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CARLOS CASTÁN ADOLZEl huérfano – L'orphelinLos siguientes días, los más duros hasta ahora de la enfermedad de su madre, los vivió elchaval secretamente sedado por esa esperanza frágil que, sin hacer menor el mal, lo embellecíasin embargo con una belleza como de mar de nubes porque hacía temblar en cada minuto lafuerza del destino con su arco tensado. Quizá no sea posible dejar a la tristeza sin sujeto,arrebatarle la víctima, resbalar de sus fauces sedientas de amargura inocente y huir disfrazado aun territorio lejano y desconocido, pero todo antes que sentarse a esperarla aquí, de brazoscruzados, en el destartalado pueblo, capital del hastío, con su insoportable hedor a tiempo dedescuento, a pescado ya vendido, a la cera que arde es toda la que queda. Al menos allí, más alládel dolor que habrá de arrastrar como a un oscuro perro, asomará algo a lo que pueda llamarse lavida por delante y al futuro dejará de contemplarlo como a un gran bloque de cemento detenido,colosal y helado ante sus ojos.Los veranos regresaría al pueblo con camiseta y gafas de sol y preguntaría a los chicos en elbar si las cosas siguen como siempre, si a esto le llaman vivir, si de una vez por todas no secansan del autobús de los sábados a la capital de comarca perdiendo el culo detrás cada fin desemana de las mismas cuatro estrechas o de la humedad del local de juventud con su estufa debutano y sus cajas de cervezas caducadas y carteles descoloridos de conciertos en los queninguno de ellos puede decir que estuvo. Les preguntaría si en serio pueden soportarlo y, comoquien no quiere la cosa, también les sacaría cosas de Susana, a ver lo feliz que era ahora que élse había ido y en qué habían quedado todos aquellos humos, sus aires de princesa, losperfumados sueños que lo excluían. Seguramente se arrepiente, ahora que ya es tan tarde, y vaescribiendo su nombre en cuadernos escondidos.Una de esas tardes, al llegar el chico a casa, encontró el ambiente totalmente distinto. Habíaun alborozo contenido que, sin llegar a romper del todo el grave clima de silencio, se traducía sóloen cuchicheos y rapidez al andar. Por primera vez en mucho tiempo, se oyó cómo una de las tíasque preparaban aquel día la cena silbaba entre sartenes una canción de moda. Habían llegadobuenas noticias y resultaba que, sin echar las campanas al vuelo, ni mucho menos, los médicosahora opinaban, por los resultados de las últimas pruebas realizadas, que la madre no estaba enrealidad tan mal como ellos habían creído, que se había recuperado sorprendentemente bien yque si seguía, atención, si seguía a rajatabla el riguroso tratamiento había fundados motivos parala esperanza. Después de la cena, su padre quiso que brindaran todos con un poco de sidra yagradeció a todo el mundo sus oraciones y los cuidados y las molestias que se habían tomado yanimó al chaval a que echara el resto ahora con los estudios, recuperar el tiempo perdido y darleduro y que para la siguiente evaluación tratara de sacar adelante las asignaturas que pudiera. Novalían excusas gracias a Dios ahora que la camisa empezaba de nuevo a llegar al cuerpo, porquegracias a Dios parecía ser que todo había quedado en un inhumano susto, pero susto al fin y alArtículo publicado en línea: 2007/07http://www.sens-public.org/article.php3?id_article=439© <strong>Sens</strong> <strong>Public</strong> | 5

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