy

humanas. Estos documentos contienen dos

aspectos que consideramos sustancial dilucidar

en nuestra pesquisa: primero, la descripción

del género literario, porque creemos que

estamos frente a una prosa que constituye una

trama de escritura típica ante la cual conviene

interrogarse sobre su entretejido y los sentidos

de los mensajes que porta; y segundo, plantear

una aproximación a las funciones simbólicas

que cumplen las organizaciones por intermedio

de estos documentos, en relación a un colectivo

al cual representan o dicen representar.

Los géneros de escritura que construyen

memoria

La Academia y la Sociedad han puesto en escena

repetidas veces ceremoniales que tienen

raigambre tradicional y que son propios también

de otros colectivos de cientíicos. Se expresan

por la asignación de méritos y premios,

la exaltación de personalidades apoyada en

biografías ediicantes que oician como prueba

de las distinciones otorgadas a los honrados.

La denominación de los premios guarda

un sentido, ya que está asociada a un nombre

propio que las entidades han puesto como

ejemplo. En el caso de GAEA, el nombramiento

evoca a los geógrafos exploradores de cierto

sesgo romántico o a maestros de la geografía

que cumplieron importante labor en los siglos

XIX y XX por su aporte a la pedagogía disciplinaria,

al conocimiento del espacio nacional y a

los planes de consolidación del estado. En este

sentido, vemos que en momentos de conlicto

con países fronterizos, las distinciones a obras

académicas y a geógrafos recayeron en lo que

podríamos llamar “geógrafos nacionales” y en

sus tratados sobre límites orientados a apoyar

las posiciones en litigio pretendidas por Argentina.

También ha dado menciones especiales a

reparticiones estatales de control y relevamiento

territorial como el Instituto Geográico Militar, la

Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación

y recientemente a la Academia Nacional

de Geografía. 5 Estas menciones procuran un

reconocimiento circular mutuo mediante el intercambio

de obsequios simbólicos y suelen

ser usuales como señales de buena voluntad y

recíproco fortalecimiento social (Fig. 5).

Las sucesivas remembranzas a los precursores

de ambas entidades nos remiten a un género

largamente transitado en la literatura y en la

historia como es el de las biografías. Su origen

etimológico proviene de los vocablos griegos

bios y graphein que signiican, respectivamente

“vida” y “escribir”. Se narra la vida de una

persona que tiene o tuvo existencia verdadera,

sus acciones y pensamientos; sin embargo, en

algunos subgéneros que han sido usuales se

llega, en la exposición, al punto de transigurar la

5

Entre los premios se pueden citar el “Francisco P. Moreno”

por el valor de las contribuciones personales a la Geografía

y Ciencias Aines (desde 1951); el “Dr. Carlos María Biedma”

para quienes han hecho el mayor aporte a la didáctica

de la Geografía (desde 1953); el “Romualdo Ardissone” que

selecciona el mejor trabajo de investigación de estudiantes y

graduados recientes; el “GAEA al mérito geográico” otorgado

a exploradores de mérito; el “Consagración a la Geografía”

orientado a la trayectoria académica y premios especiales

otorgados no a personas sino a instituciones públicas y privadas

por su labor en el campo de la Geografía (“Mérito Geográico”,

“Cincuentenario” y “Sexagésimo Aniversario”).

espaciotiempo/Num.7/2012 40


guillermo gustavo cicalese

“persona real” en un “personaje notable”, aproximándose

a un estilo más cercano a lo literario

al registrar con exclusividad sólo sus facetas

más virtuosas. Salvando las distancias, y por

nuestra parte fuera de cualquier intención irónica

o peyorativa para el caso de las sociedades

cientíicas más conservadoras, las biografías

pueden quedar próximas, en sus signiicados

y contenidos, a las descripciones ejemplares

de las hagiografías. Sobre todo cuando estos

recuerdos de vida son recogidos por un hagiógrafo

que se esmera por mostrar a los lectores,

con el estilo propio de las moralejas, a alguien

tan excepcional por sus méritos que se separa

tajantemente del resto de sus congéneres. Al

simpliicar la complejidad de la personalidad en

sus claroscuros queda más evidente el mensaje

didáctico como corolario y se revelan ciertas

máximas de oicio. Este sentir, aunque sin llegar

a los extremos discursivos que acabamos de

describir, es el que parece campear en las modalidades

que veremos a continuación.

Entre los géneros que ha utilizado GAEA en

sus boletines periódicos podemos reconocer

textos conmemorativos, cronologías, obituarios,

homenajes post mortem o “en vida”. Los

libros están dedicados asiduamente a recordar

los eventos y personalidades que llevaron

a la fundación y desenvolvimiento de GAEA;

es común que en esa prosa la Sociedad se

convierta en un sujeto activo, a la vez que en

narradora y personaje protagónico. En muchos

de estos escritos se reseña la labor de

los precursores de la ciencia tanto en el campo

internacional como local. En el caso de los

más distinguidos geógrafos argentinos que han

contado con membresía, ocurre que sus recorridos

biográicos en muchos casos quedan inseparablemente

anudados a la vida de la institución.

GAEA ha hecho uso de esta modalidad

publicando números de homenaje a Raúl Rey

Balmaceda, Federico Daus, Romualdo Ardissone

y Horacio Difrieri, por ejemplo. Su labor

como gestores evidencia ese nexo entre un

proceder consagrado no sólo a la ciencia sino

también a la organización. En esta dirección,

debemos recordar que los nombrados ocuparon

altos puestos en la comisión directiva

y llegaron a presidirla (Ardissone, 1961; Daus

1949-1957 y 1965-1981; Rey Balmaceda 1988-

1993 y 1997-1998). Similar estilo ha empleado

la ANG con el sacerdote e historiador Guillermo

Furlong Cardiff quien, aparte de ser su decisivo

patrocinador, la presidió durante el extenso período

entre 1956 y 1968.

Las semblanzas que realizan ambas entidades

son sentidas afectivamente según los

casos y las circunstancias en que se producen,

marcadas emocionalmente cuando media

el duelo comunitario, el que se releja en las

necrológicas. Las características de estas evocaciones

están marcadas por la cercanía entre

el autor del responso –discípulo o compañero

de trabajo cercano– y el sujeto de la biografía.

El texto leído o escrito es la vía por la cual el

aspecto más tocante del rito funerario se consuma,

vigorizando así los vínculos sensibles entre

los asistentes si se trata de un acto público,

o de los lectores miembros de la comunidad

si se trata de un libro. Todas las pautas de la

redacción parecen concurrir a pintar una igura

digna de ser imitada y seguida en su labor profesional;

entre ellas podemos distinguir el uso

de un lenguaje de enaltecimiento cuya intensidad

está moderada por la situación y la época,

Figura 5.

sus cualidades particulares y sus aportes, que

suelen estimarse reveladores para la geografía.

41

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

En el caso de GAEA hemos seleccionado tres

biografías editadas en períodos distantes, pero

signiicativas en cuanto a los aspectos antes

resaltados. La de Romualdo Ardissone (GAEA,

1973) 6 probablemente es la de estilo más austero;

en su proemio, la entidad revela en un breve

párrafo titulado “Advertencia” que el volumen

homenaje había sido preparado por el Instituto

de Investigación de la Facultad de Filosofía y

Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero

las lamantes autoridades de la intervención habían

dispuesto por resolución no editarlo, asumiendo

la asociación esta responsabilidad (Fig.

6). En esas escasas líneas se da cuenta de la

refundación universitaria que se estaba dando

en la unidad académica a partir de la llegada

del gobierno constitucional en 1973 (Cicalese,

2007; Quintero et al., 2009 y Buchbinder, 2005).

No eran buenos tiempos para las corporaciones

tradicionales como ésta, ante los denuedos

revolucionarios que se inauguraban en la universidad

y en la educación en general con el

arribo del peronismo de izquierda en la administración

de las casas de estudio.

Encaminándonos a lo especíico, se exhibía

a Ardissone como parte de una generación

“ya extinguida” que continuaba la obra de los

sabios extranjeros llegados durante el siglo

XIX a Argentina y de los precursores locales,

citando entre ellos a Burmeister, Ameghino,

Moreno, Lafone-Quevedo, Lehmann-Nitsche,

Kuhn y Outes. Entre estos ilustres nombres

pertenecientes a otras ciencias de campo se

glosaba la geografía con su métier particular

como ciencia de probada performance. Pero

sobre todo se ponía en la persona de Ardissone

el haber cooperado para lograr un lugar de

reconocimiento para la disciplina, al adoptar

teóricamente la idea de la unidad y excepcionalidad

para la ciencia geográica. De esta manera,

se airmaba la existencia de una óptica

sólo empleada por los geógrafos y que no era

compartida o sobrepuesta con otros especialistas

de las ciencias humanas o naturales; a

este cometido habían contribuido sus estudios

de geografía humana al enmarcarse dentro de

los ejes epistemológicos del posibilismo francés:

“Con tales obras no sólo deinió su esti-

6

Los casos concretos que examinaremos se enlistas bajo el

título “Fuentes”.

Figura 6.

lo cientíico y el territorio de su vocación, sino

que airmó la unidad de la Geografía frente a

las opiniones de los colegas excesivamente

naturalistas, posición que quedó bien deinida

por él en el simposio sobre Geografía Regional

que la sociedad GAEA celebró en 1949 y

que se advierte a lo largo de los programas de

sus cursos académicos dictados sucesiva e

ininterrumpidamente desde 1921 hasta 1960

en Buenos Aires y La Plata” (GAEA, 1973, p.

9). El texto reseñaba el historial de Ardissone

como fundador y socio de otras academias de

ciencias, enumerándose además su extensa

lista de publicaciones, muchas de ellas inéditas.

Hay en la recensión un dejo de romanticismo

ingenuo que destaca su originalidad como

erudito, sus nobles sentimientos por la naturaleza,

su afecto por el terruño y las culturas regionales,

las cuales son descritas como verdaderamente

auténticas. Así, uno de los últimos

párrafos señala: “Es la obra de un hombre fascinado

y medido, pudoroso de sus emociones,

noble caballero, exquisitamente sensible tanto

a la sugestión telúrica del grandioso paisaje de

espaciotiempo/Num.7/2012 42


guillermo gustavo cicalese

los Andes, como a la humildad de un arbusto.

Cuantas veces volvió a los Valles Calchaquíes

para gozar del amancay en lor de las amarillas

ondulaciones de los del campo de Tintín, lo hizo

con el amor a la naturaleza y al hombre de su

tierra, que ocultaba con la reserva de un amante

platónico” (GAEA, 1973, p. 12).

Años después, GAEA aprobaba una resolución

de la comisión directiva con la anuencia

de los presidentes de las iliales regionales, que

declaraba la realización de un homenaje “en

vida” a Federico Daus al cumplirse cincuenta y

cinco años de labor (GAEA, 1979), iniciativa que

había surgido en la Semana de Geografía realizada

en Mar del Plata en 1976. En la declaración

se establece que la conmemoración estaba

destinada a “exaltar su obra y dedicación a

la Sociedad” sintiéndose la comunidad de geógrafos

en la obligación moral de homenajearlo.

Se editó un libro en cuya primera parte se construye

una biografía coral participando en cada

apartado discípulos, colegas y amigos. En la

segunda parte –al igual que la dedicada a Ardissone–

se incluyen contribuciones cientíicas

sobre temas diversos, compaginación que había

sido cuidadosamente prevista para que, en

palabras de la Sociedad, “se le rinda homenaje

haciendo geografía” y para que el galardonado

aprecie que “su camino no ha sido en vano”.

Cada condiscípulo relata el paso de Daus por

distintas instituciones universitarias, públicas

y privadas, organismos de estado y su labor

principalísima como escritor de obras sobre el

territorio. Si de Romualdo Ardissone se destacaban

los valores propios de un romanticismo

que abrazaba la naturaleza con pasión, en Daus

ese romanticismo se airmaba por sus sentimientos

nacionales ostensibles en sus consideraciones

sobre cuestiones de fronteras y límites,

así como en sus posicionamientos públicos

relativos a la política exterior a seguir por la

cancillería. Eran tiempos de fuertes consensos

animados por el gobierno militar y de doctrinas

nacionalistas territoriales que se habían hecho

carne en la población a partir de una intensa

propaganda a través de los medios masivos y

la educación. La mayoría de la dirigencia de la

Sociedad, en consonancia con el sentir popular,

asumía por entonces como catecismo básico

sus deberes patrióticos hacia el mantenimiento

de la soberanía (Cicalese, 2009). Entre

sus compañeros, darán testimonio de su vida

Carlos Goñi Demarchi, Ramón Manuel Dozo y

Ricardo Paz.

Goñi Demarchi, al relatar el desempeño de

Daus como docente del Servicio Exterior de la

Nación, dice:

En consecuencia, no escatimó esfuerzos

para inculcar en sus alumnos, a través de

ese amor por la tierra que alora del conocimiento

y del contacto con su geografía, las

nociones que todo diplomático debe tener

en una materia que ocupa un lugar convencional

en los programas de enseñanza. (...)

fue para mi motivo de particular satisfacción

personal haber podido coincidir en coniar

a su responsabilidad una cátedra que,

por comprender también, expresamente, el

examen profundizado de nuestros límites

geográicos, ocupaba un rango prioritario

en la preocupación de la dirección (GAEA,

1979, p. 20).

Dozo rescata la inluencia de Daus sobre sus

propias creencias, escala de valores y tarea, y

relexionará con respecto a sus libros:

Una de las constantes que es posible destacar

en la rica gama de facetas del eminente

profesor Dr. Daus es sin duda su

fervor por la defensa de lo argentino, sin

que ello signiique caer en una xenofobia.

(...) como introducción de nuestra intención

de poner en evidencia el noble sentimiento

nacional que aparece, cotidianamente, en

las obras del Maestro (...) Hemos tenido la

suerte de seguir su quehacer desde hace

años, ya como simple alumno, ya como

estudioso de sus muchos trabajos, hoy en

función de modesto colega, en una forma

más relexiva. Con ello hemos renovado

constantemente nuestra fe en el alto destino

de la Nación Argentina en su mensurada

apreciación de nuestra realidad (GAEA,

1979, pp. 24-25).

Cerrando la lista de testimonios, Ricardo Paz

elogia los textos más combativos de Daus a la

hora de defender las posiciones internacionales

del país, y reiriéndose al conlicto que por

ese tiempo amenazaba con un enfrentamiento

43

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

armado con Chile, comenta sobre su tratado

sobre el Canal de Beagle:

Dos rasgos tan puros y perfectos como los

de una composición artística marcan el estilo

y las concepciones del profesor Daus en

lo que atañe a geografía de las fronteras:

una prosa clásica, rigurosa y suelta, que

no se ampara en la palabra técnica sino

para hacerse más expresiva, y un concepto

geográico que, por honesto y verídico, se

corresponde armoniosamente con los derechos

que la República posee y sostiene

en sus cuestiones limítrofes (...) La observación

apunta a ciertas equivocadas opiniones

de autores argentinos y descalabra ese

delirio chileno sobre un canal que se introduce

en el océano por el Norte de la isla

Nueva como una corriente marítima (GAEA,

1979, pp. 26-27).

El homenaje a otro de los presidentes de

GAEA, Raúl Rey Balmaceda, se haría en el

año 2002, tras pocos años de su fallecimiento,

en 1998. Rey Balmaceda, con una larga lista

de publicaciones cientíicas, didácticas y de

divulgación, despuntó por la prosa combativa

de sus trabajos, en los que evidenciaba de manera

explícita sus posturas más francamente

políticas. Si imaginásemos a GAEA como una

tribu académica (de las tantas que abundan en

las comarcas de la ciencia), y en los turbulentos

tiempos que le tocó vivir, podríamos notar

distintos roles entre sus miembros. Así como

a Daus se lo puede concebir como el chamán,

depositario de la sabiduría del hombre que tiene

años de experiencia y además la capacidad

“mágica” de inluir en las perspectivas intelectuales

de la comunidad, a Rey Balmaceda

se lo puede ver como el guerrero de la tribu,

como el combatiente siempre dispuesto a desenvainar

su espada para defender los valores

de la ortodoxia geográica y de los intereses

de la Sociedad, que en acuerdo con lo que fue

durante muchos años el discurso oicial, armonizaban

a la perfección con el interés nacional.

La efectividad de este discurso consistía en la

asociación de principios morales asentados

en la defensa de la corporación de los geógrafos

con necesidades sociales más elevadas.

Los geógrafos se mostraban necesarios para

enseñar a los habitantes el conocimiento de su

vasto país, sus recursos naturales y económicos,

y según la coyuntura, profundizar la

instrucción sobre los límites y fronteras que serviría

para crear “conciencia territorial”.

La biografía de Rey Balmaceda también toma

la forma coral, aunque escrita en un contexto

diferente a la de Daus y Ardissone. La Sociedad

había tomado la decisión de homenajearlo

en el año 2000. Para entonces, ya se le había

realizado un signiicativo reconocimiento en

la Cámara de Senadores de la República Argentina,

recordando sobre todo su desempeño

público como consultor en la legislatura en

temas de demarcación y de conlictos de límites

con Chile. GAEA (2002) edita el homenaje

con la lista de premios y distinciones que había

recibido el geógrafo. Al igual que la de Daus,

la narración fue escrita por sus compañeros

de distintas entidades estatales e instituciones

educativas. Entre ellos, con una prosa de fuerte

sentido, Jorge Pickenhayn testimoniaba sobre

el paso con huella profunda de Rey Balmaceda

por GAEA, y sus berretines políticos, evocándole

como un incomprendido por los gobernantes,

en especial en temas que hacían a la

soberanía nacional:

Las instituciones se organizan en el concurso

de los hombres que las animan. Son

esos hombres quienes, tras el recuerdo de

actos singulares van recortando el peril

de una identidad colectiva. Entre GAEA y

Rey Balmaceda este doble tránsito parece

mostrarse en su máxima expresión. La Sociedad

marcó el sino de un desafío permanente

en su vida del hombre; él imbuyó de

pasión y fervor a la legendaria entidad. (...)

Temido y respetado, combatido y querido,

bizarro y genial, nunca hubo medias tintas

en su vida. Esa vida que puede trenzar sus

hebras con la historia de GAEA (...) (GAEA,

2002, p. 11).

Su fogosa defensa de las causas nacionales

lo hicieron (sic) un referente de consulta

indispensable en cuestiones geopolíticas.

Desde las más destacadas tribunas

del país y el extranjero demostró con argumentos

incontrastables, la miopía de políticos

y gobernantes, siempre prestos a ceder

espaciotiempo/Num.7/2012 44


guillermo gustavo cicalese

porciones del territorio Argentino en aras de

una pretendida “cordialidad estratégica”

(GAEA, 2002, p. 12).

Aludiendo a su simbiosis con la entidad, Susana

Curto de Casas caracterizaba su temperamento

poniendo una pincelada intensa:

Asumió la Presidencia de la Sociedad a

la muerte de Dozo, ocurrida en Agosto de

1988. (...) En 1993, después de 5 años de

presidir la Sociedad, se opuso a su segunda

reelección alegando problemas de

salud. Desde el cargo de Vicepresidente

I siguió atento y vigilante la marcha de la

identidad. Para los integrantes de la Junta

fue un apoyo y seguridad al mismo tiempo

que un iscal celoso. (...) Incapaz de poner

en práctica las sutiles tretas de la estrategia

continuó arraigado a sus convicciones y a

sus opiniones las que defendió de manera

impulsiva, a veces hasta con accesos de

ira, pero siempre con lealtad a la Sociedad

y a la Junta Directiva. Fue reelegido Presidente

para el período 1997-2001 mandato

que no pudo concluir (GAEA, 2002, p. 15).

Completaba su estampa Darío Sanchez con

un reproche a colegas de otras parcialidades y

un adiós sentido:

Lamentablemente, cansado de lidiar con

algunos de sus exalumnos, hoy colegas

preocupados por brindar en la Universidad

de Buenos Aires una visión homogénea y

monocorde de la geografía, como ciencia

subordinada a la sociología, a poco de

cumplir los 65 años, en agosto de 1995,

Raúl Rey Balmaceda decidió acogerse a

los beneicios de la jubilación. Su corazón

apasionado ya daba algunos síntomas de

cansancio. Sólo quienes fuimos sus alumnos

sabemos de la pérdida que esto signiicó

en aquel momento, pero los que lo conocimos

bien sabemos que hoy disfruta de

un merecido descanso. ¡Adiós, jefe! (GAEA,

2002, p. 34).

Si bien las semblanzas biográicas que acabamos

de comentar son sentidos tributos a

trayectorias académicas, existe otro tipo de

rescate del pasado con énfasis en lo individual

que no está vinculado con ceremonias del recuerdo

ante la muerte, sino que crea de alguna

manera iguras ejemplares en vida, dispositivo

que es frecuente en las instituciones exclusivas

como la ANG. Los recorridos biográicos

se aparejan a propósitos de orden más instrumental,

sirviendo como formas de distinción y

alto reconocimiento que se hace a los cientíicos

y que señalan la apoteosis de sus carreras

profesionales. Algunas de estas modalidades

rituales tienen un aire de familia propio de congregaciones

religiosas ahora ejercitadas por los

laicos que componen el mundo de la ciencia,

sobre todo por los grupos como el que estamos

analizando. No es de extrañar que esto ocurra

cuando fue tradicionalmente la iglesia católica

la principal sostenedora de instituciones educativas

y de conocimientos, transiriendo muchas

de sus formalidades y protocolos a las casas

de estudios e instrucción seculares, donde

subsisten vestigios que se pueden observar.

Por su parte, la ANG ensaya biografías más

austeras cuando se trata de futuros aspirantes

a académicos de número. Si bien suelen estar

trazadas en un tono más ajeno a los sentimientos

de quienes asumen la autoría, son detalladas

y exhaustivas en cuanto a la enumeración

de los méritos y la labor de los candidatos, lo

que da verosimilitud a la propuesta de admisión

del candidato. Se muestra una faceta de

las personas más ajustada a sus “antecedentes

curriculares”, rara vez hay referencias a situaciones

mortiicantes, al carácter o temperamento

del postulante, sólo suelen ser nombradas las

virtudes que se consideran inherentes a la personalidad

arquetípica de un hombre de ciencia,

que giran en torno a su idoneidad, esfuerzo e

inteligencia. La biografía no está compuesta

por un conjunto de voces cercanas como las

antes examinadas, sino de una única voz autorizada

entre los pares que ocupan los asientos.

Esta voz asentida por la institución suele comúnmente

hacer una cita del académico fallecido

que ocupaba el sillón, y que ahora tocará

al nuevo académico. El sitial nominado de esa

manera se monumentaliza y es señalado “como

homenaje perpetuo a su memoria”, recordándole

afablemente al ingresante el honor y la

responsabilidad que supone para él la toma de

posesión de ese sitio.

45

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

El rito de inclusión se da por terminado cuando

el candidato dicta una conferencia magistral

como prueba fehaciente de idoneidad, exhibiendo

su especialidad ante sus pares, siendo

recogida luego en los anales. La presentación

de un cientíico distinguido, la referencia a su

pasado que muestra su probidad académica

y la clase magistral del laureado son parte del

mismo acto solemne; es en esta recepción pública

donde expone su saber frente a quienes

ya ocupan los asientos. Hay que precisar que

el ingreso del pretendiente ha sido acordado y

consentido previamente por el voto unánime de

los numerarios que posteriormente han habilitado

el ritual correspondiente.

Este proceso descrito nos hace pensar en

un verdadero rito de consagración. Haciendo

una analogía un poco caprichosa con los procesos

de canonización de la iglesia, diríamos

que “eleva a los altares” al cientíico, que alcanzaría

el máximo nivel al ser laureado con la

incorporación. Ya comentamos que la presentación

queda a cargo de un consagrado, el cual

con su palabra da aval públicamente al futuro

académico; lógicamente el auspiciante es parte

de la fracción ya consagrada. Diríamos que, de

alguna forma, una vez que ha entrado al elenco

de académicos “ya no es el mismo”, parece

haber compartido un juramento de idelidad

con ciertos compromisos sublimes, al haber

arribado de este modo al punto culmen de su

carrera.

Un cófrade de nota de la Academia Nacional

de Medicina, Roncoroni (2004), ha airmado

que un numerario tiene el deber de emitir

opiniones desinteresadas no siempre fáciles

de concretar por el rechazo social que pueden

suscitar entre el círculo social más próximo, y

como es natural, esta actitud se contrapone a

la búsqueda de aprobación propia de todos los

seres humanos. Los pareceres independientes

–dice el mencionado académico– distantes de

los intereses del establishment deben fundarse

en su autonomía de juicio que proviene no sólo

de su experiencia y saber, sino además por las

responsabilidades inherentes a la nueva posición

de la que hace gala el nominado. A inales

de la década del noventa, en un discurso público

reiriéndose a la misión de las academias

en el siglo XXI, la Vicepresidenta de la ANG

Ossoinak de Sarrailh (ANG, 2001) hacía suyo

este principio, recurriendo a la cita de un par

de la Academia de Medicina. La misma versaba

sobre la pérdida de autoridad social de la ciencia

y los cientíicos, y a la desatención de los

gobiernos para incentivar las fuentes del pensamiento

independiente.

Las conexiones que adquiere hogaño la ciencia

en toda su complejidad, o bien los compromisos

asumidos como legítimos por algunos in-

Figura 7.

espaciotiempo/Num.7/2012 46


guillermo gustavo cicalese

vestigadores en sus acuerdos con otros actores

sociales, nos indica la diicultad para mantener

la deseada autonomía. Las interrelaciones entre

campos aianzan la heteronomía o, al menos,

la interdependencia basada en desbalanceados

planos de dominio que oscilan entre la dependencia

y la independencia. Sin embargo, es

posible analizar casuísticamente y relexionar

sobre la calidad de relaciones que se establecen

con otros campos (técnicos, económicos

y políticos) para determinar la naturaleza de

los compromisos y estar más conscientes de

sus implicancias y la posición concreta de los

cientíicos en el gran campo de producción

de conocimientos. La diicultad estriba en que

las academias son las organizaciones más antiguas

de pensadores, ilósofos y cientíicos y

responden de alguna manera a otros órdenes

sociales muy disímiles a los actuales. El dilema

que se presenta a este tipo de entidades es innegable,

de no practicarse la línea de conducta

expresada se pierde la razón de ser de una

ins titución que en el pasado fue puntal en la

re volución cientíica del siglo XVII en su lucha

contra el dogma religioso. De esta forma quedarían

limitadas a un círculo de nostálgicos que

se convierten en guardianes de doctrinas y que

extrañan un tiempo pasado que suponen más

venturoso.

Deseamos inalmente subrayar que las entida

des sociales dadoras de distintos modos

de reconocimiento a quienes contienen en su

seno, deben contar a la vez con un grado de

aceptación de la comunidad a la que procuran

mantener, compuesta por aquéllos a quienes

dirigen sus esfuerzos. En otras palabras, el intercambio

social tiene una ida y vuelta entre los

más altos gestores de la asociación oicial y los

individuos, siendo este circuito de conianza de

orden circular. En sus inicios supo la Academia

de diicultades para crear ese circuito al estar

indeinida su comunidad particular, y sobre todo

porque el conjunto de titulados y iguras docentes

principales encontraban una mejor identiicación

con GAEA, más allá del reconocimiento

legal que obtendría pasados unos años. El recelo

mutuo quedaría deinitivamente zanjado en

la década del ochenta, al incorporar a aquellos

geógrafos que habían sido sus férreos opositores

y otros titulados reconocidos en la enseñanza

y la investigación. Es más, es muy esclarecedora

la tardía reivindicación de Federico Daus

que hace la Academia, a quien recién integra

en 1988. Recientemente, su búsqueda de capital

social se incrementó aún más al abrirse a

nóveles doctores en Geografía y premiarlos con

medallas y diplomas (Fig.7).

Consideraciones inales

En la biografía dual novelada por Kehlmann

llamada la La medición del mundo, se iccionaliza

la relación que mantenían Humboldt y

Bonpland durante su periplo americano, entregándonos

un friso revelador del mundo de los

hombres de ciencia y gobernantes de la época.

