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Bram Stoker-Drácula

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Drácula

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donde los libros son gratis

cosas del pasado. Mientras yo viva aquí sólo hay una cosa que desear, y es

que no me vuelva loco, si de hecho no estoy loco ya. Si estoy cuerdo, entonces

es desde luego enloquecedor pensar que de todas las cosas podridas

que se arrastran en este odioso lugar, el conde es la menos tenebrosa para

mí; que sólo en él puedo yo buscar la seguridad, aunque ésta sólo sea

mientras pueda servir a sus propósitos. ¡Gran Dios, Dios piadoso! Dadme

la calma, pues en esa dirección indudablemente me espera la locura. Empiezo

a ver nuevas luces sobre ciertas cosas que antes me tenían perplejo.

Hasta ahora no sabía verdaderamente lo que quería dar a entender Shakespeare

cuando hizo que Hamlet dijera:

"¡Mis libretas, pronto, mis libretas!

es imprescindible que lo escriba", etc.,

pues ahora, sintiendo como si mi cerebro estuviese desquiciado o como si

hubiese llegado el golpe que terminará en su trastorno. me vuelvo a mi

diario buscando reposo. El hábito de anotar todo minuciosamente debe

ayudarme a tranquilizar.

La misteriosa advertencia del conde me asustó; pero más me asusta

ahora cuando pienso en ella, pues para lo futuro tiene un terrorífico poder

sobre mí. ¡Tendré dudas de todo lo que me diga! Una vez que hube escrito

en mi diario y que hube colocado nuevamente la pluma y el libro en el bolsillo,

me sentí soñoliento. Recordé inmediatamente la advertencia del

conde, pero fue un placer desobedecerla. La sensación de sueño me había

aletargado, y con ella la obstinación que trae el sueño como un forastero.

La suave luz de la luna me calmaba, y la vasta extensión afuera me daba

una sensación de libertad que me refrescaba. Hice la determinación de no

regresar aquella noche a las habitaciones llenas de espantos, sino que dormir

aquí donde, antaño, damas se habían sentado y cantado y habían vivido

dulces vidas mientras sus suaves pechos se entristecían por los hombres

alejados en medio de guerras cruentas. Saqué una amplia cama de su

puesto cerca de una esquina, para poder, al acostarme, mirar el hermoso

paisaje al este y al sur, y sin pensar y sin tener en cuenta el polvo, me dispuse

a dormir. Supongo que debo haberme quedado dormido; así lo espero,

pero temo, pues todo lo que siguió fue tan extraordinariamente real,

tan real, que ahora sentado aquí a plena luz del sol de la mañana, no puedo

pensar de ninguna manera que estaba dormido.

No estaba solo. El cuarto estaba lo mismo, sin ningún cambio de

ninguna clase desde que yo había entrado en él; a la luz de la brillante luz

de la luna podía ver mis propias pisadas marcadas donde había perturbado

la larga acumulación de polvo. En la luz de la luna al lado opuesto donde

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