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62<br />

Ilustrado y visionario: el economista Jeremy Rifkin reflexiona acerca de las consecuencias de la evolución política y social.<br />

Sr. Rifkin, si nos reuniésemos otra vez dentro de veinte años,<br />

¿de qué temas hablaríamos?<br />

Sin duda de la capacidad de la humanidad para desarrollar una conciencia<br />

global. Y también de si hemos alcanzado semejante grado de<br />

conciencia o no. Porque para entonces ya se habrá concretado la manera<br />

en que vamos a sobrevivir como individuos y como civilización.<br />

¿Es usted pesimista?<br />

Estoy preocupado, pero soy optimista. Puede describirme como un<br />

optimista preocupado. Si fuera pesimista cerraría para siempre la puerta<br />

de mi despacho y me sentaría en la mecedora de casa. Pero, ya ve,<br />

aquí me tiene, en mi instituto.<br />

Y totalmente entregado al trabajo y a la reflexión sobre<br />

la “conciencia global”. ¿Cómo habría que definir ese concepto?<br />

Las revoluciones en el ámbito de la alta tecnología durante las dos<br />

últimas décadas, desde la implantación de los ordenadores, pasando<br />

por los teléfonos móviles hasta llegar a la transferencia de datos a gran<br />

velocidad a través de cables de fibra óptica, nos han dado acceso a<br />

unas interconexiones comunicativas de alcance global. En estos momentos<br />

miles de millones de personas de todo el mundo tienen la<br />

posibilidad de comunicarse directamente entre sí. Y esto es algo insólito<br />

en toda la historia de la humanidad. Ahora bien, desde un punto<br />

de vista evolutivo, la psique del ser humano no está preparada para<br />

hacer frente a semejante avalancha comunicativa. Hace 300 años los<br />

habitantes de las ciudades llegaban a tener contacto como mucho con<br />

500 personas a lo largo de toda su vida. Hemos de asumir que dependemos<br />

de acontecimientos que tienen lugar en sitios muy remotos y<br />

sobre los que no tenemos el menor control.<br />

Como ocurre, por ejemplo, con el importe de la factura<br />

de combustible, que se decide en Oriente Próximo.<br />

Ése es sólo uno de los múltiples aspectos. Incluso el propio Bill Gates,<br />

que se supone que disfruta de todas las libertades de este mundo, está<br />

inmerso en un sistema de enrevesadas tramas globales. Se ve amenazado<br />

por ataques de virus informáticos procedentes de Canadá, Brasil<br />

o las Islas Fidji. Y depende de la evolución mundial del mercado de<br />

acciones. Se trata de ser mucho más conscientes de que personas que<br />

están a miles de kilómetros de distancia son nuestros vecinos.<br />

El mundo es un pañuelo, ¿pero qué queda entonces<br />

de la libertad con mayúsculas?<br />

Adam Smith dijo: “Tienes que defenderte solo dentro del mercado”.<br />

John Lock afirmó: “Estás solo frente a la Naturaleza”. Esta tradición<br />

filosófica y teológica es la que ha alumbrado lo que yo llamo el sueño<br />

americano, el ideal de independencia, libertad y movilidad. Pero este<br />

ideal implica vivir dentro de una sociedad extremadamente individualista.<br />

Significa que tú eres responsable de ti mismo. Ni el gobierno, ni<br />

tus vecinos, ni siquiera tu empresa, sino solamente tú. A nosotros, los<br />

estadounidenses, nos gusta vernos así. Ahora bien, en un mundo de<br />

interrelaciones globales este individualismo extremo puede conver-<br />

“La psique del ser humano no está preparada para hacer frente<br />

a la avalancha comunicativa de nuestros días”<br />

EMOCIÓN 63<br />

tirse en una actitud tremendamente peligrosa. Por eso debemos dar<br />

con un concepto de libertad que se adapte mejor a la realidad de este<br />

universo inmerso en redes globales.<br />

¿Y cómo debería ser ese nuevo concepto de libertad?<br />

Los europeos llevan mucha ventaja a los estadounidenses en este<br />

aspecto. El concepto estadounidense de libertad da primacía a la individualidad,<br />

es decir, existe una fuerte tendencia al aislamiento. Sin<br />

embargo, en Europa se tiende a la interacción y a la inserción en la<br />

comunidad. Se trata de un ideal de larga tradición que con el tiempo<br />

ha vuelto a cobrar modernidad, aunque en realidad se retrotrae hasta<br />

la antigua Grecia y a la idea de polis. A pesar de todas sus dificultades<br />

internas creo que la Unión Europea es un modelo de sistema responsable<br />

capaz de desarrollar una conciencia global.<br />

Entonces, ¿estamos ante un ideal social a seguir en el futuro?<br />

Sí, porque por vez primera en la historia de la humanidad, no sólo se<br />

está redefiniendo la noción de cooperación y mutua aceptación, no sólo<br />

se está perfilando una conciencia de responsabilidad recíproca que<br />

rebase las limitaciones nacionales, idiomáticas y raciales, sino que,<br />

además, desde hace un par de décadas se está probando su viabilidad<br />

en la práctica. La inserción en redes de alcance mundial hace que todos<br />

los seres humanos seamos responsables los unos de los otros. El habitante<br />

de un país industrializado que derrocha energía debe ser consciente<br />

de cómo repercuten sus actos sobre un campesino indio cuyo<br />

pozo ya no da más agua. Sólo si es capaz de alcanzar ese grado de conciencia<br />

puede llegar a cambiar su modo de obrar.<br />

¿Y en qué sentido cambiará o debe cambiar nuestra conciencia<br />

del consumo energético?<br />

Dentro de uno o dos siglos los historiadores llamarán a nuestra era la<br />

Edad del Petróleo. Todo lo que hacemos, fabricamos o consumimos está<br />

ligado directa o indirectamente al petróleo; todo se sustenta en la industria<br />

petroquímica. En estos momentos tenemos que afrontar tres<br />

grandes crisis que suponen también tres grandes retos. Y todas ellas<br />

tienen que ver con nuestra forma de gestionar el petróleo. En primer<br />

lugar, tenemos el endeudamiento extremo de los llamados países del<br />

tercer mundo. En los años sesenta el petróleo todavía era una “materia<br />

prima democrática”: cualquier individuo y cualquier nación podían<br />

permitírselo. Más adelante el petróleo se fue convirtiendo en un producto<br />

elitista destinado a las élites económicas. El precio del petróleo<br />

se ha multiplicado por diez en un plazo de 40 años y eso significa la<br />

ruina para cualquier país del tercer mundo. El desarrollo económico<br />

de esos países se bloquea, sus deudas crecen hasta límites inconcebibles.<br />

Además, la situación de permanente inestabilidad en que está<br />

sumido Oriente Próximo hace que el petróleo sea aún más caro; sólo la<br />

protección militar de los campos petrolíferos y de las vías de abastecimiento<br />

nos cuesta ya varios millones de euros diarios. No obstante, la<br />

consecuencia más dramática de la era del petróleo es el calentamiento<br />

global en combinación con el efecto invernadero. Llegar a controlar<br />

esta situación será la prueba más dura que tendrá que superar la

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