En uno de sus pasajes aparece lo que podríamos

denominar una imagen creíble que los lectores

cultos e ilustrados y las elites gobernantes

americanas y europeas tenían de la igura

de Humboldt como un sabio explorador, sobre

todo luego de que su itinerario fue conocido y

sus narraciones se divulgaron:

Alexander von Humboldt era famoso en

toda Europa por la expedición a los trópicos

emprendida veinticinco años antes.

Había visitado Nueva España, Nueva Granada,

Nueva Barcelona, Nueva Andalucía

y Estados Unidos, había descubierto el canal

natural entre el Orinoco y el Amazonas,

escalando la montaña más alta del mundo

conocido, recopilado miles de plantas y

centenares de animales, algunos vivos, la

mayoría muertos, había hablado con papagayos,

desenterrado cadáveres, medido

cada río, cada montaña y cada lago que se

interpusieron en su camino, entrado a gatas

en todos los agujeros de la tierra y saboreando

más bayas y trepado más árboles

de los que nadie puede imaginar (Kehlmann,

2007, p. 13).

Pero también en la misma novela el intercambio

entre los personajes releja los desconciertos

de quien fue su acompañante en su recorrido

por las colonias hispanas y la naciente nación

norteamericana: Aimé Bonpland. El relegado

camarada del sabio alemán, de naciona lidad

francesa y con formación como naturalista,

se había convertido en los últimos años de su

vida en un osado comerciante y enredado en

las intrigas y enfrentamientos regionales que

47

CCSyH UASLP


ritos, ceremonias y memoria de las sociedades cientíicas tradicionales en Argentina...

antaño agobiaban a los nacientes estados sudamericanos.

No nos es difícil comprender en un

fragmento la conversación que se entabla y el

enojo de Bonpland ante la invitación de un alto

dignatario:

Un carruaje esperaba para conducirlos a

la capital. Un emisario entregó una invitación

formal: el presidente solicitaba el honor

de alojarlos en la sede del gobierno recién

construida; estaba ávido de conocer hasta

el menor detalle el viaje ya legendario del

señor von Humboldt.

Conmovedor, dijo Duprés.

Se quedaba corto, rectiicó Wilson. ¡Humboldt

y Jefferson! ¡Y él estaría presente!

¿Por qué el viaje del señor von Humboldt,

preguntó Bonpland? ¿Por qué nunca el

viaje de Humboldt y Bonpland? ¿O el viaje

Bonpland-Humboldt? ¿O la expedición

Bonpland? ¿Se lo podría explicar alguien

algún día?

Un presidente provinciano, comentó Humboldt.

¡Qué importaba su opinión! (Kehlmann,

2007, p. 154).

Los libros de Humboldt, las lecturas de sus

geografías exóticas, sus observaciones de

campo y sus minuciosos registros e inventarios

dieron paso al personaje. Pero esa construcción

necesitó de las instituciones políticas y

cientíicas de la época que valoraron las trayectorias

ejemplares hasta convertirlas en “vidas

de novela”, para luego promocionarlas ante la

comunidad. Como tuvimos oportunidad de ver,

las sociedades tradicionales de la geografía argentina

parecen haber cumplido la función de

mostrar iguras notables, creando por una parte

una memoria e identidad colectiva en la ciencia

geográica nacional, y por otra instituyéndose

en las otorgantes de créditos y reconocimientos

en el seno societario. No sólo han reconocido,

sino que han marcado claramente a través

de rituales y ceremonias cuáles eran los signos

de consagración y a los mismos consagrados,

pero al hacerlo han creado, mediante retazos

del pasado, una memoria que coadyuva a la

formación de una identidad y sentido en los círculos

académicos.

Los fragmentos que hablan del pasado han

creado y crean un espíritu de cuerpo y cohesión

en las comunidades académicas, fomentando

esquemas de comprensión y convicciones

sobre períodos, instituciones, personalidades y

obras, y favoreciendo así creencias en común.

Las asociaciones de nuestro interés, GAEA y

ANG, han tenido el poder de reunir memorias

individuales, colectivizarlas y darles –nada menos–

estado oicial mediante discursos públicos

autorizados. La memoria colectiva que inventan,

sintetizan, diseñan y rediseñan lleva a la

construcción y al ofrecimiento de un pasado común;

textos, mensajes y símbolos conluyen en

esa invención donde las ceremoniales rituales

que examinamos cumplen un rol distintivo,

instructivo y didáctico. Cabe preguntarse cuál

es el panorama de estas instituciones hoy en

Argentina, las que tratamos y las que han emergido,

cuando ya no parecen tener el predomino

del pasado. Si bien hay aspectos que actualmente

han mudado su escenario, hay uno en

particular que se mantiene constante. Entre las

transformaciones podemos apuntar la ocurrida

en las ciencias sociales y en la geografía bajo el

impacto de la cultura posmoderna, los cambios

en las formas de comunicación de las lamantes

corporaciones geográficas que pretenden

asumir roles similares a las más antiguas, y la

expansión de las universidades públicas en número

y complejidad de funciones sobre inales

del siglo pasado. Lo que se mantiene constante

a pesar de las decisivas modiicaciones es la

necesidad que experimentan las comunidades

y los individuos de experimentar el reconocimiento.

En Argentina el fortalecimiento de la universidad

pública en el área de investigación y extensión

produjo una multiplicación de grupos,

institutos y proyectos con heterogeneidad de

temas, enfoques y uso de fuentes, además de

un creciente trabajo interdisciplinario y de vinculación

con diversos actores sociales. A diferencia

de lo que ocurría en el pasado, emergió

una pluralidad académica de centros simbólicos

que en alguna medida fue causada por el

crecimiento de una burocracia de investigación

espaciotiempo/Num.7/2012 48


guillermo gustavo cicalese

apoyada por políticas públicas. Claro que también

han surgido otras corporaciones geográicas

que tienen otros medios a la hora de vincularse,

que en algunos casos sobrepasan

los límites estrictamente disciplinarios y académicos

y asumen mayor complejidad por

sus interrelaciones con movimientos sociales

y políticos. En sus ámbitos adoptan formas de

comuni cación más lexibles utilizando los medios

que brinda Internet y creando así otras

jerarquías, otras claves de corrección política

al interior del círculo de adherentes, y valores

disímiles a las organizaciones tradicionales que

tuvimos oportunidad de ver y que tanto se relejaban

en sus relatos.

Todas las sociedades académicas, y las de los

geógrafos no son la excepción, buscan procurarse

una memoria e identidad que coadyuva

en parte a dar sentido a sus trayectorias profesionales.

Como se ha expresado, la memoria

es un derecho de los movimientos sociales en

países democráticos y para muchos un deber

ineludible cuando de pasados trágicos y ocultados

se trata; pero también se trata, lo remarcamos,

de una necesidad muy humana. Las

nuevas asociaciones que vemos surgir no escapan

a la inclinación de satisfacer este requerimiento,

los ritos siguen vigentes, quizás bajo

otras modalidades menos reconocibles que los

tradicionales y desde otros supuestos ideológicos.

Empero, con sus actividades y estrategias

también aportan a esa constante que se juega

en el campo cientíico, cual es la invención y

consolidación de jerarquías mediante la concesión

de premios, acreditaciones y distinciones,

siendo ésta una de las vías por las cuales concretan

sus relatos sobre el pasado disciplinario.

Relatos que cubren un vacío comunitario de

sentido que trasciende lo meramente relativo

al oicio y que no parecen satisfacer normas

supuestamente basadas en criterios racionales

de algunas de las nuevas instituciones que toman

el relevo, signiicado buscado que parece

encontrarse en un terreno que escapa a estos

criterios.

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espaciotiempo/Num.7/2012 50


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del

territorio

María Laura Silveira

Resumen

La relación entre la sociedad y el medio geográico

ha sido un problema antiguo y recurrente en Geografía.

Sin embargo, esa relexión no se restringió al

presente, en cada momento histórico, sino que, al

contrario, siempre se ha planteado el difícil problema

de la reconstitución de la vida y las formas pasadas.

En ese debate la técnica surgió como un concepto

ora descriptivo, ora explicativo, que vino a contribuir

en la aprehensión de esa relación, a priori bastante

abstracta.

Proponemos inicialmente un breve recorrido retrospectivo

para comprender la génesis de la noción de

“técnica” como categoría interna presente en las

teorías clásicas de la Geografía y como categoría externa,

reintroducida en la disciplina desde la ilosofía

a partir de la idea de fenómeno técnico. En segundo

lugar y a la luz de una conceptualización posible de

la técnica, discutiremos algunas formas de operacionalización

para la investigación. Finalmente, relexionaremos

sobre la relevancia y la utilidad del debate

epistemológico, a partir de esa categoría, para enriquecer

la discusión política.

Palabras clave: fenómeno técnico, medio geográico,

territorio, análisis geográico

Introducción

Abstract

The relation between society and geographical milieu

has been an old and recurrent problem in Geography.

However, this relection did not limited to the present

in each historical moment but, on the contrary, it

always has raised the problem of reconstruction

of past ways of life and past material forms. In this

debate the technique arose as a descriptive concept

or an explanatory concept that came to contribute

in the apprehension of this relation, a priori abstract.

We propose initially a brief retrospective view to

comprise the origin of the notion of “technique”

as an internal category in the classical theories of

Geography, and later the technique like an external

category with the notion of technical phenomenon.

Second we expose some conditions and lines

from geographical analysis based in the technical

phenomenon. Finally, we discussed briely about

the relevance and utility of the epistemology for the

political debate.

Key words: technical phenomenon, geographical

milieu, territory, geographical analysis

La indagación sobre las complejas relaciones

entre la sociedad y el medio geográico

ha atravesado las épocas y, aunque no haya

sido un abordaje exclusivo de la Geografía, ha

deinido en gran medida tanto las crisis como

las airmaciones de esa disciplina. Sin embargo,

tal relexión no se restringió al presente en

cada momento histórico sino que, al contrario,

siempre se ha planteado el difícil problema de

la reconstitución de la vida y las formas pasadas.

Vinculados a esos debates y en momentos

diversos, los conceptos “territorio” y “espacio

geográico” revelaron la preocupación por indicar

la precedencia de uno o de otro vocablo, lo

que dependería de las acepciones atribuidas.

Para algunos autores el territorio antecede el

espacio, para otros, lo contrario es lo verdadero

(Sanguin, 1977; Raffestin, 1993). También se ha

discutido la sinonimia o la diferencia entre esas

categorías y la de “medio geográico”. No obstante,

lo que interesa aquí no es abordar esas

cuestiones sino señalar que, en el camino epistemológico

de numerosos geógrafos, la técnica

surgió como un concepto ora descriptivo, ora

explicativo, que vino a contribuir con la aprehensión

de esa relación, a priori bastante abstracta.

Con el paso de las décadas, la técnica

alcanza un nuevo estatus ontológico y se vuelve

un elemento constitutivo del territorio usado,

espacio geográico o medio geográico y, por

consiguiente, una categoría basilar en su interpretación,

tal como fue propuesto por Milton

Santos (1996).

Proponemos inicialmente un breve recorrido

retrospectivo por la historia de las ideas para

comprender la génesis de la noción de “técnica”

entendida, en un primer momento, como

categoría interna presente en las teorías clásicas

de la Geografía y, en un segundo momento,

como categoría externa reintroducida en la disciplina

a partir de la ilosofía por parte de algu-

51

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

nos geógrafos preocupados por explicar el proceso

de reorganización actual del territorio. En

segundo lugar y a la luz de una conceptualización

posible de la técnica, discutiremos algunas

formas de operatividad para la investigación.

Finalmente, relexionaremos sobre la relevancia

y la utilidad del debate epistemológico, a partir

de esa categoría, para enriquecer la discusión

política.

Medio geográico y género de vida: las técnicas

particulares y su descripción

Podría decirse que la idea de técnica en los

estudios geográicos nace y se desarrolla en

el seno del debate sobre medio geográico y

género de vida, particularmente en el contexto

francés. La alusión a la relación hombre-medio

atraviesa esas categorías y poco a poco se

vuelve un leitmotiv de las teorías clásicas en la

búsqueda de la comprensión de las transformaciones

humanas de la supericie terrestre.

Paul Vidal de La Blache propone la noción de

género de vida para describir la relación entre

el hombre y la naturaleza, por medio de las técnicas

de su cultura local. Así, el género de vida

puede ser entendido como un conjunto de procedimientos

e invenciones o, en otras palabras,

como la acción metódica que asegura la

existencia del grupo, que hace el medio a su

uso. Compuesto, el medio es dotado de una

potencia capaz de agrupar y mantener juntos

seres heterogéneos en cohabitación y correlación

recíproca. A pesar de su énfasis en un

medio natural que puede ser transformado y

de su crítica a la morfología social de Durkheim

y Mauss, el autor no parece, en el párrafo

siguiente, tan lejos de la idea de sustrato material

de la vida colectiva:

Varias de esas formas primitivas de existencia

son perecederas, varias están extintas o

en vías de extinción. Pero nos dejan, como

testimonio o como reliquias, los productos

de su industria local, armas, instrumentos,

ropas, etc., todos los objetos en los cuales

se materializa, de algún modo, su ainidad

con la naturaleza ambiente […] Un objeto

aislado dice poca cosa, pero las colecciones

de una misma procedencia nos permiten

discernir una empresa común, y dan, de

forma viva y directa, la sensación de medio

(Vidal de La Blache, 1922, p. 9).

En el medio existe una íntima solidaridad que

une cosas y seres, airma también el autor. De

ese modo, se constituye el hábitat, expresión visible

de esas combinaciones entre el medio, los

hábitos, los instrumentos, las casas, entre otros

elementos (Vidal de La Blache, 1911): “Cazador,

pescador, agricultor, todo eso es gracias a

una combinación de instrumentos que son su

obra personal, su conquista, lo que añade de

motu proprio a la creación” (Vidal de La Blache,

1922, p. 116). Continúa el autor: “En su formación

y en su progreso, el avance de las técnicas

instrumentales, dominado desde hace un siglo

y medio por el progreso cientíico, ha jugado

un papel dominante” (1922, p. 20). Aquí puede

observarse que, en plural y aunque entendida

solamente como instrumento, la técnica surge

asociada a las prácticas culturales locales y

como vínculo entre los datos de la naturaleza y

la vida del grupo humano. Entretanto, no falta el

reconocimiento de la evolución de las técnicas.

En la década de 1920, Lucien Febvre, preocupado

con el objeto y la posición de cada

saber en el concierto de las disciplinas de su

época, podía aseverar: “No es solamente la estructura

política, jurídica y constitucional de los

pueblos pretéritos, ni sus vicisitudes militares o

diplomáticas lo que nos esforzamos en restituir

parcialmente. Es toda su vida, toda su civilización

material y moral, toda la evolución de sus

ciencias, de sus artes, de sus religiones, de sus

técnicas y de sus intercambios, de sus clases y

agrupamientos sociales” (1970, p. 69). Para ese

autor francés, el hombre es un agente geográico

y no el menor ya que “Desde hace siglos y

siglos, por su labor acumulada, por la audacia

y la decisión de sus iniciativas, el hombre surge

como uno de los más poderosos artesanos de

la modiicación de las supericies terrestres […]

No actúa sobre el suelo aisladamente. Actúa

colectivamente […]” (1970, p. 75).

El propio Élisée Reclus llega a retomar la noción

de género de vida, cuando establece una

relación con el medio y la civilización. Aunque

sin recibir ese nombre, las técnicas son enumeradas,

tal como ilustra la siguiente excerpta:

Las necesidades de existencia determinan

un modo de alimentación que varía según

las regiones; de la misma forma la desnudez

o el vestuario, el acampar al aire libre

espaciotiempo/Num.7/2012 52


maría laura silveira

o los diversos tipos de habitaciones –grutas

o techos de hojas, cabañas y casas–

actúan e inluyen sobre la manera de sentir

y de pensar, creando así, en gran parte,

aquello que se llama “civilización”, estando

ininterrumpidamente modiicado por nuevas

adquisiciones, entremezcladas de sobrevivencias

más o menos persistentes. Además

de eso, el género de vida, combinado con

el medio, se complica con numerosas enfermedades,

de contagios repentinos, que

varían de acuerdo con regiones y latitudes

y se propagan, al ininito, en el conjunto de

las fuerzas que determinan la humanidad

(Correia de Andrade, 1985, p. 57).

A Camille Vallaux el término “género de

vida” le parecía algo indeterminado para

referirse al proceso por el cual el trabajo

humano deforma los paisajes naturales y

diseña nuevos paisajes en la supericie del

planeta. Al sugerir sustituirlo por la noción

de “índices de trabajo”, el autor busca revelar

la forma en que sociedades agrícolas,

pastoriles, industriales o marítimas, con

subdivisiones y transiciones, transforman

diferentemente los paisajes alcanzando lo

que denomina “cuarto estado de la materia”

(Vallaux, 1929, p. 203).

Sin embargo, si la técnica aparecía menos

explícita en aquellos autores, más orientados

a discutir el género de vida, es particularmente

en el diálogo de la Geografía Agraria con la

Etnografía que la idea de técnica se vuelve más

explícita. Aún en el siglo XIX y rompiendo con

el esquema de las fases culturales de la cosecha,

nomadismo, agricultura e industria, Hahn

(Sauer, 2000, p. 109; Wagner, 1974, p. 138) elabora

una clasiicación de las regiones agrícolas

del mundo inspirada en las técnicas utilizadas:

cosecha, cultivo, azada, plantation, cultivo con

arado, horticultura. Técnica e instrumento técnico

pueden ser entendidos, en esas relexiones,

como sinónimos y, de ese modo, atravesarán

los debates.

Tal sinonimia caracteriza también los esfuerzos

por comprender el paisaje y el hábitat

agrario. Así como Roger Dion (1934), Demangeon

(1952) propone una tipología de paisajes

agrarios. Diferencia, por ejemplo, un hábitat

rural disperso de un hábitat concentrado, explicando

que ambos constituyen manifestaciones

de una empresa humana no necesariamente

determinada por la geografía natural, sino por

la utilización de instrumentos como el arado o

por el ejercicio de prácticas como la rotación

de tierras.

Tal vez menos conocidos, los bellos estudios

sobre hábitat rural de Omer Tulippe (1943;

1951), Jean Tricart (1949) y Aimé Perpillou (1965;

s/d) describían la disposición y la construcción

de casas y aldeas y el uso de elementos e instrumentos

técnicos. Además, Haudricourt y

Hédin (1943) y Haudricourt y Delamarre (1955)

estudiaron la difusión de plantas e instrumentos

de trabajo como el arado, señalando como

el medio natural se volvía, muy lentamente, un

medio técnico. Esas transformaciones determinadas

por los agregados técnicos inspiraron al

geógrafo portugués Amorin Girão (1946, p. 75)

a utilizar el término “tatuaje” para referirse a la

transiguración del paisaje natural primitivo en

un paisaje humanizado.

En ese diálogo de la Geografía con la Etnografía

y con la Antropología, las ideas de Carl

Sauer tuvieron un papel central a partir de

1930. Con la expresión “Cultural Geography”,

Sauer (2000) buscaba atribuir nuevo estatus a

los elementos de la cultura material en la caracterización

de un área. Así, cada cultura era vista

como productora de un tipo particular de paisaje,

visible en la forma de los campos, en el tipo

de plantas cultivadas, en la disposición y forma

de las casas, en la trama vial de la ciudad.

Tales paisajes advenían de hábitos de alimentación,

prohibiciones religiosas, uso de instrumentos

agrícolas, creencias. En Francia, esas

ideas tuvieron inluencia y, mezcladas con los

debates de la Geografía regional, permitieron

elaborar interpretaciones sobre los tipos de habitación

o las técnicas de cría, como muestran

los trabajos de Planhol, Dion, Veyret, Chabot,

pero también las investigaciones realizadas por

Deffontaines (1971) en Brasil. La idea de técnica

como producto de la cultura material y factor

de transformación del paisaje se hacía presente,

inclusive en las interpretaciones de Camille

Vallaux y Jean Brunhes.

Aunque no alcanzara un estatuto preponderante

en su interpretación, la idea de técnica

se hace presente en el pensamiento de Henri

53

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

Baulig. Defendiendo el papel activo del hombre

frente al medio y los lazos de la Geografía

Humana con la Historia Social, el autor destacaba

la complejidad de la noción de medio en

virtud de los elementos propiamente humanos,

entre los cuales citaba la técnica: “las aptitudes

físicas y mentales, heredadas o adquiridas,

del grupo y su patrimonio cultural; la técnica,

sin duda, pero también la mentalidad colectiva

con su estratiicación, sus zonas iluminadas y

subsuelos oscuros casi inconscientes. De allí el

vínculo indispensable de la geografía humana

con la historia social, que, a decir verdad, es

toda la historia útil” (1948, p. 8).

De forma indirecta en la discusión sobre el

medio realizada por Le Lannou (1949), la técnica

aparece como un dato de la relación entre el

medio y el grupo y, al mismo tiempo, como un

factor de rigidez del propio medio geográico.

Considerando la solidaridad como la gran ley

geográica, ese geógrafo reconoce que, aún sin

ser inmóvil, el medio geográico contiene cierta

permanencia dada por los ciclos anuales vegetales

y por las prácticas agrícolas estacionales.

Para el autor, la densidad debe ser confrontada

con el género de vida para, de ese modo,

alcanzar una signiicación geográica.

No obstante, frente a las perspectivas que

parecen dudar en entregar la palabra a las

fuerzas naturales o a las técnicas y prácticas

humanas, Demangeon nos alerta: “ese hombre

nudus e inermis no demora en volverse,

gracias a su inteligencia y a su iniciativa, un

elemento que ejerce sobre el medio una acción

potente: se convierte en un agente de la naturaleza

transformando a fondo el paisaje natural,

creando asociaciones nuevas de plantas y

animales, oasis para los cultivos de irrigación,

formaciones vegetales” (1952, p. 28). Mas esa

acción potente se ampliica, escribe el geógrafo

francés, a partir de las “armas” de la ciencia y

de los transportes. De allí que las relaciones

de los grupos humanos se establezcan con el

medio geográico y no ya con el medio físico,

airma con claridad.

En esa larga tradición de la Geografía Regional

francesa, es Max Sorre, con su libro Les

Fondements de la Géographie Humaine, quien

atribuye un estatus mayor a la idea de técnica

destinándole, inclusive, un volumen de su obra

clásica. Los géneros de vida, señala el autor,

pueden ser considerados como conjuntos de

técnicas y formas activas de adaptación del

grupo humano que imprimen la misma orientación

y los mismos ritmos al medio geográico.

Así, explicando los antiguos géneros de vida,

escribía: “las elecciones de plantas de cultivo,

el material instrumental, la manera en que las

semillas son plantadas fueron vistos como las

técnicas fundamentales en torno de las cuales

todo género de vida se organiza” (1952, p. 13).

Entendidas como elementos materiales y

espirituales, las técnicas se transmiten por la

tradición y aseguran una conquista sobre la naturaleza

(Sorre, 1952). Sin embargo, el geógrafo

francés ya reconocía, a mediados del siglo XX,

el desuso de la categoría cuando explicaba que

las transformaciones de la técnica provocan

una rápida desintegración de tales géneros de

vida: “El género de vida nace, se transforma,

se desarrolla –y es cuando llega a ese grado

de madurez que lo caracterizamos. De allí la

necesidad de evocar un aspecto complementario,

pero no contradictorio: el de su evolución”

(Sorre, 1952, p. 17). Y explica una situación

concreta de desintegración del género de vida;

es signiicativo que, para eso, se reiera a una

de las técnicas más destacadas de la historia

del territorio: “El ferrocarril ha sido un agente

activo de la aceleración del éxodo rural: no lo

ha creado, pero lo ha facilitado. Ha ocasionado

una ruptura del equilibrio demográico en el medio

campesino y ha contribuido de esa manera

a alterar gravemente entre nosotros el funcionamiento

de los géneros de vida rurales” (Sorre,

1952, p. 27). Al mismo tiempo considera que la

cohesión del grupo adviene hoy de las grandes

técnicas que condicionan la explotación del

suelo, tales como las técnicas forestales, las

técnicas instrumentales, las técnicas del agua,

la mejoría de los suelos, la conservación de la

fertilidad y la defensa contra las plagas. De allí

que las técnicas de la vida social sean ininteligibles

cuando están desprovistas de las técnicas

de la producción (Sorre, 1952).

Las técnicas de producción y las técnicas

sociales han sido también recordadas por Max

Derruau al proponer la conceptualización del

género de vida:

un conjunto de hábitos por medio de los

cuales el grupo que los practica asegura su

espaciotiempo/Num.7/2012 54


maría laura silveira

existencia: la pesca, la caza, la recolección,

la agricultura sedentaria, la vida pastoril son

tipos de géneros de vida donde se integran

géneros de vida complejos, por ejemplo en

una agricultura sedentaria que resultó de

una mayor complejidad de la vida pastoril.

Contiene un cierto número de elementos:

instrumentos, como el tipo de arado, el molino

o la red de pesca, los procedimientos

como el trasplante de arroz, el cultivo sobre

quemadas, la utilización de pastaje de

montaña después del deshielo, elementos

sociales, como los lazos creados en una

comunidad de trabajo, en in, elementos

espirituales tales como los encantamientos.

Los rituales mágicos han sido considerados

por largo tiempo como una técnica en

igualdad de condiciones que un elemento

material (1961, p. 107).

De cierto modo también Jean Brunhes atribuía

a las transformaciones técnicas el papel

motor de la reorganización del medio al decir

que: “El hombre entra en relación con el cuadro

natural por los hechos del trabajo, por la

casa que construye, por el camino que recorre,

por el campo que cultiva, por la carretera que

atraviesa, etc., y su trabajo le crea obligaciones,

inclinaciones y aptitudes que van a traducirse

en la historia” (1947, p. 273).

En su bella obra sobre Geografía Agraria,

Daniel Faucher (1953, p. 321) llama la atención

sobre la técnica, entendida como fundamento

de los sistemas agrícolas y de su evolución, sin

los cuales no es posible explicar los paisajes rurales

y los modos de vida agrícola. Y reconoce

los fertilizantes, la genética y la mecanización

como los elementos técnicos de la nueva revolución

agrícola.

Entre sus valiosos trabajos, Josué de Castro

publica la obra Ensaios de Geograia Humana

en 1957, en la cual dedica varios pasajes a la

idea de técnica cuando relexiona sobre las

relaciones entre el hombre y el medio. Considera

que la técnica ha permitido al hombre

modiicar las condiciones del medio natural

volviéndolo compatible con su vida. Al discutir

la adaptación y la técnica humana, agrega:

“Este privilegio de una técnica inventiva y

creadora fue lo que permitió al hombre ampliar

progresivamente su horizonte geográico, hasta

ocupar casi toda la supericie de la tierra, aún

en las más inhóspitas y áridas regiones […]”

(Castro, 1957, p. 33). Sin embargo, para el médico

y geógrafo brasileño la noción de técnica

no podía ser disociada de la idea de cultura y,

así, escribía:

Los factores culturales, que coordinan y

neutralizan, en ciertos casos, los factores

geográicos naturales, resultan del trabajo

constructivo, de la utilización de ciertos

procesos técnicos que, por medio de la

fertilización y de la irrigación, transforman

tierras áridas en fértiles; que por medio de

la higiene, sanean zonas insalubres y, por

medio de la industrialización, consiguen un

aprovechamiento máximo de todo lo que

la tierra produce, en un aprovechamiento

también máximo del elemento humano en

el trabajo de beneiciación artiicial de productos

naturales de otras regiones (1957,

pp. 35-36).

Propio del debate de su época, el pensamiento

sobre la técnica no era ajeno al género

de vida: “cada grupo humano construye

sus instalaciones de acuerdo a las

necesidades impuestas por su género de

vida […]” (Castro, 1957, p. 108). Tampoco

la técnica podía ser considerada como algo

estático, ya que es evidente que la “técnica

cultural” resulta tanto de las posibilidades

materiales que el medio ofrece como de

procesos históricos como las “migraciones

y contactos entre grupos sociales” (Castro,

1957, p. 36).

Cabe decir que algunos años más tarde, Pierre

Gourou propone diferenciar entre técnicas

de producción y técnicas de encuadramiento.

