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Ilustrado y visionario: el economista Jeremy Rifkin reflexiona acerca de las consecuencias de la evolución política y social.<br />
Sr. Rifkin, si nos reuniésemos otra vez dentro de veinte años,<br />
¿de qué temas hablaríamos?<br />
Sin duda de la capacidad de la humanidad para desarrollar una conciencia<br />
global. Y también de si hemos alcanzado semejante grado de<br />
conciencia o no. Porque para entonces ya se habrá concretado la manera<br />
en que vamos a sobrevivir como individuos y como civilización.<br />
¿Es usted pesimista?<br />
Estoy preocupado, pero soy optimista. Puede describirme como un<br />
optimista preocupado. Si fuera pesimista cerraría para siempre la puerta<br />
de mi despacho y me sentaría en la mecedora de casa. Pero, ya ve,<br />
aquí me tiene, en mi instituto.<br />
Y totalmente entregado al trabajo y a la reflexión sobre<br />
la “conciencia global”. ¿Cómo habría que definir ese concepto?<br />
Las revoluciones en el ámbito de la alta tecnología durante las dos<br />
últimas décadas, desde la implantación de los ordenadores, pasando<br />
por los teléfonos móviles hasta llegar a la transferencia de datos a gran<br />
velocidad a través de cables de fibra óptica, nos han dado acceso a<br />
unas interconexiones comunicativas de alcance global. En estos momentos<br />
miles de millones de personas de todo el mundo tienen la<br />
posibilidad de comunicarse directamente entre sí. Y esto es algo insólito<br />
en toda la historia de la humanidad. Ahora bien, desde un punto<br />
de vista evolutivo, la psique del ser humano no está preparada para<br />
hacer frente a semejante avalancha comunicativa. Hace 300 años los<br />
habitantes de las ciudades llegaban a tener contacto como mucho con<br />
500 personas a lo largo de toda su vida. Hemos de asumir que dependemos<br />
de acontecimientos que tienen lugar en sitios muy remotos y<br />
sobre los que no tenemos el menor control.<br />
Como ocurre, por ejemplo, con el importe de la factura<br />
de combustible, que se decide en Oriente Próximo.<br />
Ése es sólo uno de los múltiples aspectos. Incluso el propio Bill Gates,<br />
que se supone que disfruta de todas las libertades de este mundo, está<br />
inmerso en un sistema de enrevesadas tramas globales. Se ve amenazado<br />
por ataques de virus informáticos procedentes de Canadá, Brasil<br />
o las Islas Fidji. Y depende de la evolución mundial del mercado de<br />
acciones. Se trata de ser mucho más conscientes de que personas que<br />
están a miles de kilómetros de distancia son nuestros vecinos.<br />
El mundo es un pañuelo, ¿pero qué queda entonces<br />
de la libertad con mayúsculas?<br />
Adam Smith dijo: “Tienes que defenderte solo dentro del mercado”.<br />
John Lock afirmó: “Estás solo frente a la Naturaleza”. Esta tradición<br />
filosófica y teológica es la que ha alumbrado lo que yo llamo el sueño<br />
americano, el ideal de independencia, libertad y movilidad. Pero este<br />
ideal implica vivir dentro de una sociedad extremadamente individualista.<br />
Significa que tú eres responsable de ti mismo. Ni el gobierno, ni<br />
tus vecinos, ni siquiera tu empresa, sino solamente tú. A nosotros, los<br />
estadounidenses, nos gusta vernos así. Ahora bien, en un mundo de<br />
interrelaciones globales este individualismo extremo puede conver-<br />
“La psique del ser humano no está preparada para hacer frente<br />
a la avalancha comunicativa de nuestros días”<br />
EMOCIÓN 63<br />
tirse en una actitud tremendamente peligrosa. Por eso debemos dar<br />
con un concepto de libertad que se adapte mejor a la realidad de este<br />
universo inmerso en redes globales.<br />
¿Y cómo debería ser ese nuevo concepto de libertad?<br />
Los europeos llevan mucha ventaja a los estadounidenses en este<br />
aspecto. El concepto estadounidense de libertad da primacía a la individualidad,<br />
es decir, existe una fuerte tendencia al aislamiento. Sin<br />
embargo, en Europa se tiende a la interacción y a la inserción en la<br />
comunidad. Se trata de un ideal de larga tradición que con el tiempo<br />
ha vuelto a cobrar modernidad, aunque en realidad se retrotrae hasta<br />
la antigua Grecia y a la idea de polis. A pesar de todas sus dificultades<br />
internas creo que la Unión Europea es un modelo de sistema responsable<br />
capaz de desarrollar una conciencia global.<br />
Entonces, ¿estamos ante un ideal social a seguir en el futuro?<br />
Sí, porque por vez primera en la historia de la humanidad, no sólo se<br />
está redefiniendo la noción de cooperación y mutua aceptación, no sólo<br />
se está perfilando una conciencia de responsabilidad recíproca que<br />
rebase las limitaciones nacionales, idiomáticas y raciales, sino que,<br />
además, desde hace un par de décadas se está probando su viabilidad<br />
en la práctica. La inserción en redes de alcance mundial hace que todos<br />
los seres humanos seamos responsables los unos de los otros. El habitante<br />
de un país industrializado que derrocha energía debe ser consciente<br />
de cómo repercuten sus actos sobre un campesino indio cuyo<br />
pozo ya no da más agua. Sólo si es capaz de alcanzar ese grado de conciencia<br />
puede llegar a cambiar su modo de obrar.<br />
¿Y en qué sentido cambiará o debe cambiar nuestra conciencia<br />
del consumo energético?<br />
Dentro de uno o dos siglos los historiadores llamarán a nuestra era la<br />
Edad del Petróleo. Todo lo que hacemos, fabricamos o consumimos está<br />
ligado directa o indirectamente al petróleo; todo se sustenta en la industria<br />
petroquímica. En estos momentos tenemos que afrontar tres<br />
grandes crisis que suponen también tres grandes retos. Y todas ellas<br />
tienen que ver con nuestra forma de gestionar el petróleo. En primer<br />
lugar, tenemos el endeudamiento extremo de los llamados países del<br />
tercer mundo. En los años sesenta el petróleo todavía era una “materia<br />
prima democrática”: cualquier individuo y cualquier nación podían<br />
permitírselo. Más adelante el petróleo se fue convirtiendo en un producto<br />
elitista destinado a las élites económicas. El precio del petróleo<br />
se ha multiplicado por diez en un plazo de 40 años y eso significa la<br />
ruina para cualquier país del tercer mundo. El desarrollo económico<br />
de esos países se bloquea, sus deudas crecen hasta límites inconcebibles.<br />
Además, la situación de permanente inestabilidad en que está<br />
sumido Oriente Próximo hace que el petróleo sea aún más caro; sólo la<br />
protección militar de los campos petrolíferos y de las vías de abastecimiento<br />
nos cuesta ya varios millones de euros diarios. No obstante, la<br />
consecuencia más dramática de la era del petróleo es el calentamiento<br />
global en combinación con el efecto invernadero. Llegar a controlar<br />
esta situación será la prueba más dura que tendrá que superar la