En esa distinción, que se difundió considerablemente,

las primeras serían las técnicas de

explotación de la naturaleza, las técnicas de

subsistencia, las técnicas de la materia, mientras

que las segundas se reieren a las técnicas

de relaciones entre los hombres y a las técnicas

de organización del espacio: “Los dos órdenes

de técnicas son interdependientes; las grandes

ciudades, que expresan técnicas de encuadramiento

muy eicaces, están también ligadas

a unas técnicas de producción que aseguran

grandes excedentes por encima del consumo

55

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

de los productores” (1973, p. 27). Pero lo importante,

tal vez, es comprender la centralidad

que la noción de técnica adquiere en su interpretación.

Para el autor no es la fuerte densidad

de población –elemento visible en el paisaje– lo

que explica la utilización de técnicas agrícolas

perfeccionadas sino, al contrario, es el uso de

técnicas eicaces lo que permite las altas densidades

demográicas. Si el medio físico donde

se implantan los hechos humanos está prácticamente

entero en el paisaje, agrega el autor,

el medio humano no está constituido sólo de

elementos visibles porque está hecho sobre

todo de las técnicas que dieron origen a esos

elementos. En esas relexiones analíticas puede

percibirse una cierta vocación para pensar la

técnica también como procedimiento.

A mediados del siglo XX, algunas críticas a la

noción de género de vida, que tanta centralidad

había adquirido en la disciplina, comienzan

a vislumbrarse. Un autor como Jean Gottmann

atribuía a esa categoría un carácter meramente

descriptivo, desprovisto de vocación teórica,

de allí sus limitaciones:

En geografía humana, Vidal de La Blache

aporta un primer sistema formulando la noción

de género de vida que permite un esbozo

de clasiicación. Sin embargo, el género

de vida es sobre todo un instrumento

de descripción, descripción razonada ciertamente,

pero donde la explicación no hace

sino acompañar y sostener la descripción

sin poder ponerse de maniiesto o inclusive

precederla. El principio del género de vida

permanece en el regionalismo; no construye

el camino hacia ninguna concepción general

(1947, p. 3).

Pierre George y Max Derruau coinciden en

que el presupuesto de una sociedad indiferenciada

que ignora la división del trabajo es una

de las principales restricciones de la noción

de género de vida, lo que hace inviable su uso

contemporáneo. El primer autor proponía sustituirlo

por los sistemas económico-sociales en

las discusiones de la Geografía Económica e

Industrial. Era necesario, en el razonamiento de

George, comprender las formas de producción

especíica y no más el género de vida que

responde efectivamente a realidades tangibles

para pequeños grupos humanos, de

contenido social indiferenciado, de vida material

rudimentaria, no implicando división

del trabajo. […] Las tres cuartas partes de

la humanidad no pueden ser deinidas convenientemente,

inclusive con esas reservas,

por la designación de “género de vida”: la

condición de los hombres procede de datos

más complicados y el grupo humano tiene

formas de existencia diferenciadas que corresponden

a su diversidad social (George,

1951, p. 71).

En otro trecho de la misma obra, el geógrafo

airma que esa categoría puede ser mantenida

como un elemento de análisis de carácter descriptivo

pero nunca como un in en sí ni como

un modo de interpretación (George, 1951).

Fundamentando sus argumentos en algunas

ideas de Sorre, Derruau no ocultaba su insatisfacción

cuando escribía: “La noción de género

de vida ha sido aplicada a las sociedades

elementales, sin gran diferenciación social o

profesional. Con respecto a esos grupos, se

puede decir que el género de vida era autónomo

porque aseguraba la subsistencia total. Pero el

99% de la humanidad está compuesta por

sociedades social y profesionalmente diferenciadas,

cuyas formas de existencia cambian según

nos ocupemos del gran propietario, del obrero

agrícola, del herrero” (Derruau, 1961, p. 110).

A ese debate se sumaba Lacoste cuando,

aun considerando el género de vida como un

concepto geográico por excelencia, alertaba

sobre la imposibilidad de utilizarlo como principal

instrumento de investigación en el estudio

de las combinaciones geográicas actuales:

“El concepto de género de vida no ha perdido

ciertamente su interés para los geógrafos pero

éstos deben concederle un valor esencialmente

histórico: el género de vida corresponde a la

antigua situación equilibrada de auto-subsistencia

que se ha alterado desde hace más o

menos largo tiempo por la difusión de la economía

moderna y la dimensión de sus consecuencias

(revolución demográica entre otros)”

(1967, pp. 667-668).

No sería entonces muy audaz decir que, en

esos mundos pasados y en sus geografías, la

categoría analítica central era el género de vida,

espaciotiempo/Num.7/2012 56


maría laura silveira

mientras que la técnica entraba como elemento

descriptivo o como dato de ese vínculo entre un

grupo pretendidamente homogéneo y un medio

que, tantas veces, continuaba siendo considerado

natural. Asociada a las denominadas

sociedades simples que podían ser comprendidas

por el género de vida, la técnica era incorporada

secundariamente a una interpretación

más preocupada en entender la lucha del hombre

contra el medio hostil que las diferencias

de poder entre los agentes. Como era identiicada

frecuentemente con los instrumentos de

trabajo, la técnica a menudo podía ser vista

en el paisaje, completando así la descripción

geográica.

Pero, en el momento en que, para alcanzar la

explicación, los elementos descriptivos y visibles

del medio geográico fueron insuicientes,

la noción de técnica parece haber sido abandonada.

Cuando las sociedades se vuelven más

complejas restándoles actualidad, de un solo

golpe, a la categoría de género de vida y a la

escala regional de análisis, se vacía también la

noción de técnica y otros elementos explicativos,

como la organización económica, pasan a

ser incorporados en los estudios geográicos.

Por esas razones no sorprende que las críticas

tuviesen como foco principal la categoría central

hasta ahora utilizada pero no se reiriesen a

la técnica.

Todo eso llevaría a pensar que la técnica no

había sido considerada como un verdadero

elemento constitutivo del medio geográico.

Quizás porque la propia noción de medio geográico

haya sido, a lo largo de la historia de

la disciplina, relativamente desprovista de historicidad…

Frecuentemente, el corpus de la

Geografía estuvo constituido por categorías

pretendidamente inmutables al devenir, sin el

necesario esfuerzo para impregnarlas de la historia

del presente.

De las técnicas particulares al fenómeno técnico:

un esfuerzo de teorización

Es verdad que algunos geógrafos, en la segunda

mitad del siglo XX, han subrayado la

relevancia de la técnica para la formulación de

una teoría geográica. De un modo o de otro,

un cierto ejercicio de teorización permitía superar

la mera descripción de técnicas particulares

y comenzar a considerar la técnica como una

verdadera categoría de análisis.

Entendiendo el medio geográico como un

sistema de relaciones que se inscriben en el

espacio diferenciado y organizado, Gottmann

(1952; 1975) también alertaba acerca del papel

que la tecnología había alcanzado desde la segunda

posguerra. En la opinión del autor, los

avances tecnológicos complicaron la deinición

de territorio, principalmente para los juristas,

pues la soberanía como jurisdicción exclusiva

acabó gracias al progreso de los transportes y

comunicaciones y al desarrollo de especializaciones

productivas.

En la década de 1960, Philip Wagner (1974,

p. 26) enfatizaba el papel de la técnica cuando

explicaba que las transformaciones que el

hombre hace a su entorno para satisfacer sus

necesidades constituyen un proceso creativo,

cuyo instrumento es el sistema técnico, no sin

inluencia de condiciones naturales y sociales.

La teoría de la difusión de innovaciones, que

las investigaciones de Hägerstrand representan

bien, daba un peso signiicativo a los elementos

técnicos. Estudiando la propagación en ondas

de los automóviles en el sur de Suecia, el autor

(Hägerstrand, 1962) airmaba que los patrones

de difusión no siguen reglas y son diferentes en

cada época. De allí la necesidad de considerar

las fuentes de impulso y la susceptibilidad en

los diferentes lugares.

Además, Pierre George publicaba, en 1974,

un libro titulado L’ère des techniques, constructions

ou destructions? en el cual mostrará el

valor de la técnica en la interpretación geográica.

Otro importante geógrafo que consideró

relevante esa noción fue Isnard; en su cuadro

interpretativo, la técnica no es un concepto

puro ni independiente de la cultura: “La cultura

constituye por lo tanto un conjunto de saber

hacer, particularmente la técnica aplicada para

dar forma a la materia inanimada: tallar un sílex

en forma de instrumento, captar una naciente

para irrigación, imaginar utensilios, ordenar el

espacio. Alimentada de informaciones, es esencialmente

organización, resistencia o desorden

entrópica” (Isnard, 1982, pp. 46-47).

Para el mismo autor (Isnard, 1982), la técnica

nace de la voluntad de sustituir el ecosistema por

una organización espacial controlada, es decir,

un medio concebido para satisfacer las exigen-

57

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

cias humanas. Se sustituye la necesidad por el

orden establecido. No se trata aquí únicamente

de simples instrumentos, sino de la implantación

de un orden. Ideas como organización espacial,

orden y control nos alejarían de un medio natural

transformado por el género de vida en una

sociedad simple. Estaríamos más cerca de entender

la técnica y la norma como contenidos

constitutivos del espacio geográico.

Por eso, reducir la técnica a instrumentos o

procedimientos técnicos particulares ha permitido,

sin duda, elaborar bellas descripciones

de territorios pasados pero no ha llevado a la

elaboración de una categoría teórica que, operativa

sobre los diferentes contextos históricos,

posibilite alcanzar la explicación.

Ir más allá de las técnicas particulares para

alcanzar el fenómeno técnico podría ayudarnos

a superar el estadio descriptivo y alcanzar una

comprensión más aproximada de la denominada

realidad. Tal vez sean dos las premisas basilares

para esa tarea. Una de ellas es el entendimiento

de la técnica como fenómeno histórico

y la segunda, un desdoblamiento de la primera,

es ver la técnica como empirización del tiempo,

es decir, como posibilidad concreta –en las antípodas

de una visión atemporal o inclusive de

un tiempo abstracto. Ambas premisas son, por

lo tanto, inseparables.

Comprender la técnica como fenómeno histórico

supone verla, al mismo tiempo, como

forma y como acción o evento. Como forma, la

técnica es la tecnología, un contenido material,

un conjunto de objetos, cuya constitución

está dada por una pluralidad de instrumentos

en yuxtaposición, recreando subordinaciones y

dependencias y redeiniendo los parámetros de

desempeño. Por esa razón el espacio geográico

es más que el espacio social.

Como acción o evento, la técnica es procedimiento,

norma, uso, contenido inmaterial, acción

tecniicada. Así entendida, la técnica crea formas

técnicas, opera y actualiza la forma técnica.

Son los tiempos diversos de la producción,

circulación, cooperación, producción simbólica,

diferenciando agentes y temporalidades. Ese

método parece exorcizar la concepción reduccionista

de la técnica como tecnología, que autoriza

a pensar en objetos y lugares modernos

e independientes, fragmentados, sin relación de

necesidad con los objetos y lugares dichos “atrasados”.

Por ese motivo el espacio geográico es

más que el espacio físico o material.

Conjunto de objetos y formas de hacer, la técnica

surge, en el decir de Heidegger (1958, p.

10), como una categoría inclusiva conformada

por los instrumentos y máquinas creados, pero

también por las necesidades y ines que animan

esa producción. La técnica es el conjunto

de esos dispositivos. Pero hoy, la producción

de necesidades, segunda premisa de la existencia

humana (Marx y Engels, 1984), es más

que nunca un dato de la técnica pues, como

explica Ellul, “no son más las necesidades externas

que determinan la técnica, son sus necesidades

internas” (1968, p. 135), una vez que

la técnica se volvió una realidad en sí, con leyes

particulares y determinaciones propias. En esa

dirección, podemos aseverar que la técnica es

auto-propulsiva (Santos, 1996). Después de

deinir la técnica como proceso, Jean Ladrière

agrega: la técnica “es considerada en su desarrollo

histórico, en tanto que este desarrollo parece

realzar cada vez menos la contingencia y

obedecer cada vez más las exigencias internas

de ampliicación o de superación” (1973, p. 82).

La segunda premisa parte de considerar que

cada período alberga un conjunto de posibilidades

técnicas concretas, cuya realización histórica

es siempre selectiva (Santos, 1996):

Así, empirizamos el tiempo, volviéndolo

material y, de ese modo lo asimilamos al

espacio, que no existe sin la materialidad.

La técnica entra aquí como trazo de unión,

históricamente y epistemológicamente.

Las técnicas, de un lado, nos dan la posibilidad

de empirización del tiempo y, del

otro lado, la posibilidad de una cualiicación

precisa de la materialidad sobre la cual las

sociedades trabajan. Entonces esa empirización

puede ser la base de una sistematización

solidaria con las características de

cada época (Santos, 1994, p. 42).

El fenómeno técnico signiica, concomitantemente,

lo que existe de hecho y lo que es históricamente

posible en un momento dado, pues

ambas dimensiones son concretas. En tiempos

en que la técnica era un elemento de una civilización,

la novedad técnica sorprendía y muchas

veces se volvía inaceptable (Ellul, 1968). Pero, a

espaciotiempo/Num.7/2012 58


maría laura silveira

partir de las diversas formas de imitación social

(Tarde, 1921), la técnica fue gradualmente englobando

toda la civilización: “El fenómeno técnico,

englobando las diferentes técnicas, forma

un todo. Esa unicidad de la técnica ya se hace

visible cuando veriicamos, con evidencia, que

el fenómeno técnico presenta siempre y esencialmente

los mismos caracteres” (Ellul, 1968,

p. 98).

Esa tendencia a la universalidad de las técnicas

ya había sido vislumbrada en 1964 por

Leroi-Gourhan, al referirse a la expansión de las

técnicas. Para el autor (Leroi-Gourhan, 1990),

las técnicas se comportan como especies vivas,

con una fuerza de evolución que parece

serles propia y con tendencia a escapar del dominio

del hombre. Sin embargo, explica Santos,

la universalidad actual es diferente: “En primer

lugar, no es una tendencia, sino una realidad.

En segundo lugar, viene a formar parte de los

lugares prácticamente en un mismo momento,

sin desfases notables. En tercer lugar, ese fenómeno

general da lugar a acciones que también

tienen un contenido universal” (Santos, 1996, p.

154)

Así, la técnica y, en consecuencia el medio

geográico, pueden ser entendidos como empirización

de las posibilidades del período histórico.

Nuevas formas y eventos se realizan

históricamente sobre el tejido indisoluble de

materialidad y vida que los antecede. Se diría

que la gran mediación entre lo que existe –el

medio– y lo que existirá –el futuro– es el uso de

la técnica. Entretanto, para un autor como Ellul,

“la técnica es, por sí misma, un modo de actuar,

exactamente un uso” (1968, p. 101); para él no

existe diferencia entre la técnica y su uso, pues

no es posible utilizar la técnica sin obedecer las

reglas técnicas. Aún utilizando las ideas de ese

ilósofo, no es esa la opinión de Santos (1996),

para quien, entendida como un conjunto de

medios instrumentales y sociales con los cuales

el hombre realiza su vida, produce y también

crea espacio, la técnica no se circunscribe a un

único uso sino que admite usos diferentes.

Por lo tanto, la técnica es mediación y medio.

Es el movimiento entre el medio ya instalado

y un nuevo medio instalándose. La técnica

es, como declara Ortega y Gasset, “la reacción

enérgica contra la naturaleza o circunstancia

que lleva a crear entre ésta y el hombre una

nueva naturaleza puesta sobre aquella, una

sobrenaturaleza” (1957, p. 14). Y, a pesar de

su crítica acerba al ilósofo español, Dessauer

(1964) presenta una noción que no parece

discordante: la técnica resulta de una tensión

permanente entre lo real, lo dado, que siempre

puede ser mejorado y lo posiblemente mejor

para la función que se pretende.

La noción de técnica como productora de un

medio ya estaba presente en autores como Gilbert

Simondon (1989) cuando en 1958 se refería

a un medio asociado, André Fel (1978) con

la noción de geotécnica, Georges Friedmann

(1966) al proponer el concepto de medio técnico

y Milton Santos (1988) con el concepto de

medio técnico-cientíico-informacional como

sinónimo de espacio contemporáneo.

Pensamos que considerar el fenómeno técnico

y el medio que éste produce supone reconocer

el objeto y su uso, es decir, la forma material

y la acción autorizada por el objeto, que es una

técnica de acción, un procedimiento, un ejercicio

de obediencia por parte del usuario. Esto

nunca fue más verdadero que hoy, renovando

el signiicado de las palabras de Auzias cuando

aseveraba que “las `máquinas de pensar´ son

el pensamiento terminado y puesto en caja”

(1971, p. 16). Sin embargo, existe concomitantemente

la acción política, que es el par histórico

de la técnica y que resulta de una combinación

más amplia, un desenlace contradictorio y

provisorio de aceptaciones y rechazos.

No son sólo técnicas particulares como las

técnicas agrícolas, industriales, políticas, electorales,

presupuestarias que deinen el fenómeno

técnico, sino el medio de existencia para

todas esas técnicas particulares. Así, el conjunto

de técnicas, sumado al conjunto de usos y

elecciones, constituye nuestro cuadro de vida,

que incluye la totalidad de actividades del hombre

y no sólo la actividad de producción. Como

la técnica que compone el medio hoy es resultado

de la ciencia y causa y consecuencia de

la información, tal cuadro de vida es el medio

técnico-cientíico-informacional.

Con todo, el aspecto sistémico de los objetos

es, a veces, mejor conocido que el aspecto

sistémico de los procedimientos técnicos –una

organización menos visible. El conjunto es un

sistema técnico, deinido por la interdependencia

presente entre lo nuevo y lo heredado, entre

59

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

lo local y lo global. Tal interdependencia procedía,

en el pasado, del juego de las variables

en presencia que permitían hablar de “solidaridad

orgánica” (Santos, 1996; 2003) pero, en

el presente, adviene de variables alienígenas,

sugiriendo una “solidaridad organizacional”

(Santos, 1996; 2003). Se trata de un devenir

entrelazado de lo que existe y de lo que llega

aceleradamente, de lo que está en el lugar y de

lo global invasor, cuya estructura responde a

un principio de organización. Es de ese modo

que la extensión de los eventos se produce,

exigiendo que el pensamiento recorra simultáneamente

las varias escalas de los objetos y de

las acciones.

Por lo tanto, es aconsejable recordar que,

sola, la técnica es un absoluto, porque resulta

incapaz de explicar lo real. Su signiicado social

adviene de la relatividad de su existencia histórica.

De allí el necesario vínculo epistemológico

con otras categorías y procesos como período,

división territorial del trabajo, eventos, situaciones

y universos simbólicos que sustentan el

nuevo orden socioespacial.

Pensando un esquema de análisis

Ante la complejidad contemporánea no es suiciente

elaborar una descripción, es necesario

producir un esquema de análisis que revele su

vocación explicativa gracias a la inclusión de

variables signiicativas. De ese modo estaremos

más cerca de comprender el movimiento

contradictorio de la historia. Parece necesario

considerar, al menos, dos cuestiones de método.

La primera es reconocer la complejidad de la

totalidad sin desistir de su análisis buscando,

para ello, las escisiones signiicativas. Frente a

la mundialización y complejidad del fenómeno

técnico, que dieron origen a la universalidad

empírica (Santos, 1984), ¿cómo dividir sin

mutilar? Es necesario mostrar, al mismo tiempo,

las técnicas que constituyen la base material

hegemónica de la sociedad contemporánea,

como por ejemplo las grandes redes, sin

caer en lo que Gaudin (1978) denuncia como

ocultamiento de las demás técnicas. Interesa,

por ello, considerar todas las técnicas y no sólo

las técnicas hegemónicas, entendiendo que la

división territorial del trabajo es esencialmente

un concepto plural. Igualmente el análisis de un

lugar no podrá circunscribirse a la escala local

ni tampoco dejar de considerar las variables

ausentes ya que hoy la técnica sobrepasa los

lugares y no es poco frecuente que desvanezca

sus identidades originarias. Las escisiones signiicativas

serán, quizás, aquellas que permitan

abordar las manifestaciones particulares de la

totalidad sin perder los nexos y sin ceder a las

epistemologías de la fragmentación.

Buscando enfrentar el desafío de la primera,

la segunda cuestión busca aprehender la totalidad

como situaciones. La realidad en sí misma

es inaprensible por su ininitud en el presente,

por su movimiento en la historia; entretanto

tal reconocimiento no debería disuadirnos de

enfrentar su análisis global. Cada momento

histórico produce una extensión de los fenómenos

y, así, un conjunto de eventos, técnicas y

normas llega de manera diferente a los lugares.

Esa realización selectiva de la totalidad puede

ser vista como situaciones, que son manifestaciones

de la coherencia de lo real. Por esa

razón, la situación es, al mismo tiempo, producción

histórica y construcción lógica (Santos,

1996; Silveira, 1999) y requiere un esfuerzo

de selección y jerarquización de las variables.

¿Cuál es el papel y la representatividad que

daremos a la técnica en la selección de variables

analíticas de nuestro esquema? En los días

actuales los nexos se multiplican gracias a la

técnica y su entendimiento nos ayudaría a no

perder de vista la totalidad histórica.

De ese modo, un esquema de análisis adecuado

al actual período histórico, con su complejo

sistema técnico, y capaz de enfrentar las

situaciones debería reunir, por lo menos, tres

condiciones: pertinencia, coherencia y operatividad

(Silveira, 2000).

La pertinencia se reiere a lo que concierne

a la realidad investigada. ¿Qué cabe preguntar

a ese mundo contemporáneo formado por una

tecnoesfera y una psicoesfera (Santos, 1996),

que parece ser uno en la técnica, en los símbolos,

en las inanzas? Vivimos un período en el

cual los objetos técnicos son concretos porque,

como explica Simondon (1989), la brecha entre

proyecto y realización tiende a desaparecer

gracias al perfeccionamiento del design y de

los materiales. Concomitantemente los objetos

son dotados de hipertelía (Simondon, 1989), es

decir, exceso de inalidad. En otras palabras,

espaciotiempo/Num.7/2012 60


maría laura silveira

“sin inalidad como característica esencial no

puede hablarse de técnica. El objeto técnico

sólo es técnico en tanto que cumple con su in”

(Dessauer, 1964, p. 153).

Las preguntas a formular, por lo tanto, serán

nuevas y diferentes, vinculadas a la perfección

de los objetos técnicos, a su marcada interdependencia,

a su inalidad precisa, a la racionalidad

de los actores que comandan tales

procesos. Son los híbridos, como airma Latour

(1991) y, por eso, nos alejarían de las indagaciones

puras de la modernidad y nos llevarían

a reforzar la indisolubilidad entre la concreción

técnica de los objetos y la estructura de la acción.

Además, los sistemas de objetos adquieren

dos dimensiones nuevas: por un lado, existen

macro-sistemas técnicos (Joerges, 1988;

Gras, 1993), porque sin éstos los demás sistemas

no funcionarían y, por otro, hay microsistemas

técnicos, responsables de la miniaturización

y los telecomandos, que revolucionan

la forma del control técnico. Pero esas características

constitucionales de los objetos técnicos

contemporáneos sólo adquieren sentido

cuando son entendidas en el conjunto mayor

al que pertenecen: “Sin duda, el espacio está

formado de objetos, pero no son los objetos

que determinan los objetos. Es el espacio que

determina los objetos: el espacio visto como un

conjunto de objetos organizados según una lógica

y utilizados (accionados) según una lógica.

Esa lógica de la instalación de las cosas y de la

realización de las acciones se confunde con la

lógica de la historia, a la cual el espacio le asegura

continuidad” (Santos, 1996, p. 34).

Como hoy la ciencia hace coincidir sus límites

con los del resto de los intercambios sociales

(Latour, 2008), nuevos objetos, nuevas relaciones,

nuevas velocidades caracterizan la acción

contingente. Pensar el fenómeno técnico en los

días actuales es entender que hoy entran como

variables explicativas no sólo la tecnología, sino

la ciencia y la información, es decir, el método de

invención y su selectiva difusión socioespacial.

La segunda condición del esquema es la coherencia.

Hoy no son más las coherencias de

la naturaleza en estado puro las que deberían

ser consideradas, sino las de los sistemas de

ingeniería, que entrelazan los elementos de la

naturaleza transformada con objetos completamente

artiiciales; tampoco son las coherencias

propias del mundo industrial, fundadas en

el excedente obtenido por la transformación

material, sino las de un período gobernado por

la tecnociencia, la información y las inanzas.

Por ejemplo, el uso agrícola del territorio actual

no se explica únicamente por la industrialización

de la agricultura, sino sobre todo por su

inanciación. El tiempo histórico deshace las

coherencias y, por esa razón, se vuelve necesario

comprender las coherencias de los sistemas

técnicos pretéritos y la novedad de las coherencias

de los sistemas técnicos actuales. En

este último caso, signiica, por ejemplo, la necesidad

de entender que es el mercado el que

demanda técnica, producida por la ciencia en

una integración de intencionalidades nunca antes

vista –aquello que Zaoual (2006) denomina,

no sin ironía, la “santa alianza” entre técnica,

ciencia y mercado. En un mundo así constituido,

la técnica adquiere centralidad en el esquema

explicativo asegurando la coherencia con lo

real y la coherencia con las demás categorías.

La técnica no sería más vista como dato externo

ni como tecnología que se “espacializa”,

sino como contenido existencial del espacio.

La tercera condición es la operatividad que,

en deinitiva, es la prueba de coherencia. Vista

como categoría central de una teoría del espacio

geográico y no como mero dato (Santos,

1996), la técnica adquiere representatividad

como elemento analítico del esquema y permite

entrar en lo real al asegurar la operatividad.

Para ello, las técnicas son consideradas en sistemas

que, en los lugares y entrelazados con

otros objetos técnicos e inclusive con elementos

naturales, pueden ser llamados sistemas de

ingeniería. Es el tiempo del lugar el que imprime

un valor relativo a la técnica, diferente del valor

absoluto impuesto por el discurso único. Hoy,

la relación intrínseca entre sistemas técnicos

y acciones puede ser abordada considerando

los nuevos saberes y la acción tecniicada, las

formas de organización y las normas públicas

y privadas, sin los cuales el sistema técnico no

funciona. Esos son, en el período actual, algunos

de los contenidos de la acción contingente

que, por ejemplo, impregnan la deinición de

ciudadanía y nos conducen a elaborar nuevas

preguntas en un mundo que naturalizó la vigilancia

(Mattelart, 2009). Es en esos objetos y

acciones contemporáneos que la categoría téc-

61

CCSyH UASLP


el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

nica podrá ser operativa y, de ese modo, logrará

ofrecer un retrato coherente de la historia del

presente.

Entre epistemología y política: un debate

necesario

Una discusión sustantiva sobre los contenidos

actuales del territorio nos permitiría contribuir

en un debate político genuino. Al analizar

el fenómeno técnico podríamos decir que hoy

el objeto técnico impone un uso “amoldado”,

permite una acción limitada, pide una técnica

de acción y, en este caso, la indisolubilidad es

absoluta pues no recorrer ajustadamente los

pasos indicados conduce al fracaso en la operación.

Así es presentada a menudo la modernización

del territorio, haciendo de una técnica

determinada y de un determinado uso elementos

incontestables. No obstante, hay otro uso

o acción, que admite cierta disociación del objeto

porque adviene de una combinación más

amplia de factores sociales, políticos, económicos

y culturales enmarcados por aceptaciones

y rechazos. Aquí puede entenderse que la

elección técnica es un resultado de la discusión

política. Como explica Jesús Martín-Barbero

(2003, p. 189-190), realizaciones de una cultura,

las tecnologías pueden ser rediseñadas

pues, con frecuencia, la única forma de asumir

la imposición activamente es el antidiseño o el

diseño paródico, que incluye la tecnología en el

juego pero la niega como valor en sí.

Entender la técnica contribuye, además, a la

comprensión de la base material hegemónica,

es decir, de los materiales de la historia que

posibilitan nuevas acciones hegemónicas con

la producción de la extensión y la imposición

de parámetros de eicacia y desempeño. Es en

virtud de esa base que la vida se vuelve interdependiente,

aunque para algunos eso signiique

subordinación en función del desigual valor del

trabajo. Es el acontecer solidario (Santos, 1996)

o la realización compulsiva de tareas comunes

aunque el proyecto no sea común. Aprehender

la solidaridad de los objetos, actores e ideas en

el presente asegura una visión de la totalidad

concreta e histórica (Kosik, 1989), permitiendo

escisiones signiicativas siempre a ser redeinidas.

La interdependencia de los eventos

lo es también del valor y, por esa razón, toda

y cualquier acción impacta en el espacio ya

construido. Comprender la textura del acontecer

solidario podría contribuir en la resistencia

a la imposición de modelos inspirados en casos

aislados exitosos, resultantes tanto del comportamiento

de las empresas como de ciertas

políticas urbanísticas y económicas.

Ver la técnica como evento ayuda a comprender

el movimiento, la coexistencia dinámica de

técnicas, de divisiones territoriales del trabajo,

de intencionalidades. Por ese motivo, a la constatación

de la existencia de técnicas modernas

en los lugares la pregunta que sucede es ¿quién

usa y quién regula? Es así que podremos ver la

inserción desigual de los agentes en la totalidad

de relaciones políticas, económicas, culturales.

De ese modo, la técnica no es un absoluto

sino un contenido de las manifestaciones económicas,

políticas, culturales. Dar valor a la

técnica no cercena ni reduce el debate, sino que

busca mostrar los contenidos del espacio geográico,

revelando que no hay un único modo

de producir y hacer circular objetos, ideas,

dinero, a pesar de la potente producción ideológica

en ese sentido. Por ello, cabe preguntarse,

al mismo tiempo, ¿cuál es el contenido

técnico de cada división territorial del trabajo,

quién la ejercita y cómo se elaboran los discursos

sobre su legitimidad y legalidad, eiciencia

y productividad?

Cuando el fenómeno técnico adquiere espesura,

complejidad y escala, como en los días

actuales, aumenta su importancia epistemológica

y su relevancia política. Sin embargo, no

es suiciente describir sólo algunas técnicas

modernas como las redes de infraestructura

y telecomunicaciones, las redes inancieras,

los sistemas productivos locales, los enclaves

cientíico-tecnológicos. Es necesario ver el fenómeno

técnico en su contemporaneidad, yendo

más allá de las manifestaciones particulares

y modernas de la técnica, para entender su movimiento,

su combinación, sus temporalidades.

Es el palimpsesto de técnicas diversas lo que

interesa.

Un debate epistemológico sobre pluralidades

técnicas, coexistencia de técnicas, divisiones

territoriales del trabajo y temporalidades se

vuelve necesario para producir los esquemas

que nos permitan analizar el espacio en iligrana,

mostrando las limitaciones del uso actual

espaciotiempo/Num.7/2012 62


maría laura silveira

de la técnica comandada por un puñado de

agentes y las posibilidades de usos populares

de esas y otras técnicas. Es fundamental alertar

sobre las condiciones oligopólicas de la innovación

y del uso de la técnica actual. En ese

momento seremos capaces de producir un discurso

político que, lejos de ser unívoco, único

e ineluctable, sea plural al modo de la realidad

socioespacial.

La eicacia política de una disciplina resultará

de una epistemología particular sustantiva,

capaz de alimentar un discurso político no sólo

sobre el escenario de la vida, sino también sobre

el propio devenir. Técnica y política constituyen

un par histórico de la ontología del espacio,

de la epistemología de la Geografía y de un

discurso político renovado. Esa indisolubilidad

es el verdadero cuadro de vida. La economía y

la política de una Nación no son homogéneas o

indistintas, sino producidas a partir de ciertos

órdenes técnicos, políticos, culturales en los lugares.

Comprender y transformar todo eso necesita

de más epistemología y de más política.

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espaciotiempo/Num.7/2012 64


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e

historia ambiental: paisaje y poder

Patricia Clare

Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica y Centro de Investigaciones Históricas de la

Universidad de Costa Rica

Silvia Meléndez

Escuela de Geografía Universidad de Costa Rica

Resumen

El artículo analiza al paisaje y al poder como espacios

de trabajo común a la Ecología Política (EP), la Geografía

Histórica (GH) y la Historia Ambiental (HA).

En un primer apartado se esboza la trayectoria del

desarrollo conceptual del “paisaje” dentro de las corrientes

de estas tres disciplinas híbridas así como su

abordaje de las temáticas relacionadas al poder. En

la segunda parte se deine el concepto de “paisaje” y

su potencialidad para actuar come “metaconcepto”

tal y como lo planteara Cabrales- Barajas. Posteriormente

se apunta a cuatro temáticas fértiles para la

colaboración articulada de las disciplinas: el conocimiento/signiicado

del paisaje como unidad de toma

de decisiones; el signiicado del paisaje como agenda

del conocimiento cientíico y las plataformas de

poder que lo sustentan; los sistemas tecnológicos

como sistemas de poder y inalmente los conlictos

de carácter ambiental. Se discuten algunos problemas

metodológicos y se concluye que la colaboración

no pretende obviar las disciplinas, se trata más

bien de gestar un lenguaje común para comunicar

los diferentes enfoques propios a cada escuela.

Palabras clave: Ecología Política (EP), Geografía

Histórica (GH), Historia Ambiental (HA) poder,

ambiente

Abstract

This paper examines the concepts of landscape

and power as research grounds common to Political

Ecology, Historical Geography and Environmental

History. The irst part surveys the historical

development of landscape within the different schools

of thought in the three disciplines; it also approaches

the weight given to power relations. In the second

part landscape is considered a metaconcept usable

by the three disciplines. Four topics are discussed as

especially propitious for collaborative investigations

involving these disciplines: landscape as a decision

making unit, scientiic knowledge and the power

platforms that sustain it, technology as a power web,

and environmental conlicts. Some methodological

problems are approaches and it concludes afirming

that collaborations does not redress the disciplinary

limits. Instead what is sought is a common language

capable of providing communication channels

among the different disciplines.

Key words: Political Ecology (PE), Historical

Geography (HG), Environmental History (EH),

Power, Enviroment

Introducción

Este artículo se enfocará sobre dos temas de análisis inherentes a la Ecología Política (EP), Geografía

Histórica (GH) e Historia Ambiental (HA), que son articuladores de sus puntos de vista: el paisaje

y el poder. Las tres perspectivas cuestionan quiénes y cómo se han apropiado de los recursos

ambientales, por lo tanto, el poder, subyace en su base epistemológica. El paisaje, por su parte,

se aborda como la materialización de las relaciones de dominio y las dinámicas ecológicas; en ese

sentido, cumple el papel de asidero de las relaciones socioambientales y sus lujos metabólicos; en

virtud de ello, tiene la potencialidad de ser la plataforma de convergencia desde la cual cada una

de las escuelas puede plantear sus preguntas especíicas y utilizar metodologías propias. En otras

palabras, según esta interpretación, el paisaje-poder constituye un mismo problema que se presta

para ser abordado teórica y metodológicamente por las tres disciplinas híbridas.

Desde la segunda mitad del siglo XX, a raíz del reconocimiento de la magnitud de la degradación

de la base ambiental del planeta, han surgido varias escuelas en la interfaz de dos o más disciplinas.

Su naturaleza híbrida y su ubicación en las márgenes de la ecúmene disciplinaria propician

fructíferos trasiegos intelectuales y metodologías pragmáticas. Ese es el caso de la Ecología Política,

la Geografía Histórica y la ya entrada en años Historia Ambiental.

65

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

cuadro 1. jerarquías organizacionales de la

geografía política y la ecología

geografía política

Mundo

Continente

Nación

Región

Estado o Provincia

Condado o Municipio

Ciudad o poblado

Población humana

Individuo

ecología

Biosfera

Región biogeográica

Ecorregión y bioma

Paisaje

Ecosistema o ecotopo

Comunidad biótica

Población (especie)

Organismo

Fuente: E.P. Odum; F. O. Sarmiento. Ecología el

puente entre ciencia y sociedad 1998

Por esa razón, se pueden discernir en ellas dos

matrices organizacionales que las conforman

pero que a la vez se encuentran en constante

tensión: la geográica - política y la ecológica;

cada una con su aparato conceptual propio.

(Cuadro 1)

Con el mismo espíritu con que se indaga la

constitución de los paisajes a lo largo del tiempo,

se examina en este texto el proceso que

condujo a la formación de ese “espacio común”

a las tres disciplinas.

Eso implica el estudio de la trayectoria de las

escuelas que han ido conformando ese espacio;

además, resultó indispensable abordar, a

grandes rasgos, la posición de cada una frente

a lo político, ya que el poder se asume como un

eje articulador especialmente en nuestra región

latinoamericana. Por eso, la exposición dedica

un apartado a la EP y sus escuelas, otro a la GH

y la HA respectivamente. En un cuarto apartado

se discute el concepto de paisaje y, inalmente,

se proponen algunas conclusiones.

Trayectoria y corrientes de Ecología Política

(EP)

La EP se fundamenta en dos ejes: el político y

el ambiental y de acuerdo con Blaikie y Brookield

puede deinirse de la siguiente manera:

“...el concepto ecología política hace

alusión a un enfoque que combina los temas

de la ecología con la economía política

entendida en un sentido amplio. Juntos

comprenden la dialéctica entre la sociedad

y los recursos basados en la tierra y también

entre clases y grupos dentro de la sociedad

misma” (Blaike & Brookield, 1987).

Muy similar es la aseveración de Bryant,

quien puntualiza que se trata de “un enfoque

teórico que integra cómo el ambiente y las

fuerzas políticas actúan y median en el cambio

social y ambiental” (Bryant, Political Ecology:

A emerging research agenda in Third-World

studies, 1992). Como “enfoque teórico”

derivado de varias disciplinas, la EP no presenta

una teoría propia abarcadora que delimite

su espacio de acción y le provea coherencia

interna. Dentro de esta dispersión, se pueden

distinguir diversas corrientes, permeables entre

ellas, pero de origen distinto: la EP derivada de

la escuela de economía política anglosajona, la

surgida de la ecología cultural, más cercana a la

antropología y la desarrollada junto a la economía

ecológica también cercana a la economía

política, pero tributaria de las teorías dependentistas

– estructuralistas y neoestructuralistas.

Seguidamente, se recorren sus trayectorias

históricas privilegiando el abordaje del espacio,

el tiempo y el poder. En este repaso histórico, se

aprecia que la EP ha padecido de un movimiento

pendular, privilegiándose intermitentemente

una de sus dos raíces, la política o la ecológica.

Recientemente, se ha realizado un esfuerzo

consciente por integrar ambos enfoques en las

escuelas anglosajona y la latinoamericana. Ello

ha llevado a recalcar la importancia de la incorporación

de diferentes escalas de análisis, lo que

ha permitido considerar lo urbano y lo rural, así

como las relaciones norte-sur (Zimmerer & Bassett,

2003, p. 1-5)

La EP Anglosajona

La EP nació en el mundo anglosajón como

respuesta a la ausencia de la problemática del

poder dentro de los ejes de la ecología cultural

de 1950-1960. Esta última se enfocaba más

bien en las poblaciones humanas como elementos

constitutivos de los ecosistemas y sus

adaptaciones, culturalmente mediadas, en aras

de la supervivencia. Dicha perspectiva se ligaba

a la ecología de comunidades, a la cibernética y

la teoría de sistemas, contemporáneas, en esos

momentos, a los escritos de Odum (Walker P. ,

2005). A pesar de las grandes diferencias entre

ellas, compartían su focalización hacia los lujos

de materiales, de energía y de información integrados

en un sistema humano-ambiente.

espaciotiempo/Num.7/2012 66


patricia clare

En las universidades y centros académicos

de los países nórdicos, la EP estaba ubicada

dentro de los estudios del Tercer Mundo, los

Development Studies o la geografía. Esto porque

originalmente sus temáticas estaban casi

siempre vinculadas con los países periféricos.

Había cierto consenso dentro de la academia

de que los problemas ambientales de los países

en desarrollo no eran un relejo de políticas públicas

erradas o fallas del mercado, como alegaba

el Banco Mundial, se consideraban más

bien, consecuencia de fuerzas políticas y económicas

de mayor magnitud, asociadas a la

expansión del capitalismo desde el siglo XIX. A

raíz de ello, la EP buscaba describir y entender

el impacto de esos problemas en las gentes y

en los ambientes (Bryant & Sinéad, 1997, p. 3).

Frecuentemente, se cita como punto inicial

de la EP un pequeño artículo de Erick Wolf

de 1972, “Ownership and Political Ecology”

(Bryant & Sinéad, 1997, p. 10) planteado al cierre

de un congreso. En el escrito, el autor criticó

los enfoques locales desvinculados del análisis

de las dinámicas del contexto a escala más amplia

y las articulaciones entre las dos escalas.

Además, airmó que no se podía obviar que

las correspondencias entre el uso de los ecosistemas

y los cambios económicos estuvieran

mediadas por relaciones de poder. (Wolf, 1972).

Posteriormente, a lo largo de las décadas de

1970 y 1980 este enfoque se fue desvinculando

de la ecología cultural y se airmó como un

campo de estudio por derecho propio. La nueva

corriente se orientó a integrar a los actores

locales y extraterritoriales dentro de marcos de

análisis neomarxistas y/o dependentistas elaborados

por Cardoso, Faletto, Prebisch, Frank,

Amin y las teorías del sistema-mundo de Wallerstein

(Bryant & Sinéad, 1997, pp. 20-26). De

esa manera, el cambio de nombre de ecología

cultural a ecología política, era consecuente, ya

que se correspondía con la relevancia que asumían

en él las relaciones de poder.

En 1982 Wolf publicó “Europe and the People

Without History” en este caso la crítica se dirigió

al manejo de lo político-espacial de la teoría

de la dependencia y al sistema mundo porque

sus categorías como “periferia” y “centro”

eran de tanta amplitud que ocultaban una gran

variedad de situaciones particulares sobre la

forma en la que los modos de producción eran

penetrados por el capitalismo. También censuró

que al concentrar la atención en la explotación

de la periferia por parte del centro, se desatendían

las reacciones o adaptaciones ecológicas

de las poblaciones locales. Eso llevó a muchos

autores a explorar la interacciones entre poblaciones

locales y contextos más amplios (Greenberg,

1994).

Para 1987, se había renunciado al énfasis

en la ecología, la adaptación y la homeostasis.

Para llenar ese vacío Blaikie y Brookield publicaron

“Land degradation and society”, que se

convirtió en uno de los referentes de la disciplina.

En el estudio de corte estructuralista, estos

autores identiicaban como eje de la EP la problemática

de los pobres rurales del Tercer Mundo,

quienes marginados económica, política y

ambientalmente debían sobreexplotar su tierra

para sobrevivir. Asociado al examen político y

económico, los autores abordaron las características

particulares de las bases ambientales.

A pesar de ello, se les criticó por obviar las interconexiones

entre lo local y lo global ( (Peet

& Watts, 1996). Otros autores como Sussana

Hecht (Hecht, 1993) y Lawrence Grossman

(Grossman, 1998) produjeron estudios que de

manera similar; intentaron equilibrar lo ecológico

y lo político-económico. Hecht examinó los

subsidios a la ganadería en la región amazónica

y los efectos de la actividad a través del lujo de

materiales en los terrenos. En un estudio posterior,

evaluó las políticas de producción y sus

efectos sobre los bosques en Bolivia. Grossman

estudió el cambio agrario relacionado al cultivo

del banano en el Caribe en la segunda mitad

del siglo XX.

En la década de 1990 la EP tuvo un

crecimiento exponencial. Búsquedas a través

de la “web de la ciencia” o de google scholar

de Political Ecology arrojan cantidades inmanejables

de publicaciones en inglés. En general la

disciplina se concentró en los estudios de caso

a nivel local, los movimientos ambientalistas,

los periles simbólicos del discurso ambiental y

político y los nexos institucionales entre poder y

conocimiento (Walker P. , 2005, pág. 75)). En la

década del 2000, la subdisciplina debió afrontar

las críticas del giro lingüístico e incorporar a su

utillaje las relexiones posestructuralistas referentes

a la teoría social sin dejar de lado las metodologías

empíricas. La incorporación de las

67

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

construcciones sociales de “las naturalezas” y

las “políticas cientíicas” y su posterior deconstrucción

conluyó con los estudios de los lujos

de poder (Neumann, 2011). De esta manera, las

ciencias mismas empezaron a ser examinadas

como artefactos de control. Entretanto, la matriz

ecológica de la subdisciplina quedaba, una

vez más, relegada a un distante segundo plano

tal como lo plantean Pete Vayda y Brad Walter

citados por Walker:

“algunos ecologistas políticos ni siquiera

abordan la inluencia de la política en

el cambio ambiental, sino que solo tratan

lo político, aunque estas sean políticas

relacionadas a lo ambiental. No sería una

exageración decir que ha habido una sobre

reacción a la “ecología sin política” de hace

tres décadas y ahora confrontamos política

sin ecología” (Walker P. , 2005, p. 68).

Recapitulando, se puede airmar que la EP

anglosajona ha tenido un fuerte insumo revisionista

y crítico (Bryant & Sinéad, 1997). Se

ha enfocado a entender el funcionamiento de

la vinculación entre los impactos ambientales

locales y las fuerzas políticas de escala más

amplia

La Ecología Cultural

La segunda tendencia dentro de los estudios

de EP fue la escuela derivada de la ecología

cultural. Esta rama, orientada inicialmente a lo

cultural, incluyó posteriormente las temáticas

relativas al poder dentro de su itinerario, pero

conservó su corte antropológico. Según Aletta

Biersack ( 2006), el enfoque se ubica en un espacio

luido y ambivalente entre la EP, la teoría

de la cultura 1 , la Historia y la Biología. Esa con-

1

Algunas de las premisas de la teoría de la cultura son, según

Ziauddin Sardar citado por Olivier Serrat, las siguientes: a) el

objeto de estudio es examinado en términos de sus prácticas

culturales y relaciones de poder b) su objetivo es comprender

la cultura en todas sus formas y analizar los contextos sociales

y políticos en los cuales se maniiesta, c) considera la

cultura como un objeto de estudio a la vez que el recinto de

la crítica política y la acción, d) busca reuniicar las fragmentaciones

artiiciales en el conocimiento, e) está comprometida

a la evaluación ética de la sociedad y a la acción política.

Tomado de: Olivier Serrat. Culture Theory en http://www.adb.

org/Documents/Information/Knowledge-Solutions/Culture-

Theory.pdf consultado 25 octubre 2010

luencia, según la autora, conduce al espacio

de la cultura, el poder y la naturaleza.

El eje de las investigaciones en las décadas

de 1970 y 1980 fue la capacidad de adaptación

de los sistemas sociales a las limitantes ecológicas

y la conservación de la sostenibilidad por

medio de las instituciones culturales. La escuela

estuvo profundamente inluenciada por los

trabajos de Roy Rappaport en las tierras altas

de Nueva Guinea. Con su enfoque antropológico

estudió los lujos de energía, materiales

e información. Esto fue viable en sociedades

pequeñas y aisladas, pero las cuantiicaciones

se diicultaban al abordar escalas más amplias

o sociedades abiertas e integradas a complejos

circuitos de intercambio. Los trabajos de

Nietschmann sobre la Moskitia nicaragüense

fueron una expresión bien lograda y reinada

de esta tendencia (Nietschman, 1972).

La ecología cultural como campo autónomo

fue desdibujándose en la década de 1990.

Walker realizó una búsqueda con palabras clave

sobre la base de 7500 revistas académicas

correspondientes al período 1993-2004. Como

resultado obtuvo 163 artículos sobre EP y 19

referentes a ecología cultural (Walker, 2005).

La conjunción de ambas disciplinas indujo a la

EP a superar el dualismo naturaleza-cultura y a

enfocarse en los impactos recíprocos. Escobar

conceptualiza esta interacción como naturaleza

humanizada (Escobar, 1998).

En la nueva generación de estudios de la

década del 2000, las articulaciones entre lo

local y lo global adquirieron preeminencia Se

conservó de la antropología el énfasis en el

estudio de lo local, pero aunado al contexto

de escala más amplia propio de la economía

política. Un excelente estudio producido desde

esta corriente fue el realizado por Petra Maass

en Guatemala (Maass, 2008).

La Economía Ecológica y la EP Latinoamericana

La tercera corriente de la EP por tratar es

aquella ligada a la economía ecológica y de la

cual uno de sus principales voceros es la revista

Ecología Política de la Editorial Icaria. La

revista se pronuncia de ámbito internacional,

sin embargo, exhibe un marcado interés por

espaciotiempo/Num.7/2012 68


patricia clare

Latinoamérica. Su consejo de colaboradores

incluye a Joan Martínez Alier, James o´Connor,

Jean Paul Deléage, José Manuel Naredo, Michael

Watts, Víctor Toledo y Enrique Leff. La

publicación deine la disciplina con un enfoque

amplio que más bien se asemeja a un enunciado

desde el cual discutir propuestas teóricas y

metodológicas:

“corrientes naturistas, vegetarianas, de medicina

alternativa, corrientes defensoras de

las tecnologías apropiadas, corrientes de

“ecología profunda” y de derechos de los

animales; corrientes tolstoianas y gandhianas

de acción directa no violenta.(...)Todas

caben en estas páginas.(...)Las diversas corrientes

eco-socialista no siempre concuerdan

entre sí, y el encaje con las corrientes

naturistas un tanto irracionalistas no siempre

es fácil. Esta será pues una revista abierta

a estos nuevos debates” (Martínez Alier,

1991)

La economía ecológica es considerada por

sus precursores como la “ciencia de la gestión

de la “sustentabilidad” y el estudio de las relaciones

entre los sistemas económicos y los

ecosistemas, a partir de una crítica ecológica

de la economía convencional” (Hauwermeiren,

1999, p.7). Hauwermeiren (1999) señala como

los ejes de esta ciencia la discusión de la

equidad con énfasis en los conlictos ecológicos

distributivos inter e intra-generacionales, la

sustentabilidad ecológica de la economía aceptando

que está limitada por los ecosistemas, el

desarrollo de indicadores biofísicos, la conservación

de la diversidad biológica y la regulación

de los residuos en concordancia con las capacidades

de asimilación del planeta.

Además, la economía ecológica no está relacionada

con las técnicas de manipulación

de la propiedad y la riqueza, ni comparte los

objetivos de maximizar al más corto plazo los

valores de cambio monetarios para propietarios

determinados (Van Hauwermeiren, 1999, pp.

8-9); más bien se centra en los lujos de energía

como principio uniicador del análisis ecológico

y económico. (Martínez-Alier & Schlüpman,

1992 p.14).

Para el caso de América Latina, Leff considera

que es desde este hinterland de la economía

ecológica de donde surge una EP propiamente

latinoamericana, la cual funciona como contraparte

de lo económico ecológico para analizar

los procesos de signiicación, valorización y

apropiación de la naturaleza y los conlictos socioambientales

a raíz de los cuales lo ambientes

se politizan. La amplitud temporal de estos

procesos conduce, de acuerdo con Leff, a la

construcción de una HA cuyos orígenes se remontan

a una historia centenaria y de la cual

surgen “nuevas identidades culturales en torno

a la defensa de las naturalezas culturalmente

signiicadas como por ejemplo la del seringueiro

brasileño y su invención de las reservas

extractivitas en la amazonia brasileña” (Leff,

2006).

Héctor Alimonda también considera que la

perspectiva de la EP supone la construcción de

una historia ambiental de la región la cual debe

contemplar la EP de América Latina respecto al

resto del mundo. Su periodización debe comprender

la debacle demográica y las rupturas

que signiicó la conquista, las transformaciones

tras la independencia y la heterogeneidad

como condición de existencia de la sociedad

latinoamericana.

En general, se puede airmar que la EP aborda

la inluencia de los factores políticos en las

relaciones ambiente-sociedad estudiando las

formas de acceso y control de los recursos ambientales

y sus vinculaciones en los distintos

niveles espaciales. En otras palabras, investiga

las problemáticas de los actores locales con

respecto al medio ambiente combinándolo con

el análisis de cómo esas acciones se enlazan

con condiciones económicas y sociopolíticas a

escalas más amplias. Ese cómo es traducible

a poder, o a relaciones de poder que yacen tras

el control de los recursos ambientales y las relaciones

de producción. A lo largo de su desarrollo

este enfoque ha oscilado entre lo político y lo

ambiental, tratando de lograr un equilibrio entre

ambos. En la edición del 2012 de Political

Ecology, A Critical Introduction, Paul Robbins

airma que el campo se había ampliado tanto y

era tan difuso que resultaba imposible deinirlo,

sin embargo, agrega que nadie le informó de

esto al mundo mientras vivía las consecuencias

de Katrina y otros desastres ambientales. (Robbins,

2012, p. xvii)

69

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Geografía Histórica (GH)

La geografía posee una larga trayectoria de

estudios sobre las relaciones entre el espacio

y el poder que representa uno de los núcleos

más ricos de conceptos teóricos-metodológicos

referentes al tema. Algunos de esos conceptos,

como territorio, región y paisaje, están

constituidos por múltiples planos de relaciones

de poder a la vez que ellos mismos constituyen

dinámicas relacionales determinadas por la

escala del análisis. En ellos se entrecruza lo

ecológico y lo geográico.

Se examinarán tres enfoques geográicos

que se centran en el paisaje y que han privilegiado

los estudios de las relaciones entre los

seres humanos y su medio. Estos presentan

diferentes niveles de compromiso respecto

a evidenciar las relaciones de poder, aunque

estas se encuentran siempre de manera implícita

en los paisajes, las regiones y el espacio. Se

expondrán los enfoques de la escuela inglesa

liderada por Darby, la de Berkley representada

por Sauer y, inalmente, la latinoamericana

enfocándose en Milton Santos. Por cuestiones

de espacio se obvia la escuela francesa de los

Annales sin que ello signiique que se niegan

sus importantísimos aportes ampliamente desarrollados

en otros análisis como el de Baker

(Baker, 2003).

Silvia Meléndez considera que toda geografía

es histórica, por lo que la GH no es una rama

de la geografía, es “parte de cualquier estudio

de “Geografía”, en donde se reconstruyan geografías

del pasado (...) por lo que dentro de la

de la Geografía histórica podemos encontrar

cualquier tema de las interrelaciones sociales

y ambientales en el espacio geográico a través

del tiempo” (Meléndez, 2008). Carolyn Hall

(Hall, 1989) se reiere a los diversos campos de

la geografía como “tradiciones”, en tanto otros

autores como Sauer y Williams sí diferencian

la GH de otras ramas por su especiicidad de

situar la mirada en el pasado y utilizar fuentes

históricas (Sauer, 1940), (Williams, 1994).

Este trabajo se apega al concepto amplio de

Meléndez.

La escuela inglesa

La relación poder-espacio yace en la base de

la escuela de la GH inglesa, ya que esta surgió

precisamente como reacción al determinismo

geográico y su concepción del espacio vital

impulsado por Ratzel. Estas ideas no eran

nuevas, habían sido enunciadas por Montesquieu,

pero en el ámbito germano anterior a la

II Guerra, adquirieron un nuevo auge. En 1902

en su obra Antropogeografía o Introducción

de la aplicación de la geografía a la Historia,

Ratzel exponía que las relaciones de los hechos

físico-naturales y las actividades humanas,

estas últimas estaban determinadas por

los condicionamientos ambientales. Desde

una perspectiva evolucionista Ratzel aceptó

la capacidad humana de transformar el medio

según su desarrollo tecnológico; de ahí, partió

su identiicación del progreso material y social

con la expansión territorial, imperial y colonial.

En ese sentido, el área vital equivalía al área

geográica en que se desarrollaban los seres

vivos, el poder de los estados dependía, según

esta visión, del territorio que ocuparan. De ahí

la justiicante del expansionismo y la colonización

(Carvajal-Alvarado, 2011).

Frente a la expansión y consecuencias de

estas ideas, después de la guerra, en el University

College of London se aglutinó un grupo de

geógrafos en torno a la igura de Henry Clifford

Darby, preocupados todos ellos por esas posiciones

que exageraban la inluencia del medio

en los determinantes sociales. En ese contexto,

la GH se perilaba como alternativa viable propiciadora

de posiciones políticas más mesuradas

(P.M. Roxby, 1930; citado por Baker, 2003 )

Para Darby, el concepto de paisaje era un

elemento medular de la GH, pues la pregunta

central de esta disciplina era: ¿porqué un paisaje

ha llegado a ser lo que es? Dentro de este

marco, consideraba ventajosa la relación entre

geografía e historia; en la que la geografía actuaba

como soporte de la historia, incluso el

autor decía no percibir una linea divisoria entre

ambas disciplinas. Darby consideraba que al

estar el paisaje en constante transformación,

tanto por las fuerzas de la naturaleza que alteran

el relieve como por la inluencia humana,

este era histórico; lo que implicaba que la geografía

era histórica o potencialmente histórica.

El libre tránsito y el lujo de ideas entre estas

disciplinas era, según Darby, beneicioso para

espaciotiempo/Num.7/2012 70


patricia clare

todos. En su momento estas ideas eran muy

novedosas porque se enunciaban en un contexto

académico sumamente rígido. (Darby,

1953); (Williams, 1989).

La narración de los procesos formativos del

paisaje y su análisis a profundidad planteaba

grandes retos metodológicos. Era como tratar

de presentar la fotografía y la película a un mismo

tiempo. Como se verá más adelante, Darby

también fue innovador en ese aspecto y escribió

varios artículos metodológicos al respecto.

(Darby, 1960)

La escuela de Berkley

La escuela norteamericana de Berkley se

aborda por medio de unos de sus principales

exponentes, Carl Sauer, tanto por su liderazgo

personal como por la amplitud del legado de estudiosos

que surgieron de esa corriente en las siguientes

generaciones (Mathewson K. &., 2003).

La región y el paisaje no fueron claramente

diferenciados en los escritos de Sauer, sin

embargo, criticó duramente a la región en su

versión descriptiva así como las deiniciones

que se le habían asignado. “Según parece ninguna

(deinición) resulta adecuada” decía en

1940 cuando dictó su conferencia Hacia una

Geografía Histórica. Ante esto optó por los conceptos

de espacios culturales, áreas culturales

y paisajes culturales:

“ la labor entera de la geografía humana por

tanto, consiste nada menos que en el estudio

comparativo de culturas localizadas en

áreas, llamemos o no “paisaje cultural” al

contenido descriptivo de las mismas” (...) la

unidad de observación, por tanto, debe ser

deinida como el área en la que predomina

un modo de vida funcionalmente coherente”.

(Sauer, 1940, pp. 7-10).

Desde 1921, en Recent developments in cultural

geography, Sauer recalcaba que todos los

objetos físicos o humanos existentes en un paisaje

se encontraban interrelacionados a lo largo

del tiempo y esta dinámica no era equivalente a

mecanismos de respuesta o adaptativos. Por lo

tanto, para aprehender su signiicado se debía

establecer un sistema fenomenológico crítico.

Tal descripción casi presagiaba un enfoque sistémico.

Esta perspectiva le permitió evadir la

división entre lo humano y lo natural. Su eje

operativo lo constituyeron los “procesos que

habían ocurrido para la constitución y transformación

del paisaje por parte de los seres humanos”

(Williams, 1983, pág. 6).

Con el in de interpretar el paisaje, era deseable

que el geógrafo utilizara el trabajo de los

historiadores, pero también debía trabajar él

mismo con las fuentes primarias en combinación

con su trabajo de campo. No solo debía

reinterpretar lo que los historiadores hacían,

sino que debía confrontarlo con la realidad física

y espacial. Había que aplicar el método cientíico

de la experimentación in situ y enlazarlo

a diversas escalas de análisis, tal como hacían

los biólogos que “partían del espectro completo

de la vida orgánica” (Williams, 1983).

GH e Historia fueron para Sauer dos enfoques

de un mismo problema: el de la expansión y

el cambio. El área cultural y el paisaje cultural

constituían una expresión tanto geográica

como histórica que podía ser examinada a lo

largo del tiempo. Sus estudios de la década

de 1950 fueron todos sustentados por trabajos

de geografía física y ciencias ambientales.

El mismo Sauer proveía recomendaciones para

el inanciamiento de genetistas y botánicos

con los cuales trabajaba sobre dispersiones. El

resultado de esta dialéctica no fue una hibridización

de las disciplinas, sino más bien un entrelazamiento

colaborativo (Mathewson, 2011).

De acuerdo con lo anterior, el área cultural

de Sauer era un concepto abierto en donde

el investigador según su tema de estudio ubicaba

una convergencia suiciente de rasgos

comunes. Se diferencia de otros enfoques históricos

en que se exigía la aplicación del trabajo

de campo intenso para que el investigador

desarrollara un conocimiento íntimo del área de

estudio. En otras palabras, aunque se buscara

una perspectiva global esta debía establecerse

desde lo local.

Como los autores mencionados, Sauer consideraba

de vital importancia el manejo tecnológico

que presentaban los grupos humanos,

incluyendo la relación con plantas y animales.

También hacía alusión a que se debían contemplar

los impactos producidos por los humanos,

su infraestructura de comunicaciones, patrones

de asentamiento, tipos de vivienda, factores y

cambios climáticos, las innovaciones, su re-

71

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

ceptividad y dispersión, también llama la atención

su propuesta sobre la distribución de la

energía por anticipada en su tiempo. La inversión

de las energías, consideraba Sauer tienden

a agruparse donde el poder, la riqueza y la invención

están más intensamente desarrolladas.

Esta aplicación energética a veces se inicia con

la expansión de un complejo cultural, pero aún

cuando ésta ha cesado, el límite expuesto se

mantiene como un nodo dinámico, lo que muchas

veces resulta en un lorecimiento cultural

en las márgenes del complejo.

El poder para Sauer era el de un ser humano

genérico que dominaba y alteraba el medio; su

capacidad de transformar la base ambiental la

iba incrementando mediante desarrollos tecnológicos,

sin embargo, en el proceso perdía la

habilidad de medir sus actos y diferenciar el

“bien” del “mal”. Su creencia en una expansión

sin límite, decía el autor, ponía en peligro a la

humanidad entera (Sauer, 1952).

En general, la carrera de Sauer aportó cuatro

elementos invaluables para los estudios

sociedad-ambiente: el primero fue el enfoque

colaborativo entre disciplinas que aplicó para

identiicar los procesos históricos que yacen

tras los paisajes; el segundo involucra el compromiso

inclaudicable con la profundidad temporal

en los estudios geográicos; el tercero fue

el legado de una escuela que se ha prolongado

a lo largo de cinco generaciones y ha reinado

los esbozos teórico-metodológicos que ya se

vislumbraban en los escritos fundacionales de

Sauer y el cuarto aporte ha sido su visión amplia

de los estudios regionales más enfocados

en los enlaces con escalas de mayor amplitud

que con descripciones aisladas de particularidades

especíicas.

La Geografía en América Latina

La institucionalización de la Geografía en

América Latina fue tardía con respecto a los países

europeos y EE.UU., puesto que fue hasta la

década de 1930-1940 que se instituyeron los

primeros programas para la formación profesional

de geógrafos en Brasil, Panamá y México.

Durante la década 1970-1980, la disciplina

tuvo un crecimiento relativamente importante

porque duplicó el número de programas en relación

con la década anterior y, desde entonces,

han seguido aumentando, especialmente

a partir del 2000 (Palacio-Prieto, 2011).

Al principio, los postulados de las escuelas

o tradiciones geográicas desarrolladas en los

países centrales se conocieron en las escuelas

locales con la llegada de profesores universitarios

que ingresaban a los centros académicos

del área; por ejemplo fue así como Pierre

Monbeig difundió la tradición regionalista en

Brasil. Posteriormente, después de 1970, la

dispersión de los paradigmas ocurrió a través

de literatura especializada y de revistas o por

medio de doctorandos que viajaban a otros

países para especializarse y a su regreso, distribuían

y adaptaban los nuevos conocimientos

a las condiciones locales (Reboratti, 2011).

Como el resto de las ciencias sociales en

Latinoamérica, la Geografía ha tenido que

afrontar un desarrollo de la disciplina sumamente

desigual al interno de la región. Brasil y

Argentina aportan el 67% del total de los programas

de carrera profesional del área, mientras

que otros países como Guatemala, El Salvador

y Honduras ni siquiera tienen un solo

programa en sus universidades (Palacio-Prieto,

2011). Esa desigualdad diiculta la creación de

un repositorio comprensivo para una interpretación

reinada de los problemas de la región. A

la vez es una vulnerabilidad que diiculta la superación

de la dependencia académica (Farid-

Alatas, 2008).

Como contraparte, el desarrollo disciplinar

desigual y la falta de preponderancia de una

sola corriente permiten que en América Latina,

y sobre todo en Brasil, los académicos locales

tengan la oportunidad de sintetizar los insumos

de las corrientes anglófonas y francesas, en

tanto que en los países centrales, se ignoran

entre ellos. Un ejemplo valioso sobre ese encuentro

son los trabajos de Milton Santos (Fernandez

Christlieb, 2011).

Dentro de la amplitud de temas que abarca

la geografía los vinculados con asuntos ambientales

gozan de gran acogida, por ejemplo,

en el Encuentro de Geógrafos de América Latina

del 2001, el 35% de las ponencias trataban

del medio ambiente y su protección; en un

distante segundo lugar, el 15% fue dedicado a

los problemas urbano-rurales. Igualmente, en

el encuentro 2007 el eje “Los retos ambientales

hemisféricos, el desarrollo económico y la

espaciotiempo/Num.7/2012 72


patricia clare

sostenibilidad ambiental” convocó el 20%, de

las ponencias (Troncoso, 2007). En el congreso

de Latinoamericanistas el tema no resultó tan

contundente, pero brilló el relacionado con el

Amazonas como reserva natural de la humanidad

(Williams- Montoya, 2003). Sin embargo,

al revisar en la red la Revista Geográica del

Instituto Panamericano de Geografía e Historia

se puede constatar que entre el 2002 y el 2009

solo el 12% de los artículos estuvo orientado

a temáticas vinculadas con las relaciones sociedad-ambiente

en perspectiva histórica. Ello

apunta a que en el medio latinoamericano, se

aplica poco el análisis de larga duración, más

bien lo ambiental se aborda como una condición

contemporánea sin indagaciones sobre

sus raíces.

Eso no implica que no haya habido estudios

regionales que han logrado trascender la simple

descripción y que, partiendo de los paisajes

contemporáneos, han buscado las explicaciones

históricas de las fuerzas que determinaron

que llegaran a ser lo que son actualmente. En

esta línea sobresalen los trabajos de Eric Van

Young, Bernardo García y Cunill Grau, para citar

algunos; pero más que la regla estos autores

son casos de excepción (García-Martínez,

1998). A pesar de ello, es de recalcar que se

ha considerado la propuesta de Milton Santos

sobre el paisaje y el poder como una de las más

acabadas teórica y metodológicamente de la

región. Su liderazgo ha quedado plasmado en

el Encuentro de Geógrafos del 2011, que resaltó

su contribucion a la renovación de la disciplina

de la Geografía.

El análisis de Santos se centra en la conceptualización

del espacio, al que el autor considera

una instancia de la sociedad “al mismo nivel

que la economía, lo político-institucional y lo

cultural ideológico. La esencia del espacio es

social y está formado por objetos artiiciales y

naturales y por la sociedad. (...). En síntesis,el

paisaje es un conjunto de objetos geográicos

distribuidos sobre un territorio con su coniguración

espacial y el modo como esos objetos se

muestran ante nuestros ojos, en su continuidad

visible (Santos M. , Espacio y Método, 1986,

pág. 4).

En la misma linea de Braudel, Santos distinguía

movimientos supericiales y profundos

en la sociedad y la producción. No obstante,

su funcionamiento era unitario, como “un mosaico

de formas, funciones y sentidos” (Santos

M. , Metamorfosis del espacio habitado, 1995,

pág. 59) Su propuesta metodológica fue la

segmentación del todo para analizarlo y luego

reconstruirlo. Los segmentos serían elementos

del espacio: personas, empresas, instituciones

el medio ecológico y las infraestructuras.

El fundamento del análisis era el estudio de las

interacciones entre elementos, la interacción

suponía la interdependencia funcional. A través

del estudio de las interacciones, airmaba Santos,

se recupera el todo. Estos elementos cambiaban

según el contexto, como el caso de la

energía que en un período fue animal, pero en

otro, motriz. Esto convierte a los elementos en

variables, a consecuencia de su misma mutabilidad.

En síntesis, el eje para Santos no era

examinar causalidades, sino contextos. Para él,

solo así se podía valorar correctamente cada

parte, el conjunto y la desigualdad de la fuerza

funcional de cada elemento en donde “aun sin

suponer obligatoriamente nociones de jerarquía

y de dominación, se crean condiciones dialécticas

con un principio de cambio” (Santos M. ,

Espacio y Método, 1986, pág. 13).

No cabe ampliar los múltiples aportes de la

escuela de Santos, pero para el objetivo de evidenciar

el “paisaje” como concepto articulador

de las disciplinas socioambientales, al igual

que la temática del poder, valen, por ahora, sus

aportes a estas concepciones básicas.

La Historia Ambiental

En general, las deiniciones aportadas por las

diversas tendencias de la HA tienen como eje

medular las interacciones entre las sociedades

humanas y el ambiente, las disputas entre grupos

humanos por los recursos ambientales y las

consecuencias de estas a lo largo del tiempo.

Se podría decir que la historia ambiental abarca

el enfoque de lo político e institucional de

la EP y los aspectos espaciales tan propios de

la Geografía. Michael Williams y John Mc Neill

consideran que la GH y la HA constituyen una

misma disciplina que se ha asentado en distintas

academias. Para efectos de discernir una

HA latinoamericana pertinente a las circunstancias

particulares del área, se analizan en este

estudio el desarrollo de la escuela norteamericana

y la contraparte latinoamericana.

73

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Historia ambiental norteamericana

Los antecedentes cercanos de la historia ambiental

en norteamérica se pueden rastrear en

la década de 1960 cuando se publicaron Silent

Spring escrito por la ecóloga Rachel Carson,

The Population Bomb de Paul Ehrlich y La Tragedia

de los comunes de Garrett Hardin. 2 Estas

publicaciones funcionaron como alarma

anunciando que la humanidad estaba traspasando

los límites viables de las capacidades

planetarias. Roderick Nash alega haber inscrito

en 1970 el primer curso de HA en los EE.UU..

La apreciación de la grave situación ambiental,

guió a los primeros movimientos ecologistas.

La salvación del planeta y, consecuentemente,

de la humanidad adquirió entonces ribetes que

según Guillermo Castro recuerdan la búsqueda

de la salvación del alma en la Edad Media. A

pesar de que las ciencias naturales diagnosticaron

la crisis, no podían explicar sus causas,

las cuales más bien yacían en el ámbito de lo

sociohistórico (Corona, 2008). La historia como

disciplina responsable de plantearle al pasado

las preguntas que desde su presente esbozan

las sociedades acudió a la llamada en pos del

problema ambiental.

En las siguientes décadas, la HA se apartó

de los movimientos ambientalistas para seguir

su propia ruta, no siempre acorde a las visiones

románticas del “ambiente prístino y virginal” esbozadas

por algunos de esos grupos:

“.... la historia ambiental tiene su origen en

las preocupaciones éticas asociadas a los

problemas ambientales y puede ser que todavía

esté ligada en algunos casos a movimientos

políticos de corte reformista, pero

ha madurado y se ha convertido en una iniciativa

académica que no tiene un mismo

sustrato moral y ético ni una agenda política

común. Su meta es profundizar la comprensión

de cómo los humanos han sido

afectados por su medio a través del tiempo

y quizá más importante, dada la situación

global del medio ambiente hoy, es conocer

2

No es el objetivo de este trabajo examinar las raíces de la

historia ambiental norteamericana en la larga duración para

lo cual hay publicados excelentes trabajos sobresaliendo el

trabajo seminal de Donald Worster, Nature´s Economy A History

of Ecological Ideas 1977, Cambridge University Press.

como los humanos han afectado al medio

y sus consecuencias.” (Worster & Castro,

2000, pág. 44)

La disciplina fue perilándose y precisando

sus contornos, aunque siempre se mantuvieron

borrosos y luidos con respecto a las disciplinas

hermanas. La institucionalización de la historia

ambiental norteamericana se estructuró en la

década de 1970 con la creación de la American

Society for Environmental History y la edición

de su revista Environmental History, que se

ha centrado en el estudio del propio territorio

desde una perspectiva casi insular; lo cual no

deja de ser contradictorio dada la naturaleza de

los problemas ambientales. Estudios como los

de John R. McNeill y Alfred Crosby, cuya visión

abarca espacios geográicos más amplios

y aborda las interconexiones entre lo local y lo

global, son más la excepción que la regla.

La diferencia más marcada entre la corriente

norteamericana y la del sur de América es precisamente

la vocación crítica de la segunda y

el corte casi aséptico de la primera. Si bien en

el norte abundan las críticas a los excesos y

al desperdicio de recursos por parte de un ser

humano genérico, rara vez dirige la mirada hacia

el sistema político-económico que sustenta

esas prácticas. El poder, por lo tanto, es un lujo

difuso; aunque Worster analiza las transformaciones

incorporadas por el capitalismo, este es

un sistema anónimo y la historia ambiental, por

ende, no tiene vocación política.

La historia ambiental latinoamericana

A diferencia de la historia ambiental norteamericana

que surgió de los movimientos ambientalistas

impulsados por las clases medias,

en América Latina los primeros escritos fueron

producidos por los equipos de estudio allegados

a la CEPAL. Esto la marcó profundamente

en su temática y enfoque. Del seno de la institución

había surgido la teoría de la dependencia,

así la historia ambiental desarrollada desde ese

centro se abocó a estudiar las relaciones entre

los sistemas económicos y el uso de los recursos

ambientales. La desigualdad en la apropiación

del valor producido y los efectos sobre los

ecosistemas y las sociedades locales eran su

eje central. El equipo constituido por Nicolo Gligo,

Jorge Morello, Gilberto Gallopín, Osvaldo

espaciotiempo/Num.7/2012 74


patricia clare

Sunkel y otros elaboraron a lo largo de las décadas

de 1980 y 1990 toda una serie de estudios

sobre la historia ambiental de América Latina y

los estilos de desarrollo (Sunkel & Gligo, 1981).

A mediados de los noventa los trabajos de Gligo

tenían una perspectiva sistémica, a la que había

incorporado la segunda ley de la termodinámica

para “la comprensión del problema” y hacía

grandes esfuerzos por establecer categorías de

desarrollo integral (Gligo, 2001 p.37).

Además de la escuela cepalina se establecieron

en Latinoamérica tres nodos primarios

productores de HA sin constituir estos escuelas

o presentar un mismo enfoque teórico

me todológico en México, Brasil y Colombia

(Clare, 2009) 3 . Las temáticas de la HA latinoamericana

fueron criticadas desde los círculos

del norte por su enfoque crítico y su reiterado

abordaje de lo que Guillermo Castro llama la

“economía de rapiña” (Carey, 2009). La conquista,

la colonia, la era republicana y liberal

fueron así reexaminadas “desde el enfoque de

la apropiación de los recursos ambientales”.

Mientras en la escuela norteamericana habían

predominado los conceptos de naturaleza y

wilderness o tierra virgen con sus connotaciones

hacia el rescate de lo “prístino”; en Latinoamérica,

la escuela cepalina consideraba

medular entender las causas estructurales de

los problemas ambientales considerando como

parte de ellos la desigualdad y la pobreza. El

“ambiente”, por lo tanto, desde este enfoque

fundacional abarcó lo social.

Quizá resulte paradigmático el estudio de la

deforestación en Brasil. Los trabajos de Padua

sobre el poco valor atribuido por los colonizadores

a los bosques del Atlántico brasileiro y su

consecuente destrucción y despilfarro informan

y orientan las estrategias para la preservación

de las áreas boscosas de la Amazonía (Padua,

2010). Es a través de la historia ambiental que

se entiende el funcionamiento de las relaciones

de poder que determinan la adjudicación de

los ambientes y se ilustran las consecuencias

posibles de no aplicarse medidas regulatorias.

Así, el examen de la violenta historia del

despojo de los recursos latinoamericanos

3

Esto se ha determinado con base en la cantidad de publicaciones

en los tres idiomas, programas de estudio y participación

en congresos y conferencias.

tiene un sentido prospectivo y propositivo. El

trabajo histórico se cruza con el análisis ecológico

y social para delimitar biomas, ecoregiones

y reconstruir un mosaico de territorios a

los que se les aplica una gran diversidad de

políticas particulares. En el 2010, el 26% de

la amazonía brasileira y también el 26% del

territorio costarricense estaban bajo algún esquema

de protección; precisamente en esa

corriente de rescate de la base ambiental, es

donde busca insertarse lo histórico ambiental

latinoamericano.

El poder como eje transversal y el paisaje

como punto de encuentro de las ciencias

socioambientales en latinoamérica

Este apartado pretende justiicar el “paisaje”

como punto de encuentro de los tres enfoques

analizados, ya que como expresara Luis Felipe

Cabrales Barajas “su naturaleza polisémica y

transdisciplinaria le provee la lexibilidad necesaria

para hacer las veces de puente conceptual

y metodológico” (Cabrales-Barajas, 2011, pág.

47); en otras palabras tiene la potencialidad de

funcionar como elemento articulador. Al mismo

tiempo, el carácter híbrido de las disciplinas

discutidas implica que desde su constitución

han debido traducir lenguajes y herramientas

metodológicas a un idioma común en aras de

su operacionalidad. En el paisaje se ampliica

ese entendimiento originario, habilitándose así

un espacio coincidente a las tres disciplinas enlazadas

a la temática ambiental.

En este sentido, el “ambiente”, airma Cabrales-Barajas

desde la geografía, además de

constituir una materia de estudio, actúa como

un metaconcepto. (Cabrales-Barajas, 2011,

pág. 47) El “paisaje”, provee el asidero hacia

el que conluye cada disciplina con su bagaje

especíico. William Balee, al discutir las herramientas

del utillaje de la ecología histórica, airma

que los conceptos paisaje, región y biosfera

constituyen parte de un “metalenguaje” común

a las disciplinas socioambientales que habilita

su comunicación (Ballee, 1998, pág. 1). Consecuente

con esta perspectiva, los tres enfoques

pueden viajar por distintas carreteras de la problemática

ambiental, pero llegan a un mismo

destino, al que miran con sus anteojos particulares

dentro de un marco común.

75

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Este esfuerzo de triangulación propicia el

com plemento de saberes no la eliminación de

disciplinas, pues todas contribuyen a incrementar

el entendimiento de las relaciones entre

los seres humanos y sus ambientes. En tanto

algunas se enfocan en los cambios del paisaje

y su función relacional, otras buscan establecer

las fuerzas que yacen tras esos cambios, el

funcionamiento institucional que los avala y los

impulsos del cambio tecnológico que los transforman.

Otras aun, incorporan la distribución

energética de los sistemas productivos, los impactos

en paisajes especíicos de los patrones

de consumo o de los sistemas agrarios. Otra

línea de estudios aborda lo discursivo, las representaciones

y los signiicados de los paisajes,

especialmente dentro del discurso colonialista.

El paisaje está constituido por múltiples redes

de relaciones sociales, pero a la vez su naturaleza

ecológica constituye nuevas relaciones

sociedad-ambiente dentro de un lujo dinámico

y continuo. Su signiicado se interpreta por medio

de las preguntas que se le planteen a ese

paisaje. Para discernir su operacionalización

se expondrán aquí las diversas deiniciones,

las interrogantes que puede responder, sus potencialidades

y sus problemas. Como se dijo al

inicio, se pretende buscar rutas de conocimiento

acordes con las realidades latinoamericanas

y pertinentes a ella.

Deinición de paisaje

El paisaje como concepto geográico se introdujo

a ines del siglo XIX proveniente del término

alemán de Lanschaft. En el idioma original se

utilizaba para describir la apariencia de aquello

que era visible en un sector de la corteza terrestre;

en tanto algunos autores se referían solo a

las formaciones físicas, otros incluían también

las características culturales. Este uso múltiple

y ambivalente fue trasmitido a la escuela norteamericana

de geografía por medio de Sauer,

especialmente a través de su presentación sobre

la morfología del paisaje (Baker, 2003, pág.

109). Posteriormente, el “paisaje cultural” y sus

transformaciones se convirtieron en el eje de

los estudios de este autor y de la escuela de

Berkeley que lideró.

También desde la geografía norteamericana

ya en la década de 1970 D. W. Meining deinía

el paisaje como: “la unidad de impresiones que

nuestros sentidos perciben anterior a la lógica

cientíica, este es evidente, algo para observar

pero no necesariamente admirar, es deinido

por nuestra mirada e interpretado por nuestra

mente; es una supericie continua antes que un

punto, una localidad o un área deinida” (Baker,

2003, págs. 110-111). La precisión de Meining

es importante porque evidencia al paisaje en su

carácter de construcción social mediada por el

observante.

Peirce Lewis también en la década de 1970

consideraba al paisaje como un documento

para leer o interpretar siguiendo siete reglas:

1) los paisajes son hechos por el ser humano

y proveen claves sobre el tipo de gentes

que somos, que fuimos y que estamos en

proceso de ser; 2) casi todos los objetos localizados

en los paisajes humanizados relejan

la cultura; 3) los paisajes son muy difíciles de

estudiar; 4) para interpretarlos es importante la

historia; 5) elementos del paisaje cultural tienen

poco sentido fuera de su contexto geográico;

6) casi todos los paisajes culturales están íntimamente

relacionados con los ambientes

físicos; 7) la mayoría de los objetos del paisaje

trasmiten mensajes que no son fáciles de evidenciar

(Baker, 2003, p. 113). Demeritt (1994),

también geógrafo, criticó la visión del paisaje

como texto que proponía Lewis porque obviaba

las acciones de los actores no humanos

como los animales o el clima.

En una línea más política, pero reconociendo

la importancia de lo percibido y lo sensorial, el

Convenio de Florencia en su Ratiicación del

Convenio Europeo del Paisaje en el 2000 lo

deinió como “cualquier parte del territorio, tal

y como lo percibe la población, cuyo carácter

sea el resultado de la acción y la interacción de

factores naturales y/o humanos”. En este planteamiento

además de la “percepción” se hace

referencia al “carácter” del paisaje o al conjunto

de cualidades propias del objeto particular.

De esa manera, la deinición del Convenio se

acerca a los paisajes culturales de Sauer y apunta

a la necesidad de considerar lo subjetivo,

cultural y estético además de lo físico. Parece

que este concepto comprende los animales

como parte de los factores “naturales”, aunque

sean domésticos.

También partiendo de la geografía, pero desde

Latinoamérica, Milton Santos deinió al pai-

espaciotiempo/Num.7/2012 76


patricia clare

saje como el ámbito que alcanzaba la vista, sin

embargo, reconocía inmediatamente que su

escala estaba determinada por el observador.

Este autor también incluyó lo estético, las percepciones

y lo sensorial.

…todo lo que vemos, o que nuestra visión

alcanza es el paisaje. Este puede deinirse

como el dominio de lo visible, lo que la vista

abarca. No solo está formado por volúmenes,

sino también por colores, movimientos,

olores, sonidos, etc. Nuestra visión

depende de la localización donde uno se

encuentra, bien sea en el piso, en un piso

bajo o alto de un ediicio, en un avión etc.

El paisaje adquiere escalas diferentes y se

presenta de formas diversas a nuestros

ojos, según donde estemos (...) La dimensión

del paisaje es la dimensión de la percepción,

lo que llega a los sentidos. (...) La

percepción es siempre un proceso selectivo

de aprehensión. (...) Nuestra tarea es la de

superar el paisaje como aspecto, para llegar

a su signiicado. La percepción no es

aún conocimiento, que depende de su interpretación

y será tanto más válida cuanto

más limitemos el riesgo de considerar

verdadero lo que es solo apariencia. (Santos

M. , 1995, pp. 59-60)

Considerando estas deiniciones se puede

concluir que en la geografía el paisaje es aquello

que se ve, dependiendo de la escala desde la

cual el observador mire, en otras palabras, posee

una base material, está condicionado por las

percepciones del observante, está entrelazado

con lo cultural y lo sensorial y tiene en sí mismo

signiicados que deben ser dilucidados.

Desde la acera del frente o el campo ecológico

las deiniciones son bastante semejantes:

para Odum y Sarmiento (1998, pp.30-31) el

“ambiente” se aborda como “ambiente de soporte

de la vida” y los ecosistemas junto con las

construcciones humanas constituyen paisajes .

Siguiendo a Leopold, estos autores consideran

que lo cultural está mediado por los sistemas

de producción. En consecuencia, dentro del

capitalismo las relaciones entre seres humanos

y ambiente son estrictamente económicas, enfocadas

en la búsqueda, por parte del ser humano,

de ganancias a corto plazo y sin internalizar

las externalidades. Por tanto, el desarrollo

de una ética de la sustentabilidad, es un asunto

pendiente, entretanto el paisaje contemporáneo

encarna la ética cultural del capitalismo

(Odum & Sarmiento, 1998, pp. 316-319).

Más recientemente Moran (2010, p.64 y p.118)

de las Ciencias Sociales Ambientales ha considerado

ventajosos los conceptos de ecosistema

y paisaje porque proveen un escenario para los

procesos sociales y ambientales sin que un tipo

de proceso impere sobre el otro. Eso sí, advierte

que también es necesario identiicar escalas

temporales que sean capaces de dar cuenta de

ambos ámbitos. El paisaje, para Moran, presenta

la lexibilidad de que su escala puede ser ampliada

o reducida según se requiera .

En la HA y especíicamente en la ecología histórica

impulsada por Carole Crumley, 4 el paisaje

tiene la facultad de retener evidencias físicas de

los complejos culturales por lo que constituye

un registro de los efectos intencionales y no

intencionales de las modiicaciones realizadas

por los grupos humanos. También da cuenta

de los eventos naturales del pasado que contribuyeron

a deinir las acciones de esos mismos

grupos humanos.

Según Crumley, la escala del paisaje es poderosamente

integradora, lo que permite la interpretación

simultánea de la actividad humana

y del ambiente físico, conduciendo con ello la

investigación hacia los factores que contribuyeron

a la formación del paisaje, tales como

causas geológicas, eventos históricos, especies

invasivas, datos todos ellos que pueden

irse agregando a otras escalas de análisis. En

conclusión, dentro de este enfoque cabe tanto

lo cultural como lo físico (Crumley, 2006).

Las deiniciones del “paisaje” enunciadas

tratan de ser representativas de las tres escuelas

socioambientales: EP, HA y GH. En general

hacen alusión a la cultura, al condicionante de

la percepción selectiva del observador, la especiicidad

particular a cada paisaje y la versatilidad

de las escalas espaciales y temporales.

Sin embargo, el tema común que subyace en

todas ellas es la preocupación por acceder al

conocimiento/entendimiento de las acciones

4

Para los objetivos de esta investigación y por las características

de los trabajos de esta escuela de ecología histórica se

clasiican aquí como Historia Ambiental en sentido amplio.

77

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

humanas en su relación con el paisaje: el paisaje

“espejo de quiénes somos”, “el paisaje texto”

(Lewis), “registro para interpretar” (Crumley),

“necesidad de llegar al signiicado” (Santos).

Apuntan hacia el cómo funcionan esas relaciones,

qué las condiciona, quiénes las controlan,

cuál es su sentido, cuál es la escala que permite

aprehender su lógica o simplemente ¿cómo

se constituyó?

El signiicado del paisaje y los espacios comunes

a las tres disciplinas socioambientales

En el diccionario de la Real Academia Española

“signiicado” está relacionado con el término

conocer, con el sentido o la semiótica de

una acción o palabra. Para entender, conocer o

acceder al sentido de las relaciones entre grupos

humanos y entre estos y sus ambientes es

útil partir de la deinición de Odum y Sarmiento

del ambiente como “soporte de la vida”. El paisaje,

por tanto, es sujeto de apropiación, pero

es a la vez el indispensable “soporte de vida”,

aunque desde lo urbano esto se invisibilice.

Como contraparte su destrucción implica la alteración

de funciones ecológicas reguladoras

de las que dependen los procesos biológicos

(Leff, 2001).

A lo largo del siglo XIX para A. Humboldt, J.

Liebeig, A. Griesebach y V. Dockwchaiev el paisaje

tenía un signiicado holístico, el mismo que

orientó en el siglo XX las visiones de Hackel,

Tansley y Odum. Fue hasta en la década de los

sesenta cuando se ocurrió una ruptura entre el

concepto de ecosistema y paisaje (Velázquez &

Alejandra, 2011). En términos generales, y de

manera esquemática, las disciplinas socioambientales

aquí tratadas abordan el paisaje cada

una desde su problemática especíica. La EP

se concentra en quienes y como se apropian

de los bienes ambientales. Por su parte la GH

en cómo llegó a ser el paisaje lo que es. Finalmente,

la HA dada su ainidad por los procesos

investiga el uso de los recursos ambientales en

sus aspectos socioeconómicos, tecnológicos e

ideológicos. Es evidente que este es un modelo

reduccionista y que en la realidad las temáticas

son mucho más complejas y con múltiples

tras lapes. Sin embargo, el ejercicio es útil para

nuestro objetivo de proponer espacios comunes

o integrados de conocimiento/signiicación

de los paisajes, sin, por supuesto, pretender

uniicar las disciplinas.

Un espacio común a las tres disciplinas, EP,

GH e HA, es el conocimiento/signiicado del

paisaje como unidad de toma de decisiones.

¿Quién controló los procesos? En este sentido,

el paisaje es materialización de las relaciones

de poder. No obstante, se debe estar alerta y

no obviar lo planteado por Wolf ( 1972), Santos

( 1986) y Hirsch (Hirsch & Warren, 2005) de que

es inviable entender el paisaje desvinculado

del contexto a escalas más amplias. Los ejes

de poder a menudo están ubicados a larga distancia

del ámbito local. En el paisaje, entonces,

se entrecruzan y materializan múltiples planos

temporales y espaciales. Como contraparte

también debe considerarse que lo local afecta

lo global, como han demostrado los trabajos

sobre café (Trouillot, 1982).

Consecuentemente, el signiicado del paisaje

está asociado a la escala espacial y temporal

que se aplique. Una escala especíica activará

cierta dimensión funcional y estructural del

espacio. Esto implica un conjunto de relaciones

especíicas, cuyas características no serán

percibidas a otra escala. De nuevo vale la

advertencia de Wolf, a mayor amplitud más

impreciso será el conocimiento. En sentido

contrario, Santos advierte que cuanto más reducida

la escala más compleja y susceptible de

subdivisiones, además, mayor es el “número de

niveles y determinaciones externas que inciden

sobre él. De ahí la complejidad del estudio de lo

más pequeño” (Santos M. , 1986, p. 5).

Un segundo espacio común a las tres disciplinas

es el signiicado del paisaje como

agenda del conocimiento cientíico. ¿Quíenes

conocen o investigan?, ¿Quién tiene acceso al

conocimiento? ¿Para qué conocer? Como se

manifestó anteriormente, los estudios sobre

EP de los países periféricos son del “Tercer

Mundo” o Estudios de Área. El “desarrollo” se

presenta como meta ideal e incuestionable. La

dependencia académica, el continuum de la

dependencia económica, hace de los países

latinoamericanos importadores de agendas de

investigación, métodos e ideas (Alatas, 2006,

pp. 60-65). Las producciones propias gozan

de poca dispersión y rara vez son tomadas en

cuenta. En los proyectos conjuntos, usualmente

los investigadores locales ejecutan el trabajo de

campo, en tanto los colegas de los países centrales

aplican los criterios teóricos.

espaciotiempo/Num.7/2012 78


patricia clare

El espacio tropical como lo ha expuesto

Germán Palacio fue sujetos del esfuerzo civilizatorio

durante el siglo XIX, cuando se debatían

dos imaginarios: el edénico y el infernal: “el trópico

aparece ante los ojos europeos como una

región malsana donde la propagación de miasmas

y enfermedades, además de un espacio

infestado de bichos, insectos y ieras, ponen

en peligro la salud humana”. En el siglo XX el

esfuerzo desarrollista sustituyó al civilizador y

más recientemente, indica Palacio, ha habido

un redescubrimiento de lo silvestre “en la civilización”

por lo que debe ser rescatada de los

habitantes del trópico empobrecido (Palacio,

2005). Por otro lado, Santos de Sousa plantea

la existencia de otro imaginario en donde existe

una división del espacio invisible que apuntala

lo visible. De un lado de la línea divisoria

impera la dicotomía regulación/emancipación

y en el segundo la apropiación/violencia. Este

segundo espacio no es percibido desde el primer

mundo, por lo tanto, la violencia a la que

son sometidos esos paisajes no existe (Santos,

2007, pp. 45-48).

En este contexto, el análisis de las comunidades

cientíicas abocadas al estudio de los

paisajes, conforma junto a ellos mismos un

espacio común de trabajo para las ciencias socioambientales.

¿Cómo se gestan las decisiones

sobre el ambiente? ¿Cómo se mide su

beneicio o sus consecuencias? ¿Cuál es su relevancia

para las poblaciones locales? ¿A quiénes

beneicia? ¿Cuál es su agenda? El abordaje

de estas temáticas no puede ser solo estructural,

en donde el anonimato de los responsables

de las políticas emanadas del Banco Mundial,

FMI, etc. les posiciona más allá de cualquier

rendición de cuentas. Los actores con sus personalidades,

egos y demás han de ser también

visibilizados como ha insistido Stiglitz al revelar

el manejo interno de esas instituciones (Stiglitz,

2002).

Un tercer espacio común, articulado en los

tres enfoques por la temática del poder corresponde

a los sistemas tecnológicos. Desde las

ilas de lo político como de lo geográico e histórico

se aboga por su examen para conocer

el funcionamiento de la dinámica de los paisajes.

Estos actúan como mecanismo mediador

entre la sociedad y el ambiente. A través de

ellos se materializa la extracción de recursos, la

transformación de materiales y distribución de

desechos del sistema productivo. Actúan como

agentes de complejos intereses económicos

especíicos y, en virtud de ello, son reproductores

de relaciones de poder. Así el estudio de

los sistemas tecnológicos es relevante desde lo

político, espacial e histórico por su papel en la

transformación de los paisajes.

El cuarto y último espacio común que se propone,

fértil a un análisis transdisciplinario para

el avance del conocimiento de los paisajes, es

el sustrato de los conlictos por la distribución

de los recursos ambientales. A menudo bajo

estas luchas yacen demandas sociales de larga

data reconvertidas para lograr el apoyo ambientalista.

Esos movimientos pueden estar

compuestos por pobres rurales como los sin

tierra brasileiros; pero también existen aquellos

constituidos por capas medias, difíciles de deinir,

sin embargo, con mejor acceso a la institucionalidad.

Eso crea una paradoja, ya que son

esos grupos los mayores usuarios de los recursos.

El papel del Estado y sus políticas, debe

ser considerado en estos contextos. El caso

contrario de conlictos entre ambientalistas y

grupos preocupados por acceder a empleo o

apurados por satisfacer necesidades básicas,

también debe ser abordado. Estas luchas por

su complejidad constituyen un campo privilegiado

para el análisis multifacético.

En general, el concepto “paisaje” permite

articular un abordaje transdisciplinario de los

procesos políticos, ecológicos, tecnológicos y

culturales que los han constituido. Este enfoque

obliga a integrar conocimientos, generar

herramientas y lenguajes comunes, pero a la

vez permite también respetar la especiicidad

de cada disciplina. El sentido holístico aunque

difícilmente alcanzable debe permanecer como

una meta.

Problemas metodológicos del paisaje

Dos problemas principales aquejan el análisis

de las dinámicas del poder en los paisajes:

su sometimiento a la lógica del lenguaje y la viabilidad

de construir un idioma común a las tres

disciplinas en estudio.

El conocimiento del paisaje y la comunicación

de sus resultados implica la traducción de

la dimensión visual, “lo que la mirada alcanza

a ver”, airma Milton Santos, a la linealidad del

79

CCSyH UASLP


articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

lenguaje. Además, se deben abordar los diversos

ritmos de cambio de los elementos que lo

integran y las rupturas de unos, simultáneas a

las continuidades de otros. Darby inicialmente

trató de abordar esta diicultad presentando

cortes horizontales del paisaje los cuales analizaba

como estudios de caso; esto obviaba los

procesos del cambio. Posteriormente. Ensayó

incluyendo narrativas sobre los elementos causales

de los cambios entre los cortes horizontales

(Darby, 1953 y Williams 1989).Williams

(1989) también ensayó otra metodología: en su

estudio sobre la colonización del sur de Australia

trató de delinear cortes horizontales y entretejió

los temas verticales de cambios en el

paisaje, enfatizando los procesos de toma de

decisiones y las percepciones de los actores.

De una u otra manera conciliar el tiempo y el

espacio con la dimensión lineal de la narrativa

ha sido uno de los grandes retos que plantean

las investigaciones de los paisajes.

Otra de las diicultades del estudio del paisaje

resulta de la necesidad de enfrentar en paralelo

las dinámicas que suceden en el interior del

paisaje con los condicionantes políticos, económicos,

culturales y cientíicos a escalas más

amplias. Milton Santos considera al paisaje

como un punto en el movimiento del espacio.

Para él el primero constituye una fotografía en

tanto que el espacio está constituido por los

movimientos, la película. (Santos , 1995, p. 66)

De esta manera, resuelve la diicultad de abordar

las diversas escalas simultáneamente, de

manera similar a Darby, intercalando “fotografías

del paisaje” dentro del análisis del espacio

multiescalar.

El trabajo en equipo siempre requiere del

compromiso y la apertura de los participantes.

En el caso de las disciplinas socioambientales,

la triangulación o el trabajo transdisciplinario

no es yuxtaponer métodos o resultados, más

bien, dependiendo de los objetivos de la investigación

se puede partir de preguntas comunes

o al menos temáticas comunes y desde allí aplicar

los diversos enfoques. Es difícil concebir

una integración conceptual absoluta, pero sí

pue de haber planos teóricos intermedios desde

donde formular una investigación articulada

(Samper, 2001, pp. 18-27); ese es precisamente

el papel que asigna cumplir a los conceptos

paisaje y poder.

Conclusiones

Se ha demostrado que los conceptos paisaje

y poder tienen la capacidad de proveer un espacio

común y articulador a la EP, la HA y la GH

desde el cual pueden abordar las realidades

latinoamericanas y aplicar esquemas transdisciplinarios

o de triangulación. Tienen la capacidad

de constituir un metalenguaje común tal

y como plantean Balle y Cabrales-Barajas. Así,

es posible lograr un mejor entendimiento de las

dinámicas de apropiación de los recursos ambientales

en la región. Ello obliga a considerar

las relaciones entre escalas, así como también

a los grupos humanos especíicos, trascendiendo

la visión de este como ser genérico. Ello

no implica invisibilizar los procesos locales en

juego respecto al paisaje, sino más bien analizarlos

dentro del complejo de causalidades, al

que Santos llama contexto.

Se proponen cuatro áreas temáticas que se

considera conforman sitios comunes a las tres

disciplinas, la, EP, GH e HA, para el estudio de

los paisajes: 1) su concepción como unidad de

decisión, 2) el análisis de la ciencia que los estudia,

3) la tecnología y 4) las luchas ambientales.

Se llama también la atención sobre las

diicultades del trabajo en equipo aplicando

distintos enfoques por lo que debe imperar

dentro de ese esfuerzo la buena disposición de

los participantes.

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espaciotiempo/Num.7/2012 82


la geografía histórica en américa latina: propuestas

teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras.

Perla Zusman

Investigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina

Miguel Aguilar Robledo

Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí,

México.

Enrique Delgado López

Profesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San

Luis Potosí, México.

Resumen

Con base en la revisión de una muestra representativa

de la literatura reciente sobre geografía

histórica en América Latina, este artículo

identiica las propuestas teóricas más signiicativas

que han orientado su quehacer en esta

región; los caminos que han andado los y las

practicantes de esta disciplina; asimismo, el artículo

atisba algunas de las tendencias teóricometodológicas

y temas que quizás ocuparán

el quehacer de la geografía histórica latinoamericana

en los años porvenir. En particular, el

artículo profundiza en los casos de Argentina,

Brasil y México para dar respuesta a tres preguntas

que lo articulan: la primera interrogante

cuestiona el vínculo entre los temas de la agenda

pública y el desarrollo de la disciplina; la

segunda, interroga sobre la profundidad de ese

vínculo; la última cuestiona el nivel de correspondencia

entre la agenda mencionada y el

desarrollo teórico, metodológico y empírico de

la geografía histórica en América Latina. Para

lograr su propósito, el artículo se divide en tres

partes, además de la introducción y el colofón:

la primera, sobre las propuestas teóricas que se

han explorado en América Latina; la segunda

sobre los procesos de formación territorial en

esta región del mundo; y la última sobre los viajeros,

cartografías e imaginarios.

Palabras clave: geografía histórica, América

Latina, teorías, tendencias

Abstract

Based on a selected sample of the most recent

and representative literature on Latin American

historical geography, this paper singles out

the most signiicant theoretical foundations

guiding the everyday work of this discipline’s

practitioners; further, it also envisions some

theoretical-methodological trends and topics

that perhaps will drive the work of Latin

American historical geographers in the years

to come. In particular, the paper focuses

on the Argentinian, Brazilian and Mexican

cases in order to answer the three questions

running through it: the irst one, questions the

presumed bond that partially links the public

agenda with the discipline´s development; the

second question inquires about how profound

is the aforementioned bond; inally, the third

question addresses the level of correspondence

between such an agenda and the theoretical,

methodological and empirical development

of Latin American historical geography. To

achieve its purpose, the paper is divided into

three sections –apart from the introduction

and inal remarks: the irst revolves around

the theoretical propositions explored by Latin

American historical geographers; the second

addresses the processes of territorial formation

in this region; and the inal part is devoted

to travelers, cartographies and imaginaries.

Finally, the paper argues that the continuity of

Latin American historical geography would be

enriched with emerging topics and technics

–e.gr., the geotechnologies.

Keywords: Historical Geography, Latin

America, Theories, Trends.

83

CCSyH UASLP


la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...

Introducción

La proliferación de procesos de patrimonialización

de paisajes y lugares -en el caso

de México, el “paisaje agavero”, los llamados

“pueblos mágicos” o los centros históricos de

sus principales ciudades-, la multiplicación de

áreas protegidas, el crecimiento de las reinvindicaciones

de los pueblos originarios y la recuperación

de sus prácticas, entre otros temas

que forman parte de la agenda pública de la

mayoría de los países latinoamericanos, sugieren

un creciente interés regional por la valoración-caracterización-conservación

del espacio/

territorio como patrimonio histórico latinoamericano,

pero también una relación conlictiva de

nuestras sociedades con su presente y con la

forma como éste se relaciona con el pasado 1 .

En este contexto, y considerando que desde

la segunda mitad del siglo XX la geografía

histórica en América Latina ha adquirido un

renovado interés como subcampo disciplinar

dentro de la geografía, ¿sería posible establecer

un vínculo entre los temas de la agenda pública

mencionados y aquellos que conforman

el corpus disciplinario de la geografía histórica?

En caso de que este vínculo existiera, ¿qué tan

profundo o supericial es? ¿Qué tan signiicativa

es la correspondencia entre la agenda pública

mencionada y el desarrollo teórico, metodológico

y empírico de la geografía histórica en América

Latina? Como es fácil inferir, las respuestas

a estas interrogantes están estrechamente

correlacionadas con la pertinencia, vitalidad y

viabilidad de este campo disciplinario. O quizás,

como lo muestra Van Ausdal (2006) en un

ejercicio similar realizado en Norteamérica, esta

revisión conirme la paradójica vitalidad y dinamismo

que caracteriza a la geografía histórica,

que contrasta con su persistente marginalidad

frente al resto de la geografía, a otras disciplinas

y al resto de la sociedad.

Una respuesta a la primera pregunta nos llevaría

a suponer la existencia de una íntima relación

entre los procesos histórico-políticos y las

1

Aquí cabe añadir que la patrimonialización es un acto de

poder (Villaseñor y Zolla, 2012) en el que a cada pueblo,

ciudad o Estado que aspire a ser incluido en este mundo globalizado

se le exige que tenga monumentos históricos emblemáticos

o con alguna tradición particular, lo que genera una

dinámica patrimonializadora (Hernández Ramírez, 2007).

discusiones disciplinarias, algo que no siempre

ocurre. Sin embargo, junto a la tematización de

cuestiones vinculadas a las preocupaciones de

época y en diálogo con los desarrollos epistemológicos

de la geografía, tanto de América

Latina como del resto del mundo occidental,

la geografía histórica ha ido construyendo un

cuerpo temático propio. El objetivo de este

artículo es responder a las preguntas formuladas

a través de un recorrido por algunas de las

aproximaciones que se están desarrollando hoy

en la geografía histórica en algunos países de

América Latina, particularmente en Argentina,

México y Brasil.

Las propuestas teóricas que orientan el

quehacer de la geografía histórica en América

Latina

Aunque las historiografías de la geografía histórica

diieren en cada país de América Latina 2 ,

tanto en iliaciones disciplinarias como en niveles

de institucionalización, en general se puede

decir que la consolidación del campo de la geografía

histórica en la década de 1950 implicó,

por un lado, la deinición de una relación particular

con el tiempo que lo diferenció de la forma

como éste ha sido abordado por la historia; y

por el otro, de un método de trabajo diferente

a los utilizados por dicha disciplina (de aquí se

derivan las propuestas de los cortes sincrónicos

o transversales -cross-sections-, los cortes

verticales –longitudinales o diacrónicos-, el método

regresivo, entre otras) 3 .

2

Un buen ejemplo de cómo se construyó la geografía histórica

en América Latina es el que presenta García Martínez

(1998) para el caso de México. Esta revisión historiográica

evidencia la procedencia disciplinaria diversa que ha caracterizado

a los fundadores y practicantes de la geografía histórica

mexicana desde sus inicios hasta el presente. A nivel de la enseñanza,

el número de licenciaturas en historia que incluyen

geografía histórica es proporcionalmente más del doble que

sus equivalentes en geografía; paradójicamente, la enseñanza

de la geografía histórica a nivel universitario es de mayor interés

para los historiadores que para los geógrafos. Esta paradoja

no es, desde luego, privativa de México.

3

Conforme a la propuesta del geógrafo histórico británico C.

Darby (1953), los cross-sections –cortes transversales o sincrónicos-

se realizan mediante uno o varios recortes temporales,

los cuales resultan en la deinición de uno o varios períodos

signiicativos del pasado y cada uno de ellos es descrito a

manera de un estudio regional. En contraste, el método de

cortes verticales –longitudinales o diacrónicos- implica que

se eligen dos o tres aspectos pertinentes en un paisaje y se

espaciotiempo/Num.7/2012 84


perla Zusman

En la década de 1980, particularmente en

América Latina, se buscó establecer un diálogo

con otras ciencias sociales para superar

la “naturalización” 4 del tiempo y del espacio

presentes en la propuesta de la “geografía histórica

clásica”. Así se vincularon líneas de investigación

en geografía histórica con aquellas

desarrolladas en la Historia Social, Política y

Económica para abordar distintos períodos y

comprender, desde las dinámicas espaciales,

la colonización (Moraes, 2000), la formación

de redes de circu lación (Santorini, 2006) o las

relaciones entre procesos de modernización

agrícola y transformaciones territoriales (Richard-Jorbat,

Perez Romagnoli, Barrio, Sanjurjo,

2006). En este sentido, un aporte relevante

son los estudios sobre la geografía histórica de

Rio de Janeiro (Abreu, 2010) y de San Salvador

de Bahia (Vasconcelos, 1997) en ciertas coyunturas

del período colonial que, trabajando con

fragmentos de las geografías pasadas, lograron

articular procesos sociales que se desarrollaron

en diversas escalas con el espacio donde éstos

actuaron.

Un gran impulso a la geografía histórica ha

sido dado por los estudios de la Historia del

Pensamiento Geográico y el diálogo con las

investigaciones llevadas adelante en el área de

Historia de la Ciencia o la Sociología del conocimiento.

De hecho, los primeros trabajos sobre

el proceso de institucionalización de la geografía

en la región han demostrado la diicultad

de diferenciar el desarrollo del campo –particularmente

de la formación de las Sociedades

Geográicas- de los procesos de apropiación

territorial (Zusman, 1996; Nunes Pereira 2003;

Moncada, 1999).

En este proceso de interpretar la geografía desde

los aportes de la historia, algunos trabajos

buscan recuperar la relación entre el espacio y

tiempo delineada por la escuela de los Annales

y, particularmente, por la perspectiva de Ferdinand

Braudel en El Mediterráneo y el mundo

mediterráneo en la época de Felipe II. En paralelo

a este rescate realizado por algunos geógrafos

históricos europeos (Baker, 2003, 2007;

Mayhew, 2010), en América Latina el proyecto

de geohistoria es concebido como una forma

de entender el tiempo histórico inescindible del

medio geográico en un Mediterráneo que adquiere

protagonismo por encima de los eventos

y de los sujetos 5 . De la misma forma, la larga

duración considerada como el tiempo geográico

es otro de los aspectos destacados desde

las reinterpretaciones realizadas en la región latinoamericana

(Betioli Contel, 2010; Alves Lira,

2010).

Por su lado, la inluencia de los estudios poscoloniales

(abocados al conocimiento de los

procesos de independencia política, económica

y social de antiguas colonias y territorios

sometidos al dominio de poderes imperiales)

ha abierto nuevos problemas, temas y objetos

de análisis 6 . A la vez, éstos que contribuyeron a

la incorporación de la nueva geografía cultural

en los estudios del área (poniendo en interacción

lo material con lo simbólico), también han

permitido deconstruir los espacios nacionales y

otorgarle cierto protagonismo a las voces silen-

analizan sus transformaciones a lo largo del tiempo. Finalmente,

el método regresivo supone que se parte del presente

para mirar el pasado; es decir, se vuelve al pasado en tanto y

en cuanto sea necesario para lograr la mejor ilustración de la

escena contemporánea.

4

La señalada “naturalización” de la geografía histórica tiene

una doble iliación: por un lado, la visión “espacialista” de

la geografía histórica enarbolada por la geografía cuantitativa

–bien representada por el trabajo de W. Norton (1991), quien

deinió a la geografía histórica como el estudio de la evolución

de las formas espaciales, y la “geografía del tiempo” formulada

por el geógrafo sueco Torsten Hägerstrand, fundador

de la Escuela de Lund; por otro lado, de la mano del historiador

idealista R. G. Collingwood, el geógrafo canadiense Leonard

Guelke (1997) sostiene que la geografía histórica clásica

(practicada por Hartshorne, Sauer, Darby, Clark y otros) puede

ser considerada como una forma de “historia natural”.

5

Aunque en una conceptualización que trasciende la geohistoria

braudeliana, aquí cabe destacar que la Universidad Nacional

Autónoma de México, en su nueva Escuela Nacional

de Estudios Superiores Campus Morelia, Michoacán, en 2012

creó la “Licenciatura en Geohistoria”, la primera en América

Latina con esta orientación, con la idea de substanciar el discurso

geohistórico en una formación profesional especíica.

El carácter innovador de este nuevo programa radica no sólo

en la conjunción histórico-geográica, también en su carácter

aplicado –se pone un énfasis especial en el uso de geotecnologías

para la intervención en los estudios regionales y del

paisaje.

6

Un gran impulsor de la deconstrucción de esta visión eurocéntrica

en la geografía en Estados Unidos fue J. Blaut, cuyo

texto sobre el modelo colonizador del mundo centra su crítica

en el difusionismo geográico y la historia eurocéntrica (Blaut,

1993). Véase también el texto de D. Raat (2004).

85

CCSyH UASLP


la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...

ciadas (poblaciones originarias y campesinas)

en los procesos de construcción territorial. Este

tipo de aportaciones han llevado a repensar las

narrativas sobre el proceso de incorporación de

América a la modernidad. En este sentido, los

estudios decoloniales 7 ponen en cuestión la narrativa

eurocéntrica que coloca a Europa en el

centro de la modernidad y torna a las historias

y geografías extra-europeas en historias y geografías

periféricas que quedan subsumidas al

relato europeo. Esta propia lógica sitúa a todas

las sociedades en una misma línea donde la

diferenciación entre sociedades, naciones, países

“atrasados” y “avanzados” invisibiliza la

multiplicidad y la coexistencia entre distintas

trayectorias espacio temporales. En este sentido,

los estudios decoloniales han servido para

enfatizar el carácter heterogéneo de las sociedades

imperiales/coloniales (Dussel, 2000).

Las variadas posturas teóricas de la geografía

histórica, organizadas en torno al discurso

locacional, del paisaje, del ambiente y de la región

(Baker, 2003; Sunyer, 2010), han derivado

en un cambio en el papel que el archivo ha tenido

en la historia de este subcampo. Mientras

que para H. C. Darby el archivo ofrecía al investigador

el material objetivo (particularmente información

censal) que luego sería representado

cartográicamente, para Carl Sauer el trabajo

de archivo representaba un complemento necesario

del trabajo de campo en la medida en

que contribuía a “llegar a tener gradualmente

una visión del panorama cultural anterior escondido

detrás del presente” (Sauer, 1991: 43).

En la geografía histórica latinoamericana actual,

en general, el archivo ha adquirido independencia

del trabajo de campo, concibiéndoselo a

sí mismo como el trabajo de campo en las investigaciones

de este subcampo 8 . Los archivos

7

Esta línea de trabajo desarrollada en América Latina supone

que las jerarquizaciones y exclusiones en términos étnicos,

raciales y de género asociadas a la modernidad continúan

presentes en la actualidad en el marco del capitalismo global

y en un contexto epistemológico posmoderno (al respecto ver

Mignolo, 2007).

8

Esto, desde luego, podría resultar desafortunado porque no

sólo desoiría el atinado consejo de Sauer (1941) -de complementar

y validar el trabajo de archivo con el trabajo de

campo-, también podría repetir el extravío que, en algunos

casos, ha padecido la historia ambiental cuando ha sustituido

el trabajo de campo por el trabajo de archivo –el ejemplo

más emblemático de este extravío metodológico lo representa

son fuente de documentación de diverso tipo:

cartográica, censal, documental, textual, pictográica

(Butlin, 1993). Los especialistas ponen

en diálogo archivos locales con internacionales

a in de reconstruir tanto procesos de apropiación

territorial de forma cartográica como dinámicas

económicas locales o regionales (Abreu,

2006). En algunas investigaciones el propio archivo

es puesto en cuestión. En la medida en

que éste ha sido concebido como depositario

de la memoria nacional, se espera que el archivo

contribuya a la conformación de la comunidad

imaginaria de los estados nacionales. Sin

embargo, en la actualidad estos repositorios

ofrecen materiales que pueden ser útiles en los

procesos de reconstrucción identitaria de poblaciones

originarias, de los campesinos o de

afrodescendientes. Por ejemplo, la información

catastral no sólo ha permitido identiicar las

tierras que estaban bajo dominio indígena en

el período colonial o en el de formación estatal

nacional (Palladino, 2010), sino también reconocer

las que estaban en disputa o en manos

de propietarios privados, de grupos eclesiásticos

y de la Corona (Muñoz Arbelaez, 2007).

La relación entre la geografía histórica y la

historia ambiental se ha robustecido notablemente

en América Latina. Además de su contribución

a la conformación de la historia ambiental,

la geografía histórica ha sumado a la

diversidad de teorías, métodos y técnicas que

ya se utilizan en este campo emergente. En el

caso de México, algunos geógrafos históricos,

mexicanos y extranjeros, se han sumado a la

construcción de la historia ambiental latinoamericana

(Butzer y Butzer, 1997; García Martínez

y González Jácome, 1999; Siemens, 1999;

Sluyter, 2002; Fernández Christlieb, 2004; Garza

Merodio, 2007; Ávalos Lozano, 2008; Hunter,

2009, 2010; Moreno Unda 2010; Aguilar-Roel

texto de Elinor G. K. Melville (1995), quien hizo una interpretación

apocalíptica de la “plaga de ovejas” que, según

ella, devastó el Valle del Mezquital, en el actual estado de

Hidalgo, México, transformándolo, desde el siglo XVI, en el

semidesierto que es hoy en día. Cabe añadir que además de

la sobrerrepresentación del trabajo de archivo, esta autora cometió

otros errores metodológicos elementales que afectaron

seriamente sus conclusiones –por ejemplo, la consideración

del modelo ganadero australiano en lugar del modelo milenario

forjado en la cuenca del Mar Mediterráneo, lugar de

procedencia tanto del primer ganado introducido a la Nueva

España como de su respectivo modelo de manejo.

espaciotiempo/Num.7/2012 86


perla Zusman

bledo, 2008; Aguilar-Robledo, 2012; Aguilar-

Robledo, Hernández-Reyes y Borejzsa, 2012).

Entre otros, los temas abordados incluyen el

cambio climático, la historia ambiental urbana,

la historia ambiental de la ganadería, la historia

ambiental de la minería, programas de deforestación,

etc.

Además, cabe decir que hay un buen número

de profesionales de la geografía histórica asociados

a la Sociedad Latinoamericana y Caribeña

de Historia Ambiental (SOLCHA) –o a sus

versiones nacionales como la Red Mexicana de

Historia Ambiental (ReMHA)-, entre otras.

Los procesos de formación territorial

Hacia la década de 1980, junto con los procesos

de transición a la democracia, particularmente

de los países del Cono Sur, la geografía

histórica acompañó los cambios en la concepción

de la geografía como ciencia, así como las

formas de entender el espacio. Así, el espacio

no sólo se comprendía como una cons trucción

social, sino que el espacio y el tiempo eran vistos

como dos dimensiones de la realidad inescindibles

(Calderón y Berenzon, 2004; Herrera

Ángel, 2005). Esta idea tuvo consecuencias

signiicativas en el desarrollo de una línea particular

de trabajos de geografía histórica como

fueron los procesos de formación territorial.

Iniciados por los aportes de Marcelo Escolar

(1996) en Argentina y Antonio Carlos Robert

Moraes en Brasil (2002), estos trabajos rompieron

con la narrativa nacionalista que había naturalizado

los territorios de los Estados nacionales.

En este marco, en primer lugar el territorio

del Estado nacional actual era concebido como

el supuesto continente natural de los procesos

sociales históricos y económicos que habían

tenido lugar en el pasado. En segundo lugar, a

partir de esta narrativa, se tejían ciertos mitos

fundacionales. En el caso argentino, se concebía

que el territorio del Virreinato del Río de la

Plata era el molde del territorio de dicho Estado

nacional. Las diferencias entre ambos se leían

en términos de pérdidas territoriales, asociadas

al expansionismo de los países vecinos, a la

mala diplomacia argentina, a los intereses británicos

en la región (Cavaleri, 2004). En el caso

brasileño, el mito fundacional suponía que la

independencia en manos de un monarca había

asegurado el mantenimiento de la integridad territorial,

en contraposición a las características

que habían adquirido las independencias de los

países hispanoamericanos, donde las antiguas

posesiones españolas habían dado origen a diferentes

repúblicas (Magnoli, 1997). En México,

relatos semejantes han sido rastreados bajo

la premisa de que el territorio del Virreinato de

Nueva España se concibe como el molde natural

para la constitución del Estado mexicano

(Alvarez Alvarez, 2011).

A in de romper con estos mitos fundacionales

los estudios de formación territorial tomaron

como unidades signiicativas de análisis el propio

continente, para salir del corsé del territorio

de los Estados actuales y poder identiicar las

formas territoriales que se asociaban a los procesos

territoriales anteriores a la formación de

los Estados nacionales, como pueden ser las

dinámicas asociadas al período colonial. Desde

esta perspectiva, se incorporaron al análisis los

territorios que estaban bajo dominio indígena y

que estaban en contacto o en conlicto con los

de las poblaciones blancas o criollas (Navarro

Floria, 2007).

La ruptura de la concepción del territorio del

Estado nacional como un dato evidente, permitió

que los estudios se interesaran por analizar

el carácter conlictivo del proceso de formación

de este territorio, que puso en juego otros diseños

territoriales posibles y que implicó también

una lucha por consensuar un modelo económico,

unas fronteras y una imagen única del territorio

nacional (Minvielle y Zusman, 2002). Estos

acuerdos muchas veces tuvieron que ser resigniicados

en momentos históricos posteriores,

como fue el caso de Brasil con la república o

el varguismo y durante el conservacionismo

modernizador de Uriburu o el peronismo en Argentina

(Diniz de Souza, 2002; Troncoso y Lois,

2004).

Dentro de estos análisis, un lugar especial

ocupó el tratamiento de la incorporación de

áreas bajo dominio indígena a los proyectos del

Estado nacional (Patagonia, Chaco, Amazonia,

Araucanía). Estas áreas, concebidas desde los

proyectos estatales como la alteridad de la nación

(Serjé, 2005), fueron objetos de políticas

especíicas de parte de los Estados nacionales

en donde las poblaciones originarias fueron material

o discursivamente invisibilizadas. Dentro

de estos proyectos están aquellos orientados

87

CCSyH UASLP


la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...

a la integración económica a través de la dotación

de infraestructura de comunicación, la

organización de planes de colonización o de

parques nacionales (Osorio Machado, 1989;

Zusman, 2000; Navarro Floria y Del Río, 2011;

Nuñez, 1999; Fortunato, 2011).

Viajeros, cartografías e imaginarios

A partir de las ideas desarrolladas sobre E.

Said sobre el papel de los imaginarios geográicos

en la deinición de los proyectos imperiales,

la geografía histórica latinoamericana

ha comenzado a trabajar las ideas, representaciones,

creencias y deseos que se han tejido

en relación a los espacios pasados (Gregory,

1994). Bajo la idea de imaginarios geográicos,

y siguiendo la concepción de la relación saberpoder

planteada por Foucault, Said sostiene

que distintos dispositivos culturales (novelas,

relatos de viajeros, conocimientos antropológicos,

arqueológicos, descripciones de gobernantes,

etc.) vehiculizan el establecimiento de

estrategias de dominación sobre los lugares

objeto de descripción (Said, 2002).

La postura de Said en relación a los imaginarios

geográicos y la de M. Louise Pratt (2010)

en relación a los relatos de viaje, han politizado

las lecturas sobre el papel de los dispositivos

culturales en el marco de los proyectos imperiales

y estatales nacionales. A partir de estas

inluencias los estudios de geografía histórica

dejaron de concebir a las descripciones de viajeros,

naturalistas o memorias de distintos funcionarios

de gobierno como fuente que permite

el conocimiento de áreas de interés para contextualizar

estos tipos de relatos, entender el

tipo de ideas e imágenes sobre el territorio que

ellos vehiculizan y comprender sus implicancias

políticas. Los mapas han sido objeto de

un proceso de deconstrucción semejante. De

hecho, los estudios de geografía histórica vinculados

a la Historia de la Cartografía persiguen

comprender los procesos de producción cartográica

en el marco del ejercicio de apropiación,

mensura y control territorial (Roque de Oliveira

y Mendoza Vargas, 2010; Mendoza Vargas y

Lois, 2009; Aguilar-Robledo, 2009; Aguilar-Robledo

y Delgado-López, 2012; Aguilar-Robledo

y Lois, 2012).

Tanto los relatos de viaje como los mapas han

contribuido a deinir ciertos imaginarios geográicos.

Un particular interés ha despertado en la

región el estudio del proceso de deinición y difusión

de las ideas/metáforas del desierto (Lois,

1999; Zusman, 2000), de la tropicalidad (Cunill

Grau, 2005), del sertao (Moraes, 2000) o de la

Cordillera de los Andes como muralla (Hevilla,

2007). Estos imaginarios podían servir para dar

cuenta de áreas sometidas a otras formas de

organización política, económica y social (las

de las poblaciones indígenas o campesinas).

Homologadas con los conceptos de vacío, de

tierras hostiles o infértiles, también fueron útiles

a los ines de incentivar su incorporación a la lógica

de los países en constitución. Estos imaginarios

acompañaron la política que los Estados

nacionales diseñaron para los lugares que ellos

cualiicaban y, en muchos casos, como en la

Puna Argentina, perviven hasta la actualidad

(Castro, 2007; Benedetti, 2005; Tomasi, 2010).

Colofón

Ahora volvamos a las preguntas formuladas

al inicio de este texto: ¿sería posible establecer

un vínculo entre los temas de la agenda pública

y aquellos que conforman el corpus disciplinario

de la geografía histórica? En caso de que

este vínculo existiera, ¿qué tan profundo o supericial

es? ¿Qué tan signiicativa es la correspondencia

entre la agenda pública mencionada

y el desarrollo teórico, metodológico y empírico

de la geografía histórica en América Latina?

Conforme al recorrido realizado a lo largo de este

artículo podríamos airmar que dentro de las

temáticas presentadas en la introducción y que

forman parte de la agenda pública actual, algunas

son objeto de interés por parte de la geografía

actual, mientras que otras se presentan

como un campo abierto que merecerían un ma yor

desarrollo en el futuro en la geografía histórica.

Así, por un lado pudimos reconocer la tendencia

orientada a reconstruir la historia territorial

de los Estados nacionales, incorporando

en este proceso a una multiplicidad de actores

(entre ellos las poblaciones originarias y campesinas).

La diversidad de fuentes que se usa

en este proceso de interpretación del pasado

político territorial, permite vincular los procesos

de construcción material con aquellos de

carácter simbólico. Esta tendencia parecería

espaciotiempo/Num.7/2012 88


perla Zusman

guardar relación con la necesidad actual de entender

los procesos de redeinición de los Estados,

de sus atribuciones (entre ellas las de carácter

territorial) en el marco de la globalización.

El crecimiento de las reivindicaciones identitarias

de pueblos originarios pone en cuestión

el proyecto de homogeneización cultural que

también caracterizó el proceso de formación

estatal y donde el territorio jugó un papel clave.

De hecho, éste fue considerado un elemento

que otorgaba unidad frente a la diversidad étnica,

lingüística, social y religiosa de las poblaciones

del continente.

Como lo evidencia el caso mexicano, el vínculo

entre la geografía histórica y la historia ambiental

no sólo se ha robustecido, también ha

crecido el reconocimiento por parte de los historiadores

ambientales –que provienen de una

gran diversidad de campos del conocimientode

las contribuciones, muchas pioneras, de la

geografía histórica a la construcción de la historia

ambiental. Por ello, es muy probable que

la estrecha colaboración entre la geografía histórica

y la historia ambiental se profundice en

los años por venir y, con ello, el vínculo entre la

geografía histórica y la agenda pública podría

estrecharse aún más.

En otro tenor, existen ciertas temáticas que,

a pesar de haber despertado interés en la geografía

histórica internacional y formar parte de

las preocupaciones de los Estados o de ciertos

sectores sociales, han tenido poco desarrollo

en el área. Nos estamos reiriendo a los

procesos de patrimonialización y de memoria.

El incipiente interés por analizar los usos del

pasado puede tener que ver con el hecho de

que la crítica a estas dinámicas recién está comenzando.

Además, si bien algunos análisis se

han preocupado por discutir el papel de ciertos

paisajes o monumentos en la creación y recreación

de valores nacionales (Lobato Correa,

2011), son aún escasos los estudios que se han

destinado a trabajar los lugares o políticas de

memoria como acciones contrahegemónicas o

de defensa de los derechos humanos en América

Latina (Fabri, 2010).

Otra vertiente que ha sido poco abordada es

la que analiza procesos a otra escala que la nacional

o regional y que involucra actores como

minorías sexuales, niños o ancianos. Ello podría

involucrar el abordaje de lo cotidiano en la geografía

histórica, que permitiría aproximarse a las

complejidades a través de la cuales se construyen

las economías, las naciones, los imperios,

las instituciones, los discursos y los conocimientos

(Naylor, 2008). En el proceso de análisis de

microhistorias y microespacios el trabajo de

archivo podría ser complementado con la exploración

de las potencialidades de la historia oral.

La propuesta de análisis de espacios en red

ha sido poco explorada en la geografía histórica

de la región. El estudio de redes, conexiones y

enmarañados –pensados en la literatura anglosajona

como una recreación con base latouriana

de la perspectiva que Braudel usó para el análisis

del Mediterráneo (Mayhew, 2010)- permitiría

trabajar los vínculos materiales y simbólicos

que existieron entre espacios diferenciados en

el marco de constitución de las naciones o de

los imperios, en las dinámicas migratorias o en

los procesos de diáspora.

Desde nuestro punto de vista, las dinámicas

sociales, económicas y políticas latinoamericanas

han incentivado la renovación temática del

campo de la geografía histórica. De la misma

manera, el diálogo con otras disciplinas sociales

ha impulsado la renovación epistemológica

en esta área del conocimiento. Si bien hemos

reconocido algunas tendencias en la geografía

histórica latinoamericana actual, ellas son continuamente

enriquecidas y redeinidas a la luz

de la relación que las urgencias y lecturas del

presente hacen del pasado. Estas nuevas vertientes

pueden incorporarse a esta área de trabajo

de la geografía si se la concibe, como sugiere

Baker (2003), como un subcampo abierto

y en continua construcción.

Con los matices necesarios, las líneas de trabajo

de la geografía histórica latinoamericana

descritas, muy posiblemente, continuarán ocupando

a los profesionales de este campo disciplinario

de esta parte del mundo en los años

por venir. En esta línea de continuidad, quizás,

se incorporarán cada vez más las herramientas

geotecnológicas –los SIG y GPS, por ejemploal

quehacer académico de este campo, sobre

todo los integrantes de las nuevas generaciones

de geógrafos-históricos (Gregory y Ell, 2007).

También es muy posible que el trabajo interdisciplinario

se acreciente en la geografía histórica

de América Latina. Al trabajo de los historiadores

y geógrafos ahora se sumarán los especia-

89

CCSyH UASLP


la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...

listas en temas ambientales que están cada vez

más activos. Empero, como sucede en otras

regiones del mundo, la agenda temática de la

geografía histórica latinoamericana también

mostrará rupturas y la emergencia de nuevos

temas que hasta ahora han concitado poco interés

entre los practicantes de este campo.

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93

CCSyH UASLP


reseñas

geografia histórica do brasil. cinco ensaios, uma proposta

e uma crítica

Larissa Alves de Lira

Pós-graduanda em Geograia Humana, Universidade de São Paulo

55-11-3726-2745/ lara.lira@gmail.com

Possui graduação em Geograia pela Universidade de São Paulo. Atualmente é bolsista FAPESP de

mestrado em pesquisa na área de História da Geograia.

Apesar do título do livro editado pela Annablume

referir-se à Geograia Histórica, o prefácio

revela uma ambição maior. Antonio Carlos

Robert Moraes procura delimitar a especiicidade

da “ciência dos lugares” fugindo de articulações

preconcebidas: em primeiro lugar, de

que a disciplina é uma “ciência excepcional”,

“epistemologicamente diferente de todos os

demais campos do conhecimento cientíico”

(MORAES, 2009, p.9); ou, uma “simples somatória

das matérias que compõem a sua abordagem,

instaurando uma nova forma de equacionamento

na análise do mundo” (MORAES,

2009, p.9).

Através do diálogo com a História, esta tão

grandemente concebida por historiadores

como Lucien Febvre, Marc Bloch e Fernand

Braudel, o autor demonstra como a ciência

geográica se relaciona com os demais campos

do conhecimento. Esse fundamento de interdisciplinaridade

não é exclusivo da Geograia

Histórica, ainda que, neste caso, estejamos falando

de duas gigantes. Também a geomorfologia,

a biogeograia ou a geopolítica enfrentam

o desaio de solucionar problemas que lhes são

internos e externos. Nenhum tipo de modéstia,

diríamos - contrariando Lucien Febvre - poderia

arriscar uma solução à empreitada.

Fernand Braudel procurou indicar como a

História poderia orientar a Geograia (e as Ciências

Sociais, a Antropologia, e a Economia...)

(BRAUDEL, 1972, p.10-12). Moraes inverte o

sinal: é na perspectiva própria desse campo do

conhecimento que se deve incorporar a História.

Seria preciso rever, de saída, essa história

universal, teleológica, “ocidentalista”, que uniica

todos os povos sob um destino comum: o

do progresso e da civilização.

O Princípio da Unidade da Terra (LA BLACHE,

s/d, p.25) ou o da Conexão (BRUNHES, 1962),

deinidos pelos clássicos; ou, o “ exame geográico

da experiência histórica, tendo em mente

a ideia de que a Terra é, de fato, um único e

mesmo mundo” (SAID In MORAES, 2009, p.11),

numa versão contemporânea, colocam a questão

das temporalidades no cerne do problema.

Num mesmo presente histórico, formações sociais

muitas vezes antagônicas coexistem e se

relacionam. Moraes ressalta como o sistema

escravocrata, na periferia, presenciou o aloramento

dos nacionalismos no centro: “As teorias

totalizadoras e os conceitos universais atuam

exatamente na tentativa de aproximação do diverso

[...]” (MORAES, 2009, p.18).

Braudel chamou esta perspectiva geográica,

no prefácio de seu O Mediterrâneo, de

uma nova ilosoia da história (BRAUDEL, 1983,

p.22), na medida em que o comprometimento

com o único e mesmo mundo rompia com uma

visão linear dos acontecimentos. É como geógrafo,

portanto, que Robert Moraes questiona

a “geocultura” da modernidade: assentada na

fé no progresso (WALLERSTEIN, 2002), na tentativa

de universalização dos fenômenos e do

modelo europeu que, em última medida, justiicaram

a iniciativa colonial e a missão civilizatória.

A geograia se repõe como mediação epistemológica

na construção de uma teoria crítica

(MORAES, 2009, p.19).

Impulsionado pelos estudos pós coloniais,

o geógrafo demonstra, no primeiro ensaio,

como a história da disciplina deve ser levada

a deslindar a trama complexa da construção

da geocultura da modernidade, que teve na

ciência seu motor fundamental, e as alteridades

que se reproduzem tanto em escalas locais

como nacionais.

De fato, o nascimento da Geograia Moderna

foi marcado pela negação dos relatos de

viagem, vulgarizados pelas Sociedades de

espaciotiempo/Num.7/2012 94


Geograia, que forneciam uma visão demasiada

fragmentada da Terra (BERDOULAY, 1981,

p.148). O princípio da universalidade orientava

a disciplina, tendo a experiência colonial e

a superioridade europeia como pilares fundamentais.

Mas, após o surgimento de uma nova

teoria crítica, a História da Geograia brasileira

deve estar mais intrincada “com a evolução política

do país do que como um capítulo numa

história universal do desenvolvimento desse

campo disciplinar.” (MORAES, 2009, p.20). E

assim, “começar pela avaliação geográica da

‘ciência geográica’” (MORAES, 2009, p.17),

ou, colocar a ciência no seu lugar, como diria

Livingstone.

Ao constatar, destarte, que “as sociedades

periféricas expressam a modernidade em formas

econômicas, políticas e culturais próprias’

(MORAES, 2009, p.20) a história da geograia

brasileira pode vislumbrar como este campo

do conhecimento contribuiu para acelerar a

formação do Estado anteriormente à da nação

- “invertendo o nexo tradicionalmente apontado

entre identidade e território no mundo moderno.”

(MORAES, 2009, p.24). Genericamente,

as ligações entre Nação-Território-Estado, surgidos

após a Revolução Francesa, não se reproduziriam

nos países coloniais, mas sim uma

construção inversa: Estado-Território-Nação.

A particularidade das terras coloniais revela

muito da totalidade da economia-mundo: seguindo

as indicações de Wallerstein, esta é um

sistema econômico pautado em uma diversidade

de formações políticas (cidades-estados,

estados-nações, impérios), visto que cada uma

delas deve ser capaz de organizar as relações

sociais para dar resposta aos diferentes papéis

na divisão internacional do trabalho (WALLERS-

TEIN, 1980, p.19). Tanto as particularidades da

política quanto a totalidade da economia são

chaves para explicar a Terra, objeto este primordial

da Geograia Geral (LA BLACHE, 2002).

A entrada da geopolítica foi a escolha do autor,

inspirado pelos estudos clássicos que são

conhecidos em sua trajetória: “Em suma, entendemos

a Geograia Histórica como caminho de

reconstituição (em várias escalas) do processo

de formação dos atuais territórios [...]” (MO-

RAES, 2009, p.61). O Estado brasileiro, nasce,

pois, ligado à deinição do território. Seus antecedentes

remontam à instalação da Coroa Portuguesa

no Brasil, animada pela geopolítica do

hemisfério austral.

De terras esquecidas (MORAES, 2009, p.36) a

“ilha Brasil” se torna ponto de paragem de rotas

internacionais. Pouco a pouco descobre-se sua

qualidade locacional: o longo litoral, estendido

no hemisfério austral, “cujo domínio articulado

das praças portuguesas na África Ocidental

permitiria um bom controle do Atlântico sul, e

logo, do grande eixo de circulação oceânica

meridional.” (MORAES, 2009, p.38). Assim, surge

a necessidade de ocupação como um modo

de proteger as terras.

As primeiras instalações, representadas pelas

feitorias, serviam como pontos de armazenagem,

comércio de pau-brasil, eram frequentemente

associadas a um forte, além de servir de

núcleo de trocas culturais entre portugueses e

indígenas. Mas havia o imperativo de tornar o

Brasil produtivo, de forma a custear as tarefas

decorrentes do patrulhamento e do comércio.

Apesar da clara intenção de garantir a ocupação

do litoral, como demonstram as proibições

da Coroa de fundar núcleos distantes da

costa, os caminhos já existentes e a dinâmica

própria da economia no âmbito da civilização

material expandiu os limites em direção ao interior

para além das fazendas de açúcar, estas

em plena conexão com os mercados capitalistas

europeus (BRAUDEL,1998, pp.236-237).

Moraes procura demarcar momentos diversos

na história do Brasil colônia, diferenciados

segundo a iniciativa de ocupação do território. A

colonização, inicialmente restrita ao litoral, ganhará

com o tempo um caráter que não perderá:

o da expansão e conquista de novas terras. A

independência do Brasil, como demonstrado

no terceiro e quarto ensaios, representa um elo

de continuidade com a política expansionista

iniciada no período anterior.

Em meados dos oitocentos, a economia estava

plenamente divida em regiões, representadas

por elites cujo objetivo em comum era

manter o escravismo e suas áreas de expansão

territoriais. Havia trocas inter-regionais mas

as relações eram plenamente entabuladas nos

seus interiores. Apenas a Coroa Portuguesa

possuía a pretensão de soberania do conjunto

das terras. A independência, levada a cabo

pela mesma família dinástica, manteve não

apenas a unidade do território como o princí-

95

CCSyH UASLP


pio de legitimação do Estado. A existência de

terras almejadas, ainda que pouco conhecidas,

organizam a relação das elites com o Príncipe,

ou, das classes dominantes com o Estado.

Eis que nos deparamos com o conceito “fundos

territoriais” que articula todos os ensaios.

Esses territórios são deinidos como reservas

para expansão futura da ação colonizadora

(MORAES, 2009, p.65). Na linguagem dos

políticos e homens comuns, tão habitual dos

geógrafos, foram chamados de “sertão”. Mas

foram tantos os sertões brasileiros que não há

como deini-los como uma região única, por

suas qualidades naturais, argumenta o autor.

Isso o retiraria do léxico “tradicional” da geograia,

cujas conceituações referem-se a universos

tidos como empíricos. Mas em cada

época, não seria possível delimitar, descrever,

viajar pelo sertão? Riobaldo, personagem de

Guimarães Rosa, andou por Minas, Goiás e sul

da Bahia, com as armas de um jagunço abrindo

caminhos, de onde saíram as rudes histórias de

amor e vingança. O fato é que, num país onde

se repõe as “marchas pioneiras”, os conteúdos

das regiões se modiicam em uma acelerada

longa duração.

Mas o autor pretende apreender o sertão

como uma realidade simbólica, ou, uma “ideologia

geográica”. É um espaço imaginado para

a expansão, ganhando conteúdos que respondem

ao imperativo da pretensão de soberania.

Assim, ele é geralmente concebido como antípoda

(a outra região), desconhecido, subordinado,

distante, moradia dos habitantes distintos

aos tipos nacionais. Às realidades geográicas

correspondem identidades e projetos.

Seja pelo estudo da História da Geograia,

seja pelo da Geograia Histórica, o que icou

demonstrado, ao longo desses cinco ensaios,

foi o papel essencial que a ideia de conquista

e expansão do território jogou na mentalidade

das elites e na formação do Estado, ao tempo

que particulariza a condição periférica. E esse

processo ainda está inconcluso, o que oferece

à sociedade, ao geógrafo e ao político a possibilidade

de manejar os atuais fundos territoriais

de acordo com a posição que se quer ocupar

na divisão internacional do trabalho num curto,

médio e longo prazos.

Assim, Moraes apresenta, no penúltimo texto,

uma proposta de pesquisa: aprofundar a análise

das matrizes energéticas e de transporte do

Brasil. Em outras palavras, trata-se de estudar

os setores estratégicos, tanto para planejar o

uso dos “atuais fundos territoriais”, como para

garantir o modelo de ocupação, integração, e

uso das terras. Para tanto, alerta o autor, será

preciso retomar a famigerada ferramenta do

planejamento e imiscuir-se no debate nacional

das políticas territoriais existentes no Brasil,

seja como um técnico do Estado, seja como

um cidadão.

E é sobre este ponto, da aplicabilidade política

das atuais pesquisas em Geograia que

o autor fecha este livro profícuo. A discussão

não é cristalina e remete a identiicar os fundamentos

teóricos que baseiam tais trabalhos. O

posicionamento frente aos grandes esquemas

de pensamento, que buscam dar sentido à história,

erigidos na época moderna, continuam a

ser a chave da questão.

Não poucos, nos lembra ao autor, estão verdadeiramente

encantados pela plenitude da ordem

capitalista. O capitalismo parece ter chegado

longe, ocupado rotas, invadido conins.

As diferenças geográicas estariam diluídas,

as fronteiras desfeitas, a condição periférica

pulverizada. “Pós modernismo é o nome mais

usual que se atribui a esta corrente de pensamento,

que hoje inluencia fortemente o campo

disciplinar da geograia”. (MORAES, 2009,

p.143).

Centro e Periferia se encontram na pós modernidade.

Essa postura, remetendo ao início

do livro de Moraes, não reforçaria o mimetismo

a que a modernidade quis submeter regiões

colonizadas? Outra corrente, que inluencia a

Geograia é a daqueles que “assumem a defesa

das formas pré-modernas de sociabilidade,

fazendo do anacronismo uma orientação metodológica.”

(MORAES, 2009, p.146). Em ambas

as posturas o resultado são geograias epistemologicamente

carentes de coerência, levadas

a apagar a importância da história e suas

sobrevivências. A relevância do Estado-Nação

se repõe e o abandono da escala nacional não

contribui para politização da Geograia.

Frente ao exposto, só podemos lamentar que

o livro chega ao im. Ou, por não ter estabelecido

mais diálogo com estudos de propósito e

natureza semelhantes. Resultados importantes,

como o de Immanuel Wallerstein, elaborados

espaciotiempo/Num.7/2012 96


ao longo dos últimos decênios do século XX

foram felizes em demonstrar a existência histórica

da periferia através do deslindamento da

formação da economia-mundo no século XVI.

Isso levaria Moraes a outro intento, qual seja,

a inserção da formação do Brasil na economia

mundo, ao qual não podemos esperar que o

tenha feito, mas cujo talento único e profundidade

da relexão poderiam os iluminar. Fernand

Braudel, numa crítica elegante e exigente, disse

a Caio Prado Jr.: faça uma história do Atlântico!

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Malena Mazzitelli Mastricchio

Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina

malenamastricchio@gmail.com

El libro coordinado por Francisco Roque de

Olivera y Héctor Mendoza Vargas reúne, por un

lado, una parte de los trabajos presentados en

el segundo Simposio Iberoamericano de Historia

de la Cartografía que se desarrolló en la

Ciudad de México en abril de 2008; y, por otro,

un conjunto de artículos invitados relacionados

con la temática del evento.

La publicación -realizada de forma conjunta

entre el Centro de Estudios Geográicos de la

Universidad de Lisboa y el Instituto de Geografía

de la Universidad Nacional Autónoma de

México- reúne 19 artículos divididos en cuatro

ejes temáticos: el primero se denomina “Las

fuentes y la relexión ilosóica e histórica” en la

cual se reúnen los trabajos que pretenden dar

una propuesta teórico-metodológica para el

análisis de los “textos cartográicos”. La segunda

sección “Los desafíos de la mirada: las nuevas

ideas para viejos mapas” agrupa los trabajos

en los cuales la relación con la dinámica

espacial y la conformación territorial es central

en los análisis. “Entre las tensiones territoriales

y las noticias de Iberoamérica” es el nombre

que recibe el tercer eje temático el cual, a pesar

de la diversidad de temas y fuentes analizadas

el mapa y la cartografía son centrales para las

argumentaciones. La última sección: “El horizonte

amplio: los mapas y la navegación” agrupa

los ensayos que se centran en la cartografía

náutica. A pesar de esta agrupación, a lo largo

de las casi 400 páginas del libro es posible leer

una preocupación común a todos los trabajos:

la relación entre la historia de la cartografía y la

construcción del territorio y, más ampliamente,

parece ser, una inquietud distintiva de los historiadores

de la cartografía de Iberoamérica:

analizar la construcción de un territorio desde y

con la cartografía.

Sin embargo, si bien la Historia de la Cartografía

-en tanto campo del saber- está muy desarrollado

en los países sajones, en Iberoamérica

esta área de trabajo empezó a desarrollarse

más tardíamente. Sin duda alguna, la publicación

en español de la obra postmortem de John

Brian Harley, La Naturaleza de los mapa (2005),

ayudó a fomentar su desarrollo. Efectivamente,

la mayoría de los artículos que componen

el libro se distancian de posturas historiográicas

más tradicionales que consideran al mapa

como una copia gráica y mimética de la realidad

y se posicionan desde un enfoque metodológico

que considera al mapa dentro de los

análisis culturales. La impronta de Harley es,

en algunos casos, explícita: tanto Raquel Urroz

y Héctor Mendoza Vargas en “Los mapas de

México: situación actual y análisis de su trayectoria”

como para Beatriz Piccolotto Siqueira

Bueno, en “Mapa, Texto e contexto num império

em movimento. Exercício de interpretação

epistemológica da Brasiliae Geographica Tabula

Nova de Georg Marcgraf (1643-1647)”,

parten de conceptos harlianos claves como,

‘imágenes retóricas’ o ‘contexto’ para fundamentar

sus propias argumentaciones y realizar

sus propios aportes teóricos. Otros, en cam-

espaciotiempo/Num.7/2012 98


bio evocan a Harley de manera más implícita,

como Alejandra Vega Palma, en “Cartografía y

escritura cartográica. Los diferentes Perú de la

Geografía y Descripción Universal de las Indias

de Juan López de Velasco” que analiza la articulación

entre saber y poder desde las prácticas

discursivas. En el trabajo de Guadalupe

Pinzón, “Francisco de la Bodega y Cuadra y

los mapas de Acapulco, Paita y Callao (1777-

1778), también encontramos una huella de la

obra de Harley cuando la autora decide analizar

los mapas en el contexto cultural en que fueron

creados y pensados. Ricardo Fagoaga Hernández

recupera en su texto “Noticias locales para

representaciones nacionales: mapa y planos de

las ‘Noticias Estadísticas’ de principios de siglo

(1836). El caso de la Huasteca potosina” la

idea de contexto del mapa cuando rescata la

importancia de los datos para que los planos y

mapas que acompañan a las “Noticias Estadísticas”

adquieran sentido, es decir –en palabras

del autor- “separando los mapas de su corpus

narrativo inmediatamente pierden el contexto

por el que fueron elaborados y muchos de los

elementos cubijados no tendrían traducción”.

En el ensayo de Thomas Hillerkuss y Elizabeth

del Carmen Flores Olague “El Mapa de Nueva

Galicia (1579) de Abraham Ortelius, sus fuentes

y su génesis” la huella harliana radica en analizar

las relaciones de poder en las cuales el cartógrafo

está inserto. Efectivamente, el texto se

centra en indagar sobre las fuentes de información

utilizadas por Ortelius para confeccionar el

mapa de la Nueva Galicia de 1579. Proponen

recuperar una descripción de la naturaleza de

Nueva España que Ortelius hizo en 1588 (y que

acompaña el atlas) como una fuente de información

y analizan el abanico de posibilidades

que se le abrió a cosmógrafo lamenco cuando

fue nombrado cosmógrafo de Felipe II.

La manera de pensar el mapa y la cartografía

presenta algunas variantes interesantes: en

algunos artículos, el mapa es el objeto de la

investigación; en otros, es concebido como la

fuente que permite indagar otros objetos. Entre

los que hacen del mapa su objeto de estudio

encontramos por ejemplo “O conhecimento

da área de fronteira entre Mato Grosso

e a América Española no século XVIII: a procura

de informações geográicas e cartográicas

por portugueses e castelhanos” de Mário

Clemente Ferreira quien utiliza a la cartografía

para reconstruir el camino que atravesaron los

portugueses y los españoles para obtener información

espacial de la frontera que compartían.

Tomando a los mapas náuticos como objeto

de estudio, Miguel Lourenço en “De São Lázaro

as Filipinas: imagens de um arquipélago na cartograia

náutica ibérica do século XVI”, indaga

sobre los cambios de la imagen de Filipinas en

la cartografía náutica de Portugal. Karina Bustos,

por su parte, en “Exploraciones Náuticas

en la costa del Pacíico mexicano. Cartas y derroteros

de la segunda mitad del siglo XIX” se

centra en demostrar cómo se va construyendo

el conocimiento náutico de la costa mexicana

del Pacíico con los aportes de las expediciones

de los Estados Unidos.

Otro artículo sobre este género cartográico

pero que pone énfasis en el mapa como medio

de estudio para visualizar los avances técnicos,

es el de António José Duarte Costa Canas: “A

introdução de Mercator na cartograia náutica

portuguesa”. El autor explora los cambios en

el arte de navegar y se propone superar los enfoques

historiográicos clásicos -que ven cierto

atraso de la cartografían náutica portuguesaencuadrando

a los avances técnicos en su

contextos culturales y políticos.

En otros ensayos, si bien el análisis se centra

en las instituciones y en los sujetos que se

encargaban de hacer obras cartográicas, las

conclusiones a las que llegan los autores se

desprende de los documentos cartográicos

(atlas, mapas, programas de cursos); el diálogo

se establece con el texto cartográico. Así, en el

artículo “Jaime Cortesão, cartólogo no Brasil.

Génese e conteúdo dos cursos de História da

Cartograia e da Formação Territorial Brasileira

leccionados no Itamaraty (1944-1950)” escrito

por Francisco Roque de Olivera se repasan las

publicaciones hechas por el historiador portugués

antes y después de sufrir el exilo. El autor

realiza un complejo manejo de fuentes que le

permite, entre otras cosas, examinar y reconstruir

las estructuras de los cursos y de las obras

que el gobierno brasilero le encargó a Cortesão

y analizar el camino recorrido hasta desembocar

en la obra de dos volúmenes História do Brasil

nos velhos mapas (1957-1971). Omar Moncada

Maya, en “Miguel Constanzó y el conocimiento

y la representación de California (1767-1770)”

99

CCSyH UASLP


se centra en destacar la importancia de la obra

de este cartógrafo para la representación del

territorio que hoy se conoce como California. A

través del análisis de la cartografía y de los diarios

de Contanzó, propone que la historiografía

recupere la igura del ingeniero como ‘fundador

de California’. El aporte que hace Valéria Trevizani

Burla de Aguilar en “O Atlas geográico

escolar de Candido Mendes de Almeida e o

ensino de geograia no Brasil Imperial” radica

en que entreteje la correlación existente entre

una geografía descriptiva y la cartografía (lo

que llama “mapa-mudo”) para la enseñanza de

la disciplina.

Contrariamente, la cartografía adquiere un rol

de fuente cuando los autores dialogan más de

cerca con otros dispositivos (disposición espacial

de elementos, los movimientos de fronteras

o la formación de ciudades) en los que el mapa

se convierte en la herramienta que permite visualizar

los movimientos espaciales. Esto se ve,

por ejemplo, en “Mapeando conlitos: poderes

locais, hierarquia urbana e organização políticoterritorial

nas Minas setecentistas” de Cláudia

Damasceno Fonseca quien estudia la ocupación

territorial de la Corona portuguesa y como

se visualizan estos movimientos en los mapas

del siglos XVI y XVII. Por su parte Renata Malcher

de Araujo en “Desenhar cidades no papel

e no terreno: cartograia e urbanismo na Amazónia

e Mato Grosso no século XVIII” estudia el

proceso de urbanización y como la cartografía

le permite analizar dicho proceso. Es atractiva

la idea que propone de leer la creación de los

pueblos (vilas) en dos escalas: una a “escala

do território”, en la que el pueblo es pensado

en función de establecer una frontera y, la otra,

la “escala da estrutura urbana” la que se realiza

sobre el terreno. En este análisis Malcher

de Araujo piensa la urbanización en tanto estrategia

territorial de la Corona, y asegura que

los pueblos “são pensadas como desenho que

desenham territórios”.

En esta misma línea metodológica Ángel García

Zambrano en “Transposiciones del paisaje

del lugar de proveniencia mítica en la geografía

de los pueblos indígenas de México” analiza

como son representados los paisajes liminares

en mapas y pinturas del siglo XVI. En “Pintura

de Atlatlahuca, 1588: un análisis espacial”,

Ana Elsa Chávez Peón Herrero, Gustavo Garza

Merodio y Federico Fernández Christlieb hacen

un aporte a la metodología para el estudio de

la geografía histórica a partir de mapas: los

autores realizan un trabajo de campo que les

permite contrastar los elementos que iguran en

el mapa de Atlatlahuca confeccionado en 1588

con los elementos presentes en el territorio actual.

Esta especie de corroboración espacial

entre el mapa del siglo XVI y el territorio de hoy

parece ser un buen ejercicio para demostrar que

los mapas antiguos tenían una espacialidad y

buscaban también precisión espacial. Esto nos

invita a (re)pensar el concepto de precisión y

ubicarlo en su contexto cultural, dicho de otra

forma: debería ser útil para discutir la universalidad

de los parámetros occidentales y modernos

de la precisión cartográica. Por otro lado

desarticula la acusación que reciben los mapas

-que no responden a las normas de la geodesia-

de “acientíicos” o “imprecisos”, acusación

(tantas veces usada) que resalta a los mapas

actuales como los únicos con rigurosidad cientíica

y por lo tantos “exactos” y “verdaderos”.

Tal vez, sería necesario mencionar que entre

el recuento, que hacen los autores, sobre los

trabajos que han analizado este mapa, falta la

mención que Alessandra Russo hace en su libro

Realismo circular, 2000.

Un artículo que introduce un vuelco novedoso

en el libro en particular, pero también promueve

un quiebre en la historia de la cartografía iberoamericana,

es el trabajo “Paisajes toponímicos.

La potencia visual de los topónimos y el

imaginario geográico sobre la Patagonia en la

segunda mitad del siglo XIX” de Carla Lois. La

autora -sin desconocer el valioso aporte de J.

B. Harley- propone superar la “perspectiva textual”

que viene dominando en la historiografía y

recuperar el aspecto y la importancia visual de

los mapas. Lois -posicionada desde lo que ya

desde hace algunos años se conoce como el

visual turn- plantea recuperar el aspecto visual

de los mapas en tanto imágenes. Si tenemos

en cuenta lo anteriormente dicho sobre la huella

que Harley produjo en los historiadores de

la cartografía este es un aporte sin duda novedoso

y estimulante porque abre nuevos caminos

y preguntas, nos invita a aproximarnos a

los mapas desde otra perspectiva, ya no desde

la textual sino desde la visual. Esta diferencia

en la manera de aproximarse al mismo objeto

espaciotiempo/Num.7/2012 100


(el mapa) podemos leerla en el ya citado trabajos

de Lois y en el articulo “Usos geopolíticos

da memória toponímica na formação do Estado

brasileiro (1750-1850)” de Íris Kantor. Ambas

autoras se focalizan en los topónimos pero

mientras Kantor lo hace desde lo que podemos

llamar la “potencia semiótica”, recuperando

así la dimensión texual de los mapas; Lois, en

cambio, se posiciona desde la visualidad del

mapa y propone destacar la “potencia visual”.

En síntesis, este libro expresa la consolidación

de una red de trabajo dedicada al estudio de la

cartografía en la región iberoamericana: desde

la realización del I Simposio Iberoamericano de

Historia de la Cartografía en Buenos Aires en el

año 2006 se abrió un camino en el que los historiadores

de la cartografía encontraron un espacio

de discusión y de intercambio intelectual

que en dicha circunstancia se materializó en el

libro publicado en México Historias de la Cartografía

de Iberoamérica. Nuevos caminos, viejos

problemas. Este camino encontró continuidad

en el Simposio celebrado en el año 2010 en San

Pablo y abrirá nuevas perspectivas de trabajo

en el evento que con el mismo título se realizará

en Lisboa en el año 2012.

101

CCSyH UASLP


Lineamientos para la publicación en la revista espaciotiempo

El investigador interesado en publicar en la revista deberá atender a los siguientes criterios:

Exclusividad: sólo se aceptan artículos inéditos y no sometidos a otra publicación. No se publicarán artículos

bajo seudónimo.

Contenido. Los artículos deberán ser contribuciones originales o aplicaciones que hagan una contribución

sustantiva y actualizada al tema de estudio.

Presentación de originales: las colaboraciones de artículos cortos tendrán una extensión máxima de 5 cuartillas

y serán sometidos a arbitraje simple. Las colaboraciones de artículos largos serán sometidas a arbitraje

por dos revisores y tendrán una extensión máxima de 15 cuartillas. Se entregarán por correo electrónico,

en fuente Helvetica, interlineado sencillo y letra de 11 puntos. Los artículos deberán ser enviados por

correo electrónico a revistaccsyh@uaslp.mx. Deberán contener tres archivos: uno con el título del artículo,

el nombre y grado del autor o autores, la adscripción institucional, el teléfono, el correo electrónico y

un breve resumen de la obra y trayectoria del autor o autores; otro con el artículo sin datos del autor o

autores y con sólo la indicación del lugar y número de las gráicas; y uno tercero con las tablas, gráicas

e imágenes que acompañan el artículo. No deberán hacerse notas al pie, sino cuando sea absolutamente

indispensable.

Referencias bibliográicas: dentro del texto se hará a partir de los criterios de APA, mencionando el apellido del

autor (o los apellidos de los autores, el año y la o las páginas (García, 2005, pp. 35-40). No se utilizan los

recursos de ibid., ibidem., op. cit., etcétera. Cuando se requiera repetir la identiicación de una fuente,

volver a señalar el año y la página de la obra referenciada, o solamente la página en caso de que sea

una nueva cita de la última obra mencionada. Al inal se incluirá la icha extensa de bibliografía según

los lineamientos citados a continuación. Se escribirán en cursiva sólo los títulos de libros, de las revistas

o de los diarios.

libros

Murciano, M. (1992). Estructura y dinámica de la comunicación internacional (2a. ed.). Barcelona: Bosch

Comunicación.

capítulos en libros

Bailey, J. (1989). México en los medios de comunicación estadounidenses. En J. Coatsworth y C. Rico (Eds.),

Imágenes de México en Estados Unidos (pp. 37-78). México: Fondo de Cultura Económica.

artículos en revistas académicas (journals)

* En revistas cuya numeración es progresiva en las diferentes ediciones que componen un volumen, se pone

solamente el número de este último (en caracteres arábigos):

Biltereyst, D. (1992). Language and culture as ultimate barriers? An analysis of the circulation, consumption and

popularity of iction in small European countries. European Journal of Communication, 7, 517-540.

* En revistas cuya numeración inicia con la página 1 en cada uno de los números que componen un volumen,

agregar el número del ejemplar entre paréntesis después de señalar el volumen:

Emery, M. (1989). An endangered species: the international newshole. Gannett Center Journal, 3 (4), 151-164.

* En revistas donde no se señala el volumen, pero sí el número del ejemplar, poner éste entre paréntesis:

Pérez, M. (1997). El caso de los balseros cubanos desde la óptica del periódico El Norte de Monterrey. Revista

de Humanidades, (2), 191-212.

* En ediciones dobles de revistas sin volumen seguir el siguiente ejemplo:

Trejo Delarbre, R. (1995/96). Prensa y gobierno: las relaciones perversas. Comunicación y Sociedad, (25/26), 35-56.


tesis

De la Garza, Y. (1996). Patrones de exposición y preferencias programáticas de los jóvenes de preparatoria de

Monterrey y su área conurbada. Tesis de Maestría, Tecnológico de Monterrey, Monterrey, México.

revistas no académicas y de divulgación

A diferencia de las revistas académicas, para las que sólo se reporta el año de edición y no los meses, en las

revistas comerciales o de divulgación se incluye el mes (en caso de periodicidad mensual) y el día (en caso de

revistas quincenales, semanales o de periódicos diariosSi se señala el autor del artículo, seguir este ejemplo:

Carro, N. (1991, mayo). 1990: un año de cine. Dicine, 8, 2-5. Cuando se omite el autor del artículo se inicia con

el nombre del artículo:

Inversión Blockbuster. (1995, julio). Adcebra, 6, 10. Se asocia Televisión Azteca con canal de Guatemala. (1997,

octubre 15). Excélsior, pp. F7, F12.

reseñas de libros y revistas

González, L. (1997). La teoría literaria a in de siglo [Reseña del libro La teoría literaria contemporánea]. Revista

de Humanidades, (2), 243-248.

mensajes de e-mail y grupos de discusión

Tratar igual que “Comunicación personal”. Se cita sólo dentro del texto y no se pone en la bibliografía. Ejemplo:

Existen actualmente alrededor de 130 escuelas de comunicación en el país (R. Fuentes, comunicación personal,

15 de febrero de 1998).

revista académica en la WWW

Fecha: usar la que aparezca en la página o sitio (si está fechada). En caso contrario, usar la fecha en que se

consultó.

López, J. R. (1997). Tecnologías de comunicación e identidad: Interfaz, metáfora y virtualidad. Razón y

Palabra [Revista electrónica], 2 (7). Disponible en: http://www.razónypalabra.org.mx

sitios no académicos en la WWW sin autor

DIRECTV Questions & Answers (1997, octubre). Disponible en: http://www.directv.com/

cd rom

Corliss, R. (1992, septiembre 21). Sleepwalking into a mess [Reseña de la película Husbands and wives] [CD

Rom]. Time Almanac. Washington, DC: Compact Publishing Inc.


Números previos de

espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

espaciotiempo 1 (primavera – verano 2008).

dossier: cultura y medio ambiente en la huasteca:

la población indígena y su entorno actual.

Contribuciones de:

Guy & Claude Stresser-Péan, Pedro S. Urquijo, Miguel Angel Sámano Rentaría &

Miguel Angel Romero Morales, Alan R. Sandstrom, György Szeljak & Anuschka

van´t Hooft, Miguel Aguilar-Robledo, Dominique Raby, Pedro Reygadas Robles-Gil,

Valente Vázquez Solís, Carlos A. Casas Mendoza.

espaciotiempo 2 (otoño – invierno 2008).

dossier: enfoques de la complejidad y el desarrollo

en las humanidades y las ciencias sociales.

Contribuciones de:

Antonio Aguilera Ontiveros & Julio César Contreras Manrique, Juan Luis Martínez

Ledesma, Sonia Lucía Peña Contreras, Stuart Shanker, Andrea Garvey & Alan

Fogel, Pedro Reygadas & Anuschka van’t Hooft, José Luis Piñuel Raigada & Carlos

Lozano Ascencio, Gustavo Aviña Cerecer, Verónica Alvarado, Héctor Magaña

Vargas.

espaciotiempo 3 (primavera – verano 2009).

dossier: arqueología en el norte de méxico.

Contribuciones de:

Emiliano Gallaga, Rafael Cruz Antillón & Timothy D. Maxwell, Jane H. Kelley, Todd

VanPool & Gordon F. M. Rakita & Christine S. VanPool, Moisés Valadez Moreno &

Denise Carpinteyro Espinosa & Paola Isabel Zepeda Quintero & Manuel Graniel

Téllez, John Carpenter & Julio Vicente, José Luis Punzo Díaz, Michelle Elliott &

Ben A. Nelson & Christopher T. Fisher, Achim Lelgemann, Hugo López del Río &

Fernando Mireles García & Raul Y. Méndez Cardona & M. Nicolás Caretta & Robert

J. Speakman & Michael D. Glascock, Peter C. Kroefges, José Domingo Carrillo.


Números previos de

espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

espaciotiempo 4 (otoño – invierno 2009).

dossier: ordenamiento territorial.

Contribuciones de:

Carlos Contreras Servín; Alejandro Ismael Monterroso Rivas, Jesús David Gómez

Díaz, Juan Ángel Tinoco Rueda, Esteban Betancourt Hinojosan & Alva Reynoso

Valdés; Nohora Beatriz Guzmán Ramírez; Adrián Moreno Mata; Marcos Algara

Siller, Carlos Contreras Servín, Guadalupe Galindo Mendoza y José de Jesús Mejía

Saavedra; Alfonso Munguía-Gil, Jorge I. Euán-Ávila & Ana García de Fuentes; María

Inés Ortiz Álvarez, Alma Villaseñor Franco y Leticia Gerónimo Mendoza; Wanderléia

Elizabeth Brinckmann.

espaciotiempo 5 (primavera – verano 2010).

dossier: sociedad y territorio.

Contribuciones de:

Carmelo Conesa García, Wanderléia E. Brinckmann, Rafael García Lorenzo, Ramón

García Marín & Alfredo Pérez Morales; Sara Barrasa García; Octavio A. Montes

Vega; Migu el Escalona Maurice; María Guadalupe Galindo Mendoza; Wanderléia E.

Brinckmann & Michele Peixoto Friedrich; Noé Aguilar Rivera; Adrián Moreno Mata,

Rigoberto Lárraga Lara & Victor Benítez Gómez; Carlos Contreras Servín.

espaciotiempo 6 (otoño-invierno 2010).

dossier: crónicas del nuevo mundo, siglos xvi - xviii. nuevas aproximaciones

teóricas.

Contribuciones de:

María de Jesús Benítez, Manuel Pérez, Jimena N. Rodríguez, Hugo H. Ramírez, Valeria

Añón, Bryan Green, Alejandra Balduvín, Sara Tovar.


En el próximo número de

espaciotiempo

Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Año 6, Número 8, Otoño-invierno 2012

Dossier

POLÍTICAS HIDRÁULICAS Y REPERCUSIONES SOCIALES, ECONÓMICAS,

CULTURALES Y MEDIOAMBIENTALES EN ANDALUCÍA Y MÉXICO.

Jesús Raúl Navarro García

Expansión hidráulica, políticas sanitarias, conlictos bélicos y desastre ecológico en el

control del paludismo en España durante el primer tercio del siglo XX.

Julio Contreras

Entre endemia y epidemia. El paludismo en el estado de Chiapas. 1873-1940.

Alice Poma

Es que no es como un corralito donde vas a sacar unas gallinas: la dimensión cultural de la

protesta de los afectados por obras hidráulicas.

Anahí Copitzy Gómez Fuentes

Mujeres, afectadas y lideresas. Impactos personales, sociales y culturales por la construcción

de presas.

José Luis Gutiérrez Molina

Las grandes obras hidráulicas franquistas: la explotación humana y el desarrollo.

Félix Moreno

Los regadíos del Bajo Guadalquivir, una evaluación de política hidráulica.

José Esteban Castro

La dimensión epistémica en la lucha por la democratización del gobierno y gestión del agua

en America Latina y el Caribe.

Editor invitado

Jesús Raúl Navarro García.


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